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Nicole Loraux
Las experiencias de Tiresias
(Lo masculino y lo femenino
en el mundo griego)
T R A D U C C IÓ N D E C . S E R N A Y J . P O R T U L A S
■
Nicole Loraux (19 4 3-2.0 0 3) fue direc
tora de estudios de la Ecole des Hautes
Études en Sciences Sociales de Paris. En
tre sus obras destacan— además de la que
hoy presentamos, publicada en 19 8 9 —
Maneras trágicas de matar a una m ujer
(19 8 5), Les mères en d eu il (19 9 0 ), La
tragédie grecque (19 9 9 ) y La Grèce au
fém in in (2 0 0 1).
N I C O L E LO R A U X
LAS E X P E R I E N C I A S
DE T IR E S IA S
(Lo masculino y lo femenino
en el mundo griego)
T R A D U C C IÓ N D E C . S E R N A Y J . P O R T U L A S
p r i m e r a e d i c i ó n marzodezoo4
t í t u l o o r i g i n a l Les expériences de Tirésias
Publicado por:
A C A N T I L A D O
is b n : 84-96136-56-6
d e p ó s i t o b . 10 .4 4 1 - 2004
l e g a l :
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IN T R O D U C C IÓ N
E L O P E R A D O R F E M E N IN O , 7
P R IM E R A P A R T E
L A S M U JE R E S , L O S H O M B R E S Y E L E S F U E R Z O
I. E l lecho, la guerra, 43
II. «Pónos» (A propósito de algunas dificultades que en
traña el esfuerzo como nombre del trabajo), 98
SE G U N D A PA RTE
D E B IL ID A D E S D E L A F U E R Z A
T E R C E R A PARTE
SÓ C R A T ES ES UN H O M BR E
( I n t e r m e d io f i l o s ó f i c o )
A M O DO D E C O N C L U S IÓ N
E L N A T U R A L F E M E N IN O E N L A H IS T O R IA ,
B i b l i o g r a f í a , 53 1
G l o s a r i o , 543
í n d i c e t e m á t i c o y o n o m á s t i c o , 553
EL OPERADOR FEMENINO
NOTA
ET im p e n s a e f a u t o r , m m iv
li s t e no es un libro sobre las mujeres, a pesar de que trata
con frecuencia de las mujeres griegas mucho antes de que
los últimos capítulos se consagren a estudiar ciertas figu
ras femeninas paradójicas.
Es un libro acerca del hombre o acerca de lo femenino.
Debo dar explicaciones, desde luego, acerca de este o.
Más adelante me consagraré a ello— después, no obstante,
de algunas precisiones.
9
INTRODUCCIÓN
io
EL OPERADOR FEM ENINO
II
INTRODUCCIÓN
a las ideas más claras. Aquel que tenga m iedo de las ambi
valencias puede conform arse, a propósito del pasaje de las
Nubes, a explicarlo como una simple brom a, característica
del poeta cómico. Y con frecuencia, uno se limita a verifi
car que la tabla de oposiciones funciona sin anomalías. D e
hecho, nada im pide— hasta tal punto hay textos que re
producen pura y simplemente la oposición— afirm ar que
entre los sexos los griegos sabían mantener perfectam ente
la división, sobre todo si, como ya se ha anticipado, hacían
del sexo «no sólo ... un órgano que cumple una determi
nada función, sino tam bién un signo que indica qué p a
p e le s) puede desempeñar en un sistema dado el individuo
provisto de él».5Demos al sistema el nombre de sociedad:
al punto, la vía está despejada para el asedio, total e inme
diato, de lo sexual, percibido en su dimensión fisiológica,
por parte de lo social. N o nos hallamos lejos de Foucault,
con este «principio de isom orfism o entre la relación se
xual y la relación social», que él mismo ha convertido en la
llave maestra del comportamiento sexual de los antiguos
griegos;6 pero el alivio es importante sobre todo para los
antropólogos de G recia, a quienes los roles sociales vienen
a liberar muy oportunamente de tomar en consideración
el sexo como terra incognita.. Basta con yuxtaponer la di
ferencia de sexos y la división social de los roles: una vez
hecho esto, se dice, todo quedará claro. Dem asiado claro,
quizá.
En efecto, en el momento de separar, de repartir las si
tuaciones como corresponde, se trata siempre, incluso en
el pensamiento biológico de los griegos, de la dominación
de lo masculino, que el investigador podrá descubrir fácil
H
EL OPERADOR FEM ENIN O
IO En último lugar, Foucault 19 84 :16 7-18 3. Con Saïd (1982: 99), re
cordemos que Jenofonte, en el Económico, «define a la mujer en térmi
nos negativos únicamente».
" Vernant 1989: 217.
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21 Zeitlin, ibid.
22 Zeitlin 1985b: 80; hipótesis no muy diferentes en Loraux 1985:
98-102.
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INTRODUCCIÓN
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2.5
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7.6
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caso como en el otro, los ojos muertos del tebano dan tes
timonio de lo que ya no tiene necesidad de ver, puesto que
lo sabe.
Este Tiresias es el que yo asumo como epónimo, y no el
m ediador generalizado al que algunos desean reducirlo.32
Cuando sitúo este libro bajo el signo de Tiresias, no se me
oculta que, como paradigma del anér atrapado por la fem i
nidad, trataremos mucho más de H eracles, de sus vestidos
y de su cuerpo poderoso transido por agudos sufrim ien
tos. Sin lugar a dudas, resulta satisfactorio que por una vez
lo femenino no se asocie de inmediato al sufrimiento, que
suele concedérsele habitualmente de mejor grado que el
placer (¡paciencia, por otra parte!: el dolor tendrá su lu
gar, dentro de poco y en abundancia). Pero para esta elec
ción existe otro argumento, quizá más «serio», y en todo
caso más teórico: tanto por aquello que ha experim entado
como por su función posterior de adivino, Tiresias consti
tuye una figura del saber. E l canto X I de la Odisea precisa
que Perséfone ha reservado para él solo las facultades in
telectuales después de la muerte, hecho que le perm ite te
ner memoria y conciencia entre las sombras olvidadizas, y
tales cualidades resultan preciosas para introducirnos en
los estudios sobre el operador femenino. Porque no se tra
ta tanto de elaborar un repertorio de actos o de prácticas
efectivas como de seguir el hilo de una reflexión acerca de
la diferencia entre los sexos, reflexión que opera en los ac
tos intelectuales (¿podría decir psíquicos?) que se llevan a
cabo en el ámbito de lo femenino.
Suele sugerirse que el dolor es más clásicamente fem e
nino que el placer. Y, de un modo particular, un dolor a la
vez muy agudo y que se imagina cercano al placer: el del
parto, que las mujeres tienen que conocer para realizarse
socialmente en la reproducción, que su propia constitu
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53 República V 462b (el mismo tema que en las Euménides 984-98 6).
La comunidad de las mujeres: 446-461. Es de señalar que, ya que la única
diferencia de naturaleza estriba en que el hombre engendra mientras que
la mujer da a luz (445e), se produce también una puesta en común por par
te de las mujeres y los hombres de los mismos trabajos. ¡Platón resulta más
complicado de lo que en general sus adversarios quisieran creer!
54 Véase «Repolitiser la cité», en Revue L’Homme. Anthropologie:
Etat des lieux, Paris (Navarin/Le Livre de Poche), 1986, pp. 263-283, y
Loraux 1987.
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70 Ilíada X V II 4-6.
71 Hipócrates, Sobre la naturaleza del niño 18, 2.
72 Ilíada V III 266-272. La comparación del escudo con un vientre
está tan sólo implícita en el texto: Homero no es Aristófanes (cf. J. Tail-
lardat, Les images d'Aristophane. Etudes de langue et de style, París, 2a
éd., 1965, p. 69); pero el vocabulario utilizado (dysken y, sobre todo,
kryptaske, que recuerda el empleo del verbo krÿptein a propósito de un
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96 Coéforas 211.
97 Ibid., 204. Orestes, semilla de la casa real de Agamenón: véase
J.-P. Vernant, «Hestia-Hermès. Sur l’expression religieuse de l ’espace et
du temps chez les Grecs» (Vernant 1 9 7 1 : 1, 136).
98 Esquilo, Prometeo encadenado 683-684, 900 (pónón); Suplicantes
50 (pónón) y, sobre todo, 562-564 (mainoména pónois atímois odynais
té). Lo que desean las Danaides es escapar precisamente de eso: lo ates
tigua a contrario Hipermestra cuando, por su deseo de tener hijos, salva
la vida del esposo (paidon himeros·. Prometeo 865-866). A propósito déla
relación más general entre parto y locura, véase por ejemplo Píndaro,
Prosodio 1 14 (donde Leto, ante la cercanía del parto, es una tíada).
99 Cf. Hipócrates, Aforismos V 35: «Una mujer perturbada por el
histerismo o que padece un parto doloroso.»
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Sirve también para expresar— cosa que resulta aún más in
teresante— el dolor del hombre herido en su cuerpo. Cuan
do las mujeres morían de parto, resultaban equiparables a
los hoplitas. En justa correspondencia, hay un pasaje de la
Ilíada en el que podem os comparar, de manera metódica y
sin que exista sombra alguna de ambigüedad, el sufrimien
to del guerrero herido con el de la mujer que acaba de dar
a luz.
En el canto X I, Coón hiere con su lanza a Agamenón.
El Atrida comete entonces una matanza
104 Platón, Fedro 251e (el alma excitada por el deseo, oistrái kai ody-
nátai, siente como si la aguijoneasen y sufre enormes dolores, como lo,
y, cuando por fin ve a quien posee la belleza, kéntrôn te kaî ôdinôn
éléxen, cesa en sus aguijóneos y dolores); República V I 490b y IX 574a
(ódtsi te kai odynais), Timeo 86c y, sobre todo, Teeteto 148 ss., 210b;
Odisea IX 415. Véase también Hipólito 258.
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j° 5 Ilíada X I 264-283.
106 Véase Hipócrates, Enfermedades IV 50, 5; con respecto al calen
tamiento de la sangre durante el parto, véase Sobre la naturaleza del n i
ño 18, 3.
107 A propósito de la herida en el brazo, cf. Ilíada X II 387 ss.; X I II
53^-539. 782; X V I 517. Acerca del brazo del héroe, véase N. Loraux,
«Héraklès. Le héros, son bras, son destín» (Bonnefoy 19 8 1 : 1, 492-498).
Brazo del guerrero: Píndaro, ístmicas V I I I 38.
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1,1 Ilíada X I 271: pikràs ôdînas (cf. Sófocles, ft. 846 Nauck1: pikràn
ôdîna); pikràs oistós·. ïliada IV 134 y 216; V 99 y 110 (cf. Sófocles, Tra-
quinias 681: la flecha amarga que hiere al Centauro). E l dardo puede ser
asimismo ókys (rápido), o bien ókymoros (que da una muerte rápida),
polystonos o stonóeis (cargado de gemidos): V 112 ; X V 440-441, 451,590;
X V II 374, etc.
Ilíada X I 474-484.
114 Teiroménai: Calimaco, Himno a Artemis 22; Himno a Délos 61,
2 11; teirómenon basiléa·. Ilíada X I 283; véase también X I 841 y X V I 510
(herida causada por una flecha); X I I I 539 (herida en el brazo); X V I 60-61
(1odynai). En el campamento de los aqueos, los médicos resultan de es
pecial utilidad a la hora de extraer las flechas: X I 507.
115 Ilíada X I 658-664.
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1,6 Iliada IV 116 -118 : herma es un término muy interesante que de
signa metafóricamente la semilla (véase Esquilo, Suplicantes 580); seña
lemos también que Atenea vela en ese instante por Menelao como una
madre (130-132) y que la sangre negra de Menelao evoca la imagen de
una mujer que tiñe el marfil con la púrpura (140-146).
" 7 Por ejemplo: V 95 ss. y 792-799 (Diomedes); X I 810 ss. (Eurípi-
lo); X I I I 538-539 (Deífobo); X IV 437-439 (Héctor).
" 8Véase V II 96 ss. (los anéres son en realidad las aqueas, [...] tierra
y agua); V II 236 (la mujer, ignorante de la labor guerrera); V I I I 163-164
(insultos de Héctor a Diomedes, a quien califica de mujer y de muñeca);
X I 389-390 (el arquero Paris, comparado por Diomedes con una mu
jer); X X I I 125 (Héctor no quiere quedarse desarmado como una mujer
ante Aquiles).
119 Plutarco, Sobre el amor a la prole i9 2c-d; la «mujer que compu
so la Odisea»·. P. .Vidal-Naquet, suplemento bibliográfico a M. I. Finley,
L e Monde d'Ulysse, París (La Découverte-Maspero), 1983, p. 224.
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Y DEL CUERPO DE H ERA C LES
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iJI Coéforas 896-898, así como 750, 762; N. Daladier, «Les mères
aveugles», pp. 231-232 y 241-242.
1,2 Coéforas 527-533 y 543-550. La serpiente-niño de pecho nace ar
mada (544).
133 Euménides 606-608.
134 Eurípides, Hipólito 616-624. A propósito de la ignorancia de
Hipólito, véase por ejemplo Ch. Segal, «The Tragedy of the Hippolytus:
the Waters of Ocean and the Untouched Meadow», Harvard Studies in
Classical Philology, 70 (1965), pp. 117-16 9 ; Euripides, Medea 573-575;
Esquilo, Los siete contra Tebas 187-188 y 664 (véase P. Vidal-Naquet,
«Les boucliers des héros. Essai sur la scène centrale des Sept contre Thè-
bes», en Vernant-Vidal-Naquet 1987: 115-147).
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135 Compárese Hipólito 1392 y 1418 con 13 1, 175, 198, 204, 274,
1009; cf. al respecto las observaciones de Ch. Segal, «The Tragedy of
the Hippolytus», pp. 151-152, y «Penthée et Hippolyte sur le divan et sur
la grille. Lecture psychanalytique et lecture structuraliste de la tragédie
grecque», en La musique du sphinx. Poésie et structure dans la tragédie
grecque, trad. C. Malamoud y M.-P. Gruenais, Paris (La Découverte),
1987, pp. 152-182.
136 Sphikelos (espasmo, convulsion): 1 3 51; odynai·. ibid, y 1371.
Mókhthous epónésa, dice Hipólito (1367-1369).
137 Hipólito 953.
138 Ibid., 1239.
1,9 En 1238-1239, el mensajero ha hablado de kára y de sárkas (la ca
beza y la carne), en 1343-1344, el corifeo se refiere a Hipólito «destro
zadas su rubia cabeza y su carne joven» [kára, sárkas). El propio H ipó
lito mencionará, después de su cabeza (kephalé), su piel lacerada (1359),
antes de sentir su cuerpo aliviado ante la presencia de Ártemis (1392:
dé mas).
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1054, que podemos poner en relación con 777-778 y 1083 (Heracles). Ti
meo 78c (pleúmón y artería comunes en la parte alta y baja de la cavidad)
aclara el verso 1054. Pleumonía como nósos erotiké·. Onians 1954: 37.
155 Koilíé para designar a un tiempo tórax, estómago y vientre, en
los escritos hipocráticos: véase P. Chantraine, «Remarques sur la langue
et le vocabulaire du Corpus hippocratique», en La Collection hippocra-
tique et son rôle dans l’histoire de la médecine, Leiden, 1975, pp. 35-40,
y J. Dumortier, Le Vocabulaire médical..., pp. 12-13 Y 17; en d Timeo, la
distinción entre ánó y kâtô koilia (690-733) no debe ocultar la unidad de
las dos partes como receptáculo del alma mortal; Aristóteles, Historia
de los animales 1 15, 493b 13-14, señala que los costados (pleurai) consti
tuyen una parte común en la parte alta y baja del tronco. A propósito
del «eje Sófocles-Hipócrates-Aristóteles» y acerca de la relación privi
legiada que mantiene Sófocles con la lengua de los médicos, véase N. E.
Collinge, «Medical Terms and Clinical Attitudes in the Tragedians»,
Bulletin o f the Institute o f Classical Studies, 9 (1962), pp. 43-55, sobre to-
do 47.
160 Devorar: 1055, 10 8 4 ,10 8 9 , asi como 1056; cf. Sobre la naturale
za de la m u jerío . La red de las Erinias: 1050-1052, si, no obstante, esta
mos de acuerdo, con Mazon y Kamerbeek, en traducir nephélë como
«red»; se podría también, con Jebb, entender «una nube de muerte»,
como en Ilíada X V I 350; Píndaro, Nemeas I X 37; Esquilo, Los siete con
tra Tebas 228-229 y Euménides 379, y sobre todo Baquílides, Ditirambos
15,32. De hecho, no cabe duda de que nos hallamos ante un caso de po
lisemia.
,é' litada X V 316-317; X X I 7 0 ,16 8 .
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(Traquinias 930; cf. Ayax 834). E l texto afirma que una muerte tal im
plica, para una mujer, hybris, pero, como al mismo tiempo convierte a la
nodriza en unaparastátis, una compañera de filas (889), también desig
na esta muerte como hoplítica. Fuera de la tragedia, el orden natural se
restablece y Deyanira halla una muerte de mujer, pues se suicida por
ahorcamiento (Diodoro, IV 38, 3; Apolodoro, II 7, 7).
169 Véase infra, pp. 246-247.
170 Eurípides, Fenicias 14 56 -14 59 ,1577-1578 .
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171 Traquinias 913, 9 15-9 16, 918, 920 (donde podemos le erla doble
determinación: lékhë, ellecho, institución déla reproducción/nympheía·.
el lecho de la recién casada).
172 Heracles piensa, por el contrario, que la muerte que se le inflige
es una lóba (996), como si, todavía con vida, su cadáver de guerrero fue
se ultrajado.
173 Traquinias 938-939: pleuróthen/pleurán. Deyanira querría morir
al lado de Heracles (720: synthanein): muere separada por completo de
él, y tan sólo para Hilo ambas muertes se conjugan (véase 941 y 1233-
1235).
174 Traquinias 734-737, 817-818. El relato de la nodriza designa de
manera explícita a Hilo como causa del suicidio de Deyanira (932-933).
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175 Traquinias 911. Verso muy bien comentado por Kamerbeek: la ou-
sía de Deyanira se resume en la maternidad, y la expresión no tiene nada
de «ilógica», como sostiene Ch. Segal («The Hydra’s Nursling...», p. 614).
176 Traquinias 930-931. A pesar de la dificultad que entraña intentar
conciliar el hígado y el costado izquierdo (9 26), es preciso abstenerse
de dar a hépar, como hace Kamerbeek, el sentido más amplio de «en
trañas». Véase Loraux 1985: 90-91.
177 Áyax: Píndaro, Nemeas V I I 38 (phrenñn); cf. Sófocles, Ayax 834.
Heracles: Eurípides, Heracles 1149.
178 Aristóteles, Historia de los animales 1 17, 496b 11-12: el diafrag
ma como diâzôma. A propósito del hígado y el diafragma, véase J. Du-
mortíer, Le Vocabulaire médical..., pp. 18-20.
179 Traquinias 308: ánandros S teknoússa, con el comentario de Ch. Se
gal, «The Hydra’s Nursling...», p. 614, y, acerca de teknoû(s)sa, las obser
vaciones de V. Schmidt, en Mélanges R. Keydell, Berlin, 1978, pp. 38-48.
!8° A propósito de Deyanira como nymphë, véase Traquinias 527,
así como 104.
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II
«P Ó N O S»
A p r o p ó s ito d e a lg u n a s d ific u lt a d e s q u e
e n tra ñ a e l e sfu e rz o com o n o m b re d e l tr a b a jo
1 Así, en Heródoto, la guerra de Troya es pónos (IX 2,7, 4), por opo-
98
«PÓNOS»
los hombres como algo que cuenta con un principio y un fi
nal, como algo que uno lleva hasta su conclusión.2De modo
que la «pena» no es el «pesar», cosa que, es evidente, no
basta para convertir a pónos en el nombre griego, imposi
ble de encontrar, del trabajo: aun cuando resulte muy laxa,
la contigüidad con lypé bastaría para atestiguarlo. Pues, co
mo señala J.-P. Vernant, «pónos se aplica a todas las activi
dades que exigen un esfuerzo penoso, no sólo a las tareas
productoras de valores socialmente útiles». Y añade: «En el
mito de Heracles, el héroe debe elegir entre una vida pla
centera y fácil y otra abocada al pónos. Heracles no es un
trabajador.»3 Estamos prevenidos: nuestra atención no se
centrará aquí en un proceso de producción, sino en el largo
esfuerzo, en sí mismo y por sí mismo, del hombre que pena:
los trabajos del héroe, la resistencia del guerrero, pero tam
bién una manera neutra de designar, por ejemplo, la larga
prueba que supone una tempestad para una flota.4
Si fuese únicamente así, si este término fuese siempre
una designación neutra, no habría gran cosa que decir pa
ra aclarar la representación griega del trabajo. Pero sucede
que en época clásica se constata una especie de valoriza
ción reafirmada a cada instante del pónos , cosa que incita
sición a Maratón, hazaña aislada designada como érgon-, pero, para in
sistir en la duración de la batalla de Maratón, el historiador la denomi
na pónos (VII 113-1x4; lo mismo ocurre con las Termopilas en V II 224, y
con Salamina en V III 89). Pónos también sirve para designar la dura
ción de grandes empresas militares: V II 23 ss.; V III 74; IX 15.
2 Algunos ejemplos: Ilíada IV 26, 57; Odisea X X III 250: pónos va
asociado a télos o a teleín.
3 «Travail et nature dans la Grèce ancienne», en Vernant 19 7 1: II, 17.
4 Heródoto, V I I 190. ¿Hemos de considerar este empleo del térmi
no a partir del modelo del lefio que «trabaja»? Podría ser, a condición
de añadir que, tanto para las naves como para una ciudad, una batalla
naval puede, en Heródoto, ser un trauma (una «herida»): de nuevo, el
«trabajo» se aleja.
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UNA C O N F IG U R A C IÓ N C L Á S IC A
IOO
«PÓNOS»
pónos del poeta: Píticas IX 93; Peanes X 16, así como Píticas V I 52-54 (el
trabajo del poeta como pónos de las abejas; acerca de esto, véanse las
observaciones de Svenbro 19 76: 175, 187-189, con las que no estoy, sin
embargo, del todo de acuerdo: pónos no designa tanto al poeta como ar
tesano, sino como ocupado en un proceso natural, semejante al de las
abejas hesiódicas, cuya fatiga Ykámatos] alimenta a los zánganos [Teo
gonia 599; Trabajos 305]).
8 Véase P. Vidal-Naquet, «Une civilisation de la parole politique»,
en Vidal-Naquet 1981: 21-35.
9 E l vulgo no comprende el valor de pónos·. Píticas V III 73; el no
ble, por el contrario, se caracteriza por pónos kaí dapáne, esfuerzo y gas
to: Olímpicas, V 15; ístmicas I 42 y V I 10 (véase Heródoto, I I 148).
10 Tucídides, II 64, 3.
IOI
LAS M U J E R E S , LOS H O M B R E S Y E L E S F U E R Z O
“ Jenofonte, Económico V I 7.
11 Por ejemplo, véase Aristófanes, Pinto 254: los amigos amantes del
trabajo (toú poneín erastaí).
13 Esta perspectiva está poco desarrollada en el libro de R. Descaí,
Lacté et l’effort. Une idéologie du travail en Grèce ancienne (V IIF-V e siè
cle av. J.-C.), Besançon-Lille, 1986, quien, preocupado por definir pónos
en la esfera de la necesidad, en este caso como «la acción, a título de re
ciprocidad, emprendida a causa [de los] lazos [de hospitalidad]», con
cluye: «De modo que el pónos llega lógicamente a significar la guerra,
concebida como el resultado de esos lazos de reciprocidad» (p. 125). Por
lo tanto, si pónos aparece marcado por «una clara predilección ... por la
guerra» («El significado guerrero ocupa más de la mitad de sus empleos»:
p. 52), sería de esperar un estudio más específico de estos empleos.
14 Pónos guerrero: a propósito de la epopeya homérica, véase
Triimpy, Kriegerische Fachausdrücke im griechischen Epos, Basilea 1950,
p. 148; numerosos ejemplos en Aristófanes: Acarnienses 6 9 4 ,10 7 1; Ca
balleros 579; Avispas 685. Pónos kaí kíndynos·. Tucídides, I 70, 8; Jen o
fonte, Anabasis V I I 3,31 y 6, 36; Ciropedia 1 5,12; Económico X X I 4. D e
seo de pónos·. Económico X X I 5-6.
15 Heródoto, IX 27, 4; Sófocles, Filoctetes 248; Píndaro, Píticas 1 54;
Eurípides, Cíclope 107, 347, 351-352. Pónos designando la guerra heroi
ca: pónoi Áreos o Enyáliou (por ejemplo, Píndaro, ístmicas V I 54).
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32 Memorables II i, 20-34.
33 Pónos contra hëdoné, Heracles y los pitagóricos: véase M. D e
tienne, «Héraclès, héros pythagoricien», Revue de l ’Histoire des R e li
gions, 158 (1960), pp. 19-53 y Detienne 1967: 133-135; Heracles cínico:
Diógenes Laercio, V I 1 2 , 1 6 y 18 (Antístenes); V I 71 (Diógenes se com
para a Heracles, para quien no había nada por encima de su libertad:
véase M. Simon, Hercule et le christianisme, Estrasburgo-Paris, 1955,
pp. 78-79); Heracles, el pónos, los cínicos y los estoicos: véanselas ob
servaciones de Daraki 1982: 167-168. Acerca de la figura intelectual de
Heracles, véase también Ch. Dugas, «Héraklès mousikos», en Recueil
Charles Dugas, París, i9 60, pp. 115-121.
34 Pónos asociado a Sócrates: Jenofonte, Apología 17; Platón, Ban
quete 219e 8 (así como las observaciones de Daraki 1982: 167): véase in
fra, p. 371; ponetn filosófico: Aristóteles, Etica a Nicómaco 1 13, 1102a 5
(cf. Metafísica, Δ 2, 1013b 9) y X 6 , 117 7 a 33.
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ké, mientras que pónos expresa la condición humana, que una vida con
forme.a la justicia puede intentar mejorar.
51 Trabajos 91 y 113 ; véanse los dos artículos de Vernant sobre el mi
to de las razas (Vernant 1 9 7 1 : 1, 13-79), así como, del mismo autor, «À la
table des hommes», en Detienne-Vernant 1979: 121-132; véase también
A. Ballabriga, «Lequinoxe d’hiver», A nnali della Scuola Normale Supe
riore di Pisa, i i (1981), pp. 569-603, a propósito del pónos viril en H e
síodo.
51 Por ejemplo, Arquíloco, fr. 15 Edmonds; Eurípides, Hipólito 189-
190, 367; numerosos ejemplos en Sófocles: véase Antigona 12 7 6 y, para
el tema recurrente de la acumulación de los sufrimientos, A yax 866,
876, 9 26 -9 2 7,119 6 y Filoctetes 760. Versión médica: Sobre la dieta 6 1,1;
78,3; 88, 3 y Aristóteles, Ética a Nicómaco V I I 1 5 ,1154b 9 y Sobre el mun
do 6, 397b 23.
53 Egipcios: Heródoto, II 14 (autómatos recuerda automáté. ároura
en Trabajos 117-118 ); escitas: Aristóteles, Política I 8, 1256a 31 ss., co
mentado por Hartog 1980: 218-219.
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«PÓNOS»
rio del atletism o;89 pero, por ello mismo, no siempre han
prestado suficiente atención a la utilización de áthlos, en
pleno siglo v, para designar la tarea impuesta.90
Es cierto que el problem a es real, y difícil: ¿en qué ca
tegoría hemos de englobar un término que, entre la llíada
y la Odisea, oscila ya desde los trabajos de Heracles p e
nando a las órdenes de Euristeo hasta la prueba real del
arco? En lugar de privilegiar un sentido por encima de otro,
me gustaría proponer que áthlos se englobe en la categoría
de aquello que da lugar a un âthlon ? 1 Si áthlon es el p re
mio, áthlos es el servicio social que reclama una recom pen
sa y, bajo esta definición, es preciso entender tanto là lucha
agonística del concurso92 como las pruebas penosas. E s
verdad que, tratándose precisamente de H eracles, no he
mos concluido todavía nuestra labor, pues quedaría aún
por hallar una mención de un áthlon que recompensase
los trabajos de H eracles. Ahora bien, podemos encon
trar— y en abundancia— áthlon al lado de la justa: en el
escudo hesiódico, unos jinetes se esfuerzan y com piten
afanosamente por un áethlon, los aqueos concurren por
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1983, pp. 71-90, sobre todo 82-86), los baños calientes tratan el exceso
de fatiga (Sobre la dieta 85, 2) y son especialmente apreciados en el atle
tismo (Píndaro, Olímpicas X I I 18). Acerca de Heracles y los baños ca
lientes, véase el dossier recopilado por Ginouvés 1962: 362-365.
107 Nubes 991 y 1044-1052; véase Ginouvés 1962: 135, 216-217, 3^2.
Es de señalar que Pródico aparece citado por su nombre en las Nubes
(v. 361).
108 Una primera versión de este texto fue publicada en los A nnali
dell’lstituto Orientale di Napoli. Archeologia e Storia antica, 4 (1982),
pp. 171-19 2. A los agradecimientos que debo a Claude Lévi-Strauss y a
Maurice Godelier, que me han invitado a reflexionar sobre las repre
sentaciones del trabajo en Grecia, añadiría mi gratitud hacia Marie-
Henriette Quet y Colette Jourdain-Annequin, quienes han leído estas
páginas con atención.
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SEGUND A PARTE
DEBILIDADES DE LA FUERZA
u i la «prueba viril» de las mujeres revierte sobre el cuerpo
maltratado de los hombres como algo que no se vive más
que en femenino, si la gloria del héroe se pone de relieve
en la ignominia a la que se ve sometido, todo está a punto
ya para un recorrido por las representaciones griegas de lo
masculino, cuyos resortes esenciales serán el cambio y la
ambivalencia. Cam bio en sentido único, quizás, y que, p a
ra mayor provecho del macho griego, parece una apropia
ción (atrapar a la mujer en el hombre equivale a pensar la
virilidad en su frontera más decisiva). Pero hay aún más
am bivalencia: pues, más allá de los paradigm as oficiales
marcados por oposiciones demasiado claras, no existe nin
guna reflexión griega a propósito de la figura del hombre
que no se complazca en profundizar en los fallos internos,
es decir, en el fallo constitutivo.
Los griegos tienen mucho que decir acerca de este fa
llo, aunque con frecuencia se les haya convertido, bajo el
signo del milagro, en los portadores de una belleza positi
va en tanto que intacta. Aun cuando, bajo el signo de la es
tructura, se vean inmovilizados en la oposición de los ro
les sociales, a fin de asegurarse que no se hablará de roles
sexuales.
D e nuevo, pues, queremos profundizar en el desacuer
do interno del anér. N o es nuestra intención declarar la
guerra a las lecturas que se proclam an animadas por un
pensamiento «binario» (al que cabría acusar de todos los
pecados— cosa que, hoy en día, constituye casi un topos— ).
Tampoco se trata de trazar los límites de una reflexión muy
antigua, que ignoraría la contradicción. M uy al contrario:
puesto que lo binario actúa en el sentido de su propia sub
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14 Comento aquí Tirteo, 9, 23-24. Sabido es que tan sólo los espar
tanos muertos en la guerra tenían derecho a una estela con su nombre,
con la mención «en la guerra» (Plutarco, Licurgo 27, 3): véase supra,
ΡΡ· 43-45·
15 Jeanmaire 1939: 489.
16 Heródoto, V II 234: «Todos ellos son semejantes a los que han
combatido aquí» (respuesta de Demarato). Es posible que la pregunta
de Jerjes pretendiese subrayar la diferencia de valor entre los simples
hómoioi y el cuerpo elegido de los hippets: aun cuando se halle en el exi
lio, Demarato sigue siendo tan buen espartano que niega la existencia
de tal diferencia.
17 Tucídides, IV 40, 2: apistoúntón m i eînai toús paradóntas toís
tethneñsin homoious.
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des Thermopyles», Studii clasice, 6 (1964), pp. 57-82 y, sobre todo, 62-63
(numerosos ejemplos de retirada estratégica de un ejército espartano
durante las Guerras Médicas); J. A. S. Evans, «The Final Problem at
Thermopylae», Greek, Roman and Byzantine Studies, 5 (1964), pp. 231-
237 y, sobre todo, 232.
69 Jenofonte, Helénicas IV 8, 38-39: muerte de Anaxibio.
70 Heródoto, V II 139; véanse las observaciones de Tigerstedt, op.
cit., p. 84.
71 Plutarco, De malignitate Herodoti 8 64a-b. Por lo demás, el parti
dismo proateniense es real aquí, al igual que en IX 54.
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LA B ELLA M U ER T E Y LA EPOPEYA
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85 V I I 177.
86 V II 211. Es cierto que este tipo de cálculo no es propio de la mo
ral hoplítica, pero no quedaría fuera de lugar en la epopeya homérica:
recordemos, por ejemplo, a Licurgo de Arcadia cuando da muerte a
Areítoo «por un ardid y no por la fuerza, en un camino estrecho donde
de su ruina la maza de hierro no lo socorrió» (Iliada V I I 142-144). Debo
esta comparación a una sugerencia de Marcel Detienne.
87 V II 2x1.
u Ibtd.
89 Aquí se mide la distancia que separa la bella muerte espartana de
su homologa ateniense: técnicos de la guerra, los espartanos dan mues
tra de su saber militar; «orgullosos de su naturaleza», los atenienses, en
el discurso fúnebre, ponen todo el énfasis en su valor (se trata de un to
pos: epideíknysthai tin aretén).
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104 Tomo este término de Hesíodo, quien, en Los trabajos y los días,
caracteriza de este modo la muerte de los hombres de bronce (154-155).
105 ¿Son trescientos o trescientos más un número indeterminado de
elegidos? E l texto es conjetural (Heródoto, V II 205) y podemos dudar
entre varias interpretaciones: a propósito de los múltiples problemas
que presenta, véase el comentario de Macan (ad loe.), que llega a la pru
dente conclusión de que se trata de una incomprensión del fenómeno
de los logádes por parte de Heródoto. Si adoptamos la lección que pre
sentan varios manuscritos (epilexámenos ándras te toils katesteñtas triëko-
síous kaí toîsi etÿnkhanon paídes eóntes), uno se ve tentado a llegar a la
conclusión de que Leónidas se ha llevado consigo al grupo de los hip-
peis, a los que ha añadido algunos padres de familia, Pero si admitimos
que en 224, cuando el historiador menciona a los Trescientos, mencio
na de hecho al conjunto del cuerpo espartano, es preciso volver a la co
rrección adoptada por Legrand (epilexámenos ándras te ton katesteóton
Trièkosiôn): en este caso, Leónidas habría reemplazado a los hippeís que
no tenían descendencia por otros combatientes espartanos. Pero hablar
en ese caso de una tropa «compuesta» (G. Hoffmann, «Les choisis: un
ordre dans la cité grecque?», Droit et cultures, 9-10 [1985], p. 17) me pa
rece bastante exagerado, puesto que es evidente que el grupo de los
Trescientos constituye el núcleo vital del cuerpo espartano.
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D EBIL ID A D ES DE LA FU ERZA
106 Los espartanos de las Termopilas son padres de familia, y sin du
da podemos ver aquí un signo de los estrechos lazos que unen «paterni
dad y valor militar» (véase la comunicación de A. Aymard en Revue des
Études latines, 33 [1955], pp. 42-43 y las observaciones de Garlan 1972:
6 5). Pero esta precisión forma también parte de la leyenda de las Ter
mopilas: ¿no podría haber sido leída a posteriori como el signo de que
se sabían destinados a la muerte?
107 A propósito de los «elegidos», véase el dossier recopilado por
Detienne 19 6 8 :134 ss.
108 En primera línea: en Delio (Diodoro, X II 70, 1: los elegidos te-
banos, aurigas y combatientes, son prómakhoi); en una retirada: tres
cientos soldados de élite con Brásidas (Tucídides, IV 125, 3).
109 Cf. Pausanias, V III 39, 3-5 y 41, i (los soldados escogidos de
Orestasio abocados a ser exterminados por la salvación de Figalía) y IX
36, 2 (soldados escogidos argivos caídos hasta el último hombre con su
jefe en combate contra los de Flegias).
110 Heródoto, IX 64.
111 Heródoto, 1 82. A propósito de este episodio, véase Brelich 1961:
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IV
TEM O R Y T EM BLO R D EL G U ERRERO
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TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
N o cabe duda de que hace falta ser Paris para asustarse así
ante Menelao, que, aunque sea su enemigo natural, no es
precisamente un guerrero fulminante. Héctor, pues, tiene
toda la razón cuando insulta a su soberbio hermano, ver
güenza de los troyanos. Aqueos y troyanos, todos saben
que el arquero Paris es un cobarde, en cierto sentido un
profesional de la cobardía. Es verdad que su pánico resul
ta desproporcionado en esa situación (entonces, ¿la fiera
1 Iliada X X II 90-375.
2 Iliada I I I 33-37.
171
D E BIL ID A D ES DE LA FUERZA
3 Ilíada I I 188-270.
4Ilíada X I 345.
5 Áyax, el mejor de los aqueos; después de Aquiles, por supuesto
(litada II 768). Véase Nagy 1979: 26-41.
172
TEMOR Y TEM BLOR DEL GUERRERO
tor (si bien, algunos cantos antes, era H éctor quien tem
blaba ante Áyax). ¿Será Aquiles el único que siembra el
terror sin que él mismo lo llegue a sentir jamás? Con todo,
para evitar que M enelao se enfrente a Héctor, el rey A ga
menón no duda en afirmar que Aquiles ha tem blado en al
guna ocasión ante el héroe troyano: es posible que se trate
de un simple argumento retórico, pero en el canto X X , an
tes de aterrorizar a su adversario, Aquiles, por un breve
instante, tendrá miedo de la lanza de E n e a s/
Existe el miedo particular y el pánico colectivo que, ca
da uno por su parte, ambos ejércitos conocen (los aqueos
siempre ante Héctor, los troyanos ante Diom edes, Ayax y,
por supuesto, Aquiles), y eso cuando no sucumben ambas
partes al mismo tiempo (así, al oír el grito monstruoso de
Ares herido, todos, tanto los troyanos como los aqueos, se
echan a tem blar).7 E incluso fuera del campo de batalla no
existe ninguna relación, por pacífica que ésta sea, de la
que el miedo se halle ausente por completo: el pequeño
Astianacte se asusta ante el casco de su padre, los licios te
men la voz de su comandante Sarpedón y los hijos de P ria
mo temen la cólera del anciano rey. En lo que respecta a los
dioses, se complacen en dejar helado el corazón de los m or
tales, tanto si se presentan ante ellos de un modo amistoso
(como Afrodita ante Helena, Apolo ante Héctor, Iris o H er
mes ante Príam o), como si se enfrentan a ellos como ad
versarios (así, Ares inquieta a Diomedes, y Aquiles se asus
ta ante el Escam andro desbordado); pero ante Zeus todos
tiemblan, incluidas las diosas que contradicen sus desig
nios a sabiendas— Atenea, su hija preferida, Hera, su irre
conciliable esposa— . Y cuando, en el canto X X IV , Aqui
les recibe a Príamo, padre de su enemigo muerto, «estrecha
con su mano la mano derecha del anciano, para que no
6 litada X X 262.
7 Iliada V 859-863. Véase Loraux 1986c: 349.
173
D E B I L I D A D E S DE LA F U E R Z A
8Iliada X X IV 671-672.
9 Iliada X X I 281-283.
10 Iliada X III 275-286.
11 A propósito de los trésantes espartanos, véase supra, pp. 14 6 ss.
174
TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
12 Iliada X IV 522.
13 Iliada V I I I 163-164.
14 Iliada X I 409-410.
15 Iliada X III 222-225, con el comentario de Slatkin 1988.
175
D E BIL ID A D ES DE LA FUERZA
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TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
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D E B IL ID A D E S DE LA F U E R Z A
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TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
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D E B IL ID A D E S DE LA F U E R Z A
¿ Y si acaso vo y y m e p re se n to ante él y, le jo s de a p ia d a r
se y de resp etarm e, m e m ata d e sn u d o sin la p a n o p lia ,
igual que a una m ujer, c u an d o ya m e h aya q u ita d o las a r
m as ? 29
19 Iliada X X I I 123-124.
180
TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
con una m ujer :30 simplemente, él sabe que si deja sus ar
mas estará desnudo. Gymnós como lo está desde un punto
de vista funcional un guerrero armado a la ligera, como el
arquero Paris, a quien el combatiente portador de escudo
compara inmediatamente a una mujer, porque la guerra, la
verdadera guerra, no es asunto de mujeres. ¿Una mujer?
L a imagen resulta lo suficientemente humillante como p a
ra conjurar la tentación de llegar a un acuerdo. Para des
cartarla por imposible:
181
D EBILID A D ES DE LA FUERZA
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TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
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TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
40 litada X X I I 189-193.
41 Vidal-Naquet 1981: 167.
41 Ptóssein se opone al combate contra el enemigo, muy por delan
te de los propios compañeros (Iliada IV 370 ss. y V 252).
43 litada X X 426-427.
44 litada X X II 29.
185
D E B IL ID A D E S DE LA F U E R Z A
4Í Iliada X X I I 199-201.
46 Aquiles veloz: Nagy 1979: 327-330. A sí se mide mejor la dimen
sión de la paradoja eleática de Aquiles y la tortuga.
47 Acerca de Ares, que es quien da muerte a los héroes en última
instancia: Nagy 1979: 294-295.
186
TEM OR Y TEM BLO R DEL GUERRERO
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49Véase Slatkin 1 9 8 8.
TEMOR Y TEM BLOR DEL GUERRERO
50 Iliada X X II 282-284.
51 litada X X II 306-311.
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TEMOR Y TEMBLOR DEL GUERRERO
52 Iliada X V I 350.
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TEMOR Y TEM BLOR DEL GUERRERO
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D E B IL ID A D E S DE LA F U E R Z A
élite que van a morir peinan sus largas cabelleras para apa
recer más bellos y terribles ante el enemigo. Pero el «tem
blón» de nombre homérico (trésas) es declarado indigno
para la sociedad, y ningún ménos le redimirá del oprobio
de haber huido un día del peligro, puesto que también el
furor guerrero ha quedado ya proscrito por inadecuado.57
En lo que respecta a los atenienses, ya no quieren oír ha
blar más que de valor, y el miedo, palabra indeseable, ha
desaparecido de la fraseología oficial de la guerra (a lo su
mo, aceptan la intervención, al lado de sus antepasados y
contra adversarios fuera de lo común, de Teseo, quien, en
un tiempo mítico y en guerra contra las Amazonas, hijas
de Ares, hizo un sacrificio a Fobo para atraerlo hacia su
bando).58 Ajeno a este pudor cívico, Alejandro no dudará
en celebrar en nombre propio el misterio nocturno de un
sacrificio a Fobo,59 pero, al igual que los habitantes de Se
linunte, él destinaba al enemigo el temible poder del mie
do. ¿Alguien ha oído jamás decir que Alejandro haya teni
do m iedo?60
194
V
H E R ID A S D E V IR IL ID A D
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UN S IL E N C IO CÍVICO
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H ERIDAS DE VIRILIDAD
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" Véase por ejemplo Iliada I I 543-544 y X V I I 36 3,4 97; Píndaro, Ne
mea IV 33.
12 Ares, asesino postremo: Nagy 1979: 293-295; Ares entre los muer
tos: litada ~XSf 117 -118 ; Ares herido por Atenea (y Diomedes): V 855-863
(y Heracles: [Hesíodo], Escudo 359-367, 461). Véase Loraux 1986a.
13 Por lo menos en una ocasión, un mortal parece haber herido a
Atenea en el muslo: véase Pausanias, V III 28; Clemente de Alejandría,
Protréptico II 36, 2; C. Vellay (Légendes du cycle troyen, Monaco, 1957,
HERIDAS DE VIRILIDAD
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D E BIL ID A D E S DE LA FUERZA
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H E R ID A S DE V IRILIDAD
VU LN ERABLE, IN V U LN ERABLE,
EN UNA PALABRA, VIRIL
sangre (King 1983: 120; véase también 1987: 120), podría olvidarse de
masiado rápido que en el guerrero se valora también el hecho de derra
mar su propia sangre (Héritier 1984-1985: 20).
18 Ch. Daremberg, La médecine dans Homère, París, 1865, pp. ιο -ιι;
G . Majno, The Healing Hand, p. 145; M. D. Grmek, Les maladies à l’aube
de la civilisation occidentale, Paris (Payot), 1983, pp. 50-60.
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VI
EL CUERPO EST R A N G U LA D O
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EL CUERPO ESTRANGULADO
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5 Chantraine 1 9 4 9 :14 3 .
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EL CUERPO ESTRANGULADO
6 Gernet 19 17 : 232.
7 Por poner un ejemplo, recordemos el relato que Plutarco hace de
la muerte de Agis (Agís 20): Agís ofrece su cuello a la soga, después de lo
cual ya no volverá a ser visto más que muerto, un cadáver tendido en el
suelo (20, 4); Ánfares entrega a Arquidamia al verdugo y ya no se vuelve
a saber de ella hasta que está muerta (20, 3); el lector ve ambos cuerpos
a través de los ojos de Agesístrata; a continuación, la madre de Agis, des
pués de rendir honores a los muertos, «se dirige hacia la soga» (20, 7), y
con este gesto concluye la escena. Esta serie concordante de elipsis re
sulta significativa en un relato que pretende.ser dramático y detallado. A
propósito de todos los relatos griegos de muerte por estrangulamiento,
es posible hacer la misma observación que J.-L . Voisin con respecto al
suicidio de Amata («Le suicide d’Amata», Revue des Études latines, 57
C1 97 9]> P· 2 5^: tan sólo se mencionan los preparativos de la muerte.
8 Podemos hacer la comparación con Heródoto, IV 71-72 (ejecu-
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LA M U J E R D E L LAZO
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2.55
D E B IL ID A D E S DE LA F U E R Z A
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rio, esa ave-mujer cuya sangre produce repugnancia derramar), pero que
no se ha orquestado en todas las civilizaciones con la misma insistencia.
No hay más que recordar la manera como, en el Mahâbhârata, la sangre
menstrual «impura» de Draupadx anuncia la efusión de la sangre de los
guerreros en el «gran combate» (Biardeau 1985: 220-222).
106 La primera versión de este texto fue pronunciada en noviembre
de 1982, en ocasión de una mesa redonda organizada en la Ecole Fran
çaise de Roma por Michel Gras y Yan Thomas, y publicada en Y. Tho
mas (éd.), Du châtiment dans la cité. Supplices corporels et peine de mort
dans le monde antique, Roma-Paris, 1984, pp. 195-218. A partir de en
tonces, este texto no ha dejado de beneficiarse del diálogo con Yan
Thomas a propósito del «cuerpo del ciudadano».
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VII
H E R A C LES: E L SU PERM A CH O
Y LO F E M E N IN O
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Heracles como «el tebano» o como «hijo de Anfitrión» (V 13), por opo
sición a otros Heracles : V 8 y 25; V I 23).
3 Dumézil 1969'. 89-94; Dumézil 1971·. 117 -12 4 , así como Mariages
indoeuropéens, París (Payot), 1979, pp. 60-65 y L ’oubli de l ’homme, et
l ’honneur des dieux, Paris (Gallimard), 1985, pp, 71-79.
4 Starobinski 1974: 2 6 ,17 .
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E l v ie n t r e d e l g lo t ó n
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79 Véase supra, pp. 85-88 y 133-134. Baños calientes para aliviar las
agujetas causadas por la gymnasia·. Hipócrates, Sobre la dieta II 66, 4.
Heracles, héroe de la polaridad: N. Loraux, «Le héros, son bras, son
destin», en Bonnefoy 19 8 1 : 1, 495-496.
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89 Diodoro, IV 9,8.
90 Slater 19 7 1: 345 (véase también 338-3407342).
91 Véase M. Delcourt, Hermaphroditea, Bruselas, 1966, p. 22 (adop
ción y no maternidad física); acerca de la prohibición que pesa sobre la
relación corporal madre/hijo, véase Daladier 1979.
92 A. B. Cook (Classical R eview , 1906, pp. 366-369) niega incluso
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T E R C E R A PARTE
SÓCRATES ES UN HOMBRE
(I n te r m e d io f i l o s ó f i c o )
O i en la Atenas clásica existen lugares institucionales a los
que podamos vincular el paradigm a oficial del ciudadano
como «p u ro» anér, privado, de antemano o para siempre,
de toda feminidad, e incluso de todo cuerpo,1 el análisis
llevado a cabo hasta aquí invitaría a matizar de un modo
singular la fuerza de un modelo tal. En todo caso, es pre
ciso considerar una operación así como local: efectuada en
los mismos lugares en que la política se vuelve abstracta, si
bien en todos los demás se halla amenazada por las repre
sentaciones— aprendidas en la epopeya o heredadas de la
gesta heroica, pero siempre actuales— en las que la virili
dad no se alcanza plenamente más que cuando integra en
sí misma lo femenino.
Llegará, llega muy rápido, el tiempo en el que se ela
boren otras ortodoxias, en el que, rompiendo la coexisten
cia pacífica entre el ciudadano y el héroe, se presenten
otros rivales (entendámonos: otros modelos del anér). El
filósofo es uno de ellos, de los más elaborados además, y
aunque, en época helenística, la multiplicidad de las escue
las le asigne numerosas figuras, a veces antagónicas entre
sí, la coherencia sale ganando a pesar de todo. Una cohe
rencia irreversiblemente marcada por aquel a partir del que
Platón se dispuso a elaborar, entre otros, el modelo del
hombre {anér viril completo en sí mismo, pero también
mortal como un ánthrópos) y del filósofo.
¿Qué ocurre en el momento en que el filósofo tiende a
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SÓCRATES ES UN HOM BRE
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VIII
A S Í P U E S , S Ó C R A T E S E S IN M O R T A L
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SÓCRATES ES UN HOMBRE
1 Esas son las tres disciplinas a las que, en un artículo citado con
frecuencia («La composition du Phédon», Revue des Etudes grecques,
1940), R. Schaerer autoriza (p. 7) a analizar el diálogo.
3 Prehistoria de la inmortalidad del alma: véase, por ejemplo, M.
Detienne, ha notion de daimôn dans le pythagorisme an den , París, 1963,
pp. 69-85 (pitagorismo); J. C. G . Strachan, Classical Quarterly, 20 (1970),
pp. 216-220 (orfismo), así como, más en general, Rohde 1928; F. Sarri,
Socrate e la genesi storica d ell’idea di anima, Roma, 1975, y J. Bremmer,
The Early Greek Conception o f Soul, Princeton University Press, 1983.
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ASÍ P U E S , SÓ C R A TE S E S IN M O R TA L
UNA P R Á C T IC A DE SEP A R A C IÓ N
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tre sí y mandan a paseo a todos los demás: 64c; el alma manda a paseo al
cuerpo: 65c; despido del filósofo del cuerpo: 8ie; mandan a paseo el dis
curso de la materia: loo d , io ic-d ; el hombre que ha dicho adiós a los
placeres del cuerpo: 114e; adiós del servidor délos Once a Sócrates, que
le devuelve su adiós: n6c-d; despido de las mujeres: n y d .
8 A l instalar las almas en el Hades, Platón es fiel a las representa
ciones griegas ortodoxas; al dotar a las almas que filosofan de phrónésis,
da un paso decisivo generalizando en provecho de los filósofos, lo que,
en Homero, era la suerte reservada tan sólo a Tiresias; en la Odisea X
492-495, el adivino conservaba en los Infiernos su conciencia (phrénes)
y su razón (nous). Acerca de phrén (cuya relación con phrónésis resulta
evidente) y noús, véase G . Nagy, «Patroklos», p. 165. Phrónésis que, en
el siglo V , designa la actividad del pensamiento, parece haber sido, a juz
gar por las Nubes de Aristófanes, una palabra clave en el pensamiento de
Sócrates (E. A. Havelock, «The Socratic Self as parodied in Aristopha
nes’ Clouds», Yale Classical Studies, 22 [19 72], pp. 1-18).
’ Tomo prestada esta expresión a J. L e G off, en La naissance du Pur
gatoire, Paris, 1981, p. 14. La cuestión del lugar atraviesa el Fedón y cul
mina en la geografía mítica de los Infiernos, puesto que se trata de la
existencia postuma del alma: existir significa existir en alguna parte.
Epicuro será el primer filósofo griego en pensar en el destino del alma
con relación al tiempo y no al espacio: véase D. Lanza, «La massima epi
cúrea “ Nulla è per noi la m orte” », en F. Romano (ed.), Democrito e l ’a-
tomismo antico, Catania, 1980, pp. 357-365.
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A C E R C A D EL «LO G O S» DE SÓCRATES
Y DE SU C U E R P O M E M O R A B L E
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ASÍ P U ES, SÓCRATES ES INMORTAL
36 Autos es uno de los términos con los que los historiadores garan
tizan la veracidad de sus palabras: véase, por ejemplo, Tucídides, 1 2 2 ,1;
114 8 ,3 .
37 Mejor que «Platón estaba enfermo»; ¿podría ser que la «debili
dad» de Platón participase de la debilidad humana, evocada en 107b (y
caracterizada por una fe insuficiente en la inmortalidad del alma)?
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SÓ C R A T E S ES U N H O M B R E
abajo hacia arriba, desde los pies que han pisado la tierra
hasta el corazón cuyo calor se extinguirá ante el frío de la
cicuta. Pero, para Sócrates, todo ha concluido cuando,
con pies y piernas ya paralizados, el frío se apodera del
bajo vientre, sede de los deseos que el filósofo ha sabido
vencer. E l resto es silencio, silencio acerca de la parte no
ble del cuerpo, y sobre la liberación del alma que es p re
ciso adivinar.
Así, al desembarazar para siempre de su cuerpo a Só
crates, el Fedón, en el cuerpo mortal de Sócrates, ha elegi
do aquello de lo que es esencial liberarle: aquello que, al
arraigarlo en el suelo, convierte al hombre en una planta
terrestre. Pero, ¿puede uno desembarazarse como si tal
cosa del cuerpo de Sócrates? Rígido y frío como una pie
dra, el cuerpo de ese Sócrates que ya se ha ido desempeña
bastante bien, en las últimas líneas del diálogo, el papel
del kolossós arcaico, ese doble m emorable del m uerto.55
L a fuerza del texto platónico hace que, en su cuerpo aga
rrotado, Sócrates se asemeje a una estatua. Apostem os a
que a Critón le costará no buscar a Sócrates en esa presen
cia helada; que se resistirá a creer que ese Sócrates que está
ahí ya no es nada, puesto que el alma-Sócrates ha llegado
a las Islas de los Bienaventurados. E l cuerpo es un sêma,
decía a la manera órfica el Gorgias. Pero, para este cuerpo-
túmulo— que, a lo largo de todo el diálogo, ha sido, antes
que nada, un cuerpo-signo— , todo el Fedón es como un
sima. Una estela conmemorativa.
354
ASÍ PUES, SÓCRATES ES INMORTAL
355
SÓCRATES ES UN HOM BRE
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ASÍ PU ES, SÓ CRATES ES INMORTAL
3 57
IX
SÓ CRATES, PLA TÓ N , H ER A C LES
A p r o p ó s ito de un p a r a d ig m a h e ro ico
d e l f iló s o f o
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SÓCRATES, PLATÓN, H ERACLES
«COMPARAR» A SÓCRATES
359
SÓCRATES ES UN HO M BRE
5Banquete 22ic-d.
6 V. Goldschmidt, «Le paradigme dans la théorie platonicienne de
l’action», en Questions platoniciennes, Paris, 1970, en especial pp. 92-93.
7 V. Goldschmidt, «Theologia», en Questions platoniciennes, pp.
14 1-172.
360
SÓCRATES, PLA TÓ N ,H E R A C LE S
361
SÓCRATES ES UN HOMBRE
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
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SÓCRATES ES UN HOMBRE
SÓCRATES E N T R E LOS H É R O E S
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
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SÓCRATES ES UN HOMBRE
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
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SÓCRATES ES UN HOMBRE
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SÓ C RA TES BAJO LA PIE L D EL L E Ó N
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SÓCRATES ES UN HOM BRE
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
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SÓCRATES ES UN HOM BRE
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
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SÓCRATES ES UN HOM BRE
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
375
SÓCRATES ES UN HOMBRE
3 76
SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
122 (los estoicos), así como L. Paquet, Les cyniques grecs, Ottawa, 1975,
p. 19. A propósito del Heracles cínico, véase también D. R. Dudley, A
History o f Cynicism, Londres, 19 37 (reimpr. Hildesheim, 1967), pp. 13
y 43·
49 Diogenes imitando a Sócrates: véase también D. R. Dudley, op.
cit., p. 27; Diógenes y Heracles: Diógenes Laercio, V I 71, así como VI
40 (Diógenes jurando por Heracles).
50 Diógenes Laercio, V I 2 y 104-105; R. Hóistad (Cynic Hero and
Cynic King, pp. 3 6 y 42) tiene razón al poner en relación la iskhys sôkra-
tiké (Diógenes Laercio, V I 11) y la Fuerza de Heracles (Diógenes Laer
cio, V I 16 y 18).
51 Véase Detienne i960: 19-53.
377
SÓCRATES ES UN HOM BRE
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SÓCRATES, PLATÓN, HERACLES
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SÓCRATES ES UN HOMBRE
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SÓCRATES, PLA TÓ N ,H E R A C LE S
381
CUARTA PARTE
¿QUÉ MUJER?
¿J_ íO femenino para las mujeres, y para los hombres la vi
rilidad? El gesto platónico de división resulta demasiado
ostentoso para ser, en última instancia, significativo, y, si
Platón fuese nuestro tema, quedaría por estudiar la estra
tegia retorcida por medio de la cual la lengua de los diálo
gos vuelve a apropiarse— a mayor beneficio del filósofo
genérico— de la feminidad que el pensamiento fingía ha
ber restituido (¡con cuánta condescendencia!) a las muje
res. Pero a partir de este momento las cosas suceden en un
registro muy distinto del de las representaciones explíci
tas y vamos a abandonar a su destino la figura del filósofo.
Porque ya es hora de preguntarse acerca de lo que su
cede con lo femenino en el bando de las mujeres. O más
bien, qué queda, para las mujeres, de lo femenino.
Queda, desde luego, negatividad para aterrorizar, p e
ro también para seducir y fascinar. Es terrorífica la pul
sión— eminentemente femenina— de desear el poder, atri
buto indiscutible de los hombres: Hera o Clitemnestra se
alzan, temibles. Pero el imaginario dispone de muchos re
cursos y esta pulsión es atribuida a las mujeres en la misma
medida en que son siempre devueltas a su lugar, porque
han perdido ya el poder. Por lo tanto, sería preciso com
prender que lo característico de lo femenino estriba en de
sear algo que, sin discusión, corresponde a los hombres. E s
ta es una manera, para el varón griego, de olvidar— o bien
de justificar silenciosamente— todo cuanto se ha apropia
do de la «naturaleza» de las mujeres pensando en la parte
viril del otro sexo de acuerdo con el modo de la usurpa
ción.
Existe además, sin embargo, lo femenino en sí de las
385
¿QUÉ M U JER ?
386
X
Y SE R EC H A Z A R Á A LA S M A D R ES
Sissa 1987.
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¿QUÉ M UJER?
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Y SE R E C H A Z A R Á A LAS M A D R E S
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¿QUÉ M U JER ?
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Y SE RE C H A Z A R Á A LAS M A D RE S
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¿QUÉ MUJER?
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Y SE RE C H A Z A R Á A LAS M A D RE S
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Y SE R E CH A Z A R Á A LAS M A D RE S
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Y SE RE C H A Z A R Á A LAS M A D RE S
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¿QUÉ M UJER?
O restes vence caso de que exista em pate en los votos (v. 74 1).
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Y SE RECHAZARÁ A LAS MADRES
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¿QUÉ M U JER?
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Y SE RECHAZARÁ A LAS MADRES
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¿QUÉ M U JER?
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Y SE RECHAZARÁ A LAS MADRES
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¿QUÉ M UJER?
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Y SE RECHAZARÁ A LAS MADRES
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¿QUÉ M U JER ?
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XI
E L FA N T A SM A D E LA S E X U A L ID A D
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¿QUÉ M U JER?
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E L FA N T A SM A DE LA SE X U A LID A D
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¿QUÉ M U JER?
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E L F A N TA SM A DE LA SE X U A L ID A D
7 Iliada I I I 125-128.
8 Se trata de la presentación de Ulises por parte de Helena (III 200-
202); las demás intervenciones se hallan en III 173-180, 229-242, 399-
412, 428-436; V I 344-358; X X IV 762-775.
5 La «perrería»: I I I 180; V I 344 y 356. En La guerre de Troie n ’aura
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¿QUÉ M UJER?
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EL F A N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
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E L FA N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
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¿QUÉ M U JER?
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EL FA N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
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¿QUÉ M U JER?
21 litada I I I 156-160.
23 De aquí deriva la extrapolación, por parte de Aristóteles, de H e
lena al placer (Ética a Nicómaco II 9 , 1109 b 9 ss.): «Los sentimientos de
los ancianos con respecto a Helena, he ahí lo que nosotros mismos de
bemos sentir en lugar del placer, y es preciso que repitamos siempre sus
palabras, y es así, despidiendo de este modo al placer, como cometeremos
el menor número de errores.»
418
E L FA N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
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¿QUÉ M U JER?
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E L FA N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
D e sb o rd a d o el latir,
m i ca lo r n a tu ra l p o r el m ied o se e n fría .31
30Stygeré (déla misma raíz que Estigia, el río délos Infiernos, y que
el verbo stygéó, sentir horror, que Eurípides emplea hasta la saciedad a
propósito de Helena): Iliada III 404; véase Iliada IX 454 (la Erinia);
V III 368 (Hades); II 385 y X V III 209 (Ares; tres apariciones con póle-
mos); Hesíodo, Teogonia 2 2 6 (Eris). KynOs kakomékhánou okryoéssés·.
Iliada V I 344; véase Iliada IX 257 (Eris kakomékhanos) y IX 64 (la gue
rra civil okryoéssé), así como X III 48; X X IV 524 y Hesíodo, Teogonia
936 (kryoerós: terror, gemidos, guerra).
31 Iliada X IX 325: rhigedané, que podemos comparar con X X IV
775. A propósito de todo esto, véase L. L, Clader, Helen, Leiden, 1976,
pp. 18-22. Cita de Ronsard: Sonetos para Helena I 2, w . 5-6. [Trad, de C.
Pujol, Barcelona, Bruguera, 1982. (N. de los T.)]
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¿QUÉ M U JER?
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E L F A N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
EL PUDOR DE H E L E N A ES H IJO DE N E M E S IS
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¿QUÉ M U JER?
LA PÉRDID A Y EL SU BSTITU TO
*8 Neutros desde el punto de vista del género tanto como del senti
do: véase Fedro 225e 5 (poieî ta metà toûto takhy taûta·. «Hace rápida
mente esto el que sigue aquello») y 256c 3-4 («se dedican a este asunto.
Y una vez este asunto realizado...»).
ís Véase, por ejemplo, Benveniste 1969: 340.
60 Sonetos para Helena II 48, w . 12-14. [Trad, de C. Pujol, Barcelo
na, Bruguera, 1982. (N. de los I ) ]
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E L FA N T A SM A DE LA SE X U A L ID A D
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EL FA N T A SM A DE LA SE X U A LID A D
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E L F A N TA SM A DE LA SE X U A L ID A D
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X II
L O Q U E V IO T IR E S IA S
Ba l z a c , Beatriz ( ia p a rte ).
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¿QUÉ M U JER ?
V E R A UN IN M O RTAL, V E R A A T E N E A
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
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¿QUÉ M U JER?
10 O bien, por traducir como Pucci 1985: 171 (y 1986: 8): «Los dio
ses resultan terribles cuando se aparecen en todo su esplendor.»
11 Así, al comentar Odisea III 420 (donde Atenea ha llegado enar
gés), Eustacio dice que «ella se aparece a la vista corporalmente» (sóma-
tikñs). A propósito de las dificultades que comporta la comprensión del
término enargés, véase Pucci 1986: 21-22.
12 A propósito del terror del cara a cara y la máscara de la Gorgona
que lo encarna en su frontalidad, véase Schlesier 1982: 23 ss., Vernant
1985 (y 1989: 119-120).
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
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¿QUÉ M U JE R ?
nea, sino de una de las muchas que es capaz de adoptar (Pucci 1986: 14-
15). Odisea X I I I 287-319 (y X V I 157-164); no obstante, en el v. 288 (démas
d'éikto gynaikí), traducir, como hacen V. Bérard y Ph. Jaccottet, es forzar
el texto: «Ella retoma los rasgos de una mujer», cosa que implica prejuz
gar la forma «ordinaria» de Atenea; a lo sumo, el texto permite entender:
«En lo que respecta al cuerpo, ella había adoptado forma de mujer.»
30 Brisson 1976: 34, la cursiva es mía. De un modo más sutil, B u x
ton, que acepta en su conjunto a grandes rasgos el razonamiento de
Brisson, señala que pasar de la masculinidad aparente a la feminidad la
tente «significa una transgresión más radical de la identidad divina, lo
que no ocurre con la feminidad “ transparente” de Afrodita» (1980: 31).
3 ' En el v. 8 8, stéthea kaílagónas (el seno y los costados) no tiene na
da de descriptivo; estos términos sirven simplemente para localizar una
parte del cuerpo humano, tanto masculino como femenino.
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
LA D IOSA, E L OJO Y E L V E R
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
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E L C U E R P O IM P O S IB L E D E LA « P A R T H E N O S »
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¿QUÉ M U JER?
42 Para Dumézil, Paris no elige entre tres tipos de belleza, sino en
tre las tres funciones.
43 Baño de las tres diosas: Eurípides, Andrómaca 284-286; Helena
676-678; ellas lavan sus cuerpos brillantes (aiglânta sómata) o, simple
mente, su belleza (morphán); morphé, la forma como nombre de la be
lleza: véase también Troyanas 975 e Ifigenia en Aulide 183-184. A propó
sito de todo esto, véase Jouan 1966: 95-99.
44 Véase Ch. Dugas, «Tradition littéraire et tradition graphique dans
l ’Antiquité grecque», L''Antiquité classique, 6 (1937), p. 13 y fîg. 6 (crá
tera de la Biblioteca nacional). La oposición que estructura la imagen se
establece, como ocurre en Sófocles (η. 22), entre Atenea, que se lava (se
conforma con el agua de una fuente), y sus rivales, que se acicalan.
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
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¿QUÉ M U JER?
” Iliada V 737; cf. V I I I 376 y Eurípides, lón 993; stSthos es, en rela
ción con el guerrero, lo que cubre la coraza (thóréx): véase Iliada X V I
133 y X V II 606; en el Ión 995, Atenea lleva la piel de la Gorgona sobre
el pecho (ept stérnois)·, sobre los hombros: véase Iliada V 738 e Himno
homérico a Atenea 14-15.
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LO Q U E VIO T I R E S I A S
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¿QUÉ M U JER ?
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L O Q U E VI O T I R E S I A S
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A MODO DE C O N C L U S IO N
EL NATURAL FEMENINO
EN LA HISTORIA
— P e ro no con sigo que m e in te re se la h isto ria , la h is
to ria real y solem n e. ¿U ste d p u ed e ?
— Sí, ad o ro la h isto ria.
•— D e se a ría que a m í m e gu stase tam bién . L a le o
un p o c o p o r o b lig a ció n , p ero n o m e d ice n ad a q ue
no m e irrite o m e ab u rra. L a s q u erellas d e reyes o
p ap as, con gu erras o pestes a cada página; esos h o m
b res que no valen gran cosa, y apenas n in gu n a m u
jer, es to d o m u y ab u rrid o .
ja n e Au s t e n , La abadía de Northanger
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A MODO DE CO N C LU SIO N
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EL N A T U RA L F E M E N I N O E N LA H IS T O R IA
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A MODO DE CON CLU SION
LO Q U E L E O C U R R E A Q U I E N N O ES
A G E N T E DE LA H IS T O R I A
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A MODO DE CONCLUSION
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EL N A T U RA L F E M E N I N O E N LA H IS T O R IA
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A MODO DE C O N CLU SIO N
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EL N A T U RA L F E M E N I N O E N LA H I S T O R I A
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A MODO DE CONCLUSION
EN A LG U N O S IN T E R S T IC IO S DE LA H IST O R IA
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A MODO DE CO N C LU SIO N
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A MODO DE CONCLUSION
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A MODO DE C O N CLU SIÓ N
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A MODO DE C O N C L U SIO N
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E L N A T U R A L F E M E N I N O E N LA H I S T O R I A
LAS M U J E R E S Y LA « S T A S I S »
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A MODO DE CON CLUSION
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A PROPÓSITO DE LAS M U JE R E S
Y DE LA « P H Y S I S »
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y los hijos por parte de las mujeres, su lengua pasa a ser re
tórica [katà tnén éleusan ... tSn gynatka, katà dè tá tékna ),
cosa que, sin duda alguna, el lector valorará como un indi
cio para la interpretación. En cuanto a los atenienses, H e
ródoto no dice que hayan condenado esta vez el acto de
sus mujeres, y la tradición ateniense, que justifica por ra
zones patrióticas la lapidación del buleuta, se apresurará a
interpretar este silencio como un consentimiento. En un
alarde retórico, Demóstenes llegará incluso a convertir la
intervención de las mujeres en algo así como un acto de ci
vismo paralelo al de los ándres, un exemplum perfectamen
te digno de los héroes de Salamina.97 Pero, para proceder
a esta operación, el orador tiene que olvidar que, en esta
ocasión, las mujeres agredieron a unos niños, no sólo a
otra mujer. H eródoto, que no interviene personalmente
en el relato, sino que se contenta con deslizar en él una aná
fora, era en realidad más crítico, y se puede suponer que,
si el primer katá introduce el acto, el segundo subraya el
exceso.98 Con el exceso, se dibuja en el transfondo el na
tural femenino, único principio de explicación suscepti
ble de dar razón de un acto semejante.
Como, a pesar de todo, pretendo dar algún sentido a
esta historia que no comporta moral alguna, voy a arries
garme a hacer algunas observaciones. En primer lugar, exis
te en este «acto de mujeres» una suerte de tensión entre lo
que es propiamente femenino y lo que imita el mundo de
los hombres: el fraccionamiento en individualidades ca
racteriza al género femenino— de este modo, para consti
tuirse en grupo, las mujeres tienen necesidad de excitarse
(idiakeleusaménë ) una a otra— , pero la intervención es co
52.5
A MODO DE CON CLU SIO N
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E L N A T U R A L F E M E N I N O E N LA H I S T O R I A
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A MODO DE CON CLU SION
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E L N A T U R A L F E M E N I N O E N LA H I S T O R I A
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Gl osari o
TÉR M IN O S Y NO M BRES E S E N C IA L E S
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GLOSARIO
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ÍNDICE TEM ÁTICO Y ONOMÁSTICO
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ÍNDICE TEMÁTICO Y ONOMASTICO
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ÍNDICE TEMÁTICO Y ONOMASTICO
emboscada: 50, 51, 52, 189, 397, 408, 419, 423, 433,
1 9 0 , 243, 493 434, 436, 438, 501,519
enfermedad: 68-70, 73, 86-88, — , E um énides·. 1 4, 1 05 , 226,
X 1 3 , 1 1 4 , 1 2 0 , 380 387, 390, 3 9 4 , 397
— de las mujeres: 68, 69, 72, estrangular, estrangul amiento:
87-89, 253 2 1 9, 222-257
epitáphios: v. discurso fúnebre, Eu r í pi d e s : 53, 54, 58, 59, 94,
e popeya, épica: 10, 15, 16, 47, 96, 233, 238, 2 40 , 2 4 2 - 2 4 4 ,
62, 80, 81, 87, 93, 1 0 2 , 1 1 7 , 2 7 1 , 2 7 7 , 2 78, 280, 292,
1 2 4, 1 3 0 - 1 3 2 , 150, 1 57 , 1 6 1 , 301, 390, 4 1 2 , 4 2 0 , 424,
1 6 3 , 1 7 0 , 1 7 1 , 1 7 4 , 1 9 5 , 2 01 , 4 ¿ 7 , 433 , 435 -4 3 9 , 4 4 ^, 459
2 02, 2 0 6 , 208, 2 0 9 , 2 1 2, — , H ip ó lito coronado·, 7 0 , 73,
2 2 1 , 250, 2 61 , 263, 3 0 7 , 313, 233, 238, 2 4 4
319, 323, 324, 330, 3 4 1 , 361 ,
, , . . .,
365 403 404 409 412 467 f ascinación: 1 45, 3 0 1 , 3 8 6 , 3 9 2 ,
Erinias: 83, 91, 1 93, 395, 397, 404, 460
398, 4 0 0 - 4 0 2 Fe dra : 7 0 , 73, 84, 94, 233, 238,
éris, Eris: 1 1 7 , 4 1 6 , 4 2 1 - 4 2 5 , 4 3 3 2 44, 245
érós, Eros, erótico: 33, 264, f emi ni dad: 1 0, 16, 1 7 , 19, 21,
2 90, 301 , 335, 4 0 7 , 408, 22, 25, 27, 28, 30, 4 0 , 5 8 , 68,
415, 420-422, 424, 427, 73, 80, 87, 93, 97, 183, 2 1 7 ,
433,453 222, 251, 255, 259, 264,
esclavo, esclavitud: 1 0 6 , 1 0 7 , 270, 272, 2 73 , 375, 278,
1 2 3- 1 2 5, 1 2 9 , 1 32, 1 33, 240, 289, 2 91 , 30 6 , 3 07 , 31 3- 31 5,
2 62, 265, 2 67 , 268, 275, 381, 385, 3 9 4 , 4 06 , 475,
2-84, 337 , 338 , 485. 486, 4 9 4 , 529
488-492, 504 fíbula: 465, 4 7 1 , 4 9 7 , 5 2 1
espada: 87, 93-96, 1 6 1 , 189- f il ósofo, filosofía: 31-33, 1 09 ,
1 9 1 , 2 0 2 - 2 0 4 , 2 1 6, 238, 240, 1 2 2 , 132, 3 1 3 - 31 6 , 31 9-359,
246 - 2 48 , 252, 256, 2 7 9 36 2- 364 , 3 6 7 , 3 6 9 , 3 7 1 , 373-
E s part a, espartano: 19, 43-45, 380, 3 8 5 , 4 5 5
48, 52., 53, 58, 70 , n i , 1 1 2 , flecha: 61-63, 76-78, 91-93,
1 3 9 - 1 7 0 , 1 9 3 , 1 9 9 , 223, 228- 207-210, 216, 2 79, 299,
2.31, 2.47, 442, 480, 495, 300, 305, 3 0 6 , 4 6 7 , 4 7 3
498, 502, 507, 51 4- 520, 523 frío: 1 4, 2 03, 236, 350, 353, 354,
Es qui l o: 53, 72, 105, 123, 1 2 6, 42I
2 14, 239, 246, 263, 387, fuerza, fuerte: 1 7, 32, 44, 47,
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INDICE TEMÁTICO Y ONOMÁSTICO
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ESTA E D IC IÓ N , P R IM E R A ,
DE «LAS E X P E R IE N C IA S DE T IR E SIA S »,
DE N IC O LE LO R A U X ,
SE HA T ER M IN A D O D E IM P R IM IR ,
EN CAPELLADES,
E N E L M ES DE M ARZO
D EL AÑO 2OO4.
C A N T I L A D O