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Un hombre en un mercado en Caracas. En el vídeo, ciudadanos venezolanos hablan sobre la hiperinflación. GETTY /
EPV
Los números, en Venezuela, ya no dicen casi nada. En noviembre del
MÁS INFORMACIÓN
año pasado se registró una inflación récord: los precios aumentaron
Maduro aumenta un
ese mes un 57%, según el seguimiento que hace la Asamblea Nacional.
Venezuela entró en la temida hiperinflación que se advertía desde hacía
dos años. Aunque la cifra de este noviembre aún se desconoce, en
octubre ya triplicó la registrada hace un año, un porcentaje
150% el salario
escandaloso para los economistas que se convierte en sofocante en la
mínimo en plena
hiperinflación vida cotidiana. El viernes, las autoridades venezolanas anunciaron una
devaluación del bolívar del 43%. Un día antes habían elevado el salario
Las disidencias de
Cuba y Venezuela en un 150%.
piden en Chile más
solidaridad regional
Karina Cancino, de 42 años, era hasta el año pasado gerente de su
Empresas chinas
productora audiovisual. Ella no necesita cifras para medir la inflación:
pagaron 176 millones
en sobornos en “He reducido la calidad de vida de mis hijas. Las clases de inglés, baile y
Venezuela
deporte se acabaron este año. También el seguro médico. Tampoco
hemos viajado: desde hace dos años, cuando fuimos a Nueva York, no
salimos de vacaciones. Trabajo solo para mantener a las niñas”, añade.
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Replay
Para los venezolanos, la hiperinflación —un fenómeno del que la región no sabía desde
principios de la década de los noventa, cuando Perú sufrió una fortísima subida de precios
— ha implicado un empobrecimiento mayor del que se ha registrado nunca antes en
América Latina. Primero porque la voracidad de la escalada inflacionista se produce en un
país sin apenas industria y sin agricultura y totalmente dependiente de la importación, lo
que ha cronificado el desabastecimiento. Segundo, porque un año después del problema —
al menos en la definición técnica de hiperinflación, porque la escalada había empezado
mucho antes—, el Gobierno de Nicolás Maduro ni siquiera se refiere al mal por su nombre,
sino que lo mete en el saco de la llamada "guerra económica" que ha afrontado con
medidas contraindicadas. A una economía infestada de liquidez, las autoridades le siguen
agregando dinero con consecutivos aumentos de salarios y bonificaciones que el fisco no
está en capacidad de respaldar, por lo que se ve obligado a imprimir más y más billetes. El
perro que se muerde la cola.
César Reina, de 45 años, hace milagros con el sueldo mínimo que gana como mensajero en
una empresa. "Antes, uno podía guardar un poco del salario y juntar para comprarse algo.
Ahora se vive al día". Vive al día en un barrio en La Guaira, en las afueras de Caracas, y
desde hace dos meses comenzó a ocupar las horas que le quedan libres haciendo trabajo
de albañilería a destajo. "Pinto, reparo cosas, hago lo que sea. Con eso pude pagar la
inscripción y los útiles escolares de mi hija pequeña, porque solo el pantalón para la escuela
me costaba 1.800 bolívares [el salario mínimo que regía desde agosto hasta este jueves,
cuando el Gobierno lo aumentó hasta los 4.500 bolívares soberanos]". La mayor de sus
hijas, de 21 años, emigró a Chile a principios de noviembre sin ni siquiera haber podido
terminar la carrera de Comunicación Social. "Allá ya tiene trabajo y está mejor".
César Reina, ayer en Caracas. F. S.
Reina reconoce que ha perdido peso, aunque con los ingresos extra dice que se ha
repuesto: come una o dos veces al día. La sardina se ha vuelto común en su dieta. “En mi
barrio era tradición los domingos hacer una sopa de costilla y pollo para compartir con los
vecinos, pero ya no se puede hacer sopa y mucho menos compartir”.
Desde la populosa Petare, cerca de la capital, Maura García también hace magia con los
ingresos mínimos que recibe para cubrir las cuentas y apoyar a hijos y hermanos. En su
sector llegaban con cierta regularidad las bolsas del Clap, el programa de alimentos a bajo
costo que ideó Maduro para compensar las dificultades para acceder los alimentos en un
país donde las muertes por desnutrición van en aumento. Desde hace más de un mes no
llegan y durante el último año la energía del día, más que en el trabajo, la gasta en conseguir
comida: con intercambios entre compañeros o haciendo largas colas cuando llegan los
productos con precios regulados a los supermercados. “Hace tiempo que no sé lo que es
comer carne ni frutas”. Con su sueldo apenas puede comprar 15 huevos. Como en el caso
de Reina, uno de sus hijos emigró a Colombia hace un año. Aun en situación irregular,
puede enviar algo de dinero para que su madre pueda comer.
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Sin visos de cambio
La Encuesta de Condiciones de Vida, presentada esta semana por la Universidad Católica
Andrés Bello, refleja que el 48% de los hogares venezolanos son pobres, dos puntos más
que un año antes. Esa es una de las razones que más ha empujado la migración, que se
calcula en casi 700.000 personas solo este año, un éxodo que también ha estimulado una
economía de remesas que da cierta holgura a un grupo. Como en todas las hiperinflaciones
recientes, el dólar se ha hecho cada vez más común para las transacciones: las divisas
extranjeras han reemplazado al devaluado bolívar en consultas médicas, servicios
profesionales y técnicos y hasta para comprar algo tan básico como harina de maíz en el
mercado negro.
Maura García, ayer en el barrio de Petare, en Caracas.
Los hermanos Nil y Manuel Rodríguez Domínguez cerraron en noviembre el bar familiar que
mantuvieron por 28 años en Chacao, una zona de juerga al este de Caracas. Una calurosa
despedida con clientes habituales de la tasca le puso un precipitado cierre a un ciclo. “El
último año se hizo muy difícil sostener el ritmo de precios”. El negocio vivía de la cerveza,
que empezó a aumentar tan rápido que se hacía difícil ofrecerla a un precio que la gente
pudiera pagar y que a ellos les quedaran ingresos para reponer el inventario. Estos
malabares se han convertido en habituales entre los comerciantes, pero los hermanos han
tirado la toalla: han vendido el negocio y emigrarán a Galicia, en España, a la tierra de sus
padres. Hace un año, el precio del dólar paralelo llegó a los 100.000 bolívares (que hoy
equivalen a un bolívar soberano), con lo que era posible drenar la angustia de la crisis hasta
con seis cervezas. Esta semana, el billete verde se cambia por casi 500 bolívares: no
alcanza ni para un par.
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