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Luego del análisis en clase surge de nuevo la pregunta: ¿qué sostiene a qué, el objeto
al nombre o el nombre al objeto? ¿la norma al concepto de familia o viceversa?.
Considero necesario destacar dos conceptos abordados hoy: Diferenciar y Discriminar,
pues justamente en el uso indistinto de estos surge uno de los factores que impiden
atajar el caso de los matrimonios igualitarios en México de manera objetiva.
A este respecto Foucault señalaba que “los deseos establecen relaciones, y que la
sexualidad no es una fatalidad, es una posibilidad de vida creativa”, y es justamente la
posibilidad de generar relaciones sociales que escapen a la regulación
(¿comprensión?) de quienes por siglos han ido sólo añadiendo velos al mismo modelo
de campo social impidiéndole evolucionar y adecuándolo únicamente a la moda de la
época, lo que les preocupa, a tal punto de obligar a cada pareja no heterosexual a
pasar por un proceso de amparo para obtener algo que constitucionalmente ya se les
ha otorgado. Pareciera que en un intento desesperado por mantener operando un
sistema que les ha procurado tanto con tan poco esfuerzo prefieren ignorar o frenar los
cambios propios de toda sociedad, lo que no les contaron en la escuela (ni a mí) es que
en el Derecho como en todas las ciencias sociales el objeto de estudio no está muerto,
ni quieto, no se puede aislar en un laboratorio, por consiguiente, no se puede interpretar
la ley apoyándose en remiendos de leyes publicadas para sociedades de otra época, y
por lo general (ya sabemos que la mayoría de nuestras leyes son una copia de otras)
de otros contextos geográficos y socioculturales.
Considero muy oportuno el abordar cómo los dispositivos de poder se articulan en el
tejido social a través de estos amparos, aunque una clase es muy poco tiempo.