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LA INVENCION
DE LA ARGENTINA
Historia de una idea
Todo texto se escribe con alguna idea del público al que está
dirigido. Este concepto de público influye en las decisiones más
básicas del autor: qué tcm as y (letal les se eligen, cuánto se dice sobre
el trasfondo y el contexto, qué términos se definen, qué ejem plos se
dan, y una serie de otras consideraciones, no todas conscientes.
Como noto en el prefacio, este libro fue destinado desde un
principio a un público norteamericano no especializado en temas
argentinos. Fue por eso que recibí con asombro (y cierto terror) la
propuesta de Emecé de traducir mi libro al castellano y publicarlo
en la Argentina. Al principio pensé aceptar sólo si se m e permitía
darle otro enfoque al libro para un público argentino. Casi inm edia
tamente me di cuenta de mi incapacidad para tal empresa. M e
fascina la Argentina, me siento muy a gusto en la Argentina, tengo
una gran admiración por la cultura argentina, y entre m is mejores
amigos figuran muchos argentinos. Pero en ningún momento m e he
sentido capacitado com o para enseñar a argentinos sobre su propio
país. Voy a la Argentina para que me enseñen y no para enseñar. Por
lo tanto, presento la traducción de mi libro al público argentino con
ciertas reservas porque, con muy pocas excepciones, la traducción
sigue siendo el m ismo libro que se publicó en inglés en 1991 para
otros lectores. Mi perspectiva es la única que no me está vedada: la
de un extranjero que en un momento de su juventud visitó la
Argentina, fue conquistado, y por lo tanto ha dedicado la mayor
parte de su vida profesional al estudio de lo argentino. Si mi libro
le resulta útil a algún argentino, me sentiré enormemente halagado,
pero tendré que confesar que esta feliz circunstancia se debe al azar
y no a mis intenciones. Mientras tanto, les agradezco su apoyo a los
editores de Emecé; a mi traductor César Aira, que valientem ente ha
convertido mi inglés en español; y a muchos am igos argentinos que
m e han asegurado que sus compatriotas podrían encontrar intere
sante este m odesto estudio.
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Prefacio
D ice B orges que lo s libros se escriben solos, que por mucho que
pretendan lo s autores elegir sus temas, es el tema el que viene a
decidir su propia expresión. Sin querer emular en m odo alguno a
B orges, encuentro que el proceso de escritura de este libro confirma
su aserto. El proyecto original era escribir una historia de las ideas
del lapso de quince años que corre entre el golpe de 1930 (el primero
de este sig lo en la Argentina) y el triunfo de Juan Dom ingo Perón
en 1945. Mi ob jetivo era reconstruirlas corrientes intelectuales que
anticiparon al peronism o, y explicaren alguna medida la extraordi
naria polarización que desde entonces ha dominado a la Argentina.
D iligente, le í a autores nacionalistas com o lo s hermanos Irazusta,
H ugo W ast, Carlos Ibarguren, Ramón D olí y M onseñor Franceschi;
populistas com o Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz; liberales
y cosm opolitas com o Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada,
Jorge L uis B orges y Victoria Ocampo. Observé con especial interés
que lo s feroces desacuerdos entre intelectuales argentinos nacían de
conceptos radicalmente diversos de la mism a N ación Argentina: de
su historia, su naturaleza, su papel entre las naciones del mundo.
Pero cuando em p ecé a escribir descubrí que lo que parecía nuevo en
la década d e 1930 con frecuencia no era más que repetición,
reelaboración, o al m enos diálogo con el pensamiento argentino de
épocas anteriores, y eso a tal punto que m is notas al pie parecían
crecer m ás rápido que el texto. Con el tiem po, m e incliné ante lo
inevitable y escribí este libro, sobre la Argentina del siglo x k . Aunque
en ocasion es hago referencia aquí al pensamiento argentino más
reciente, e l otro libro, dedicado específicam ente a la Argentina
moderna, tendrá que esperar. M e consuela pensar que el libro que
no llev é a término podrá escribirse con m enos dificultad ahora,
usando éste com o punto de partida.
La opinión más extendida v e a la Argentina com o un fracaso
nacional: uno de lo s p ocos países que pasó del primero al tercer
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m und o en unas d écad as apenas. En la década de 1920 nadie habría
co n sid era d o a la A rgentina un país subdesarrollado. Con un gobierno
d e apariencia esta b le, una población altam ente alfabetizada, y una
prosperidad sin igu al en otras n acion es latinoamericanas, a la
A rgen tin a s e la v eía co m o una d e las exitosas democracias nuevas,
igual en m u ch o s asp ectos a Australia, Canadá y los Estados Unidos,
Y a p esar d e e sto s aires d e prom esa, durante los últimos cincuenta
añ os la A rgen tin a transitó d e crisis en crisis, cayendo en honduras
siem p re cr ecie n te s d e inestabilidad econ óm ica, desgarramiento so-
cia l, c a o s p o lítico , m ilitarism o, endeudam iento y gobiernos irres
p o n sa b les. Por sup u esto que hubo m om en tos en que pudo encen
d erse la esp eran za, cuando argentinos valien tes y abnegados se
esforzaron en restaurar la prosperidad y estabilidad de comienzos
d e s ig lo . Pero sin perdonar excep cion es, la inquietud social, el
resen tim ien to d e clases y la incertidumbre económ ica llevaron al
fracaso lo s m ejores planes ideados por lo s ciudadanos más lúcidos.
¿Q ué pasó? ¿C óm o pudo ser que a una nación beneficiada con
e n v id ia b le s recursos naturales y hum anos le resulte tan difícil
revertir esta lenta y m elan cólica d eclinación hacia la mezquindad y
la in sig n ifican cia? Las exp licacion es son m uchas, contradictorias,
in com p letas: estructuras económ icas coloniales, una clase alta
irresp onsab le, d em agogos m csián icos, una jerarquía católica re
accionaria, m ilitares sed ien tos de poder, tradiciones autoritaristas,
la co n sp ira ció n com u n ista, m u ltin acionales om n ip oten tes, la
in trom isión de potencias im periales com o Gran Bretaña y los
E stad os U n id os.
E ste libro tom a en cuenta otro factor d e la ecuación argentina
q ue su e le pasarse por alto en las historias económ icas, sociales y
p o líticas: la pcculiarm entalidad divisoria creada por los intelectua
le s d el p aís en el sig lo xix, en la que se enm arcó la primera idea de
la A rgentina. E ste legado id eológico es en algún sentido una
m ito lo g ía d e la ex c lu sió n antes que una idea nacional unificadora,
una receta para la d ivisión antes que un pluralism o de consenso. El
fracaso en la creación de un marco id eológico para la unión ayudó
a p rod ucir lo que Ernesto Sabato ha llam ado “una sociedad de
o p o sito res” , tan interesada en hum illar al otro com o en desarrollar
una n a ció n viab le unida por el con sen so y el com prom iso. Aunque
esta e x p lic a c ió n del problem a argentino es apenas un factor entre
otros d e la com p leja ecu ación llam ada A rgentina, m erece análisis
y d o cu m en ta ción . E se fin se propone este libro.
E stu d io la “m ito lo g ía d e la ex c lu sió n ” en la Argentina del siglo
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xrx en sus partes constitutivas, que llamó “ficciones orientadoras“.
Las ficcion es orientadoras de las naciones no pueden ser probadas,
y en realidad suelen ser creaciones tan artificiales com o ficciones
literarias. Pero son necesarias para darle a los individuos un senti
miento de nación, comunidad, identidad colectiva y un destino
común nacional. Com o afirma Edmund S. Morgan en su libro
magistral Inventing the People:
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A rg en tin a tal c o m o ap arecen e n lo s escritores y pensadores nuts
im p o rta n tes d e l p a ís en tre 1SOS y ISSO. I la lv r p u e s to a osla ultima
c o m o foch a lím ite cau sara c ierto asom b ro enirv los lectores lamí
lia riz a d o s c o n la h isto ria argentina, ya q ue su e le eon sliloiaise n esc
afio c o m o e l in au gu ral do la A rgen tin a m od ern a, divisoria ríe uptins
en tre un p e r ío d o do guerras c iv ile s , ca u d illism o s m ilitares y utos, y
u n p erío d o do relativa esta b ilid a d , cr ecim ien to sin precedentes y
p ro g reso m a terial. A u n q u e e s in n egab le que los logres económ icos,
s o c ia le s y p o lític o s en la A rgentina desp u és d e 188 0 em pequeñecen
en co m p a ra ció n lo s d el p eríod o anterior, creo d e lod os m odos que
la s fic c io n e s orien tadoras y lo s paradigm as retóricos riel país se
fundaron m u c h o an tes d e 1880, y que estas fic cio n es siguen dando
form a a la a c c ió n y la identidad d el país.
D eb o h a cer m en ció n d e otras cuatro cu estion es de ntétodo,
P rim ero, p e s e a d e s v ío s por el eanqx> de la historia social, lie
m a n ten id o e n e l centro d e la d iscu sión a las ideas pertinentes a la
crea ció n d e la identidad n acional, y a su interacción con la historia.
D e a h í q u e a lgu n os personajes puedan parecer m ás admirables que
otro s sim p lem en te ponju c sus ideas fueron m ejores. Por ejem plo,
d o s p en sa d ores centrales que estudiarem os son D om ingo Faustino
S arm iento y Juan Bautista Alberdi. De los dos, jxu‘ c ie n o fue
Sarm iento e l d e m ás prom inente y admirable actuación pilhliea, en
esp ecia l por su ardiente prom oción de la educación. Pero com o
p en sad or Sarm iento dejó un legado con peculiar tuer/a de d ivisión ,
q uizás su contribución más desafortunada al país, fin contraste,
A lberdi, aunque prefirió la teoría a la acción y en términos generales
se n eg ó a en suciarse las m anos con la vida pilhliea cotidiana, nos
sorprende siem p re con la originalidad de sus ideas, su visión
anticipatoria y su permanente vigencia. C om o resultado, en una
historia puram ente social es probable que Sann icn to aparecería
co m o el m ejor; aquí, el beneficiado es Alberdi.
S eg u n d o, aunque el libro se ocupa de las ideas de la Argentina
del sig lo x ix , no e s un panorama de la historia de las ideas argenti
nas, ni exam ina con amplitud los antecedentes europeos del pensa
m iento argentino. A ntes b ien es un estudio del surgimiento, durante
el sig lo pasado, del sentim iento de identidad de la Argentina.1
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Tercero: aun cu m io creo que la mentalidad peculiar argentina
dd sádo pasado colorea en cieno grado todo lo que puedan decir
sobre sí mismos y su país los argentinos modernos, este libro deja
fuera de sus límites un análisis en detalle del pensamiento argentino
contemporáneo.
Y por último, como los argentinos por cierto no necesitan que
un extranjero vaya a hablarles de la historia de su país, he escrito
pensando a i un público de habla inglesa, con escaso conocimiento
especializado de la Argentina. Esta elección de público me llevó a
incluir esbozos biográficos e históricos que dan el marco necesario,
aunque esquemático, a los temas centrales del libro.
El libro está organizado del siguiente modo. El capítulo 1
expone brevem ente el legado colonial de la Argentina y los primeros
pasos vacilantes de la región hacía la independencia. Los lectores ya
familiarizados con la historia argentina pueden preferir iniciar la
lectura con el capítulo 2, dedicado a los escritos e influencia de
Mariano Moreno, el pensador más significativo del período de la
Independencia. El capítulo 3 examina las tempranas figuras po
pulistas de José Artigas, héroe de la independencia uruguaya, y
Bartolomé Hidalgo, creador de la literatura gauchesca, género
peculiar de la literatura rioplatense protagonizado por los habitantes
nómades de las pamp>as. El capítulo 4 se ocupa de la República
teórica de Bemardino Rivadavia, que tuvo su apogeo y caída en la
década de 1820. Los capítulos 5 y 6 están dedicados ala Generación
de 1837, grupo de escritores que en su enfrentamiento con la
dictadura populista de Juan Manuel de Rosas se constituyó en la
generación de intelectuales más brillantes que haya dado el país. El
capítulo 7 estudia una polémica de largo alcance, durante la década
de 1850, entre Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento,
dos de los miembros más distinguidos de la Generación del 37, cuya
común oposición al régimen resista se disolvió en acerba enemistad
tras la caída de Rosas. El capítulo 8 se ocupa de la obra historiográfica
de Bartolomé Mitre, militar, escritor, historiador y político que, al
sentarlas bases para una hístoriaoficial, contribuyó en gran medida
en la creación de las ficciones orientadoras del país. Los capítulos
9 y 10 estudian el florecimiento de una especie de nacionalismo
intelectual queamcnazócon dcscstabilizarlas ficciones orientadoras
establecidas, dando con ello una tradición intelectual alternativa a
la de la élite gobernante.
Le debo mucho a mucha gente que contribuyó con este libro:
Aníbal Sánchez Reulet, director de mi tesis doctoral y una persona
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clave en m¡ formación intelectual (y también una persona que
probablemente discrepe con rnuclio de lo que digo aquí); los
editores Scotl Maliler, Stanley Holwitz y Cathy Hertz, de la
University o f California Press; colegas como Sylvía Molloy y
Carlos Roscnkrantz, que leyeron el manuscrito y me dieron valiosas
opiniones; los historiadores David Rock y Tulio Halpcrín Donghi,
que me hicieron muchos comentarios valiosos; amigos íntimos
como Roben Mayolt y Peler Hawkins, que me alentaron en todo el
camino; Roberto González Echevarría, que me aguijoneó para que
terminara el manuscrito, en parle como venganza por sus resultados
cada vez peores en squash; la Universidad de Yalc, por darme
tiempo libre; el personal de la Stcrling Memorial Library, la
Biblioteca Nacional Argentina, el Archivo de la Nación en Buenos
Aires y la Biblioteca Pública de La Plata; innumerables amigos ar
gentinos — Daniel Larriquela, Héctor Schmcrkin, Francisco López
Bustos, Josefina Ludmer, Enrique Pezzoni, María Luisa Bastos,
Rafael Preda, Ernesto Schóó, Rodolfo Zebrini— que aun hoy me
perdonan mi interés en su país; y por último a mi difunto padre,
James Carroll Shumway, a cuya memoria está dedicado el libro.
ló
Capítulo 1
Preludio a la nacionalidad
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favonio la consolidación nacional habría sid o mas d ifícil y quizas
ími'osihle.
I os Estados l luidos, aimquc nuevos co m o país, también tuvie-
lon desdo el com ienzo sus ficciones orientadoras, especialm ente
en el sueno puritano de establecer una N ueva Jerusalén en el
desierto americano. C om o lo han mostrado Ralph P on y, Sacvan
Heivovitch y o lio s, el nombre del sucho era "A m érica“, tromba'
pensado para todo un continente pero que los puritanos hicieron
suyo. Aun hoy, el uso común en todo el m undo em plea los nombres
"America" y “americano" com o sinónim os de los Estados Unidos
y sus ciudadanos, practica que ignora el hecho de que todos los
habitantes del Hemisferio Occidental son también americanos que
viven en América, D esde el com ienzo los puritanos se definieron
com o una nación apane, destinada por elecció n divina a una
prosperidad y virtud ejemplares. Se vieron a sf m ism os com o
modernos israelitas llam ados por el Señor para ocupar una tierra
prometida: más que la busca de un objetivo social, sus trabajos eran
la sagrada peregrinación destinada a fundar la S ión del N uevo
Mundo y ser una luz para las inicuas naciones del V iejo. El sueño
puritano resultó una ficción orientadora m uy adaptable, y las
generaciones subsiguientes de norteamericanos la transformaron
en conceptos com o los del destino m anifiesto y la protección del
mundo liba', así com o la idea de que lo s Estados U nidos deberían
aspirar a una nonna moral nrás alta que otras naciones, norma que
sigue siendo invocada por gente tan distinta com o predicadores
evangélicos y militantes por los derechos civiles.
Entre' los países de la A m érica hispánica las fic c io n e s
orientadoras no surgieron con tanta facilidad. M ientras que en
Europa, y hasta cierto punto en los Estados U nidos, los m itos de
nacionalidad sobre los que podían construirse las naciones existían
antes de que se formaran las naciones m ism as, en la Am erica
hispánica las guerras civiles que siguieron a la Independencia
forzaron la aparición de naciones en áreas que carecían de ficcion es
orientadoras para una nacionalidad autónoma. Mientras en los
Estados Unidos y en gran parte de Europa el con cepto precedió a la
realidad política, aquí fue al revés: las ficcion es orientadoras de un
destino nacional tuvieron que ser im provisadas cuando ya la in
dependencia política era un hecho. Las colonias españolas fueron
ordenadas co n vistas a la expansión del Imperio español, de modo
que lucran cultural, econ óm ica y políticam ente dependientes de la
madre patria. N o se b uscó en ningún m om ento que desarrolla! art un
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\sentimiento de nacionalidad propio e independiente, sino que
fueran extensiones de España, dóciles cnlealtad política, fe religiosa
y pago de impuestos. Pocos de los colonizadores españoles en
América, o ninguno, soñaron con un destino distinto del que dictaba
España para estas tierras.
De modo de asegurar la hegemonía española sobre sus pose
siones americanas, las colonias españolas fueron gobernadas durante
casi 300 años por una burocracia centralizada, bien que pesada, en
la que todos los puestos de importancia, políticos y eclesiásticos,
eran ocupados mediante nombramiento desde la madre patria.
Aunque los colonizadores y sus descendientes, los criollos, solían
ignorar las órdenes de la metrópoli, rara vez cuestionaron en
términos ideológicos la autoridad de la Corona y de sus represen
tantes. Su actitud ante la monarquía queda bien descripta en el lerna
contradictorio Obedezco mas no cumplo, que significaba “R eco
nozco la autoridad de la Corona, pero en un caso particular haré lo
que me parezca”. A sí es como los criollos podían actuar con
independencia de la legislación imperial, y con frecuencia lo
hacían, pero la suya era la libertad de una desobediencia tolerada en
una sociedad administrada sin rigor, no era la libertad de naciones
en embrión, ansiosas de independencia de la monarquía española.
En razón de los estrechos lazos sociales, pol íticos c ideológicos
entre España y sus colonias del Nuevo Mundo, las ideas de nacio
nalidad propia en la América hispánica no empezaron a asomar
hasta los años finales del siglo xvm, poco antes de los movim ientos
independentistas de 1810-26. Aunque algunos toponímicos com o
M éxico, Perú y Chile datan de los primeros años de la conquista,
antes de la Independencia esos nombres nunca connotaron un
destino nacional propio o una eventual autonomía, com o fue el caso
de “Am érica” en los Estados Unidos. Más aun, pucsfo que el
movimiento independentista en la América hispánica surgió en
gran medida del colapso político de la monarquía española y la
invasión napoleónica a la Península Ibérica en 1808, la separación
de España fue en buena medida impuesta por acontecimientos
externos. La formación de naciones en la América hispánica se
com plicó tras la Independencia por las guerras civiles que des
membraron cuatro virreinatos en dieciocho repúblicas separadas.
Como resultado, las que habían sido sólo áreas geográficas del
Imperio español, de pronto tuvieron que entenderse a sí mismas y
definir su destino com o unidades autónomas; tuvieron que crear
ficciones conductoras de pueblo y nación para ace rcarse al consenso
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Ideológico que subyacc a las sociedades estables en otras panes del
mundo. Se crearon así países nuevos con fronteras nuevas v
nombres roción acufiados como Venezuela, Honduras, Colombia,
Dolivia y Argentina; un siglo, o inclusive medio siglo antes de la
Independencia, nadie en estas tierras soñaba que algún día serían
naciones nuevas y separadas, con un destino propio. En ninguna de
estas áreas existía un mito previo de identidad nacional que ligara
a sus habitantes bajo una ideología compartida.
Aun así, a despecho de la centralización administrativa y la
ausencia de ideologías nacionales previas a la Independencia, las
distintas regiones de la América hispánica desarrollaron, al menos
a nivel popular, una singularidad cultural, que las clases dirigentes,
antes y después de la Independencia, no siempre supieron valorar.
Los españoles veían en buena medida erosionados sus objetivos
porese mundo misterioso, descaradamente diferente, infinitamente
variado, cuya propiedad se atrevían a reclamar. Desde el día en que
Colón intentó comprender y describir sus descubrimientos y ex
periencias, las tierras nuevas se posesionaron de su conciencia y
discurso, dejándolo transformado, y en cierto modo conquistado. El
y los conquistadores, misioneros y colonos que lo siguieron, no
pudieron sino volverse en parte productos del Nuevo Mundo. La
naturaleza fue la primera intrusión en el sueño de España de
replicarse en América. Las fuerzas naturales de los paisajes exóticos,
junglas enmarañadas, montañas formidables, vastas pampas, una
riqueza natural sin cuento y una fauna intrigante, afectaron el curso
de la conquista y asentamiento, así como cualquier idea imperial
preconcebida.
Una intrusión más importante aun que la tierra, en el sueño
español de autorreplicación, provino de los americanos nativos, en
especial de las civilizaciones avanzadas de México y Perú. La
mezcla cultural y sexual de conquistadores y aborígenes no tardó en
crear identidades culturales regionales distintas de Españay distintas
entre sí. Esta mezcla de culturas fue alentada por los misioneros
católicos, que, más que empeñarse en destruir la religión indígena,
trataron de transformarla asignando sentidos cristianos a símbolos
y celebraciones tradicionales; práctica motivada en parte por la
creencia, en algunos misioneros, de que los indios eran descendientes
degenerados de las tribus perdidas de Israel. En razón de esta mezcla
cultural, los criollos no tardaron en tener una singularidad cultural
prenacional que se reflejaba en comidas, música, indumentaria,
dialecto, tradiciones y festividades religiosas, todo lo cual variaba
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de región en región. Más aún: los distintos grados de mestizaje entre
españoles, africanos y diferentes grupos de indios produjeron en
cada sector del Imperio español un tipo racial peculiar, a tal punto
que ya en el período colonial temprano los caribeños podían
distinguirse de los mesoamericanos, y los habitantes de los Andes
de los del Cono Sur. Inclusive las clases dirigentes, pese a sus
obstinados reclamos de pureza racial, solían ser producto de alguna
combinación. Blanco y europeo se volvieron tónni nos relativos,
más adecuados para mantener el poder y conservar los secretos de
la familia que para describir un legado gentílico real.
Con un rígido control estatal por un lado y una fecunda cultura
popular por otro, la conciencia nacional, o al menos regional, entre
los criollos, se desarrolló en dos direcciones opuestas. Las clases
dirigentes se forjaban en una atmósfera en que los modelos de
éxito y refinamiento venían de España, y todos querían ser más
españoles que los españoles. Como resultado, la alta cultura en la
época colonial fue en gran medida imitativa y estéril; por supuesto
que con notables excepciones como la poeta mexicana Sor Juana
Inés de la Cruz en el siglo xvn. Aun después de la separación de
España, la elite hispanoamericana se mantuvo más al tanto de las
últimas modas europeas que de la cultura popular que la singula
rizaba, con lo que quedó en buena medida ignorada la peculiaridad
regional que podría haber formado la base de la identidad nacional.
Con pocas excepciones, hubo que esperar al siglo xx para que los
intelectuales sudamericanos empezaran a considerar las ficciones
conductoras de la identidad nacional en términos de su pretpia
cultura.
Cuando falló el gobierno de la elite intelectual y urbana, el
pueblo llenó el vacío con sus propios sistemas de gobierno. Las
clases bajas de cada región desarrollaron tradiciones populares de
largo alcance, sentimientos de solidaridad de clase o étnica, vagos
poro vigorosos, una religión popular y mitologías prcnacionales
que crearon a lo largo y ancho de la América hispánica fuertes
sentimientos localistas. El reflejo político del localism o fue el
gobierno, más que de una institución, de un individuo carismàtico,
el caudillo, quien de algún modo encamaba los valores culturales de
la tradición. En un gobierno personalista, el caudillo se vuelve
símbolo v isible de autoridad y protección, lo que, en escala menor,
repite el caso de los símbolos patriarcales del rey y el sacerdote, con
los que las masas populares ya estaban familiarizadas. En la
alternativa entre e l caudillo y teorías abstractas de gobierno, las
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masas se sentían más a gusto con sus caudillos, que, aunque
primitivos y enteles en sus métodos, eran más sensibles que la élite
centralista a los temores y anhelos de las masas rurales. Como
resultado, en la figura del caudillo se combinaron localismo y
personalismo. Estos dos elem entos impedirían durante décadas las
iniciativas ilustradas de los gobiernos. De hecho, buena parte de las
guerras civiles que siguieron a la Independencia tienen su origen en
los conflictos entre el realismo de los caudillos localistas y los
sueños utópicos de la elite urbana.
En razón de esta discordancia entre una alta cultura derivativa
y una cultura popular exuberante, aunque caótica, las colonias
españolas llegaron al movimiento independentista de 1810 mal
preparadas ideológicamente para la tarea de edificar una nación.
Los pensadores más utopistas del continente soñaban con crear un
Estado panamericano que cubriera todo el continente. Más práctico,
Sim ón Bolívar proponía cuatro o cinco países de buen tamaño,
manteniendo aproximadamente las fronteras de los virreinatos,
com o lo indica en su célebre “Carta de Jamaica” (Bolívar, Obras
Completas, 1 ,159-175). Tales sueños, empero, no se materializa
ron: no bien fueron derrotados los españoles, estallaron las guerras
civiles entre los criollos mismos. El conflicto entre facciones de la
elite, entre caudillos rivales y entre provincias enfrentadas cubrió el
continente, haciendo imposible el gobierno institucional. A falta de
un poder central, los caudillos solían ser la única fuente de orden en
los países nacientes, quizás porque su modalidad autoritaria y
personalista encamaba valores tradicionales a la vez que reflejaba
en miniatura el gobierno de la época colonial centrado en el rey.
Pero pocos caudillos pensaron en una construcción nacional en gran
escala. Como resultado, la América hispánica se fragmentó más y
más, geográfica y socialmente. Algunas de esas divisiones se
hicieron permanentes: el Uruguay y el Paraguay se separaron de la
Argentina, y América Central, que en términos lógicos debería
haber sido un solo país, se dividió en siete. Las rencillas intestinas
y las amenazas de anarquía produjeron una situación en la que sólo
parecían capaces de sobrevivir hombres fuertes al mando de ejér
citos propios. Poco antes de morir, Bolívar se lamentaba, viendo el
caos a su alrededor “Hemos arado en el mar”.
Enfrentados al fracaso de los sueños panamericanistas, y a la
probabilidad nada remota de fragmentaciones aun mayores, los
pensadores hispanoamericanos de mediados del siglo xix hicieron
grandes esfuerzos para comprender la causa del fracaso de los
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primeros gobiernos independientes, y para planificar el futuro con
más realismo. Es decir, después del caos sangriento que siguió a las
Guerras de Independencia, los intelectuales del continente abordaron
la tarea crucial de crear ficciones orientadoras, mitos de identidad
nacional, que pudieran reunificar países quebrados y quizás reducir
la tendencia a una fragmentación mayor.
En el caso de la Argentina, el nombre mismo del país refleja el
pasaje de colonia a país, de territorio imperial a nación, pues el
nombre Argentina tuvo una prolongada y sinuosa evolución, no
muy distinta a la del país. En 1514, un año después de que Balboa
descubriera el Pacífico, Juan Díaz de Solís recibió el encargo de la
corona española de explorarla costa de Sudamérica en busca de una
conexión fluvial entre los dos océanos. Un año más tarde Solís
entraba en el inmenso estuario que separa lo que ahora son Argentina
y Uruguay, sólo para recibir una muerte violenta a manos de
indígenas que, simulando amistad, lo atrajeron, a él y a parte de su
tripulación, a la costa. Exploradores posteriores, creyendo que el
estuario conducía a las ricas zonas argentíferas del Alto Perú, hoy
Bolivia, lo rebautizaron “Río de la Plata”. El nombre Argentina
conserva la asociación con la plata en tanto deriva de argentum,
plata en latín (Rosenblat, Argentina, historia de un nombre, 13-18).
Popularizado en un poema de 1602 de Martín del Barco Cente
nera, el nombre Argentina se volvió un sustituto obligatorio de
rioplatense en lengua poética, y se consolidó en versos patrióticos
del poeta neoclásico Vicente López y Planes, famoso por “El
Triunfo Argentino” de 1807, celebración de la victoria de Buenos
Aires sobre los invasores ingleses. Más tarde, en el “Himno Nacional
Argentino” del m ismo autor, el nombre obtuvo una posición más
oficial, aunque fue sólo en la Constitución de 1826, dieciséis años
después de la rebelión del país contra España, que “República
Argentina” se volvió el nombre oficial de la nación (Rosenblat,
50-51).
La em ergencia tardía del nombre del país obedece a un hecho
simple: hasta la Independencia, la Argentina no fue más que un
sector del Imperio español, no un país ni siquiera una idea para un
país. Durante 250 años los españoles no vieron motivo para delimitar
ninguna región dentro del Cono Surcom o entidad política separada,
en parte porque no reconocieron el potencial de autonomía de la
región, A diferencia de M éxico y Perú, ricos en minerales, donde
los españoles instalaron poderosos virreinatos sobre las bases de
civilizacion es nativas muy desarrolladas, la Argentina no poseía
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oro ni plata, y sus nativos, en su mayoría nómades, prefirieron el
exilio o la muerte a la virtual servidumbre de la encomienda
española, institución que obligaba a los indios a trabajar para los
españoles a cambio de civilización europea, cristianismo y "pro
tección”. Tampoco supieron ver el mayor recurso de la Argentina,
las inmensas pampas que probablemente sean el área agrícola
más rica del mundo. De hecho, si no hubiera sido por el impe
rativo religioso de cristianizar todo el continente, gran parte de la
Argentina habría sido enteramente olvidada. De modo que la
palabra Argentinaseñala una paradoja: el país fue bautizado por la
plata, mineral que no tenía, mientras que lo que sí tenía en abundancia
(un fabuloso potencial agrícola) quedó ignorado durante casi tres
siglos.
Al carecer la Argentina de una promesa de riquezas fáciles, la
primera colonización española en el Cono Sur fue prcvisiblcmcntc
débil y esporádica. Aparecieron algunos barrosos caseríos a lo largo
de las rutas establecidas para el transporte de la plata boliviana.
Como los aborígenes de la Argentina eran menos sedentarios que
los de México o Perú, el esquema colonial de construir sobre civi
lizaciones preexistentes no tuvo lugar en gran parte de la Argentina.
La región producía algunos bienes comerciables — ganado, algo
dón en rama y cereales— , que eran trocados por importaciones de
España, principalmente muebles, ropa y armas. La mano de obra era
provista por indios y unos pocos esclavos africanos comprados a los
portugueses. Buenos Aires tuvo un crecimiento más lento que otras
ciudades coloniales, en parte debido a una escasez crónica de mano
de obra, en parte por la distancia que separaba el puerto de los
centros económicos en el Alto Perú. Sin embargo, la distancia
ayudó a darle a Buenos Aires un carácter especial en tanto un alto
porcentaje de su población no era española sino portuguesa (Rock,
Argentina, 4-6,23-28). Hasta 1776 la Corona insistió en que Lima,
asiento del Virreinato del Perú, fuera el centro político y económico
de toda el área. Inclusive las rutas comerciales entre España y
Buenos Aires tenían que pasar por Lima, siguiendo un trayecto
complicado que iba de Buenos Aires a Lima por malos caminos y
a través de los Andes, luego de Lima a puertos de la costa norte de
Sudamérica, y al fin rumbo a España. La posibilidad obvia de crear
puertos en la costa argentina era inaceptable para los españoles y sus
intermediarios en Buenos Aires, interesados sólo en mantener su
monopolio mercantil. El contacto entre España y las colonias quedó
más restringido aun por la decisión de la Corona de limitarlos viajes
24
comerciales al NucvoMundo ados por año, restricción que obedecía
a la necesidad de no embarcar mercaderías coloniales si no era en
grandes flotas armadas, como defensa contra piratas como Sir
Francis Drake (Gibson, Spain in America, 102). El pasaje obligado
porLimaera apoyado además por lajerarquía eclesiástica española,
en plena Contrarreforma, como un modo de limitar la difusión de
ideas heréticas a las colonias.
El potencial comercial de Buenos Aires, empero, no pasó
inadvertido para traficantes y contrabandistas, en su mayoría ingle
ses y holandeses, que violaban cotidianamente la legislación mer-
cantilista española en su comercio con los porteños, como empezó
a llamarse a los habitantes de la ciudad portuaria de Buenos Aires.
Como han mostrado Germán y Alicia Tjarks, a fines del siglo xviii
los comerciantes porteños vendían plata boliviana, carne salada,
cueros y artesanías a exportadores no españoles, sacando una
gruesa ganancia a la vez que evadían los impuestos a la Corona.
Buenos Aires se volvió además un centro importante del tráfico de
esclavos a medida que los portugueses comenzaron a traer mayor
número de africanos para alimentarla demanda de mano de obra de
una economía en crecimiento (Rock, Argentina, 40-49). En razón
de estos contactos, Buenos Aires prosperó a fines del siglo xviii y no
tardó en adquirir un sabor europeo que a la vez entusiasmaba y
preocupaba a los funcionarios españoles conservadores y a los
criollos tradicionalistas.
A fines del período colonial la Argentina estaba en su mayor
parte vacía, con una población estimada de medio millón de almas
en un territorio tan grande como la mitad este de los Estados Unidos.
En teoría, la región estaba bajo gobierno español, pero en la práctica
las distancias hacían que el contacto genuino con la metrópolis fuera
muy escaso. El área no estaba unificada en modo alguno ni por la
geografía ni por la política o la economía, ni por una idea de destino
nacional. Las ciudades existentes eran en realidad pueblos y misiones
aislados, y entre ellos caminos malos, o falta de caminos, y viajes
por tierra descorazonadoramente lentos. En el oeste estaban los
pequeños y polvorientos asentamientos de Mendoza y San Juan,
ambos al pie de los Andes y más en contacto con Chile que con
Buenos Aires. A l norte, Tucumán, Salta y Jujuy, culturalmente más
próximas a las culturas hispano-indígenas del Perú que al resto de
lo que luego sería la Argentina. Hacia el centro estaba Córdoba,
foco de conservadurismo político, educación escolástica^ fervor
religioso. A l nordeste, Uruguay y Paraguay, que no tardarían en
25
separarse de la Argentina. A lo largo del río Paraná, que baja desde
el norte hastael estuario del Plata poruña rica zona agrícola llamada
“litoral”, estaban los pequeños asentamientos de Santa Fe y Paraná.
Y en la boca del gran estuario, Buenos Aires, geográfica y
culturalmcnte distante del resto de la Argentina, pero destinada, por
su privilegiada ubicación entre las fecundas pampas y las rutas
marítimas, a ejercer una hegemonía peculiar sobre las provincias
del interior. A diferencia de los Estados Unidos, donde una fácil
navegación lluvial facilitó el contacto entre ciudades costeras y del
interior, las ciudades argentinas, salvo las del litoral, estaban unidas
sólo por los lentos viajes por tierra; el trayecto de mil doscientos
kilómetrosentreTucumán y Buenos Aires, porejemplo, insumíaun
promedio de dos meses. En consecuencia, las ciudades y provincias
argentinas crecieron en relativo aislamiento, hecho que alentó
lealtades y sentimientos localistas.
El sentimiento localista creció también como resultado del
sistema político colonial. Inicialmente en toda la América española
hubo sólo dos virreinatos, uno con su centro en la ciudad de México
y el otro en Lima, Perú. Dependiendo de cada virrreinato había
centros políticos regionales, o “audiencias”, que mediaban
administrativamente entre las ciudades y el virrey. A la audiencia de
cada asentimiento de importancia respondía el “cabildo”, una de las
instituciones políticas más duraderas del período colonial. Los
cabildos eran concejos de las ciudades, compuestos en parte de
funcionarios nombrados por el poder central, pero mayoritaria-
mente de “regidores” elegidos entre los vecinos nativos o con lar
ga residencia, muy afincados en la vida local. Aunque los juristas
españoles establecieron con paralizante detallismo las relaciones
entre la Corona, el virrey, la audiencia y el cabildo, los asentamien
tos aislados en el Cono Sur mal podían sostener semejante com
plejidad organizativa. En teoría, los cabildos estaban bajo la juris
dicción de la audiencia, el virrey y en última instancia la Corona;
pero en la práctica, esta pesada burocracia casi nunca afectaba a los
cabildos en áreas marginales como la Argentina, y los cabildos
eran el único gobierno real, celoso protector de las tradiciones y
prerrogativas locales. N o puede decirse que fueran democráticos
en sentido estricto, ya que los conformaban vecinos ricos elegidos
por otros miembros, no por el pueblo; aun así, es indudable que los
cabildos estaban capacitados para entender, mejor que un funcio
nario venido de otra parte, los intereses del vecindario. Además,
pese a estar los cabildos bajo el control de las elites locales, es
26
probable que un antiguo sentimiento de haya hecho
a sus miembros más sensibles a las necesidades de los pobres que
el canibalismo económ ico que devastaría el interior argentino des
pués de la Independencia. Los historiadores argentinos modernos
no están de acúcalo en su apreciación del papel de los cabildos. Los
historiadores “liberales” com o José Ingenieros los llaman “el naci
miento de un espíritu oligárquico municipal” y la “antítesis” de la
democracia (Ingenieros, La evolución ideas argentinas, 1,32-
33). mientras que los historiadores “revisionistas", nacionalistas
pro-españoles como Julio Ira/.usta, afirman que los cabildos fueron
instituciones esencialmente democráticas que se adelantan a la
leona política del Iluminismo (Irazusta, Breve ,2 6 -2 7 ,5 1 -
54).
Eti razón de sus sentimientos localistas, los cabildos fueron
vistos desde temprana hora com o obstáculos al centralismo. Por
este m otivo, durante el siglo xvtu los reformistas Borboncs crearon
una capa administrativa intermedia, las “intendencias”, para vigilar
y limitar el poder de los cabildos. Mucho después, tras las Guerras
de la Independencia, el mandatario porteño Bcmardino Rivadavia
disolvió los cabildos de Buenos Aires y Luján tratando de limitarla
autoridad local. Pero, existiesen oficialmente o no los cabildos, el
impulso hacia el gobierno local y autonomista no murió. Sin los
cabildos, la ley local cayó en manos de caudillos, jefes militares
locales y pequeños dictadores, quienes, con todas sus arbitrariedades,
recibieron tanta lealtad de sus coprovincianos que el historiador
argentino José Luis Romero se refiere a su acción com o una
“democracia inorgánica” ( Lasideas políticas en la
128).
La base de sustentación de lo s caudillos fue la cultura cam pe
sina, de los gauchos, que se desarrolló en las grandes llanuras
abiertas entre las ciudades argentinas. La naturaleza exacta de la
población rural argentina en tiem pos coloniales ha engendrado un
sondo e interminable debate entre “nacionalistas”, para quienes los
gauchos son el repositorio de los auténticos valores argentinos, y los
“liberales”, que los ven com o masas fáciles d e manipular por
dem agogos. A m bas p osicion es (que estudiamos en detalle en
capítulos posteriores) pasan por alto la complejidad de la población
rural de clase baja. Entre lo s cam pesinos había diversos grupos,
todos interrclacionados y todos en estado de fluida m ovilidad.
A lgunos eran nóm ades, algunos eran peones em pleados de un
estanciero, algunos eran bandoleros y contrabandistas, y muchos
27
eran todo lo anterior en un momento u otro. En su sentido original,
la palabra “gaucho” designa al habitante nómade y a menudo fuera
de la ley de las grandes llanuras de la Argentina, Uruguay y Brasil.
En el uso corriente, “gaucho” designa al proletariado rural en
general.
Los gauchos (com o la población rural en general) provienen de
una triple raíz étnica: española, india y africana. Se desplazaban
libremente por las pampas, vivían sin esfuerzo de una tierra próvida,
capturaban y montaban caballos salvajes, bebían en abundancia,
apostaban, contrabandeaban, robaban, reñían, cazaban ganado
salvaje, vendían cueros para comprar lo poco que necesitaban, se
alimentaban principalmente de carne, cantaban baladas improvisadas
celebrando sus hazañas y amores, y vivían en uniones libres rara vez
consagradas por el sacramento del matrimonio. En resumen, eran
supersticiosos, desaseados, analfabetos y felices. Aunque los gauchos
no dejaron información de su propia vida, muchos cronistas colo
niales se refieren a ellos (véase Rodríguez M olas, Historia social
del gaucho, caps. 1-3). El más interesante de ellos es Concolorcorvo
cuya descripción de “la vida dura y salvaje” de los gauchos en El
lazarillo de ciegos caminantes parece teñida de una admirativa
envidia. Tan atractivo era el modo de vida despreocupado de los
gauchos que en 1807, durante la ocupación inglesa de Buenos
Aires, 170 soldados ingleses desertaron para vivir entre ellos. El
general Whitclockc se quejaba: “Cuanto más conocen los soldados
de las riquezas que provee el país, y la facilidad con que se las
obtiene, mayor el peligro” (citado en Fems, Britain and Argentina
in the Nineteenth Century, 57).
Tal era la Argentina durante la segunda mitad del siglo xvm:
una tierra de pueblos aislados, vecinos autonomistas, gauchos
nómadas, estancieros con peones relativamente dóciles, indios sin
dominar, mínimo desarrollo económ ico y político. Y ninguna idea
de un destino nacional. En este contexto, se echó al fin el cimiento
de la nacionalidad argentina, cuando el 4 de julio de 1776 c.l rey de
España, Carlos III, cedió a las ya seculares presiones económ icas y
creó el Virreinato del Río de la Plata con sede en Buenos Aires. Para
entonces Buenos Aires había dejado descreí pantanoso asentamiento
de sus com ienzos, y era una ciudad de unos 25.000 habitantes y un
próspero centro comercial, en gran medida ilegal. El motivo pri
mordial de la Corona al crear el nuevo virreinato era ejercer, m e
diante una política irónicamente llamada de “libre com ercio”, un
control más estricto sobre las exportaciones, en especial de plata
28
b oliviana en barras, que se realizaba en form a ilegal d esd e hacía
m edio sig lo . L o s sa g a ces com ercian tes porteños no tardaron en
establecer contratos e x c lu siv o s c o n m o n o p o lio s m ercantiles espa
ñ oles, form ando a sí la b ase d e algunas d e las m ás sólidas fortunas
privadas argentinas. A d em ás de la plata, sus exportaciones primarias
eran la carne salada y lo s cu eros, producto este últim o de gran
im portancia industrial antes d el descubrim iento del caucho. El
'lib re co m ercio” trajo una relativa prosperidad a lo s com erciantes
ricplatenses, con paréntesis provocad os por lo s con flictos d e España
con Gran Bretaña (R ock , tia,6 6 -7 2 ).
rgen
A
El n uevo virreinato in cluía la m ayor parte de lo que ahora e s
B olivia, Paraguay, U ruguay y la A rgentina, y constituía e l primer
paso en e l estab lecim ien to d e una nueva nación , aunque en ese
m om ento nadie lo p en só en tales térm inos. E l rey le con cedía a
B uenos A ires la autoridad d e cobrar im p u estos dentro d e las fron
teras d d virreinato, p rivilegio que la ciudad portuaria conservaría
celosam ente, creando entre porteños y provincianos lo s m ism os
rencores q ue B u en os A ires había sentido antes hacia Lim a. La
desconfianza h acia la ciudad-puerto creció en la m edida en que
B uenos A ires, reflejando su propio lo ca lism o , aspiró a ejercer un
control cada v e z m ayor sobre el interior. B ajo el reciente virrey, lo s
cabildos p rovinciales sufrieron p resiones e n aumento para ob ed e
cer a B u en os A ires, a m enudo a expensas d e lo s p rivilegios locales.
A dem ás, B u en os A ires, m ediante el control de las le y es aduaneras,
tuvo una injerenciacada v ez m a y o r so b re lo s asuntos financieros d el
interior. Frente a la usurpación que hacía B uenos A ires de la
autonom ía local, y su enajenación de ganancias m ediante las leyes
aduaneras, lo s provincianos com enzaron a tem erla nueva autonomía
de lo s porteños; sus m ied os echarían las bases d e casi cincuenta
años d e guerras c iv ile s, que com enzaron p oco después de las
Guerras d e Independencia.
La vida intelectual en e l nuevo virreinato, com o en las colo
nias en general, se veía gravem ente lim itada por políticas restric
tivas, tanto com o p o rel aislam iento geográfico. En aquella sociedad
con porcentaje mayoritario de analfabetos, saber leer y escribir
era un bien com erciable, al punto que los “secretarios” de los cau
dillos solían tener considerable poder. La Iglesia controlaba todas
las escu elas, en las que se impartía una educación autoritaria y
escolástica centrada en la m em orización de verdades recibidas, a la
vez que atacaba o desdeñaba las epistem ologías empíricas y ra
cionalistas que ya habían producido profundos cam bios enEuropa.
29
En un nivel no oficial, empero, había más libertad intelectual de la
que nos parece que podía admitir la Iglesia de la Contrarreforma.
Los altos funcionarios de la Inquisición emitían edicto tras edicto
exigiendo que el Santo Oficio revisara los libros que se introducían,
las librerías y hasta las bibliotecas privadas. Pero, com o observa
Irving A. Lconard, los esfuerzos de los inquisidores caían en saco
roto gracias al intenso contrabando de obras heréticas, a menudo
con la colaboración de funcionarios menores de la Inquisición y
miembros de las comunidades religiosas. De m odo similar, aunque
a los escritores criollos les estaba prohibido escribir o publicar salvo
sobre materias inocuas o de interés puramente local, durante todo el
período colonial aparecieron con regularidad ediciones no aprobadas
de obras locales y extranjeras (Leonard, Baroque Times in Oíd
México, 166-182; BooksoftheBrave, 157- 171 ). Tras el éxito de las
revoluciones en los Estados Unidos y Francia, comenzaron a
circular por las colonias, pese a los vigorosos intentos de censura y
refutación por parte del clero conservador, una cantidad de textos
prorrevolucionarios, muchos de ellos escritos por sacerdotes es
pañoles (Ruíz Guiñazú, Saavedra, 121-145).
En la Argentina la vida intelectual estaba m enos desarrollada
aun que en los grandes centros coloniales com o M éxico y Lima. En
1776, año de la fundación del nuevo virreinato, había sólo seis
escuelas primarias en Córdoba y cuatro en Buenos Aires, todas ellas
dependientes de la Iglesia. Prácticamente ninguna mujer podía
acceder a la educación, porque la lectura y la escritura en una mujer
eran vistos como “elementos que llevaban sólo al pecado o a la
tentación de escapar a la vigilancia paterna” (López, Historia de la
República Argentina, I, 243). Las dos escuelas secundarias de
Buenos Aires, el Colegio de San Carlos y el C olegio del Rey, tenían
un plantel de educadores compuesto en su gran mayoría por
sacerdotes, limitados tanto por su educación com o por sus incli
naciones. En palabras de Manuel Moreno, que asistió al C olegio de
San Carlos en Buenos Aires durante la década de 1780, los curas
mataban de hambre a los estudiantes mientras les impartían una
educación inútil. Scgúnsus palabras,estos profesores eran “teólogos
intolerantes, que gastan su tiempo en agitar y defender cuestiones
abstractas sobre la divinidad, los ángeles, etcétera, y consumen su
vida en averiguar las opiniones de autores antiguos que han es
tablecido sistemas extravagantes y arbitrarios sobre puntos que
nadie es capaz de conocer”. Según este testigo, aun aquellos pocos
sacerdotes que trataban de enseñar ciencias naturales se veían
30
gnivcnicnic limitados, puesto que “mal pueden comunicar a sus
discípulos unos conocimientos que ellos no poseen”. M is adelante
observa que las órdenes monásticas dedicadas a la enseñanza
estaban más interesadas en mejorar su bienestar material que en
educar a los jóvenes criollos (Manuel Moreno, “Vida", en
rias y Autobiografías,II, 16-22).
A pesar de estas limitaciones a la vida intelectual, las ideas del
Iluminismo.se infiltraron lcntamcnteen la Argentina. LosBorboncs,
que reinaron en España desde 1700 hasta la invasión napoleónica en
1808, instituyeron en la sociedad hispanoamericana una serie de
reformas análogas a las del despotismo ilustrado en Francia (véase
Luis Sánchez, Elpensamiento político). La filosofía europ
siglo xvin también influyó sobre una nueva generación de
racionalistas españoles, entre ellos Benito Jerónimo Feijóo, monje
benedictino, y Gaspar Melchor Jovcllanos, enciclopedista español,
cuya obra era leída con avidez en todo el mundo de habla hispana.
En la Argentina, la pequeña élite lectora disponía asimismo de las
obras de Montcsquieu, Descartes, Lockc, Voltaire y Rousseau,
pero, lo mism o que en España, las ideas iluminislas ampliaron los
horizontes intelectuales sin provocar estallidos de anticlcricalismo
y subversión (Carbia, La Revolución de Mayo y 18-20).
En consecuencia, com o lo ha señalado Charles Griffin, el papel
jugado por el p en sam ien to ilu m in ista en el m ovim ien to
independentista fue más de confirmación que de causa, ya que
trescientos años de ley autoritaria y educación escolástica dejaron
una marca indeleble en el pensamiento argentino, que no se borraría
con tanta facilidad.
Pese a la relativa docilidad de la mayoría de los intelectuales
hispanoamericanos durante el período colonial, a com ienzos del
siglo la cuestión de la independencia de España se volvió un tema
frecuente de conversación en los salones de las colonias, y espe
cialmente en Buenos Aires, donde muchos porteños tenían motivos
para no querer a España: los criollos eran excluidos de los puestos
importantes tanto en la Iglesia com o en el gobierno, la irresponsabi
lidad de Carlos IV era uneseándalo internacional, y las restricciones
económ icas que limitaban el com ercio con naciones distintas de
España y las colonias irritaban profundamente a los comerciantes
porteños que no tenían contratos con los m onopolios mercantiles
e s p a ñ o le s .^ burguesía porteña estaba tajantemente dividida entre
estos dos grupos, los "agentes intermediarios" que se beneficiaban
con los contratos cerrados con España, y los comerciantes inde
31
pendientes, que querían hacer tratos con otras naciones. Los inter
mediarios formaban un grupo que apoyaba a cualquier gobierno, sin
lomar en cuenta su ideología, en tanto defendiera sus intereses
financieros; fueron los antepasados de algunas de las familias más
acaudaladas de la Argentina, incluidos los Anchorcna, apellido que
asoma repetidas veces en la historia argentina, siempre del lado del
conservadurismo y la represión. Entre sus oponentes se contaban
los jóvenes Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Pedro de Cervino,
los primeros en chocar con los intereses comerciales conservadores
en el tema de los monopolios comerciales que los excluían. Más
tarde, y en buena medida bajo la inspiración de las doctrinas
económicas de Adam Smith, miembros del segundo grupo se
volverían figuras prominentes del movimiento indcpcndcniista
argentino y “el amor y la esperanza de la reforma” que dominó el
primer liberalismo argentino (López, 1,571). En la década de 1790
salió de este grupo uno de los primeros panfletos de teoría econó
mica producidos en el Río de la Plata: Nuevo aspecto del comercio
del Rio de laPlata, escrito por el socio de Belgrano, Manuel José
de Lavardén. El texto, virulento ataque al mercantilismo español,
propone el comercio libre, la privatización de las tierras públi
cas y la formación de una marina mercante local. También muestra
a qué punto había influido sobre los jóvenes porteños el pensa
miento económico de Adam Smith y de François Quesnay, este
último padre de los fisiócratas franceses y autor de la expresión
laissez-faire.
Si cl liberalismo de Adam Smith fue una fuente principal de
inspiración para los liberales argentinos, esa inspiración recibiría
apoyo de un soiprcsivo hecho histórico: en 1806, tropas inglesas
invadieron Buenos Aires. Detrás de la invasión inglesa había algo
más que un deseo de sumar a Buenos Aires al Commonwcalth
británico; desde los tiempos isabelinos, los ingleses habían hecho
todo lo posible para quebrar el monopolio comercial español, y en
1804 “el teína de cómo derrumbar el Imperio español” fue discutido
ampliamente en el gabinete inglés (Ferns, 19). O bien, como le
escribió el Comodoro Sir Home Popham al V izconde M elville en
una carta datada el 14 de octubre de 1804: “La idea de conquistar
Sudamérica está completamente descartada, pero la posibilidad de
lomar lodos sus puntos importantes, separarlos de sus actuales
contactos europeos, transformarlos en posiciones militares y gozar
de todas sus ventajas comerciales, puede considerarse una proba
bilidad a lomar en cuenta, si no es una operación segura” (carta
32
diada en Fem s, 19). Popham, que fue el oficial naval que antes que
nadie consideró la idea d e la invasión, y cuando ésta se realizó
transportó las tropas a Buenos Aires, quería liberar a la Argentina
de España corno primer paso hacia la apertura de toda Sudamérica
a los intereses com erciales ingleses.
El objetivo de Popham, sin embargo, quedó írrealizado por el
exceso de confianza de las tropas inglesas, que subestimaron
gravemente la resolud ón de los porteños en el momento de lanzar
¡a invasión bajo el mando del General W illiam Carr Beresford. El
virrey español, Rafael de Sobremonte, huyó a Córdoba con el
tesoro, dejando la defensa de la dudad en manos d e Santiago de
Liniers y Juan Martín de Pueyrredón. Los intentos de Beresford
fueron rechazados por lo s porteños, quienes, en palabras de Manuel
Belgrano, querían “o bien nuestro viejo amo, o ningún amo”
(Beígrano, Autobiografía, 33). Tras la derrota de Beresford, los
ingleses mandaron refuerzos en 1807 bajo las órdenes del teniente
general W hitelocke, que sufrió grandes pérdidas debidas en buena
medida a su propia incom petenda. Tras un encuentro con los líderes
porteños para n eg o d a rsu rendición, W hitelocke quedó convencido
de que toda la em presa había sido una mala idea desde el com ienzo
y acordó evacuar la d ud ad , decisión que en Inglaterra le costó una
corte m arcial (F em s, 38-46). D e todos m odos, Belgrano y otros
porteños que n o dependían del m onopolio com ercial español,
quedaron m u y im presionados con la evidente humanidad de
W hitelocke a sí com o con sus promesas de que Inglaterra ayudaría
en una rebelión contra España; ésa había sid o la idea original d e
Popham (B elgrano, 33). D e hecho, com o resultado de lo s contactos
con W hitelocke y otros in gleses de pareada mentalidad, m uchos
liberales porteños llegaron a considerar a Inglaterra com o una
aliada en la lucha por la independencia, antes que com o una
potencia m ercantil con am biciones com erciales propias. Gracias a
tales sen tim ientos, Beresford pudo escapar de su prisión.
Las in vasion es in glesas, entonces, produjeron resultados pa
radójicos. P or una parte, la lucha de lo s argentinos contra un
enem igo com ún le s h izo percibir por primera v ez su potencial com o
nación. D esp u és de las in vasion es este potencial se h izo realidad
parcialm ente cuando el cab ildo, en ausencia del virrey, asumió to
do el poder d e gobierno bajo la dirección de Santiago d e Liniers,
que había d irigid o la resistencia al in glés. Por otra p ane, los
porteños liberales salieron del con flicto con la con vicción de que
Gran Bretaña, e l invasor, era d e algún m odo un sostén de la
33
democracia republicana y “un medio para obtener armas contra
Esparta" (Bel grano, 35). La derrota de la ocupación también hizo
que los ingleses cambiaran sus tácticas. En marzo de 1807, el
vizconde Casilereagh fue nombrado ministro de Guerra; Castlcrcagh,
un pragmático que “consideraba a Sudamérica com o una cuestión
de interés exclusivamente económ ico para Inglaterra, y no una
esfera en la que debiera ejercitarse la influencia política inglesa”,
mantuvo que Gran Bretaña debía evitar conflictos annados en la
América hispánica, sin dejar por ello de aparecer com o “auxiliares
y protectores” en asuntos políticos y económ icos, política que se
mantendría en las relaciones angloargentinas durante los siguientes
126 artos (Fcnts, 48).
Pasadas las invasiones inglesas, la vida en la Argentina pro
bablemente habría vuelto a la lenta rutina colonial, con las ideas
sobre la independencia confinadas a la conversación de los inte
lectuales afrancesados, si la Corona española no se hubiera
desintegrado en 1808. Que la independencia resultó en gran medida
de los acontecimientos de España, y no sólo de movimientos
autónomos en las colonias, resulta con claridad de los escritos de al
menos dos de los principales actores del período. Manuel Moreno
afirma que, aunque la independencia de España probablemente
habría llegado como pane del proceso natural de la historia, “la
mayor parte de la América veía pendientes sus destinos de aquella
nación, que la había conquistado, prestándole su idioma y gober
nado. Una gran revolución debía tener lugar... después de disueltos
aquellos vínculos que ligaban el gran todo” (5-6). Más adelante dice
que “sin la catástrofe de la Madre Patria, Buenos Aires habría
seguido igual, con pocas variaciones” (110). De modo semejante,
Manuel Bclgrano afirma que después de las invasiones inglesas
“pasó un año, y sin que nosotros hiciéramos nada por la indepen
dencia, Dios nos dio la oportunidad en los acontecimientos de 1808
en España y Bayona, la ciudad donde Carlos IV se encontró con
Napoleón. En efecto, en ese momento se despertaron las ideas de
libertad e independencia en América, y los americanos empezaron
a hablar abiertamente por primera vez sobre sus derechos” (Belgra-
no, 34).
La melodramática historia que llevó a la caída de la Corona
española explica por qué aun los realistas más devotos en la
Argentina cuestionaron el liderazgo español. Aunque la monarquía
había mantenido una grave declinación desde la muerte de Carlos
III en 1778, y estaba muy debilitada por una serie de guerras con
34
Gran Bretaña, nada pudo igualar los sucesos de 1808, cuando
Carlos IV, el monarca disoluto, Manuel Godoy, amante de su
esposa, y Femando VII, resentido príncipe heredero, se enredaron
en una lucha destructora. D espués de años de intrigas, Carlos puso
en prisión a su hijo Fem ando al enterarse de que estaba complotando
para destronarlo. Una muchedumbre, movida por la idea de que el
príncipe era la única esperanza del país, asaltó el palacio, obligando
al rey a abdicar y a G odoy a huir. Los dos, entonces, Carlos y
Femando, pidieron ayuda a Napoleón, cuyas fuerzas ya estaban en
España, ostensiblem ente en cam ino a Portugal. D espués de oír a
ambas partes aullarse irreproducibles insultos, Napoleón vio una
buena oportunidad política y nombró a José Bonaparte, su hermano
alcohólico, rey de España, sumando otro pretendiente incompetente
al trono. Las Cortes españolas rechazaron a José y formaron un
gobierno en e l exilio en C ádiz, el puerto del sur a través del cual se
canalizaba e l contacto con las colonias. El parlamento de Cádiz, a
sabiendas de que e l sentim iento revolucionario se difundía por las
colonias americanas, trató inicialm ente de incluir representantes de
las Am éricas, pero no tardó en abandonar la idea al comprender que
la representación proporcional les daría a los criollos amplia m ayo
ría. Esta aprobación y lu ego cancelación de la representación de las
colonias no h izo m ás que acrecentar el rencor que ya campaba en
toda Hispanoamérica.
Dados lo s acontecim ientos de España, la cuestión que se
planteó en primer término para la mayoría de los argentinos no fue
la lealtad a la corona, sin o a cuál corona serle leal. El popular
Santiago de Liniers, jurando lealtad al príncipe Femando VII, asu
mió tem poralmente lo s deberes de virrey en lugar de Sobremonte,
desacreditado p orsu cobarde com portam iento durante la ocupación
inglesa. O stensiblem ente por su origen francés en un m om ento en
que los recelos contra N apoleón estaban m uy altos, y por su poco
talento adm inistrativo, Liniers fue atacado casi de inmediato por la
com unidad esp añola y lo s criollos liberales, am bos atrincherados en
el Cabildo d e B u en os A ires. La facilidad con que grupos tan
opuestos co m o realistas y liberales unieron fuerzas contra una
figura popular co m o Liniers indica un aspecto esencial de m uchos
intelectuales argentinos durante e l m ovim iento independentista: la
profunda d escon fian za ante las m asas, un tem or que sin duda nacía
del terror q ue sig u ió a la R evolu ción Francesa. Si en algo podían
estar de acuerdo lo s esp a ñ o les realistas y lo s criollos liberales, era
en los p elig ros d el p op u lism o.
35
Bajo presión del cabildo de Buenos A ires, el gobierno de Cá
diz nombró a Baltasar Cisneros para reemplazar a Liniers como
virrey del Río de la Plata; desm intiendo los temores de la élite,
Liniers cedió sin resistencia su puesto y se retiró a la vida privada.
Pero su presencia en la Argentina seguía m olestando a los liberales
porteños, que terminaron haciéndolo ejecutar sobre la base, in
fundada, de que estaba organizando una revuelta popular contra el
movimiento independentista. Los m otivos reales para la muerte de
Liniers fueron tan discutidos por sus contem poráneos com o siguen
siéndolo hoy por los historiadores. Por ejem plo el general Tomás
Guido, héroe de la independencia argentina, escribe en sus memo
rias que los liberales independentistas sintieron que “El pueblo...
no está preparado para un cambio violento de administración. Las
masas proletarias, que constituyen la m ayor parte de la provincia
de Buenos Aires, tienen una especie de culto por el General Liniers,
en quien no ven el odioso instrumento del absolutismo español,
sino el liberador de Buenos Aires, el héroe contra la invasión
inglesa” (Guido, Autobiografía, I, 3-4). M anuel M oreno corro
bora en lo esencial el punto de vista de Guido, en el sentido de que
Liniers era un populista peligroso aliado con todos los elem entos
reaccionarios en la sociedad porteña (7 4 -7 9 ,1 1 2 -1 2 3 ). N o menos
autorizada, pero en completa contradicción con las de Guido y
Moreno, es la opinión de C om elio Saavedra, también un héroe de
la independencia, que en sus memorias de 1829 afirma apasiona
damente que Liniers fue uno de los primeros representantes autén
ticos de las clases populares (Saavedra, Autobiografía, I, 22-44).
Aun hoy, la figura de Liniers y las razones de su muerte siguen
dividiendo a los historiadores argentinos. (Com párese, por ejem plo,
Halpcrín Donghi, Revolución y guerra, 1 6 8 -2 4 7 , y Puigrós, Los
caudillos, 2, 81.)
Pese a sus buenas intenciones, Cisneros no pudo aliviar la
tensión creciente entre españoles y criollos, liberales y tradiciona-
listas, Buenos Aires y las provincias. Cuando llegaron noticias de
que las fuerzas napoleónicas habían tomado el control de Sevilla, y
que el gobierno de Cádiz estaba otra vez huyendo, C isneros llamó
a un cabildo abierto, que era una asamblea extendida del concejo
municipal, a la que asistieron 225 de los principales hombres de la
provincia, para establecer una junta de gobierno provisoria, táctica
que no dio el resultado que él esperaba cuando la Junta, con mayoría
criolla, se negó a elegirlo presidente. El líder de lo s criollos,
Com elio Saavedra, en una de las proclam as revolucionarias más
36
corteses que se hayan redactado nunca, le informó al virrey que
“quien le dio a Su E xcelencia su autoridad ya no existe. En con
secuencia, ya que usted no tiene ninguna autoridad, no debería
contar con las fuerzas bajo mi mando para su sostén” (citado en Ruiz
Guiñazú, Saavedra, 181). M ás tarde, durante el debate con el virrey
y sus acólitos, Saavedra proclamó com o único órgano de gobierno
del virreinato al Cabildo, “que recibe su autoridad y mandato del
pueblo” (184).
El proceso político por el que se formó la Primera Junta se
repetiría una y otra vez durante los primeros diez años de la
independencia. El cabildo de B uenos Aires estaba dominado por los
porteños ricos, com erciantes y terratenientes, “gente decente” y no
“la gente de m edio p elo”, com o escribió un contemporáneo en su
diario (citado por Sebreli, poge,91-92). Como repr
A
primordialmente de los intereses de la clase alta, el cabildo una y
otra vez derrocó gobiernos que no promovían los intereses co
merciales o protegían los privilegios de Buenos Aires, o no sabían
mantener en su lugar a los caudillos provinciales. Como resultado,
el cabildo fue a la vez fuente de continuidad y de interrupción, que
siempre logró tener alguna especie de gobierno en funciones
mientras en los hechos bloqueaba cualquier em ergencia real de los
intereses provinciales o de las clases bajas (Halperín D onghi,
Politics, 3 37-345).
Del cabildo de Buenos A ires salió el primer cuerpo de gobierno
argentino independiente de España, conocido en la historia com o
Primera Junta. L os miembros de la Junta se asignaron dos tareas
principales: 1) organizar un ejército para hacer frente a las tropas
españolas napoleónicas en nombre de Fem ando, y 2) convocar a un
congreso con representantes de las diferentes provincias para go
bernar al virreinato hasta que se restaurara el orden. El 25 de m ayo
de 1810, porteños de todo color político juraron lealtad a la Primera
Junta m ediante la siguiente fórmula:
37
Aunque los argentinos consideran al 25 de m ayo de 1810 como
su Día de la Libertad, este juramento puede ser considerado una
declaración de libertad de España sólo en el contexto de los
confusos hechos políticos del momento. Jurar lealtad a Femando,
que no ocupaba el trono, les permitía rechazar al incompetente
Carlos IV y al usurpador José Bonaparte, al tiem po que afirmaban
lealtad a la institución de la monarquía y no ofendían a los realistas
criollos y españoles. De hecho, Saavedra en sus memorias insiste en
que “cubrirá la Junta con el manto de Fem ando VII fue una ficción
desde el comienzo, necesaria por razones políticas” (53). En una
palabra, el juramento fue más que nada un m odo de unir a criollos
y españoles de todo color político bajo una bandera única; nadie
puso objeciones en jurar lealtad a un rey inexistente.
Como estos hechos ocurrieron en el m es de m ayo, la palabra
Mayoen la Argentina se hizo sinónimo de independencia y de una
preferencia por la democracia sobre la monarquía; al movimiento
revolucionario, entonces, se lo llama Mayo, y sus líderes son lla
mados los Hombres de Mayo. Pero hay que usar con cierta pre
caución el término, puesto que agrupar a todas las figuras y
corrientes ideológicas de la Revolución bajo una sola palabra
sugiere un consenso ideológico que nunca existió. A dem ás, aunque
muchos provincianos simpatizaban con la R evolución de Mayo
(una vez que se enteraron de su existencia), M ayo fue primordial
mente un fenómeno de Buenos Aires, en e l que los porteños
declararon la independencia de la España napoleónica no sólo para
sí mismos sino para todos los habitantes del virreinato. D e M ayo en
adelante, entonces, los porteños iniciaron una larga tradición de
confundir a Buenos Aires con todo el país. Más aún, con la Primera
Junta comenzó una larga serie de conflictos entre porteños y
caudillos provinciales, que con frecuencia terminó en sangre y en
guerra civil. Típico del localismo porteño es Manuel M oreno, que
en la biografía de su hermano Mariano rara vez distingue entre
“B uenos Aires” y “la patria” (cf. 3-4). Paradójicamente sugiere que
si había sido enteramente apropiado que todas las provincias
americanas se rebelaran contra España, el no haber seguido las pro
vincias el liderazgo de Buenos Aires después de la Independencia
dio por resultado “la sedición, la rebelión y el cism a” (149). En otras
palabras, la rebelión contra España estaba bien, pero el desacuer
do con Buenos Aires estaba mal. Más adelante, en un arrebato de
wishful thinking característico de la clite porteña, sostiene que
siempre que Buenos Aires mandó tropas contra los caudillos
38
provinciales, los porteños fueron recibidos por “el pueblo” corno
hermanos, ya que quienes apoyaban a los caudillos no eran otra
cosa que “mercenarios” (149-160).
Como si el conflicto con las provincias no fuera suficiente, la
Primera Junta no lardó en verse asediada por sus propios conflictos
intemos. AI crear la Primera Junta, los patriotas de Buenos Aires
intentaron conformarla con hombres que representaran las diversas
facciones que prevalecían en la ciudad. Entre sus miembros estaban
Juan José Paso y Mariano Moreno, que se habían identificado con
el Cabildo en su oposición a la figura de Liniers, así como Comelío
Saavcdra, partidario de Liniers; Saavcdra, según lo dice él mismo,
fue nombrado presidente de la Junta “para apaciguar al pueblo”
(Saavedra, 52-53). Aunque la popularidad de Saavcdra con sus
tropas y las clases bajas fue en realidad un factor de su elección
como presidente, esa cualidad fue también un impedimento en su
trato con los otros miembros de la Junta, que temieron que pudiera
dar un golpe contra el gobierno. A pesar de estos temores, la Prime
ra Junta representó un momento laudable, si bien breve, de intento
de consenso entre las élites porteñas en pugna. De todos modos,
como se verá en el próximo capítulo, de estas divisiones surgió un
prototipo de la política argentina así como el primer creador de
ficciones orientadoras en la Argentina: Mariano Moreno.
39
Capítulo 2
Mariano Moreno
40
d d que nos resta aún por rccorrcr(Mitre, Obras Completas, 12,
380-3$ 1).
41
same observar que un posible compañero de estudios de Moreno fue
Tomás Manuel de Anchorcna, vástago de una de las familias
argentinas más ricas y más antiliberalcs, en quien la educación de
Chuquisaca no tuvo ningún efecto liberalizador. En palabras de un
biógrafo simpatizante, Julio Irazusta, Anchorcna en el mismo
medio “se volvió tan tradicionalista com o los españoles chapados
a la antigua, con verdadero odio hacia el maestro de anarquistas
[Rousseau]” (Irazusta, Tomás Manuel de Anchorcna, 11). Aunque
el Iluminismo no provocó una respuesta sim ilar en Moreno, su
asimilación de las ideas iluministas fue matizada. Aprendió la
retórica de los filósofos franceses, pero no dejó de ser un católico
devoto y particularmente autoritario hasta su muerte.
De acuerdo con su hermano Manuel, fue también en Bolivia
que en Mariano se despertó la intensa preocupación por la justicia,
en parte por ser testigo personal del maltrato dado a los indios en
Bolivia, así como por su conciencia de que eran los miembros más
encumbrados de la sociedad (sacerdotes, ju eces y propietarios) los
que más explotaban a los indios. Fruto de este interés fue un extenso
informe judicial titulado Disertación jurídica sobre el servicio
personal de los indios en generaly sobre el particular de Yanaconas
y Mitarios, en el que Moreno no sólo defiende a los indios sino que
también critica las leyes españolas respecto de las razas indígenas,
leyes que databan de 1542. Ya abogado, tuvo problemas en
Chuquisaca por sus críticas a la corrupción oficial, y se vio obligado
en 1805 a regresar a Buenos Aires, para entonces una ciudad con
40.000 habitantes, donde inició su actividad de escritor y político
(Manuel Moreno, “Vida”, 47-79). Participó en la lucha contra las
invasiones inglesas en 1806 y 1807. En enero de 1808, durante la
controversia a que dio lugar el remplazo de Cisneros por Liniers, el
supuestamente demócrata Moreno se puso de lado de los españoles
contra las fuerzas populistas conducidas por Liniers y Saavedra;
con ello pasó a ser uno de los dos únicos criollos en el nuevo
gobierno de dominante española. Su decisión de apoyar al bando
español indica su ambivalencia permanente respecto de la demo
cracia: ésta era para Moreno un excelente ideal, en tanto no
incluyera a todo el mundo. N ueve m eses después abandonó a sus
amigos españoles y se inclinó por los comerciantes y terratenientes
pro-británicos, escribiendo en favor del libre com ercio con Gran
Bretaña y la extinción de los lazos com erciales existentes con
España. Después, apoyó al grupo patriota en et Cabildo Abierto que
llevó a los acontecimientos del 25 de M ayo de 1810, cuando Buenos
42
Aires, en nom bre de F em an d o V II, declaró su ind ep en d en cia d el
gobierno de C ádiz en Espada. M oren o fue nom brado Secretario de
la Primera Junta, pero su principal en em ig o , C o m elio Saavedra, fue
nombrado Presidente.
M oreno asum ió con en tu siasm o su n ueva función. Fundó y
redactó un p eriód ico, la G azeta Buenos , supervisó un
censo, hizo planes para u n a c sc u c la m ilitary una b iblioteca nacional,
ayudó a equipar tropas para hacer frente a lo s realistas, desbarató
una conspiración con traía Junta, tradujo y pub licó el Contrato Social
de R ousseau, m andó al e x ilio a lo s sostenedores del viejo gobierno
virreinal, n eg o ció b uenos acuerdos com erciales con lo s in g leses, y
promovió la form ación d e un con greso constituyente. Tam bién se
hizo de m u ch os en em ig o s, el m ás importante el presidente d e la
Junta, C o m elio Saavedra, patriota del viejo estilo que contaba con
amplio apoyo popular y que, co m o él m ism o lo cuenta en su breve
autobiografía, ya había em p ezad o a sosp echar de M oreno y de sus
amigos in telectu ales por su im p licación en la ejecución de Santiago
de Liniers (Saavedra, 3 5 -4 2 ).
M oreno y Saavedra no habrían podido ser m ás distintos.
Mientras que M oreno d escon fiab a de los cau d illos provinciales,
Saavedra h izo todo lo p osib le por atraerlos a la junta gobernante,
que pasó a ser una asam blea, llam ada Junta Grande. Tam bién alentó
a los autonom istas d el interior prom oviendo la form ación de juntas
provinciales. A fin es de 1810, M oreno y sus seguidores trataron de
tomar el control d e las fuerzas m ilitares de B u en os A ires, privando
así a Saavedra d e su principal apoyo. Pero lo s hom bres de armas
siguieron leales a Saavedra, obligando a M oreno a renunciar a su
secretariado y em barcarse para Inglaterra, donde confiaba con
obtener apoyo para sus planes (R ock, Argentina, 79-83). M urió en
latravesía, de una fiebre m isteriosa, que según rumores puede haber
sido resultado de un en venenam iento. A l enterarse de su entierro en
el mar, se d ice que Saavedra com entó: “S e necesitaba tanta agua
para apagar tanto fu eg o ” .
43
un heredero del Ilum inism o que d efien d e la libertad de expresión,
el libre com ercio, el sentido com ún, la \o x , la libertad, la
igualdad y la felicidad, vale decir la tem ática com ú n de todo escritor
iluminista, y material en el que lo s autores d e libros escolares
argentinos han encontrado m ucho que cita ren elo g io de la libertad,
la razón, y por supuesto, M oreno. El segu nd o M oreno es una
temible figura autoritaria, que hace pensar en M aquiavelo, en el
Gran Inquisidor y en los jacob in os franceses. Sobre el segundo
Moreno los historiadores liberales tienen p oco que decir, de hecho,
y como es el caso de Mitre, citado al co m ien zo de este capítulo,
tratan porlocomúndeocultarlanaturalezacomplejaycontradictoria
de Moreno tras una nube de incienso retórico tan cegador hoy como
en su época.
Ambos Morenos son visibles en prácticam ente todo lo que
escribió, aunque el segundo se vu elve predom inante en sus obras
tardías. Por ejemplo en un ensayo ju ven il, “Sobre la libertad de
escribir”, Moreno elogia a la opinión pública com o m edio confiable
para llegar a la verdad, y afirma que el mejor m odo de lidiar con los
males sociales es “el dar ensanche y libertad a lo s escritores
públicos para que las atacasen a viva fuerza y sin compasión
alguna” (Mariano Moreno, Escritos, 237). Pero a continuación, en
una maravillosa contradicción, afirma que “los pueblos yacerán en
el embrutecimiento más vergonzoso, si no se da una absoluta
franquicia y libertad para hablar de todo asunto que no se oponga en
modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta religión y a
las determinaciones del gobierno” (238). En una palabra, todo
puede ser discutido, siempre que no sean la religión ni el gobierno.
El problema aquí es que Moreno, con toda su retórica iluminista,
nunca abandonó el concepto escolástico de una verdad divina
preexistente esperando ser revelada. A sus ojos la libertad de
expresión no es un camino a nuevas verdades por m edio de la
observación compartida, la razón, la discusión y el análisis; antes
bien, es un conducto por el que la verdad preestablecida puede pasar
de los pocos ilustrados a los m uchos bcncfifciados. Más adelante en
el mismo ensayo nos dice que “la verdad, com o la virtud, tienen en
sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y
ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo” (239). Esto
equivale a decir que, ya que la verdad y toda defensa de la verdad
existen previamente a cualquier discusión, las ideas verdaderas
deben ser aceptadas en su pureza primitiva antes que cuestionadas,
revisadas y vueltas a cuestionar. M ás aún, en frases que recuerdan
44
duramente el concepto agustino de pecado original, Moreno afirma
que la insistencia a la verdad se deriva del egoísmo y el orgullo, los
grandes pecados que ocasionaion la Caída; en palabras de Moreno;
“seamos, una v e /, menos partidarios de nuestras envejecidas opi
niones; tengamos menos amor propio; dése acceso a la verdad y a
la introducción de las luces y de la ilustración" (2.10), Todo lo cual
lleva a pivguntarse quién, según Moreno, determinará curtí es la
ventad, para impartir iluminación a las almas inferiores hundidas
en el egoísmo y el prejuicio,
Una respuesta a esta pregunta se puede encontraren un texto
hivve llamado “ Inundación de La </e Aln<s'\ que
escribió para el primer número del periódico oficial de la junta
revolucionaria. Para M oreno, el objeto fundamental del órgano de
prensa es ser una tribuna de expresión de los “hombres ilustrados
que sostengan y dirijan el patriotismo y la fidelidad", Mrts adelante
afirma que la necesidad de una dirección ilustrada “nunca es mayor
que cuando el choque de las opiniones pudiera envolveren tinieblas
aquellos principios que los grandes talentos pueden únicamente
reducir a su primitiva claridad" ( , 228), fin resumen, el
patriotismo debe sercanall/.ado poruña élite de hombres ilust rudos,
los únicos que pueden conducir a las masas hacia la verdad y la
libertad. ¿Y cóm o elegir a estos hombres ilustrados? ¿Por nom
bramiento, autonomhramiento, nacimiento? Son preguntas que
Moreno deja sin respuesta. También es interesante que Insista en
que la verdad es la reposición de valores primitivos, anles que el
descubrimiento de algo previamente ignorado, ¿Pero dónde se
obtendrá esa vendad? ¿Es el conocim iento privilegiado de una clase
saecreiotal? ¿Es el supuesto retomo de la Contrarreforma al Cris
tianismo primitivo? ¿O bien Moreno estrt haciendo una referencia
oblicua a las sociedades m íticas de Rousseau, donde el hombre
primitivo vivía en una pureza no mancillada? Una vez mrts, Moreno
deja suspendidos los interrogantes.
Por últim o, Moreno muestra una manifiesta incomodidad ante
la idea, fundamental en el llum inism o, de que opiniones diferentes
pueden coexistir en una sociedad pluralista, Según su perspectiva,
el “choque de las opiniones“ no es un paso necesario bada el
consenso y la acom odación, sino un verdadero peligro que “ pudiera
envolveren tinieblas" a la ventad primitiva, Una vez mrts, pese a su
uso liberal de térm inos popularizados por el llumnrismtv el
autoritarismo y absolutismo del seminario son muditxptrts VIsibKxy
aquí que cualquier aprecio auténtico por la sociedad ultüiallsta
anhelada por los mejores pensadores de las L u ces. Su lengua nativa
puede haber contribuido a su p oco éxito en la comprensión del
pluralismo. En castellano, no hay una palabra que pueda equivaler
sin paráfrasis al término inglés to en el que la capa
cidad de partidos disidentes de llegar a un con sen so mediante la
negociación es vista com o un valor p ositivo. Los equivalentes más
próximos en castellano son ceder, comprometerse o transigir, todos
los cuales sugieren más un abandono de lo s principios que un
principio de negociación.
N i siquiera Rousseau, confesado íd olo intelectual de More
no, se salva del autoritarismo de éste. En e l prólogo a su traduc
ción de amplias porciones del Contrato Social, M oreno predice que
Rousseau “será el asombro de todas las ed ad es”, y que poner su li
bro al alcance de los argentinos es parte necesaria de la educación
del pueblo ( Escritos,3 79). Antes, en el m ism o ensayo, declara qu
la educación es vital en las sociedades libres ya que “si los pueblos
no se ilustran... será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin
destruir la tiranía” (377). A sí habla el ilum inista M oreno. Pero no
ha terminado de elogiar a Rousseau y a la educación, cuando se
vuelve contra ambos al anunciar que “com o el autor tuvo la
desgracia de delirar en materias religiosas, suprimo el capítulo y
principales pasajes donde ha tratado de ellas” (381-382), cosa que
hizo en realidad. Una vez más, el escolasticism o resultó más fuerte
que las Luces. Para Moreno, aun su mentor R ousseau debe ser
censurado cuando se sale del camino de las verdades establecidas.
Pese a los intentos de Mariano Moreno de purificar a R ousseau, un
miembro del clero por lo menos, Juan José María del Patrocinio,
lo condenó vigorosamente por propagar “la infernal doctrina (y)
pestilencial veneno” del Contrato Social (citado en R uiz Guiña-
zú, Saavedra, 162-163).
Pero Moreno no se agota en la teoría. Apenas nueve meses
después de haberse puesto del lado de los españoles en la sustitución
de Liniers, cambió de aliados políticos escribiendo una larga
defensa del libre com ercio y una fuerte crítica al mercantilismo
español. El texto en cuestión es conocido com o Representación de
los hacendados, abreviatura de su extenso título original: Repre
sentación a nombre del apoderado de los hacendados de las
campañas del Río de la Plata dirigida al excelentísimo Señor Virrey
don Baltasar Hidalgo de Cisneros en el expediente promovido
sobre proporcionar ingresos al erario p o r medio de un franco
comercio con la nación inglesa. D os puntos nos llaman la atención
46
en este título. Primero, Moreno sugiere inocentemente que el único
problema entre manos es aumentar los ingresos fiscales para el
necesitado gobierno de Cisneros. Segundo, en el sistema legal
español todos los documentos que constituyen un caso particular se
reúnen en un escrito llamado expediente, que puede incluir docu
mentos de fuentes diversas. Las repeticiones y digresiones de la
Representación sugieren que tal fue el caso aquí. José Pablo
Fcinmann llega a suponer que Manuel Bclgrano, Alexander
Mackinnon, un comerciante inglés, y quizás incluso Lord Strangford,
representante inglés ante la Corte de Brasil, contribuyeron con
partes del texto a la Representación (Feinmann, Filosofía, 22-23).
La ocasión de la Representación fue la llegada, el 16 de agosto de
1809, de barcos mercantes ingleses enviados para abrir Buenos
Aircs al comercio, o mejor dicho, para restablecer los contactos
comerciales que los británicos habían tenido bajo Liniers pero
ahora estaban bajo ataque por el gobierno pro-Cádiz de Cisneros
(Fems, 67-70). La actitud del Foreign Office fue en primer lugar
política, ya que las mercaderías inglesas de todos modos no te
nían problemas en ingresar a Buenos Aires gracias a la madura
red de contrabandistas. En una palabra, los barcos ingleses se
proponían principalmente desafiar el monopolio legal que el go
bierno de Cádiz seguía arrogándose sobre las colonias. Los ingleses
endulzaron su propuesta ofreciendo pagar impuestos de impor
tación al indigente gobierno de Cisneros, repitiendo un arreglo que
ya habían hecho con el gobierno portugués en el exilio en Río.
Como Cisneros necesitaba el dinero pero no quería ofender al
gobierno de Cádiz, tuvo la astucia de pedir la opinión del consulado
español.
La respuesta del consulado español, escrita por Manuel Grego
rio Yañiz, esbozaba una postura proteccionista cuyos puntos prin
cipales se volverían moneda corriente en el posterior pensamiento
nacionalista y populista. Yañiz presentaba dos principales objecio
nes al libre comercio con Inglaterra. Primero, afirma que mediante
un aumento de su presencia comercial los ingleses tendrán “una
exagerada injerencia... en los asuntos de la colonia”, comprome
tiendo de ese modo la autoridad del gobierno local (Feinmann, 21).
Segundo, mantiene que si bien las mercaderías inglesas pueden ser
más baratas que las producidas en el país, su efecto final sería
arruinar la indusiria local. “Sería temeridad”, escribe, “querer
equilibrarla industria americana con la in glesa... por consiguiente
arruinarán enteramente nuestras fábricas y reducirán a la indigencia
47
a una multitud innumerable de hom bros y m u jeres q ue se mantienen
con sus hilados y tejidos” (citado en F einm ann, 21 ). Posteriormente
M iguel Fernández de A güero redactó una op in ión concurrente,
destacando más aún la necesidad de proteger la industria local.
Aunque Yañiz y Agüero tenían por interés prim ordial proteger los
privilegios com erciales de España, sus argum entos en favor de la
industria local tenían considerable p eso d e verdad. En razón de
que España nunca había llegado a ser una p oten cia industrial, el
virreinato era en gran medida au tosu ficien te en m u ch os de los
bienes que Inglaterra quena que la A rgentina importara: indu
mentaria, telas, zapatos, m uebles. A d em ás, el b ien estar económ i
co de buena parte de las p rovincias d ep en día d e su capacidad de
fabricar bienes para los m ercados lo c a le s, d e lo s cu ales Buenos
Aires era el más grande.
En respuesta al consulado, un grupo de terratenientes porteños
Oos hacendados) y com erciantes criollos pro b ritánicos, encom en
daron a Mariano M oreno que presentase el punto d e vista d el sector
en la Representación, de la que fue redactor y principal autor. Se
gún su hermano M anuel, Mariano M oreno fu e “un am igo decidido
de Inglaterra mientras v iv ió ” (M anuel M oreno, II, 8). D e m odo que
no perdió tiempo en decirle a C isneros, y m ás de una v ez , que el libre
com ercio con los in gleses no sólo traería prosperidad a la nación,
sino que lo s im puestos pagados por las im portaciones llenarían las
arcas fiscales, por el m om ento peligrosam ente vacías. D ic e que las
mercaderías inglesas ya entran al país a pesar d e “ le y e s y reiteradas
prohibiciones”, privando así al tesoro de im p u estos que cobraría de
otro m odo, y a continuación sugiere que la leg a liz a ció n d e ese
com ercio no sólo enriquecerá al gobierno sin o tam bién irá en
consonancia con la “le y de la necesidad ” e n la que se basa toda
econom ía ( scrito, 105-109). S ostien e adem ás que un contacto
E
m ayor con Gran Bretaña aumentará las ganancias agrícolas d e la
Argentina al tiem po que le dará acceso a las m anufacturas in glesas,
baratas y de alta calidad (1 2 0 -1 2 3 ). D e h ech o, afirm a q u e la Ar
gentina en cierto sentido se m erece el com ercio co n Inglaterra, que
la gente ex itosa y d e buen gu sto n o debería quedar reducida a las
lim itaciones d el artesanado local:
48
buen m ueble sólo porque nuestros artistas no han querido
contraerse a trabajarlo bien? (217).
49
desinterés por las necesidades económ icas del interior. De la
Representación en adelante, los impuestos por importaciones y
exportaciones los cobraría Buenos Aires; los artesanos del interior
se extinguirían; y cuando el interior, con todo derecho, protestase
contra estas medidas, Buenos Aires respondería con cañones. En
este sentido la Representación marca el com ienzo de una política de
enriquecimiento de Buenos Aires a expensas del interior, a la vez
que le niega a éste los medios para su propio crecim iento y progreso.
En palabras de Juan Bautista Alberdi, uno de los más distinguidos
pensadores argentinos, cuya obra será considerada en un capítulo
posterior de este libro:
50
colecciónele escritos de Moreno de 1895 (edición que usamos aquí).
Esta primera publicación del Plan causó de inmediato una conmoción,
yaque de sus páginas Moreno emerge como un pensador radicalizado
que no sólo e s inteligente, previsor y original, sino también
impiadosa, sanguinario y un tanto loco. Esta cara de Moreno era tan
diferente de la que había dibujado la Historia Oficial, que los
historiadores liberales cuestionaron la autenticidad del Plan desde
el primer m om ento. Aunque hoy día la autenticidad del documento
es aceptadaen general, algunos historiadores, por motivos estudiados
más adelante, siguen insistiendo en que es apócrifo. En mi discusión
del Plan examinaré primero sus puntos más importantes, y después
pasaré revista al debate sobre su autenticidad.
Como un poem a épico, el Plan comienza con una invocación,
no a la s M usas sino a George Washington: “¿Dónde están, noble y
grande W ashington, las lecciones de tu política? ¿Dónde las reglas
laboriosas de la arquitectura de tu grande obra? Tus principios y tu
régimen serían capaces de conducimos, proporcionándonos tus
luces, aconseguirlos fines que nos hemospropuesto” (£scm<95',456).
Pero lo que M oreno tiene en mente se acerca más a Maquiavelo y
Robespierre que a Washington. Desde el comienzo declara que la
Junta debe reprimir sin piedad a los disidentes: “La moderación
fuera de tiempo no es cordura; jamás, en ningún tiempo de revolución,
se vio adoptada por lo s gobernantes la moderación ni la tolerancia;
el menor pensam iento de un hombre que sea contrario a un nuevo
sistema, es un delito por la influencia y por el estrago que puede
causar con su ejem plo, y su castigo es irremediable” (458). Para
evitar la posibilidad de duda concerniente al tipo de castigo, agrega
que “los cim ientos de una nueva república nunca se han cimentado
sino con el rigor y el castigo, mezclados con la sangre derramada de
aquellos m iembros que pudieran impedir sus progresos” (458-459).
Más adelante afirma la necesidad de la violencia y d crimen,
diciendo que “no debe escandalizar el sentido de m is ve ces, de
cortar cabezas y verter gre, y sacrificar a toda c
san
cuando tengan sem ejanza con las costumbres de los antropófagos y
caribes... N ingún estado envejecido o provincias pueden regene
rarse, ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de
sangre” (467).
En previsión de que alguien cuestionara su autoridad, Moreno
deja de lado la razón y recurre a la profecía: M e puse en manos de
la Providencia, a fin de que dirigiese mis conocimientos acerca de
la causa m ás justa y más santa” (464). La razón queda en segundo
51
plano; en este punto, Moreno es profótico. S ea com o fuere, a los
potenciales disidentes se les advierte que "las m áxim as que realizan
este Han son, no digo las cínicas practicables, sino las mejores y más
admisibles, en cuanto se encaminan al desem peño y gloria de la lid
en que estamos tan empeñados" (465). C oncluye la introducción
atronando que cuando la Constitución, en esc m om ento todavía no
escrita, "afiance a todos el goce legítim o de los derechos de la
verdadera libertad, sin consentir abusos, entonces resolverá el
Estado americano el verdadero y grande problema del contrato
social" (468). En una palabra, M oreno resum e la posición contra
dictoria de establecer la paz m ediante el terror, la democracia
mediante la represión, la libertad mediante la coerción.
¿Dónde está el origen de la fascinación d e M oreno por el
terror? Los historiadores liberales argentinos, siem pre a la busca de
raíces europeas, lo han atribuido a su “jacob in ism o”. S e destaca en
este sentido José Ingenieros, brillante escritor cu yo estudio en dos
volúm enes, publicado en 1918, Evolución de las ideas ,
sigue siendo una obra útil, a pesar de lo s pronunciados prejuicios del
autor. Como lo señala José Pablo Feinmann ( , 4 9 ), Inge
nieros se deleita especialmente en hacer una analogía entre el elenco
de personajes del período revolucionario en la Argentina y la
R evolución Francesa. En este esquema, lo s m orenistas son los
jacobinos, lo s saavedristas son los , y la Primera Junta es
e l Directorio (Ingenieros, 1 ,9 9 -1 1 0 ,1 2 7 -1 3 5 ).
Si bien no puede negarse una sem ejanza d e M oreno con
Robespierre y los jacobinos franceses, su retórica es decididam ente
de otro origen: las Cruzadas, la Inquisición y la Contrarreforma. La
proximidad de M oreno con los elem entos m ás regresivos d e la
historia católica se hace evidente sobre todo en lo s pasajes q ue
acabam os de citar. M ediante la violen cia y la muerte (ya sea en una
Guerra Santa o en un Estado sancionado por D io s, d el que M oreno
d ice ser e l profeta), la tierra es lavada con sangre d e la iniquidad, los
en em ig o s mueren, y la revolución se consum e. L u ego, mediante la
enunciación d e las palabras correspondientes, en una C onstitución
m ejor que en un decreto d e ab solu ción , se reinsiituye el estado de
in o cen cia d el prim itivo Contrato S ocial. L a elim in ación de los
“en em ig o s” fu e en lo s h ech os una de las principales actividades de
laPrim era Junta, hasta que C om elio Saavedra cu estion ó laprudencia
de p resuponerla culpa en base a d enuncias anónim as (Saavedra, 58-
6 0 ). D isgustado por este llam ado a la razón, M oreno renovó sus
esfu erzo s por desacreditar al p residente de la Junta.
52
Para id en tificar a lo s e n e m ig o s, M oren o recom ien d a estab le
cer una p o licía secreta: “En la cap ital c o m o e n todos lo s p ueblos,
a proporción d e su ex ten sió n [el gob ierno d eb e] conservar unos
espías, n o d e lo s d e prim er ni segu n d o orden, en talento y cir
cunstancias, pero d e u na ad h esión co n o cid a a la cau sa” (4 7 3 ). U na
vez que esto s esp ía s estén en su s p u estos, d eb en denunciar a todos
los en em ig o s d el gob iern o, reales o só lo so sp ec h o so s. M ás aún:
según M oreno, siem p re d eb e tom arse en serio la inform ación d e un
espía: “L a m ás m era so sp ec h a d en un ciad a por un patriota contra
cualquier in d ivid u o d e lo s que presentan un carácter en em ig o d eb e
ser o íd a ... para q ue e l d en un cian te n o en erve e l c e lo en su co m isió n ”
(475-476). A q u í resuena su co n sejo anteriorde que con lo s en em ig o s
“debe observar e l G ob iern o una con d ucta m u y distinta, y es la m ás
cruel y sa n g u in a ria ... la m en or sem iprueba d e h ech o s, palabras,
etcétera, contra la cau sa, d eb e castigarse co n la pena cap ital” (4 7 2 -
473).
E l tem or a lo s en e m ig o s tam b ién lo lle v a a recom endar q ue
el Estado o p ere en ab solu to secreto. A este fin acon seja q u e e l
gobierno sea “ s ile n c io s o y reservado co n el p úb lico, sin q ue
nuestros e n e m ig o s, n i aun la parte sana d e l p u eb lo, lle g u e n a
com prender nada d e su s op eracion es” (4 7 0 ). M ás adelante acon seja
que “el núm ero d e G acetas q ue hayan d e im prim irse sea m u y e s c a
so, de lo que resu lte q ue sien d o su núm ero m u y corto podrán
extenderse m en o s, tanto en lo interior d e nuestras p rovin cias, c o m o
fuera de ella s, n o d eb ién d ose dar cu id ad o algu n o al G ob iern o q ue
nuestros e n e m ig o s repitan y contradigan e n sus p eriód icos lo
contrario” (4 7 7 ). D e sp u é s, este hom bre q ue en otra ép o ca h abía
elogiado el libre in tercam b io d e id eas, p roclam a q ue n o s e perm itirá
la circulación d e n in gú n p eriód ico crítico al gob ierno (4 7 7 ). E l
secreto tam b ién m o tiv a una extrem a so sp ec h a resp ecto d e lo s
extranjeros, q u e e n su o p in ió n deberían ser e x ilia d o s a las Islas
M alvinas, a la fría y d esierta P atagonia, “y d em ás d estin os q u e s e
hallase por c o n v e n ie n te ”, si e s q u e “n o han d ad o alguna prueba d e
adhesión a la c a u sa ” (4 9 9 ).
El Plan tam b ién d iscu te la p o lítica e c o n ó m ic a , pero e n térm i
nos claram ente d istin to s a lo s d e la R epresentación v isto s antes; d e
hecho, e l go b iern o om n ip resen te q u e v e m o s en e l Plan n o tien e nada
en com ún c o n la m an o in v is ib le q u e era e lo g ia d a en la R epresen
tación. El n u e v o orden ec o n ó m ic o d e M oren o tal c o m o e s exp u esto
en el Plan se resu m e en una frase que an ticipa e l cá lcu lo h ed ó n ico
de Bcntham : “E l m ejor g o b ier n o ”, afirm a, “e s aquel que h a ce fe liz
53
mayor número de individuos”. A partir d e esto afirma que “las
fortunas agigantadas en pocos in d ivid u os... n o sólo son perniciosas
sino que sirven de ruina a la sociedad c iv il” (519). Por lo tanto,
recom ienda que el E stado in ic ie una p o lític a agresiva de
redistribución de la riqueza, de lo s ricos a los pobres. Los primeros
en perder su propiedad serán lo s “en em ig o s” (4 9 8-499), seguidos
por todos aquellos que aju icio del Estado tengan demasiado: “Que
hayan de descontarse cinco o seis m il individuos, resulta que como
recaen las ventajas en ochenta o cien m il habitantes, ni la opinión del
gobierno claudicaría ni perdería nada en el con cepto público” (521).
Pero, com o le preocupa que la riqueza así adquirida pueda corrom
per a sus beneficiados, agrega sin demora que el Estado, como un
buen pastor, deberá impedir que se propague “e l ocio, y dirigién
dolos ala virtud” (522). El desprecio de M oreno por los ricos puede
haber nacido de la actividad de com erciantes com o Tomás de
Anchorena y Juan Pedro Aguirre, que obtuvieron altas sumas de
dinero del movimiento revolucionario mediante la usura y los altos
intereses (Sebreli, Apogeo, 97-101).
Su plan económico incluye también lacreación de una comisión
estatal para supervisar todas las ventas, impedir la concentración de
riqueza, cerrar la exportación de bienes necesarios en el país y
controlar todas las importaciones, especialm ente de los productos
que “com o un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil”
(523). Moreno quiere especialmente una nación autosuficiente “sin
necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la
conservación de sus habitantes” (522-523). R econ oce de todos
m odos que el comercio extem o es necesario aun si eso significa que
la Argentina deba “sufrir algunas extorsiones”, al parecer una
referencia a las ganancias extranjeras (508-509). D e todos m odos,
Moreno recomienda precaución, especialmente con Inglaterra, que
a sus ojos es “una de las más intrigantes de todas las naciones” (532).
Moreno equilibraba esta suspicacia hacia la Gran Bretaña con una
peculiar admiración; Inglaterra podía ser la más hipócrita de todas
las naciones, pero era también la nación que Moreno prefería como
aliado comercial y político. Cuando se vio obligado a renunciar, de
inmediato se embarcó con rumbo a Inglaterra para pedir apoyo para
sus planes.
Tan ambiciosas com o sus propuestas económ icas son sus
previsoras recomendaciones en el cam po de la política exterior. Lo
que com ienza com o un plan practicable para sofocar una rebelión
local en el Uruguay termina com o una m agna estrategia para liberar
54
a toda Sudamérica del dominio español y portugués, desmembrar el
Brasil y dividirse el territorio conquistado entre la Argentina y Gran
Bretaña (535-551). Los métodos de Moreno para realizar este
proyecto no tienen nada que envidiarle a Maquiavclo. Confiesa
abiertamente que promover la gesta de Mayo en nombre de Femando
fue una farsa perpetrada para unir a criollos de toda ideología contra
España, y poder iniciar la liberación de toda Sudamérica y su
subsiguiente división entre el Estado de Moreno y los ingleses. Con
este fin recomienda algunos trucos (cartas falsas, dcsinformación,
etcétera) para sembrar la discordia, dividir lealtades, difundir la
rebelión popular y fom entarlas guerras civiles en el Uruguay y el
Brasil. Después de que las tierras ambicionadas se hundan en la
guerra civil, deberán emplearse lácticas similares para sembrar la
enemistad entre Inglaterra y Portugal. Cuando sea posible la toma
de esos territorios, y los in gleses hayan sacado del cuadro a los
portugueses, Moreno urge a la Junta de Buenos Aires a entrar en
“tratados secretos con la Inglaterra” para repartirse los territorios
conquistados (535). Está convencido de que los habitantes de
Uruguay y Brasil saludarán a los invasores argentinos e ingleses con
los brazos abiertos, al m enos una vez que comprendan “la felicidad,
libertad, igualdad y benevolencia del nuevo sistem a” (540), fantasía
tan lunática com o su aparente creencia de que los in gleses dividi
rían de buena gana un botín territorial con un “Estado” que por el
momento no tenía nombre, fronteras, ni gobierno permanente, ni
ejército institucional, ni armada, ni infraestructura, y ni siquiera una
base económ ica establecida.
¿Qué pensar del Plan de M oreno? A primera vista, parece tan
completamente disociado de la realidad que m uchos lo han hecho
a un lado com pletamente, sin tomarlo en serio. Otro m odo de
olvidarse del Plan, potcncialm ente más inconducente, es h acérselas
preguntas erróneas: ¿la obsesión con los “en em igos” revela la
paranoia de Moreno? Sin duda. ¿Sufría delirios de grandeza?
Obviamente. ¿Propuso el derramamiento de sangre, el terrorismo y
la intriga? Con toda seguridad. Pero, para determinar la importancia
real del Plan, una pregunta más adecuada podría ser: ¿El Plan señala
o anticipa alguna corriente en las ficcion es orientadoras argentinas,
por entonces em ergentes, que haya que tom aren serio, a pesar de su
naturaleza extremada? V isto bajo esta luz, el Plan es quizás e l
documento más sign ificativo de M ayo.
Como hacedor de m itologías nacionales, M oreno legó al
discurso argentino un concepto del mal observable aún h oy en
55
muchas de las ficciones orientadoras que operan en la Argentina.
Estas ficciones orientadoras descansan en alguna m edida sobre el
sentido del mal que tenía Moreno; heredero d e la teología cristiana,
Moreno define al mal com o la ausencia del bien. El mal para
Moreno es algo que es m enos bueno de lo q ue podría ser. Como tal,
al mal se lo derrota negándole espacio en el bien. El sentido del mal
de Moreno no admite términos m edios, ningún espacio donde
“bueno” y “malo” se mezclen con “p osib le” y “am biguo”. Dada esta
definición, es lógico que M oreno viera un en em igo en cualquiera
que no estuviera totalmente com prom etido con la causa — tal y
como la define Moreno. Su mundo está p oblado por patriotas que
le dan la razón, y traidores que no. Y com o el m al sólo puede ser
combatido negándole espacio en lo bueno, M oreno v e sólo un
modo de vérselas con los enem igos: elim inarlos mediante la
muerte o el exilio, idea que abre la puerta a la peor clase de represión.
Es interesante observar que Moreno plantea su terrorismo en un
tono particularmente tímido, en tanto reconoce que las naciones
civilizadas no recurren al espionaje a sus ciudadanos, ni al fusila
miento por la mera posibilidad de traición, ni a cortar cabezas ni a
regar el suelo con sangre. Pero en última instancia la suya es una
apología de la violencia que, aunque deplorable, considera inevi
table para la salvación del país. En una palabra, el mal y su
encamación en los “enemigos” deben ser extirpados mediante una
cirugía radical, como único medio para restaurarla salud del cuerpo
político.
La supervivencia de tales ficciones orientadoras en la Argen
tina puede advertirse en distintos movim ientos posteriores a Mo
reno, algunos relativamente inocuos y otros funestos. Por ejemplo,
en otras sociedades occidentales y modernas, la palabra jntransi^
gentia_sugiere dogmatismo y rigidez. En cam bio, en la Argentina
instrunsigcncia se entjende gomo principismo, moralidad y una
defensa purista de la verdad. Es decir, connota posturas tan correctas,
tan puras, tan ortodoxas que cualquier transacción queda excluida
por principio. En eso, me parece que hay ecos de la rigidez e
intolerancia de Moreno, para quien la negociación se vuelve trai
ción, y el consenso colaboración con el enem igo. M il veces peores
la construcción que hace Moreno de sus enem igos. El Plan sugiere
que en un momento de crisis cualquier persona que esté en desacuerdo
con la causa es un enem igo que merece los peores casügos. Tal
sugerencia es funesta: se proclama una crisis y todo es permitido. La
crisis lo justifica todo.
56
Moreno también anticipó la función del Estado en la Argen
tina, donde en tiempos modernos ha intervenido constantemente en
el trabajo y el com ercio, haciendo de la Argentina la economía más
sohrcrregulada y sobregobemada del mundo capitalista. Sin llegar
a constituir un auténtico socialismo, la intromisión estatal en la
economía ha producido tal fárrago de regulaciones, subsidios
industriales, protección de empleos, derechos del trabajo, precios
controlados, tasas artificiales, industrias estatales, que la economía
terminó paralizada. Lajuslificación para tanta intervención resuena
en el deseo de Moreno de domesticar el capitalismo en nombre de
una igualdad forzosa.
Dadas las posiciones extremistas del Plan y la imagen tan
diferente de Moreno que puede inducir en el lector moderno,
algunos de los apologistas liberales del prócer han intentado,
comprensiblemente, demostrar que el documento es apócrifo. De
hecho, la controversia que rodea la autenticidad del Plan es casi tan
interesante com o el Plan mismo. Cuando apareció en 1895 la
antología de Piñero, Paul Groussac, un profesor malhumorado, de
origen francés, que vivía en Buenos Aires e hizo toda una carrera
denigrando casi todo lo argentino, dedicó un número entero de
Biblioteca, revista que dirigía, para desenmascarar al Plan como
obra de alguien que, si no era “un mistificador o un demente, tenía
un alma de malvado aparcada a una inteligencia de imbécil”
(Groussac, “El Plan de Moreno”, 145). Aunque Piñero respondió
bien a la invectiva de Groussac, fue la posición de este último la que
se popularizó entre los liberales argentinos, que se negaban a creer
que Moreno pudiera haber escrito algo así. Unos veinticinco años
después, la crítica de Groussac al Plan fue retomada por Ricardo
Levenc, autor de una obra en cuatro tomos sobre Moreno; Levene
se negó a aceptar la autenticidad del Plan sobre todo porque su
contenido contradice de pleno la imagen del prócer que está
tratando de construir: la de un patriota íntegro que, si bien con cierta
inclinación al exceso, se mantuvo firme en el sostén de los principios
de la Ilustración. Levene más tarde publicó un análisis caligráfico
de la copia manuscrita en el que determinó que había sido escrita por
un.exiliado uruguayo de-nombre-Andrés, Álvarez, dato que en
realidad no probaba nada puesto que la copianurrcá había preten
dido ser nada más que una copia; identificar al copista difícilmente
podía probar que Moreno no era el autor.
Más tem ibles que los liberales que rechazaron el Plan sobre la
base de una supuesta inautenticidad, son los argentinos que ven con
57
buenos o jo s las ideas desarrolladas en él. N a d ie m ás representativo
de ésto s e s el historiador n acion alista E nrique R u iz G u iñ azú , quien
en d oscien tas cincuenta págin as d e b ien d ocu m en tad a argumenta
ció n m uestra que las o b jecio n e s d e G ro u ssa c y L ev e n e no se
sostien en ante un exam en m in u cio so , y q u e el Plan es coherente
punto por punto con otros escritos de M oren o cu y a autenticidad es
indiscutible. A pesar de una p osib le corru pción en la co p ia hallada
en S evilla, R uiz G uiñazú dem uestra q ue lo s con tem p orán eos de
M oreno, así co m o historiadores posteriores, sab ían de la existencia
de unPlan sem ejante, aunque no id én tico, a la v er sió n sobreviviente
(R uiz G uiñazú, Epifanía,1 8 1-331). P osteriorm en te, en las décadas
de 1960 y 1970, la izquierda tcrccrm undista resu citó el Plan como
un m odo de dar autoridad a su prédica d e v io le n c ia revolucionaria,
redistribución forzada de la riqueza, y antiim perialism o aislacionista.
Cabeza de este grupo es R odolfo P u iggrós, q u izás el principal
historiador m arxista d e la A rgentina.
E s d ifícil asignar un lugar a M oreno en la h istoria argentina.
Sus p o sicio n es radicalizadas com enzaron d istan cián d olo de los
elem en tos m en os extrem istas en la Junta, y por su p u esto fueron
anatem atizadas por la oligarquía conservadora. P ero su nombre
sig u ió ante la mirada del p úblico gracias a lo s libros esco la res de
historia, que invariablem ente lo retratan co m o un h éroe de la
Ilustración, idea cuya supervivencia dem uestra q u e so n p o co s los
que lo leen en exten so. Pero, sea cual fuere el m érito intrínseco de
su trabajo o las distorsiones de la Historia O ficial, M oreno es útil
co m o paradigm a de las posturas contradictorias que corren a lo
largo del pensam iento argentino. Por un lado, u só la retórica de la
libertad para proponer un reinado del terror; predicó la libre expresión
m ientras aplicaba la censura; contribuyó a la asunción de un papel
h cg cm ó n ico por parte de B u en os A ires, aunque ocasion alm ente
apoyó d e palabra ideas de igualdad provincial; ap oyó la fonnación
de un co n g reso con stitu cion al representativo, pero trató de excluir
de él a lo s cau d illos provin ciales con cu yas ideas no coincidía;
h izo grandes frases en favor de la soberanía popular, pero prefi
rió el gob ierno de una pequeña m inoría ilustrada; dio por supuesta
una superioridad de la A rgentina en A m érica latina que aun hoy
v u elv e a este país uno de los m en os queridos en las relaciones
interam crieanas; ap oyó la idea de un Estado paternalista, aislacio
nista e interven cion ista q ue sigu e vam pirizando el potencial eco
n ó m ico d el país. Pero, por otro lado (y nun ca se destacará lo
su ficien te este pun to), M oreno fue el principal transm isor de los
58
grandes ideales del pensamiento político occidental. Introdujo en
el discurso argentino conceptos de igualdad universal, libertad de
expresión y disentimiento, libertad individual, gobierno represen
tativo y administración institucional bajo la ley. Y aun cuando
Moreno haya traicionado estos objetivos, el vocabulario que intro
dujo en el pensamiento argentino llegó a ser el marco dentro del
cual serían juzgados todos los gobiernos futuros, y el punto de
partida necesario para cualquier intento de reforma y de mejoras.
En resumen, durante su vida la influencia de Moreno quedó blo
queada casi desde el com ienzo por su extremismo, su intransigen
cia y su muerte prematura. Pero como precursor de ficciones orien
tadoras que siguen muy vivas en su país, es un hombre de desusada
trascendencia.
59
adopta “el ton o de un verdadero presidente” , p cio só lo muestra "C|
aire de un estadista singularmente experto para llevar la voz en la
direcciónde los negocios” (citado en Ruiz Guiñazú, 386),
Igual que Moreno, fue severo crítico de los diputados provinciales,
quienes a su juicio eran “v ulgo en materia de conocimientos y
experiencia de los negocios públicos m ás comunes". Según Núflez,
los provincianos habían llegado “repentinamente de los lugarcjos y
pueblos” y eran “hombres azorados” sólo aptos para "los negocios
domésticos, económicos o municipales” ( , 386*387). Esto
es, asuntos de peso como la organización política, la independencia
ylas relaciones exteriores debían ser dejados a cargo de la élite culta
de Buenos Aires.
La altivez de lo s m orem stas contrasta n ítid am en te con la
actitud de Saavedra y lo s saavedristas. En su s m em orias, Saavedra
afirma que sus seguidores eran m ás auténticam ente am ericanos que
lo s pretenciosos intelectuales m oralistas, y ridicu liza a M oreno por
su participación en el cabildo proespañol cuando la destitución de
U niere (Saavedra, 38-39). Hombre de b uenos in stin tos más que de
ideas articuladas, Saavedra intentó darle igual representación a las
provincias, pero no recibió más que desdén de parte de lo s arrogantes
jó v en es m orenistas. N o obstante, entre los partidarios de Saavedra
había otro grupo que lu ego lo desacreditaría: e l d e lo s comerciantes
conservadores porteños que, ya resentidos por haber perdido sus
con tactos.com erciales con España, temían e l radicalism o y la
dudosaortodoxiareligiosadelosm orenistas.LafaccióndeSaavcdra,
entonces, era m ucho m enos hom ogénea que la de lo s morenistas.
Era m ás bien una m ezcla azarosa y contradictoria de sentimiento
popular, preocupación porlas provincias y conservatismo proespañol
y procatólico: configuración que caracterizaría al federalism o a4o
largo de su historia.
La división representada por el saavedrismo y el morenismo
presagiaba el problema más difícil de la nacionalidad argentina: una
continua ruptura en e l cuerpo político que ni siquiera los líderes más
im aginativos del país han podido curar. En cierto sentido, la
sociedad argentina desde los primeros días de la independencia
pareció haber sido construida sobre una fisura sísm ica. Ninguna
institución argentina ha superado indemne lo s m ovim ientos violen
tos e im predecibles de la falla, y su existencia subyace en gran parte
de la perpetua inestabilidad del país.
A un lado de la falla estaba la elite morenista, jóvenes soña
dores que querían hacer de su país una vidriera de la civilización
60
occidental. En el cam po político sostenían un gobierno fuerte y
unificado con base en B uenos Aires, postura que más tarde los
identificó com o unitarios. Aunque simpatizaban con algún tipo de
proteccionismo, en general preferían una política liberal de libre
comercio, especialm ente con los ingleses, sus enem igos de unos
pocos años atrás. Provenían de las clases altas que vivían de sus
rentas y educaban a sus hijos en Europa. Vivían mirando al norte,
leyendo a autores franceses e ingleses, y creyendo, com o José
Arcadio Bucndía en C ien años d e so led a d de Gabri
quez, que la cultura tenía que ser importada. Los avergonzaba la
existencia de las atrasadas provincias argentinas con sus caudi
llos y sus gauchos m estizos y analfabetos. Por supuesto, en tanto
estudiantes del pensamiento europeo, se llenaban la boca con
proyectos de formación de una república democrática, y repetían
ideas ilustradas de igualdad y fraternidad universales. Pero la
suya era una democracia pcculiaimente antidemocrática, cuyos
dirigentes eran más príncipes filósofos que representantes salidos
del pueblo.
Al otro lado de la falla estaba la mezclada oposición al
morcnismo, primero llamada saavedrismo, después criollism o, que
desconfiaba de la elite intelectual porteña y solía sentirse más
cómoda con el gobierno personalista centrado en un rey, dictador o
caudillo, que con un gobierno institucional fácil de dominar por los
mejor educados en hábitos europeos. Los criollistas provincianos
temían la hegem onía porteña y en general sostenían la autonomía
provincial, posición que más tarde los identificó com o federalistas.
Además, mantenían un interés paternalista en las clases bajas,
temían los com prom isos políticos y económ icos con el extranjero,
y simpatizaban con los intereses provincianos. JuanBautistaAlberdi,
uno de los más capaces pensadores de la Argentina del siglo xix,
resumió la diferencia en las siguientes palabras: “El partido de
Saavcdra era el partido verdaderamente nacional, pues quería que
la nación toda interviniese en su gobierno; el de Moreno era el
localista, pues quería que la autoridad se ubicase en la capital, no
en la nación" (Alberdi, G randes y pequeños hombres, 99). En
apretada síntesis, las palabras de Alberdi señalan el aspecto más
condenable del liberalismo argentino: nunca fue realmente “libe
ral” si incluimos en la noción de liberalismo la democracia repre
sentativa y participativa.
Los conflictos resultantes entre saavedristas y m orenistas,
conservadores y liberales, proteccionistas y partidarios del libre
61
com ercio, provincianos y porteños, p opu listas y elitistas, naciona
listas y cosmopolitas, personalistas e in stitu cion alistas, federales
y unitarios, de un modo extraño sigu en asolan d o al país. Por
supuesto los nombres y las con figu racion es d e alianzas d e ambos
lados de la falla han cambiado con lo s tiem p os. M ás aun, la falla
no siempre ha corrido a lo largo de líneas d e c la se s so cia les, ya que
los ricos cambiaron sus lealtades p olíticas d e acuerdo con sus
intereses económicos. Com o lo muestra H alperin D ongh i en su
notable libro Revolucióny guerra, form ación d e una élite dirigente
en la Argentina criolla, los terratenientes porteños fueron sucesi
vamente liberales y proteccionistas, cosm op olitas y nacionalistas,
según cuál bando fuera mejor para sus n eg o cio s en un momento
dado (383-391).
En el siglo xx, una elite cosm opolita centrada en B u en os Aires
tomaría el lugar de los morenistas. Serían partidarios de palabra de
la democracia, y realizarían todos los gesto s d e la democracia
pluralista, aunque por debajo su vieja susp icacia ante las clases
bajas los llevaría una y otra vez a apoyar e l autoritarismo, en
ocasiones uno tan brutal com o e l que recom endó M oreno en el
Plan. Al otro lado de la falla, lo s obreros industriales y lo s inmi
grantes remplazarían a los gauchos en lo s m ovim ientos populistas.
Líderes mesiánicos como Juan D om ingo Perón y su esp osa Eva
Duarte remplazarían a los caudillos personalistas. Las políticas
económ icas proteccionistas y una perspectiva insular reflejarían el
localism o de un siglo atrás. Fascistas y com unistas tercermundistas
se volverían los nuevos paternalistas. Pero en todos estos cambios
hay una peculiar cualidad de déjà-vu tan pronunciado que parecería
com o si la Argentina no fuera un país, sino dos, am bos llen os de
suspicacia hacia el otro, pero destinados a compartir e l m ism o
territorio.
62
Capítulo 3
Aunque la s prim eras reb elion es criollas tuvieron lugar en 1810, las
fuerzas m ilitares esp añ olas sigu ieron en su elo sudam ericano hasta
1824. D urante e ste lap so d e catorce años, lo s dirigentes criollos
utilizaron gran parte d e su tiem po reclutando tropas, buscando
armas, fin a n ciam ien to, fu erza física y en ergía m oral para com batir
a sus p o d ero sos e x am os. L a A rgentina (si se m e perm ite usar un
nombre que n o tendría san ción ofic ia l hasta 1826) ju g ó un papel
importante en lo s acon tecim ien tos que culm inaron con al liberación
de Sudam érica. H éroes argentinos com o José d e San M artín, Juan
Lavalle y M artín G ü em e s n o se batieron só lo por la libertad
argentina sin o q u e tam b ién colaboraron en la in dependencia de
Chile, P en i, B o liv ia y Ecuador.
S im u ltán eo al esfu erzo por lograr la in d ep en d en cia fije el que
realizaron lo s in telectu a les d el R ío de la Plata por ju stificar las
guerras d e a cu erdo co n la s recien tes m itologías d e un p ueblo nuevo
y una nación re cién nacida. L o s m orenistas reflejaron un aspecto de
este e s fu erzo , en su a p o y o a una d em ocracia p eculiarm ente
doctrinaria, e n la q u e gobernaría un p eq ueño grupo de hom bres
ilustrados; g o b ier n o q u e sería para e l pueblo, q uizás, pero segura
mente no por el p u e b lo . L as fic cio n es orientadoras que subyacen al
apetito de p o d e r d e lo s m oren istas se fundam entan en su supuesta
superioridad in telectu al innata sobre sus detractores, a sí com o su
mayor fam iliaridad c o n la s m odernas id eas (europeas). C om o
dijimos antes, d e la s id ea s d e gob ierno centralistas y elitistas que
pusieron en e s c e n a lo s m oren istas saldría co n e l tiem po el Partido
Unitario. La o p o s ic ió n a lo s unitarios se congregaría en el Partido
Federal, que, c o m o su n om b re in d ica, quería m ayor autonom ía para
las p rovin cias. A u n q u e e l fed eralism o porteño y el provinciano
63
tenían el m ism o nombre, diferían en varios puntos clave. Para
los federales porteños, la autonomía sign ificab a preservar los
Ingresos de la ciudad puerto m ediante im p u estos a las importado-
nes y exportaciones; más aun, los federales porteños tendían a
ser más conservadores, más católicos, m ás h isp ánicos. Para las
provincias del interior y del Litorial, fed eralism o significaba re
sistir a los intentos de concentrar poder en la ciudad puerto y, en el
mejor de los casos, defender los derechos d e lo s pobres y las clases
humildes. Si bien no idénticos, am bos fed eralism os generaron
ficciones orientadoras que justificaran su reclam o de poder, a
algunas de dichas ficciones, por falta de nom bre m ejor, las llamo
“populistas”.
Confieso sentirme incóm odo con el térm ino “populism o” ya
que invoca im ágenes de dem agogia, an tiin teleclualism o y gobierno
de las masas, especialm ente en la Argentina m oderna, donde suele
usarse para calificar al peronismo. Lo u so de tod os m od os, pues un
populismo bien definido puede ayudarm ucho en nuestra exposición
de la Argentina del siglo xtx. Tal com o la u so, la palabra se refiere
a tres conceptos principales. Primero, la idea de dem ocracia radical,
en la que todos los elem entos de la sociedad, sea cual fuere su raza,
clase y origen, participan por igual. Lo radical de una democracia
no se lerniinaen el acto de votar; también in cluye con cep tos de igual
acceso a la educación y a las fuentes de riqueza (en el caso de la
Argentina: la tierra). Una segunda característica del populismo
argentino del siglo pasado es el ideal federalista que veía a las
provincias com o entidades primordialmente autónom as, que en
traban en relación sólo por mutuo consentim iento; e s e federalism o
creció en oposición directa a las am biciones centralistas de los
unitarios. Y por último, gran parte del p opulism o argentino, tanto
del pasado com o del presente, está imbuido de un im pulso nativista
que tratará de definir a la Argentina en térm inos de su cultura
popular, particularmente la cultura de los gauchos y las clases ba
jas. El nativismo argentino creció com o un contrapeso a las pre
ferencias curopeístas de los morenistas y unitarios.
Al estudiar las raíces del populism o argentino, examinaremos
la obra de dos hombres, uno un político y pensador, el otro un poeta.
El político fue José Artigas (1 7 6 4 -1850), cau d illo uruguayo que fue
el primero que en el Río de la Plata articuló co n claridad ideas de
federalism o y dem ocracia radical. Durante casi una década, Artigas
resistió a los planes que tenía B uenos A ires para su provincia, y
durante un tiem po llegó a ser la figura p olítica dom inante en el
64
Uruguay y el I d o r a l. El segu n d o hombro estudiado en este capítulo
es Bartolom é 1lid a lg o ( 1788* 1822), tam bién uruguayo, que com ba
tió a las órd en es d e A rtigas y co n o ció bien, sin dudas, las Ideas del
caudillo. H idalgo es co n o cid o sobro todo com o el inventor de la
poesía g a u ch esca, tam bién llam ado o sim p le
mente gauchesca. A unque H idalgo tom ó m ucho de una tradición
secular de retratar personajes popularas en d ialecto coloquial, lúe el
primero en presentar im ágenes concretas del gancho del Río de la
Blata en literatura, así co m o el primero en usaresa im agen con Unes
francamente p o lítico s, m u ch os de los cu ales siguen de cerca las
ideas de A rtigas. T am b ién m erece ser recontado por haber sido el
primer literato en prom over al gaucho com o tipo nacional, figura
popular con sustento m ítico que en algún aspecto encam a a la
Argentina real.
Si alguien se asombra de que dos uruguayos estén en el centro
de este capítulo, d eb o recordar que el Uruguay, o Oriental
como era con ocid a, formaba paite del virreinato del Río de la Plata
en tiem pos colon iales, y que hasta la década de 1820 sigu ió
viéndose a s í m ism o com o una provincia m ás del conjunto llamado
Provincias U nidas. La independencia del Uruguay resultó en gran
medida de fuerzas externas, particularmente de Brasil y Gran
Bretaña, antes que de un separatismo intem o. En la década que
siguió a la Independencia, Artigas c Hidalgo, lo m ism o que los
porteños, se vetan com o ciudadanos de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. M ás aun: ni ello s ni muchos de sus contem poráneos
uruguayos aspiraban a una nacionalidad propia.
65
labilidad crónica de los gobiernos porteños, que se disolvieron y
reconstituyeron bajo distintos nombres más de una vez. N o obstante,
pese a la inestabilidad política, porteños y provincianos estaban
juntos en la busca de tres objetivos principales: mantener los límites
del viiTcinato, expulsar a los españoles no sólo del virreinato sino
de todo el continente, y elegir una forma de gobierno con la que
todos pudieran vivir. En un primer momento no se logró ninguna de
esas tres metas.
La primera, la de mantener el territorio que había sido del
virreinato, resultó imposible. El 14 de mayo de 1811 el Paraguay
pasó a ser el primer territorio del virreinato que declaraba su
autonomía. De inmediato Buenos Aires mandó tropas al mando del
general Manuel Belgrano para hacer volver a la provincia errante al
rebaño virreinal. Al no ver ningún motivo razonable para someterse
al gobierno de Buenos Aires, los paraguayos reunieron las fuerzas
para derrotar al ejército porteño, obligando a Belgrano a firmar un
tratado en el que reconocía la autonomía de la provincia. Todo lo
que obtuvo Belgrano fue una tibia promesa de que “la provincia deL
Paraguay debe quedar sujeta al gobierno de Buenos Aires com o lo
están las Provincias Unidas”, frase que no carece de ironía puesto
que determinarla naturaleza de esa unión sería el problema central
en la política del Río de la Plata durante los siguientes setenta años
(Busaniche, Historia, 325-326). Detrás de las intenciones del Pa
raguay, sin embargo, yace un franco sentimiento separatista que no
tardaría en hacerse m anifiesto al com ien zo de la dictadura
aislacionista del Supremo, el legendario doctor José Gaspar
Rodríguez Francia.
En un primer momento, la lucha por la independencia pareció
tan poco exitosa com o el intento de mantener al Paraguay en la
unión. Las fuerzas patriotas durante 1810-1811 fueron repetidamente
derrotadas en las provincias norteñas a manos de los realistas. El
líder porteño de esas campañas frustradas, Juan José Castelli,
miembro radicalizado de la Primera Junta y am igo de Moreno,
exacerbó la crisis al crearse enem igos entre las elites de las provincias
norteñas porcuestiones com o las del trabajo indígena y los impuestos
(Rock, Argentina, 82-83). La lucha por la independencia empezaba
a tomar un cariz más favorable para la Argentina cuando en 1813 el
gobierno nombró al general José de San Martín, veterano con veinte
años de experiencia en el ejército español, para comandarlas tropas
patriotas. Gracias a la disciplina y el profesionalism o que aportó
San Martín a las fuerzas insurgentes, de 1814 en adelante, la guerra
66
argentina por la independencia se vio frente a éxitos crecientes. Los
ejércitos argentinos, que incluían a patricios porteños así com o
gauchos bajo las órdenes de generales caudillos, expulsó a los
españoles no sólo de la A rgentina sino también de Chile, Bolivia y
Perú. Mal armadas y aprovisionadas, las tropas criollas lucharon
heroicamente en algunos de los terrenos más d ifíciles del mundo.
Una hazaña esp ecialm en te admirable fue el ataque sorpresa de San
Martín a las tropas realistas en C hile, tras el cruce de la cordillera
de los Andes; en veintiún días y con tropa, caballos y artillería,
cubrió quinientos kilóm etros de terreno que incluye alturas de más
de cuatro m il m etros, hazaña no m enos notable que los fam osos
creces de montañas de A níbal y N apoleón. Tal fue la sorpresa de los
realistas en C hile que n o pudieron recuperar el equilibrio. En 1822,
San Martín y Sim ón B olívar se reunieron en Guayaquil, Ecuador,
tras lo cual San Martín inexplicablem ente pasó a un exilio volun
tario en Europa. S us m otivos para abandonar la Argentina en ese
punto crucial de su desarrollo han quedado com o uno de los grandes
misterios de la historia latinoamericana. Quizás en su encuentro con
el brillante pero am bicioso Bolívar, tuvo una visión de cóm o las
aspiraciones personales podían transformar lo s éxitos militares de
la independencia en un desastre político; quizá su poco gusto por la
política y las noticias de las rencillas internas en Buenos Aires lo
convencieron d e que, com o soldado antes que com o político, no
tenía futuro en la Argentina. Fueran cuales fueren sus razones, con
su partida la A rgentina perdió a uno de los líderes más altruistas y
patriotas que habría de tener nunca.
Pese a todos los inconvenientes que debió enfrentar San
Martín, la exp u lsión de lo s españoles resultó un trabajo fácil
comparado con el de construir una nueva nación, a partir de todas
las provincias remanentes, bajo un gobierno institucional. Los dos
partidos p olíticos em ergentes del país, Unitario y Federal, tenían
conceptos opuestos del gobierno. L os afrancesados porteños, en su
mayoría unitarios inspirados por M oreno, proponían una democracia
peculianmcnte exclu sivista controlada por hombres ilustrados com o
ellos. D espués de las fallidas campañas al norte, Saavedra, que
simpatizaba con lo s intereses federalistas, perdió credibilidad, y en
septiembre de 1811 fu e remplazado por un gobierno tripartito,
prounitario, con ocid o com o Triunvirato. El miembro más visible
del Triunvirato fue Bcm ardino R ivadavia, un porteñista liberal,
ocasionalmente m onárquico, del que hablaremos en detalle en el
próximo capítulo.
67
E l Triunvirato no tardó en d iso lv er lo s cuerpos ineficientes
aunque representativos con lo s que había gobernado Saavcdra.la
Junta Grande y las Juntas Provinciales. C om o si combatir a los
españoles no fuera suficiente, tam bién lanzaron una campaña
contra el caudillo federalista José A rtigas en la Banda Oriental, y sus
aliados, Francisco Ramírez y E stanislao L ópez en las provincias de
Entre R íos y Santa Fe. El 11 de noviem bre de 1811, ei Triunvirato,
por inspiración de R ivadavia, dictó un docum ento perentorio titu
lado Estatuto del Supremo Gobierno de las Provincias Unidas del
Río de ¡a Plata en Nombre de Fernando Vil, donde proclamaba la
necesidad de reducir “la arbitrariedad popular” e im poner el “ im
perio de las leyes” hasta que los representantes provinciales pudieran
“establecer una constitución permanente" (Busaniche, 323-324).
En una palabra, el Triunvirato porteño se proponía mantener exac
tamente el m ism o control sobre las provincias que la ciudad puerto
había disfrutado durante lo s tiempos coloniales com o capital del
virreinato. Por supuesto, ninguna provincia había delegado en m o
do alguno tal autoridad al gobierno porteño, y la autoridad de Fer
nando VII, de quien Buenos Aires se decía representante, no era a
esta altura umversalmente aceptada. La invocación porteña a Fer
nando VII reflejaba el constante interés de B uenos Aires en esta
blecer una monarquía constitucional en el R ío de la Plata. En cierto
m odo, ese sentimiento se limitaba a reflejar los debates que tenían
lugar en ese momento en Europa, donde el sistem a in glés parecía
infinitamente preferible al desorden de Francia; pero acechando
tras e l interés unitario en la monarquía estaba su d eseo de concentrar
poder en la ciudad y limitar la autoridad de las provincias.
Para mantener alguna apariencia de gobierno representativo,
empero, el Triunvirato organizó de prisa una asamblea general que
supuestamente representaba al interior, aunque la mayoría de sus
miembros eran porteños. Pese a esta precaución, hubo algün miembro
que se atrevió a expresar intereses provinciales, y entonces el
Triunvirato ordenó la disolu ción de la asam blea mediante la fuerza
policíaca, dando por terminada así la Fichada de democracia y
exacerbando las sospechas del interior (R ock, Argentina, 85-88)-
Aunque el laberinto de los desarrollos políticos de los años siguien
tes va más allá de los objetivos de este libro, estos primeros choques
entre los unitarios centralistas y el itistas, y las federales autonomistas
y a menudo populistas, se volverían paradigmáticos para comprende1-
lo s desacuerdos de ideas bajo las ficcion es conductoras argentinas-
68
. El vocero principal de la causa federal fue José Artigas.*
Artigas rompe prácticamente con cualquier estereotipo que los
historiadores pro unitarios (vale decir, liberales) puedan haber
tratado de difundir sobre los caudillos. M ás que un jefe tribal
ignorante y primitivo, rodeado por hordas de gauchos semisal-
vajes, fue un hombre al tanto de las corrientes del pensamiento
político democrático, y un gran admirador de la revolución de los
Estados Unidos. Dejó m iles de documentos que serían recopila
dos en el Archivo Artigas, gigantesco esfuerzo editorial que desde
1950 ha publicado veinte volúmenes y aún no ha sido completado.
Al parecer, Artigas dictaba todos sus escritos, lo que podría expli
car su estructura sinuosa y su dicción peculiar (Luna, caudillos,
59). De cualquier modo, su obra suele reflejar un pensamiento
sagaz, y con frecuencia despliega conceptos más progresistas y
más originales que los encerrados en la prosa cincelada de sus
enemigos unitarios. También tuvo el valor de seguir los principios
de la democracia hasta sus últimas conclusiones, y llegó a ideas que
aun alos lectores contemporáneos les sorprenden por su radicalidad.
No sin buenos motivos, se ha vuelto objeto privilegiado de estudio
y encomio de historiadores izquierdistas com o Lucía Sala de
Touron y Oscar H. Bruschera, siempre a la busca de raíces ameri
canas.
Artigas tenía cuarenta y siete años cuando los porteños de
clararon la independencia de la España napoleónica, en M ayo de
1810. Durante veinte años cumplió funciones en una fuerza poli
cíaca nacional encargada de la protección del flanco occidental del
Uruguay de las incursiones de indios y soldados portugueses. Las
noticias de la rebelión del 25 de mayo encendieron sentimientos
patrióticos en la Banda Oriental. En marzo de 1811, Artigas visitó
Buenos Aires y ofreció sus servicios a la Junta. Fue nombrado
teniente coronel en el ejército patriota y volvió al Uruguay a
enfrentara las fuerzas realistas atrincheradas enM ontevideo. Artigas
no tardó en m ovilizar la campaña uruguaya contra las fuerzas
españolas; su éxito en la reunión de un ejército popular mostró a las
claras su capacidad com o conductor de masas. Después de varias
victorias importantes en el interior, las fuerzas de Artigas iniciaron
la marcha sobre M ontevideo. Se le unieron tropas provenientes de
Buenos Aires. Y entonces tuvo lugar uno de los hechos más
intrigantes en el m ovim ien to independentista uruguayo: el
Triunvirato de Buenos Aires, bajo inspiración de su miembro
principal, Bemardino Riv adavia, firmó un acuerdo con los españoles
69
d evolviéndoles el control sobre la Banda Oriental y parte de Entre
R íos.
El hombre más afectado por este asom broso acuerdo fue José
Artigas, quien para entonces ya era sin dudas el líder m ás popular
en el Uruguay. ¿Porqué el gobierno porteño con sin tió en un acuerdo
de esta naturaleza? Se ha sugerido que R ivad avia p en só que los
españoles estaban mejor capacitados para resistir a los invasores
portugueses que ya ocupaban parte d el o e ste uruguayo, y que al
aceptar el dominio español sobre la otra m argen del estuario,
Buenos Aires podía concentrarse en las guerras d el norte. Ninguna
de estas explicaciones tiene pleno sentido, ya que en am bos casos
el resultado era permitirles a los españoles conservar una base en
tierra americana, y no había m otivo alguno para pensar que no
intentarían alguna acción contra B uenos A ires. U na explicación
más probable era el temor de Buenos A ires a que A rtigas, ya con una
inmensa popularidad, pudiera salirse de control, y que su gran
ejército consistente de gauchos mestizos y cam pesinos se consti tuyera
en otro ejemplo de la “arbitrariedad popular” que el Triunvirato y a
había deplorado. Tal com o resultaron las cosas, los intentos de
Buenos Aires de hacer actuar a los españoles contra los portugueses
(si es que era eso lo que tenía en mente el Triunvirato) resultaron en
un fracaso completo. Los portugueses siguieron reforzando su
dom inio sobre territorio uruguayo mientras lo s esp añ oles se forti
ficaban en M ontevideo. Pero la concesión de R ivadavia s í tuvo un
efecto devastador sobre Artigas y su ejército. A trapado entre
portugueses y españoles, sin esperanza de ayuda d e B u en os Aires,
Artigas condujo a unos d ieciséis m il orientales a la costa oeste del
R ío Uruguay, donde trataron de reorganizarse. En e s e m om en to el
caudillo reconoció que tenía tres en em igos mortales: lo s españoles
en M ontevideo, los portugueses en el Brasil, y lo s unitarios en
Buenos Aires (Busaniche, 325,326).
. El 8 de octubre de 1812 asum ía e l p oder en B u en os A ires un
nuevo Triunvirato. A unque el n uevo gob ierno se m antuvo fiel al
principio unitario, proclam ándose “depositario de la autoridad
superior de las Provincias Unidas", tu vo e l sen tid o com ún de
repudiar el acuerdo de R ivadavia con lo s esp a ñ o les y enviar al
general M anuel de Sarratea al U ruguay a atacar la ciudadela
española en M ontevideo. Sarratea llevab a asim ism o instrucciones
de hacer sentir su autoridad sobre A rtigas. H om bre de carácter
autócrata y además m iem bro del prim er Triunvirato, Sarratea supo
ofender a A rtigas a cada p aso, hasta q u e e sta lló entre ambos una
70
guerra abierta. A l fin el segu nd o al m ando d e Sarratea, José
Rondeau, se puso del lado de Artigas y despid ió en m alos térm inos
a su superior. Una v e z fuera de escen a el m olesto unitario, Artigas
y Rondeau m archaron ju ntos contra M on tevideo (B usaniche, 3 2 9 -
331).
Mientras tanto, la A sam blea General C onstituyente planeada
en 1810 al fin se reunió en B u en os A ires en enero d e 1813. Varias
provincias del interior le s dieron instrucciones a sus d elegados
de aprobar só lo una con stitu ción federalista, pero ninguna d e las
delegaciones llevab a in strucciones tan exten sas com o lo s orienta
les. Estas instrucciones provenían d e uno de lo s encuentros m ás
notables de la ép oca. El 4 de abril de 1813, bajo la d irección
de Artigas, lo s d elegad os de varias ciudades uruguayas se reu
nieron en un con greso provincial para decidir si la Banda Oriental
participaría en la A sam b lea General C onstituyente. Tras un co n
movedor discurso d e A rtigas, en el que insistió en que “m i autoridad
emana de vosotros” , el con greso provincial d ecid ió enviar d e le
gados a B uenos A ires (“O ración inaugural” , 4 d e abril d e 1 813,
Documentos, 94).
En una reunión posterior, lo s representantes p rovin ciales bajo
la dirección d e A rtigas redactaron un texto con su p o sició n , para
entregar al co n greso n acional en B uenos A ires (A rtigas, “ Instruc
ciones que se dieron a lo s diputados de la Provin cia O riental”, 13 d e
abril de 1813, Documentos, 9 9 -1 0 1 ). El primer artículo d e e s te
notable docum ento in siste en que las Provin cias U nidas pidan
“independencia absoluta” y la d isolu ción d e “ toda o b lig a c ió n d e
fidelidad a la corona d e España, y fam ilia d e lo s B orb on es y tod a
conexión entre (las c o lo n ia s) y e l Estado de E spaña” . A rtigas h abía
aprendido bien su lecció n : en tanto porteños co m o R ivad avia
pudieran afirmar ser lo s representantes e x c lu siv o s d e F em an d o V II,
los gobiernos p rovin ciales estaban en p eligro. E l artículo 2 afirm a
que “no admitirá otro sistem a que el de con fed eración para e l p ac
to recíproco co n las provin cias que form en nuestro E stado”. A q u í
Artigas buscaba rem plazar el reclam o d e autoridad central de
Buenos A ires por una fed eración gen u in a d e p rovin cias ig u a le s,
evitando de ese m od o e l tipo d e ab usos que él y su s hom bres habían
sufrido a m anos d el prim er Triunvirato. El artículo 14 in siste en q ue
las ciudades portuarias uruguayas d e M aldon ad o y C olon ia d eb ían
tener perm itido e l libre com ercio y la adm inistración d e sus p ropias
aduanas, y que “n in gu na tasa o d erech o se im p on ga sobre artículos
exportados d e una p rovin cia a otra; ni que nin gu na p referen cia s e d é
71
por cualquiera regulación de com ercio o m ota a tos pucrios de una
provincia sobro los de otra; ni los barcos d estin ados de esta provin-
ota a otra serán obligados a entrar, a anclar, o pagar derechos en
otra“. Así com o el artículo 2 trataba de lim itar la autoridad política
de buenos A ltes, el artículo 14 Intentaba quebrantar el poderío
económ ico de la ciudad puerto. D esde el co m ien zo del movimiento
ittdei vndentista y a lo largo de gran parte del sig lo pasado, Buenos
Altes trato de mantener el m ism o control sobre las importaciones,
expoliaciones, in glesas aduaneros y de tráfico interprovincial que
la ciudad había gozado com o cabeza del virreinato. Esc control no
sOlo mantenía a las provincias en un estado d e dependencia;
también proveía al gobierno porteño del grueso d e sus rentas. Es
eom pivnsible que Artigas haya encontrado inaceptables esos pri
vilegios. El artículo 16 afirma que cada provincia “ tiene el derecho
de sancionar la general do las Provincias U nidas que forme la
Asam blea Constituyente". Con razón, Artigas sospechaba que los
porteños intentarían imponer una constitución a las provincias sin
la adecuada ratificación; cosa que hicieron, una v ez en 1819 y otra
en 1826. Y por último, el artículo 19 sostien e “que precisa e
indispensable sea fuera de Buenos Aires donde resida el sitio del
gobierno de las Provincias Unidas". Para entonces, ya ningún
uruguayo confiaba en Buenos Aires.
Tal com o resultaron las cosas, el texto con la p osición uru
guaya no fue ni siquiera leído. N o bien llegaron los delegados
uruguayos a Buenos Aires, se enteraron de que la A sam blea
C onstitucional había decidido no admitirlos, debido a una trampa
legislativa que les había tendido el unitario porteño Carlos María
de Alvcar, S e llam ó a una nueva asamblea, pero esta v ez el go
bierno de Buenos A ires instruyó a Rondcau para asegurarse de
que no asistiera ningún “artiguista”. En este punto, las relaciones
entre Artigas y Rondcau se habían deteriorado a tal grado que este
insulto final ya no fue una sorpresa. Entonces Artigas tomó una
de las d ecisiones más controvertidas de su vida: en enero de 1814
abandonó a R ondcau, que todavía no había logrado expulsar a
lo s españoles de M ontevideo, y rcagrupó sus tropas a lo largo del
R ío Uruguay. Evidentem ente, no veía m otivos para combatir por
un gobierno que le negaba un lugar en ól. El gobierno de Buenos
A ires, ahora llam ado Directorio y bajo el m ando de Gervasio An
tonio de Posadas, lo acusó d e traición y ofreció seis mil pesos por
su captura, v iv o o muerto. A l enterarse de esta última rencilla de
A rtigas con B u en os A ires, lo s realistas esp añoles de Montevideo
72
le ofrecieron al caudillo desilusionado el rango de general y una
considerable suma de dinero. Los rechazó. Como señala el historia
dor Félix Luna, Artigas estaba enemistado con Buenos Aires pero
no abandonaba su compromiso con las Provincias Unidas
caudillos, 44-46).
Artigas renovó contacto con los caudillos aliados suyos en las
provincias del Litoral, y no tardó en volverse la figura política
dominante a ambos lados del Río Uruguay. Su fama de defensor
del federalismo lo puso en contacto también con caudillos de las
provincias del oeste y el norte, para disgusto y alarma de Buenos
Aires. Posadas envió varias expediciones armadas contra Artigas,
pero todas fueron derrotadas. Enfrentado a la posibilidad de un
frente federalista unido a lo largo del nordeste de la Argentina,
Posadas terminó negociando un tratado de paz con Artigas
(“Convenio suscrito por José Artigas con los delegados del Director
Supremo”, 23 de abril de 1814, Documentos, 130-131) aunque
ninguno de ambos bandos puso mucha confianza en el tratado, sus
términos son notables por su moderación. El primer artículo espe
cifica que Posadas se retractaría de su afirmación de que Artigas era
un traidor, y dictaría un decreto restaurando “el concepto y honor
del ciudadano José Artigas”. El interés de Artigas en limpiar su
nombre indica cuánto valoraba su condición de ciudadano honorable
de las Provincias Unidas, aun en Buenos Aires. El tratado especifica
más adelante que Entre R íos y Uruguay serán independientes y “no
serán perturbados en manera alguna por tales m otivos”. Pero
Artigas esp ecifica cuidadosamente que “esta independencia no es
una independencia nacional; por consecuencia ella no debe consi
derarse com o bastante a separar de la gran masa a unos ni a otros
pueblos, ni a m ezclar diferencia alguna en los intereses generales de
la revolución”. En resumen, Artigas era un autonomista, no un
separatista; nunca perdió las esperanzas de una confederación de
provincias iguales. L os restantes artículos del tratado conminan a
Buenos A ires a seguir apoyando el asedio a los españoles en
Montevideo (vale decir, no más acuerdos com o el de Rivadavia), y
después esp ecifica que, una vez que el asedio hubiera terminado, las
tropas porteñas volverían directamente a Buenos Aires, lo que
significaba que no atacarían a Artigas.
Por supuesto, no resultó de ese modo. M ontevideo al fin cayó
ante las fuerzas americanas, el 23 de junio de 1814, y tal com o
Artigas lo había tem ido, las tropas porteñas no tardaron en volverse
contra él. El hombre que reclamó la victoria sobre M ontevideo fue
73
Carlos María de Alvcar, el político porteño que había impedido la
participación de la delegación uruguaya en el congreso constituyente
de un año antes. A lvear atacó a Artigas p o releste, y Posadas mandó
tropas desde el sur, pero Artigas y su soldadesca gaucha resultaron
demasiado para los porteños. Ante este fracaso militar, y la subsi
guiente captura de M ontevideo porlos artiguistas, Posadas renunció
y fue remplazado por Alvear, quien volvió a enviar tropas contra los
artiguistas, pero otra vez los porteños fueron derrotados. Tras las
últimas victorias de Artigas sobre los porteños, los españoles
volvieron a ponerse en contacto con el caudillo, esta vez por medio
del general Joaquín de la Pezuela, quien en nombre del virrey de
Lima le envió a Artigas una carta ofreciéndole el rango de general
y ayuda en sus batallas contra “los caprichos de un pueblo insensato
como el de Buenos Aires”, con sólo que se plegara a la causa
realista. La respuesta de Artigas muestra su lealtad a una Argentina
independiente y federada: “Yo no soy vendible, ni quiero más
premio por mi empeño, que ver libre mi nación del poderío español”
(“Contestación de Artigas a Pezuela”, 28 de julio de 1814, Docu>
mentos, 126-127).
A mediados de 1815, Artigas estaba en lo más alto de su
influencia. Tras proclamar al Uruguay, Entre R íos, Corrientes y
Santa Fe com o la Liga de los Pueblos Libres del Litoral, y él su
Protector, era el gobernante de facto de toda la región. Aunque no
hay dudas de que Artigas el Protector habría ganado una elección,
no llegó a esta posición por ningún mecanism o institucional, hecho
que ha llevado a los críticos a verlo com o apenas un dictador
populista, en embrión si no de hecho. Y es cierto que Artigas mostró
la clásica afinidad del dictador por los decretos grandiosos y los
pronunciamientos altisonantes. El contexto de su legislación sugiere
asimismo una peculiar estructura de gobierno, en la que las ciudades
elegían cabildos, o consejos municipales, que a su vez recibían
instrucciones, al parecer estrictas, del Protector. Pero sus ideas no
hablan de un hombre que aspirase a convertirse en un dictador.
Alentó a los cabildos locales a elegir a sus funcionarios mediante
elecciones populares, y a discutir los problemas en asambleas
abiertas. M ás aún, en junio de 1815 reunió el Congreso de Oriente
com o un primer paso hacia la producción de una constitución
federalista de algún tipo. Lamentablemente la fortuna política del
Protector se arruinó antes de que la constitución pudiera escribirse,
así que en realidad ignoramos qué papel habría jugado en un
gobierno institucional. D e todos m odos, durante lo que quedaba de
74
1815 y lo s prim eros m e s e s d e 1816, su scrib ió varios d ocu m en tos
sobre tem as fund am en tales d el p op u lism o argentino: el p roteccio
nismo en e l co m er cio exterior, la d em ocracia ec o n ó m ica a sí co m o
la cívica, la in clu sió n p o lítica y ec o n ó m ica d e m estizo s, n egros e
indios, todo im b u id o d e un sen tim ien to proam ericano y nativista
que en o ca sio n es s e acerca a la x en o fo b ia .
El debate entre p ro tecc io n ism o y libre com er cio , co m o d iji
mos en el cap ítu lo anterior, ya s e había in iciad o en e l intercam bio
entre Y añiz y M oren o. A u n q u e Y añ iz, co m o v o cero d el con su lad o
español, plan teó la n ece sid a d d e proteger la industria lo c a l, su
interés real era preservar e l m on o p o lio com ercial esp añ ol. A rti
gas, com o h ijo y representante d e la cam paña, tam b ién d efen d ió e l
proteccionism o, pero d esd e una p ersp ectiva m u y d iferen te. El 12
de agosto de 1815, A rtigas e le v ó una d eclaración al cab ild o d e
M ontevideo p id ien d o q u e s e perm itiera la entrada d e com ercian tes
ingleses a puertos u ru gu ayos, siem p re que é sto s se com p rom etieran
a respetar la le y lo c a l, y n o com erciar co n B u en o s A ires h asta q ue
hubieran sid o resu eltos lo s diferen dos co n el gob iern o p orteño.
Agrega q ue ‘l o s in g le se s d eb en con o ce r q u e e llo s so n lo s b e n e fi
ciarios [de n uestro co m er cio ] y p or lo m ism o jam ás deberían tratar
de im p on em os (“ F ragm en tos”, Docum entos, 1 47). El 9 d e s e p
tiembre d e 1 8 1 5 , p u b licó u na lista bastante d etallada d e aran celes a
las im portaciones, in d ican d o c o n e llo su esp eran za d e proteger a la
industria lo c a l e in crem en tar la s ex p o rta cio n es ( “R eg la m en to
Provisional”, D ocum entos, 1 4 8 -1 4 9 ). E n u n acuerdo c o m er cia l
posterior, d el 2 d e a g o sto d e 1817, a lo s in g le se s s e le s p roh ib ió
esp ecíficam en te tod a activid ad com ercial q ue n o tu viera q u e v e r
dilectam ente c o n e l transporte m arítim o (‘T ra ta d o d e C o m ercio ” ,
Documentos, 1 5 1 -1 5 2 ). A d iferen cia d e su s c o le g a s e n B u e n o s
Aires, Artigas n o v eía co n b u en os ojos la in trom isión d e com ercian tes
e inversores extran jeros en la ec o n o m ía in tem a.
En e l p en sam ien to e c o n ó m ic o d e A rtig a s, tan im p ortan tes
como el p roteccion ism o fueron sus p lan es para lograr una dem ocracia
económ ica m ed ian te la d istrib u ción d e tierras. L a C oron a esp a ñ o la
había recom pensad o a lo s prim eros con q u istad ores y órd en es
religiosas co n gran d es c e sio n e s d e tierras q u e anticiparon lo s
latifundios. A rtigas co m p ren d ió q ue la d em ocracia n o podría fu n
cionaren una so cie d a d d e m u ch o s p eo n es y p o c o s patrones. Intentó
entonces una y otra v e z d iv id ir la s gran d es p rop ied ad es d e m o d o d e
dartíerras a su s h u m ild es seg u id o res. E l lO d e sep tiem b re d e 1 8 1 5 ,
decretó que e l gob ern ad or d e la P rovin cia O rien tal “q ueda autori-
75
zado para distribuir terrenos” (“ R eglam en to Provisorio”, Doc«.
méritos, 159-160). C on este propósito, el Protector mandaba ai
gobernador y su personal que revisara “cada uno, en sus respectivas
jurisdicciones, lo s terrenos disponibles; y lo s sujetos dignos de esta
gracia con prevención que los m ás in felices serán lo s más privile
giados. En consecuencia, los negros libres, lo s zam bos de esta clase,
los indios y los criollos pobres, tod os, podrán ser agraciados con
suerte de estancia, si con su trabajo y hom bría de bien propenden a
su felicidad y a la de la provincia” (160). T em ien do que los ricos
pudieran después com prarla tierra que había sido distribuida a “los
más infelices”, Artigas estipulaba que “los agraciados, ni podrán
enajenar, ni vender estas suertes de estancia, ni contraer sobre
ellos débito alguno”. Pero, reconociendo que sin alguna especiede
crédito los nuevos propietarios no podrían reunir sus rebaños,
mandaba que también se distribuyera el ganado disponible a “los
más infelices” (162).
¿Y de dónde saldrían esa tierra y ese ganado? En una oca
sión Artigas se dirigió al cabildo de M ontevideo para ordenar que
todos los hacendados hicieran un inventario de sus tierras para
determinar cuáles estaban desaprovechadas. Donde se encontraba
tierra ociosa, proponía que “ese muy ilustre cabildo gobernador
debe conminarlos [a los hacendados] con la pena de que sus terrenos
serán depositados en brazos útiles que con su labor fom enten... la
prosperidad del país” (“Instrucciones sobre extrañamiento de los
españoles”, 4 de agosto de 1815, , 155). Otra fuente
sería la directa expropiación de tierras y ganados de propiedad de
“los europeos y malos americanos” que no apoyáronla revolución.
No obstante, Artigas permite que los hijos de “los europeos y ma
los americanos” recibáis “lo bastante para que puedan mantenerse
en lo sucesivo, siendo el resto disponible, si tuvieren demasiado
terreno” (161).
Para que esto no se parezca demasiado a una d ictadura benévola,
debería recordarse también que Artigas buscaba una plena parti
cipación política de las clases bajas. En ningún punto esto es más
evidente que en su interés por los indios. Infeliz tanto en el amor
com o en el matrimonio, Artigas adoptó a un indio guaraní como
hijo, y lo llamó Andrés Artigas. D espués p uso a Andrés al frente de
la provincia de M isiones. A l planificar e l C ongreso de Oriente, que
tuvo lugar en Arroyo de la China a partir de ju nio de 1815, Artigas
le pedía a su hijo, en una carta fechada e l 13 de marzo de 1815 que
hiciera “que m ande cada pueblo su diputado indio al Arroyo de la
76
China. Usted dejará a lo s pueblos en plena libertad para elegirlos a
su satisfacción, pero cuidando que sean hombres de bien y de alguna
capacidad para resolver lo con vcm cn te’X D o c w w ím v , 137). En una
carta similar fechada el 3 de m ayo de 1815, a José de Silva,
gobernador de Corrientes, Artigas le escribió:
77
gentes como los morenistas que reclamaban el poder en nombre de
un pueblo abstracto que nadie había visto nunca. El pueblo de
Artigas era real y visible; incluía a los pobres, los negros, los
zambos, los gauchos y los indios, ¿Sería ésta la “arbitrariedad
popular" que inquietaba tanto a los unitarios de Buenos Aires?
Quizá lo que más asustaba a los unitarios en el Protector era su
creencia ingenua de que el gobierno por el pueblo debía incluir a
todos.
Bueno, a casi todos. Artigas hacía una excepción cuando se
trataba de los españoles de rango, o los “europeos", como los
llamaba él. Y a éstos los lomaba de blanco para una clase particular
de persecución. Primero, como ya se dijo, mandó a confiscar la
tierra de los españoles ricos para redistribuirla entre los pobres.
Segundo, como le escribió al gobernador de Silva, trató de excluir
a todos los españoles de cargos públicos:
78
negros, cam pesinos, artesanos: en su esquem a todos son “ameri
canos". Y en lanío am ericanos pueden votar, ser funcionarios,
propietarios, com erciar cota* sí, y hacerlo con prioridad sobre todos
ios extranjeros. En una historia {X’rsomd de la rebelión uruguaya
contra España, A rtigas esp ecifica que los orientales se inspiraron
en “los am ericanos de B uenos Aires", com o si dijera que los por
teños se rebelaron por ser am ericanos, no porque hubieran leído a
Rousseau o por la invasión de N apoleón a España ("José Artigas
a la Junta G ubernativa d el Paraguay”, 7 de diciembre de 1811,
Documentos, 58). D e m odo sim ilar, cuando le escribe al general
Ambrosio Carranza en octubre de 1811, Artigas habla de "el honor,
la humanidad, la gran causa que forma la pasión de los americanos",
como si la categoría de "americano" de algún m odo fuera anterior
a la revolución y la identidad americana fuera algo que esperara ser
descubierto antes que creado (A rtigas, a Artigas, 128). Es
precisamente esta ficción conductora de "América" la que le
permitió ver a todos los nativos de suelo am ericano com o un único
grupo m ítico, m iem bros de una futura nación, todos m creccdoresdc
los m ism os derechos; de m od o sem ejante, este concepto de A m é-
nca le perm itió clasificar a sus en em igos co m o gente cuyas ideas de
jerarquía lo s llevaban a negar lo que Artigas sentía com o la unidad
esencial de una A m én ca m ítica, una A m érica ya presente com o un
sentim iento c o le c tiv o , que pronto se haría realidad com o una
dinámica nación nueva.
Pero el d estin o n o querría que Artigas tuviera un papel en esa
nueva nación. Q uizá por e x c e so de con fian za tras sus victorias de
1815 y 1816, no lleg ó a recon ocer el poder con tjue podía contar un
Buenos Aires reorganizado. D esde su C ongreso de Oriente, Artigas
envió una d ele g a ció n a B u en os A ires para tratar de vender una vez
más su idea d e federación. B u en os A ires respondió con una alter
nativa perentoria: o b ien A rtigas hacía del U ruguay una nación
separada (co sa que los porteños sabían que no podía aceptar), o bien
enviaba una d ele g a ció n a una nueva con ven ción constitucional que
tendría tu garen T u cu m án, sin in stru cciones vinculantes. Y en este
punto Artigas c o m etió un grave error táctico, al insistir en que las
provincias bajo su control (la Banda O riental, Entre R íos, Corrien
tes y Santa F e) participarían s ó lo si se les anticipaban ciertas ga
rantías, co n d ició n que R u eñ os A ires no estaba dispuesta a aceptar.
Como resultado, lo s artiguistas boicotearon la con ven ción, y con
ello se perdieron de participar en el acon tecim ien to histórico m is
importante d el p eriodo. Otras p rovin cias del interior enviaron
79
delegados, muchos de los cuales eran federales todavía dispuesto,
a ventilar diferencias con sus en em igos (Luna, Los caudillos, 49
50).
El Congreso de Tucumán fue m uy productivo. En primer
lugar, los delegados completaron la larca iniciada en Mayo, y el 9
de Julio de 1816 declaráronla independencia de España abandonan-
do la máscara de Femando VII. El m ism o Fem ando facilitó la
decisión del Congreso: había vuelto a ocupar el trono español, y
estaba mostrando que en materia de reaccionarism o c intoleran
cia estaba a la altura de sus peores antepasados. Para subrayar su
decisión de preservar la integridad del ex virreinato, los delega
dos adoptaron el nombre de Provincias Unidas del R ío de la Plata
y adoptaron una bandera celeste y blanca cuya creación es atribui
da, quizás erróneamente, a Bclgrano (Roscnkrantz, La bandera de
la patria, 194-201). El acto final del Congreso de Tucum án fue el
nombramiento del Director Supremo de las Provincias U nidas, en
la persona de Juan Martín de Pucyrrcdón, con instrucciones de
establecer un gobierno en Buenos Aires, cuyas responsabilidades
principales serían las relaciones exteriores, la guerra contra Es
paña y la creación de una constitución. El problema m ás can
dente, la relación de Buenos Aires con el interior, quedó hecho a
un lado hasta la redacción de una constitución. En razón de su
intransigencia, Artigas quedó excluido de ésta y de futuras delibe
raciones.
El nuevo Director Supremo, Pucyrrcdón, era un político astuto
que se había distinguido una década atrás en la conducción de tropas
portefias contra los ocupantes ingleses. Buen administrador además,
Pucyrrcdón aseguró apoyo político y financiero a lo s esfuerzos
militares de San Martín, lo que no es pequeño logro habida cuenta
de lo limitado de los recursos con que contaba el gobierno. También
fue undccidido enem igo del federalismo y de su principal exponente,
José Artigas. En su lucha contra los federalistas, Pucyrrcdón recibió
una enorme ayuda de una segunda in vasión portuguesa al Uruguay
en junio de 1816. Artigas no era adversario para las tropas profe
sionales portuguesas. Y en enero d e 1817 M ontevideo cayó en
manos de los invasores, que de inm ediato m anifestaron su decisión
de expulsar a Artigas de territorio uruguayo. El caudillo pidió
auxil io a B uenos A ires, pero a Pucyrrcdón nada le convenía más que
los portugueses destruyeran a A rtigas y a su “dem ocracia bárbara".
Pucyrrcdón también temía que su in terven ción pudiera estimulara
los portugueses a aliarse con España en la guerra indepcndentisia.
80
Artigas denunció con vehem encia la inacción de Pucyrrcdón,
diciendo que “un je fe portugués no habría procedido tan criminal
mente” como para abandonar a sus compatriotas a un enem igo
común (carta a Pueyrrcdón, 13 de noviembre de 1817, Documentos,
177). Artigas recurrió también a sus ex aliados Francisco Ramírez
y Estanislao López en Entre R íos y Santa Fe, pero no tardó en
enterarse de que la lealtad de éstos se había debilitado al par de su
propia fuerza ante los portugueses.
Mientras tanto, con la colaboración de un comité represen
tante de varias provincias, Pueyrredón en 1819 presentó una cons
titución para ser ratificada por todas las provincias. La nueva
constitución instituía un ejecutivo fuerte, el Director Supremo, que
debía ser elegid o no por voto popular sino por un congreso. A su
vez el congreso consistiría de una cámara baja de representantes
provinciales elegid os por voto popular, cuya cantidad variaría de
acuerdo a la población de cada provincia, cláusula que favorecía
ampliamente a Buenos Aires. Aunque el Senado tenía por fun
ción corregir este desequilibrio, al ser pareja la cantidad de sena
dores porcada provincia, la versión final de la constitución esp eci
ficaba que los nuevos senadores serían elegidos no por voto popular
sino por los senadores m ism os que elegirían de listas presenta
das por las legislaturas provinciales. La constitución también de
jaba abierta la posibilidad de una monarquía constitucional. La
evidente ventaja porteña que surgía de estas medidas encontró
inmediata op osición en el interior. Para imponer la constitución,
Pueyrredón en vió tropas a Santa Fe, donde fueron rechazadas por
las tropas de López. López y Ramírez unieron fuerzas y empren
dieron la marcha sobre Buenos Aires. Frente a una oposición que
crecía tanto en las provincias com o en la capital, Pueyrredón
renunció en 1819, supuestamente por m otivos de salud (R ock,
Argentina, 92-93).
Su sucesor fue el antiguo compañero de annas de Artigas, José
Rondeau, a quien Artigas le envió otro pedido de ayuda contra los
portugueses, pidiéndole, en una carta fechada el 18 de julio de 1819
que reconociera que “Nuestra unión es el mejor escudo contra
cualquier especie de coalición [entre España y Portugal]... Em pe
cemos por el que tenem os al frente, y la expedición española ha
llará, en la ruina de los portugueses, el presagio de su d esengaño”
( Documentos, 187). Pero R ondeau se mostró tan poco dispuesto
como Pueyrredón a legitim ar a Artigas ayudándolo contra los
portugueses. Por lo dem ás, estaba dem asiado ocupado con la
81
invasión inm inente a B u en os A ires por L óp ez y R am írez. A fines (fe
1819, Artigas sentía que la derrota era in evitable, y le dio instruc.
ciones a su hijo m ayor para la di rccción de su s herm anastros y de los
criados fam iliares. Tras una importante derrota el 22 de enero de
1820, el caudillo abandonó territorio uruguayo, quizá con la esperanza
de reagmpar sus fuerzas, com o había hech o antes.
Mientras tanto, R ondeau enfrentó a lo s ejércitos de López y
Ram írez en C epeda, no lejos de Buenos A ires. L os porteños fueron
derrotados, lo que llevó a Juan M anuel Bcruti a escribir en sus
Memorias curiosas que la patria estaba “llen a d e partidos y expuesta
a ser víctim a de la ínfim a p leb e, que se halla armada, insolente y
descosa de abatir la gente decente, arruinarlos e igualarlos a su
calidad y m iseria” (citado en Halperín D onglii, Revolución y gue
rra, 341). El 23 de febrero de 1820 los líderes p rovinciales obligaron
a B uenos A ires a firmar un acuerdo con ocido com o Tratado del
Pilar, que en algún aspecto fue un triunfo para el artiguism o ya sin
Artigas. Declaraba a las provincias autónomas y preveía la reunión
de un nuevo congreso federal para decidir el papel del gobierno
central. El artículo 10 del Tratado esp ecifica que se le en víe una
copia a Artigas para que él “entable desde lu ego las relaciones que
puedan convenir a los intereses de la provincia a su m ando, cuya
in coiporación a las dem ás federadas se miraría com o un dichoso
acontecim iento" (“Pacto celebrado en la capilla del Pilar”, Docu
mentos, 192). Sinceras o no, estas palabras contenían una cruel
ironía, pues A rtigas en ese m om ento no tenía provincia alguna bajo
su m ando y enfrentaba una inm inente d en o ta a m anos de los
portugueses. A dem ás, el Tratado no incluía lo que Artigas más
quería de B u en os A ires y de las otras provincias: una declaración de
g ü e ñ a contra Portugal para recuperar la B anda Oriental. N o sólo
faltaba esa declaración; en cierto sentido el Tratado hacía a Ramí
rez y L ópez aliados d e facto d e B u en os A ires. Tanto indignó a
A rtigas la traición d e R am írez a lo s in tereses uruguayos que no
tardaron en estallar las h ostilid ad es entre lo s d os caudillos. Ame
nazado por los p ortugueses en el U ruguay y h ostilizad o por Ramírez
en Entre R íos, A rtigas al fin h u yó al Paraguay en septiembre de
1820, donde v iv ió lo s ú ltim os treinta años d e su vida en el exilio
(R ock , Argentina, 9 2 -9 3 ).
D e todos lo s ca u d illo s p rovin ciales, A rtigas es el m is recor
dado. Su su p erviven cia en la historia n ace d e la curiosa ironía deque
lo s uruguayos lo con sid eran su padre fundador, proclamándolo de
e s e m odo h éroe d e la in d ep en d en cia d e una nación a cuya inde*
82
pendencia de Uis lYovlnelas Unkltis él so opuso. 1luciendo a un lado
la política, Artigas entra al panteón de los próceros del Río de la
plata au nó el primero en haber articulado los conceptos básicos del
populismo argentino. Artigas se consideraba un federalista, y de
hecho defendió los intereses de las provincias con vigor y coraje,
Peto su federalismo incluía mucho más que la mera idea de Igualdad
de provincias en una confederación laxa, pues el pensamiento de
Artigas lambido estaba teñido de una conciencia popular que exigía
un lugar para obreros, indios, negros, zambos y humildes, acoplado
con un poderoso resentim ionio contra el privilegio y las pretensiones
de las clases altas. Artigas fue también el primer caudillo político
importante que reconoció los peligros que el libre comercio plan
teaba a las nacientes industrias sudamericanas, en especial para las
provincias del interior que podían verse afectadas negativamente
por las aspiraciones de Buenos Aires de volverse un gran importador.
Y por último, fue uno de los primeros en proponer a “América"
como un patrimonio m ítico que definía a este continente como una
tierra destinada a ser algo más que una derivación de Europa. La
colonización cultural perceptible en la devoción de los morenistas
por las ideas europeas no tenía sentido para Artigas. Pero, como
suele suceder con los populistas, Artigas no tenía una idea clara de
cómo institucionalizar sus sentimientos políticos. Era un político
del sentim iento y la acción, no de las instituciones y las leyes. Por
lo demás, su gobierno mediante decretos y la supresión violenta de
detractores alimenta la sospecha de que, si su poder hubiera dura
do más, p odía haber resultado más un dictador personalista que un
demócrata institucionalista. En resumen, tanto para bien como para
mal, encam ó las ficcion es orientadoras antiliberales, proteccionis
tas, populistas, nativistas y personalistas que siguen definiendo a
ciertos elem entos de la nación argentina.
83
los cam pesinos pobres un lugar en la sociedad revolucionaria. Pcro
Hidalgo va un paso importante más allá de Artigas en la articulación
de una postura populista; mientras que Artigas confinaba sus
declaraciones a lo abstracto, Hidalgo le dio al populism o una voz y
un rostro humanos. Lo que en Artigas era primordialmentc teoría,
en Hidalgo se vuelve el gaucho arquctípico, una imagen que es tanto
la del hombre de campo argentino de la década de 1810 como el
repositorio mítico del auténtico espíritu argentino. Como señala
Josefina Ludmer (a quien mi interpretación debe mucho), Hidalgo
anuncia “un nuevo signo social, gaucho ” (Ludmer, El
género gauchesco: Un tratado sobre la , 27). Mi interpreta
ción de Hidalgo, sin embargo, difiere de la de otros críticos
admirables (Hcnríquez Ureña, Sánchez R eulet y Caillet Bois, por
ejemplo) en que a mi juicio fue el primer escritor argentino de
alguna importancia que haya enunciado ficciones orientadoras
populistas que contrapesaran las doctrinas de exclusión que ca
racterizaron el pensamiento antifederalista. Más aun, sugiero que su
importancia ideológica iguala y quizá supera su peso literario. A l
afirmarlo, no niego su importancia como creador de las formas
gauchescas; pero sí siento que un exceso de interés en los aspectos
formales de su poesía ha llevado a muchos a descuidar la importancia
de su posición política. Nada en nuestro estudio de las ficciones
orientadoras argentinas tiene más importancia que el populismo de
Hidalgo tal como se trasluce en la gauchesca, sus orígenes, su
permanente validez, y el debate a menudo rispido que sigue pro
vocando.
Pero antes una palabra sobre la literatura gauchesca en general.
En su aspecto formal, la literatura gauchesca consiste usualmcnte
en relatos en primera persona escritos en una lengua llena de ru-
ralismos de diverso grado de autenticidad, color local, personajes
típicos, y una imaginería que se supone reflejo de la vida ni ral y el
habla de las clases bajas. Los aspectos lingüístico y formal de la
gauchesca estaban destinados a una larga vida; virtualmente cada
generación de escritores argentinos después de Hidalgo ha contri
buido en algo a la literatura gauchesca. Las obras maestras del
género, El Gaucho Martín Fierro, y su secuela, La Vuelta de Martín
Fierro, de José Hernández (ambos estudiados en detalle en un
capítulo posterior) aparecieron en la década de 1870, y y a en nuestro
siglo Ricardo Güiraldes publicó una popular novela gauchesca,
Don Segundo Sombra, en 1922. Aun hoy, ocasionalmente algún
escritor se ejercita en la gauchesca.
84
A unque (oda la literalura gau ch esca muestra sim ilitu des en su
uso de la len gu a, el gen ero se d esarrolló a lo largo de dos líneas
ideológicas d iferen tes, si no op uestas, Gran parle de la literatura
gauchesca m is co n o cid a , d esp u és de H idalgo, aspira a p oco más
allá del entretenim ien to de p ú b licos de clase alta, con parodias del
habla del g au ch o y el atraso rural, algo no m uy distinto a las actua
ciones con la cara tiznada, que caricaturizaban a los negros en los
teatros de v o d ev il d e los listad os U nidos, lisa literatura ha sido ju z
gada co m o un m ero en tretenim ien to por unos, mientras que otros
la veían co m o profundam ente antipopular. Opuesta a esta corriente
está la gau ch esca p opulista de la que I lidalgo es el primer ejem plo.
La literatura gau ch esca populista b uscó asegurar un lugar entre las
Hcciones orientadoras del país al hombre com ún, al pobre de
campo, al m estizo. En este esfu erzo, H idalgo identifica al gaucho
no sólo co m o un argentino m ás, sin o com o el argentino auténtico,
el sím bolo gen u in o de una nación em ergente. A dem ás, Hidalgo
hace su d efen sa del gaucho usando una esp ecie de deliberada
identificación con él, lo que, com binado con su punto de vista
político, sólo puede ser llam ado populism o.
La peculiaridad de la literatura gauchesca com ien za con la
palabra gaucho. En su autorizado libro gaucho, el estu dioso
uruguayo Fem ando O. Assungflo resum e y docum enta no m en os de
treinta y o ch o teorías concernientes a los p osib les orígen es d e la
palabra, que van d esde el francés gauche, sugi riendo al hombre fuera
de la ley, basta el térm ino de argot sudam ericano guacho, quizás de
origen indio, que sign ifica huérfano (A ssungáo, 38 3 -5 2 0 ). Los
intelectuales del R ío de la Plata siguen discutiendo sobre el sentido
“verdadero" de la palabra en una polém ica que al parecer no acepta
la ¡dea de que las palabras tienen y adquieren sentidos nuevos,
inclusive contradictorios, de acuerdo a cóm o, cuándo, dónde y por
quién sean usadas.
Hoy, las p osicion es en el debate se escalonan entre dos
extremos. De un lado están los puristas que afirman que “gaucho"
originalmente sig n ific ó vagabundo, d elincuente, descastado, y que
ningún cam pesino que se respetara consentiría en ser llam ado
gaucho. L os puristas afirman adem ás que los intentos de romantizar
al gaucho co m o tipo nacion al so n d e h ech o ap olo g ía s del
bandolerismo y la barbarie. Representante típico de esta escu ela es
el libro, cnidito pero de espíritu m ezquino, de Em ilio A. Coni, El
Caucho; Argentina, Brasil, Uruguay. En el bando opuesto están los
romantizadores que usan la palabra para designar el auténtico
85
espíritu argentino, marcado por e l sentido com ú n , la simpatía v \
generosidad. 5
L os que romantizaron al gaucho rastrean e l uso de la palabra
hasta lo s primeros días de la Independencia, cuando los realistas
llamaban gauchos a los revolucionarios, en e l sentido de bandidos
y criminales. Tanto indignó este u so de la palabra al general Manta
Gücrnes, caudillo de Salta, ocasion al aliado d e A rtigas e importante
líder revolucionario, que transform ó la palabra en un desafío,
diciendo que si sus soldados eran gau ch os, gaucho debía de refe
rirse al patriota luchando contra una le y injusta y autocràtica.
A lgunos autores del período de la Independencia captaron plena
m ente esta transformación. Y a en 1817, el 2 2 de m arzo, La Gazeta
de Buenos Aires declaraba que “el título de gau ch o m andaba antes
de ahora una idea p oco ventajosa del sujeto a q uien se aplicaba, y
lo s honorados labradores y hacendados de S alta han conseguido
hacerlo ilustre y glorioso por tantas proezas que le s hacen d ig n o s de
un reconocim iento eterno” (citado en Ludmer, 2 7 , n. 5). Tam bién
del lado de lo s romantizadores está la p oesía gau ch esa de autores
com o B artolom é H idalgo, que usaron la im agen d el gau ch o para
sim bolizar al americano revolucionario y auténtico. T íp ic o d e este
punto de vista en nuestro siglo es e l estudio d e R icardo E. R odríguez
M olas de 1968, Historia Social del Gaucho. E l térm ino sufrió un
cam bio adicional en la década de 1840 cu ando D o m in g o F . Sar
m iento, de quien hablarem os m ás adelante, in sistió e n llamar
gauchos a lo s soldados de Facundo Q uiroga; c o m o é sto s eran
hom bres de las provincias d el o e ste , le jo s d e la s p am pas donde
vivían lo s gau ch os “de verdad” , la palabra e n m a n o s d e Sarmiento
se v o lv ió aproxim adam ente sin ón im o d e lo s n óm ad as cam pesinos
a q uien es él v eía co m o ap oyo natural d e l caudillism o y e n conse
cu en cia ob stácu lo al p rogreso. E l n om b re gaucho adquirió una
sig n ifica ció n particular en n uestro s ig lo c u a n d o au tores nacionalis
tas y p op u listas, sig u ien d o la h u e lla d e H id a lg o , h ic ie r o n d el gau
ch o e l sím b o lo d e la A rgen tin a au tén tica, q u e su p u esta m en te había
sid o vio lad a, traicionada y saq u ead a p o r u ñ a c la s e alta rapaz, pro
eu rop ea y antiargentina, ayu d ad a p or s u s a lia d o s extran jeros.
Debido a estas opiniones radicalm ente distintas, ahora es
virtualmente im posible discutir e l sentido d e la palabra gaucho sin
tomar posición en este debate duro y a v e c e s desagradable. D e modo
que uso la palabra con precaución, y en su sentido más denotativo:
m e refiero con ella al proletario rural, en general m estizo, cuya vida
estaba ligada a la tierra. A l m ism o tiem po docum ento en páginas
86
subsiguientes la transform ación d e la palabra en un lem anacionaüsta
que en nuestro s ig lo h iz o d e gaucho sin ón im o d e argentino au-
lénáco. En este asp ecto la palabra e s cla v e d e una d e las principales
ficcion es orientadoras d e la A rgentina.
Tan prob lem ático co m o e l sen tid o “verdadero” de la palabra
gaucho e s un p roblem a paralelo q ue con ciern e al origen de la
¿ieramra ga u ch esca. H ay d o s teorías contradictorias respecto del
nacim iento de la gau ch esca. La primera so stien e que este género
literario n o fu e m ás q ue un desarrollo d e la p oesía popular de las
clases bajas rurales. Poratractiva que parezca esta idea, n o puede ser
probada. A u n q u e m u ch os observadores notaron la existen cia de la
poesía popular d el g au ch o, sobre tod o en letras d e can ciones, antes
f e 1810, n ada quedó registrado por escrito. D écadas d espu és,
cuando lo s m ism o s vem os populares fueron transcriptos, con sis
tieron en baladas y can cion es d e am or totalm ente desprovistas
f e i lenguaje p opular y la s im ágen es que se asocian con la gau ch es
ca. La segu nd a teoría con cern ien te al origen d e la gau ch esca
sostiene q ue fu e desarrollada por hom bres cu ltos, para quienes s e
trataba de un artificio literario co m o cualquier otro. C om o lo señala
Jorge L u ís B orges, “Los payadores d e la cam paña no versificaron
jamás en un lengu aje deliberadam ente p leb eyo y con im ágenes
derivadas d e lo s trabajos rurales; e l ejercicio d el arte e s, para e l
pueblo, un asunto serio y hasta solem n e” (B orges, “ El ‘M artín
R e n o ’ ”, O bras com pletas en colaboración, 5 1 5 ). Desarrollando
esta idea, en una crítica al n acion alism o literario d e lo s años
peronistas, B orges escribió:
mi
puede resum irse así: la p oesía gau ch esca {Obras Completas,
87
Aunque la intención de Borges era despolitizar la gauchesca,
a la que los nacionalistas argentinos estaban dolando de cualidades
que rozaban la extravagancia, no puede negarse que la diferencia
que establece entre la gauchesca y lo auténticam ente popular es en
lo fundamental cierta. Pero además B orges deja entrever que el
lenguaje popular de la poesía gauchesca de algún modo hace de ella
algo poco "serio y hasta solem ne”. Nada podría estar más lejos de
la verdad, com o el m ism o Borges lo reconoce en otros contextos. De
hecho, algunos de los m om entos m ás sublim es en la literatura
hispanoamericana se encuentran en la gauchesca.
Dado que el género gauchesco, entonces, no es mera poesía
popular transcripta, ¿qué es? o mejor dicho, ¿qué es lo que aporta
específicam ente Hidalgo a la literatura que justifique el llamarlo el
"padre de la gauchesca”? En palabras del crítico dom inicano Pedro
Ilenrfquez Ureña, la creación de Hidalgo fue a la vez modesta y
revolucionaria (Henríquez Ureña, corrientes literarias, 115).
Fue m odesta porque la poesía de tipo satírica, con personajes
populares y habla también popular, era bastante com ún en todo el
mundo hispánico durante los últimos años del siglo xvm, y espe
cialm ente, en el Río de la Plata, en la forma de baladas breves, los
cielitos y diálogos satíricos o sainetes (Sánchez Reulet, “ La ‘Poesía
G au ch esca’ ”, 286-287). Fue revolucionaria porque puso esas
formas al servicio de una intención política explícita. En una
palabra, lo que había sido burlesco y paródico se volvió en la
gau ch esca de Hidalgo un modo de instruir a los gauchos de sus
deberes cív ico s al tiempo que usaba a esos m ism os gauchos como
sím b olo legitim ador de una nación em ergente, sím b olo de conno
taciones innegablem ente populistas.
A m bas intenciones (el didactism o y la legitim ación) son
v isib les en las “m odestas” in ven ciones de H idalgo. Tomando la
forma del cielito ,creó una nueva v o z p oética en la que un gauch
payador trata tem as p olíticos. Por ejem p lo en “ U n gaucho de la
guardia del m onte contesta al m an ifiesto d e Fem and o V il”, uno de
sus cielitos, un gaucho sin nom bre responde a un m anifiesto del rey
F em and o VII, que reclam aba sus p o se sio n e s en el R ío de la Plata,
h ech o que a celeró la ruptura d efin itiva d e la A rgentina con España
en el C on greso d e T ucum án en 1816. E n respuesta, el de
H idalgo le d ic e al R ey: “guarde am ig o el p apelón , / y por nuestra
Ind ependencia / p on ga una ilu m in a ció n ” (Antología de la poesía
gauchesca, 7 5 ). Puntuando su balada co n e l refrán rítmico “Cielito,
c ic lo que s í ”, el payador afirm a
88
Cielito, cielo que sí,
lo que te digo Femando,
confiesa que som os libres
y no andés remolineando.
Y si no le agrada, venga
con lucida expedición,
pero si sale matando
no diga que fue traición.
89
de minas de plata y oro...
Ya se acabaron los tiempos
en que seres racionales,
adentro de aquellas minas
morían como animales.
Cielo, los reyes de España
¡la p ... que eran traviesos!
Nos cristianaban al grito
y nos robaban los pesos.
(Antología, 77-79)
90
van desde la historia d e la R evolución de M ayo a conceptos
iluministas de ciudadanía, en la m ism a forma de los versos que
vimos antes. Pero en lo s diálogos hay una nota de protesta contra
otros argentinos, nota que estaba ausente en los cielitos. El orden
social em ergente en la década de 1820 daba poco espacio a los
ex soldados gauchos, y los altos ideales del Congreso de Tucumán
no se reflejaban en la creciente lucha entre Buenos Aires y las
provincias. Los gauchos eran en gran m edida las primeras vícti
mas de este idealism o fallido, y los diálogos de Hidalgo reflejan su
desilusión. D ice Jacinto Chano, el gaucho “culto” del “D iálogo
patriótico interesante” de Hidalgo, a su am istoso interlocutor,
Ramón Contreras:
( Antología, 83)
Estos versos indican que para Hidalgo la falla del m ovim iento
¡ndependentista no estuvo en la voluntad o en la ley o en la
economía. A ntes bien, estuvo en la incapacidad de los p ocos de
incluir a los m uchos, “com o si todos no ju esen / alumbrados por un
sol”. Hidalgo localiza esta falla ¡nicialm cnlc en la incapacidad de
las provincias de cu m p lirlas prom esas formuladas cnT ucum án, de
forjar una A rgentina unida de provincias iguales, de acuerdo con el
ideal federalista. Pero de inm ediato agrega que el fracaso político
fue también un fracaso moral, una traición a los principios, y un
rclroccso de la revolución m ism a. M ientras que el fracaso político
puede entenderse en térm inos exclu sivam en te políticos, Hidalgo
destaca que el problem a subyacente e s individual: hubo hombres
que se consideraron m ejor que otros, y en con secu en cia se creyeron
por encim a d e la ley que decían obedecer:
91
¿Porqué naides sobre naides
ha de ser más superior?...
La lay es una no más,
y ella da su protcición
a todo el que la respeta.
El que la lay agravió
que la desagravie al punto:
esto es lo que manda D ios,
lo que pide la justicia
y que clama la razón;
sin preguntar si es porteño
el que la lay ofendió,
ni si es salteño o puntano,
ni si tiene mal color,
ella es igual contra el crimen
y nunca hace distinción
de arroyos ni de lagunas,
de rico ni pobretón:
para ella es lo mesmo el poncho
que casaca y pantalón.
( Antología, 84)
92
rumbo opuesto. Habla no sólo de igualdad bajo la ley sino también
de problemas esp ecíficos (raza, ingresos y lugar de origen) que sus
compatriotas más sofisticados sólo querían posponer. Igual que
Artigas, Hidalgo tomó las palabras de la Ilustración en su valor
literal, asumiendo posiciones que más adelante serían identificadas
como populistas. Y también com o Artigas, Hidalgo temía ser
ignorado:
( Antología, 84)
93
y desde e l barco mandaron
toda la papelería
a nombre del rey Fem ando;
¡y venían roncadores...
la p u ... lo s maturrangos!
Pero, am igo, nuestra J unta
al grito le s largó e l guacho
y les mandó una respuesta
más linda que san Bernardo.
¡Ah gauchos escribinistas
en el papel de un cigarro!
V iendo ello s que no em bocaban,
y que lo s habían tom iao,
alzaron lo s contrapesos
y dando güeltas al barco,
s e jueron sin despedirse...
Vayan con doscientos diablos.
{Antología, 91)
94
nistas en el papel de un cigarro” subraya la con d ición com ú n d el
movimiento revolucionario; m ientras el rey enviab a una cantidad
de documentos o fic ia le s, lo s abogados gau ch os respondían en
pequeños papeles que eran propiedad de todos. D ada la naturaleza
exaltada de su rebelión, no necesitaban p apeles finos; la suya era
una rebelión de sustancia y principio, n o d e form a. La creación
literaria de Hidalgo fu e quizás una revolu ción m odesta; su p o sició n
ideológica, en cam bio, ftie auténticam ente radical, y por cierto una
de las más avanzadas en la primera década d e n acionalidad d e la
Argentina.
95
ivv\w^nuiv'kMvvK'l ftm .vM deOoum xi, tratado contarlo la historial
otro gaucho amigo suyo,
lis así com o el génerx)gauchesco después do Hidalg
vuelve una tradición dividida; com o la R evolución do Mayo que se
dividió a temprana hora cuito saavedristas populistas y m otinis
tas elitistas, la gauchesca pareció destinada a son-ir a dos tradi-
d o n es contrarias. Hidalgo oteó el género y se identificó con una
de esas tradiciones: la de promoción literaria de los humildes y
los excluidos. La obra culminante de la gauchesca, gaucho *
t il Fierro, de 1872. que estudiaremos en extenso en un capítulo
posterior, continúa esta tradición populista. La otra corriente en
la gauchesca toma la forma de Hidalgo pero invierte su política.
Su finalidad era divertir a un público ilustrado con las gracias de
la gente de campo, ignorante pero fe liz ... y ocasionalm ente lan
zar alguna flecha contra el federalismo, de pasada. La misma
critica sobre la gauchesca refleja esta división peculiar. En este
siglo, el origen, propósito, función y permanente importancia de
la gauchesca sigue provocando un debate a menudo in am istoso, y
nunca conclusivo, que en sí mismo es un paradigma importante de
la identidad argentina.
Hacia 1820 la falla que recorría la sociedad y la historia
argentinas ya era claramente visible. (Podría decirse que había
sido visible desde e l primer día en que M oreno mostró su desa
cuerdo con Saavedra.) A un lado de la falla estaban lo s libe
rales, principalmente los unitarios de Buenos A ires, que vivían
mirando a Europa y ansiosos de importar las últim as ideas, las
m ás modernas, del exterior, para dar con ellas forma a su nación
fuera cual fuese el costo, y hacerla un reflejo de la civilización
europea. En su plan, Buenos Aires serviría com o ejem p lo y tutor
de las provincias y quizá de toda A m érica latina. A l otro lado de
la falla estaban los federalistas, caudillos provin ciales y popu
listas de varias layas. Aunque su sueño para la A rgentina era me
nos claro y m enos bien expuesto que el de sus en em igos libera
les, su meta era una política m ás in clusiva dond e hubiera un lugar
para el cam pesino, el indio, lo s m estizos y lo s gau ch os. Algunos
de ello s, com o Artigas, llegaron a recon ocer que lo s derechos
políticos sin propiedad no significaban nada. A m b os lados de
esta sociedad dividida se unieron in icialm ente e n e l d eseo de ex
pulsar a los españoles. Pero una v e z que esa tarea estuvo cum
plida, dirigieron su enem istad uno contra e l otro, hundiendo al
país en sesenta años de guerra c iv il y derram am iento d e sangre.
96
Ambos lados desarrollaron ficcion es orientadoras que definieran y
sustentaran su punto de vista. C om o veremos en capítulos subsi
guientes, estas ficciones, y los conflictos que reflejan, evolucionarían
con independencia una de otra, llevando a la Argentina moderna a
una división ideológica que de extraño modo sigue impidiendo el
consenso y la estabilidad.
97
Capítulo 4
Los rivadavianos
98
i jEXÏ,^vx<L K3 cabildo de Bueno« A ires estaba divid id o
,'vV s a s a is s ib ís Que enfrontaban a unitario« contra federales,
J g ^ íj^ a se ca tT a autooomista«, conservadores contra liberales y
^ eieeo ja co b in o '' contra la Iglesia. D espu és d e m eses de virtual
ini*o-Ju d eábddo d e B u en os A in'« e lig ió al general Martín
R.vriguer com o gobernador, puesto que con servé durante cuatro
jécsviecnásoe Inane, un contemporáneo que dejó varios volú m en es
j ; e.-craordinanas m em orias, consideraba a Martín R odriguez "un
x c s b t vulgar, un gaucho a stu to ,,, que tu vo buena e le c c ió n de
sànèssros. y rue dócil para dejarse gobernar" (Iriarte, s, III,
X \ Sea verdadera o no la caracterización de In an e, Nlartín R odriguez
t£ro buen panel. A dem ás, co m o federalista d ecid id o a incluir a
grirarios en su gobierno, dio una ñora conciliatoria m u y rara en la
primea de ese m om ento. Heredó asim ism o la perenne responsa-
káñad de formar un con greso constituyente para que redactara otra
cccsmucàôn que pudiera ser rarificada por todas las p rovincias. La
-censa de la época s u d e referirse a e ste com ité co m o e l C ongreso
X ariccal aunque no tenía autoridad legislativa. G obernante m ás d e ~~
t i n q u é e n l o s hechos, Rodríguez s e apoyaba ca si com p letam ente
en Bernarda» R ivadavia, su m inistro d e G ob iern o y A su n tos
Exteriores, que in ició una serie d e reformas q u e en gran m ed id a
srriemQ com o m a n » a las aspiraciones liberales in d u s iv e en e l
s r io xx. D e hecho, aunque no encabezó d gob ierno d e B u en o s
A ie s h ic a 1S26. R ivadavia oscureció tanto a M artín R od rígu ez
qae d gobernador s u d e ser m en cionad o co m o nota al p ie d e su
E s iris rm —-
Rivadavia, un hombre p oco atractivo, in gresó a la p o lítica
n o » después d e la caída d e la Primera Junta, en 1810. A partir d e
1S14 viajó extensam ente por Europa, representando a su c esiv o s
gotism os argentinos en cu estion es q ue iban d esd e encontrar un
F r ie r e coronado adecuado para gobernar la A rgentina, hasta
empezar y no terminar nunca una traducción d e la Théorie des
prises t í des récompenses d e Bentham (P ic c im lli, R ivadavia y su
tkmpo, n , 11-27). En Europa, admiró e l sistem a p o lítico in g lés, s e
smmoró del utilitarism o d e Jerem y B en th am , m an tuvo corres-
Pcofentia con d pensador in g lé s (K c c in iU i, 4 2 7 -4 4 4 ) y adquirió
tes gastos refinados y las pretensiones d e un dandi francés. E n 1821
f e Mamado de vuelta para servir co m o m inistro d e R odríguez; en
1£25, bajo la administración d el su cesor d e R odrígu ez, L as H eras,
f e 2 Inglaterra en otra m isión , ésta m ás b reve, y en 1826 e l
C *greso N acional lo d ig ió Presidente d e la s P rovin cias U n id as,
99
p u esto q u e o c u p ó hasta q u e fu e ex p u lsa d o p or la fucr/.a en 182")
A un q u e su p u estam en te d ed ica d o a la cr ea ció n d e una rcpúblitJ
d em ocrática, R ivad avia m ostró d e sd e tem p ran o una fuerte inc|¡
nación antipopular, a sí c o m o una d eb ilid ad p or lo s decretos
m u lad os en co n su lta só lo c o n su s p rin cip ios p rivad os. Entre 1821 y
1 8 2 7 , e s la p resen cia d om in an te en la vid a p o lítica , cultúrale
in telectu al portcíla, período que a lg u n o s h istoriad ores argentinos
sim p atizan tes han llam ado La Feliz
La F eliz E xp erien cia fue resultado d e la c o n ílu c n c ia afortunada
d e cuatro in gredien tes n ecesarios para la alta cultura: prosperidad,
una cla se alta em ergen te con tiem p o para e l o c io , paz, y una
fascin ación co n lo s u so s d e la aristocracia eu ropea. La prosperidad
hacia 1 8 2 0 ya era un h ech o de la vida porteña, gracias en gran
m edida al apetito in saciab le d e Europa por lo s cu eros y las carnes
saladas. A d em ás, dentro de la provincia, lo s com ercian tes de la
ciudad adquirieron m ás y m ás tierras m ientras lo s terratenientes se
dedicaban cada v e z m ás a lo s n eg o cio s urbanos; d e esta unión de
cla se terrateniente y com erciante nació la oligarq uía argentina
c u y o s a p ellid os dom inarían gran parte de la h istoria argentina
(S eb reli, poge,111-142). La paz fue resultado d e un alto mo
A
m en tán eo en la guerra con el Brasil (los p ortu gueses que retenían
M o n tev id e o ) y el Tratado d el Pilar, que por b reve lap so le s dio a los
p orteños un respiro en la tarca d e forzar a las p rovin cias rebeldes a
so m etérseles. Las m ism as hostilidades entre lo s cau d illos Ramírez
y L ó p ez iban a favor d e B u en os A ires. R am írez aspiraba a volverse
el n u ev o A rtigas. L óp ez resistía y al fin en 1821 derrotó y ejecutó
al d esd ich a d o R am írez. La derrota de éste d eb ilitó la alianza
fed eralista a tal grado que B u en os A ires no s ó lo se o lv id ó del Tra
tado del Pilar sin o que b loq u eó e l Paraná co m o m ed io d e controlar
el co m ercio d el interior. Por m ucho que las p rovin cias lamentaran
esta s m ed id as, sus propias d iv isio n es le s h acían im posible una
resisten cia unida a B u en os A ires. M ientras tanto, B uenos Aires
aum entaba su con tacto co n viajeros eu rop eos, comerciantes y
c ien tífico s. T anto H u m b old t co m o D arw in p asaron algún tiempoen
la A rgentina. M ed ian te viajes p or el extranjero, lo s hijos de la oli'
garquía em ergen te se fam iliarizaron co n las costu m bres europeas,
a m en u do al punto d e sen tirse m ás extranjeros en la Argentina que
en Europa.
Q u ien catalizó esto s in gred ien tes d e p az, prosperidad y Alta
Cultura en L a F e liz E xp erien cia fu e B em ard in o Rivadavia. Con
in m en sa en ergía, R ivad avia se la n zó a la tarea d e organizar la
100
sociedad que soñaba, un reflejo de la civilización occidental, ejem
plo de cultura europea en las A m éricas, París de las pampas. Su
sueño sigue dando forma al liberalism o argentino, y ningún catá
logo de las ficciones orientadoras del país está com pleto sin él. Pero,
curiosamente, no dejó escritos importantes, m ás allá de las cartas
obligadas, las declaraciones pro forma y los d ocum entos oficiales.
Como lo observa su principal biógrafo, Ricardo Piccirrilli: “Jamás
los menesteres de la pluma constituyeron para él ni el atisbo de un
menudo goce” (Piccirrilli, II, 16). Su único texto es su trabajo y su
recuerdo.
Una de las primeras reformas de R ivadavia con sistió en
desmilitarizarla provincia de B uenos A ires, maniobra necesaria en
vista de los m iles de oficiales sin em pleo y reclutas pobres que, ya
sin necesidad de combatir ni a los españoles ni a la s provincias, eran
considerados una fuerza política potcncialm cnte peligrosa. Para
volver impotente a esta fuerza, se forzó al retiro a todo el personal
tanto militar com o gubernamental. M ás aun, com o lo exp lica e l
ministro de Finanzas Manuel José García, las p en sion es fueron
deliberadamente ridiculas para alentar ala independencia a “hom bres
habituados a un sueldo fijo” que “temblaban de verse so lo s en el
camino de la vida, entregados a su propia industria. A sí crecía y se
propagaba esa funesta manía de em pleados” (citado en H alpcrín,
Revolución y guerra, 357). Un ex militar que se sintió estafado co n
las nuevas pensiones fue el ex presidente y próccr de la Independencia
Comelio Saavedra, quien en sus mem orias recuerda con amargura
cómo fue gracias a la herencia de su esposa que pudo m antener a
fiotcla familia (Saavedra, “A utobiografía”, 1 ,8 2-85). En un decreto
del 7 de septiembre de 1821, lo s dcscm pleados, m uchos de e llo s e x
soldados gauchos, son definidos com o “d elincuentes d o lo so s de
mendicidad”, y eran enviados a la cárcel o forzados a trabajar en
obras públicas (citado en Halpcrín D ongh i, 350). A l m ism o tiem po,
a pesar de una aparente escasez de mano de obra en la econ om ía de
crecimiento, el gobierno puso techos a los salarios pagados a los
obreros com unes, m uchos de ellos soldados de vuelta a la vida civ il,
para asegurar de ese m odo “la dependencia del trabajo del d ía”
(citado en Halpcrín D onghi, 358). Evidentem ente, la supuesta
adhesión del gobierno de R odríguez a la ortodoxia liberal no llegaba
a tanto como para dejar que lo s salarios buscaran su propio nivel; al
contrario, los em pleadores a quienes se sorprendía pagando m ás de
lo que permitía el gobierno eran m ultados. Bajo el liberalism o
rivadaviano, “son ellas m ism as (las clases populares) las que deben
101
m ejorar su suerte, u sando para e llo lo s instrum entos que la eco
n o m ía le s prop orciona” (H alperín D on gh i, 3 5 2 ). Esto significad
u n im portante alejam ien to d el interés paternalista y protector hacia
e l pobre ex h ib id o por lo s gob iern os co lo n ia les, influidos por |}
Ig lesia , en su s m ejores m om en tos, asf c o m o por caudillos del tipo
d e A rtigas. D e h ech o , dadas las p o sicio n es rivadavianas hacia lj
cla se obrera, no p uede sorprender que lo s pobres prefirieran a lo$
cau d illos.
A dem ás d e la reforma m ilitar, la F e liz Experiencia es la
historia de varias in stitu cion es notables, todas m odeladas según lo
que había v isto R ivadavia en Europa. La primera fu e la Universidad
d e B u en os A ires, fundada en 1821 con el padre A nton io Sáenz, un
cura liberal que había actuado en política d esde 1806, como su
prim er rector. La U niversidad estaba dividida en seis escuelas o
facultades, con sisten tes de estudios preparatorios, cien cias exactas,
m edicina, derecho, ciencias teológicas y ed u cación elem ental. Pan
formar e l claustro de profesores R ivadavia lo s im portó d e Europa,
en esp ecia l de Inglaterra, y puso énfasis en la enseñanza d e las
m atem áticas y la cien cia, materias m uy descuidadas en la educación
esco lá stica de las generaciones anteriores. Tam bién importó un
laboratorio de quím ica, que incluía un in glés para m anejarlo. Como
. la U niversidad estaba pensada principalmente para la provincia de
B u en os A ires, en 1823 R ivadavia fundó e l C olegio d e Ciencias
M orales, expresam ente para jó v en es p rovincianos que eran selec
cionados m ediante exam en para recibir becas de estudio. El Colegio
reunió por primera v ez a un grupo de ad olescentes que catorce años
después formarían la G eneración de 1837, p osib lem en te el grupo de
_ intelectuales m ás distinguido en la historia argentina y del que
hablarem os en el capítulo sigu ien te. Entre los hom bres notables que
estudiaron en el C olegio debe m encionarse a M igu el Cañé, ensa
yista y n ovelista; Juan María Gutiérrez, crítico y novelista; Esteban
E cheverría, poeta y ensayista d el que hablarem os ampliamente en
el capítulo siguiente; Juan Bautista A lberdi, en sayista de especial
p ercepción y claridad que contribuyó inm ensam ente a la primera
C onstitución efectiva de la A rgentina, y a q uien examinaremos en
cap ítu los posteriores, y V icente Fidel L óp ez, autor de la clásica
H istoria de la República Argentina. La historia del Colegio f
escrita m ás tarde por uno de sus estudiantes, Juan María Gutiérrez,
en O rigen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos
Aires.
R ivad avia n o se d etuvo en el C olegio. P ensando que no todos
102
los jóvenes argentinos {Huirían educarse en Buenos Aires, envió
jóvenes porteóos brillantes a enseóar en el interior, en un amplio
programa que en la atrasada provincia de San Juan ayudó a formar
a Domingo Faustino Sarm iento, futuro presidente y escritor cuya
importancia com o creador de ficciones orientadoras se hará evi
dente en capítulos posteriores.
Ties di lerencias fundamentales separaban las escuelas fundadas
por los rivadavianos de sus precursoras coloniales. Primero, aunque
algunos de los m aestros eran curas, las escuelas no estaban bajo el
control de las órdenes m onásticas tradicionalmcntc encargadas de
la educación. Segundo, sigu ien d o la guía de los utilitarios ingleses
que tanto admiraba, R ivadavia insistió en que los jóvenes argentinos
aprendieran o ficios útiles, con énfasis en las ciencias matemáticas
y físicas. Y por últim o, los anuncios de becas gratuitas del Colegio
aseguraban a los padres que quedaba “proscripto enteramente de los
colegios de estudios el sistem a de degradar a la juventud por medio
de las correcciones m ás crueles” y se aseguraba que los estudiantes
“no encontraran allí verdugos por preceptores, sino antes bien,
quienes a la v ez ejerzan para con ellos los buenos oficios de
maestros, de consejeros y am igos” (citado en Piccirrilli, 41). Pese
a esta preocupación por lo s estudiantes, uno de los más distinguidos
graduados del C olegio, Juan Bautista Alberdi, escribió en su au
tobiografía que al com ien zo la disciplina le resultó intolerable, a tal
punto que su hermano mayor, viendo sus “sufrimientos", lo sacó del
Colegio durante un año (Escritospós tumos, X V , 274). Pero tras esc
año volvió, y llegó a ser uno de los pensadores políticos más
distinguidos de su generación.
Gracias a la im portancia dada por el gobierno a la educación,
la Buenos A ires de R ivadavia se volvió una ciudad de lectores y
discusiones in telectuales. Las veladas literarias dedicadas a las
tendencias m ás recientes de Europa florecieron en la ciudad, y
Vicente Fidel L óp ez describe así una de ellas:
103
festejado iniciador de las b ellezas de nuestra historia natural.
Cada noche encantaba a sus oyen tes, hablándoles de alguna
hierba nueva, de alguna planta utilizable o preciosa que había
descubierto en las exploraciones de la mañana. Y a la amenísima
lección seguía otras veces una conferencia de física recreativa,
con experimentos y prestidigi tación que otro sabio, Mr. Lozier,
acordaba por amable condescendencia a lo s ruegos que allí se
le hacían... Además de estos atractivos, o m ejor dicho, a causa
de ellos, seguíase en el salón de Lúea la m oda tan acreditada,
y tan deliciosa entonces en los salones europeos, de acoger con
exquisito gusto, y de com pensar con aplausos, la declamación
de los trozos dramáticos o literarios de m ayor boga en el día.
( H
istoria, IX, 39.)
104
El Argos, cuyo nombro hace alusión al ojo vigilante, sirve
como temprano prototipo del periodismo liberal porteño en general:
urbano, con la mira puesta en la información internacional, austero
sin carecer de estilo, informado, siempre del lado del elitism o
intelectual, firme en su lealtad a las causas liberales, desdeñoso de
las clases y cultura popularos, y severo en su crítica del gusto. De
hecho, no puedo leer El Argos sin pensar en la revista Sur de V ic
toria Ocampo, que inició su publicación en 1931 y que, en pala
bras que usa John King en su m agnífica historia de la revista, “vio
que su papel era civilizar a una minoría en el ‘caos de la pampa’
literario e ideológico” (King, Sur, 56). La descripción que hace
King de Sur podría perfectamente aplicarse a El Argos de la S o
ciedad Literaria en 1822.
Cada número de El Argos traía un amplio panorama de las
noticias del mundo y América, política local, y la naciente A lta
Cultura de Buenos Aires. Dadas las distancias que debían viajarlas
noticias, la sección internacional por lo común estaba tres o cuatro ,
meses atrasada, y pese a los intentos por atraer corresponsales
extranjeros, por lo general consistía en material tomado de perió
dicos americanos, ingleses, franceses y españoles. A dem ás, aunque
en este momento las Provincias Unidas del R ío de la Plata sólo
estaban unidas en el nombre, El Argos se hacia un deberde im primir
noticias de todas las regiones del interior, prom oviendo de esc m odo
la ficción de que, pese a la desunión política, la A rgentina estaba
unificada en el espíritu.
No obstante ese interés en las provincias, El Argos nunca
perdió su localism o porteño. Por ejem plo, en una colum na que
celebra el décimotcrcer aniversario de la R evolu ción de M ayo, un
autor anónimo pregunta: “¿Qué era la A m érica del Sud antes de
que Buenos Ayres levantase su frente atrevida en este día, e h i
ciese resonar el trueno elocuente de su voz? U na mazmorra de
esclavos condenada a gem ir bajo el látigo de su S eñ o r... ¿Y qué
es el presente? Una nación heroica de hombres lib r es... que ha hu
millado en su vez a los m ism os que la hum illaron” (28 de m ayo de
1823,178). A sí se agradecía a caudillos provinciales com o G üem es
y Artigas, que tanto hicieron por expulsar a lo s esp añoles. En otro
ritode autocongratulación, El Argos informaba q u e “ Buenos A yres
goza de una grande reputación (en Inglaterra).,. por las instituciones
que ha creado en los últim os cinco años y lo s principios de libera
lidad e ilustración que ellas han d ifu n d id o... Este conjunto de cir
cunstancias ha hecho crecer la opinión d el país a térm inos q ue
105
podem os gloriamos de haber m erecido las primeras considerado-
nes de la nación más libre y más poderosa de la Europa" (3 de agosto
de 1825,261). Pero no contentos con fclici tarse por su buena suene,
los editores de El Argosen el número siguiente escriben que, tras ha
ber recibido la última reválida de la prensa londinense, “deberíamos
volver nuestra consideración al estado actual de las provincias, y la
necesidad que ellas sienten en todo sentido de ocurrir cada una a
promover su prosperidad particular por los m ism os m edios a que
entonces atribuimos la de la Provincia de Buenos A yrcs” (5 de
agosto de 1825,265). La ficción reflejada en estas palabras, de Bue
nos Aires como ejemplo, civilizadora y prcceptora del continente,
sobrevive en la altivez del porteño, tanto com o sigue ofendiendo a
los provincianos argentinos y a los vecinos latinoam ericanos.
Un ejemplo: en septiembre de 1825, varios representantes
del A lto Perú, ahora Bolivia, se reunieron en La Plata, ahora Su
cre, para formular oficialmente su d eseo de formar una Nación
independiente de Buenos Aires. La declaración boliviana era
más ritual que real dado que Buenos A ires, preocupada con los
portugueses en la Banda Oriental, los indios, y sus interminables
conflictos internos, había mostrado poca op osición a la independen
cia de Bolivia. D e todos m odos, El Argos no pudo resistir a la
tentación de aconsejar a sus vecinos respecto d é la genuina senda de
la libertad:
106
han estado dominadas por el despotismo más irracional. (14 de
septiembre de 1825, 315.)
107
no puede entrar al templo del buengusto" (13 d
36). Como veremos en el capítulo siguiente, las palabras usadas
en el periódico para describir el conflicto (civilización versus
barbarie) se volverían uno de los gritos de batalla del liberalismo
argentino. Autores posteriores, en especial Dom ingo F. Sarmiento,
popularizarían los términos, pero sin necesidad de inventarlos. Ya
estaban en el discurso político argentino, al m enos en la época de
Rivadavia.
La Sociedad Literaria también fundó una revista, La Abeja
Argentina, “dedicada a objetos políticos, científicos y de industria;
y contendrá además: traducciones selectas; los descubrimientos
recientes de los pueblos civilizados; las observaciones metcoroló-,
gicas del País; las medidas sobre la constitución de los años, de las j
estaciones, y un resumen de las enfermedades de cada mes; un
semanario de los adelantamientos de la provincia (de Buenos
Aires)” ( Actasde la Sociedad, citado en Piccirrilli, 62). Un número
prototípico incluye un airado manifiesto sobre derechos políticos en
el Brasil, una meditación sobre la naturaleza de la autoridad con
numerosas citas de autores iluministas, un discurso poético sóbrela
relación entre ciencia y arte, otra vez con extensas referencias a
pensadores europeos, una lección de química “tal com o fue dictada
en Londres por el celebrado Sir Humphrey D avy”, y un artículo
sobre plagas recientes en la provincia (La Abeja, 15 de septiembre
de 1822). La Abeja sobrevivió sólo unos pocos m eses, en parle por
falla de fondos, mala circulación y desacuerdos entre los editores y
la Sociedad Literaria. De hecho, en una ocasión Núñez se quejó de
que “se habían publicado dos o tres números de La Abeja sin que la
Sociedad hubiese revisado y aprobado los materiales”, sugiriendo
que la Sociedad Literaria mantenía un poder de veto sobre lo que
hicieran los editores (citado en Piccirrilli, 64). El conflicto éntrela
Sociedad Literaria y La Abeja también puede haber sido político ya
que el editor de la revista era Manuel Moreno, hermano de Mariano,
cuyas crecientes inclinaciones federalistas lo ponían en posición
equívoca ante los rivadavianos. Pero aun a despecho de estos
conflictos locales, La Abeja puso en claro los m ism os paradigmas
culturales que reinaban entre los rivadavianos: Europa y más
Europa.
Dado que la Universidad y el C olegio no admitían más que
estudiantes varones, Rivadavia organizó La Sociedad de Benefi
cencia, cuyo personal estaba formado exclusivam ente por mujeres,
encargada de “la dirección e inspección de las escuelas de niñas, de
la Casa de Expósitos, de la Casa de partos públicos y ocultos, del
Hospital de Mujeres, del C olegio de Huérfanas y de lodo estable
cimiento público dirigido al bien de los individuos de su sex o ”
(citado en Piccirrilli, 49). Con anticipada aprobación hacia la nue
va institución, El Argos entonaba sus alabanzas: “Cuando se hayan
sentido todos los efectos de esta institución, en ton ces será que
ocupando a las mujeres gustos más serios, y placeres más verda
deros, al paso que dejen de ser frívolas (hablam os por lo com ún)
lleguen a ser más am ables” (15 de marzo d e 1823, 88). Pero la
educación para mujeres debía incluir una preparación adecuada
en artes “fem eninas”, com o lo indica el título revelador de una de
las publicaciones de la Sociedad: Manual para las escuelas ele
mentales de niñas, o un resumen de enseñanza mutua, aplicada a
la lectura, escritura, cálculo y costura (Piccirrilli, 51). A dem ás
de supervisar la educación de las mujeres, la Sociedad estaba
encargada de preparar materiales de texto para todas las escuelas
argentinas, la mayoría de ellos traducciones de textos franceses e
ingleses, o “catecism os cien tíficos”, com o eran llam ados, que
cubrían temas más tradicionales com o quím ica y geom etría. P ese
a sus intenciones caritativas y pedagógicas, la Sociedad no tardó
en volverse una especie de club social, cu yo ingreso era o b lig a
torio para cualquier mujer con aspiraciones a pertenecer a la clase
alta.
Además de sus intereses literarios y educativos, R ivadavia
prestó considerable apoyo a la creación de un teatro n acional. Pero
las críticas de El Argos indican que el teatro bajo R ivadavia co n
sistió principalmente en obras m elodram áticas o cóm icas traduci
das del inglés o el francés; evidentem ente no se estim ulaba la
producción de obras locales. Por creer que el teatro tenía un público
potencialmente más am plio que otros m ed ios, R ivadavia escribió
una carta a la Sociedad Literaria, el 6 d e diciem bre de 1822,
pidiendo que se propusiera la form ación d e “ una escu ela en que se
enseñen los principios de la declam ación, y d e la que puedan salir
algún día profesores hábiles y capaces de presentarse a la escen a con
toda la perfección que m erece un pueblo culto e ilustrado” (citado
en Piccirrilli, 65). La Sociedad con sid eró el pedido del m inistro en
su siguiente reunión, en la que se redactó un “Proyecto para la
erección y presupuesto de gastos de una escu ela de acción y
declamación”, un docum ento breve que se lim ita a m anifestar que
deberían contratarse maestros calificados para preparar a “jó v en es
de ambos sexos de figura n oble y v o z arm oniosa con la p recisa
109
co n d ición de que han de saber leer y escribir”. La lista de gastos no
contiene cifras, pero esp ecifica que sería p reciso emplear a un
m aestro, construir un pequeño teatro, y proveer “estatuas de yeso,
o pinturas y grabados de los autores y actrices céleb res representan-
do escen as interesantes” (citado en Piccirrilli, 6 6 -6 7 ).
La escu ela de teatro no fue más que uno entre tantos intentos
de R ivadavia de transplantar a las pampas el teatro, la cultura y el
buen gusto. Florecieron con su apoyo varios grupos dramáticos, y
a partir de 1823 aparece regularmente una secció n teatral en El
Argos. Ya en 1825 el público porteño asistía a producciones del
Otelo de Shakespeare y de las óperas de R ossin i La y
ll barbiere d i Siviglia. M ás aún, en una dem ostración de las aspira
ciones cosm opolitas de los porteños, El Argos editorializaba que
“promovería sin duda el interés del teatro el cantar a v ec es en el
idiom a nacional; aunque, com o individuos n os satisface comple
tamente el italiano; y reprobamos las tentativas que se han hecho de
verterlas arias y dúos, oíd os ya en esta lengua m usical, al español"
(10 de ju lio de 1824, 256). Aunque la prioridad estaba en traerá
B uenos Aires obras europeas, R ivadavia tam bién dio m ed ios fi
nancieros para publicar literatura tanto traducida com o nacional,
incluida una de las primeras antologías de p oesía argentina, la
Colección de Poesías Patrióticas. Dadas las prim itivas condiciones
de im presión en B uenos A ires, varias pub licaciones apoyadas por
el gobierno eran preparadas en Buenos A ires pero impresas en
París, incluyendo la pionera colección de p oesía La Lira Argentina
de 1824.
T íp ico de lo que R ivadavia consideraba buen gusto era la
p oesía n eo clásica de Juan Cruz Varela. Seguram ente el poeta más
importante d e su generación, Varela, com o sus contemporáneos,
escribió sobre todo versos patrióticos y p o esía amorosa fuerte
m ente marcada por alu sion es e im aginería clá sica s. En alabanza
de la victoria de San M artín y G on zález B alcarce sobre los es
pañoles en la batalla d e M aipú el 5 d e a gosto d e 1818, Varela
escribía:
110
¿Mas quién podrá este día
El ardor refrenar que el pecho inflama?
Veo dos héroes; su renombre solo
Del entusiasmo la sagrada llama
Enciende, y siento que m e inspira A polo.
111
162). Pero con el acceso de Rivadavia al poder, la poesía de Várela
cambia de dirección. Las alusiones clásicas que habían dado apenas
un marco a sus versos patrióticos y am orosos, se vuelven tema, a
punto tal que Varcla termina escribiendo dos largas y complicadas
tragedias, Dido y Argia, ambas basadas en temas clásicos y clara
mente rcminisccntcs de C om eille. A diferencia de su poesía ante
rior, ninguna de las dos piezas tiene m ucho que ver con temas
argentinos.
idodramatización
D, del cuarto libro d e la Eneida de Virgilio,
ofrece un ejemplo especialmente ilustrativo de lo que oficialmente
se consideraba arte durante La Feliz Experiencia, ya que fue
representada originalmente en la casa de Rivadavia, publicada con
apoyo oficial el 24 de agosto de 1823, y repetidamente elogiada en
el periódico oficial El Argos (23 de agosto de 1 8 2 3 ,2 8 2 ). Temáti
camente, la obra no se aparta en absoluto de la historia virgiliana,
aunque cstructuralmcnte observa con rigid ez la s unidades
aristotélicas, reduciendo los personajes a m eros narradores de
hechos importantes, todos los cuales suceden fuera de la escena
antes de que se levante el telón. Al día siguiente del estreno (que de
hecho fue poco más que una lectura dramática) un crítico anónimo
en El Argos se embelesaba: “El autor, arrebatado de su numen
poético esparce profusamente los más sublim es y tiernos pensa
mientos.. . pero también es en verdad muy im ponente el sujetar una
producción a la censura rígida de una sociedad ilustrada”. El actor
principal es elogiado por declamar “con aquella cadencia y tono
verdaderamente trágico con que se distingue el teatro francés”. El
crítico llega a elogiar a Varela “porla carrera brillante que ha abierto
al teatro nacional” (30 de junio de 1 8 2 3 ,2 5 3 ). ¿U n teatro nacional
basado en V irgilio y deudor formal de C om eille? N o extraña que
críticos nacionalistas modernos com o Rojas consideren a Varela un
síntoma de colonialism o cultural.
Tras una segunda representación de la D ido d e Varela, El Ar
gos publicó una segunda crítica en la que se elogia a la obra por
cuanto en ella “no parece sino que el arte tiene en ella el último
lugar”, y en consecuencia “es preciso mirarla com o un buen mo
delo del arte y del talento”. El segundo artículo también destaca
la influencia de C om eille, que precedió a V arela en más de un siglo
(6 de septiembre de 1 8 2 3 ,2 9 7 -2 9 8 ). La D ido vu elve a ser noticia
en un número posterior de El Argos, donde el anónim o crítico tea
tral, en una exp osición de contornos sofisticad os que sin duda
habría honrado a la corte de Luis X IV , com en ta la justificación que
112
da el propio Varóla de la estructura de la obra, las teorías aristoté
licas del drama y la intención última de Virgilio (27 de septiembre
de 1823, 322).
Los presupuestos teóricos de la obra y las críticas (la rígida
censura del “buen gusto” en una sociedad ilustrada, la noción
cstcticistadcl arte como algo puro y no contaminado con la realidad,
la corrección de las fórmulas neoclásicas, el teatro clásico francés
como objeto de imitación) explican en parte porqué los rivadavianos
y sus descendientes intelectuales, con todas sus aspiraciones y
diligencia artística, sólo produjeron desteñidas imitaciones de la
literatura y la sociedad europeas: su sentido del “buen gusto”
estimulaba más la imitación que la creatividad. El buen arte, el buen
gobierno, el pensamiento y los modales correctos estaban prede
terminados de acuerdo a fórmulas no menos rígidas que las verdades
trascendentes del escolasticismo. Igual que Mariano Moreno, que
escondía un inflexible autoritarismo bajo el vocabulario iluminista,
los rivadavianos cantaban loas a la independencia, el progreso y la
renovación cultural, mientras se aferraban a modelos artísticos e
intelectuales recibidos. Su temor a lo nuevo, a lo no aprobado, o
simplemente a lo no europeo, bloqueó con eficacia la creación de
cualquier cosa que fuera auténticamente argentina. D e hecho, al^
glorificarlas imitaciones con frecuencia estériles del neoclasicism o
en los albores del teatro nacional, muestran un extraño anhelo de la
elite cultural de envejecer prematuramente, postura muy fuera de
lugar en una nación que se suponía estaba sintiendo las primeras
comezones de la adolescencia. Además, el bien orquestado éxito
crítico de las obras de Varela muestra hasta qué punto el mandarinato
cultural de Buenos Aires estaba alejada de las tradiciones populares
de su propio p aís... y de los logros notables de la gauchesca de
Bartolomé Hidalgo apenas unos pocos años antes.
El desdén de los editores de El Argos por las tradiciones po
pulares queda demostrado una vez más en una crítica del Barbero
de Sevilla, en la que se elogia a los actores cóm icos por su tra
bajo. Pero el artículo termina diciendo: “Ojalá que nuestra com
pañía cóm ica se aprovechara también de estas escenas, para
aprender a representar una acción bufa sin entregarse a la ridi
culez y grosería de los sainetes” (12 de octubre de 1 8 2 5 ,3 5 4 ). E l
sainete era una forma de teatro popular cuyas raíces se hundían
en el primitivo teatro nacional español, m uy apreciado por las
clases bajas porteñas, y, com o vim os en el capítulo anterior,
probable fuente de inspiración para los diálogos de Hidalgo. La
113
literatura argentina encuentra su m ejor m om en to cuando aban-
dona lo s m od elos eu rop eos, o los m od ifica y parodia como hiz0
B orges: lam entablem ente, las pálidas im itacion es de literatura
europea escritas por los n vadavian os tuvieron una larga sucesión,
tan pálida y tan p oco con vin cen te c o m o lo s forzados dramas de
Varóla.
La S ocied ad Literaria y sus órgan os d e prensa fueron am
pliam ente im itados en la creación de otras organ izacion es profe
sio n a les y académ icas, por lo general a partir de una decisión de
R lvadavia. Entre ellas estu vo la A cad em ia d e M edicin a, que fue
creada por decreto el 16 de abril d e 1822 y cu y o s d eberes incluían
la preparación y validación de títulos d e m éd icos y farmacéuticos,
el cuidado d e la salud pública y el nom bram iento de personal
m éd ico cn d ifcrcn tcs áreas de lap rovincia de B u en os A ires (ElArgos,
2 0 de abril d e 1 8 2 2 ,1 1 2 ). Tam bién en 1822, un expatriado italiano
d e nom bre V irginio R abaglio fundó la A cad em ia de M ú sica, para
"dar im pulso y propagar en e l país un arte que en e l d ía hace las
d elicia s de todas las naciones cultas” (El Argos, 12 de ju n io d e 1822,
172). V arios m eses después, el l 9 dc octubre d e 1822, lo s primeros
alum nos de Rabaglio actuaron en un concierto inaugural al que
asistieron e l gobernador Rodríguez y R ivadavia. E l con cierto in
cluía una com p osición original llam ada La G loria de Buenos Aires,
que en palabras del extasiado articulista d e E l Argos “con m ovió y
e le v ó los espíritus” de todos los presentes. El p eriodista n o s informa
adem ás que "en esta noche se sintieron agitad os lo s corazon es de
aquel placer inocente y puro, que tantas v e c e s n ece sita m o s en las
pen osas escen as de la vida. Por todo lo q ue v im o s y sen tim os en tan
agradable y nueva reunión em b ellecid a p or la s argentinas, cree
m o s que esta escu ela d e m ú sica d eb e aum entar la civ iliza ció n y
cultura de la fam ilia am erican a” (2 d e octu b re d e 1 8 2 2 ,3 0 4 ). Una
v e z m ás, B u en os A ires e s con sid erad a filtro d e cultura para todo el
co n tin en te.
U n año m ás tarde, R iv a d a v ia su p er v isa b a la crea ció n de la
A ca d em ia d e Jurisprudencia T eó r ica y P ráctica, llam ad a también
A ca d em ia d e L ey e s, a la q u e alab ab a en frases m etafóricas como
un m ed io d e lograr “la p e r fe c c ió n d e la s in s titu c io n e s ... en seguir
la sen d a d e la Ilustración c o m o ú n ica fu en te d e la prosperidad
p ú b lica ” (cita d o en P ic c in in i, 7 5 ). P o c o d e s p u é s R ivad avia super
v is ó la fu n d ación d el M u sco P ú b lic o d e B u e n o s A ire s dedicado a
" lo s h ijo s d e la patria” c o m o “ce n tro d e p o sita r io d e to d o s lo s obje
to s h istó r ic o s y a rtístico s, q u e s e re la cio n a n c o n lo s conocim icn-
114
tos, o con los hombres célebres nacidos en su suelo” (citado en
piccinilli, 80).
115
d e E stado G eorge C anning, y M a n u el J o s é G arcía, firmaron el
Tratado A nglo-A rgen tin o d e A m istad , C o m ercio y Navegación,
S us p rovision es principales eran q ue G ran Bretaña reconocería la
soberanía e independencia argentinas (c u e stió n d elicad a dado el
resentim iento in glés por haber perdido su s propias colonias ame
ricanas), que tanto in gleses co m o argentinos v iv ie n d o en e l otro país
gozarían de lo s derechos acordados a tod os lo s extranjeros, y que los
ciudadanos de am bos p aíses tendrían libre a c c e so al com ercio del
otro ( £ / Argos, 26 de febrero de 1 8 2 5 ,7 0 -7 1 ). E l Tratado fue “un
intento de crear una relación d e m ercado libre entre una comunidad
industrial y una productora de m aterias prim as. E n esta relación el
papel del Estado se reducía a garantizar la op eración d e un meca
n ism o de m ercado” (F em s, 113). E l Tratado m ostraba asimismo
una ingenua voluntad por parte de lo s n egociad ores argentinos de
aceptarla teoría económ ica in glesa com o ob jetiva y cien tífica, antes
que com o interesada y m otivada por el d eseo d e ganancias. V ale la
pena notar que uno de los p ocos intentos ex ito so s bajo R ivad avia de
erigir barreras aduaneras en la Argentina fu e una p rohibición contra
la im portación de cereal votada por la legislatura provincial el 2 9 de
noviem bre de 1824. La ley fue severam ente condenada en E l Argos
co m o “opuesta a los más sanos principios de econ om ía y lo que es
m ás agravante, com o contraria al espíritu d e todas las ley es e
instituciones que nos h a n ... acreditado exteriorm en te... [y con
seguridad iniciará] la od iosa carrera d e lo s p rivilegios y las prohi
b icio n es que no solam ente arruinan, pero desacreditan” (10 de
agosto de 1 8 2 5 ,2 6 9 ). A un en materias econ óm icas, lo s rivadavianos
adherían plenam ente a lo s m od ales eu rop eos.1
116
El Tratado Anglo-Argcntino, ¿n apariencia un modelo de
lalsscz-fairceconóm ico, reilcjaba píosturas poco auspiciosas para
el futuro argentino, y que por supuesto estaban en el polo opuesto
de los sentimientos proteccionistas articulados por Artigas y otros
voceros del interior. El Tratado era, en efecto, un modo de dar plc-;
na libertad al juego comercial en un estanque donde Gran Bretaña
era, de lejos, el pez más grande; en razón de la irrecusable potencia
económica inglesa, el libre comercio en última instancia significaba
libre reinado de los capitalistas ingleses y sus colaboradores porte
ños, olvidando los intereses del país en su totalidad. A l abolir las
barreras de importación y abrir el país a inversiones extranjeras casi
ilimitadas, los rivadavianos devastaron la industria local, garanti
zaron que la mayoría de los bienes manufacturados a partir de ese
momento fueran importados, y limitaron el futuro económ ico del
país al de proveedor de bienes agrícolas y materias primas a una
potencia industrial. Además, al acceder a embarcar mercadería sólo
en barcos ingleses o barcos construidos en la Argentina (un país
entonces con mínima capacidad industrial), la Argentina renunció
a tener nunca su propia industria naviera. D e modo que en el Trata
do hay cierta ironía: aunque explícitamente reniega del mercanti
lismo, asegura que Inglaterra, debido a su superioridad económ ica
sobre todos los posibles competidores, mantendrá una relación
esencialmente mercantilista con Buenos Aires. Tal com o lo observó
John Murray Forbes, jefe de la misión norteamericana en B uenos
Aires entre 1820 y 1831, “la ostensible reciprocidad del Tratado es
una burla cruel de la absoluta falta de recursos en estas provincias,
y un golpe de muerte a sus futuras esperanzas de cualquier tonelaje
marítimo” (Forbes, Once añosen Buenos
Además de sus concom itancias econ óm icas, el Tratado
Angloargcntino tuvo importantes consecuencias sociales en tanto
concentró efectivam ente poder en manos del aliado más importante
de Gran Bretaña: la ya poderosa oligarquía porteña, cuya riqueza
venía de sus tierras y de su capacidad de servir a los intereses
comerciales británicos. A sum iendo sólo el papel de proveedor
abundante de bienes agrícolas, los rivadavianos (a lo mejor sin
quererlo) se aseguraron de que e l poder real no saldría de manos de
la burguesía terrateniente y comercial, hecho que limitaría seriamente^
el acceso al poder de cualquiera que hubiera nacido fiiera de los
círculos privilegiados, y fomentaría el resentimiento de clases, que
ya en el presente siglo ha vuelto al país casi ingobernable.
Otras m edidas de los rivadavianos vincularon m ás aún la
117
econom ía argentina a Gran Bretaña. S e in vitó a participar en i
políticas econ óm icas a “asesores” in g le se s, dándoles ingerencia?
la contratación de préstam os ofic ia le s, la em isión de moneda y J
regulación de inversiones y com ercio exteriores. Tales posiciones
de poder fueron usadas, por supuesto, en provecho de Inglaterra,,
tal punto que d esde sus primeros años la Argentina se volvió un pafs
dependiente de préstamos y de capitales, p osición que más de una
ve/, ha com prom etido la capacidad de la nación de controlar sus
propios asuntos. El ingreso a la A rgentina del poder comercial
inglés y su influencia política con sigu ien te, durante los años
rivadavianos, fue tan abrumador que Forbes se quejaba de que los
ingleses eran “una gigantesca influencia extranjera que controlad
gobierno y que puede, a su placer, mantenerlo o derrocarlo"
(Forbes, 352).
Paralela a la refonna económ ica, y quizás m ás devastadora
_ a ú n en sus con secu en cias a largo plazo, fue la reforma en la tenen
cia de tierras. En 1824, Rivadavia promulgó una fórmula basadacn
el principio romano de enfiteusis, por el que una corporación o un
individuo podía requerir tierras públicas del gobierno por un período
de veinte años, pagando una renta anual mínima. A unque pensada
para difundir la riqueza y crear una clase m edia de inmigrantes
granjeros, las tierras fueran a parar en su gran m ayoría a lo s que ya
. eran ricos (Sobrali, A
poge,130-134). Hacia 1830, de acuerdo con
las políticas distributivas de Rivadavia, quinientos treinta y ocho
individuos o corporaciones habían recibido d iez m illon es de hec
táreas, un prom edio de dieciocho m il cada uno. Hubo un individuo
que recibió cuatrocientas cincuenta mil hectáreas, y otro trescientas
sesenta m il. A unque la propuesta original era constituir un alquiler
sujeto a revisiones periódicas, estas entregas de tierra hechas bajo
R ivadavia se volvieron propiedad personal m ás adelante, aumen
tando la riqueza de la oligarquía em ergente, a la v ez que aseguraba
que habría m en os buena tierra disponible para futuros inmigrantes
(1 lerring, A Ilistory of Latín America, 6 2 4 -6 2 5
distribución d e tierras de R ivadavia, em ulada m ed io sig lo después
por otros gob iernos liberales, concentró en gran m edida la riqueza
en B uenos A ires y sobre el Litoral, dond e estaban las mejores
tierras. C om o señala D íaz A lejandro, la naturaleza m ism a parecía
m ilitar contra una distribución equitativa del poder y la riqueza en
la A rgentina. A diferencia de los E stados U n id os, donde el descu
brim iento de ricas tierras de cu ltivo en las Grandes Llanuras y en
C alifornia ob ligaron al N ordeste a industrializarse, las mejores
118
tíomis en la Argentina fueron distribuidas primero, asegurando con
ello que las primeras familias oligárquicas del país seguirían siendo
las más ricas y poderosas. Décadas despulís, a medida que se les
Hiera anvbatando territorio a los indios, las mismas familias seguirían
adquiriendo más y más tierra (D íaz Alejandro, E m tys
Eeonomic HistoryoftheArgentina 3 5 -4 0 ,1 5 1 -1 5 9 ).
En materia política, el gobierno de Rodríguez se dedicó, bajo
inspiración de Rivadavia, a concentrar poder. D esde la revolución
de. 1810, el cabildo de Buenos Aires, que en su m ayor parte estaba
dominado por los intereses com erciales conservadores de los pór
talos, había sido el principal m ecanism o para la formación de
sucesivos gobiernos... y de su disolución cuando tocaban algún
¡monís vital. O, en palabras de un observador contem poráneo, el
cabildo “promovía, socapa, las revoluciones para revestirse d el
poderde hecho” (Iriartc, 111,31). Para evitarese tipo de interferencia,
el gobierno de Rodríguez abolió el cabildo tanto en Buenos Aires
como en Luján. Aunque bien motivada, la d isolución de los cabil
dos fue una luz roja para los oligarcas porteños, para lo s ya suspica
ces caudillos provinciales, y las masas para quienes el cabildo, en
palabras de Iriarte, “era la autoridad más inm ediata... Era la cabeza,
el padre, y sus hijos com o a tal lo adoraban, lo respetaban, le
tributaban un culto voluntario, una devoción exaltada” (Iriarte, III,
31-32; viíasc tambión Scbrcli, Apogeo, 135-136). Aunque lo s ca
bildos eran una reliquia de las épocas coloniales, eran d e todos
modos cuerpos políticos en funcionamiento, siem pre representati
vos de al menos algún segm ento de la sociedad, y en algunos casos,
cotnocn la Banda Oriental de Artigas, notablem ente dem ocráticos.
En una mirada retrospectiva, podría haber sid o m ás inteligente
tratar de incorporar a los cabildos al nuevo sistem a adm inistrativo,
en lugar de clausurarlos. Pero Rivadavia había visto la verdad en
materia de organización política en Inglaterra y Francia, y esos
modelos europeos no incluían cabildos. En su remplazo, organizó
una legislatura provincial que m ás tarde in cluyó algunos funciona
rios elegidos por voto popular. A unque sus funciones eran controlar
al ejecutivo, esta legislatura en su inicio fue p oco m ás que una
sociedad de debates abstractos, con la rutina d e sellar lo s decretos
de Rivadavia.
119
aislamiento de los rivadavianos tanto respecto de los oligarcas
conservadores com o de las clases populares. A unque los sacerdotes
conservadores estaban com prensiblem ente perturbados por las
corrientes anticlericales en el pensam iento ilustrado, que no podía
sino resonar entre los liberales argentinos, la Iglesia que Rivada-
via trató de reformar no podía considerarse de ningún modo un
bastión del tradicionalismo antirrevolucionario. A lo largo del si
glo xviu las ideas iluministas entraron en la América hispánica
con frecuencia a través del clero, en ocasiones contrariando las
prohibiciones oficiales. Liberales com o M oreno se enteraron de la
existencia de Voltaire y Rousseau gracias a los curas en la Univer
sidad Católica de Chuquisaca, y algunos hombres de iglesia tu
vieron papeles de importancia en la gesta emancipatoria. Bajo
presión de España, el papa Pío VII excom ulgó a algunos curas
liberales, pero quedaron los suficientes com o para sostener la
presencia liberal en la Iglesia (Frizzi de Longoni, Rivadavia y la
reforma eclesiástica, 10-22,37-39). Rivadavia, que no tenía nada
del jacobino anticlerical, se llevaba bien con el clero liberal. Inclu
yó sacerdotes en todos los niveles de su administración, instituyó
la plegaria en latín en las escuelas, y mandó a sus subordinados a
cesar de “promover prácticas contrarias a la religión” (Carbia,
Revolución, 91-92).
Haciendo a un lado la ideología, los eclesiásticos argentinos
tenían otras razones para apoyar la independencia. Como en casi
todos los sectores de la sociedad colonial, la Iglesia estaba domi
nada por un jerarquía nombrada en España, que confinaba a los
criollos a posiciones menores. Como resultado, veintidós sacerdotes
participaron en el Cabildo Abierto del 25 de M ayo de 1810, cuando
se declaró la independencia argentina, y hubo curas en puestos de
avanzada en la revolución en marcha, apoyando no sólo la inde
pendencia sino también el patronazgo nacional por el que los
nombramientos eclesiásticos deberían hacerse en la Argentina y no
en Roma o en Madrid (Carbia, Revolución, 22-33, 78-81). El
patronazgo nacional perduró en parte porque, bajo presión española,
el Vaticano mantuvo vacante la sede obispal de Buenos Aires entre
1812 y 1830 (Carbia, Revolución, 78-88). La Iglesia argentina de
claró su propia independencia de España, y en cierto modo de Roma
también, al dirigir sus plegarias en favor de la causa nacional, y
ya no colonial (Carbia, Revolución, 54). En la década de 1820 parte
del clero siguió apoyando con vigor las causas liberales; de hecho,
algunos de los aliados más fuertes que tuvo Rivadavia fueron
120
sacerdotes, entre ellos A ntonio Sácnz, el prim er rector de la Uni
versidad de Buenos Aires.
¿Porqué, entonces, R ivadavia term inó teniendo un problem a
tan grave con la Iglesia? La respuesta es relativam ente simple: hizo
un problema de la introm isión de la Iglesia en cuestiones m ateriales,
loque constituía la débil idad m ás vulnerable y delicada de la Iglesia.
Desde épocas coloniales, el real vigor económ ico de la Iglesia
estaba prim ordialm cntc en m anos de las órdenes m onásticas que
con los años adquirieron enorm es propiedades, desde tierras a
pequeñas fábricas. Adem ás, los servicios sociales (escuelas, hos
pitales, asilos y orfanatos) eran terreno exclusivo de las com unidades
religiosas, que solían com petir entre sí por riqueza, prestigio,
influencia y nuevos m iem bros. Vinculadas a las órdenes m adres en
Europa, las órdenes argentinas siguieron su propia ley a tal grado
que inclusive el clero no m onástico se alarmó de su independencia.
El poder de las com unidades m onásticas había sido atacado desde
tiempo atrás por los liberales argentinos; en el segundo núm ero de
El Argos de Buenos Aires, por ejem plo, un autor anónimo fantasea
con que algún día viajeros curiosos mirarán las ruinas de los
monasterios com o “m onum entos de la m udable opinión del hom
bre“ (19 de m ayo de 1821, 10). Como la m ayoría de los liberales,
Rivadavia vio tres fallas en la organización social y económ ica de
la Iglesia: incficicncia, anacronism o y petrificación. En su opinión,
la institución social de la Iglesia caía bajo la dirección del Estado
moderno. Sus reformas, entonces, estuvieron dirigidas a los aspectos
socioeconómicos de la Iglesia, y tenían poco o nada que ver con la
doctrina.
Sus prim eras m edidas consistieron en abolir los fueros cele-/'
siásticos, que les perm itían a las órdenes m onásticas tener sus
propias cortes de justicia y disponer de una buen ingreso del Estado,
confiscar las propiedades de órdenes que a su parecer estaban
acumulando riqueza sin servir a la sociedad, y centralizar toda la
actividad religiosa bajo un prelado diocesano, como un m odo de
quebrar los feudos de las órdenes (Frizzi de Longoni, 61-75). Una
de las primeras com unidades afectadas por la reform a de R ivadavia
fue el Convento de la M erced, de cuyos bienes se decía que “ sólo
eran llamados para suplir el oficio de los párrocos“ , sin servir al
público en general {El A rgos, I o de m arzo de 1823, 72). En un
extenso decreto publicado en E l Argel
, obisp
secundó la intención de R ivadavia de ponerlas finanzas de la Iglesia
bajo una dirección única, devolviendo a m onjes y monjas a sus
121
votos crism ales de m endicidad de m a r d e \ 8M , ,y
asegurar que tus com unidades religiosas viables s o b r e v iv id ?
v o l v e r dem asiado poderosas, R ivadavia decretó asimismo,!'
ninguna com unidad podría tener m enos de dieciséis m iem h oí
más de treinta, y que tos n ovicios debían tener por lo
veinticinco artos, Rara dar m ayor libertad a las óidenes numásti^
garantizó pensiones para sacerdotes qtte quedaran sin ajvyo de %
órdenes, y organicé un senado clerical consistente de representa^
de varias órdenes pam asistir a\ obispo en ia administración do q
diócesis (Catbia, Revolución* 105« 107), Por lo demás, fon\\ó%
tituciones oficiales com o la Sociedad de Beneficencia, el Cotejo
de Ciencias Morales y la Universidad de Buenos Ai iva para ocu
parse de la educación, privando asi a la Iglesia de su mejor contacto
con la juventud, A l poner el control de tos asuntos de la Iglesia
primariamente en manos de sacerdotes seculares antes q\ie
monásticos, Rivadavia abrió la puerta para que m onjes y monj#
asumieran un papel en la Iglesia fuera de sus ó aleñes, elección qnt
se dio en la realidad (Carbia, Revolución* 1OS« U 3).
Aunque ampliamente apoyada por los curas progresistas con»
Antonio Sáen 2, el Deán Funes y Mariano Zavalcta, la refonm
provocó unaairadareacciónentre los conservadores. Los principal«
entre ellos fueron dos franciscanos, Cayetano Rodrigue/, y Francisco
de Paula Castañeda, que publicaren feroces diatribas contra Iri
‘infieles" rivadavianos (Frizzi de Longoni, 81-87). Tan indignado
estaba Fray Castañeda que compuso varias parodias de las letanías
de la Iglesia para expresar su desaprobación hacia Rivadavia. IVt
ejemplo:
122
Creo en Dios padre todopoderoso, creador y conservador de
Bemardino Rivadavia y en Jesucristo redentor de Rivadavia
que está actualmente padeciendo en Buenos Aires muerte y
pasión bajo el poder de Rivadavia. Creo en el Espíritu Santo
cuya luz persigue Rivadavia. Creo en la Comunión de los
Santos de cuya comunión se ha pasado Rivadavia. Creo en el
perdón de los pecados que no tendrá Rivadavia mientras
niegue la resurrección de la Carne y la vida perdurable. Amén.
(Citado en Piccirrillio, 293-294.)2
123
nos (Frizzi de Longoni, 93-112). M anifestaciones encabezadas por
curas cubrieron las calles de Buenos Aires y Luján {El Argos, 22 de
marzo de 1823, 97). En respuesta a los desórdenes, Rivadavia
dirigió una enérgica carta de protesta al obispo en funciones de
Buenos Aires, Mariano Zavaleta, diciendo que “ni la civilización,
ni la religión, ni la patria, ni la moral han tenido un abrigo decoroso
entre los que se denominan los pastores de la tierra; ellos han
tomado del evangelio el nombre, pero han rechazado sus precep
tos". El obispo Zavaleta apoyó a Rivadavia, com o apoyaba “la
reforma de los abusos y habitudes que degradan nuestra religión
santa” {El Argos, 29 de mareo de 1823, 107-109). Por supuesto,
siendo Zavaleta funcionario eclesiástico nombrado por el gobier
no civil y no por el Papa, su apoyo hizo poco para tranquilizar al
clero rebelde. Por lo demás, cuando las noticias de la reforma
eclesiástica llegaron a las provincias, pasaron pocos días antes de
que Juan Facundo Quiroga, caudillo de la distante provincia de La
Rioja, acuñara uno de los lemas más efectivos de la reacción
federalista antiunitaria: Religión o muerte. Las pasiones moviliza
das por la reforma eclesiástica seguirían acumulándose durante
años antes de explotar al fin en apoyo del gobierno reaccionario de
Juan Manucl.de Rosas, el dictador que sucedería unos años después
a Rivadavia.
124
traducir las palabras en políticas, los conservadores, com o había
hecho el cabildo de Buenos Aires diez años atrás, empezaron a
complotar contra el gobierno. Con la esperanza de que Rivadavia
pudiera restaurarla confianza en el gobierno unitario, sus partidarios
en la convención lo nombraron presidente de todo el país, acto que
obviamente excedía su autoridad, y contribuyó a irritar al Interior.
Como “presidente”, pareció más urgido por ganar antipatías entre
sus detractores.
Impaciente y doctrinario com o siempre, él y su Partido U ni
tario le presentaron a la nación una Constitución nueva que pre
tendía resolver el perpetuo conflicto entre Buenos Aires y la ca-
pital provincial, cuyo ingreso sería compartido en igualdad de 1
condiciones por todos los argentinos. Aunque la idea era buena,
su plan encontró una salvaje oposición entre los federalistas por
teños, incluidos Juan Manuel de Rosas y sus ricos primos, los
Anchorcna, que no tenían intención alguna de compartir los in
gresos aduaneros de Buenos Aires. Siguiendo el m odelo de los
Estados Unidos, la nueva Constitución también proveía la for
mación de una legislatura bicameral en la que un cuerpo daría
representación igualitaria a todas las provincias. Pero aquí tam
bién, la oligarquía conservadora no quiso saber nada. Sus prin-
cipios de gobierno eran la autoridad y la subordinación, y no
la tolerancia o el compromiso del sistem a representativo. P ese
a una oposición tan amplia, los unitarios proclamaron la C ons
titución, maniobra arrogante que erosionó m ás aún e l ap oyo a
Rivadavia. Mientras tanto, éste había puesto en marcha un con
trovertido plan para atraer inmigrantes europeos a la Argentina.
Una vez m ás, la oligarquía se mostró horrorizada ante la idea
de tener que compartir la tierra con inm igrantes, y d e v er sus
tradiciones católicas amenazadas por la infidelidad de lo s ex
tranjeros.
El golpe final a la presidencia de R ivadavia vin o cuando su
enviado al Brasil, Manuel José García, pasó por encim a de todas las
instrucciones y firmó un tratado que le daba al Brasil control
efectivo sobre la Banda Oriental. La n oticia del tratado lleg ó a
Buenos Aires hacia el m om ento en que n u eve legislaturas provin
ciales le retiraban oficialm ente su apoyo a R ivadavia. C on la
esperanza de ganar adherentes m ediante una exh ib ición de patrio
tismo, Rivadavia en vió un m ensaje al con greso desaprobando el
tratado de García. Y d espués, con un toque d e m elodram atism o, en
julio de 1827, presentó tam bién su renuncia, pensando q ue la
125
legislatura nu nca lo dejaría ir en un m o m en to de crisi
C risis o no, su s e n e m ig o s saltaron sobre la oportunidad de r £ 0nal
de é l, y cuarenta y o c h o de lo s cin cu en ta legisladores votaS
aceptando la renuncia. D esp u és d e v a rio s intentos frustrados^
recuperar el poder, R ivadavia term inó em igrando a España, donde
murió en la pobreza. C ontrovertido hasta e n la m uerte, sus segui
dores lo recordaron c o m o e l m otor de la fu g a z F e liz Experiencia,
mientras sus detractores no han dejad o d e vituperarlo como un
hereje antiargentino y europeizante.
L o s h isto r ia d o r e s a r g e n tin o s e s tá n n e ta m e n te d iv id id o s en su
e v a lu a c ió n d e R iv a d a v ia y lo s r iv a d a v ia n o s . L o s historiadores
lib e ra le s, q u e s u e le n tom ar p o s ic io n e s p o r te ñ a s y e u r o p e ísta s , ven
a R iv a d a v ia c o m o e l p rim er a rq u itec to d e la m o d e r n a sociedad
a rg en tin a , h o m b r e q u e fracasó s ó lo p o rq u e s u s id e a s fu ero n e-
m a sia d o a v a n z a d a s para su tie m p o . E n c o n tr a s te , lo s historiadores
n a c io n a lista s d e iz q u ie rd a y d e r e c h a lo c o n s id e r a n e l primer
ven d ep a tria e n gran e s c a la , crea d o r d e u n m e c a n is m o e le g a n e
m ed ia n te e l c u a l G ran B retaña p o d ía e x p lo ta r a la A r g e n tin a en
n o m b re d el lib r e c o m e r c io . L o s n a c io n a lista s d e d e r e c h a lle g a n a
a cu sa rlo d e tra ició n al p asad o e sp a ñ o l y c a tó lic o d e la A rg en tin a ,
tra ició n c o n la q u e corrom p ió para siem p re la id e n tid a d q u e e l país
podría haber ten id o .
H a y a m p lio ca m p o tanto para e l e lo g io c o m o p ara la c o n d e
na. D e l lad o p o sitiv o , n ad ie m ás q u e R iv a d a v ia s e e n t r e g ó tan
co m p le ta m e n te al serv icio d e su p aís. C o m o m ie m b r o d e l Pri
m e r T riun virato q u e g ob ern ó d esp u és d e la P rim era J u n ta , c o
m o d ip lo m á tic o d e varios g o b ier n o s en tre 1 8 1 4 y 1 8 2 0 , c o m o
m in istro b ajo M artín R od rígu ez, y p or ú ltim o c o m o p r e s id e n
te, R iv a d a v ia cu m p lió su s fu n c io n es c o n en e r g ía y d e d ic a c ió n .
S u su e ñ o d e recrear a E uropa en e l sur d el c o n tin e n te s e v o lv ió
u na p o d erosa fic ció n orientadora q u e s ig u e d a n d o fo r m a a las
esp era n za s d e m u ch o s argen tin os. P ero "el d e ta lle d e s u s p ro
gram as m uestra a m en u d o m ás b uenas in te n c io n e s q u e s e n tid o
co m ú n .
¿ Q u é p e n sa r , p o r e je m p lo , d e lo s e s f u e r z o s c u lt u r a l e s
riva d a v ia n os? R evelaría m u ch a m ezq u in d ad n o ad m irar la s a s p i
ra cio n es y en er g ía s d e lo s p orteñ os rivad avian os q u e fu n d a r o n
d ia rio s, re v ista s, e s c u e la s, u n iv ersid a d es, tea tro s, e s c u e la s d e
dram aturgia, m u sc o s, s o c ie d a d e s literarias, co n serv a to rio s d e m ú
s ic a , a ca d em ia s d e c ie n c ia y ju risp ru d en cia, u na s o c ie d a d d e b e -
126
neficcncia, pensionados para jóven es provincianos, y cuanta ins
titución pudieran tomar de la Alta Cultura europea. Todo esto lo
hicieron en menos de tres aflos, en una ciudad de cincuenta y cinco
mil habitantes, la mayoría analfabetos, perdida entre las pampas
desiertas por un lado y el Océano Atlántico por el otro. P ete no es
tan mezquino señalar que los rivadavianos en algún sentido eran
actores en una comedia que aspiraba a poco más que a establecer un
repositorio y reproducción de la cultura europea. A diferencia de
Artigas, nunca se pennitieron sonar que su país podía tener un
destino distinto, que podía in clusive superar a Europa. L os
rivadavianos vivieron seducidos por las apariencias, y al parecer
sintieron que recrear París en las pampas era meramente cuestión de
decretos c imitaciones. Donde no había sustancia, erigieron una
fachada. Sus sociedades literarias no produjeron buena literatura, y
sus academias de ciencia, salvo los expertos importados, no hicieron
más que copiar. De la época de La Feliz Experiencia no ha quedado
ningún ensayo, poema o pieza teatral de mérito literario que hable
de la Argentina. Los rivadavianos pretendían vivir en un país que no
existía, a la vez que aspiraban a gobernar la Argentina real, a la que
nunca entendieron. La Feliz Experiencia en algún sentido fue
apenas teatro, con el escenario vacío y actores que trataban de
parecer europeos.
Este fracaso de los rivadavianos nació en gran m edida de
su indiferencia condescendiente hacia la cultura popular, casi
toda ella provinciana, que legitimaba en cierta forma a los gau
chos, las clases bajas de sangres m ezcladas, los caudillos, los
cabildos y la Iglesia colonial. Nunca se buscaron, y m ucho m e
nos se intentaron, políticas imaginativas para tratar de incorporar
estos grupos sociales e instituciones de facto a sistem as m oder
nos de gobierno. Gauchos y clases bajas fueron plenam ente ig
norados... salvo cuando se necesitaban reclutas para la m ilicia.
Los caudillos fueron denunciados com o bárbaros, a los que ha
bría que eliminar, en lugar de reconocerlos com o líderes natu
rales a los que habría convenido incluir en alguna esp ecie de
gobierno institucional. Y los cabildos de Luján y Buenos Aires,
organizaciones cuasi democráticas con dos siglos de probada
eficacia, fueron anulados por decreto, sim plem ente porque no ha
bía lugar para ellos en las modernas teorías de gobierno que
consultaban los rivadavianos. Los problemas de R ivadavia con la
Iglesia reflejaron la misma dogmática ingenuidad política; por
deseables que fueran las reformas eclesiásticas en principio, era
127
imprudente no cortejar la buena voluntad de la Iglesia y de las
masas profundamente religiosas. Si R ivadavia hubiera conocido
mejor a su pueblo, habría sido más prudente en el tratamiento del
problema religioso. Es cierto que las reformas religiosas fueron
menos extremadas que los ataques a los caudillos y los cabildos;
de hecho, si los caudillos populistas no se hubieran sentido tan
presionados en otros frentes, las reformas religiosas probable
mente habrían encontrado menos resistencia. Aun así, las ma
niobras de Rivadavia contra instituciones políticas y religiosas
existentes revelaron una y otra vez una fe ingenua en el poder de
la Ilustración y poca comprensión de lo que era realmente po
sible en el país que trataba de gobernar. A l escucharse sólo a sí
mismos, los liberales porteños eran tan localistas com o los lo
calistas a los que denunciaban. Si los rivadavianos hubieran es
tado más sintonizados con los sentimientos de populistas como
Artigas e Hidalgo, y menos inclinados a im poner sofisticadas
teorías extranjeras, la Feliz Experiencia podría haber sido una
experiencia duradera en lugar de la soñada Edad de Oro en la que
tanto se embelesan los historiadores simpatizantes.
Los problemas causados por las reformas culturales, polí
ticas y eclesiásticas de Rivadavia palidecen, con todo, cuando se
los compara con su insidioso legado en materia económ ica. La
distribución de tierras bajo Rivadavia, aunque debía ser tempo
raria, concentró inmensas extensiones del mejor recurso natu
ral de la Argentina en manos de unos pocos, negándole de ese
modo a las futuras generaciones acceso a cualquier poder eco
nómico y político real. Además, al usar el enorme potencial eco
nómico del país como hipoteca, los rivadavianos contrajeron
la primera gran deuda externa del país, poniéndolo en el camino
de la dependencia crónica del capital extranjero a despecho de
las gigantescas fortunas personales amasadas por la oligarquía
, terrateniente. De hecho, la facilidad con la que García y Riva-
\davia obtuvieron préstamos externos para gastos de gobierno
creó un precedente para que los argentinos ricos evitaran el pago
de impuestos y gastaran sus fortunas en el extranjero y en lujos
estériles, contribuyendo muy poco a la form ación de capital
dentro del país — un esquema que sigue tan v ivo hoy como hace
ciento cincuenta años— . La Argentina sigue siendo un país depen
diente en materia de capitales, a la vez que, paradójicamente, es
un gran exportador de capitales. Por últim o, permitiendo que
Gran Bretaña tuviera acceso sin trabas a todos los aspectos de la
128
economía argentina, del com ercio y la inversión a las finanzas y la
política monetaria, los rivadavianos crearon una alianza non sancta
entre la burguesía terrateniente y comerciante porteña y sus socios
ingleses. Aunque hoy Gran Bretaña ha sido remplazada por los
Estados U nidos y Japón, la presencia no controlada de intereses
económ icos extranjeros en la A rgentina sigu e m inando el
autogobierno del país.
Con la partida de R ivadavia, el idealism o democrático
doctrinario en la Argentina term inó... al menos por un tiempo. Su
contribución más positiva a la nación fue el sueño de crear un Esta
do europeo en el hem isferio sur, sueño que por unos pocos años
encendió la im aginación de toda una ciudad. El admirable
memorialista Tom ás de Iriarte, contemporáneo y en ocasiones
admirador de Rivadavia, resumió así la contribución de don
Bernardino:
129
Pese a tales críticas, La F eliz Experiencia sobrevive en i
m em oria de los liberales argentinos com o una islad c paz, unadpo^
en la que las utopías parecían al alcance de la mano. Como
seguiría siendo el prototipo de las aspiraciones liberales en los afioj
venideros. El lado oscuro de La F eliz E xperiencia fue su legadodc
endeudam iento, concentración de riqueza, exclusivism o, sentí,
miento antipopular y dependencia cultural. Estos elementos tam
bién limitarían los esfuerzos de los futuros argentinos para construir
una sociedad viable e inclusiva.
130
Capítulo 5
131
L a h istoria d e lo s h om bres d el 3 7 n o p u ed e em pezar con ellos
jem pero, p u esto q u e su d esarrollo in telectu al e identidad de grupo’
(está n p aradójicam ente v in cu la d o s c o n e l rein ado d e su enemigo
p o lític o y “ b estia n egra” id e o ló g ic a , Juan M an u el de Rosa$, el
d icta d o rq u e d om in ó la p o lítica argentina d e 18 2 g j 1852. Mientras
R o sa s e stu v o en e l poder, lo s h om b res d el 3 7 s e vieroñobligadosa
con sid erar có m o su país p odía p rod ucir sem eja n te dictadura, y por
q ué la s altas am b iciones d e lo s rivad avian os habían dado un
resultado tan lam entable. S ó lo contra e l fo n d o d e la dictadura de
R o sa s p uede apreciarse p len am en te la G en era ció n d el 37; de ahí que
este cap ítu lo exp on ga la e le v a c ió n , naturaleza e importancia del
rosism o, y d esp u és estu die las teorías co n la s q u e lo s hombres del
3 7 em pezaron a exp licar lo s m a les d el p aís.
132
amanerados que con sus costumbres de imitación, con su
parodia a la europea, ofendían los hábitos y costumbres
locales... (Los federales) eran criollos netos, con muy pocas
excepciones, apegados a la rutina de la vieja escu ela ... todo lo
demás olía para ellos a extranjerismo, y esto importaba para
muchos una apostasía de los deberes de la rancia nacionali
dad. (IV, 74-75.)
133
M a n u e l M o re n o c o m o m in istro d e G o b ie r n o ... [a quien] sefe
c o n o c e ta m b ién p ú b lic a m e n te p o r su d e v o c ió n ala causa de los
in g le s e s y su gran in tim id ad c o n Lord P on som by y Mr. Parish
(F o rb es, 4 7 3 -4 7 4 .)
134
de fraude, por ejem plo un pronunciamiento jurídico o una segunda
elección; en lugar de ello , echaron manos a las armas. Los dos
ejércitos se encontraron en Navarro el 9 de noviembre de 1828,
donde las tropas veteranas de Lavallc no tuvieron problemas en
desbandar a las escasas m ilicias federales, obligando a Dorrcgo a
huir para salvar su vida. Poco después sería tomado prisionero por
uno de sus propios oficiales, y entregado a Lavallc.
Mientras tanto, Lavallc, en una elección arreglada, pasó a ser
gobernador de la provincia de Buenos Aires, puesto para el que
resultó singularmente inepto. Una de sus primeras maniobras fue
disolver la legislatura provincial, dominada por federales. A con
tinuación, y por temor a la popularidad de Dorrcgo, com etió uno de
los errores más trágicos de la historia argentina: el 18 de diciembre
de 1828, siguiendo el consejo de sus asesores unitarios, Lavallc -
mandó matar a Dorrego sin ju icio previo (Iriartc, IV, 129-131).
Como si no les bastara con derrocar a un gobierno lcgalmcntc
constituido e instalar uno fraudulento en su lugar, los unitarios
quedaron manchados por el asesinato político. Además, con la
ejecución de Dorrego perdieron toda credibilidad en su reclamo
de alta moralidad que supuestamente los diferenciaba de los cau
dillos, detalle que no dejó escapar el apologista federal Pedro de
Angelis, que se burla de los unitarios por condenar “el cruel
asesinato del ilustre Gobemardor Dorrego” a la vez que “elogian a
sus asesinos con tanto ce lo ” (citado en Lynch, Dictator,
196-197). Tras el asesinato de Dorrego, la ilegalidad y la violen
cia se hicieron características de los unitarios tanto com o de los
caudillos “bárbaros”.
Los m otivos de los unitarios para promover la muerte de
Dorrego pueden entenderse sólo en términos de su mala percepción ,
del federalismo. Para los unitarios, el federalismo no era un m o
vimiento de op osición con el que había que negociar dentro de un
marco pluralista y democrático. Antes bien, era pura demagogia,
“arbitrariedad popular”, producto de unos p ocos individuos
carismáticos que engañaban a las masas ignorantes y obstruían la
Ilustración. Dada esta opinión, los unitarios aparentemente sentían y
que el federalismo desaparecería sólo si eran eliminados unos po
cos hombres claves com o Dorrego. Por supuesto no funcionó,
pero la idea de que el progreso y el gobierno ilustrado saldrían de
la eliminación física de determinadas personas ha sobrevolado la
historia argentina desde Mariano Moreno al presente. La muerte de
Dorrego también acalló las voces más sensatas en el federalismo, y
135
preparó la entrada d e lo s e le m e n to s m á s rea ccio n a rio s del part¡d0
v a le d ecir Juan M a n u el d e R o sa s y lo s A n ch o rcn a .
C on la sa cu d id a qu e produjo la m u erte d e D orrego, la opo$¡.
c ió n federalista se co n g r eg ó alrededor d e R o sa s, quien, con $us
m ilicia s gauchas y e l c o n cu rso d e la s tropas d e Estanislao Lópe,
de Santa F e, se preparó para la guerra contra L a v a llc. V iendo crecer
la d eserció n en sus propias tropas y la p o sib ilid a d cierta de una
victoria federal, L avalle d e c id ió pactar una tregua con Rosas y
llam ar a nu evas e le c c io n e s, d e la s qu e sa lió un go b iern o provisio-
nal de tres m e ses bajo el general Juan J o sé V ia m o n te. P o co después,
lo s gritos de ven gan za proferidos por lo s partidarios de D oncgo
hicieron que e l propio L avalle le perdiera e l g u sto a la política)
em prendiera una v e lo z retirada al U ruguay, qu e estrenaba su
independencia.
Tras la caída de L avalle, la anarquía v o lv ió a amenazara
B u en os A ires, pero esta v e z había un n u ev o salvador. En Juan
M anuel de R osas la provincia de B uenos A ires tenía ahora su propio
caudillo, hom bre probado en la batalla, idolatrado p or lo s pobres de
la ciudad y los gauchos del cam po, perteneciente a la oligarquía
terrateniente conservadora, y al parecer capaz d e restaurar el orden
m erced a su v igorosa personalidad. R osas, un hom bre apuesto con
penetrantes ojos celestes, no só lo hip notizó a B u e n o s A ires, y con
el tiem po a todo el país; su esen cia y sig n ifica c ió n e n la historia
argentina sig u e alim entando un debate co n frecu en cia rispido entre
estudiosos (v éa se Kroeber, “R osas and the R e v isió n o f Argentine
H istory” y N avarro Gerasi, L o s , 1 3 1 -1 4 5 ). La legis
latura provincial, co n m ayoría federal, que había sid o disuelta por
L avalle, fue reconstituida el l 9 de d iciem b re de 18 2 9 , y al cabo de
cin co días d e debate nom bró a R osas, que en to n ces tenía apenas
treinta y cin co años de edad, nu evo gobernador. Pero más impor
tante que la e le c c ió n de R osas fueron lo s térm inos bajo los que se
realizó e l nom bram iento. T al c o m o lo propuso su primo, Tomás
M anuel de A nchorena, el oligarca reaccionario por excelencia,
R osas fue atribuido con fa c u lt a d e s , lo que lo hizo
un virtual dictador, con san ción le g isla tiv a , para lo s siguientes tres
años (L ynch, 4 2 -4 7 ).
E n su prim er período c o m o gobernador, R o sa s, que no quería
asustar dem asiado a sus e n e m ig o s, u só co n prudencia sus poderes.
Protegió la propiedad, “lib eró ” m ás tierras d e lo s indios, fortificó
las defensas contra ésto s, m antuvo calm a la disputa entre porte
ños y p rovincian os, y se las arregló para dar al endeudado gobierno
136
la apariencia de cierta responsabilidad fiscal. Salvo los unitarios
más doctrinarios, todos quedaron conform es, incluidos los ingle
ses. Por supuesto, el orden tenía su precio. Salvo por la distribu-
ciónde tierrasentrc ricos estancieros, que prosiguió, y el incremen
to en el contacto com ercial con los ingleses, Rosas anuló las
reformas rivadavianas; restringió la libertad de prensa, se olvidó
de la educación, apoyó al clero conservador, reforzó el ejército
y acalló a los críticos. Tam bién concretó la tenencia de tierras
comenzada por R ivadavia, convirtiendo tierras arrendadas en
propiedades individuales. Pero, para que nadie pudiera acusarlo de
autoritarismo, el 19 de noviem bre de 1832, la fecha prevista para
hacerlo, devolvió las facultades extraordinarias a la legislatura y
volvió a su estancia. Con un suspiro de alivio, la legislatura aceptó
la renuncia y le agradeció haber devuelto la provincia al “feliz
estado de vida y tranquilidad bajo la autoridad de las le y es” (citado
en Lynch, 49).
Tras la renuncia de R osas, el desorden volvió a apoderarse de
Buenos Aires, convenciendo a muchos porteños de que sin Rosas no
había ley ni orden. Al cabo de dos administraciones que fracasaron
en veloz sucesión, la legislatura votó el 27 de junio de 1834 el
segundo nombramiento de Rosas com o gobernador. Pero Rosas
rechazó el nombramiento, por no agradarle los términos en que
había sido hecho. Por último, tras una considerable presión por
parte de sus principales sostenedores, la burguesía terrateniente,
manifestó que aceptaría el p u esto... pero sólo si la legislatura le
concedía “la suma del poder público". El 7 de marzo de 1835 la
legislatura le otorgó lo que pedía, y Rosas fue gobernador por
segunda vez. A sí com enzó la dictadura de R osas, no p erla fuerza
o el golpe de Estado, sino por el consentim iento de la legislatura y
la aquiescencia de una sociedad exhausta por la guerra y la anarquía
(Lynch, 49), Aunque oficialm ente nunca fue m is que gobernador
de la provincia de Buenos Aires, Rosas dom inó la política del país
durante los siguientes diecisiete años.
Hasta el mom ento de su caída en 1852, Rosas conservó el
poder sin necesidad de elecciones. Por supuesto, y por m otivos de
relaciones públicas, enviaba rutinariamente.su renuncia al Congreso,
que él había elegid o miembro por miembro; y siguiendo la misma
retina, la legislatura rechazaba su renuncia y le rogaba que siguiera
siendo gobernador (Lynch, 165-166). Pese a esta falta de eleccio
nes, aun su crítico más acerbo, D om ingo Faustino Sanniento,
confiesa: “En obsequio de la verdad histórica: nunca hubo gobierno
137
m á s p o p u la r, m á s d e se a d o n i m ás s o ste n id o p or la opinión pública»
(S a r m ie n to , do, 1 3 0 ). L a b a se m á s im portante de R0sas
n
acu
F
fu ero n lo s e sta n cie ro s co n serv a d o res c o m o é l m ism o, a quienes
p o c o le s im p ortab a la teoría p o lítica e n tanto lo s indios siguieran
c e d ie n d o tierras y e l m erca d o para lo s cu eros y las salazones
sig u ier a fuerte. A e ste gru p o R o sa s le s ig u ió sien d o leal, aun si debía
h a cer s a c r ific io s p o lític o s. C o m o le e s c r ib ió a F elip e Arana, “Cit|
im portante acostu m brar al p u e b lo a m irar siem p re con respeto ala
c la se alta d el p a ís, aun a a q u e llo s c u y a s o p in io n e s difiriesen délas
p rev a lecie n te s. É ste e s el m o tiv o p o r e l q u e reservara todos mis
c a stig o s a lo s in so le n te s y re b e ld es, lo s fu n cion arios y caudillos
a m b icio so s, d e q u ien es siem p re h e esta d o co n v en cid o que debían
ser c a stig a d o s co n sev erid a d y sin in d u lg e n c ia ” (citado en Lyncli,
9 9 -1 0 0 ). A u n así, R o sa s tam b ién g o z ó d el ap o y o de los pobres,
sed u c id o s p or su b ien elab orad o p erson aje p o lítico que era a la vez
im p erial, p op u lista y p atern alista. R o sa s p o d ía cabalgar y hablar
co m o u n g a u ch o , pero tam b ién sa b ía c ó m o afectar aires de realeza j
(L yn ch , 1 0 8 -1 1 1 9 ). En m ás d e un sen tid o presagiab a el estilo deotra j
p resid en cia p opu lista: la de Juan D o m in g o y E va Perón, quien yaen
nuestro s ig lo s e v estía n c o m o aristócratas al tiem po que afirmaban
su solid aridad c o n lo s p ob res.
D e n in gu n a form a fu e R o sa s un in telectu al; de hecho, su único
punto d e o rg u llo a c a d é m ic o fu e al p arecer su ortografía casi
perfecta. N o ob stan te, fu e c o n sid era b le m en te influido por su edu
ca d o y reaccion ario p rim o, T o m á s M a n u el d e A nchorena (“hombre
d e id eas rancias y a n tis o c ia le s ” , s e g ú n Iriarte, IV , 7 2 ), versado cnel
p en sa m ien to d e E dw ard B u rk e, J o sep h d e M aistre, Gaspar Real de
Curbán y otros cr ítico s d e la R e v o lu c ió n Francesa y la soberanía
p o p u la r(S eb reli, A p o g e o , 7 2 -7 3 ). A u top roclam ad o “El Restaurador
d e la s L e y e s ”, R o sa s re p resen tó e n gran m ed id a una vuelta alas
prácticas c o lo n ia le s . E l m is m o R o sa s lo d ijo , en un discurso
reprodu cido c o n fre c u e n c ia , e l q u e p ro n u n ció el 25 de mayo de
183 6 , en ce le b r a c ió n d e la R e v o lu c ió n d e M a y o : “La revoluciónse
h izo n o para s u b le v a m o s con tra la s au torid ad es legítimamente
co n stitu id as, sin o para s u p lir la fa lta d e la s q u e, acéfala la nación,
habían ca d u ca d o d e h e c h o y d e d e r e c h o ” . L le g a a afirmar que May0
fue en p rim e rlu g a r un “ a cto h e r o ic o d e le a lta d y fidelidad alanaciój1
e sp a flo la y a su d esg ra cia d o m o n a rca ” y n o “ unareb elión disfrazada
contra e l p rin cip io d e au torid ad m is m o (cita d o en Gandía, “Estudio
prelim inar” , 1 2 -1 3 ). E n otra o c a s ió n R o s a s afirm ó que el peifo*
p o str ev o lu cio n a r io “ n o fu e u n tie m p o d e c a lm a y tranquilidad coiu
138
los que precedieron a la R evolu ción de M ayo”, precisam ente
porque las corrientes antiautoritarias entre lo s liberales habían
pervertido la naturaleza gen u in a d e M ayo (Gandía, 15). En una
entrevista afirmó sucintam ente: “Para m í la idea de un feliz gobierno
sería una autocracia paternal” (citado en L ynch, 3 04). Su am able
visión de la “autocracia paternal” contribuyó sin duda alguna a la
restauración de sus p len os p rivilegios a la Iglesia (R am os M cjía,
Rosas y su po, 2 0 0 -2 0 3 ). A cam b io de lo s favores recibidos por
tiem
el gobierno de R osas, e l ob isp o M edrano de B u en os A ires, en una
carta pastoral fechada e l 7 d e septiem bre de 1837, instruyó a lo s
sacerdotes de su d ió ce sis a exhortar a lo s fie les a apoyar al sistem a
federalista “sin el que seríam os víctim as de las m ás negras p asion es
y veríamos correr la sangre d e nuestros m ism os herm anos” (citado
en Mayer, Alberdi y su tiempo, 1 5 4 -155).
En resumen, aunque R osas g o zó d e gran popularidad, no fue
en ningún sentido un verdadero populista. Las teorías d e in clusión ,
proteccionismo y n ativism o enunciadas por A rtigas e H idalgo le
repugnaban tanto c o m o e l lib eralism o afrancesado d e lo s unitarios.
Así Rosas reveló la otra cara, la cara antipopular, del fed eralism o N
argentino: una n oción aristocrática de la autoridad y el p rivilegio
que podía ocuparse del b ien estar d e lo s pobres só lo por un im p u lso
paternalista, pero que d e n in gu na manera in cluía a lo s n acid os en lo s
estratos bajos com o ciud ad an os de igu ales derech os en un gob ierno
pluralista. La suya fu e una restauración d e la socied ad jerárquica de
los monarcas esp añ oles. O b ien , c o m o lo dijo Sarm iento, “R osas no
ha inventado nada; su talento ha co n sistid o s ó lo en p lagiar a sus /
antecesores” ( do3, 7 ). L o q u e no v io Sarm iento, ni la m ayoría
n
acu
F
de su generación, fu e qu e R o sa s no era un cau d illo co m o lo s d em ás.
Mientras que R osas era aristocrático, paternalista y reaccion ario,
otros caudillos, co m o G íiem es y A rtigas, habían sid o p opu listas y
progresistas. A unque au toproclam ad o federal, R osas ap oyó só lo de
palabra la idea d e p ro v in cia s federadas en igu ald ad d e co n d icio n es
y auténtica d em ocracia. E n lo s h e c h o s, su régim en c o n so lid ó la
hegemonía de B u en o s A ire s sob re e l interior m ás q u e cualquiera de
sus antecesores unitarios. A s í y to d o , su gob iern o sig u e figurando
en la historia argentina c o m o la F ed eración , aunque e n la práctica
su modalidad de fed era lism o d ifería m arcad am en te d el de lo s
mejores cau d illos p ro v in cia les. /
El R osas q ue v o lv ió al p od er en 1 8 3 5 n o tardó en in m iscu irse
en todos lo s a sp e cto s d e la so cie d a d argentina. M e ticu lo so en la
cuestión de lo s sím b olos exteriores d el poder, o b lig ó a lo s ciudadanos
139
a usar la insignia roja de la Federación, y su retrato aparecía entodr.
los lugares públicos, aun en los altares de las iglesias. Se pusiera
a la orden del día com plejas cerem onias públicas, despliegue
armados, m anifestaciones obligadas, bailes en los que csia¿
proscripto el color azul de lo s unitarios, y desfiles militares,porqu{
“militares, comerciantes, funcionarios y otros deben mostrar ^
lealtad a R osas” (Lynch, 165). M ás siniestro fue el uso crecicntcqut
hizo Rosas del terror y la v io len cia para imponer su voluntad. Uno
de sus primeros actos fue la ejecu ción sin juicio de tres supuestos
conspiradores, en la plaza del Retiro, e l 29 de mayo de 1835. Apartir
de entonces, los enem igos de R osas, reales e imaginados, fueron
aprisionados, torturados, obligados al exilio, en número cada vei
mayor; el ejecutor de esta persecución era la m azorca, una bandado
espías y matones supervisados personalm ente por Rosas, y en algún
sentido un anticipo de lo que en este siglo serían los escuadrones de
la muerte paramilitares (Lynch, 201 -2 4 6 ). Se censuraron publica
ciones, y los periódicos porteños se volvieron tediosas apologíasdel
régimen.
A pesar de su atraso y crueldad, el gobierno de Rosas no
careció de logros. La econom ía creció significativamente en el
período (Scobic, Argentina, 102-104). Siguiendo la fórmula de
enfiteusis de Rivadavia, se liberó nueva tierra, que por lo general
tenninó en manos de los ya ricos estancieros (Lynch, 51-59). Rosas
negoció hábilmente con los acreedores británicos, asegurándosede
que los pagos de la deuda no lo incapacitaran para pagar a sus
propios soldados y funcionarios civ iles, cuya lealtad necesitaba
(Fcms, 218-224). D e hecho, R osas se llev ó muy bien con los
ingleses. Como le escribía e l agente norteamericano William A.
Harris a Daniel Webster en una carta fechada el 20 de septiembre
de 1850:
140
El único conflicto grave de Rosas con los ingleses vino de su
rechazo a respetar el tratado que firmó Dorrego con Brasil garan
tizándole al Uruguay su independencia. En alianza con el rebelde
uruguayo conservador Manuel Oribe, Rosas trató una y otra vez de
recuperar el control de Buenos Aires sobre el Uruguay, para
irritación de los socios com erciales de este último país: Brasil,
Franciae Inglaterra. En un punto los francesesc ingleses, alarmados
porla interferencia de Rosas con su com ercio uruguayo, bloquearon
completamente el puerto de Buenos Aires. Rosas rcsislióel bloqueo,
y en 1850 fimtó tratados con las dos potencias. Hoy, los historia
dores resistas hacen mucho hincapié en sus intentos de rccapturar/
la provincia perdida del Uruguay y en su exitosa resistencia al
bloqueo anglofrancés (por ejem plo Carlos Ibargurcn, Rosas, 41 4 -
417; Julio lrazusta, Breve Historia 126-136). Aun San Martín,
desde su lecho de muerte en París en 1850, dio orden de que su sable
fuera entregado a Juan Manuel de Rosas por “la finneza con que
sostuvo el honor de la república contra... los extranjeros que
quisieron humillarla” (citado en Hcrring, 638). Pero otro de los
logros de Rosas fue uno que con toda seguridad nunca se propuso:
su gobierno reaccionario estimuló el desarrollo de la primera
generación importante de intelectuales en la Argentina, la Generación
del 37.
Examinaré la Generación del 37 en dos partes. Empezaré
refiriéndome a un importante ensayo de Juan Bautista A lberdi,
titulado Fragmento preliminar al estudio del derecho, para luego
examinar algunas ideas claves tales com o se desarrollaron en los
escritos de todos los miembros de la Generación. Esta organización
queda justificada por el hecho de que el Fragmento fue escrito antes
de que la Generación se formara realmente com o tal. M is aún, el
Fragmento contiene ideas muy diferentes a las de la G eneración
como un todo; de hecho, el mism o Alberdi abandonó temporalmente
algunas ideas del Fragmento, com o verem os m ás adelante, para no
retomarlas sino casi veinte años después.
141
Tucum án, fue protegido por A lejandro H eredia, caudillo deTu^.
mán y aliado de R osas. En 1834 H eredia le escribió una caria 3
Facundo Q uiroga, cau d illo de La R ioja, que en ese entonces estaba
viviend o en B u en o s A ires, p id ién d o le que proveyera a Alberdi de
fondos para un año de estu d io s en lo s E stados Unidos. De acuerdo
a A lberdi, Q uiroga acced ió y pu so lo s fon dos a su disposición No
está claro por qué e l v ia je no se realizó tal co m o se lo había planea
do (M ayer, A lb e rd i, 1 1 2 -1 1 4 ). M ese s d espués, en febrero de 1835,
Quiroga fue asesinad o cuand o v o lv ía a B u en os Aires. En marcode
ese m ism o año R osas fue e le g id o gobernador y dotado con las
facultades extraordinarias.
N o obstante lo s rum ores que im plicaban a Rosas en el asesi
nato de Quiroga, el retrato qu e h ace A lberdi del dictador en el
Frag m e n to e s sorpresivam ente co n cilia to rio . Pero llega a esta
posición a través de argum entos qu e R osas nunca habría aceptado;
quizás por esta razón el dictador n o reclutó a este joven pensador
que podría haber aportado in telig en cia y respetabilidad a su gobierno
reaccionario. A dm itiendo su deuda co n S avign y, Alberdi abre el
Fragm en to diciendo que e l d erech o es m ás que “una colección de
leyes escritas”. A ntes bien, es “la co n stitu ció n misma de la socie
dad, el orden obligatorio en que se d esen v u elv en las individualidades
que la constituyen” (A lberdi, O b r a s C o m p le ta s, I, 103-104). En
consecuencia, el único gob iern o p o sib le en una sociedad dada debe
surgir de esa sociedad, n o de teorías im puestas desde arriba, yaque
“e l elem ento jurídico de un p u eb lo s e d esen v u elv e en un paralelismo
fatal con el elem ento e co n ó m ic o , relig io so , artístico, filosófico de
ese pueblo” (104). “ C onocer p u es le y e s ” , continúa Alberdi, “noes
saber derecho”, porque las le y e s n o so n m ás que la imagen imperfecta,
z' y frecuentem ente d esleal, d el d erech o qu e v iv e en la armonía viva
del organism o so cia l (1 0 5 ). A partir d e esta s premisas, Alberdi
afirma que una n ación v iab le p u ed e form arse só lo en concordancia
con ese derecho orgánico que su rge d el p u eb lo m ism o. “Una nacida
no es una nación”, dice, “sin o p o r la c o n c ie n c ia profunda y reflexiva
de los elem entos que la con stitu y en . R e c ié n enton ces es civilizada; j
antes había si do instintiva, esp ontánea: m archaba sin conocerse, sin!
saber a d ó n d e, c ó m o ni p o r q u é ” ( 1 1 1 ) . D e ahí se vuelva j
específicam ente al c a so de la A rgen tin a, para proponer: “Depure' 1
m os nuestro espíritu de tod o co lo r p o s tiz o , de tod o traje prestadora!
toda parodia, de todo ser v ilism o . G o b ern ém o n o s, pensemos, j
cribamos y procedam os en tod o, n o a im ita c ió n de pueblo ningún0 j
de la tierra, sea cual fuere su rango, sin o exclusivam ente como 1°
142
exige la com binación de las le y e s generales del espíritu hum ano,
con las individuales de nuestra con d ición nacional”. M ás adelante
dice que el éxito de los Estados U nidos provino de su capacidad de
adoptar “desde el principio in stitu cion es propias a las circunstan
cias nonnales de un ser n acion al” (1 1 2 ). C om o lo admite A lberdi,
sus ideas en este aspecto fueron form adas a partir de la lectura de
Lenninier y Savigny; tam bién podría haber m encionado a H cgel.
Sin embargo, m e resulta m ás notable la afinidad de su pensam iento
con el de Artigas e H idalgo, q u ien es, aunque lejos de la altura
intelectual de A lberdi, tam bién postularon ideas de un espíritu
americano o gaucho, un alm a n acion al p reexistente, que era lo ú ni
co que podía formar la b ase d e una n acionalidad viable. C om o
Alberdi, estos prim eros p opu listas descon fiab an de un apoyo e x
cesivo en m od elos extranjeros.
Usando estas ideas co m o punto de partida, Alberdi desarrolla
una sorprendente ap ología d e R osas. R efirién d ose a la A rgentina de
1837, escribe:
143
mudarse y no deplorar sim plem ente, poixpio un caudillo nsf
llam aba en los sistem as teóricos extranjeros. Más aun, abraum! 0
su generación debe apoyar al caudillo, desarrollar lo que hubierat.!
Rosas de pecullarm ente argentino, y en consecuencia esencial ¡¡
desarrollo nacional:
145
induam urarm a lucís: “A b a n d o n em o s la s obras de la oscuridad I
v ista m o s las arm as d e la lu z” (R o m a n o s, 13,12). Lamcntablcmc¿ i
c o m o lo ob serv a A lb erd i en M i vida priva da,
no estab an d e m od a bajo el g o b iern o d e esc tiempo" ¿Escrita, !
Póstum os, X V , 2 9 7 ). ;
La im p ortan cia d e las palabras para la Generación fue dcstj. '
cada en la prim era reunión d e la A so c ia c ió n por Esteban Echeverría'
fundador d el grupo. En su “ D iscu rso d e introducción” dice quelj
historia argentina d esd e la Ind ep en d en cia estu vo dividida en dos
períodos: “ La prim era, la m ás grande y gloriosa página de nucstn
h istoria p erten ece a la esp ada. P a só por consiguiente la edad
verdaderam ente heroica d e nuestra v id a s o c ia l... abrióse la palestra
de las in teligen cias d ond e la razón severa y meditabunda proclama
otra era; la n ueva aurora de un m ism o sol; la adulta y reflexivacd3d
d e nuestra patria” ( O C ,1,9 9 ). E l térm in o ciencia apl
so cia l revela la in flu en cia sobre E ch everría de los pensadores
franceses Saint S im ón y V ícto r C o u sin , para quienes el gobierno
podía ser algo tan cien tífico c o m o las le y e s de movimiento de
N cw ton. M ás adelante E ch everría h ace exp lícitas sus relaciones
con los teóricos so cia les fran ceses (1 0 6 ).
Lo que se n ecesitaba, seg ú n E ch everría, eran nuevas ideas para
una nueva Argentina; “no id eas v a g a s, erróneas, incompletas, que
producen la anarquía m oral, m il v e c e s m ás funesta que la física,si
no ideas sistem atizad as, c o n o cim ien to p len o d e la ciencia social"
(1 0 3 ). La N u eva G eneración , e n to n ces, d eb e encontrar el genio yla
capacidad de ilum inar al p u eb lo. ¿Y qué c la se de persona podrfa
tipificar ese gen io? “ B eb er en las fiien tes d e la civilización europea,
estudiar nuestra historia, exam in ar c o n ojo penetrante las entrañas
de nuestra socied ad , y en riq u ecid o p or to d o s lo s tesoros del estudio
y la reflexión , procurar au m en tarlos co n el caudal de su labor
intelectual para d eja ren h eren cia a su patria obras que la ilustren)
la envan ezcan ” (1 0 7 ). S u b y a ce n te a la receta d e Echeverría parala
A rgentina hay una extraordinaria fe en la s ideas. Por medio de las
palabras adecuadas, la A rgen tin a podría salvarse.
Para ilum inar al p u eb lo, e l S a ló n fu n d ó una revista semanal.
La M oda, que logró p ub licar v ein titrés n ú m eros entre noviembre
de 1837 y abril d e 1838, antes d e q u e R o sa s la cerrara. Bajo el
en cabezado “ V iva la F ed eración ” , el p rim er núm ero de La Mofe
anunciaba su o b jetivo: inform ar sobre m od a, p o esía , arte, literatura,
m úsica y danza tanto de Europa c o m o d e B u en o s Aires. Fiel asas
propósitos, el prim er núm ero co n tie n e com en tarios sobre mobiliario
146
francés, sombreros (se usaba el gris, el negro quedaba prohibido),
pantalones de hombres (nada de bolones, por favor) y una breve
composición musical de Alberdi ( , 18 de noviembre de
1837, 1-5). Números subsiguientes incluían poemas originales c
información sobre óperas de Rossini y novelas francesas. Como el
diario unitario El Argos de Buenos Aires unos quince años atrás. La
Moda parece interesada sobre todo en traer la cultura europea a la
Argentina. Pero, a diferencia del Argos, no contiene comentarios
políticos explícitos salvo por los lemas obligatorios de encomio a
Rosas y la Federación. De hecho, para evitar problemas con el
dictador, La Moda tuvo la precaución de apoyar las políticas del
régimen, por absurdas que fueran. Por ejemplo, en el número del 18
de noviembre de 1837, el decreto de Rosas según el cual todos los
ciudadanos deben usar la insignia roja es justificado, quizás iróni
camente, en los términos siguientes: “Cuando una idea política
adopta un color por emblema suyo, y esta idea se levanta sobre
todas, el color que la simboliza, en manos del espíritu público no
tarda en volverse de m oda... Tal es entre nosotros el color pun
zó, emblema de la idea federativa: es a la vez un color político y un
color de moda" (2 de diciembre de 18 3 7 ,4 ). De esta manera los
jóvenes de La Moda afirman que todo lo que se haga en nombre del
"espíritu público" y la idea “federativa" es también moda. Por
supuesto que no creían semejante cosa, pero mantener una imagen
pública de lealtad, por absurda que fuera, era una exigencia del
momento.
De m odo similar, prácticamente cada elemento en La Moda
parece contrapesado en algún nivel por el miedo subyacente de los
autores de ofender al régimen. Típico es un brcve artículo de
Alberdi titulado “Reglas de urbanidad en una visita”:
147
e n R o s a s , q u i e n y a h a b ía e n c a r c e la d o , m a ta d o o enviado al exiii
v a n o s d e s u s a m i g o s . T a m b i é n p o d r ía p e n s a r s e qu e Alberdi csí
im it a n d o s i m p l e m e n t e l o s e s b o z o s c o s tu m b r is ta s de su modci
c o n f e s a d o , e l e s p a ñ o l M a r i a n o J o s é d e L arra. P ero los artículos!
L a rr a e r a n c o n f r e c u e n c i a s a t ír ic o s o d e tr a s fo n d o político, pcsea$¡
t o q u e l i v i a n o . D a d a la r e p r e s ió n d e la é p o c a , A lberdi podía imitar
la li g e r e z a d e L a r r a , p e r o p o c a c o s a m á s . E l truco de la frivolidad,
s i n e m b a g o , n o c o n v e n c i ó a t o d o e l m u n d o ; un o de los poco!
e d it o r ia le s d e l a r e v i s t a a fir m a : “ Q u is ié r a m o s v e r convencidas a
m u ch as p erso n a s d e q u e La M o d a e s n a d
f r ív o lo y d e p a s a t i e m p o ” . E l a u t o r a n ó n im o a segu ra a los lectores
q u e “ L a M o d a n o e s u n p la n d e h o s t ilid a d co n tra las costumbres
a c t u a le s d e B u e n o s A ir e s , c o m o h a n p a r e c id o creerlo algunos"(11
d e m arzo d e 1 8 3 8 ).
S i la p o s tu r a p ú b lic a f u e f r ív o la , e n p r iv a d o lo s miembros de
l a A s o c i a c i ó n e r a n t r e m e n d a m e n t e s e r io s . E n tre su s primeros actos
e s t u v o la r e d a c c ió n d e q u in c e “ P a la b r a s s im b ó lic a s (Asociación,
P r o g r e s o , F r a te r n id a d , I g u a ld a d , L ib e r ta d , e tc éter a ) seguidas por
e x p lic a c io n e s e s c r ita s e n u n t o n o a lt is o n a n t e c o n e co s de las iras
b íb lic a s : “ L o s e g o ís t a s y m a lv a d o s te n d r á n su m erecid o ; el juiciode
la p o s te r id a d l o s e s p e r a ” ( E c h e v e r r ía , D o g m a , 1 71). Aunque los
m ie m b r o s d e l S a ló n t o m a r o n p r e c a u c i o n e s d e n o ofender a Rosas,
é s t e n o ta rd ó e n c e r r a r lo y e n e m p e z a r a p e r s e g u ir a sus miembros,
q u ie n e s , d e s p u é s d e v a r io s m e s e s d e r e u n io n e s clandestinas, huyeron
d e l p a ís p o r m ie d o d e s u s v id a s ( P a la c io s , E s t e b a n ,475*
4 7 7 ) . H a c ia 1 8 4 1 , la m a y o r p a r te d e la G e n e r a c ió n del 37 estaba
v iv ie n d o e n e l e x i l i o , y a e n C h ile , y a e n e l U ruguay. Aunque
r e la c io n a d a d e n o m b r e c o n e l a ñ o 1 8 3 7 , s u s o b r a s principales fueron
e s c r ita s e n e l e x i l i o m u c h o d e s p u é s d e e s e a ñ o .
A n t e s d e s e g u ir a n a liz a n d o s u s id e a s , d e b o presentar de modo
m á s s is t e m á t ic o a l o s m ie m b r o s d e la G e n e r a c ió n , y a sus obras. El
p r in c ip a l e n tr e l o s o r g a n iz a d o r e s d e l s a ló n e r a E ste b a n Echeverría,
u n j o v e n p o e ta q u e a c a b a b a d e v o l v e r d e F r a n c ia , don de se había
e m p a p a d o d e s e n t im ie n t o r o m á n t ic o y t e o r ía s o c ia l saint-simoniana
(I n g e n ie r o s , L o s i n i c i a d o r e s , 1 1 3 - 1 1 9 ; K o m , In f lu e n c ia s filosófi
c a s , 1 5 2 - 1 6 2 ) . A m a d o c o m o p o e t a , E c h e v e r r ía e s c o n o c id o también
p o r d o s la r g o s e n s a y o s , D o g m a s o c i a l i s t a d e 1 8 3 7 y O jeada re
t r o s p e c t iv a s o b r e e l m o v im ie n t o in t e le c t u a l e n e l P l a t a desde el año
3 7 , d e 1 8 4 5 , u n a m e m o r ia p e r s o n a l s o b r e la G e n e r a c ió n . También
d e fu n d a m e n ta l im p o r t a n c ia f u e J u a n B a u t is t a A lberdi, cuyo
F r a g m e n t o p r e l i m i n a r fu e e s t u d ia d o y a . E n tr e s u s m u ch o s escritos,
148
el más leído y recordado es Bases y puntos portilla para la
organización política de la República, de 1852, text
íntimamente relacionado con la Generación del 37, poro no nece
sariamente representativo del pensamiento anterior o posterior de
Albenli. Las Bases sirvieron de fuente de inspiración a la Consti
tución de 1853. Esta constitución, con cambios menores, seguiría
en vigencia hasta ser remplazada por Perón en 1949; tras la caída de
Perón, se reinstituyó una versión enmendada de la Constitución de
1853, que sigue siendo la Ley Suprema de la nación. Otros miembros
significativos del salón literario fueron Miguel Cañé, periodista y
novelista, Vicente Fidel López, novelista ocasional antes de volverse
famoso historiador; y Juan María Gutiérrez, novelista, crítico y
cronista de la generación.
Dos miembros importantes de la Generación de 1837, aun
que no formaron parte del Salón Literario de Buenos Aires, se
acercaron después al grupo originario, cuando todos estaban en el
exilio. El primero fue José Mármol, novelista y poeta más conoci
do por su novela antirrosista Amalia, publicada en folletín en 1851,
y en su forma completa en 1855 (Ghiano, “Prólogo", xliii-xliv;
Lichtblau, Argentine Novel, 43). Políticamente solitario, fue deste
rrado por Rosas en 1841, pese a los minores según los cuales era
simpatizante del régimen. Irónicamente, no se llevó mejor con los
gobiernos que sucedieron a Rosas (Ghiano, xiii, xvii). El segundo
miembro de la Generación no asociado con el grupo inicial porteño
fue Domingo Faustino Sarmiento, quizás la figura más importante
de su época. Joven pobre en la provincia de San Juan, en su época
un desierto cultural, Sarmiento siguió las actividades del Salón
Literario de tan cerca como pudo, y hasta intentó organizar un grupo
similar en San Juan. Varios años después, cuando ya todos estuvie
ran en el exilio, Sarmiento estableció contacto personal, aunque a
menudo polém ico, con miembros del para entonces difunto Salón
Literario.
De toda la generación, fue Sarmiento quien tuvo una carrera
públicamás exitosa. Fue en dos misiones diplomáticas a los Estados
Unidos representando a Chile, su patria de adopción en el exilio.
Tras regresar a la Argentina, fundó docenas de escuelas públicas
cuyo maestros, en su mayoría mujeres, eran jóvenes recién recibidas
de las escuelas normales también fundadas por Sarmiento. En
política, sirvió com o ministro de Educación, embajador en los
Estados Unidos y Presidente de la Nación. Aun así, encontró tiempo
para escribir obras que cuando se reunieron llenaron cincuenta y dos
149
volúmenes, Uto qni íds como escritor que tuvo más influencia^ j
dos o tres textos que salten siendo básicos para la wmprenstóS I
lav isionqne tienen les argentinos vio su país. El primen)entreclw
esvvó, , .\,v; os yb\ ¡>,\j*¿Y;\\UiJ?Jujnt\u'ufaioQMrQ$iUfa\%* !
mencionado habuu,tímente como h \u u tu h \
C om o escritores, lo s hom bres riel ó? muestran un pmHc^
com ún a lo s esentones h ispanoam ericanos aúnen el p resen te^ i
su obra suele tener una cualidad rio inacabado, una cualidad
enrice m exican o A lfon so R eyes ha cotnparado cv*n el pan sac^
dem asiado pronto riel h om o. I tom in es rio acción viviendo en e*
sociedad caótica, vio ton su s escritos com o parte do un paves?
político m is am plio y n o co m o riñes ou si m ism os a ser trabaja^
y pulidos, Consciente riel ptvbletna. Sarmiento declaró misdccj
vea que “ l as cosas hay que hacerlas, riten o mal, hayquehaceriíO
r e m odo semejante, Alberdi se lament a de que sus obras son "libres
rio acción, escritos velozm en te”. Poro lo s defiendo como "oívs
hechas para alcanzar al tiem po” , que, com o el trigo, dele su
sembrado en ol momento justo, para que haya madurado entfcspe
rio cosecha echado en Mayor, "Prólogo”, loó A
FVse a sus simpatías en general unitarias, la GerKnxióndd”
se distinguió de la \ teja guardia unitaria en varios aspectos. Primera
aunque eran ávidos lectores de pensadores europeos (U vk
Bentham. Milt. Spencer, $atnt~Simon, Fourier. Ccunto, Lammerás
Lereuv. Lerminier, Hegel. Savigny). lo s hom hresdel 37 tratare^
ser más cautos que sus antecesores rivadavianos al aplicar tecos
europeas a problemas argentinos. En su 0/V,:.í.i reínv^eemudí
lS 4e, Echeverría afirma que un v ic io peculiar de la Argentitas
"buscar lo n uevo... olvidando lo con ocido” , D ice luego que"ss
libres, sus teorías especulativas, contribuyen muchas v eces aepí
no tome arraigo la buena sem illa v a la confusión de las ideas-
mantienen en estéril y perpetua agitación a los espíritus inquieté
(Echeverría, iaermv'gev'zmi, l 161. A ntes, en el [X 'gnr^
jfru
O
ci&gu, escribió que "cada pueblo tiene su vida y su inteligerot
inopia. ...U n pueblo que esclaviza su inteligencia a la imriig^
cia de otro pueblo, es estúpido y sacrilego”, puesto que
actitudes violan la ley natural (IbdX A lberdi también ahnvO
necesidad de indcpenderx'ia intelectual en su discurso inaugarsl^
tí primer encuentro del Salón: “Continuar la v ida p rin cip iad
Mavvxno es hacerlo que hacen la Francia y lo s Estados V n -.A vd
lo que nos manda hacer la doble ley de nuestra edad y nuestro s.eó
seguir t í desarrollo es adquirir una civilización propia. servó'
150
imperfecta, y no copiar las civilizaciones extranjeras, aunque
adelantadas. Cada pueblo debe ser de su edad y de su suelo. Cada
pueblo debe ser él m ism o” (Alberdi, 1,264). De modo similar,
Samiiento, pese a su admiración por Rivadavia, critica a los
unitarios porteños por imitar ciegam ente las costumbres europeas.
“Voltaire había desacreditado al cristianismo, se desacreditó tam
bién en Buenos Aires; M onlcsquieu distinguió tres poderes y al
punto tres poderes tuvimos nosotros; Benjamín Consiant y Bentham
anulaban el ejecutivo, nulo de nacimiento se le constituyó allí;
Sniith y Say predicaban el com ercio libre, libre el com ercio, se
repitió. Buenos Aires confesaba y creía lo que el mundo sabio de
Europa creía y confesaba” (Sarmiento, Facundo, 66-67). N o ob s
tante, pese a tales afirmaciones, los hombres del 37, com o verem os
más adelante, manifestaron una pasión similar por las ideas euro
peas y los m odelos norteamericanos, tal com o había pasado con los
unitarios. Sus altisonantes palabras sobre la independencia del pen
samiento extranjero no bastaron para quebrar el condicionam iento
de trescientos años de colonialism o: com o había pasado con los
morenistas y los rivadavianos, las nuevas ideas y los m odelos
sociales para la Generación del 37 vinieron de afuera, pese a todo
lo que pudieran decir en sentido contrario.
Un segundo terreno donde la G eneración del 37 trató de
romper con sus padres intelectuales, y otra ve/, con éxito discu ti
ble, fue su intento de terminar con las sangrientas d ivision es en
tre unitarios centralistas y federales autonom istas, d ivisión que
más de una ve/, había am enazado la integridad del país. Segú n
Echeverría, los unitarios eran "una minoría vencida, con buenas
tendencias, pero sin bases locales de criterio socialista, y algo
antipática por sus arranques soberbios de exclu sivism o y suprem a
cía" ( O
jeada, 83). La palabra socialista, tal com o la usa aquí
Echeverría (siguiendo a su admirado Saint-Sim on), parece s ig n ifi
car algo afín a "conciencia social", en la que el bien de la sociedad
es el determinante principal. N o hay referencia a un orden ec o n ó
mico en particular. Lo cjuitraxte con el ob jetivo unitario, el de la
nueva generación era, según Echeverría, "unitari/.ar a los federales
y federal izar a los u n itarios.., por m edio de un dogm a que co n cí
base todas las op in ion es, todos los intereses, y los abrazase en su
vasta y fraternal unidad" ( jead,8 6 -8 7 ). L am entablem
O
otros pasajes sabotea estas d u lces perspectivas de in clusión so ste
niendo que el federalism o era un sistem a que "se apoyaba en las
masas populares y era la exp resión gen u in a de sus in stin tos
151
semibárbaros” (Echeverría, Dogma, 83). C omo Moreno, Echeverría
podía ser inclusivo en la s palabras, pero la suya era una inclusividad
que no daba lugar a lo s no educados.
D e modo similar, Alberdi afirma que las disputas estériles
entre unitarios y federales “conduce la opinión pública de aquella
república al abandono de todo sistem a exclu sivo”. La nueva Ar
gentina que aspiraban a crear debía tener un “sistema mixto que
abrace y concilie las libertades de cada provincia y las prerrogativas
de toda la nación com o un todo”, libre de “vanas ambiciones porel
poder exclusivo” {Bases, 290). Aunque Alberdi acepta como ge-
nuino el choque entre federales y unitarios, sugiere con frecuencia,
com o ya hem os visto, que la división más básica en la sociedad
argentina pasa entre Buenos Aires y las provincias. Éste es un tema
recurrente en el pensamiento de Alberdi, y, com o queda documentado
en capítulos posteriores, constituiría un área importante de des
acuerdo entre él y Sarmiento.
A l explicar los problemas de la Argentina, e l pensamiento de
la Generación del 37 corre entre dos polos. En un extremo está
Sarmiento, apasionado, romántico, impulsivo, y a menudo más
poético que práctico, com o lo pone en evidencia el comienzo del
Facundo:
152
Rosas nunca habría podido retener el poder tanto tiempo como lo
hizo. La misión de los hombres del 37 era paradójica. Debían
desacreditar a las masas y la “democracia inorgánica” representada
por el caudillismo, al m ismo tiempo que reorganizar la sociedad
argentina en nombre de las masas, y echar los cimientos para la
democracia institucional una vez que las masas estuvieran prepa
radas para ella. En pos de este objetivo paradójico, lanzaron un
persistente ataque contra lo que veían com o las bases del poder de
Rosas: la tierra, la tradición española, y la clase humilde y m estiza
consistente de gauchos, criados dom ésticos y peones.
Respecto de la tierra, los hombres del 37 veían a las pampas
argentinas com o una bestia que era preciso domesticar. En una línea
de ideas influida por De l’Esprit des Lois de M ontesquieu, S ar^
miento vio en la tierra argentina la fuente primordial de los problemas
del país. Escribe que “el mal que aqueja a la República A rgentina/
es la extensión” (Facundo, 11). Es una tierra sobre la que reinan la
muerte y la incertidumbre, donde misteriosas fuerzas eléctricas
excitan la im aginación del hombre y la tierra misma milita contra la
civilización europea. C omo los románticos que leía, Sarmiento se
muestra fascinado por los poderes horrendos de las tormentas
eléctricas, cuando “un poder terrible, incontrastable, le ha hecho en
un momento reconcentrarse en sí m ism o, y sentir su nada en m edio
de aquella naturaleza irritada; sentir a D ios, por decirlo de una v ez,
en la aterrante m agnificencia de sus obras” (Facundo, 22). Pero la
de Sarmiento es una fascinación que no produce gozo; en su mirada
la fuerza m isteriosa de las pampas, no templada por bosques o
ciudades, es la fuerza de la barbarie. M ás que una madre perdida a
la que volver, la naturaleza debe ser superada si la Argentina y su
gente quiere llegar al estadio de la civilización. Sarmiento se
lamenta una y otra v e z de que Buenos A ires, pese a su fachada
europea cuidadosam ente esculpida por lo s rivadavianos, haya
aceptado la le y bárbara de R osas porque “el espíritu de la pampa ha
soplado en ella ” (13). Los cau d illos, en la m ente de Sarmiento, eran
la encam ación del “espíritu d e la pam pa”, y R osas un bárbaro
engendrado en “el fondo de las entrañas” de la tierra (10). La causa
de su generación no fue, en ton ces, apenas una riña contra un político
en particular, sino un com bate m onum ental que enfrentó a las
fuerzas de la civilización contra lo s poderes de la barbarie; C ivili
zación o Barbarie son las alternativas que n os ofrece Sarm iento, y
a un grado tal que eso s térm inos se vu elven el grito de batalla de toda
la generación.
153
P e ro la e le c c ió n o b via que dicta Sarmiento, de
sobre la barbarie, enm ascara una co m p leja ambivalencia muy
estudiada p o r investigadores c o m o N o é Jitrik, Beatriz Sarioy
C arlos A lo n so . M ientras Sarm iento, el progresista liberal, quiere
erradicar todos lo s v estig io s de “barbarie”, Sarmiento el poeta
rom ántico encuentra atractivo al gaucho, com o lo muestran sui
herm osos retratos de tipos g a u ch esco s, sus costumbres, sus can.
y d o n e s , su poesía (F a cu n d o , 2 1 -3 4 ). D e m odo sim ilar se muestra
atraído p o r la personalidad titánica del caudillo, el héroe primitivo
que desafía y trasciende la le y humana. Aunque innegable en un
nivel literario, esa ambigüedad ha casi desaparecido en la vida
pública de Sarmiento, cam po en el que h izo todo lo que estaba asu
alcance por erradicar al gaucho y al indio (por medio del exterminio
si era necesario), por excluir a lo s que disentían, y forzar en ios
sobrevivientes su visión de la civ iliza ció n : una Argentina moderna,
europeizada.
La descripción que hace Sarm iento de las tierras como fuen
te de barbarie también marcó y quizás in ició una tradición en las
letras argentinas: una tendencia a atribuir lo s problemas argen
tinos a causas naturales antes que a errores humanos, concepto con
el que se asegura una defensa contra toda acusación de culpa. La
idea de que el fracaso del país derivaba de una debilidad orgánica
inherente seguiría reconfortando a intelectu ales desilusionados
durante generaciones. El determ inism o negativo de Sarmiento
encontraría, por ejem plo, un fuerte e c o en uno de los libros más
influyentes de este sig lo , la R a d io g r a fía de la p am p a de Ezcquicl
Martínez Estrada, publicada en 1933, cuya tesis es que la Argentina,
com o una persona enferm a con una enferm edad congènita, no
puede evita rci fracaso.
A lberdi se m ostró p o c o p a c ie n te c o n las polaridades
sarmicnlinas, y m enos todavía co n su o b se sió n romántica conia
tierra com o determinante m aligno del espíritu argentino. En una
clara refutación de la fam osa dualidad d e Sarmiento, Civiliza
ción y Barbarie, A lberdi afirma que la ún ica división real en la
sociedad argentina corre entre “el hom bre d el litoral”, valcdccirdc
la costa, y el “hom bre de la tierra”, o sea e l del interior del país,
argumento que destaca su interés principal en las relaciones entre
Buenos Aires y las provincias (B a s e s , 2 4 3 ). Alberdi también le
discute a Sarmiento la idea de la tierra c o m o fu en te de barbarie. "La
patria”, escribe, "no es el suelo. T en em o s su e lo hace tres siglos,y
sólo tenem os patria desde 1 81 0 ”. A l fijar el com ienzo dele
154
Argentina con una fecha precisa Alberdi muestra que creía, en ese
momento por lo menos, que la construcción de una nación era
resultado de la voluntad humana antes que de las circunstancias
históricas y materiales, aunque, com o veremos más adelante, en
otros contextos suscribía a un punto de vista cuasi historicista,
evolucionista, de la historia, en que las culturas superiores, que no
estaban necesariamente vinculadas a una tierra en particular, ine
vitablemente remplazaban a las inferiores. En la concepción de
Albenii es mediante ideas Oas palabras correctas), trabajo, esfuerzo
e instituciones que se construyen las naciones modernas, y no
mediante los elusivos procesos de la naturaleza (Bases, 248). Hasta
Echeverría, el poeta romántico por excelencia, critica a Sarmiento
por su rigidez y manifiesta su deseo de que hubiera pasado más
tiempo formulando “una política para el futuro” en lugar de una
cuestionable explicación del pasado (Ojeada, 122). De todos m o
dos están de acuerdo con la receta de Sarmiento para la domestica
ción de la tierra: ferrocarriles, mejores transportes fluviales, nuevos
puertos de mar, propiedad privada de la tierra, e inversión extran
jera.
Este programa para domesticar la tierra repetía lugares comu
nes del liberalismo económ ico europeo, tal com o había hecho
Mariano Moreno en su famosa Representación de los Hacenda
dos tres décadas atrás. Pero Sarmiento va más allá del común
anhelo de prosperidad, y propone ideas capitalistas de laissez-faire.
A su juicio, la propiedad privada era también un paso necesario
hacia la erradicación de la vida nómada de gauchos e indios. De
acuerdo con su idea determinista de que el ambiente decide el estilo
de vida. Sarmiento m antiene que lo s gauchos e indios argentinos
se parecen a los beduinos del M edio Oriente, porque en ambas
regiones la distribución de la tierra permitió que la gente viviera de
modos semejantes. Aunque en 1845, cuando escribió Facundo,
Sarmiento nunca había visto ni las pampas ni el M edio Oriente,
insistió en que la vida en las llanuras argentinas mostraba “cierta
tintura asiática que no deja de ser bien pronunciada” (Facundo,
14). Posteriormente desarrolló esta idea en forma extensa, tras
haber visitado el norte de A frica y haber observado la cultura de
los beduinos; decidió entonces que Francia, al “civilizar” a los
beduinos, había enfrentado problemas semejantes a los de la Ar
gentina al“civilizar" a los gauchos e indios por Europa. Áfri
ca y Estados Unidos, II, 78-103). En resumen, para Sarmiento y
su generación, e l desarrollo capitalista no sólo traería prosperi-
155
dad a las pampas; tam bién terminaría con la “ barbarie" de i0
habitantes naturales de la pampa.
A dem ás d e conceder que la dom i nación dc 1a lie rra era esencial
el progreso, los hombres del 37 estuvieron en casi total acuerde
sobre las supuestas d eficien cias de España, la madre cultural. t¡
drama ed íp ico en el que los hijos argentinos de España tratan dc
purgar la influencia española asum e m uchas caras. El sentimiento
antiespañol caracteriza com prensiblem ente m u ch o del movimiento
independentista argentino. Pero aun despu és d c haber obtenido la
libertad política dc España, los liberales argentinos siguieron
despreciando a España. Tom ás dc Iriartc, por ejem p lo, el prolífico
m em orialista que observó casi m edio sig lo dc historia argentina,
escribió no m ucho después dc 1820 que el co la p so dc la confede
ración dc 1816 estaba causado por el “estado scmisalvajc" de
“pueblos educados por la España” (Memorias, III, 19). El senti
m iento antiespañol se hizo m ás virulento aun entre lo s hombres del
37, sim bolizado por una notable tendencia, todavía com ún en el
sig lo xx, a exclu ir a España siem pre que se habla dc Europa.
p a en la A rgentina llegó a sign ificar el norte dc Europa, la fuente dc
la cultura m oderna (no hispánica).
El im pulso detrás dc este uso p eculiar puede verse con cla
ridad en los hom bres del 37. Echeverría, por ejem p lo, afirma que
España dejó en la A rgentina una tradición d c “la abnegación del
derecho dc exam en y dc elecció n , es decir, el su icid io de la razón"
(Dogma, 191). M ás adelante deplora “la rancia ilustración española,
suslib ros.su sprcocu p acion cs.cu an tam alascm illad cjóp lan lad acn
el suelo am ericano” (Ojeada, 121). D e m od o sim ilar, Sarmiento
lam enta que Ja A rgentina no haya sid o colo n iza d a por un país más
“civ iliza d o”, que habría dejado a la A rgentina una herencia mejor
que “la Inq u isición y el ab solu tism o h isp a n o ”. Para Sarmiento,
España es “la hija rezagada dc Europa”, un país m aldito y paradóji
co donde lo s im p u lsos d em ocráticos son aplastados por déspotas
populares y la religión ilustrada d eb e so m eterse al fanatismo
contrarreform isia. Para Sarm iento, d c E spaña v ie n e “la falta supina
dc capacidad p olítica c industrial [de lo s p a íses hispanoamericanos!
que lo s tiene in q u ietos y re v o lv ié n d o se sin norte fijo, sin objeto
preciso, sin q u e sepan p o rq u é no pueden c o n se g u ir un díade reposo,
ni qué m ano en em ig a lo s ech a y em p u ja e n e l torbellino fat»
(Facundo, 2 ).
Las a cu sa cio n es d e S a n n ic n to con tra España quedaron ^
forzadas en 1847, cu an do v is itó p or prim era v ez la PenínM *
156
Ibérica, dos años después de haber terminado Facundo. Con una
arroganciaque sigue asombrando a los lectores modernos, Sarmiento
anuncia que visitó España con el “santo propósito de levantar el
proceso verbal” a España, para “fundar una acusación” que él,
Sarmiento, “como fiscal reconocido”, ya ha hecho “ante el tribunal
de la opinión de América” (Viajes, II, 8). Como la cultura española
en 1847 estaba en uno de los puntos más bajos de su historia,
Sarmiento no tardó en encontrar mucho material con que confirmar
las acusaciones ya registradas en el Facundo. A su juicio, todo lo
que hubiera habido de grande y noble en España ya estaba muerto.
En el campo intelectual, sólo las traducciones le ofrecían al lector
inteligente algo sustancial, puesto que los escritores españoles se
limitaban a vestir su vacuidad con “tanta frase anticuada, tanto
vocablo vetusto y apolillado”. De modo semejante, sus historiadores
se entregaban rutinariamente al “mal gusto nacional” de violar el
hecho histórico para “darse aires de ser algo” (II, 45-46). Y al nivel
popular, Sarmiento encuentra a los españoles increíblemente ig
norantes del mundo más allá de sus fronteras: “Para el español, no
hay más habitante del mundo que el francés y el inglés. Cree en la
existencia del ruso; el alemán es ya algo problemático; pero eso de
suecos o dinamarqueses son mitos, fábulas, invenciones de los
escritores” (II, 44).
En términos igualmente vividos, Sarmiento se burla del go
bierno español. El general Narváez, gobernante delegado de la
degenerada Isabel II, cuyos adulterios eran la comidilla de toda
Europa, es visto como representante del caudillismo, igual que el
odiado Rosas. Lo que había sido la gloria de España, Sarmiento lo
encuentra simbolizado en El Escorial, el palacio, museo y monas
terio construido por Felipe II y admirada proeza arquitectónica del
país. Para Sarmiento, el Escorial es “un cadáver fresco, que hiede
e inspira disgusto”, símbolo de un país que, con la muerte de Felipe
ii en 1598, también empezó a morir, hundiéndose poco a poco en
la esterilidad del militarismo y el monasticismo (II, 49). Pero, com o
en Facundo, aunque el gobierno, la cultura y la vida intelectual
españolas repugnan a Sarmiento, encuentra un placer ambivalente
en sus tradiciones populares y en el espectáculo violento de la
corrida de toros, a la que considera a la vez perversamente atractiva
y simbólica de “un gobierno que corrompe”, que divierte a las masas
abyectas a la vez que da salida a sus peores instintos (II, 25-37). En
una palabra, el viaje de Sarmiento a España no hizo más que
confirmarlo que ya creía: que España era la cuna de labarbarie, una
157
m a d r e q u e h a b ía q u e ex p u lsa r y rem p lazar. L a id ea sarmient'ma .
q u e la h e r e n c ia e s p a ñ o la e n la A rg en tin a e s fu en te de barbarie rcp¡
s u c r ític a a la tierra; am b os a rg u m en to s ap elan a condición
p r e e x is t e n te s para e x p lic a r el fra ca so . E ste d eterm in ism o im p i^
e s ta m b ié n u na e x c u s a para ju stific a r e l error h um an o, ya que^.
fr a c a s o s ie m p r e p u e d e cu lp a rse a la b arb arie d e la tierra y a j
in a d e c u a c ió n d e l p a sa d o e s p a ñ o l d e l p a ís.
Aunque Alberdi, como Sarmiento y Echeverría, también conde,
na el “ cristianismo de gacetas, de exhibición y de parada” de Espa.
ña, y su falta de capacidad industrial (fiase,236), le agrega al deba,
te una perspectiva diferente sobre los errores de España. Comohj
sido notado, la fe de A lberdi en los resultados positivos de la acción
humana informada lo alejaba de la ingenua creencia historicistade
que el progreso humano surge inevitablemente de todo movimiento
histórico; de todos modos, lo central a su pensamiento es la ideade
que la Am érica española es el resultado de una expansión orgánica
en la que las civilizaciones superiores inevitablemente remplazana
las más débiles. España participó en este proceso histórico natural *
conquistando las “ prim itivas” civilizaciones indígenas e implantando
la cultura europea en la Am érica hispánica. A lberdi sigue diciendo,
sin embargo, que Españadejódeserunaherramientadelanaturalcza
(y en un sentido dejó de ser parte de Europa) cuando trató de cenar
Hispanoamérica a la cultura superior de Francia e Inglaterra, vio
lando de ese modo la ley de la expansión cultural (B ases, 155-158),1
Este prejuicio antiespañol entre intelectuales argentinos nunca fue
seriamente negado hasta el siglo x x, cuando, como lo ha mostrado
M aiysa Navarro Gerassi, autores argentinos como Ricardo Rojas,
Enrique Larreta, M anuel G álvez y Carlos Ibarguren, trataron de
158
vindicar, en lo qbe se volvería el m ovim iento de la hispanidad, la
herencia esp añolad o la Argentina (107-128).
Paradójicamente, una gran parte de la corriente antihispánica
entre los intelectuales argentinos del siglo pasado fue inspirada por
el autor español Mariano José de Larra (1809-1837), que escribió
devastadores críticas a la cultura española bajo el seudónimo de “Fí
garo”. Albcrdi admiraba tamo a Larra que firmó algunos de sus pro
pios artículos en La Moda con el diminutivo “Fígarillo”, explicando
que “Me llamo Figarillo... porque soy hijo de Fígaro... soy un
resultado suyo, una im itación suya, de m odo que si no hubiese
habido Fígaro tampoco habría Figarillo: yo s o y ... la obra póstuma
de Larra” {LaModa, 16 de diciembre de 1837,1). En consonancia
con el entusiasmo de Albcrdi, Sarmiento llamó a Larra “el Cervantes
de la regenerada España” {El Mercurio, 19 de febrero de 1842).
Además del desdén a la herencia española, los hombres del 37
mostraban un acuerdo casi universal respecto de la inadecuación de
los grupos étnicos de la Argentina, sus “razas” com o eran llamadas.
La palabra “raza” durante la mayor parte del siglo pasado, como lo
señala Nancy Stepan en su libro The Idea o f Race in Science, se refería
a cualquier grupo étnico, de europeos a españoles, de indios a
gauchos m estizos (170-189). Siguiendo las teorías racistas de su
tiempo, Sarmiento escribe:
159
que el éx ito p o lític o d e R o sa s s e d e b e en gran m edida a un “celo
esp io n a je” form ad a p or sirv ien tes n eg ro s de una “ raza salva¡!?>
infiltrada “ en e l se n o d e cad a fa m ilia d e B u en o s A ires” ( 141) , e
U n m iem b ro jo v e n d e la G e n e ra ció n , José Mármol, en
n o v ela antirrosista Am alia, d e 1 8 5 1 , tam b ién habla del miedo d¡
lo s unitarios por sus p rop ios s irv ien tes, la m ayoría de ellos negros
y m u latos, q u ien es en gen eral eran partidarios de Rosas. En un
ep iso d io particularm ente revelad or, E duardo le aconseja a Amalia
que despida a todos sus sirv ien tes d e B u e n o s A ires pues “[bajoel
gobierno de R osas] se les ha abierto la puerta a las delaciones, y bajo
la sola autoridad de un m iserab le, la fortuna y la vida de una familia
reciben el anatema de la M a z o rca ” (1 8 ). E n un ep isod io similar, una
criada delata ante la M azorca a su em p le a d o r q ue está tratando de
escapar al U ruguay (48).
Sarmiento vo lv ió a una e x p lic a c ió n racial d el fracaso hispano
americano en su últim a obra im p ortan te, C onflictos y armonías de
las razas en América, un tratado m al o rg a n iz a d o que según algunos
no es más que una recop ilación d e n otas d e u n futuro libro que Sar
miento no lleg ó a escribir. T erm in ad o e n 1 8 8 3 , cuando Sarmiento
tenía setenta y dos años, C onflictos e s un libro melancólico que
Sarmiento m ism o llam ó “un Facundo e n v e je c id o ” (citado en
Bunkley, Vida de Sarmiento, 5 0 3 ). En C onflictos, Sarmiento afirma
que pese a una con stitu ción ilustrada, u na d em ocracia aparente,
prosperidad, transporte m od ern o, e s c u e la s, acad em ias, universida
des, y todos los artefactos d el p ro g reso , la socied ad argentina en
1883, aunque m ejor vestid a y m ás ed u ca d a q u e bajo Rosas, sigue
plagada por la corrupción, el p e rso n a lism o y u n desprecio general
por las instituciones. E xp lica e ste fracaso c o m o resultado de la ina
decuación racial. El libro, in ten to a m b ic io so d e reescribir gran parte
de la historia del m undo bajo una p ersp ectiv a racial, provee deta
llados análisis del éxito in g lé s y e l fra ca so e s p a ñ o l en la coloniza
ción. En cada caso, Sarm iento s u g iere q u e e l fracaso de la demo
cracia en H ispanoam érica p u ed e e x p lic a r s e s ó lo tom ando en cuenta
la inadecuación de los p u eb los la tin o s, e s p e c ia lm e n te cuando se los
combina con los indios “bárbaros”, para g o b ern a rse a s í mismos. De
acuerdo con Sarm iento, tod os lo s c a u d illo s latinoam ericanos a los
que considera “bárbaros” (R o sa s, e l d o c to r F rancia de Paraguay y
Artigas, por ejem p lo) p rovien en d e la m e z c la fatal d e sangres latina
e india ( CX
O, X X V II, 2 8 4 -3 1 3 ). E n u n o d e su s ú ltim os artículos,
“El constitucionalism o en la A m éric a d el S u r” , p ub licad o en fomta
póstuma y quizás p ensado c o m o c o m ie n z o d e un segu n d o volumen
160
de Conflictos, Sarmiento vu elv e sobre la incapacidad p olítica de la
raza: “Obsérvese que todo e l m undo cristiano está en posesión d el
voto efectivo del pueblo para dirigir su gobierno, y que todos
nosotros estamos persuadidos que n o tenem os este resorte en
nuestra maquinaria política, p oru ñ a excep ción de la regla; téngase
presente que este mal es general a tod os lo s pueblos de la raza latina
en la América del Sud, lo que hace que después de setenta años no
se haya podido organizar defin itivam en te el G obierno” ( ,
XXXVIII, 273). La Argentina, con clu ye, está m ejor que otros
países hispanoamericanos porque tiene m ás habitantes blancos. En
contraste, un país com o Ecuador “cuenta un m illón d e habitantes
délos cuales sólo cien m il son blancos. R esultado: Tres tiranuelos
militares abrazan casi toda su historia” (X X X V III, 282 -2 8 3 ).
Todos los hombres d el 37 estaban de acuerdo con Sarm iento
en lo esencial respecto d e la raza. M árm ol, con brevedad no
característica en él, d efin e a lo s partidarios d e R osas com o “e se
pueblo ignorante por educación, ven gativo por raza y entusiasta por
clima” ( ali,4 4 ). Hasta A lberdi, que por lo general evita las
m
A
caricaturas raciales que se encuentran en Sarm iento, lam enta los
orígenes m estizos de la A rgentina. Para Alberdi no hay A m érica
digna del mundo aparte de la europeizada:
161
nuestras m asas populares, por todas las transform aciones del mejor
sistem a d e instrucción: en cien años n o haréis d e él un obrero inglés”
(2 5 2 ). T am b ién en las Bases A lberdi afirm a que “utopía es pensar
q ue p o d am os realizarla república representativa... si no alteramos
y m o d ific a m o s profundam ente la m asa o pasta d e que se compone
nuestro pueblo hispanoam ericano” (405). C om o se verá en capítulos
p osteriores, A lberdi alteró con sid erab lem en te su opinión de las
razas m estizas de la Argentina; pero co m o indicadores de un punto
d e v ista gen eracion al, sus palabras se ex p lica n por s í mismas. Fue
E cheverría, sin em bargo, quien escrib ió la d eclaración más eficaz
d e la G eneración sobre la raza, no en un en sa y o sin o en uno de los
prim eros y m ejores cuentos de la literatura hispanoam ericana, “El
m atadero”, escrito probablem ente en 1838.
^ El argumento de “El m atadero” es sim p le. Por cau sa de una es-
— ca scz de carne, lo s partidarios de R osas están em p ezan d o a dudar de
la capacidad de su caudillo para proveer a la nación. El anuncio de que
varios toros serán carneados en determinada fecha atrae en masa al
matadero a la s clases inferiores de Buenos A ires. Echeverría describe
con asqueante detalle cóm o hombres sucios y m anchados de sangre
matan y desmembran el ganado; cóm o la gente lucha por diferentes
partes de los animales, incluyendo sesos, testículos y entrañas; y cómo
la muerte accidental de un niño no provoca ninguna com pasión entre
la muchedumbre hambrienta y carnívora. Pero el clím ax de la historia
muestra a un joven culto que casualm ente pasa por el matadero sin
llcvarpuesta la obligatoria insignia rosista. O bviam ente es un unitario,
un sím bolo de la Argentina civilizada que R osas había suprimido; la
muchedumbre lo ataca y lo hace desmontar. El tum ulto se descontrola;
la turba amenaza con desnudar, azotar y tal v e z violar al joven, quien,
antes que sufrir esc escarnio, muere d e n oble furia: “un torrente de
sangre brotó borbolloneando de la b oca y las narices del joven”
(Echeverría, “El Matadero”, en Obras , 324).
Las ecu acion es ob vias del m atadero con la A rgen tin a de Rosas
y de lo s m atarifes con lo s esbirros d el ré g im en podrían ser tediosas
si el problem a id eo ló g ico im p licad o n o fuera tan peculiar. Al reco
n o cer que R osas segu ía en e l poder e n virtud d e un am p lio apoyo de
la s cla ses bajas, Echeverría n o se lim ita a escrib ir una diatriba más
contra R osas, sin o que s e p ropone d esacred itar a la s m asas mismas,
q u ien es, d esd e su punto d e vista, so n la verdad era razón del poder
d e R osas. Echeverría logra su o b jetiv o d e d ifam ar a la s m asas regis
trando en horrendo d etalle su con d ucta y lla m a n d o repetidamente la
atención sobre su raza. P or ejem p lo las “n eg ra s y jjiu lataoch u ra-
162
doras, cuya fealdad mismitabu las arpías de las MI ruin#" D I ó), Mfa
adelante leemos que “dos africanas llevaban ai l ustrando las
(las de un animal; allá una muíala se alejaba con un ovillo de Hipas
y, resbalando de repente sobre un charco do mingic, caía a plomo,
cubriendo con su cuerpo la codiciada prosa. Acullá se veían aco
rrucadas en hilera cuatrocientas n egras... ” (3 IV), Iislas rclc/encías
raciales siguen a todo lo largo del texto. La Intención de Lchevetría
de desacreditar a los resistas se realza en vividos retratos de su
conducta bárbara: luchan por los testículos de un loro, usan el
lenguaje más vulgar y blasfem o, atacan cobardemente a un inglés
inocente, y al fin asesinan con brutalidad al joven unitario. Para que
no queden dudas sobre su intención, concluye la historia con estas
palabras: “En aquel tiempo los carniceros degol ladores del Matade
ro eran los apóstoles que propagaban a verga y pufíal la Federación
rosina, y no es difícil imaginarse qué Federación saldría de sus
cabezas y cuchillas... por el su ceso anterior puede verse a las claras
que el foco de la Federación estaba en el M atadero” (324). Tales son
las palabras de un escritor que en otros contextos habla piadosamen
te de reconciliar federales y unitarios. Por más admiración que
pueda inspirar el talento literario de Echeverría, no puede negarse
la intención antipopular que hay detrás de esta historia. Ya que
Rosas retenía el poder con el apoyo de las masas, criticarlo a él no
era suficiente; las masas m ism as debían ser denigradas y rebajadas.
Pocos documentos en la historia argentina reflejan mejor la extraña
mezcla de miedo y hostilidad que los argentinos de la clase alta han
sentido hacia sus conciudadanos h um ildes .2
m
¿Pero porqué esa conciencia de raza? D e todas las explicac¡
nes posibles del fracaso, ¿por qué la raza ocupa un lugar £
importante en el pensamiento de la G eneración del 37? La expli^
ción más fácil diría que los argentinos se limitaban a repetjj
prejuicios com unes en Europa, donde la idea de la inferioridad
inherente a los pueblos oscuros llevaba dos siglos de vigencia
Aunque la influencia del racism o europeo en la Argentina
innegable, la emergencia del prejuicio racial en Europa señala una
explicación adicional. La denigración de lo s africanos en el pen.
samiento europeo, de acuerdo con N ancy Stepan, era relativamente i
rara antes del tráfico de esclavos. Con la institucionalización déla |
esclavitud, la supuesta inferioridad de lo s africanos obtuvo amplia
credibilidad precisamente porque el racism o proporcionaba una
ideología a la subyugación de los negros (Race in Science, xxi-xxiii),
En una palabra, el racismo se hizo popular para justificar la
.... explotación de un grupo particular. En el caso de la Argentina, estos
argumentos sugieren que en algún n ivel la G eneración d el 37 estaba
levantando un marco ideológico a priori para un sistem a político
que excluiría, perseguiría, desposeería y a m enudo mataría a los
“racialmcntc inferiores”: gauchos, indios y m estizos. Y de hecho,
fue exactamente lo que pasó. El proceso d e quitarles lentamente
tierras a los indios, que había com enzado en tiem pos coloniales.se
incrementó abruptamente a m ediados del sig lo x ix en la Argentina,
especialmente después de que liberales com o Sarm iento llegaran al
poder en la década de 1860. En el equivalente argentino del “ganai
el Oeste” de los norteamericanos, lo s gob iernos liberales se em
barcaron en una campaña de ganar tierras, operación que en la l
Argentina se llamó “Conquista del d esierto”, que desplazó o mató
a m iles de indios y gauchos, dejando d isp on ib les sus tierras natales
para los colonos blancoso los especuladores. M ás adelante, mediante
un sistema electoral sagazm ente ex c lu y em e, e s o s m ism os grupos
fueron mantenidos al margen d el p roceso p olítico. Usando la
estereotipia racial de la G eneración d el 3 7 , la justificación ideo
lógica de tales acciones estaba a m ano.
Los hom bres del 37, en ton ces, atribuyeron lo s males de su
país a tres grandes causas: la tierra, la tradición española y la raza.
Pero además de exp licar e l fracaso, lo s hom bres del 37 tuvieron
que recetar rem edios para su prob lem ática patria. El capítulo
siguiente estudia cóm o planeaban hacer realidad sus sueños parala
Argentina.
KM
Capítulo 6
Como vim os en el capítulo anterior, los hom bres del 37 d iagn os
ticaron, con im aginación y vigor, los problem as de su país. Pero
identificarlos m ales era apenas la mitad de su m isión; tam bién era
necesaria la prescripción para mejorar y sanar, una nueva fór
mula de principios de gobierno y ficcion es conductoras que pu
sieran a la A rgentina en el cam ino del progreso. A firm aron que
el progreso no era m ero resultado del m ovim ien to histórico h egelia-
no: al progreso había que ganarlo mediante una lucha corriente,
contra las fuerzas de la superstición, los m old es culturales reac
cionarios heredados de España, la raza y los p rivilegios asentados.
Ninguno de ello s creyó que el com bate sería ganado en su gen era
ción; antes' bien, se ocuparon de crear un m arco id eo ló g ico , d e
“fundar m itos”, en palabras de Halpcrín D ongh i, que a lo s futuros
gobiernos les permitieran avanzar hacia la prosperidad y la d e
mocracia bajo un régim en constitucional pensam iento de
Echeverría, 26).
¿Cuál era la solu ción , en ton ces, para una p oblación “ m aldita”
por la tradición española y la inadecuación racial? La solu ción cabía
en una palabra: inm igración. R ivadavia ya había abogado por ella
como solución para lo s problem as argentinos, y Alberdi la m en
cionaba en su Fragmento prelim inar al estudio del derecho de 1835
(OC, 1 ,123). Pero nadie propuso la inm igración con m ás v ig o r que
Sarmiento, en las páginas finales de Facundo, donde declara que “e l'
elemento principal del orden y m oralización que la R ep úb lica
Argentina cuenta h oy, es la inm igración europea” (1 5 9 ). U n os
dieciocho m eses d espu és de haber term inado el Facundo, Sar
miento visitó A lem ania, dond e sus exp erien cias confirm aron la
165
conveniencia de llevar europeos del norte a la Argentina, Citar»*
a los románticos alemanes, afirma que "la raza alemana” es
ricamente migrante, que se inició en la india, pasó al norteé
Europa en tiempos romanos, y en el siglo xix seguía trasladándr^’
a los Estados Unidos de América; los autores alemanes, scg¿
Sarmiento, habían reconocido "com o hecho inevitablemente
la emigración de sus com patriotas” (Viajes, II, 232). Proponeu¿
política oficial para atraer alem anes a las playas sudamericana^
para lo cual los gobiernos sudam ericanos deberían subsidiar loí
viajes, la instalación, la compra de herramientas, semilla y adqui.
sición de tierra para los recién llegados. Recomienda que se esta-
blczcan centros de información y em igración en Alemania, parada
a conocer esas medidas a gente que de otro modo se iría 2
Norteamérica (II, 231-236). Un año después, durante su primen
visita a los Estados Unidos, Sarmiento quedó asombrado de que
algunos norteamericanos vieran al inmigrante com o “un elemento
de barbarie, [porque] sale de las clases menesterosas de Europa,
ignorante de ordinario y siempre no avezado a las prácticas repu
blicanas de la tierra” ( iajes,III, 83). D e todos modos se maravilla
V
del proceso por el cual los inmigrantes a lo s Estados Unidos se
asimilan, primero mediante la religión y la educación pública, aúna
cultura que a despecho del influjo de inmigrantes se mantenía,
según él, básicamente puritana.
Alberdi también apoyó la inm igración europea como una
solución segura para los males argentinos. En las Bases escribe:
Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civili
zación en sus hábitos que luego com unica a nuestros habitantes,
que muchos libros de filosofía. S e com prende mal la perfec
ción que no se ve, loca ni palpa. U n hombre laborioso es el
catecismo más edificante.
¿Queremos plantar y aclim ataren A m érica la libertad inglesa,
la cultura francesa, la laboriosidad del hom bre de Europa yde
Estados Unidos? Traigam os p ed azos v iv o s de ellas en las
costumbres y radiquémoslas aquí (2 5 0 ).
166
país. Pero para que estos ped azos v iv o s ech en raíces, Albcrdi Insiste
en que sean plantados en un am biente nutricio, lo que sign ifica que
la Argentina debe cam biar sus le y es sobre adquisición de tierra,
derechos civiles y religión.
De estos elem en tos, la religión era potencialm cnte el mil#
explosivo. R ecordando los p rob lem as cine había tenido Kivadavía
con la jerarquía católica, lo s hom bres del 37 extrem aron sus
precauciones en la cu estión religiosa: afirm aban su fe en D ios a la
vez que promovían la libertad de cu lto y la ed u cación secu lar corno
religión "ilustrada". En las "Palabras S im b ólicas" de la A sociación
de Mayo, Echeverría, con referencias frecuentes a las E scritu ras'
cristianas, defiende “ la religión natural" (el im p u lso prim ordial de
la humanidad de creer en un p oder m ás alto) y la "religión positiva"
(la religión basada en los h ech os h istóricos). A lln n a adem ás que “ la
mejor de las religiones p ositivas es el cristian ism o, porque no es
otra cosa que la revelación d e los in stin tos m orales de la hum anidad.
El Evangelio e s la ley de D io s porque e s la le y moral de la co n cien cia
y déla razón” (Dogma, 175). C ritica a lo s curas rosistas por h aberse
vuelto "dóciles y ú tilísim os instrum entos de tiranía y retroceso", y
espera que en el futuro el clero "com p ren d iese su m isión |y j se
dejase de política” (O jeada, 9 9 -1 0 0 ).
La educación religiosa era un problem a particularm ente e s
pinoso. Albcrdi, de todos m od os, no ahorra críticas al p apel del clero
en la educación: “Que el clero se ed u qu e a s í m ism o , pero n o se
encargue de formar nuestros ab ogad os y estad istas, n uestros n e
gociantes, marinos y guerreros. ¿Podrá el clero dar a nuestra
juventud los instintos m ercantiles c in d u striales q ue d eb en d istin
guir al hombre de Sud A m érica? ¿S acar d e su s m an os esa fiebre d e
actividad y de em presa que lo haga ser el yan kcc hispanoam ericano?"
Más aún, Albcrdi sien te n o só lo q ue e l clero d ebería abandonar las
aulas, sino también que In ed u cación h u m an ística, q ue a su ju ic io era
un rezago del esco la sticism o c a tó lic o , d eb ería ser rem plazada con
estudios prácticos en física c in gen iería, y q u e “el in g lé s, c o m o
idioma de la libertad, d e la industria y e l orden", d ebería rem plazar
al latín. "¿Cómo recibir”, pregunta, "el ejem p lo y la a cción c iv ili
zadora de la raza an glosajona sin la p o se sió n general d e su lengua?"
(Bases,234-235). Sin estas reform as q ue predica, las e sc u e la s y
universidades argentinas segu irán sien d o nada m ás q ue “ fábricas
de charlatanismo, d e o cio sid a d , d e d em a g o g ia y d e p resu nción
titulada” (233).
Pero ninguno d e lo s h om bres d el 3 7 quería term inar co n la
167
relig ió n e n la A rgen tin a. E ch everría critica a lo s intelectual
a rgentinos, lo s rivadavianos en particular, por su indiferencia
m ás b ien h o stilid a d , h a cia la re lig ió n . “En nuestra orgullosa
cien cia , h em o s d esech a d o e l m ó v il m ás p od eroso para moralizar'
civ iliza r n uestras m a s a s ... si le q uitáis [al p ueblo] la religión, ¿q¿
le d ejá is? . . . ¿Q ué autoridad tendrá la m oral ante sus ojos sin el seii0
d iv in o d e la san ción r e lig io s o ...? ” ( , 9 7 ). M ás puntilloso
A lbcrdi escribe:
168
argentina resistió a tales ataques a su s prerrogativas, 011 eupedul
respecto a la educación religiosa. La Iglesia perdió imieli»« t-wu
ra m u za scon losreform istasd el37ysu svástago.sin lu lcclm d es,|xn ;
siguió siendo una fuerza activa en la socied ad argentina, jiiyanu
blemente del lado de la tradición. A u n h oy, lo s jerarcas de la Iglesia
argentina son los m ás con servad ores, por no d ecir reaccionarios, <k
toda América latina.
Los h om bres d e l 3 7 c o m p r e n d ie r o n q u e su s p la n e s
inmigratorios, esquem as ec o n ó m ico s y p rescrip cion es de libertad
religiosa estaban teñidas d e u topism o y n o daban la clave d e q ué
hacer mientras tanto. D ada la p o sició n lom ada por la G eneración
respecto de sus conciudadanos, la cu estión era saber qué cla se d e
gobierno podía llenar e l v a cío hasta q ue, en palabras de E cheverría,
“el pueblo fuese por fin pueblo” 0 O106).
,
El sufragio universal y el gob ierno n um éricam ente represen
tativo estaba fuera de cu estión . R ecordando la popularidad de R osas
y los interminables litigios electorales entre B u en os A ires y las
provincias, Echeverría escribe: “E l sufragio universal d io d e s í
cuanto pudo dar. el suicid io d el pueblo p o r s í m ism o , la le g itim a ció n
del Despotismo” {Ojeada, 104). A n tes que perm itir a tod o e l p u eb lo
acceso inmediato al gobierno, recom ien d a com en zar por “un punto
de arranque que nos llev a se p o ru ñ a serie d e p rogresos graduales a
la perfección de la institución dem ocrática” (1 0 6 ). Para lograr e ste
objetivo, el poder real debe ser d ejado ante tod o en m an os d e una
elite natural, una jerarquía natural, “la ú nica que d ebe e x istir ...
aquella que trae su origen d e la naturaleza” y que con siste en “ la
inteligencia,la virtud,la capacidad,elm érito probado” ( D ^ m t í , l 7 3 i
Echeverría argumenta lo siguiente:
170
s is e a personal en la historia, tema popularizado por Hegcl y
¿espejes retomado por hombres tan diversos como Beethovcn,
Sandial, W agner y Arnold. Pero el héroe de Hegcl es muy dife-
isn¿s ¿ d caudillo d e Sarmiento. En Filosofía de la Historia.
Hegd in s ste en que los grandes hombres de la historia se desta
c a poique “sus objetivos particulares engloban grandes problemas
que sen la voluntad del Espíritu d d Mundo”. Pero su grandeza
personales m ás aparente que real, ya que “parecen tomar el impul
so de sus vidas de s í m ism os” cuando en realidad son meros re flojos
dd Espíritu del M undo (30). A unque e l interés de Sarmiento en la
figura d d caudillo comparte la fascinación romántica por el lióme
en Hege!, invierte los términos hegelianos. En Sarmiento, el cau
dillo refleja n o el Espíritu del Mundo, que es la fuerza que mueve
la historia y e l progreso, sino el espíritu popular, que es la fuerza de
labarrarie. Lejos de permitirle seguir su curso, al caudillo es preciso
eliminarlo, si e s preciso por la fuerza, para poner en su lugar la ley
de la razón. Por m ucho que se acerque Sarmiento al imicionalismo
romántico, en última instancia la visión que junto a toda su gene
ración quiere imponer a la Argentina es racional y positivista: el
pueblo no debe ser necesariamente una pieza manipulada por
fuerzas históricas invisibles, sino un grupo de seres racionales
capaces de transformar e l mundo de acuerdo a su visión esencial
mente positivista.
En contraste con una visión racional del mundo, el caudillo es
lavozdeIasinrazón.Puedereflejarunavoluntadpopularinarticulada,
pero toda la autoridad está centrada en su persona. En opinión de
Sarmiento, gobierna por decreto, no por la persuasión. Dado que la
obedienciaesclavadesussecuacesle basta para validarsu autoridad,
la fuerza para asegurarse esa obediencia se vuelve la única forma
necesaria de gobierno. La justicia del caudillo es administrada “sin
formalidades de discusión” ya que la discusión, a diferencia del
decreto, coloca la autoridad fuera de lapersona del caudillo (F -
do. 130). Su gobierno e s creación de su voluntad arrogante. “Es
el estado una tabla rasa en que él va a escribir una cosa nueva,
original... va a realizar su república ideal, según él la ha concebi
do... sin que vengan a estorbar su realización tradiciones enveje
cidas, preocupaciones de la ép o ca ... garantías individuales, insti
tuciones vigentes... Todo va a ser nuevo, obra de su ingenio” (131-
132). Alzando la vista de la evidente ironía de estas palabras, es fácil
vcrcómo c! héroe romántico (el hombre más grande que la naturaleza,
la figura titánica que, com o D ios, crea de la nada) influyó la
171
d e s c r ip c ió n q u e h a c e Sarm iento d el ca u d illo . En realidad, en*
g ú n a s p e c to S arm ien to q u iso em u lar al ca u d illo que tanto odiat
P o r e je m p lo , con d en a al ca u d illism o c o m o un gobierno “sin J
m a s y s in d eb ate” : ninguna d escrip c ió n m ejor del estilo de $3r'
m ie n to escritor. En lugar de usar argu m en tacion es cuidadosamente
co n stru id a s, basadas en pruebas v e r ific a b lc s, Sarmiento recurre 5
la d ecla m a ció n apasionada b asada en la so la prueba de su auto,
ridad personal y d e su s c o n o cim ien to s. E n una palabra, escribe por
d ecreto, m otivo por e l cu al A lb erd i lo lla m ó -“caudillo de la pin.
m a” (citado en B u n kley, 3 5 6 ). E n lo s m ejo res libros de Sarmien.
to (Recuerdos de p rovin cia, Vida de este estilo
declam atorio está felizm en te au sen te. P e ro , pese a la fascina
ció n rom ántica d e S arm iento c o n e l ca u d illo titán, pasó su vida
condenando al cau d illism o. E l ca u d illo para Sarm iento es la en
ca m a ción del m al que d eb e ser ex o r c iz a d o si la Argentina quiere
civilizarse.
C om o Sarm iento, A lb erd i r e co n o cía q u e e l caudillo era un
elem en to nativo de la A rgen tin a. C o m o v im o s en su Fragmento
Preliminar, en el co m ien zo A lb erd i se m ostró interesado en usar a
R o sa s co m o un esca ló n h acia una rep ú b lica m oderna. No tardó en
. perder las esperanzas en R o sa s, p ero n o abandonó su creencia de
que la figura recurrente d el ca u d illo era p ru eb a v isib le de un hecho
de la vid a pecu liarm en te argentino: la n ece sid a d de un ejecutivo
„ fuerte. E sta n ecesid a d , s eg ú n A lb erd i, ex p lica b a los intentos de
varios argentinos d istin g u id o s d e la s g en er a cio n es anteriores, in
cluyendo al general José d e San M artín, p or estab lecer una monarquía
co m o el m o d o m ás e fic a z d e d arle al p a ís la estabilidad necesaria
para su su p erviven cia. “ D ad al e je c u tiv o to d o el poder posible”,
escrib ió A lb erd i. “P ero d á d selo p or m e d io d e u na constitución. Este
desarrollo d el p od er e je c u tiv o c o n s titu y e la n ecesid ad dominante
del d erech o co n stitu cio n a l d e n u e str o s d ía s e n Sudamérica. Los
en sa y o s d e m on arq uía, lo s arranq u es d ir ig id o s a con fiarlos destinos
p úb licos a la dictadura, s o n la m ejo r p ru eb a d e la necesidad que
señ a la m o s” (B ases, 3 5 2 ) . C ita c o n ap ro b a ció n a Sim ón Bolívar:
“L os n u e v o s esta d o s d e la A m é r ic a a n tes esp a ñ o la , necesitan re
y es co n e l n om b re d e p r e s id e n te s ” ( 2 2 9 ) . P o r cau sa de esta prefe
rencia d e A lb erd i p or un e je c u tiv o fu e r te , la C onstitu ción de 1853,
que en lo fu n d am en tal s ig u e a la d e lo s E sta d o s U n id os, se diferen
cia d e ésta e n u n pun to d e im p o rta n cia : e l e jec u tiv o puede “inter
v en ir” en ca si c u a lq u ier a sp e c to d e la v id a argentina que a su juicio
am enace la in tegrid ad d e la N a c ió n . E s te p o d e r d e “intervenir" ha
172
sido usado, a menudo con interesada arbitrariedad, para tod o, d e s d e
anular los resultados de elecciones p rovin ciales hasta clausurar
universidades.1
Domesticar al caudillismo mediante un ejecu tivo fuerte n o fu e
la única receta de la Generación del 37 para lo s m ales d e la nación.
También dedicaron considerable atención a d efin ir una p o lític a
económica para la Argentina con la que soñaban. E l p rin cipal en
este sentido fue Alberdi, que había leído bien a lo s e c o n o m ista s d e
su tiempo partidarios del laissez-faire . Preparándose para la o la
inmigratoria que esperaba atraer, escribe que “L o s gran d es m e d io s
de introducir Europa en ... nuestro continente en escala y propor
ciones bastante poderosas para obrar un cam bio p orten toso e n
pocos años, son el ferrocarril, la libre navegación in terior y la
libertad comercial. Europa viene a estas lejanas region es en alas d e l
comercio y de la industria, y busca la riqueza en nuestro co n tin en te.
La riqueza, como la población, com o la cultura, e s im p o sib le d o n d e
los medios de comunicación son d ifíciles, peq ueños y c o s to s o s ”
{Bases, 261). Pero, entre tanto, la Argentina era un p aís su b d esa -
174
navegación fluvial y a los puertos. Con capital extemo, con
inmigrantes extranjeros, todo es posible. “Abrid las puertas de par
en par”, escribió Albcrdi, “a la entrada majestuosa del mundo”
(Bases, 272).
175
evitaría. A lberdi, por ejem plo, en cierto punto afirma con
seriedad que "el in g lés es e l m ás perfecto de los hombres”, y qUej 5
Estados U n id o s so n “e l m od elo del universo” (B ases, 271-27^
E cheverría proclam a que “ Europa e s el centro de la civilización/
lo s sig lo s y del progreso humanitario” (D o g m a, 169). Y
Sarm iento ju stifica sus o p in io n es y observaciones con una ape¿
ció n continua a esa autoridad llam ada Europa, sitio que en
m om ento s ó lo c o n o cía por libros. C om o José Arcadio Buendía en
C ie n A ñ o s d e S o le d a d de G arcía M árquez, lo s hombres del 37
parecer creían que la c iv iliz a c ió n y la cultura debían ser importadas
del norte y a que lo s pueblos y tradiciones autóctonas (española,
india y africana) eran en em ig o s del “progreso”. En cierto sentido,
entonces, la G eneración del 37 s e lim itó a reformular lo que había
sido e l objetivo general de sus ancestros españoles que conquistaron
y colonizaron la A rgentina en e l prim er m om ento: extender Europa
EsaEuropa de lo s hom bres del 3 7 estaba com puesta délas potencias
industriales: Francia, A lem aniaelnglaterra, antes quédela contraríe-
formista España, y eso estab lece una diferencia significativa; pero
elim p ulso básico porimponerunavisiónparticulardeEuropasobre
los páramos americanos es algo en que coinciden tanto la conquista
española co m o la G eneración d el 37.
L os pensadores n acionalistas d e nuestro siglo, hombres como
Arturo Jauretche, han sugerido que e l o b jetivo de recrear Europafiie
indebidamente m od esto, que m u tiló la energía creativa que la
Argentina necesitaba para establecer una nación vigorosa y sobe
rana (Jauretche, E l m ed io p e lo , 8 1 -1 0 1 ). Para ser justos con los
hombres del 37, debe señalarse que, al m en o s en teoría, desaprobaron
la im itación servil de Europa y lo s E stados U nidos, de la que los
acusan lo s nacionalistas actuales, tanto en s í m ism os comoensiis
antepasados unitarios. P or ejem p lo Echeverría, en su poema "0
regreso”, com pu esto en 18 3 0 , p o c o desp u és de su regreso a1>
Argentina de Europa, escribe:
176
M is adelante elogia a los insurgentes argentinos d e 1810,
quienes “C on rara osadía / el fanatism o y la op resión h ollaron ” ,
liberando así a un h em isferio entero de un “ largo y degradante
cautiverio” (O C , 736 -7 3 7 ).
Sarm iento mostró parecida am b ivalen cia hacia Europa y lo s
Estados U nidos durante su prim er viaje m ás allá de las fronteras de
la Argentina y C hile. Francia fue su m ayor d esilu sión . A l llegar a Le
Havre en 1846, un año d espu és de term inar lo escan d alizó
la codicia de lo s franceses pobres: “ ¡A h, la Europa! T riste m ezcla
de grandeza y de ab yección , de saber y de em b ru tecim ien to, a la v e z
subí i me y su cio receptáculo de todo lo que al hom bre e le v a o lo tiene
degradado, reyes y lacayos, m on um entos y lazaretos, op u len cia y
vida salvaje” ( iajes,I, 146). H orrorizado por la in cficic n c ia y la
V
mezquina corrupción de los burócratas fran ceses, se refiere a e llo s
cn u n a o c a sió n co m o “ a n im a lc sc n d o s p ic s ” ( 1 ,176). E sp ecialm en te
irritante era la ignorancia y el desinterés que lo s p o lítico s fran ceses
mostraban h acia A m érica latina (I, 1 7 3 -1 7 5 ). Una tarde en la
Cámara de D iputados francesa bastó para co n v en ce rlo d e q ue el
gobierno era p oco m ás que una “turba de c ó m p lic e s ” y lo e stim u ló
a escribir una ton nentosa, y h o y divertida, lista de reco m en d a cio n es
mediante la cual Francia podría redim irse (I, 1 8 0 -1 8 8 ). A u n q u e
nunca dejó de admirar a Francia co m o cap ital cultural d el m u n d o,
dejó el país con ven cid o d e que la A rgentina d eb ía b uscar sus
m odelos en otra parte. Italia, com o Francia, lo cau tivó co n su b e lle z a
y su sentim iento del pasado, pero tam p oco en con tró m u ch o en lo s
italianos o en la Italia con tem p orán ea que pudiera con tribu ir a la
construcción d e la n ueva A rgentina.
Suiza y A lem an ia fueron otra cosa. E scribe: “T raíam e triste y
desencantado hasta en traren S u iza el repugnante esp ectá cu lo d e la
m iseria y atraso de la gran m ayoría d e las n a cio n es. En E spañ a h abía
visto en am bas C astillas y la M an ch a, un p u eb lo feroz, andrajoso y
endurecido en la ign oran cia y la o cio sid a d : lo s árabes en Á frica , m e
habrían tom ad o fanático hasta e l exterm in io; y lo s italian os en
N ápolcs m ostrád om c el ú ltim o grado a q u e p u ed e d escen d er la
dignidad hum ana bajo d e cero. ¡Q ué im p ortan lo s m o n u m e n to s d el
gen io en Italia, si al apartar d e e llo s lo s o jo s que lo s co n tem p la n ,
caen sobre el p u eb lo m en d ig o q ue tien d e la m a n o ... L a S u iza ,
empero, m e ha rehabilitado para el am or y e l resp eto d e l p u e b lo ,
bendiciendo en ella, aunque hu m ild e y p obre, la repú b lica q u e tanto
sabe en n o b lecer al hom bre” (II, 2 2 0 -2 2 1 ). E n A lem a n ia en con tró
m ás todavía q u e alabar, em p eza n d o c o n e l sis te m a d e e d u c a c ió n
177
publica prusiano que, en su opin ión , había alcanzado “el bello
que pretenden realizar otros p ueblos” (II, 2 2 7 ). M ás adelante, ¿í
marcado contraste con su susp icacia resp ecto d el voto populares?»
Argentina, declara que "la Prnsia. gracias a su inteligente sistemad!
educación, está m is preparada que la Francia m ism a para la vj^
política, y el voto universal no s e n a una exageración donde todasl^
clases de la sociedad tienen el u so d e la razón, ponqué la tia^
cultivada** (II, 229).
El último tramo d el viaje lle v ó a S arm iento a los Estada
Unidos, donde visitó N u eva Y ork, B o sto n y W ashington, y viajó
por el M edio O este hacia e l norte, y h acia e l sur p or los ríos Ohioy
Mississippi. Escribe que dejó lo s Estados U n id o s “triste, pensativo,
complacido y abismado; la m itad d e m is ilu sio n es rotas o ajadas,
mientras que otras luchan con e l raciocin io para decorar de nuevo
aquel panorama imaginario en que encerram os siem pre las ideas
que no hem os visto, com o d am os una fiso n o m ía y un metal de voz
aun amigo que sólo por cartas co n o c e m o s ’* ( Viajes , III, 7). Pero,a
despecho de estas restricciones in ic ia le s, el diario de viaje de
Sarmiento indica que sus im p resiones d e lo s recursos norteameri
canos,sus transportes fluviales y ferroviarios, su gobierno, educación,
tecnología, industria, p u eb lo y p o lític a d e inmigración son
abrumadoramente favorables, que e l p aís l o im presionó como‘la
altura de civilización a que ha lleg a d o la parte m ás noble de la
especie humana” (in,9). Inclu sive ap o y ó la guerra expansionistade
los Estados Unidos contra M é x ic o , afirm and o q ue una vez que
Canadá y M éxico estuvieran bajo la s Barras y Estrellas, “la unión
de hombres libres principiara en e l P o lo N o rte para venir a teiminai
por falta de tierra, en el Istm o d e P an am á” (III, 14); es ésta una
postura que lo distancia n etam ente d e la m ayoría d e los latinoa
mericanos, quienes, igual q ue E m er so n , L in c o ln y Thoreau, reco
nocían la guerra de lo s Estados U n id o s con tra M é x ic o como lo que
era; una vergonzosa rapiña d e tierras p o r c a u sa d e la cual México
perdió la mitad de su territorio.
El más sostenido uso de lo s E sta d o s U n id o s co m o modelo de
referencia para la A rgentina, en la obra d e Sarm iento, está en
Argirópolis, un libro breve escrito e n 18 5 0 ; en é l, a la v e z que ataca
a Rosas, esboza un program a para u na A rgen tin a postrosista-
Dedicado a Juan José d e U rquiza, e l c a u d illo progresista de Entre
Ríos que con el tiem po destronaría a R o sa s (y q u e probablemente
no leyó el libro de Sarm iento), A rg iró p o lis reform ula temas que ya
estaban en el Facundo: la n ecesid ad d e d esreg u la r la navegación de
178
los ríos, el libre com ercio, m ejores e scu ela s, inm igración, gobierno
institucional, y todo lo dem ás. Pero tam bién afirma que
la Argentina está destinada a s e r lo s E stados U nidos de Sudam érica,
y debería incluir a U ruguay y P a ragu ay... sien d o ésta una idea que
ha llevado a no pocas g ü e ñ a s ( CX
O, III, 3 1 -3 7 ).
ciudad capital, com o W ashington D O , debería alejarse de B uenos
Aires, hacia un sitio m ás central del territorio. S a rn ien to elig ió la
Martín García, una dim inuta isla infestada de m osqu itos ubicada en
el punto donde con flu yen los ríos Paraná y U ruguay. Sarm iento
nunca había estado allí, pero co m o M artín G arcía estaba cerca del
centro geográfico de su país im aginario, le p areció bien al verla en
el mapa. Una v ez m ás, esta propuesta queda ju stificad a m ediante
constantes referencias a los Estados U nidos 4 2 -53).
en palabras de B unklcy, es “típica d el p en sam ien to de Sarm iento.
Se trata de un plan con cebido d el principio al fin en abstracto. U n
proyecto intelectual, m u y alejado d e la realidad” (3 2 2 ). Argirópolis
también muestra hasta qué punto Sarm iento creía que el d estin o m ás
exaltado de la A rgentina era v o lv e rse una im agen de lo s E stados
Unidos al otro extrem o d el h em isferio.
Fue así que, aunque E cheverría, A lbcrdi y Sarm iento en co n
traron mucho que criticar en Europa y lo s E stados U n id os, cuando
llegó el m om ento de dar sustancia a sus d eclaracion es de in d e
pendencia de la cultura europea y norteam ericana, n in gu no d e lo s
hombres del 37 recon oció gran co sa en la A rgen tin a q ue pudiera
definirse com o p ositivo y ú nico. D e h ech o , lo q ue era p ecu liar de
América, glorificado en e l am ericanism o d e A rtigas e H id algo, era
para ellos un obstáculo al progreso. T am p o co avizoraron ninguna
misión especial o p oten cial pecu liar para su país; bastaba con
transplantar Europa e im itar a lo s E stados U n id o s. E n co n secu en
cia, no puede sorprender que al p en sar una estructura para su
nueva Argentina, n o pudieran salir d e lo s m o d elo s ext'anjeros y
crear instituciones propias para el p aís. Entre lo s hom bres d el 3 7
y sus descendientes culturales, co m o su c ed ió co n sus an tece
sores morenistas y rivadavianos, la im itación d e la cultura euro
pea y norteamericana sig u ió sien d o se llo d e refinam iento. A ntes
que forjar una nueva identidad libre d e gu ías eu rop eas, la G e n e
ración del 37 y su p rogen ie in telectu al en gran m ed id a sustituyó
una tutela cultural por otra; lo que había h ech o España ahora lo
hacían Francia, Inglaterra y lo s E stados U n id os. P or lo dem ás, las
letras argentinas en su corriente principal segu irían adorando a
Europa hasta el presente. En nin gú n tramo d el p en sam ien to argen-
179
treme a Europa
s s í s s a i 'S
pa sonaba a p reten cioso. Para lo s argentinos educados! s o n í
cultura. ’ 1
La reverencia d e la G en eración del 37 hacialaEuropadclm^
y los Estados U nidos contrasta agudam ente con su dcscnvoli^
para hacer a un lado a España. Para lo s hombres del 37, España Lt
la cuna de la barbarie, la hija atrasada de Europa, el pariente pobn¡
que conviene evitar a cualquier costo. U na actitud tan patricia
difícilmente podía construir una au toconfianza nacional. De hecho,
una de las corrientes in telectu ales m ás importantes de este siglo.el
movimiento de la hispanidad q ue em p ieza a comienzos ac sigloy
ñgura de modo prominente en la suba al poder del nactona isrno, i
estuvo apuntada esp ecíficam en te contra e l prejuicio anti isp co 1
de los liberales del siglo pasado. . n P,,rnrv. „
~ Pero, aunque lo s h om bres d el 37 m.raron a & « J » ! I
Norteamérica en busca de m odelos culturales, al pare .
como Mariano Moreno y lo s rivadavianos antes que ’
resto de América latina debía aprender d e la A rgén in . >
en Argirópolis,afirma que la Argentina está destina
Américalatina.aunqucmásnoseaporvirtuddesum > P
de origen europeo. Hasta A lberdi, por lo general más s
estas materias, proclam óala A rgentina lídernatural deSudan
En un panfleto escrito en 1847 para conm em orar la Revolución de
Mayo, titulado La República Argentina 37 después de su
Revolución de Mayo, escribió:
180
Alróidi llega a elogiar A R osas por unificar el país, "un mal y
\m remedio a la W'í‘\ y sugiero míe un dictador así podría ayudar a
otros A tad os sudamericanos en su evolución retrasada. Pero se
apresura a agregar que la grandeva de Rosas, por matizada que sea,
ooes suya propia, sino de la Argentina. "que desde los primeros días
de este siglo n m va dejo de hacerse espectable, por sus hombres y
persas hechos" fifi. ~~ó). A llvtxli matiza también su elogio de la
Argentina atribuyendo su grandeza a su poder de imitación: “Co
mo la más próxima a la Europa fia Argentina) recibió más pronto el
indujo de sus ideas p rogresivas,,. (es el) futuro para los Estados
menos vecinos del manantial transatlántico de los progresos ame
ricanos, lo que constituía el pasado de los Estados del Plata” (III,
233). En este sentido, la Argentina buscó ser una guía para América
latina, peto no com o fuerza destinada a cantbiarcl mundo, descartar
los viejos m étodos europeos y crear una nueva Jcrusalén en la que
todos los pueblos buscarían luz y saber. N o. Alberdi en 1847, com o
los rívadavianos, cree que Am érica latina debe seguir a la Argentina
porque la Argentina es una buena imitación.
En la confesada intención de la Generación del 37 de imitar y
recrear m odelos extranjeros, hay una profunda ironía, pues sus
escritos constituyen un notable testim onio de la creatividad argen
tina (y latinoamericana), y una creatividad que desafía los m odelos
literarios e intelectuales europeos a cada frase. N o hay m ejor
ejemplo que e l Facundo de Sarmiento. S e han vertido mares de
tinta tratando de decidir si e l Facundo debe catalogarse bajo el ru
bro historia, sociología, biografía, ensayo o alguna otra categoría
inventada para las letras europeas. D em asiado desconfiablc e
indocumentado para ser historia, dem asiado intuitivo para ser
sociología, dem asiado ficticio para ser biografía, y dem asiado
histórico, biográfico y so cio ló g ico para ser un ensayo, Facundo
crea su propia género. N o es m ás fácil etiquetar la orientación
ideológica del libro: los críticos, incluyendo algunos de la genera
ción de Sarmiento, siguen pensando que es fundamen
talmente una obra romántica. Aunque alguíros”clem cntos del libro
reflejan el im pulso rom ántico, especialm ente en la preferencia d el
autor por la prosa apasionada y la intuición personal por encim a
de los hechos com probables e s en otros aspectos esp e
cíficamente antirromántico: encuentra en la tierra una fuente de
mal, desconfía antes que glorifica la tradición popular, convierte a
los hombres fuertes en tiranos antes que en héroes, y sus aspiracio
nes son claramente internacionales, m ás que nacionales. En resu-
181
m c n , c o m o m u c h a lite r a tu r a la tin o a m e rica n a , que d e * ,»
c a s c o lo n ia le s e n a d e la n te s e h a a ten id o a sus propios
F acun do e x ig e u n a c o m p r e n s ió n n u e v a d e lo que c ü r s ¿
lite r a tu r a C o m o o b r a lite r a r ia , F acundo, del m ism o modo q * v
p u e b lo s m e s tiz o s q u e e l a u to r d ep lo ra b a , recoge como un ir
lo s m a tic es v a ria d o s d e in f lu e n c ia eu rop ea y novedad am en i*
e n u na obra d e in m e n s a o r ig in a lid a d . En resumen, Facundo^'
in co n ce b ib le sin e l g e n io p e c u lia r d e Sarm iento y la com ¿¡
intrusión d el N u e v o M u n d o er o sio n a n d o los modelos
ta cio n a lcs d esa rro lla d o s e n E u rop a. Q u é ironía que un texto
la noved ad en el c a m p o d e l d is c u r s o literario deba denigrar*^
A rgentina au tó cto n a y p r e d ic a r u n a s u m isió n imitativa a
culturales extran jeros.
Pero m ás q u e o r ig in a l, F a cu n d o e s profètico, pues
aspectos m ás d is tin tiv o s d e la fic c ió n latinoamericana conterrà
ránea: co m o lo h a c e C ien a ñ o s d e so ld e d a d de García Márquez,
Facundo abrum a al le c to r c o n u na vertigin osa abundancia &
d etalles a través d e lo s c u a le s e l au tor pin ta en anchas pinccladisd
retrato de tod o un p u e b lo ; c o m o e n L o s p a s o s perdidos y El
las luces d e C arp cn ticr, F a cu n d o d e sc r ib e m arcos temporales sin
crónicos que c o e x is te n e n la v id a p rim itiva de las pampas, el
esco la sticism o c o lo n ia l d e C ó r d o b a y la s pretensioncseuropcíz 2n!£s
de B uenos A ires, q u e sie m p r e s e h a co n sid era d o la París sudame
ricana; co m o en La V o rá g in e d e J o s é E u stasio Rivera y Peáo
Páram o d e Juan R u lfo , F a c u n d o e v o c a la presencia corruptora e
ineludible d e la n atu raleza in d ó m ita ; c o m o en El otoño del pa
triarca d e G arcía M á r q u ez , L a m u erte d e A rtem io Cruz de Carlos
Fuentes, E l seño r p r e sid e n te d e M ig u e l Á n g e l Asturias y Yo t!
supremo d e A u g u sto R o a B a s to s, F acun do explora la psicología
d e lo s ca u d illo s y s u s s e g u id o r e s , s e g ú n lo analiza agudamente
R oberto G o n zá lez E ch evarría e n su artícu lo “T h e Dictatorship oí
R hetoric / T h e R h etoric o f D icta to rsh ip : C arpentier, García Már
q uez and R oa B a sto s” . L o s n a c io n a lista s d e h o y que denuncian a
Sarm iento co m o un im ita d o r a la b u sca d e m o d elo s extranjeros,
lo Icen d em asiad o litera lm e n te y n o cap tan las notables contra
d icc io n es entre las c o n fe s a d a s in te n c io n e s sociop olfu cas de Sar
m iento y el libro q u e e s c r ib ió en realid ad : m ientras Sarmien
to predica la im itación en la e c o n o m ía y el gob iern o, escribe un
libro que burla to d o s lo s m o d e lo s extran jeros; mientras quiere
exp lícitam en te q u e la A rgen tin a se a c o m o lo s p a íses m ás orane*
sistas d e su tiem p o, su libro s e aparta claram en te del impSfO
182
romántico de sus contem poráneos; m ientras Facundo e s denun
ciado aun hoy por los nacionalistas com o obra d e un cip ayo, el
libro anticipa los aspectos m ás origin ales d e la ficción latinoa
mericana contem poránea. Si bien no p od em os ignorar ni la inten
ción de Sam iiento ni el efecto que pudo tener su libro en lectores
literales, Facundo sigu e sien d o una obra de asom brosa y profètica
creatividad. Sin em bargo, aun con toda su originalidad, no puede
olvidarse este hecho lam entable: lo s hom bres del 37 en última
instanciase preocuparon m ás por recrear Europa en el C ono S urque
por desarrollar un país n uevo que m ezclara lo m ejor del V iejo y el
Nuevo Mundo.
183
n a lisla , a n tilibcral y a n tico lo n ia l, d e izquierda y de derecha h
desacreditado.sistemáticamente aloshombresdel 37,conSarmiém1
co m o b la n co prin cipal d e lo s ataques. El fervor antisarmicntino!
a lg u n o s Círculos lle g ó a ser tan rid ícu lo q ue en 1978 el gobiemori!
la p ro v in cia d e N cu q u én p roh ib ió la lectura de Sarmiento en ¿
e s c u e la s p ú b lica s.
, S ó lo e l p reju icio m ás c ie g o podría n egar que en la Genera-
c ió n d e l 37 h ay m u ch o q u e elo g ia r. T an to sus miembros como
[ su s su c e s o r e s id e o ló g ic o s d ia g n o stica ro n c o n inagotable energía
la “ barbarie” d el p aís, p en saron s o lu c io n e s , c hicieron todo lo
p o sib le por m eter a la A rgen tin a en lo s m o ld es “civilizados” con
lo s q u e soñaban. En el co m b a te co n la barbarie de los espacios
v a c ío s, usaron a lo s gau ch os para m alar in d ios, liberando así
vastas ex ten sio n es d e tierra q u e fu eron parceladas, cercadas con
alam bre de púa y d istrib u id as en parle a c o lo n o s , pero en mayor
m edida a lo s grandes esp ecu la d o re s d e B u en o s A ires. Para comba-
tir la barbarie de la d istan cia, atrajeron a in versores e ingenieros
extranjeros, en su m ayoría in g le se s, para que cruzaran el país
con líneas de telégrafo y con stru yeran e l m ejor sistem a ferrovia
rio de A m érica latina. Para com b atir la barbarie de los caudillos
populistas in stitu yeron una p o lítica electo ra l q ue permitía el de
bate y la e le c c ió n libre entre la elite, con servan d o el derecho de
“ intervenir” a llí d on d e “la arbitrariedad p op u lar” amenazara sus
planes. Para com b atir la barbarie d e la ign oran cia construyeron
literalm ente cien to s d e es c u e la s p ú b lica s en la s que ocuparon
p uestos lo s recién grad u ados de e s c u e la s n o rm a les, que le darían
a la A rgentina el porcentaje d e a lfa b e tism o m á s alto del conti
nente. D e h ech o , lo s q u e h o y critica n a S arm iento probable
m ente aprendieron a h acerlo e n la s e s c u e la s q u e él fundó. Para
com batir la barbarie d e la raza, in stitu y ero n p o lítica s que con el
tiem po atrajeron a m illo n e s d e in m ig r a n te s a la s costas argen
tinas, aunque la m ayoría d e lo s r e cién lle g a d o s resultaron ser
italianos y e sp a ñ o le s en lu gar d e s u iz o s y ale m a n e s. Para com
batir la barbarie d e la p o b r eza ex p a n d ie r o n la econom ía sem
brando gran d es e x te n s io n e s d e tierra v ir g e n c o n trigo y sorgo,
a la v e z q u e abrían la s p uertas al c o m e r c io y la inversión, prin
cipalm en te d e G ran B retaña. A u n q u e lo s p r in c ip a le s beneficiarios
de sus p o lítica s e c o n ó m ic a s fu eron terra ten ien tes, comerciantes y
abogados (y p or su p u esto in g le s e s ), lo s o b reros tam bién alcan
zaron un n iv el d e v id a m ás a lto q u e s u s con trap artidas del resto
de A m érica latina. Para c o m b a tir la b arb arie d e lo s ejércitos popu-
184
listas, fundaron academias militares para profesionalizar las fuer
zas armadas.
El éxito práctico de estos programas es tema de amplia
discusión, cuyo tratamiento excede los lím ites de este estudio. M is
pertinente a nuestro propósito es el legado ideológico que dejaron
los primeros liberales argentinos, gran parte del cual hoy parece
lamentable. En primer plano está la relativa modestia del objetivo
final, de la principal ficción orientadora: traer Europa al Cono Sur.
En lugar de crear algo bueno, de construir una nueva Jcrusalén que
fuera un faro para las naciones del mundo, se limitaron a tratar de
recrear Europa y Norteamérica en la Argentina, de ser un faro sólo
para el resto de Latinoamérica, no com o una idea nueva sino com o
una imitación afortunada. Quizás tres siglos de colonialism o, con
ojos vueltos a Europa, hicieron inevitable ese m odo de pensar. Pero
el resultado fue asfixiar la inventiva y recompensar la im itación, y
probablemente ahí esté la clave de la cualidad peculiar de reflejo
que tiene mucho de la alta cultura argentina, especialm ente en
Buenos Aires. Aun algunos de los aspectos más originales de la
cultura argentina (el folklore, el tango, las discretas subversiones
borgeanas de las premisas literarias y cognitivas de O ccidente)
fueron reconocidos en la Argentina sólo después de que hubieran
sido apreciados en Europa. -i
No menos dañina que la explícita recom endación de la G e
neración del 37 de establecer Europa en A m érica, a m enudo a
expensas de un sentim iento de destino nacional, es una corriente en
sus escritos que podría describirse com o una metáfora subterránea
de malestar nacional, la idea de que el país está tan en fen n o que sólo
pueden funcionar con él las curas drásticas, ya sea la cirugía violenta
de erradicar porciones de la sociedad (indios, gauchos o “ subver
sivos") o la inserción de tejido sano en forma de inmigrantes
extranjeros. Estas ideas probablemente subyacen a la predisposición
en la historia moderna argentina a aceptar cam bios radicales, desde
la reprcsiónmilitaral populism o m csiánico, com o hechos necesarios,
incluso naturales, para resolver problemas. Tam bién ha hecho de la
economía argentina la m ás sujeta a experim entos y manipula*, .on es
en el mundo, con resultados desastrosos. Cualquiera que sea el
viento que sople en doctrina económ ica, d esde Londres, C hicago o
París, encuentra en la A rgentina un inm ediato y bien d ispuesto
laboratorio.
Un corolario a la metáfora de la enferm edad e s la m etá
fora de la incurabilidad. Cuando la G eneración del 37 exp lica e l
185
fracaso en términos de la tradición española, la raza y la
racial, sugieren que la enfermedad es un resultado inescap¿
del pasado, la tierra y la etnia. Si la enfermedad es incurable^
hay soluciones y nadie es culpable de lo que salga mal. Abuv ¿
representantes de este pensamiento entre los pensadores i¿
rales argentinos. En 1885, por ejemplo, Eugenio Cambaccj^
publicó En la san gre, una novela basada en ideas de da
mo social c inadecuación racial como explicación de los ¡¿
blcmas argentinos. En 1899, el doctor José M ana Ramos Mej^
llamado “ el padre de la psiquiatría argentina” , publicó un p ^
fleto supuestamente científico contra el carácter argentino, tita,
lado Las M asas A rgentinas: Un E stu d io d e P sicología Colecti
va, donde postula que las clases bajas argentinas, nativas e inmi
grantes se combinan para formar los g u a ra n g o s, término que
abarca lodo lo vulgar, chabacano e ignorante y, según Ramos
Mejía, inmejorable (véase Salcssi, “ La intuición del rumbo”,
69-71). En nuestro siglo, el adepto más importante de la me
táfora de la enfermedad incurable sigue siendo el todavía in
fluyente Ezcquicl Martínez Estrada, que en 1933 publicó/to-
diografía d e la p a m p a , libro en el que desarrolla de nuevo ideas
sarmicntinas de fallas congénitas en la tierra, la herencia culturaly
la raza que predestinan a la Argentina al fracaso. La gente en las
calles expresa el mismo sentimiento con la ubicua frase “ Este país
no tiene arreglo” .
Por últim o, la rígida polaridad de la retórica de la Gene
ración del 37, especialmente en las irreductibles dualidades de
Sarmiento, dejaron un marco poco servicial para el debate por
que impide toda media tinta o acuerdo. Los hombres del 37
describieron a su país en términos de oposiciones binarias: Es
paña contra Europa, campo contra ciudad, absolutismo español
contra razón europea, razas oscuras contra razas blancas, catoli
cismo de la Contrarreforma contra cristianism o ilustrado, hom
bre del interior contra hombre del lito ra l, educación escolástica
contra educación técnica, y, como eslogan abarcador, Civiliza
ción contra Barbarie. Aunque no faltaron en la Generación del 31
las voces piadosas reclamando la reconciliación, su sentimiento
del acuerdo productivo fue saboteado por el odio a Rosas y sus
seguidores de la clase baja, hecho que inevitablemente militó
contra la retórica inclusiva. Cuando un lado es tan correcto y el
otro tan erróneo, el acuerdo y la inclusión se vuelven sinóni
mos de renuncia y pecado. Hasta A lb e rd i, el más conciliador del
186
grupo, cae con frecuencia en una retórica que divide en lugar de
sintetizar, lo que implica que las soluciones sólo pueden venir de
la eliminación de una de las partes para que sobreviva la otra.
Los hombres del 37 describieron la división. En un sentido real,
la división sigue siendo su legado más influyente y menos afor
tunado.
187
Capítulo 7
188
Siempre magistral en el despliegue de gestos, Rosas se ocupó de
mantener su fachada vigorosa renovando sus reclamos sobre el
Uruguay y el Paraguay. Pero estas medidas lograron poco, ya que
hasta sus partidarios estaban cansados del gasto y las conscripciones
forzadas de la guerra.
Además de la decadencia interna del rosismo, los años 1849-
1850 vieron nuevos movimientos por la autonomía en el interior,
cuando algunas provincias federalistas admitieron en voz alta que
el supuesto federalismo de Rosas no era más que una máscara de la
hegemonía porteña. Las primeras grietas del edificio resista se
hicieron visibles cuando Angel Vicente Peñaloza, caudillo de La
Rioja, y Justo José de Urquiza, caudillo de la próspera Entre Ríos,
sumaron a su ritual apoyo a la reelección de Rosas un pedido de
reorganización nacional bajo gobierno constitucional, palabras que
Rosas consideraba antitéticas a su estilo personalista. Volvía a la
superficie, además, el resentimiento por el monopolio aduanero de
Buenos Aires, sobre todo en el litoral, un área potencialmentc tan
rica como Buenos Aires. Al mismo tiempo, las nuevas industrias ,
derivadas de la lana habían atraído a inmigrantes vascos, gallegos
c irlandeses, quienes, a diferencia de los estancieros y los peones
criollos, no sintieron una lealtad automática hacia Rosas (Scobie,
La lucha, 19).
No obstante, el resentimiento provinciano no bastó para sa
cudir al dictador. El golpe adicional que se necesitaba para ello
vino en octubre de 1850, cuando Brasil, cansado de la intromisión
de Rosas en el Uruguay y su rechazo a permitir la libre navegación
del Río Paraná, rompió con Buenos Aires y formó una alianza con
el Paraguay. En Entre Ríos, Urquiza, alentado por la acción del
Brasil, sorprendió a todo el mundo rechazando renovar su pacto
con Rosas y entrando en acuerdos con el Brasil y el Uruguay..,
Poco después se rebelaba contra Rosas colaborando con el Brasil
en la remoción del gobierno uruguayo, favorable a Rosas. La
defección de Urquiza fue un golpe importante para Rosas. Pues
no sólo el caudillo de Entre Ríos era el más poderoso y respetado
de los líderes provinciales; también disponía de un gran ejército
que había sido equipado por el mismo Rosas como contención
de los exiliados unitarios en el Uruguay. Sabiendo que el conflicto
con Rosas era inevitable, Urquiza siguió sumando tropas hasta
llegara los veinticuatro mil hombres, incluyendo diez mil de sus
propios soldados y otros catorce mil voluntarios de otras pro
vincias, Buenos Aires, Brasil y la comunidad de exiliados en el
189
U ru gu a y. Fue el ejército más grande reunido nunca en sue)
merícano. e°$i%
Los intelectuales unitarios, in clu id o Sarmiento, corn
unirse a la campaña de Urquiza. Pero la alianza que form an5
incómoda, desde el punto de vista unitario, pues UrquizJí5'3
colaborado demasiado tiem po con Rosas y estaba demas’ 3
identificado con los demás caudillos como para que pU(¿a(l0
confiar en él. Sarmiento en especial se llevó mal con el caud?
cntrerriano. Ya irritado porque U rquiza no hubiera hecho dc!°
A r g ir ó p o lis el catecismo de la nueva Argentina, Sarmiento q j!
más desanimado cuando U rquiza lo nombró cronista oficial dejg
campaña, sin darle mando de tropas. Aunque Sarmiento no tenía
experiencia m ilitar, creía que sus campañas periodísticas contra
Rosas le daban títulos para aspirar a una m ayor gloria en la lucha
m ilita r contra el dictador.
Los ejércitos de Rosas y U rquiza chocaron en Caseros, cerca
de Buenos Aíres, el 3 de febrero de 1852. Aunque militarmente
habría sido más correcto que Rosas fuera a esperar a las tropas de
Urquiza lejos de la ciudad, la baja m oral de sus hombres le impidió
mandarlos lejos, donde no pudiera vigilarlos. Los hombres de
Urquiza, con ayuda de soldados brasileños, derrotaron alas hiera
de Rosas en menos de medio día. Temiendo por su vida, Rosas
redactó una precipitada renuncia a la Legislatura, se disfrazó de
gaucho y huyó a la casa del encargado de negocios inglés, capitán
Robert Gore. De ahí, él y su fa m ilia fueron transferidos al
C on flict para su viaje al exilio. Rosas se instaló en Inglaterra en una
pequeña granja cerca de Southampton, donde pasó su vejez en la
soledad y la autocompasión. Hubo resistas, sobre todo entre las
clases populares, que siguieron siéndole fieles, pero la mayoría de
sus seguidores ricos, incluyendo a su prim o Nicolás de Anchore-
na, se apresuraron a hacer las paces con los nuevos gobernantes,
demostrando una vez más que el dinero, y no los principios, erasa
preocupación m ayor (Scbreli, A p o g e o , 203-206). Irónicamente.
Urquiza se v o lvió el principal defensor de Rosas en la Argentina. N°
sólo trató (inútilm ente) de proteger la propiedad de Rosas contra
confiscación; también le envió al exiliado dinero para su man#11
ción (Lynch, 341-343). e
Urquiza también sorprendió a sus detractores mostráno^
como un político sensato y pragm ático, dedicado a mantener
orden mientras unificaba el país bajo una Constitución. Aund
algunos resistas fueron ejecutados y otros fueron desterrad01
190
Urqui/a se las arregló para impedir la marea de lerruilMnto que
podría haber cubierto al país, y envió a sus mejores soldarlos en
ayudado la policía porten» para Impedir saqueos íScoble.^r In c lu í,
23). Además, sabiendo que nhigón gobierno nnclonnl podía triunfar
sin la cooperación de los gobiernos provinciales y sus caudillos, se
identificó con la causa ríe los derechos iguales para las ptovlncias,
y dio a entender que bt\jo su gobierno no habí fu purgas, lio una
palabra, lo que ofrecía era un federalismo real para remplazar el
simulacro porteño que había sido el resismo.
Estas concesiones no les cayeron bien a muchos unitarios,
incluido Sarmiento, que quería hacer tabla rasa con todos los
colaboradores de Rosas. Ya descontento porque Urqui/a no hu-
i biera querido darle un papel más importante en el nuevo go*
bienio, Sarmiento se indignó porque Urqui/.a y sus seguidores
siguieran usando la insignia roja del federalismo. Con el tiem
po, Sarmiento le presentó una condolida renuncia a su cargo a
Urquiza, no sin reprocharle haber disipado "toda la gloria que
por un momento se había reunido en torno de su nombre" ( ,
XIV, 59). Con su vanidad herida, se embarcó para el Brasil a
fines de febrero de 1852, donde inmediatamente lanzó su campa
ña contra "el nuevo Rosas". Fue también durante este exilio que
tomaron forma las ambiciones presidenciales de Sarmiento. Sin
el menor rastro de modestia, instruyó a su confidente y partidario
Juan Posse: "Preséntame siempre como el campeón de las provin
cias en Buenos Aires; y como el provinciano aceptado por Bue
nos Aires y las provincias, vínico nombre argentino aceptado y
estimado de todos: del gobierno de Chile, del de Brasil, con quien
estoy unido en est recita relación, del Ejérci to, de los federales, de los
unitarios, fundador de la política de fusión de los partidos, como
resulta de todos mis escritos" (citado en Bunkley, 3(X)). De esta
estrategia surgió el lema con que el mismo Sarmiento se definió:
"Provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias", título del
libro de autopublicidad que escribió varios años después (OC, vol.
XVI). Tras una cotia estada en Río de Janeiro, Sarmiento partió a
Santiago de Chile, desde donde seguiría luchando contra "el nue
vo Rosas".
Para Urquiza, lograr algo parecido a un gobierno de orden era
infinitamente más urgente que atenderá la sensibilidad de Sarmiento.
Para aplacar los temores porte ños de que era un bárbaro provinciano
dispuesto a imponer la ley gaucha sobre la culta capital, asumió el
lema "Ni vencedores ni vencidos", y preclamó una amnistía ge-
191
n e ra l co n “ con fra te rn id a d y fu sió n de todos lo s partidos” (citadocq
B osch, U r q u iz a y s u ,tiem
o227). N o m b ró un gobiern
p
in te rin o que, fie l a su o b je tivo de re co n c ilia c ió n , incluyó a Valentín
A ls in a , al que el histo ria d o r James R. S co b ic considera “ pertcnc.
cíente a la antigua escuela rivadaviana p a rtid a ria a cualquier costo
de la suprem acía de Buenos A ire s ” (L a lu c h a , 28). Para resolverlos
problem as más graves de la redacción de una constitución nacional,
U rq u iz a nom bró un com ité de d irigentes porteños, provincianos,
federales y unitarios para que decidieran las condiciones de reunión
de una convención constituyente, y p revieran el gobierno nacional
inte rin o . De este com ité surgió el Pacto de San Nicolás, del 31 de
m ayo de 1852, que estipuló que una co n ve n ció n consistente de dos
representantes decadaprovincia redactaría una constitución nacional
que sería ratificada posteriorm ente p o r las legislaturas provinciales,
que la ciudad de Buenos A ires sería la C apital Federal de toda la
Argentina, y no sólo de la p ro vin c ia de Buenos Aires, que los
ingresos aduaneros del puerto serían en consecuencia parte del
tesoro federal y no provincial, y que U rq u iza tendría plenos poderes
para mantener el orden hasta que pudiera establecerse un gobierno
> constitucional: medidas m uy sim ilares alas intentadas por Rivadavia
en 1826 y recomendadas p o s te rio rm e n te p o r Sarmiento en
Argirópolis (Bosch, 248-250; M ayer, A Iberdiy su tiempo, 412-413).
En palabras de Scobie, “ E l acuerdo no constituía una amenaza de
dictadura, sino que era un paso necesario para asegurar el orden
mientras estaba en marcha el proceso de la organización nacional"
_ (Lalucha, 47).
Pese a lo razonable del Pacto, los porteños intransigentes se
negaron a aceptarlo. Los lideraba B artolom é M itre , un nombre
nuevo en la política argentina, h isto ria d o r y creador fundamental de
ficciones orientadoras en la A rg e n tin a (lo que será tema del capítulo
siguiente). Desde su asiento en la Le g isla tu ra provincial, y a través
de su diario recién adquirido, L o s D e b a te s , M itre lanzó una estentórea
campaña contra el Pacto de San N icolás, afirm ando que éste le daba
a Urquiza “ poderes dictatoriales, irresponsables, despóticos y ar
bitrarios” , con los que “ hemos sido despojados de nuestros tesoros"
(citado en Mayer, A lb e r d iy su tiempo,4 1 1 ,4 2 7 ). De hecho, Urquiza
alentó el debate legislativo y la libertad de prensa. Aunque llegado
a un punto, exhausto por las chicanas porteñas, disolvió el congreso
provincial y llam ó a nuevas elecciones; en ningún momento (laqueó
en su apoyo al gobierno constitucional y democrático. Aunque no
podía decirse que éste fuera el com portam iento de un déspota, los
192
maques de Milrc se hicieron cada vez más veliem cn les, apelando al
cspfrllucxclusivlsla portoftoqiicsicmprc había resistido acom partir
el poder y los ingresos aduaneros.
Algunos dirigentes porteños míís sensatos, com o Juan M aría
Gutiérrez y Vicente Fidel López, se manifestaron caballerosam en
te a favor del Pacto. López, en particular, se opuso a la mayoría de
los legisladores de su provincia al decir:
193
Estas frases grandilocu en tes tenían p o co que ver con
hechos. El "triunfo” de B u en o s A ires se debía principalmente J
deseo de Urquiza de evitar e l derram am iento de sangre. Urquj/j
seguía creyendo que, dando un buen ejem p lo , podía poner a los
obstinados porteños de su lado. En e sto se equivocaba. Con el retiro
de Urquiza, B uenos A ires v o lv ía a ser una nación aparte, E|
autonomista A lsina fue nom brado gobernador de la provincia y
Mitre fue su ministro de G obierno y de A suntos Externos, confir
mando así la afirmación de M itre d e que lo s porteños “concurrirían
con todas sus fuerzas" só lo d espués de que hubieran organizado la
Nación en sus propios térm inos.
Pese a la secesión de B u en os A ires, Urquiza reunió un Con
greso Constituyente en Santa Fe a fines de 1852. En su discurso
inaugural, Urquiza declaraba: "Porque am o al pueblo de Buenos
Aires me duelo de la ausencia de sus representantes en este re
cinto. Pero su ausencia no quiere representar un apartamiento para
siempre, es un accidente transitorio. La geografía, la historia, los
pactos, vinculan a Buenos Aires al resto de la nación. Ni ella pue
de subsistir sin sus hermanas ni sus hcim anas sin ella. En la ban
dera argentina hay espacio para más de catorce estrellas, pero no
puede eclipsarse una sola” (citado en U rq u iza y su , 49). La
Constitución quedó completada en 1853, bajo la considerable
inspiración de B ases y puntos de , de Alberdi, aunque éste,
todavía en Chile, no escribió una palabra del texto constitucional
propiamente dicho. Ratificado por todas las provincias salvo Bue
nos Aires, la Constitución de inm ediato se volvió la ley del país,
Urquiza fue elegido el primer presidente constitucional, y la ca
pital federal fue ubicada provisoriamente en Paraná, capital de
Entre Ríos.
D esde Paraná, U rquiza trató h o n e sta m e n te d e organizar una
sociedad progresista. Pasó por en cim a d e l gobierno porteño al
obtener el reconocim iento o fic ia l d e Inglaterra, Francia y los
Estados U nidos, y estab leció un puerto alternativo a Buenos Aires
en Rosario. Inició un programa a m b ic io so para mejorar los trans
portes en el interior, fundó un sistem a d e e sc u e la pública, y trató de
imitar algunas de las in stitu cion es cu ltu rales d e Buenos Aires,
Además de ello, en vió a A lberdi a lo s E stad os U nidos y Europa
como su embajador p lenipotenciario, para asegurar apoyo exterior
y conseguir los m uy n ecesarios créd itos externos. Pero la economía
militó contra su programa, y e l gob ierno d e Paraná se hundió en un
endeudamiento cada v ez m ayor. Sjn las rentas de la provincia mds
194
rica, no tardó en hacerse evidente que ningú n gobierno podría salir
adelante. A dem ás, en la m edida en que el gobierno central perdía
credibilidad por falta de fon dos, lo s cau d illos provinciales se veían
tentados por la campaña incesante d el gobierno porteño por arre
batárselos a Urquiza (S co b ie, La lucha, 6 3 -75)
En contraste. B u en os A ires se em barcó en un período de
construcción que recuerda el período rivadaviano, con escu elas,
teatros, bibliotecas v socied ad es literarias. El gobierno de Buenos
Aires también nom bró a M ariano Balcarce, yerno de San Martín,
como embajador en Europa, d on d een su campaña porla legitim ación
se cruzó m ás de una v ez con A lberdi. Pero, lo m ás importante, con
sujtgricultura va desarrollada y con el control del principal puerto
del país, y las rentas aduaneras, la provincia de Buenos Aires no
carecía de dinero. En con secu en cia, p ese a lo s traspiés en el cam po
internacional, no tardó en hacerse evidente que B uenos A ires podía
vivir más fácilm ente sin las provincias que viceversa. Por lo dem ás,
Buenos Aires nunca ce só en sus reclam os y conspiraciones contra
el gobierno de Paraná. C om o editorializaba M itre en El Nacional,
pese al hecho de que trece d e las catorce provincias apoyaban a
Urquiza, B uenos A ires todavía tenía el “derecho de actuar com o
rectora nacional” (citado en S cob ie, La lucha, 126). En su con sti
tución provincial, ratificada en 1854, B u en os A ires se arrogaba
autoridad sobre el con greso n acion al, sosteniendo que “ B u en os
Aires es un estado con e l libre ejercicio d e su soberanía interior y
exterior, mientras no la d eleg u e expresam ente en un gobierno
federal” (citado en S cob ie, La lucha,127). C on políticas com o
no es sorprendente que la recon ciliación entre B u en os A ires y las
provincias fuera p osib le só lo en lo s térm inos dictados por B u en os
Aires.
El período 185 2 -1 8 5 4 fu e, en ton ces, de una im portancia
decisiva en la historia argentina. V io la derrota d e R osas, la
ascensión de U rquiza a la p reem in en cia, e l Pacto de San N ico lá s, la^
secesión de Buenos A ires d e la R ep úb lica, la con ven ción co n sti
tucional de U rq uizacon las otras trece provincias, y el establecim iento
de dos gobiernos federales, u no en Paraná y otro en B u en os A ires,
ambos con reclam os sobre e l resto del país. T am bién fu e un año
importante en la e v o lu ció n in telectual argentina. En O tile, Sarm iento
y Alberdi se trenzaron en un debate p ú b lico sobre tem as d e im
portancia trascendental en e l con cep to d e la nación, m ientras en
Buenos Aires M itre s e afirm aba co m o e l principal p olem ista y
pensador político. E n e l resto d e este capítulo exam inarem os e l
195
debate Alberdi-Sarmiento; en el siguiente, hablaremos de Mitre
la invención de la historia argentina. *
196
varios amigos favorables a Urquiza formaron El Club Constitucional
de Valparaíso, un grupo de discusión de argentinos exiliados que
usó la organización para oficializar su apoyo a Urquiza. Sabiendo
de la hostilidad de Sarmiento hacia Urquiza, para no mencionar sus
modales polémicos, el club resolvió no invitarlo a participar (Maycr,
Alberdiysu tiempo, 433-437). La noticia de la formación del club
de Alberdiyla revuelta de Mitre contraUrquiza el 11 de septiembre
le llegaron a Sarmiento casi al m ism o tiempo. Furioso con Albcrdi,
Sarmiento no tardó en organizar su propio club, el Club de Santiago,
para apoyar a Buenos Aires y los mitristas. Sus miembros eran en
su mayoría viejos exiliados porteños demasiado débiles para volver
a Buenos Aires. En una carta fechada el 14 de noviembre de 1852
a Félix Frías, Alberdi se refirió al club de Sarmiento com o una
organización de “momias respetables” (citado en Maycr, Alberdi y
su tiempo, 439). Ciego de furia, Sarmiento redactó de prisa tres
panfletos: una carta abierta a Urquiza llamada “Carta de Y ungay”,
el \Qde octubre de 1852; un largo artículo periodístico evaluando
el Pacto de San Nicolás, fechado el 26 de octubre; y un folleto
exaltando la contribución de los nativos de San Juan (provincia
natal de Sarmiento) a la construcción de la Argentina. Aunque se
publicaron en periódicos chilenos, los panfletos estaban dirigidos a
un lector en particular: Juan Bautista Alberdi.
La “Carta de Yungay” despliega lo peor del Sarmiento m ás
irritable e insultante. Para sugerir que Urquiza no es m ás que un
caudillo localista, y no un líder nacional, Sarmiento dirige la m isiva
al “General de Entre R íos”, a continuación de lo cual transcribe una
cita d eFacundocon la que Sarmiento solía defenderse cuando se lo
acusaba de intolerancia: “Entre lo s mazorqueros m ism os hay, bajo
las exterioridades del crimen, virtudes que un día deberían pre
miarse”. Habiéndole asegurado de este m odo a Urquiza que podía
tener algunas cualidades redimibles, Sarmiento n iega cualquier
intento de conciliación preguntando: “ ¿Cóm o disim ularse que su
vida pública anterior requerirá la indulgencia de la historia?” ( ,
XV, 23). Sarmiento al parecer considera con ciliatorio e s e estilo. Lo
que sigue es una falsa acusación tras otra. A cusa a Urquiza de haber
formado el gobierno con “la servidumbre d om éstica” (2 4 ), p ese a
los intentosde Urquiza de incluir unitarios, federales y representantes
de todas las provincias, hasta de B u en os A ires, en la con ven ción
constitucional. Lo critica porno escucharlos consejos de “publicistas
patriotas” que podnan haberlo ayudado a evitar e l error (2 5 ). E n
especial,ledicequcdeberíahaberescuchado al
197
q«c no era otro que Sarm iento mism o (47-49). Concluye llamand
a U iqui/a "un hombre perdido, sin rehabilitación posible", y í
asegura que su único motivo para escribir la “Carta de Yunga/'c¡
“decir la verdad por entero, sin cortapisas, la verdad como scdic¿
cuando tenem os a Dios por testigo en el cielo". Un motivo más
probable aparece una frase después, cuando lamenta que ios
acontecim ientos recientes en la Argentina “me han hecho el
gravísimo mal de forzarme a renunciara mi porvenir”, a loque sigue
la am enaza de adoptar definitivamente la ciudadanía chilcna.cn
caso de que Urquiza no le hiciera caso (51-52). Seguramente
Urquiza habría visto con alivio el cumplimiento de esta amenaza,
Los otros dos panfletos. C onvención d e San N icolás de los Arroyos
y San Juan, sus hom bres y sus a ccio n es en la regeneración
argentina, no agregan nada nuevo a la “ Carta de Yungay". El
primero se limita a repetir la posición portefía de que la provincia
m is populosa debería tener una cantidad proporcional de repre
sentantes, lo que le habría dado a Buenos Aires el control absoluto
de la convención. El segundo ataca a la convención constituycntcdc
Santa Fe por varios motivos, el principal, que los mejores hombres
de la Argentina, de los que Sarmiento se consideraba uno, no eran
parte de ella.
El intento más directo de Sarmiento de comprometer a Alberdi
en un debate, y su ataque más virulento contra Urquiza, es un libro
titulado Cam paña en e l ejército g ra n d e d e Su d , publicado
en varias versiones a fines de 1852.' Escrito de apuro, la
es ostensiblemente una historia de la cam paña de Urquiza contra
Rosas, Pero de hecho es una confusa narración tomada de tres fuente
principales. La primera son los boletines oficiales de guerra que
Sarmiento publicaba para su distribución entro los soldados cuando
viajaba con el ejército. La segunda fuente son sus cartas y diarios
personales en los que registraba sus desacuerdos privados con
Urquiza, a menudo en clara contradicción con los elogiosos bole-1
198
tiñes que estaba publicando oficialmente. Y por último el libro
incluye material nuevo agregado en Chile, consistente en su mayoría
en inflexibles ataques contra Urquiza. Con característica tenacidad,
Sarmiento le dedica el libro a Albcrdi, con la sugerencia de que los
soldados de sillón (como Alberdi) deberían respetar la opinión de
gente más informada (como Sarmiento) quien realmente participó
en la campaña ( CXIV,
O , 78-81). Aunque en la superficie el libro
es una historia del triunfo de Urquiza sobre Rosas, en realidad es un
furibundo ataque al caudillo entrerriano, motivado sobre todo por
el resentimiento de Sarmiento al verse excluido del poder. Estos
motivos se hacen claros en el último capítulo, cuando escribe que
“he querido con (esta) narración mostrar el origen de las ideas que
en diversos escritos he emitido, contra la utilidad, justicia y nece
sidad de levantar de nuevo al general Urquiza. He querido, sobre
todo, disipar las perversas preocupaciones que hombres mal in
formados, por favorecer a Urquiza, amontonan contra Buenos
A ires...” (353).
Para realizar estos fines, Sarmiento presenta a Urquiza como
“un hombre dotado de cualidades ningunas, ni buenas ni malas, sin
elevación moral com o sin bajeza... [sin] ningún signo de astucia, de
energía, de sutileza” (125). M ás adelante es retratado como “un
pobre paisano sin educación”, cuyo gran ejército es poco más que
un “levantamiento en masa de paisanos” (221). Una y otra vez se
refiere a los gauchos que componen el ejército de Urquiza como
“gente de chiripá y mugrienta, que no tenía ni listas de sus cuerpos,
ni podía hablar dos palabras en orden” (221 ). Cuando no está
atacando a Urquiza y ridiculizando a sus seguidores, Sarmiento no
pierde oportunidad de elogiarse a sí mismo y magnificar su con
tribución a la caída de R osas. D e hecho, la autoexaltación de
Sarmiento termina haciendo autobiográfico al libro. El siguiente
pasaje es representativo:
199
profundas; pensando, escrib ien d o y vivien do de la vida feh •
del en tu siasm o y de la lucha. ( , X IV , 63-64.) Dtlt
200
tengo, con una indiferencia afectada, con circunloquios que jamás
he usadohaNaridovvnOohden.Thiers.Uui/ot, Motrilooll mpoiudoi
vk Ihasil.quciíaem üinm a idea, me atajaba a medra palabra" i I 2
Puesto punto es piobablo que Sarmiento ha\a extrañado a Rosas,
al menos el dictador lo habla tomado cu seno.
tXrdo el escaso eoniacio de Sarmiento con los lideres ríe la
campaña, su punto principal de critica son las apariencias ester
ñas. V, predeciblemente, su objeción primordial a Uiqui/u es que
no hace las cosas corno las hacen los eunqvos. No orp.ani/a su
ejercito de acúcalo a los textos militares franceses (228). No
moma \ saluda como un in cíes durante su entrada triunfal en
buenos Aires (2b7). V lo jv o r de lodo, no sabe como vestir. No
solo Utquira no usaba el uniforme a la euro|va (247*248), sino
que pemutía que sus soldados usaran poncho y chiripá, como
gauchos, mientras marchaban bajo la roja bandera de la Federa
ción, no la celeste de los unitarios (268-272). l.a insistencia de
Urquka en usar la insignia roja de la Federación se debió pro
bablemente a un deseo de conservar el apoyo de los gobem a-
dores provinciales, quienes, aunque cansados de Rosas, temían
comprensiblemente a los unitarios porteóos, en especial a los que
volvían del exilio. IX' todos modos, la atención desproporcionada
que le dan tanto Sarmiento como Urqui/a a la cuestión parece un
poco pueril.
Sarmiento, por supuesto, se describe como el ejem plo de
cultura, llamado a imponer normas europeas de gusto exquisito. Do
modo que se enfundó en un uniforme europeo roción hecho, que
debe de haber lucido extraño en las polvorientas pam pas en pleno
verano, y en su tienda militar hacía gala de "un epicureism o re
finado" (214). Y para divertirse le gustaba decirles a los gauchos,
hombres que vivían de a caballo desde su primera infancia, que los
ingleses y franceses eran mejores jinetes (222).
Poco confiable como historia, difam atorio en su tratamiento
de Urqui/a c inconexo como narración, la muestra los
peores aspectos de la com pleja personalidad de Sarm iento. Su
ambición, su desvergonzada autopromoción, su don para el epíteto
y el insulto, su desdén por las clases populares, su fascinación con
Europa y los Estados Unidos, su tratamiento creativo de los hechos,
su incapacidad de reconocer un talento ajen o ... Todo invita a un
juicio duro sobre su autor, que en otros contextos fue un hombre de
lo mis admirable. Y aun así, la C ajrifxiña sigue siendo un libro para
disfrutar. Aun cuando difam a a todo el resto del m undo en el trabajo
201
de elogiarse a sí mismo, Sarmiento sigue siendo un estilista sobe*-
cuyo sentido narrativo y reflexiones ocasionales lo hacen dign0í!°
leer. El libro además provocó otra respuesta: llevó a Albcrdi a ?
debate que devolvería a la vida ciertas ficciones orientador11
argentinas que habían estado dormidas desde los tiempos de Anígf
c Hidalgo. Además, el debate obligó a Albcrdi a reevaluar algunos
de los supuestos de sus B ases y abrazar posiciones que defíniríansu
pensamiento por el resto de su vida.
La respuesta más conocida a la Cam paña salió en forma de
cuatro extensas cartas abiertas escritas en enero y febrero de 1853,
dirigidas a Sarmiento. Tituladas “Canas sobre la prensa y la política
militante de la República Argentina”, son más conocidas como
C artas quillotanas, por haber sido escritas en una casa donde
momentáneamente vivía Albcrdi en Quillota, Chile. Las Cartas
quillotanas marcan un hito significativo en el pensamiento de
Albcrdi, que aquí se aleja del clitismo de la Generación del 37 yse
acerca a posiciones de cuño nacionalista, provincianista y, haslasc
podría decir, populista. De modo que es posible verlas Curtas como
un regreso a intereses que Alberdi enunció ya en el de
1837, donde había mostrado una visión mucho más pragmática de
Rosas. Las C artas también pueden verse como una continuación
del sentimiento provinciano e inclusivo que encontramos en los
decretos de Artigas o en la poesía gauchesca de Hidalgo. En suma,
aunque Alberdi era demasiado cosmopolita para abrazar el populismo
fácil de Saavedra, Artigas e Hidalgo, en las C artas vuelve a co
nectarse con una tradición nacionalista, populista, que había estado
presente en el Río de 1a Plata al m enos desde que Saavedra organizó
la Junta Grande en 1810. Además, el Alberdi de las es mucho
más típico de posiciones que apoyó durante toda su vida. Loque
significa que el libro más conocido de Alberdi, las Bases, es tal vez
el menos representativo suyo.
En las C a rta s, Alberdi identifica un enemigo nuevo: el li
beralismo argentino tal com o se refleja en los viejos unitarios y
en el grupo porteño de M itre. “Yo soy conservador aquí [en Chile]
y conservador allá [en la A rgentina]... allá en acción, aquí por
simpatía” ( O C ,I V, 79-80). Lo que quiere decir con este términ
“conservador” queda claro en pasajes subsiguientes donde re
procha la proclividad de los liberales para el cambio rápido y
su intolerancia con las cosas tradicionalm cnte argentinas. En par
ticular critica la retórica inflam ada de Sarm iento y Mitre, no por
que esté en desacuerdo con sus principios confesos, sino porque
202
usan esos principios para enmascarar la ambición personal. En
una prosa fría y lúcida, tan distinta de los incendiarios párrafos
de Sarmiento, Alberdi encuentra en el liberalismo argentino dos
fuerzas dcscslabilizadoras: ‘‘la prensa de combate y el silencio de
guerra, son armas que el partido liberal usó en 1827; y su resul
tado fue la elevación de R osas y su despotism o de veinte años"
(IV, 12). La referencia, por supuesto, apunta a los rivadavianos
que mediante el periodism o desestabilizaron el gobierno de Do-
rrego y mediante la guerra silenciaron a los detractores, derroca
ron un gobierno constitucional y asesinaron a Dorrego, abriéndole
camino a Rosas para im poner el orden de la dictadura. Más ade
lante Alberdi señala que las guerras liberales fueron en realidad
"guerras de exterm inio contra el modo de ser de nuestras pobla
ciones pastoras y sus representantes naturales (los caudillos)"
(IV, 12). Aquí, en una prosa donde resuena el populismo de Ar
tigas c Hidalgo casi cuatro décadas atrás, Alberdi no sólo sugiere
que los gauchos y su m odo de ser son una parte necesaria de la
identidad argentina, sin o también que ‘‘sus representantes natura
les” deberían detener algún papel en el emergente sistema consti
tucional.
Estas ideas alcanzarían su plena madurez en los ensayos
escritos durante la década de 1860, algunos de los cuales aparecen
en Gratules y pequeños hombres del Plata, una útil colecci
póstunta de trabajos de Alberdi, publicada en 1912. En estos
ensayos tardíos, Alberdi afirma que el caudillo representa ‘‘la
voluntad de la multitud popular, la elección del pueblo". En sus
palabras el caudillism o es ‘‘una democracia mal organizada", y por
ello mejor que la antipopular ‘‘dem ocracia inteligente" que hace
lugar sólo para la m inoría porteña europeizada (Grandes y peque
ños, 197-198). En su tardía apreciación de los gauchos y sus
caudillos, Alberdi señala un alejamiento notable de la condena
racista a los nativos m estizos y el subsiguiente reclamo de inmi
gración, tal com o se v eía en las Bases. Su aceptación del caudillo
ayuda a explicar su apoyo a Urquiza, que era a la vez un gaucho
astuto y un caudillo.
l.a vindicación del gaucho y su caudillo por A lbenii también
se extiende a cu estion es prácticas de política. Condena la altivez
exclusivista de los unitarios, afum ando que su interés por la pureza
ideológica y perfección étnica.sólo posponíala organización política
del país;
103
Se hizo un crimen en otro tiempo a Rosas de que postergase^
organización para después de acabar con los unitarios; ahora
sus enem igos imitan su ejem plo, postergando el arreg|0
constitucional del país hasta la conclusión de los caudillos,,
Se debe establecer como teorema: toda postergación de |a
Constitución es un crimen de lesa patria; una traiciónala
República. Con caudillos, con unitarios, con federales y con
cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe
proceder a su organización, sin excluir ni aun a los malos,
porque también forman parte de la familia. Si establecéis lá
exclusión de ellos, la establecéis para todos, incluso para
vosotros. Toda exclusión es división y anarquía. ¿Diréis que
con los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed
que no hay otro remedio que tenerla imperfecta y en la medida
que es posible el país tal cual es y no tal cual no es. Si porque
es incapaz de orden constitucional una parte de nuestro país,
queremos anonadarla, m añana diréis que es mejor anonadarla
toda y traer en su lugar poblaciones de fuera acostumbradas a
vivir en orden y libertad. Tal principio os llevará por la lógica
a suprimir toda la nación argentina hispano colonial, incapaz
de república, y a suplantarla de un golpe por una nación
argentina anglo-rcpublicana, la única que estará exenta de
caudillaje... Pero si queréis constituir esa patria que tenéis,y
no otra, tenéis que dar principio por la libertad imperfecta,..
El día que creáis lícito destruir, suprim ir al gaucho porque no
piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de extermi
nio y renováis el sistem a de Rosas C artas, 16-17).
204
meato de la deU» p m w U > m
mimo M b trdi joven, quien m e d m m la ítm ú p a ó q u e r ía U v a
" pedazos vivos?’ rteeuUvm e/4ranjeraspar* w n $
local y eliminar así la base popular caudillismo, vbnm rm
prácticos, ios argumentosde A l imrepremnm
caudillo ilustrado Urqu iza,una m
proemiales, m w tm de el ios e m ir I los, y el respeto a las
hispánicas de las clases populares, al defender al gaocbo,
al caudillo y a la tradición español a,Alberdíanticipa
populista que una y oirá vez vuelve a la superficie en la historia
argentina,
Ur<xvalumónquehact¿Alfardídelmpudmy1mcatidí1
sin embargo, no desplaza su proposito confeso en las. Cartas ,cuatí
es explorar el lugar del periodism o en la política argentina, Repe
tidamente Albcrdi acusa a Sarmiento y nádela
prensa", quienes, corno los gauelio» que critican, gozan con la
"indisciplina, Ja vida de guerra, de contradicción y de
(IV, 21), El suyo es un periodismo que “subleva las poblaciones
argeminas contra su autoridad de ayer, haciéndole creer que es
posible acabaren un día con esa entidad indefinible | la autoridad del
caudillo] y pretende que con sólo destruir a este o aquel jefe es
posible realizar la república representativa desde el día de su caída,
es una prensa de mentira, de ignorancia y de mala fe: prensa de
vandalaje y de desquicio, a pesar de su» colores y sus nombres de
civilización" (IV, 17-18),
í,a insistencia de Alberdí en una prensa responsable podía
leerse como un llamado a la censura. La censura, sin embargo, rio
es lo que tenía en mente. A ntes bien, estaba atacando al period
<lcSarniento y Mitre como una actividad no menos politicamente
motivada que urta guerra civil, un golpe de Estado, o una rebelión
de caudillos. Es un Jugarcomún de nuestra época decírque todos los
estrilóle» llevan a su» texto» preconcepto» culturales y políticos
heredados, mucha» vece» inconscientes, críticos freudianos se
dedican a psieoanal izar escritores, lectores y públicos, así como los
comentarista» marxisias invariablemente encuentran supuestos
político» y clasista» en texto» al parecer apolíticos. En el caso de
Sarmiento y Mitre, sin embargo, Albcrdi no necesitó teorías
Imudiaiiaaoniarxisiiiff para í(lentilícarl<)»coniO(x)líiícosc|uc también
e»Cíihí;m, Ambos tenían ambicione» confesadas, y estaban hasta e!
cuello en la intriga política, Rara ambos, escribir era una estrategia
consciente de aulopromoción (pie incluía no sólo Ja publicación de
205
muV'ukvx y l i b i v i s in o ta m b ié n la fu n d a c ió n y d ir e c ció n de periódicos
VX' là O bn\ a u t o b io g r á fic a R e c u e r d o s d e , de Sarmiento
\\> v e je m p lo * o b s e r v a A ll> ci\li q u e “ su b io g r a fía de Vd. no cs mj
s im p le u a b a jo d e v anid ad* s in o c l m e d io m u y u sa d o y muy conocido
e n p o lít ic a d e fo r m a r la c a n d id a tu r a d e su n o m b re para ocupar^
alu n a* c u y o a n h e lo , le g ítim o p o r o tr a parte, le hace agitador
in c a n s a b le " (I V , 7 1 ). E n a lg ú n s e n tid o , e n to n ce s, los mayores
l e g t o s d e S a r m ie n to y M itre e stá n e n la d is tin c ió n efectiva de sus
m o t iv o s e n te x to s q u e p r e te n d ía n s e r h istó r ic o s, periodísticos,
o b j e t iv o s y d e s in te r e s a d o s . A lb e r d i d e n in g ú n m odo se propone
c en su ra r a s u s r iv a les; s ó lo q u ie r e h a c e r v e r la s am biciones políticas
d etrá s d e su p e r io d ism o .
Para a llu n a r e sta a c u s a c ió n d e esc r itu r a personalista, Alberdi
se ñ a la q u e la C a m p a n a c s “ u n a h isto r ia s in docum e
e sp er a q u e c t le c to r c r c a s ó lo e n b a se al te s tim o n io de Samiiento(IV,
4 1 ) . E sta c r ític a p u ed e e x te n d e r se a la m a y o r ía de las obras "his
tóricas" d e S a n n ie n to . P ara e sc r ib ir , por ejemplo, Sar
m iento* c a n sa d o d e esp era r lo s d o c u m e n to s que había pedido a
a m ig o s q u e v iv ía n e n la A r g en tin a , e sc r ib ió tod o sobre la solábase
d e la o b s e r v a c ió n p erso n a l, e l ru m o r y e l prejuicio. Facundo
ta m b ién in c lu y e fr e cu en te s r efer e n c ia s a pensadores extranjeros,
p ero e s a s r efer e n c ia s n o s o n m á s q u e e x h ib ic ió n de algún nombre;
lo im p ortante n o e s lo q u e lo s au tores ex tra n jero s contribuyan alos
arg u m en to s d e S a rm ien to , sin o q u e e l le c to r sep a que Sarmientocs
u n h om b re c u lto c u y o s a rg u m en to s n o d e b e n discutirse.
L o s e n v en en a d o s d ard o s de A lb erd i e n las C a rta s quillotm
d iero n e n e l b lan co . S arm ie n to resp o n d ió en una serie de cartas
ab iertas d e sp u é s reu n id as en u n lib ro titu lad o L a s ciento y La
in v ectiv a d e estas cartas sólo q u e d a a la p a r de su vacuidad
in telectu al. F u rio so m ás allá d e la c a p a c id a d de pensar, Sanniento
só lo p u ed e in su lta r... e s cierto q u e lo h ace extraordinariamente
bien . L as C a r t a s q u i l l o t a n a s , e n su rep erto rio de ep
"u n a o lla p o d rid a ... c o n d im en tad o s su s trozos con la vistosa salsa
de su d ia lé c tic a sa tu rad a d e a rsén ico ” (S arm iento, OC, XV, 134).
A lberdi es calificad o v ariad am en te d e “com positor de minuets y
m elo d ías p ara p ia n o ... to n to im b écil q u e ni siquiera sabe medirse
en las m en tiras, q u e no so sp ech a q u e cau sa náuseas” (XV, 147)
M ás adelan te se lam en ta: “ Y no h a h ab id o en Valparaíso un hombre
de los que p erten ecen a la m u ltitu d de frac que le saque los calzones
a ese raquítico, jo ro b a d o d e la civilizació n y le ponga polleras; pues
el chiripá, que es lo que lu ch a con el frac, le sentaría m al a c#
206
entecado que no subo montar » caballo; abate por s\is modalos;
saltimbanqui poi sus pasos m agnéticos; mujer por lu v o z , conejo
por el miedo; ounuoo (hm sus aspiraciones pollüous" (X V , 18Í).
Hay poous pinchas do que lo s ciento y l\
leída, hecho quo piobablcm cntc contribuyó u lu depresión o liu-
potcnoíuquc Mulló Naimtouto untos do que lad lscu slóu concluyera.
Como lo oso libio a M ino ou una caria lechada ol iv do octubre do
185,1; "Vivo solo, com o un presidiario ul quo guardan Albouli y su
club; gimo tn\jo su látigo. .Son los poderosos do lu tierra" (lUmkley,
310).
Después de dos intentos tullidos de volver a lu Argentina c
intervenir en lu política de su nativa Sun Juan, Sarmiento al fin
respondió a la invitación de Mitro y tomó residencia en buenos
Altes a fines de 1855. A llí renovó amistad con los caudillos
(Huleóos Valentín A lsina y Mitre. A las ríos sem anas de su regreso
fue nombrado asesor del gobernador provincial Pastor Obligado, y
al cato de un a fio era nombrado director de balneación de la
pivvincia. D os sem anas d espu és, M ino, que acababa de ser nom
brado ministro de Guerra, le pedía a Sarmiento que d irigiese el
diario ElNocit mol, sucesord e L(>s DebaAunque
insistiendo en que era "un provinciano en b u en os A ires y un
portedo en las provincias", para entonces sus sim patías se inclinaban
claramente hacia b u e n o s A ires. M enos claras son sus razones para
no haber vu elto antes a b u en o s Aíres; se ha sugerirlo que, p ese a su
odio por Urquiza, S an n ien to en algún nivel tam bién cuestionaba la
legitimidad del gobierno porteño. M ientras tanto, Alberdi se volvía
embajador plenipotenciario del gobierno de Urquiza, primero ante
los listarlos U nidos y d esp u és en Europa. Por causa rio los hechos
expuestos en capítulos posteriores, Alberdi no volvería a la Argentina
hasta 1878. P ese a este m isterioso ex ilio autoim puesto. la Argentina
siguió siendo su pasión, y s ig u ió d esem peñando un papel importan
te en las letras argentinas hasta su muerte.
207
Capítulo 8
Bartolomé M itre y
la galería de celebridades argentinas
208
verlo transformado en un rico estanciero. Exiliado al Uruguay con
su familia en 1838, Mitre mostró aptitudes para el liderazgo militar,
y se batió sin éxito contra Rosas a las órdenes del caudillo uruguayo
Fructuoso Rivera en 1839. Un año después, Rivera hacía capitán al
joven Mitre, de diecinueve años; dos años después, ascendía a
comandante. Fue en esta época que Mitre publicó el primero de sus
muchos libros: un muy elogiado manual de artillería.
Para entonces Mitre ya se había relacionado con la comunidad
de exiliados argentinos en Montevideo, y había comenzado a
escribir para los periódicos unitarios. Mostrando la misma rigidez
de principios que metió en problemas a tantos unitarios, Mitre
terminó riñendo con el gobierno de Rivera, y, en abril de 1846, se
vio obligado a abandonar Uruguay. Primero en Bolivia y después en
Perú, siguió provocando iras oficiales por sus criticas a los gobiernos
que lo albergaban (Jcffrey, Mitre and Argentina, 50-54). A me
diados de 1849, viajó a Chile, donde consiguió un empleo en el
diario antirrosista que editaba Alberdi, El Comercial de Valparaíso.
Alberdi dejó registrada por escrito su esperanza de que este contacto
profesional “estrecharía más nuestra amistad nacida de en la sim
patía y la identidad de causas y de ideas” (citado en Mayer, Alberdi
y su tiem
po, 353). Más adelante, empero, cuando Alberdi decidió
vender el diario, Mitre encontró un benefactor chileno y se volvió
su nuevo director, maniobra que al parecer a Alberdi no le agradó
(Jcffrey, 57). Con el diario como altavoz, Mitre criticó a Chile por
sus malos caminos, escuelas insuficientes y elecciones corruptas,
nada de lo cual le creó muchas simpatías entre sus anfitriones
chilenos. Como en el Uruguay, el Perú y Bolivia, las criticas de
Mitre, aunque a menudo justificadas, mostraban poca sensibilidad
a las susceptibilidades locales, y aun menos consciencia de su
propia vulnerabilidad como exiliado. Más de una vez le hicieron
notar que si la vida era tan mala en Chile, siempre le quedaba el
recurso de volver a la Argentina, que con Rosas a la cabeza no podía
considerarse un modelo. Al producirse la rebelión de Urquiza,
Mitre regresó efectivamente a la Argentina, donde condujo un
pequeño contingente de hombres en la campaña contra Rosas. Pero,
igual que Sarmiento, se resintió porque Urquiza no le diera un papel
más central en la campaña.
Tras el triunfo de Urquiza y el establecimiento del gobierno de
la Confederación en Paraná, el papel de Mitre en el gobierno
secesionista porteño entre 1852 y 1861 resultó crucial. La provincia
de Buenos Aires quedó dividida entre dos ideas opuestas. Los j
209
autonom istas duros com o A dolfo A lsina y sus seguidores p^.
ponían una separación definitiva del resto del país. En contraste,
ex m ilitar rosista y devoto federal Hilario Lagos, encabezó u^a
rebelión pro Urquiza a fines de 1852, que mantuvo un sitio a Bue-
nos Aires durante siete m eses. Lagos pidió refuerzos a Urquiz^
pero éste, que todavía esperaba llegar a un acuerdo negociado
con Buenos Aires, se negó a ayudarlo (S cob ie, , 79-86).
D e todos m odos, Mitre no quiso reconocer las buenas intencio’
nes de Urquiza. Como le dijo a la legislatura provincial: “Aunque
[Urquiza] no abuse, siempre será un déspota” (citado en Scobie,
44 ).
Pero Mitre no agotó su tiem po en atacar a Urquiza. Pese a
su constante actividad militar y política, encontró tiempo para
ampliar su colección de docum entos h istóricos, hacer investiga
ción, y com enzar las biografías d e héroes argentinos que consti
tuyen su más duradera contribución a la patria. L a pasión de Mitre
por la historia se m anifestó por primera v e z en un artículo periodís
tico publicado en M ontevideo e l 14 d e ju n io d e 1843, conmemo
rando a Joaquín F elipe de V ed ia y Pérez, abuelo del suegro de
Mitre y héroe m ilitar d e su ép o ca (M itre, O bras , XII,
36 5 -3 7 3 ). L os papeles privados d e M itre tam b ién contienen cier
tas notas que preparó en m arzo de 1841 sobre h ech os y documen
tos concernientes a D orrego, q uizás un trabajo preliminar para
una biografía que nunca escrib ió (O C , X II, 3 4 0 -3 5 2 ). La devoción
de Mitre por e l género b iográfico se co n firm ó d o s años más tarde
en un artículo sobre el m ás esten tóreo d e lo s críticos de Rosas,
José Rivera Indarte. Esta p ieza, co m o m u ch a s d e las historias de
M itre, p asó p or varias rev isio n es, y en cad a v er sió n se fue haciendo
m ás ex ten sa .1
Mitre lan zó su s p royectos m á s a m b ic io so s e n e l campo déla
historiografía entre lo s añ os 1 8 5 3 -1 8 5 9 ; a lg u n o s d e ellos no se
publicaron e n su form a d efin itiv a h asta la d éca d a de 1880. El
m ás sig n ific a tiv o d e é sto s fu e u n e x te n s o artícu lo sobre Manuel
B elgrano en una c o le c c ió n d e b io g r a fía s e n u n v o lu m en , titulada
210
Galería de celebridades tis, publicado en 1857. La
argen
riadcBelgrano crecería a partir de ahí hasta convertirse en una obra
voluminosa, quesigue siendo uno d e los puntales de la historiografía
argentina.
El libro que contiene la primera versión de la Historia de
Bclgrano fue en sím ism o un hecho singular en la historia argentina.
Compilada por Mitre, con ayuda de Sarm iento, la Galería de ce
lebridades argentinas es una colección de biografías, suntuosamente
encuadernada y obviamente pensada para un vasto público. N o
puede sorprender que la selecció n d e hom bres a quienes se les
acuerda rango oficial en la Galería hayan servido todos a la causa
porteña y ninguno haya sido un caudillo. A lgu nos tam bién cola
boraron con Rosas, pero los detalles de esa colaboración son
cuidadosamente omitidos. La selecció n tam bién refleja una pre
ocupación por encontrar hombres ejem plares en diferentes v o ca
ciones; tres generales, SanM artín, M anuel B clgrano y JuanL avallc;
un marino, Guillermo Brown; un sacerdote liberal, G regorio Funes;
dos políticos, Bemardino R ivadavia y su m inistro José M anuel
García; un escritor, Florencio Varela; y un filó so fo p olítico, M ariano
Moreno.2En la introducción M itre dirige un fugaz recon ocim iento
a hombres de otra persuasión política, lam entando que tres próceres
no liberales, Dorrego, Saavedra y G üem es, cau d illo que por co in
cidencia era un héroe de la independencia dem asiado grande com o
para ignorarlo, no hubieran podido ser in cluidos. Sobre lo s otros
caudillos, Mitre es más explícito:
211
influencia sobre lo s destinos de lo s p ueblos del Río de la Piaia.
su vida está rodeada de incidentes m ás dramáticos, son lo
representantes de las tendencias dom inadoras de la barbarieS
sus accion es llevan el sello d e la energía de los tiemp^
prim itivos. Pueden servir d e le cció n para los venideros... hc
ahí otra serie de retratos históricos, retratos terribles y ceñudos
que inspiran horror, pero que sirven para realzar las hermosas
figuras de los que se han h echo céleb res por sus servicios, sus
virtudes o sus trabajos intelectuales ( , iii).
212
luego |toi* la comunidad, luchando siem pre contra el torrente
de la barbarie. Cuando todos las creían extirpadas bajo las
palas de los caballos de los A tilas de la pampa, han aparecido
hombres com o R ivadavia que las han vivificad o con el sop lo
fecundante de la civilización ( , XII, 380 -3 8 1 ).
214
Más pruebas del papel ak|uc aspirabaMitre pueden encontrarse
en su curiosa interpretación de los fracasos a breve plazo de la
Revolución de Mayo. Tal como cuenta la historia en la “Biografía
de Bclgrano" en Cn/erío, las ribas entre diversas facciones de Mayo
fueron "lo que sucede siempre que no hay unidad de pensamiento,
o cuando un carácter enérgico no subordina todas las voluntades a
la suya” (OC, XI, 89-90). Como el fracaso político en la visión de
Mitre es un fracaso de personalidad, Mitre describe a Liniers, un
popular héroe de la Independencia, aliado de Saavedra, que fue
ejecutado por cargos forjados por elementos extremos de la Re
volución de Mayo, como un hombre "cuyo carácter indeciso y
ligero aunque fogoso, aceptaba la popularidad sin imprimir a los
sucesos la dirección de una voluntad poderosa” (OC, XI, 77). ¿Y
qué dice esto sobre Mitre y el papel heroico que él buscaba para sí
mismo en la historia argentina? ¿También él trataba de “imponer a
los hechos el dominio de una voluntad poderosa" o ser “una per
sonalidad poderosa” que pudiera “subordinar todas las voluntades
a la suya”? Estas afirmaciones solas darían qué pensar respecto del
papel que buscaba cumplir Mitre en la política argentina.
Así como el elogio que hace Mitre de grandes hombres
justifica a Mitre mismo, la exaltación que hace de una "minoría
ilustrada” como la fuerza detrás de Mayo justifica a otra minoría
ilustrada, cual es la de Mitre y sus partidarios porteños. De modo
similar, su ataque a los caudillos del pasado es un ataque velado a
Urquiza, cuyos honestos intentos de lograr un orden constitucional
(con el apoyo de todas las provincias salvo Buenos Aires) Mitre
tenía que dcsacrcdi lar para mantener en los porteños un sentimiento
de legitimidad. Como los hechos no estaban de su lado, Mitre
recurrió a la condena por medio de estereotipos: todos los caudillos
eran bárbaros; Urquiza era un caudillo como cualquier otro; en
consecuencia, el gobierno de Urquiza en Paraná representaba las
fuerzas de la barbarie y los porteños milristas eran los herederos
legítimos de Moreno y Mayo, la “minoría ilustrada” cuyo destino
era salvar el país.
Pero el elilismo patente de tal posición era peligroso en
términos políticos, sobre todo desde que los unitarios porteños eran
percibidos como exclusivistas y desdeñosos de las masas. El de
seo de Mitre de poner a una “minoría ilustrada" en el centro de Ma
yo lo deja en posición incómoda ante otra ficción orientadora que
deseaba promover, cual es la de que Mayo (y por implicación los
porteños milristas) reflejaban la voluntad popular. Para rcconci-
215
llar estas tíos perspectivas, Mitre busca adjudicar a los dhlgenic,
porteños que admira una capacidad m ística de percibir la volui, J
profunda del pueblo. En Ia"Diograffadel General Manuel lielgrano"
escribe;
En este párrafo abundan las con trad iccion es. ¿Cómo es que las
revolu cion es son hijas de un propósito deliberado aunque no
recon ozcan autores? ¿C óm o es que una “minoría inteligente y
p rcv¡sora,,d irigc un m ovim ien to que es "la con secu en cia inevitable
d e la fuerza d e las cosas" en general? ¿M itre está sugiriendo, en
clara con trad icción con las teorías d el Gran Hom bre que utiliza ha-
bitualm entc, un h istoricism o h egelian o o darsviniano en el que los
hom bres s e lim itan a servirá un m o v im ien to in visib le de la historia?
¿O bien su in ten ción , c o m o sus ataques a lo s cau d illos, tiene más
que v er co n s u s a m b icio n e s p o lítica s q ue con la historia?
La e x p lic a c ió n p o lítica es la m ás con vin cen te: argumentando
que las m in orías ilustradas pueden reflejar una voluntad noexplfcita
del p u eb lo , M itre d e fie n d e a su propia m in oría ilustrada contraías
a c u sa cio n es d e c litis m o q u e siem p re habían llovid o sobre los
liberales p o rteó o s. Para e x p lica r c ó m o una m inoría ilustrada tam
bién e s d em o crática, M itre recurre a d o s ep istem o lo g ía s muy usadas
aunque p o co estu d ia d a s; la verdad p or afirm ación y la verdad por
d efin ic ió n . L o q u e n o p u ed o probar, lo afirm a; lo que no puede
dem ostrar, lo d e fin e .
21 6
Según Mitre, durante los tiempos conflictivos que llevaron al
pronunciamiento revolucionario del 25 de Mayo de 1810, “un
nuevo actor del drama revolucionario va a presentarse en la escena
política: el pueblo, el pueblo de la plaza pública, que no discute,
pero que marcha siempre en col umna cerrada apoyando los grandes
movimientos, que decide de sus destinos” (OC, XI, 115). Esto es,
aunque los registros históricos m ucstran que los héroes de Mitre, los
morcníslas, se opusieron abiertamente a los intentos de Saavedra
por democratizar la Primera Junta, Mitre por afirmación nos ase
gura que “el pueblo” fue un actor principal en el proceso revolu
cionario. ¿Y cómo define al “pueblo”? No se trata, según resulta, de
cualquiera. El pueblo “esperaba tranquilo el resultado de las deli
beraciones de sus representantes legítimos, y confundido en las
masas compactas de los batallones nativos, esperaba la señal de sus
jefes para inlcrvcnírcon las armas, si fuese necesario” XI, 115).
Esta frase reveladora distingue “el pueblo” de los “batallones
nativos" y sugiere de ahí que el pueblo que le importa a Mitre es “la
gente decente” antes que las masas en general. Esta distinción se
hace más clara en un pasaje posterior donde afirma que “de entre
aquella multitud vibrante de indignación... se vio surgir una nueva
entidad, activa, inteligente y audaz, que a la manera de las guerrillas
que aclaran la marcha de los ejércitos, era precursora del pueblo
próximo a moverse en masa” (OC, XI, 120). De este modo, no bien
ha afirmado Mitre que el pueblo participó en pleno en el proceso
revolucionario, vuelve a definir al “pueblo” como una “minoría
inteligente” que rcílcja el prejuicio antipopular y porteño del mismo
Mitre. Para defender tales posiciones en términos democráticos,
postula un vínculo misterioso entre algunos de los líderes revolu
cionarios y el pueblo, explicando de ese modo que aunque el pue
blo nunca era consultado en forma visible, su voluntad se manifes
taba de algún modo en las acciones de la minoría inteligente. Es
exactamente el mismo argumento que usó Sarmiento para explicar
la autoridad de los caudillos. Por lo demás, tal argumento coloca a
Mitre roiundamcntcen la posición que estaba tratando de evitar: por
mucho que trata de hacer del “pueblo” el participante central de las
revoluciones, siempre vuelve a las teorías de los grandes hombres
y las minorías inteligentes.,, y por extensión a defensas veladas de
él mismo y sus partidarios porteños en su lucha contra el gobierno
nacional perfectamente legal de Urquiza. En resumen, Mitre incluye
a las masas sólo mediante la afirmación de que “el pueblo” (la gente
decente) reflejaba la voluntad de la masa. Que las masas también
217
quisiera» a Rasas, ap ech aran do los Hiéralos ilo Buenos Alies y
apoyaran# varias gvMU'iacioncs vio caudillos son olomoiuox quedol*
totalmento rio lado,
218
Es casi como si el nombre “Rivadavia” fuera más sacrosanto
¿ d hombre mismo, y la crítica fuera admisible sólo mediante
eufemismos.
La '"Biografía de Bemardino Rivadavia” muestra un interés
semejante en"evitar detalles desagradables. La inclusión del ar
ticule mismo representó algo así como un gesto diplomático de
paite de Mitre ya que su autor, Juan María Gutiérrez, era en ese
momento uno de los ministros de Urquiza. Pero, dejando de lado
te diferencias políticas entre Mitre y Gutiérrez, éste aceptó plena
mente la necesidad de crear iconos inatacables. En consecuencia,
elogia la visión administrativa de Rivadavia y sus instituciones
culturales, pero se limita a los términos más crípticos para hablarde
t e controversias que obligaron a Rivadavia a renunciar. Las fallas
administrativas de Rivadavia son descriptas en los siguientes tér
minos: “A pesar de la dócil voluntad que se sentía en la población
para obedecer a un buen gobierno, existía una fuerza secreta que
denunciaba y detenía su acción; fuerza formada principalmente por
t e aspiraciones envidiosas apoyadas en hábitos rancios y en pre
ocupaciones que una prensa sin doctrina social había incitado sin
corregir” ( alerí,29). Es difícil decidir qué quiere decir esto
G
exactamente. Parecería como si Gutiérrez estuviera culpando de la
fegendariaim popularidad de Rivadavia aúna fuerza sin nombre que
¡pvertía a la prensa y desviaba a las masas. ¿De dónde viene la
timidez de Gutiérrez para atacar a los enemigos de Rivadavia y
discutir sus errores y puntos vulnerables? ¿Miedo de ofender a ex
resistas ahora bajo la enseña de Urquiza? ¿Miedo de desacreditar a
Rivadavia presentando argumentos contra él? ¿Miedo de que
cualquierdiscusión realista de las fuerzas y debilidades de Rivadavia
debilitaría su utilidad como ficción orientadora para argentinos
fatutos? Sea cual fuere la razón, el Rivadavia de Gutiérrez es una
media figura, un icono para la historia oficial que poco se parece ál
voluntarioso unitario que dominó la política argentina entre 1S21 y
1S27.
Pero el respeto mostrado por Rivadavia no es nada comparado
con la maniobra que los editores de la Galería pusieron en escena
para proteger a Lavalle. Lavalle es una figura compleja. Patriota
sincero aunque impredecible, luchó con valor en las Guerras de la
Independencia, ganándose el respeto de San Martín y Simón
Bolívar, quien una vez observó que “El comandante Lavalle es un
león a quien es preciso tener enjaulado, para soltarlo el día de la
batalla” (citado en alerí209).
G, Vástago de una aristocrática fa-
219
m ilia porteña, nacido en 1797, era un adolescente cuando empe^
a com batir a los españoles bajo las órdenes de San Martín, y nohab(a
cum plido treinta años cuando cesaron las hostilidades entre España
y la Argentina. La verdadera tragedia de la vida de Lavallc fue qUc
las Guerras de la Independencia terminaran tan pronto, dejándolo
con la vocación de militar y sin guerras en que emplearla. Combatió
para el gobierno unitario contra Brasil, pero no pudo aceptar el
tratado de paz que le dio su independencia al Uruguay. Sintiéndose
traicionado, lanzó un exitoso golpe de Estado contra el gobierno
legítim o de Manuel Dorrego, im poniendo un m odelo de interven
ción m ilitaren gobiernos civiles que sigue vivo. Para empeorarlas
cosas, ejecutó a Dorrego a fines de 1828, seguramente apoyado por
unitarios que temían que alguien tan popular com o el gobernador
destituido pudiera encabezar un contragolpe. C om o si esto no fuera
suficiente para comprometer su reputación, su breve paso por la
política tras la muerte de Dorrego resultó tan desastroso que la
mayoría de los porteños vieron con alivio el ascenso al poder de
Rosas. Bajo presión de Rosas, Lavallc huyó al Uruguay en 1829, y
vivió en un desdichado exilio hasta 1839, cuando otros exiliados
unitarios lo convencieron de encabezar una fuerza de invasión
contra Rosas. La campaña pasó por dos años de desastres, que
culminaron con la muerte de Lavallc en septiem bre de 1841. Uno
de los más espeluznantes episodios en la historia argentina es el
transporte que hicieron los leales a Lavalle de sus restos desde Jujuy
hasta BOlivia, unos cuatrocientos kilóm etros de calor desértico,
para impedir que los enem igos profanaran su cadáver, que en el
viaje se descom ponía aceleradamente. Una vid a marcada por tanto
heroísm o, aventura, coraje, violen cia y error m erece una repre
sentación equilibrada, y hasta un p oco d e sim patía.
N o es lo que le dan los an ónim os autores de la “Biografía de
D. Juan Lavallc” en la G alería .Antes bien, su propósito es defender
a Lavallc a cualquier costo, aplastando el d isen so con un exceso
retórico que no se veía desde Las ciento y una de Sarmiento. La
“Biografía de D. Juan L avallc” p uede ser la biografía más repre
sentativa de la colección, ya que aparece com o resultado de un
genuino trabajo de equipo de varios autores, uno de los cuales suena
muy parecido a Sarmiento, no sólo en el estilo sin o por su propensión
acitaraSarmicnto. C omo Lavallc despertaba controversias inclusive
entre los unitarios, su biografía tam bién proporciona una buena
señal del esfuerzo que estaban d isp uestos a h a cer lo s constructores
del panteón por fundamentar la “historia o fic ia l”.
220
La introducción da el tono de panegírico de todo el artículo. “El
general D. Juan Lavallc”, nos dicen los biógrafos anónimos, “en fin,
pasa a colocarse a la izquierda del general San Martín”. Esta curiosa
abertura nos hace preguntamos quién ocupará el lugar de la derecha:
¿el di funto Belgrano, quizás, o algún argentino más reciente, quizás
Mitre o Sannicnto? "Lavallc”, siguen los biógrafos, “perteneció a
aquellas legiones inmortales destinadas por la Providencia para
obrarla regeneración del mundo... Dotadodc un valorsobrchumano
y de una inteligencia superior... hallaremos siempre a este obrero
del progreso, combatiendo por la libertad de la patria... El que desde
1828 hasta 1841, en que exhaló el último aliento, no cesó un día de
protestar con las amias contra la existencia sangrienta del verdugo
del Río de la Plata (Rosas)” ( alerí203-204).
G,
Para que el lector no piense que un ser tan elogiado necesita
más defensa, los biógrafos van de inmediato a los problemas
centrales de la vida de Lavallc: su golpe contra el gobierno electo
de Dorrcgo, su ejecución del depuesto gobernador y su execrable
actuación como presidente. En el manejo de estos problemas la
biografía de Lavallc nos da un buen ejemplo de la historia oficial
popularizada. Para defender las acciones ilegítimas de Lavalle, los
biógrafos deben antes afirmar que Do rrego y el federalismo eran tan
horrendos que Dorrcgo obtuvo exactamente lo que se merecía, que
las acciones de Lavallc quedaran enteramente justificadas. Este
imperativo los lleva a emprender la descripción de la política de
Buenos Aires hacia el findei período rivadaviano: “La situación era
particularmente difícil ya que algunas de las provincias del interior
tiranizadas por Ibarra, Bustos, López y Quiroga se negaban a
reconocer la autoridad del Gobierno General” (226). Dos proble
mas debilitan esta afimiación: primero, las poblaciones provinciales
en su mayoría apoyaban a los caudillos y desconfiaban profunda
mente de Buenos Aires; nada sugiere que las provincias, aun sin los
caudillos, hubieran reconocido al gobierno de Rivadavia. Segundo,
las provincias nunca habían aceptado a Buenos Aires como “ el
Gobierno General” y estaban menos dispuestas a hacerlo después
de que Rivadavia tratara de imponerles su constitución. En resumen,
la cuestión entre manos no era la obediencia sino la legitimidad de
los intentos de Rivadavia de controlarlas provincias. Los biógrafos
prosiguen lamentando que “en el seno mismo del Congreso una
oposición sistemática y violenta, encabezada por el coronel Dorrcgo,
no se paraba en m edios, a trueque de que descendiera de la silla
presidencial D. Bemardino Rivadavia” (226). Una vez más, los
221
hechos muestran o t a cosa, Con razón o sin ella, la oposición federal
en el Congreso se indignó por las maniobras de Rivadavia
íbderalizarla ciudad puerto sin aprobación legislativa, y expresaren
su disenso en sus funciones legi timas de funcionarios electos. m;;s
aun, no hay motivo para suponer que los federales eran nús
violentos que sus oponentes unitarios. En una palabra, la renuncia
de Rivadavia resultó de la insensibilidad política y la mala admi.
nislración, ames que de las presiones de “ una violenta oposición".
Los ataques a D onego enqvoron. Hl regreso de Lavado a
Buenos Aires iras el tratado de paz de 1828 es descripto culos
siguientes términos:
222
a este escamoteo de datos, los biógrafos logran su objetivo de
defender a Rivadavia al tiempo que sugieren que la respuesta
violenta de LavaJle contra Dorrcgo quedaba de algún modo justi
ficada.
Tampoco se le concede a Dorrcgo un punto a favor por su
considerable popularidad. "El coronel Dorrcgo", nos dicen, "esca
laba el poder empujado por el brazo robusto del populacho, y se
contrajo sólo a financiar su poder estrechando sus relaciones con
los caudillos del interior, y excitando cada vez más el espíritu
salvaje de la plebe” (229-230). La referencia de esta frase es la
elección provincial que ganó Dorrcgo, por la que llegó a la G o
bernación de la Provincia de Buenos Aires, y sus intentos de
construir puentes con los caudillos provinciales. Las elecciones
mismas habían implicado cierto riesgo. Nombrado originalmente
por el Congreso, Dorrcgo fácilmente podría haber seguido en el
poder sin buscar una ratificación electoral. Pero se sentía lo bastante
seguro de su popularidad com o para llamar a elecciones, que en
efecto ganó con facilidad. Para los biógrafos de Lavalle, en cambio,
ganar con el voto popular sólo significaba una alianza con la plebe,
epíteto que recuerda los prejuicios étnicos y clasistas ya vistos en
escritos de la Generación del 3 7 .4
Una vez dadas las premisas para la racionalización del gol
pe contra Dorrcgo, los biógrafos de Lavalle ponen manos a la
obra. Su primera tarea es mostrar que la maniobra de Lavalle no
violentó principios dem ocráticos en tanto gozó del apoyo del
"pueblo”. N o puede sorprendemos que “el pueblo” resulte ser no
cualquiera sino "lo más selecto del pueblo de Buenos Aires [que]
en asamblea popular, se reunía en la iglesia de San Roque, y por
un acto en que firmaron más de 2.0 0 0 ciudadanos, se nombraba
al general Lavalle Gobernador Provisorio de la Provincia, encar
gándole de la m isión de anulare! poder de Rosas y D orrcgo... [que]
no podían ser derrocados sino por los esfuerzos de la civilización
armada”, Se nos informa, además, que la asociación de Dorrcgo
223
con los caudillos era condenatoria de por sí ya que estos lfdcj^
provinciales “no eran otra cosa que los representantes vivos dei4
barbarie... elevados al poder por la fuerza material de las ma^
salvajes” (Galería, 233). Pero especialmente escalofriante es i3
conclusión: el derrocamiento armado de gobiernos electos es per.
misible, inclusive deseable, si se lo hace en nombre de la “civilización
armada”, argumento usado para justificar virtualmcnte todos los
golpes en la historia argentina.
Habiendo declarado así que Dorrego se merecía todo loque
tuvo, y que los perpetradores del golpe sólo buscaban proteger lj
civilización de “la masa bruta”, los anónimos autores encaran el
asunto más espinoso: el asesinato de Dorrego. En un comienzo
cauto, afirman que:
224
Los mismos autores desmienten mucho de lo anterior. Por
ejemplo, sus críticas a los caudillos, las “masas brutas”, y a los
federales en general, contradice la afirmación de que Dorrcgo
"era el exclusivo perturbador de toda la república”. Además,
la “paz menos que desventajosa” que le dio su independencia
al Uruguay era considerada en general como el único modo de
terminar las hostilidades con el Brasil, y por cierto era mejor
para la Argentina que los términos aceptados por García ori
ginalmente bajo Rivadavia. Además, los contactos amistosos
de Dorrcgo con los caudillos mal podían considerarse una “tu
tela”, y la idea de que Dorrego estaba agitando a los indios para
luchar contra los “cristianos” es puramente difamatoria. La biografía
sigue así:
225
punto argumentos usados en todo golpe militar contra los gobiernos
argentinos establecidos: un líder corrupto cuya popularidad hace de
algún modo inoperables los controles y equilibrios del gobierno
institucional, masas ignorantes cuya voluntad debe ser ignorada por
su propio bien, un patriota militar que busca devolver el país a la
normalidad, y por último un llamado a la violencia, o “civilización
armada”, como única solución para una situación tan fuera de
control que sólo medidas extraordinarias pueden funcionar. Ade
más, en la sugerencia de que los problemas pueden resolverse
mediante la eliminación de ciertas personas, los biógrafos de
Lavalle se alinean no sólo con el “Plan Revolucionario” de Maria
no Moreno de medio siglo atrás, sino también con el más sangriento
gobierno militar en la historia argentina, la junta que gobernó de
1976 a 1983. De hecho, los biógrafos de Lavalle, quizá por pri
mera vez en la historia argentina, describen dos veces el acto
criminal de Lavalle con el eufemismo “hacer desaparecer”, ahora
famoso en todo el mundo gracias a la guerra sucia que llevó a cabo
el reciente gobierno militar contra su propio pueblo. La defensa
de Lavalle también destaca un hecho desagradable de la historia
argentina: con frecuencia la gente más estentórea en el apoyo de
un gobierno institucional es la primera en apoyar un golpe cuando
su grupo no está en el poder. También es significativa la imagen
de un cáncer que necesita ser extiipado. Detrás de cada golpe, de
trás de cada experimento económ ico, detrás de cada cambio
traumático de gobierno, está la imagen del doctor sabio que debe
realizar una cirugía radical que, si bien dolorosa, es necesaria para
la supervivencia del país. El uso repetido de estas imágenes en el
discurso político argentino indicaría una peculiar predisposición a
aceptar soluciones extremadas com o algo necesario, e incluso
natural.
La ejecución de Dorrego por Lavalle es cubierta del mismo
modo discreto en la “Biografía de M anuel José García”: “El ejército
se retiró [del Uruguay] a fines de este año y sublevándose contraía
autoridad y ejecutándose al gobernador Dorrego, se engendró la
guerra civil en Buenos Aires y en las provincias” (Galería, 157).No
se hace m ención alguna al hecho de que fue Lavalle, furioso por la
firma del tratado, quien lo inició todo; ni se sugiere que los unitarios,
ansiosos por librarse del popular D orrego, simpatizaban con todo lo
que hiciera Lavalle, si no es que lo im pulsaban a hacerlo. De hecho,
el uso conveniente del “s e ” im personal en la cláusula final desvíala
responsabilidad de cualquiera en particular, casi sugiriendo que
226
todo el asunto fue algo que pasó espontáneamente y sin autoriza
ción.
La “historia oficial” de la tragedia de Lavalle y Dorrcgo que
podemos leer en la Galería es especialm ente interesante cuando se
la compara con notas que escribió Mitre sobre Dorrego en 1841,
quince años atrás. Tomadas antes de que las exigencias de justi
ficar a una “minoría ilustrada” porteña colorearan su pensamien
to, las notas de Mitre presentan un cuadro m uy distinto del caso
Dorrego. Antes que una “sistem ática y violenta oposición en el
seno mismo del Congreso”, Dorrego, en la primera versión de
Mitre, es “un espíritu vivo, penetrante, activo, elevado y subli
me” que contrastó el mundo soñado de R ivadavia con “las llagas,
los deseos, las necesidades de la N ación” (Mitre, OC, XII, 342).
En la versión anterior, Dorrego es un pragmático, que cuestiona
constantemente la factibilidad de los grandiosos proyectos de
Rivadavia, haciendo preguntas incóm odas sobre costos reales y
beneficios. Además, Mitre reconoce en sus notas de 1841 que el
ascenso de Dorrego al poder después de la desafortunada asocia
ción de Rivadavia con el primer tratado de García con el Brasil fue
enteramente comprensible: “Un tratado afrentoso, estipulado por
nuestro enviado en el R ío Janeiro, un m enoscabo de nuestra
dignidad y derechos, divorció el Gobierno con el pueblo; con él
cayó la facción [el gobierno de Rivadavia] que hasta entonces había
manejado las bridas del Estado” (OC, XII, 348). Una historia muy
diferente a la versión de la Galería, donde “El coronel Dorrego
recurría a cualquier m edio im aginable para obligar a Bemardino
Rivadavia a abandonar el sillón presidencial”. El primer Mitre tiene
inclusive palabras amables para el gobierno de Dorrego: “La
marcha de Dorrego no está señalada por grandes mejoras, pero fue
prudente y generosa. La libertad de imprenta fue respetada, nadie
fue perseguido ni proscripto por sus anteriores opiniones, extendió
las fronteras al sur; la República se organizó de hecho bajo una forma
federal convencional y las provincias lo encargaron de todos los
negocios de paz y guerra y relaciones exteriores”. Mitre también
habla en buenos términos del tratado de Dorrego con Brasil, que
considera “sin duda el m om ento más mem orable de su gobierno”
(OC,XII, 349). Más notable todavía es la condena que hace Mitre
del golpe de Lavalle contra Dorrego: “El general Lavalle, no
tomando consejo sino d e su impetuosidad, y considerando en
Dorrego al promotor de la anarquía, en v ez del primer magistrado
de la República, determinó llevarlo p o r su orden al patíbulo, arro-
227
jando así una mancha indeleble sobre las páginas de su vida” (oq
XII, 3 5 1).5
¿Qué había cambiado entre 1841, la fecha de estas notas de
Mitre sobre la vida de Dorrego, y 1857, fecha en que el grupos
Mitre publica la Galería, para explicar enfoques tan radicalmente
diferentes de la vida de Lavalle? La única diferencia real era la
situación política de Mitre. Las notas fueron escritas en el Uruguay
antes de que las ambiciones políticas de Mitre se definieran; en
1841, desde el exilio, era posible ver a Dorrego con relativa
imparcialidad. Mitre y los autores de la Galería, en cambio, nece
sitaban justificarse como “minoría ilustrada” haciendo resistencia
a la barbarie que para entonces había sido identificada con el
federalismo en general y el gobierno federal de Urquiza en particu
lar. Y así como la “civilización armada” encamada en Lavalle había
luchado contra la “barbarie” de Dorrego, la civilización annada
encamada en los mitristas porteños debía prepararse una vez más
para subyugar a la “barbarie” de los urquicistas. Cada versión de la
historia de Dorrego toma sentido así sobre el trasfondo político de
los años 1841 y 1857.
5 También incluidos entre los papeles de Mitre había notas que tituló
“Consejos y apuntes para escribir la biografía del general Lavalle", fechadas el30
de agosto de 1857, poco antes de la publicación de la Galería. Dedicadas en su
mayor parle a las experiencias militares de Lavalle durante las Guerras de 1»
Independencia, esas notas no dicen casi nada sobre el golpe y la ejecución de
Dorrego. (Véase Mitre, OC, XII, 353-364.)
228
americana, los sometió a la prueba crítica, los clasificó según lo que
ella dejó como precipitado y trató de poner, frente a lo impreso, los
resultados de su pesquisa personal en las fuentes inéditas" (Cutiría,
Historia crítica de la historiografía argentina, 160-167). Un re
sumen, y pese a sus ambiciones políticas, M itre trajo a la historiografía
argentina un laudable interés por las pruebas y la documentación.
En realidad, la cuarta y definitiva edición de la obra, publicada en
tres volúmenes en 1887. es un tesoro de extensas citas de documentos
que Mitre coleccionó durante cincuenta años de trabajo en archivos.
Igualmente admirada es su Historia San Martín y la Eman
cipación Sudamericana, en tres volúmenes, publicada entre 1887 y
1890.
Pese al impresionante aparato bibliográfico en que se apoya su
obra, sin embargo, la Historia de de Mitre provocó una
larga polémica sobro su premisa básica: queunahisioriadcBelgrano,
un gran hombre, y la minoría ¡lustrada de Buenos Aires, pudiera ser
presentada como una historia de la independencia argentina. Con
temporáneos de Mitro com o Dalmacio Véle/. Sarsftcld y Vicente
Fidel López mantuvieron este debate con Mitro durante casi tros
décadas. En realidad, sus críticas a Mitre posiblemente llevaron a
ésteauna fundamcntaciónmucho más sistemática en los documentos.
En razón de esta mayor profundidad bibliográfica, cada edición
sucesiva de la Historia la mejora.
La primera escaramuza en el debate comenzó en una serie de
artículos publicados por Dalmacio Véle/. Sarsficld en el periódico
El Nacional en 1864. Al llamar a la Historia de Bclgrano de Mitro
"unjuicio injurioso y calumniante a los pueblos del interior", Vélcz
Sarsficld busca mostrar que las masas y sus caudillos jugaron un
papel importante en el movimiento de la independencia, desligados
del liderazgo porteño representado por Belgrano y San Martín
(Véle/. Sarsfield, "El General Bclgrano", en Mitro, Estudios
tóricos, 218). El punto central de la argumentación de Vélcz
Sarsficld es Martín Güenics, un contemporáneo de José Artigas,
que luchó junto a San Martín y Bclgrano al fronte de un ejército de
gauchos que más de una vez resultó decisivo en el rechazo a las
tropas realistas.
Pero Güemes no siempre cooperó tan amistosamente con los
porteños. Tras las Guerras de Independencia, Güemes, como Artigas,
resistió los intentos porteños de poner a Salla bajo control de
Buenos Aires. También com o Artigas, apoyó políticas sorpren
dentemente progresistas para su época. C omo gobernador de la
229
provincia inició un sistema de impuestos progresivo y medidas de
reforma agraria que lo pusieron en m alos términos con las ricas
fam ilias salteñas, una de las cuales era la suya propia. Además
com o Hidalgo, Güemes contribuyó a cambiar el sentido de la
palabra “gaucho”, de delincuente apatriotanativo. Los historiadores
modernos en general están de acuerdo en que Güemes logró un buen
equilibrio entre la lealtad a la nación y la defensa de la provincia;
también es muy elogiado actualmente por trascender sus propias
raíces de clase para conducir un m ovim iento popular y progresista.6
A ojos de Mitre, en cambio, la popularidad entre las clases
bajas y la oposición a Buenos Aires eran pecados imperdonables.
Incapaz de desmentir la contribución de Güemes a la lucha por la
independencia, Mitre concede que “com o caudillo fue grandeenla
lucha por la causa común”, pero afirma que “como caudillo fue
funesto contribuyendo con su ejem plo a la desorganización política
y social” (Mitre, Estudios ,h
istórco69). Mitre insiste además
vituperio ya estereotipado, en que Güem es fue un “caudillo desti
nado a adquirir una gloriosa a la v e z que siniestra celebridad...
Aunque educado y perteneciente a una notable familia de Salta,
manifestó siempre una tendencia a halagar las pasiones de las
multitudes para conquistarse su afecto y dividirlas de las clases
cultas de la sociedad” ( Historia de (1859), II, 20
Como en otros ejemplos de estilo oficialista, lo que significa esto es
que Güemes buscaba la inclusión de las clases populares, y rechazaba
las aspiraciones de la minoría ilustrada de Buenos Aires al poder
exclusivo sobre las provincias.
Los ataques de Mitre a G üem es no quedaron sin respuesta. “El
hecho es”, escribe V élez Sarsfield, “que el caudillo Güemes, ese
hombre a quien se culpa de haber procurado siempre atraerse las
masas, se sirvió de esas masas para salvar su país y salvar la
Revolución de M ayo” (“El General B elgrano” , 227-228). Vélez
Sarsfield critica en particular la actitud desdeñosa de Mitre hacíalas
masas:
*La torpe defensa que hace Vélez Sarsfield de Güemes fue en realidadd
primero de varios intentos de redimirlo de la degradación que cubría a todoslos
caudillos por igual en la historia oficial. La Güemes de Atilio Cornejo
en gran medida resume la opinión moderna.
230
historia de éstos puede prescindir del teatro de sus acciones.
Nuestros historiadores toman individualidades, exageran sus
condiciones, no sabemos el medio en que han vivido, el
tamaño y el valor de los pueblos en que han obrado, los brazos
secundarios que los han auxiliado; no conocemos ni las cos
tumbres, ni las opiniones de las masas, ni sabemos los nombres
de los primeros personajes que influían en ellas (233).
231
para fundamentar el mito de los caudillos bárbaros y sus hordas
salvajes. Esta visión de los caudillos también dio apoyo a la negativa
de Mitre a negociar de buena fe con el “caudillo" Urquiza, y quedó
subyacente en su visión de su propio papel en la historia argentina:
líder de una minoría ilustrada llamada a resistir la “barbarie”. Fue
precisamente el uso selectivo que hizo Mitre de las pruebas lo que
llevó a Albcrdi a acusarlo de que la Historia Belgrano es “la
leyenda documentada, la fábula revestida de certificados, que son
para ver, pero no para leer de otro modo que los lee la vanidad del
país, esto es, con los ojos cerrados” (Albcrdi, Grandes y pequeños
hombres, 16).7
7El debate entre Mitre y sus críticos entró en una segunda ronda en la década
de 1880, período que escapa al alcance de este libro. Vicente Fidel López, unautor
tan prolífico como Mitre y mucho más influido por historiadores como Thien)’>'
Macaulay, reiteró la criticado Vélez Sarsficld a Mitre, en el sentido de que el interés
de éste por la documentación lo enceguecía a los problemas más amplios. Mitre
contraatacó calificando de “impresionista” la Historia de López. El debate entre
Lópezy Mitre ha sido analizado en extenso en Carbia, Historia, 148-172; Ricardo
R. Caillet Bois también analiza el debate en su artículo “La historiografía", como
hace Joseph R. Baragcr en "The Historiography of the Rio de la Plata Area Since
1830“ (596-598). Además, como lo indican obras rclativ amente recientes comolas
muy entretenidas y no muy confiables de Arturo Jaurelchc, Los
y El medio pelo en la sociedad argentina, el papel de Mitre en la historia argentini
sigue inspirando discusión.
232
intelectual, heroísmo, elocuencia, ambición, oportunismo e intriga,
Mitre admite que se lo vea desde muchos ángulos y combinación de
ángulos. Ninguno de sus contemporáneos tuvo sus dotes combina
dos de escritor, historiador, político, administrador, orador y líder
militar. Es cierto que Sarmiento fue mejor escritor, Albcrdi un
pensador más lúcido, Urquiza un patriota más entregado, López un
historiador más legible, y casi cualquiera pudo superarlo como
novelista y traductor. Pero nadie tuvo todos esos talentos juntos; ni
tampoco nadie acomodó sus talentos en un vehículo más perfecto
de autopromoción que el que mantuvo a Mitre en la mira del público
desde 1852 hasta su muerte en 1906.
Pero Mitre es mucho más que un producto de la ambición
personal y las relaciones públicas. Una vez que Urquiza dejó de ser
un obstáculo y Mitre llegó a presidente, se ocupó de organizar el
país, fundar escuelas y universidades, redactar códigos y leyes,
crear un moderno sistem a bancario y monetario, marcar políticas de
inmigración y construir puertos, líneas telegráficas y ferrocarriles.
En todas estas actividades se mostró un funcionario imaginativo e
incansable, tanto que sin Mitre la Argentina moderna podría no
existir. Pero hubo otro Mitre: un hombre cuyas ambiciones una y" '
otravezinterrumpieroneldesarrollonacionalysiguen distorsionando
la comprensión del pasado argentino. Cuando las ambiciones
personales de Mitre coincidieron con el bien de su país, fue un
servidor público imaginativo y celoso; cuando no, fue una peligrosa
fuente de perturbación y distorsión histórica.
Separar las ambiciones de Mitre de su patriotismo es espe
cialmente difícil por su ubicua retórica liberal. Sean cuales fueren
sus acciones y m otivos, siempre lo dijo bien. Sus escritos nos ha
blan en presente y están cargados con el denso perfume de la
elocuencia liberal, mientras que sus acciones siguen en el pasado,
esperando ser iluminadas por historiadores laboriosos. Con elo
cuencia liberal atacó los planes de Urquiza de unificar el país bajo
un gobierno igualmente representativo de Buenos Aires y las pro
vincias; con elocuencia liberal llamó a su periódico Debates,
aunque siempre reflejó un solo punto de vista; con elocuencia libe
ral llamó a su siguiente periódico La Nación, nombre que disfraza
su inflexible prejuicio porteñista; con elocuencia liberal condujo a
la Argentina al borde de una desastrosa guerra civil que fue evitada
sólo porque Urquiza se negó a combatir, con elocuencia liberal
colaboró en una vergonzosa guerra contra el Paraguay; y con
elocuencia liberal en 1874 intentó un golpe contra un presidente
233
constitucional cuya mayor ofensa había sido derrotarlo en su
segunda postulación a la presidencia, Si Mitre hoy es mrts recor
dado com o un estadista, enulito, líder político e historiador liberal,
es en parte porque sus palabras siguen defendiéndolo y promo
viéndolo.
Y si sus palabras flaquean, sus descendientes se apresuran a
salir en su ayuda. La familia Mitre es dueña y editora de Nación,
el diario más poderoso del país, que a su v ez ejeme una influencia
tácita sobre la vida intelectual argentina mediante el simple expe
diente de controlar quién y qué se publica o reseña en sus páginas.
En realidad, con la colaboración de sus descendientes, Mitre se
mantiene casi tan intocable en la muerte com o lo fue en vida. Dada
la complejidad del hombre y los giros laberínticos de la vida
intelectual argentina contemporánea, los escritos de Mitre siguen
siendo la mejor ventana para ver que, p ese a sus grandes palabras
sobre democracia y su notable contribución a la historia, nunca deja
de ser el defensorde los grandes hombres y las minorías ilustradas:
yale decir, él mismo y los que están de acuerdo con él.
234
Capítulo 9
235
Dos consideraciones promueven la elección do esc nombre,
Primero, muchos de los autores estudiados en este capítulo sé
llamaron a sf mismos “nacionalistas", y ul federalismo “causa
nacionalista”. Por ejem plo Olegario Andtadc, en dos polín,
cas, importante panfleto publicado probablemente en 18b6, es
tudiado en detalle más adelante en este capítulo, divide a los par
tidos políticos argentinos en dos grupos: “Federales y unitarios,,,
nacionalistas y liberales” (54). Segundo, el nombre toma sentido
a la luz de lo que se volvió el antiliberalismo en este siglo. Como
el Kafka de Borges, que crea sus propios precursores, el naciona
lism o argentino contem poráneo en cierto sentido creó su propia
genealogía.
Lo que más les falló a los oponentes del liberalismo porteño
durante los primeros cincuenta años de existencia del país, fueron
buenos defensores públicos de su punto de vista. A diferencia de
Echeverría, Sarmiento y Mitre, los escritores antilibcralcs trabajaron
en relativo aislamiento, sirvieron causas políticas efímeras y no
dejaron una progenie intelectual que mantuviera su obra a la vista
del público. Salvo las denuncias poéticas al privilegio de la clase
alta y la injusticia com etida con el gaucho, por Bartolomé Hidalgo,
los autores populistas antes de Urquiza se hundieron en el olvido,
Hasta las proclamas de Artigas tuvieron que esperar su resurrección
a m anos de historiadores uruguayos an siosos por establecer una
identidad nacional propia. Igualm ente olvidado estuvo el padre
Francisco de Paula Castañeda, que lanzó una campaña vigorosa, a
m enudo difamatoria, contra R ivadavia, y después se alineó con
E stanislao L ópez, caudillo de Entre R íos, contra los liberales
porteños. Otro “nacionalista” olvidad o es Pedro de Angelis, un
literato italiano importado por R ivadavia, que se transformó en el
intelectual “con cam a adentro” d e R osas; aunque fue un adulón
servil de quienquiera estu viese en el poder, de A ngelis dejó una
notable (aunque probablem ente insincera) d efen sa de la dictadura
de R osas, con vin cen tes refutaciones de lo s argumentos unitarios
contra R o sas, y un adm irable cuerpo de escritos serios sobre la
cultura, el lengu aje y la geografía argentinos. A un así, dado que
escritores co m o C astañeda y de A n g e lis eran fáciles de desacreditar
por su alianza con cau sas p olíticas ingratas o sin éxito, fueron en
gran m edida o lv id a d o s y causaron p o co efec to sobre las ficciones
orientadoras o fic ia le s del país.
C on la llegad a al p oder d e U rq uiza, y el establecimiento de un
gobierno n acion al en Paraná, lo s in telectu ales antiporteños por
236
primera vez encontraron un líder político con el que pudieran
simpatizar, y un gobierno a cuyo alrededor pudo formarse una
escuela genuina de sentimiento nacionalista. Gracias a la Confe
deración, escritores como Juan Bautista Alberdi (ya alejado de
Sarmiento y Mitre), Carlos Guido y Spano, Olegario V. Andrade y
José Hernández se unieron en la causa común contra el dominio
porteño. Pero, como suele suceder en las letras argentinas, también
los pensadores de la Confederación fueron más hábiles en explicar
el fracaso que en programar el éxito. Como resultado, los ejemplos
más significativos de pensam iento nacionalista, populista y
provincialista no aparecen durante el gobierno de Urquiza sino
después de su derrota en 1861, cuando los mitristas y Buenos Aires
habían vuelto a dominar el país.
Este capítulo y el que sigue examinan'el pensamiento nacio
nalista argentino tal como se manifiesta cntre~T85Tv~T88Q en
ténjiinos-dé^icorimpulsos-principalcs. El primero es una rccsX
tructuración de la historia que define a la Argentina como una
nación dividida no por ideologías políticas sino por realidades
económicas, y como contendientes principales el interior contra
Buenos Aires, los pobres contra la “oligarquía” (térm ino
dcsaprobatorio referido a los ricos porteños, que se empieza a usar
durante este período). El scgundocs una vindicación de los caudillos"
como auténticos dirigentes populares cuyo supuesto barbarismo era
el único recurso disponible a las provincias en su lucha contra
Buenos Aires; esta vindicación de los caudillos está íntimamente
ligada a la reestructuración de la historia, y formaría la base del
revisionismo histórico que divide la historiografía argentina aun
hoy (véase Barager, “Historiography”; Froeber, “Rosas and thc*
revisión o f Argentino History”; Navarro Gerassi, Los nacionalis
tas, 131-145). El tercero es una expresión de solidaridad ideológica*
con otros países latinoamericanos, actitud notoriamente ausente
entre la mayoría de los liberales argentinos. El cuarto es una
reivindicación de la herenciacspañola, latina, en la qucla fascinación
del liberalismo con Francia, Inglaterra y Norteamérica como m o
delos es vista com o algo “antiargentino”. Y el quinto es una
glorificación del hombre de campo pobre, de la que el gaucho, antes
que como un descastado bárbaro, emerge com o un prototipo de
auténticos valores argentinos y una víctima de la egoísta ambición
de la oligarquía. En menor grado, la crítica a las guerras con el indio,
en especial en la obra de Lucio V. Mansilla, también vindica a otro
grupo marginal: los indios argentinos, aunque el indio nunca
237
adquirió el m ism o valor sim bólico que el gaucho en el pensamiento
populista. A lgunas de estas corriente, por supuesto, fueron aniicj.
padas por los primeros populistas, Artigas e Hidalgo, como vimos
en el Capítulo 3. Sin embargo, es durante las décadas de 1860 y 187o
que el pensamiento nacionalista florece por entero. Aquí, como en
capítulos anteriores, los desarrollos intelectuales son examinados
junto a los hechos sociopolíticos que lo s inspiraron.
238
los mismos derechos de autodeterminación alas provincias. Una de
susprimeras medidas fue enviar al ya viejo general José María Paz,
famoso héroe de la Independencia, portando un baúl con doscientas
mil libras esterlinas, a sobornar caudillos provinciales para que se
alejaran de la Confederación. Cuando esto falló, los porteños en
viaron dos ejércitos a las órdenes de los generales Manuel Hornos
y Juan Madariaga a interrumpir la convención constitucional de
Santa Fe. Urquiza los derrotó a ambos (Fems, 296). Los porteños no
tardaron en comprender que la popularidad de Urquiza acoplada
con su fuerza militar hacía intocable a la Confederación... al menos
por el momento.
La presidencia de Urquiza también vio la publicación de uno
de los documentos más importantes del nacionalismo argentino: el j
panfleto Lasdos políticas, de Olegario V. Andrade. Dado que el /
ejemplar más antiguo superviviente de Las dos políticas no men
ciona ni autor ni fecha, hay considerable desacuerdo sobre los
orígenes del artículo. Algunos lo atribuyen a José Hernández,
aunque su estilo inflado, altamente metafórico, es mucho más
propio de Andrade que de Hernández. Tampoco hay acuerdo sobre
la fecha. Varios historiadores afirman que no apareció hasta 1866,
que es de hecho la fecha en que comenzó a circular ampliamente
como parte de una campaña abortada de recuperar la presidencia
para Urquiza. José Raed, por su parte, en el convincente ensayo
"Olegario y Las dos políticas” , que antecede a la edición que uso
aquí, afirma que gran parte del panfleto fue escrito durante la
presidencia de Urquiza, quizá ya en 1857, cuando Andrade tenía
apenas dieciocho años, y fue rcescrito después para apoyar un
posible regreso de Urquiza a la presidencia. Sean cuales fueran la
fecha y el autor, empero, el panfleto es un importante pronuncia
miento sobre la política de la Confederación, una clave para
cntcndercl desarrollo del pensamiento provincialista y nacionalista,
y una asombrosa anticipación de ficciones orientadoras que siguen
dando forma al nacionalismo argentino.
E scritocnunestilopom poso.cltcxtoafirm aque "las cuestiones
de organización, de forma de gobierno, de instituciones liberales,
eran los diferentes disfraces de la cuestión económica", en la que
Buenos Aires “ha m onopolizado el comercio, el transporte de
bienes y el gobierno en general... Derrocado en 1810 el régimen
metropolitano y devuelta la soberanía política del país al pueblo de
sus provincias, Buenos Aires se erigió de hecho en Metrópoli
territorial, monopolizando, com o ha dicho el señor Alben.ll en
nombre de la República independiente, el comercio, la navega
ción y el gobierno general del país, empleando el mismo métoju
que había empleado España. En vez de Madrid, se llamaba Bue
nos A ires... En vez del coloniaje extranjero y monárquico, tuvi
m os desde 1810 el coloniaje dom éstico y republicano" (Andrade
53-54). Afirma luego que desde los primeros días de la independen,
cia, sólo una cuestión política fue importante: si las Provincias
Unidas o Buenos Aires controlarían la abundancia material del
país. Desde el punto de vista de Andrade, Buenos Aires tenía io.
das las de ganar en esta lucha económ ica, hecho que explica no
sólo la pobreza de las provincias sino también sus gobiernos cau-
diüistas:
240
porteños que aprovechan la posición privilegiada de Buenos Aires
son cómplices, cualesquiera sean sus supuestas diferencias políti
cas. “Si es injusto atribuirá Buenos Aires”,n o s dice, “los crímenes,
las expoliaciones, los antojos salvajes de Rosas, no es injusto negar
su complicidad con los principios trascendentales de su política
soberbia, exclusivista y vanidosa, con sus aspiraciones capitales de
predominio y de absorción” (72). N o puede sorprender que Andrade
vea a Mitre y su oposición a Urquiza sólo com o el episodio más
reciente de esta permanente conspiración contra las provincias:
"sólo fue [Mitre] la restauración del ascendiente perdido de Buenos
Aires, la ruina y el desquicio para las provincias, la riqueza y el
poder para Buenos Aires. ¡La misma política de todos los tiempos
aciagos de la República! Rivadavia, Dorrego, Rosas y Mitre han
sido sus instrumentos” (76).
Andrade continúa su ensayo con una resonante defensa de
Urquiza, retratando al caudillo entrcrriano com o el más reciente y
más capaz de una larga serie de héroes provincianos com o Güemes,
Ramírez, López y Quiroga, todos los cuales combatieron por la
autonomía de sus provincias. Urquiza, en las palabras del panfleto,
es el hombre que “levantó la bandera redentora de las libertades
argentinas” (90-91) y creó un congreso, una constitución y un
gobierno nacional. La devoción de Andrade a Urquiza tenía una
base personal. Nacido en 1839 en una fam ilia pobre de artesanos
rurales, y huérfano desde tierna edad, Andrade pudo estudiar,
primero en su pueblo natal de Gualeguaychú, después en Uruguay,
sólo gracias a la generosidad personal de Urquiza, muy im presio
nado por la inteligencia del joven Andrade (Tiscom ia, “Vida de
Andrade”, x-xi, xviii-xxix). Andrade termina dos políticas con
una invocación a los historiadores del futuro para que juzguen el
conflicto entre Buenos Aires y las provincias: “ Invoquen a la
historia para que sancione sus ju icios. Ella les dirá de qué parte ha
estado el interés local, la vanagloria ridicula, la ambición desm edi
da. Ella les dirá quiénes han trabajado por la paz, por la fraternidad,
por la regeneración” (92). Andrade no tenía m odo de saberlo, pero
su invocación a una historia alternativa, al revisionism o histórico,
se volvería el grito de batalla del nacionalism o argentino en este
siglo.
Las ideas de Andrade también resuenan en Albcrdi. D espués
del triunfo de Urquiza, Albcrdi abandona el clitism o de las Bases y
abraza una visión francamente populistaquc recuerda su Fragmento
preliminar estudiado en el Capítulo 5. Escribiendo desde París tras
241
la caída de Urquiza, afiim a que “L os caudillos son los representantes
m ás naturales de la democracia de Sud A m érica... Mitre, Sarmiento
y los de la escuela liberal e in teligen te... quieren reemplazarlos
caudillos de poncho, p o rlo s caudillos de fr a c ,.. .la democraciaquc
es dem ocracia, por la democracia que es oligarquía” (Grandesy
pequeños hombres, 207-209). Continúa:
242
Buenos Aires, y el país vasallo, la república.
13 ikx>soberna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro
K>{'¡rodero; el uno es feliz, el o u o miserable (107).
243
sino que estaban desarrolladas de tal m odo que quedaran en posi
ción dependiente de los intereses de B uenos A ires, tal como hoy se
d ice que están los países latinoam ericanos respecto de los del primer
mundo.
Con Alberdi, Andrade y Hernández, la Confederación demostré
que, además del sensato liderazgo de Urquiza, una Constitución
ejemplar, y notables triunfos d ip lom áticos, Paraná también podía
crear un paradigma de ficcion es orientadoras con el que enfrentar
las id eologías liberales de Buenos A ires. A dem ás, los escritores de
la Confederación sugieren una cierta continuidad de temas, si no
una descendencia directa, de la p oesía gau ch esca de Bartolomé
Hidalgo y los pronunciam ientos im provisados de José Artigas;
aunque Artigas c H idalgo no pueden ponerse a la altura intelectual
de los pensadores de la C onfederación estudiados en este capítulo,
los intereses que articularon en la primera década de la República
Argentina resuenan en el pensam iento de la Confederación medio
sig lo m ás tarde.
Pero las nobles am biciones, una con d ucción capaz y pensadores
creativos en la C onfederación no bastaban para cambiar los esquemas
com erciales que seguían h aciend o de B u en os Aires el centro
económ ico d e la Argentina. En una palabra, lo que no tenía la
C onfederación era dinero. Hasta p aíses q u e simpatizaban con la
C onfederación se cansaron a la larga d e m antener relaciones di
p lom áticas con Paraná m ientras su com ercio se realizaba en su
m ayor parte co n y a través d e B u en os A ires. C om o resultado, hada
fines d e la década de 1850, lo s representantes de Francia y los
Estados U nidos presentaron su s cred en ciales a ambos gobiernos
(S co b ic, La lucha, 165-168). C om o si lo s problem as económicos n
bastaran, la C onfederación tam b ién exp erim en tó un aumento de
ten sión p o lítica cu an do se acercó a su fin e l m andato de seis añosde
Urqui/.a co m o presidente.
Las n o ticia s d e lo s prob lem as e c o n ó m ic o s y políticos de la
C o n fed era ción abrieron el ap etito d e B u en o s A ires por recuperar el
m ando d e las p rovin cias, a tal punto q u e a fin es de 1859 Mitre
co n d u cía tropas p o n c h a s contra la C on fed eración . Urquiza enfrentó
a los so ld a d o s d e M itre en C ep ed a , en la p rovin cia de Buenos Aires,
el 23 d e octu b re, y le s in flig ió u na son ad a derrota. P ese a ella, Mitre
s e las arregló para sa lv a r la in fan tería y la artillería para futuras
batallas, h ech o q u e las fu erzas d e la C on fed eración lamentarían
d esp u és. T ras e l retiro de M itre, U rq uiza v o lv ió a sentir la tentación
d e invadir B u en o s A ire s, p ero, c o m o en otras o ca sio n es, les ofreció
244
a los porteños la rama de olivo. “Al fin de mi carrera políti
ca". escribid, "mi única ambición es contemplar desde el bogar
tranquilo, una y feliz República Argentina... Deseo que los hijos
de una misma tierra y herederos de una misma gloria, no se armen
in;ts los unos contra los otros; deseo que los hijos de Buenos Aires
sean argentinos" (citado en Bosch, 492). El 11 de noviembre los
derrotados porteños fumaron con Urqui/a el Pacto de San José de
Flores, que estipuló que Buenos Aires se uniría a la Confederación.
Para ayudara salvar el orgullo de los altivos porteños, sin embargo,
Urquiza accedió en principio a permitir que Buenos Aires, como la
provincia más populosa, tuviera más voz en el Congreso nacional
y amplias facultades para enmendar la Constitución de 1853.
Urquiza también estipuló que el secesionista Alsina renunciara a la
Gobernación de Buenos Aires, provisión que Mitre apoyó tácita
mente ya que eliminaba a su principal rival político en la provincia.
Aunque en la superficie fue una victoria para la Confederación, el
Pacto de San José de hecho no comprometía a Buenos Aires a
nada más que a continuar las discusiones. Y Mitre era un discuti-
dor estelar.
El año 1860 marcó una importante transición tanto para Paraná
como para Buenos Aires. Urquiza desmintió miles de profecías
porteñas retirándose del cargo al completar su período de seis años,
tal como estaba especificado en la Constitución de 1853. En
elecciones nacionales, fue remplazado por su ex ministro del
Interior, Santiago Dcrqui, un sujeto nervioso y poco ejecutivo a
quien Urquiza puede haber apoyado al com ienzo con vistas a
mantener su influencia en el gobierno nacional. Tras la toma de
posesión de Derqui, Urquiza volvió a su cargo de gobernador de
Entre Ríos. Mientras tanto, con Alsina fuera del camino por insis
tencia de Urquiza, Mitre fue electo gobernador de la provincia de
Buenos Aires. Aunque las negociaciones entre Buenos Aires y
Paraná todavía no habían llegado a nada sólido, Mitre invitó a
Derqui y a Urquiza a Buenos Aires para la celebración del 9 de julio.
Fue una típica maniobra de Mitre: mientras protegía tenazmente el
privilegio porteño en la mesa de negociaciones y en el campo de
combate, proyectaba cuidadosamente una imagen pública de am
plitud y unidad a la vez que “no había entregado ningún elemento
importante de su soberanía o poder al gobierno nacional” (Scobie,
Lalucha, 283-288).
Tras los obligatorios discursos y abrazos en la fiesta, Mitre
pasó al asunto que tenía entre manos: que las provincias volvieran
245
a ob ed ecer al m ando porteño, tarca en la que só lo R osas había tenido
éx ito . C om o observa S cob ic, aunque R osas y Mitre diferían en
m ucho, “ un atributo esencial fu e com íín a lo s dos regímenes. La
riqueza y el poder económico que representaba la ciudad de Buenos
A íres só lo participaron en la nacionalidad argentina cuando su
seguridad pudo ser garantizada por la d irección porteña en un
gobierno nacional" (299). C om o gobernador, Mitre inmediatamente
se em barcó en una estrategia d e tres puntas para recuperar las
provincias. Prim ero, sub sid ió organ izacion es de simpatizantes
porteños c n e l interior. S egu nd o, exp lotó el sentim iento autonomista
en el interior entrando en n eg o cia cio n es co n líderes provinciales,
maniobra que pasaba por en cim a d e D erqui y ayudaba a introdu
cir una cuña entre éste y Urquiza. Y tercero, probablemente apoyó
una cam paña terrorista encubierta contra líderes provinciales
proconfcdcración, que tu vo esp ecia l éx ito en las provincias del
n oroeste (B o sch , 5 2 3 -5 3 4 ; S co b ic, 3 0 4 -3 1 7 ).
Dos resultados de esta campaña fueron los asesinatos de
Nazarío Benavidez, ex caudillo de la provincia natal de Sarmien
to, San Juan, y el de su sucesor federal, José Antonio Virasoro.
En el otoño de 1858, cuando Urquiza todavía estaba en la presi
dencia, simpatizantes unitarios lograron lomar el control de San
Juan, remplazando al gran enemigo de Sarmiento, Benavidez,
con Manuel José Gómez. Temiendo que Benavidez intentara un
golpe contra su gobierno, Gómez había encarcelado al viejo cau
dillo. Tras un fracasado intento de rescate por partidarios de
Benavidez, el carcelero unitario mandó ejecutar al preso, acto de
cobardía que Sarmiento trató de justificar, pese a su siempre
proclamada fe en las instituciones y procesos legales (Bunkley,
379-380). En parte debido al clam or popular contra Gómez, el
recién electo Derqui lo remplazó por José Antonio Virasoro,
gobernador pro Confederación que fue a su vez asesinado el 16 de
noviem bre de 1860, en una rebelión conducida por el mitrista
Antonio Abcraslain, quien puede o no haber actuado indepen
dientem ente de Buenos Aires.
El tema del terrorism o porteño en las provincias, y especial
mente la participación porlefia en los asesinatos de Benavidez y
Virasoro, se volvió m ateria de una caldcada discusión. Urquiza
acusó a Sannlento y sus am igos porteños de instigar a la violencia,
acusación que Sarm iento negó con firmeza. Más tarde, cuando
Derqui nom bró a una com isión para investigar el asesinato, Urquiza
objetó la inclusión de m itristas en la com isión, sugiriendo que él
246
sospechaba que el mismo Mitre estaba implicado. La crítica de
Urquiza a la comisión marcó de nuevo sus temores de que Derqui
estuviera demasiado influido por Mitre. En una carta a Derqui
fechada el 30 de diciembre de 1860, U rquiza le advertía: “No se deje
separar de sus amigos por ideas del momento aceptadas sin bastante
meditación” (citado en Scobie, 313). Fuera cual fuese la participa
ción de Mitre, es indudable que obtuvo rédito político de las muertes
de Bcnavídez y Virasoro, ya que la desestabilización de goberna
ciones pro Confederación en las provincias del noroeste, y el dis-
tanciamicnto entre Urquiza y Derqui, eran decisivos para abrirle
camino a un triunfo sobre el interior.
La exitosa estrategia de “divide y vencerás” empleada por
Buenos Aires, sumada a las crecientes dificultades económicas
de la Confederación, convencieron a Mitre, que todavía se repo
nía de su derrota de 1859 en Cepeda, de que Una segunda invasión
al interior podía salir bien. A fines del invierno de 1861, Mitre
volvía a marchar contra la Confederación. Aunque Urquiza ac
cedió a conducir las fuerzas de defensa contra esta segunda inva
sión, la dcslealtad de ex aliados federales, las sospechas sobre
Derqui, la enfermedad, y una creciente repugnancia por la lucha'
constante contra el ambicioso y tanto más joven Mitre, le restaroií
entusiasmo por la batalla. Las dos fuerzas se encontraron el 17 de
septiembre de 1861 en Pavón, donde tras un breve enfrentamiento,
Urquiza, para sorpresa de todos, se retiró con sus tropas. Sin
Urquiza, la resistencia de la Confederación cesó de inmediato. Se
firmó un tratado por el cual Urquiza volvía a Entre Ríos y se
apartaba de la política nacional, para gran desilusión, cuando no
furia, de sus aliados federales. A cambio, Mitre prometía dejar en
paz a Entre Ríos. Con Urquiza hecho a un lado, Mitre inició
negociaciones independientes con todos los caudillos provinciales,
erosionando el poder de Derqui y mostrando un total desprecio por
la Confederación. Desprovisto de todo apoyo significativo, Derqui
renunció oficialm ente a la presidencia en noviembre de 1861 y
marchó al exilio.
Los m otivos de Urquiza para ceder al fin ante Mitre han
quedado velados por el misterio. Seguramente tuvo la oportunidad
y los recursos para rcagruparsc y marchar sobre Buenos Aires otra
vez. En lugar de hacerlo, volvió a su querida estancia de San José,
dejando a las provincias indefensas ante los designios de Mitre y los
porteños. C omo el acuerdo firmado con Mitre lo confinaba a Entre
Ríos, Urquiza se n egó repetidamente, pese a las frecuentes ofertas
247
de sus ex aliados federales, a apoyar ninguna resistencia de las
provincias aBuenos Aires. Tal comportamiento llevó aexpartidarios
suyos como Hernández, Alberdi, Carlos Guido y Spano y los
caudillos Ángel Pcñaloza y Ricardo López Jordán a denunciarlo
como traidor al federalismo y a los ideales de sujuventud. Escribía
Alberdi en 1863: “No pudiendo sostenerse contra Buenos Aires,
hoy se sostiene Urquiza por Buenos Aires... Urquiza acabará
probablemente su vida pública como la empezó: por ser cómplice
de Buenos Aires en el despojo y el destrozo de la República
Argentina”. En un pasaje similar, Alberdi escribe que al permitirle
ganar a Mitre, Urquiza “ha restaurado el régimen de Rosas... Ha
destruido la constitución que se envanecía de haber promulgado, y
ha herido de muerte la integridad nacional, que sirvió en otro
tiempo”( Escritos Ipóstum
o, X, 327,332). Como observa Alberdi,
Urquiza comenzó su vida pública aliado a Rosas; y como Alberdi
lo profetizó, seguía aliado al gobierno de Buenos Aires cuandofue
asesinado en 1870 por un ex aliado federal que como tantosotrosse
sintió traicionado por Urquiza en Pavón.
¿Cuáles fueron las causas del espectacular cambio de Urquiza?
Lo más probable es que haya pensado que, dado que Mitre y Buenos
Aires nunca admitirían una paz que no fttera dictada por ellos
mismos, las provincias sólo tenían dos alternativas: una guerra civil
prolongada e inganable, o una rendición negociada. Diez años de
esfuerzos inútiles en la Confederación lo habían convencido de que
la segunda alternativa era la mejor. Una explicación más cínica
sostiene que Urquiza cedió a la tentación de la riqueza. Siendo el
mayor terrateniente de Entre Ríos, tenía mucho que ganar si
mantenía relaciones de paz con Buenos Aires; y de hecho Urquiza
murió colosalmente rico.
Liquidada la Confederación, la tarea de organizar un gobierno
nacional recayó sobre Mitre, quien, tras la renuncia de Derqui.pasó
a ser el ejecutivo nacional de facto; el 12 de octubre de 1862, un
Congreso Nacional recientemente electo hacía de Mitre, entonces
de cuarenta y un años, el primer presidente del país unido. Mitre
sacó a relucir una capacidad administrativa y diplomática sin
precedentes en el país. Siguiendo políticas no distintas de las que
había intentado Urquiza, extendió el servicio postal, construyó
caminos y fcrrocarilcs, nacionalizó vías fluviales y puertos, regu
larizó las finanzas nacionales, instaló un sistema judicial, expandió
la educación pública y alentó la inmigración. Más de cien mil
europeos entraron a la Argentina durante su presidencia. Tambión
248
creó un clima de negocios favorable que casi duplicó el tráfico de
exportaciones c importaciones entre 1862 y 1868. Pero, más im
portante, al menos a nivel simbólico, Mitre conservó con cambios
menores la constitución de la Confederación; en tanto el control
político y económico se mantuviera en manos de los porteños, la
Constitución federal no presentaba obstáculos serios a su gobierno.
Mitre fue especialmente afortunado al no tener enemigos tan
capaces como él.
En los primeros meses del gobierno de Mitre, los intelectuales
favorables a la Confederación mantuvieron una cauta distancia.
Aunque Juan María Gutiérrez aceptó el nombramiento de rector de
la Universidad de Buenos Aires, evitó involucrarse en política.
Alberdi, que había renunciado a su puesto diplomático cuando
asumió Derqui, pasó a ser diplomático de un país que ya no existía.
El disgusto de Alberdi por la política lo retuvo en París, pero de
lodos modoscscribió unensayo sorprendentemente conciliador, D e
la anarquía y sus dos causas principales del gobierno y sus dos
elementos necesarios en la República Argentina, con motivo de su
reorganización por Buenos Aires, en el que evita, al menos por el
momento, otro ataque a Mitre, sosteniendo que después de Pavón
la lucha entre Buenos Aires y las provincias no era “de personas”
sino "de intereses y de instituciones” ( completas, VI, 152).
Según Alberdi, dos elementos relacionados en la sociedad argentina
provocaban su anarquía perpetua: el egoísmo de Buenos Aires, que
insistía en conservarlos ingresos de la aduana para sí, y los caudillos
provinciales, que sobrevivían porque Buenos Aires no les ofrecía a
las provincias fomia alternativa de autogobierno. Para remediar
estos dos males proponedos soluciones: primero, que Buenos Aires
(y sus ingresos) sea federali/.ado, y segundo, que este nuevo
gobierno, auténticamente federal, tenga sustancial poder sobre las
provincias. En una palabra, promueve un gobierno central fuerte
pero auténticamente representativo.
En efecto, Mitre instituyó un fuerte gobierno central, pero de
ningún modo lo hizo más representativo. Su gobierno consistió por
entero de porteños y sus aliados leales de las provincias. También
mejoró los servicios públicos en el interior, pero más por palemalismo "
y conveniencia política que por respeto a los derechos provinciales.
En una palabra, la democracia estaba bien en cuanto sus miembros
votantes fueran gente decente que aceptaba el dominio de Buenos
Aires antes de cualquier discusión. Lo que significó esto en la
práctica fue un demorado esfuerzo por eliminar el último rastro del
249
populismo cuudillesco, por muy representativo que lucra del sen.
titúlenlo provinciano.
E lm ás lamoso caudillo de lo s que sintieron el puño de Mitre
fue Ángel Vicente Peñaloza, apodado “El Chacho”, que seguía
gobernando La Rioja. En 1862, El Chacho com enzó a reunir ar
mas para un levantamiento popular contra las autoridades nacio
nales. Sarmiento, entonces gobernador de la vecina San Juan,
nombrado por Mitre, reaccionó a la rebelión declarando un esta
do de sitio ilegal y enviando fuerzas nacionales a combatir al
caudillo rebelde. El 12 de noviem bre de 1863, Peñaloza fue captu
rado y decapitado por las tropas nacionales, que después exhibie
ron su cabeza en una lanza com o advertencia a sus seguidores,
Aunque Sarmiento negó haber ordenado el asesinato, este acto de
"barbarie oficial" suele ser citado com o prueba de lo flexibles
que eran las normas que Sarmiento se aplicaba a sí mismo. Como
parte de su protesta de inocencia, escribió otra biografía, ésta
dedicada a desacreditar plenam ente al C hacho como el caudillo
m is bárbaro que hubiera existido, y sugiriendo que su eliminación
de la vida argentina valía la pena fueran cuales fuesen los medios
(OC, 7). La controversia por la conducta de Sarmiento en el caso
salió a luz en un momento en que su prom oción utopista de
proyectos públicos irrealizables, un affaire amoroso de ribetes
confusos, y una polém ica con la Iglesia, habían disminuido ya su
popularidad en San Juan. Con la turbulencia adicional provocada
por el asesinato del Chacho, Mitre d ecid ió, com o lo había hecho el
gobierno chileno quince años atrás, que Sarm iento podía sérmenos
problem ático fuera del país. En abril de 1864, lo nombró embajador
en los Estados Unidos, donde traería m en os problemas (Bunklcy,
395*412).
Pero la partida de Sarm iento no enfrió el clim a. El asesinatodel
Chacho provocó airadas protestas entre lo s intelectuales naciona
listas. En una elegía em otiva titulada “ A l general Ángel Vicente
Peñaloza", O legario V. Andrade escribió:
250
Que cru a lu fe de tu creencia estrecho,
Será mis tarde uti vendaval de fuego.
(Obras poéticas,145-147.)
251
d esenqvrto vio! asesin o, el bárbaro Sarm iento. n i pan ido que invoca
U ilustración, la d ecen cia, el progreso, acaba con sus enemigos
Có\»endolos a portaladas.., ¡M aldito sea! M aldito, mil veces mal-
dito, sea el partido en ven en ad o con en m on es, que hace de h
República A f e m in a el teatro de sus sangrientos honores" {Prosas
h\\<' J íz m in d e ;, 50). En el m ism o artículo Hernández también
usa el co m e n del C hacho para a d ven irle a Unqui/a que di será la
próxima victim a de los |V»ncños, por m ucho que. el "puede esquivar
st quiere su responsabilidad p erson al” am e la causa provinciana y
ser seducido "por las am orosas palabras del general Mine" (50-51),
Ademas, com o h izo A ndrade en L is políticos, I lemánde/ usa
su biograña del C hacho para delinear una historia alternativa de la
Argentina, en la q u e lo s cau d illos provin ciales Ramírez, Quiroga,
tó p e ? , Urqniza (basta P avón), Benavídez, y IVrtalo/a son los
verdaderos h éroes, y lo s liberales porteños, Rivadavia, Sarmiento,
R osas y M itre, los perpetradores de la pobreza, las lurbulenciasycl
terror, E n la historia alternativa de 1le m á n d e /,e l ciim ende PeAalo/a
es so lo el ep isod io m ás reciente de la cam paña terrorista poncha
contra lo s intereses p rovin ciales, una cam paña que ya ha redamado
las vid as d e D e n e g ó , Qniroga, B en avíd ez, Virasoro, y ahora
Peftaloza (5 X 5 o),
Alberdi también com en tó el asesin ato del Chacho, a quien le
reconecto una legítim a representación de La Otra Argentina. Pie
guntA retoricamente; "¿Quien fue El C hacho?" y responde que an
tes que nada fue un general, que segu ram en te merecía el rango tan
to co m o M itre, S igu e d icien d o que el C hacho fue "el Garibaldulc
La Rioja", referencia a lo s intentos de P eñaloza por mejorar el
bienestar material de su provincia. A grega que:
253
lodos modos, y no tardó en declararle la guerra a la A
(KolImk), Indi1¡ínulaiceorÜrath!, 86 9 I). resultado,Miu*
no luyo más opción que declararle la guerra al audaz paraguayo^
en los hechos halda invadido territorio argentino, Lamerrtabiew^
Mine decidió fiaccrlo entrando en alianza cori asil contra h/*,
gti ay, decisión que traería consecuencia» trágicas a la región yus
daflo Irreparable a la presidencia de Mitre.
I'ara frenar a López, la primera tarea que debían alrwita
Mitre y Don Ledro era reclutar apoyo en el Uruguay, y etto
significaba derrocar al gobierno blanco. Para hacerlo, Brasil en
vió tropas en ayuda de Venancio Plores. Flores y sus aliado?
brasileños chocaron con las fuerzas blancas en una batalla defi
nitiva el 2 de diciembre de 1864, en la ciudad uruguaya de Paym-
dú. Mitre proveyó secretamente de armas a los invasores. Pesca
su inferioridad abrumadora, los blancos resistieron mis de un
mes, Al fin, tras cincuenta y dos horas de bombardeo constante y
grandes pérdidas, las fuerzas blancas se rindieron a Flores el 2 dé
enero de 1865, Sin embargo, fue una victoria hueca para Floret,
quien a partir de ese momento fue visto por todo el mundo, y no sin
motivos, como un peón en manos de Jos gobiernos argentino y
brasileño,
Hoy, la batalla de Paysandú ocupa un lugar muy pequeño en
la historia argentina, Para los intelectuales nacionalistas dclaépoca,
en cambio, fue una tragedia enorme, no sólo para el Uruguay sino
también para el ideal federal. Alguien especialmente afectado en
este sentido lúe Carlos Guido y Spano, Escritor dotado, políglotay
cxpcilocn literatura clásica, Guido y Spano estuvo desde la infancia
muy cerca del federalismo. Su padre, Tom ás Guido, fue un distin
guido general que luchó con San Martín en las Guerras de Inde
pendencia, y después apoyó a Rosas. Entre 1840 y 1852 donTomás
fue embajador del gobierno de Rosas en el Brasil. Tras la caída de
Rosas, se unió a Urquiza y fue vicepresidente del Senado déla
Confederación. Nacido en 1827, Carlos pasó sus años juveniles con
su padre en Río de Janeiro, con lo que se evitó los peores años de
Rosas, Pero, a diferencia de su padre, Carlos desdeñó la políticay
buscó (¡ti contento principalmente en la literatura clásica, la música
y el arle, Pero, pese u sus esfuerzos por vivir por encima de la
política, Guido y Spano se vio más de una v ez obligado aentraren
la lid, como puede verse en su colección en dos tomos de escritos
en piusa, publicados en 1879 bajo el título Ráfagas. Además, pese
a nú poco gusto por la política, atacó vigorosam ente a Mitre, y en
254
cierto momento trató de alistarse con los asediados blancos uru
guayos.
Guido y Spano, con todo, no pudo atacar a Mitre sin antes
establecer su propia integridad, y como ha señalado Adolfo Prie
to, eso significaba explicar la asociación de su padre con Rosas
(Prieto, La literatura autobiográfica argentina, 117-124). En su
autobiográfica “Carta confidencial”, Guido y Spano expresa pre
ventivamente su desdén por la dictadura, pero afirma de todos
modos, como lo habían hecho Alberdi y Andrade antes que él, que
Rosas y los caudillos sólo eran producto de una realidad política
desafortunada, antes que sus creadores, y que Rosas era el resultado
de su época y no un monstruo apoyado por monstruos menores.
Basándose en argumento similares, emprende la defensa de su
padre:
255
hubieran de plantearse con severidad excesiva, quizá sólo queda
rían subsistentes amargos desengaños, desesperantes decepciones”
/ (Ráfagas, I, vii-viii).
Pero fue Paysandú, y los hechos que llevaron a la derrota del
federalismo uruguayo, los que más motivaron a Guido y Spano,
obligándolo a entraren las turbulencias políticas que aborrecía. Ya
suspicaz ante el expansionismo brasileño y conocedordcl Brasil.cn
cuya capital había pasado varios años, Guido y Spano condenó
inmediatamente la invasión brasileña al Uruguay, en especial la
intromisión evidente aunque no reconocida de Mitre. El 20 de
diciembre de 1864, en momentos en que Flores, que marchaba con
apoyo argentino, se unía a las tropas brasileñas, para el asedio final
a Paysandú, Guido y Spano escribió un mordiente ensayo titulado
“¡Ea, despertemos!” Identificándose como “un hijo humilde del
pueblo” reconoce que su voz probablemente quedará silenciada o
ignorada por las “facciones oligárquicas, la temeridad arrogante de
sus corrompidos heraldos, ...los opulentos patricios, los publíca
nos que constituyen el orden palatino de la república esquilmada...
y el periodismo aventurero”. (Este último término de “periodismo
aventurero” era esgrimido con frecuencia por los autores naciona
listas, como descripción de cinismo y ambición personal, para
atacar a Mitre y Sarmiento.) Explicando su ira, Guido y Spano
coloca la ofensiva contra los blancos en el contexto de la supresión
oligárquica de las masas en general, y en particular la dominación
porteña sobre las provincias. Afirma después que “la tribuna
[porteña] donde se profesa la mentira” seguirá ignorando a las
masas a menos que necesite comprar “su voto o su puñal”. Pero si
la masa “llega alguna vez a sublevarse, ¡ay de ella!, se arrasarán
sus campos, se reducirá a cenizas sus hogares, se aprisionarán sus
familias, se perseguirá a los hombres com o a fieras. Entonces los
asesinos apellidáranse héroes y el facón del más feroz de los
verdugos se transformará en la fulminante espada de la justicia"
(Ráfagas, I, 315-316). ¿Y cómo justificará la elite porteña tal
supresión de las masas? Dirán, dice Guido y Spano haciendo una
soberbia parodia de las pretensiones liberales, que:
256
lodo progreso, y sobre todo refractarios a la obediencia pasiva
y al acatamiento que nos deben?... ¿No somos los apóstoles de
las luces del siglo? ¿Nuestra ilustración, nuestro lujo, nuestros
adelantos, nuestra prensa, nuestros placeres, no lo están ates
tiguando? (316).
257
Cuna de los guerreros de alm a grande,
De las hem bras de pecho varonil,
Sem illero de gloria y heroísm o
¡Paz en tu soledad!
(O b r a s p o é tic a s, 135-136.)
258
liberales ilustrados habrían encontrado bochornoso. Andrade asu
me uri papel importante para e! federalismo argentino y la busca de
un destino auténticamente americano, no sólo para la Argentina
sino para toda Sudamérica.
259
ser entendida en términos p sico ló g ico s, o , com o lo describió AI-
bcrdi, “La cuestión del Paraguay no es m ás que una faz de la
cuestión interior argentina. Esta cu estión interior ha sido toda la
causa y origen de la Guerra del Paraguay q ue jam ás hubiese llegado
a existir si Mitre hubiese estado por la unión argentina” (
póstumos, XI, 395). Albcrdi declara que la elite porteña veía a
López com o un caudillo com o tod os lo s dem ás, y en consecuencia
parte del caudillism o argentino. T am bién veían con suspicacia los
vínculos reales y posibles d e L óp ez con caudillos del noroeste
argentino. En una palabra, en un m om en to en que Buenos Aires
estaba luchando por librarse de lo s cau d illos del interior, la elite
porteña sentía que el único caudillo bueno era el caudillo muerto. De
ahí que López, un caudillo popular que sig u e siendo recordado en
el Paraguay com o el principal héroe n acional, tenía que ser elimi
nado y desacreditado, aunque eso sign ificara transformar al Para
guay en un cementerio.
En los primeros años del con flicto, M itre usó con habilidad
la guerra para sacar ventajas. N un ca esca so d e recursos orato
rios, le aseguró a sus partidarios que volverían triunfantes a Buenos
Aires en cuestión de m eses. Tanto con fiab a en una victoria rápida
que decidió comandar en persona las tropas argentinas; como
resultado, pasó gran parte de los tres últim os años de su presidencia
en el campo de com bate y d escu id ó sus tareas presidenciales, La
guerra le dio una excusa para ejercer un control más estricto sobre
sus enem igos. Con ayuda de la fam ilia Taboada, de Santiago del
Estero, derrotó y mató a F elip e V arcla, e l caudillo que había
sucedido al Chacho en La Rioja. La guerra fu e también la excusa
para exiliar a opositores problem áticos co m o José Hernández y
Carlos Guido y Spano. Pero, m ás im portante quizá, le permitió
atacar la base de poder de lo s cau d illos reclutando gauchos para
lucharcontralos paraguayos, arreglo m uy con vcn ien tccn el quedos
grupos sociales m olestos se mataban entre sí. Otro beneficio ines
perado de la guerra fue ec o n ó m ico . L os terratenientes bonaerenses
y del litoral, incluyendo q uizás a U rquiza, hicieron fortunas ven
diendo cuero, carne y cab allos a las tropas de la Triple Alianza, y
recibiendo a cam bio el oro q ue fluía del Brasil a la Argentina. Tamo
se beneficiaron econ óm icam en te co n la guerra los partidarios de
M itre que se lo s apodó e l “partido d e lo s proveedores" (Rock,
Argentina, 127*129).
M ientras que la guerra les d io b en efic io s políticos y económi
co s a los m ilrisias, para el p u eb lo fue una carga creciente, a punto
260
tal que los intelectuales nacionalistas pronto estaban publicando
fuertes críticas a lo s co sto s hum anos y financieros de la guerra. D e
los muchos docum entos que em ergen de este d isen so, ninguno más
significativo que el exten so artículo d e G uido y Spano “El G obierno
y la Alianza”. Publicado en e l diario de B u en os A ires La ,
en julio de 1866, “El G obierno y la A lian za” es la pieza política m ás
ambiciosa de G uido y Spano, y buena muestra del sentim iento
nacionalista, así com o de sus paradojas.
Guido y Spano escribió el artículo con dos objetivos principales
en mente. Prim ero, quería denunciar a Mitre (y por exten sión al
liberalismo argentino en general) com o un fraude, un ju gu ete en
manos del Brasil, y un en em igo de la verdadera dem ocracia.
Segundo, quería colocar a la A lianza en un contexto histórico en e l
que la guerra y su destrucción resultaran inevitablem ente d el
pensam iento antifederalista. Estos argumentos son interesantes por
derecho propio, pero, com o verem os, G uido y Spano también
expone involuntariamente un costado del nacionalism o argentino
que no lo honra.
C om ienza su ataque diciendo que Mitre practicaba m al lo que
predicaba. Recuerda las promesas del presidente de traer paz y
unión a todos los argentinos, y llega a mostrar admiración por el
buen sentido político que mostró Mitre al conservar con p ocos
ajustes la C onstitución federal escrita bajo Urquiza. Pero agrega
que el liberalism o de Mitre no incluye garantías constitucionales
para sus oponentes políticos. Los periódicos de op osición fueron
silenciados, lo s en em igos exiliad os, y los últim os caudillos federa
les asesinados en campañas terroristas:
261
oposición que no naciese del seno m ism o de sus correligionaria
oposición que sería siempre limitada por las afinidades de unongoj
común” (1,362). En esta iluminadora frase. Guido y Spano admití
que Mitre permitió un debate lim itado entre voces de) ntisj^
origen.entre miembros de la familia porteña podría decirse, apera*
lo necesario para proteger la lachada del liberalismo al mismo
tiempo que aplastaba toda op osición seria. Sostiene luego que fes
mitristas arreglaron las elecciones con "la violencia y el fraude",&
modo que sólo pudieran ganarlas “todas las mediocridades asp.
rantes... los abogados sin pleitos, las periodistas gritares,
conciencias venales, los oradores caricatos, las nulidades orgullo-
sas" (I. 363). Haciéndose eco de m uchos de estos mismos será*
miemos, José Hernández escribió en 1868:
262
políticos: son los enemigos del pueblo, antipopulares y antíar-
gentinos.
Perolas críticas más fuertes Guido y Spano las reserva para la
dirección de la Guerra del Paraguay que hace Mitre. Hacía 1866,
cuando se escribió “El Gobierno y la Alianza”, el conflicto estaba
bastanteavanzado, y Guido y Spano puede documentarlo que antes
sólo había sospechado. En los artículos sobre Paysandú que vimos
antes, acusaba al gobierno de Mitre de no hacer nada para ayudar a
los blancos asedidados, y sugería que Mitre en realidad estaba
apoyando a Flores pese a su declarada neutralidad. La medida en
que Mitre apoyó a la invasión brasileña, sin embargo, se puso en
claro en declaraciones del diplomático brasileño José María de
Silva Paranhos y del mismo Mitre. En Brasil se reveló que Mitre no
sólo había permitido a Flores organizar la invasión en territorio
argentino, sino que en un punto crucial de la campaña lo había
provisto con municiones que necesitaba (1,391). El mismo Mitre
confirmó las peores sospechas de Guido y Spano. En un discurso al
Congreso Nacional el 1 d
ve mayo de 1865, el Presidente argenti
declaró que la invasión del Brasil al Uruguay estaba garantizada
por “las justas causas” y “las desinteresadas miras” del Imperio,
"que le guiaron a dar tal paso, confirmando su profundo respeto
a la independencia de aquella República, de que era garante en
unión con la Argentina” ícilado por Guido y Spano, I ,389). Aun
sin la indignación editorial de Guido y Spano, la admisión de Mi
tre muestra cierta duplicidad. Apenas meses antes había procla
mado que la Argentina mantenía una total neutralidad respecto
de la invasión al Uruguay y el sitio de Paysandú; ahora se atreve
a proclamar que la intromisión argentino-brasileña en cuestio
nes internas uruguayas, al instalar un gobierno títere bajo el man
do de Flores, y declarar luego la guerra al Paraguay, habían es
tado motivados por un “profundo respeto por la independencia”
del Uruguay. Una vez mis, vemos al vocero por excelencia del
liberalismo argentino usando un vocabulario liberal para justi
ficar acciones contrarias a todo lo bueno que contiene el sueño
literal.
Sí Guido y Spano tiene alguna palabra de perdón para Mitre,
es para retratarlo corno un juguete en manos del Brasil, antes que
corno perpetrador correspnnsablc de la invasión al Uruguay y el
subsiguiente desmembramiento del Paraguay. Pero es aquí donde
los argumentos de Guido y Spano toman un cariz mis conspiratorio
que factual. Su argumentación descansa en la cuestionable premisa
263
de que tanto Paraguay com o U ruguay, por naturaleza y derecho de
nacim iento, forman parte de la Argentina, idea que se vuelve hacia
una d éla s ficcion es orientadoras m ás antiguas del país: la necesidad
de mantener las fronteras d el Virreinato del Río de la Plata. Según
Guido y Spano, la potencia más responsable de la división de esa
Argentina ideal fue Brasil. Sugiere que la intromisión del Brasil le
permitió al doctor Francia mantenerse en el poder en Paraguay
desde 1811, pese a los intentos de la Argentina de recuperarla
provincia. D e m odo similar, afirma que Brasil impidió que Uruguay
se reuniera a Buenos A ires durante la época de Rivadavia. En suma,
de acuerdo a la visión de Guido y Spano, si no hubiera sido por la
interferencia del Brasil, las “provincias hermanas” de la Argentina,
Paraguay y Uruguay, se habrían unido felizm ente a la federación
argentina. Alberdi también describió a Bolivia, Paraguay y Uruguay
no com o repúblicas independientes, sino com o provincias que la
Argentina “perdió” por causa de la “vanidad a la par que la
impotencia” de los porteños ( Gray pequeño
183). Alberdi también le atribuye la Guerra del Paraguay a la am
bición brasileña, una ambición de la que Mitre se estaba volviendo
cóm plice. En “El Imperio de Brasil ante la democracia de América"
escribe: “El hecho es que todo el fondo de la cuestión que se disfraza
con la Guerra del Paraguay se reduce nada menos que a la recons
trucción del Imperio del Brasil”. En el m ism o ensayo llama a Mitre
el hombre que “empeñó la libertad argentina en una tienda de
empeños brasileña” ( Obras completas, VI, 272). En o
la misma época, “Las dos guerras del Plata y su filiación en 1867 ,
escribió: “Las manifestaciones de simpatía por el Paraguay durante
la guerra no han sido insultos a la República Argentina, como se ha
pretendido, sino la protesta dolorosa y oportuna contra una alianza
que hacía de los pueblos argentinos los instrumentos del Brasil en
ruina de sí mismos” ( CVII,
O , 2 9 ).1 En una palabra, Al
cide en lo fundamental con Guido y Spano: Brasil es el gran
desestabilizador, y Mitre su cóm plice.
En este esquema, Mitre y sus secuaces, “conspiradores de
etiqueta”, traicionaron el ideal de una Argentina espiritual rcco-
.'. A'bc.r<?i desarrolló <*Uis mismas ideas (las maquinaciones del Brasil y U
complicidad de Mitre) en vanos otros ensayos importantes. El más representativo
264
jxvsendo aj Uruguay como miembro independiente de la alianza y
¿1 paraguay como el país a ser derrotado y después dividido con el
Brasil. Por supuesto, esto es mucho más fantasioso que real. Nada
en la historia del Paraguay sugiere un manifiesto deseo de verse bajo
ja tutela de Buenos Aires, o siquiera ser parte de una confederación
de provincias iguales conocida bajo el nombre de Argentina.
Lo cual nos lleva a un aspecto peculiar del pensamiento
nacionalista argentino: la idea de una Argentina espiritual, a veces
llamada LaGran Argentina, que sería el auténtico destino del país,
y que recuerda la idea de Artigas de una América mítica esperando
su realización. La Gran Argentina está en el centro de un poema
escrito por Olegario Andrade, también en 1867, titulado “El por
venir”. El poema cuenta cómo Andrade desde la cima de una
montaña ve el futuro de su país, en el que una “vorágine espantosa”
engulle a los enemigos del federalismo, y a los “Apóstatas, verdu
gos y tiranos / Que hicieron al derecho ruda guerra”.
Y la palabra viva.
El verbo de la fe republicana,
Anunciará a los orbes...
Y [que] Se abrazan las razas redimidas
Sobre el sagrado altar de las ideas.
Un pueblo va adelante en el tumulto
De la cruzada audaz; un pueblo grande
A quien Dios dio la pampa por alfombra
Y por dosel el A nd e...
Brilla en su frente el sello prodigioso
De la elección de D io s...
¡Es mi patria! Mi patria. Y o la veo
A vanguardia de un mundo redimido,
De un mundo por tres siglos amarrado,
Que, cual bajel en mar desconocido,
Rompiendo las cadenas del pasado
Se lanza con audacia
Cargado de celestes esperanzas,
Al puerto de la santa democracia.
Es su bandera aquella que flamea
En las rocas del Cabo seculares
La que lleva a una raza esclavizada
La luz de libertad de sus altares.
(Andrade, Obras poéticas, 44-45.)
265
Las razas redimidas son obviam ente las Hispanoamérica
ñas, “por tres sig lo s amarradas” bajo el dominio español Al re
cordar el papel heroico de la A rgentina en los movimientos inde-
pendentistas de varios países hispanoam ericanos, Andrade profe
tiza que la A rgentina volverá a guiar a lodo el continente, que su
bandera “cargada de celestes esperanzas” marcará el camino al altar
de la libertad. Entonces, com o guía del continente, la patria alcanzará
su destino co m o La Gran Argentina. Este destino vive en e
en el pu
eblo, que sigu e esperando la liberación, las masas sin
conductor, traicionadas una y otra v ez pero siempre dignas de
esfuerzo. G uido y Spano y su generación están entre los primeros
en usar térm inos com o “n acionalista” y “espíritu nacionalista”para
referirse a una orientación populista, y esto mucho antes de que tales
térm inos se popularizasen en el siglo xx (véase, por ejemplo,
fagas, 1 ,3 6 1 , 369). Están también entre lo s primeros en rebelarse
contra el papel menor que el liberalism o le asigna a la Argentina en
el panorama internacional; la visión nacionalista quiere para la
Argentina algo más que ser aliado del Brasil, cliente leal de
Inglaterra o , para usar una palabra de un período posterior, el
granero del mundo. Para ello s la Argentina está destinada a serun
líder, portador de la marca prodigiosa de D ios, liberador del
continente entero, y ejem plo para el mundo.
Otra corriente del pensamiento nacionalista, visible en la
referencia que hace Andrade a “apóstatas, verdugos y traidores"
sostiene que el fracaso de la Argentina en lograr ese destino
espiritual deriva no de la debilidad del pueblo argentino sino de
introm isiones externas y traidores infiltrados. El nacionalismo
argentino rebosa de teorías conspirativas. Para Guido y Spano, el
Brasil fue el gran corruptor, para nacionalistas posteriores, lo
fueron Inglaterra, la CIA, las multinacionales, los bancos extranjeros,
La Trilaieral Commission, o quien sea. Pero, cualquiera sea el
nombre del demonio, sus secuaces fueron siem pre los miembros de
la elite europeizante y anliargcntina que vendía su país por lucro
personal, los vendepatria ,que aceptaban un puesto de segund
la Argentina en tanto ellos resultaran personalmente beneficiados.
Además de tos sueños de La Gran Argentina y las innumera
bles variedades de teorías conspirativas, hay otra corriente en el
pensamiento de estos tempranos nacionalistas que merece co
mentarlo, y es su declarada, y muy inusual para la Argentina,
Identificación con otros países de Hispanoamérica. La tendencia de
los libélales argentinos a verse como europeos sudamericanos les
266
deja poco interés para el resto de América latina, salvo cuando se
arroganel papel de mentor y ejemplo, como luciéronlos rivadavianos
y la Generación del 37. Esta postura, que llevó a Sarmiento a
aplaudir cuando los Estados Unidos anexaron la mitad de México,
volvió a resurgir durante el malhadado intento francés de instalara
Maximiliano como Emperador de M éxico en 1864. Aunque el
gobiemodc Mitre mantuvo la neutralidad oficial durante el conflicto,
su periódico, LaNación, publicó varios artículos defendiendo
invasión francesa, afirmando que “las sociedades desquiciadas han
sido en todos tiempos conquistadas o invadidas, porque la Provi
dencia tiene siempre gentes en reserva para ira ocuparlas tierras que
poseen las sociedades viciadas” (citado en Guido y Spano, Ráfagas,
1, 195). Horrorizado por la sugerencia de que México, en tanto
sociedad “desquiciada y viciada”, se mereciera de algún modo ser
invadida, Guido y Spano envió una larga carta de protesta titulada
“La cuestión de M éjico” al diario de Mitre, que los editores
aceptaron, asegurándole que se publicaría no bien hubiera espacio
disponible. Tras casi un mes de espera, Guido y Spano envió su
artículo a un diario rival, EINacional, que más tarde sería clausurado
por los mitristas, y aquí se publicó no sólo el artículo sino el
fulminante ataque de Guido y Spano a Mitre por su censura
mediante el silencio.
La negativa de Mitre de ver impresa “La cuestión de Méjico"
es comprensible. Guido y Spano empieza notando la ironía de que
Francia, tutor y m odelo de las revoluciones liberales en toda
América, ahora fuera “dorado alcázar del despotismo victorioso...
Las repúblicas de América han perdido pues su aliado natural, que
al atacarlas en M éxico, ha falseado sus promesas y mentido a su
historia” ( Ráfagas,1 , 190-191). Más irritante para Guido y Spano
fue el silencio oficial de la Argentina sobre la cuestión, particular
mente desde que los gobiernos de Perú, Chile y Brasil ya habían
dado muestras de apoyo a M éxico. Más reveladora que su postura
ante la invasión francesa, sin embargo, es su retórica. Guido y Spano
suele referirse a la Argentina sólo com o un “Estado americano"
entre muchas “repúblicas hermanas”. También insiste en que su
interpretación de sentim ientos populares es más adecuada que la del
gobierno, afirmando, por ejem plo, que su posición ante M éxico
refleja “el instinto popular político; es el alma de la democracia que
siente el soplo helado del fiero despotismo amenazándola de
muerte; es la vieja sangre española sublevándose ante el espec
táculo de la violencia rapante y de la fuerza usurpadora” ( 1 ,192).
267
Una v ez m ás vem os su creencia de que “el pueblo” es el genuino
depositario de la virtud argentina. Pero también vemos un curioso
acoplam iento de esta ¡dea a una exaltación de “la vieja sangre
española”. En ninguna parte en Guido y Spano, o en otros nacio
nalistas, encontram os la denigración de España y de la herencia
española que marca la obra de liberales argentinos como Sarmiento
y el Albcrdi de Bases. Es precisam ente este sentido del ancestro
com ún el que le permite a G uido y Spano hablar de “repúblicas
hermanas” en un m odo d escon ocid o al liberalismo argentino. Así,
la lucha m exicana se vu elve una lucha hispanoamericana en el que
“lo s bravos m exicanos a la vanguardia de una causa que a todos nos
interesa profundamente, defienden el derecho de todos estos pue
b lo s... batiéndose gallardamente contra el extranjero y contra los
traidores” ( 1 , 192).
Esta negativa a aceptar la visión liberal de los pueblos espa
ñ oles y latinos también es visib le en O legario V. Andrade. Hacia el
fin de la década de 1870, escribió un poema importante titulado
“Atlántida: Canto al porvenirde la raza latina en América”, enel que
afirma que las razas son “raudales de la Historia” y que Dios le dio
a la raza Latina el destino de “inaugurar la historia / y abarcar el
espacio” ( Obra poética, 52-53). En la reconstrucción histórica de
Andrade, la raza latina ha pasado por varias etapas, pero,
268
de la latina raza, domadora
de pueblos, combatiente
de las grandes batallas de la historia,
y cuando fue la hora,
Colón apareció sobre la nave
del destino del mundo portadora.
...y despertó la Atlántida soñada (64).
la patria bendecida
siempre en pos de sublimes ideales,
el pueblo joven que arrulló en la cuna
el rumor de los himnos inmortales.
Y que hoy llama al festín de su opulencia
a cuantos rinden culto
a la sagrada libertad, hermana
del arte, del progreso y de la ciencia (66-69).
269
Aquí, donde los jteelKW do un« ereuelón gigante
Uapcrun nuevas razas que mamen su vigor...
270
urta muy insalubre xenofobia. El populismo también vio a la
Argentina corno parte de una gran tradición latina e hispánica,
antes que una colonia europea rodeada de bárbaros, y en esa
tradición afirmó la solidaridad con el resto de América latina.
Pero, Lo más importante de todo, quizá, fue que el populismo
rechazó las teorías de exclusión, generalizadas entre los liberales,
que veían a los mestizos del interior como un impedimento al
progreso. En resumen, el populismo argentino en su mejor for
ma ofreció una mitología para el consenso y la inclusión que, si
hubieratriunfado, podría haberdesarrollado la especie de democracia
abarcadora a la que el liberalismo veneraba sólo con palabras, no
con hechos.
Ladoblezdelliberalismo argentino queda àcidamente resumi
da por Guido y Spano en su carta autobiográfica de 1879. Guido y
Spano recuerda la década de 1860 como una época en la que buscó
refugio de la política en los libros; otros, observa,
271
literarias que sigu en echan d o dudas sobre la sabiduría del liberali*.
m o argentino. La primera e s Una excursión a los indios ronquéis
de Lucio V . M ansilla, q ue co n siste d e una serie de cartas en lasque
el autor describió sus encuentros con lo s m ism os indios que e!
gobierno d e Sarm iento estaba d ecid id o a exterminar. La segunda es
un largo poem a gau ch esco titulado E l Gaucho Martín Fierro, que
le dio al populism o un rostro hum ano en la imagen inolvidable de
un gaucho tan perseguido por lo s gob iernos liberales que se trans
formó en el bárbaro que tanto tem ía Sarmiento. Estas obras, su
contexto y su permanente importancia entre las ficciones orientadoras
de la Argentina son e l tem a d el sigu ien te capítulo.
272
C a p ítu lo 10
273
Domínguez, de Huiré Ríos, I» clausura de varios órganos de prensa-
T o s periódicos Porvenir, ElPueblo Entre Pinna
Gunleguaydnl, y ElEco deEntre Píos y qu
en la ciudad de este nombre, han lom ado una dirección incompa
tible con el orden nacional y con los deberes que al gobierno general
incumben en ¿pocas com o la présen le,,, Hn consecuencia, el señor
vicepresidente de la República me ordena dirigir a V,H, csia
comunicación encargándole que, haciendo uso de las íaculiadcsquc
el estado de sitio confiere.,, se sirva V.H. disponer que cese la
publicación de los referidos |ieriódicos, usando para con las personas
o con las cosas los medios de acción adecuados para conseguirlos”
(citadocnTiscomia,“'Vida de Andrade", xxxii i). I ,a muerie rej)ciiiíi)a
del vicepresidente, Marcos Paz, a com ien zos de 1808, obligó a
Mitre, que había estado hasta entonces al frente de las tropas, a
volver a Buenos Aires tras años de ausencia, apenas a tiempo para
participar en la campaña de elección de su sucesor. Mitre apoyaba
a Rufino Elizalde, viejo amigo suyo conocido por su lealtad al
presidente. Otros contendientes eran A dolfo A lsina.hijode Valentín
Alsina, el perenne autonomista de Buenos Aires cuya postura
separatista había atormentado a Urquiza y había hecho parecer
moderado, en comparación, a Mitre. Aunque para entonces las
provincias ya estaban bajo el firme d om iniodel centralismo ixmcflo,
existían simpatías federales latentes en el interior que disminuían
las chances tanto de Alsina com o de Elizalde. En la necesidad de un
candidato de compromiso, los electores dieron con el nombre de
Sarmiento. Uno de sus m;ts firmes proponemos fue Lucio V.
Mansilla, quien pese a sersobrinode Rosas y ex militante urquicista,
puso todas sus energías en la candidatura de Sarmiento, con la
esperanza de ser nombrado por éste ministro de Guerra. Sarmiento,
a quien siempre era más fácil apreciar cuando estaba lejos, termi
naba un período de tres años com o embajador argentino en los
Estados Unidos. El recuerdo de su lamentable gobernación en San
Juan se había desvanecido, y en su condición de miembro del
partido porteño que bahía nacido y crecido en el interior resultaba
- una opción aceptable tanto para los intereses provincianos como los
de Buenos Aires, Su elección quedó asegurada cuando Adolfo
Alsina retiró su candidatura y accedió a ser vicepresidente de
Sarmiento. En el momento de su elección, el 16 de agosto de 1H68,
Sarmiento estaba en alta mar, volviendo de N ueva York y no se
imaginaba el honor (y los problemas) que lo esperaba, In formado de
su nuevo cargo al bajar a tierra en Río de Janeiro, v isitóal emperador
274
Don Pedro y le aseguró que la Argentina bajo su presidencia no se
apartaría de la alianza contra el Paraguay.
/■ La presidencia de Sarmiento se inició con problemas. En pri- \
mer lugar, ofendió a M ansilla negándole la cartera de Guerra tan
anhelada, y nombrándolo en cam bio a un oscuro puesto m ilitaren
Río Cuarto. Si la intención de Sarmiento había sido apartar a
Mansilla de la política de Buenos A ires, no tuvo éxito porque desde
Río Cuarto M ansilla em p ezó a publicar las cartas sobre las que está
basada Una excursión a los indios ranqueles, de la que hablaremos /
más adelante. Luego, Sarmiento trató de seducir a Mitre para que
participara de su gobierno. Aunque no ignoraba la preferencia de
Mitre por Elizaldc, Sarmiento esperaba que el ex presidente seguiría
en su puesto de comandante de las fuerzas aliadas en el Paraguay,
y a la v ez com o ministro de Guerra. Pero compartir el poder no era
el estilo de Mitre, que rechazó ambos cargos y se dedicó a oponerse
a la política de Sarmiento desde su puesto en el Senado y desde su
recién fundado diario La Nación. La oposición de Mitre a Sarmiento
tenía poco sentido ideológicamente, pero se basaba en un hecho
esencial de la política de Mitre: en el poder fue un funcionario
celoso y eficaz; fuera del poder era capaz de openerse a todo, sin
reparar en la ética ni en la ideología. (
Mitre y M ansilla no fueron los únicos problemas de Sarmiento.
Las prioridades eran: sacar a la Argentina de la Guerra al Paraguay,
que en el momento de su asunción, en 1868, estaba en su peor
momento; pacificar al interior, donde las tensiones provinciales
amenazaban con estallar en una guerra civil; y proteger la coloni
zación blanca de los indios desplazados de sus territorios. Menos de
dos semanas después de su asunción, llegó ayuda de una fuente
inesperada. Urquiza, el hombre al que Sarmiento había retratado
con trazos tan gruesos en Campaña del ejército , le escribió'
una carta congratulatoria fechada el 29 de octubre de 1868:
275
U sted a la ca b eza d e la N ación y yo com o Gobernador de una
p ro v in cia rica, fu c ile y m oralizada, estamos en posición de
h acer realidad esta aspiración. (C itado en Bunklcy, 453.)
276
bibliotecas públicas, l riplicó el tendido de vías fArreas,estóí>lv M m
sistema nacional e internacional de telégrafos, entero
los códigos comercial y militar, y realizó eJ primer <jmw, Al m im o
licmpo, fue impiadoso con lodo lo que considerara indomable, "
hecho, sus internos por cenlralízar el jx>der sí m i s y m
propensión a igualar su bienestar político con el de la Argentina,
fueran cuales fuesen los procedimientos institucionales, llevaron a
su mejor biógrafo, AJíson Williams Bunklcy, que simpatiza con él,
a llamarlo "un caudillo moderno" (V'/dtí de 412),
La amenaza política más peligrosa para Sarmiento durante m
presidencia tuvo lugar en 1870, cuando tropas de Ricardo l//p e z
Jordán, ex militar de la Confederación, desilusionado por la rendí-
ción en Pavón, asesinó a Urquiza y sus dos hijos Justo y W aldíno,
pocas semanas después de que Sarmiento lo hubiera visitado en San
José, López Jordán, político frustrado, se había postulado para
gobernador de Entre Ríos en 18ó4, pero fue derrotado por José M ,
Domínguez, con el apoyo de Urquiza y Mitre. Convencido de que
Urquiza y Domínguez se habían vendido a Buenos Aíres, L ópez
Jordán empezó a organizar un ejército gaucho y a preparar el
asesinato de Urquiza. Realizado éste, López Jordán se nombró
gobernador de Entre Ríos y lanzó una guerra separatista contra
Buenos Aires. Durante el juramento como nuevo gobernador de la tJ
provinciadedaró: "lie deplorado que los patrioiasque se decidieron
a salvar las instituciones, no hubieran hallado otro camino que la
víctima ilustre que se inmoló, pero no puedo pensaren una tumba
cuando veo ante mis ojos los hermosos horizontes de los pueblos
libres y felices" (citado en Boscli, 714). Las fuerzas de Sarmiento
expulsaron a López Jordán del país en cuestión de m eses. Tras
intentar invadir el territorio argentino en 1873 y 1874, López Jordán
comprendió al fin que sus ambiciones nunca tendrían suficiente
apoyo popular, y se retiró a una estancia en el Uruguay. En 1888 se
introdujo clandestinamente en Buenos Aíres, donde fue reconocido
y baleado por el hijo de un militar a quien I-ópez Jordán había
condenado a muerte quince años atrás. I loy es recordado sobre todo
por haber planeado el asesinato de Justo José de Urquiza.
/' Con el Paraguay reducido ala nada, los caudillos muertos o en
d exilio, y las provincias gobernadas por políticos favorables a
Buenos Aires, sólo quedaba un obstáculo en la perspectiva liberal
del progreso: los indios que. seguían atacando a los colonos en las
fmnierasenexpausión. Desde los primeros tiem posdclaR epública,
los criollos ávidos de tierra habían expulsado a los indios de sus ,
277
terriiorios, aunque algunos dirigentes blancos, Rosas entre ellos
mantuvieron mejores relaciones que otros con los indios. Rosas sé
las arregló para hacerlos combatir entre sí, y a sus aliados los
mantuvo bajo control mediante pagos anuales; existen registros de
estos pagos a tribus aliadas pampas y araucanas, cri archivos
oficiales, bajo la rúbrica “N egocio pacífico con los indios", risos
pagos se hicieron irregulares tras la caída de Rosas en 1852, y tras
la derrota de Urqui/a, Mitre los interrumpió por completo. Al no
efectuarse los pagos pacificadores, y con todas las fuerzas militares
ocupadas en la Guerra al Paraguay, los m alones arreciaron a tal
punto que Sarmiento declaró prioridad uno la recuperación de
tierras perdidas (Jones,"Civilization and Barbarism and Sannicnto’s
Indian Policy", 5-7). En ciertos aspectos, los gauchos enfrentaban
problemas similares a los de los indios, ya que, aunque hablaban
castellano y hasta cierto punto eran cristianos, también ellos vivían
en los márgenes de la sociedad, y eran expulsados poco a poco de
las tierras que antes recorrían libremente. A dem ás, igual que los
indios, los gauchos no tenían lugar en el esquema liberal de la i
Argentina.
Para resolver cl problem a indio de una vez por todas, Sarmiento
volvió a sus ideas originales de civilización y barbarie. Ya en 1844,
cuando todavía estaba en Chile, respondía a los argumentos del
escritor chileno José Victorino Lastarria sobre la crueldad española
durante la conquista, que “Debemos ser justos con los españoles; al
exterminar a un pueblo salvaje cuyos territorios iban a ocupar, no
hicieron otra cosa que lo que lian hecho todos los pueblos civilizados
con los salvajes, lo que la colonización hizo consciente o incons
cientemente: absorber, destruir y cxlcnninar" (Sarmiento, Obras
completas, II, 219). Lo inspiraba el ejem plo de su país más admi
rado, los Estados Unidos, y en algún momento envió una delegación
a Washington a estudiar de primera mano cóm o manejaba la
potencia del norte el problema indio. Igual que los dirigentes
norteamericanos, Sarmiento y muchos otros argentinos hablaron
mucho de civilizar a los indios, pero el programa adoptado cnv
realidad se acercó más a una política de deliberada dislocación y
exterminio. Seguramente las ideologías reflejadas en el ,
según las cuales los indios eran una raza inadecuada para la
democracia, lo guiaron en esta tarea.
Ni78
/ no es sorprendente que la mayoría de los intelectuales argentinos, '
liberales y nacionalistas por igual, viesen con aprobación tácita o
exprésala guerra al indio. Una interesante y parcial excepción a este
consenso, sin embargo, es Lucio V. Mansilla, figura compleja que
con menos sobrecarga psicológica podría haber sido uno de los /
.m ejores escritores latinoamericanos. Nacido en 1831, era hijo de
Lucio Norbcrto Mansilla, distinguido héroe de la Independencia y
político que había tenido su mejor momento bajo el gobierno de
Rosas, con cuya hermana, Agustina Ortiz de Rosas, estaba casado.
Educado en Buenos Aires, el joven Lucio mostró poco interés en el
negocio de salazón de carne de su familia, y se embarcó en la lectura
de peligrosos autores franceses. Su padre lo soiprendió un día
leyendo a Rousseau, y tuvo que explicarle que “cuando se es sobrino
de Juan Manuel de Rosas, no se lee el Contrato Social si se quiere
seguir viviendo en el país” (citado en Caillet-Bois, “Prólogo”, ix).
Poco después, Lucio Norbcrto dispuso que su hijo viajase a la India
a comprar yute.
El joven Lucio permaneció fuera del país casi tres años, y viajó
por tierra de la India a Londres. Estos viajes fueron la base de sus
primeras publicaciones, recogidasmástardeendosbrevcsvolúmenes
titulados De Edén a Suez y Recuerdos de Egipto. En 1851, cuando
Urquiza inició su campaña contra Rosas, Mansilla estaba en L on
dres; llegó de regreso a Buenos Aires apenas semanas antes de la
caída de Rosas en 1852. Antes que enfrentar la hostilidad de los
vencedores, huyó con su familia a Francia, donde el apuesto joven
argentino fue bien recibido. Pero lo aburrió la vida en el exilio, y dos
años después volvía al Buenos Aires de Mitre. Permaneció en la
capital el tiempo suficiente para tener un sonado enfrentamiento
con José Mármol respecto de un pasaje de la novela de este último,
Amalia, que echaba sombras sobre el honor de la familia. Después
huyó a Paraná, donde trabajó como periodista, asociado con otros
federales c hijos de federales que temían seguir en Buenos Aires.
Mansilla se mantuvo leal a la Confederación durante toda la
presidencia de Urquiza, y participó en la batalla de Cepeda en 1859.
Pero cuando Derqui sucedió a Urquiza, la fe de M ansilla en la
Confederación se debilitó; en 1861, cuando Mitre batió a Urquiza
en Pavón, Lucio ya estaba en el bando de Buenos Aires.
Esta fluidez de sus lealtades caracterizaría gran parte de su vida
política. En cierto nivel, el peso de ser el sobrino del hombre más
vilipendiado de la Argentina debió de hacerse notar, com o Guido y
Spano y com o ha notado S ylvia M olloy, M ansilla nunca superó del
279
lodo la asociad lo do. su lamilla con ol msitmto (4 / IV-
180). lina y oirá vez trató do hallar un caudillo polílico a <|uii „
soguir, primero en Urquizu, unís laido en Mino y ¡Sarmiento, (ion,
.siempre (ne rechazado. Para congraciarlo con Mino despulido
Pavón, combatió por Rueños Aires en el Paraguay, disianeiiiiidoNt?
con ello mrts adn de sus ex amigos redórales como Olegario
Andrade y Carlos Guido y Spano, quienes se oponían con luda
vehemencia n la guerra. ICn el Paraguay, buhó amistad con
Dominguilo, el hijo do Sarmiento, y esluvo píeseme cuando lo
maimón. Sarmiento siempre le esluvo agradecido,,, aunque no
tamo como para darle un puesto de importancia en mi gobierno,
Así fue que Mansilla, después de apoyar la candidatura de
Sarmiento con la esperanza de ser nombrado ministro de (hiena,
tenninó, a fines de 1808, en Río Cuarto, provincia de Córdoba, en
un cargo que estaba muy debido de sus expectativas. Pese a'sil
rencor por la ingralilud de Sanuieuio, Mansilla hizo un'buen
trabajo, y muy j>oco después empezaron a aparecer sus carias en el
matutino porteño Ui Tribuna, llenas de nutoelogios poí sus logms
en la pacificación de indios y la custodia de colonos y ferrocarriles,
El diario, dirigido por un amigo de Mansilla, Héctor Vareta, puede
haher publicado las cartas para irritar a Sarmiento y mantener el
nombre de Mansilla a la vista del publicó, En febrero de 1870
Mansilla y un representante del je fe indio Mariano Rosas firmaron
un tratado de paz que fue enviado a Rueños Aires para su aprobación
final. Cuando Sarmiento sugirió cambios en la redacción del
documento, Mansilla le escribió una carta furiosa acusándolo de no
tomarlo en serio. Eos indios entretanto empezaron a dudar de la
httena fe del gobierno y se echaron ai ras, En parte para tranqu ili/at los,
y en parte para aliviar su propio aburrimiento, Nlansilla se embarcó
en un viaje por territorio indio, registrando sus experiencias y
observaciones en una serie de cartas dirigidas a un viejo amigó,
Santiago Atve. Lascarías fueron publicadas e n e ! diario de Vitiviti
entre el 2 0 tic mayo y el 7 de septiembre de 1870, Recopiladas
después por Héctor Várela, estas cartas se v olvicton una obra fintea
en la literatura argentina, Una txcOs/íov nm
(Caillei'Rois, vil, xxiiV 4
Tres corrientes principales recorren el texto de MansilhC
ITimero, buscó describir a los indios umquetes isus preferencias,
hábitos,
, creencias
;v" 'r y• personajes
Y •' sobresalientes), entrar eu
^ ’»w saueiues). entrar eu mi
mi mundo
mui
del modo mas completo posible, o. com o lo dice el ’ comer una
tortilla de huevos de avestruz en Nagilcl Mapo" c v tw h w » El),
280
El crítico Julio Ramos llama agudamente al viaje de Mansilla “un
viaje deliberado a la barbarie”, lo inverso de sus viajes a Egipto y
Europa, así como el obligatorio viaje a Europa que debía hacer todo
joven argentino de la clase alta (Ramos, “Entre Otros”, 144). Una \
S eg u n d a corriente en la obra esel esfuerzo dcMansilla porvindicarse
a sí mismo, por probar que, aun siendo el sobrino de Rosas, merecía
algo mejor que Río Cuarto. Y tercero, el ataque a las políticas
indígenas de Sarmiento, a veces directamente, pero con más fre
cuencia mediante discusiones abstractas sobre las ideas de civi
lización que supuestamente justifican las campañas de exterm in io/
í^cl gobierno. Lamentablemente, aunque escritor prolífico, Mansi
lla no era un pensador riguroso. Como resultado, suele rozar ape
nas cuestiones fascinantes que, con más atención por su parte, lo
diabrían llevado a una especie de relativismo cultural muy distinto
de la fácil exaltación liberal de la “civilización” y la ruda auto-
^sátisfacción del gobierno de Sarmiento.
' Pes? a esta tendencia a dejar caer en mitad del vuelo las
cuestiones"rnportantes, los ataques de Mansilla a Sarmiento suelen
conectarse convicciones orientadoras de tierra, clase y raza rastrcables
al menos hasta A ligas y su visión de un carácter argentino pre
existente, invisible a'^s porteños europeizados y sobreviviente sólo
en las pampas y sus Habitantes que eran de algún modo el pueblo
“real”. Los que han retratáosla pampa, escribe, “poetas v hombres
de ciencia, todos se nan e q u i v o c a El paisaje ídearoeTíryuu.pWg
que yo llamaría, para ser más exacto,jampas, en plural, y el paisaje
real, son dos perspectivas completamente distintas. V ivim os en la^
, ignorancia hasta de ^ fisonom ía de nuestra patria” (i, 92). Mansilla-
critica con frecuencia s Buenos Aires por su incomprensión del
país. Como Guido y Spano, ataca el enfoque eurocénmco del
liberalismo argentino que^enceguece a los líderes del país a íá
naturaleza y virtudes autóctbnas de la Argentina. Tambión elogia el
"tipo nacional” que resulta ñq ser otro que el gaucho, “un tipo
generoso, que nuestros políticos han perseguido y estigm atizado” y,
en referencia a la gauchesca paródica, “a quien nuestros bardos no
han tenido el valor de cantar, sino pára hacer su caricatura” (II, 49 -
50). En un pasaje similar, M ansilla habla del gaucho com o “nuestra
raza", distanciándose una vez m ás él m ism o y su propia clase de la
auténtica alma nacional (1 ,96). En un pasaje especialm ente reve
lador describe a un gaucho, M anuel A lfon so, de sobrenombre
Chañilao, que se desplazaba con com odidad de la sociedad rural
blanca a la indígena, com o una “planta verdaderamente oriunda d el
281
suelo argentino”. Pero se lamenta de que Chañilao haya tenido
tantas dificultades con la ley de las ciudades, con las legalidades de
la civilización sarmientina, y concluye que “Ésa es nuestra tierra:
como nuestra política, suele consistir en hacer de los amigos
enem igos, parias de los hijos del país, secretarios, ministros, em
bajadores, de los que nos han com batido” (II, 262). A sí es como
Mansilla se identifica, en ocasiones, con la idea populista de que el
liberalismo abandona a los hijos auténticos de la Argentina, prefi
riendo promover com o “secretarios, ministros y embajadores" a
quienes lucharon contra la Argentina auténtica. Por supuesto, la
preocupación de Mansilla por los sumergidos bien pudo haber
quedado sin expresar si hubiera sido nombrado ministro de Guerra
en lugar de comandante de Río Cuarto. \
En otras partes de Una excursión, M ansilla afirma que la in
capacidad del liberalismo de incluir a los genuinos hijos de la nación
es un rasgo típico de la sociedad a la moda en Buenos Aires,
artificial, desarraigada, imitativa:
'M
Ningún pasaje revela mejor que éste las múltiples ambigüeda
des de Mansilla. Primero está el referente incierto de “nosotros” y
“nuestro”. Porun lado, como Artigas, Midalgoyolroscn la tradición
populista, supone que la Argentina ya tiene una identidad, a la que
se refiere como “nuestra fisonomía nacional, nuestras costumbres,
nuestra tradición”, y que esa identidad de algún modo se encama en
los gauchos, los indios y los campesinos. Pero en los párrafos
siguientes se distancia de esa identidad diciendo que él y su grupo
(obviamente laclase alta porteña, antes que los gauchos y los indios)
se ven obligados a representar un papel europeizado, incongruente /
Sj con la naturaleza del país.1Igual de ambivalente es su postura ante
el progreso. Si bien admite el progreso material que el liberalismo
argentino está aportando al país, sugiere que ese progreso en cierto
modo va contra la tierra y su gente, y que habría sido mejor escuchar
los arranques inspirados de personas menos cultas (¿los caudillos?)
que los fríos razonamientos de intelectuales europeizados. Su temor
es que el pensamiento europeo y la clase de progreso que éste
promueve deje al país “contrahecho”, vale decir desarrollado contra
su naturaleza." Son sugerencias interesantes, pero, como es típico en
Mansilla, no van más allá de la superficie. Más afín a la charla
amable y a la salida ingeniosa que al razonamiento riguroso,
Mansilla renuncia de inmediato a la responsabilidad intelectual de
profundizar el lema diciendo que “no es más que un simple
cronista”, y pasa a la anécdota siguiente.
En Mansilla no hay una voz unívoca. Mansilla no podía tomar
una postura consistente precisamente porque no sabía él mismo
dónde situarse. ¿Era el dandi culto y afrancesado, casualmente
también sobrino de Rosas? ¿O era el partidario de Urquiza, y
después de Mitre, que luchó en la guerra del Paraguay que después
condenó? (1,86). ¿O era el hombre que, a la vez que se lamenta por
su mala suerte al no obtener un ministerio en la presidencia de
Sarmiento, afirma que el liberalismo abandona a los hijos genuinos
de la Argentina, pero nunca deja de ver a indios y gauchos como
"ellos” contra el “nosotros” de Buenos Aires? ¿O era el causeur
(Metíante, revoloteando de un tema a otro, con divertida incoheren-
1El artículo “Entre otros" de Julio Ramos describe con gran percepción las
muchas dimensiones del “yo”, del “nosotros" y del “nuestro” de Mansilla.
También es brillante la exploración de la resbalosa máscara autobiográfica de
Mansilla que hace Sylvia Molloy en su “Imagen de Mansilla” y en el capítulo que
le dedica a Mansilla en Al FaceValué.
283
cía? Aunque dice que la auténtica Identidad nacional está en lox
gauchos chullos a quienes él y su clase oprimen, en última instancia
no propone ninguna alternativa al programa de Sarmiento de asi
milación forzada, desplazamiento y aniquilación, La mejor alterna
tiva de Mansillaes “cristianizarlos, civilizarlos y utilizar,sus brazos
para la industria, el trabajo y la defensa común" (1 ,87), En suma,
pese a su entusiasmo ante gauchos e indios como Jos "verdaderos"
hijos del país,enúltimo análisis propone la asimilación y explotación
en términos apenas míís humanos que los del liberalismo que ataca,
En el mejor de los casos, como observa Julio Ramos, Mansilla
critica el liberalismo argentino, pero siempre desde una perspectiva
liberal; las políticas de Sarmiento no son malas por ser liberales,
sino porque son mal liberalismo (Ramos, 165). Pero las muchas
descripciones que hace Mansilla de los indios y los gauchos que
encomió durante su famosa excursión le dieron rostro humano a la
otra Argentina, y todavía hoy sirven para erosionar la imagen de
Sarmiento como defensor de la civilización contra la barbarie.
Mansilla nos da un retrato mclancól ico del intelectual que buscó por
todas partes, pero nunca terminó de encontrar una causa que
mereciera sus energías. Su personaje literario, como resultado, es el
único que esculpió con real cuidado: el del dandi, el racontcur, el
observador ingenioso, el conversador chispeante, paralizado por
exceso de sofisticación y demasiado lúcido para comprometerse
con el mundo.
284
gusto en escribir sobre sí mismo. Como resultado, su vida antes
je que llegara a ser un autor famoso suele ser difícil de rastrear, a
punto tul que sus biógrafos más devotos (de los que hay muchos)
no se ponen de acuerdo en algunos detalles esenciales de su
desarrollo juvenil. Nacido el 10 de noviembre de 1834, Hernández
pasó la mayor parte de sus primeros años con una hermana de su
madre, debido a los frecuentes viajes de sus padres a la pampa a
comprar ganado para comerciantes porteños. Aunque lector pre
coz, completó sólo los primeros cuatro grados de la escuela pri
maria. Tras la muerte de su madre en 1843, Hernández siguió
viviendo con su tía hasta 1846, cuando su padre los llevó a él y a su
hennano Rafael a vivir en una estancia en las pampas al sur de
Buenos Aites, donde, en palabras de su hermano, “se hizo gaucho”
(Rafael Hernández, ijó,81). El adolescente Hernández n
u
ch
P
sólo adquirió las habilidades rústicas de montar, enlazar y bolear,
sino que también se embebió del dialecto rico en metáforas del
gaucho, y desarrolló un afecto profundo por el valor humano de los
proletarios rurales.
En cuanto a su formación política, su madre, una Pucyrredón,
provenía de neta estirpe unitaria, mientras que su padre era federal.
Viviendo con la hermana de su madre en 1840, sus parientes
Pucyrredón, con el pequeño Hernández, de seis años, a la rastra,
fueron obligados a huir de la mazorca, la policía secreta de Rosas.
Hernández tenía dieciocho años cuando Urquiza derrotó a Rosas.
Después, fue testigo presencial de las luchas entre las fuerzas
centralistas de Mitre y los remanentes del federalismo en la provin
cia de Buenos Aires. Tras una ambivalencia inicial, se alineó con
las fuerzas autonomistas del federalismo, en gran medida por
simpatía a los gauchos. Estos intereses gem elos (la defensa del
gaucho y la oposición al centralismo porteño) marcaron su traba
jo como periodista, político y poeta.
Hernández inició su carrera periodística en 1856, trabajando
para l a Reforma Pacifica, un periódico confederacionista publica
do en Buenos Aires por Nicolás Antonio Calvo. Calvo, Hernández
y sus aliados también formaban parte del Partido de Reforma
Federal, cuyos objetivos principales eran la unión de Buenos Aires
con la Confederación y la derrota del Partido Liberal encabezado
por Valentín A lsina y Mitre. Los reformistas perdieron ante los
liberales en las elecciones de 1857, que hasta el m ism o Sarmiento
admitió que habían sido fraudulentas; en una cana a D om ingo de
Oro, fechada el 17 de ju nio de 1857, Sarmiento afirma que “L os
285
gauchos que se resistieron a votar por los candidatos del gobicm0
fueron encarcelados, p uestos en el cepo, enviados al ejército par¡1
que sirvieran en las fronteras con los indios y muchos de ellos
perdieron el rancho, sus e sca so s b ien es y hasta su mujer” (citadoen
C hávez, José Hernández: ,P
eriods 16). T
liberales, del m od o m ás antilibcral, com enzaron a acosar a los
p eriódicos de la o p o sició n ap licánd oles desproporcionadas multas
por "difam ación”, q ue terminaron obligándolos a cerrar. La Re
form a Pacífica sufrió o ch o de tales m ultas, una de las cuales alcanzó
la sum a d e d iez m il p eso s (C hávez, 2 6). Como resultado de la
p ersecución, en 1858 H ernández p asó a Paraná, centro del gobierno
de Urquiza, donde trabajó d iversam ente com o periodista, maestro
y escriba. C om o m u ch os federales, quedó desilusionado por la
negativa de U rquiza a segu ir luchando por la causa federal tras la
batalla de Pavón en 1861. A d em ás, Hernández mostró desde el
com ienzo sim patía por R icardo L óp ez Jordán, el hombre que
conspiraría para matar a U rquiza y dirigiría una revolución abortada
contra B uenos A ires. D e tod os m o d o s, com o periodista, Hernán
dez m antuvo su proclam ada lealtad a Urquiza, quizá porque su
trabajo dependía d e ello . C om o lo d ice con delicadezaTulio Halpc-
rín D onghi, H ernández siem p re fue " sensible a las tendencias
dom inantes en el m ed io al que se incorpora”
mundos, 4 1 ). Durante la d écada 1 8 5 8 -1 8 6 8 , Hernández escribió
para varios p eriódicos del interior, su artículo más significativo fue
Vida del aco, d e 1863, d el que ya hablam os. Muy conmovido
h
C
por la caída d e Paysandú en 1864, se unió a los federales Guido y
Spano y O legario A ndrade en su inútil defensa de los blancos
uruguayos. D esp u és, trabajó en varios periódicos provincianos,
hasta que al fin, en 1869, d ie z m eses despu és de que Sarmiento
asum iera la p resid en cia, v o lv ió a B u en o s A ires, donde fundóE//fío
de la Plata, uno d e lo s p eriód icos m ás importantes en la historia
argentina.
A un q u e E l R ío d e la P lata duró apenas och o meses, representa
la cu lm in a ción del p en sam ien to p o lítico d e Hernández y dael marco
id eo ló g ico para la prim era parte del M artín Fierro. Además, ex
cepto por su fam oso poem a, este diario alberga los mejores esfuerzos
de H ernández en favor d e lo s d e s p o s e íd o s . En una prosa sobria y
ascética, lo s ed ito ria les d e H ern ánd ez en E l Río de Plata piden
m ás au tonom ía para el interior, e le c c io n e s populares de autorida
d es lo c a les, y una d istrib u ción eq u itativa d e tierras para inmigran
tes y proletariado rural: un program a no distinto del que recomen*
286
daba Artigas cincuenta años atrás. También se muestra enérgico
en contra de la leva de gauchos pobres para luchar contra lo s in
dios, y cuestiona la prudencia de la Guerra al Paraguay. Pero más
importante quizás es el marco retórico de su escritura, un marco
que claramente lo vincula con Alberdi, Andrade y Guido y Spano
en la denuncia de la “barbarie culta” de los liberales argentinos,
la exclusión del pobre del proceso político, y la oligarquía antina
cional.
El buen sentido de su periodismo, sin embargo, no siem pre se
impuso en su política práctica. Tras el asesinato de Urquiza el 11 de
abril de 1870, la mayoría de los argentinos, incluidos quienes
habían sentido rencor contra el caudillo por su abandono a la causa
federal, cerraron filas tras Sarmiento en la condena a L ópez Jordán.
No fue el caso de Hernández. En una carta al asesino de Urquiza, o
por lo menos al que planeó su asesinato, Hernández escribió sobre
su ex patrón:
288
chos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de
expresarse que les es peculiar, dotándolo con lodos los juegos
de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos
los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con
lodos los impulsos y los arrebatos, hijos de una naturaleza que
la educación no ha pulido y suavizado. (1375-1376.)
Soy gaucho...
Nací como nace el peje
en el fondo de la mar -
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio -
289
lo (pie al mundotruje
del mundo lo he r llevar.
Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
em peñoso y diligente,
y sin embargo Ja gente
lo tiene por un bandido (79-114.)
Y sentaoju n to a ljo g ó n
a esperar que venga el día,
al cimarrón le prendía
hasta ponerse rechoncho -
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Y apenas la madrugada
em pezaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar. (133-156.)
292
mamador, cabresto, lazo, bolas y m anea”. L o sorprende, sin
' h áo que el gobierno no los provea de equipam iento de calidad
similar Los reclutas recibieron “lanzas y laton es” en lugar de
fusiles, y las armas de fuego que había resultaban inútiles porque el
gobierno no proveía de m uniciones. Las armas no era lo único que
fallaba:
Y andábamos de mugrientos
que el miramos daba horror -
les juro que era un dolor
ver esos hombres, ¡por Cristo!
en mi perra vida he visto
una miseria mayor. (Ó25-636.)3
3 Las condiciones de miseria bajo las que los gauchos eran obligados a luchar
también están documentadas en informes env.ados a landres por el representante
ingles en Buenos Aires (Fems, 3-4).
293
nadie habla en su favor. Como sucede con todos los pobres de la
campaña, sus necesidades y puntos de vista quedan excluidos de la
Argentina oficial:
294
me ataron cuatro cinchones -
les aguanté los tirones
sin que ni un ay se me oyera,
y al gringo la noche entera
lo harté con mis maldiciones. (877-888.)
295
Cumulo el novio negro de la,mujer lo enfrenta OolViuHo,».,,
Fierro lo llama ‘ porrudo’*, y provoca un duelo, Tras un comí!
cuchillo, breve y brutal, Fierre mata al negro: ill° »
296
Afirmaciones como la de que nunca olvidará la agonía del negro, o
nucDodrfa ir a darle un entierro apropiado, sugieren pena, pero no
necesariamente; también podrían indicar superstición. Y la falta de
remordimiento no puede atribuirse a la poca disposición de Fierro
por mostrar emociones, ya que en otras partes del poema sus
emociones son visibles al punto de erosionar su credibilidad.
Tercero, el dolor de la mujer negra no conmueve a Fierro. Su
reacción inicial es pegarle para que deje de llorar, pero decide no
hacerlo con la frase hecha “por respeto al dijunlo”.
Este notable episodio se presta a varias interpretaciones. Si nos
confinamos a lo político, la escena sugiere hasta qué punto el
maltrato social ha brutalizado y alienado a Fierro, haciendo de él un
criminal de la peor especie. La escena así podría permitirle a
Hernández repetir un lugar común de su periodismo, según el cual
los gauchos se volverían buenos ciudadanos sólo mediante la
educación y la inclusión política; y quizás ésa era su intención. Pero
tal argumento no da cuenta enteramente de la disposición de
Hernández de arriesgar la simpatía del lector por Fierro. Antes de
la pelea, Fierro es una víctima inocente, culpable sólo de ser un
gaucho en una sociedad que no le da lugar. Pero al matar al negro
y querer callar a golpes el llanto de su mujer, Fierro se vuelve un
agresor brutal, impiadoso, y pone en peligro la simpatía que
habíamos sentido hacia él hasta ese momento. Borges sugiere que
en esta escena Fierro se impone a Hernández, que la lógica interna
del personaje de ficción obligó al escritor a ir más allá de sus
intenciones conscientes, y que Hernández no arriesga consciente
mente la buena voluntad del lector b91 5-197). Sea
(O
intencional o no, la escena revela una extraordinaria percepción
psicológica en la necesidad de Fierro de violencia como medio de
negar su incapacidad para controlar su propio destino. Aunque la
pelea y el crimen hacen incierta la intención política de Hernández,
a la vez que ponen en peligro la simpatía del lector, esta escena más
que ninguna otra hace creíble a Fierro.
Tras otro crimen, esta vez provocado por un matón, Fierro se
vuelve un hombre perseguido. Duerme en taperas, vive en el
caballo, siempre filosofando sobre la desgracia de los gauchos,
porque “el gaucho en esta tierra sólo sirve pa votar" (1371-1372),
alusión a las prácticas electorales corruptas que I lemández ya había
deplorado en E l Río de laPlata. Atrapado al Jln por u
Fierro decide pelear hasta la muerte antes que rendirse. Pese a su
tena/ resistencia, es superado por el número. Hasta que de pronto,
297
hvsj viudamente, uno do los ¡vlloías, un recluta gaucho Uanuulo
Sargento Cuw, so une a l iorna diciendo "¡Cruz no oonslcnlc / que
se remota ol delito /»lo matar ansí un vállenlo!" (1624 I 626). Junios
derrotan al resto vio la partida, después vlosovuvhan una botella, y se
cuentan sus respectivas historias.
Aunque l lomando/ ofrece ¡v e o s mol ivos para ladelccción vlel
Sargento ('n i? o n aytula vio Fierro, ol episodio subiere que los
\ mcuKvs vio dureza y homhría eotnpaitlda, el ovillo u la virilidad, han
m ontado sobro la lealtad de Cruz al uniforme. Cruz afirma que
"estas son las ocasiones / vio mostrarse un hombre juerte, / hasta
quevenga la muerte / y lo agarre a coscorrones" (1 689-1692). Y a
continuación: "Fl andar tan vlespilcbao / ningún mérito me quita, /
sin ser un alma bendita /m e duelo riel mal ajeno" ( 169 .V1696). Igual
que tuerto cuando mata al negro, Cruz repite el credo de la bravura
viril en la que lo que cuenta es la fuerza, no las instituciones y las
asociaciones. Robre iva el argumento llamando la atención con
itoma sobro su indumentaria com o algo que tto quita mérito a un
hombro que satv simpatizar con las desgracias de ortos. Hay
quienes Irán lamentado que en este episodio 1lemández elevase la
am istad por en cim a de la le y , el p erson alism o sobre el
institucionalismo: la critica apunta a que Hernández glorifica ctt
pequeña escala el ¡vrsonalism o que Sarmiento deploraba ctt sus
ataques al tosism o. Teto en la mente de los lectores populares de
Hernández, la colaboración de Cruz con Fierro era al parecer el
vínico m edio de acceso a la dignidad cuando lodos los naipes
repartidos estaban en contra del pobre sujeto.
l a historia de Cruz en gran medida es paralela a la de Fierro,
en tanto es otra víctima del poder corrupto. Casado amafio con um
mujer herniosa, cuenta cóm o el comandante de la milicia local se
interesó ctt su compañera. Para quedarse so lo con ella, el coman
dante cm raba al marido en largas com isiones. Al fin Cruz descubre
a los amantes, jvlea con el com andante... pero después huye,
sabiendo que la ley siempre favorecerá a su rival, y que cutre sus
pares será considerado apenas un cornudo. Pese a años vio vagabundeo
"rem o guacho / cuando pasa el temporal", Cruz no puede huir de su
desgracia, y se enreda en una riña donde mata a un payador que lo
ha insultado. Al fin. interviene un am igo que lo "compuso con el
Juez", quien asigna a Cruz a la fuerza de ¡ v i i cía rural, donde ha
encontrado a Fiema. L os d os gan ch os concluyen sus cuentos
jurándose eterna am istad... fuera de la ley;
Andaremos de matreros
sí es p reciso pa salvar -
nunca nos han de tallar
ni un güen pingo para huir,
ni un pajal ande dormir,
ni un matambre que ensartar. (2071-2076.)
299
resu elv en abandonar para siem pre la Argentina y vivir entre los
in d io s d o n d e “n o alcanza / la faculté del Gobierno” (2189-2190)
Fierro sim b ó lica m en te rom pe su guitarra “pues naides ha de cantar
/ cu a n d o e s te ga u ch o ca n tó ” (2 2 7 9 -2 2 8 0 ). Retoma entonces
H ernández la narración, pintando cóm o Fierro y Cruz cruzan la
frontera y m iran c o n tristeza a sus espaldas las últimas poblaciones
argentinas, m ientras “a Fierro d os lagrim ones / le rodaron por la
cara” ( 2 2 9 7 -2 2 9 8 ). El poeta termina su historia volviendo a la
cu estió n p o lítica q ue lo había m otivado al comienzo:
Y ya c o n estas noticias
m i relación acabé -
por ser ciertas las con té,
todas las desgracias dichas -
e s un telar d e d esdich as
cada g a u ch o q ue usté ve.
Pero p on ga su esperanza
en el D io s que lo form ó -
y aquí m e d esp id o yo,
que he rclatao a m i m odo
m ales q ue con ocen todos
pero q ue naides contó. (2 3 0 5 -2 3 1 6 .)
301
Autores co m o E zcquicl M artínez Estrada
ción de Martín (erF
io1 9 4 8 ) y Jorge L uis Burgos en As¡nrius d
la literatura gauchesca(1 9 5 0 ) prefieren elogiare! “ universalismo"
de la obra, descartando así el ob vio én fasis político del poema. Una
m uestra reciente de crítica “antihem andiana" es el libro de Tullo
Halpcrín D onghi José Hernández y sus mundos ( 1985), que sugiere
que el interés d e H ernández por el gaucho era paternalista en el
m ejor de lo s casos, y exp lotad or en el peor. D e hecho, el estudio de
Halpcrín, aunque exten sam en te docum entado y muy informativo,
parece destin ado prim ordialm entc a destruir un icono nacionalista
favorito. En resum en, El gaucho M artín Fierro surgió de una so
ciedad p rofundam ente dividida; la d iscu sión del poema sigue
reflejando esa d iv isió n esen cial.
302
fnnulc ciuizá justificadam ente, aunque la elecció n de 1874 proba
blemente no fue más deshonesta que otras de la ¿poca. Un m es
tlesntnís de perder, Mitre organizaba una m ilicia y trataba de
(lerrocnru! gobierno. Las fuerzas oficiales no tuvieron inconvenientes
en derrotar'a los golpistas, Mitre pasó por la corle marcial y fue
condenado a muerte. I Icmández. se apresuró adenunciarla hipoeresía
del ex presidente. En la edición del 24 de octubre de 1874 de Patria,
escribía: “ Una v ez m ás Mitre trata de agrandarse, satisfacer sus
insaciables am biciones y asegurar su p uesto, som etien d o al país a
su voluntad y capricho. General m ediocre, revolucionario torpe,
político inepto y mal escritor, viv e y ha viv id o siem pre en un m undo
misterioso de su e ñ o s ... Siem pre una mala in flu en cia, ll e v a d fu ego,
la sangre y la devastación dondequiera que vaya” ( pe
riodísticos de José H ernández, 6 9 ). A u n q u e el p ragm ático
Avellaneda no tardó en indultarlo, Mitre perdió a con secu en cia de
este incidente toda posibilidad de recuperar la presidencia.
La caída política de Mitre señ aló que el poder había pasado al
nn a una nueva generación. D e esa generación, A vellaneda era el
prototipo, en tanto ponía el progreso ec o n ó m ico por sobre las
rivalidades id eológicas y personales que habían d ivid id o a sus
predecesores. A vellaneda expandió las políticas econ óm icas lib e
rales in iciad as bajo M itre, que ofrecían am p lias fa cilid a d es
im positivas, tierras y subsidios de fondos púb licos, m uchos de ello s
financiados con créditos externos, para atraer inversiones externas,
principalm ente inglesas. La econom ía argentina se vin cu ló m ás
estrecham ente aún a Gran Bretaña, que proporcionaba un m ercado
Para las exportaciones argentinas, inversión (y control) en transporte
y com u n icacion es, y crédito para los sectores público y privado
(E em s, 3 2 3 -3 7 3 ). A vellaneda también continuó la lam entable
práctica, iniciada por Mitre, de atender a la deuda existente con
nuevos créditos, política que funciona razonablem ente bien durante
períodos de crecim iento rápido, pero que lleva al desastre durante
las con traccion es económ icas (R ock, Argentina, 147). C on la
Guerra al Paraguay terminada, A vellaneda intensificó las guerras
de desplazam iento y exterm inio contra los indios, dejando con ello
l¡beradosam pl¡osierriiorios.Hstast¡errasdcbíanserpara inmigrantes
que consum arían el aforism o alberdiano, “gobernar es poblar".
IVni aunque llegaron inmigrantes en grandes cantidades, y la ley
argentina les aseguraba tierras, fueren relativamente p ocos los que
las ob tu v ieren .
relativo de la distribución
V arias razones exp lican el fracaso
303
de tierras en la Argentina. Primero, gran parte de la nueva tierra
ofrecía potencial agrícola limitado por ser demasiado estéril o estar
demasiado lejos para el transporte de los productos. Las mejores
tierras de la Argentina eran las que estaban cerca de las vías
fluviales, sobre la frontera norte de la provincia de Buenos Aires y
el Litoral, y éstas ya pertenecían a la oligarquía. Segundo, los
bancos argentinos no hicieron ningún intento de extender el crédito
a pequeños propietarios; de hecho, los bancos solían requerirtierras
com o garantía, política que hacía que el crédito fuera a quienes ya
eran ricos (D íaz Alejandro, Essays on Economic History of
Argentine Republic, 35 -4 0 ,1 5 1 -1 5 9 ). El resultado fue un cambio
sin cam bio. Como observa el historiador David Rock, “Aunque el
país estaba pasando por un cambio y desarrollo profundos, y se
estaba formando una nueva población, no hubo un cambio conco
mitante en la distribución de la riqueza ni en la estructura de poder.
En partes diferentes del país los grupos terratenientes y mercantiles
habían solucionado lentamente susdiferencias, pero el resultado de
esta reconciliación fue un grave desequilibrio en favor de la oli
garquía” (Rock, tia,141-142).
rgen
A
Sin embargo, que la riqueza y el poder siguieran en las mismas
m anos no significa que hubiera falta de actividad económica.
Durante la década de 1870, la especulación de tierras en la provincia
de Buenos Aires y a lo largo del Litoral hizo subir los precios diez
veces. Los gobiernos federal y provinciales, así como individuos
particulares, contrajeron grandes deudas por créditos externos,
usando a veces tierra sobrevalorada com o garantía. A mediados de
la década, la explosión se hizo inevitable, y la Argentina entró en
una profunda depresión nacional. La depresión promovió un extenso
debate legislativo sobre el futuro de la econom ía argentina, y sacó
a luz lo que podría llamarse una postura populista en materia
económ ica.
Los grandes temas del debate, proteccionismo contra libre
comercio, no tenían nada de nuevo, por supuesto. La economía
mercantilista del Imperio Español se basaba en prácticas protec
cionistas con las que España buscaba salvaguardar sus mercados
coloniales. Tal com o vim os en el Capítulo 2, Mariano Morcno en su
Representación de los hacendados de 1809 fue uno de los primeros
en argumentar contra el mercantilismo y en favordel libre comercio,
postura que después invirtió en su fam oso Plan. Artigas, en 1816,
se oponía a las fronteras económ icas abiertas. Alberdi promovía el
proteccionismo en su Fragmento preliminar, iba en favor del libre
304
comercio en Las ase, y volvía a su postura in icial m ás tarde
B
ro todo esto era en buena m edida una d iscu sió n teórica, y s ig u ió
siéndolo hasta que el presidente M itre en 1862 abrió la ec o n o m ía
argentina a inversores y prestatarios extranjeros, la m ayoría i n g lescs.
El resultado íue una esp ecie de desarrollo por el que la A rgen tin a
proveía materias primas y un m ercado para las m anufacturas
inglesas, a la v e / que dejaba irrealizado su p oten cial industrial. En
tal economía, los terratenientes c interm ediarios argentinos adqui
rieron gran riqueza con ex c lu sió n de la m asa d e trabajadores
confinados a trabajos de p eon es, em p acad ores y estib ad ores. F u e
precisamente este estado de cosas lo que p ro v o có lo s d eb ates d e la
década de 1870.5
Los argumentos en favor del libre co m er cio tal c o m o lo s
presentan los gobiernos de Mitre y S arm iento d erivan d e A d am
Smiih y David Ricardo, am bos ú tiles aunque q u izás in v o lu n ta rio s
colaboradores del expan sion ism o británico. L as teorías d e lib re
comercio dominaron la enseñanza d e la e c o n o m ía e n la s u n iv ersi
dades porteñas, donde el libro d e texto era una trad u cción e sp a ñ o la
del manual de 1858 de Joseph G am icr, A b reg é d es élém en ts d e
l'écononúc politique, basado enteram ente en teorías d e libre c o
mercio de Sm ith, Quesnay, M althus y R icardo (C h iaram on te,
Nacionalismo y liberalismo, 126). El presid en te A v e lla n e d a fu e un
entusiasta promotor del libre com ercio. Para d efen d er su n u e v o
programa de im puestos, A vellaneda escrib ió q ue su ad m in istra
ción gobernaba "bajo la ancha base del librecam b io in tern acion al
de productos, pues está íntimamente persuadido q u e é l e s el q u e
m ás con vien e a países nuevos y en las co n d icio n e s e s p e c ia le s d el
nuestro” (citado en Chiaramonte, 113).
A m edida que se profundizaba la crisis d e m ed ia d o s d e la
década de 1870, surgieron ataques de distintas p roced en cias al lib re
com ercio, la m ayoría bajo la autoridad del historiador V ic e n te F id e l
L ópez, q uien, com o ya dijim os en el C apítulo 7, fu e un se v e r o
crítico d e la historiografía de Mitre. L óp ez afirm aba q ue el error d e
la A rgentina era su fe ciega en las teorías ec o n ó m ica s eu rop eas q ue
no tom aban en cuenta que “cada fórmula ec o n ó m ica dará d iv e r so s
resultados seg ú n difieran el carácter y la situ ación del p aís d on d e s e
305
lian tic aplicar" (Chluramonlc, 129). Carlos Pellegrini, un discípulo
de López que llegaría a presidente en 1890, amplió la argumenta
ción diciendo que "si el librecambio desarrolla la industria que ha
ndquiridocierto vigor.,. el librecambio mata laindustrianacientc...
Lo que es un elemento de vida para el árbol crecido, puede ser un
elemento de muerte para la planta que nace" (citado en Chiaramontc,
129). l’cro incuestionablemente el pronunciamiento más notable en
favor del proteccionismo pertenece a Em ilio de Alvcar, quien, en
tres famosas cartas dirigidas a LaRevista de Bu
"espíritu imprevisory exageradamente liberal de nuestra legislación
mercantil c industrial". Sostiene que “El librecambio carece de
sentido para nosotros", y que la Argentina debería seguircl ejemplo
proteccionista de los Estados Unidos, donde de hecho la industria
fue ampliamente protegida contra la com petencia extranjera, es
pecialmente la inglesa, hasta la década de 1930. Pero, más impor
tante, Alvear encuentra una admisión tácita de inferioridad en la
voluntad liberal de hacer de la Argentina apenas una gran estancia.
"¿Por qué”, pregunta, "se duda y se desdeña la capacidad del país?
¿Se profesa por ventura la preocupación de las razas privilegiadas?”
(citado en Chiaramontc, "La crisis de 1866”, 214-215). Y una vez
más vem os cómo el pensamiento populista ataca al liberalismo
argentino por no creer en la Argentina y en el pueblo argentino. En
esencia, Alvear, como Guido y Spano y Andrade, sostiene que hay
un profundo sentimiento de inferioridad en la obsesión de los
liberales por la cultura y la tecnología importadas, así como en su
decisión de limitar a la Argentina al papel de “granero”.
El debate legislativo sobre el libre com ercio duró varios años,
pero no produjo ningún cambio en el concepto del papel de la
Argentina en el mundo. En 1877 se voló una nueva ley arancelaria
que daba protección a tres productos, azúcar, vino y trigo. Pero
como se trataba de productos agrícolas, la ley no alteró la visión
básica que tenía el liberalismo sobre las funciones de la Argentina
en la división internacional del trabajo. El granero se hacía simple
mente más grande. Esta discusión sobre el libre comercio murió
cuando la Argentina, en la década de 1880, entró en otro ciclo de
bonanza, pero con la crisis económ ica de 1890 volvió a emerger una
poderosa corriente favorable al proteccionism o (Rock, Argentina,
149-152). El sentimiento proteccionista seguiría latente en nuestro
siglo, para hacerse visible en épocas de dureza económ ica, y con el
tiempo contribuiría aunapolíticaeconóm ica partieulannentevisible
en el primer peronismo.
306
La devoción no partidaria de Avellaneda por el “progreso”
también enfrió las pasiones personalistas de sus predecesores y creó
una atmósfera en que los desacuerdos podían resolverse sin guerras.
Favoreciendo el pluralismo limitado a las clases altas que siempre
definió la democracia argentina, Avellaneda nombró en cargos
importantes de su gobierno a porteños y provincianos, ex resistas y
unitarios por igual. Además, al poner al autonomista A dolfo A lsina
al frente del Ministerio de Defensa, aplacó, al m enos temporalmente,
los temores porteños de un predominio provincial. Al m ism o
tiempo, reforzó su base de sustentación en el interior ayudando a
formar una liga de gobernadores provinciales que podían contar con
favores especiales a cambio del apoyo a Buenos A ires, aun si eso
significaba torcer el resultado de las elecciones.
Ayudó también a mantener la paz relativa de la presidencia de
Avellaneda el hecho de que los antagonistas políticos del pasado
estaban envejeciendo. Sarmiento siguió en la vida pública un
tiempo, primero como senador y después en una campaña desafor
tunada para recuperar la presidencia, pero al Fin, apesadumbrado
por la corrupción que parecía endémica en la nueva república, se
retiró a escribir sus Memoriasy el racista Conflictos y armonías de
las razas de América, ambos libros llenos de reflexiones pesim istas
sobre lo que consideraba el fracaso político del país. Albcrdi v o lv ió
a Buenos Aires en 1878, nombrado senador por su provincia natal
de Tucumán. Pero era un anciano agotado y sentim ental, al que
abrumó la crítica cotidiana y la confrontación permanente de la vid a
política, por lo que volvió a París, donde murió en 1884. M itre
siguió siendo senador por la provincia de Buenos A ires, y se m an
tuvo muy visible como historiador y periodista, pero, pese a sus
acercamientos a diferentes grupos políticos, su poder d ism inuyó
con la edad. De los autores populistas, Olegario Andrade m urió en
1882 y Guido y Spano se transformó en un poeta patriarcal, a quien
se admiraba ceremoniosamente mientras se olvidaba de s as escritos
políticos.
307
Libertad no tardó en mostrar su viejo espíritu en un debate perio
dístico con Sarmiento respecto de los méritos relativos de su
del Chacho, que acababa de ser reeditada (Chíve/.,
dez, 105-114). Pero 1lemández estaba cansado de ser un periodista
itinerante con una causa a cuestas. Ahora tenía familia y anhelaba
una vida m is tranquila. Además, había dinero por ganar.Trabajando
primero como agente inmobiliario y después en la junta directiva de
un banco de crédito, adquirió una pequeña fortuna y en el proceso
contribuyó a la misma concentración de propiedad que antaño había
condenado. Siguió haciendo incursiones en la política pero tenía
problemas para identificarse con ningún partido de Buenos Aires.
Veía correctamente los intereses de los autonomistas por los dere
chos de los Estados como una herencia legítima del federalismo,
pero no podía comulgar con las tendencias separatistas del Parti
do Autonomista. Con el tiempo, los contactos políticos de 1lemán
dez dieron su fruto. En marzo de 1879 fue elegido diputado, y
después senador a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires,
donde permaneció hasta su muerte en 1886.
En esta vida de relativo bienestar, Hernández elaboró una
visión distinta del gaucho, o mejor dicho, se concentró en temas que
en su obra anterior habían estado más implícitos que explícitos. El
cam bio en la vida de Hernández y en la Argentina se reflejan en las
dos partes de Martín Fierro. La primera, de 1872, es primordialmcntc
un poem a de protesta. Salvo las alusiones a un paraíso perdido que
sugieren la vida en una gran estancia, es poco lo que propone para
mejorar la vida del gaucho. En esc sentido es coherente con las
circunstancias de la propia vida de Hernández en 1872; como
Fierro, Hernández era un hombre buscado por la ley, con un futu
ro incierto, viviendo fugitivo y luchando por una causa perdida,
En contraste, La Vuelta fue escrita siete años después, durante un
período de relativa cal ma en el que Hernández había obtenido un lu
gar en la nueva Argentina del pragmatismo, la riqueza y el pro
greso. Corno exitoso hombre de negocios con un futuro en la
política, perdió el gusto por la rebelión violenta. Además, con
la conclusión de la triunfante “Conquista del Desierto" de Roca, la
injusticia específica de la que se había ocupado la primera parte (el
maltrato a los gauchos en las guerras de frontera) se volvió cosa del
pasado, aunque los gauchos seguían al margen de la vida política.
En este nuevo mundo, Hernández decidió que lo que más necesitaba
el gaucho era instrucción para encontrar un lugar en, y ya no contra,
el sistema. También llegó a la conclusión de que, al ser la Argentina
308
después de todo una nación agrícola, los gauchos y su conocimiento
de la tierra constituían un recurso natural que debía ser protegido,
incluido y desarrollado, para bien de todo el país. Como señala José
Pablo Feinmann, las ideas de Hernández en este sentido deben
mucho a la afirmación de Alberdi de que la civilización argentina
no podía separarse de su riqueza, y que su riqueza estaba en el
campo. Hernández lleva la argumentación de Alberdi un paso más
allá, sosteniendo que el potencial agrícola argentino no podrá
hacerse realidad sin el bienestar de sus trabajadores agrícolas
(Feinmann, 176-179). Como resultado, Vuelta de Martín Fierro
es a la vez una justificación de la nueva Argentina y un manual
práctico escrito para gauchos sobre cómo volverse buenos ciuda
danos, productivos y dóciles.
Para realizar este proyecto, Hernández adoptó para Vuelta
una estructura que es en parte narrativa, en parte marco para
historias interpoladas, y en parte conferencia sobre virtudes cívicas
y morales. Además, a diferencia del poema anterior, La Vuelta está
dirigida cspccíficam cne a los gauchos. La primera parte había sido
escrita con la intención de provocar la indignación de lectores
educados contra los excesos de los gobiernos liberales. Al principio,
fue escasamente leído por el público educado, pero adquirió ex
traordinaria fama entre los gauchos mismos, hecho que sorprendió
incluso a Hernández. En La Vuelta los gauchos son el público al que
está dirigido el poema, además de ser el tema de éste. Pero son un
público al que Hernández en más de una ocasión demuestra ver
desde lo alto. Tal como lo explica en el prefacio a La , esta
secuela está “destinada a despertar la inteligencia y el amor a la
lectura en una población casi primitiva”. Declara a continuación
que los gauchos encontrarán el libro “ameno, interesante y útil”.
Pero su intención principal es impartir valores morales: “enseñando
que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y
bienestar. Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración
hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien. Afeando las supers
ticiones ridiculas y generalizadas que nacen de una deplorable
ignorancia”. M ás que eso, Hernández desea inculcar en las masas
primitivas virtudes loables como el respeto por los padres, la debida
reverencia al matrimonio y la familia, la caridad para con los
desposeídos y el amor a la verdad. Llama la atención en especial su
insistencia en que sus lectores lleguen a ser ciudadanos obedientes
de la ley, “afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin
apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados”.
309
No obstante el evidente dldacticismo de estas declaraciones,
Hernández se propone producir un libro "sin revelar su pretcnsión",
usandoel lenguaje coloquial de Jos gauchos para que no se percaten
de que se los está instruyendo (Antología de poesía gauchesca,
1437-1438).
¿Cómo realiza Hernández ambiciones que parecen tan
ledlosamcnlc pedagógicas? N om uy bien si comparamos lasegunda
parle con la primera. Salvo algunos relámpagos de humor, esporá
dicas denuncias de injusticias, y muchos aforismos logrados, ¿a
Vuelta no puede compararse con su predecesor. La torpeza de la
cslruclura, la cantidad de episodios forzados, la moralización in
cesante y las digresiones de filosofía casera debilitan el interés has-
la casi desvanecerlo, Lamcnlamos sobre todo la casi desaparición
de Mallín Fierro como un ser de carne y hueso; tanto se concentra
Hernández en la declamación de valores morales que descuida la
personalidad de su personaje, a quien obliga a decir lo que quiere
decir Hernández, y no lo que lo volvería convincente. De todos
modos, como indicador de los valores de la nueva Argentina y déla
traición de I lernández a su ideal populista, es un texto que exige
consideración.
lil grado al que Hernández ha aceptado los valores de la nueva
Argentina se hace evidente de inmediato, en el extenso retrato, por
demás negativo, de los indios, con que comienza La Vuelta. El
gobierno quiere matar indios y abrir sus tierras a la colonización
blanca. Hernández lo hace sonar como un imperativo moral. La
maldad de los indios en la descripción de Hernández no conoce
límites:
31 «
El indio es indio y no quiere
apiar de su condición,
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere. (583-588.)
311
En resumen, los indios merecían morir. Vivos, eran inútiles;
muertos, no pueden hacer más daño. ¿Podemos perdonar o al me
nos entender la actitud de Hernández como producto de su época?
Como agente inmobiliario, Hernández se beneficiaba con las guerras.
Además, com o toda su generación, lo enceguecía una visión del
progreso en la que no cabían los indios. ¿Sería justo esperar que
comprendiera el honor del genocidio? Quizá no. Al mismo tiempo,
es m elancólico ver al campeón del proletariado rural usando los
m ism os argumentos racistas contra los indios que sus enemigos
solían usar contra los gauchos mestizos. Desearíamos que al menos
hubiera adoptado la postura distante pero simpatizante de Mansilla,
en su Excursión.
Tras este ataque a los indios, Hernández sigue con la historia.
Cruz muere, víctima de “la plaga”, y Fierro, tras salvar a una mujer
blanca cautiva de los indios, emprende el regreso a las pampas “que
ya no pisa el salvaje”. Un viejo amigo le cuenta que el actual
gobierno ya no persigue a la gente, y que su asesinato del negro ha
sido olvidado. Fierro encuentra entonces, milagrosamente, a sus
dos hijos, y además al hijo de Cruz, y al hijo del negro que mató.
Cada uno toma una guitarra y cuenta su historia. Estos relatos
interpolados vuelven a temas ya conocidos (injusticia, desgracias,
persecución, corrupción), y en sus lamentos oímos ocasionalmente
ecos de algunos pasajes conmovedores de la primera parte. El
primer hijo pasó casi toda su vida preso, víctima de la arbitrariedad
de ju eces y leyes. Pero en lugar de predicar la rebelión, dice que “si
atienden m is palabras / no habrá calabozos llenos: / manéjensé
com o buenos” (2073-2075). Para Hernández, la ley ha cambiado
tanto que el gaucho ahora puede volverse un buen ciudadano. El
segundo hijo terminó bajo la tutela de un viejo borracho de apelativo
V iscacha, que robaba para vivir pero no podía ver morir un animal.
Aunque de moral cuestionable, V iscacha es una fuente inagotable
de con sejos, la mayoría prácticos, algunos humorísticos e irónicos.
Pero aun en el antimoralismo de Viscacha podemos oír a un
Hernández didáctico esforzándose por hacer del gaucho un mejor
ciudadano. Picardía, e l hijo de Cm z, cuenta una historia llena de
im precaciones contra el gobierno, la administración de las guerras
de frontera, elecciones fraudulentas, jueces corruptos, etcétera.
Pero, aunque e l suyo es el más largo, más vivido y más negativo de
los cuentos incluidos, también Picardía sugiere que los tiempos han
cambiado:
312
N o repetiré las quejas
de lo que se sufre allá -
son cosas m uy dichas ya
y hasta olvidadas de viejas. (36 0 1 -3 6 0 4 .)
313
Avellaneda en un com entario poco con ocido, están tomados
“del Corán, el V iejo Testam ento, los Evangelios, y sobre todo
de Confucio y Epicteto” (citado en Halperín Donghi, José Her
nández, 316). Hernández se lim itó a traducirlos a un vocabulario
gauchesco. Sea com o fuere, Hernández (Fierro) muestra preferencia
especial por dichos que subrayen el individualismo y el trabajo
duro:
Aprovecha la ocasión
el hombre que es d iligente -
( ...) la ocasión es com o e l fierro,
se ha de m achacar caliente. (46 7 9 -4 6 8 4 .)
E l que obedeciendo v iv e
nunca tiene suerte blanda -
m as con su soberbia agranda
el rigor en que padece -
obedezca el que o b ed ece
y será bueno el que manda. (4 7 1 5 -4 7 2 0 .)
Es el pobre en su orfandá
de la fortuna el d esech o -
porque naides tom a a p ech o
el defender a su raza -
debe el gaucho tener casa,
escuela, ig lesia y d erech os. (4 8 2 3 -4 8 2 8 .)
314
Dadas estas cosas, 1lemández nos asegura que "el gaucho es
el cuero llaco, / da los lientos para el lazo" (4851-4852). Es decir,
es la base necesaria de una sociedad agrícola. Sin su mano de obra
y su conocimiento de la tierra y el ganado, la Gran Estancia no
podría funcionar. Alimenten, vistan y denle un lugar al gaucho, y la
Argentina podrá tomar su lugar entre las naciones.
Aunque el papel de Hernández como defensor de la nueva
Argentina y preceptor moral de los gauchos se hace visible prác
ticamente en cada página de la Segunda Parte, la narración sinuosa
y las historias interpoladas hacen difícil clasificarla. La interpretación
de José Pablo Feinmann según la cual "el final de Vuelta no hace
más que expresar la fraternal unión de Buenos Aires, el Litoral y los
grupos liberales del interior mediterráneo, bajo la presidencia de
Roca" (181) parece algo reductivista. Pero sin tomaren cuenta la
visión de Hernández de la nueva Argentina y del papel del gaucho
en ella, la Segunda Parle parecería un conjunto indiscernible sin
ningún elemento unificador.
Más interesante es lo que dice La Vuelta sobre el populismo
que antaño había predicado Hernández. Su vuelco espectacular de
disidente a preceptor se hace claro sobre todo cuando comparamos
su visión del gaucho con la que tenía Sarmiento. La crítica nacio
nalista y revisionista de este siglo ha insistido en que Martín Fierro
es el “anti do,”el gaucho arquclípico que defiende la iden
n
acu
F
tidad argentina contra los usurpadores europeizantes. Sarmiento
afirma que el gaucho debe ser cambiado o eliminado; en contraste,
Hernández en la Primera Parte le da al gaucho dignidad, con pocas
recomendaciones para cambiarlo. La Vuelta, en cambio, es otra
historia. Como ya dijimos en el Capítulo 4, aunque Sarmiento tenía
intenciones muy claras respecto del gaucho (matarlo o asimilarlo a
la fuerza mediante la educación y la cruza con razas superiores), hay
una am bivalencia fundamental en gran parte de su pensamiento.
Igual que Hernández, él también se sintió cautivado por lo pinto
resco de los gauchos, por su poesía y sus habilidades rústicas.
El retrato de Fierro en La Vuelta es notablemente similar.
Fierro es un cantor, un repositorio de sabiduría popular, un sabio sin
educación que posee las habilidades que necesita el campo. De ahí
que Hernández le pide al gobierno que les dé a los gauchos “escuela,
iglesia y derechos”, al tiempo que le aconseja a los gauchos que sean
m iem bros d óciles y productivos del nuevo orden. En resumen, su
solución para el gaucho en La Vuelta, como las recomendaciones de
M ansilla sobre la cuestión indígena, difiere de la de Sarmiento en
315
grado, no en sustancia. Además, igual que en el caso de Mansilla,
por radical que haya sido la posición adoptada por Hernández
durante su juventud, lodo eso quedó atrás cuando se identificó con
la fácil prosperidad de la nueva Argentina.
316
YoUgdsr. las posturas no articuladas de un era po. el fondo vago de
una identidad de clase, las premisas parcialmente articuladas de la
nacionalidad. Pese a la vaguedad del nacionalism o, no obstante,
podemos esbozar a partir de la exposición que hem os hecho la
forma general del nacionalismo argentino, tal com o com enzó su
existencia en el siglo X IX. A esa tarea volvem os ahora nuestra
atención.
El nacionalism o argentino e s primero y principalm ente
naiivista, orgulloso de la herencia hispánica del país y de sus etnias
mezcladas. Al afirmarse "los quesom os, como somos", el populismo
nacionalista repudia el racismo "ilustrado” del liberalismo; Guido
y Spano se burla de los planes de inmigración elitista para "rege
nerar nuestra raza”; Andrade elogia al Chacho y a las "razas parias”
reden llegadas a las playas argentinas; MansiÜa llam a a los indios
'lujos auténticos de la patria”, y Hernández transforma a un gaucho
fuera de la ley en un arquetipo nadonal. El nacionalism o rechaza
asim ism o las posturas negativas del liberalismo ante la herencia
española del país. Guido y Spano afirma que "la vieja sangre
española” une a los hispanoamericanos decentes de todo e l con ti
nente en su rechazo a la invasión francesa a M éxico. El m ism o
sentim iento lo llevó a simpatizar con el Paraguay en su guerra
contra la profana trinidad del Brasil imperial, el régimen d e M itre
y el gobierno títere en el Uruguay. Andrade anticipa el arielisnio d e
Rodó al afirmar que los pueblos latinos son lo s herederos legítim os
de lo s griegos, dando la espalda a la fascinación liberal por los
Estados U nidos y la Europa del norte.
El primer enem igo del nacionalism o argentino es un grupo
nebuloso de argentinos ricos llamado a v ec es “oligarcas”, a v e c e s
liberales antinacionales, a vec es "europeizantes” antiargentinos.
Mientras que la dem ocracia radical del populism o es la con clu sión
lógica d e gran p an e d e la le o n a política liberal, lo s in telectu ales
nacionalistas acusan a lo s liberales argentinos de haber corrom pido
la lengua de la libertad, de haber h echo de la dem ocracia republi
cana una retórica vacía, al tiem po que exclu ían al m ism o p ueblo en
cuyo nom bre d ed a n gobernar. A d em ás, lo s n acion alistas sostien en
que, pese a su retorica, lo s liberales argentinos siem pre están tan
dispuestos a recurrir a la v io len cia o la corru p d ón co m o e l p eor d e
tos caudillos; segú n la frase m em orable d e A lb e n ii, so n " cau d illos
de frac”. En la re rspectiva nacionalista, e l liberalism o e s antinacional,
más interesado en cu ltivar la buena volu n tad d e las p o ten cia s
extranjeras que en servir a lo s in tereses d e la A rgen tin a, L o s
317
comerciantes liberales son los sirvientes cod iciosos de los Bancos
y empresas extranjeros, dispuestos a vender la Argentina con tal de
logrurgananctas nípidas para si m ism os y para sus amos extranjeros.
El nacionalismo también postula que a los europeizantes les falta fe
en la Argentina, que su fascinación con intereses e ideas extranjeros
está motivado principalmente por un sentim iento de inferioridad.
Para los nacionalistas, los m iem bros de la eliten o son argentinos de
veniad sino vacuas im itaciones de europeos.
El nacionalismo argentino tam bién postula una visión alter
nativa de la historia en la que hay dos A rgentinas ocupando la mis
ma área geográfica pero nunca el m ism o escenario de poder. Una
está en Buenos Aires, y la otra en e l interior. Una es locuaz y rica,
mientras que la otra es callada y pobre. El nacionalism o ve a los
caudillos com o la voz auténtica, aunque no institucional, de la otra
Argentina. D e acuerdo con la idea de lo s d os países, e l nacionalismo
postulados desarrollos paralelos en el que lo s intereses económicos
de Buenos Aires unen a todos los porteños, pese a sus confesadas
diferencias políticas, en un partido único, la oligarquía, mientras
que el proletariado rural no tiene otro recurso que lo s caudillos. Bajo
esta luz, las guerras civiles que asolaron a la Argentina desde los
primeros días de su independencia fiieron perpetradas p orel apetito
porteño de poder y riqueza. A ntes que guerras enfrentando a un
dirigente con otro, o una idea con otra, fueron la lucha de imanación
con otra. Alberdi y Andrade tuvieron esp ecial influencia en con
centrar la atención más en lo s aspectos ec o n ó m ico s de la lucha que
en las diferencias id eológicas subrayadas por Sarmiento y Mitre.
El revisionism o histórico tal com o fue articulado originalmente
por Andrade, A lberdi y Hernández, se v o lv ió una de las comentes
intelectuales m ás importantes d e este sig lo en la Argentina. En la
década de 1930, Carlos Ibarguren, Ernesto P alacio, R odolfo y Julio
Irazusta y Raúl Scalabrini Ortiz escrib ieron violen tas condenasalos
“liberales traidores” que vendían e l p aís al cap italism o inglés, y al
hacerlo enriquecían a la B u en os A ires m ercantil a expensas del
interior. Autores posteriores c o m o Juan José- Hernández Arregui,
Rodolfo Puiggrós, Juan José S eb reli y D a v id V iñ as, que se difun
dieron entre 1955 y 1970. sigu ieron b atien d o e l m ism o parche,
Quizásel autormás resp on sab lcde la popu larización d el sentimiento
revisionista en años recientes e s Arturo Jauretche, quien en 1%$
publicó un libro divertido y m a lé v o lo , titulado Manual
argentinas, en el que rebaja toda p reten sión liberal, ataca a todo
vocero liberal, d ism in u ye toda idea liberal, y derrumba a todo
318
pnócerque ciento cincuenta años de Historia Oficial habían podido
erigir sobre su pedestal.6
También tiene importancia en el nacionalismo argentino su
fascinación con los líderes fuertes. No hay frase más reveladora en
este sentido que el lamento de Martín Fiemo de que la Argentina
necesitaba “algún crillo’’que pusiera las cosas en su lugar, vale deci r
alguien sintonizado con la nación, un portavoz del pueblo, un
argentino auténtico en lugar de un europeo postizo; en una palabra,
un caudillo. Quizá la malhadada lealtad de Hernández a López
Jordán surgió de una creencia de que el caudillo rebelde era ese
criollo. Quizá la rehabilitación de Rosas que alcanzó un nivel casi
febril en la década de 1930 se originó en un anhelo así. Quizás el
increíble éxito de Perón y el peronismo provino del deseo de un
“criollo”. El nacionalismo argentino es impaciente. Quiere caudi
llos con poder que hagan arreglos inmediatos y curas instantáneas.
El nacionalismo argentino también tiene una fuerte corriente
aislacionista y proteccionista. Reflejando posturas ya articuladas
por Artigas en 1816, Carlos Guido y Spano, Vicente Fidel López,
Carlos Pellegrini y Emilio de Alvear se manifestaron en contra del
libre comercio y del endeudamiento extem o en la década de 1870.
Estos argumentos, con pocas modificaciones, siguen dando forma
al nacionalismo argentino y son poderosas corrientes tradicionales
del peronismo. El nacionalismo acusa al liberalismo argentino de
sacrificar la industria y el potencial industrial de la Argentina para
beneficiar a comerciantes y fabricantes ingleses junto con sus
intermediarios “antiargentinos”. El nacionalismo también cuestiona
políticas por las que los servicios clave tales como los transportes
y la comunicación fueron entregados a extranjeros. El nacionalismo
hace responsable al liberalismo por limitar el papel económ ico de
la Argentina en el mundo al de un “granero”, de acuerdo con el plan
económico de Gran Bretaña parad mundo. Además, el nacionalismo
afirma que la deuda externa compromete la soberanía nacional, que
las naciones acreedoras inevitablemente terminan dictando políti
cas a la endeudada Argentina. Si fuera gobierno, el nacionalismo
319
evitaría todos los compromisos externos, ya fueran la Guerra al
Paraguay de 1S eo -1870. o la Segunda Guerra Mundial, cuando la
Argentina fue la única nación latinoamericana que mantuvo la
neutralidad hasta los últimos meses de la guerra.
El nacionalismo es proteccionista y aislacionista también en
cuestiones intelectuales y artísticas. El nacionalismo acusa a los
liberales europeizantes de estar siempre importando las últimas
ideas o tendencias artísticas del exterior, antes que buscar políticas
y formas expresivas que reflejen el espíritu argentino. El naciona
lism o, para usarla frase de Mansilla, sostiene que la “monomanía
de la imitación" está volviendo a la Argentina un “pueblo de
zarzuela". Las políticas liberales en economía y política, las ten
dencias artísticas importadas, las teorías económicas c históricas
desarrolladas por intelectuales “educados en el extranjero”, son, en
resumen, "antiargent inas". Fueron hechos para otros países y tienen
p oco que ver con la Argentina. En la Argentina moderna, Juan José
Hernández Arregui ha sido especialmente claro en su ataque a los
"europeizantes" y “antiargentinos", en libros significativamente
titulados L¿jformación de la conciencia nacional y La cultura
colonizada. El ya mencionado Arturo Jauretche es otro implacable
critico de la “monomanía de la imitación”. En 1957 publicó
profetas ddodio, flamígera condena a la “pedagogía colonizada",
acusando a las escuelas argentinas de enseñar métodos, teorías c
ideas extranjeras que llevaban a la juventud argentina a malintcrprciar
y subvalorar su país. Otro de sus libros, El medio pelo en sociedad
argentina, d e 1966, sostiene que lo que pasa por alta cultura en la
A rgentina no e s más que manierismo, afectación, imitación y
arrogancia insegura, actitudes que recuerdan la caricatura de Guido
y Spano del liberalismo argentino en “ ¡Ea, despertemos!”
Paralela a la idea nacionalista de la peculiaridad argentina, es
la idea de “La Gran Argentina", el país destinado a jugar un papel
d e im portancia en el mundo. Andrade capta este espíritu particu
larm ente b ien en su pocm a“El porvenir”, donde sugierequcel papel
d e la Argentina com o líder continental en la lucha por la indepen
dencia fue apenas el primer paso hacia su destino como conductor
de naciones. Sugiere además que la Argentina no es nada menos que
el nieto legítim o de los griegos y los romanos, y por ello destinada
a ser unconductor intelectual y espiritual entre naciones. Enmarcando
su argum entación en imaginería religiosa, le confiere aprobación
divina al sueño nacionalista de hacer real su visión de “La Gran
Argentina".
320
El lado oscuro de esta visión nacionalista de grandeza es su
obsesión con las teorías conspiratonas. El nacionalismo no vacila
en admitir el actual fracaso de la Argentina en realizar su destino,
pero sólo por culpa de argentinos “antinacionales” y sus amos
extranjeros, que una y otra vez torcieron el camino del país hacia su
destino espiritual. Los pensadores nacionalistas que hemos visto
demonizaron al Brasil por la participación argentina en la Guerra al
Paraguay. Nacionalistas posteriores demonizarían a los ingleses,
los yanquis, la CIA, el Vaticano, las multinacionales, la Trilateral
Commission, por todos los males del país. Las teorías conspirativas
emergerían en el nacionalismo de izquierda y de derecha como
explicaciones fáciles del fracaso. Se los oye en las fantasías dere
chistas de Federico Ibarguren así como en los aullidos neofascistas
del golpista más visible de la Argentina actual, el coronel Aldo
Rico.
En tanto el nacionalismo no tiene una doctrina fija ni credo ni
programa ni plataforma, es improbable que ninguna persona o
ningún movimiento refleje en conjunto todas las actitudes descriptas
antes. Pero algunos movimientos políticos c intelectuales, son, de
acuerdo a la descripción dada arriba, de orientación nacionalista, si
no en su totalidad. En resumen, la forma del nacionalismo argentino
es amplia pero vaga, omnipresente pero indefinida. Aunque el
nacionalismo contemporáneo difiere del nacionalismo del siglo
XIX en aspectos importantes, el nacionalismo de Andrade, Alber-
d¡, Guido y Spano y Hernández sigue resonando en la política con
temporánea y sigue siendo una fuerza poderosa, ocasionalmente
creativa y a menudo perturbadora, que todavía tiene que ser fusio
nada en la vida productiva de la nación.
321
Epilogo
Tal vez el ep ílogo ideal de este libro sería otro libro, por lo menos
tan detallado com o éste, que estudiaría el desarrollo de los mismos
temas desde 1880. Ideal, quizá, pero no práctico. Por lo tanto,
termino com o em pecé: con una anécdota.
Viajé a la A rgentina por primera v e z en 1975, gracias a una
beca de la OEA. Estudiante de posgrado en literatura hispano
americana, tenía la intención de entrevistar a Borges y buscar
docum entos para m i tesis doctoral. Perón había muerto apenas un
año atrás, y su viuda, la increíblem ente incom petente Isabel, era
presidenta. M is primeros contactos eran am igos de argentinos
residentes en los Estados U nidos. Sin ex cep ció n estos primeros
contactos con el país se mostraron severos críticos del peronismo,
del caos político y eco n ó m ico de Isabel, y del “ nazi-onalismo”.
Tam bién eran m odelos de cosm op olitism o, cortesía y estilo, versa
dos en ópera, arte, literatura, lingü ística chom skiana, psicoanálisis
lacaniano, cin e europeo y tod os lo s dem ás tem as requeridos para ser
“culto”. Los rivadavianos seguram ente lo s habrían reconocido
com o espíritus afines, y d ebo decir que siem pre disfruté de su
compañía. Recuerdo con nostalgia interm inables conversaciones
sobre cualquier tema im aginab le, a m en u d o en “confiterías”, es
pléndidas instituciones que pueden hallarse casi en cualquieresquina
de Buenos A ires, y que están d ed icad as prim ordialm ente al arte de
la conversación. Estos argentinos s e m ostraron asim ism o extraor
dinariamente hospitalarios para co n m ig o , a s í co m o indulgentes con
el “prim itivism o cultural” que lo s argentinos cu ltos suelen encon
trar en los norteam ericanos.
Con el tiem po, c o n o c í a argentinos q u e reílej aban perspectivas
muy distintas. U no de e llo s fue la m ujer q u e hacía la lim pieza de mi
departamento, y que al cabo d e varias co n v er sa cio n es m e dijo que
yo nunca entendería a la A rgen tin a hablan do con Borges. (Las
pocas reuniones que yo había tenido co n B orges la habían convencido
322
de que estaba malgastando mi tiempo con la gente equivocada.)
Aunque criticaba a Isabel, era leal al recuerdo de Perón: para ella
seguía siendo el hombre que representó al pueblo humilde, el que
puso en su lugar a la oligarquía antiargentina, el que defendió la
soberanía nacional contra el capitalismo extranjero, el que hizo
sentir a gusto en su papel a los trabajadores, el que salvaguardó las
tradiciones católicas del país, y protegió a la familia. Me invitó a
conocer a su madre, quien me mostró un álbum de recortes lleno de
artículos y fotos de Eva Perón. También conocí a otros peronistas:
izquierdistas que insistían en que Perón había sido un revolucionario
con un idioma diferente; intelectuales que admitían los defectos de
Perón, pero aun así insistían en que el peronismo era la única
alternativa a los “vendepatria" liberales; historiadores peronistas
que me hicieron oír por primera vez términos como “Historia
Oficial" o “historia falsificada”; nacionalistas que se identificaban
como “resistas" y llamaban a sus enemigos “sarmicntistas”, aunque
Rosas y Sarmiento descansaban en sus tumbas hacía muchos años;
y un temible fanático antisemita para quien la Argentina era el
último bastión de la cristiandad y que afirmaba que sólo eliminando
alos subversivos antiargentinos (incluidos los curas tcrcermundistas)
el país podría reclamar su puesto de primera línea entre las naciones.
Las divisiones que estaba observando, y por supuesto com
prendiendo sólo a medias, se me hicieron particularmente notorias
en una de las experiencias más incómodas de mi vida. Antes de
volver a los Estados Unidos, di una fiesta a la que invité a algunos
de los que me habían ayudado en mi investigación. Con mi falta de
experiencia, no tomé en cuenta el color político de mis invitados,
por lo que v in ¡eren mezclados liberales y nacionalistas, cosmopolitas
y populistas, sarmientistas y resistas. No bien había empezado la
fiesta, varios de mis invitados se trenzaron en acaloradas discusiones.
Los liberales hablaban de la declinación nacional según las tasas de
crccimiento cconóm ico, de inflación, salarios reales, productividad,
producto bruto, problemas sociales, etcétera, todo lo cual me
resultaba perfectamente com prensible en tanto soy una persona
educada en los marcos del liberalismo. Los nacionalistas, en con
traste, hablaban un idioma desconocido, con frases com o “el ser
argentino” y “el pensamiento nacional”. Según ellos, la necesidad
más urgente del país era un presidente auténticamente argentino que
pudiera resistir a las influencias externas y captar la voluntad
genuina del pueblo más allá de las con ven ciones electorales bur
guesas. Por más esfuerzos que hice, no pude entender de qué
323
estaban hablando, cosa que ellos atribuyeron al simple hecho de que
yo no era argentino, explicación que también aplicaban a cualquiera
que cuestionara sus presupuestos, no sólo a extranjeros. Pero lo que
más me impresionó fue su retórica. M is invitados hablaban lenguas
distintas, que se remitían a ficcion es orientadoras radicalmente
diferentes. El consenso, o siquiera una apreciación del punto de
vista ajeno, era im posible. \
/ Desde esa primera visita, he vuelto a la Argentina muchasN
veces y dedicado gran parte de mi vida profesional a estudiar la
historia y la literatura argentinas. A unque no pueden negarse los
cambios reales que se han dado en la retórica argentina, sigue
asombrándome hasta qué punto la Argentina moderna sigue en
diálogo con su pasado, cóm o los ecos de debates del siglo pasado
siguen resonando en prácticamente toda discusión que tengan los
argentinos sobre sí m ism os y su país, cóm o lo s fantasmas retóricos
de Moreno, Hidalgo, Rivadavia, Sarmiento, Albcrdi, Mitre, Andra-
dc y Hernández siguen habitando el país. E stos fantasmas sobrevi
ven quizá porque la Argentina nunca se puso de acuerdo respecto
de sus ficciones orientadoras. La Argentina es una casa dividida
contra sí misma, y lo ha sido al menos desde que M oreno se enfren
tó a Saavedra. Sarmiento cod ificó la d ivisión en sus inflexibles
polaridades de C ivilización y Barbarie, y en nuestro siglo liberales
y nacionalistas, elitistas y populistas (aunque con muchos mati
ces nuevos) continúan el debate, a menudo usando argumentos e
imágenes heredados. En el mejor de lo s casos, las divisiones ar
gentinas Llevan a una impasse letárgica en la que nadie sufre de
masiado; en el peor, la rivalidad, sospechas y od ios de un grupo
por el otro, cada uno con su idea distinta d e la historia, la identi
dad y el destino, llevan a baños de sangre com o las guerras civiles
del siglo pasado o la “ guerra sucia” de fines de la década de 1970.
Si bien las crisis recurrentes del país tienen, obviam ente, muchas
causas y explicaciones, no puedo evitar e l sentim iento de que los
mitos divergentes de la nacionalidad legad os por lo s hombres que
inventaron la Argentina siguen siendo un factor en la búsqueda
\ frustada de la realización nacional.
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334
índice
1. Preludio a la nacionalidad....................................... 17
2. Mariano Moreno..................................................... 40
3. Populismo, federalismo y gauchesca...................... 63
4. Los rivadavianos..................................................... 98
5. La Generación de 1837, Parte 1 ............................... 131
6. La Generación de 1837, Parte I I ............................. 165
7. Alberdi y Sarmiento: E l abismo que crece.............. 188
8. Bartolomé Mitre y la galería de celebridades
argentinas................................................................ 208
9. Raíces del nacionalismo argentino, Parte I ............. 235
10. Rafees del nacionalismo argentino, Parte I I ............. 273
"U na invitación a re le e r a la
A rgentina d e una fo rm a n ueva y
dinámica, una em p resa desafiante
si u no to m a en c u e n ta la elas
ticidad d e los m ito s cu ltu rales en
el país.”
Sylvia Molloy, Universidad de Y
"Shumway a c i e r t a e n s u
cautivan te discusión d e los in te
lectuales q u e co n ta n ta audacia
b u scaro n tra n sfo rm a r a su país y
cuyos d e b a te s siguen a c ech an d o
a su p o ste rid a d .”
ISSN 950-04-1274-8
9*7895QQíi4 12 7 4 2 i 2 3 .4 4 2