Sunteți pe pagina 1din 333

Nicolás Shumway

Historia de una idea


Nicolás Shum
w
ayes Profesor
A so c ia d o do Español en la
Universidad do Yulo. Es ademAs
autor do numerosos artículos
sobre literatura hispanoameri­
cana y española.

"La cuestión que plantea este


libro está en el centro mismo del
problema presente político, eco­
nómico y social de la América
Latina. Desde luego, la historia
es Irreversible y no hay manera
de regresar al pasado, pero es
Importante que en la concep­
ción de los planes de acción que,
para enfrentar la larga crisis,
Imaginan y buscan febrilmente
los latinoamericanos no se vaya
a recaer de alguna forma en la
vieja contradicción entre la rea­
lidad histórica y la ficción políti­
ca."
Arturo UntarPietri, La Nación
NICOLÁS SHUMWAY

LA INVENCION
DE LA ARGENTINA
Historia de una idea

EMECÉ EDI TORES


D iseño de tapa: Eduardo R uiz
T ítu lo original: The Invctition o f Argentina
Copyright © 1991 by The Regents the
U niversity o f California.
Esta edición se publica mediante convenio con
U niversity o f California Press, 2120 Berkeley Way,
California 94720, EEUU.
© Emecé Editores, S.A., 1993
Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina.
Edición anterior: 4.000 ejemplares.
2* impresión: 2.000 ejemplares.
Im preso en Com pañía Impresora Argentina, S. A.,
Alsina 2041/49, Buenos Aires, septiembre de 1993.
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente
prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del
"C opyright", bajo las sanciones establecidas en las leyes, la
reproducción parcial o total de esta obra por cualquier
m edio o procedim iento, incluidos la reprograíía y el
tratam iento informático.

IMPRESO FN t.A ARGFNTINA / PR1NTKD IN ARGENTINA


Q ueda hecho el depósito que previene la ley 11.723.
I.S.B.N.: 950-04-1274*8
23.442
A la memoria de mi padre
James Carroll Shumway
Prólogo a la edición en español

Todo texto se escribe con alguna idea del público al que está
dirigido. Este concepto de público influye en las decisiones más
básicas del autor: qué tcm as y (letal les se eligen, cuánto se dice sobre
el trasfondo y el contexto, qué términos se definen, qué ejem plos se
dan, y una serie de otras consideraciones, no todas conscientes.
Como noto en el prefacio, este libro fue destinado desde un
principio a un público norteamericano no especializado en temas
argentinos. Fue por eso que recibí con asombro (y cierto terror) la
propuesta de Emecé de traducir mi libro al castellano y publicarlo
en la Argentina. Al principio pensé aceptar sólo si se m e permitía
darle otro enfoque al libro para un público argentino. Casi inm edia­
tamente me di cuenta de mi incapacidad para tal empresa. M e
fascina la Argentina, me siento muy a gusto en la Argentina, tengo
una gran admiración por la cultura argentina, y entre m is mejores
amigos figuran muchos argentinos. Pero en ningún momento m e he
sentido capacitado com o para enseñar a argentinos sobre su propio
país. Voy a la Argentina para que me enseñen y no para enseñar. Por
lo tanto, presento la traducción de mi libro al público argentino con
ciertas reservas porque, con muy pocas excepciones, la traducción
sigue siendo el m ismo libro que se publicó en inglés en 1991 para
otros lectores. Mi perspectiva es la única que no me está vedada: la
de un extranjero que en un momento de su juventud visitó la
Argentina, fue conquistado, y por lo tanto ha dedicado la mayor
parte de su vida profesional al estudio de lo argentino. Si mi libro
le resulta útil a algún argentino, me sentiré enormemente halagado,
pero tendré que confesar que esta feliz circunstancia se debe al azar
y no a mis intenciones. Mientras tanto, les agradezco su apoyo a los
editores de Emecé; a mi traductor César Aira, que valientem ente ha
convertido mi inglés en español; y a muchos am igos argentinos que
m e han asegurado que sus compatriotas podrían encontrar intere­
sante este m odesto estudio.

9
Prefacio

D ice B orges que lo s libros se escriben solos, que por mucho que
pretendan lo s autores elegir sus temas, es el tema el que viene a
decidir su propia expresión. Sin querer emular en m odo alguno a
B orges, encuentro que el proceso de escritura de este libro confirma
su aserto. El proyecto original era escribir una historia de las ideas
del lapso de quince años que corre entre el golpe de 1930 (el primero
de este sig lo en la Argentina) y el triunfo de Juan Dom ingo Perón
en 1945. Mi ob jetivo era reconstruirlas corrientes intelectuales que
anticiparon al peronism o, y explicaren alguna medida la extraordi­
naria polarización que desde entonces ha dominado a la Argentina.
D iligente, le í a autores nacionalistas com o lo s hermanos Irazusta,
H ugo W ast, Carlos Ibarguren, Ramón D olí y M onseñor Franceschi;
populistas com o Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz; liberales
y cosm opolitas com o Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada,
Jorge L uis B orges y Victoria Ocampo. Observé con especial interés
que lo s feroces desacuerdos entre intelectuales argentinos nacían de
conceptos radicalmente diversos de la mism a N ación Argentina: de
su historia, su naturaleza, su papel entre las naciones del mundo.
Pero cuando em p ecé a escribir descubrí que lo que parecía nuevo en
la década d e 1930 con frecuencia no era más que repetición,
reelaboración, o al m enos diálogo con el pensamiento argentino de
épocas anteriores, y eso a tal punto que m is notas al pie parecían
crecer m ás rápido que el texto. Con el tiem po, m e incliné ante lo
inevitable y escribí este libro, sobre la Argentina del siglo x k . Aunque
en ocasion es hago referencia aquí al pensamiento argentino más
reciente, e l otro libro, dedicado específicam ente a la Argentina
moderna, tendrá que esperar. M e consuela pensar que el libro que
no llev é a término podrá escribirse con m enos dificultad ahora,
usando éste com o punto de partida.
La opinión más extendida v e a la Argentina com o un fracaso
nacional: uno de lo s p ocos países que pasó del primero al tercer

11
m und o en unas d écad as apenas. En la década de 1920 nadie habría
co n sid era d o a la A rgentina un país subdesarrollado. Con un gobierno
d e apariencia esta b le, una población altam ente alfabetizada, y una
prosperidad sin igu al en otras n acion es latinoamericanas, a la
A rgen tin a s e la v eía co m o una d e las exitosas democracias nuevas,
igual en m u ch o s asp ectos a Australia, Canadá y los Estados Unidos,
Y a p esar d e e sto s aires d e prom esa, durante los últimos cincuenta
añ os la A rgen tin a transitó d e crisis en crisis, cayendo en honduras
siem p re cr ecie n te s d e inestabilidad econ óm ica, desgarramiento so-
cia l, c a o s p o lítico , m ilitarism o, endeudam iento y gobiernos irres­
p o n sa b les. Por sup u esto que hubo m om en tos en que pudo encen­
d erse la esp eran za, cuando argentinos valien tes y abnegados se
esforzaron en restaurar la prosperidad y estabilidad de comienzos
d e s ig lo . Pero sin perdonar excep cion es, la inquietud social, el
resen tim ien to d e clases y la incertidumbre económ ica llevaron al
fracaso lo s m ejores planes ideados por lo s ciudadanos más lúcidos.
¿Q ué pasó? ¿C óm o pudo ser que a una nación beneficiada con
e n v id ia b le s recursos naturales y hum anos le resulte tan difícil
revertir esta lenta y m elan cólica d eclinación hacia la mezquindad y
la in sig n ifican cia? Las exp licacion es son m uchas, contradictorias,
in com p letas: estructuras económ icas coloniales, una clase alta
irresp onsab le, d em agogos m csián icos, una jerarquía católica re­
accionaria, m ilitares sed ien tos de poder, tradiciones autoritaristas,
la co n sp ira ció n com u n ista, m u ltin acionales om n ip oten tes, la
in trom isión de potencias im periales com o Gran Bretaña y los
E stad os U n id os.
E ste libro tom a en cuenta otro factor d e la ecuación argentina
q ue su e le pasarse por alto en las historias económ icas, sociales y
p o líticas: la pcculiarm entalidad divisoria creada por los intelectua­
le s d el p aís en el sig lo xix, en la que se enm arcó la primera idea de
la A rgentina. E ste legado id eológico es en algún sentido una
m ito lo g ía d e la ex c lu sió n antes que una idea nacional unificadora,
una receta para la d ivisión antes que un pluralism o de consenso. El
fracaso en la creación de un marco id eológico para la unión ayudó
a p rod ucir lo que Ernesto Sabato ha llam ado “una sociedad de
o p o sito res” , tan interesada en hum illar al otro com o en desarrollar
una n a ció n viab le unida por el con sen so y el com prom iso. Aunque
esta e x p lic a c ió n del problem a argentino es apenas un factor entre
otros d e la com p leja ecu ación llam ada A rgentina, m erece análisis
y d o cu m en ta ción . E se fin se propone este libro.
E stu d io la “m ito lo g ía d e la ex c lu sió n ” en la Argentina del siglo

12
xrx en sus partes constitutivas, que llamó “ficciones orientadoras“.
Las ficcion es orientadoras de las naciones no pueden ser probadas,
y en realidad suelen ser creaciones tan artificiales com o ficciones
literarias. Pero son necesarias para darle a los individuos un senti­
miento de nación, comunidad, identidad colectiva y un destino
común nacional. Com o afirma Edmund S. Morgan en su libro
magistral Inventing the People:

El éxito en la tarea de gobierno... exige la aceptación de


ficciones, exige la suspensión voluntaria de la incredulidad,
exige que creamos que el emperador está vestido aun cuando
veam os que no lo está. Para gobernar hay que hacer creer,
hacer creer que no puede equivocarse, o que la voz del pueblo
es la v o z de D ios. Hacer creer que el pueblo tiene una voz o
hacer creer que los representantes del pueblo son el pueblo.
Hacer creer que todos los hombres son iguales o hacer creer
que no lo son. (Morgan, Inventing the People, 13.)

Una de tales ficciones, que Morgan analiza con amplitud, es el


concepto de representación. Señala que el sistema federal de los Es­
tados U nidos tal com o quedó fijado en las tres ramas de gobierno no
es en ningún sentido pleno “el gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo”. Antes bien, las pruebas visibles sugieren que el g o ­
bierno norteamericano es, en el mejor de los casos, el gobierno por
intereses especiales (incluidos el gobierno mismo y sus diversas
agencias) que no representan a nadie más que a sí mismos. Pero la
ficción orientadora del gobierno representativo es a la vez necesaria
y positiva: necesaria porque la creencia de que el gobierno repre­
senta nuestros intereses mueve a los ciudadanos norteamericanos a
obedecer las leyes con un mínimo de coerción; positiva porque nada
promueve tanto la reforma como el esfuerzo para que la realidad
coincida con la ficción orientadora de la representación (Morgan,
14). Entre otras ficciones orientadoras que apuntalan el sentimiento
norteamericano de nacionalidad y objeüvos comunes, podrían
mencionarse el destino manifiesto, el crisol de razas, el “American
Way o f ife"
,tLodos los cuales, aunque no mencionados en los
documentos oficiales, han contribuido tanto como el “gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, en la consolidación de un
sentimiento colectivo de identidad, objetivos y comunidad en los
Estados Unidos.
Este libro estudia las primeras ficciones orientadoras de la

13
A rg en tin a tal c o m o ap arecen e n lo s escritores y pensadores nuts
im p o rta n tes d e l p a ís en tre 1SOS y ISSO. I la lv r p u e s to a osla ultima
c o m o foch a lím ite cau sara c ierto asom b ro enirv los lectores lamí
lia riz a d o s c o n la h isto ria argentina, ya q ue su e le eon sliloiaise n esc
afio c o m o e l in au gu ral do la A rgen tin a m od ern a, divisoria ríe uptins
en tre un p e r ío d o do guerras c iv ile s , ca u d illism o s m ilitares y utos, y
u n p erío d o do relativa esta b ilid a d , cr ecim ien to sin precedentes y
p ro g reso m a terial. A u n q u e e s in n egab le que los logres económ icos,
s o c ia le s y p o lític o s en la A rgentina desp u és d e 188 0 em pequeñecen
en co m p a ra ció n lo s d el p eríod o anterior, creo d e lod os m odos que
la s fic c io n e s orien tadoras y lo s paradigm as retóricos riel país se
fundaron m u c h o an tes d e 1880, y que estas fic cio n es siguen dando
form a a la a c c ió n y la identidad d el país.
D eb o h a cer m en ció n d e otras cuatro cu estion es de ntétodo,
P rim ero, p e s e a d e s v ío s por el eanqx> de la historia social, lie
m a n ten id o e n e l centro d e la d iscu sión a las ideas pertinentes a la
crea ció n d e la identidad n acional, y a su interacción con la historia.
D e a h í q u e a lgu n os personajes puedan parecer m ás admirables que
otro s sim p lem en te ponju c sus ideas fueron m ejores. Por ejem plo,
d o s p en sa d ores centrales que estudiarem os son D om ingo Faustino
S arm iento y Juan Bautista Alberdi. De los dos, jxu‘ c ie n o fue
Sarm iento e l d e m ás prom inente y admirable actuación pilhliea, en
esp ecia l por su ardiente prom oción de la educación. Pero com o
p en sad or Sarm iento dejó un legado con peculiar tuer/a de d ivisión ,
q uizás su contribución más desafortunada al país, fin contraste,
A lberdi, aunque prefirió la teoría a la acción y en términos generales
se n eg ó a en suciarse las m anos con la vida pilhliea cotidiana, nos
sorprende siem p re con la originalidad de sus ideas, su visión
anticipatoria y su permanente vigencia. C om o resultado, en una
historia puram ente social es probable que Sann icn to aparecería
co m o el m ejor; aquí, el beneficiado es Alberdi.
S eg u n d o, aunque el libro se ocupa de las ideas de la Argentina
del sig lo x ix , no e s un panorama de la historia de las ideas argenti­
nas, ni exam ina con amplitud los antecedentes europeos del pensa­
m iento argentino. A ntes b ien es un estudio del surgimiento, durante
el sig lo pasado, del sentim iento de identidad de la Argentina.1

1 No faltan excelente* estudios sobro tas raíces de las ideas argentina*. El


largo, minijue aluna un jhko envejecido, estudio do José Ingeniaos, /ai
de tos hitos argentinas, signo siendo titil. En artos i ocíenles lo* dos ldnos do
Natalio R. Ilotnnn, I.a tradición o
republícan ti orden
jnitnera calidad.

14
Tercero: aun cu m io creo que la mentalidad peculiar argentina
dd sádo pasado colorea en cieno grado todo lo que puedan decir
sobre sí mismos y su país los argentinos modernos, este libro deja
fuera de sus límites un análisis en detalle del pensamiento argentino
contemporáneo.
Y por último, como los argentinos por cierto no necesitan que
un extranjero vaya a hablarles de la historia de su país, he escrito
pensando a i un público de habla inglesa, con escaso conocimiento
especializado de la Argentina. Esta elección de público me llevó a
incluir esbozos biográficos e históricos que dan el marco necesario,
aunque esquemático, a los temas centrales del libro.
El libro está organizado del siguiente modo. El capítulo 1
expone brevem ente el legado colonial de la Argentina y los primeros
pasos vacilantes de la región hacía la independencia. Los lectores ya
familiarizados con la historia argentina pueden preferir iniciar la
lectura con el capítulo 2, dedicado a los escritos e influencia de
Mariano Moreno, el pensador más significativo del período de la
Independencia. El capítulo 3 examina las tempranas figuras po­
pulistas de José Artigas, héroe de la independencia uruguaya, y
Bartolomé Hidalgo, creador de la literatura gauchesca, género
peculiar de la literatura rioplatense protagonizado por los habitantes
nómades de las pamp>as. El capítulo 4 se ocupa de la República
teórica de Bemardino Rivadavia, que tuvo su apogeo y caída en la
década de 1820. Los capítulos 5 y 6 están dedicados ala Generación
de 1837, grupo de escritores que en su enfrentamiento con la
dictadura populista de Juan Manuel de Rosas se constituyó en la
generación de intelectuales más brillantes que haya dado el país. El
capítulo 7 estudia una polémica de largo alcance, durante la década
de 1850, entre Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento,
dos de los miembros más distinguidos de la Generación del 37, cuya
común oposición al régimen resista se disolvió en acerba enemistad
tras la caída de Rosas. El capítulo 8 se ocupa de la obra historiográfica
de Bartolomé Mitre, militar, escritor, historiador y político que, al
sentarlas bases para una hístoriaoficial, contribuyó en gran medida
en la creación de las ficciones orientadoras del país. Los capítulos
9 y 10 estudian el florecimiento de una especie de nacionalismo
intelectual queamcnazócon dcscstabilizarlas ficciones orientadoras
establecidas, dando con ello una tradición intelectual alternativa a
la de la élite gobernante.
Le debo mucho a mucha gente que contribuyó con este libro:
Aníbal Sánchez Reulet, director de mi tesis doctoral y una persona

15
clave en m¡ formación intelectual (y también una persona que
probablemente discrepe con rnuclio de lo que digo aquí); los
editores Scotl Maliler, Stanley Holwitz y Cathy Hertz, de la
University o f California Press; colegas como Sylvía Molloy y
Carlos Roscnkrantz, que leyeron el manuscrito y me dieron valiosas
opiniones; los historiadores David Rock y Tulio Halpcrín Donghi,
que me hicieron muchos comentarios valiosos; amigos íntimos
como Roben Mayolt y Peler Hawkins, que me alentaron en todo el
camino; Roberto González Echevarría, que me aguijoneó para que
terminara el manuscrito, en parle como venganza por sus resultados
cada vez peores en squash; la Universidad de Yalc, por darme
tiempo libre; el personal de la Stcrling Memorial Library, la
Biblioteca Nacional Argentina, el Archivo de la Nación en Buenos
Aires y la Biblioteca Pública de La Plata; innumerables amigos ar­
gentinos — Daniel Larriquela, Héctor Schmcrkin, Francisco López
Bustos, Josefina Ludmer, Enrique Pezzoni, María Luisa Bastos,
Rafael Preda, Ernesto Schóó, Rodolfo Zebrini— que aun hoy me
perdonan mi interés en su país; y por último a mi difunto padre,
James Carroll Shumway, a cuya memoria está dedicado el libro.


Capítulo 1

Preludio a la nacionalidad

El camino de la Argentina hacia la nacionalidad com ienza con la


conquista y colonización españolas. Para trazarlo, em piezo echando
una mirada a los problemas de la formación de naciones en todo el
continente americano. Luego examino los elem entos esp ecíficos de
la experiencia prenacional argentina en tanto preparan el escenario
para los desarrollos posteriores.
Durante los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix,
la idea de nacionalidad fue la predominante en la mente europea.
Con el fin del Iluminismo y la llegada del Rom anticism o, las ideas
de fraternidad universal dieron paso a una emergencia de sentimiento
nacionalista en el que cada país afirmaba su peculiaridad étnica,
lingüística y mítica. Tradiciones folklóricas, vida campesina, fes­
tivales religiosos, historias y héroes nacionales, idiosincrasias étnicas,
mitologías tribales y paisajes locales inundaron todas las artes,
desde las novelas históricas de Sir Walter Scott y Alejandro D umas
a la música de Dvorak, Wagner y Tchaicovsky a las pinturas de
Goya, Tumer y David a la poesía de Schiller, Bum s y Becquer. Se
desenterraron m itologías nacionales cuando las había, y en caso
contrario se las inventó, para difundirlas con celo evan gélico,
siempre con el objetivo de elaborar un sentimiento de pertenencia
nacional y destino común; estas m itologías se volvieron las ficcio­
nes orientadoras de las naciones, ficcion es que alentaron a los
franceses a sentirse franceses, a los in gleses ingleses y a lo s ale­
manes alem anes. Cuando lo s p olíticos quisieron unificar al
pueblo bajo una bandera común, o legitim ar un gobierno, la ape­
lación a las-ficcion es orientadoras de una nacionalidad preexis­
tente o un destino nacional resultaron inm ensam ente útiles; sin
ellas, la obra de hombres com o Bismarck, Gladstone y Cavour en

17
favonio la consolidación nacional habría sid o mas d ifícil y quizas
ími'osihle.
I os Estados l luidos, aimquc nuevos co m o país, también tuvie-
lon desdo el com ienzo sus ficciones orientadoras, especialm ente
en el sueno puritano de establecer una N ueva Jerusalén en el
desierto americano. C om o lo han mostrado Ralph P on y, Sacvan
Heivovitch y o lio s, el nombre del sucho era "A m érica“, tromba'
pensado para todo un continente pero que los puritanos hicieron
suyo. Aun hoy, el uso común en todo el m undo em plea los nombres
"America" y “americano" com o sinónim os de los Estados Unidos
y sus ciudadanos, practica que ignora el hecho de que todos los
habitantes del Hemisferio Occidental son también americanos que
viven en América, D esde el com ienzo los puritanos se definieron
com o una nación apane, destinada por elecció n divina a una
prosperidad y virtud ejemplares. Se vieron a sf m ism os com o
modernos israelitas llam ados por el Señor para ocupar una tierra
prometida: más que la busca de un objetivo social, sus trabajos eran
la sagrada peregrinación destinada a fundar la S ión del N uevo
Mundo y ser una luz para las inicuas naciones del V iejo. El sueño
puritano resultó una ficción orientadora m uy adaptable, y las
generaciones subsiguientes de norteamericanos la transformaron
en conceptos com o los del destino m anifiesto y la protección del
mundo liba', así com o la idea de que lo s Estados U nidos deberían
aspirar a una nonna moral nrás alta que otras naciones, norma que
sigue siendo invocada por gente tan distinta com o predicadores
evangélicos y militantes por los derechos civiles.
Entre' los países de la A m érica hispánica las fic c io n e s
orientadoras no surgieron con tanta facilidad. M ientras que en
Europa, y hasta cierto punto en los Estados U nidos, los m itos de
nacionalidad sobre los que podían construirse las naciones existían
antes de que se formaran las naciones m ism as, en la Am erica
hispánica las guerras civiles que siguieron a la Independencia
forzaron la aparición de naciones en áreas que carecían de ficcion es
orientadoras para una nacionalidad autónoma. Mientras en los
Estados Unidos y en gran parte de Europa el con cepto precedió a la
realidad política, aquí fue al revés: las ficcion es orientadoras de un
destino nacional tuvieron que ser im provisadas cuando ya la in­
dependencia política era un hecho. Las colonias españolas fueron
ordenadas co n vistas a la expansión del Imperio español, de modo
que lucran cultural, econ óm ica y políticam ente dependientes de la
madre patria. N o se b uscó en ningún m om ento que desarrolla! art un

18
\sentimiento de nacionalidad propio e independiente, sino que
fueran extensiones de España, dóciles cnlealtad política, fe religiosa
y pago de impuestos. Pocos de los colonizadores españoles en
América, o ninguno, soñaron con un destino distinto del que dictaba
España para estas tierras.
De modo de asegurar la hegemonía española sobre sus pose­
siones americanas, las colonias españolas fueron gobernadas durante
casi 300 años por una burocracia centralizada, bien que pesada, en
la que todos los puestos de importancia, políticos y eclesiásticos,
eran ocupados mediante nombramiento desde la madre patria.
Aunque los colonizadores y sus descendientes, los criollos, solían
ignorar las órdenes de la metrópoli, rara vez cuestionaron en
términos ideológicos la autoridad de la Corona y de sus represen­
tantes. Su actitud ante la monarquía queda bien descripta en el lerna
contradictorio Obedezco mas no cumplo, que significaba “R eco­
nozco la autoridad de la Corona, pero en un caso particular haré lo
que me parezca”. A sí es como los criollos podían actuar con
independencia de la legislación imperial, y con frecuencia lo
hacían, pero la suya era la libertad de una desobediencia tolerada en
una sociedad administrada sin rigor, no era la libertad de naciones
en embrión, ansiosas de independencia de la monarquía española.
En razón de los estrechos lazos sociales, pol íticos c ideológicos
entre España y sus colonias del Nuevo Mundo, las ideas de nacio­
nalidad propia en la América hispánica no empezaron a asomar
hasta los años finales del siglo xvm, poco antes de los movim ientos
independentistas de 1810-26. Aunque algunos toponímicos com o
M éxico, Perú y Chile datan de los primeros años de la conquista,
antes de la Independencia esos nombres nunca connotaron un
destino nacional propio o una eventual autonomía, com o fue el caso
de “Am érica” en los Estados Unidos. Más aun, pucsfo que el
movimiento independentista en la América hispánica surgió en
gran medida del colapso político de la monarquía española y la
invasión napoleónica a la Península Ibérica en 1808, la separación
de España fue en buena medida impuesta por acontecimientos
externos. La formación de naciones en la América hispánica se
com plicó tras la Independencia por las guerras civiles que des­
membraron cuatro virreinatos en dieciocho repúblicas separadas.
Como resultado, las que habían sido sólo áreas geográficas del
Imperio español, de pronto tuvieron que entenderse a sí mismas y
definir su destino com o unidades autónomas; tuvieron que crear
ficciones conductoras de pueblo y nación para ace rcarse al consenso

19
Ideológico que subyacc a las sociedades estables en otras panes del
mundo. Se crearon así países nuevos con fronteras nuevas v
nombres roción acufiados como Venezuela, Honduras, Colombia,
Dolivia y Argentina; un siglo, o inclusive medio siglo antes de la
Independencia, nadie en estas tierras soñaba que algún día serían
naciones nuevas y separadas, con un destino propio. En ninguna de
estas áreas existía un mito previo de identidad nacional que ligara
a sus habitantes bajo una ideología compartida.
Aun así, a despecho de la centralización administrativa y la
ausencia de ideologías nacionales previas a la Independencia, las
distintas regiones de la América hispánica desarrollaron, al menos
a nivel popular, una singularidad cultural, que las clases dirigentes,
antes y después de la Independencia, no siempre supieron valorar.
Los españoles veían en buena medida erosionados sus objetivos
porese mundo misterioso, descaradamente diferente, infinitamente
variado, cuya propiedad se atrevían a reclamar. Desde el día en que
Colón intentó comprender y describir sus descubrimientos y ex­
periencias, las tierras nuevas se posesionaron de su conciencia y
discurso, dejándolo transformado, y en cierto modo conquistado. El
y los conquistadores, misioneros y colonos que lo siguieron, no
pudieron sino volverse en parte productos del Nuevo Mundo. La
naturaleza fue la primera intrusión en el sueño de España de
replicarse en América. Las fuerzas naturales de los paisajes exóticos,
junglas enmarañadas, montañas formidables, vastas pampas, una
riqueza natural sin cuento y una fauna intrigante, afectaron el curso
de la conquista y asentamiento, así como cualquier idea imperial
preconcebida.
Una intrusión más importante aun que la tierra, en el sueño
español de autorreplicación, provino de los americanos nativos, en
especial de las civilizaciones avanzadas de México y Perú. La
mezcla cultural y sexual de conquistadores y aborígenes no tardó en
crear identidades culturales regionales distintas de Españay distintas
entre sí. Esta mezcla de culturas fue alentada por los misioneros
católicos, que, más que empeñarse en destruir la religión indígena,
trataron de transformarla asignando sentidos cristianos a símbolos
y celebraciones tradicionales; práctica motivada en parte por la
creencia, en algunos misioneros, de que los indios eran descendientes
degenerados de las tribus perdidas de Israel. En razón de esta mezcla
cultural, los criollos no tardaron en tener una singularidad cultural
prenacional que se reflejaba en comidas, música, indumentaria,
dialecto, tradiciones y festividades religiosas, todo lo cual variaba

20
de región en región. Más aún: los distintos grados de mestizaje entre
españoles, africanos y diferentes grupos de indios produjeron en
cada sector del Imperio español un tipo racial peculiar, a tal punto
que ya en el período colonial temprano los caribeños podían
distinguirse de los mesoamericanos, y los habitantes de los Andes
de los del Cono Sur. Inclusive las clases dirigentes, pese a sus
obstinados reclamos de pureza racial, solían ser producto de alguna
combinación. Blanco y europeo se volvieron tónni nos relativos,
más adecuados para mantener el poder y conservar los secretos de
la familia que para describir un legado gentílico real.
Con un rígido control estatal por un lado y una fecunda cultura
popular por otro, la conciencia nacional, o al menos regional, entre
los criollos, se desarrolló en dos direcciones opuestas. Las clases
dirigentes se forjaban en una atmósfera en que los modelos de
éxito y refinamiento venían de España, y todos querían ser más
españoles que los españoles. Como resultado, la alta cultura en la
época colonial fue en gran medida imitativa y estéril; por supuesto
que con notables excepciones como la poeta mexicana Sor Juana
Inés de la Cruz en el siglo xvn. Aun después de la separación de
España, la elite hispanoamericana se mantuvo más al tanto de las
últimas modas europeas que de la cultura popular que la singula­
rizaba, con lo que quedó en buena medida ignorada la peculiaridad
regional que podría haber formado la base de la identidad nacional.
Con pocas excepciones, hubo que esperar al siglo xx para que los
intelectuales sudamericanos empezaran a considerar las ficciones
conductoras de la identidad nacional en términos de su pretpia
cultura.
Cuando falló el gobierno de la elite intelectual y urbana, el
pueblo llenó el vacío con sus propios sistemas de gobierno. Las
clases bajas de cada región desarrollaron tradiciones populares de
largo alcance, sentimientos de solidaridad de clase o étnica, vagos
poro vigorosos, una religión popular y mitologías prcnacionales
que crearon a lo largo y ancho de la América hispánica fuertes
sentimientos localistas. El reflejo político del localism o fue el
gobierno, más que de una institución, de un individuo carismàtico,
el caudillo, quien de algún modo encamaba los valores culturales de
la tradición. En un gobierno personalista, el caudillo se vuelve
símbolo v isible de autoridad y protección, lo que, en escala menor,
repite el caso de los símbolos patriarcales del rey y el sacerdote, con
los que las masas populares ya estaban familiarizadas. En la
alternativa entre e l caudillo y teorías abstractas de gobierno, las

21
masas se sentían más a gusto con sus caudillos, que, aunque
primitivos y enteles en sus métodos, eran más sensibles que la élite
centralista a los temores y anhelos de las masas rurales. Como
resultado, en la figura del caudillo se combinaron localismo y
personalismo. Estos dos elem entos impedirían durante décadas las
iniciativas ilustradas de los gobiernos. De hecho, buena parte de las
guerras civiles que siguieron a la Independencia tienen su origen en
los conflictos entre el realismo de los caudillos localistas y los
sueños utópicos de la elite urbana.
En razón de esta discordancia entre una alta cultura derivativa
y una cultura popular exuberante, aunque caótica, las colonias
españolas llegaron al movimiento independentista de 1810 mal
preparadas ideológicamente para la tarea de edificar una nación.
Los pensadores más utopistas del continente soñaban con crear un
Estado panamericano que cubriera todo el continente. Más práctico,
Sim ón Bolívar proponía cuatro o cinco países de buen tamaño,
manteniendo aproximadamente las fronteras de los virreinatos,
com o lo indica en su célebre “Carta de Jamaica” (Bolívar, Obras
Completas, 1 ,159-175). Tales sueños, empero, no se materializa­
ron: no bien fueron derrotados los españoles, estallaron las guerras
civiles entre los criollos mismos. El conflicto entre facciones de la
elite, entre caudillos rivales y entre provincias enfrentadas cubrió el
continente, haciendo imposible el gobierno institucional. A falta de
un poder central, los caudillos solían ser la única fuente de orden en
los países nacientes, quizás porque su modalidad autoritaria y
personalista encamaba valores tradicionales a la vez que reflejaba
en miniatura el gobierno de la época colonial centrado en el rey.
Pero pocos caudillos pensaron en una construcción nacional en gran
escala. Como resultado, la América hispánica se fragmentó más y
más, geográfica y socialmente. Algunas de esas divisiones se
hicieron permanentes: el Uruguay y el Paraguay se separaron de la
Argentina, y América Central, que en términos lógicos debería
haber sido un solo país, se dividió en siete. Las rencillas intestinas
y las amenazas de anarquía produjeron una situación en la que sólo
parecían capaces de sobrevivir hombres fuertes al mando de ejér­
citos propios. Poco antes de morir, Bolívar se lamentaba, viendo el
caos a su alrededor “Hemos arado en el mar”.
Enfrentados al fracaso de los sueños panamericanistas, y a la
probabilidad nada remota de fragmentaciones aun mayores, los
pensadores hispanoamericanos de mediados del siglo xix hicieron
grandes esfuerzos para comprender la causa del fracaso de los

22
primeros gobiernos independientes, y para planificar el futuro con
más realismo. Es decir, después del caos sangriento que siguió a las
Guerras de Independencia, los intelectuales del continente abordaron
la tarea crucial de crear ficciones orientadoras, mitos de identidad
nacional, que pudieran reunificar países quebrados y quizás reducir
la tendencia a una fragmentación mayor.
En el caso de la Argentina, el nombre mismo del país refleja el
pasaje de colonia a país, de territorio imperial a nación, pues el
nombre Argentina tuvo una prolongada y sinuosa evolución, no
muy distinta a la del país. En 1514, un año después de que Balboa
descubriera el Pacífico, Juan Díaz de Solís recibió el encargo de la
corona española de explorarla costa de Sudamérica en busca de una
conexión fluvial entre los dos océanos. Un año más tarde Solís
entraba en el inmenso estuario que separa lo que ahora son Argentina
y Uruguay, sólo para recibir una muerte violenta a manos de
indígenas que, simulando amistad, lo atrajeron, a él y a parte de su
tripulación, a la costa. Exploradores posteriores, creyendo que el
estuario conducía a las ricas zonas argentíferas del Alto Perú, hoy
Bolivia, lo rebautizaron “Río de la Plata”. El nombre Argentina
conserva la asociación con la plata en tanto deriva de argentum,
plata en latín (Rosenblat, Argentina, historia de un nombre, 13-18).
Popularizado en un poema de 1602 de Martín del Barco Cente­
nera, el nombre Argentina se volvió un sustituto obligatorio de
rioplatense en lengua poética, y se consolidó en versos patrióticos
del poeta neoclásico Vicente López y Planes, famoso por “El
Triunfo Argentino” de 1807, celebración de la victoria de Buenos
Aires sobre los invasores ingleses. Más tarde, en el “Himno Nacional
Argentino” del m ismo autor, el nombre obtuvo una posición más
oficial, aunque fue sólo en la Constitución de 1826, dieciséis años
después de la rebelión del país contra España, que “República
Argentina” se volvió el nombre oficial de la nación (Rosenblat,
50-51).
La em ergencia tardía del nombre del país obedece a un hecho
simple: hasta la Independencia, la Argentina no fue más que un
sector del Imperio español, no un país ni siquiera una idea para un
país. Durante 250 años los españoles no vieron motivo para delimitar
ninguna región dentro del Cono Surcom o entidad política separada,
en parte porque no reconocieron el potencial de autonomía de la
región, A diferencia de M éxico y Perú, ricos en minerales, donde
los españoles instalaron poderosos virreinatos sobre las bases de
civilizacion es nativas muy desarrolladas, la Argentina no poseía

23
oro ni plata, y sus nativos, en su mayoría nómades, prefirieron el
exilio o la muerte a la virtual servidumbre de la encomienda
española, institución que obligaba a los indios a trabajar para los
españoles a cambio de civilización europea, cristianismo y "pro­
tección”. Tampoco supieron ver el mayor recurso de la Argentina,
las inmensas pampas que probablemente sean el área agrícola
más rica del mundo. De hecho, si no hubiera sido por el impe­
rativo religioso de cristianizar todo el continente, gran parte de la
Argentina habría sido enteramente olvidada. De modo que la
palabra Argentinaseñala una paradoja: el país fue bautizado por la
plata, mineral que no tenía, mientras que lo que sí tenía en abundancia
(un fabuloso potencial agrícola) quedó ignorado durante casi tres
siglos.
Al carecer la Argentina de una promesa de riquezas fáciles, la
primera colonización española en el Cono Sur fue prcvisiblcmcntc
débil y esporádica. Aparecieron algunos barrosos caseríos a lo largo
de las rutas establecidas para el transporte de la plata boliviana.
Como los aborígenes de la Argentina eran menos sedentarios que
los de México o Perú, el esquema colonial de construir sobre civi­
lizaciones preexistentes no tuvo lugar en gran parte de la Argentina.
La región producía algunos bienes comerciables — ganado, algo­
dón en rama y cereales— , que eran trocados por importaciones de
España, principalmente muebles, ropa y armas. La mano de obra era
provista por indios y unos pocos esclavos africanos comprados a los
portugueses. Buenos Aires tuvo un crecimiento más lento que otras
ciudades coloniales, en parte debido a una escasez crónica de mano
de obra, en parte por la distancia que separaba el puerto de los
centros económicos en el Alto Perú. Sin embargo, la distancia
ayudó a darle a Buenos Aires un carácter especial en tanto un alto
porcentaje de su población no era española sino portuguesa (Rock,
Argentina, 4-6,23-28). Hasta 1776 la Corona insistió en que Lima,
asiento del Virreinato del Perú, fuera el centro político y económico
de toda el área. Inclusive las rutas comerciales entre España y
Buenos Aires tenían que pasar por Lima, siguiendo un trayecto
complicado que iba de Buenos Aires a Lima por malos caminos y
a través de los Andes, luego de Lima a puertos de la costa norte de
Sudamérica, y al fin rumbo a España. La posibilidad obvia de crear
puertos en la costa argentina era inaceptable para los españoles y sus
intermediarios en Buenos Aires, interesados sólo en mantener su
monopolio mercantil. El contacto entre España y las colonias quedó
más restringido aun por la decisión de la Corona de limitarlos viajes

24
comerciales al NucvoMundo ados por año, restricción que obedecía
a la necesidad de no embarcar mercaderías coloniales si no era en
grandes flotas armadas, como defensa contra piratas como Sir
Francis Drake (Gibson, Spain in America, 102). El pasaje obligado
porLimaera apoyado además por lajerarquía eclesiástica española,
en plena Contrarreforma, como un modo de limitar la difusión de
ideas heréticas a las colonias.
El potencial comercial de Buenos Aires, empero, no pasó
inadvertido para traficantes y contrabandistas, en su mayoría ingle­
ses y holandeses, que violaban cotidianamente la legislación mer-
cantilista española en su comercio con los porteños, como empezó
a llamarse a los habitantes de la ciudad portuaria de Buenos Aires.
Como han mostrado Germán y Alicia Tjarks, a fines del siglo xviii
los comerciantes porteños vendían plata boliviana, carne salada,
cueros y artesanías a exportadores no españoles, sacando una
gruesa ganancia a la vez que evadían los impuestos a la Corona.
Buenos Aires se volvió además un centro importante del tráfico de
esclavos a medida que los portugueses comenzaron a traer mayor
número de africanos para alimentarla demanda de mano de obra de
una economía en crecimiento (Rock, Argentina, 40-49). En razón
de estos contactos, Buenos Aires prosperó a fines del siglo xviii y no
tardó en adquirir un sabor europeo que a la vez entusiasmaba y
preocupaba a los funcionarios españoles conservadores y a los
criollos tradicionalistas.
A fines del período colonial la Argentina estaba en su mayor
parte vacía, con una población estimada de medio millón de almas
en un territorio tan grande como la mitad este de los Estados Unidos.
En teoría, la región estaba bajo gobierno español, pero en la práctica
las distancias hacían que el contacto genuino con la metrópolis fuera
muy escaso. El área no estaba unificada en modo alguno ni por la
geografía ni por la política o la economía, ni por una idea de destino
nacional. Las ciudades existentes eran en realidad pueblos y misiones
aislados, y entre ellos caminos malos, o falta de caminos, y viajes
por tierra descorazonadoramente lentos. En el oeste estaban los
pequeños y polvorientos asentamientos de Mendoza y San Juan,
ambos al pie de los Andes y más en contacto con Chile que con
Buenos Aires. A l norte, Tucumán, Salta y Jujuy, culturalmente más
próximas a las culturas hispano-indígenas del Perú que al resto de
lo que luego sería la Argentina. Hacia el centro estaba Córdoba,
foco de conservadurismo político, educación escolástica^ fervor
religioso. A l nordeste, Uruguay y Paraguay, que no tardarían en

25
separarse de la Argentina. A lo largo del río Paraná, que baja desde
el norte hastael estuario del Plata poruña rica zona agrícola llamada
“litoral”, estaban los pequeños asentamientos de Santa Fe y Paraná.
Y en la boca del gran estuario, Buenos Aires, geográfica y
culturalmcnte distante del resto de la Argentina, pero destinada, por
su privilegiada ubicación entre las fecundas pampas y las rutas
marítimas, a ejercer una hegemonía peculiar sobre las provincias
del interior. A diferencia de los Estados Unidos, donde una fácil
navegación lluvial facilitó el contacto entre ciudades costeras y del
interior, las ciudades argentinas, salvo las del litoral, estaban unidas
sólo por los lentos viajes por tierra; el trayecto de mil doscientos
kilómetrosentreTucumán y Buenos Aires, porejemplo, insumíaun
promedio de dos meses. En consecuencia, las ciudades y provincias
argentinas crecieron en relativo aislamiento, hecho que alentó
lealtades y sentimientos localistas.
El sentimiento localista creció también como resultado del
sistema político colonial. Inicialmente en toda la América española
hubo sólo dos virreinatos, uno con su centro en la ciudad de México
y el otro en Lima, Perú. Dependiendo de cada virrreinato había
centros políticos regionales, o “audiencias”, que mediaban
administrativamente entre las ciudades y el virrey. A la audiencia de
cada asentimiento de importancia respondía el “cabildo”, una de las
instituciones políticas más duraderas del período colonial. Los
cabildos eran concejos de las ciudades, compuestos en parte de
funcionarios nombrados por el poder central, pero mayoritaria-
mente de “regidores” elegidos entre los vecinos nativos o con lar­
ga residencia, muy afincados en la vida local. Aunque los juristas
españoles establecieron con paralizante detallismo las relaciones
entre la Corona, el virrey, la audiencia y el cabildo, los asentamien­
tos aislados en el Cono Sur mal podían sostener semejante com ­
plejidad organizativa. En teoría, los cabildos estaban bajo la juris­
dicción de la audiencia, el virrey y en última instancia la Corona;
pero en la práctica, esta pesada burocracia casi nunca afectaba a los
cabildos en áreas marginales como la Argentina, y los cabildos
eran el único gobierno real, celoso protector de las tradiciones y
prerrogativas locales. N o puede decirse que fueran democráticos
en sentido estricto, ya que los conformaban vecinos ricos elegidos
por otros miembros, no por el pueblo; aun así, es indudable que los
cabildos estaban capacitados para entender, mejor que un funcio­
nario venido de otra parte, los intereses del vecindario. Además,
pese a estar los cabildos bajo el control de las elites locales, es

26
probable que un antiguo sentimiento de haya hecho
a sus miembros más sensibles a las necesidades de los pobres que
el canibalismo económ ico que devastaría el interior argentino des­
pués de la Independencia. Los historiadores argentinos modernos
no están de acúcalo en su apreciación del papel de los cabildos. Los
historiadores “liberales” com o José Ingenieros los llaman “el naci­
miento de un espíritu oligárquico municipal” y la “antítesis” de la
democracia (Ingenieros, La evolución ideas argentinas, 1,32-
33). mientras que los historiadores “revisionistas", nacionalistas
pro-españoles como Julio Ira/.usta, afirman que los cabildos fueron
instituciones esencialmente democráticas que se adelantan a la
leona política del Iluminismo (Irazusta, Breve ,2 6 -2 7 ,5 1 -
54).
Eti razón de sus sentimientos localistas, los cabildos fueron
vistos desde temprana hora com o obstáculos al centralismo. Por
este m otivo, durante el siglo xvtu los reformistas Borboncs crearon
una capa administrativa intermedia, las “intendencias”, para vigilar
y limitar el poder de los cabildos. Mucho después, tras las Guerras
de la Independencia, el mandatario porteño Bcmardino Rivadavia
disolvió los cabildos de Buenos Aires y Luján tratando de limitarla
autoridad local. Pero, existiesen oficialmente o no los cabildos, el
impulso hacia el gobierno local y autonomista no murió. Sin los
cabildos, la ley local cayó en manos de caudillos, jefes militares
locales y pequeños dictadores, quienes, con todas sus arbitrariedades,
recibieron tanta lealtad de sus coprovincianos que el historiador
argentino José Luis Romero se refiere a su acción com o una
“democracia inorgánica” ( Lasideas políticas en la
128).
La base de sustentación de lo s caudillos fue la cultura cam pe­
sina, de los gauchos, que se desarrolló en las grandes llanuras
abiertas entre las ciudades argentinas. La naturaleza exacta de la
población rural argentina en tiem pos coloniales ha engendrado un
sondo e interminable debate entre “nacionalistas”, para quienes los
gauchos son el repositorio de los auténticos valores argentinos, y los
“liberales”, que los ven com o masas fáciles d e manipular por
dem agogos. A m bas p osicion es (que estudiamos en detalle en
capítulos posteriores) pasan por alto la complejidad de la población
rural de clase baja. Entre lo s cam pesinos había diversos grupos,
todos interrclacionados y todos en estado de fluida m ovilidad.
A lgunos eran nóm ades, algunos eran peones em pleados de un
estanciero, algunos eran bandoleros y contrabandistas, y muchos

27
eran todo lo anterior en un momento u otro. En su sentido original,
la palabra “gaucho” designa al habitante nómade y a menudo fuera
de la ley de las grandes llanuras de la Argentina, Uruguay y Brasil.
En el uso corriente, “gaucho” designa al proletariado rural en
general.
Los gauchos (com o la población rural en general) provienen de
una triple raíz étnica: española, india y africana. Se desplazaban
libremente por las pampas, vivían sin esfuerzo de una tierra próvida,
capturaban y montaban caballos salvajes, bebían en abundancia,
apostaban, contrabandeaban, robaban, reñían, cazaban ganado
salvaje, vendían cueros para comprar lo poco que necesitaban, se
alimentaban principalmente de carne, cantaban baladas improvisadas
celebrando sus hazañas y amores, y vivían en uniones libres rara vez
consagradas por el sacramento del matrimonio. En resumen, eran
supersticiosos, desaseados, analfabetos y felices. Aunque los gauchos
no dejaron información de su propia vida, muchos cronistas colo­
niales se refieren a ellos (véase Rodríguez M olas, Historia social
del gaucho, caps. 1-3). El más interesante de ellos es Concolorcorvo
cuya descripción de “la vida dura y salvaje” de los gauchos en El
lazarillo de ciegos caminantes parece teñida de una admirativa
envidia. Tan atractivo era el modo de vida despreocupado de los
gauchos que en 1807, durante la ocupación inglesa de Buenos
Aires, 170 soldados ingleses desertaron para vivir entre ellos. El
general Whitclockc se quejaba: “Cuanto más conocen los soldados
de las riquezas que provee el país, y la facilidad con que se las
obtiene, mayor el peligro” (citado en Fems, Britain and Argentina
in the Nineteenth Century, 57).
Tal era la Argentina durante la segunda mitad del siglo xvm:
una tierra de pueblos aislados, vecinos autonomistas, gauchos
nómadas, estancieros con peones relativamente dóciles, indios sin
dominar, mínimo desarrollo económ ico y político. Y ninguna idea
de un destino nacional. En este contexto, se echó al fin el cimiento
de la nacionalidad argentina, cuando el 4 de julio de 1776 c.l rey de
España, Carlos III, cedió a las ya seculares presiones económ icas y
creó el Virreinato del Río de la Plata con sede en Buenos Aires. Para
entonces Buenos Aires había dejado descreí pantanoso asentamiento
de sus com ienzos, y era una ciudad de unos 25.000 habitantes y un
próspero centro comercial, en gran medida ilegal. El motivo pri­
mordial de la Corona al crear el nuevo virreinato era ejercer, m e­
diante una política irónicamente llamada de “libre com ercio”, un
control más estricto sobre las exportaciones, en especial de plata

28
b oliviana en barras, que se realizaba en form a ilegal d esd e hacía
m edio sig lo . L o s sa g a ces com ercian tes porteños no tardaron en
establecer contratos e x c lu siv o s c o n m o n o p o lio s m ercantiles espa­
ñ oles, form ando a sí la b ase d e algunas d e las m ás sólidas fortunas
privadas argentinas. A d em ás de la plata, sus exportaciones primarias
eran la carne salada y lo s cu eros, producto este últim o de gran
im portancia industrial antes d el descubrim iento del caucho. El
'lib re co m ercio” trajo una relativa prosperidad a lo s com erciantes
ricplatenses, con paréntesis provocad os por lo s con flictos d e España
con Gran Bretaña (R ock , tia,6 6 -7 2 ).
rgen
A
El n uevo virreinato in cluía la m ayor parte de lo que ahora e s
B olivia, Paraguay, U ruguay y la A rgentina, y constituía e l primer
paso en e l estab lecim ien to d e una nueva nación , aunque en ese
m om ento nadie lo p en só en tales térm inos. E l rey le con cedía a
B uenos A ires la autoridad d e cobrar im p u estos dentro d e las fron­
teras d d virreinato, p rivilegio que la ciudad portuaria conservaría
celosam ente, creando entre porteños y provincianos lo s m ism os
rencores q ue B u en os A ires había sentido antes hacia Lim a. La
desconfianza h acia la ciudad-puerto creció en la m edida en que
B uenos A ires, reflejando su propio lo ca lism o , aspiró a ejercer un
control cada v e z m ayor sobre el interior. B ajo el reciente virrey, lo s
cabildos p rovinciales sufrieron p resiones e n aumento para ob ed e­
cer a B u en os A ires, a m enudo a expensas d e lo s p rivilegios locales.
A dem ás, B u en os A ires, m ediante el control de las le y es aduaneras,
tuvo una injerenciacada v ez m a y o r so b re lo s asuntos financieros d el
interior. Frente a la usurpación que hacía B uenos A ires de la
autonom ía local, y su enajenación de ganancias m ediante las leyes
aduaneras, lo s provincianos com enzaron a tem erla nueva autonomía
de lo s porteños; sus m ied os echarían las bases d e casi cincuenta
años d e guerras c iv ile s, que com enzaron p oco después de las
Guerras d e Independencia.
La vida intelectual en e l nuevo virreinato, com o en las colo­
nias en general, se veía gravem ente lim itada por políticas restric­
tivas, tanto com o p o rel aislam iento geográfico. En aquella sociedad
con porcentaje mayoritario de analfabetos, saber leer y escribir
era un bien com erciable, al punto que los “secretarios” de los cau­
dillos solían tener considerable poder. La Iglesia controlaba todas
las escu elas, en las que se impartía una educación autoritaria y
escolástica centrada en la m em orización de verdades recibidas, a la
vez que atacaba o desdeñaba las epistem ologías empíricas y ra­
cionalistas que ya habían producido profundos cam bios enEuropa.

29
En un nivel no oficial, empero, había más libertad intelectual de la
que nos parece que podía admitir la Iglesia de la Contrarreforma.
Los altos funcionarios de la Inquisición emitían edicto tras edicto
exigiendo que el Santo Oficio revisara los libros que se introducían,
las librerías y hasta las bibliotecas privadas. Pero, com o observa
Irving A. Lconard, los esfuerzos de los inquisidores caían en saco
roto gracias al intenso contrabando de obras heréticas, a menudo
con la colaboración de funcionarios menores de la Inquisición y
miembros de las comunidades religiosas. De m odo similar, aunque
a los escritores criollos les estaba prohibido escribir o publicar salvo
sobre materias inocuas o de interés puramente local, durante todo el
período colonial aparecieron con regularidad ediciones no aprobadas
de obras locales y extranjeras (Leonard, Baroque Times in Oíd
México, 166-182; BooksoftheBrave, 157- 171 ). Tras el éxito de las
revoluciones en los Estados Unidos y Francia, comenzaron a
circular por las colonias, pese a los vigorosos intentos de censura y
refutación por parte del clero conservador, una cantidad de textos
prorrevolucionarios, muchos de ellos escritos por sacerdotes es­
pañoles (Ruíz Guiñazú, Saavedra, 121-145).
En la Argentina la vida intelectual estaba m enos desarrollada
aun que en los grandes centros coloniales com o M éxico y Lima. En
1776, año de la fundación del nuevo virreinato, había sólo seis
escuelas primarias en Córdoba y cuatro en Buenos Aires, todas ellas
dependientes de la Iglesia. Prácticamente ninguna mujer podía
acceder a la educación, porque la lectura y la escritura en una mujer
eran vistos como “elementos que llevaban sólo al pecado o a la
tentación de escapar a la vigilancia paterna” (López, Historia de la
República Argentina, I, 243). Las dos escuelas secundarias de
Buenos Aires, el Colegio de San Carlos y el C olegio del Rey, tenían
un plantel de educadores compuesto en su gran mayoría por
sacerdotes, limitados tanto por su educación com o por sus incli­
naciones. En palabras de Manuel Moreno, que asistió al C olegio de
San Carlos en Buenos Aires durante la década de 1780, los curas
mataban de hambre a los estudiantes mientras les impartían una
educación inútil. Scgúnsus palabras,estos profesores eran “teólogos
intolerantes, que gastan su tiempo en agitar y defender cuestiones
abstractas sobre la divinidad, los ángeles, etcétera, y consumen su
vida en averiguar las opiniones de autores antiguos que han es­
tablecido sistemas extravagantes y arbitrarios sobre puntos que
nadie es capaz de conocer”. Según este testigo, aun aquellos pocos
sacerdotes que trataban de enseñar ciencias naturales se veían

30
gnivcnicnic limitados, puesto que “mal pueden comunicar a sus
discípulos unos conocimientos que ellos no poseen”. M is adelante
observa que las órdenes monásticas dedicadas a la enseñanza
estaban más interesadas en mejorar su bienestar material que en
educar a los jóvenes criollos (Manuel Moreno, “Vida", en
rias y Autobiografías,II, 16-22).
A pesar de estas limitaciones a la vida intelectual, las ideas del
Iluminismo.se infiltraron lcntamcnteen la Argentina. LosBorboncs,
que reinaron en España desde 1700 hasta la invasión napoleónica en
1808, instituyeron en la sociedad hispanoamericana una serie de
reformas análogas a las del despotismo ilustrado en Francia (véase
Luis Sánchez, Elpensamiento político). La filosofía europ
siglo xvin también influyó sobre una nueva generación de
racionalistas españoles, entre ellos Benito Jerónimo Feijóo, monje
benedictino, y Gaspar Melchor Jovcllanos, enciclopedista español,
cuya obra era leída con avidez en todo el mundo de habla hispana.
En la Argentina, la pequeña élite lectora disponía asimismo de las
obras de Montcsquieu, Descartes, Lockc, Voltaire y Rousseau,
pero, lo mism o que en España, las ideas iluminislas ampliaron los
horizontes intelectuales sin provocar estallidos de anticlcricalismo
y subversión (Carbia, La Revolución de Mayo y 18-20).
En consecuencia, com o lo ha señalado Charles Griffin, el papel
jugado por el p en sam ien to ilu m in ista en el m ovim ien to
independentista fue más de confirmación que de causa, ya que
trescientos años de ley autoritaria y educación escolástica dejaron
una marca indeleble en el pensamiento argentino, que no se borraría
con tanta facilidad.
Pese a la relativa docilidad de la mayoría de los intelectuales
hispanoamericanos durante el período colonial, a com ienzos del
siglo la cuestión de la independencia de España se volvió un tema
frecuente de conversación en los salones de las colonias, y espe­
cialmente en Buenos Aires, donde muchos porteños tenían motivos
para no querer a España: los criollos eran excluidos de los puestos
importantes tanto en la Iglesia com o en el gobierno, la irresponsabi­
lidad de Carlos IV era uneseándalo internacional, y las restricciones
económ icas que limitaban el com ercio con naciones distintas de
España y las colonias irritaban profundamente a los comerciantes
porteños que no tenían contratos con los m onopolios mercantiles
e s p a ñ o le s .^ burguesía porteña estaba tajantemente dividida entre
estos dos grupos, los "agentes intermediarios" que se beneficiaban
con los contratos cerrados con España, y los comerciantes inde­

31
pendientes, que querían hacer tratos con otras naciones. Los inter­
mediarios formaban un grupo que apoyaba a cualquier gobierno, sin
lomar en cuenta su ideología, en tanto defendiera sus intereses
financieros; fueron los antepasados de algunas de las familias más
acaudaladas de la Argentina, incluidos los Anchorcna, apellido que
asoma repetidas veces en la historia argentina, siempre del lado del
conservadurismo y la represión. Entre sus oponentes se contaban
los jóvenes Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Pedro de Cervino,
los primeros en chocar con los intereses comerciales conservadores
en el tema de los monopolios comerciales que los excluían. Más
tarde, y en buena medida bajo la inspiración de las doctrinas
económicas de Adam Smith, miembros del segundo grupo se
volverían figuras prominentes del movimiento indcpcndcniista
argentino y “el amor y la esperanza de la reforma” que dominó el
primer liberalismo argentino (López, 1,571). En la década de 1790
salió de este grupo uno de los primeros panfletos de teoría econó­
mica producidos en el Río de la Plata: Nuevo aspecto del comercio
del Rio de laPlata, escrito por el socio de Belgrano, Manuel José
de Lavardén. El texto, virulento ataque al mercantilismo español,
propone el comercio libre, la privatización de las tierras públi­
cas y la formación de una marina mercante local. También muestra
a qué punto había influido sobre los jóvenes porteños el pensa­
miento económico de Adam Smith y de François Quesnay, este
último padre de los fisiócratas franceses y autor de la expresión
laissez-faire.
Si cl liberalismo de Adam Smith fue una fuente principal de
inspiración para los liberales argentinos, esa inspiración recibiría
apoyo de un soiprcsivo hecho histórico: en 1806, tropas inglesas
invadieron Buenos Aires. Detrás de la invasión inglesa había algo
más que un deseo de sumar a Buenos Aires al Commonwcalth
británico; desde los tiempos isabelinos, los ingleses habían hecho
todo lo posible para quebrar el monopolio comercial español, y en
1804 “el teína de cómo derrumbar el Imperio español” fue discutido
ampliamente en el gabinete inglés (Ferns, 19). O bien, como le
escribió el Comodoro Sir Home Popham al V izconde M elville en
una carta datada el 14 de octubre de 1804: “La idea de conquistar
Sudamérica está completamente descartada, pero la posibilidad de
lomar lodos sus puntos importantes, separarlos de sus actuales
contactos europeos, transformarlos en posiciones militares y gozar
de todas sus ventajas comerciales, puede considerarse una proba­
bilidad a lomar en cuenta, si no es una operación segura” (carta

32
diada en Fem s, 19). Popham, que fue el oficial naval que antes que
nadie consideró la idea d e la invasión, y cuando ésta se realizó
transportó las tropas a Buenos Aires, quería liberar a la Argentina
de España corno primer paso hacia la apertura de toda Sudamérica
a los intereses com erciales ingleses.
El objetivo de Popham, sin embargo, quedó írrealizado por el
exceso de confianza de las tropas inglesas, que subestimaron
gravemente la resolud ón de los porteños en el momento de lanzar
¡a invasión bajo el mando del General W illiam Carr Beresford. El
virrey español, Rafael de Sobremonte, huyó a Córdoba con el
tesoro, dejando la defensa de la dudad en manos d e Santiago de
Liniers y Juan Martín de Pueyrredón. Los intentos de Beresford
fueron rechazados por lo s porteños, quienes, en palabras de Manuel
Belgrano, querían “o bien nuestro viejo amo, o ningún amo”
(Beígrano, Autobiografía, 33). Tras la derrota de Beresford, los
ingleses mandaron refuerzos en 1807 bajo las órdenes del teniente
general W hitelocke, que sufrió grandes pérdidas debidas en buena
medida a su propia incom petenda. Tras un encuentro con los líderes
porteños para n eg o d a rsu rendición, W hitelocke quedó convencido
de que toda la em presa había sido una mala idea desde el com ienzo
y acordó evacuar la d ud ad , decisión que en Inglaterra le costó una
corte m arcial (F em s, 38-46). D e todos m odos, Belgrano y otros
porteños que n o dependían del m onopolio com ercial español,
quedaron m u y im presionados con la evidente humanidad de
W hitelocke a sí com o con sus promesas de que Inglaterra ayudaría
en una rebelión contra España; ésa había sid o la idea original d e
Popham (B elgrano, 33). D e hecho, com o resultado de lo s contactos
con W hitelocke y otros in gleses de pareada mentalidad, m uchos
liberales porteños llegaron a considerar a Inglaterra com o una
aliada en la lucha por la independencia, antes que com o una
potencia m ercantil con am biciones com erciales propias. Gracias a
tales sen tim ientos, Beresford pudo escapar de su prisión.
Las in vasion es in glesas, entonces, produjeron resultados pa­
radójicos. P or una parte, la lucha de lo s argentinos contra un
enem igo com ún le s h izo percibir por primera v ez su potencial com o
nación. D esp u és de las in vasion es este potencial se h izo realidad
parcialm ente cuando el cab ildo, en ausencia del virrey, asumió to­
do el poder d e gobierno bajo la dirección de Santiago d e Liniers,
que había d irigid o la resistencia al in glés. Por otra p ane, los
porteños liberales salieron del con flicto con la con vicción de que
Gran Bretaña, e l invasor, era d e algún m odo un sostén de la

33
democracia republicana y “un medio para obtener armas contra
Esparta" (Bel grano, 35). La derrota de la ocupación también hizo
que los ingleses cambiaran sus tácticas. En marzo de 1807, el
vizconde Casilereagh fue nombrado ministro de Guerra; Castlcrcagh,
un pragmático que “consideraba a Sudamérica com o una cuestión
de interés exclusivamente económ ico para Inglaterra, y no una
esfera en la que debiera ejercitarse la influencia política inglesa”,
mantuvo que Gran Bretaña debía evitar conflictos annados en la
América hispánica, sin dejar por ello de aparecer com o “auxiliares
y protectores” en asuntos políticos y económ icos, política que se
mantendría en las relaciones angloargentinas durante los siguientes
126 artos (Fcnts, 48).
Pasadas las invasiones inglesas, la vida en la Argentina pro­
bablemente habría vuelto a la lenta rutina colonial, con las ideas
sobre la independencia confinadas a la conversación de los inte­
lectuales afrancesados, si la Corona española no se hubiera
desintegrado en 1808. Que la independencia resultó en gran medida
de los acontecimientos de España, y no sólo de movimientos
autónomos en las colonias, resulta con claridad de los escritos de al
menos dos de los principales actores del período. Manuel Moreno
afirma que, aunque la independencia de España probablemente
habría llegado como pane del proceso natural de la historia, “la
mayor parte de la América veía pendientes sus destinos de aquella
nación, que la había conquistado, prestándole su idioma y gober­
nado. Una gran revolución debía tener lugar... después de disueltos
aquellos vínculos que ligaban el gran todo” (5-6). Más adelante dice
que “sin la catástrofe de la Madre Patria, Buenos Aires habría
seguido igual, con pocas variaciones” (110). De modo semejante,
Manuel Bclgrano afirma que después de las invasiones inglesas
“pasó un año, y sin que nosotros hiciéramos nada por la indepen­
dencia, Dios nos dio la oportunidad en los acontecimientos de 1808
en España y Bayona, la ciudad donde Carlos IV se encontró con
Napoleón. En efecto, en ese momento se despertaron las ideas de
libertad e independencia en América, y los americanos empezaron
a hablar abiertamente por primera vez sobre sus derechos” (Belgra-
no, 34).
La melodramática historia que llevó a la caída de la Corona
española explica por qué aun los realistas más devotos en la
Argentina cuestionaron el liderazgo español. Aunque la monarquía
había mantenido una grave declinación desde la muerte de Carlos
III en 1778, y estaba muy debilitada por una serie de guerras con

34
Gran Bretaña, nada pudo igualar los sucesos de 1808, cuando
Carlos IV, el monarca disoluto, Manuel Godoy, amante de su
esposa, y Femando VII, resentido príncipe heredero, se enredaron
en una lucha destructora. D espués de años de intrigas, Carlos puso
en prisión a su hijo Fem ando al enterarse de que estaba complotando
para destronarlo. Una muchedumbre, movida por la idea de que el
príncipe era la única esperanza del país, asaltó el palacio, obligando
al rey a abdicar y a G odoy a huir. Los dos, entonces, Carlos y
Femando, pidieron ayuda a Napoleón, cuyas fuerzas ya estaban en
España, ostensiblem ente en cam ino a Portugal. D espués de oír a
ambas partes aullarse irreproducibles insultos, Napoleón vio una
buena oportunidad política y nombró a José Bonaparte, su hermano
alcohólico, rey de España, sumando otro pretendiente incompetente
al trono. Las Cortes españolas rechazaron a José y formaron un
gobierno en e l exilio en C ádiz, el puerto del sur a través del cual se
canalizaba e l contacto con las colonias. El parlamento de Cádiz, a
sabiendas de que e l sentim iento revolucionario se difundía por las
colonias americanas, trató inicialm ente de incluir representantes de
las Am éricas, pero no tardó en abandonar la idea al comprender que
la representación proporcional les daría a los criollos amplia m ayo­
ría. Esta aprobación y lu ego cancelación de la representación de las
colonias no h izo m ás que acrecentar el rencor que ya campaba en
toda Hispanoamérica.
Dados lo s acontecim ientos de España, la cuestión que se
planteó en primer término para la mayoría de los argentinos no fue
la lealtad a la corona, sin o a cuál corona serle leal. El popular
Santiago de Liniers, jurando lealtad al príncipe Femando VII, asu­
mió tem poralmente lo s deberes de virrey en lugar de Sobremonte,
desacreditado p orsu cobarde com portam iento durante la ocupación
inglesa. O stensiblem ente por su origen francés en un m om ento en
que los recelos contra N apoleón estaban m uy altos, y por su poco
talento adm inistrativo, Liniers fue atacado casi de inmediato por la
com unidad esp añola y lo s criollos liberales, am bos atrincherados en
el Cabildo d e B u en os A ires. La facilidad con que grupos tan
opuestos co m o realistas y liberales unieron fuerzas contra una
figura popular co m o Liniers indica un aspecto esencial de m uchos
intelectuales argentinos durante e l m ovim iento independentista: la
profunda d escon fian za ante las m asas, un tem or que sin duda nacía
del terror q ue sig u ió a la R evolu ción Francesa. Si en algo podían
estar de acuerdo lo s esp a ñ o les realistas y lo s criollos liberales, era
en los p elig ros d el p op u lism o.

35
Bajo presión del cabildo de Buenos A ires, el gobierno de Cá­
diz nombró a Baltasar Cisneros para reemplazar a Liniers como
virrey del Río de la Plata; desm intiendo los temores de la élite,
Liniers cedió sin resistencia su puesto y se retiró a la vida privada.
Pero su presencia en la Argentina seguía m olestando a los liberales
porteños, que terminaron haciéndolo ejecutar sobre la base, in­
fundada, de que estaba organizando una revuelta popular contra el
movimiento independentista. Los m otivos reales para la muerte de
Liniers fueron tan discutidos por sus contem poráneos com o siguen
siéndolo hoy por los historiadores. Por ejem plo el general Tomás
Guido, héroe de la independencia argentina, escribe en sus memo­
rias que los liberales independentistas sintieron que “El pueblo...
no está preparado para un cambio violento de administración. Las
masas proletarias, que constituyen la m ayor parte de la provincia
de Buenos Aires, tienen una especie de culto por el General Liniers,
en quien no ven el odioso instrumento del absolutismo español,
sino el liberador de Buenos Aires, el héroe contra la invasión
inglesa” (Guido, Autobiografía, I, 3-4). M anuel M oreno corro­
bora en lo esencial el punto de vista de Guido, en el sentido de que
Liniers era un populista peligroso aliado con todos los elem entos
reaccionarios en la sociedad porteña (7 4 -7 9 ,1 1 2 -1 2 3 ). N o menos
autorizada, pero en completa contradicción con las de Guido y
Moreno, es la opinión de C om elio Saavedra, también un héroe de
la independencia, que en sus memorias de 1829 afirma apasiona­
damente que Liniers fue uno de los primeros representantes autén­
ticos de las clases populares (Saavedra, Autobiografía, I, 22-44).
Aun hoy, la figura de Liniers y las razones de su muerte siguen
dividiendo a los historiadores argentinos. (Com párese, por ejem plo,
Halpcrín Donghi, Revolución y guerra, 1 6 8 -2 4 7 , y Puigrós, Los
caudillos, 2, 81.)
Pese a sus buenas intenciones, Cisneros no pudo aliviar la
tensión creciente entre españoles y criollos, liberales y tradiciona-
listas, Buenos Aires y las provincias. Cuando llegaron noticias de
que las fuerzas napoleónicas habían tomado el control de Sevilla, y
que el gobierno de Cádiz estaba otra vez huyendo, C isneros llamó
a un cabildo abierto, que era una asamblea extendida del concejo
municipal, a la que asistieron 225 de los principales hombres de la
provincia, para establecer una junta de gobierno provisoria, táctica
que no dio el resultado que él esperaba cuando la Junta, con mayoría
criolla, se negó a elegirlo presidente. El líder de lo s criollos,
Com elio Saavedra, en una de las proclam as revolucionarias más

36
corteses que se hayan redactado nunca, le informó al virrey que
“quien le dio a Su E xcelencia su autoridad ya no existe. En con­
secuencia, ya que usted no tiene ninguna autoridad, no debería
contar con las fuerzas bajo mi mando para su sostén” (citado en Ruiz
Guiñazú, Saavedra, 181). M ás tarde, durante el debate con el virrey
y sus acólitos, Saavedra proclamó com o único órgano de gobierno
del virreinato al Cabildo, “que recibe su autoridad y mandato del
pueblo” (184).
El proceso político por el que se formó la Primera Junta se
repetiría una y otra vez durante los primeros diez años de la
independencia. El cabildo de B uenos Aires estaba dominado por los
porteños ricos, com erciantes y terratenientes, “gente decente” y no
“la gente de m edio p elo”, com o escribió un contemporáneo en su
diario (citado por Sebreli, poge,91-92). Como repr
A
primordialmente de los intereses de la clase alta, el cabildo una y
otra vez derrocó gobiernos que no promovían los intereses co ­
merciales o protegían los privilegios de Buenos Aires, o no sabían
mantener en su lugar a los caudillos provinciales. Como resultado,
el cabildo fue a la vez fuente de continuidad y de interrupción, que
siempre logró tener alguna especie de gobierno en funciones
mientras en los hechos bloqueaba cualquier em ergencia real de los
intereses provinciales o de las clases bajas (Halperín D onghi,
Politics, 3 37-345).
Del cabildo de Buenos A ires salió el primer cuerpo de gobierno
argentino independiente de España, conocido en la historia com o
Primera Junta. L os miembros de la Junta se asignaron dos tareas
principales: 1) organizar un ejército para hacer frente a las tropas
españolas napoleónicas en nombre de Fem ando, y 2) convocar a un
congreso con representantes de las diferentes provincias para go ­
bernar al virreinato hasta que se restaurara el orden. El 25 de m ayo
de 1810, porteños de todo color político juraron lealtad a la Primera
Junta m ediante la siguiente fórmula:

¿Juráis a D ios nuestro Señor y estos Santos Evangelios,


reconocer la Junta Provisional Gubernativa del Río de la Plata,
a nom bre del Señor D on Fem ando VII, y para guarda de sus
augustos derechos; obedecer sus órdenes y decretos; y no
atentar d irecta ni in d irectam en te contra su autoridad,
propendiendo pública y privadamente a su seguridad y respeto?
0 Gaceta de Buenos Aires, 7 de junio de 1810; citado en Mariano
M oreno, Escritos, 2 3 3 ).

37
Aunque los argentinos consideran al 25 de m ayo de 1810 como
su Día de la Libertad, este juramento puede ser considerado una
declaración de libertad de España sólo en el contexto de los
confusos hechos políticos del momento. Jurar lealtad a Femando,
que no ocupaba el trono, les permitía rechazar al incompetente
Carlos IV y al usurpador José Bonaparte, al tiem po que afirmaban
lealtad a la institución de la monarquía y no ofendían a los realistas
criollos y españoles. De hecho, Saavedra en sus memorias insiste en
que “cubrirá la Junta con el manto de Fem ando VII fue una ficción
desde el comienzo, necesaria por razones políticas” (53). En una
palabra, el juramento fue más que nada un m odo de unir a criollos
y españoles de todo color político bajo una bandera única; nadie
puso objeciones en jurar lealtad a un rey inexistente.
Como estos hechos ocurrieron en el m es de m ayo, la palabra
Mayoen la Argentina se hizo sinónimo de independencia y de una
preferencia por la democracia sobre la monarquía; al movimiento
revolucionario, entonces, se lo llama Mayo, y sus líderes son lla­
mados los Hombres de Mayo. Pero hay que usar con cierta pre­
caución el término, puesto que agrupar a todas las figuras y
corrientes ideológicas de la Revolución bajo una sola palabra
sugiere un consenso ideológico que nunca existió. A dem ás, aunque
muchos provincianos simpatizaban con la R evolución de Mayo
(una vez que se enteraron de su existencia), M ayo fue primordial­
mente un fenómeno de Buenos Aires, en e l que los porteños
declararon la independencia de la España napoleónica no sólo para
sí mismos sino para todos los habitantes del virreinato. D e M ayo en
adelante, entonces, los porteños iniciaron una larga tradición de
confundir a Buenos Aires con todo el país. Más aún, con la Primera
Junta comenzó una larga serie de conflictos entre porteños y
caudillos provinciales, que con frecuencia terminó en sangre y en
guerra civil. Típico del localismo porteño es Manuel M oreno, que
en la biografía de su hermano Mariano rara vez distingue entre
“B uenos Aires” y “la patria” (cf. 3-4). Paradójicamente sugiere que
si había sido enteramente apropiado que todas las provincias
americanas se rebelaran contra España, el no haber seguido las pro­
vincias el liderazgo de Buenos Aires después de la Independencia
dio por resultado “la sedición, la rebelión y el cism a” (149). En otras
palabras, la rebelión contra España estaba bien, pero el desacuer­
do con Buenos Aires estaba mal. Más adelante, en un arrebato de
wishful thinking característico de la clite porteña, sostiene que
siempre que Buenos Aires mandó tropas contra los caudillos

38
provinciales, los porteños fueron recibidos por “el pueblo” corno
hermanos, ya que quienes apoyaban a los caudillos no eran otra
cosa que “mercenarios” (149-160).
Como si el conflicto con las provincias no fuera suficiente, la
Primera Junta no lardó en verse asediada por sus propios conflictos
intemos. AI crear la Primera Junta, los patriotas de Buenos Aires
intentaron conformarla con hombres que representaran las diversas
facciones que prevalecían en la ciudad. Entre sus miembros estaban
Juan José Paso y Mariano Moreno, que se habían identificado con
el Cabildo en su oposición a la figura de Liniers, así como Comelío
Saavcdra, partidario de Liniers; Saavcdra, según lo dice él mismo,
fue nombrado presidente de la Junta “para apaciguar al pueblo”
(Saavedra, 52-53). Aunque la popularidad de Saavcdra con sus
tropas y las clases bajas fue en realidad un factor de su elección
como presidente, esa cualidad fue también un impedimento en su
trato con los otros miembros de la Junta, que temieron que pudiera
dar un golpe contra el gobierno. A pesar de estos temores, la Prime­
ra Junta representó un momento laudable, si bien breve, de intento
de consenso entre las élites porteñas en pugna. De todos modos,
como se verá en el próximo capítulo, de estas divisiones surgió un
prototipo de la política argentina así como el primer creador de
ficciones orientadoras en la Argentina: Mariano Moreno.

39
Capítulo 2

Mariano Moreno

De Mayo emergió el primer pensador importante de la identidad


nacional en la Argentina, Mariano Moreno, un hombre en quien se
reflejan las contradicciones de su época así com o las del país que él
ayudé a fundar. Tal como lo muestra la antología de la poesía
argentina compilada en 1824, LaU n í Argentina, d
no fallaron escritores, principalmente poetas, que compusieron
panegíricos a los líderes militares y a sus triunfos, llen os de alu­
siones c Imágenes clásicas. Pero de toda esa generación, Moreno
es de lejos el más original. Los historiadores liberales le han asig­
nado un alto rango en el panteón de héroes argentinos. Es típica la
siguiente cita de un panfleto de 1845 sobre José Rivera Indartc,
escrito por Bartolomé M ine, futuro general, político c historiador,
cuyo papel com o creador de ficciones orientadoras será estudiado
en un capítulo posterior:

Moreno fue en este momento supremo e l M iguel Á ngel de la


R evolución de Mayo, que aprovechándose del hecho con su ­
mado, com o de un magnífico trozo de mármol, le dio forma y
vida, y presentó a los ojos atónitos del pueblo una estatua en la
que lodos v ieron concretadas sus aspiraciones de independencia
y libertad. Firme en su propósito y fuerte por los m edios, en
pocos m eses de trabajo destruyó el antiguo ed ificio colonial
por m edio del pensamiento y de la acción, y echó los funda­
mentos de una sociedad nueva a la que dotó de instituciones
propias y de ideas esencialm ente dem ocráticas. ... Tales
ejem plos no son com unes en nuestra historia, pero se han
repetido más de una vez, y ellos por sí solos han impregnado
con su perfume todo el cam ino que hem os atravesado, y mucho

40
d d que nos resta aún por rccorrcr(Mitre, Obras Completas, 12,
380-3$ 1).

¿Quién era este ser tan elogiado? Su vida y escritos revelan a


un hombre complejo: fascinante, contradictorio y considerable­
mente menos santo de lo que sugiere Mitre.
Nacido en 1778 de padre español y madre criolla, Mariano
Moreno se crió en un estricto hogar católico caracterizado por la
inílcxibilidad moralista de la que Mariano daría muestras hasta su
muerte. En palabras de su hermano y biógrafo Manuel, “Yo no me
acuerdo haber visto una sola vez fiesta de convite o baile en nuestra
casa, ni tampoco la perniciosa ocupación del juego... Particular­
mente en este último punto era mi padre tan inexorable que jamás
concedió tiempo alguno a las cartas, ni aun por una simple diver­
sión" (Manuel Moreno, “Vida", en Memorias y Autobiografías, II,
27). Mariano asistió a los colegios del Rey y San Carlos en Buenos
Aires, donde recibió la mejor educación que la época y el lugar
permitían. Impresionados por su inteligencia, sus maestros, en su
mayoría clérigos, lo alentaron a entrar al sacerdocio, proyecto que
lo llevó a continuar sus estudios en el seminario de Chuquisaca,
ahora Sucre, Bolivia. La decisión se apoyaba asimismo en su
situación social de hijo de un funcionario sin medios de fortuna.
Como observa escuetamente su hermano Manuel, en la Argentina
colonial “los de un origen decente”, a diferencia de “los herederos
de una fortuna respetable”, sólo tenían dos carreras para elegir: el
sacerdocio “en que se reunía el honor con la pobreza” o las armas
“en que se juntaban la indigencia y la corrupción” (25). Sólo la
generosidad del Arzobispo de Buenos Aires le permitió a Moreno
completar sus estudios en Chuquisaca.
Delicado, tenso, de rasgos desfigurados por la viruela, Moreno
puso en sus estudios universitarios la pasión de una inteligencia
privada durante mucho tiempo de ideas nuevas. Fue en el seminario
donde porprimera vez se puso en contacto con autores del Iluminismo
como Montesquieu, Raynal, Voltaire, y su favorito, Rousseau.
Conceptos com o el de la pureza natural, el contrato social y la
soberanía del pueblo, encontraron un rico suelo en Mariano Moreno
(“Vida", III,40-44). Pero fue también en el seminario donde echaría
raíces la fe, que traía de su infancia, en una educación escolástica,
en gran medida tradicional, que glorificaba la autoridad y la verdad
absoluta. Estas dos corrientes, una iluminista y la otra autoritaria,
darían forma a todo lo que escribió Moreno en su vida. Es intcrc-

41
same observar que un posible compañero de estudios de Moreno fue
Tomás Manuel de Anchorcna, vástago de una de las familias
argentinas más ricas y más antiliberalcs, en quien la educación de
Chuquisaca no tuvo ningún efecto liberalizador. En palabras de un
biógrafo simpatizante, Julio Irazusta, Anchorcna en el mismo
medio “se volvió tan tradicionalista com o los españoles chapados
a la antigua, con verdadero odio hacia el maestro de anarquistas
[Rousseau]” (Irazusta, Tomás Manuel de Anchorcna, 11). Aunque
el Iluminismo no provocó una respuesta sim ilar en Moreno, su
asimilación de las ideas iluministas fue matizada. Aprendió la
retórica de los filósofos franceses, pero no dejó de ser un católico
devoto y particularmente autoritario hasta su muerte.
De acuerdo con su hermano Manuel, fue también en Bolivia
que en Mariano se despertó la intensa preocupación por la justicia,
en parte por ser testigo personal del maltrato dado a los indios en
Bolivia, así como por su conciencia de que eran los miembros más
encumbrados de la sociedad (sacerdotes, ju eces y propietarios) los
que más explotaban a los indios. Fruto de este interés fue un extenso
informe judicial titulado Disertación jurídica sobre el servicio
personal de los indios en generaly sobre el particular de Yanaconas
y Mitarios, en el que Moreno no sólo defiende a los indios sino que
también critica las leyes españolas respecto de las razas indígenas,
leyes que databan de 1542. Ya abogado, tuvo problemas en
Chuquisaca por sus críticas a la corrupción oficial, y se vio obligado
en 1805 a regresar a Buenos Aires, para entonces una ciudad con
40.000 habitantes, donde inició su actividad de escritor y político
(Manuel Moreno, “Vida”, 47-79). Participó en la lucha contra las
invasiones inglesas en 1806 y 1807. En enero de 1808, durante la
controversia a que dio lugar el remplazo de Cisneros por Liniers, el
supuestamente demócrata Moreno se puso de lado de los españoles
contra las fuerzas populistas conducidas por Liniers y Saavedra;
con ello pasó a ser uno de los dos únicos criollos en el nuevo
gobierno de dominante española. Su decisión de apoyar al bando
español indica su ambivalencia permanente respecto de la demo­
cracia: ésta era para Moreno un excelente ideal, en tanto no
incluyera a todo el mundo. N ueve m eses después abandonó a sus
amigos españoles y se inclinó por los comerciantes y terratenientes
pro-británicos, escribiendo en favor del libre com ercio con Gran
Bretaña y la extinción de los lazos com erciales existentes con
España. Después, apoyó al grupo patriota en et Cabildo Abierto que
llevó a los acontecimientos del 25 de M ayo de 1810, cuando Buenos

42
Aires, en nom bre de F em an d o V II, declaró su ind ep en d en cia d el
gobierno de C ádiz en Espada. M oren o fue nom brado Secretario de
la Primera Junta, pero su principal en em ig o , C o m elio Saavedra, fue
nombrado Presidente.
M oreno asum ió con en tu siasm o su n ueva función. Fundó y
redactó un p eriód ico, la G azeta Buenos , supervisó un
censo, hizo planes para u n a c sc u c la m ilitary una b iblioteca nacional,
ayudó a equipar tropas para hacer frente a lo s realistas, desbarató
una conspiración con traía Junta, tradujo y pub licó el Contrato Social
de R ousseau, m andó al e x ilio a lo s sostenedores del viejo gobierno
virreinal, n eg o ció b uenos acuerdos com erciales con lo s in g leses, y
promovió la form ación d e un con greso constituyente. Tam bién se
hizo de m u ch os en em ig o s, el m ás importante el presidente d e la
Junta, C o m elio Saavedra, patriota del viejo estilo que contaba con
amplio apoyo popular y que, co m o él m ism o lo cuenta en su breve
autobiografía, ya había em p ezad o a sosp echar de M oreno y de sus
amigos in telectu ales por su im p licación en la ejecución de Santiago
de Liniers (Saavedra, 3 5 -4 2 ).
M oreno y Saavedra no habrían podido ser m ás distintos.
Mientras que M oreno d escon fiab a de los cau d illos provinciales,
Saavedra h izo todo lo p osib le por atraerlos a la junta gobernante,
que pasó a ser una asam blea, llam ada Junta Grande. Tam bién alentó
a los autonom istas d el interior prom oviendo la form ación de juntas
provinciales. A fin es de 1810, M oreno y sus seguidores trataron de
tomar el control d e las fuerzas m ilitares de B u en os A ires, privando
así a Saavedra d e su principal apoyo. Pero lo s hom bres de armas
siguieron leales a Saavedra, obligando a M oreno a renunciar a su
secretariado y em barcarse para Inglaterra, donde confiaba con
obtener apoyo para sus planes (R ock, Argentina, 79-83). M urió en
latravesía, de una fiebre m isteriosa, que según rumores puede haber
sido resultado de un en venenam iento. A l enterarse de su entierro en
el mar, se d ice que Saavedra com entó: “S e necesitaba tanta agua
para apagar tanto fu eg o ” .

Entre lo s escritos de M oreno hay inform es legales, discursos,


artículos p eriodísticos, el prólogo de su traducción del Contrato
Social de R ousseau, d ecretos, cartas, una prolongada defensa del
libre com ercio con Inglaterra, y un p olém ico tratado político,
escrito hacia e l final de su carrera, donde esboza un programa para
ganar la revolución, gobernar el país y extenderse al resto de
Sudamérica. Su prosa revela al m en os dos M orenos; el primero es

43
un heredero del Ilum inism o que d efien d e la libertad de expresión,
el libre com ercio, el sentido com ún, la \o x , la libertad, la
igualdad y la felicidad, vale decir la tem ática com ú n de todo escritor
iluminista, y material en el que lo s autores d e libros escolares
argentinos han encontrado m ucho que cita ren elo g io de la libertad,
la razón, y por supuesto, M oreno. El segu nd o M oreno es una
temible figura autoritaria, que hace pensar en M aquiavelo, en el
Gran Inquisidor y en los jacob in os franceses. Sobre el segundo
Moreno los historiadores liberales tienen p oco que decir, de hecho,
y como es el caso de Mitre, citado al co m ien zo de este capítulo,
tratan porlocomúndeocultarlanaturalezacomplejaycontradictoria
de Moreno tras una nube de incienso retórico tan cegador hoy como
en su época.
Ambos Morenos son visibles en prácticam ente todo lo que
escribió, aunque el segundo se vu elve predom inante en sus obras
tardías. Por ejemplo en un ensayo ju ven il, “Sobre la libertad de
escribir”, Moreno elogia a la opinión pública com o m edio confiable
para llegar a la verdad, y afirma que el mejor m odo de lidiar con los
males sociales es “el dar ensanche y libertad a lo s escritores
públicos para que las atacasen a viva fuerza y sin compasión
alguna” (Mariano Moreno, Escritos, 237). Pero a continuación, en
una maravillosa contradicción, afirma que “los pueblos yacerán en
el embrutecimiento más vergonzoso, si no se da una absoluta
franquicia y libertad para hablar de todo asunto que no se oponga en
modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta religión y a
las determinaciones del gobierno” (238). En una palabra, todo
puede ser discutido, siempre que no sean la religión ni el gobierno.
El problema aquí es que Moreno, con toda su retórica iluminista,
nunca abandonó el concepto escolástico de una verdad divina
preexistente esperando ser revelada. A sus ojos la libertad de
expresión no es un camino a nuevas verdades por m edio de la
observación compartida, la razón, la discusión y el análisis; antes
bien, es un conducto por el que la verdad preestablecida puede pasar
de los pocos ilustrados a los m uchos bcncfifciados. Más adelante en
el mismo ensayo nos dice que “la verdad, com o la virtud, tienen en
sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y
ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo” (239). Esto
equivale a decir que, ya que la verdad y toda defensa de la verdad
existen previamente a cualquier discusión, las ideas verdaderas
deben ser aceptadas en su pureza primitiva antes que cuestionadas,
revisadas y vueltas a cuestionar. M ás aún, en frases que recuerdan

44
duramente el concepto agustino de pecado original, Moreno afirma
que la insistencia a la verdad se deriva del egoísmo y el orgullo, los
grandes pecados que ocasionaion la Caída; en palabras de Moreno;
“seamos, una v e /, menos partidarios de nuestras envejecidas opi­
niones; tengamos menos amor propio; dése acceso a la verdad y a
la introducción de las luces y de la ilustración" (2.10), Todo lo cual
lleva a pivguntarse quién, según Moreno, determinará curtí es la
ventad, para impartir iluminación a las almas inferiores hundidas
en el egoísmo y el prejuicio,
Una respuesta a esta pregunta se puede encontraren un texto
hivve llamado “ Inundación de La </e Aln<s'\ que
escribió para el primer número del periódico oficial de la junta
revolucionaria. Para M oreno, el objeto fundamental del órgano de
prensa es ser una tribuna de expresión de los “hombres ilustrados
que sostengan y dirijan el patriotismo y la fidelidad", Mrts adelante
afirma que la necesidad de una dirección ilustrada “nunca es mayor
que cuando el choque de las opiniones pudiera envolveren tinieblas
aquellos principios que los grandes talentos pueden únicamente
reducir a su primitiva claridad" ( , 228), fin resumen, el
patriotismo debe sercanall/.ado poruña élite de hombres ilust rudos,
los únicos que pueden conducir a las masas hacia la verdad y la
libertad. ¿Y cóm o elegir a estos hombres ilustrados? ¿Por nom ­
bramiento, autonomhramiento, nacimiento? Son preguntas que
Moreno deja sin respuesta. También es interesante que Insista en
que la verdad es la reposición de valores primitivos, anles que el
descubrimiento de algo previamente ignorado, ¿Pero dónde se
obtendrá esa vendad? ¿Es el conocim iento privilegiado de una clase
saecreiotal? ¿Es el supuesto retomo de la Contrarreforma al Cris­
tianismo primitivo? ¿O bien Moreno estrt haciendo una referencia
oblicua a las sociedades m íticas de Rousseau, donde el hombre
primitivo vivía en una pureza no mancillada? Una vez mrts, Moreno
deja suspendidos los interrogantes.
Por últim o, Moreno muestra una manifiesta incomodidad ante
la idea, fundamental en el llum inism o, de que opiniones diferentes
pueden coexistir en una sociedad pluralista, Según su perspectiva,
el “choque de las opiniones“ no es un paso necesario bada el
consenso y la acom odación, sino un verdadero peligro que “ pudiera
envolveren tinieblas" a la ventad primitiva, Una vez mrts, pese a su
uso liberal de térm inos popularizados por el llumnrismtv el
autoritarismo y absolutismo del seminario son muditxptrts VIsibKxy
aquí que cualquier aprecio auténtico por la sociedad ultüiallsta
anhelada por los mejores pensadores de las L u ces. Su lengua nativa
puede haber contribuido a su p oco éxito en la comprensión del
pluralismo. En castellano, no hay una palabra que pueda equivaler
sin paráfrasis al término inglés to en el que la capa­
cidad de partidos disidentes de llegar a un con sen so mediante la
negociación es vista com o un valor p ositivo. Los equivalentes más
próximos en castellano son ceder, comprometerse o transigir, todos
los cuales sugieren más un abandono de lo s principios que un
principio de negociación.
N i siquiera Rousseau, confesado íd olo intelectual de More­
no, se salva del autoritarismo de éste. En e l prólogo a su traduc­
ción de amplias porciones del Contrato Social, M oreno predice que
Rousseau “será el asombro de todas las ed ad es”, y que poner su li­
bro al alcance de los argentinos es parte necesaria de la educación
del pueblo ( Escritos,3 79). Antes, en el m ism o ensayo, declara qu
la educación es vital en las sociedades libres ya que “si los pueblos
no se ilustran... será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin
destruir la tiranía” (377). A sí habla el ilum inista M oreno. Pero no
ha terminado de elogiar a Rousseau y a la educación, cuando se
vuelve contra ambos al anunciar que “com o el autor tuvo la
desgracia de delirar en materias religiosas, suprimo el capítulo y
principales pasajes donde ha tratado de ellas” (381-382), cosa que
hizo en realidad. Una vez más, el escolasticism o resultó más fuerte
que las Luces. Para Moreno, aun su mentor R ousseau debe ser
censurado cuando se sale del camino de las verdades establecidas.
Pese a los intentos de Mariano Moreno de purificar a R ousseau, un
miembro del clero por lo menos, Juan José María del Patrocinio,
lo condenó vigorosamente por propagar “la infernal doctrina (y)
pestilencial veneno” del Contrato Social (citado en R uiz Guiña-
zú, Saavedra, 162-163).
Pero Moreno no se agota en la teoría. Apenas nueve meses
después de haberse puesto del lado de los españoles en la sustitución
de Liniers, cambió de aliados políticos escribiendo una larga
defensa del libre com ercio y una fuerte crítica al mercantilismo
español. El texto en cuestión es conocido com o Representación de
los hacendados, abreviatura de su extenso título original: Repre­
sentación a nombre del apoderado de los hacendados de las
campañas del Río de la Plata dirigida al excelentísimo Señor Virrey
don Baltasar Hidalgo de Cisneros en el expediente promovido
sobre proporcionar ingresos al erario p o r medio de un franco
comercio con la nación inglesa. D os puntos nos llaman la atención

46
en este título. Primero, Moreno sugiere inocentemente que el único
problema entre manos es aumentar los ingresos fiscales para el
necesitado gobierno de Cisneros. Segundo, en el sistema legal
español todos los documentos que constituyen un caso particular se
reúnen en un escrito llamado expediente, que puede incluir docu­
mentos de fuentes diversas. Las repeticiones y digresiones de la
Representación sugieren que tal fue el caso aquí. José Pablo
Fcinmann llega a suponer que Manuel Bclgrano, Alexander
Mackinnon, un comerciante inglés, y quizás incluso Lord Strangford,
representante inglés ante la Corte de Brasil, contribuyeron con
partes del texto a la Representación (Feinmann, Filosofía, 22-23).
La ocasión de la Representación fue la llegada, el 16 de agosto de
1809, de barcos mercantes ingleses enviados para abrir Buenos
Aircs al comercio, o mejor dicho, para restablecer los contactos
comerciales que los británicos habían tenido bajo Liniers pero
ahora estaban bajo ataque por el gobierno pro-Cádiz de Cisneros
(Fems, 67-70). La actitud del Foreign Office fue en primer lugar
política, ya que las mercaderías inglesas de todos modos no te­
nían problemas en ingresar a Buenos Aires gracias a la madura
red de contrabandistas. En una palabra, los barcos ingleses se
proponían principalmente desafiar el monopolio legal que el go­
bierno de Cádiz seguía arrogándose sobre las colonias. Los ingleses
endulzaron su propuesta ofreciendo pagar impuestos de impor­
tación al indigente gobierno de Cisneros, repitiendo un arreglo que
ya habían hecho con el gobierno portugués en el exilio en Río.
Como Cisneros necesitaba el dinero pero no quería ofender al
gobierno de Cádiz, tuvo la astucia de pedir la opinión del consulado
español.
La respuesta del consulado español, escrita por Manuel Grego­
rio Yañiz, esbozaba una postura proteccionista cuyos puntos prin­
cipales se volverían moneda corriente en el posterior pensamiento
nacionalista y populista. Yañiz presentaba dos principales objecio­
nes al libre comercio con Inglaterra. Primero, afirma que mediante
un aumento de su presencia comercial los ingleses tendrán “una
exagerada injerencia... en los asuntos de la colonia”, comprome­
tiendo de ese modo la autoridad del gobierno local (Feinmann, 21).
Segundo, mantiene que si bien las mercaderías inglesas pueden ser
más baratas que las producidas en el país, su efecto final sería
arruinar la indusiria local. “Sería temeridad”, escribe, “querer
equilibrarla industria americana con la in glesa... por consiguiente
arruinarán enteramente nuestras fábricas y reducirán a la indigencia

47
a una multitud innumerable de hom bros y m u jeres q ue se mantienen
con sus hilados y tejidos” (citado en F einm ann, 21 ). Posteriormente
M iguel Fernández de A güero redactó una op in ión concurrente,
destacando más aún la necesidad de proteger la industria local.
Aunque Yañiz y Agüero tenían por interés prim ordial proteger los
privilegios com erciales de España, sus argum entos en favor de la
industria local tenían considerable p eso d e verdad. En razón de
que España nunca había llegado a ser una p oten cia industrial, el
virreinato era en gran medida au tosu ficien te en m u ch os de los
bienes que Inglaterra quena que la A rgentina importara: indu­
mentaria, telas, zapatos, m uebles. A d em ás, el b ien estar económ i­
co de buena parte de las p rovincias d ep en día d e su capacidad de
fabricar bienes para los m ercados lo c a le s, d e lo s cu ales Buenos
Aires era el más grande.
En respuesta al consulado, un grupo de terratenientes porteños
Oos hacendados) y com erciantes criollos pro b ritánicos, encom en­
daron a Mariano M oreno que presentase el punto d e vista d el sector
en la Representación, de la que fue redactor y principal autor. Se­
gún su hermano M anuel, Mariano M oreno fu e “un am igo decidido
de Inglaterra mientras v iv ió ” (M anuel M oreno, II, 8). D e m odo que
no perdió tiempo en decirle a C isneros, y m ás de una v ez , que el libre
com ercio con los in gleses no sólo traería prosperidad a la nación,
sino que lo s im puestos pagados por las im portaciones llenarían las
arcas fiscales, por el m om ento peligrosam ente vacías. D ic e que las
mercaderías inglesas ya entran al país a pesar d e “ le y e s y reiteradas
prohibiciones”, privando así al tesoro de im p u estos que cobraría de
otro m odo, y a continuación sugiere que la leg a liz a ció n d e ese
com ercio no sólo enriquecerá al gobierno sin o tam bién irá en
consonancia con la “le y de la necesidad ” e n la que se basa toda
econom ía ( scrito, 105-109). S ostien e adem ás que un contacto
E
m ayor con Gran Bretaña aumentará las ganancias agrícolas d e la
Argentina al tiem po que le dará acceso a las m anufacturas in glesas,
baratas y de alta calidad (1 2 0 -1 2 3 ). D e h ech o, afirm a q u e la Ar­
gentina en cierto sentido se m erece el com ercio co n Inglaterra, que
la gente ex itosa y d e buen gu sto n o debería quedar reducida a las
lim itaciones d el artesanado local:

U n país que em p ieza a prosperar n o p uede ser privado de los


m u eb les exq u isitos que lison jean e l b u en g u sto, que aumentan
el con sum o. Si nuestros artistas supieran h acerlos tan buenos,
deberían ser p referid os... ¿Será ju sto q u e se prive comprar un

48
buen m ueble sólo porque nuestros artistas no han querido
contraerse a trabajarlo bien? (217).

Con un cauto circunloquio, Moreno afirma que las clases


consumidoras en la Argentina se merecen lo mejor. Sugiere entre
líneas que los m uebles argentinos no son tan buenos com o su
contrapartida in glesa sim plem ente porque los obreros argentinos
no han tenido la suficiente diligencia. Los publicitarios y anti­
sindicalistas actuales no lo habrían hecho mejor.
En respuesta a la afirmación del consulado de que las impor­
taciones arruinarían la industri a local, Moreno muestra una com ple­
ta indiferencia a las necesidades del interior, actitud arrogante que
era la de m uchos porteños y una de las causas principales de las
divisiones d el país. A ntes bien, afirma que el com ercio es mucho
más que la industria; a ésta le suma la compra, el transporte, la venta,
la reparación y muchas cosas más, todas las cuales crecerían
aumentando las importaciones (180-184). Si bien esto es cierto,
Moreno no m enciona que tales actividades en su gran parte sólo
beneficiarían a la clase comerciante porteña. Insiste en que la
industria local podría “adquirir por imitación la perfección en el
arte” al tener que com petir con la industria inglesa, y con ingenio
sugiere que, aun si las mercaderías inglesas estuvieran disponibles
en cantidad, las provincias seguirían consumiendo productos de
fabricación local dados los gustos poco formados de los provincia­
nos (191-192). El punto más revelador de Moreno, sin embargo,
responde al argumento del consulado de que la apertura del co­
mercio con Inglaterra llevaría a una pérdida del control local.
Asegura que lo s in gleses “mirarán siempre con respeto -a los
vencedores” que resistieron a la invasión en 1807, y que el comer­
cio sería el único interés de Gran Bretaña— un argumento que pasa
por alto el hecho de que por su mera presencia los ingleses ya
estaban influyendo en la política local (193).
La Representación puede leerse al m enos de dos modos dis­
tintos. En un sentido, constituye una repetición poco notable de la
lección económ ica de Smith, Quesnay y, por supuesto, Gaspar
Melchor de Jovellanos, a quien Moreno cita con gusto, ya que en
ese momento era presidente de la junta gobernante en Cádiz y en
consecuencia el superior del consulado. En este sentido, la Repre­
sentación no es original ni especialm ente argentina. En otro sen­
tido, empero, la Representación revela actitudes indicativas de un
trágico error: el giro de Buenos Aires hacia Europa y su virtual

49
desinterés por las necesidades económ icas del interior. De la
Representación en adelante, los impuestos por importaciones y
exportaciones los cobraría Buenos Aires; los artesanos del interior
se extinguirían; y cuando el interior, con todo derecho, protestase
contra estas medidas, Buenos Aires respondería con cañones. En
este sentido la Representación marca el com ienzo de una política de
enriquecimiento de Buenos Aires a expensas del interior, a la vez
que le niega a éste los medios para su propio crecim iento y progreso.
En palabras de Juan Bautista Alberdi, uno de los más distinguidos
pensadores argentinos, cuya obra será considerada en un capítulo
posterior de este libro:

Moreno es el representante del espíritu de la revolución de


mayo; esto es exacto, estando al sentido con que Buenos Aires
ha entendido y desarrollado la revolución de m ayo, a saber:
destrucción y desconocim iento... de toda autoridad soberana
de fuera o dentro; predominio provincial de Buenos Aires
sobre toda la nación, primero en nombre de Fem ando VII,
después en nombre de la nación A rgentina;... aislamiento del
puerto que hace el tráfico de todas las provincias para quedarse
solo con la renta de las provincias. ( y pequeños
hombres, 93)

Esta política provocó sesenta años de guerras en las que


murieron miles de hombres. También creó un profundo y duradero
rencor que persiste aun hoy.
Cerca del fin de su período como Secretario de la Junta,
Moreno, quizá comisionado por la Junta, escribió su documento
político y económico más controvertido, un proyecto secreto titu­
lado “Plan de las operaciones que el gobierno provisional de las
Provincias del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar
la grande obra de nuestra libertad e independencia”. El Plan no fue
publicado en vida de Mariano Moreno, probablemente porque, por
razones que veremos, no estaba pensado para que circulara sin
restricciones. Aun así, al parecer varios de sus contemporáneos
sabían de la existencia del Plan, y, com o observa R uiz Guiñazú,
hacen referencia a él ( í ,16). El Plan salió a luz cuando un
pifan
E
copia manuscrita, acompañada por una declaración según la cual
Mariano Moreno había escrito el original, fue descubierta en el
Archivo General de Indias en Sevilla, alrededor de 1890. Norberto
Piñcro obtuvo una copia de esta copia, e in cluyó el Plan en su

50
colecciónele escritos de Moreno de 1895 (edición que usamos aquí).
Esta primera publicación del Plan causó de inmediato una conmoción,
yaque de sus páginas Moreno emerge como un pensador radicalizado
que no sólo e s inteligente, previsor y original, sino también
impiadosa, sanguinario y un tanto loco. Esta cara de Moreno era tan
diferente de la que había dibujado la Historia Oficial, que los
historiadores liberales cuestionaron la autenticidad del Plan desde
el primer m om ento. Aunque hoy día la autenticidad del documento
es aceptadaen general, algunos historiadores, por motivos estudiados
más adelante, siguen insistiendo en que es apócrifo. En mi discusión
del Plan examinaré primero sus puntos más importantes, y después
pasaré revista al debate sobre su autenticidad.
Como un poem a épico, el Plan comienza con una invocación,
no a la s M usas sino a George Washington: “¿Dónde están, noble y
grande W ashington, las lecciones de tu política? ¿Dónde las reglas
laboriosas de la arquitectura de tu grande obra? Tus principios y tu
régimen serían capaces de conducimos, proporcionándonos tus
luces, aconseguirlos fines que nos hemospropuesto” (£scm<95',456).
Pero lo que M oreno tiene en mente se acerca más a Maquiavelo y
Robespierre que a Washington. Desde el comienzo declara que la
Junta debe reprimir sin piedad a los disidentes: “La moderación
fuera de tiempo no es cordura; jamás, en ningún tiempo de revolución,
se vio adoptada por lo s gobernantes la moderación ni la tolerancia;
el menor pensam iento de un hombre que sea contrario a un nuevo
sistema, es un delito por la influencia y por el estrago que puede
causar con su ejem plo, y su castigo es irremediable” (458). Para
evitar la posibilidad de duda concerniente al tipo de castigo, agrega
que “los cim ientos de una nueva república nunca se han cimentado
sino con el rigor y el castigo, mezclados con la sangre derramada de
aquellos m iembros que pudieran impedir sus progresos” (458-459).
Más adelante afirma la necesidad de la violencia y d crimen,
diciendo que “no debe escandalizar el sentido de m is ve ces, de
cortar cabezas y verter gre, y sacrificar a toda c
san
cuando tengan sem ejanza con las costumbres de los antropófagos y
caribes... N ingún estado envejecido o provincias pueden regene­
rarse, ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de
sangre” (467).
En previsión de que alguien cuestionara su autoridad, Moreno
deja de lado la razón y recurre a la profecía: M e puse en manos de
la Providencia, a fin de que dirigiese mis conocimientos acerca de
la causa m ás justa y más santa” (464). La razón queda en segundo

51
plano; en este punto, Moreno es profótico. S ea com o fuere, a los
potenciales disidentes se les advierte que "las m áxim as que realizan
este Han son, no digo las cínicas practicables, sino las mejores y más
admisibles, en cuanto se encaminan al desem peño y gloria de la lid
en que estamos tan empeñados" (465). C oncluye la introducción
atronando que cuando la Constitución, en esc m om ento todavía no
escrita, "afiance a todos el goce legítim o de los derechos de la
verdadera libertad, sin consentir abusos, entonces resolverá el
Estado americano el verdadero y grande problema del contrato
social" (468). En una palabra, M oreno resum e la posición contra­
dictoria de establecer la paz m ediante el terror, la democracia
mediante la represión, la libertad mediante la coerción.
¿Dónde está el origen de la fascinación d e M oreno por el
terror? Los historiadores liberales argentinos, siem pre a la busca de
raíces europeas, lo han atribuido a su “jacob in ism o”. S e destaca en
este sentido José Ingenieros, brillante escritor cu yo estudio en dos
volúm enes, publicado en 1918, Evolución de las ideas ,
sigue siendo una obra útil, a pesar de lo s pronunciados prejuicios del
autor. Como lo señala José Pablo Feinmann ( , 4 9 ), Inge­
nieros se deleita especialmente en hacer una analogía entre el elenco
de personajes del período revolucionario en la Argentina y la
R evolución Francesa. En este esquema, lo s m orenistas son los
jacobinos, lo s saavedristas son los , y la Primera Junta es
e l Directorio (Ingenieros, 1 ,9 9 -1 1 0 ,1 2 7 -1 3 5 ).
Si bien no puede negarse una sem ejanza d e M oreno con
Robespierre y los jacobinos franceses, su retórica es decididam ente
de otro origen: las Cruzadas, la Inquisición y la Contrarreforma. La
proximidad de M oreno con los elem entos m ás regresivos d e la
historia católica se hace evidente sobre todo en lo s pasajes q ue
acabam os de citar. M ediante la violen cia y la muerte (ya sea en una
Guerra Santa o en un Estado sancionado por D io s, d el que M oreno
d ice ser e l profeta), la tierra es lavada con sangre d e la iniquidad, los
en em ig o s mueren, y la revolución se consum e. L u ego, mediante la
enunciación d e las palabras correspondientes, en una C onstitución
m ejor que en un decreto d e ab solu ción , se reinsiituye el estado de
in o cen cia d el prim itivo Contrato S ocial. L a elim in ación de los
“en em ig o s” fu e en lo s h ech os una de las principales actividades de
laPrim era Junta, hasta que C om elio Saavedra cu estion ó laprudencia
de p resuponerla culpa en base a d enuncias anónim as (Saavedra, 58-
6 0 ). D isgustado por este llam ado a la razón, M oreno renovó sus
esfu erzo s por desacreditar al p residente de la Junta.

52
Para id en tificar a lo s e n e m ig o s, M oren o recom ien d a estab le­
cer una p o licía secreta: “En la cap ital c o m o e n todos lo s p ueblos,
a proporción d e su ex ten sió n [el gob ierno d eb e] conservar unos
espías, n o d e lo s d e prim er ni segu n d o orden, en talento y cir­
cunstancias, pero d e u na ad h esión co n o cid a a la cau sa” (4 7 3 ). U na
vez que esto s esp ía s estén en su s p u estos, d eb en denunciar a todos
los en em ig o s d el gob iern o, reales o só lo so sp ec h o so s. M ás aún:
según M oreno, siem p re d eb e tom arse en serio la inform ación d e un
espía: “L a m ás m era so sp ec h a d en un ciad a por un patriota contra
cualquier in d ivid u o d e lo s que presentan un carácter en em ig o d eb e
ser o íd a ... para q ue e l d en un cian te n o en erve e l c e lo en su co m isió n ”
(475-476). A q u í resuena su co n sejo anteriorde que con lo s en em ig o s
“debe observar e l G ob iern o una con d ucta m u y distinta, y es la m ás
cruel y sa n g u in a ria ... la m en or sem iprueba d e h ech o s, palabras,
etcétera, contra la cau sa, d eb e castigarse co n la pena cap ital” (4 7 2 -
473).
E l tem or a lo s en e m ig o s tam b ién lo lle v a a recom endar q ue
el Estado o p ere en ab solu to secreto. A este fin acon seja q u e e l
gobierno sea “ s ile n c io s o y reservado co n el p úb lico, sin q ue
nuestros e n e m ig o s, n i aun la parte sana d e l p u eb lo, lle g u e n a
com prender nada d e su s op eracion es” (4 7 0 ). M ás adelante acon seja
que “el núm ero d e G acetas q ue hayan d e im prim irse sea m u y e s c a ­
so, de lo que resu lte q ue sien d o su núm ero m u y corto podrán
extenderse m en o s, tanto en lo interior d e nuestras p rovin cias, c o m o
fuera de ella s, n o d eb ién d ose dar cu id ad o algu n o al G ob iern o q ue
nuestros e n e m ig o s repitan y contradigan e n sus p eriód icos lo
contrario” (4 7 7 ). D e sp u é s, este hom bre q ue en otra ép o ca h abía
elogiado el libre in tercam b io d e id eas, p roclam a q ue n o s e perm itirá
la circulación d e n in gú n p eriód ico crítico al gob ierno (4 7 7 ). E l
secreto tam b ién m o tiv a una extrem a so sp ec h a resp ecto d e lo s
extranjeros, q u e e n su o p in ió n deberían ser e x ilia d o s a las Islas
M alvinas, a la fría y d esierta P atagonia, “y d em ás d estin os q u e s e
hallase por c o n v e n ie n te ”, si e s q u e “n o han d ad o alguna prueba d e
adhesión a la c a u sa ” (4 9 9 ).
El Plan tam b ién d iscu te la p o lítica e c o n ó m ic a , pero e n térm i­
nos claram ente d istin to s a lo s d e la R epresentación v isto s antes; d e
hecho, e l go b iern o om n ip resen te q u e v e m o s en e l Plan n o tien e nada
en com ún c o n la m an o in v is ib le q u e era e lo g ia d a en la R epresen­
tación. El n u e v o orden ec o n ó m ic o d e M oren o tal c o m o e s exp u esto
en el Plan se resu m e en una frase que an ticipa e l cá lcu lo h ed ó n ico
de Bcntham : “E l m ejor g o b ier n o ”, afirm a, “e s aquel que h a ce fe liz

53
mayor número de individuos”. A partir d e esto afirma que “las
fortunas agigantadas en pocos in d ivid u os... n o sólo son perniciosas
sino que sirven de ruina a la sociedad c iv il” (519). Por lo tanto,
recom ienda que el E stado in ic ie una p o lític a agresiva de
redistribución de la riqueza, de lo s ricos a los pobres. Los primeros
en perder su propiedad serán lo s “en em ig o s” (4 9 8-499), seguidos
por todos aquellos que aju icio del Estado tengan demasiado: “Que
hayan de descontarse cinco o seis m il individuos, resulta que como
recaen las ventajas en ochenta o cien m il habitantes, ni la opinión del
gobierno claudicaría ni perdería nada en el con cepto público” (521).
Pero, com o le preocupa que la riqueza así adquirida pueda corrom­
per a sus beneficiados, agrega sin demora que el Estado, como un
buen pastor, deberá impedir que se propague “e l ocio, y dirigién­
dolos ala virtud” (522). El desprecio de M oreno por los ricos puede
haber nacido de la actividad de com erciantes com o Tomás de
Anchorena y Juan Pedro Aguirre, que obtuvieron altas sumas de
dinero del movimiento revolucionario mediante la usura y los altos
intereses (Sebreli, Apogeo, 97-101).
Su plan económico incluye también lacreación de una comisión
estatal para supervisar todas las ventas, impedir la concentración de
riqueza, cerrar la exportación de bienes necesarios en el país y
controlar todas las importaciones, especialm ente de los productos
que “com o un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil”
(523). Moreno quiere especialmente una nación autosuficiente “sin
necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la
conservación de sus habitantes” (522-523). R econ oce de todos
m odos que el comercio extem o es necesario aun si eso significa que
la Argentina deba “sufrir algunas extorsiones”, al parecer una
referencia a las ganancias extranjeras (508-509). D e todos m odos,
Moreno recomienda precaución, especialmente con Inglaterra, que
a sus ojos es “una de las más intrigantes de todas las naciones” (532).
Moreno equilibraba esta suspicacia hacia la Gran Bretaña con una
peculiar admiración; Inglaterra podía ser la más hipócrita de todas
las naciones, pero era también la nación que Moreno prefería como
aliado comercial y político. Cuando se vio obligado a renunciar, de
inmediato se embarcó con rumbo a Inglaterra para pedir apoyo para
sus planes.
Tan ambiciosas com o sus propuestas económ icas son sus
previsoras recomendaciones en el cam po de la política exterior. Lo
que com ienza com o un plan practicable para sofocar una rebelión
local en el Uruguay termina com o una m agna estrategia para liberar

54
a toda Sudamérica del dominio español y portugués, desmembrar el
Brasil y dividirse el territorio conquistado entre la Argentina y Gran
Bretaña (535-551). Los métodos de Moreno para realizar este
proyecto no tienen nada que envidiarle a Maquiavclo. Confiesa
abiertamente que promover la gesta de Mayo en nombre de Femando
fue una farsa perpetrada para unir a criollos de toda ideología contra
España, y poder iniciar la liberación de toda Sudamérica y su
subsiguiente división entre el Estado de Moreno y los ingleses. Con
este fin recomienda algunos trucos (cartas falsas, dcsinformación,
etcétera) para sembrar la discordia, dividir lealtades, difundir la
rebelión popular y fom entarlas guerras civiles en el Uruguay y el
Brasil. Después de que las tierras ambicionadas se hundan en la
guerra civil, deberán emplearse lácticas similares para sembrar la
enemistad entre Inglaterra y Portugal. Cuando sea posible la toma
de esos territorios, y los in gleses hayan sacado del cuadro a los
portugueses, Moreno urge a la Junta de Buenos Aires a entrar en
“tratados secretos con la Inglaterra” para repartirse los territorios
conquistados (535). Está convencido de que los habitantes de
Uruguay y Brasil saludarán a los invasores argentinos e ingleses con
los brazos abiertos, al m enos una vez que comprendan “la felicidad,
libertad, igualdad y benevolencia del nuevo sistem a” (540), fantasía
tan lunática com o su aparente creencia de que los in gleses dividi­
rían de buena gana un botín territorial con un “Estado” que por el
momento no tenía nombre, fronteras, ni gobierno permanente, ni
ejército institucional, ni armada, ni infraestructura, y ni siquiera una
base económ ica establecida.
¿Qué pensar del Plan de M oreno? A primera vista, parece tan
completamente disociado de la realidad que m uchos lo han hecho
a un lado com pletamente, sin tomarlo en serio. Otro m odo de
olvidarse del Plan, potcncialm ente más inconducente, es h acérselas
preguntas erróneas: ¿la obsesión con los “en em igos” revela la
paranoia de Moreno? Sin duda. ¿Sufría delirios de grandeza?
Obviamente. ¿Propuso el derramamiento de sangre, el terrorismo y
la intriga? Con toda seguridad. Pero, para determinar la importancia
real del Plan, una pregunta más adecuada podría ser: ¿El Plan señala
o anticipa alguna corriente en las ficcion es orientadoras argentinas,
por entonces em ergentes, que haya que tom aren serio, a pesar de su
naturaleza extremada? V isto bajo esta luz, el Plan es quizás e l
documento más sign ificativo de M ayo.
Como hacedor de m itologías nacionales, M oreno legó al
discurso argentino un concepto del mal observable aún h oy en

55
muchas de las ficciones orientadoras que operan en la Argentina.
Estas ficciones orientadoras descansan en alguna m edida sobre el
sentido del mal que tenía Moreno; heredero d e la teología cristiana,
Moreno define al mal com o la ausencia del bien. El mal para
Moreno es algo que es m enos bueno de lo q ue podría ser. Como tal,
al mal se lo derrota negándole espacio en el bien. El sentido del mal
de Moreno no admite términos m edios, ningún espacio donde
“bueno” y “malo” se mezclen con “p osib le” y “am biguo”. Dada esta
definición, es lógico que M oreno viera un en em igo en cualquiera
que no estuviera totalmente com prom etido con la causa — tal y
como la define Moreno. Su mundo está p oblado por patriotas que
le dan la razón, y traidores que no. Y com o el m al sólo puede ser
combatido negándole espacio en lo bueno, M oreno v e sólo un
modo de vérselas con los enem igos: elim inarlos mediante la
muerte o el exilio, idea que abre la puerta a la peor clase de represión.
Es interesante observar que Moreno plantea su terrorismo en un
tono particularmente tímido, en tanto reconoce que las naciones
civilizadas no recurren al espionaje a sus ciudadanos, ni al fusila­
miento por la mera posibilidad de traición, ni a cortar cabezas ni a
regar el suelo con sangre. Pero en última instancia la suya es una
apología de la violencia que, aunque deplorable, considera inevi­
table para la salvación del país. En una palabra, el mal y su
encamación en los “enemigos” deben ser extirpados mediante una
cirugía radical, como único medio para restaurarla salud del cuerpo
político.
La supervivencia de tales ficciones orientadoras en la Argen­
tina puede advertirse en distintos movim ientos posteriores a Mo­
reno, algunos relativamente inocuos y otros funestos. Por ejemplo,
en otras sociedades occidentales y modernas, la palabra jntransi^
gentia_sugiere dogmatismo y rigidez. En cam bio, en la Argentina
instrunsigcncia se entjende gomo principismo, moralidad y una
defensa purista de la verdad. Es decir, connota posturas tan correctas,
tan puras, tan ortodoxas que cualquier transacción queda excluida
por principio. En eso, me parece que hay ecos de la rigidez e
intolerancia de Moreno, para quien la negociación se vuelve trai­
ción, y el consenso colaboración con el enem igo. M il veces peores
la construcción que hace Moreno de sus enem igos. El Plan sugiere
que en un momento de crisis cualquier persona que esté en desacuerdo
con la causa es un enem igo que merece los peores casügos. Tal
sugerencia es funesta: se proclama una crisis y todo es permitido. La
crisis lo justifica todo.

56
Moreno también anticipó la función del Estado en la Argen­
tina, donde en tiempos modernos ha intervenido constantemente en
el trabajo y el com ercio, haciendo de la Argentina la economía más
sohrcrregulada y sobregobemada del mundo capitalista. Sin llegar
a constituir un auténtico socialismo, la intromisión estatal en la
economía ha producido tal fárrago de regulaciones, subsidios
industriales, protección de empleos, derechos del trabajo, precios
controlados, tasas artificiales, industrias estatales, que la economía
terminó paralizada. Lajuslificación para tanta intervención resuena
en el deseo de Moreno de domesticar el capitalismo en nombre de
una igualdad forzosa.
Dadas las posiciones extremistas del Plan y la imagen tan
diferente de Moreno que puede inducir en el lector moderno,
algunos de los apologistas liberales del prócer han intentado,
comprensiblemente, demostrar que el documento es apócrifo. De
hecho, la controversia que rodea la autenticidad del Plan es casi tan
interesante com o el Plan mismo. Cuando apareció en 1895 la
antología de Piñero, Paul Groussac, un profesor malhumorado, de
origen francés, que vivía en Buenos Aires e hizo toda una carrera
denigrando casi todo lo argentino, dedicó un número entero de
Biblioteca, revista que dirigía, para desenmascarar al Plan como
obra de alguien que, si no era “un mistificador o un demente, tenía
un alma de malvado aparcada a una inteligencia de imbécil”
(Groussac, “El Plan de Moreno”, 145). Aunque Piñero respondió
bien a la invectiva de Groussac, fue la posición de este último la que
se popularizó entre los liberales argentinos, que se negaban a creer
que Moreno pudiera haber escrito algo así. Unos veinticinco años
después, la crítica de Groussac al Plan fue retomada por Ricardo
Levenc, autor de una obra en cuatro tomos sobre Moreno; Levene
se negó a aceptar la autenticidad del Plan sobre todo porque su
contenido contradice de pleno la imagen del prócer que está
tratando de construir: la de un patriota íntegro que, si bien con cierta
inclinación al exceso, se mantuvo firme en el sostén de los principios
de la Ilustración. Levene más tarde publicó un análisis caligráfico
de la copia manuscrita en el que determinó que había sido escrita por
un.exiliado uruguayo de-nombre-Andrés, Álvarez, dato que en
realidad no probaba nada puesto que la copianurrcá había preten­
dido ser nada más que una copia; identificar al copista difícilmente
podía probar que Moreno no era el autor.
Más tem ibles que los liberales que rechazaron el Plan sobre la
base de una supuesta inautenticidad, son los argentinos que ven con

57
buenos o jo s las ideas desarrolladas en él. N a d ie m ás representativo
de ésto s e s el historiador n acion alista E nrique R u iz G u iñ azú , quien
en d oscien tas cincuenta págin as d e b ien d ocu m en tad a argumenta­
ció n m uestra que las o b jecio n e s d e G ro u ssa c y L ev e n e no se
sostien en ante un exam en m in u cio so , y q u e el Plan es coherente
punto por punto con otros escritos de M oren o cu y a autenticidad es
indiscutible. A pesar de una p osib le corru pción en la co p ia hallada
en S evilla, R uiz G uiñazú dem uestra q ue lo s con tem p orán eos de
M oreno, así co m o historiadores posteriores, sab ían de la existencia
de unPlan sem ejante, aunque no id én tico, a la v er sió n sobreviviente
(R uiz G uiñazú, Epifanía,1 8 1-331). P osteriorm en te, en las décadas
de 1960 y 1970, la izquierda tcrccrm undista resu citó el Plan como
un m odo de dar autoridad a su prédica d e v io le n c ia revolucionaria,
redistribución forzada de la riqueza, y antiim perialism o aislacionista.
Cabeza de este grupo es R odolfo P u iggrós, q u izás el principal
historiador m arxista d e la A rgentina.
E s d ifícil asignar un lugar a M oreno en la h istoria argentina.
Sus p o sicio n es radicalizadas com enzaron d istan cián d olo de los
elem en tos m en os extrem istas en la Junta, y por su p u esto fueron
anatem atizadas por la oligarquía conservadora. P ero su nombre
sig u ió ante la mirada del p úblico gracias a lo s libros esco la res de
historia, que invariablem ente lo retratan co m o un h éroe de la
Ilustración, idea cuya supervivencia dem uestra q u e so n p o co s los
que lo leen en exten so. Pero, sea cual fuere el m érito intrínseco de
su trabajo o las distorsiones de la Historia O ficial, M oreno es útil
co m o paradigm a de las posturas contradictorias que corren a lo
largo del pensam iento argentino. Por un lado, u só la retórica de la
libertad para proponer un reinado del terror; predicó la libre expresión
m ientras aplicaba la censura; contribuyó a la asunción de un papel
h cg cm ó n ico por parte de B u en os A ires, aunque ocasion alm ente
apoyó d e palabra ideas de igualdad provincial; ap oyó la fonnación
de un co n g reso con stitu cion al representativo, pero trató de excluir
de él a lo s cau d illos provin ciales con cu yas ideas no coincidía;
h izo grandes frases en favor de la soberanía popular, pero prefi­
rió el gob ierno de una pequeña m inoría ilustrada; dio por supuesta
una superioridad de la A rgentina en A m érica latina que aun hoy
v u elv e a este país uno de los m en os queridos en las relaciones
interam crieanas; ap oyó la idea de un Estado paternalista, aislacio­
nista e interven cion ista q ue sigu e vam pirizando el potencial eco­
n ó m ico d el país. Pero, por otro lado (y nun ca se destacará lo
su ficien te este pun to), M oreno fue el principal transm isor de los

58
grandes ideales del pensamiento político occidental. Introdujo en
el discurso argentino conceptos de igualdad universal, libertad de
expresión y disentimiento, libertad individual, gobierno represen­
tativo y administración institucional bajo la ley. Y aun cuando
Moreno haya traicionado estos objetivos, el vocabulario que intro­
dujo en el pensamiento argentino llegó a ser el marco dentro del
cual serían juzgados todos los gobiernos futuros, y el punto de
partida necesario para cualquier intento de reforma y de mejoras.
En resumen, durante su vida la influencia de Moreno quedó blo­
queada casi desde el com ienzo por su extremismo, su intransigen­
cia y su muerte prematura. Pero como precursor de ficciones orien­
tadoras que siguen muy vivas en su país, es un hombre de desusada
trascendencia.

Tras la partida de Moreno, la Junta se desintegró en rivalidades


internas. D e estas rivalidades emergieron dos corrientes principa­
les: el morenismo, bautizado así por su mentor, y el saavedrismo, que
encolumnaba a los seguidores del archirrival de Moreno, Comelio
Saavcdra, presidente de la Primera Junta. El morenismo no tardó en
dar nacimiento al Partido Unitario, que como su nombre sugiere
promovía un gobierno centralista fuerte controlado por las élites
ponchas. D e modo similar, el saavedrismo evolucionó hacia un
partido opositor llamado “Federal”, que promovía la autonomía
provincial y tendía a ser más populista. Aunque en principio los
federales sostenían la autonomía provincial, y los unitarios el
centralismo, en la práctica las rivalidades personales y econó­
micas distorsionaron las distinciones ideológicas entre federales y
unitarios, a tal grado que los federales de Buenos Aires con el
tiempo llegaron a ser tan celosamente centralistas com o los unita­
rios más doctrinarios. Podrfa aprenderse mucho sobre el conflicto
unitarios-federales estudiando a los precursores de cada partido,
vale decir a los morenistas y los saavedristas.
A pesar de su nombre, el morenismo fue más una creación de
los seguidores de Mariano Moreno que de éste mismo. Estos
seguidores, un grupo pequeño de jóvenes intelectuales porteños,
mantuvo tenazmente viva su memoria, en gran medida gracias a un
club llamado la Sociedad Patriótica, cuyas reuniones estaban de­
dicadas a la discusión política, la oratoria y las lecturas literarias,
todo con una fuerte inclinación liberal (Ibarguren, Las sociedades,
60-75). Uno de los principales éntrelos sostenedores de Moreno fue
Ignacio N úñez, quien criticó a Saavedra como un hombre que

59
adopta “el ton o de un verdadero presidente” , p cio só lo muestra "C|
aire de un estadista singularmente experto para llevar la voz en la
direcciónde los negocios” (citado en Ruiz Guiñazú, 386),
Igual que Moreno, fue severo crítico de los diputados provinciales,
quienes a su juicio eran “v ulgo en materia de conocimientos y
experiencia de los negocios públicos m ás comunes". Según Núflez,
los provincianos habían llegado “repentinamente de los lugarcjos y
pueblos” y eran “hombres azorados” sólo aptos para "los negocios
domésticos, económicos o municipales” ( , 386*387). Esto
es, asuntos de peso como la organización política, la independencia
ylas relaciones exteriores debían ser dejados a cargo de la élite culta
de Buenos Aires.
La altivez de lo s m orem stas contrasta n ítid am en te con la
actitud de Saavedra y lo s saavedristas. En su s m em orias, Saavedra
afirma que sus seguidores eran m ás auténticam ente am ericanos que
lo s pretenciosos intelectuales m oralistas, y ridicu liza a M oreno por
su participación en el cabildo proespañol cuando la destitución de
U niere (Saavedra, 38-39). Hombre de b uenos in stin tos más que de
ideas articuladas, Saavedra intentó darle igual representación a las
provincias, pero no recibió más que desdén de parte de lo s arrogantes
jó v en es m orenistas. N o obstante, entre los partidarios de Saavedra
había otro grupo que lu ego lo desacreditaría: e l d e lo s comerciantes
conservadores porteños que, ya resentidos por haber perdido sus
con tactos.com erciales con España, temían e l radicalism o y la
dudosaortodoxiareligiosadelosm orenistas.LafaccióndeSaavcdra,
entonces, era m ucho m enos hom ogénea que la de lo s morenistas.
Era m ás bien una m ezcla azarosa y contradictoria de sentimiento
popular, preocupación porlas provincias y conservatismo proespañol
y procatólico: configuración que caracterizaría al federalism o a4o
largo de su historia.
La división representada por el saavedrismo y el morenismo
presagiaba el problema más difícil de la nacionalidad argentina: una
continua ruptura en e l cuerpo político que ni siquiera los líderes más
im aginativos del país han podido curar. En cierto sentido, la
sociedad argentina desde los primeros días de la independencia
pareció haber sido construida sobre una fisura sísm ica. Ninguna
institución argentina ha superado indemne lo s m ovim ientos violen­
tos e im predecibles de la falla, y su existencia subyace en gran parte
de la perpetua inestabilidad del país.
A un lado de la falla estaba la elite morenista, jóvenes soña­
dores que querían hacer de su país una vidriera de la civilización

60
occidental. En el cam po político sostenían un gobierno fuerte y
unificado con base en B uenos Aires, postura que más tarde los
identificó com o unitarios. Aunque simpatizaban con algún tipo de
proteccionismo, en general preferían una política liberal de libre
comercio, especialm ente con los ingleses, sus enem igos de unos
pocos años atrás. Provenían de las clases altas que vivían de sus
rentas y educaban a sus hijos en Europa. Vivían mirando al norte,
leyendo a autores franceses e ingleses, y creyendo, com o José
Arcadio Bucndía en C ien años d e so led a d de Gabri
quez, que la cultura tenía que ser importada. Los avergonzaba la
existencia de las atrasadas provincias argentinas con sus caudi­
llos y sus gauchos m estizos y analfabetos. Por supuesto, en tanto
estudiantes del pensamiento europeo, se llenaban la boca con
proyectos de formación de una república democrática, y repetían
ideas ilustradas de igualdad y fraternidad universales. Pero la
suya era una democracia pcculiaimente antidemocrática, cuyos
dirigentes eran más príncipes filósofos que representantes salidos
del pueblo.
Al otro lado de la falla estaba la mezclada oposición al
morcnismo, primero llamada saavedrismo, después criollism o, que
desconfiaba de la elite intelectual porteña y solía sentirse más
cómoda con el gobierno personalista centrado en un rey, dictador o
caudillo, que con un gobierno institucional fácil de dominar por los
mejor educados en hábitos europeos. Los criollistas provincianos
temían la hegem onía porteña y en general sostenían la autonomía
provincial, posición que más tarde los identificó com o federalistas.
Además, mantenían un interés paternalista en las clases bajas,
temían los com prom isos políticos y económ icos con el extranjero,
y simpatizaban con los intereses provincianos. JuanBautistaAlberdi,
uno de los más capaces pensadores de la Argentina del siglo xix,
resumió la diferencia en las siguientes palabras: “El partido de
Saavcdra era el partido verdaderamente nacional, pues quería que
la nación toda interviniese en su gobierno; el de Moreno era el
localista, pues quería que la autoridad se ubicase en la capital, no
en la nación" (Alberdi, G randes y pequeños hombres, 99). En
apretada síntesis, las palabras de Alberdi señalan el aspecto más
condenable del liberalismo argentino: nunca fue realmente “libe­
ral” si incluimos en la noción de liberalismo la democracia repre­
sentativa y participativa.
Los conflictos resultantes entre saavedristas y m orenistas,
conservadores y liberales, proteccionistas y partidarios del libre

61
com ercio, provincianos y porteños, p opu listas y elitistas, naciona­
listas y cosmopolitas, personalistas e in stitu cion alistas, federales
y unitarios, de un modo extraño sigu en asolan d o al país. Por
supuesto los nombres y las con figu racion es d e alianzas d e ambos
lados de la falla han cambiado con lo s tiem p os. M ás aun, la falla
no siempre ha corrido a lo largo de líneas d e c la se s so cia les, ya que
los ricos cambiaron sus lealtades p olíticas d e acuerdo con sus
intereses económicos. Com o lo muestra H alperin D ongh i en su
notable libro Revolucióny guerra, form ación d e una élite dirigente
en la Argentina criolla, los terratenientes porteños fueron sucesi­
vamente liberales y proteccionistas, cosm op olitas y nacionalistas,
según cuál bando fuera mejor para sus n eg o cio s en un momento
dado (383-391).
En el siglo xx, una elite cosm opolita centrada en B u en os Aires
tomaría el lugar de los morenistas. Serían partidarios de palabra de
la democracia, y realizarían todos los gesto s d e la democracia
pluralista, aunque por debajo su vieja susp icacia ante las clases
bajas los llevaría una y otra vez a apoyar e l autoritarismo, en
ocasiones uno tan brutal com o e l que recom endó M oreno en el
Plan. Al otro lado de la falla, lo s obreros industriales y lo s inmi­
grantes remplazarían a los gauchos en lo s m ovim ientos populistas.
Líderes mesiánicos como Juan D om ingo Perón y su esp osa Eva
Duarte remplazarían a los caudillos personalistas. Las políticas
económ icas proteccionistas y una perspectiva insular reflejarían el
localism o de un siglo atrás. Fascistas y com unistas tercermundistas
se volverían los nuevos paternalistas. Pero en todos estos cambios
hay una peculiar cualidad de déjà-vu tan pronunciado que parecería
com o si la Argentina no fuera un país, sino dos, am bos llen os de
suspicacia hacia el otro, pero destinados a compartir e l m ism o
territorio.

62
Capítulo 3

Populismo, federalismo y gauchesca

Aunque la s prim eras reb elion es criollas tuvieron lugar en 1810, las
fuerzas m ilitares esp añ olas sigu ieron en su elo sudam ericano hasta
1824. D urante e ste lap so d e catorce años, lo s dirigentes criollos
utilizaron gran parte d e su tiem po reclutando tropas, buscando
armas, fin a n ciam ien to, fu erza física y en ergía m oral para com batir
a sus p o d ero sos e x am os. L a A rgentina (si se m e perm ite usar un
nombre que n o tendría san ción ofic ia l hasta 1826) ju g ó un papel
importante en lo s acon tecim ien tos que culm inaron con al liberación
de Sudam érica. H éroes argentinos com o José d e San M artín, Juan
Lavalle y M artín G ü em e s n o se batieron só lo por la libertad
argentina sin o q u e tam b ién colaboraron en la in dependencia de
Chile, P en i, B o liv ia y Ecuador.
S im u ltán eo al esfu erzo por lograr la in d ep en d en cia fije el que
realizaron lo s in telectu a les d el R ío de la Plata por ju stificar las
guerras d e a cu erdo co n la s recien tes m itologías d e un p ueblo nuevo
y una nación re cién nacida. L o s m orenistas reflejaron un aspecto de
este e s fu erzo , en su a p o y o a una d em ocracia p eculiarm ente
doctrinaria, e n la q u e gobernaría un p eq ueño grupo de hom bres
ilustrados; g o b ier n o q u e sería para e l pueblo, q uizás, pero segura­
mente no por el p u e b lo . L as fic cio n es orientadoras que subyacen al
apetito de p o d e r d e lo s m oren istas se fundam entan en su supuesta
superioridad in telectu al innata sobre sus detractores, a sí com o su
mayor fam iliaridad c o n la s m odernas id eas (europeas). C om o
dijimos antes, d e la s id ea s d e gob ierno centralistas y elitistas que
pusieron en e s c e n a lo s m oren istas saldría co n e l tiem po el Partido
Unitario. La o p o s ic ió n a lo s unitarios se congregaría en el Partido
Federal, que, c o m o su n om b re in d ica, quería m ayor autonom ía para
las p rovin cias. A u n q u e e l fed eralism o porteño y el provinciano

63
tenían el m ism o nombre, diferían en varios puntos clave. Para
los federales porteños, la autonomía sign ificab a preservar los
Ingresos de la ciudad puerto m ediante im p u estos a las importado-
nes y exportaciones; más aun, los federales porteños tendían a
ser más conservadores, más católicos, m ás h isp ánicos. Para las
provincias del interior y del Litorial, fed eralism o significaba re­
sistir a los intentos de concentrar poder en la ciudad puerto y, en el
mejor de los casos, defender los derechos d e lo s pobres y las clases
humildes. Si bien no idénticos, am bos fed eralism os generaron
ficciones orientadoras que justificaran su reclam o de poder, a
algunas de dichas ficciones, por falta de nom bre m ejor, las llamo
“populistas”.
Confieso sentirme incóm odo con el térm ino “populism o” ya
que invoca im ágenes de dem agogia, an tiin teleclualism o y gobierno
de las masas, especialm ente en la Argentina m oderna, donde suele
usarse para calificar al peronismo. Lo u so de tod os m od os, pues un
populismo bien definido puede ayudarm ucho en nuestra exposición
de la Argentina del siglo xtx. Tal com o la u so, la palabra se refiere
a tres conceptos principales. Primero, la idea de dem ocracia radical,
en la que todos los elem entos de la sociedad, sea cual fuere su raza,
clase y origen, participan por igual. Lo radical de una democracia
no se lerniinaen el acto de votar; también in cluye con cep tos de igual
acceso a la educación y a las fuentes de riqueza (en el caso de la
Argentina: la tierra). Una segunda característica del populismo
argentino del siglo pasado es el ideal federalista que veía a las
provincias com o entidades primordialmente autónom as, que en­
traban en relación sólo por mutuo consentim iento; e s e federalism o
creció en oposición directa a las am biciones centralistas de los
unitarios. Y por último, gran parte del p opulism o argentino, tanto
del pasado com o del presente, está imbuido de un im pulso nativista
que tratará de definir a la Argentina en térm inos de su cultura
popular, particularmente la cultura de los gauchos y las clases ba­
jas. El nativismo argentino creció com o un contrapeso a las pre­
ferencias curopeístas de los morenistas y unitarios.
Al estudiar las raíces del populism o argentino, examinaremos
la obra de dos hombres, uno un político y pensador, el otro un poeta.
El político fue José Artigas (1 7 6 4 -1850), cau d illo uruguayo que fue
el primero que en el Río de la Plata articuló co n claridad ideas de
federalism o y dem ocracia radical. Durante casi una década, Artigas
resistió a los planes que tenía B uenos A ires para su provincia, y
durante un tiem po llegó a ser la figura p olítica dom inante en el

64
Uruguay y el I d o r a l. El segu n d o hombro estudiado en este capítulo
es Bartolom é 1lid a lg o ( 1788* 1822), tam bién uruguayo, que com ba­
tió a las órd en es d e A rtigas y co n o ció bien, sin dudas, las Ideas del
caudillo. H idalgo es co n o cid o sobro todo com o el inventor de la
poesía g a u ch esca, tam bién llam ado o sim p le­
mente gauchesca. A unque H idalgo tom ó m ucho de una tradición
secular de retratar personajes popularas en d ialecto coloquial, lúe el
primero en presentar im ágenes concretas del gancho del Río de la
Blata en literatura, así co m o el primero en usaresa im agen con Unes
francamente p o lítico s, m u ch os de los cu ales siguen de cerca las
ideas de A rtigas. T am b ién m erece ser recontado por haber sido el
primer literato en prom over al gaucho com o tipo nacional, figura
popular con sustento m ítico que en algún aspecto encam a a la
Argentina real.
Si alguien se asombra de que dos uruguayos estén en el centro
de este capítulo, d eb o recordar que el Uruguay, o Oriental
como era con ocid a, formaba paite del virreinato del Río de la Plata
en tiem pos colon iales, y que hasta la década de 1820 sigu ió
viéndose a s í m ism o com o una provincia m ás del conjunto llamado
Provincias U nidas. La independencia del Uruguay resultó en gran
medida de fuerzas externas, particularmente de Brasil y Gran
Bretaña, antes que de un separatismo intem o. En la década que
siguió a la Independencia, Artigas c Hidalgo, lo m ism o que los
porteños, se vetan com o ciudadanos de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. M ás aun: ni ello s ni muchos de sus contem poráneos
uruguayos aspiraban a una nacionalidad propia.

Tras la muerte de M orcno, la Argentina entró en uno de los


períodos m ás d ifíciles y con fu sos de su historia, com parable en
algún sentido a lo que habría sucedido en lo s Estados U nidos si la
Guerra R evolucionaria, la Guerra de 1812, el colapso de la Con­
federación, la Guerra C ivil y la Guerra Franco-India hubieran
sucedido todo al m ism o tiem po. El peligro asomaba por todas
partes. Los ejércitos esp añoles en cualquier mom ento podían pre­
sentarse a reclamar sus colonias: las tensiones políticas amenaza­
ban con hacer erupción en forma de guerra civil; los caudillos
provinciales tenían roces con las pretensiones porteñas; el Alto Perú
(lo que ahora e s B olivia) y Paraguay com enzaban a hablar de una
separación definitiva de Buenos Aires; y Brasil, queriendo salva­
guardar la navegación lluvial de sus provincias del sudoeste,
reclamaba la Batuta Oriental. N o ayudaba en la situación la ines-

65
labilidad crónica de los gobiernos porteños, que se disolvieron y
reconstituyeron bajo distintos nombres más de una vez. N o obstante,
pese a la inestabilidad política, porteños y provincianos estaban
juntos en la busca de tres objetivos principales: mantener los límites
del viiTcinato, expulsar a los españoles no sólo del virreinato sino
de todo el continente, y elegir una forma de gobierno con la que
todos pudieran vivir. En un primer momento no se logró ninguna de
esas tres metas.
La primera, la de mantener el territorio que había sido del
virreinato, resultó imposible. El 14 de mayo de 1811 el Paraguay
pasó a ser el primer territorio del virreinato que declaraba su
autonomía. De inmediato Buenos Aires mandó tropas al mando del
general Manuel Belgrano para hacer volver a la provincia errante al
rebaño virreinal. Al no ver ningún motivo razonable para someterse
al gobierno de Buenos Aires, los paraguayos reunieron las fuerzas
para derrotar al ejército porteño, obligando a Belgrano a firmar un
tratado en el que reconocía la autonomía de la provincia. Todo lo
que obtuvo Belgrano fue una tibia promesa de que “la provincia deL
Paraguay debe quedar sujeta al gobierno de Buenos Aires com o lo
están las Provincias Unidas”, frase que no carece de ironía puesto
que determinarla naturaleza de esa unión sería el problema central
en la política del Río de la Plata durante los siguientes setenta años
(Busaniche, Historia, 325-326). Detrás de las intenciones del Pa­
raguay, sin embargo, yace un franco sentimiento separatista que no
tardaría en hacerse m anifiesto al com ien zo de la dictadura
aislacionista del Supremo, el legendario doctor José Gaspar
Rodríguez Francia.
En un primer momento, la lucha por la independencia pareció
tan poco exitosa com o el intento de mantener al Paraguay en la
unión. Las fuerzas patriotas durante 1810-1811 fueron repetidamente
derrotadas en las provincias norteñas a manos de los realistas. El
líder porteño de esas campañas frustradas, Juan José Castelli,
miembro radicalizado de la Primera Junta y am igo de Moreno,
exacerbó la crisis al crearse enem igos entre las elites de las provincias
norteñas porcuestiones com o las del trabajo indígena y los impuestos
(Rock, Argentina, 82-83). La lucha por la independencia empezaba
a tomar un cariz más favorable para la Argentina cuando en 1813 el
gobierno nombró al general José de San Martín, veterano con veinte
años de experiencia en el ejército español, para comandarlas tropas
patriotas. Gracias a la disciplina y el profesionalism o que aportó
San Martín a las fuerzas insurgentes, de 1814 en adelante, la guerra

66
argentina por la independencia se vio frente a éxitos crecientes. Los
ejércitos argentinos, que incluían a patricios porteños así com o
gauchos bajo las órdenes de generales caudillos, expulsó a los
españoles no sólo de la A rgentina sino también de Chile, Bolivia y
Perú. Mal armadas y aprovisionadas, las tropas criollas lucharon
heroicamente en algunos de los terrenos más d ifíciles del mundo.
Una hazaña esp ecialm en te admirable fue el ataque sorpresa de San
Martín a las tropas realistas en C hile, tras el cruce de la cordillera
de los Andes; en veintiún días y con tropa, caballos y artillería,
cubrió quinientos kilóm etros de terreno que incluye alturas de más
de cuatro m il m etros, hazaña no m enos notable que los fam osos
creces de montañas de A níbal y N apoleón. Tal fue la sorpresa de los
realistas en C hile que n o pudieron recuperar el equilibrio. En 1822,
San Martín y Sim ón B olívar se reunieron en Guayaquil, Ecuador,
tras lo cual San Martín inexplicablem ente pasó a un exilio volun­
tario en Europa. S us m otivos para abandonar la Argentina en ese
punto crucial de su desarrollo han quedado com o uno de los grandes
misterios de la historia latinoamericana. Quizás en su encuentro con
el brillante pero am bicioso Bolívar, tuvo una visión de cóm o las
aspiraciones personales podían transformar lo s éxitos militares de
la independencia en un desastre político; quizá su poco gusto por la
política y las noticias de las rencillas internas en Buenos Aires lo
convencieron d e que, com o soldado antes que com o político, no
tenía futuro en la Argentina. Fueran cuales fueren sus razones, con
su partida la A rgentina perdió a uno de los líderes más altruistas y
patriotas que habría de tener nunca.
Pese a todos los inconvenientes que debió enfrentar San
Martín, la exp u lsión de lo s españoles resultó un trabajo fácil
comparado con el de construir una nueva nación, a partir de todas
las provincias remanentes, bajo un gobierno institucional. Los dos
partidos p olíticos em ergentes del país, Unitario y Federal, tenían
conceptos opuestos del gobierno. L os afrancesados porteños, en su
mayoría unitarios inspirados por M oreno, proponían una democracia
peculianmcnte exclu sivista controlada por hombres ilustrados com o
ellos. D espués de las fallidas campañas al norte, Saavedra, que
simpatizaba con lo s intereses federalistas, perdió credibilidad, y en
septiembre de 1811 fu e remplazado por un gobierno tripartito,
prounitario, con ocid o com o Triunvirato. El miembro más visible
del Triunvirato fue Bcm ardino R ivadavia, un porteñista liberal,
ocasionalmente m onárquico, del que hablaremos en detalle en el
próximo capítulo.

67
E l Triunvirato no tardó en d iso lv er lo s cuerpos ineficientes
aunque representativos con lo s que había gobernado Saavcdra.la
Junta Grande y las Juntas Provinciales. C om o si combatir a los
españoles no fuera suficiente, tam bién lanzaron una campaña
contra el caudillo federalista José A rtigas en la Banda Oriental, y sus
aliados, Francisco Ramírez y E stanislao L ópez en las provincias de
Entre R íos y Santa Fe. El 11 de noviem bre de 1811, ei Triunvirato,
por inspiración de R ivadavia, dictó un docum ento perentorio titu­
lado Estatuto del Supremo Gobierno de las Provincias Unidas del
Río de ¡a Plata en Nombre de Fernando Vil, donde proclamaba la
necesidad de reducir “la arbitrariedad popular” e im poner el “ im­
perio de las leyes” hasta que los representantes provinciales pudieran
“establecer una constitución permanente" (Busaniche, 323-324).
En una palabra, el Triunvirato porteño se proponía mantener exac­
tamente el m ism o control sobre las provincias que la ciudad puerto
había disfrutado durante lo s tiempos coloniales com o capital del
virreinato. Por supuesto, ninguna provincia había delegado en m o­
do alguno tal autoridad al gobierno porteño, y la autoridad de Fer­
nando VII, de quien Buenos Aires se decía representante, no era a
esta altura umversalmente aceptada. La invocación porteña a Fer­
nando VII reflejaba el constante interés de B uenos Aires en esta­
blecer una monarquía constitucional en el R ío de la Plata. En cierto
m odo, ese sentimiento se limitaba a reflejar los debates que tenían
lugar en ese momento en Europa, donde el sistem a in glés parecía
infinitamente preferible al desorden de Francia; pero acechando
tras e l interés unitario en la monarquía estaba su d eseo de concentrar
poder en la ciudad y limitar la autoridad de las provincias.
Para mantener alguna apariencia de gobierno representativo,
empero, el Triunvirato organizó de prisa una asamblea general que
supuestamente representaba al interior, aunque la mayoría de sus
miembros eran porteños. Pese a esta precaución, hubo algün miembro
que se atrevió a expresar intereses provinciales, y entonces el
Triunvirato ordenó la disolu ción de la asam blea mediante la fuerza
policíaca, dando por terminada así la Fichada de democracia y
exacerbando las sospechas del interior (R ock, Argentina, 85-88)-
Aunque el laberinto de los desarrollos políticos de los años siguien­
tes va más allá de los objetivos de este libro, estos primeros choques
entre los unitarios centralistas y el itistas, y las federales autonomistas
y a menudo populistas, se volverían paradigmáticos para comprende1-
lo s desacuerdos de ideas bajo las ficcion es conductoras argentinas-

68
. El vocero principal de la causa federal fue José Artigas.*
Artigas rompe prácticamente con cualquier estereotipo que los
historiadores pro unitarios (vale decir, liberales) puedan haber
tratado de difundir sobre los caudillos. M ás que un jefe tribal
ignorante y primitivo, rodeado por hordas de gauchos semisal-
vajes, fue un hombre al tanto de las corrientes del pensamiento
político democrático, y un gran admirador de la revolución de los
Estados Unidos. Dejó m iles de documentos que serían recopila­
dos en el Archivo Artigas, gigantesco esfuerzo editorial que desde
1950 ha publicado veinte volúmenes y aún no ha sido completado.
Al parecer, Artigas dictaba todos sus escritos, lo que podría expli­
car su estructura sinuosa y su dicción peculiar (Luna, caudillos,
59). De cualquier modo, su obra suele reflejar un pensamiento
sagaz, y con frecuencia despliega conceptos más progresistas y
más originales que los encerrados en la prosa cincelada de sus
enemigos unitarios. También tuvo el valor de seguir los principios
de la democracia hasta sus últimas conclusiones, y llegó a ideas que
aun alos lectores contemporáneos les sorprenden por su radicalidad.
No sin buenos motivos, se ha vuelto objeto privilegiado de estudio
y encomio de historiadores izquierdistas com o Lucía Sala de
Touron y Oscar H. Bruschera, siempre a la busca de raíces ameri­
canas.
Artigas tenía cuarenta y siete años cuando los porteños de­
clararon la independencia de la España napoleónica, en M ayo de
1810. Durante veinte años cumplió funciones en una fuerza poli­
cíaca nacional encargada de la protección del flanco occidental del
Uruguay de las incursiones de indios y soldados portugueses. Las
noticias de la rebelión del 25 de mayo encendieron sentimientos
patrióticos en la Banda Oriental. En marzo de 1811, Artigas visitó
Buenos Aires y ofreció sus servicios a la Junta. Fue nombrado
teniente coronel en el ejército patriota y volvió al Uruguay a
enfrentara las fuerzas realistas atrincheradas enM ontevideo. Artigas
no tardó en m ovilizar la campaña uruguaya contra las fuerzas
españolas; su éxito en la reunión de un ejército popular mostró a las
claras su capacidad com o conductor de masas. Después de varias
victorias importantes en el interior, las fuerzas de Artigas iniciaron
la marcha sobre M ontevideo. Se le unieron tropas provenientes de
Buenos Aires. Y entonces tuvo lugar uno de los hechos más
intrigantes en el m ovim ien to independentista uruguayo: el
Triunvirato de Buenos Aires, bajo inspiración de su miembro
principal, Bemardino Riv adavia, firmó un acuerdo con los españoles

69
d evolviéndoles el control sobre la Banda Oriental y parte de Entre
R íos.
El hombre más afectado por este asom broso acuerdo fue José
Artigas, quien para entonces ya era sin dudas el líder m ás popular
en el Uruguay. ¿Porqué el gobierno porteño con sin tió en un acuerdo
de esta naturaleza? Se ha sugerido que R ivad avia p en só que los
españoles estaban mejor capacitados para resistir a los invasores
portugueses que ya ocupaban parte d el o e ste uruguayo, y que al
aceptar el dominio español sobre la otra m argen del estuario,
Buenos Aires podía concentrarse en las guerras d el norte. Ninguna
de estas explicaciones tiene pleno sentido, ya que en am bos casos
el resultado era permitirles a los españoles conservar una base en
tierra americana, y no había m otivo alguno para pensar que no
intentarían alguna acción contra B uenos A ires. U na explicación
más probable era el temor de Buenos A ires a que A rtigas, ya con una
inmensa popularidad, pudiera salirse de control, y que su gran
ejército consistente de gauchos mestizos y cam pesinos se consti tuyera
en otro ejemplo de la “arbitrariedad popular” que el Triunvirato y a
había deplorado. Tal com o resultaron las cosas, los intentos de
Buenos Aires de hacer actuar a los españoles contra los portugueses
(si es que era eso lo que tenía en mente el Triunvirato) resultaron en
un fracaso completo. Los portugueses siguieron reforzando su
dom inio sobre territorio uruguayo mientras lo s esp añ oles se forti­
ficaban en M ontevideo. Pero la concesión de R ivadavia s í tuvo un
efecto devastador sobre Artigas y su ejército. A trapado entre
portugueses y españoles, sin esperanza de ayuda d e B u en os Aires,
Artigas condujo a unos d ieciséis m il orientales a la costa oeste del
R ío Uruguay, donde trataron de reorganizarse. En e s e m om en to el
caudillo reconoció que tenía tres en em igos mortales: lo s españoles
en M ontevideo, los portugueses en el Brasil, y lo s unitarios en
Buenos Aires (Busaniche, 325,326).
. El 8 de octubre de 1812 asum ía e l p oder en B u en os A ires un
nuevo Triunvirato. A unque el n uevo gob ierno se m antuvo fiel al
principio unitario, proclam ándose “depositario de la autoridad
superior de las Provincias Unidas", tu vo e l sen tid o com ún de
repudiar el acuerdo de R ivadavia con lo s esp a ñ o les y enviar al
general M anuel de Sarratea al U ruguay a atacar la ciudadela
española en M ontevideo. Sarratea llevab a asim ism o instrucciones
de hacer sentir su autoridad sobre A rtigas. H om bre de carácter
autócrata y además m iem bro del prim er Triunvirato, Sarratea supo
ofender a A rtigas a cada p aso, hasta q u e e sta lló entre ambos una

70
guerra abierta. A l fin el segu nd o al m ando d e Sarratea, José
Rondeau, se puso del lado de Artigas y despid ió en m alos térm inos
a su superior. Una v e z fuera de escen a el m olesto unitario, Artigas
y Rondeau m archaron ju ntos contra M on tevideo (B usaniche, 3 2 9 -
331).
Mientras tanto, la A sam blea General C onstituyente planeada
en 1810 al fin se reunió en B u en os A ires en enero d e 1813. Varias
provincias del interior le s dieron instrucciones a sus d elegados
de aprobar só lo una con stitu ción federalista, pero ninguna d e las
delegaciones llevab a in strucciones tan exten sas com o lo s orienta­
les. Estas instrucciones provenían d e uno de lo s encuentros m ás
notables de la ép oca. El 4 de abril de 1813, bajo la d irección
de Artigas, lo s d elegad os de varias ciudades uruguayas se reu­
nieron en un con greso provincial para decidir si la Banda Oriental
participaría en la A sam b lea General C onstituyente. Tras un co n ­
movedor discurso d e A rtigas, en el que insistió en que “m i autoridad
emana de vosotros” , el con greso provincial d ecid ió enviar d e le ­
gados a B uenos A ires (“O ración inaugural” , 4 d e abril d e 1 813,
Documentos, 94).
En una reunión posterior, lo s representantes p rovin ciales bajo
la dirección d e A rtigas redactaron un texto con su p o sició n , para
entregar al co n greso n acional en B uenos A ires (A rtigas, “ Instruc­
ciones que se dieron a lo s diputados de la Provin cia O riental”, 13 d e
abril de 1813, Documentos, 9 9 -1 0 1 ). El primer artículo d e e s te
notable docum ento in siste en que las Provin cias U nidas pidan
“independencia absoluta” y la d isolu ción d e “ toda o b lig a c ió n d e
fidelidad a la corona d e España, y fam ilia d e lo s B orb on es y tod a
conexión entre (las c o lo n ia s) y e l Estado de E spaña” . A rtigas h abía
aprendido bien su lecció n : en tanto porteños co m o R ivad avia
pudieran afirmar ser lo s representantes e x c lu siv o s d e F em an d o V II,
los gobiernos p rovin ciales estaban en p eligro. E l artículo 2 afirm a
que “no admitirá otro sistem a que el de con fed eración para e l p ac­
to recíproco co n las provin cias que form en nuestro E stado”. A q u í
Artigas buscaba rem plazar el reclam o d e autoridad central de
Buenos A ires por una fed eración gen u in a d e p rovin cias ig u a le s,
evitando de ese m od o e l tipo d e ab usos que él y su s hom bres habían
sufrido a m anos d el prim er Triunvirato. El artículo 14 in siste en q ue
las ciudades portuarias uruguayas d e M aldon ad o y C olon ia d eb ían
tener perm itido e l libre com ercio y la adm inistración d e sus p ropias
aduanas, y que “n in gu na tasa o d erech o se im p on ga sobre artículos
exportados d e una p rovin cia a otra; ni que nin gu na p referen cia s e d é

71
por cualquiera regulación de com ercio o m ota a tos pucrios de una
provincia sobro los de otra; ni los barcos d estin ados de esta provin-
ota a otra serán obligados a entrar, a anclar, o pagar derechos en
otra“. Así com o el artículo 2 trataba de lim itar la autoridad política
de buenos A ltes, el artículo 14 Intentaba quebrantar el poderío
económ ico de la ciudad puerto. D esde el co m ien zo del movimiento
ittdei vndentista y a lo largo de gran parte del sig lo pasado, Buenos
Altes trato de mantener el m ism o control sobre las importaciones,
expoliaciones, in glesas aduaneros y de tráfico interprovincial que
la ciudad había gozado com o cabeza del virreinato. Esc control no
sOlo mantenía a las provincias en un estado d e dependencia;
también proveía al gobierno porteño del grueso d e sus rentas. Es
eom pivnsible que Artigas haya encontrado inaceptables esos pri­
vilegios. El artículo 16 afirma que cada provincia “ tiene el derecho
de sancionar la general do las Provincias U nidas que forme la
Asam blea Constituyente". Con razón, Artigas sospechaba que los
porteños intentarían imponer una constitución a las provincias sin
la adecuada ratificación; cosa que hicieron, una v ez en 1819 y otra
en 1826. Y por último, el artículo 19 sostien e “que precisa e
indispensable sea fuera de Buenos Aires donde resida el sitio del
gobierno de las Provincias Unidas". Para entonces, ya ningún
uruguayo confiaba en Buenos Aires.
Tal com o resultaron las cosas, el texto con la p osición uru­
guaya no fue ni siquiera leído. N o bien llegaron los delegados
uruguayos a Buenos Aires, se enteraron de que la A sam blea
C onstitucional había decidido no admitirlos, debido a una trampa
legislativa que les había tendido el unitario porteño Carlos María
de Alvcar, S e llam ó a una nueva asamblea, pero esta v ez el go­
bierno de Buenos A ires instruyó a Rondcau para asegurarse de
que no asistiera ningún “artiguista”. En este punto, las relaciones
entre Artigas y Rondcau se habían deteriorado a tal grado que este
insulto final ya no fue una sorpresa. Entonces Artigas tomó una
de las d ecisiones más controvertidas de su vida: en enero de 1814
abandonó a R ondcau, que todavía no había logrado expulsar a
lo s españoles de M ontevideo, y rcagrupó sus tropas a lo largo del
R ío Uruguay. Evidentem ente, no veía m otivos para combatir por
un gobierno que le negaba un lugar en ól. El gobierno de Buenos
A ires, ahora llam ado Directorio y bajo el m ando de Gervasio An­
tonio de Posadas, lo acusó d e traición y ofreció seis mil pesos por
su captura, v iv o o muerto. A l enterarse de esta última rencilla de
A rtigas con B u en os A ires, lo s realistas esp añoles de Montevideo

72
le ofrecieron al caudillo desilusionado el rango de general y una
considerable suma de dinero. Los rechazó. Como señala el historia­
dor Félix Luna, Artigas estaba enemistado con Buenos Aires pero
no abandonaba su compromiso con las Provincias Unidas
caudillos, 44-46).
Artigas renovó contacto con los caudillos aliados suyos en las
provincias del Litoral, y no tardó en volverse la figura política
dominante a ambos lados del Río Uruguay. Su fama de defensor
del federalismo lo puso en contacto también con caudillos de las
provincias del oeste y el norte, para disgusto y alarma de Buenos
Aires. Posadas envió varias expediciones armadas contra Artigas,
pero todas fueron derrotadas. Enfrentado a la posibilidad de un
frente federalista unido a lo largo del nordeste de la Argentina,
Posadas terminó negociando un tratado de paz con Artigas
(“Convenio suscrito por José Artigas con los delegados del Director
Supremo”, 23 de abril de 1814, Documentos, 130-131) aunque
ninguno de ambos bandos puso mucha confianza en el tratado, sus
términos son notables por su moderación. El primer artículo espe­
cifica que Posadas se retractaría de su afirmación de que Artigas era
un traidor, y dictaría un decreto restaurando “el concepto y honor
del ciudadano José Artigas”. El interés de Artigas en limpiar su
nombre indica cuánto valoraba su condición de ciudadano honorable
de las Provincias Unidas, aun en Buenos Aires. El tratado especifica
más adelante que Entre R íos y Uruguay serán independientes y “no
serán perturbados en manera alguna por tales m otivos”. Pero
Artigas esp ecifica cuidadosamente que “esta independencia no es
una independencia nacional; por consecuencia ella no debe consi­
derarse com o bastante a separar de la gran masa a unos ni a otros
pueblos, ni a m ezclar diferencia alguna en los intereses generales de
la revolución”. En resumen, Artigas era un autonomista, no un
separatista; nunca perdió las esperanzas de una confederación de
provincias iguales. L os restantes artículos del tratado conminan a
Buenos A ires a seguir apoyando el asedio a los españoles en
Montevideo (vale decir, no más acuerdos com o el de Rivadavia), y
después esp ecifica que, una vez que el asedio hubiera terminado, las
tropas porteñas volverían directamente a Buenos Aires, lo que
significaba que no atacarían a Artigas.
Por supuesto, no resultó de ese modo. M ontevideo al fin cayó
ante las fuerzas americanas, el 23 de junio de 1814, y tal com o
Artigas lo había tem ido, las tropas porteñas no tardaron en volverse
contra él. El hombre que reclamó la victoria sobre M ontevideo fue

73
Carlos María de Alvcar, el político porteño que había impedido la
participación de la delegación uruguaya en el congreso constituyente
de un año antes. A lvear atacó a Artigas p o releste, y Posadas mandó
tropas desde el sur, pero Artigas y su soldadesca gaucha resultaron
demasiado para los porteños. Ante este fracaso militar, y la subsi­
guiente captura de M ontevideo porlos artiguistas, Posadas renunció
y fue remplazado por Alvear, quien volvió a enviar tropas contra los
artiguistas, pero otra vez los porteños fueron derrotados. Tras las
últimas victorias de Artigas sobre los porteños, los españoles
volvieron a ponerse en contacto con el caudillo, esta vez por medio
del general Joaquín de la Pezuela, quien en nombre del virrey de
Lima le envió a Artigas una carta ofreciéndole el rango de general
y ayuda en sus batallas contra “los caprichos de un pueblo insensato
como el de Buenos Aires”, con sólo que se plegara a la causa
realista. La respuesta de Artigas muestra su lealtad a una Argentina
independiente y federada: “Yo no soy vendible, ni quiero más
premio por mi empeño, que ver libre mi nación del poderío español”
(“Contestación de Artigas a Pezuela”, 28 de julio de 1814, Docu>
mentos, 126-127).
A mediados de 1815, Artigas estaba en lo más alto de su
influencia. Tras proclamar al Uruguay, Entre R íos, Corrientes y
Santa Fe com o la Liga de los Pueblos Libres del Litoral, y él su
Protector, era el gobernante de facto de toda la región. Aunque no
hay dudas de que Artigas el Protector habría ganado una elección,
no llegó a esta posición por ningún mecanism o institucional, hecho
que ha llevado a los críticos a verlo com o apenas un dictador
populista, en embrión si no de hecho. Y es cierto que Artigas mostró
la clásica afinidad del dictador por los decretos grandiosos y los
pronunciamientos altisonantes. El contexto de su legislación sugiere
asimismo una peculiar estructura de gobierno, en la que las ciudades
elegían cabildos, o consejos municipales, que a su vez recibían
instrucciones, al parecer estrictas, del Protector. Pero sus ideas no
hablan de un hombre que aspirase a convertirse en un dictador.
Alentó a los cabildos locales a elegir a sus funcionarios mediante
elecciones populares, y a discutir los problemas en asambleas
abiertas. M ás aún, en junio de 1815 reunió el Congreso de Oriente
com o un primer paso hacia la producción de una constitución
federalista de algún tipo. Lamentablemente la fortuna política del
Protector se arruinó antes de que la constitución pudiera escribirse,
así que en realidad ignoramos qué papel habría jugado en un
gobierno institucional. D e todos m odos, durante lo que quedaba de

74
1815 y lo s prim eros m e s e s d e 1816, su scrib ió varios d ocu m en tos
sobre tem as fund am en tales d el p op u lism o argentino: el p roteccio­
nismo en e l co m er cio exterior, la d em ocracia ec o n ó m ica a sí co m o
la cívica, la in clu sió n p o lítica y ec o n ó m ica d e m estizo s, n egros e
indios, todo im b u id o d e un sen tim ien to proam ericano y nativista
que en o ca sio n es s e acerca a la x en o fo b ia .
El debate entre p ro tecc io n ism o y libre com er cio , co m o d iji­
mos en el cap ítu lo anterior, ya s e había in iciad o en e l intercam bio
entre Y añiz y M oren o. A u n q u e Y añ iz, co m o v o cero d el con su lad o
español, plan teó la n ece sid a d d e proteger la industria lo c a l, su
interés real era preservar e l m on o p o lio com ercial esp añ ol. A rti­
gas, com o h ijo y representante d e la cam paña, tam b ién d efen d ió e l
proteccionism o, pero d esd e una p ersp ectiva m u y d iferen te. El 12
de agosto de 1815, A rtigas e le v ó una d eclaración al cab ild o d e
M ontevideo p id ien d o q u e s e perm itiera la entrada d e com ercian tes
ingleses a puertos u ru gu ayos, siem p re que é sto s se com p rom etieran
a respetar la le y lo c a l, y n o com erciar co n B u en o s A ires h asta q ue
hubieran sid o resu eltos lo s diferen dos co n el gob iern o p orteño.
Agrega q ue ‘l o s in g le se s d eb en con o ce r q u e e llo s so n lo s b e n e fi­
ciarios [de n uestro co m er cio ] y p or lo m ism o jam ás deberían tratar
de im p on em os (“ F ragm en tos”, Docum entos, 1 47). El 9 d e s e p ­
tiembre d e 1 8 1 5 , p u b licó u na lista bastante d etallada d e aran celes a
las im portaciones, in d ican d o c o n e llo su esp eran za d e proteger a la
industria lo c a l e in crem en tar la s ex p o rta cio n es ( “R eg la m en to
Provisional”, D ocum entos, 1 4 8 -1 4 9 ). E n u n acuerdo c o m er cia l
posterior, d el 2 d e a g o sto d e 1817, a lo s in g le se s s e le s p roh ib ió
esp ecíficam en te tod a activid ad com ercial q ue n o tu viera q u e v e r
dilectam ente c o n e l transporte m arítim o (‘T ra ta d o d e C o m ercio ” ,
Documentos, 1 5 1 -1 5 2 ). A d iferen cia d e su s c o le g a s e n B u e n o s
Aires, Artigas n o v eía co n b u en os ojos la in trom isión d e com ercian tes
e inversores extran jeros en la ec o n o m ía in tem a.
En e l p en sam ien to e c o n ó m ic o d e A rtig a s, tan im p ortan tes
como el p roteccion ism o fueron sus p lan es para lograr una dem ocracia
económ ica m ed ian te la d istrib u ción d e tierras. L a C oron a esp a ñ o la
había recom pensad o a lo s prim eros con q u istad ores y órd en es
religiosas co n gran d es c e sio n e s d e tierras q u e anticiparon lo s
latifundios. A rtigas co m p ren d ió q ue la d em ocracia n o podría fu n ­
cionaren una so cie d a d d e m u ch o s p eo n es y p o c o s patrones. Intentó
entonces una y otra v e z d iv id ir la s gran d es p rop ied ad es d e m o d o d e
dartíerras a su s h u m ild es seg u id o res. E l lO d e sep tiem b re d e 1 8 1 5 ,
decretó que e l gob ern ad or d e la P rovin cia O rien tal “q ueda autori-

75
zado para distribuir terrenos” (“ R eglam en to Provisorio”, Doc«.
méritos, 159-160). C on este propósito, el Protector mandaba ai
gobernador y su personal que revisara “cada uno, en sus respectivas
jurisdicciones, lo s terrenos disponibles; y lo s sujetos dignos de esta
gracia con prevención que los m ás in felices serán lo s más privile­
giados. En consecuencia, los negros libres, lo s zam bos de esta clase,
los indios y los criollos pobres, tod os, podrán ser agraciados con
suerte de estancia, si con su trabajo y hom bría de bien propenden a
su felicidad y a la de la provincia” (160). T em ien do que los ricos
pudieran después com prarla tierra que había sido distribuida a “los
más infelices”, Artigas estipulaba que “los agraciados, ni podrán
enajenar, ni vender estas suertes de estancia, ni contraer sobre
ellos débito alguno”. Pero, reconociendo que sin alguna especiede
crédito los nuevos propietarios no podrían reunir sus rebaños,
mandaba que también se distribuyera el ganado disponible a “los
más infelices” (162).
¿Y de dónde saldrían esa tierra y ese ganado? En una oca­
sión Artigas se dirigió al cabildo de M ontevideo para ordenar que
todos los hacendados hicieran un inventario de sus tierras para
determinar cuáles estaban desaprovechadas. Donde se encontraba
tierra ociosa, proponía que “ese muy ilustre cabildo gobernador
debe conminarlos [a los hacendados] con la pena de que sus terrenos
serán depositados en brazos útiles que con su labor fom enten... la
prosperidad del país” (“Instrucciones sobre extrañamiento de los
españoles”, 4 de agosto de 1815, , 155). Otra fuente
sería la directa expropiación de tierras y ganados de propiedad de
“los europeos y malos americanos” que no apoyáronla revolución.
No obstante, Artigas permite que los hijos de “los europeos y ma­
los americanos” recibáis “lo bastante para que puedan mantenerse
en lo sucesivo, siendo el resto disponible, si tuvieren demasiado
terreno” (161).
Para que esto no se parezca demasiado a una d ictadura benévola,
debería recordarse también que Artigas buscaba una plena parti­
cipación política de las clases bajas. En ningún punto esto es más
evidente que en su interés por los indios. Infeliz tanto en el amor
com o en el matrimonio, Artigas adoptó a un indio guaraní como
hijo, y lo llamó Andrés Artigas. D espués p uso a Andrés al frente de
la provincia de M isiones. A l planificar e l C ongreso de Oriente, que
tuvo lugar en Arroyo de la China a partir de ju nio de 1815, Artigas
le pedía a su hijo, en una carta fechada e l 13 de marzo de 1815 que
hiciera “que m ande cada pueblo su diputado indio al Arroyo de la

76
China. Usted dejará a lo s pueblos en plena libertad para elegirlos a
su satisfacción, pero cuidando que sean hombres de bien y de alguna
capacidad para resolver lo con vcm cn te’X D o c w w ím v , 137). En una
carta similar fechada el 3 de m ayo de 1815, a José de Silva,
gobernador de Corrientes, Artigas le escribió:

Yo deseo que lo s indios, en sus pueblos, se gobiernen por sí,


para que cuiden sus intereses com o nosotros de los nuestros.
A sí experimentarán la felicidad práctica y saldrán de aquel
estado de aniquilam iento a que los sujeta la desgracia. R e­
cordemos que e llo s tienen el principal derecho y que sería una
degradación vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser
indianos. ( ts,164.)
en
m
ocu
D

Artigas intentó también atraer a los indios a la sociedad amplia


mediante la colonización. C om o lo observaría un autor posterior,
unodclos primeros problcm asdelR íodclaPlatacralasubpoblación.
Para remediar esta situación, Artigas ofreció tierras, herramientas
y animales a com unidades indias, para atraerlas a las colinas fértiles
del Uruguay. Si Buenos A ires y Brasil le hubieran permitido
continuar con estos experim entos de colonización, la historia de los
indios del R ío de la Plata, la m ayoría de los cuales fueron exter­
minados, habría sido m uy diferente.
Es especialm ente notable que Artigas hablara de incluir a los
indios en la sociedad revolucionaria. Quizá la m ayor tragedia de la
Independencia fue lo que les hizo a los indios. Los colonizadores
españoles habían creado un sistem a legal para proteger a las
comunidades y propiedades indígenas. A unque estas leyes se
violaban con frecuencia, le daban al m enos lo s indios una p osi­
ción legal y recursos legales, si bien im perfectos. En contraste, las
sociedades que surgieron tras la Independencia abandonaron las
estructuras legales y económ icas de la colonia en favor de nuevas
teorías de propiedad privada y libre com ercio. A l hacerlo, desen­
cadenaron fuerzas de codicia y rapacidad que llevaron a la ani­
quilación de virtualmcntc todos los indios del R ío de la Plata. Com o
veremos en capítulos posteriores, estas políticas de exterminio se
apoyaban en ficcion es orientadoras que les negaban a los indios un
lugar en la comunidad em ergente. Es en este contexto que los
intentos de Artigas de incluir a los indios com o parte del “pueblo”
son más notables. Trató de crear una ficción orientadora en la que
el pueblo no fuera meramente una excusa para hombres intcli-

77
gentes como los morenistas que reclamaban el poder en nombre de
un pueblo abstracto que nadie había visto nunca. El pueblo de
Artigas era real y visible; incluía a los pobres, los negros, los
zambos, los gauchos y los indios, ¿Sería ésta la “arbitrariedad
popular" que inquietaba tanto a los unitarios de Buenos Aires?
Quizá lo que más asustaba a los unitarios en el Protector era su
creencia ingenua de que el gobierno por el pueblo debía incluir a
todos.
Bueno, a casi todos. Artigas hacía una excepción cuando se
trataba de los españoles de rango, o los “europeos", como los
llamaba él. Y a éstos los lomaba de blanco para una clase particular
de persecución. Primero, como ya se dijo, mandó a confiscar la
tierra de los españoles ricos para redistribuirla entre los pobres.
Segundo, como le escribió al gobernador de Silva, trató de excluir
a todos los españoles de cargos públicos:

No conviene que ningún europeo [sin distinción de persona]


permanezca en un empleo ni menos en los varios ramos^}e
pública administración. Lo prevengo a usted para que si hay
algunos [europeos] en ejercicio, sean depuestos y colocados,
en su lugar, americanos. ( Do,165.)
Posteriormente, en una orden fechada el 9 de enero de 1816 al
cabildo de Montevideo sobre cómo organizar gobiernos locales y
elegir representantes al congreso provincial, especifica: ‘Todo el
que haya de tener voz y voto deberá ser americano: de lo contrario
queda excluido” ( ts,171). Pero, significativamente, en
en
m
ocu
D
otra directiva a Montevideo, fechada el 4 de agosto de 1815, Artigas
atempera su nativismo accediendo a incorporar europeos de clase
baja. Por ejemplo, después de mandar que todos los europeos sean
encarcelados para que no usen “su influjo y poder” contra la
revolución, especifica: “absuelva más bien vuestra señoría de esla
pena a los infelices artesanos y labradores que pueden fomentarel
país" ( , Documentos, 155). Parecería entonces que la actitud de
Artigas hacia los europeos se basaba más en resentimiento de clase
que en xenofobia; vio en los artesanos y obreros europeos aliados
naturales a la causa revolucionaria contra lo s funcionarios y aris­
tócratas españoles.
Subyacente a mucho de lo anterior está la decisión de Artigas
de suspender toda idea de d ivisión de clases en el Nuevo Mundo)
ver a los “americanos” com o una categoría única. Indios, criollos.

78
negros, cam pesinos, artesanos: en su esquem a todos son “ameri­
canos". Y en lanío am ericanos pueden votar, ser funcionarios,
propietarios, com erciar cota* sí, y hacerlo con prioridad sobre todos
ios extranjeros. En una historia {X’rsomd de la rebelión uruguaya
contra España, A rtigas esp ecifica que los orientales se inspiraron
en “los am ericanos de B uenos Aires", com o si dijera que los por­
teños se rebelaron por ser am ericanos, no porque hubieran leído a
Rousseau o por la invasión de N apoleón a España ("José Artigas
a la Junta G ubernativa d el Paraguay”, 7 de diciembre de 1811,
Documentos, 58). D e m odo sim ilar, cuando le escribe al general
Ambrosio Carranza en octubre de 1811, Artigas habla de "el honor,
la humanidad, la gran causa que forma la pasión de los americanos",
como si la categoría de "americano" de algún m odo fuera anterior
a la revolución y la identidad americana fuera algo que esperara ser
descubierto antes que creado (A rtigas, a Artigas, 128). Es
precisamente esta ficción conductora de "América" la que le
permitió ver a todos los nativos de suelo am ericano com o un único
grupo m ítico, m iem bros de una futura nación, todos m creccdoresdc
los m ism os derechos; de m od o sem ejante, este concepto de A m é-
nca le perm itió clasificar a sus en em igos co m o gente cuyas ideas de
jerarquía lo s llevaban a negar lo que Artigas sentía com o la unidad
esencial de una A m én ca m ítica, una A m érica ya presente com o un
sentim iento c o le c tiv o , que pronto se haría realidad com o una
dinámica nación nueva.
Pero el d estin o n o querría que Artigas tuviera un papel en esa
nueva nación. Q uizá por e x c e so de con fian za tras sus victorias de
1815 y 1816, no lleg ó a recon ocer el poder con tjue podía contar un
Buenos Aires reorganizado. D esde su C ongreso de Oriente, Artigas
envió una d ele g a ció n a B u en os A ires para tratar de vender una vez
más su idea d e federación. B u en os A ires respondió con una alter­
nativa perentoria: o b ien A rtigas hacía del U ruguay una nación
separada (co sa que los porteños sabían que no podía aceptar), o bien
enviaba una d ele g a ció n a una nueva con ven ción constitucional que
tendría tu garen T u cu m án, sin in stru cciones vinculantes. Y en este
punto Artigas c o m etió un grave error táctico, al insistir en que las
provincias bajo su control (la Banda O riental, Entre R íos, Corrien­
tes y Santa F e) participarían s ó lo si se les anticipaban ciertas ga­
rantías, co n d ició n que R u eñ os A ires no estaba dispuesta a aceptar.
Como resultado, lo s artiguistas boicotearon la con ven ción, y con
ello se perdieron de participar en el acon tecim ien to histórico m is
importante d el p eriodo. Otras p rovin cias del interior enviaron

79
delegados, muchos de los cuales eran federales todavía dispuesto,
a ventilar diferencias con sus en em igos (Luna, Los caudillos, 49
50).
El Congreso de Tucumán fue m uy productivo. En primer
lugar, los delegados completaron la larca iniciada en Mayo, y el 9
de Julio de 1816 declaráronla independencia de España abandonan-
do la máscara de Femando VII. El m ism o Fem ando facilitó la
decisión del Congreso: había vuelto a ocupar el trono español, y
estaba mostrando que en materia de reaccionarism o c intoleran­
cia estaba a la altura de sus peores antepasados. Para subrayar su
decisión de preservar la integridad del ex virreinato, los delega­
dos adoptaron el nombre de Provincias Unidas del R ío de la Plata
y adoptaron una bandera celeste y blanca cuya creación es atribui­
da, quizás erróneamente, a Bclgrano (Roscnkrantz, La bandera de
la patria, 194-201). El acto final del Congreso de Tucum án fue el
nombramiento del Director Supremo de las Provincias U nidas, en
la persona de Juan Martín de Pucyrrcdón, con instrucciones de
establecer un gobierno en Buenos Aires, cuyas responsabilidades
principales serían las relaciones exteriores, la guerra contra Es­
paña y la creación de una constitución. El problema m ás can­
dente, la relación de Buenos Aires con el interior, quedó hecho a
un lado hasta la redacción de una constitución. En razón de su
intransigencia, Artigas quedó excluido de ésta y de futuras delibe­
raciones.
El nuevo Director Supremo, Pucyrrcdón, era un político astuto
que se había distinguido una década atrás en la conducción de tropas
portefias contra los ocupantes ingleses. Buen administrador además,
Pucyrrcdón aseguró apoyo político y financiero a lo s esfuerzos
militares de San Martín, lo que no es pequeño logro habida cuenta
de lo limitado de los recursos con que contaba el gobierno. También
fue undccidido enem igo del federalismo y de su principal exponente,
José Artigas. En su lucha contra los federalistas, Pucyrrcdón recibió
una enorme ayuda de una segunda in vasión portuguesa al Uruguay
en junio de 1816. Artigas no era adversario para las tropas profe­
sionales portuguesas. Y en enero d e 1817 M ontevideo cayó en
manos de los invasores, que de inm ediato m anifestaron su decisión
de expulsar a Artigas de territorio uruguayo. El caudillo pidió
auxil io a B uenos A ires, pero a Pucyrrcdón nada le convenía más que
los portugueses destruyeran a A rtigas y a su “dem ocracia bárbara".
Pucyrrcdón también temía que su in terven ción pudiera estimulara
los portugueses a aliarse con España en la guerra indepcndentisia.

80
Artigas denunció con vehem encia la inacción de Pucyrrcdón,
diciendo que “un je fe portugués no habría procedido tan criminal­
mente” como para abandonar a sus compatriotas a un enem igo
común (carta a Pueyrrcdón, 13 de noviembre de 1817, Documentos,
177). Artigas recurrió también a sus ex aliados Francisco Ramírez
y Estanislao López en Entre R íos y Santa Fe, pero no tardó en
enterarse de que la lealtad de éstos se había debilitado al par de su
propia fuerza ante los portugueses.
Mientras tanto, con la colaboración de un comité represen­
tante de varias provincias, Pueyrredón en 1819 presentó una cons­
titución para ser ratificada por todas las provincias. La nueva
constitución instituía un ejecutivo fuerte, el Director Supremo, que
debía ser elegid o no por voto popular sino por un congreso. A su
vez el congreso consistiría de una cámara baja de representantes
provinciales elegid os por voto popular, cuya cantidad variaría de
acuerdo a la población de cada provincia, cláusula que favorecía
ampliamente a Buenos Aires. Aunque el Senado tenía por fun­
ción corregir este desequilibrio, al ser pareja la cantidad de sena­
dores porcada provincia, la versión final de la constitución esp eci­
ficaba que los nuevos senadores serían elegidos no por voto popular
sino por los senadores m ism os que elegirían de listas presenta­
das por las legislaturas provinciales. La constitución también de­
jaba abierta la posibilidad de una monarquía constitucional. La
evidente ventaja porteña que surgía de estas medidas encontró
inmediata op osición en el interior. Para imponer la constitución,
Pueyrredón en vió tropas a Santa Fe, donde fueron rechazadas por
las tropas de López. López y Ramírez unieron fuerzas y empren­
dieron la marcha sobre Buenos Aires. Frente a una oposición que
crecía tanto en las provincias com o en la capital, Pueyrredón
renunció en 1819, supuestamente por m otivos de salud (R ock,
Argentina, 92-93).
Su sucesor fue el antiguo compañero de annas de Artigas, José
Rondeau, a quien Artigas le envió otro pedido de ayuda contra los
portugueses, pidiéndole, en una carta fechada el 18 de julio de 1819
que reconociera que “Nuestra unión es el mejor escudo contra
cualquier especie de coalición [entre España y Portugal]... Em pe­
cemos por el que tenem os al frente, y la expedición española ha­
llará, en la ruina de los portugueses, el presagio de su d esengaño”
( Documentos, 187). Pero R ondeau se mostró tan poco dispuesto
como Pueyrredón a legitim ar a Artigas ayudándolo contra los
portugueses. Por lo dem ás, estaba dem asiado ocupado con la

81
invasión inm inente a B u en os A ires por L óp ez y R am írez. A fines (fe
1819, Artigas sentía que la derrota era in evitable, y le dio instruc.
ciones a su hijo m ayor para la di rccción de su s herm anastros y de los
criados fam iliares. Tras una importante derrota el 22 de enero de
1820, el caudillo abandonó territorio uruguayo, quizá con la esperanza
de reagmpar sus fuerzas, com o había hech o antes.
Mientras tanto, R ondeau enfrentó a lo s ejércitos de López y
Ram írez en C epeda, no lejos de Buenos A ires. L os porteños fueron
derrotados, lo que llevó a Juan M anuel Bcruti a escribir en sus
Memorias curiosas que la patria estaba “llen a d e partidos y expuesta
a ser víctim a de la ínfim a p leb e, que se halla armada, insolente y
descosa de abatir la gente decente, arruinarlos e igualarlos a su
calidad y m iseria” (citado en Halperín D onglii, Revolución y gue­
rra, 341). El 23 de febrero de 1820 los líderes p rovinciales obligaron
a B uenos A ires a firmar un acuerdo con ocido com o Tratado del
Pilar, que en algún aspecto fue un triunfo para el artiguism o ya sin
Artigas. Declaraba a las provincias autónomas y preveía la reunión
de un nuevo congreso federal para decidir el papel del gobierno
central. El artículo 10 del Tratado esp ecifica que se le en víe una
copia a Artigas para que él “entable desde lu ego las relaciones que
puedan convenir a los intereses de la provincia a su m ando, cuya
in coiporación a las dem ás federadas se miraría com o un dichoso
acontecim iento" (“Pacto celebrado en la capilla del Pilar”, Docu­
mentos, 192). Sinceras o no, estas palabras contenían una cruel
ironía, pues A rtigas en ese m om ento no tenía provincia alguna bajo
su m ando y enfrentaba una inm inente d en o ta a m anos de los
portugueses. A dem ás, el Tratado no incluía lo que Artigas más
quería de B u en os A ires y de las otras provincias: una declaración de
g ü e ñ a contra Portugal para recuperar la B anda Oriental. N o sólo
faltaba esa declaración; en cierto sentido el Tratado hacía a Ramí­
rez y L ópez aliados d e facto d e B u en os A ires. Tanto indignó a
A rtigas la traición d e R am írez a lo s in tereses uruguayos que no
tardaron en estallar las h ostilid ad es entre lo s d os caudillos. Ame­
nazado por los p ortugueses en el U ruguay y h ostilizad o por Ramírez
en Entre R íos, A rtigas al fin h u yó al Paraguay en septiembre de
1820, donde v iv ió lo s ú ltim os treinta años d e su vida en el exilio
(R ock , Argentina, 9 2 -9 3 ).
D e todos lo s ca u d illo s p rovin ciales, A rtigas es el m is recor­
dado. Su su p erviven cia en la historia n ace d e la curiosa ironía deque
lo s uruguayos lo con sid eran su padre fundador, proclamándolo de
e s e m odo h éroe d e la in d ep en d en cia d e una nación a cuya inde*

82
pendencia de Uis lYovlnelas Unkltis él so opuso. 1luciendo a un lado
la política, Artigas entra al panteón de los próceros del Río de la
plata au nó el primero en haber articulado los conceptos básicos del
populismo argentino. Artigas se consideraba un federalista, y de
hecho defendió los intereses de las provincias con vigor y coraje,
Peto su federalismo incluía mucho más que la mera idea de Igualdad
de provincias en una confederación laxa, pues el pensamiento de
Artigas lambido estaba teñido de una conciencia popular que exigía
un lugar para obreros, indios, negros, zambos y humildes, acoplado
con un poderoso resentim ionio contra el privilegio y las pretensiones
de las clases altas. Artigas fue también el primer caudillo político
importante que reconoció los peligros que el libre comercio plan­
teaba a las nacientes industrias sudamericanas, en especial para las
provincias del interior que podían verse afectadas negativamente
por las aspiraciones de Buenos Aires de volverse un gran importador.
Y por último, fue uno de los primeros en proponer a “América"
como un patrimonio m ítico que definía a este continente como una
tierra destinada a ser algo más que una derivación de Europa. La
colonización cultural perceptible en la devoción de los morenistas
por las ideas europeas no tenía sentido para Artigas. Pero, como
suele suceder con los populistas, Artigas no tenía una idea clara de
cómo institucionalizar sus sentimientos políticos. Era un político
del sentim iento y la acción, no de las instituciones y las leyes. Por
lo demás, su gobierno mediante decretos y la supresión violenta de
detractores alimenta la sospecha de que, si su poder hubiera dura­
do más, p odía haber resultado más un dictador personalista que un
demócrata institucionalista. En resumen, tanto para bien como para
mal, encam ó las ficcion es orientadoras antiliberales, proteccionis­
tas, populistas, nativistas y personalistas que siguen definiendo a
ciertos elem entos de la nación argentina.

Las ficcion es orientadoras populistas que subyacen en el


federalismo de Artigas no se encuentran sólo en declaraciones de
los caudillos; de hecho, su modo primordial de conservación y
transmisión fu e un género literario curioso y peculiar del Río de la
Plata, llam ado género gauchesco, o literatura gauchesca, que apa­
rece en las letras argentinas junto con el apogeo y la caída de
Artigas, a fin es de la década de 1810. En general se acepta que el
creador de la gauchesca es Bartolom é Hidalgo, un oriental que
luchó a las órdenes de A rtigas y después se instaló en Buenos Aires,
y cuya p oesía, com o las m anifestaciones de Artigas, reclama para

83
los cam pesinos pobres un lugar en la sociedad revolucionaria. Pcro
Hidalgo va un paso importante más allá de Artigas en la articulación
de una postura populista; mientras que Artigas confinaba sus
declaraciones a lo abstracto, Hidalgo le dio al populism o una voz y
un rostro humanos. Lo que en Artigas era primordialmentc teoría,
en Hidalgo se vuelve el gaucho arquctípico, una imagen que es tanto
la del hombre de campo argentino de la década de 1810 como el
repositorio mítico del auténtico espíritu argentino. Como señala
Josefina Ludmer (a quien mi interpretación debe mucho), Hidalgo
anuncia “un nuevo signo social, gaucho ” (Ludmer, El
género gauchesco: Un tratado sobre la , 27). Mi interpreta­
ción de Hidalgo, sin embargo, difiere de la de otros críticos
admirables (Hcnríquez Ureña, Sánchez R eulet y Caillet Bois, por
ejemplo) en que a mi juicio fue el primer escritor argentino de
alguna importancia que haya enunciado ficciones orientadoras
populistas que contrapesaran las doctrinas de exclusión que ca­
racterizaron el pensamiento antifederalista. Más aun, sugiero que su
importancia ideológica iguala y quizá supera su peso literario. A l
afirmarlo, no niego su importancia como creador de las formas
gauchescas; pero sí siento que un exceso de interés en los aspectos
formales de su poesía ha llevado a muchos a descuidar la importancia
de su posición política. Nada en nuestro estudio de las ficciones
orientadoras argentinas tiene más importancia que el populismo de
Hidalgo tal como se trasluce en la gauchesca, sus orígenes, su
permanente validez, y el debate a menudo rispido que sigue pro­
vocando.
Pero antes una palabra sobre la literatura gauchesca en general.
En su aspecto formal, la literatura gauchesca consiste usualmcnte
en relatos en primera persona escritos en una lengua llena de ru-
ralismos de diverso grado de autenticidad, color local, personajes
típicos, y una imaginería que se supone reflejo de la vida ni ral y el
habla de las clases bajas. Los aspectos lingüístico y formal de la
gauchesca estaban destinados a una larga vida; virtualmente cada
generación de escritores argentinos después de Hidalgo ha contri­
buido en algo a la literatura gauchesca. Las obras maestras del
género, El Gaucho Martín Fierro, y su secuela, La Vuelta de Martín
Fierro, de José Hernández (ambos estudiados en detalle en un
capítulo posterior) aparecieron en la década de 1870, y y a en nuestro
siglo Ricardo Güiraldes publicó una popular novela gauchesca,
Don Segundo Sombra, en 1922. Aun hoy, ocasionalmente algún
escritor se ejercita en la gauchesca.

84
A unque (oda la literalura gau ch esca muestra sim ilitu des en su
uso de la len gu a, el gen ero se d esarrolló a lo largo de dos líneas
ideológicas d iferen tes, si no op uestas, Gran parle de la literatura
gauchesca m is co n o cid a , d esp u és de H idalgo, aspira a p oco más
allá del entretenim ien to de p ú b licos de clase alta, con parodias del
habla del g au ch o y el atraso rural, algo no m uy distinto a las actua­
ciones con la cara tiznada, que caricaturizaban a los negros en los
teatros de v o d ev il d e los listad os U nidos, lisa literatura ha sido ju z ­
gada co m o un m ero en tretenim ien to por unos, mientras que otros
la veían co m o profundam ente antipopular. Opuesta a esta corriente
está la gau ch esca p opulista de la que I lidalgo es el primer ejem plo.
La literatura gau ch esca populista b uscó asegurar un lugar entre las
Hcciones orientadoras del país al hombre com ún, al pobre de
campo, al m estizo. En este esfu erzo, H idalgo identifica al gaucho
no sólo co m o un argentino m ás, sin o com o el argentino auténtico,
el sím bolo gen u in o de una nación em ergente. A dem ás, Hidalgo
hace su d efen sa del gaucho usando una esp ecie de deliberada
identificación con él, lo que, com binado con su punto de vista
político, sólo puede ser llam ado populism o.
La peculiaridad de la literatura gauchesca com ien za con la
palabra gaucho. En su autorizado libro gaucho, el estu dioso
uruguayo Fem ando O. Assungflo resum e y docum enta no m en os de
treinta y o ch o teorías concernientes a los p osib les orígen es d e la
palabra, que van d esde el francés gauche, sugi riendo al hombre fuera
de la ley, basta el térm ino de argot sudam ericano guacho, quizás de
origen indio, que sign ifica huérfano (A ssungáo, 38 3 -5 2 0 ). Los
intelectuales del R ío de la Plata siguen discutiendo sobre el sentido
“verdadero" de la palabra en una polém ica que al parecer no acepta
la ¡dea de que las palabras tienen y adquieren sentidos nuevos,
inclusive contradictorios, de acuerdo a cóm o, cuándo, dónde y por
quién sean usadas.
Hoy, las p osicion es en el debate se escalonan entre dos
extremos. De un lado están los puristas que afirman que “gaucho"
originalmente sig n ific ó vagabundo, d elincuente, descastado, y que
ningún cam pesino que se respetara consentiría en ser llam ado
gaucho. L os puristas afirman adem ás que los intentos de romantizar
al gaucho co m o tipo nacion al so n d e h ech o ap olo g ía s del
bandolerismo y la barbarie. Representante típico de esta escu ela es
el libro, cnidito pero de espíritu m ezquino, de Em ilio A. Coni, El
Caucho; Argentina, Brasil, Uruguay. En el bando opuesto están los
romantizadores que usan la palabra para designar el auténtico

85
espíritu argentino, marcado por e l sentido com ú n , la simpatía v \
generosidad. 5
L os que romantizaron al gaucho rastrean e l uso de la palabra
hasta lo s primeros días de la Independencia, cuando los realistas
llamaban gauchos a los revolucionarios, en e l sentido de bandidos
y criminales. Tanto indignó este u so de la palabra al general Manta
Gücrnes, caudillo de Salta, ocasion al aliado d e A rtigas e importante
líder revolucionario, que transform ó la palabra en un desafío,
diciendo que si sus soldados eran gau ch os, gaucho debía de refe­
rirse al patriota luchando contra una le y injusta y autocràtica.
A lgunos autores del período de la Independencia captaron plena­
m ente esta transformación. Y a en 1817, el 2 2 de m arzo, La Gazeta
de Buenos Aires declaraba que “el título de gau ch o m andaba antes
de ahora una idea p oco ventajosa del sujeto a q uien se aplicaba, y
lo s honorados labradores y hacendados de S alta han conseguido
hacerlo ilustre y glorioso por tantas proezas que le s hacen d ig n o s de
un reconocim iento eterno” (citado en Ludmer, 2 7 , n. 5). Tam bién
del lado de lo s romantizadores está la p oesía gau ch esa de autores
com o B artolom é H idalgo, que usaron la im agen d el gau ch o para
sim bolizar al americano revolucionario y auténtico. T íp ic o d e este
punto de vista en nuestro siglo es e l estudio d e R icardo E. R odríguez
M olas de 1968, Historia Social del Gaucho. E l térm ino sufrió un
cam bio adicional en la década de 1840 cu ando D o m in g o F . Sar­
m iento, de quien hablarem os m ás adelante, in sistió e n llamar
gauchos a lo s soldados de Facundo Q uiroga; c o m o é sto s eran
hom bres de las provincias d el o e ste , le jo s d e la s p am pas donde
vivían lo s gau ch os “de verdad” , la palabra e n m a n o s d e Sarmiento
se v o lv ió aproxim adam ente sin ón im o d e lo s n óm ad as cam pesinos
a q uien es él v eía co m o ap oyo natural d e l caudillism o y e n conse­
cu en cia ob stácu lo al p rogreso. E l n om b re gaucho adquirió una
sig n ifica ció n particular en n uestro s ig lo c u a n d o au tores nacionalis­
tas y p op u listas, sig u ien d o la h u e lla d e H id a lg o , h ic ie r o n d el gau­
ch o e l sím b o lo d e la A rgen tin a au tén tica, q u e su p u esta m en te había
sid o vio lad a, traicionada y saq u ead a p o r u ñ a c la s e alta rapaz, pro­
eu rop ea y antiargentina, ayu d ad a p or s u s a lia d o s extran jeros.
Debido a estas opiniones radicalm ente distintas, ahora es
virtualmente im posible discutir e l sentido d e la palabra gaucho sin
tomar posición en este debate duro y a v e c e s desagradable. D e modo
que uso la palabra con precaución, y en su sentido más denotativo:
m e refiero con ella al proletario rural, en general m estizo, cuya vida
estaba ligada a la tierra. A l m ism o tiem po docum ento en páginas

86
subsiguientes la transform ación d e la palabra en un lem anacionaüsta
que en nuestro s ig lo h iz o d e gaucho sin ón im o d e argentino au-
lénáco. En este asp ecto la palabra e s cla v e d e una d e las principales
ficcion es orientadoras d e la A rgentina.
Tan prob lem ático co m o e l sen tid o “verdadero” de la palabra
gaucho e s un p roblem a paralelo q ue con ciern e al origen de la
¿ieramra ga u ch esca. H ay d o s teorías contradictorias respecto del
nacim iento de la gau ch esca. La primera so stien e que este género
literario n o fu e m ás q ue un desarrollo d e la p oesía popular de las
clases bajas rurales. Poratractiva que parezca esta idea, n o puede ser
probada. A u n q u e m u ch os observadores notaron la existen cia de la
poesía popular d el g au ch o, sobre tod o en letras d e can ciones, antes
f e 1810, n ada quedó registrado por escrito. D écadas d espu és,
cuando lo s m ism o s vem os populares fueron transcriptos, con sis­
tieron en baladas y can cion es d e am or totalm ente desprovistas
f e i lenguaje p opular y la s im ágen es que se asocian con la gau ch es­
ca. La segu nd a teoría con cern ien te al origen d e la gau ch esca
sostiene q ue fu e desarrollada por hom bres cu ltos, para quienes s e
trataba de un artificio literario co m o cualquier otro. C om o lo señala
Jorge L u ís B orges, “Los payadores d e la cam paña no versificaron
jamás en un lengu aje deliberadam ente p leb eyo y con im ágenes
derivadas d e lo s trabajos rurales; e l ejercicio d el arte e s, para e l
pueblo, un asunto serio y hasta solem n e” (B orges, “ El ‘M artín
R e n o ’ ”, O bras com pletas en colaboración, 5 1 5 ). Desarrollando
esta idea, en una crítica al n acion alism o literario d e lo s años
peronistas, B orges escribió:

Entiendo q u e hay una diferencia fundamental entre la p oe­


sía de lo s gau ch os y la poesía g a u ch esca ... L os poetas po­
pulares d el cam po y d el suburbio versifican temas generales:
las penas d el am or y d e la ausencia, e l dolor del amor, y lo
hacen en un lé x ico m uy general también; en cam bio, los p oe­
tas gau ch escos cultivan un lenguaje deliberadam ente popu­
lar, que lo s poetas populares n o ensayan. N o quiero d ecir que
el idiom a de lo s poetas populares sea un español correcto,
quiero decí rque si hay incorrecciones son obra de la ignorancia.
En cam bio, en lo s poetas gau ch escos hay una busca de las
palabras nativas, una p rofusión de color lo c a l... T od o esto

mi
puede resum irse así: la p oesía gau ch esca {Obras Completas,

87
Aunque la intención de Borges era despolitizar la gauchesca,
a la que los nacionalistas argentinos estaban dolando de cualidades
que rozaban la extravagancia, no puede negarse que la diferencia
que establece entre la gauchesca y lo auténticam ente popular es en
lo fundamental cierta. Pero además B orges deja entrever que el
lenguaje popular de la poesía gauchesca de algún modo hace de ella
algo poco "serio y hasta solem ne”. Nada podría estar más lejos de
la verdad, com o el m ism o Borges lo reconoce en otros contextos. De
hecho, algunos de los m om entos m ás sublim es en la literatura
hispanoamericana se encuentran en la gauchesca.
Dado que el género gauchesco, entonces, no es mera poesía
popular transcripta, ¿qué es? o mejor dicho, ¿qué es lo que aporta
específicam ente Hidalgo a la literatura que justifique el llamarlo el
"padre de la gauchesca”? En palabras del crítico dom inicano Pedro
Ilenrfquez Ureña, la creación de Hidalgo fue a la vez modesta y
revolucionaria (Henríquez Ureña, corrientes literarias, 115).
Fue m odesta porque la poesía de tipo satírica, con personajes
populares y habla también popular, era bastante com ún en todo el
mundo hispánico durante los últimos años del siglo xvm, y espe­
cialm ente, en el Río de la Plata, en la forma de baladas breves, los
cielitos y diálogos satíricos o sainetes (Sánchez Reulet, “ La ‘Poesía
G au ch esca’ ”, 286-287). Fue revolucionaria porque puso esas
formas al servicio de una intención política explícita. En una
palabra, lo que había sido burlesco y paródico se volvió en la
gau ch esca de Hidalgo un modo de instruir a los gauchos de sus
deberes cív ico s al tiempo que usaba a esos m ism os gauchos como
sím b olo legitim ador de una nación em ergente, sím b olo de conno­
taciones innegablem ente populistas.
A m bas intenciones (el didactism o y la legitim ación) son
v isib les en las “m odestas” in ven ciones de H idalgo. Tomando la
forma del cielito ,creó una nueva v o z p oética en la que un gauch
payador trata tem as p olíticos. Por ejem p lo en “ U n gaucho de la
guardia del m onte contesta al m an ifiesto d e Fem and o V il”, uno de
sus cielitos, un gaucho sin nom bre responde a un m anifiesto del rey
F em and o VII, que reclam aba sus p o se sio n e s en el R ío de la Plata,
h ech o que a celeró la ruptura d efin itiva d e la A rgentina con España
en el C on greso d e T ucum án en 1816. E n respuesta, el de
H idalgo le d ic e al R ey: “guarde am ig o el p apelón , / y por nuestra
Ind ependencia / p on ga una ilu m in a ció n ” (Antología de la poesía
gauchesca, 7 5 ). Puntuando su balada co n e l refrán rítmico “Cielito,
c ic lo que s í ”, el payador afirm a

88
Cielito, cielo que sí,
lo que te digo Femando,
confiesa que som os libres
y no andés remolineando.

Cielito, cielo que sí,


guardensé su chocolate,
aquí som os puros Indios
y sólo tomamos mate.

Y si no le agrada, venga
con lucida expedición,
pero si sale matando
no diga que fue traición.

( Antología de la poesía gauchesca, 77-79.)

Aunque la irreverencia adolescente de Hidalgo tiene un visi­


ble encanto, lo más notable en estos poemas es su populismo. No
sólo vem os en el obligado coloquialismo del lenguaje un intento
de identificar la independencia con el gaucho; la mera idea de que
los españoles deban guardarse su chocolate y dejar a los argenti­
nos su mate, infusión popular entre los indios pampas y sus pri­
mos gauchos, subraya la presunción de que el pueblo bajo se basta­
ba para ganar la independencia, que los humildes “indios puros”
se bastarían para hacer retroceder a los vistosos ejércitos del Rey,
y que las clases bajas encaman el espíritu genuino de la nueva
nación.
¿Y a quién estaban destinados estos discursos? Seguramente
no al Rey, a quien estaban dirigidos, ni mucho menos a los
contemporáneos de Hidalgo que, com o Moreno, se consideraban
descendientes intelectuales de la Ilustración europea. A los argenti nos
educados no era necesario decirles que: “Eso que los reyes son /
imagen del ser divino / es (con perdón de la gente) / el más grande
desatino” ( tolgía77).
n
A, N i tampoco necesitaban oír

Cielito, cielo que sí,


no se necesitan reyes
para gobernar los hombres
sino benéficas leyes.
Lo que el R ey siente es la falta

89
de minas de plata y oro...
Ya se acabaron los tiempos
en que seres racionales,
adentro de aquellas minas
morían como animales.
Cielo, los reyes de España
¡la p ... que eran traviesos!
Nos cristianaban al grito
y nos robaban los pesos.

(Antología, 77-79)

El público para estos versos era, evidentemente, un público de


gauchos, que, aunque habían luchado por la independencia, ahora
debían ser incorporados a una nueva estructura cívica. Y es aquí
donde vem os el énfasis francamente populista del pensamiento de
Hidalgo. Antes que él, ningún escritor de importancia pensó en
buscar para los gauchos un lugar en la nación emergente. Por el
contrario, Beruti y los moralistas habían insistido tenazmente en
que la independencia era producto exclusivo de los hombres ilus­
trados, quienes debían defenderla de la “ínfima plebe” si quería
conservar su pureza. De ahí que la importancia de Hidalgo en la
historia intelectual argentina sea mucho más que literaria. Aunque
sin duda alguna merece un alto puesto en las letras argentinas por
la creación del género gauchesco, igual de notables son sus intui­
ciones populistas que lo llevaron a tocar el tema del pluralismo
social en un momento en que la élite intelectual tomaba medidas
para fortificarse contra el resto de la sociedad. Aunque en el plano
intelectual no estaba a la altura de sus contem poráneos más cultos,
es preciso reconocer a Hidalgo mejores intuiciones políticas, cer­
canas a las que articulaba su ex caudillo militar, José Artigas. En
realidad, gran parte de la guerra civil que cubriría la Argentina
durante los próxim os cincuenta años podría haber sido evitada
quizá si los aristócratas porteños hubieran sido tan sensibles a las
aspiraciones de las clases bajas com o lo fue el primer poeta
gauchesco en su m odesta revolución.
A sí com o Hidalgo les dio un fin p olítico a sus cielitos, más
adelante transfonnó el sainete, fon na teatral popular, en vehículo
de instrucción, com entario y protesta políticas. En sus manos,
el sainete se v o lv ió diálogo patriótico en el que un gaucho, algo
más instntido que la m ayoría, instruye a otro sobre temas que

90
van desde la historia d e la R evolución de M ayo a conceptos
iluministas de ciudadanía, en la m ism a forma de los versos que
vimos antes. Pero en lo s diálogos hay una nota de protesta contra
otros argentinos, nota que estaba ausente en los cielitos. El orden
social em ergente en la década de 1820 daba poco espacio a los
ex soldados gauchos, y los altos ideales del Congreso de Tucumán
no se reflejaban en la creciente lucha entre Buenos Aires y las
provincias. Los gauchos eran en gran m edida las primeras vícti­
mas de este idealism o fallido, y los diálogos de Hidalgo reflejan su
desilusión. D ice Jacinto Chano, el gaucho “culto” del “D iálogo
patriótico interesante” de Hidalgo, a su am istoso interlocutor,
Ramón Contreras:

D esde el principio, Contreras


esto ya se equivocó;
de todas nuestras Provincias
se em pezó a hacer distinción.
C om o si todas no ju esen
alumbradas por un sol;
entraron a d esconfiar
unas de otras con tesón,
y al instante la discordia
el palenque n os ganó.

( Antología, 83)

Estos versos indican que para Hidalgo la falla del m ovim iento
¡ndependentista no estuvo en la voluntad o en la ley o en la
economía. A ntes bien, estuvo en la incapacidad de los p ocos de
incluir a los m uchos, “com o si todos no ju esen / alumbrados por un
sol”. Hidalgo localiza esta falla ¡nicialm cnlc en la incapacidad de
las provincias de cu m p lirlas prom esas formuladas cnT ucum án, de
forjar una A rgentina unida de provincias iguales, de acuerdo con el
ideal federalista. Pero de inm ediato agrega que el fracaso político
fue también un fracaso moral, una traición a los principios, y un
rclroccso de la revolución m ism a. M ientras que el fracaso político
puede entenderse en térm inos exclu sivam en te políticos, Hidalgo
destaca que el problem a subyacente e s individual: hubo hombres
que se consideraron m ejor que otros, y en con secu en cia se creyeron
por encim a d e la ley que decían obedecer:

91
¿Porqué naides sobre naides
ha de ser más superior?...
La lay es una no más,
y ella da su protcición
a todo el que la respeta.
El que la lay agravió
que la desagravie al punto:
esto es lo que manda D ios,
lo que pide la justicia
y que clama la razón;
sin preguntar si es porteño
el que la lay ofendió,
ni si es salteño o puntano,
ni si tiene mal color,
ella es igual contra el crimen
y nunca hace distinción
de arroyos ni de lagunas,
de rico ni pobretón:
para ella es lo mesmo el poncho
que casaca y pantalón.

( Antología, 84)

A quí el payador se lamenta de que la independencia ganada en


gran medida con el sacrificio del gaucho ahora b en eficie sólo a los
ricos. Lo que había empezado, al menos en la m ente de lo s gauchos,
com o unalucha porla igualdad bajo la ley , fuera cual fu ese el origen
o la riqueza, había sido corrompido por los ricos porteños que sólo
querían enriquecerse más imponiendo su voluntad sobre el resto del
país. Pero más importante aun es que Hidalgo enfoque delibera­
damente temas de ingreso desigual, raza y lugar d e origen, pues es
ahí donde vem os la innegable inclinación populista de su pensa­
m iento. En su esquema, bajo el imperio de la le y todas las razas y
clases son iguales. El ingreso (ricos y pobres, poncho y chaleco),
color, proveniencia, simplemente no figuran en su concepto de la
ley ideal. Ahora bien, aunque es cierto que lo s liberales cultos de
Buenos Aires, en especial los morenistas, se llenaban la boca con el
im perio de la ley, no tardaban en retroceder cuando se trataba de
darles a provincianos, gauchos u hombres d e tez morena una
posición jurídica igual a la que gozaban ello s. La importancia de
Hidalgo deriva precisamente de que, igual que Artigas, toma el

92
rumbo opuesto. Habla no sólo de igualdad bajo la ley sino también
de problemas esp ecíficos (raza, ingresos y lugar de origen) que sus
compatriotas más sofisticados sólo querían posponer. Igual que
Artigas, Hidalgo tomó las palabras de la Ilustración en su valor
literal, asumiendo posiciones que más adelante serían identificadas
como populistas. Y también com o Artigas, Hidalgo temía ser
ignorado:

Pero es platicar de balde,


y mientras no vea yo
que se castiga el delito
sin mirar la condición:
digo, que hem os de ser libres
cuando hable mi mancarrón.

( Antología, 84)

Aquí H idalgo toma clara distancia del temor de Beruti al


gobierno de la masa. Para Hidalgo la amenaza más tem ible al
movimiento independentista no es el imperio de la masa sino
su opuesto: e l privilegio de vivir por encim a de la ley, privile­
gio que el rango social atribuye a unos pocos a expensas de la
mayoría.
Pero, aunque Hidalgo ataca los intentos visib les de exclu ir al
gaucho, su retórica trasciende lo visib le e im buye al gaucho de
cualidades míticas. A sí com o la palabra americano en boca de Artigas
sugiere una nación nueva y un destino m ítico, el gaucho de Hidalgo
hace más que representar una clase social desposeída: también
refleja el espíritu de una nación adolescente que desafía con
arrogancia las pretensiones europeas y afirma una nueva identidad.
Este uso de la palabra gaucho en ningún lugar es más claro que en
el siguiente pasaje del “N uevo diálogo patriótico” en que Contreras
le describe a Chano uno de lo s intentos de Fem ando de recuperar
territorio en e l Río de la Plata. Chano com ienza el diálogo haciendo
mención a un rumor según el cual el rey Fem ando “solicita con an­
sia / por medio de diputaos / ser aquí reconocido / su constitución
jurando”. Contreras responda:

Anda el runrún hace días,


por cierto no lo engañaron:
los diputaos vinieron,

93
y desde e l barco mandaron
toda la papelería
a nombre del rey Fem ando;
¡y venían roncadores...
la p u ... lo s maturrangos!
Pero, am igo, nuestra J unta
al grito le s largó e l guacho
y les mandó una respuesta
más linda que san Bernardo.
¡Ah gauchos escribinistas
en el papel de un cigarro!
V iendo ello s que no em bocaban,
y que lo s habían tom iao,
alzaron lo s contrapesos
y dando güeltas al barco,
s e jueron sin despedirse...
Vayan con doscientos diablos.

{Antología, 91)

Lo más notable en este pasaje es la frase gauchos escribinistas,


al referirse a quienes rechazaron las proposiciones d el R ey. Así
com o la palabra americano sugería en Artigas una unidad mística
y una identidad preexistente, gaucho en H idalgo sugiere un espíritu
unificado en el que inclusive los abogados pueden ser gauchos.
A sim ism o, al apropiarse de un término que antes sugería clase baja
o delincuente, sugiere que la nueva identidad n acional debería
determinarse no por su clase alta sino por los cam pesinos humildes
y m estizos. Es así com o e l nombre de gaucho d efin e un espíritu
nacional que es a la v ez nuevo y preexistente. E l gaucho para
Hidalgo es el auténtico americano cuyas intenciones políticas
coinciden con la pureza del nuevo país, y son por consiguiente
genuinas. V io en el hum ilde y en e l m arginal a gente de valor, al
verdadero argentino en algún sentido, y la inescapable identidad del
país. D e ahí que buscara enseñarle al gaucho los principios de la
ciudadanía y la responsabilidad cívica, no com o una precondición
para ser incluido, com o podrían haber dicho lo s morenistas, sino
com o ciudadanos que ya eran parte d e la corriente central de la
nueva nación, y cuyo derecho a la ed u cación y a una aceptación
plena estaban más allá de todo debate. L a p osición de Hidalgo es
decididam ente populista. La curiosa expresión “gauchos escribí-

94
nistas en el papel de un cigarro” subraya la con d ición com ú n d el
movimiento revolucionario; m ientras el rey enviab a una cantidad
de documentos o fic ia le s, lo s abogados gau ch os respondían en
pequeños papeles que eran propiedad de todos. D ada la naturaleza
exaltada de su rebelión, no necesitaban p apeles finos; la suya era
una rebelión de sustancia y principio, n o d e form a. La creación
literaria de Hidalgo fu e quizás una revolu ción m odesta; su p o sició n
ideológica, en cam bio, ftie auténticam ente radical, y por cierto una
de las más avanzadas en la primera década d e n acionalidad d e la
Argentina.

Si la “m odesta revolu ción ” de H idalgo n o hubiera encontrado


resonancia en el espíritu argentino, la p oesía gau ch esca probable­
mente se habría perdido co m o tantos otros versos patrióticos e s ­
critos durante la guerra de independencia. Pero el género gauchesco
sobrevivió, en gran m edida porque lo s escritores argentinos sig u ie ­
ron encontrando en la gau ch esca un m ed io im portante, q uizás in ­
clusive esencial, para la d iscu sión política. Su razonam iento al p a­
recer fue que no había m od o m ejor d e buscar ap oyo popular para
una idea que articularla en lo que pasaba por ser el lengu aje popular.
Uno de los primeros im itadores d e H idalgo fu e fray F rancisco de
Paula Castañeda, un cura vociferan te que durante la década d e 1820
promovió su m ezcla particular d e p opu lism o, fed eralism o y orto­
doxia católica en versos gau ch escos (R ivera, La prim itiva litera­
tura gauchesca, 5 1 -5 3 ). Sim ilar en in ten ción fue L u is Pérez, un
poeta populista que ap oyó la dictadura d e Juan M an u el d e R o sa s
(del que hablarem os en cap ítu los posteriores). C uriosam ente, e l
éxito de Pérez en la p rom oción d e la versión rosista del fed eralism o
en el medio gau ch esco inspiró a lo s unitarios a h a cer lo m ism o, pero
con intenciones p olíticas op uestas (R ivera, 5 8 -6 0 ; S án ch ez R eu let,
291). El primero entre lo s autores ga u ch esco s unitarios fu e H ilario
Ascasubi, quien entre 1830 y 1850 dirigió una in can sab le cam paña
poética contra R osas, frecuentem en te en v erso s g au ch escos. Pero
Ascasubi nunca le s da a su s g au ch os e l v alor sim b ó lico d e los
personajes d e H idalgo; antes q ue lo s gen u in os argentinos y puros
patriotas que eran en la p oesía de H idalgo, lo s gau ch os d e A scasu b i
existen sólo com o ted io so s v o ce ro s d e la p o lítica unitaria, o b ien
como peleles cu ya torpeza h ace sonreír a la elite ilustrada. Otro
escritor que sig u ió por e ste cam in o es E stanislao del C am po, cu ya
obra principal, Fausto, escrita en 1866, o frec e un retrato m u y
divertido de un gau ch o q ue, d esp u és d e haber presen ciado una

95
ivv\w^nuiv'kMvvK'l ftm .vM deOoum xi, tratado contarlo la historial
otro gaucho amigo suyo,
lis así com o el génerx)gauchesco después do Hidalg
vuelve una tradición dividida; com o la R evolución do Mayo que se
dividió a temprana hora cuito saavedristas populistas y m otinis­
tas elitistas, la gauchesca pareció destinada a son-ir a dos tradi-
d o n es contrarias. Hidalgo oteó el género y se identificó con una
de esas tradiciones: la de promoción literaria de los humildes y
los excluidos. La obra culminante de la gauchesca, gaucho *
t il Fierro, de 1872. que estudiaremos en extenso en un capítulo
posterior, continúa esta tradición populista. La otra corriente en
la gauchesca toma la forma de Hidalgo pero invierte su política.
Su finalidad era divertir a un público ilustrado con las gracias de
la gente de campo, ignorante pero fe liz ... y ocasionalm ente lan­
zar alguna flecha contra el federalismo, de pasada. La misma
critica sobre la gauchesca refleja esta división peculiar. En este
siglo, el origen, propósito, función y permanente importancia de
la gauchesca sigue provocando un debate a menudo in am istoso, y
nunca conclusivo, que en sí mismo es un paradigma importante de
la identidad argentina.
Hacia 1820 la falla que recorría la sociedad y la historia
argentinas ya era claramente visible. (Podría decirse que había
sido visible desde e l primer día en que M oreno mostró su desa­
cuerdo con Saavedra.) A un lado de la falla estaban lo s libe­
rales, principalmente los unitarios de Buenos A ires, que vivían
mirando a Europa y ansiosos de importar las últim as ideas, las
m ás modernas, del exterior, para dar con ellas forma a su nación
fuera cual fuese el costo, y hacerla un reflejo de la civilización
europea. En su plan, Buenos Aires serviría com o ejem p lo y tutor
de las provincias y quizá de toda A m érica latina. A l otro lado de
la falla estaban los federalistas, caudillos provin ciales y popu­
listas de varias layas. Aunque su sueño para la A rgentina era me­
nos claro y m enos bien expuesto que el de sus en em igos libera­
les, su meta era una política m ás in clusiva dond e hubiera un lugar
para el cam pesino, el indio, lo s m estizos y lo s gau ch os. Algunos
de ello s, com o Artigas, llegaron a recon ocer que lo s derechos
políticos sin propiedad no significaban nada. A m b os lados de
esta sociedad dividida se unieron in icialm ente e n e l d eseo de ex­
pulsar a los españoles. Pero una v e z que esa tarea estuvo cum­
plida, dirigieron su enem istad uno contra e l otro, hundiendo al
país en sesenta años de guerra c iv il y derram am iento d e sangre.

96
Ambos lados desarrollaron ficcion es orientadoras que definieran y
sustentaran su punto de vista. C om o veremos en capítulos subsi­
guientes, estas ficciones, y los conflictos que reflejan, evolucionarían
con independencia una de otra, llevando a la Argentina moderna a
una división ideológica que de extraño modo sigue impidiendo el
consenso y la estabilidad.

97
Capítulo 4

Los rivadavianos

Los rivadavianos fueron un grupo de unitarios p orteñ os reunidos


alrededor de la figura de Bernardino R ivad avia, un m orenista a
quien vim os ya com o secretario del Triunvirato d e 1811. D urante la
década de 1820 dirigió un fugaz gobierno q ue an ticipó virtualmcnte
todas las posturas de las clases liberales y educadas en la Argentina.
Los rivadavianos no estuvieron en el poder e l tiem po suficiente
com o para hacer cam bios estructurales durables en el p aís. A un así,
Rivadavia dejó su marca en las instituciones so cia les, las aspiracio­
nes culturales y el estilo de gobierno, marca que sig u e actuando en
primer plano entre las ficcion es conductoras del lib eralism o argen­
tino. De hecho, ningún elem ento de la sociedad (ejército, educación,
literatura, m úsica, arte, jurisprudencia, m ed icin a, p o lítica , econo­
mía, religión) salió indemne de la v isió n adm inistrativade Rivadavia.
Lo más elogiab le en el legado rivadaviano fueron su s aspiraciones
culturales y educativas. M ucho m en os adm irable e s e l elitism o de
su política. Y m enos aún su política ec o n ó m ica , q ue en d eu dó a la
nación, concentró el poder en m anos de la oligarq uía terrateniente,
y le permitió a Gran Bretaña ahogar un au tén tico desarrollo eco­
nóm ico con mano tan firm e co m o había p o d id o hacerlo España en
tiem pos coloniales, o m ás. L os h ech o s q u e llevaron al acceso de
R ivadavia al poder, su trabajo por la organ ización d el país, sus
p osicion es frente a otros argentinos y latin oam erican os, su derrota
y exilio: he ahí los tem as de este cap ítu lo.

La experiencia rivadaviana c o m ien za en el ca ó tico año &


1820. Los planes de con fed eración articu lad os en el Congreso ^
Tucum án apenas cuatro años atrás yacían h ech o s pedazos,
interior del país estaba virtualm cnte con trolado p or lo s caudillo )

98
i jEXÏ,^vx<L K3 cabildo de Bueno« A ires estaba divid id o
,'vV s a s a is s ib ís Que enfrontaban a unitario« contra federales,
J g ^ íj^ a se ca tT a autooomista«, conservadores contra liberales y
^ eieeo ja co b in o '' contra la Iglesia. D espu és d e m eses de virtual
ini*o-Ju d eábddo d e B u en os A in'« e lig ió al general Martín
R.vriguer com o gobernador, puesto que con servé durante cuatro
jécsviecnásoe Inane, un contemporáneo que dejó varios volú m en es
j ; e.-craordinanas m em orias, consideraba a Martín R odriguez "un
x c s b t vulgar, un gaucho a stu to ,,, que tu vo buena e le c c ió n de
sànèssros. y rue dócil para dejarse gobernar" (Iriarte, s, III,
X \ Sea verdadera o no la caracterización de In an e, Nlartín R odriguez
t£ro buen panel. A dem ás, co m o federalista d ecid id o a incluir a
grirarios en su gobierno, dio una ñora conciliatoria m u y rara en la
primea de ese m om ento. Heredó asim ism o la perenne responsa-
káñad de formar un con greso constituyente para que redactara otra
cccsmucàôn que pudiera ser rarificada por todas las p rovincias. La
-censa de la época s u d e referirse a e ste com ité co m o e l C ongreso
X ariccal aunque no tenía autoridad legislativa. G obernante m ás d e ~~
t i n q u é e n l o s hechos, Rodríguez s e apoyaba ca si com p letam ente
en Bernarda» R ivadavia, su m inistro d e G ob iern o y A su n tos
Exteriores, que in ició una serie d e reformas q u e en gran m ed id a
srriemQ com o m a n » a las aspiraciones liberales in d u s iv e en e l
s r io xx. D e hecho, aunque no encabezó d gob ierno d e B u en o s
A ie s h ic a 1S26. R ivadavia oscureció tanto a M artín R od rígu ez
qae d gobernador s u d e ser m en cionad o co m o nota al p ie d e su
E s iris rm —-
Rivadavia, un hombre p oco atractivo, in gresó a la p o lítica
n o » después d e la caída d e la Primera Junta, en 1810. A partir d e
1S14 viajó extensam ente por Europa, representando a su c esiv o s
gotism os argentinos en cu estion es q ue iban d esd e encontrar un
F r ie r e coronado adecuado para gobernar la A rgentina, hasta
empezar y no terminar nunca una traducción d e la Théorie des
prises t í des récompenses d e Bentham (P ic c im lli, R ivadavia y su
tkmpo, n , 11-27). En Europa, admiró e l sistem a p o lítico in g lés, s e
smmoró del utilitarism o d e Jerem y B en th am , m an tuvo corres-
Pcofentia con d pensador in g lé s (K c c in iU i, 4 2 7 -4 4 4 ) y adquirió
tes gastos refinados y las pretensiones d e un dandi francés. E n 1821
f e Mamado de vuelta para servir co m o m inistro d e R odríguez; en
1£25, bajo la administración d el su cesor d e R odrígu ez, L as H eras,
f e 2 Inglaterra en otra m isión , ésta m ás b reve, y en 1826 e l
C *greso N acional lo d ig ió Presidente d e la s P rovin cias U n id as,

99
p u esto q u e o c u p ó hasta q u e fu e ex p u lsa d o p or la fucr/.a en 182")
A un q u e su p u estam en te d ed ica d o a la cr ea ció n d e una rcpúblitJ
d em ocrática, R ivad avia m ostró d e sd e tem p ran o una fuerte inc|¡
nación antipopular, a sí c o m o una d eb ilid ad p or lo s decretos
m u lad os en co n su lta só lo c o n su s p rin cip ios p rivad os. Entre 1821 y
1 8 2 7 , e s la p resen cia d om in an te en la vid a p o lítica , cultúrale
in telectu al portcíla, período que a lg u n o s h istoriad ores argentinos
sim p atizan tes han llam ado La Feliz
La F eliz E xp erien cia fue resultado d e la c o n ílu c n c ia afortunada
d e cuatro in gredien tes n ecesarios para la alta cultura: prosperidad,
una cla se alta em ergen te con tiem p o para e l o c io , paz, y una
fascin ación co n lo s u so s d e la aristocracia eu ropea. La prosperidad
hacia 1 8 2 0 ya era un h ech o de la vida porteña, gracias en gran
m edida al apetito in saciab le d e Europa por lo s cu eros y las carnes
saladas. A d em ás, dentro de la provincia, lo s com ercian tes de la
ciudad adquirieron m ás y m ás tierras m ientras lo s terratenientes se
dedicaban cada v e z m ás a lo s n eg o cio s urbanos; d e esta unión de
cla se terrateniente y com erciante nació la oligarq uía argentina
c u y o s a p ellid os dom inarían gran parte de la h istoria argentina
(S eb reli, poge,111-142). La paz fue resultado d e un alto mo­
A
m en tán eo en la guerra con el Brasil (los p ortu gueses que retenían
M o n tev id e o ) y el Tratado d el Pilar, que por b reve lap so le s dio a los
p orteños un respiro en la tarca d e forzar a las p rovin cias rebeldes a
so m etérseles. Las m ism as hostilidades entre lo s cau d illos Ramírez
y L ó p ez iban a favor d e B u en os A ires. R am írez aspiraba a volverse
el n u ev o A rtigas. L óp ez resistía y al fin en 1821 derrotó y ejecutó
al d esd ich a d o R am írez. La derrota de éste d eb ilitó la alianza
fed eralista a tal grado que B u en os A ires no s ó lo se o lv id ó del Tra­
tado del Pilar sin o que b loq u eó e l Paraná co m o m ed io d e controlar
el co m ercio d el interior. Por m ucho que las p rovin cias lamentaran
esta s m ed id as, sus propias d iv isio n es le s h acían im posible una
resisten cia unida a B u en os A ires. M ientras tanto, B uenos Aires
aum entaba su con tacto co n viajeros eu rop eos, comerciantes y
c ien tífico s. T anto H u m b old t co m o D arw in p asaron algún tiempoen
la A rgentina. M ed ian te viajes p or el extranjero, lo s hijos de la oli'
garquía em ergen te se fam iliarizaron co n las costu m bres europeas,
a m en u do al punto d e sen tirse m ás extranjeros en la Argentina que
en Europa.
Q u ien catalizó esto s in gred ien tes d e p az, prosperidad y Alta
Cultura en L a F e liz E xp erien cia fu e B em ard in o Rivadavia. Con
in m en sa en ergía, R ivad avia se la n zó a la tarea d e organizar la

100
sociedad que soñaba, un reflejo de la civilización occidental, ejem ­
plo de cultura europea en las A m éricas, París de las pampas. Su
sueño sigue dando forma al liberalism o argentino, y ningún catá­
logo de las ficciones orientadoras del país está com pleto sin él. Pero,
curiosamente, no dejó escritos importantes, m ás allá de las cartas
obligadas, las declaraciones pro forma y los d ocum entos oficiales.
Como lo observa su principal biógrafo, Ricardo Piccirrilli: “Jamás
los menesteres de la pluma constituyeron para él ni el atisbo de un
menudo goce” (Piccirrilli, II, 16). Su único texto es su trabajo y su
recuerdo.
Una de las primeras reformas de R ivadavia con sistió en
desmilitarizarla provincia de B uenos A ires, maniobra necesaria en
vista de los m iles de oficiales sin em pleo y reclutas pobres que, ya
sin necesidad de combatir ni a los españoles ni a la s provincias, eran
considerados una fuerza política potcncialm cnte peligrosa. Para
volver impotente a esta fuerza, se forzó al retiro a todo el personal
tanto militar com o gubernamental. M ás aun, com o lo exp lica e l
ministro de Finanzas Manuel José García, las p en sion es fueron
deliberadamente ridiculas para alentar ala independencia a “hom bres
habituados a un sueldo fijo” que “temblaban de verse so lo s en el
camino de la vida, entregados a su propia industria. A sí crecía y se
propagaba esa funesta manía de em pleados” (citado en H alpcrín,
Revolución y guerra, 357). Un ex militar que se sintió estafado co n
las nuevas pensiones fue el ex presidente y próccr de la Independencia
Comelio Saavedra, quien en sus mem orias recuerda con amargura
cómo fue gracias a la herencia de su esposa que pudo m antener a
fiotcla familia (Saavedra, “A utobiografía”, 1 ,8 2-85). En un decreto
del 7 de septiembre de 1821, lo s dcscm pleados, m uchos de e llo s e x
soldados gauchos, son definidos com o “d elincuentes d o lo so s de
mendicidad”, y eran enviados a la cárcel o forzados a trabajar en
obras públicas (citado en Halpcrín D ongh i, 350). A l m ism o tiem po,
a pesar de una aparente escasez de mano de obra en la econ om ía de
crecimiento, el gobierno puso techos a los salarios pagados a los
obreros com unes, m uchos de ellos soldados de vuelta a la vida civ il,
para asegurar de ese m odo “la dependencia del trabajo del d ía”
(citado en Halpcrín D onghi, 358). Evidentem ente, la supuesta
adhesión del gobierno de R odríguez a la ortodoxia liberal no llegaba
a tanto como para dejar que lo s salarios buscaran su propio nivel; al
contrario, los em pleadores a quienes se sorprendía pagando m ás de
lo que permitía el gobierno eran m ultados. Bajo el liberalism o
rivadaviano, “son ellas m ism as (las clases populares) las que deben

101
m ejorar su suerte, u sando para e llo lo s instrum entos que la eco
n o m ía le s prop orciona” (H alperín D on gh i, 3 5 2 ). Esto significad
u n im portante alejam ien to d el interés paternalista y protector hacia
e l pobre ex h ib id o por lo s gob iern os co lo n ia les, influidos por |}
Ig lesia , en su s m ejores m om en tos, asf c o m o por caudillos del tipo
d e A rtigas. D e h ech o , dadas las p o sicio n es rivadavianas hacia lj
cla se obrera, no p uede sorprender que lo s pobres prefirieran a lo$
cau d illos.
A dem ás d e la reforma m ilitar, la F e liz Experiencia es la
historia de varias in stitu cion es notables, todas m odeladas según lo
que había v isto R ivadavia en Europa. La primera fu e la Universidad
d e B u en os A ires, fundada en 1821 con el padre A nton io Sáenz, un
cura liberal que había actuado en política d esde 1806, como su
prim er rector. La U niversidad estaba dividida en seis escuelas o
facultades, con sisten tes de estudios preparatorios, cien cias exactas,
m edicina, derecho, ciencias teológicas y ed u cación elem ental. Pan
formar e l claustro de profesores R ivadavia lo s im portó d e Europa,
en esp ecia l de Inglaterra, y puso énfasis en la enseñanza d e las
m atem áticas y la cien cia, materias m uy descuidadas en la educación
esco lá stica de las generaciones anteriores. Tam bién importó un
laboratorio de quím ica, que incluía un in glés para m anejarlo. Como
. la U niversidad estaba pensada principalmente para la provincia de
B u en os A ires, en 1823 R ivadavia fundó e l C olegio d e Ciencias
M orales, expresam ente para jó v en es p rovincianos que eran selec­
cionados m ediante exam en para recibir becas de estudio. El Colegio
reunió por primera v ez a un grupo de ad olescentes que catorce años
después formarían la G eneración de 1837, p osib lem en te el grupo de
_ intelectuales m ás distinguido en la historia argentina y del que
hablarem os en el capítulo sigu ien te. Entre los hom bres notables que
estudiaron en el C olegio debe m encionarse a M igu el Cañé, ensa­
yista y n ovelista; Juan María Gutiérrez, crítico y novelista; Esteban
E cheverría, poeta y ensayista d el que hablarem os ampliamente en
el capítulo siguiente; Juan Bautista A lberdi, en sayista de especial
p ercepción y claridad que contribuyó inm ensam ente a la primera
C onstitución efectiva de la A rgentina, y a q uien examinaremos en
cap ítu los posteriores, y V icente Fidel L óp ez, autor de la clásica
H istoria de la República Argentina. La historia del Colegio f
escrita m ás tarde por uno de sus estudiantes, Juan María Gutiérrez,
en O rigen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos
Aires.
R ivad avia n o se d etuvo en el C olegio. P ensando que no todos

102
los jóvenes argentinos {Huirían educarse en Buenos Aires, envió
jóvenes porteóos brillantes a enseóar en el interior, en un amplio
programa que en la atrasada provincia de San Juan ayudó a formar
a Domingo Faustino Sarm iento, futuro presidente y escritor cuya
importancia com o creador de ficciones orientadoras se hará evi­
dente en capítulos posteriores.
Ties di lerencias fundamentales separaban las escuelas fundadas
por los rivadavianos de sus precursoras coloniales. Primero, aunque
algunos de los m aestros eran curas, las escuelas no estaban bajo el
control de las órdenes m onásticas tradicionalmcntc encargadas de
la educación. Segundo, sigu ien d o la guía de los utilitarios ingleses
que tanto admiraba, R ivadavia insistió en que los jóvenes argentinos
aprendieran o ficios útiles, con énfasis en las ciencias matemáticas
y físicas. Y por últim o, los anuncios de becas gratuitas del Colegio
aseguraban a los padres que quedaba “proscripto enteramente de los
colegios de estudios el sistem a de degradar a la juventud por medio
de las correcciones m ás crueles” y se aseguraba que los estudiantes
“no encontraran allí verdugos por preceptores, sino antes bien,
quienes a la v ez ejerzan para con ellos los buenos oficios de
maestros, de consejeros y am igos” (citado en Piccirrilli, 41). Pese
a esta preocupación por lo s estudiantes, uno de los más distinguidos
graduados del C olegio, Juan Bautista Alberdi, escribió en su au­
tobiografía que al com ien zo la disciplina le resultó intolerable, a tal
punto que su hermano mayor, viendo sus “sufrimientos", lo sacó del
Colegio durante un año (Escritospós tumos, X V , 274). Pero tras esc
año volvió, y llegó a ser uno de los pensadores políticos más
distinguidos de su generación.
Gracias a la im portancia dada por el gobierno a la educación,
la Buenos A ires de R ivadavia se volvió una ciudad de lectores y
discusiones in telectuales. Las veladas literarias dedicadas a las
tendencias m ás recientes de Europa florecieron en la ciudad, y
Vicente Fidel L óp ez describe así una de ellas:

Unas v ec es los concurrentes, damas y caballeros, formaban


grupo en tom o de don T om ás de Lúea, exim io lector, para oír
lo que decía el últim o folleto de Mr. de Pradt en favor de
América contra España y la Santa Alianza: otras, eran Benja­
mín Constant o Bentham , en pro de la libertad y del sistema
representativo. Mr. Bom pland, con su frac azul, su blanco
corbatón y su ch aleco am arillo, después de haber acomodado
su paraguas en un rin cón ... era rodeado al momento com o el

103
festejado iniciador de las b ellezas de nuestra historia natural.
Cada noche encantaba a sus oyen tes, hablándoles de alguna
hierba nueva, de alguna planta utilizable o preciosa que había
descubierto en las exploraciones de la mañana. Y a la amenísima
lección seguía otras veces una conferencia de física recreativa,
con experimentos y prestidigi tación que otro sabio, Mr. Lozier,
acordaba por amable condescendencia a lo s ruegos que allí se
le hacían... Además de estos atractivos, o m ejor dicho, a causa
de ellos, seguíase en el salón de Lúea la m oda tan acreditada,
y tan deliciosa entonces en los salones europeos, de acoger con
exquisito gusto, y de com pensar con aplausos, la declamación
de los trozos dramáticos o literarios de m ayor boga en el día.
( H
istoria, IX, 39.)

Lo que más llama la atención aquí es el retrato que hace López


de una sociedad obsesionada con actualizar a la A rgentina, con
mantener un nivel intelectual y artístico en este puesto d e avanzada
de la cultura occidental, a la par de Europa. El presupuesto de estas
veladas era la creencia de que la cultura era un producto que debía
ser importado.
En 1822, la abundancia de salones literarios llev ó a Rivadavia
a apoyar la creación de la Sociedad Literaria de Buenos A ires, una
organización cuasi oficial que habían anticipado la Sociedad Pa­
triótica morenista y la Sociedad del Buen Gusto en el Teatro, de
algunos años atrás. Organizada bajo la dirección de Julián Segun­
do de Agüero, cura liberal porteño, la Sociedad estuvo compues­
ta inicialmcntc por doce y después por veinticuatro miembros. Su
objetivo, tal com o quedó indicado en el primer com unicado, era
dar “a las naciones extranjeras un conocim iento del estado del
país y sus adelantamientos, y que fom entase la ilustración y orga­
nizase la opinión" (citado en Piccirrilli, 57). En una palabra, la
Sociedad se daba la m isión de civilizar las pampas y a la vez
informar a otras naciones que la civilización había echado raíces en
la Argentina. Para lograr estos fines, el 22 de enero de 1822 la
Sociedad fundó El Argos de Buenos , que pasó d
a bisemanal. Bajo la dirección de la S ociedad , El Argos se publicó
hasta el 3 de diciembre de 1825, cuando, por m otivos que los
editores no dieron a conocer, el gobierno d e Juan Gregorio de las
Hcras, el sucesor de Rodríguez, ya no perm itió que el diario siguiera
imprimiéndose en las prensas del gobierno (El Argas, 3 de di­
ciembre de 182 5 ,4 2 1 ).

104
El Argos, cuyo nombro hace alusión al ojo vigilante, sirve
como temprano prototipo del periodismo liberal porteño en general:
urbano, con la mira puesta en la información internacional, austero
sin carecer de estilo, informado, siempre del lado del elitism o
intelectual, firme en su lealtad a las causas liberales, desdeñoso de
las clases y cultura popularos, y severo en su crítica del gusto. De
hecho, no puedo leer El Argos sin pensar en la revista Sur de V ic­
toria Ocampo, que inició su publicación en 1931 y que, en pala­
bras que usa John King en su m agnífica historia de la revista, “vio
que su papel era civilizar a una minoría en el ‘caos de la pampa’
literario e ideológico” (King, Sur, 56). La descripción que hace
King de Sur podría perfectamente aplicarse a El Argos de la S o ­
ciedad Literaria en 1822.
Cada número de El Argos traía un amplio panorama de las
noticias del mundo y América, política local, y la naciente A lta
Cultura de Buenos Aires. Dadas las distancias que debían viajarlas
noticias, la sección internacional por lo común estaba tres o cuatro ,
meses atrasada, y pese a los intentos por atraer corresponsales
extranjeros, por lo general consistía en material tomado de perió­
dicos americanos, ingleses, franceses y españoles. A dem ás, aunque
en este momento las Provincias Unidas del R ío de la Plata sólo
estaban unidas en el nombre, El Argos se hacia un deberde im primir
noticias de todas las regiones del interior, prom oviendo de esc m odo
la ficción de que, pese a la desunión política, la A rgentina estaba
unificada en el espíritu.
No obstante ese interés en las provincias, El Argos nunca
perdió su localism o porteño. Por ejem plo, en una colum na que
celebra el décimotcrcer aniversario de la R evolu ción de M ayo, un
autor anónimo pregunta: “¿Qué era la A m érica del Sud antes de
que Buenos Ayres levantase su frente atrevida en este día, e h i­
ciese resonar el trueno elocuente de su voz? U na mazmorra de
esclavos condenada a gem ir bajo el látigo de su S eñ o r... ¿Y qué
es el presente? Una nación heroica de hombres lib r es... que ha hu­
millado en su vez a los m ism os que la hum illaron” (28 de m ayo de
1823,178). A sí se agradecía a caudillos provinciales com o G üem es
y Artigas, que tanto hicieron por expulsar a lo s esp añoles. En otro
ritode autocongratulación, El Argos informaba q u e “ Buenos A yres
goza de una grande reputación (en Inglaterra).,. por las instituciones
que ha creado en los últim os cinco años y lo s principios de libera­
lidad e ilustración que ellas han d ifu n d id o... Este conjunto de cir­
cunstancias ha hecho crecer la opinión d el país a térm inos q ue

105
podem os gloriamos de haber m erecido las primeras considerado-
nes de la nación más libre y más poderosa de la Europa" (3 de agosto
de 1825,261). Pero no contentos con fclici tarse por su buena suene,
los editores de El Argosen el número siguiente escriben que, tras ha­
ber recibido la última reválida de la prensa londinense, “deberíamos
volver nuestra consideración al estado actual de las provincias, y la
necesidad que ellas sienten en todo sentido de ocurrir cada una a
promover su prosperidad particular por los m ism os m edios a que
entonces atribuimos la de la Provincia de Buenos A yrcs” (5 de
agosto de 1825,265). La ficción reflejada en estas palabras, de Bue­
nos Aires como ejemplo, civilizadora y prcceptora del continente,
sobrevive en la altivez del porteño, tanto com o sigue ofendiendo a
los provincianos argentinos y a los vecinos latinoam ericanos.
Un ejemplo: en septiembre de 1825, varios representantes
del A lto Perú, ahora Bolivia, se reunieron en La Plata, ahora Su­
cre, para formular oficialmente su d eseo de formar una Nación
independiente de Buenos Aires. La declaración boliviana era
más ritual que real dado que Buenos A ires, preocupada con los
portugueses en la Banda Oriental, los indios, y sus interminables
conflictos internos, había mostrado poca op osición a la independen­
cia de Bolivia. D e todos m odos, El Argos no pudo resistir a la
tentación de aconsejar a sus vecinos respecto d é la genuina senda de
la libertad:

Es quizás cierto que cualquiera opinión que a este respecto


salga de Buenos A yres, llevar en los dem ás pueblos contra sí
la prevención desfavorable, d el d eseo de dom inar, que se nos
imputa; pero cualesquiera que hayan sido las razones en que se
funda este temor general, que siem pre ha sid o injusto, ellas no
pueden tener lugar desde que se han proclam ado y adoptado
los principios liberales sobre que están m ontadas nuestras
instituciones s o cia les... R eunir en un so lo Estado partes
heterogéneas, sólo es poner un im pedim ento al establecimiento
de ley es benéficas: privar a unos de lo s b ien es de la civilización
porque su goce es aun prematuro para lo s otros, y en fin retener
la celeridad de la marcha que podían em prender por s í algunas
provincias por ligarlas a la lentitud d e otras. N o tenemos
em barazo en asegurar que tal e s el c a so de las Provincias
U nidas con respecto al A lto Perú; porque para con ocerlo basta
la consideración de que las primeras han v iv id o quince años en
el entusiasm o d e la libertad y la s lu ce s, m ientras las segundas

106
han estado dominadas por el despotismo más irracional. (14 de
septiembre de 1825, 315.)

Tres puntos merecen atención aquí. Primero, para los editores


del periódico y por extensión para muchos liberales porteños, las
acusaciones de hegemonía porteña son infundadas; antes bien,
resultan del hecho de que los acusadores viven en un estado
primitivo desprovisto de las instituciones sociales que elevan a
Buenos Aires por encima de sus vecinos. Segundo, Buenos Aires
decidió no protestar por la independencia del A lto Perú ya que “ligar
a algunas provincias a la lentitud de otras” no haría más que impedir
el progreso de la Argentina; en suma, porqué molestarse por B olivia
cuando esa región atrasada no sería más que una carga para B uenos
Aires. Y por último, la corrección del cam ino elegido por las
Provincias Unidas es visible en que “han vivido quince años en el
entusiasmo de la libertad y las lu ces”. Esta arrogante afirmación
ignora quince años de caudillism o, guerra civil, fragmentación y
golpes y contragolpes de los porteños. Es innecesario decir que e l
entusiasmo que muestra Buenos Aires por sí m ism a no im pidió a los
bolivianos llevar a cabo su secesión.
El Argos también se esforzó por corregir la “barbarie” don­
dequiera que la encontrara, sobre todo en la cultura popular. Por
ejemplo, las fiestas de Carnaval que preceden a la Pascua eran
deploradas como un momento en que “las personas más distinguidas
entregadas a este juego, que llam am os , parecen haber
perdido entonces su razón, y las vem os confundidas con la pleb e
más grosera... Esperamos, pues, que las personas cultas de B uenos
Ayres contribuyan con su ejem plo a que se olvide una diversión, que
debe mirarse como un resto de barbarie, sustituyéndole otros
placeres en que reinen el buen gusto, el orden y la delicadeza con
que debe distinguirse un pueblo que ha em prendido la grande obra
de su civilización” (9 de febrero de 18 2 2 ,2 8 ). U na sem ana d espués,
terminado el Carnaval, los m ism os buenos editores lamentaban que
sus consejos no hubieran sido atendidos y que e l Carnaval hubiera
sido “capaz de poner en duda nuestra civilización a la vista de los
extranjeros”. Especialm ente ofen siva era la práctica de llenar con
agua un cascarón de huevo vacío, para arrojarlo a alguna víctim a
desprevenida “sin que les valgan el traje ni el carácter que revisten”.
El artículo termina expresando el tem or de que si “a pesar de cuanto
decimos, salieren burladas nuestras esperanzas, tendremos e l dolor
de concluir, que aún hay entre nosotros m ucha gente profana, que

107
no puede entrar al templo del buengusto" (13 d
36). Como veremos en el capítulo siguiente, las palabras usadas
en el periódico para describir el conflicto (civilización versus
barbarie) se volverían uno de los gritos de batalla del liberalismo
argentino. Autores posteriores, en especial Dom ingo F. Sarmiento,
popularizarían los términos, pero sin necesidad de inventarlos. Ya
estaban en el discurso político argentino, al m enos en la época de
Rivadavia.
La Sociedad Literaria también fundó una revista, La Abeja
Argentina, “dedicada a objetos políticos, científicos y de industria;
y contendrá además: traducciones selectas; los descubrimientos
recientes de los pueblos civilizados; las observaciones metcoroló-,
gicas del País; las medidas sobre la constitución de los años, de las j
estaciones, y un resumen de las enfermedades de cada mes; un
semanario de los adelantamientos de la provincia (de Buenos
Aires)” ( Actasde la Sociedad, citado en Piccirrilli, 62). Un número
prototípico incluye un airado manifiesto sobre derechos políticos en
el Brasil, una meditación sobre la naturaleza de la autoridad con
numerosas citas de autores iluministas, un discurso poético sóbrela
relación entre ciencia y arte, otra vez con extensas referencias a
pensadores europeos, una lección de química “tal com o fue dictada
en Londres por el celebrado Sir Humphrey D avy”, y un artículo
sobre plagas recientes en la provincia (La Abeja, 15 de septiembre
de 1822). La Abeja sobrevivió sólo unos pocos m eses, en parle por
falla de fondos, mala circulación y desacuerdos entre los editores y
la Sociedad Literaria. De hecho, en una ocasión Núñez se quejó de
que “se habían publicado dos o tres números de La Abeja sin que la
Sociedad hubiese revisado y aprobado los materiales”, sugiriendo
que la Sociedad Literaria mantenía un poder de veto sobre lo que
hicieran los editores (citado en Piccirrilli, 64). El conflicto éntrela
Sociedad Literaria y La Abeja también puede haber sido político ya
que el editor de la revista era Manuel Moreno, hermano de Mariano,
cuyas crecientes inclinaciones federalistas lo ponían en posición
equívoca ante los rivadavianos. Pero aun a despecho de estos
conflictos locales, La Abeja puso en claro los m ism os paradigmas
culturales que reinaban entre los rivadavianos: Europa y más
Europa.
Dado que la Universidad y el C olegio no admitían más que
estudiantes varones, Rivadavia organizó La Sociedad de Benefi­
cencia, cuyo personal estaba formado exclusivam ente por mujeres,
encargada de “la dirección e inspección de las escuelas de niñas, de
la Casa de Expósitos, de la Casa de partos públicos y ocultos, del
Hospital de Mujeres, del C olegio de Huérfanas y de lodo estable­
cimiento público dirigido al bien de los individuos de su sex o ”
(citado en Piccirrilli, 49). Con anticipada aprobación hacia la nue­
va institución, El Argos entonaba sus alabanzas: “Cuando se hayan
sentido todos los efectos de esta institución, en ton ces será que
ocupando a las mujeres gustos más serios, y placeres más verda­
deros, al paso que dejen de ser frívolas (hablam os por lo com ún)
lleguen a ser más am ables” (15 de marzo d e 1823, 88). Pero la
educación para mujeres debía incluir una preparación adecuada
en artes “fem eninas”, com o lo indica el título revelador de una de
las publicaciones de la Sociedad: Manual para las escuelas ele­
mentales de niñas, o un resumen de enseñanza mutua, aplicada a
la lectura, escritura, cálculo y costura (Piccirrilli, 51). A dem ás
de supervisar la educación de las mujeres, la Sociedad estaba
encargada de preparar materiales de texto para todas las escuelas
argentinas, la mayoría de ellos traducciones de textos franceses e
ingleses, o “catecism os cien tíficos”, com o eran llam ados, que
cubrían temas más tradicionales com o quím ica y geom etría. P ese
a sus intenciones caritativas y pedagógicas, la Sociedad no tardó
en volverse una especie de club social, cu yo ingreso era o b lig a ­
torio para cualquier mujer con aspiraciones a pertenecer a la clase
alta.
Además de sus intereses literarios y educativos, R ivadavia
prestó considerable apoyo a la creación de un teatro n acional. Pero
las críticas de El Argos indican que el teatro bajo R ivadavia co n ­
sistió principalmente en obras m elodram áticas o cóm icas traduci­
das del inglés o el francés; evidentem ente no se estim ulaba la
producción de obras locales. Por creer que el teatro tenía un público
potencialmente más am plio que otros m ed ios, R ivadavia escribió
una carta a la Sociedad Literaria, el 6 d e diciem bre de 1822,
pidiendo que se propusiera la form ación d e “ una escu ela en que se
enseñen los principios de la declam ación, y d e la que puedan salir
algún día profesores hábiles y capaces de presentarse a la escen a con
toda la perfección que m erece un pueblo culto e ilustrado” (citado
en Piccirrilli, 65). La Sociedad con sid eró el pedido del m inistro en
su siguiente reunión, en la que se redactó un “Proyecto para la
erección y presupuesto de gastos de una escu ela de acción y
declamación”, un docum ento breve que se lim ita a m anifestar que
deberían contratarse maestros calificados para preparar a “jó v en es
de ambos sexos de figura n oble y v o z arm oniosa con la p recisa

109
co n d ición de que han de saber leer y escribir”. La lista de gastos no
contiene cifras, pero esp ecifica que sería p reciso emplear a un
m aestro, construir un pequeño teatro, y proveer “estatuas de yeso,
o pinturas y grabados de los autores y actrices céleb res representan-
do escen as interesantes” (citado en Piccirrilli, 6 6 -6 7 ).
La escu ela de teatro no fue más que uno entre tantos intentos
de R ivadavia de transplantar a las pampas el teatro, la cultura y el
buen gusto. Florecieron con su apoyo varios grupos dramáticos, y
a partir de 1823 aparece regularmente una secció n teatral en El
Argos. Ya en 1825 el público porteño asistía a producciones del
Otelo de Shakespeare y de las óperas de R ossin i La y
ll barbiere d i Siviglia. M ás aún, en una dem ostración de las aspira­
ciones cosm opolitas de los porteños, El Argos editorializaba que
“promovería sin duda el interés del teatro el cantar a v ec es en el
idiom a nacional; aunque, com o individuos n os satisface comple­
tamente el italiano; y reprobamos las tentativas que se han hecho de
verterlas arias y dúos, oíd os ya en esta lengua m usical, al español"
(10 de ju lio de 1824, 256). Aunque la prioridad estaba en traerá
B uenos Aires obras europeas, R ivadavia tam bién dio m ed ios fi­
nancieros para publicar literatura tanto traducida com o nacional,
incluida una de las primeras antologías de p oesía argentina, la
Colección de Poesías Patrióticas. Dadas las prim itivas condiciones
de im presión en B uenos A ires, varias pub licaciones apoyadas por
el gobierno eran preparadas en Buenos A ires pero impresas en
París, incluyendo la pionera colección de p oesía La Lira Argentina
de 1824.
T íp ico de lo que R ivadavia consideraba buen gusto era la
p oesía n eo clásica de Juan Cruz Varela. Seguram ente el poeta más
importante d e su generación, Varela, com o sus contemporáneos,
escribió sobre todo versos patrióticos y p o esía amorosa fuerte­
m ente marcada por alu sion es e im aginería clá sica s. En alabanza
de la victoria de San M artín y G on zález B alcarce sobre los es­
pañoles en la batalla d e M aipú el 5 d e a gosto d e 1818, Varela
escribía:

A m a d o s d e C aliop e, h ijos de F ebo,


D el Parnaso en las cim as ed u cad os,
Perdonad si lo s ton os elev a d o s
D e vuestro can to a interrumpir m e atrevo.
S é que p ulsar no d eb o
La pobre lira m ía;

110
¿Mas quién podrá este día
El ardor refrenar que el pecho inflama?
Veo dos héroes; su renombre solo
Del entusiasmo la sagrada llama
Enciende, y siento que m e inspira A polo.

(Varela, Poesías, 57.)

Lo que sigue es una m iniépica de ocho páginas escrita en


el mismo estilo grandilocuente, detallando la victoria criolla.
Los temas son argentinos, pero las formas son las del siglo an­
terior. Como lo observa el crítico argentino Ricardo Rojas, “L i­
beral y subversivo era el ideal político que Varela servía; pero la
forma literaria en la cual lo servía com o poeta, era conservadora y
colonial, puesto que era exótica, y dogmáticamente enseñada por
sus maestros de la colonia. Entre el principio autoritario del dere­
cho divino, y el principio autoritario de la retórica clásica, no había
otra diferencia que el campo en que se ejercían” (Rojas, “N oticia
preliminar”, 14).
Si consideramos la poesía de Varela sólo en el contexto del
neoclasicismo, la crítica de Rojas parece injusta, ya que la apelación
a modelos clásicos puede verse apenas com o la moda literaria del
momento. De hecho, no necesitamos mirar más allá de las imitaciones
que hace Virgilio de Homero para comprender que la im itación
creativa puede producir gran arte. La afirmación de R ojas, sin
embargo, adquiere más sentido si vem os los fundamentos teóricos
de Varela com o indicadores de una mentalidad para la que la cultura
era una importación y en tanto tal denigraba su propia peculiaridad
nacional. En una palabra, Varela imitaba la poesía neoclásica
europea así com ó sus correligionarios imitaban todo lo europeo en
todos los campos. Su imitación era del tipo de la practicada por los
rivadavianos en general, vale dccirque con frecuencia excluía antes
que exaltaba al propio país.
Empleado del gobierno y miembro activo de la Sociedad
Literaria, Varela fue un vigoroso propagandista de las reformas de
Rivadavia. C om o prueba de su lealtad a Rivadavia y su capacidad
de versificar sobre cualquier tema, no hay que ver más que su
"Profecía de la Grandeza de Buenos Aires”, defensa panegírica del
sistema hídrico propuesto por Rivadavia, en cuyos versos prácti­
camente se sugiere que Colón descubrió Am érica con el único fin
de que Buenos Aires pudiera tener agua corriente C , 156-

111
162). Pero con el acceso de Rivadavia al poder, la poesía de Várela
cambia de dirección. Las alusiones clásicas que habían dado apenas
un marco a sus versos patrióticos y am orosos, se vuelven tema, a
punto tal que Varcla termina escribiendo dos largas y complicadas
tragedias, Dido y Argia, ambas basadas en temas clásicos y clara­
mente rcminisccntcs de C om eille. A diferencia de su poesía ante­
rior, ninguna de las dos piezas tiene m ucho que ver con temas
argentinos.
idodramatización
D, del cuarto libro d e la Eneida de Virgilio,
ofrece un ejemplo especialmente ilustrativo de lo que oficialmente
se consideraba arte durante La Feliz Experiencia, ya que fue
representada originalmente en la casa de Rivadavia, publicada con
apoyo oficial el 24 de agosto de 1823, y repetidamente elogiada en
el periódico oficial El Argos (23 de agosto de 1 8 2 3 ,2 8 2 ). Temáti­
camente, la obra no se aparta en absoluto de la historia virgiliana,
aunque cstructuralmcnte observa con rigid ez la s unidades
aristotélicas, reduciendo los personajes a m eros narradores de
hechos importantes, todos los cuales suceden fuera de la escena
antes de que se levante el telón. Al día siguiente del estreno (que de
hecho fue poco más que una lectura dramática) un crítico anónimo
en El Argos se embelesaba: “El autor, arrebatado de su numen
poético esparce profusamente los más sublim es y tiernos pensa­
mientos.. . pero también es en verdad muy im ponente el sujetar una
producción a la censura rígida de una sociedad ilustrada”. El actor
principal es elogiado por declamar “con aquella cadencia y tono
verdaderamente trágico con que se distingue el teatro francés”. El
crítico llega a elogiar a Varela “porla carrera brillante que ha abierto
al teatro nacional” (30 de junio de 1 8 2 3 ,2 5 3 ). ¿U n teatro nacional
basado en V irgilio y deudor formal de C om eille? N o extraña que
críticos nacionalistas modernos com o Rojas consideren a Varela un
síntoma de colonialism o cultural.
Tras una segunda representación de la D ido d e Varela, El Ar­
gos publicó una segunda crítica en la que se elogia a la obra por
cuanto en ella “no parece sino que el arte tiene en ella el último
lugar”, y en consecuencia “es preciso mirarla com o un buen mo­
delo del arte y del talento”. El segundo artículo también destaca
la influencia de C om eille, que precedió a V arela en más de un siglo
(6 de septiembre de 1 8 2 3 ,2 9 7 -2 9 8 ). La D ido vu elve a ser noticia
en un número posterior de El Argos, donde el anónim o crítico tea­
tral, en una exp osición de contornos sofisticad os que sin duda
habría honrado a la corte de Luis X IV , com en ta la justificación que

112
da el propio Varóla de la estructura de la obra, las teorías aristoté­
licas del drama y la intención última de Virgilio (27 de septiembre
de 1823, 322).
Los presupuestos teóricos de la obra y las críticas (la rígida
censura del “buen gusto” en una sociedad ilustrada, la noción
cstcticistadcl arte como algo puro y no contaminado con la realidad,
la corrección de las fórmulas neoclásicas, el teatro clásico francés
como objeto de imitación) explican en parte porqué los rivadavianos
y sus descendientes intelectuales, con todas sus aspiraciones y
diligencia artística, sólo produjeron desteñidas imitaciones de la
literatura y la sociedad europeas: su sentido del “buen gusto”
estimulaba más la imitación que la creatividad. El buen arte, el buen
gobierno, el pensamiento y los modales correctos estaban prede­
terminados de acuerdo a fórmulas no menos rígidas que las verdades
trascendentes del escolasticismo. Igual que Mariano Moreno, que
escondía un inflexible autoritarismo bajo el vocabulario iluminista,
los rivadavianos cantaban loas a la independencia, el progreso y la
renovación cultural, mientras se aferraban a modelos artísticos e
intelectuales recibidos. Su temor a lo nuevo, a lo no aprobado, o
simplemente a lo no europeo, bloqueó con eficacia la creación de
cualquier cosa que fuera auténticamente argentina. D e hecho, al^
glorificarlas imitaciones con frecuencia estériles del neoclasicism o
en los albores del teatro nacional, muestran un extraño anhelo de la
elite cultural de envejecer prematuramente, postura muy fuera de
lugar en una nación que se suponía estaba sintiendo las primeras
comezones de la adolescencia. Además, el bien orquestado éxito
crítico de las obras de Varela muestra hasta qué punto el mandarinato
cultural de Buenos Aires estaba alejada de las tradiciones populares
de su propio p aís... y de los logros notables de la gauchesca de
Bartolomé Hidalgo apenas unos pocos años antes.
El desdén de los editores de El Argos por las tradiciones po­
pulares queda demostrado una vez más en una crítica del Barbero
de Sevilla, en la que se elogia a los actores cóm icos por su tra­
bajo. Pero el artículo termina diciendo: “Ojalá que nuestra com ­
pañía cóm ica se aprovechara también de estas escenas, para
aprender a representar una acción bufa sin entregarse a la ridi­
culez y grosería de los sainetes” (12 de octubre de 1 8 2 5 ,3 5 4 ). E l
sainete era una forma de teatro popular cuyas raíces se hundían
en el primitivo teatro nacional español, m uy apreciado por las
clases bajas porteñas, y, com o vim os en el capítulo anterior,
probable fuente de inspiración para los diálogos de Hidalgo. La

113
literatura argentina encuentra su m ejor m om en to cuando aban-
dona lo s m od elos eu rop eos, o los m od ifica y parodia como hiz0
B orges: lam entablem ente, las pálidas im itacion es de literatura
europea escritas por los n vadavian os tuvieron una larga sucesión,
tan pálida y tan p oco con vin cen te c o m o lo s forzados dramas de
Varóla.
La S ocied ad Literaria y sus órgan os d e prensa fueron am­
pliam ente im itados en la creación de otras organ izacion es profe­
sio n a les y académ icas, por lo general a partir de una decisión de
R lvadavia. Entre ellas estu vo la A cad em ia d e M edicin a, que fue
creada por decreto el 16 de abril d e 1822 y cu y o s d eberes incluían
la preparación y validación de títulos d e m éd icos y farmacéuticos,
el cuidado d e la salud pública y el nom bram iento de personal
m éd ico cn d ifcrcn tcs áreas de lap rovincia de B u en os A ires (ElArgos,
2 0 de abril d e 1 8 2 2 ,1 1 2 ). Tam bién en 1822, un expatriado italiano
d e nom bre V irginio R abaglio fundó la A cad em ia de M ú sica, para
"dar im pulso y propagar en e l país un arte que en e l d ía hace las
d elicia s de todas las naciones cultas” (El Argos, 12 de ju n io d e 1822,
172). V arios m eses después, el l 9 dc octubre d e 1822, lo s primeros
alum nos de Rabaglio actuaron en un concierto inaugural al que
asistieron e l gobernador Rodríguez y R ivadavia. E l con cierto in­
cluía una com p osición original llam ada La G loria de Buenos Aires,
que en palabras del extasiado articulista d e E l Argos “con m ovió y
e le v ó los espíritus” de todos los presentes. El p eriodista n o s informa
adem ás que "en esta noche se sintieron agitad os lo s corazon es de
aquel placer inocente y puro, que tantas v e c e s n ece sita m o s en las
pen osas escen as de la vida. Por todo lo q ue v im o s y sen tim os en tan
agradable y nueva reunión em b ellecid a p or la s argentinas, cree­
m o s que esta escu ela d e m ú sica d eb e aum entar la civ iliza ció n y
cultura de la fam ilia am erican a” (2 d e octu b re d e 1 8 2 2 ,3 0 4 ). Una
v e z m ás, B u en os A ires e s con sid erad a filtro d e cultura para todo el
co n tin en te.
U n año m ás tarde, R iv a d a v ia su p er v isa b a la crea ció n de la
A ca d em ia d e Jurisprudencia T eó r ica y P ráctica, llam ad a también
A ca d em ia d e L ey e s, a la q u e alab ab a en frases m etafóricas como
un m ed io d e lograr “la p e r fe c c ió n d e la s in s titu c io n e s ... en seguir
la sen d a d e la Ilustración c o m o ú n ica fu en te d e la prosperidad
p ú b lica ” (cita d o en P ic c in in i, 7 5 ). P o c o d e s p u é s R ivad avia super­
v is ó la fu n d ación d el M u sco P ú b lic o d e B u e n o s A ire s dedicado a
" lo s h ijo s d e la patria” c o m o “ce n tro d e p o sita r io d e to d o s lo s obje­
to s h istó r ic o s y a rtístico s, q u e s e re la cio n a n c o n lo s conocim icn-

114
tos, o con los hombres célebres nacidos en su suelo” (citado en
piccinilli, 80).

No menos amplias pero lamentablemente más durables que


sus innovaciones culturales, fueron las políticas económ icas
rivadavianas. Aunque pensadas com o reformas, terminaron sien­
do una receta para el perenne endeudamiento y la consiguiente
abdicación de la soberanía nacional. Los problemas actuales de
deuda externa de la Argentina han llegado a la primera plana de los
diarios con frecuencia desde fines de la década de 1970. Lo que se
sabe menos es que el modelo de endeudamiento que subyace a la
actual situación ya había quedado establecido a mediados de la
década de 1820, bajo el gobierno de Rivadavia. Con Manuel José
García como ministro de Finanzas, el gobierno tomó gravosos
préstamos de Inglaterra para financiar nuevos proyectos en la
provincia y pagar deudas de guerra, algunas de las cuales se
arrastraban desde los primeros años de la Independencia. Estos
préstamos fueron garantizados, a menudo a tasas usurarias, con
tierras y productos ganaderos. En una transacción que se hizo n o­
tar especialmente, negociada a través de la firma Baring Brothers
de Londres, el gobierno porteño recibía crédito apenas por qui­
nientas setenta mil libras esterlinas, a cambio de la firma de un
recibo por un m illón de libras (Fems, 103). Para empeorar las
cosas, la mayor parte del dinero supuestamente prestado a la
Argentina, en los hechos quedaba en Inglaterra en forma de cré­
ditos contra la compra de manufacturas inglesas y para pagar
comisiones de corredores e intermediarios, con lo que el beneficio
que recibía el país en términos de inversiones era m ínimo (Rock,
Argentina, 99-100). D e acuerdo con algunos cálculos, el pago final
contra este crédito no se hizo sino en 1906. Durante las m uchas
décadas de intervalo, los Bancos ingleses, mediante corstantes re-
financiamientos, recibieron el monto original de préstamo no una
sino varias veces (Scalabrini Ortiz, Política británica, 79-97). En
nuestro siglo, el viejo y continuo endeudamiento de la Argentina
con Gran Bretaña com o un m ecanism o mediante el cual mantener
la explotación y el dominio in glés sobre la Argentina, ha sido un
tema principal en los escritos antiimperialistas tanto de la derecha
como de la izquierda.
En 1825, para oficializar la relación económ ica que Gran
Bretaña ya había establecido con la Argentina, W oodbinc Parish,
cónsul general en Buenos A ires, en representación del Secretario

115
d e E stado G eorge C anning, y M a n u el J o s é G arcía, firmaron el
Tratado A nglo-A rgen tin o d e A m istad , C o m ercio y Navegación,
S us p rovision es principales eran q ue G ran Bretaña reconocería la
soberanía e independencia argentinas (c u e stió n d elicad a dado el
resentim iento in glés por haber perdido su s propias colonias ame­
ricanas), que tanto in gleses co m o argentinos v iv ie n d o en e l otro país
gozarían de lo s derechos acordados a tod os lo s extranjeros, y que los
ciudadanos de am bos p aíses tendrían libre a c c e so al com ercio del
otro ( £ / Argos, 26 de febrero de 1 8 2 5 ,7 0 -7 1 ). E l Tratado fue “un
intento de crear una relación d e m ercado libre entre una comunidad
industrial y una productora de m aterias prim as. E n esta relación el
papel del Estado se reducía a garantizar la op eración d e un meca­
n ism o de m ercado” (F em s, 113). E l Tratado m ostraba asimismo
una ingenua voluntad por parte de lo s n egociad ores argentinos de
aceptarla teoría económ ica in glesa com o ob jetiva y cien tífica, antes
que com o interesada y m otivada por el d eseo d e ganancias. V ale la
pena notar que uno de los p ocos intentos ex ito so s bajo R ivad avia de
erigir barreras aduaneras en la Argentina fu e una p rohibición contra
la im portación de cereal votada por la legislatura provincial el 2 9 de
noviem bre de 1824. La ley fue severam ente condenada en E l Argos
co m o “opuesta a los más sanos principios de econ om ía y lo que es
m ás agravante, com o contraria al espíritu d e todas las ley es e
instituciones que nos h a n ... acreditado exteriorm en te... [y con
seguridad iniciará] la od iosa carrera d e lo s p rivilegios y las prohi­
b icio n es que no solam ente arruinan, pero desacreditan” (10 de
agosto de 1 8 2 5 ,2 6 9 ). A un en materias econ óm icas, lo s rivadavianos
adherían plenam ente a lo s m od ales eu rop eos.1

1Encontraste, los Estados Unidos siguieron una política claramentedifercn-


te. Aunque dependientes del capital y la tecnología inglesa, los Estados Unidos en
el siglo pasado levantaron altas barreras aduaneras para proteger sus nacientes
industrias, que en el momento no estaban en condiciones de competir con las
manufacturas inglesas. Yaen 1789 Estados Unidos tenía aranceles de importación,
y en 1816 los había aumentado, especialmente para proteger el algodón, la lana y
las manufacturas de hierro. Pese a las repetidas objeciones de políticos sureños, esa
política arancelaria favoreció la industrialización de los estados del norte. Y
sobrevivióconmodificacionesmcnoreshasta 1934, cuando CordellHull, Secretario
de Estado demócrata bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, logró la
aprobación de la Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos. Aunque el principal
argumento de Hull era que las barreras aduaneras amenazaban la paz del mundo,
también sabía que en ese punto ya no era necesario seguir protegiendo la economía
altaiiriente desarrollada de los Estados Unidos.

116
El Tratado Anglo-Argcntino, ¿n apariencia un modelo de
lalsscz-fairceconóm ico, reilcjaba píosturas poco auspiciosas para
el futuro argentino, y que por supuesto estaban en el polo opuesto
de los sentimientos proteccionistas articulados por Artigas y otros
voceros del interior. El Tratado era, en efecto, un modo de dar plc-;
na libertad al juego comercial en un estanque donde Gran Bretaña
era, de lejos, el pez más grande; en razón de la irrecusable potencia
económica inglesa, el libre comercio en última instancia significaba
libre reinado de los capitalistas ingleses y sus colaboradores porte­
ños, olvidando los intereses del país en su totalidad. A l abolir las
barreras de importación y abrir el país a inversiones extranjeras casi
ilimitadas, los rivadavianos devastaron la industria local, garanti­
zaron que la mayoría de los bienes manufacturados a partir de ese
momento fueran importados, y limitaron el futuro económ ico del
país al de proveedor de bienes agrícolas y materias primas a una
potencia industrial. Además, al acceder a embarcar mercadería sólo
en barcos ingleses o barcos construidos en la Argentina (un país
entonces con mínima capacidad industrial), la Argentina renunció
a tener nunca su propia industria naviera. D e modo que en el Trata­
do hay cierta ironía: aunque explícitamente reniega del mercanti­
lismo, asegura que Inglaterra, debido a su superioridad económ ica
sobre todos los posibles competidores, mantendrá una relación
esencialmente mercantilista con Buenos Aires. Tal com o lo observó
John Murray Forbes, jefe de la misión norteamericana en B uenos
Aires entre 1820 y 1831, “la ostensible reciprocidad del Tratado es
una burla cruel de la absoluta falta de recursos en estas provincias,
y un golpe de muerte a sus futuras esperanzas de cualquier tonelaje
marítimo” (Forbes, Once añosen Buenos
Además de sus concom itancias econ óm icas, el Tratado
Angloargcntino tuvo importantes consecuencias sociales en tanto
concentró efectivam ente poder en manos del aliado más importante
de Gran Bretaña: la ya poderosa oligarquía porteña, cuya riqueza
venía de sus tierras y de su capacidad de servir a los intereses
comerciales británicos. A sum iendo sólo el papel de proveedor
abundante de bienes agrícolas, los rivadavianos (a lo mejor sin
quererlo) se aseguraron de que e l poder real no saldría de manos de
la burguesía terrateniente y comercial, hecho que limitaría seriamente^
el acceso al poder de cualquiera que hubiera nacido fiiera de los
círculos privilegiados, y fomentaría el resentimiento de clases, que
ya en el presente siglo ha vuelto al país casi ingobernable.
Otras m edidas de los rivadavianos vincularon m ás aún la

117
econom ía argentina a Gran Bretaña. S e in vitó a participar en i
políticas econ óm icas a “asesores” in g le se s, dándoles ingerencia?
la contratación de préstam os ofic ia le s, la em isión de moneda y J
regulación de inversiones y com ercio exteriores. Tales posiciones
de poder fueron usadas, por supuesto, en provecho de Inglaterra,,
tal punto que d esde sus primeros años la Argentina se volvió un pafs
dependiente de préstamos y de capitales, p osición que más de una
ve/, ha com prom etido la capacidad de la nación de controlar sus
propios asuntos. El ingreso a la A rgentina del poder comercial
inglés y su influencia política con sigu ien te, durante los años
rivadavianos, fue tan abrumador que Forbes se quejaba de que los
ingleses eran “una gigantesca influencia extranjera que controlad
gobierno y que puede, a su placer, mantenerlo o derrocarlo"
(Forbes, 352).
Paralela a la refonna económ ica, y quizás m ás devastadora
_ a ú n en sus con secu en cias a largo plazo, fue la reforma en la tenen­
cia de tierras. En 1824, Rivadavia promulgó una fórmula basadacn
el principio romano de enfiteusis, por el que una corporación o un
individuo podía requerir tierras públicas del gobierno por un período
de veinte años, pagando una renta anual mínima. A unque pensada
para difundir la riqueza y crear una clase m edia de inmigrantes
granjeros, las tierras fueran a parar en su gran m ayoría a lo s que ya
. eran ricos (Sobrali, A
poge,130-134). Hacia 1830, de acuerdo con
las políticas distributivas de Rivadavia, quinientos treinta y ocho
individuos o corporaciones habían recibido d iez m illon es de hec­
táreas, un prom edio de dieciocho m il cada uno. Hubo un individuo
que recibió cuatrocientas cincuenta mil hectáreas, y otro trescientas
sesenta m il. A unque la propuesta original era constituir un alquiler
sujeto a revisiones periódicas, estas entregas de tierra hechas bajo
R ivadavia se volvieron propiedad personal m ás adelante, aumen­
tando la riqueza de la oligarquía em ergente, a la v ez que aseguraba
que habría m en os buena tierra disponible para futuros inmigrantes
(1 lerring, A Ilistory of Latín America, 6 2 4 -6 2 5
distribución d e tierras de R ivadavia, em ulada m ed io sig lo después
por otros gob iernos liberales, concentró en gran m edida la riqueza
en B uenos A ires y sobre el Litoral, dond e estaban las mejores
tierras. C om o señala D íaz A lejandro, la naturaleza m ism a parecía
m ilitar contra una distribución equitativa del poder y la riqueza en
la A rgentina. A diferencia de los E stados U n id os, donde el descu­
brim iento de ricas tierras de cu ltivo en las Grandes Llanuras y en
C alifornia ob ligaron al N ordeste a industrializarse, las mejores

118
tíomis en la Argentina fueron distribuidas primero, asegurando con
ello que las primeras familias oligárquicas del país seguirían siendo
las más ricas y poderosas. Décadas despulís, a medida que se les
Hiera anvbatando territorio a los indios, las mismas familias seguirían
adquiriendo más y más tierra (D íaz Alejandro, E m tys
Eeonomic HistoryoftheArgentina 3 5 -4 0 ,1 5 1 -1 5 9 ).
En materia política, el gobierno de Rodríguez se dedicó, bajo
inspiración de Rivadavia, a concentrar poder. D esde la revolución
de. 1810, el cabildo de Buenos Aires, que en su m ayor parte estaba
dominado por los intereses com erciales conservadores de los pór­
talos, había sido el principal m ecanism o para la formación de
sucesivos gobiernos... y de su disolución cuando tocaban algún
¡monís vital. O, en palabras de un observador contem poráneo, el
cabildo “promovía, socapa, las revoluciones para revestirse d el
poderde hecho” (Iriartc, 111,31). Para evitarese tipo de interferencia,
el gobierno de Rodríguez abolió el cabildo tanto en Buenos Aires
como en Luján. Aunque bien motivada, la d isolución de los cabil­
dos fue una luz roja para los oligarcas porteños, para lo s ya suspica­
ces caudillos provinciales, y las masas para quienes el cabildo, en
palabras de Iriarte, “era la autoridad más inm ediata... Era la cabeza,
el padre, y sus hijos com o a tal lo adoraban, lo respetaban, le
tributaban un culto voluntario, una devoción exaltada” (Iriarte, III,
31-32; viíasc tambión Scbrcli, Apogeo, 135-136). Aunque lo s ca­
bildos eran una reliquia de las épocas coloniales, eran d e todos
modos cuerpos políticos en funcionamiento, siem pre representati­
vos de al menos algún segm ento de la sociedad, y en algunos casos,
cotnocn la Banda Oriental de Artigas, notablem ente dem ocráticos.
En una mirada retrospectiva, podría haber sid o m ás inteligente
tratar de incorporar a los cabildos al nuevo sistem a adm inistrativo,
en lugar de clausurarlos. Pero Rivadavia había visto la verdad en
materia de organización política en Inglaterra y Francia, y esos
modelos europeos no incluían cabildos. En su remplazo, organizó
una legislatura provincial que m ás tarde in cluyó algunos funciona­
rios elegidos por voto popular. A unque sus funciones eran controlar
al ejecutivo, esta legislatura en su inicio fue p oco m ás que una
sociedad de debates abstractos, con la rutina d e sellar lo s decretos
de Rivadavia.

Mucho más incendiaria que la abolición de los cab ildos fue la


reforma eclesiástica de Rivadavia; aunque tibia en com paración
con el anticlericalismo francés, estas m edidas contribuyeron al

119
aislamiento de los rivadavianos tanto respecto de los oligarcas
conservadores com o de las clases populares. A unque los sacerdotes
conservadores estaban com prensiblem ente perturbados por las
corrientes anticlericales en el pensam iento ilustrado, que no podía
sino resonar entre los liberales argentinos, la Iglesia que Rivada-
via trató de reformar no podía considerarse de ningún modo un
bastión del tradicionalismo antirrevolucionario. A lo largo del si­
glo xviu las ideas iluministas entraron en la América hispánica
con frecuencia a través del clero, en ocasiones contrariando las
prohibiciones oficiales. Liberales com o M oreno se enteraron de la
existencia de Voltaire y Rousseau gracias a los curas en la Univer­
sidad Católica de Chuquisaca, y algunos hombres de iglesia tu­
vieron papeles de importancia en la gesta emancipatoria. Bajo
presión de España, el papa Pío VII excom ulgó a algunos curas
liberales, pero quedaron los suficientes com o para sostener la
presencia liberal en la Iglesia (Frizzi de Longoni, Rivadavia y la
reforma eclesiástica, 10-22,37-39). Rivadavia, que no tenía nada
del jacobino anticlerical, se llevaba bien con el clero liberal. Inclu­
yó sacerdotes en todos los niveles de su administración, instituyó
la plegaria en latín en las escuelas, y mandó a sus subordinados a
cesar de “promover prácticas contrarias a la religión” (Carbia,
Revolución, 91-92).
Haciendo a un lado la ideología, los eclesiásticos argentinos
tenían otras razones para apoyar la independencia. Como en casi
todos los sectores de la sociedad colonial, la Iglesia estaba domi­
nada por un jerarquía nombrada en España, que confinaba a los
criollos a posiciones menores. Como resultado, veintidós sacerdotes
participaron en el Cabildo Abierto del 25 de M ayo de 1810, cuando
se declaró la independencia argentina, y hubo curas en puestos de
avanzada en la revolución en marcha, apoyando no sólo la inde­
pendencia sino también el patronazgo nacional por el que los
nombramientos eclesiásticos deberían hacerse en la Argentina y no
en Roma o en Madrid (Carbia, Revolución, 22-33, 78-81). El
patronazgo nacional perduró en parte porque, bajo presión española,
el Vaticano mantuvo vacante la sede obispal de Buenos Aires entre
1812 y 1830 (Carbia, Revolución, 78-88). La Iglesia argentina de­
claró su propia independencia de España, y en cierto modo de Roma
también, al dirigir sus plegarias en favor de la causa nacional, y
ya no colonial (Carbia, Revolución, 54). En la década de 1820 parte
del clero siguió apoyando con vigor las causas liberales; de hecho,
algunos de los aliados más fuertes que tuvo Rivadavia fueron

120
sacerdotes, entre ellos A ntonio Sácnz, el prim er rector de la Uni­
versidad de Buenos Aires.
¿Porqué, entonces, R ivadavia term inó teniendo un problem a
tan grave con la Iglesia? La respuesta es relativam ente simple: hizo
un problema de la introm isión de la Iglesia en cuestiones m ateriales,
loque constituía la débil idad m ás vulnerable y delicada de la Iglesia.
Desde épocas coloniales, el real vigor económ ico de la Iglesia
estaba prim ordialm cntc en m anos de las órdenes m onásticas que
con los años adquirieron enorm es propiedades, desde tierras a
pequeñas fábricas. Adem ás, los servicios sociales (escuelas, hos­
pitales, asilos y orfanatos) eran terreno exclusivo de las com unidades
religiosas, que solían com petir entre sí por riqueza, prestigio,
influencia y nuevos m iem bros. Vinculadas a las órdenes m adres en
Europa, las órdenes argentinas siguieron su propia ley a tal grado
que inclusive el clero no m onástico se alarmó de su independencia.
El poder de las com unidades m onásticas había sido atacado desde
tiempo atrás por los liberales argentinos; en el segundo núm ero de
El Argos de Buenos Aires, por ejem plo, un autor anónimo fantasea
con que algún día viajeros curiosos mirarán las ruinas de los
monasterios com o “m onum entos de la m udable opinión del hom ­
bre“ (19 de m ayo de 1821, 10). Como la m ayoría de los liberales,
Rivadavia vio tres fallas en la organización social y económ ica de
la Iglesia: incficicncia, anacronism o y petrificación. En su opinión,
la institución social de la Iglesia caía bajo la dirección del Estado
moderno. Sus reformas, entonces, estuvieron dirigidas a los aspectos
socioeconómicos de la Iglesia, y tenían poco o nada que ver con la
doctrina.
Sus prim eras m edidas consistieron en abolir los fueros cele-/'
siásticos, que les perm itían a las órdenes m onásticas tener sus
propias cortes de justicia y disponer de una buen ingreso del Estado,
confiscar las propiedades de órdenes que a su parecer estaban
acumulando riqueza sin servir a la sociedad, y centralizar toda la
actividad religiosa bajo un prelado diocesano, como un m odo de
quebrar los feudos de las órdenes (Frizzi de Longoni, 61-75). Una
de las primeras com unidades afectadas por la reform a de R ivadavia
fue el Convento de la M erced, de cuyos bienes se decía que “ sólo
eran llamados para suplir el oficio de los párrocos“ , sin servir al
público en general {El A rgos, I o de m arzo de 1823, 72). En un
extenso decreto publicado en E l Argel
, obisp
secundó la intención de R ivadavia de ponerlas finanzas de la Iglesia
bajo una dirección única, devolviendo a m onjes y monjas a sus

121
votos crism ales de m endicidad de m a r d e \ 8M , ,y
asegurar que tus com unidades religiosas viables s o b r e v iv id ?
v o l v e r dem asiado poderosas, R ivadavia decretó asimismo,!'
ninguna com unidad podría tener m enos de dieciséis m iem h oí
más de treinta, y que tos n ovicios debían tener por lo
veinticinco artos, Rara dar m ayor libertad a las óidenes numásti^
garantizó pensiones para sacerdotes qtte quedaran sin ajvyo de %
órdenes, y organicé un senado clerical consistente de representa^
de varias órdenes pam asistir a\ obispo en ia administración do q
diócesis (Catbia, Revolución* 105« 107), Por lo demás, fon\\ó%
tituciones oficiales com o la Sociedad de Beneficencia, el Cotejo
de Ciencias Morales y la Universidad de Buenos Ai iva para ocu­
parse de la educación, privando asi a la Iglesia de su mejor contacto
con la juventud, A l poner el control de tos asuntos de la Iglesia
primariamente en manos de sacerdotes seculares antes q\ie
monásticos, Rivadavia abrió la puerta para que m onjes y monj#
asumieran un papel en la Iglesia fuera de sus ó aleñes, elección qnt
se dio en la realidad (Carbia, Revolución* 1OS« U 3).
Aunque ampliamente apoyada por los curas progresistas con»
Antonio Sáen 2, el Deán Funes y Mariano Zavalcta, la refonm
provocó unaairadareacciónentre los conservadores. Los principal«
entre ellos fueron dos franciscanos, Cayetano Rodrigue/, y Francisco
de Paula Castañeda, que publicaren feroces diatribas contra Iri
‘infieles" rivadavianos (Frizzi de Longoni, 81-87). Tan indignado
estaba Fray Castañeda que compuso varias parodias de las letanías
de la Iglesia para expresar su desaprobación hacia Rivadavia. IVt
ejemplo:

De la trompa marina - libera nos Dom ine.


Del sapo del diluvio - libera nos Domine,
Del ombú empapado de aguardiente - libera nos Domine.
Del amrado de la lengua - libera nos Dom ine.
Del anglo-gálico - libera nos Domine.
Del barrenador de la tierra - libera nos Domine.
Del que manda de frente contra el Papa- libéranos Domine
De Rivadavia - libera nos Domine,
De Bemardino Rivadavia - libera nos Dom ine.
Kyrie eleison - Padre Nuestro. Oración com o arriba.

Bajo la pluma de Castañeda, el Credo A postólico se transfor­


mó así:

122
Creo en Dios padre todopoderoso, creador y conservador de
Bemardino Rivadavia y en Jesucristo redentor de Rivadavia
que está actualmente padeciendo en Buenos Aires muerte y
pasión bajo el poder de Rivadavia. Creo en el Espíritu Santo
cuya luz persigue Rivadavia. Creo en la Comunión de los
Santos de cuya comunión se ha pasado Rivadavia. Creo en el
perdón de los pecados que no tendrá Rivadavia mientras
niegue la resurrección de la Carne y la vida perdurable. Amén.
(Citado en Piccirrillio, 293-294.)2

Aparte de las referencias de mal gusto al aspecto físico de


Rivadavia, las parodias de Castañeda contienen dos acusaciones
significativas: heterodoxia y elitismo. La acusación de heterodoxia
es fácil de refutar ya que nada en la reforma toca a la doctrina. La
de elitismo, en cambio, presagia una de las corrientes más durables
de sentimiento antilibcral en la Argentina, tan efectiva hoy com o
hace ciento cincuenta años: según esta visión, el progreso de
acuerdo a los modelos liberales era algo inglés o francés, y en
consecuencia antiargentino. Una critica más importante provino del
nuncio papal en Chile (como expresión de la desaprobación o ficia l
por la revolución, el Papa en ese momento no tenía representante en
Buenos Aires) que argumentó que la Iglesia era una organización
divina no sujeta a la ley civil. Dos de los sacerdotes más distinguidos
de Buenos Aires, el Deán Funes y Mariano Zavaleta, salieron en
defensa de Rivadavia, pero no había defensa contra lo s argum entos
emocionales de la reacción.
Los enemigos de Rivadavia al punto se treparon a la cu estión
religiosa para tratar de desestabilizar al gobierno porteño y sembrar
discordia entre Rivadavia y los ya suspicaces caudillos provincia­

2 El odio de Castañeda por Rivadavia no conocía límites. En una ocasión le


envió una carta al gobernador Martín Rodríguez afirmando que un misterioso
extranjero le había informado de un complot que planeaba Rivadavia contra el
gobernador. Tanto el extranjero como el complot eran producto de la imaginación
de Castañeda, con el solo fin de sembrar discordia entre el gobernador y su mejor
ministro (Piccirrilli, 295-296). Castañeda fue también un gran enemigo de los
yankecs. En una carta a John Quincy Adams, el diplomático americano John
Murray Forbcs escribe: “Ya he mencionado la malignidad con que algunos de los
habitantes de este lugar tratan de arrojar sombras sobre nuestro carácter nacional
e individual. El veneno de todas esas personas desafectas se ha concentrado y
difundido al público enlos escritos decierto fraile franciscano, llamadoCastañeda...
un hombre cuya audacia sólo es igualada por su maldad" (Forbcs, 69).

123
nos (Frizzi de Longoni, 93-112). M anifestaciones encabezadas por
curas cubrieron las calles de Buenos Aires y Luján {El Argos, 22 de
marzo de 1823, 97). En respuesta a los desórdenes, Rivadavia
dirigió una enérgica carta de protesta al obispo en funciones de
Buenos Aires, Mariano Zavaleta, diciendo que “ni la civilización,
ni la religión, ni la patria, ni la moral han tenido un abrigo decoroso
entre los que se denominan los pastores de la tierra; ellos han
tomado del evangelio el nombre, pero han rechazado sus precep­
tos". El obispo Zavaleta apoyó a Rivadavia, com o apoyaba “la
reforma de los abusos y habitudes que degradan nuestra religión
santa” {El Argos, 29 de mareo de 1823, 107-109). Por supuesto,
siendo Zavaleta funcionario eclesiástico nombrado por el gobier­
no civil y no por el Papa, su apoyo hizo poco para tranquilizar al
clero rebelde. Por lo demás, cuando las noticias de la reforma
eclesiástica llegaron a las provincias, pasaron pocos días antes de
que Juan Facundo Quiroga, caudillo de la distante provincia de La
Rioja, acuñara uno de los lemas más efectivos de la reacción
federalista antiunitaria: Religión o muerte. Las pasiones moviliza­
das por la reforma eclesiástica seguirían acumulándose durante
años antes de explotar al fin en apoyo del gobierno reaccionario de
Juan Manucl.de Rosas, el dictador que sucedería unos años después
a Rivadavia.

Los últimos años de Rivadavia en el poder fueron incómo­


dos tanto para él como para sus conciudadanos. M artín Rodríguez
dejó el poder en 1824 y fue remplazado por Juan Gregorio de las
Hcras. Al principio Rivadavia continuó com o ministro bajo el
nuevo gobierno, pero pronto fue enviado en m isión diplomática
a conseguir apoyo inglés para la Argentina en la guerra que se ha­
bía iniciado con el Brasil por la posesión del Uruguay. Como en
este momento Inglaterra estaba jugando sus cartas a la enemistad
entre las dos naciones sudamericanas, R ivadavia volvió con las
manos vacías, herido por la fría recepción que había tenido por
parte de los ingleses a quienes tanto admiraba. Una vez de regreso
en Buenos Aires, encontró que La Feliz Experiencia se estaba
desmoronando de prisa, en primer lugar por el creciente descon­
tento entre terratenientes federalistas com o R osas y los Ancho-
rena. Aunque nunca habían sido partidarios de Rivadavia, estos
oligarcas conservadores habían tolerado su liberalismo en tanto
Ies diera mejores tierras y mejores condiciones de comercio con
Inglaterra. Pero cuando los rivadavianos empezaron a intentar

124
traducir las palabras en políticas, los conservadores, com o había
hecho el cabildo de Buenos Aires diez años atrás, empezaron a
complotar contra el gobierno. Con la esperanza de que Rivadavia
pudiera restaurarla confianza en el gobierno unitario, sus partidarios
en la convención lo nombraron presidente de todo el país, acto que
obviamente excedía su autoridad, y contribuyó a irritar al Interior.
Como “presidente”, pareció más urgido por ganar antipatías entre
sus detractores.
Impaciente y doctrinario com o siempre, él y su Partido U ni­
tario le presentaron a la nación una Constitución nueva que pre­
tendía resolver el perpetuo conflicto entre Buenos Aires y la ca-
pital provincial, cuyo ingreso sería compartido en igualdad de 1
condiciones por todos los argentinos. Aunque la idea era buena,
su plan encontró una salvaje oposición entre los federalistas por­
teños, incluidos Juan Manuel de Rosas y sus ricos primos, los
Anchorcna, que no tenían intención alguna de compartir los in­
gresos aduaneros de Buenos Aires. Siguiendo el m odelo de los
Estados Unidos, la nueva Constitución también proveía la for­
mación de una legislatura bicameral en la que un cuerpo daría
representación igualitaria a todas las provincias. Pero aquí tam­
bién, la oligarquía conservadora no quiso saber nada. Sus prin-
cipios de gobierno eran la autoridad y la subordinación, y no
la tolerancia o el compromiso del sistem a representativo. P ese
a una oposición tan amplia, los unitarios proclamaron la C ons­
titución, maniobra arrogante que erosionó m ás aún e l ap oyo a
Rivadavia. Mientras tanto, éste había puesto en marcha un con ­
trovertido plan para atraer inmigrantes europeos a la Argentina.
Una vez m ás, la oligarquía se mostró horrorizada ante la idea
de tener que compartir la tierra con inm igrantes, y d e v er sus
tradiciones católicas amenazadas por la infidelidad de lo s ex ­
tranjeros.
El golpe final a la presidencia de R ivadavia vin o cuando su
enviado al Brasil, Manuel José García, pasó por encim a de todas las
instrucciones y firmó un tratado que le daba al Brasil control
efectivo sobre la Banda Oriental. La n oticia del tratado lleg ó a
Buenos Aires hacia el m om ento en que n u eve legislaturas provin­
ciales le retiraban oficialm ente su apoyo a R ivadavia. C on la
esperanza de ganar adherentes m ediante una exh ib ición de patrio­
tismo, Rivadavia en vió un m ensaje al con greso desaprobando el
tratado de García. Y d espués, con un toque d e m elodram atism o, en
julio de 1827, presentó tam bién su renuncia, pensando q ue la

125
legislatura nu nca lo dejaría ir en un m o m en to de crisi
C risis o no, su s e n e m ig o s saltaron sobre la oportunidad de r £ 0nal
de é l, y cuarenta y o c h o de lo s cin cu en ta legisladores votaS
aceptando la renuncia. D esp u és d e v a rio s intentos frustrados^
recuperar el poder, R ivadavia term inó em igrando a España, donde
murió en la pobreza. C ontrovertido hasta e n la m uerte, sus segui­
dores lo recordaron c o m o e l m otor de la fu g a z F e liz Experiencia,
mientras sus detractores no han dejad o d e vituperarlo como un
hereje antiargentino y europeizante.

L o s h isto r ia d o r e s a r g e n tin o s e s tá n n e ta m e n te d iv id id o s en su
e v a lu a c ió n d e R iv a d a v ia y lo s r iv a d a v ia n o s . L o s historiadores
lib e ra le s, q u e s u e le n tom ar p o s ic io n e s p o r te ñ a s y e u r o p e ísta s , ven
a R iv a d a v ia c o m o e l p rim er a rq u itec to d e la m o d e r n a sociedad
a rg en tin a , h o m b r e q u e fracasó s ó lo p o rq u e s u s id e a s fu ero n e-
m a sia d o a v a n z a d a s para su tie m p o . E n c o n tr a s te , lo s historiadores
n a c io n a lista s d e iz q u ie rd a y d e r e c h a lo c o n s id e r a n e l primer
ven d ep a tria e n gran e s c a la , crea d o r d e u n m e c a n is m o e le g a n e
m ed ia n te e l c u a l G ran B retaña p o d ía e x p lo ta r a la A r g e n tin a en
n o m b re d el lib r e c o m e r c io . L o s n a c io n a lista s d e d e r e c h a lle g a n a
a cu sa rlo d e tra ició n al p asad o e sp a ñ o l y c a tó lic o d e la A rg en tin a ,
tra ició n c o n la q u e corrom p ió para siem p re la id e n tid a d q u e e l país
podría haber ten id o .
H a y a m p lio ca m p o tanto para e l e lo g io c o m o p ara la c o n d e ­
na. D e l lad o p o sitiv o , n ad ie m ás q u e R iv a d a v ia s e e n t r e g ó tan
co m p le ta m e n te al serv icio d e su p aís. C o m o m ie m b r o d e l Pri­
m e r T riun virato q u e g ob ern ó d esp u és d e la P rim era J u n ta , c o ­
m o d ip lo m á tic o d e varios g o b ier n o s en tre 1 8 1 4 y 1 8 2 0 , c o m o
m in istro b ajo M artín R od rígu ez, y p or ú ltim o c o m o p r e s id e n ­
te, R iv a d a v ia cu m p lió su s fu n c io n es c o n en e r g ía y d e d ic a c ió n .
S u su e ñ o d e recrear a E uropa en e l sur d el c o n tin e n te s e v o lv ió
u na p o d erosa fic ció n orientadora q u e s ig u e d a n d o fo r m a a las
esp era n za s d e m u ch o s argen tin os. P ero "el d e ta lle d e s u s p ro ­
gram as m uestra a m en u d o m ás b uenas in te n c io n e s q u e s e n tid o
co m ú n .
¿ Q u é p e n sa r , p o r e je m p lo , d e lo s e s f u e r z o s c u lt u r a l e s
riva d a v ia n os? R evelaría m u ch a m ezq u in d ad n o ad m irar la s a s p i­
ra cio n es y en er g ía s d e lo s p orteñ os rivad avian os q u e fu n d a r o n
d ia rio s, re v ista s, e s c u e la s, u n iv ersid a d es, tea tro s, e s c u e la s d e
dram aturgia, m u sc o s, s o c ie d a d e s literarias, co n serv a to rio s d e m ú ­
s ic a , a ca d em ia s d e c ie n c ia y ju risp ru d en cia, u na s o c ie d a d d e b e -

126
neficcncia, pensionados para jóven es provincianos, y cuanta ins­
titución pudieran tomar de la Alta Cultura europea. Todo esto lo
hicieron en menos de tres aflos, en una ciudad de cincuenta y cinco
mil habitantes, la mayoría analfabetos, perdida entre las pampas
desiertas por un lado y el Océano Atlántico por el otro. P ete no es
tan mezquino señalar que los rivadavianos en algún sentido eran
actores en una comedia que aspiraba a poco más que a establecer un
repositorio y reproducción de la cultura europea. A diferencia de
Artigas, nunca se pennitieron sonar que su país podía tener un
destino distinto, que podía in clusive superar a Europa. L os
rivadavianos vivieron seducidos por las apariencias, y al parecer
sintieron que recrear París en las pampas era meramente cuestión de
decretos c imitaciones. Donde no había sustancia, erigieron una
fachada. Sus sociedades literarias no produjeron buena literatura, y
sus academias de ciencia, salvo los expertos importados, no hicieron
más que copiar. De la época de La Feliz Experiencia no ha quedado
ningún ensayo, poema o pieza teatral de mérito literario que hable
de la Argentina. Los rivadavianos pretendían vivir en un país que no
existía, a la vez que aspiraban a gobernar la Argentina real, a la que
nunca entendieron. La Feliz Experiencia en algún sentido fue
apenas teatro, con el escenario vacío y actores que trataban de
parecer europeos.
Este fracaso de los rivadavianos nació en gran m edida de
su indiferencia condescendiente hacia la cultura popular, casi
toda ella provinciana, que legitimaba en cierta forma a los gau­
chos, las clases bajas de sangres m ezcladas, los caudillos, los
cabildos y la Iglesia colonial. Nunca se buscaron, y m ucho m e­
nos se intentaron, políticas imaginativas para tratar de incorporar
estos grupos sociales e instituciones de facto a sistem as m oder­
nos de gobierno. Gauchos y clases bajas fueron plenam ente ig ­
norados... salvo cuando se necesitaban reclutas para la m ilicia.
Los caudillos fueron denunciados com o bárbaros, a los que ha­
bría que eliminar, en lugar de reconocerlos com o líderes natu­
rales a los que habría convenido incluir en alguna esp ecie de
gobierno institucional. Y los cabildos de Luján y Buenos Aires,
organizaciones cuasi democráticas con dos siglos de probada
eficacia, fueron anulados por decreto, sim plem ente porque no ha­
bía lugar para ellos en las modernas teorías de gobierno que
consultaban los rivadavianos. Los problemas de R ivadavia con la
Iglesia reflejaron la misma dogmática ingenuidad política; por
deseables que fueran las reformas eclesiásticas en principio, era

127
imprudente no cortejar la buena voluntad de la Iglesia y de las
masas profundamente religiosas. Si R ivadavia hubiera conocido
mejor a su pueblo, habría sido más prudente en el tratamiento del
problema religioso. Es cierto que las reformas religiosas fueron
menos extremadas que los ataques a los caudillos y los cabildos;
de hecho, si los caudillos populistas no se hubieran sentido tan
presionados en otros frentes, las reformas religiosas probable­
mente habrían encontrado menos resistencia. Aun así, las ma­
niobras de Rivadavia contra instituciones políticas y religiosas
existentes revelaron una y otra vez una fe ingenua en el poder de
la Ilustración y poca comprensión de lo que era realmente po­
sible en el país que trataba de gobernar. A l escucharse sólo a sí
mismos, los liberales porteños eran tan localistas com o los lo­
calistas a los que denunciaban. Si los rivadavianos hubieran es­
tado más sintonizados con los sentimientos de populistas como
Artigas e Hidalgo, y menos inclinados a im poner sofisticadas
teorías extranjeras, la Feliz Experiencia podría haber sido una
experiencia duradera en lugar de la soñada Edad de Oro en la que
tanto se embelesan los historiadores simpatizantes.
Los problemas causados por las reformas culturales, polí­
ticas y eclesiásticas de Rivadavia palidecen, con todo, cuando se
los compara con su insidioso legado en materia económ ica. La
distribución de tierras bajo Rivadavia, aunque debía ser tempo­
raria, concentró inmensas extensiones del mejor recurso natu­
ral de la Argentina en manos de unos pocos, negándole de ese
modo a las futuras generaciones acceso a cualquier poder eco­
nómico y político real. Además, al usar el enorme potencial eco­
nómico del país como hipoteca, los rivadavianos contrajeron
la primera gran deuda externa del país, poniéndolo en el camino
de la dependencia crónica del capital extranjero a despecho de
las gigantescas fortunas personales amasadas por la oligarquía
, terrateniente. De hecho, la facilidad con la que García y Riva-
\davia obtuvieron préstamos externos para gastos de gobierno
creó un precedente para que los argentinos ricos evitaran el pago
de impuestos y gastaran sus fortunas en el extranjero y en lujos
estériles, contribuyendo muy poco a la form ación de capital
dentro del país — un esquema que sigue tan v ivo hoy como hace
ciento cincuenta años— . La Argentina sigue siendo un país depen­
diente en materia de capitales, a la vez que, paradójicamente, es
un gran exportador de capitales. Por últim o, permitiendo que
Gran Bretaña tuviera acceso sin trabas a todos los aspectos de la

128
economía argentina, del com ercio y la inversión a las finanzas y la
política monetaria, los rivadavianos crearon una alianza non sancta
entre la burguesía terrateniente y comerciante porteña y sus socios
ingleses. Aunque hoy Gran Bretaña ha sido remplazada por los
Estados U nidos y Japón, la presencia no controlada de intereses
económ icos extranjeros en la A rgentina sigu e m inando el
autogobierno del país.
Con la partida de R ivadavia, el idealism o democrático
doctrinario en la Argentina term inó... al menos por un tiempo. Su
contribución más positiva a la nación fue el sueño de crear un Esta­
do europeo en el hem isferio sur, sueño que por unos pocos años
encendió la im aginación de toda una ciudad. El admirable
memorialista Tom ás de Iriarte, contemporáneo y en ocasiones
admirador de Rivadavia, resumió así la contribución de don
Bernardino:

M uchos de los decretos de Rivadavia adolecían de este defec­


to, bien que esencialm ente fuesen liberales y de utilidad
pública: no tenía el hombre de estado paciencia bastante para
saturarlos; no respetaba ni el tiempo, ni las costumbres, mucho
m enos las preocupaciones populares. El pueblo no estaba
preparado para ver tanta luz repentinamente, y Rivadavia, que
tenía la regeneración social en la cabeza, se precipitaba para
darla a luz; creía que le bastaba promulgar un decreto. Por esto
se vieron tan sabias disposiciones sin efecto; eran impracti­
cables; el pueblo no tenía una educación análoga al nuevo
sistema por que se le quería regir: era una m onomanía de
decretos (III, 31).

Juan Bautista Alberdi, el más notable intelectual de la gene­


ración siguiente, y acerbo crítico de las pretensiones porteñas,
resume com o sigue La F eliz Experiencia:

Rivadavia ha dejado andamios. Sus creaciones localistas de


Buenos Aires, aisladadelanación, tuvieron por objeto preparar
el terreno para el edificio del gobierno nacional. La generación
actual se ha alojado bajo los andamios, los ha cubierto de
lienzos, y, a esa esp ecie de tienda de campaña, ha dado el
nombre de ed ificio definitivo. (Grandes y pequeños hombres,
25.)

129
Pese a tales críticas, La F eliz Experiencia sobrevive en i
m em oria de los liberales argentinos com o una islad c paz, unadpo^
en la que las utopías parecían al alcance de la mano. Como
seguiría siendo el prototipo de las aspiraciones liberales en los afioj
venideros. El lado oscuro de La F eliz E xperiencia fue su legadodc
endeudam iento, concentración de riqueza, exclusivism o, sentí,
miento antipopular y dependencia cultural. Estos elementos tam­
bién limitarían los esfuerzos de los futuros argentinos para construir
una sociedad viable e inclusiva.

130
Capítulo 5

La Generación de 1837, Parte I

(LaGeneración del 37 fue un grupo de jó v en es entusiastas, casi todos


ellos entre los veinte y lo s treinta años, que en 1837 organizaron una
Sociedad Literaria, com o parte d e una reflexión crítica sobre el paíSy
de ahí saldrían con el tiem po algunas de las m ás perdurables
ficciones orientadoras de la A rgentina. P ese al sig lo y m edio que nos
separa de sus primeros escritos, la G eneración del 37 sigu e siendo
probablemente el grupo de intelectuales m ás notable del país. Los
hombres del 37 se asignaron dos alta^tareas intelectuales: identi­
ficar sin idealización lo s problem as que enfrentaba e l país, y trazar
un programa que hiciera de la A rgentina una nación moderna) A l
describir los problem as del país, crearon lo que con el tiem po se
transformó en un género lam entable de las letras argentinas: la
explicación del fracaso. Es fácil entender por qué el fracaso los
obsesionó. Durante sus años form ativos, todos lo s m iem bros de la
Generación del 37 presenciaron la incapacidad de las diversas
provincias de formar una unidad, e l fracaso de lo s liberales porteños
de proporcionar un liderazgo in clusivo, el fracaso de las m asas de
elegir funcionarios responsables, y e l fracaso de las teorías euro­
peas, que tan sólidas parecían, d e ofrecer una alternativa constitu­
cional a la ley de lo s cau d illos. N o puede sorprender entonces que
la explicación de los fracasos, con una crudeza que se acerca al
negativismo autodestructor, sea la ocupación m ás característica de
esta generación. En cuanto a su segunda tarea, la d e crear un
programa para resolver lo s problem as de la A rgentina, tomaron e l
grueso de las ideas de sus contem poráneos europeos, al punto de
repetir el error rivadaviano de creer dem asiado en el poder redentor
de las nuevas teorías europeas y norteam ericanas, en las palabras
altisonantes y en lo s decretos b ien redactados.

131
L a h istoria d e lo s h om bres d el 3 7 n o p u ed e em pezar con ellos
jem pero, p u esto q u e su d esarrollo in telectu al e identidad de grupo’
(está n p aradójicam ente v in cu la d o s c o n e l rein ado d e su enemigo
p o lític o y “ b estia n egra” id e o ló g ic a , Juan M an u el de Rosa$, el
d icta d o rq u e d om in ó la p o lítica argentina d e 18 2 g j 1852. Mientras
R o sa s e stu v o en e l poder, lo s h om b res d el 3 7 s e vieroñobligadosa
con sid erar có m o su país p odía p rod ucir sem eja n te dictadura, y por
q ué la s altas am b iciones d e lo s rivad avian os habían dado un
resultado tan lam entable. S ó lo contra e l fo n d o d e la dictadura de
R o sa s p uede apreciarse p len am en te la G en era ció n d el 37; de ahí que
este cap ítu lo exp on ga la e le v a c ió n , naturaleza e importancia del
rosism o, y d esp u és estu die las teorías co n la s q u e lo s hombres del
3 7 em pezaron a exp licar lo s m a les d el p aís.

Tras la renuncia de R ivad avia, la p ro v in cia d e B u en o s Aires


pareció encam inarse h acia un período p or lo m en o s tan m alo como
e l terrible año 1820. H ubo que d esp ed irse d e la s amenidades
culturales y de la fácil prosperidad d e La F e liz E x p erien cia , cuando
la c iv iliza ció n podía crearse por d ecreto y lo s créd itos se obtenían
con só lo pedirlos. Y despedirse tam b ién d e la relativa p a z política
que le perm itió al gobernador M artín R od rígu ez trabajaren términos
am istosos tanto con federales co m o co n u nitarios. L a s promesas
unitarias habían quedado en la nada, y e l fed era lism o estab a en alza.
Cuando lo s unitarios vieron d eb ilitarse su s o sté n p o lític o , hizo su
ingreso en el discurso civ il una m ezq u in d ad n u eva. E n sus Memorias,
T om ás de Iriarte d escribe la p o larización d e lo s d o s partidos en los
térm inos sigu ien tes:

E l partido [unitario] ca íd o era co n sid era d o e l aristocrático y el


d el go b iern o era el popular. E n aq uél s e con tab an m ás capa­
cidades, m ás hom bres d e n u e v a s id e a s , h ab ía m ayor poder de
teorías a n álogas al esp íritu d e l s ig lo , m u c h o m ás brillo y
palabrería: tam b ién [lo s u n itarios] v iv ía n m ás a la m oda-
pero esta b an d o m in a d o s d e u n esp íritu antipático, el del
ex c lu siv ism o ; y c o n su s d o ctrin a s lib e r a le s form ab a contraste
el d e la m ás p ron u n ciad a y c h o c a n te in toleran cia: respiraban
p or to d o s su s p oros u n n e c io o r g u llo , u n a ultra fatuidad
in co m p a tib le co n e l saber, y la a p a rie n c ia d e una prepotencia
in su ltan te, lo s h ab ía h e c h o d e l to d o im p o p u la res, y mal que­
ridos en tre la s c la se s d e l p u e b lo , y u n a gra n m ayoría de la que
co m ú n m en te s e e n tie n d e p o r c la s e m e d ia . Eran hombres

132
amanerados que con sus costumbres de imitación, con su
parodia a la europea, ofendían los hábitos y costumbres
locales... (Los federales) eran criollos netos, con muy pocas
excepciones, apegados a la rutina de la vieja escu ela ... todo lo
demás olía para ellos a extranjerismo, y esto importaba para
muchos una apostasía de los deberes de la rancia nacionali­
dad. (IV, 74-75.)

El 12 de agosto de 1828, la legislatura provincial, ahora


dominada por los federales, eligió a Manuel Dorrcgo gobernador de
laprovinciadc Buenos Aires, para el horrorde los unitarios, quienes
lo consideraban un salvaje, contrario a todo lo europeo. Según
Iriarte, la prensa unitaria hizo todo lo posible por provocar a
Dorrcgo, “le llamaron mulato muchas veces y agotaron el d iccio­
nario délos improperios para exasperarlo” (IV, 70-71). N o obstante
ello, Dorrcgo, que en su juventud se había ganado una reputación de
impulsivo, sorprendió a todo el mundo manteniéndose con prudencia
dentro de sus prerrogativas legales. N o sólo eso, sino que mostró
buen sentido político al nombrar a Manuel Moreno, el hermano de
Mariano, para ocupar el puesto que había tenido Rivadavia, de
ministro de Gobierno. Aunque Moreno era un federal que se había
opuesto a la constitución rivadaviana, sus antecedentes intelectuales
eran irreprochables, aun entre los unitarios. Dorrcgo también cu l­
tivó a los estancieros conservadores ofreciéndole un puesto en el
gabinete a Tomás Manuel de Anchorcna (que lo rechazó) y nom ­
brando a Juan Manuel de Rosas comandante de la m ilicia del sur
(Iriarte, IV, 72-74). El embajador norteamericano de ese momento,
Jolrn Murray Forbcs, describe secamente la conversión de Dorrcgo
al pragmatismo (vale decir, su toma de posición al lado de los ricos
y los ingleses, al amparo de la constitución rivadaviana) en estos
témiinos:

El Gobernador, coronel Dorrcgo, que siempre se distinguió


por la virulencia de su hostilidad hacia los ingleses, de repente
parece haber sido iluminado pordestellos irresistibles, que han
operado el cambio más completo en sus sentimientos políti­
cos. El arlequín de esta nueva pantomima ha sido Manuel José
García, quien a pesar de continuar siendo objeto del unánime
desprecio popular, ha tenido la habilidad de lograr la más
completa ascendencia sobre el nuevo Gobierno. El primer
indicio de este cambio extraordinario fue el nombramiento de

133
M a n u e l M o re n o c o m o m in istro d e G o b ie r n o ... [a quien] sefe
c o n o c e ta m b ién p ú b lic a m e n te p o r su d e v o c ió n ala causa de los
in g le s e s y su gran in tim id ad c o n Lord P on som by y Mr. Parish
(F o rb es, 4 7 3 -4 7 4 .)

D o r re g o no se lim itó a co n g ra cia rse c o n lo s estancieros y los


in g le s e s; s e la n z ó a la tarea, n o sin é x ito , de restaurar las relaciones
c o n lo s ca u d illo s p rovin ciales y construir una base política popular
e n la p rovin cia de B u en os A ir es, e stra teg ia qu e mostró sus frutosen
la resonante victoria que o b tu v o e n la s e le c c io n e s provinciales de
m ayo d e 1828. Esta v ictoria alarm ó gravem en te a los unitarios
porteños, qu ien es atribuyeron e l triunfo d e Dorrego al fraude.
Frente a la posibilidad cierta d e n o recuperar nunca el poder ante
este federal popular, lo s unitarios e lig ie r o n una “ solución” que en
este sig lo se v o lv ió trágicam ente fam iliar: e n nom bre de la demo­
cracia y e l con stitu cion alism o, organ izaron un golpe de Estado
contra un gobierno electo .
La oportunidad v in o cuand o D o rreg o , por intermedio de su
m inistro G arcía, firm ó, e l 5 d e sep tiem bre d e 1828, un acuerdo con
e l Brasil que hacía al U ruguay una n a c ió n independiente. Aunque
lo s térm inos de este tratado eran co n siderab lem ente mejores que
lo s que había aceptado in icialm en te G arcía bajo la presidencia de
R ivadavia, lo s unitarios no se m ostraron satisfech os. El más mo­
lesto fue e l general Juan G alo L a v a lle, so ld a d o apasionado y héroe
de la Independencia, que en e s e m o m en to era comandante de las
tropas porteñas e n e l U ruguay. A l o ír la n o ticia del tratado, rea­
grupó a sus soldados y m archó h acia B u e n o s A ires. Aunque adver­
tido de la inm inencia d el g o lp e , D o rreg o subestim ó gravemente el
ansia de poder d e lo s unitarios. S e g ú n e l c ó n su l inglés Woodbine
Parish en una carta al C onde d e A b erd een , fechada el 2 de diciem­
bre de 1828, D orrego se n e g ó a creer q u e “ a m ig o s del orden” como
lo s unitarios se rebelarían contra su g o b iern o enteramente legí­
tim o, librem ente e le g id o por la p r o v in cia d e B uenos Aires y apo­
yado por la m ayoría d e la s leg isla tu ra s provinciales (citado en
F em s, 1 9 6 -1 9 7 ).
E l 1 Q d e diciem b re d e 1 8 2 8 , L a v a lle se pronunció por el
derrocam iento d el gobierno de D o rreg o . C o n la rebelión de Lavalle.
lo s unitarios porteños o lv id a ro n d e in m ed ia to sus discursos sobre
dem ocracia institucional, y corrieron a u n irse a L avalle y su golpe-
Es sign ificativo que, al v erse frente a la popularidad de Dorrego, l°s
unitarios n o buscaran una so lu c ió n in stitu cio n a l a las acusaciones

134
de fraude, por ejem plo un pronunciamiento jurídico o una segunda
elección; en lugar de ello , echaron manos a las armas. Los dos
ejércitos se encontraron en Navarro el 9 de noviembre de 1828,
donde las tropas veteranas de Lavallc no tuvieron problemas en
desbandar a las escasas m ilicias federales, obligando a Dorrcgo a
huir para salvar su vida. Poco después sería tomado prisionero por
uno de sus propios oficiales, y entregado a Lavallc.
Mientras tanto, Lavallc, en una elección arreglada, pasó a ser
gobernador de la provincia de Buenos Aires, puesto para el que
resultó singularmente inepto. Una de sus primeras maniobras fue
disolver la legislatura provincial, dominada por federales. A con­
tinuación, y por temor a la popularidad de Dorrcgo, com etió uno de
los errores más trágicos de la historia argentina: el 18 de diciembre
de 1828, siguiendo el consejo de sus asesores unitarios, Lavallc -
mandó matar a Dorrego sin ju icio previo (Iriartc, IV, 129-131).
Como si no les bastara con derrocar a un gobierno lcgalmcntc
constituido e instalar uno fraudulento en su lugar, los unitarios
quedaron manchados por el asesinato político. Además, con la
ejecución de Dorrego perdieron toda credibilidad en su reclamo
de alta moralidad que supuestamente los diferenciaba de los cau­
dillos, detalle que no dejó escapar el apologista federal Pedro de
Angelis, que se burla de los unitarios por condenar “el cruel
asesinato del ilustre Gobemardor Dorrego” a la vez que “elogian a
sus asesinos con tanto ce lo ” (citado en Lynch, Dictator,
196-197). Tras el asesinato de Dorrego, la ilegalidad y la violen ­
cia se hicieron características de los unitarios tanto com o de los
caudillos “bárbaros”.
Los m otivos de los unitarios para promover la muerte de
Dorrego pueden entenderse sólo en términos de su mala percepción ,
del federalismo. Para los unitarios, el federalismo no era un m o­
vimiento de op osición con el que había que negociar dentro de un
marco pluralista y democrático. Antes bien, era pura demagogia,
“arbitrariedad popular”, producto de unos p ocos individuos
carismáticos que engañaban a las masas ignorantes y obstruían la
Ilustración. Dada esta opinión, los unitarios aparentemente sentían y
que el federalismo desaparecería sólo si eran eliminados unos po­
cos hombres claves com o Dorrego. Por supuesto no funcionó,
pero la idea de que el progreso y el gobierno ilustrado saldrían de
la eliminación física de determinadas personas ha sobrevolado la
historia argentina desde Mariano Moreno al presente. La muerte de
Dorrego también acalló las voces más sensatas en el federalismo, y

135
preparó la entrada d e lo s e le m e n to s m á s rea ccio n a rio s del part¡d0
v a le d ecir Juan M a n u el d e R o sa s y lo s A n ch o rcn a .
C on la sa cu d id a qu e produjo la m u erte d e D orrego, la opo$¡.
c ió n federalista se co n g r eg ó alrededor d e R o sa s, quien, con $us
m ilicia s gauchas y e l c o n cu rso d e la s tropas d e Estanislao Lópe,
de Santa F e, se preparó para la guerra contra L a v a llc. V iendo crecer
la d eserció n en sus propias tropas y la p o sib ilid a d cierta de una
victoria federal, L avalle d e c id ió pactar una tregua con Rosas y
llam ar a nu evas e le c c io n e s, d e la s qu e sa lió un go b iern o provisio-
nal de tres m e ses bajo el general Juan J o sé V ia m o n te. P o co después,
lo s gritos de ven gan za proferidos por lo s partidarios de D oncgo
hicieron que e l propio L avalle le perdiera e l g u sto a la política)
em prendiera una v e lo z retirada al U ruguay, qu e estrenaba su
independencia.
Tras la caída de L avalle, la anarquía v o lv ió a amenazara
B u en os A ires, pero esta v e z había un n u ev o salvador. En Juan
M anuel de R osas la provincia de B uenos A ires tenía ahora su propio
caudillo, hom bre probado en la batalla, idolatrado p or lo s pobres de
la ciudad y los gauchos del cam po, perteneciente a la oligarquía
terrateniente conservadora, y al parecer capaz d e restaurar el orden
m erced a su v igorosa personalidad. R osas, un hom bre apuesto con
penetrantes ojos celestes, no só lo hip notizó a B u e n o s A ires, y con
el tiem po a todo el país; su esen cia y sig n ifica c ió n e n la historia
argentina sig u e alim entando un debate co n frecu en cia rispido entre
estudiosos (v éa se Kroeber, “R osas and the R e v isió n o f Argentine
H istory” y N avarro Gerasi, L o s , 1 3 1 -1 4 5 ). La legis­
latura provincial, co n m ayoría federal, que había sid o disuelta por
L avalle, fue reconstituida el l 9 de d iciem b re de 18 2 9 , y al cabo de
cin co días d e debate nom bró a R osas, que en to n ces tenía apenas
treinta y cin co años de edad, nu evo gobernador. Pero más impor­
tante que la e le c c ió n de R osas fueron lo s térm inos bajo los que se
realizó e l nom bram iento. T al c o m o lo propuso su primo, Tomás
M anuel de A nchorena, el oligarca reaccionario por excelencia,
R osas fue atribuido con fa c u lt a d e s , lo que lo hizo
un virtual dictador, con san ción le g isla tiv a , para lo s siguientes tres
años (L ynch, 4 2 -4 7 ).
E n su prim er período c o m o gobernador, R o sa s, que no quería
asustar dem asiado a sus e n e m ig o s, u só co n prudencia sus poderes.
Protegió la propiedad, “lib eró ” m ás tierras d e lo s indios, fortificó
las defensas contra ésto s, m antuvo calm a la disputa entre porte­
ños y p rovincian os, y se las arregló para dar al endeudado gobierno

136
la apariencia de cierta responsabilidad fiscal. Salvo los unitarios
más doctrinarios, todos quedaron conform es, incluidos los ingle­
ses. Por supuesto, el orden tenía su precio. Salvo por la distribu-
ciónde tierrasentrc ricos estancieros, que prosiguió, y el incremen­
to en el contacto com ercial con los ingleses, Rosas anuló las
reformas rivadavianas; restringió la libertad de prensa, se olvidó
de la educación, apoyó al clero conservador, reforzó el ejército
y acalló a los críticos. Tam bién concretó la tenencia de tierras
comenzada por R ivadavia, convirtiendo tierras arrendadas en
propiedades individuales. Pero, para que nadie pudiera acusarlo de
autoritarismo, el 19 de noviem bre de 1832, la fecha prevista para
hacerlo, devolvió las facultades extraordinarias a la legislatura y
volvió a su estancia. Con un suspiro de alivio, la legislatura aceptó
la renuncia y le agradeció haber devuelto la provincia al “feliz
estado de vida y tranquilidad bajo la autoridad de las le y es” (citado
en Lynch, 49).
Tras la renuncia de R osas, el desorden volvió a apoderarse de
Buenos Aires, convenciendo a muchos porteños de que sin Rosas no
había ley ni orden. Al cabo de dos administraciones que fracasaron
en veloz sucesión, la legislatura votó el 27 de junio de 1834 el
segundo nombramiento de Rosas com o gobernador. Pero Rosas
rechazó el nombramiento, por no agradarle los términos en que
había sido hecho. Por último, tras una considerable presión por
parte de sus principales sostenedores, la burguesía terrateniente,
manifestó que aceptaría el p u esto... pero sólo si la legislatura le
concedía “la suma del poder público". El 7 de marzo de 1835 la
legislatura le otorgó lo que pedía, y Rosas fue gobernador por
segunda vez. A sí com enzó la dictadura de R osas, no p erla fuerza
o el golpe de Estado, sino por el consentim iento de la legislatura y
la aquiescencia de una sociedad exhausta por la guerra y la anarquía
(Lynch, 49), Aunque oficialm ente nunca fue m is que gobernador
de la provincia de Buenos Aires, Rosas dom inó la política del país
durante los siguientes diecisiete años.
Hasta el mom ento de su caída en 1852, Rosas conservó el
poder sin necesidad de elecciones. Por supuesto, y por m otivos de
relaciones públicas, enviaba rutinariamente.su renuncia al Congreso,
que él había elegid o miembro por miembro; y siguiendo la misma
retina, la legislatura rechazaba su renuncia y le rogaba que siguiera
siendo gobernador (Lynch, 165-166). Pese a esta falta de eleccio ­
nes, aun su crítico más acerbo, D om ingo Faustino Sanniento,
confiesa: “En obsequio de la verdad histórica: nunca hubo gobierno

137
m á s p o p u la r, m á s d e se a d o n i m ás s o ste n id o p or la opinión pública»
(S a r m ie n to , do, 1 3 0 ). L a b a se m á s im portante de R0sas
n
acu
F
fu ero n lo s e sta n cie ro s co n serv a d o res c o m o é l m ism o, a quienes
p o c o le s im p ortab a la teoría p o lítica e n tanto lo s indios siguieran
c e d ie n d o tierras y e l m erca d o para lo s cu eros y las salazones
sig u ier a fuerte. A e ste gru p o R o sa s le s ig u ió sien d o leal, aun si debía
h a cer s a c r ific io s p o lític o s. C o m o le e s c r ib ió a F elip e Arana, “Cit|
im portante acostu m brar al p u e b lo a m irar siem p re con respeto ala
c la se alta d el p a ís, aun a a q u e llo s c u y a s o p in io n e s difiriesen délas
p rev a lecie n te s. É ste e s el m o tiv o p o r e l q u e reservara todos mis
c a stig o s a lo s in so le n te s y re b e ld es, lo s fu n cion arios y caudillos
a m b icio so s, d e q u ien es siem p re h e esta d o co n v en cid o que debían
ser c a stig a d o s co n sev erid a d y sin in d u lg e n c ia ” (citado en Lyncli,
9 9 -1 0 0 ). A u n así, R o sa s tam b ién g o z ó d el ap o y o de los pobres,
sed u c id o s p or su b ien elab orad o p erson aje p o lítico que era a la vez
im p erial, p op u lista y p atern alista. R o sa s p o d ía cabalgar y hablar
co m o u n g a u ch o , pero tam b ién sa b ía c ó m o afectar aires de realeza j
(L yn ch , 1 0 8 -1 1 1 9 ). En m ás d e un sen tid o presagiab a el estilo deotra j
p resid en cia p opu lista: la de Juan D o m in g o y E va Perón, quien yaen
nuestro s ig lo s e v estía n c o m o aristócratas al tiem po que afirmaban
su solid aridad c o n lo s p ob res.
D e n in gu n a form a fu e R o sa s un in telectu al; de hecho, su único
punto d e o rg u llo a c a d é m ic o fu e al p arecer su ortografía casi
perfecta. N o ob stan te, fu e c o n sid era b le m en te influido por su edu­
ca d o y reaccion ario p rim o, T o m á s M a n u el d e A nchorena (“hombre
d e id eas rancias y a n tis o c ia le s ” , s e g ú n Iriarte, IV , 7 2 ), versado cnel
p en sa m ien to d e E dw ard B u rk e, J o sep h d e M aistre, Gaspar Real de
Curbán y otros cr ítico s d e la R e v o lu c ió n Francesa y la soberanía
p o p u la r(S eb reli, A p o g e o , 7 2 -7 3 ). A u top roclam ad o “El Restaurador
d e la s L e y e s ”, R o sa s re p resen tó e n gran m ed id a una vuelta alas
prácticas c o lo n ia le s . E l m is m o R o sa s lo d ijo , en un discurso
reprodu cido c o n fre c u e n c ia , e l q u e p ro n u n ció el 25 de mayo de
183 6 , en ce le b r a c ió n d e la R e v o lu c ió n d e M a y o : “La revoluciónse
h izo n o para s u b le v a m o s con tra la s au torid ad es legítimamente
co n stitu id as, sin o para s u p lir la fa lta d e la s q u e, acéfala la nación,
habían ca d u ca d o d e h e c h o y d e d e r e c h o ” . L le g a a afirmar que May0
fue en p rim e rlu g a r un “ a cto h e r o ic o d e le a lta d y fidelidad alanaciój1
e sp a flo la y a su d esg ra cia d o m o n a rca ” y n o “ unareb elión disfrazada
contra e l p rin cip io d e au torid ad m is m o (cita d o en Gandía, “Estudio
prelim inar” , 1 2 -1 3 ). E n otra o c a s ió n R o s a s afirm ó que el peifo*
p o str ev o lu cio n a r io “ n o fu e u n tie m p o d e c a lm a y tranquilidad coiu

138
los que precedieron a la R evolu ción de M ayo”, precisam ente
porque las corrientes antiautoritarias entre lo s liberales habían
pervertido la naturaleza gen u in a d e M ayo (Gandía, 15). En una
entrevista afirmó sucintam ente: “Para m í la idea de un feliz gobierno
sería una autocracia paternal” (citado en L ynch, 3 04). Su am able
visión de la “autocracia paternal” contribuyó sin duda alguna a la
restauración de sus p len os p rivilegios a la Iglesia (R am os M cjía,
Rosas y su po, 2 0 0 -2 0 3 ). A cam b io de lo s favores recibidos por
tiem
el gobierno de R osas, e l ob isp o M edrano de B u en os A ires, en una
carta pastoral fechada e l 7 d e septiem bre de 1837, instruyó a lo s
sacerdotes de su d ió ce sis a exhortar a lo s fie les a apoyar al sistem a
federalista “sin el que seríam os víctim as de las m ás negras p asion es
y veríamos correr la sangre d e nuestros m ism os herm anos” (citado
en Mayer, Alberdi y su tiempo, 1 5 4 -155).
En resumen, aunque R osas g o zó d e gran popularidad, no fue
en ningún sentido un verdadero populista. Las teorías d e in clusión ,
proteccionismo y n ativism o enunciadas por A rtigas e H idalgo le
repugnaban tanto c o m o e l lib eralism o afrancesado d e lo s unitarios.
Así Rosas reveló la otra cara, la cara antipopular, del fed eralism o N
argentino: una n oción aristocrática de la autoridad y el p rivilegio
que podía ocuparse del b ien estar d e lo s pobres só lo por un im p u lso
paternalista, pero que d e n in gu na manera in cluía a lo s n acid os en lo s
estratos bajos com o ciud ad an os de igu ales derech os en un gob ierno
pluralista. La suya fu e una restauración d e la socied ad jerárquica de
los monarcas esp añ oles. O b ien , c o m o lo dijo Sarm iento, “R osas no
ha inventado nada; su talento ha co n sistid o s ó lo en p lagiar a sus /
antecesores” ( do3, 7 ). L o q u e no v io Sarm iento, ni la m ayoría
n
acu
F
de su generación, fu e qu e R o sa s no era un cau d illo co m o lo s d em ás.
Mientras que R osas era aristocrático, paternalista y reaccion ario,
otros caudillos, co m o G íiem es y A rtigas, habían sid o p opu listas y
progresistas. A unque au toproclam ad o federal, R osas ap oyó só lo de
palabra la idea d e p ro v in cia s federadas en igu ald ad d e co n d icio n es
y auténtica d em ocracia. E n lo s h e c h o s, su régim en c o n so lid ó la
hegemonía de B u en o s A ire s sob re e l interior m ás q u e cualquiera de
sus antecesores unitarios. A s í y to d o , su gob iern o sig u e figurando
en la historia argentina c o m o la F ed eración , aunque e n la práctica
su modalidad de fed era lism o d ifería m arcad am en te d el de lo s
mejores cau d illos p ro v in cia les. /
El R osas q ue v o lv ió al p od er en 1 8 3 5 n o tardó en in m iscu irse
en todos lo s a sp e cto s d e la so cie d a d argentina. M e ticu lo so en la
cuestión de lo s sím b olos exteriores d el poder, o b lig ó a lo s ciudadanos

139
a usar la insignia roja de la Federación, y su retrato aparecía entodr.
los lugares públicos, aun en los altares de las iglesias. Se pusiera
a la orden del día com plejas cerem onias públicas, despliegue
armados, m anifestaciones obligadas, bailes en los que csia¿
proscripto el color azul de lo s unitarios, y desfiles militares,porqu{
“militares, comerciantes, funcionarios y otros deben mostrar ^
lealtad a R osas” (Lynch, 165). M ás siniestro fue el uso crecicntcqut
hizo Rosas del terror y la v io len cia para imponer su voluntad. Uno
de sus primeros actos fue la ejecu ción sin juicio de tres supuestos
conspiradores, en la plaza del Retiro, e l 29 de mayo de 1835. Apartir
de entonces, los enem igos de R osas, reales e imaginados, fueron
aprisionados, torturados, obligados al exilio, en número cada vei
mayor; el ejecutor de esta persecución era la m azorca, una bandado
espías y matones supervisados personalm ente por Rosas, y en algún
sentido un anticipo de lo que en este siglo serían los escuadrones de
la muerte paramilitares (Lynch, 201 -2 4 6 ). Se censuraron publica­
ciones, y los periódicos porteños se volvieron tediosas apologíasdel
régimen.
A pesar de su atraso y crueldad, el gobierno de Rosas no
careció de logros. La econom ía creció significativamente en el
período (Scobic, Argentina, 102-104). Siguiendo la fórmula de
enfiteusis de Rivadavia, se liberó nueva tierra, que por lo general
tenninó en manos de los ya ricos estancieros (Lynch, 51-59). Rosas
negoció hábilmente con los acreedores británicos, asegurándosede
que los pagos de la deuda no lo incapacitaran para pagar a sus
propios soldados y funcionarios civ iles, cuya lealtad necesitaba
(Fcms, 218-224). D e hecho, R osas se llev ó muy bien con los
ingleses. Como le escribía e l agente norteamericano William A.
Harris a Daniel Webster en una carta fechada el 20 de septiembre
de 1850:

Una de las peculiaridades m ás inexplicables del gobernador,!


como necesaria consecuencia tam bién de todos los principales
hombres de nota en este país, es la extraordinaria parcialidad,
admiración y preferencia por e l gobierno inglés, y los hombres
ingleses, en todas las ocasiones y bajo todas las circunstancias-
Califico esta parcialidad y preferencia com o inexplicable en
razón de la política arrogante y egoísta, y las influencias
siniestras c impertinentes que el gobierno y los ciudadanos
ingleses siempre han mostrado respecto de estos países. (Ci­
tado en Lynch, 293.) <-

140
El único conflicto grave de Rosas con los ingleses vino de su
rechazo a respetar el tratado que firmó Dorrego con Brasil garan­
tizándole al Uruguay su independencia. En alianza con el rebelde
uruguayo conservador Manuel Oribe, Rosas trató una y otra vez de
recuperar el control de Buenos Aires sobre el Uruguay, para
irritación de los socios com erciales de este último país: Brasil,
Franciae Inglaterra. En un punto los francesesc ingleses, alarmados
porla interferencia de Rosas con su com ercio uruguayo, bloquearon
completamente el puerto de Buenos Aires. Rosas rcsislióel bloqueo,
y en 1850 fimtó tratados con las dos potencias. Hoy, los historia­
dores resistas hacen mucho hincapié en sus intentos de rccapturar/
la provincia perdida del Uruguay y en su exitosa resistencia al
bloqueo anglofrancés (por ejem plo Carlos Ibargurcn, Rosas, 41 4 -
417; Julio lrazusta, Breve Historia 126-136). Aun San Martín,
desde su lecho de muerte en París en 1850, dio orden de que su sable
fuera entregado a Juan Manuel de Rosas por “la finneza con que
sostuvo el honor de la república contra... los extranjeros que
quisieron humillarla” (citado en Hcrring, 638). Pero otro de los
logros de Rosas fue uno que con toda seguridad nunca se propuso:
su gobierno reaccionario estimuló el desarrollo de la primera
generación importante de intelectuales en la Argentina, la Generación
del 37.
Examinaré la Generación del 37 en dos partes. Empezaré
refiriéndome a un importante ensayo de Juan Bautista A lberdi,
titulado Fragmento preliminar al estudio del derecho, para luego
examinar algunas ideas claves tales com o se desarrollaron en los
escritos de todos los miembros de la Generación. Esta organización
queda justificada por el hecho de que el Fragmento fue escrito antes
de que la Generación se formara realmente com o tal. M is aún, el
Fragmento contiene ideas muy diferentes a las de la G eneración
como un todo; de hecho, el mism o Alberdi abandonó temporalmente
algunas ideas del Fragmento, com o verem os m ás adelante, para no
retomarlas sino casi veinte años después.

Pese a la m odestia de su título (que suma lo fragmentario a lo


preliminar) el Fragmento fue el ensayo más significativo de la
identidad argentina que apareciera desde los escritos de M oreno
casi dos décadas antes. Publicado a com ienzos d e 1837, el Fragmen­
to muestra una notable independencia en la com prensión del fe­
nómeno resista y de los caudillos en general. Alberdi sim patiza
naturalmente con los caudillos: nativo de la provincia norteña de

141
Tucum án, fue protegido por A lejandro H eredia, caudillo deTu^.
mán y aliado de R osas. En 1834 H eredia le escribió una caria 3
Facundo Q uiroga, cau d illo de La R ioja, que en ese entonces estaba
viviend o en B u en o s A ires, p id ién d o le que proveyera a Alberdi de
fondos para un año de estu d io s en lo s E stados Unidos. De acuerdo
a A lberdi, Q uiroga acced ió y pu so lo s fon dos a su disposición No
está claro por qué e l v ia je no se realizó tal co m o se lo había planea­
do (M ayer, A lb e rd i, 1 1 2 -1 1 4 ). M ese s d espués, en febrero de 1835,
Quiroga fue asesinad o cuand o v o lv ía a B u en os Aires. En marcode
ese m ism o año R osas fue e le g id o gobernador y dotado con las
facultades extraordinarias.
N o obstante lo s rum ores que im plicaban a Rosas en el asesi­
nato de Quiroga, el retrato qu e h ace A lberdi del dictador en el
Frag m e n to e s sorpresivam ente co n cilia to rio . Pero llega a esta
posición a través de argum entos qu e R osas nunca habría aceptado;
quizás por esta razón el dictador n o reclutó a este joven pensador
que podría haber aportado in telig en cia y respetabilidad a su gobierno
reaccionario. A dm itiendo su deuda co n S avign y, Alberdi abre el
Fragm en to diciendo que e l d erech o es m ás que “una colección de
leyes escritas”. A ntes bien, es “la co n stitu ció n misma de la socie­
dad, el orden obligatorio en que se d esen v u elv en las individualidades
que la constituyen” (A lberdi, O b r a s C o m p le ta s, I, 103-104). En
consecuencia, el único gob iern o p o sib le en una sociedad dada debe
surgir de esa sociedad, n o de teorías im puestas desde arriba, yaque
“e l elem ento jurídico de un p u eb lo s e d esen v u elv e en un paralelismo
fatal con el elem ento e co n ó m ic o , relig io so , artístico, filosófico de
ese pueblo” (104). “ C onocer p u es le y e s ” , continúa Alberdi, “noes
saber derecho”, porque las le y e s n o so n m ás que la imagen imperfecta,
z' y frecuentem ente d esleal, d el d erech o qu e v iv e en la armonía viva
del organism o so cia l (1 0 5 ). A partir d e esta s premisas, Alberdi
afirma que una n ación v iab le p u ed e form arse só lo en concordancia
con ese derecho orgánico que su rge d el p u eb lo m ism o. “Una nacida
no es una nación”, dice, “sin o p o r la c o n c ie n c ia profunda y reflexiva
de los elem entos que la con stitu y en . R e c ié n enton ces es civilizada; j
antes había si do instintiva, esp ontánea: m archaba sin conocerse, sin!
saber a d ó n d e, c ó m o ni p o r q u é ” ( 1 1 1 ) . D e ahí se vuelva j
específicam ente al c a so de la A rgen tin a, para proponer: “Depure' 1
m os nuestro espíritu de tod o co lo r p o s tiz o , de tod o traje prestadora!
toda parodia, de todo ser v ilism o . G o b ern ém o n o s, pensemos, j
cribamos y procedam os en tod o, n o a im ita c ió n de pueblo ningún0 j
de la tierra, sea cual fuere su rango, sin o exclusivam ente como 1°

142
exige la com binación de las le y e s generales del espíritu hum ano,
con las individuales de nuestra con d ición nacional”. M ás adelante
dice que el éxito de los Estados U nidos provino de su capacidad de
adoptar “desde el principio in stitu cion es propias a las circunstan­
cias nonnales de un ser n acion al” (1 1 2 ). C om o lo admite A lberdi,
sus ideas en este aspecto fueron form adas a partir de la lectura de
Lenninier y Savigny; tam bién podría haber m encionado a H cgel.
Sin embargo, m e resulta m ás notable la afinidad de su pensam iento
con el de Artigas e H idalgo, q u ien es, aunque lejos de la altura
intelectual de A lberdi, tam bién postularon ideas de un espíritu
americano o gaucho, un alm a n acion al p reexistente, que era lo ú ni­
co que podía formar la b ase d e una n acionalidad viable. C om o
Alberdi, estos prim eros p opu listas descon fiab an de un apoyo e x ­
cesivo en m od elos extranjeros.
Usando estas ideas co m o punto de partida, Alberdi desarrolla
una sorprendente ap ología d e R osas. R efirién d ose a la A rgentina de
1837, escribe:

Tal es pues nuestra m isió n presente, el estu dio y el desarrollo


pacífico del espíritu am ericano, bajo la form a m ás adecuada y
propia. N osotros h em os d ebido suponer en la persona grande
y poderosa que preside nuestros d estin os p úb licos, una fuerte
intuición d e estas verdad es, a la vista de su profundo instinto
antipático, contra las teorías exóticas. D esnu d o de las pre­
ocupaciones de una cien cia estrecha que no cultivó, es advertido
desde lu ego por su razón espontánea, de no sé qué de im p o­
tente, de in eficaz, d e in con d u cen te que existía en lo s m ed ios de
gobierno p racticados p reced en tem en te en nuestro país: que
estos m ed ios im portados y desnu d os d e toda originalidad
nacional, no podían tener a p licación en una socied ad , cu yas
condiciones norm ales d e ex iste n c ia , diferían totalm ente de
aquellas a q ue d ebían su origen exótico: que por tanto, un
sistem a propio n o s era in d isp en sab le (11 6 -1 1 7 .).

Con e llo A lb erd i atribu ye e l fracaso d e lo s unitarios y


rivadavianos a su am or p or las teorías ex ó tica s d e gobierno, a la
“ciencia estrecha” q ue nada ten ía q ue ver con la A rgentina. Pero
más importante, e n e ste punto d e su vid a considera a R osas un
hombre de “ razón esp on tán ea” q u e intuye las n ecesid ad es d e la
nación argentina, y cu ya ex iste n c ia en el p oder tenía que ser v ista
como una exp resión d e l espíritu n acion al, al que había que aco-

143
mudarse y no deplorar sim plem ente, poixpio un caudillo nsf
llam aba en los sistem as teóricos extranjeros. Más aun, abraum! 0
su generación debe apoyar al caudillo, desarrollar lo que hubierat.!
Rosas de pecullarm ente argentino, y en consecuencia esencial ¡¡
desarrollo nacional:

Lo que el gran magistrado ha ensayado de practicar en ia


política, es llamada la juventud a ensayar en el arte, en ia
filosofía, en la industria, en Insociabilidad: es decir, es llamada
la juventud a investigarla ley y la forma nacional del desarrollo
de estos elem entos de nuestra vida am ericana, sin plagio, sin
Imitación, y tínicamente en el íntim o y profundo estudio de
nuestros hombres, y de nuestras cosas (117).

Aunque reconociendo que R osas era un líder poco represen­


tativo en un sentido institucional, Albordi lo v e com o un vocero bien
intencionado de "el pueblo”. Y define específicam ente la palabra
"pueblo" en su sentido más amplio: "Y por pueblo no entendemos
aquí, la clase [X'nsadora, la clase propietaria únicam ente, sino
lambida la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe, Lo
com prendem os com o A ristóteles, co m o M ontcsquicu, como
Rousseau, com o V olney, com o M oisés y Jcsu Cristo” (125). De
hecho, Aristóteles con sus ideas de esclavitud natural y Rousseau
con su actitud condescendiente hacia tas mujeres no eran tan
"universales". Pero A lbenli, a diferencia de otros liberales de su
generación, s í lo era.
lY'ix> nuts que. un líder natural de todo el pueblo, Rosas en la
visión de A lbenli era una transición necesaria de la guerra civil ala
democracia estable. "Los pueblos, co m o lo s hom bres” , escribe,"no
tienen alas: hacen sus jom adas a pie, y paso a paso. ...E s menester
dejar pasar a nuestra dem ocracia, por la ley d el desarrollo sucesivo
a que todo está subordinado en la creación; y desde luego, convenir
en que la dem ocracia actual, tiene que ser im perfecta” (126). En
resumen, A lbenli aconseja a su generación apoyar a Rosas como a
un líder estable cuya m ism a estabilidad le perm itir! a la Argentina
desarrollarse orgánicam ente hacia una dem ocracia cada vez mayor.
Ve a Rosas co m o un líder nat ural cuya e x isten cia debe ser aceptada
com o un paso necesario hacia "la virilidad de lo s pueblos” ( 126 ).
Sugiere también que cualquier intento por elim inar a Rosas daría
ixir único resultado el ca o s que ased ió al país desde sus c o m ie n z o s
en 1810.
Aunque Albcrdi mostraba notable perspicacia ante el fenómeno
del caudillo, subestimaba la m alevolencia de Rosas. De hecho,
menos de dos aflos después huyó de la buenos Aíres rosista rumbo
a Montevideo, y se unió a otros expatriados argentinos en la larga
ludia por derrocar al dictador. De todos m odos, su es el
tínico texto de ese período que entiende el caudillo com o una etapa
en el desarrollo de la nación, Durante los años de combate, Albcrdi
llegó a identificarse plenam ente con la Generación del 37, a tal
grado que su obra más conocida, liasede la que
hablaremos en este m ism o capítulo, es quizás el texto más impor­
tante del período. Pero las ideas expuestas en el Fragmento, com o
veremos, vuelven a aparecer en la obra posterior de Albcrdi. Por el
momento, empero, durante los aflos que corren entre 1837 y 1852,
la larca principal entre manos era derrocar a Rosas. En esta lucha
Albcrdi se unió a otros m iem bros de la Generación del 37, y
contribuyó a la formación de las ideas que verem os,

" El nombre “Generación del 3 7 “ proviene de un salón literario


organizado en mayo de 1837 en una librería de Buenos Aires, por
"una juventud apasionada por lo bello y por la libertad... [que se
reunía| a leer, a discurrir y conversar“ (Gutiérrez, “ N oticias bio­
gráficas”, 46), Fundada varios m eses después de que Albcrdi
publicara su Fragmento, la A sociación fue modelada c inspirada
portas sociedades revolucionarias juveniles que habían surgido por
toda Europa (Echeverría, Dogma socialista, 169-17
nocida com o U t asociación de la Joven argentina o La
asociación de mayo', esta última denom inación se refiere al m ovi­
miento independcnllsla de m ayo de 1810. La elección de la palabra
"Mayo" era algo más que un intento de validación apelando a la
autoridad nacional original. Era también un objetivo ideológico
basado en la idea de que los errores de las generaciones previas
podían ser borrados, y una nueva Argentina podía surgir de las
ruinas de la tiranía de R osas, así com o M ayo había sacudido el yugo
colonial.
Pero a diferencia de los insurgentes de 1810, los hombres del
37 mostraron mayor confianza en las Ideas com o necesario punto de
partida para reformara la Argentina. La suya fue una generación de
escritores que al parecer sintieron que el progreso estaba en las
palabras correctas, las creencias correctas y la C onstitución correcta.
Su lema, pintado en grandes letras en su sala de reuniones, estaba
tomado do San Pablo: Abnegemus opera tcnebrarum et

145
induam urarm a lucís: “A b a n d o n em o s la s obras de la oscuridad I
v ista m o s las arm as d e la lu z” (R o m a n o s, 13,12). Lamcntablcmc¿ i
c o m o lo ob serv a A lb erd i en M i vida priva da,
no estab an d e m od a bajo el g o b iern o d e esc tiempo" ¿Escrita, !
Póstum os, X V , 2 9 7 ). ;
La im p ortan cia d e las palabras para la Generación fue dcstj. '
cada en la prim era reunión d e la A so c ia c ió n por Esteban Echeverría'
fundador d el grupo. En su “ D iscu rso d e introducción” dice quelj
historia argentina d esd e la Ind ep en d en cia estu vo dividida en dos
períodos: “ La prim era, la m ás grande y gloriosa página de nucstn
h istoria p erten ece a la esp ada. P a só por consiguiente la edad
verdaderam ente heroica d e nuestra v id a s o c ia l... abrióse la palestra
de las in teligen cias d ond e la razón severa y meditabunda proclama
otra era; la n ueva aurora de un m ism o sol; la adulta y reflexivacd3d
d e nuestra patria” ( O C ,1,9 9 ). E l térm in o ciencia apl
so cia l revela la in flu en cia sobre E ch everría de los pensadores
franceses Saint S im ón y V ícto r C o u sin , para quienes el gobierno
podía ser algo tan cien tífico c o m o las le y e s de movimiento de
N cw ton. M ás adelante E ch everría h ace exp lícitas sus relaciones
con los teóricos so cia les fran ceses (1 0 6 ).
Lo que se n ecesitaba, seg ú n E ch everría, eran nuevas ideas para
una nueva Argentina; “no id eas v a g a s, erróneas, incompletas, que
producen la anarquía m oral, m il v e c e s m ás funesta que la física,si­
no ideas sistem atizad as, c o n o cim ien to p len o d e la ciencia social"
(1 0 3 ). La N u eva G eneración , e n to n ces, d eb e encontrar el genio yla
capacidad de ilum inar al p u eb lo. ¿Y qué c la se de persona podrfa
tipificar ese gen io? “ B eb er en las fiien tes d e la civilización europea,
estudiar nuestra historia, exam in ar c o n ojo penetrante las entrañas
de nuestra socied ad , y en riq u ecid o p or to d o s lo s tesoros del estudio
y la reflexión , procurar au m en tarlos co n el caudal de su labor
intelectual para d eja ren h eren cia a su patria obras que la ilustren)
la envan ezcan ” (1 0 7 ). S u b y a ce n te a la receta d e Echeverría parala
A rgentina hay una extraordinaria fe en la s ideas. Por medio de las
palabras adecuadas, la A rgen tin a podría salvarse.
Para ilum inar al p u eb lo, e l S a ló n fu n d ó una revista semanal.
La M oda, que logró p ub licar v ein titrés n ú m eros entre noviembre
de 1837 y abril d e 1838, antes d e q u e R o sa s la cerrara. Bajo el
en cabezado “ V iva la F ed eración ” , el p rim er núm ero de La Mofe
anunciaba su o b jetivo: inform ar sobre m od a, p o esía , arte, literatura,
m úsica y danza tanto de Europa c o m o d e B u en o s Aires. Fiel asas
propósitos, el prim er núm ero co n tie n e com en tarios sobre mobiliario

146
francés, sombreros (se usaba el gris, el negro quedaba prohibido),
pantalones de hombres (nada de bolones, por favor) y una breve
composición musical de Alberdi ( , 18 de noviembre de
1837, 1-5). Números subsiguientes incluían poemas originales c
información sobre óperas de Rossini y novelas francesas. Como el
diario unitario El Argos de Buenos Aires unos quince años atrás. La
Moda parece interesada sobre todo en traer la cultura europea a la
Argentina. Pero, a diferencia del Argos, no contiene comentarios
políticos explícitos salvo por los lemas obligatorios de encomio a
Rosas y la Federación. De hecho, para evitar problemas con el
dictador, La Moda tuvo la precaución de apoyar las políticas del
régimen, por absurdas que fueran. Por ejemplo, en el número del 18
de noviembre de 1837, el decreto de Rosas según el cual todos los
ciudadanos deben usar la insignia roja es justificado, quizás iróni­
camente, en los términos siguientes: “Cuando una idea política
adopta un color por emblema suyo, y esta idea se levanta sobre
todas, el color que la simboliza, en manos del espíritu público no
tarda en volverse de m oda... Tal es entre nosotros el color pun­
zó, emblema de la idea federativa: es a la vez un color político y un
color de moda" (2 de diciembre de 18 3 7 ,4 ). De esta manera los
jóvenes de La Moda afirman que todo lo que se haga en nombre del
"espíritu público" y la idea “federativa" es también moda. Por
supuesto que no creían semejante cosa, pero mantener una imagen
pública de lealtad, por absurda que fuera, era una exigencia del
momento.
De m odo similar, prácticamente cada elemento en La Moda
parece contrapesado en algún nivel por el miedo subyacente de los
autores de ofender al régimen. Típico es un brcve artículo de
Alberdi titulado “Reglas de urbanidad en una visita”:

Enscflo lo que he visto, lo que se usa, lo que pasa porltello entre


gentes que pasan por cultas. Para hacer una visita, no es
necesario saber la hora; que la sepan los serenos y los maestros
de escuela. Es más tic ,más
án
rom el dejarse
andar en brazos de una dulce distracción, y hacer como Byron,
o como M. Fox, si posible es, de la noche día. y del día noche.
Métase V. aunque sea a las dos de la tarde; así se estila en París
y en Londres. (2 de diciembre de 1837, l.)

La cultivada trivialidad de esta d a se de escritos intentaba


desviar el peligro que los miembros de la A sociación enfrentaban

147
e n R o s a s , q u i e n y a h a b ía e n c a r c e la d o , m a ta d o o enviado al exiii
v a n o s d e s u s a m i g o s . T a m b i é n p o d r ía p e n s a r s e qu e Alberdi csí
im it a n d o s i m p l e m e n t e l o s e s b o z o s c o s tu m b r is ta s de su modci
c o n f e s a d o , e l e s p a ñ o l M a r i a n o J o s é d e L arra. P ero los artículos!
L a rr a e r a n c o n f r e c u e n c i a s a t ír ic o s o d e tr a s fo n d o político, pcsea$¡
t o q u e l i v i a n o . D a d a la r e p r e s ió n d e la é p o c a , A lberdi podía imitar
la li g e r e z a d e L a r r a , p e r o p o c a c o s a m á s . E l truco de la frivolidad,
s i n e m b a g o , n o c o n v e n c i ó a t o d o e l m u n d o ; un o de los poco!
e d it o r ia le s d e l a r e v i s t a a fir m a : “ Q u is ié r a m o s v e r convencidas a
m u ch as p erso n a s d e q u e La M o d a e s n a d
f r ív o lo y d e p a s a t i e m p o ” . E l a u t o r a n ó n im o a segu ra a los lectores
q u e “ L a M o d a n o e s u n p la n d e h o s t ilid a d co n tra las costumbres
a c t u a le s d e B u e n o s A ir e s , c o m o h a n p a r e c id o creerlo algunos"(11
d e m arzo d e 1 8 3 8 ).
S i la p o s tu r a p ú b lic a f u e f r ív o la , e n p r iv a d o lo s miembros de
l a A s o c i a c i ó n e r a n t r e m e n d a m e n t e s e r io s . E n tre su s primeros actos
e s t u v o la r e d a c c ió n d e q u in c e “ P a la b r a s s im b ó lic a s (Asociación,
P r o g r e s o , F r a te r n id a d , I g u a ld a d , L ib e r ta d , e tc éter a ) seguidas por
e x p lic a c io n e s e s c r ita s e n u n t o n o a lt is o n a n t e c o n e co s de las iras
b íb lic a s : “ L o s e g o ís t a s y m a lv a d o s te n d r á n su m erecid o ; el juiciode
la p o s te r id a d l o s e s p e r a ” ( E c h e v e r r ía , D o g m a , 1 71). Aunque los
m ie m b r o s d e l S a ló n t o m a r o n p r e c a u c i o n e s d e n o ofender a Rosas,
é s t e n o ta rd ó e n c e r r a r lo y e n e m p e z a r a p e r s e g u ir a sus miembros,
q u ie n e s , d e s p u é s d e v a r io s m e s e s d e r e u n io n e s clandestinas, huyeron
d e l p a ís p o r m ie d o d e s u s v id a s ( P a la c io s , E s t e b a n ,475*
4 7 7 ) . H a c ia 1 8 4 1 , la m a y o r p a r te d e la G e n e r a c ió n del 37 estaba
v iv ie n d o e n e l e x i l i o , y a e n C h ile , y a e n e l U ruguay. Aunque
r e la c io n a d a d e n o m b r e c o n e l a ñ o 1 8 3 7 , s u s o b r a s principales fueron
e s c r ita s e n e l e x i l i o m u c h o d e s p u é s d e e s e a ñ o .
A n t e s d e s e g u ir a n a liz a n d o s u s id e a s , d e b o presentar de modo
m á s s is t e m á t ic o a l o s m ie m b r o s d e la G e n e r a c ió n , y a sus obras. El
p r in c ip a l e n tr e l o s o r g a n iz a d o r e s d e l s a ló n e r a E ste b a n Echeverría,
u n j o v e n p o e ta q u e a c a b a b a d e v o l v e r d e F r a n c ia , don de se había
e m p a p a d o d e s e n t im ie n t o r o m á n t ic o y t e o r ía s o c ia l saint-simoniana
(I n g e n ie r o s , L o s i n i c i a d o r e s , 1 1 3 - 1 1 9 ; K o m , In f lu e n c ia s filosófi­
c a s , 1 5 2 - 1 6 2 ) . A m a d o c o m o p o e t a , E c h e v e r r ía e s c o n o c id o también
p o r d o s la r g o s e n s a y o s , D o g m a s o c i a l i s t a d e 1 8 3 7 y O jeada re­
t r o s p e c t iv a s o b r e e l m o v im ie n t o in t e le c t u a l e n e l P l a t a desde el año
3 7 , d e 1 8 4 5 , u n a m e m o r ia p e r s o n a l s o b r e la G e n e r a c ió n . También
d e fu n d a m e n ta l im p o r t a n c ia f u e J u a n B a u t is t a A lberdi, cuyo
F r a g m e n t o p r e l i m i n a r fu e e s t u d ia d o y a . E n tr e s u s m u ch o s escritos,

148
el más leído y recordado es Bases y puntos portilla para la
organización política de la República, de 1852, text
íntimamente relacionado con la Generación del 37, poro no nece­
sariamente representativo del pensamiento anterior o posterior de
Albenli. Las Bases sirvieron de fuente de inspiración a la Consti­
tución de 1853. Esta constitución, con cambios menores, seguiría
en vigencia hasta ser remplazada por Perón en 1949; tras la caída de
Perón, se reinstituyó una versión enmendada de la Constitución de
1853, que sigue siendo la Ley Suprema de la nación. Otros miembros
significativos del salón literario fueron Miguel Cañé, periodista y
novelista, Vicente Fidel López, novelista ocasional antes de volverse
famoso historiador; y Juan María Gutiérrez, novelista, crítico y
cronista de la generación.
Dos miembros importantes de la Generación de 1837, aun­
que no formaron parte del Salón Literario de Buenos Aires, se
acercaron después al grupo originario, cuando todos estaban en el
exilio. El primero fue José Mármol, novelista y poeta más conoci­
do por su novela antirrosista Amalia, publicada en folletín en 1851,
y en su forma completa en 1855 (Ghiano, “Prólogo", xliii-xliv;
Lichtblau, Argentine Novel, 43). Políticamente solitario, fue deste­
rrado por Rosas en 1841, pese a los minores según los cuales era
simpatizante del régimen. Irónicamente, no se llevó mejor con los
gobiernos que sucedieron a Rosas (Ghiano, xiii, xvii). El segundo
miembro de la Generación no asociado con el grupo inicial porteño
fue Domingo Faustino Sarmiento, quizás la figura más importante
de su época. Joven pobre en la provincia de San Juan, en su época
un desierto cultural, Sarmiento siguió las actividades del Salón
Literario de tan cerca como pudo, y hasta intentó organizar un grupo
similar en San Juan. Varios años después, cuando ya todos estuvie­
ran en el exilio, Sarmiento estableció contacto personal, aunque a
menudo polém ico, con miembros del para entonces difunto Salón
Literario.
De toda la generación, fue Sarmiento quien tuvo una carrera
públicamás exitosa. Fue en dos misiones diplomáticas a los Estados
Unidos representando a Chile, su patria de adopción en el exilio.
Tras regresar a la Argentina, fundó docenas de escuelas públicas
cuyo maestros, en su mayoría mujeres, eran jóvenes recién recibidas
de las escuelas normales también fundadas por Sarmiento. En
política, sirvió com o ministro de Educación, embajador en los
Estados Unidos y Presidente de la Nación. Aun así, encontró tiempo
para escribir obras que cuando se reunieron llenaron cincuenta y dos

149
volúmenes, Uto qni íds como escritor que tuvo más influencia^ j
dos o tres textos que salten siendo básicos para la wmprenstóS I
lav isionqne tienen les argentinos vio su país. El primen)entreclw
esvvó, , .\,v; os yb\ ¡>,\j*¿Y;\\UiJ?Jujnt\u'ufaioQMrQ$iUfa\%* !
mencionado habuu,tímente como h \u u tu h \
C om o escritores, lo s hom bres riel ó? muestran un pmHc^
com ún a lo s esentones h ispanoam ericanos aúnen el p resen te^ i
su obra suele tener una cualidad rio inacabado, una cualidad
enrice m exican o A lfon so R eyes ha cotnparado cv*n el pan sac^
dem asiado pronto riel h om o. I tom in es rio acción viviendo en e*
sociedad caótica, vio ton su s escritos com o parte do un paves?
político m is am plio y n o co m o riñes ou si m ism os a ser trabaja^
y pulidos, Consciente riel ptvbletna. Sarmiento declaró misdccj
vea que “ l as cosas hay que hacerlas, riten o mal, hayquehaceriíO
r e m odo semejante, Alberdi se lament a de que sus obras son "libres
rio acción, escritos velozm en te”. Poro lo s defiendo como "oívs
hechas para alcanzar al tiem po” , que, com o el trigo, dele su
sembrado en ol momento justo, para que haya madurado entfcspe
rio cosecha echado en Mayor, "Prólogo”, loó A
FVse a sus simpatías en general unitarias, la GerKnxióndd”
se distinguió de la \ teja guardia unitaria en varios aspectos. Primera
aunque eran ávidos lectores de pensadores europeos (U vk
Bentham. Milt. Spencer, $atnt~Simon, Fourier. Ccunto, Lammerás
Lereuv. Lerminier, Hegel. Savigny). lo s hom hresdel 37 tratare^
ser más cautos que sus antecesores rivadavianos al aplicar tecos
europeas a problemas argentinos. En su 0/V,:.í.i reínv^eemudí
lS 4e, Echeverría afirma que un v ic io peculiar de la Argentitas
"buscar lo n uevo... olvidando lo con ocido” , D ice luego que"ss
libres, sus teorías especulativas, contribuyen muchas v eces aepí
no tome arraigo la buena sem illa v a la confusión de las ideas-
mantienen en estéril y perpetua agitación a los espíritus inquieté
(Echeverría, iaermv'gev'zmi, l 161. A ntes, en el [X 'gnr^
jfru
O
ci&gu, escribió que "cada pueblo tiene su vida y su inteligerot
inopia. ...U n pueblo que esclaviza su inteligencia a la imriig^
cia de otro pueblo, es estúpido y sacrilego”, puesto que
actitudes violan la ley natural (IbdX A lberdi también ahnvO
necesidad de indcpenderx'ia intelectual en su discurso inaugarsl^
tí primer encuentro del Salón: “Continuar la v ida p rin cip iad
Mavvxno es hacerlo que hacen la Francia y lo s Estados V n -.A vd
lo que nos manda hacer la doble ley de nuestra edad y nuestro s.eó
seguir t í desarrollo es adquirir una civilización propia. servó'

150
imperfecta, y no copiar las civilizaciones extranjeras, aunque
adelantadas. Cada pueblo debe ser de su edad y de su suelo. Cada
pueblo debe ser él m ism o” (Alberdi, 1,264). De modo similar,
Samiiento, pese a su admiración por Rivadavia, critica a los
unitarios porteños por imitar ciegam ente las costumbres europeas.
“Voltaire había desacreditado al cristianismo, se desacreditó tam­
bién en Buenos Aires; M onlcsquieu distinguió tres poderes y al
punto tres poderes tuvimos nosotros; Benjamín Consiant y Bentham
anulaban el ejecutivo, nulo de nacimiento se le constituyó allí;
Sniith y Say predicaban el com ercio libre, libre el com ercio, se
repitió. Buenos Aires confesaba y creía lo que el mundo sabio de
Europa creía y confesaba” (Sarmiento, Facundo, 66-67). N o ob s­
tante, pese a tales afirmaciones, los hombres del 37, com o verem os
más adelante, manifestaron una pasión similar por las ideas euro­
peas y los m odelos norteamericanos, tal com o había pasado con los
unitarios. Sus altisonantes palabras sobre la independencia del pen­
samiento extranjero no bastaron para quebrar el condicionam iento
de trescientos años de colonialism o: com o había pasado con los
morenistas y los rivadavianos, las nuevas ideas y los m odelos
sociales para la Generación del 37 vinieron de afuera, pese a todo
lo que pudieran decir en sentido contrario.
Un segundo terreno donde la G eneración del 37 trató de
romper con sus padres intelectuales, y otra ve/, con éxito discu ti­
ble, fue su intento de terminar con las sangrientas d ivision es en ­
tre unitarios centralistas y federales autonom istas, d ivisión que
más de una ve/, había am enazado la integridad del país. Segú n
Echeverría, los unitarios eran "una minoría vencida, con buenas
tendencias, pero sin bases locales de criterio socialista, y algo
antipática por sus arranques soberbios de exclu sivism o y suprem a­
cía" ( O
jeada, 83). La palabra socialista, tal com o la usa aquí
Echeverría (siguiendo a su admirado Saint-Sim on), parece s ig n ifi­
car algo afín a "conciencia social", en la que el bien de la sociedad
es el determinante principal. N o hay referencia a un orden ec o n ó ­
mico en particular. Lo cjuitraxte con el ob jetivo unitario, el de la
nueva generación era, según Echeverría, "unitari/.ar a los federales
y federal izar a los u n itarios.., por m edio de un dogm a que co n cí­
base todas las op in ion es, todos los intereses, y los abrazase en su
vasta y fraternal unidad" ( jead,8 6 -8 7 ). L am entablem
O
otros pasajes sabotea estas d u lces perspectivas de in clusión so ste ­
niendo que el federalism o era un sistem a que "se apoyaba en las
masas populares y era la exp resión gen u in a de sus in stin tos

151
semibárbaros” (Echeverría, Dogma, 83). C omo Moreno, Echeverría
podía ser inclusivo en la s palabras, pero la suya era una inclusividad
que no daba lugar a lo s no educados.
D e modo similar, Alberdi afirma que las disputas estériles
entre unitarios y federales “conduce la opinión pública de aquella
república al abandono de todo sistem a exclu sivo”. La nueva Ar­
gentina que aspiraban a crear debía tener un “sistema mixto que
abrace y concilie las libertades de cada provincia y las prerrogativas
de toda la nación com o un todo”, libre de “vanas ambiciones porel
poder exclusivo” {Bases, 290). Aunque Alberdi acepta como ge-
nuino el choque entre federales y unitarios, sugiere con frecuencia,
com o ya hem os visto, que la división más básica en la sociedad
argentina pasa entre Buenos Aires y las provincias. Éste es un tema
recurrente en el pensamiento de Alberdi, y, com o queda documentado
en capítulos posteriores, constituiría un área importante de des­
acuerdo entre él y Sarmiento.
A l explicar los problemas de la Argentina, e l pensamiento de
la Generación del 37 corre entre dos polos. En un extremo está
Sarmiento, apasionado, romántico, impulsivo, y a menudo más
poético que práctico, com o lo pone en evidencia el comienzo del
Facundo:

Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacu­


diendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te
levantes a explicam os la vida secreta y las convulsiones
internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo. Tú
posees el secreto: ¡revélanoslo! ( , 1 ).

En el otro extremo está Alberdi, lúcido, analítico, y con


frecuencia irritado por las exageraciones, tan fáciles de citar, de
Sarmiento. Aunque Alberdi y Sarmiento están de acuerdo en
m uchos puntos teóricos, su antipatía personal es hoy materia de
leyenda. M ás aún, com o se verá en capítulos posteriores, tras la
caída de R osas, cuando ya no compartían un enemigo común,
Alberdi y Sarmiento se revelaron irreconciliables enemigos.
En un sentido curioso, la dem ocracia era a la vez el problema
y la solución para los pensadores de 1837. Por un lado, suscribían
en principio a las ideas de gobierno representativo institucional: por
el otro, desconfiaban profundamente de la voluntad del pueblo ya
que las masas se encolum naban detrás de R osas y el autoritarismo
tradicional que él representaba. Sin el apoyo activo de las masas,

152
Rosas nunca habría podido retener el poder tanto tiempo como lo
hizo. La misión de los hombres del 37 era paradójica. Debían
desacreditar a las masas y la “democracia inorgánica” representada
por el caudillismo, al m ismo tiempo que reorganizar la sociedad
argentina en nombre de las masas, y echar los cimientos para la
democracia institucional una vez que las masas estuvieran prepa­
radas para ella. En pos de este objetivo paradójico, lanzaron un
persistente ataque contra lo que veían com o las bases del poder de
Rosas: la tierra, la tradición española, y la clase humilde y m estiza
consistente de gauchos, criados dom ésticos y peones.
Respecto de la tierra, los hombres del 37 veían a las pampas
argentinas com o una bestia que era preciso domesticar. En una línea
de ideas influida por De l’Esprit des Lois de M ontesquieu, S ar^
miento vio en la tierra argentina la fuente primordial de los problemas
del país. Escribe que “el mal que aqueja a la República A rgentina/
es la extensión” (Facundo, 11). Es una tierra sobre la que reinan la
muerte y la incertidumbre, donde misteriosas fuerzas eléctricas
excitan la im aginación del hombre y la tierra misma milita contra la
civilización europea. C omo los románticos que leía, Sarmiento se
muestra fascinado por los poderes horrendos de las tormentas
eléctricas, cuando “un poder terrible, incontrastable, le ha hecho en
un momento reconcentrarse en sí m ism o, y sentir su nada en m edio
de aquella naturaleza irritada; sentir a D ios, por decirlo de una v ez,
en la aterrante m agnificencia de sus obras” (Facundo, 22). Pero la
de Sarmiento es una fascinación que no produce gozo; en su mirada
la fuerza m isteriosa de las pampas, no templada por bosques o
ciudades, es la fuerza de la barbarie. M ás que una madre perdida a
la que volver, la naturaleza debe ser superada si la Argentina y su
gente quiere llegar al estadio de la civilización. Sarmiento se
lamenta una y otra v e z de que Buenos A ires, pese a su fachada
europea cuidadosam ente esculpida por lo s rivadavianos, haya
aceptado la le y bárbara de R osas porque “el espíritu de la pampa ha
soplado en ella ” (13). Los cau d illos, en la m ente de Sarmiento, eran
la encam ación del “espíritu d e la pam pa”, y R osas un bárbaro
engendrado en “el fondo de las entrañas” de la tierra (10). La causa
de su generación no fue, en ton ces, apenas una riña contra un político
en particular, sino un com bate m onum ental que enfrentó a las
fuerzas de la civilización contra lo s poderes de la barbarie; C ivili­
zación o Barbarie son las alternativas que n os ofrece Sarm iento, y
a un grado tal que eso s térm inos se vu elven el grito de batalla de toda
la generación.

153
P e ro la e le c c ió n o b via que dicta Sarmiento, de
sobre la barbarie, enm ascara una co m p leja ambivalencia muy
estudiada p o r investigadores c o m o N o é Jitrik, Beatriz Sarioy
C arlos A lo n so . M ientras Sarm iento, el progresista liberal, quiere
erradicar todos lo s v estig io s de “barbarie”, Sarmiento el poeta
rom ántico encuentra atractivo al gaucho, com o lo muestran sui
herm osos retratos de tipos g a u ch esco s, sus costumbres, sus can.
y d o n e s , su poesía (F a cu n d o , 2 1 -3 4 ). D e m odo sim ilar se muestra
atraído p o r la personalidad titánica del caudillo, el héroe primitivo
que desafía y trasciende la le y humana. Aunque innegable en un
nivel literario, esa ambigüedad ha casi desaparecido en la vida
pública de Sarmiento, cam po en el que h izo todo lo que estaba asu
alcance por erradicar al gaucho y al indio (por medio del exterminio
si era necesario), por excluir a lo s que disentían, y forzar en ios
sobrevivientes su visión de la civ iliza ció n : una Argentina moderna,
europeizada.
La descripción que hace Sarm iento de las tierras como fuen­
te de barbarie también marcó y quizás in ició una tradición en las
letras argentinas: una tendencia a atribuir lo s problemas argen­
tinos a causas naturales antes que a errores humanos, concepto con
el que se asegura una defensa contra toda acusación de culpa. La
idea de que el fracaso del país derivaba de una debilidad orgánica
inherente seguiría reconfortando a intelectu ales desilusionados
durante generaciones. El determ inism o negativo de Sarmiento
encontraría, por ejem plo, un fuerte e c o en uno de los libros más
influyentes de este sig lo , la R a d io g r a fía de la p am p a de Ezcquicl
Martínez Estrada, publicada en 1933, cuya tesis es que la Argentina,
com o una persona enferm a con una enferm edad congènita, no
puede evita rci fracaso.
A lberdi se m ostró p o c o p a c ie n te c o n las polaridades
sarmicnlinas, y m enos todavía co n su o b se sió n romántica conia
tierra com o determinante m aligno del espíritu argentino. En una
clara refutación de la fam osa dualidad d e Sarmiento, Civiliza­
ción y Barbarie, A lberdi afirma que la ún ica división real en la
sociedad argentina corre entre “el hom bre d el litoral”, valcdccirdc
la costa, y el “hom bre de la tierra”, o sea e l del interior del país,
argumento que destaca su interés principal en las relaciones entre
Buenos Aires y las provincias (B a s e s , 2 4 3 ). Alberdi también le
discute a Sarmiento la idea de la tierra c o m o fu en te de barbarie. "La
patria”, escribe, "no es el suelo. T en em o s su e lo hace tres siglos,y
sólo tenem os patria desde 1 81 0 ”. A l fijar el com ienzo dele

154
Argentina con una fecha precisa Alberdi muestra que creía, en ese
momento por lo menos, que la construcción de una nación era
resultado de la voluntad humana antes que de las circunstancias
históricas y materiales, aunque, com o veremos más adelante, en
otros contextos suscribía a un punto de vista cuasi historicista,
evolucionista, de la historia, en que las culturas superiores, que no
estaban necesariamente vinculadas a una tierra en particular, ine­
vitablemente remplazaban a las inferiores. En la concepción de
Albenii es mediante ideas Oas palabras correctas), trabajo, esfuerzo
e instituciones que se construyen las naciones modernas, y no
mediante los elusivos procesos de la naturaleza (Bases, 248). Hasta
Echeverría, el poeta romántico por excelencia, critica a Sarmiento
por su rigidez y manifiesta su deseo de que hubiera pasado más
tiempo formulando “una política para el futuro” en lugar de una
cuestionable explicación del pasado (Ojeada, 122). De todos m o­
dos están de acuerdo con la receta de Sarmiento para la domestica­
ción de la tierra: ferrocarriles, mejores transportes fluviales, nuevos
puertos de mar, propiedad privada de la tierra, e inversión extran­
jera.
Este programa para domesticar la tierra repetía lugares comu­
nes del liberalismo económ ico europeo, tal com o había hecho
Mariano Moreno en su famosa Representación de los Hacenda­
dos tres décadas atrás. Pero Sarmiento va más allá del común
anhelo de prosperidad, y propone ideas capitalistas de laissez-faire.
A su juicio, la propiedad privada era también un paso necesario
hacia la erradicación de la vida nómada de gauchos e indios. De
acuerdo con su idea determinista de que el ambiente decide el estilo
de vida. Sarmiento m antiene que lo s gauchos e indios argentinos
se parecen a los beduinos del M edio Oriente, porque en ambas
regiones la distribución de la tierra permitió que la gente viviera de
modos semejantes. Aunque en 1845, cuando escribió Facundo,
Sarmiento nunca había visto ni las pampas ni el M edio Oriente,
insistió en que la vida en las llanuras argentinas mostraba “cierta
tintura asiática que no deja de ser bien pronunciada” (Facundo,
14). Posteriormente desarrolló esta idea en forma extensa, tras
haber visitado el norte de A frica y haber observado la cultura de
los beduinos; decidió entonces que Francia, al “civilizar” a los
beduinos, había enfrentado problemas semejantes a los de la Ar­
gentina al“civilizar" a los gauchos e indios por Europa. Áfri­
ca y Estados Unidos, II, 78-103). En resumen, para Sarmiento y
su generación, e l desarrollo capitalista no sólo traería prosperi-

155
dad a las pampas; tam bién terminaría con la “ barbarie" de i0
habitantes naturales de la pampa.
A dem ás d e conceder que la dom i nación dc 1a lie rra era esencial
el progreso, los hombres del 37 estuvieron en casi total acuerde
sobre las supuestas d eficien cias de España, la madre cultural. t¡
drama ed íp ico en el que los hijos argentinos de España tratan dc
purgar la influencia española asum e m uchas caras. El sentimiento
antiespañol caracteriza com prensiblem ente m u ch o del movimiento
independentista argentino. Pero aun despu és d c haber obtenido la
libertad política dc España, los liberales argentinos siguieron
despreciando a España. Tom ás dc Iriartc, por ejem p lo, el prolífico
m em orialista que observó casi m edio sig lo dc historia argentina,
escribió no m ucho después dc 1820 que el co la p so dc la confede­
ración dc 1816 estaba causado por el “estado scmisalvajc" de
“pueblos educados por la España” (Memorias, III, 19). El senti­
m iento antiespañol se hizo m ás virulento aun entre lo s hombres del
37, sim bolizado por una notable tendencia, todavía com ún en el
sig lo xx, a exclu ir a España siem pre que se habla dc Europa.
p a en la A rgentina llegó a sign ificar el norte dc Europa, la fuente dc
la cultura m oderna (no hispánica).
El im pulso detrás dc este uso p eculiar puede verse con cla­
ridad en los hom bres del 37. Echeverría, por ejem p lo, afirma que
España dejó en la A rgentina una tradición d c “la abnegación del
derecho dc exam en y dc elecció n , es decir, el su icid io de la razón"
(Dogma, 191). M ás adelante deplora “la rancia ilustración española,
suslib ros.su sprcocu p acion cs.cu an tam alascm illad cjóp lan lad acn
el suelo am ericano” (Ojeada, 121). D e m od o sim ilar, Sarmiento
lam enta que Ja A rgentina no haya sid o colo n iza d a por un país más
“civ iliza d o”, que habría dejado a la A rgentina una herencia mejor
que “la Inq u isición y el ab solu tism o h isp a n o ”. Para Sarmiento,
España es “la hija rezagada dc Europa”, un país m aldito y paradóji­
co donde lo s im p u lsos d em ocráticos son aplastados por déspotas
populares y la religión ilustrada d eb e so m eterse al fanatismo
contrarreform isia. Para Sarm iento, d c E spaña v ie n e “la falta supina
dc capacidad p olítica c industrial [de lo s p a íses hispanoamericanos!
que lo s tiene in q u ietos y re v o lv ié n d o se sin norte fijo, sin objeto
preciso, sin q u e sepan p o rq u é no pueden c o n se g u ir un díade reposo,
ni qué m ano en em ig a lo s ech a y em p u ja e n e l torbellino fat»
(Facundo, 2 ).
Las a cu sa cio n es d e S a n n ic n to con tra España quedaron ^
forzadas en 1847, cu an do v is itó p or prim era v ez la PenínM *

156
Ibérica, dos años después de haber terminado Facundo. Con una
arroganciaque sigue asombrando a los lectores modernos, Sarmiento
anuncia que visitó España con el “santo propósito de levantar el
proceso verbal” a España, para “fundar una acusación” que él,
Sarmiento, “como fiscal reconocido”, ya ha hecho “ante el tribunal
de la opinión de América” (Viajes, II, 8). Como la cultura española
en 1847 estaba en uno de los puntos más bajos de su historia,
Sarmiento no tardó en encontrar mucho material con que confirmar
las acusaciones ya registradas en el Facundo. A su juicio, todo lo
que hubiera habido de grande y noble en España ya estaba muerto.
En el campo intelectual, sólo las traducciones le ofrecían al lector
inteligente algo sustancial, puesto que los escritores españoles se
limitaban a vestir su vacuidad con “tanta frase anticuada, tanto
vocablo vetusto y apolillado”. De modo semejante, sus historiadores
se entregaban rutinariamente al “mal gusto nacional” de violar el
hecho histórico para “darse aires de ser algo” (II, 45-46). Y al nivel
popular, Sarmiento encuentra a los españoles increíblemente ig ­
norantes del mundo más allá de sus fronteras: “Para el español, no
hay más habitante del mundo que el francés y el inglés. Cree en la
existencia del ruso; el alemán es ya algo problemático; pero eso de
suecos o dinamarqueses son mitos, fábulas, invenciones de los
escritores” (II, 44).
En términos igualmente vividos, Sarmiento se burla del go­
bierno español. El general Narváez, gobernante delegado de la
degenerada Isabel II, cuyos adulterios eran la comidilla de toda
Europa, es visto como representante del caudillismo, igual que el
odiado Rosas. Lo que había sido la gloria de España, Sarmiento lo
encuentra simbolizado en El Escorial, el palacio, museo y monas­
terio construido por Felipe II y admirada proeza arquitectónica del
país. Para Sarmiento, el Escorial es “un cadáver fresco, que hiede
e inspira disgusto”, símbolo de un país que, con la muerte de Felipe
ii en 1598, también empezó a morir, hundiéndose poco a poco en
la esterilidad del militarismo y el monasticismo (II, 49). Pero, com o
en Facundo, aunque el gobierno, la cultura y la vida intelectual
españolas repugnan a Sarmiento, encuentra un placer ambivalente
en sus tradiciones populares y en el espectáculo violento de la
corrida de toros, a la que considera a la vez perversamente atractiva
y simbólica de “un gobierno que corrompe”, que divierte a las masas
abyectas a la vez que da salida a sus peores instintos (II, 25-37). En
una palabra, el viaje de Sarmiento a España no hizo más que
confirmarlo que ya creía: que España era la cuna de labarbarie, una

157
m a d r e q u e h a b ía q u e ex p u lsa r y rem p lazar. L a id ea sarmient'ma .
q u e la h e r e n c ia e s p a ñ o la e n la A rg en tin a e s fu en te de barbarie rcp¡
s u c r ític a a la tierra; am b os a rg u m en to s ap elan a condición
p r e e x is t e n te s para e x p lic a r el fra ca so . E ste d eterm in ism o im p i^
e s ta m b ié n u na e x c u s a para ju stific a r e l error h um an o, ya que^.
fr a c a s o s ie m p r e p u e d e cu lp a rse a la b arb arie d e la tierra y a j
in a d e c u a c ió n d e l p a sa d o e s p a ñ o l d e l p a ís.
Aunque Alberdi, como Sarmiento y Echeverría, también conde,
na el “ cristianismo de gacetas, de exhibición y de parada” de Espa.
ña, y su falta de capacidad industrial (fiase,236), le agrega al deba,
te una perspectiva diferente sobre los errores de España. Comohj
sido notado, la fe de A lberdi en los resultados positivos de la acción
humana informada lo alejaba de la ingenua creencia historicistade
que el progreso humano surge inevitablemente de todo movimiento
histórico; de todos modos, lo central a su pensamiento es la ideade
que la Am érica española es el resultado de una expansión orgánica
en la que las civilizaciones superiores inevitablemente remplazana
las más débiles. España participó en este proceso histórico natural *
conquistando las “ prim itivas” civilizaciones indígenas e implantando
la cultura europea en la Am érica hispánica. A lberdi sigue diciendo,
sin embargo, que Españadejódeserunaherramientadelanaturalcza
(y en un sentido dejó de ser parte de Europa) cuando trató de cenar
Hispanoamérica a la cultura superior de Francia e Inglaterra, vio­
lando de ese modo la ley de la expansión cultural (B ases, 155-158),1
Este prejuicio antiespañol entre intelectuales argentinos nunca fue
seriamente negado hasta el siglo x x, cuando, como lo ha mostrado
M aiysa Navarro Gerassi, autores argentinos como Ricardo Rojas,
Enrique Larreta, M anuel G álvez y Carlos Ibarguren, trataron de

1 El concepto de Alberdi de la distensión cultural refleja ideas de amplii


difusión en Europa en su época. En “Lectura en el Salón” 1 ,103), Alberdi
menciona el hecho de que el Salón Literario había leído la “Introduction ala
Scicncie de rhistoire” de Lerminier, publicada en la muy conocida Reme desdeia
mondes, 3 (1833), 308. Hacia 1852, cuando se publicaron las Bases, Albcrdipodía
haberse familiarizado con los argumentos de la “dinámica social” de Auguste
Comtc, cuyo Sisteme de Philosophie Positive fue publicado en París entre 1830y
1842. Dada su orientación scmihistoricista, también es posible que estuvieraal
tanto de las premisas básicas de Hcrbert Spencer, Social Stalics (Londres, 185))>
uno de los primeros intentos de aplicar conceptos lamarekianos de evolución bio­
lógica al desarrollo de las sociedades, una especie de darwinismo social antes®
Darwin. Para una discusión extensa e iluminadora sobre los vínculos intelectual65
de Alberdi y Sarmiento, véase La tradición republicana de Natalio R. Botana-

158
vindicar, en lo qbe se volvería el m ovim iento de la hispanidad, la
herencia esp añolad o la Argentina (107-128).
Paradójicamente, una gran parte de la corriente antihispánica
entre los intelectuales argentinos del siglo pasado fue inspirada por
el autor español Mariano José de Larra (1809-1837), que escribió
devastadores críticas a la cultura española bajo el seudónimo de “Fí­
garo”. Albcrdi admiraba tamo a Larra que firmó algunos de sus pro­
pios artículos en La Moda con el diminutivo “Fígarillo”, explicando
que “Me llamo Figarillo... porque soy hijo de Fígaro... soy un
resultado suyo, una im itación suya, de m odo que si no hubiese
habido Fígaro tampoco habría Figarillo: yo s o y ... la obra póstuma
de Larra” {LaModa, 16 de diciembre de 1837,1). En consonancia
con el entusiasmo de Albcrdi, Sarmiento llamó a Larra “el Cervantes
de la regenerada España” {El Mercurio, 19 de febrero de 1842).
Además del desdén a la herencia española, los hombres del 37
mostraban un acuerdo casi universal respecto de la inadecuación de
los grupos étnicos de la Argentina, sus “razas” com o eran llamadas.
La palabra “raza” durante la mayor parte del siglo pasado, como lo
señala Nancy Stepan en su libro The Idea o f Race in Science, se refería
a cualquier grupo étnico, de europeos a españoles, de indios a
gauchos m estizos (170-189). Siguiendo las teorías racistas de su
tiempo, Sarmiento escribe:

Por lo demás, de la fusión de estas tres familias [española,


africana e india] ha resultado un todo homogéneo, que se
distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial,
cuando la educación y las exigencias de una posición social no
vienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual. Mucho
debe haber contribuido a producir este resultado desgraciado,
la incorporación de indígenas que hizo la colonización. Las
razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces,
aun por m edio de la com pulsión, para dedicarse a un trabajo
duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir negros en
América, que tan fatales resultados ha producido. Pero no se
ha mostrado mejor dotada de acción la raza española, cuando
se ha visto en los desiertos americanos abandonada a sus
propios instintos {Facundo, 15).

Sarmiento explícita asim ism o la supuesta conexión entre raza


y fracaso político burlándose de los partidarios mestizos de Rosas
con el apelativo de “lom os negros” {Facundo, 130) y aun sugiere

159
que el éx ito p o lític o d e R o sa s s e d e b e en gran m edida a un “celo
esp io n a je” form ad a p or sirv ien tes n eg ro s de una “ raza salva¡!?>
infiltrada “ en e l se n o d e cad a fa m ilia d e B u en o s A ires” ( 141) , e
U n m iem b ro jo v e n d e la G e n e ra ció n , José Mármol, en
n o v ela antirrosista Am alia, d e 1 8 5 1 , tam b ién habla del miedo d¡
lo s unitarios por sus p rop ios s irv ien tes, la m ayoría de ellos negros
y m u latos, q u ien es en gen eral eran partidarios de Rosas. En un
ep iso d io particularm ente revelad or, E duardo le aconseja a Amalia
que despida a todos sus sirv ien tes d e B u e n o s A ires pues “[bajoel
gobierno de R osas] se les ha abierto la puerta a las delaciones, y bajo
la sola autoridad de un m iserab le, la fortuna y la vida de una familia
reciben el anatema de la M a z o rca ” (1 8 ). E n un ep isod io similar, una
criada delata ante la M azorca a su em p le a d o r q ue está tratando de
escapar al U ruguay (48).
Sarmiento vo lv ió a una e x p lic a c ió n racial d el fracaso hispano­
americano en su últim a obra im p ortan te, C onflictos y armonías de
las razas en América, un tratado m al o rg a n iz a d o que según algunos
no es más que una recop ilación d e n otas d e u n futuro libro que Sar­
miento no lleg ó a escribir. T erm in ad o e n 1 8 8 3 , cuando Sarmiento
tenía setenta y dos años, C onflictos e s un libro melancólico que
Sarmiento m ism o llam ó “un Facundo e n v e je c id o ” (citado en
Bunkley, Vida de Sarmiento, 5 0 3 ). En C onflictos, Sarmiento afirma
que pese a una con stitu ción ilustrada, u na d em ocracia aparente,
prosperidad, transporte m od ern o, e s c u e la s, acad em ias, universida­
des, y todos los artefactos d el p ro g reso , la socied ad argentina en
1883, aunque m ejor vestid a y m ás ed u ca d a q u e bajo Rosas, sigue
plagada por la corrupción, el p e rso n a lism o y u n desprecio general
por las instituciones. E xp lica e ste fracaso c o m o resultado de la ina­
decuación racial. El libro, in ten to a m b ic io so d e reescribir gran parte
de la historia del m undo bajo una p ersp ectiv a racial, provee deta­
llados análisis del éxito in g lé s y e l fra ca so e s p a ñ o l en la coloniza­
ción. En cada caso, Sarm iento s u g iere q u e e l fracaso de la demo­
cracia en H ispanoam érica p u ed e e x p lic a r s e s ó lo tom ando en cuenta
la inadecuación de los p u eb los la tin o s, e s p e c ia lm e n te cuando se los
combina con los indios “bárbaros”, para g o b ern a rse a s í mismos. De
acuerdo con Sarm iento, tod os lo s c a u d illo s latinoam ericanos a los
que considera “bárbaros” (R o sa s, e l d o c to r F rancia de Paraguay y
Artigas, por ejem p lo) p rovien en d e la m e z c la fatal d e sangres latina
e india ( CX
O, X X V II, 2 8 4 -3 1 3 ). E n u n o d e su s ú ltim os artículos,
“El constitucionalism o en la A m éric a d el S u r” , p ub licad o en fomta
póstuma y quizás p ensado c o m o c o m ie n z o d e un segu n d o volumen

160
de Conflictos, Sarmiento vu elv e sobre la incapacidad p olítica de la
raza: “Obsérvese que todo e l m undo cristiano está en posesión d el
voto efectivo del pueblo para dirigir su gobierno, y que todos
nosotros estamos persuadidos que n o tenem os este resorte en
nuestra maquinaria política, p oru ñ a excep ción de la regla; téngase
presente que este mal es general a tod os lo s pueblos de la raza latina
en la América del Sud, lo que hace que después de setenta años no
se haya podido organizar defin itivam en te el G obierno” ( ,
XXXVIII, 273). La Argentina, con clu ye, está m ejor que otros
países hispanoamericanos porque tiene m ás habitantes blancos. En
contraste, un país com o Ecuador “cuenta un m illón d e habitantes
délos cuales sólo cien m il son blancos. R esultado: Tres tiranuelos
militares abrazan casi toda su historia” (X X X V III, 282 -2 8 3 ).
Todos los hombres d el 37 estaban de acuerdo con Sarm iento
en lo esencial respecto d e la raza. M árm ol, con brevedad no
característica en él, d efin e a lo s partidarios d e R osas com o “e se
pueblo ignorante por educación, ven gativo por raza y entusiasta por
clima” ( ali,4 4 ). Hasta A lberdi, que por lo general evita las
m
A
caricaturas raciales que se encuentran en Sarm iento, lam enta los
orígenes m estizos de la A rgentina. Para Alberdi no hay A m érica
digna del mundo aparte de la europeizada:

Las repúblicas de la A m érica del Sud son producto y testim o­


nio vivo de la A cción de Europa en A m érica ... T odo en la
civilización de nuestro suelo es europeo; la A m érica m ism a e s
un descubrimiento europeo. La sacó a luz un n avegante
genovés, y fom entó el d escu b rim ien to... L os que n os llam a­
mos americanos, no som os otra co sa que europeos n acidos en
América. Cráneo, sangre, color, todo e s de fu era... ¿Q uién
conoce caballero entre n osotros q ue haga alarde d e ser in d io
neto? ¿Quién casaría a sus herm anos o a su hija con un
infanzón de la Araucania, y no m il v e c e s con un zapatero
inglés? En A m érica todo lo que n o es europeo es bárbaro: n o
hay más d ivisión que ésta: 1, e l indígena, es decir, el salvaje;
2, el europeo, e s d ecir, n osotros, lo s q ue hem os nacido en
América y hablam os esp añol, lo s que creem os en Jesucristo y
no en Pillán (Bases, 2 3 9 -2 4 1 ).

Alberdi tam poco acepta la idea d e que puedan foijarse cam ­


bios sustanciales entre los m estizos pobres m ediante la educación.
“Haced pasar el roto, el gau ch o, e l ch olo, unidad elem ental d e

161
nuestras m asas populares, por todas las transform aciones del mejor
sistem a d e instrucción: en cien años n o haréis d e él un obrero inglés”
(2 5 2 ). T am b ién en las Bases A lberdi afirm a que “utopía es pensar
q ue p o d am os realizarla república representativa... si no alteramos
y m o d ific a m o s profundam ente la m asa o pasta d e que se compone
nuestro pueblo hispanoam ericano” (405). C om o se verá en capítulos
p osteriores, A lberdi alteró con sid erab lem en te su opinión de las
razas m estizas de la Argentina; pero co m o indicadores de un punto
d e v ista gen eracion al, sus palabras se ex p lica n por s í mismas. Fue
E cheverría, sin em bargo, quien escrib ió la d eclaración más eficaz
d e la G eneración sobre la raza, no en un en sa y o sin o en uno de los
prim eros y m ejores cuentos de la literatura hispanoam ericana, “El
m atadero”, escrito probablem ente en 1838.
^ El argumento de “El m atadero” es sim p le. Por cau sa de una es-
— ca scz de carne, lo s partidarios de R osas están em p ezan d o a dudar de
la capacidad de su caudillo para proveer a la nación. El anuncio de que
varios toros serán carneados en determinada fecha atrae en masa al
matadero a la s clases inferiores de Buenos A ires. Echeverría describe
con asqueante detalle cóm o hombres sucios y m anchados de sangre
matan y desmembran el ganado; cóm o la gente lucha por diferentes
partes de los animales, incluyendo sesos, testículos y entrañas; y cómo
la muerte accidental de un niño no provoca ninguna com pasión entre
la muchedumbre hambrienta y carnívora. Pero el clím ax de la historia
muestra a un joven culto que casualm ente pasa por el matadero sin
llcvarpuesta la obligatoria insignia rosista. O bviam ente es un unitario,
un sím bolo de la Argentina civilizada que R osas había suprimido; la
muchedumbre lo ataca y lo hace desmontar. El tum ulto se descontrola;
la turba amenaza con desnudar, azotar y tal v e z violar al joven, quien,
antes que sufrir esc escarnio, muere d e n oble furia: “un torrente de
sangre brotó borbolloneando de la b oca y las narices del joven”
(Echeverría, “El Matadero”, en Obras , 324).
Las ecu acion es ob vias del m atadero con la A rgen tin a de Rosas
y de lo s m atarifes con lo s esbirros d el ré g im en podrían ser tediosas
si el problem a id eo ló g ico im p licad o n o fuera tan peculiar. Al reco­
n o cer que R osas segu ía en e l poder e n virtud d e un am p lio apoyo de
la s cla ses bajas, Echeverría n o se lim ita a escrib ir una diatriba más
contra R osas, sin o que s e p ropone d esacred itar a la s m asas mismas,
q u ien es, d esd e su punto d e vista, so n la verdad era razón del poder
d e R osas. Echeverría logra su o b jetiv o d e d ifam ar a la s m asas regis­
trando en horrendo d etalle su con d ucta y lla m a n d o repetidamente la
atención sobre su raza. P or ejem p lo las “n eg ra s y jjiu lataoch u ra-

162
doras, cuya fealdad mismitabu las arpías de las MI ruin#" D I ó), Mfa
adelante leemos que “dos africanas llevaban ai l ustrando las
(las de un animal; allá una muíala se alejaba con un ovillo de Hipas
y, resbalando de repente sobre un charco do mingic, caía a plomo,
cubriendo con su cuerpo la codiciada prosa. Acullá se veían aco­
rrucadas en hilera cuatrocientas n egras... ” (3 IV), Iislas rclc/encías
raciales siguen a todo lo largo del texto. La Intención de Lchevetría
de desacreditar a los resistas se realza en vividos retratos de su
conducta bárbara: luchan por los testículos de un loro, usan el
lenguaje más vulgar y blasfem o, atacan cobardemente a un inglés
inocente, y al fin asesinan con brutalidad al joven unitario. Para que
no queden dudas sobre su intención, concluye la historia con estas
palabras: “En aquel tiempo los carniceros degol ladores del Matade­
ro eran los apóstoles que propagaban a verga y pufíal la Federación
rosina, y no es difícil imaginarse qué Federación saldría de sus
cabezas y cuchillas... por el su ceso anterior puede verse a las claras
que el foco de la Federación estaba en el M atadero” (324). Tales son
las palabras de un escritor que en otros contextos habla piadosamen­
te de reconciliar federales y unitarios. Por más admiración que
pueda inspirar el talento literario de Echeverría, no puede negarse
la intención antipopular que hay detrás de esta historia. Ya que
Rosas retenía el poder con el apoyo de las masas, criticarlo a él no
era suficiente; las masas m ism as debían ser denigradas y rebajadas.
Pocos documentos en la historia argentina reflejan mejor la extraña
mezcla de miedo y hostilidad que los argentinos de la clase alta han
sentido hacia sus conciudadanos h um ildes .2

2El cuento de Echeverría inspiró una interesantísima imitación en nuestro


siglo. Durante la primera presidencia de Perón (1946-1955), Jorge Luis Borges y
Adolfo Bíoy Casares, bajo el seudónimo deBustos Domecq, escribieron un cuento
titulado “La fiesta del monstruo”. El personaje principal es un obrero querelatasu
participación en una demostración peronista en la Plaza de Mayo. Usando los
términos más chabacanos imaginables, Borges y Bioy describen a los peronistas
como seres deformes, vulgares, estúpidos, feos, de pies planos, narices aplastadas,
sobrepeso... en suma, basura genética indigna del menor respeto y mucho menos
del voto. Cuando la muchedumbre converge hacia la Plaza de Mayo, tropiezan con
unjudío al que asesinan brutalmente. Echeverría, Borges y Bioy Casares, pese al
siglo que los separa, enfrentaron un dilema similar, cómo apoyar en teoría ta
democracia desacreditando al mismo tiempo el apoyo mayoritario a Rosas o Perón.
Su solución es retratar a las clases bajas argentinas de la manera más brutal,
denigrante y en última instancia despreciativa posible. De ese modo Echeverría,
Bioy Casares y Borges ilustran la paradoja del liberalismo argentino tanto en el
siglo anterior como en el presente: mientras teóricamente es prodemoerático, OS
profundamente antipopular y de ningún modo igualitarista.

m
¿Pero porqué esa conciencia de raza? D e todas las explicac¡
nes posibles del fracaso, ¿por qué la raza ocupa un lugar £
importante en el pensamiento de la G eneración del 37? La expli^
ción más fácil diría que los argentinos se limitaban a repetjj
prejuicios com unes en Europa, donde la idea de la inferioridad
inherente a los pueblos oscuros llevaba dos siglos de vigencia
Aunque la influencia del racism o europeo en la Argentina
innegable, la emergencia del prejuicio racial en Europa señala una
explicación adicional. La denigración de lo s africanos en el pen.
samiento europeo, de acuerdo con N ancy Stepan, era relativamente i
rara antes del tráfico de esclavos. Con la institucionalización déla |
esclavitud, la supuesta inferioridad de lo s africanos obtuvo amplia
credibilidad precisamente porque el racism o proporcionaba una
ideología a la subyugación de los negros (Race in Science, xxi-xxiii),
En una palabra, el racismo se hizo popular para justificar la
.... explotación de un grupo particular. En el caso de la Argentina, estos
argumentos sugieren que en algún n ivel la G eneración d el 37 estaba
levantando un marco ideológico a priori para un sistem a político
que excluiría, perseguiría, desposeería y a m enudo mataría a los
“racialmcntc inferiores”: gauchos, indios y m estizos. Y de hecho,
fue exactamente lo que pasó. El proceso d e quitarles lentamente
tierras a los indios, que había com enzado en tiem pos coloniales.se
incrementó abruptamente a m ediados del sig lo x ix en la Argentina,
especialmente después de que liberales com o Sarm iento llegaran al
poder en la década de 1860. En el equivalente argentino del “ganai
el Oeste” de los norteamericanos, lo s gob iernos liberales se em­
barcaron en una campaña de ganar tierras, operación que en la l
Argentina se llamó “Conquista del d esierto”, que desplazó o mató
a m iles de indios y gauchos, dejando d isp on ib les sus tierras natales
para los colonos blancoso los especuladores. M ás adelante, mediante
un sistema electoral sagazm ente ex c lu y em e, e s o s m ism os grupos
fueron mantenidos al margen d el p roceso p olítico. Usando la
estereotipia racial de la G eneración d el 3 7 , la justificación ideo­
lógica de tales acciones estaba a m ano.
Los hom bres del 37, en ton ces, atribuyeron lo s males de su
país a tres grandes causas: la tierra, la tradición española y la raza.
Pero además de exp licar e l fracaso, lo s hom bres del 37 tuvieron
que recetar rem edios para su prob lem ática patria. El capítulo
siguiente estudia cóm o planeaban hacer realidad sus sueños parala
Argentina.

KM
Capítulo 6

La Generación de 1837, Parte II

Como vim os en el capítulo anterior, los hom bres del 37 d iagn os­
ticaron, con im aginación y vigor, los problem as de su país. Pero
identificarlos m ales era apenas la mitad de su m isión; tam bién era
necesaria la prescripción para mejorar y sanar, una nueva fór­
mula de principios de gobierno y ficcion es conductoras que pu­
sieran a la A rgentina en el cam ino del progreso. A firm aron que
el progreso no era m ero resultado del m ovim ien to histórico h egelia-
no: al progreso había que ganarlo mediante una lucha corriente,
contra las fuerzas de la superstición, los m old es culturales reac­
cionarios heredados de España, la raza y los p rivilegios asentados.
Ninguno de ello s creyó que el com bate sería ganado en su gen era­
ción; antes' bien, se ocuparon de crear un m arco id eo ló g ico , d e
“fundar m itos”, en palabras de Halpcrín D ongh i, que a lo s futuros
gobiernos les permitieran avanzar hacia la prosperidad y la d e­
mocracia bajo un régim en constitucional pensam iento de
Echeverría, 26).

¿Cuál era la solu ción , en ton ces, para una p oblación “ m aldita”
por la tradición española y la inadecuación racial? La solu ción cabía
en una palabra: inm igración. R ivadavia ya había abogado por ella
como solución para lo s problem as argentinos, y Alberdi la m en ­
cionaba en su Fragmento prelim inar al estudio del derecho de 1835
(OC, 1 ,123). Pero nadie propuso la inm igración con m ás v ig o r que
Sarmiento, en las páginas finales de Facundo, donde declara que “e l'
elemento principal del orden y m oralización que la R ep úb lica
Argentina cuenta h oy, es la inm igración europea” (1 5 9 ). U n os
dieciocho m eses d espu és de haber term inado el Facundo, Sar­
miento visitó A lem ania, dond e sus exp erien cias confirm aron la

165
conveniencia de llevar europeos del norte a la Argentina, Citar»*
a los románticos alemanes, afirma que "la raza alemana” es
ricamente migrante, que se inició en la india, pasó al norteé
Europa en tiempos romanos, y en el siglo xix seguía trasladándr^’
a los Estados Unidos de América; los autores alemanes, scg¿
Sarmiento, habían reconocido "com o hecho inevitablemente
la emigración de sus com patriotas” (Viajes, II, 232). Proponeu¿
política oficial para atraer alem anes a las playas sudamericana^
para lo cual los gobiernos sudam ericanos deberían subsidiar loí
viajes, la instalación, la compra de herramientas, semilla y adqui.
sición de tierra para los recién llegados. Recomienda que se esta-
blczcan centros de información y em igración en Alemania, parada
a conocer esas medidas a gente que de otro modo se iría 2
Norteamérica (II, 231-236). Un año después, durante su primen
visita a los Estados Unidos, Sarmiento quedó asombrado de que
algunos norteamericanos vieran al inmigrante com o “un elemento
de barbarie, [porque] sale de las clases menesterosas de Europa,
ignorante de ordinario y siempre no avezado a las prácticas repu­
blicanas de la tierra” ( iajes,III, 83). D e todos modos se maravilla
V
del proceso por el cual los inmigrantes a lo s Estados Unidos se
asimilan, primero mediante la religión y la educación pública, aúna
cultura que a despecho del influjo de inmigrantes se mantenía,
según él, básicamente puritana.
Alberdi también apoyó la inm igración europea como una
solución segura para los males argentinos. En las Bases escribe:

Cada europeo que viene a nuestras playas nos trae más civili­
zación en sus hábitos que luego com unica a nuestros habitantes,
que muchos libros de filosofía. S e com prende mal la perfec­
ción que no se ve, loca ni palpa. U n hombre laborioso es el
catecismo más edificante.
¿Queremos plantar y aclim ataren A m érica la libertad inglesa,
la cultura francesa, la laboriosidad del hom bre de Europa yde
Estados Unidos? Traigam os p ed azos v iv o s de ellas en las
costumbres y radiquémoslas aquí (2 5 0 ).

De estas ideas deriva el aforism o m ás celebrado de Alberdi-


“gobernares poblar". N os dice que no e s m ediante la educación«)
“muchos libros de filosofía” que se cambiará a la Argentina, sino
trayendo “pedazos vivos” de la cultura d e Europa del norte, pa«
plantarlos en suelo argentino y cam biar así la estructura étnica del

166
país. Pero para que estos ped azos v iv o s ech en raíces, Albcrdi Insiste
en que sean plantados en un am biente nutricio, lo que sign ifica que
la Argentina debe cam biar sus le y es sobre adquisición de tierra,
derechos civiles y religión.
De estos elem en tos, la religión era potencialm cnte el mil#
explosivo. R ecordando los p rob lem as cine había tenido Kivadavía
con la jerarquía católica, lo s hom bres del 37 extrem aron sus
precauciones en la cu estión religiosa: afirm aban su fe en D ios a la
vez que promovían la libertad de cu lto y la ed u cación secu lar corno
religión "ilustrada". En las "Palabras S im b ólicas" de la A sociación
de Mayo, Echeverría, con referencias frecuentes a las E scritu ras'
cristianas, defiende “ la religión natural" (el im p u lso prim ordial de
la humanidad de creer en un p oder m ás alto) y la "religión positiva"
(la religión basada en los h ech os h istóricos). A lln n a adem ás que “ la
mejor de las religiones p ositivas es el cristian ism o, porque no es
otra cosa que la revelación d e los in stin tos m orales de la hum anidad.
El Evangelio e s la ley de D io s porque e s la le y moral de la co n cien cia
y déla razón” (Dogma, 175). C ritica a lo s curas rosistas por h aberse
vuelto "dóciles y ú tilísim os instrum entos de tiranía y retroceso", y
espera que en el futuro el clero "com p ren d iese su m isión |y j se
dejase de política” (O jeada, 9 9 -1 0 0 ).
La educación religiosa era un problem a particularm ente e s ­
pinoso. Albcrdi, de todos m od os, no ahorra críticas al p apel del clero
en la educación: “Que el clero se ed u qu e a s í m ism o , pero n o se
encargue de formar nuestros ab ogad os y estad istas, n uestros n e ­
gociantes, marinos y guerreros. ¿Podrá el clero dar a nuestra
juventud los instintos m ercantiles c in d u striales q ue d eb en d istin ­
guir al hombre de Sud A m érica? ¿S acar d e su s m an os esa fiebre d e
actividad y de em presa que lo haga ser el yan kcc hispanoam ericano?"
Más aún, Albcrdi sien te n o só lo q ue e l clero d ebería abandonar las
aulas, sino también que In ed u cación h u m an ística, q ue a su ju ic io era
un rezago del esco la sticism o c a tó lic o , d eb ería ser rem plazada con
estudios prácticos en física c in gen iería, y q u e “el in g lé s, c o m o
idioma de la libertad, d e la industria y e l orden", d ebería rem plazar
al latín. "¿Cómo recibir”, pregunta, "el ejem p lo y la a cción c iv ili­
zadora de la raza an glosajona sin la p o se sió n general d e su lengua?"
(Bases,234-235). Sin estas reform as q ue predica, las e sc u e la s y
universidades argentinas segu irán sien d o nada m ás q ue “ fábricas
de charlatanismo, d e o cio sid a d , d e d em a g o g ia y d e p resu nción
titulada” (233).
Pero ninguno d e lo s h om bres d el 3 7 quería term inar co n la

167
relig ió n e n la A rgen tin a. E ch everría critica a lo s intelectual
a rgentinos, lo s rivadavianos en particular, por su indiferencia
m ás b ien h o stilid a d , h a cia la re lig ió n . “En nuestra orgullosa
cien cia , h em o s d esech a d o e l m ó v il m ás p od eroso para moralizar'
civ iliza r n uestras m a s a s ... si le q uitáis [al p ueblo] la religión, ¿q¿
le d ejá is? . . . ¿Q ué autoridad tendrá la m oral ante sus ojos sin el seii0
d iv in o d e la san ción r e lig io s o ...? ” ( , 9 7 ). M ás puntilloso
A lbcrdi escribe:

R espetad su altar a cada c r e e n c ia ... L a A m érica española,


reducida al catolicism o con ex c lu sió n d e otro cu lto, representa
un solitario y silen cioso con ven to d e m o n je s ... Excluirlos
cu ltos disidentes de la A m érica d el S ud , es excluir a los
in gleses, a lo s alem anes, a lo s su izo s, a lo s norteamericanos,
que no son católicos; es decir, a lo s p oblad ores d e que más
necesita este continente. Traerlos sin su cu lto, e s traerlos sinel
agente que les hace ser lo que son (Bases, 2 5 8 -2 5 9 ).

Más adelante, en un guiño, nada con vin cen te, a R om a, declara


que oponerse a la libertad de culto es un “insulto a la magnificencia
de esta noble Iglesia, tan capaz de asociarse a tod os lo s progresos
humanos” (259).
En este complejo intento de garantizarla libertad religiosa para
los inmigrantes protestantes, sin ofen d er a R om a, Alberdi y
Echeverría revelan su verdadero propósito: usar la religión como
una herramienta para construir su v isió n de la Argentina. En
ninguna parte dan indicios de ser creyentes fervorosos. Como dice
Halpcrín Donghi de la relación de E cheverría con e l cristianismo:
“Todo el cam ino del pensam iento de Echeverría está puntuado por
residuos id eológicos, sign os que han sid o v aciad os de todo senti­
d o ... El sentim iento religioso no tien e ningún lugar entre sus
intereses más profundos” (El pensamiento de , 85-86).
Lo que querían los hombres del 37 era una Iglesia dócil que
renunciara a una autoridad y verdad e x c lu siv a s para asumir un rol
útil en la formación de la Argentina p ositivista. Que la Generación
del 37 creyera que la Iglesia aceptaría p acíficam ente ese papel
muestra una considerable ingenuidad, basada en la m isma arrogancia
hacia la religión que ello s denunciaban en lo s unitarios. Antes que
incluir a la Iglesia en un d iálogo productivo, prefieren dictar normas
religiosas en nombre del “evan gelio ilustrado” de Echeverría y el
llamado de Albcrdi alos sentim ientos nobles. Lajerarquía eclesiástica

168
argentina resistió a tales ataques a su s prerrogativas, 011 eupedul
respecto a la educación religiosa. La Iglesia perdió imieli»« t-wu
ra m u za scon losreform istasd el37ysu svástago.sin lu lcclm d es,|xn ;
siguió siendo una fuerza activa en la socied ad argentina, jiiyanu
blemente del lado de la tradición. A u n h oy, lo s jerarcas de la Iglesia
argentina son los m ás con servad ores, por no d ecir reaccionarios, <k
toda América latina.
Los h om bres d e l 3 7 c o m p r e n d ie r o n q u e su s p la n e s
inmigratorios, esquem as ec o n ó m ico s y p rescrip cion es de libertad
religiosa estaban teñidas d e u topism o y n o daban la clave d e q ué
hacer mientras tanto. D ada la p o sició n lom ada por la G eneración
respecto de sus conciudadanos, la cu estión era saber qué cla se d e
gobierno podía llenar e l v a cío hasta q ue, en palabras de E cheverría,
“el pueblo fuese por fin pueblo” 0 O106).
,
El sufragio universal y el gob ierno n um éricam ente represen­
tativo estaba fuera de cu estión . R ecordando la popularidad de R osas
y los interminables litigios electorales entre B u en os A ires y las
provincias, Echeverría escribe: “E l sufragio universal d io d e s í
cuanto pudo dar. el suicid io d el pueblo p o r s í m ism o , la le g itim a ció n
del Despotismo” {Ojeada, 104). A n tes que perm itir a tod o e l p u eb lo
acceso inmediato al gobierno, recom ien d a com en zar por “un punto
de arranque que nos llev a se p o ru ñ a serie d e p rogresos graduales a
la perfección de la institución dem ocrática” (1 0 6 ). Para lograr e ste
objetivo, el poder real debe ser d ejado ante tod o en m an os d e una
elite natural, una jerarquía natural, “la ú nica que d ebe e x istir ...
aquella que trae su origen d e la naturaleza” y que con siste en “ la
inteligencia,la virtud,la capacidad,elm érito probado” ( D ^ m t í , l 7 3 i
Echeverría argumenta lo siguiente:

Lasoberamadelpueblo sólop u cd crcsid ircn la razón


y que sólo es llam ada a ejercer la parte sensata y racional do la
comunidad social.
La parte ignorante queda bajo tutela y salvaguardia do la tes
dictada por el con sen tim iento uniform e del pueblo racional,
La democracia, pues, n o e s el d esp o llsm o absoluto de tas
masas, ni d é la s m ayorías; e s el régim en de la n u o n
201).

En un alejamiento n otable del sen tim iento casi populista é \


presado en su Fragmento preliminar, A Ibei di no so muestra menos
enfático cuando llama ignorancia universal al Nubugln u tuvm w l
"El mi litigio tmivoiKtil donde la u niversalidad de los que sufra,,
un Ignorante en la materia sobre la que el sufragio versa, el sufra!1,
p iclo tid h lo universal no es iníls que el sufragio de u i^ o d c ^ 0
p ocos; y en ninguna parle Impera el régim en de las minorías,coj
d o n d e la mayoría nacional es proclam ada soberana” ("América1?
/;/*,Vil, *14),
Se hace evidente a sí que la d em ocracia para la Generación
del 37, com o para los m oren islas antes que ellos, se dcllnía como
un gobierno para el pueblo pero n o por el pueblo. Q u e el nuevo
gobierno no debía incluir al " p u eb lo” en ningún sentido universal1
ya quedaba exp lícito en Sarm iento: "Cuando decimos pueblo,
en ten d em os los notables, a ctiv o s, in teligen tes: clase gobernante,
S om os gentes decentes. Patricios a c u y a cla se jx ; ite uceemos nosotros,
pues, no lia de verse ett nuestra C ám ara ni gauchos, ni negros,ai
l'onims. S o m o s la gen te d ecen te, e s decir, patriota” (citado en Paoli,
Sarmiento, 175). C om o lo s n ioren istas, lo s rivadavianos y Bcruiiy
sil ícente decente, lo s hom bres del 37 quisieron una democracia
ex clu sivista. L ejos de la d em ocracia radical de Hidalgo y Artigas,
su interés cu el p ueblo m ostraba una extrafia semejanza a la ley
autocrálica y paternalista d e R o sa s.
La cu estión del su fragio p opu lar o b lig ó a los hombres del
37 a ex p licar el gob ierno que ya ten ía la Argentina: el del caudillo,
que, m ás que un sím b o lo , era tam b ién un hombre de carne y hue­
so, apoyado q uizás por una m ayoría aunque no se hubieran dado
e le c c io n e s form ales. N ad ie d escrib e el fenóm eno del caudillo
m ejor q u e S arm iento. El ca u d illo , escrib e, es “el espejo en quese
reflejan, cu d im en sio n es c o lo s a le s , las creen cias, las necesida­
d es, p reocu p acion es y h áb itos d e una n ación en una época dada
de su h istoria” (Facundo, 6). E s un e n e m ig o predeterminado del
p rogreso, el hom bre natural su r g id o d e las profundidades del
sa lv a je su e lo am erican o, h ered ero d e la tradición medieval espa­
ñola (1 8 ). S u en a lte c im ie n to al p o d e r e s "fatal, forzoso, natural
ló g ic o ” (4 ).
La e x p lic a c ió n m ás p erd u rab le q u e d io Samiiento del poder
d el c a u d illo p o slu la un v ín c u lo irracion al entre las masas y su lM rj
por el cu al el c a u d illo refleja d e m an era m isteriosa la voIuip
inarticulada d e las m a sa s ( 1 3 0 ) , argu m en to también usad o p
ad elan te para ju stific a r a líd e r e s p o p u lista s tan d iv e rs o s c o j
M u sso lin i, IÜtlcr, P erón y C astro. S e ha su gerid o que la fa sc in a ^
d e S a m iie n to c o n el c a u d illo n o h a c e m á s que reflejar el inter^
su s ig lo p or la figura d el h é r o e , e l in d iv id u o titánico q u e deja

170
s is e a personal en la historia, tema popularizado por Hegcl y
¿espejes retomado por hombres tan diversos como Beethovcn,
Sandial, W agner y Arnold. Pero el héroe de Hegcl es muy dife-
isn¿s ¿ d caudillo d e Sarmiento. En Filosofía de la Historia.
Hegd in s ste en que los grandes hombres de la historia se desta­
c a poique “sus objetivos particulares engloban grandes problemas
que sen la voluntad del Espíritu d d Mundo”. Pero su grandeza
personales m ás aparente que real, ya que “parecen tomar el impul­
so de sus vidas de s í m ism os” cuando en realidad son meros re flojos
dd Espíritu del M undo (30). A unque e l interés de Sarmiento en la
figura d d caudillo comparte la fascinación romántica por el lióme
en Hege!, invierte los términos hegelianos. En Sarmiento, el cau­
dillo refleja n o el Espíritu del Mundo, que es la fuerza que mueve
la historia y e l progreso, sino el espíritu popular, que es la fuerza de
labarrarie. Lejos de permitirle seguir su curso, al caudillo es preciso
eliminarlo, si e s preciso por la fuerza, para poner en su lugar la ley
de la razón. Por m ucho que se acerque Sarmiento al imicionalismo
romántico, en última instancia la visión que junto a toda su gene­
ración quiere imponer a la Argentina es racional y positivista: el
pueblo no debe ser necesariamente una pieza manipulada por
fuerzas históricas invisibles, sino un grupo de seres racionales
capaces de transformar e l mundo de acuerdo a su visión esencial­
mente positivista.
En contraste con una visión racional del mundo, el caudillo es
lavozdeIasinrazón.Puedereflejarunavoluntadpopularinarticulada,
pero toda la autoridad está centrada en su persona. En opinión de
Sarmiento, gobierna por decreto, no por la persuasión. Dado que la
obedienciaesclavadesussecuacesle basta para validarsu autoridad,
la fuerza para asegurarse esa obediencia se vuelve la única forma
necesaria de gobierno. La justicia del caudillo es administrada “sin
formalidades de discusión” ya que la discusión, a diferencia del
decreto, coloca la autoridad fuera de lapersona del caudillo (F -
do. 130). Su gobierno e s creación de su voluntad arrogante. “Es
el estado una tabla rasa en que él va a escribir una cosa nueva,
original... va a realizar su república ideal, según él la ha concebi­
do... sin que vengan a estorbar su realización tradiciones enveje­
cidas, preocupaciones de la ép o ca ... garantías individuales, insti­
tuciones vigentes... Todo va a ser nuevo, obra de su ingenio” (131-
132). Alzando la vista de la evidente ironía de estas palabras, es fácil
vcrcómo c! héroe romántico (el hombre más grande que la naturaleza,
la figura titánica que, com o D ios, crea de la nada) influyó la

171
d e s c r ip c ió n q u e h a c e Sarm iento d el ca u d illo . En realidad, en*
g ú n a s p e c to S arm ien to q u iso em u lar al ca u d illo que tanto odiat
P o r e je m p lo , con d en a al ca u d illism o c o m o un gobierno “sin J
m a s y s in d eb ate” : ninguna d escrip c ió n m ejor del estilo de $3r'
m ie n to escritor. En lugar de usar argu m en tacion es cuidadosamente
co n stru id a s, basadas en pruebas v e r ific a b lc s, Sarmiento recurre 5
la d ecla m a ció n apasionada b asada en la so la prueba de su auto,
ridad personal y d e su s c o n o cim ien to s. E n una palabra, escribe por
d ecreto, m otivo por e l cu al A lb erd i lo lla m ó -“caudillo de la pin.
m a” (citado en B u n kley, 3 5 6 ). E n lo s m ejo res libros de Sarmien.
to (Recuerdos de p rovin cia, Vida de este estilo
declam atorio está felizm en te au sen te. P e ro , pese a la fascina­
ció n rom ántica d e S arm iento c o n e l ca u d illo titán, pasó su vida
condenando al cau d illism o. E l ca u d illo para Sarm iento es la en­
ca m a ción del m al que d eb e ser ex o r c iz a d o si la Argentina quiere
civilizarse.
C om o Sarm iento, A lb erd i r e co n o cía q u e e l caudillo era un
elem en to nativo de la A rgen tin a. C o m o v im o s en su Fragmento
Preliminar, en el co m ien zo A lb erd i se m ostró interesado en usar a
R o sa s co m o un esca ló n h acia una rep ú b lica m oderna. No tardó en
. perder las esperanzas en R o sa s, p ero n o abandonó su creencia de
que la figura recurrente d el ca u d illo era p ru eb a v isib le de un hecho
de la vid a pecu liarm en te argentino: la n ece sid a d de un ejecutivo
„ fuerte. E sta n ecesid a d , s eg ú n A lb erd i, ex p lica b a los intentos de
varios argentinos d istin g u id o s d e la s g en er a cio n es anteriores, in­
cluyendo al general José d e San M artín, p or estab lecer una monarquía
co m o el m o d o m ás e fic a z d e d arle al p a ís la estabilidad necesaria
para su su p erviven cia. “ D ad al e je c u tiv o to d o el poder posible”,
escrib ió A lb erd i. “P ero d á d selo p or m e d io d e u na constitución. Este
desarrollo d el p od er e je c u tiv o c o n s titu y e la n ecesid ad dominante
del d erech o co n stitu cio n a l d e n u e str o s d ía s e n Sudamérica. Los
en sa y o s d e m on arq uía, lo s arranq u es d ir ig id o s a con fiarlos destinos
p úb licos a la dictadura, s o n la m ejo r p ru eb a d e la necesidad que
señ a la m o s” (B ases, 3 5 2 ) . C ita c o n ap ro b a ció n a Sim ón Bolívar:
“L os n u e v o s esta d o s d e la A m é r ic a a n tes esp a ñ o la , necesitan re­
y es co n e l n om b re d e p r e s id e n te s ” ( 2 2 9 ) . P o r cau sa de esta prefe­
rencia d e A lb erd i p or un e je c u tiv o fu e r te , la C onstitu ción de 1853,
que en lo fu n d am en tal s ig u e a la d e lo s E sta d o s U n id os, se diferen­
cia d e ésta e n u n pun to d e im p o rta n cia : e l e jec u tiv o puede “inter­
v en ir” en ca si c u a lq u ier a sp e c to d e la v id a argentina que a su juicio
am enace la in tegrid ad d e la N a c ió n . E s te p o d e r d e “intervenir" ha

172
sido usado, a menudo con interesada arbitrariedad, para tod o, d e s d e
anular los resultados de elecciones p rovin ciales hasta clausurar
universidades.1
Domesticar al caudillismo mediante un ejecu tivo fuerte n o fu e
la única receta de la Generación del 37 para lo s m ales d e la nación.
También dedicaron considerable atención a d efin ir una p o lític a
económica para la Argentina con la que soñaban. E l p rin cipal en
este sentido fue Alberdi, que había leído bien a lo s e c o n o m ista s d e
su tiempo partidarios del laissez-faire . Preparándose para la o la
inmigratoria que esperaba atraer, escribe que “L o s gran d es m e d io s
de introducir Europa en ... nuestro continente en escala y propor­
ciones bastante poderosas para obrar un cam bio p orten toso e n
pocos años, son el ferrocarril, la libre navegación in terior y la
libertad comercial. Europa viene a estas lejanas region es en alas d e l
comercio y de la industria, y busca la riqueza en nuestro co n tin en te.
La riqueza, como la población, com o la cultura, e s im p o sib le d o n d e
los medios de comunicación son d ifíciles, peq ueños y c o s to s o s ”
{Bases, 261). Pero, entre tanto, la Argentina era un p aís su b d esa -

1Los artículos 5 y 6 de la Constitución argentina, aunque semejantes: al


artículo IV, sección 4, de la Constitución de los Estados Unidos, atribuyen al
ejecutivo argentino poderes más amplios en la resolución de las crisis internas. La
Constitución norteamericana dice: “Los Estados Unidos garantizaran a cada
Estado de esta Unión una forma republicana de gobierno, y los protegerán a todos
contra la invasión y, por mandato de la Legislatura, o del Ejecutivo (cuando la
Legislatura no pueda ser reunida) contra la violencia interna". El artículo corres­
pondiente en la Constitución Argentina de 1S53, redactado en buena medida bajo
inspiraciónde Alberdi, dice que: “Cada provincia dictará pañi sí una Constitución
bajo el sistema representativo republicano de acuerdo con los pritKipios, decU-
raciones y garantías de la Constitución Nacional; y que asegure su administración
dejusticia, su régimen municipal y la educación primaria. Bajo estas comtieioocs
elGobierno federal, garante acadaprovinciael goce y ejercido de sus instiUKriones".
El artículo 6, que establece el poder de la intervención del Ejecutivo, dice; "E l
Gobierno federal interviene en el territorio de las provincias para garantir la ícmva
republicana de gobierno, o repeler invasiones exteriores, y a requisición de sus
autoridadesconstituidas para sostenerlas o restablecerlas, si hubiesen sido depuestas
por la sedición o por invasión de otTa provinda". Los es fuetms por determinan que
constituye “sedición” han logrado poco, y por cierto no han logrado rexmogñ Va
acción de ejecutivos de mano dura. En algunos casos, por ejemplo^ so tvxn
intervenido provincias sólo porque un rival político ganaba bis elecciones-. Como
el ejecutivo no está obligado a pedir aprobación del Congreso pat a inUnvenu, la
mayoría de las intervenciones se han hecho por decreto, Bar atura exposición legal
délas diferencias entre las dos constituciones, véase Alosando! \ \ \ Wetidelh
Comparison of the Execuúve and Judicial Powera undet the CouxUlutioiv* v>í
Argentina and the United States”.
rrollado, rico en recursos naturales y pobre en capital y tecnología
N o bastaba con proyectarlo que había que hacer, lo fundamental
la inversión de capital y tecnología para hacerlo.
P" La solución sugerida con m ás frecuencia para remediar ia
escasez argentina de capital y tecnología era, co sa que a nadie puede
sorprender, Europa. A sí com o lo s inm igrantes europeos resolverían
los problemas demográficos argentinos, las inversiones y experiencia
europeas eran consideradas el m odo m ejor de construir la infraes­
tructura del país. Con argumentos que recuerdan poderosam ente |a
R ep resen tació n de lo s h acen d ad o s de M oreno, Alberdi recomienda
abol ir todos los aranceles proteccionistas y abrir de paren parcl país
a las inversiones extranjeras, a los préstam os y a la sociedad en los
negocios {B a ses, 1 8 1 , 4 2 5 ) . A l enfrentarse con la objeción que
había hecho W ashington en su D iscu rso de Despedida, de que las
naciones americanas debían' evitar lo s com prom isos exteriores,
Alberdi responde: “T odo ha cam biado en esta cpoca, la repetición
del sistem a que convino en tiem po y países sin analogía con los
nuestros, só lo serviría para llev a m o s al embrutecimiento y ala
pobreza” (1 8 1 ) . Insiste adem ás en que “ L os tratados de amistad y
com ercio son el m edio honorable de co lo ca r la civilización sud­
americana bajo el protectorado de la civ iliz a c ió n del mundo". Ya
cualquiera que tema que una potencia extranjera puede invcrtirsólo
por su provecho y no por el de la A rgentina, Alberdi responde:
‘Tratad con todas las nacion es, no con algunas, conceded a todaslas
mism as garantías, para que ninguna pueda subyugaros, y para que
las unas sirvan de obstáculo contra las aspiraciones de las otras"
(2 5 6 ) . Más adelante recom ienda, tal c o m o lo había hecho Rivadavla
antes que él, que los ferrocarriles y otros proyectos necesarios para
el progreso sean pagados co n créditos externos. “Sería pueril
esperar a que las rentas ordinarias alca n cen para gastos semejantes;
invertid e sc orden, em p eza d por lo s g a sto s, y tendréis rentas..
Proteged al m ism o tiem p o em presas particulares parala construcción
de ferrocarriles. C o lm a d la s de ventajas, d e privilegios, de todoel
favor im a g in a b le ... ¿ S o n in su ficien te s nuestros capitales (pn¡
estos p royectos)? E ntregadlas e n to n ce s a capitales extranjeros"
( 2 6 4 - 2 6 5 ) .1 C o n sejo sem eja n te se da resp ecto al desarrollo de b

1 El entusiasmo de Alberdi por el capital y la inversión extranjeros, comoj


de Rivndavia, daría frutos amargos. Por motivos que nunca quedaron ciato5,
Argentina, a pesar de una envidiable prosperidad c inmensas fortunas person ^
casi siempre ha sido un país dependiente de capitales, y por ello endeudado1

174
navegación fluvial y a los puertos. Con capital extemo, con
inmigrantes extranjeros, todo es posible. “Abrid las puertas de par
en par”, escribió Albcrdi, “a la entrada majestuosa del mundo”
(Bases, 272).

Hemos visto en algún detalle cómo los hombres del 37 con­


sideraban los problemas del país sobre todo en términos de tierra,
raza y tradición. Después examinamos cómo sus soluciones por lo
general implicaban alguna suerte de apelación a Europa y los
Estados Unidos, mediante la imitación, la inmigración, las inver­
siones o la importación de tecnologías. ¿Pero cómo veían su propio
destino como nación? ¿Cuál era el puesto futuro de la Argentina
entre las naciones del mundo?
Lamentablemente, parecería que su misión era menos de
creación que de recreación. Su objetivo era recrear la civilización
europea en América y, en un grado menor, repetir el éxito de los
Estados Unidos. Esto debía realizarse trayendo literalmente a la Ar­
gentina “pedazos vivos” de esas sociedades en la forma de inmi­
grantes, c imitando sus instituciones. Aunque Sarmiento, Echeverría ^
y Albcrdi criticaron alos unitarios por su servil imitación de Europa,
en gran medida ellos cayeron en la misma trampa. Su admiración
por lo europeo era demasiado grande para que hubieran podido

naciones acreedoras a extremos que comprometen su soberanía. Los ferrocarriles


en realidad fueron construidos con capital inglés y siguieron en manos inglesas
hasta que Perón los nacionalizó en 1948, a un precio innecesariamente alto. Los
ferrocarriles ingleses, aunque modernos y eficientes para su época, fueron sin
embargo un beneficio a medias. Además de disponer de impunidad para fijar
tarifas y precios, abusos como los que dieron mala fama a los Robber Barons en
los Estados Unidos, los ingleses trazaron las líneas férreas primordialmente para
llevarmercaderías del interior a los exportadores (que también eran mayoritariamente
ingleses) en Buenos Aires, antes que para desarrollar mercados intemos en la
Argentina. De este modo, el sistema, en manos inglesas y libre de toda regulación,
hizo más por afirmar la dominación porteña de la economía que cualquier
localismo de los porteños mismos. Mediante astutas prácticas de contratación y un '
soborno bien colocado de vez en cuando, los propietarios ingleses y sus socios
argentinos lograron frenar todo intento de reformar el sistema. La cuestión de la
dependencia económica provocada por los préstamos y las inversiones externas
siguió vigente durante décadas, y se caldeó en la década de 1930 con la publicación
de Rodolfo Irazitstay Julio házosla La Argentina y el imperialismo británico: Los
eslabones de una cadena, 1806-1833, y la de Raúl Scalabrini Ortiz Historia de los
ferrocarriles argentinos. Aunque inicialmcntc relacionados con estrategias polí­
ticas nacionalistas, ambos libros son ahora clásicos tanto para la derecha como para
la izquierda antiimperialista.

175
evitaría. A lberdi, por ejem plo, en cierto punto afirma con
seriedad que "el in g lés es e l m ás perfecto de los hombres”, y qUej 5
Estados U n id o s so n “e l m od elo del universo” (B ases, 271-27^
E cheverría proclam a que “ Europa e s el centro de la civilización/
lo s sig lo s y del progreso humanitario” (D o g m a, 169). Y
Sarm iento ju stifica sus o p in io n es y observaciones con una ape¿
ció n continua a esa autoridad llam ada Europa, sitio que en
m om ento s ó lo c o n o cía por libros. C om o José Arcadio Buendía en
C ie n A ñ o s d e S o le d a d de G arcía M árquez, lo s hombres del 37
parecer creían que la c iv iliz a c ió n y la cultura debían ser importadas
del norte y a que lo s pueblos y tradiciones autóctonas (española,
india y africana) eran en em ig o s del “progreso”. En cierto sentido,
entonces, la G eneración del 37 s e lim itó a reformular lo que había
sido e l objetivo general de sus ancestros españoles que conquistaron
y colonizaron la A rgentina en e l prim er m om ento: extender Europa
EsaEuropa de lo s hom bres del 3 7 estaba com puesta délas potencias
industriales: Francia, A lem aniaelnglaterra, antes quédela contraríe-
formista España, y eso estab lece una diferencia significativa; pero
elim p ulso básico porimponerunavisiónparticulardeEuropasobre
los páramos americanos es algo en que coinciden tanto la conquista
española co m o la G eneración d el 37.
L os pensadores n acionalistas d e nuestro siglo, hombres como
Arturo Jauretche, han sugerido que e l o b jetivo de recrear Europafiie
indebidamente m od esto, que m u tiló la energía creativa que la
Argentina necesitaba para establecer una nación vigorosa y sobe­
rana (Jauretche, E l m ed io p e lo , 8 1 -1 0 1 ). Para ser justos con los
hombres del 37, debe señalarse que, al m en o s en teoría, desaprobaron
la im itación servil de Europa y lo s E stados U nidos, de la que los
acusan lo s nacionalistas actuales, tanto en s í m ism os comoensiis
antepasados unitarios. P or ejem p lo Echeverría, en su poema "0
regreso”, com pu esto en 18 3 0 , p o c o desp u és de su regreso a1>
Argentina de Europa, escribe:

C onfuso, por tu vasta su p erficie


Europa degradada, y o n o h e v isto
M ás que fausto y m o licie
Y poco que el espíritu sublim e;
A l lujo y lo s placeres
Encubriendo con rosas,
Las marcas oprobiosas,
D el hierro v il que a tu prog en ie oprim e.

176
M is adelante elogia a los insurgentes argentinos d e 1810,
quienes “C on rara osadía / el fanatism o y la op resión h ollaron ” ,
liberando así a un h em isferio entero de un “ largo y degradante
cautiverio” (O C , 736 -7 3 7 ).
Sarm iento mostró parecida am b ivalen cia hacia Europa y lo s
Estados U nidos durante su prim er viaje m ás allá de las fronteras de
la Argentina y C hile. Francia fue su m ayor d esilu sión . A l llegar a Le
Havre en 1846, un año d espu és de term inar lo escan d alizó
la codicia de lo s franceses pobres: “ ¡A h, la Europa! T riste m ezcla
de grandeza y de ab yección , de saber y de em b ru tecim ien to, a la v e z
subí i me y su cio receptáculo de todo lo que al hom bre e le v a o lo tiene
degradado, reyes y lacayos, m on um entos y lazaretos, op u len cia y
vida salvaje” ( iajes,I, 146). H orrorizado por la in cficic n c ia y la
V
mezquina corrupción de los burócratas fran ceses, se refiere a e llo s
cn u n a o c a sió n co m o “ a n im a lc sc n d o s p ic s ” ( 1 ,176). E sp ecialm en te
irritante era la ignorancia y el desinterés que lo s p o lítico s fran ceses
mostraban h acia A m érica latina (I, 1 7 3 -1 7 5 ). Una tarde en la
Cámara de D iputados francesa bastó para co n v en ce rlo d e q ue el
gobierno era p oco m ás que una “turba de c ó m p lic e s ” y lo e stim u ló
a escribir una ton nentosa, y h o y divertida, lista de reco m en d a cio n es
mediante la cual Francia podría redim irse (I, 1 8 0 -1 8 8 ). A u n q u e
nunca dejó de admirar a Francia co m o cap ital cultural d el m u n d o,
dejó el país con ven cid o d e que la A rgentina d eb ía b uscar sus
m odelos en otra parte. Italia, com o Francia, lo cau tivó co n su b e lle z a
y su sentim iento del pasado, pero tam p oco en con tró m u ch o en lo s
italianos o en la Italia con tem p orán ea que pudiera con tribu ir a la
construcción d e la n ueva A rgentina.
Suiza y A lem an ia fueron otra cosa. E scribe: “T raíam e triste y
desencantado hasta en traren S u iza el repugnante esp ectá cu lo d e la
m iseria y atraso de la gran m ayoría d e las n a cio n es. En E spañ a h abía
visto en am bas C astillas y la M an ch a, un p u eb lo feroz, andrajoso y
endurecido en la ign oran cia y la o cio sid a d : lo s árabes en Á frica , m e
habrían tom ad o fanático hasta e l exterm in io; y lo s italian os en
N ápolcs m ostrád om c el ú ltim o grado a q u e p u ed e d escen d er la
dignidad hum ana bajo d e cero. ¡Q ué im p ortan lo s m o n u m e n to s d el
gen io en Italia, si al apartar d e e llo s lo s o jo s que lo s co n tem p la n ,
caen sobre el p u eb lo m en d ig o q ue tien d e la m a n o ... L a S u iza ,
empero, m e ha rehabilitado para el am or y e l resp eto d e l p u e b lo ,
bendiciendo en ella, aunque hu m ild e y p obre, la repú b lica q u e tanto
sabe en n o b lecer al hom bre” (II, 2 2 0 -2 2 1 ). E n A lem a n ia en con tró
m ás todavía q u e alabar, em p eza n d o c o n e l sis te m a d e e d u c a c ió n

177
publica prusiano que, en su opin ión , había alcanzado “el bello
que pretenden realizar otros p ueblos” (II, 2 2 7 ). M ás adelante, ¿í
marcado contraste con su susp icacia resp ecto d el voto populares?»
Argentina, declara que "la Prnsia. gracias a su inteligente sistemad!
educación, está m is preparada que la Francia m ism a para la vj^
política, y el voto universal no s e n a una exageración donde todasl^
clases de la sociedad tienen el u so d e la razón, ponqué la tia^
cultivada** (II, 229).
El último tramo d el viaje lle v ó a S arm iento a los Estada
Unidos, donde visitó N u eva Y ork, B o sto n y W ashington, y viajó
por el M edio O este hacia e l norte, y h acia e l sur p or los ríos Ohioy
Mississippi. Escribe que dejó lo s Estados U n id o s “triste, pensativo,
complacido y abismado; la m itad d e m is ilu sio n es rotas o ajadas,
mientras que otras luchan con e l raciocin io para decorar de nuevo
aquel panorama imaginario en que encerram os siem pre las ideas
que no hem os visto, com o d am os una fiso n o m ía y un metal de voz
aun amigo que sólo por cartas co n o c e m o s ’* ( Viajes , III, 7). Pero,a
despecho de estas restricciones in ic ia le s, el diario de viaje de
Sarmiento indica que sus im p resiones d e lo s recursos norteameri­
canos,sus transportes fluviales y ferroviarios, su gobierno, educación,
tecnología, industria, p u eb lo y p o lític a d e inmigración son
abrumadoramente favorables, que e l p aís l o im presionó como‘la
altura de civilización a que ha lleg a d o la parte m ás noble de la
especie humana” (in,9). Inclu sive ap o y ó la guerra expansionistade
los Estados Unidos contra M é x ic o , afirm and o q ue una vez que
Canadá y M éxico estuvieran bajo la s Barras y Estrellas, “la unión
de hombres libres principiara en e l P o lo N o rte para venir a teiminai
por falta de tierra, en el Istm o d e P an am á” (III, 14); es ésta una
postura que lo distancia n etam ente d e la m ayoría d e los latinoa­
mericanos, quienes, igual q ue E m er so n , L in c o ln y Thoreau, reco­
nocían la guerra de lo s Estados U n id o s con tra M é x ic o como lo que
era; una vergonzosa rapiña d e tierras p o r c a u sa d e la cual México
perdió la mitad de su territorio.
El más sostenido uso de lo s E sta d o s U n id o s co m o modelo de
referencia para la A rgentina, en la obra d e Sarm iento, está en
Argirópolis, un libro breve escrito e n 18 5 0 ; en é l, a la v e z que ataca
a Rosas, esboza un program a para u na A rgen tin a postrosista-
Dedicado a Juan José d e U rquiza, e l c a u d illo progresista de Entre
Ríos que con el tiem po destronaría a R o sa s (y q u e probablemente
no leyó el libro de Sarm iento), A rg iró p o lis reform ula temas que ya
estaban en el Facundo: la n ecesid ad d e d esreg u la r la navegación de

178
los ríos, el libre com ercio, m ejores e scu ela s, inm igración, gobierno
institucional, y todo lo dem ás. Pero tam bién afirma que
la Argentina está destinada a s e r lo s E stados U nidos de Sudam érica,
y debería incluir a U ruguay y P a ragu ay... sien d o ésta una idea que
ha llevado a no pocas g ü e ñ a s ( CX
O, III, 3 1 -3 7 ).
ciudad capital, com o W ashington D O , debería alejarse de B uenos
Aires, hacia un sitio m ás central del territorio. S a rn ien to elig ió la
Martín García, una dim inuta isla infestada de m osqu itos ubicada en
el punto donde con flu yen los ríos Paraná y U ruguay. Sarm iento
nunca había estado allí, pero co m o M artín G arcía estaba cerca del
centro geográfico de su país im aginario, le p areció bien al verla en
el mapa. Una v ez m ás, esta propuesta queda ju stificad a m ediante
constantes referencias a los Estados U nidos 4 2 -53).
en palabras de B unklcy, es “típica d el p en sam ien to de Sarm iento.
Se trata de un plan con cebido d el principio al fin en abstracto. U n
proyecto intelectual, m u y alejado d e la realidad” (3 2 2 ). Argirópolis
también muestra hasta qué punto Sarm iento creía que el d estin o m ás
exaltado de la A rgentina era v o lv e rse una im agen de lo s E stados
Unidos al otro extrem o d el h em isferio.
Fue así que, aunque E cheverría, A lbcrdi y Sarm iento en co n ­
traron mucho que criticar en Europa y lo s E stados U n id os, cuando
llegó el m om ento de dar sustancia a sus d eclaracion es de in d e­
pendencia de la cultura europea y norteam ericana, n in gu no d e lo s
hombres del 37 recon oció gran co sa en la A rgen tin a q ue pudiera
definirse com o p ositivo y ú nico. D e h ech o , lo q ue era p ecu liar de
América, glorificado en e l am ericanism o d e A rtigas e H id algo, era
para ellos un obstáculo al progreso. T am p o co avizoraron ninguna
misión especial o p oten cial pecu liar para su país; bastaba con
transplantar Europa e im itar a lo s E stados U n id o s. E n co n secu en ­
cia, no puede sorprender que al p en sar una estructura para su
nueva Argentina, n o pudieran salir d e lo s m o d elo s ext'anjeros y
crear instituciones propias para el p aís. Entre lo s hom bres d el 3 7
y sus descendientes culturales, co m o su c ed ió co n sus an tece­
sores morenistas y rivadavianos, la im itación d e la cultura euro­
pea y norteamericana sig u ió sien d o se llo d e refinam iento. A ntes
que forjar una nueva identidad libre d e gu ías eu rop eas, la G e n e­
ración del 37 y su p rogen ie in telectu al en gran m ed id a sustituyó
una tutela cultural por otra; lo que había h ech o España ahora lo
hacían Francia, Inglaterra y lo s E stados U n id os. P or lo dem ás, las
letras argentinas en su corriente principal segu irían adorando a
Europa hasta el presente. En nin gú n tramo d el p en sam ien to argen-

179
treme a Europa

s s í s s a i 'S
pa sonaba a p reten cioso. Para lo s argentinos educados! s o n í
cultura. ’ 1
La reverencia d e la G en eración del 37 hacialaEuropadclm^
y los Estados U nidos contrasta agudam ente con su dcscnvoli^
para hacer a un lado a España. Para lo s hombres del 37, España Lt
la cuna de la barbarie, la hija atrasada de Europa, el pariente pobn¡
que conviene evitar a cualquier costo. U na actitud tan patricia
difícilmente podía construir una au toconfianza nacional. De hecho,
una de las corrientes in telectu ales m ás importantes de este siglo.el
movimiento de la hispanidad q ue em p ieza a comienzos ac sigloy
ñgura de modo prominente en la suba al poder del nactona isrno, i
estuvo apuntada esp ecíficam en te contra e l prejuicio anti isp co 1
de los liberales del siglo pasado. . n P,,rnrv. „
~ Pero, aunque lo s h om bres d el 37 m.raron a & « J » ! I
Norteamérica en busca de m odelos culturales, al pare .
como Mariano Moreno y lo s rivadavianos antes que ’
resto de América latina debía aprender d e la A rgén in . >
en Argirópolis,afirma que la Argentina está destina
Américalatina.aunqucmásnoseaporvirtuddesum > P
de origen europeo. Hasta A lberdi, por lo general más s
estas materias, proclam óala A rgentina lídernatural deSudan
En un panfleto escrito en 1847 para conm em orar la Revolución de
Mayo, titulado La República Argentina 37 después de su
Revolución de Mayo, escribió:

La República Argentina no tiene u n hom bre, un suceso, una


caída, una victoria, un acierto, un extravío en su vida de na­
ción, de que deba sentirse a v er g o n z a d a ... En todas épocas la
República Argentina aparece al frente d el m ovim iento de esta
América. En lo bueno y en lo m alo, su poder de iniciativa es
el mismo: cuando no se arremeda a su s libertadores, se imi­
ta a sus tiranos. En la revolu ción , el P lan de Moreno dala
vuelta a nuestro conrinenic. E n la guerra, S an Marlín enseñas
Bolívar el camino de A yacucho R iv ir iiu n * n , ‘ ,
el plan de sus mejoras e in n ovacion es “ S ’a A “ C
222-223.) cio n e s progresivas. (OC, 1U,

180
Alróidi llega a elogiar A R osas por unificar el país, "un mal y
\m remedio a la W'í‘\ y sugiero míe un dictador así podría ayudar a
otros A tad os sudamericanos en su evolución retrasada. Pero se
apresura a agregar que la grandeva de Rosas, por matizada que sea,
ooes suya propia, sino de la Argentina. "que desde los primeros días
de este siglo n m va dejo de hacerse espectable, por sus hombres y
persas hechos" fifi. ~~ó). A llvtxli matiza también su elogio de la
Argentina atribuyendo su grandeza a su poder de imitación: “Co­
mo la más próxima a la Europa fia Argentina) recibió más pronto el
indujo de sus ideas p rogresivas,,. (es el) futuro para los Estados
menos vecinos del manantial transatlántico de los progresos ame­
ricanos, lo que constituía el pasado de los Estados del Plata” (III,
233). En este sentido, la Argentina buscó ser una guía para América
latina, peto no com o fuerza destinada a cantbiarcl mundo, descartar
los viejos m étodos europeos y crear una nueva Jcrusalén en la que
todos los pueblos buscarían luz y saber. N o. Alberdi en 1847, com o
los rívadavianos, cree que Am érica latina debe seguir a la Argentina
porque la Argentina es una buena imitación.
En la confesada intención de la Generación del 37 de imitar y
recrear m odelos extranjeros, hay una profunda ironía, pues sus
escritos constituyen un notable testim onio de la creatividad argen­
tina (y latinoamericana), y una creatividad que desafía los m odelos
literarios e intelectuales europeos a cada frase. N o hay m ejor
ejemplo que e l Facundo de Sarmiento. S e han vertido mares de
tinta tratando de decidir si e l Facundo debe catalogarse bajo el ru­
bro historia, sociología, biografía, ensayo o alguna otra categoría
inventada para las letras europeas. D em asiado desconfiablc e
indocumentado para ser historia, dem asiado intuitivo para ser
sociología, dem asiado ficticio para ser biografía, y dem asiado
histórico, biográfico y so cio ló g ico para ser un ensayo, Facundo
crea su propia género. N o es m ás fácil etiquetar la orientación
ideológica del libro: los críticos, incluyendo algunos de la genera­
ción de Sarmiento, siguen pensando que es fundamen­
talmente una obra romántica. Aunque alguíros”clem cntos del libro
reflejan el im pulso rom ántico, especialm ente en la preferencia d el
autor por la prosa apasionada y la intuición personal por encim a
de los hechos com probables e s en otros aspectos esp e­
cíficamente antirromántico: encuentra en la tierra una fuente de
mal, desconfía antes que glorifica la tradición popular, convierte a
los hombres fuertes en tiranos antes que en héroes, y sus aspiracio­
nes son claramente internacionales, m ás que nacionales. En resu-

181
m c n , c o m o m u c h a lite r a tu r a la tin o a m e rica n a , que d e * ,»
c a s c o lo n ia le s e n a d e la n te s e h a a ten id o a sus propios
F acun do e x ig e u n a c o m p r e n s ió n n u e v a d e lo que c ü r s ¿
lite r a tu r a C o m o o b r a lite r a r ia , F acundo, del m ism o modo q * v
p u e b lo s m e s tiz o s q u e e l a u to r d ep lo ra b a , recoge como un ir­
lo s m a tic es v a ria d o s d e in f lu e n c ia eu rop ea y novedad am en i*
e n u na obra d e in m e n s a o r ig in a lid a d . En resumen, Facundo^'
in co n ce b ib le sin e l g e n io p e c u lia r d e Sarm iento y la com ¿¡
intrusión d el N u e v o M u n d o er o sio n a n d o los modelos
ta cio n a lcs d esa rro lla d o s e n E u rop a. Q u é ironía que un texto
la noved ad en el c a m p o d e l d is c u r s o literario deba denigrar*^
A rgentina au tó cto n a y p r e d ic a r u n a s u m isió n imitativa a
culturales extran jeros.
Pero m ás q u e o r ig in a l, F a cu n d o e s profètico, pues
aspectos m ás d is tin tiv o s d e la fic c ió n latinoamericana conterrà
ránea: co m o lo h a c e C ien a ñ o s d e so ld e d a d de García Márquez,
Facundo abrum a al le c to r c o n u na vertigin osa abundancia &
d etalles a través d e lo s c u a le s e l au tor pin ta en anchas pinccladisd
retrato de tod o un p u e b lo ; c o m o e n L o s p a s o s perdidos y El
las luces d e C arp cn ticr, F a cu n d o d e sc r ib e m arcos temporales sin­
crónicos que c o e x is te n e n la v id a p rim itiva de las pampas, el
esco la sticism o c o lo n ia l d e C ó r d o b a y la s pretensioncseuropcíz 2n!£s
de B uenos A ires, q u e sie m p r e s e h a co n sid era d o la París sudame­
ricana; co m o en La V o rá g in e d e J o s é E u stasio Rivera y Peáo
Páram o d e Juan R u lfo , F a c u n d o e v o c a la presencia corruptora e
ineludible d e la n atu raleza in d ó m ita ; c o m o en El otoño del pa­
triarca d e G arcía M á r q u ez , L a m u erte d e A rtem io Cruz de Carlos
Fuentes, E l seño r p r e sid e n te d e M ig u e l Á n g e l Asturias y Yo t!
supremo d e A u g u sto R o a B a s to s, F acun do explora la psicología
d e lo s ca u d illo s y s u s s e g u id o r e s , s e g ú n lo analiza agudamente
R oberto G o n zá lez E ch evarría e n su artícu lo “T h e Dictatorship oí
R hetoric / T h e R h etoric o f D icta to rsh ip : C arpentier, García Már­
q uez and R oa B a sto s” . L o s n a c io n a lista s d e h o y que denuncian a
Sarm iento co m o un im ita d o r a la b u sca d e m o d elo s extranjeros,
lo Icen d em asiad o litera lm e n te y n o cap tan las notables contra­
d icc io n es entre las c o n fe s a d a s in te n c io n e s sociop olfu cas de Sar­
m iento y el libro q u e e s c r ib ió en realid ad : m ientras Sarmien­
to predica la im itación en la e c o n o m ía y el gob iern o, escribe un
libro que burla to d o s lo s m o d e lo s extran jeros; mientras quiere
exp lícitam en te q u e la A rgen tin a se a c o m o lo s p a íses m ás orane*
sistas d e su tiem p o, su libro s e aparta claram en te del impSfO

182
romántico de sus contem poráneos; m ientras Facundo e s denun­
ciado aun hoy por los nacionalistas com o obra d e un cip ayo, el
libro anticipa los aspectos m ás origin ales d e la ficción latinoa­
mericana contem poránea. Si bien no p od em os ignorar ni la inten­
ción de Sam iiento ni el efecto que pudo tener su libro en lectores
literales, Facundo sigu e sien d o una obra de asom brosa y profètica
creatividad. Sin em bargo, aun con toda su originalidad, no puede
olvidarse este hecho lam entable: lo s hom bres del 37 en última
instanciase preocuparon m ás por recrear Europa en el C ono S urque
por desarrollar un país n uevo que m ezclara lo m ejor del V iejo y el
Nuevo Mundo.

Casi ninguno de lo s hom bres del 37 viviría para ver sus


ideas puestas en práctica. D e todos m od os, su com prensión de los
problemas del país y sus propuestas para resolver eso s proble­
mas serían, y seguirían siendo, ficcion es orientadoras del libera­
lismo argentino. A partir de la década de 1860, y esp ecialm en te
durante los años de bonanza argentina entre 1880 y 1915, lo s g o ­
biernos liberales persiguieron con uniform idad esen cial el pro­
blema enunciado por los hombres del 37: d om in io de una elite
ilustrada europeizante basada en B uenos Aires; intentos de co n s­
truir una sociedad a la europea en la Argentina; gob ierno aparen­
temente dem ocrático que en la realidad lim itaba el debate a la
elite, mediante el fraude si era necesario; econom ía de
confinada primordialmente a quienes tenían riqueza y p osición para
acceder al orden económ ico; un espectacular progreso material
promovido por las inversiones externas, endeudam iento y la co n si­
guiente pérdida de la soberanía nacional; y siem pre el desdén por los
pobres rurales y urbanos, reflejado en com p lejos intentos d e “m e­
jorar ’ la m ezcla étnica por infusión de inm igrantes del norte d e
Europa.
El juicio histórico de la G eneración del 37 e s m atizado. Hasta
la aparición de los historiadores revisionistas que pasaron a primer
plano en la década de 1930, parecía com o si los hom bres del 37
fueran a ocupar un puesto indiscutido de honor en el panteón de
héroes nacionales, en parte porque las primeras historias argentinas
fueron escritas de hecho por hombres asociados con la generación,
siendo Bartolomé Mitre y V icente Fidel López lo s m ás con ocid os.
Estas historias formaron posteriormente la base de textos escolares
que predicaron con éxito a los jó v en es argentinos las g lo n a s de los
próceras liberales. Pero ya en nuesiro sig lo el sentim iento nació-

183
n a lisla , a n tilibcral y a n tico lo n ia l, d e izquierda y de derecha h
desacreditado.sistemáticamente aloshombresdel 37,conSarmiém1
co m o b la n co prin cipal d e lo s ataques. El fervor antisarmicntino!
a lg u n o s Círculos lle g ó a ser tan rid ícu lo q ue en 1978 el gobiemori!
la p ro v in cia d e N cu q u én p roh ib ió la lectura de Sarmiento en ¿
e s c u e la s p ú b lica s.
, S ó lo e l p reju icio m ás c ie g o podría n egar que en la Genera-
c ió n d e l 37 h ay m u ch o q u e elo g ia r. T an to sus miembros como
[ su s su c e s o r e s id e o ló g ic o s d ia g n o stica ro n c o n inagotable energía
la “ barbarie” d el p aís, p en saron s o lu c io n e s , c hicieron todo lo
p o sib le por m eter a la A rgen tin a en lo s m o ld es “civilizados” con
lo s q u e soñaban. En el co m b a te co n la barbarie de los espacios
v a c ío s, usaron a lo s gau ch os para m alar in d ios, liberando así
vastas ex ten sio n es d e tierra q u e fu eron parceladas, cercadas con
alam bre de púa y d istrib u id as en parle a c o lo n o s , pero en mayor
m edida a lo s grandes esp ecu la d o re s d e B u en o s A ires. Para comba-
tir la barbarie de la d istan cia, atrajeron a in versores e ingenieros
extranjeros, en su m ayoría in g le se s, para que cruzaran el país
con líneas de telégrafo y con stru yeran e l m ejor sistem a ferrovia­
rio de A m érica latina. Para com b atir la barbarie de los caudillos
populistas in stitu yeron una p o lítica electo ra l q ue permitía el de­
bate y la e le c c ió n libre entre la elite, con servan d o el derecho de
“ intervenir” a llí d on d e “la arbitrariedad p op u lar” amenazara sus
planes. Para com b atir la barbarie d e la ign oran cia construyeron
literalm ente cien to s d e es c u e la s p ú b lica s en la s que ocuparon
p uestos lo s recién grad u ados de e s c u e la s n o rm a les, que le darían
a la A rgentina el porcentaje d e a lfa b e tism o m á s alto del conti­
nente. D e h ech o , lo s q u e h o y critica n a S arm iento probable­
m ente aprendieron a h acerlo e n la s e s c u e la s q u e él fundó. Para
com batir la barbarie d e la raza, in stitu y ero n p o lítica s que con el
tiem po atrajeron a m illo n e s d e in m ig r a n te s a la s costas argen­
tinas, aunque la m ayoría d e lo s r e cién lle g a d o s resultaron ser
italianos y e sp a ñ o le s en lu gar d e s u iz o s y ale m a n e s. Para com­
batir la barbarie d e la p o b r eza ex p a n d ie r o n la econom ía sem­
brando gran d es e x te n s io n e s d e tierra v ir g e n c o n trigo y sorgo,
a la v e z q u e abrían la s p uertas al c o m e r c io y la inversión, prin­
cipalm en te d e G ran B retaña. A u n q u e lo s p r in c ip a le s beneficiarios
de sus p o lítica s e c o n ó m ic a s fu eron terra ten ien tes, comerciantes y
abogados (y p or su p u esto in g le s e s ), lo s o b reros tam bién alcan­
zaron un n iv el d e v id a m ás a lto q u e s u s con trap artidas del resto
de A m érica latina. Para c o m b a tir la b arb arie d e lo s ejércitos popu-

184
listas, fundaron academias militares para profesionalizar las fuer­
zas armadas.
El éxito práctico de estos programas es tema de amplia
discusión, cuyo tratamiento excede los lím ites de este estudio. M is
pertinente a nuestro propósito es el legado ideológico que dejaron
los primeros liberales argentinos, gran parte del cual hoy parece
lamentable. En primer plano está la relativa modestia del objetivo
final, de la principal ficción orientadora: traer Europa al Cono Sur.
En lugar de crear algo bueno, de construir una nueva Jcrusalén que
fuera un faro para las naciones del mundo, se limitaron a tratar de
recrear Europa y Norteamérica en la Argentina, de ser un faro sólo
para el resto de Latinoamérica, no com o una idea nueva sino com o
una imitación afortunada. Quizás tres siglos de colonialism o, con
ojos vueltos a Europa, hicieron inevitable ese m odo de pensar. Pero
el resultado fue asfixiar la inventiva y recompensar la im itación, y
probablemente ahí esté la clave de la cualidad peculiar de reflejo
que tiene mucho de la alta cultura argentina, especialm ente en
Buenos Aires. Aun algunos de los aspectos más originales de la
cultura argentina (el folklore, el tango, las discretas subversiones
borgeanas de las premisas literarias y cognitivas de O ccidente)
fueron reconocidos en la Argentina sólo después de que hubieran
sido apreciados en Europa. -i
No menos dañina que la explícita recom endación de la G e­
neración del 37 de establecer Europa en A m érica, a m enudo a
expensas de un sentim iento de destino nacional, es una corriente en
sus escritos que podría describirse com o una metáfora subterránea
de malestar nacional, la idea de que el país está tan en fen n o que sólo
pueden funcionar con él las curas drásticas, ya sea la cirugía violenta
de erradicar porciones de la sociedad (indios, gauchos o “ subver­
sivos") o la inserción de tejido sano en forma de inmigrantes
extranjeros. Estas ideas probablemente subyacen a la predisposición
en la historia moderna argentina a aceptar cam bios radicales, desde
la reprcsiónmilitaral populism o m csiánico, com o hechos necesarios,
incluso naturales, para resolver problemas. Tam bién ha hecho de la
economía argentina la m ás sujeta a experim entos y manipula*, .on es
en el mundo, con resultados desastrosos. Cualquiera que sea el
viento que sople en doctrina económ ica, d esde Londres, C hicago o
París, encuentra en la A rgentina un inm ediato y bien d ispuesto
laboratorio.
Un corolario a la metáfora de la enferm edad e s la m etá­
fora de la incurabilidad. Cuando la G eneración del 37 exp lica e l

185
fracaso en términos de la tradición española, la raza y la
racial, sugieren que la enfermedad es un resultado inescap¿
del pasado, la tierra y la etnia. Si la enfermedad es incurable^
hay soluciones y nadie es culpable de lo que salga mal. Abuv ¿
representantes de este pensamiento entre los pensadores i¿
rales argentinos. En 1885, por ejemplo, Eugenio Cambaccj^
publicó En la san gre, una novela basada en ideas de da
mo social c inadecuación racial como explicación de los ¡¿
blcmas argentinos. En 1899, el doctor José M ana Ramos Mej^
llamado “ el padre de la psiquiatría argentina” , publicó un p ^
fleto supuestamente científico contra el carácter argentino, tita,
lado Las M asas A rgentinas: Un E stu d io d e P sicología Colecti­
va, donde postula que las clases bajas argentinas, nativas e inmi­
grantes se combinan para formar los g u a ra n g o s, término que
abarca lodo lo vulgar, chabacano e ignorante y, según Ramos
Mejía, inmejorable (véase Salcssi, “ La intuición del rumbo”,
69-71). En nuestro siglo, el adepto más importante de la me­
táfora de la enfermedad incurable sigue siendo el todavía in­
fluyente Ezcquicl Martínez Estrada, que en 1933 publicó/to-
diografía d e la p a m p a , libro en el que desarrolla de nuevo ideas
sarmicntinas de fallas congénitas en la tierra, la herencia culturaly
la raza que predestinan a la Argentina al fracaso. La gente en las
calles expresa el mismo sentimiento con la ubicua frase “ Este país
no tiene arreglo” .
Por últim o, la rígida polaridad de la retórica de la Gene­
ración del 37, especialmente en las irreductibles dualidades de
Sarmiento, dejaron un marco poco servicial para el debate por­
que impide toda media tinta o acuerdo. Los hombres del 37
describieron a su país en términos de oposiciones binarias: Es­
paña contra Europa, campo contra ciudad, absolutismo español
contra razón europea, razas oscuras contra razas blancas, catoli­
cismo de la Contrarreforma contra cristianism o ilustrado, hom­
bre del interior contra hombre del lito ra l, educación escolástica
contra educación técnica, y, como eslogan abarcador, Civiliza­
ción contra Barbarie. Aunque no faltaron en la Generación del 31
las voces piadosas reclamando la reconciliación, su sentimiento
del acuerdo productivo fue saboteado por el odio a Rosas y sus
seguidores de la clase baja, hecho que inevitablemente militó
contra la retórica inclusiva. Cuando un lado es tan correcto y el
otro tan erróneo, el acuerdo y la inclusión se vuelven sinóni­
mos de renuncia y pecado. Hasta A lb e rd i, el más conciliador del

186
grupo, cae con frecuencia en una retórica que divide en lugar de
sintetizar, lo que implica que las soluciones sólo pueden venir de
la eliminación de una de las partes para que sobreviva la otra.
Los hombres del 37 describieron la división. En un sentido real,
la división sigue siendo su legado más influyente y menos afor­
tunado.

187
Capítulo 7

Alberdi y Sarmiento: El abismo quecrece

M ie n tra s Rosas estuvo en el po d e r, lo s h om bres del 37 scmaniu-


v ie ro n u nidos en la causa co m ú n c o n tra e l d ictador. Con su caída,
esta u n ió n en la o p o s ic ió n se d is o lv ió . L a manifestación más
im portante de la quiebra id e o ló g ic a es e l debate entre Sarmicntoy
A lb e rd i, debate que toca puntos de im p o rta n c ia fundamental enlas
ficciones conductoras de la A rg e n tin a . C o m o el debate surge delos
hechos p o lític o s del m o m ento , en este c a p ítu lo examinaremos la
caída del d icta d o r, los p rim e ro s g o b ie rn o s que le sucedieron, y
después los detalles de la p o lé m ic a A lb crd i-S a rm ic n to .

En 1849, Rosas parecía m a n te n e r un c o n tro l finne del poder.


La legislatura p ro v in c ia l de B uenos A ire s acababa de rcconfinnar
su títu lo de gobernador, tras otra de las rutinarias y tcatrás
(enuncias que é l presentaba; franceses c ingleses no te n ía n más
rem edio que m o stra r respeto p o r q u ie n había soportado el bloqueo
y m antenido el orden en un país desordenado; las conspiraciones de
los exilia d o s u n ita rio s no parecían p o d e r resultar en nada, y los
caudillos p ro vin c ia le s tam bié n parecían aplacados. Pero tres pro­
blemas internos m ilita b a n con tra un fe liz desenlace de la historiado
Rosas. P rim ero, Rosas, que ya tenía c in cu e n ta y cinco años, parecía
aburrido de m antener la d is c ip lin a y la in trig a en que se sustentaba
su poder. Segundo, la co rru p c ió n , el fa v o ritis m o y el nepotism o
estaban saliéndose de cauce, aun d entro de las normas im puestas
por Rosas. Y tercero, enfrentaba el perenne problema de los
gobiernos personalistas: la sucesión. S in Rosas no habría rosten
Sus hijos no m ostraban interés en la p o lític a , y como R o s a s había
elim inado sistem áticam ente a sus allegados talentosos, para suprimir
rivales potenciales, no había heredero a la v ista dentro del gobierno.

188
Siempre magistral en el despliegue de gestos, Rosas se ocupó de
mantener su fachada vigorosa renovando sus reclamos sobre el
Uruguay y el Paraguay. Pero estas medidas lograron poco, ya que
hasta sus partidarios estaban cansados del gasto y las conscripciones
forzadas de la guerra.
Además de la decadencia interna del rosismo, los años 1849-
1850 vieron nuevos movimientos por la autonomía en el interior,
cuando algunas provincias federalistas admitieron en voz alta que
el supuesto federalismo de Rosas no era más que una máscara de la
hegemonía porteña. Las primeras grietas del edificio resista se
hicieron visibles cuando Angel Vicente Peñaloza, caudillo de La
Rioja, y Justo José de Urquiza, caudillo de la próspera Entre Ríos,
sumaron a su ritual apoyo a la reelección de Rosas un pedido de
reorganización nacional bajo gobierno constitucional, palabras que
Rosas consideraba antitéticas a su estilo personalista. Volvía a la
superficie, además, el resentimiento por el monopolio aduanero de
Buenos Aires, sobre todo en el litoral, un área potencialmentc tan
rica como Buenos Aires. Al mismo tiempo, las nuevas industrias ,
derivadas de la lana habían atraído a inmigrantes vascos, gallegos
c irlandeses, quienes, a diferencia de los estancieros y los peones
criollos, no sintieron una lealtad automática hacia Rosas (Scobie,
La lucha, 19).
No obstante, el resentimiento provinciano no bastó para sa­
cudir al dictador. El golpe adicional que se necesitaba para ello
vino en octubre de 1850, cuando Brasil, cansado de la intromisión
de Rosas en el Uruguay y su rechazo a permitir la libre navegación
del Río Paraná, rompió con Buenos Aires y formó una alianza con
el Paraguay. En Entre Ríos, Urquiza, alentado por la acción del
Brasil, sorprendió a todo el mundo rechazando renovar su pacto
con Rosas y entrando en acuerdos con el Brasil y el Uruguay..,
Poco después se rebelaba contra Rosas colaborando con el Brasil
en la remoción del gobierno uruguayo, favorable a Rosas. La
defección de Urquiza fue un golpe importante para Rosas. Pues
no sólo el caudillo de Entre Ríos era el más poderoso y respetado
de los líderes provinciales; también disponía de un gran ejército
que había sido equipado por el mismo Rosas como contención
de los exiliados unitarios en el Uruguay. Sabiendo que el conflicto
con Rosas era inevitable, Urquiza siguió sumando tropas hasta
llegara los veinticuatro mil hombres, incluyendo diez mil de sus
propios soldados y otros catorce mil voluntarios de otras pro­
vincias, Buenos Aires, Brasil y la comunidad de exiliados en el

189
U ru gu a y. Fue el ejército más grande reunido nunca en sue)
merícano. e°$i%
Los intelectuales unitarios, in clu id o Sarmiento, corn
unirse a la campaña de Urquiza. Pero la alianza que form an5
incómoda, desde el punto de vista unitario, pues UrquizJí5'3
colaborado demasiado tiem po con Rosas y estaba demas’ 3
identificado con los demás caudillos como para que pU(¿a(l0
confiar en él. Sarmiento en especial se llevó mal con el caud?
cntrerriano. Ya irritado porque U rquiza no hubiera hecho dc!°
A r g ir ó p o lis el catecismo de la nueva Argentina, Sarmiento q j!
más desanimado cuando U rquiza lo nombró cronista oficial dejg
campaña, sin darle mando de tropas. Aunque Sarmiento no tenía
experiencia m ilitar, creía que sus campañas periodísticas contra
Rosas le daban títulos para aspirar a una m ayor gloria en la lucha
m ilita r contra el dictador.
Los ejércitos de Rosas y U rquiza chocaron en Caseros, cerca
de Buenos Aíres, el 3 de febrero de 1852. Aunque militarmente
habría sido más correcto que Rosas fuera a esperar a las tropas de
Urquiza lejos de la ciudad, la baja m oral de sus hombres le impidió
mandarlos lejos, donde no pudiera vigilarlos. Los hombres de
Urquiza, con ayuda de soldados brasileños, derrotaron alas hiera
de Rosas en menos de medio día. Temiendo por su vida, Rosas
redactó una precipitada renuncia a la Legislatura, se disfrazó de
gaucho y huyó a la casa del encargado de negocios inglés, capitán
Robert Gore. De ahí, él y su fa m ilia fueron transferidos al
C on flict para su viaje al exilio. Rosas se instaló en Inglaterra en una
pequeña granja cerca de Southampton, donde pasó su vejez en la
soledad y la autocompasión. Hubo resistas, sobre todo entre las
clases populares, que siguieron siéndole fieles, pero la mayoría de
sus seguidores ricos, incluyendo a su prim o Nicolás de Anchore-
na, se apresuraron a hacer las paces con los nuevos gobernantes,
demostrando una vez más que el dinero, y no los principios, erasa
preocupación m ayor (Scbreli, A p o g e o , 203-206). Irónicamente.
Urquiza se v o lvió el principal defensor de Rosas en la Argentina. N°
sólo trató (inútilm ente) de proteger la propiedad de Rosas contra
confiscación; también le envió al exiliado dinero para su man#11
ción (Lynch, 341-343). e
Urquiza también sorprendió a sus detractores mostráno^
como un político sensato y pragm ático, dedicado a mantener
orden mientras unificaba el país bajo una Constitución. Aund
algunos resistas fueron ejecutados y otros fueron desterrad01

190
Urqui/a se las arregló para impedir la marea de lerruilMnto que
podría haber cubierto al país, y envió a sus mejores soldarlos en
ayudado la policía porten» para Impedir saqueos íScoble.^r In c lu í,
23). Además, sabiendo que nhigón gobierno nnclonnl podía triunfar
sin la cooperación de los gobiernos provinciales y sus caudillos, se
identificó con la causa ríe los derechos iguales para las ptovlncias,
y dio a entender que bt\jo su gobierno no habí fu purgas, lio una
palabra, lo que ofrecía era un federalismo real para remplazar el
simulacro porteño que había sido el resismo.
Estas concesiones no les cayeron bien a muchos unitarios,
incluido Sarmiento, que quería hacer tabla rasa con todos los
colaboradores de Rosas. Ya descontento porque Urqui/a no hu-
i biera querido darle un papel más importante en el nuevo go*
bienio, Sarmiento se indignó porque Urqui/.a y sus seguidores
siguieran usando la insignia roja del federalismo. Con el tiem­
po, Sarmiento le presentó una condolida renuncia a su cargo a
Urquiza, no sin reprocharle haber disipado "toda la gloria que
por un momento se había reunido en torno de su nombre" ( ,
XIV, 59). Con su vanidad herida, se embarcó para el Brasil a
fines de febrero de 1852, donde inmediatamente lanzó su campa­
ña contra "el nuevo Rosas". Fue también durante este exilio que
tomaron forma las ambiciones presidenciales de Sarmiento. Sin
el menor rastro de modestia, instruyó a su confidente y partidario
Juan Posse: "Preséntame siempre como el campeón de las provin­
cias en Buenos Aires; y como el provinciano aceptado por Bue­
nos Aires y las provincias, vínico nombre argentino aceptado y
estimado de todos: del gobierno de Chile, del de Brasil, con quien
estoy unido en est recita relación, del Ejérci to, de los federales, de los
unitarios, fundador de la política de fusión de los partidos, como
resulta de todos mis escritos" (citado en Bunkley, 3(X)). De esta
estrategia surgió el lema con que el mismo Sarmiento se definió:
"Provinciano en Buenos Aires, porteño en las provincias", título del
libro de autopublicidad que escribió varios años después (OC, vol.
XVI). Tras una cotia estada en Río de Janeiro, Sarmiento partió a
Santiago de Chile, desde donde seguiría luchando contra "el nue­
vo Rosas".
Para Urquiza, lograr algo parecido a un gobierno de orden era
infinitamente más urgente que atenderá la sensibilidad de Sarmiento.
Para aplacar los temores porte ños de que era un bárbaro provinciano
dispuesto a imponer la ley gaucha sobre la culta capital, asumió el
lema "Ni vencedores ni vencidos", y preclamó una amnistía ge-

191
n e ra l co n “ con fra te rn id a d y fu sió n de todos lo s partidos” (citadocq
B osch, U r q u iz a y s u ,tiem
o227). N o m b ró un gobiern
p
in te rin o que, fie l a su o b je tivo de re co n c ilia c ió n , incluyó a Valentín
A ls in a , al que el histo ria d o r James R. S co b ic considera “ pertcnc.
cíente a la antigua escuela rivadaviana p a rtid a ria a cualquier costo
de la suprem acía de Buenos A ire s ” (L a lu c h a , 28). Para resolverlos
problem as más graves de la redacción de una constitución nacional,
U rq u iz a nom bró un com ité de d irigentes porteños, provincianos,
federales y unitarios para que decidieran las condiciones de reunión
de una convención constituyente, y p revieran el gobierno nacional
inte rin o . De este com ité surgió el Pacto de San Nicolás, del 31 de
m ayo de 1852, que estipuló que una co n ve n ció n consistente de dos
representantes decadaprovincia redactaría una constitución nacional
que sería ratificada posteriorm ente p o r las legislaturas provinciales,
que la ciudad de Buenos A ires sería la C apital Federal de toda la
Argentina, y no sólo de la p ro vin c ia de Buenos Aires, que los
ingresos aduaneros del puerto serían en consecuencia parte del
tesoro federal y no provincial, y que U rq u iza tendría plenos poderes
para mantener el orden hasta que pudiera establecerse un gobierno
> constitucional: medidas m uy sim ilares alas intentadas por Rivadavia
en 1826 y recomendadas p o s te rio rm e n te p o r Sarmiento en
Argirópolis (Bosch, 248-250; M ayer, A Iberdiy su tiempo, 412-413).
En palabras de Scobie, “ E l acuerdo no constituía una amenaza de
dictadura, sino que era un paso necesario para asegurar el orden
mientras estaba en marcha el proceso de la organización nacional"
_ (Lalucha, 47).
Pese a lo razonable del Pacto, los porteños intransigentes se
negaron a aceptarlo. Los lideraba B artolom é M itre , un nombre
nuevo en la política argentina, h isto ria d o r y creador fundamental de
ficciones orientadoras en la A rg e n tin a (lo que será tema del capítulo
siguiente). Desde su asiento en la Le g isla tu ra provincial, y a través
de su diario recién adquirido, L o s D e b a te s , M itre lanzó una estentórea
campaña contra el Pacto de San N icolás, afirm ando que éste le daba
a Urquiza “ poderes dictatoriales, irresponsables, despóticos y ar­
bitrarios” , con los que “ hemos sido despojados de nuestros tesoros"
(citado en Mayer, A lb e r d iy su tiempo,4 1 1 ,4 2 7 ). De hecho, Urquiza
alentó el debate legislativo y la libertad de prensa. Aunque llegado
a un punto, exhausto por las chicanas porteñas, disolvió el congreso
provincial y llam ó a nuevas elecciones; en ningún momento (laqueó
en su apoyo al gobierno constitucional y democrático. Aunque no
podía decirse que éste fuera el com portam iento de un déspota, los
192
maques de Milrc se hicieron cada vez más veliem cn les, apelando al
cspfrllucxclusivlsla portoftoqiicsicmprc había resistido acom partir
el poder y los ingresos aduaneros.
Algunos dirigentes porteños míís sensatos, com o Juan M aría
Gutiérrez y Vicente Fidel López, se manifestaron caballerosam en­
te a favor del Pacto. López, en particular, se opuso a la mayoría de
los legisladores de su provincia al decir:

Yo concibo muy bien cuánto eco deben encontrar entre n o so ­


tros los que se proponen lisonjear las pasiones provinciales, y
los celos locales: pero señores, por lo m ism o m e levanto m ás
alto contra ellos, y no quiero tener otro interés que la N a c ió n ...
¡Amo como el que más al pueblo de Buenos A ires, en donde
lie nacido! Pero alzo mi voz también para decir que mi patria
es la República Argentina y no Buenos Aires. (Citado en
Cltiaramonlc, Nacionalismo y liberalismo, 122-123.)

Pese a tales esfuerzos, m enos de tres sem anas después de la


finita del Pacto, la provincia de Buenos A ires, bajo liderazgo de
Mitre, lo rechazaba. La mayoría de los porteños, cualquiera fu ese
su persuasión política, cerró filas tras él, incluyendo a lo s uni­
tarios liberales que volvían del exilio, y secu aces de R osas com o
Nicolás de Anchorcna. El 11 de septiembre de 1852, los rebel­
des porteños, bajo la dirección de Mitre y V alentín A lsina, mar­
charon contra Urquiza. La rebelión triunfó, al m enos por el m o ­
mento,no porcl podcrm ilitardclos porteños, sino porque U rquiza,
todavía con la esperanza de atraer a la provincia rebelde a un
gobierno de unidad nacional, se negó a aplastarlos (B osch , 2 6 7 -
270). La retirada voluntaria de Urquiza, sin em bargo, no le im p i­
dió a Mitre editorializar con inconducente elocu en cia en e l diario
El Nacional:

Reinstalada en el goce de su soberanía provincial y reivindica­


dos sus derechos conculcados, la provincia de B uenos A ires se
ha puesto de pie, con espada en mano, dispuesta a repeler toda
agresión, a sostener todo m ovim iento en favor de la libertad,
acombatirtodatiranía, a aceptar toda cooperación y aconcurrir
con todas las fuerzas del triunfo a la grande obra de la
Organización Nacional. (£ / N21
, de septi
1852,62.)

193
Estas frases grandilocu en tes tenían p o co que ver con
hechos. El "triunfo” de B u en o s A ires se debía principalmente J
deseo de Urquiza de evitar e l derram am iento de sangre. Urquj/j
seguía creyendo que, dando un buen ejem p lo , podía poner a los
obstinados porteños de su lado. En e sto se equivocaba. Con el retiro
de Urquiza, B uenos A ires v o lv ía a ser una nación aparte, E|
autonomista A lsina fue nom brado gobernador de la provincia y
Mitre fue su ministro de G obierno y de A suntos Externos, confir­
mando así la afirmación de M itre d e que lo s porteños “concurrirían
con todas sus fuerzas" só lo d espués de que hubieran organizado la
Nación en sus propios térm inos.
Pese a la secesión de B u en os A ires, Urquiza reunió un Con­
greso Constituyente en Santa Fe a fines de 1852. En su discurso
inaugural, Urquiza declaraba: "Porque am o al pueblo de Buenos
Aires me duelo de la ausencia de sus representantes en este re­
cinto. Pero su ausencia no quiere representar un apartamiento para
siempre, es un accidente transitorio. La geografía, la historia, los
pactos, vinculan a Buenos Aires al resto de la nación. Ni ella pue­
de subsistir sin sus hermanas ni sus hcim anas sin ella. En la ban­
dera argentina hay espacio para más de catorce estrellas, pero no
puede eclipsarse una sola” (citado en U rq u iza y su , 49). La
Constitución quedó completada en 1853, bajo la considerable
inspiración de B ases y puntos de , de Alberdi, aunque éste,
todavía en Chile, no escribió una palabra del texto constitucional
propiamente dicho. Ratificado por todas las provincias salvo Bue­
nos Aires, la Constitución de inm ediato se volvió la ley del país,
Urquiza fue elegido el primer presidente constitucional, y la ca­
pital federal fue ubicada provisoriamente en Paraná, capital de
Entre Ríos.
D esde Paraná, U rquiza trató h o n e sta m e n te d e organizar una
sociedad progresista. Pasó por en cim a d e l gobierno porteño al
obtener el reconocim iento o fic ia l d e Inglaterra, Francia y los
Estados U nidos, y estab leció un puerto alternativo a Buenos Aires
en Rosario. Inició un programa a m b ic io so para mejorar los trans­
portes en el interior, fundó un sistem a d e e sc u e la pública, y trató de
imitar algunas de las in stitu cion es cu ltu rales d e Buenos Aires,
Además de ello, en vió a A lberdi a lo s E stad os U nidos y Europa
como su embajador p lenipotenciario, para asegurar apoyo exterior
y conseguir los m uy n ecesarios créd itos externos. Pero la economía
militó contra su programa, y e l gob ierno d e Paraná se hundió en un
endeudamiento cada v ez m ayor. Sjn las rentas de la provincia mds

194
rica, no tardó en hacerse evidente que ningú n gobierno podría salir
adelante. A dem ás, en la m edida en que el gobierno central perdía
credibilidad por falta de fon dos, lo s cau d illos provinciales se veían
tentados por la campaña incesante d el gobierno porteño por arre­
batárselos a Urquiza (S co b ie, La lucha, 6 3 -75)
En contraste. B u en os A ires se em barcó en un período de
construcción que recuerda el período rivadaviano, con escu elas,
teatros, bibliotecas v socied ad es literarias. El gobierno de Buenos
Aires también nom bró a M ariano Balcarce, yerno de San Martín,
como embajador en Europa, d on d een su campaña porla legitim ación
se cruzó m ás de una v ez con A lberdi. Pero, lo m ás importante, con
sujtgricultura va desarrollada y con el control del principal puerto
del país, y las rentas aduaneras, la provincia de Buenos Aires no
carecía de dinero. En con secu en cia, p ese a lo s traspiés en el cam po
internacional, no tardó en hacerse evidente que B uenos A ires podía
vivir más fácilm ente sin las provincias que viceversa. Por lo dem ás,
Buenos Aires nunca ce só en sus reclam os y conspiraciones contra
el gobierno de Paraná. C om o editorializaba M itre en El Nacional,
pese al hecho de que trece d e las catorce provincias apoyaban a
Urquiza, B uenos A ires todavía tenía el “derecho de actuar com o
rectora nacional” (citado en S cob ie, La lucha, 126). En su con sti­
tución provincial, ratificada en 1854, B u en os A ires se arrogaba
autoridad sobre el con greso n acion al, sosteniendo que “ B u en os
Aires es un estado con e l libre ejercicio d e su soberanía interior y
exterior, mientras no la d eleg u e expresam ente en un gobierno
federal” (citado en S cob ie, La lucha,127). C on políticas com o
no es sorprendente que la recon ciliación entre B u en os A ires y las
provincias fuera p osib le só lo en lo s térm inos dictados por B u en os
Aires.
El período 185 2 -1 8 5 4 fu e, en ton ces, de una im portancia
decisiva en la historia argentina. V io la derrota d e R osas, la
ascensión de U rquiza a la p reem in en cia, e l Pacto de San N ico lá s, la^
secesión de Buenos A ires d e la R ep úb lica, la con ven ción co n sti­
tucional de U rq uizacon las otras trece provincias, y el establecim iento
de dos gobiernos federales, u no en Paraná y otro en B u en os A ires,
ambos con reclam os sobre e l resto del país. T am bién fu e un año
importante en la e v o lu ció n in telectual argentina. En O tile, Sarm iento
y Alberdi se trenzaron en un debate p ú b lico sobre tem as d e im ­
portancia trascendental en e l con cep to d e la nación, m ientras en
Buenos Aires M itre s e afirm aba co m o e l principal p olem ista y
pensador político. E n e l resto d e este capítulo exam inarem os e l

195
debate Alberdi-Sarmiento; en el siguiente, hablaremos de Mitre
la invención de la historia argentina. *

E l c o n flicto A lberd i-S arm ien to se in ic ió a mediados de 1852


p o c o d esp u és de que Sarm iento v o lv ie r a a C hile, donde Alberdí
hab ía perm anecido durante la cam pañ a d e U rquiza contra Rosas.
C o n ocien d o la influencia d e A lb erd i, S arm iento sintió el deber de
m antener al taciturno p ensador tu cu m a n o le jo s del gobierno
d e U rquiza. A unque Alberdi co m b a tió ju n to a otros miembros de
la G eneración del 37 contra R o sa s, lo s unitarios puristas siem­
pre habían sospechado de é l por v erlo b lan d o con los caudillos,
M uchos recordaban el fam oso F ra g m e n to escrito en 1837, estu­
diado aquí en el capítulo 5, en e l qu e afirm aba que Rosas estaba
destinado a jugar un papel hi stòrico en e l desarrollo de una Argentina
orgánica, ya que el dictador co n to d o s su s d e fe c to s representaba una
transición necesaria entre una n a ció n inform e y primitiva y una
moderna república dem ocrática. D e v u elta en 1847, en un famoso
panfleto titulado L a R e p ú b lic a A rg e n tin a 3 7 añ o s después de su
R evo lu ció n de M a yo , Alberdi d ecía que R o sa s y los caudillos eran
factores que no debían ser ex clu id o s d e la ecu ación argentina (OC,
III, 229-242). A l parecer a R osas le había agradado tanto este
panfleto que había invitado a A lberdi a v o lv e r a la Argentina y
trabajar con el régimen, invitación que Alberdi declinó (Lynch,
307). Aun así, aunque lo sospechaba de sim patía porci caudillismo,
Sarmiento consideró crucial ganar e l apoyo de Alberdi para los
porteños. Alberdi y Sarmiento nunca se habían llevado bien, pero
antes del conflicto Urquiza-M itrc sus desacuerdos habían sido más
académicos que prácticos. Esta v e z, en cam bio, hubo cuestiones
políticas reales de por m edio. La m ás seria era la existencia de un
gobierno secesionista en B uenos A ires que necesitaba legitimación
ideológica.
Para c o n v e n c e r a A lb erd i, S a r m ie n to trató al principio de
atraerlo, elo g ia n d o a su in trovertid o c o n tem p o rá n eo por el libro
recién p u b licad o, B a ses ,al q u e lla m ó “ e l D e c á lo
A lberdi resp on d ió en v ia n d o eje m p la r e s d e su libro al congreso
con stitu yen te d e U rquiza. C o n S a rm ie n to e n una finca en Yungay
y Alberdi en V alparaíso, s e in ic ió un in tercam b io d e correspondencia.
Sarm iento trató d e v o lv e r a A lb erd i co n tra U rquiza, mientras
A lberdi recom en dab a espíritu p rá ctico y p a c ie n c ia , con la esperanza
de m antener atem perado el fa m o s o carácter d e Sarmiento. La
ruptura abierta co m e n z ó el 16 d e a g o s to d e 1 8 5 2 , cuando Alberdi y

196
varios amigos favorables a Urquiza formaron El Club Constitucional
de Valparaíso, un grupo de discusión de argentinos exiliados que
usó la organización para oficializar su apoyo a Urquiza. Sabiendo
de la hostilidad de Sarmiento hacia Urquiza, para no mencionar sus
modales polémicos, el club resolvió no invitarlo a participar (Maycr,
Alberdiysu tiempo, 433-437). La noticia de la formación del club
de Alberdiyla revuelta de Mitre contraUrquiza el 11 de septiembre
le llegaron a Sarmiento casi al m ism o tiempo. Furioso con Albcrdi,
Sarmiento no tardó en organizar su propio club, el Club de Santiago,
para apoyar a Buenos Aires y los mitristas. Sus miembros eran en
su mayoría viejos exiliados porteños demasiado débiles para volver
a Buenos Aires. En una carta fechada el 14 de noviembre de 1852
a Félix Frías, Alberdi se refirió al club de Sarmiento com o una
organización de “momias respetables” (citado en Maycr, Alberdi y
su tiempo, 439). Ciego de furia, Sarmiento redactó de prisa tres
panfletos: una carta abierta a Urquiza llamada “Carta de Y ungay”,
el \Qde octubre de 1852; un largo artículo periodístico evaluando
el Pacto de San Nicolás, fechado el 26 de octubre; y un folleto
exaltando la contribución de los nativos de San Juan (provincia
natal de Sarmiento) a la construcción de la Argentina. Aunque se
publicaron en periódicos chilenos, los panfletos estaban dirigidos a
un lector en particular: Juan Bautista Alberdi.
La “Carta de Yungay” despliega lo peor del Sarmiento m ás
irritable e insultante. Para sugerir que Urquiza no es m ás que un
caudillo localista, y no un líder nacional, Sarmiento dirige la m isiva
al “General de Entre R íos”, a continuación de lo cual transcribe una
cita d eFacundocon la que Sarmiento solía defenderse cuando se lo
acusaba de intolerancia: “Entre lo s mazorqueros m ism os hay, bajo
las exterioridades del crimen, virtudes que un día deberían pre­
miarse”. Habiéndole asegurado de este m odo a Urquiza que podía
tener algunas cualidades redimibles, Sarmiento n iega cualquier
intento de conciliación preguntando: “ ¿Cóm o disim ularse que su
vida pública anterior requerirá la indulgencia de la historia?” ( ,
XV, 23). Sarmiento al parecer considera con ciliatorio e s e estilo. Lo
que sigue es una falsa acusación tras otra. A cusa a Urquiza de haber
formado el gobierno con “la servidumbre d om éstica” (2 4 ), p ese a
los intentosde Urquiza de incluir unitarios, federales y representantes
de todas las provincias, hasta de B u en os A ires, en la con ven ción
constitucional. Lo critica porno escucharlos consejos de “publicistas
patriotas” que podnan haberlo ayudado a evitar e l error (2 5 ). E n
especial,ledicequcdeberíahaberescuchado al

197
q«c no era otro que Sarm iento mism o (47-49). Concluye llamand
a U iqui/a "un hombre perdido, sin rehabilitación posible", y í
asegura que su único motivo para escribir la “Carta de Yunga/'c¡
“decir la verdad por entero, sin cortapisas, la verdad como scdic¿
cuando tenem os a Dios por testigo en el cielo". Un motivo más
probable aparece una frase después, cuando lamenta que ios
acontecim ientos recientes en la Argentina “me han hecho el
gravísimo mal de forzarme a renunciara mi porvenir”, a loque sigue
la am enaza de adoptar definitivamente la ciudadanía chilcna.cn
caso de que Urquiza no le hiciera caso (51-52). Seguramente
Urquiza habría visto con alivio el cumplimiento de esta amenaza,
Los otros dos panfletos. C onvención d e San N icolás de los Arroyos
y San Juan, sus hom bres y sus a ccio n es en la regeneración
argentina, no agregan nada nuevo a la “ Carta de Yungay". El
primero se limita a repetir la posición portefía de que la provincia
m is populosa debería tener una cantidad proporcional de repre­
sentantes, lo que le habría dado a Buenos Aires el control absoluto
de la convención. El segundo ataca a la convención constituycntcdc
Santa Fe por varios motivos, el principal, que los mejores hombres
de la Argentina, de los que Sarmiento se consideraba uno, no eran
parte de ella.
El intento más directo de Sarmiento de comprometer a Alberdi
en un debate, y su ataque más virulento contra Urquiza, es un libro
titulado Cam paña en e l ejército g ra n d e d e Su d , publicado
en varias versiones a fines de 1852.' Escrito de apuro, la
es ostensiblemente una historia de la cam paña de Urquiza contra
Rosas, Pero de hecho es una confusa narración tomada de tres fuente
principales. La primera son los boletines oficiales de guerra que
Sarmiento publicaba para su distribución entro los soldados cuando
viajaba con el ejército. La segunda fuente son sus cartas y diarios
personales en los que registraba sus desacuerdos privados con
Urquiza, a menudo en clara contradicción con los elogiosos bole-1

1La fecha exacta de publicación es difícil de decidir ya que diferentes partes


del libro fueron impresas con semanas de diferencia en Río de Janeiro, Santiago
de Chile y Buenos Aires. La primera parte apareció en Río en 1852, poco despulís
del fin de la compaña. Secciones adicionales aparecieron casi simultáneamente en
periódicos de Santiago de Chile y Buenos Aires durante diciembre del mismo año.
El volumen en las Obras Completas incluye cartas y artículos pertinentes al pe­
ríodo que no aparecieron en la versión de 1852. Como resultado, no sólo la fecha
de publicación es imposible de afirmar; tampoco hay un texto “original”.

198
tiñes que estaba publicando oficialmente. Y por último el libro
incluye material nuevo agregado en Chile, consistente en su mayoría
en inflexibles ataques contra Urquiza. Con característica tenacidad,
Sarmiento le dedica el libro a Albcrdi, con la sugerencia de que los
soldados de sillón (como Alberdi) deberían respetar la opinión de
gente más informada (como Sarmiento) quien realmente participó
en la campaña ( CXIV,
O , 78-81). Aunque en la superficie el libro
es una historia del triunfo de Urquiza sobre Rosas, en realidad es un
furibundo ataque al caudillo entrerriano, motivado sobre todo por
el resentimiento de Sarmiento al verse excluido del poder. Estos
motivos se hacen claros en el último capítulo, cuando escribe que
“he querido con (esta) narración mostrar el origen de las ideas que
en diversos escritos he emitido, contra la utilidad, justicia y nece­
sidad de levantar de nuevo al general Urquiza. He querido, sobre
todo, disipar las perversas preocupaciones que hombres mal in­
formados, por favorecer a Urquiza, amontonan contra Buenos
A ires...” (353).
Para realizar estos fines, Sarmiento presenta a Urquiza como
“un hombre dotado de cualidades ningunas, ni buenas ni malas, sin
elevación moral com o sin bajeza... [sin] ningún signo de astucia, de
energía, de sutileza” (125). M ás adelante es retratado como “un
pobre paisano sin educación”, cuyo gran ejército es poco más que
un “levantamiento en masa de paisanos” (221). Una y otra vez se
refiere a los gauchos que componen el ejército de Urquiza como
“gente de chiripá y mugrienta, que no tenía ni listas de sus cuerpos,
ni podía hablar dos palabras en orden” (221 ). Cuando no está
atacando a Urquiza y ridiculizando a sus seguidores, Sarmiento no
pierde oportunidad de elogiarse a sí mismo y magnificar su con­
tribución a la caída de R osas. D e hecho, la autoexaltación de
Sarmiento termina haciendo autobiográfico al libro. El siguiente
pasaje es representativo:

Por lo que a m í respecta, pues ya sabía quien yo era, traje a la


memoria, al volver de m i trascuerdo, que, dejando atrás
familia y cuidados de fortuna, en busca de una patria libre y
culta, por quince años de destierro suspirada, había costeado el
Atlántico y el P acífico, remontado el majestuoso Uruguay y el
fecundizante Paraná; atravesado las provincias argentinas
Entre R íos y Santa Fe; visitado las capitales Montevideo y
Buenos Aires; batídom e en mar y en tierra; y, viajando y
combatiendo, soportado rudas fatigas, y gozado de emociones

199
profundas; pensando, escrib ien d o y vivien do de la vida feh •
del en tu siasm o y de la lucha. ( , X IV , 63-64.) Dtlt

S egú n el propio Sarm iento, su gloria com o escritor rivalizab


co n la de Urquiza. “ Es natural que yo, co m o escritor muy conocido
m u y odiado y perseguido por R o sa s”, observa, y no de pasada
“debía ser un objeto de curiosidad, p or lo m en os en Buenos Aires,,,
y no era raro que se reuniese en tom o m ío un grupo igual de gentes
que las que rodeaban al general” (2 4 7 ). E n cierto momento Urquiza
se irritó tanto con las bravuconadas d e Sarm iento que le escribióun
breve recordatorio d icién dole q ue “las prensas han estado gritando
en C hile y otros lugares durante m u ch os años, y hasta ahora Juan
M anuel de R osas no se ha asustado” (citado en Bunkley, 339),
Especialm ente revelador del en tu siasm o de Sarmiento por sí
m ism o es su relato de la única entrevista de cierta extensión que tuvo
con Urquiza durante la cam paña. A dm ite é l m ism o que se encontró
con Urquiza sólo en tres o ca sio n es, h ech o que no concuerda
demasiado con su pretensión de con ocer b ien al caudillo entrerriano,
D e este encuentro en esp ecial escrib e Sarm iento: “Entré a detallar
lo que era el objeto práctico d e m i ven id a, a saber: instruirle del
estado de las provincias, la op in ión d e lo s pueblos; la capacidad y
elem entos de los gobernadores; lo s trabajos emprendidos desde
Chile, y cuanto podía interesar a la cu estió n d el m om ento” (126). ¿Y
de dónde venía este con ocim ien to d e las p rovincias, el pueblo (tan
ridiculizado por Sarmiento co m o ignorante y sucio), los goberna­
dores y todo lo relativo a las cu estion es d el m om ento? Ciertamente
no del contacto personal co n la A rgen tin a, ya que Sarmiento
acababa de volver de un ex ilio d e d iez añ os, parte del cual había
pasado en Europa, Á frica y lo s E stados U n id os. Comprensiblemente
a la defensiva, Urquiza trató d e m ostrar q u e no era un pelele de
cabeza hueca esperando ser “instruido” por un sujeto de aire extraño
al que apenas si conocía. D esp u és de tod o, U rquiza gobernaba con
buenos resultados la provincia m ás próspera d e la Argentina des­
pués de Buenos A ires, m andaba el ejército m ás grande de la historia
sudamericana, encabezaba una co a lició n d e cau d illos provinciales,
confiaba en derrocar a R osas (en e l m om en to d e esta entrevista),y
era notablem ente culto respecto de un hom bre que, com o Sarmiento,
había tenido poca ed u cación form al. “L o q u e m ás m e sorprendió en
el general” , continúa Sarm iento, “e s que pasada aquella simple
narración de hechos con que m e introduje, nunca manifestó deseo
de oír mi opinión sobre nada, y cu ando c o n una m odestia que no

200
tengo, con una indiferencia afectada, con circunloquios que jamás
he usadohaNaridovvnOohden.Thiers.Uui/ot, Motrilooll mpoiudoi
vk Ihasil.quciíaem üinm a idea, me atajaba a medra palabra" i I 2
Puesto punto es piobablo que Sarmiento ha\a extrañado a Rosas,
al menos el dictador lo habla tomado cu seno.
tXrdo el escaso eoniacio de Sarmiento con los lideres ríe la
campaña, su punto principal de critica son las apariencias ester
ñas. V, predeciblemente, su objeción primordial a Uiqui/u es que
no hace las cosas corno las hacen los eunqvos. No orp.ani/a su
ejercito de acúcalo a los textos militares franceses (228). No
moma \ saluda como un in cíes durante su entrada triunfal en
buenos Aires (2b7). V lo jv o r de lodo, no sabe como vestir. No
solo Utquira no usaba el uniforme a la euro|va (247*248), sino
que pemutía que sus soldados usaran poncho y chiripá, como
gauchos, mientras marchaban bajo la roja bandera de la Federa­
ción, no la celeste de los unitarios (268-272). l.a insistencia de
Urquka en usar la insignia roja de la Federación se debió pro­
bablemente a un deseo de conservar el apoyo de los gobem a-
dores provinciales, quienes, aunque cansados de Rosas, temían
comprensiblemente a los unitarios porteóos, en especial a los que
volvían del exilio. IX' todos modos, la atención desproporcionada
que le dan tanto Sarmiento como Urqui/a a la cuestión parece un
poco pueril.
Sarmiento, por supuesto, se describe como el ejem plo de
cultura, llamado a imponer normas europeas de gusto exquisito. Do
modo que se enfundó en un uniforme europeo roción hecho, que
debe de haber lucido extraño en las polvorientas pam pas en pleno
verano, y en su tienda militar hacía gala de "un epicureism o re­
finado" (214). Y para divertirse le gustaba decirles a los gauchos,
hombres que vivían de a caballo desde su primera infancia, que los
ingleses y franceses eran mejores jinetes (222).
Poco confiable como historia, difam atorio en su tratamiento
de Urqui/a c inconexo como narración, la muestra los
peores aspectos de la com pleja personalidad de Sarm iento. Su
ambición, su desvergonzada autopromoción, su don para el epíteto
y el insulto, su desdén por las clases populares, su fascinación con
Europa y los Estados Unidos, su tratamiento creativo de los hechos,
su incapacidad de reconocer un talento ajen o ... Todo invita a un
juicio duro sobre su autor, que en otros contextos fue un hombre de
lo mis admirable. Y aun así, la C ajrifxiña sigue siendo un libro para
disfrutar. Aun cuando difam a a todo el resto del m undo en el trabajo

201
de elogiarse a sí mismo, Sarmiento sigue siendo un estilista sobe*-
cuyo sentido narrativo y reflexiones ocasionales lo hacen dign0í!°
leer. El libro además provocó otra respuesta: llevó a Albcrdi a ?
debate que devolvería a la vida ciertas ficciones orientador11
argentinas que habían estado dormidas desde los tiempos de Anígf
c Hidalgo. Además, el debate obligó a Albcrdi a reevaluar algunos
de los supuestos de sus B ases y abrazar posiciones que defíniríansu
pensamiento por el resto de su vida.
La respuesta más conocida a la Cam paña salió en forma de
cuatro extensas cartas abiertas escritas en enero y febrero de 1853,
dirigidas a Sarmiento. Tituladas “Canas sobre la prensa y la política
militante de la República Argentina”, son más conocidas como
C artas quillotanas, por haber sido escritas en una casa donde
momentáneamente vivía Albcrdi en Quillota, Chile. Las Cartas
quillotanas marcan un hito significativo en el pensamiento de
Albcrdi, que aquí se aleja del clitismo de la Generación del 37 yse
acerca a posiciones de cuño nacionalista, provincianista y, haslasc
podría decir, populista. De modo que es posible verlas Curtas como
un regreso a intereses que Alberdi enunció ya en el de
1837, donde había mostrado una visión mucho más pragmática de
Rosas. Las C artas también pueden verse como una continuación
del sentimiento provinciano e inclusivo que encontramos en los
decretos de Artigas o en la poesía gauchesca de Hidalgo. En suma,
aunque Alberdi era demasiado cosmopolita para abrazar el populismo
fácil de Saavedra, Artigas e Hidalgo, en las C artas vuelve a co­
nectarse con una tradición nacionalista, populista, que había estado
presente en el Río de 1a Plata al m enos desde que Saavedra organizó
la Junta Grande en 1810. Además, el Alberdi de las es mucho
más típico de posiciones que apoyó durante toda su vida. Loque
significa que el libro más conocido de Alberdi, las Bases, es tal vez
el menos representativo suyo.
En las C a rta s, Alberdi identifica un enemigo nuevo: el li­
beralismo argentino tal com o se refleja en los viejos unitarios y
en el grupo porteño de M itre. “Yo soy conservador aquí [en Chile]
y conservador allá [en la A rgentina]... allá en acción, aquí por
simpatía” ( O C ,I V, 79-80). Lo que quiere decir con este términ
“conservador” queda claro en pasajes subsiguientes donde re­
procha la proclividad de los liberales para el cambio rápido y
su intolerancia con las cosas tradicionalm cnte argentinas. En par­
ticular critica la retórica inflam ada de Sarm iento y Mitre, no por­
que esté en desacuerdo con sus principios confesos, sino porque

202
usan esos principios para enmascarar la ambición personal. En
una prosa fría y lúcida, tan distinta de los incendiarios párrafos
de Sarmiento, Alberdi encuentra en el liberalismo argentino dos
fuerzas dcscslabilizadoras: ‘‘la prensa de combate y el silencio de
guerra, son armas que el partido liberal usó en 1827; y su resul­
tado fue la elevación de R osas y su despotism o de veinte años"
(IV, 12). La referencia, por supuesto, apunta a los rivadavianos
que mediante el periodism o desestabilizaron el gobierno de Do-
rrego y mediante la guerra silenciaron a los detractores, derroca­
ron un gobierno constitucional y asesinaron a Dorrego, abriéndole
camino a Rosas para im poner el orden de la dictadura. Más ade­
lante Alberdi señala que las guerras liberales fueron en realidad
"guerras de exterm inio contra el modo de ser de nuestras pobla­
ciones pastoras y sus representantes naturales (los caudillos)"
(IV, 12). Aquí, en una prosa donde resuena el populismo de Ar­
tigas c Hidalgo casi cuatro décadas atrás, Alberdi no sólo sugiere
que los gauchos y su m odo de ser son una parte necesaria de la
identidad argentina, sin o también que ‘‘sus representantes natura­
les” deberían detener algún papel en el emergente sistema consti­
tucional.
Estas ideas alcanzarían su plena madurez en los ensayos
escritos durante la década de 1860, algunos de los cuales aparecen
en Gratules y pequeños hombres del Plata, una útil colecci
póstunta de trabajos de Alberdi, publicada en 1912. En estos
ensayos tardíos, Alberdi afirma que el caudillo representa ‘‘la
voluntad de la multitud popular, la elección del pueblo". En sus
palabras el caudillism o es ‘‘una democracia mal organizada", y por
ello mejor que la antipopular ‘‘dem ocracia inteligente" que hace
lugar sólo para la m inoría porteña europeizada (Grandes y peque­
ños, 197-198). En su tardía apreciación de los gauchos y sus
caudillos, Alberdi señala un alejamiento notable de la condena
racista a los nativos m estizos y el subsiguiente reclamo de inmi­
gración, tal com o se v eía en las Bases. Su aceptación del caudillo
ayuda a explicar su apoyo a Urquiza, que era a la vez un gaucho
astuto y un caudillo.
l.a vindicación del gaucho y su caudillo por A lbenii también
se extiende a cu estion es prácticas de política. Condena la altivez
exclusivista de los unitarios, afum ando que su interés por la pureza
ideológica y perfección étnica.sólo posponíala organización política
del país;

103
Se hizo un crimen en otro tiempo a Rosas de que postergase^
organización para después de acabar con los unitarios; ahora
sus enem igos imitan su ejem plo, postergando el arreg|0
constitucional del país hasta la conclusión de los caudillos,,
Se debe establecer como teorema: toda postergación de |a
Constitución es un crimen de lesa patria; una traiciónala
República. Con caudillos, con unitarios, con federales y con
cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe
proceder a su organización, sin excluir ni aun a los malos,
porque también forman parte de la familia. Si establecéis lá
exclusión de ellos, la establecéis para todos, incluso para
vosotros. Toda exclusión es división y anarquía. ¿Diréis que
con los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed
que no hay otro remedio que tenerla imperfecta y en la medida
que es posible el país tal cual es y no tal cual no es. Si porque
es incapaz de orden constitucional una parte de nuestro país,
queremos anonadarla, m añana diréis que es mejor anonadarla
toda y traer en su lugar poblaciones de fuera acostumbradas a
vivir en orden y libertad. Tal principio os llevará por la lógica
a suprimir toda la nación argentina hispano colonial, incapaz
de república, y a suplantarla de un golpe por una nación
argentina anglo-rcpublicana, la única que estará exenta de
caudillaje... Pero si queréis constituir esa patria que tenéis,y
no otra, tenéis que dar principio por la libertad imperfecta,..
El día que creáis lícito destruir, suprim ir al gaucho porque no
piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de extermi­
nio y renováis el sistem a de Rosas C artas, 16-17).

Este notable pasaje es m ucho m ás que un llamado al pluralismo.


Ai reconocer que la Argentina es diferente por esencia de los
modelos extranjeros que europeizantes com o Sarmiento trataban de
imponerle, Alberdi afirm aque la población peculiarde la Argentina
(los gauchos), su gobierno (los caudillos) y su herencia (la España
colonial) eran los únicos puntos de partida posibles para construir
un país. Estos argum entos rechazan explícitam ente el europcísnio
fácil y exclusivista de los m orenistas, los rivadavianos y Sarmiento,
quienes, en palabras de A lberdi, “predican el europcísmo y lwccn
de él una arm a de guerra contra los caudillos” y las masas que éstos
representan (OC, IV, 21). En este punto Alberdi se acerca 11$ 9
Artigas e Hidalgo que a los m aestros rivadavianos con los #
estudió de joven. Su posición en las C a rta s también difiere cl^'

204
meato de la deU» p m w U > m
mimo M b trdi joven, quien m e d m m la ítm ú p a ó q u e r ía U v a
" pedazos vivos?’ rteeuUvm e/4ranjeraspar* w n $
local y eliminar así la base popular caudillismo, vbnm rm
prácticos, ios argumentosde A l imrepremnm
caudillo ilustrado Urqu iza,una m
proemiales, m w tm de el ios e m ir I los, y el respeto a las
hispánicas de las clases populares, al defender al gaocbo,
al caudillo y a la tradición español a,Alberdíanticipa
populista que una y oirá vez vuelve a la superficie en la historia
argentina,
Ur<xvalumónquehact¿Alfardídelmpudmy1mcatidí1
sin embargo, no desplaza su proposito confeso en las. Cartas ,cuatí
es explorar el lugar del periodism o en la política argentina, Repe­
tidamente Albcrdi acusa a Sarmiento y nádela
prensa", quienes, corno los gauelio» que critican, gozan con la
"indisciplina, Ja vida de guerra, de contradicción y de
(IV, 21), El suyo es un periodismo que “subleva las poblaciones
argeminas contra su autoridad de ayer, haciéndole creer que es
posible acabaren un día con esa entidad indefinible | la autoridad del
caudillo] y pretende que con sólo destruir a este o aquel jefe es
posible realizar la república representativa desde el día de su caída,
es una prensa de mentira, de ignorancia y de mala fe: prensa de
vandalaje y de desquicio, a pesar de su» colores y sus nombres de
civilización" (IV, 17-18),
í,a insistencia de Alberdí en una prensa responsable podía
leerse como un llamado a la censura. La censura, sin embargo, rio
es lo que tenía en mente. A ntes bien, estaba atacando al period
<lcSarniento y Mitre como una actividad no menos politicamente
motivada que urta guerra civil, un golpe de Estado, o una rebelión
de caudillos. Es un Jugarcomún de nuestra época decírque todos los
estrilóle» llevan a su» texto» preconcepto» culturales y políticos
heredados, mucha» vece» inconscientes, críticos freudianos se
dedican a psieoanal izar escritores, lectores y públicos, así como los
comentarista» marxisias invariablemente encuentran supuestos
político» y clasista» en texto» al parecer apolíticos. En el caso de
Sarmiento y Mitre, sin embargo, Albcrdi no necesitó teorías
Imudiaiiaaoniarxisiiiff para í(lentilícarl<)»coniO(x)líiícosc|uc también
e»Cíihí;m, Ambos tenían ambicione» confesadas, y estaban hasta e!
cuello en la intriga política, Rara ambos, escribir era una estrategia
consciente de aulopromoción (pie incluía no sólo Ja publicación de

205
muV'ukvx y l i b i v i s in o ta m b ié n la fu n d a c ió n y d ir e c ció n de periódicos
VX' là O bn\ a u t o b io g r á fic a R e c u e r d o s d e , de Sarmiento
\\> v e je m p lo * o b s e r v a A ll> ci\li q u e “ su b io g r a fía de Vd. no cs mj
s im p le u a b a jo d e v anid ad* s in o c l m e d io m u y u sa d o y muy conocido
e n p o lít ic a d e fo r m a r la c a n d id a tu r a d e su n o m b re para ocupar^
alu n a* c u y o a n h e lo , le g ítim o p o r o tr a parte, le hace agitador
in c a n s a b le " (I V , 7 1 ). E n a lg ú n s e n tid o , e n to n ce s, los mayores
l e g t o s d e S a r m ie n to y M itre e stá n e n la d is tin c ió n efectiva de sus
m o t iv o s e n te x to s q u e p r e te n d ía n s e r h istó r ic o s, periodísticos,
o b j e t iv o s y d e s in te r e s a d o s . A lb e r d i d e n in g ú n m odo se propone
c en su ra r a s u s r iv a les; s ó lo q u ie r e h a c e r v e r la s am biciones políticas
d etrá s d e su p e r io d ism o .
Para a llu n a r e sta a c u s a c ió n d e esc r itu r a personalista, Alberdi
se ñ a la q u e la C a m p a n a c s “ u n a h isto r ia s in docum e
e sp er a q u e c t le c to r c r c a s ó lo e n b a se al te s tim o n io de Samiiento(IV,
4 1 ) . E sta c r ític a p u ed e e x te n d e r se a la m a y o r ía de las obras "his­
tóricas" d e S a n n ie n to . P ara e sc r ib ir , por ejemplo, Sar­
m iento* c a n sa d o d e esp era r lo s d o c u m e n to s que había pedido a
a m ig o s q u e v iv ía n e n la A r g en tin a , e sc r ib ió tod o sobre la solábase
d e la o b s e r v a c ió n p erso n a l, e l ru m o r y e l prejuicio. Facundo
ta m b ién in c lu y e fr e cu en te s r efer e n c ia s a pensadores extranjeros,
p ero e s a s r efer e n c ia s n o s o n m á s q u e e x h ib ic ió n de algún nombre;
lo im p ortante n o e s lo q u e lo s au tores ex tra n jero s contribuyan alos
arg u m en to s d e S a rm ien to , sin o q u e e l le c to r sep a que Sarmientocs
u n h om b re c u lto c u y o s a rg u m en to s n o d e b e n discutirse.
L o s e n v en en a d o s d ard o s de A lb erd i e n las C a rta s quillotm
d iero n e n e l b lan co . S arm ie n to resp o n d ió en una serie de cartas
ab iertas d e sp u é s reu n id as en u n lib ro titu lad o L a s ciento y La
in v ectiv a d e estas cartas sólo q u e d a a la p a r de su vacuidad
in telectu al. F u rio so m ás allá d e la c a p a c id a d de pensar, Sanniento
só lo p u ed e in su lta r... e s cierto q u e lo h ace extraordinariamente
bien . L as C a r t a s q u i l l o t a n a s , e n su rep erto rio de ep
"u n a o lla p o d rid a ... c o n d im en tad o s su s trozos con la vistosa salsa
de su d ia lé c tic a sa tu rad a d e a rsén ico ” (S arm iento, OC, XV, 134).
A lberdi es calificad o v ariad am en te d e “com positor de minuets y
m elo d ías p ara p ia n o ... to n to im b écil q u e ni siquiera sabe medirse
en las m en tiras, q u e no so sp ech a q u e cau sa náuseas” (XV, 147)
M ás adelan te se lam en ta: “ Y no h a h ab id o en Valparaíso un hombre
de los que p erten ecen a la m u ltitu d de frac que le saque los calzones
a ese raquítico, jo ro b a d o d e la civilizació n y le ponga polleras; pues
el chiripá, que es lo que lu ch a con el frac, le sentaría m al a c#

206
entecado que no subo montar » caballo; abate por s\is modalos;
saltimbanqui poi sus pasos m agnéticos; mujer por lu v o z , conejo
por el miedo; ounuoo (hm sus aspiraciones pollüous" (X V , 18Í).
Hay poous pinchas do que lo s ciento y l\
leída, hecho quo piobablcm cntc contribuyó u lu depresión o liu-
potcnoíuquc Mulló Naimtouto untos do que lad lscu slóu concluyera.
Como lo oso libio a M ino ou una caria lechada ol iv do octubre do
185,1; "Vivo solo, com o un presidiario ul quo guardan Albouli y su
club; gimo tn\jo su látigo. .Son los poderosos do lu tierra" (lUmkley,
310).
Después de dos intentos tullidos de volver a lu Argentina c
intervenir en lu política de su nativa Sun Juan, Sarmiento al fin
respondió a la invitación de Mitro y tomó residencia en buenos
Altes a fines de 1855. A llí renovó amistad con los caudillos
(Huleóos Valentín A lsina y Mitre. A las ríos sem anas de su regreso
fue nombrado asesor del gobernador provincial Pastor Obligado, y
al cato de un a fio era nombrado director de balneación de la
pivvincia. D os sem anas d espu és, M ino, que acababa de ser nom ­
brado ministro de Guerra, le pedía a Sarmiento que d irigiese el
diario ElNocit mol, sucesord e L(>s DebaAunque
insistiendo en que era "un provinciano en b u en os A ires y un
portedo en las provincias", para entonces sus sim patías se inclinaban
claramente hacia b u e n o s A ires. M enos claras son sus razones para
no haber vu elto antes a b u en o s Aíres; se ha sugerirlo que, p ese a su
odio por Urquiza, S an n ien to en algún nivel tam bién cuestionaba la
legitimidad del gobierno porteño. M ientras tanto, Alberdi se volvía
embajador plenipotenciario del gobierno de Urquiza, primero ante
los listarlos U nidos y d esp u és en Europa. Por causa rio los hechos
expuestos en capítulos posteriores, Alberdi no volvería a la Argentina
hasta 1878. P ese a este m isterioso ex ilio autoim puesto. la Argentina
siguió siendo su pasión, y s ig u ió d esem peñando un papel importan­
te en las letras argentinas hasta su muerte.

207
Capítulo 8

Bartolomé M itre y
la galería de celebridades argentinas

El debate entre Sarmiento y A lberdi habría ten id o poca importan­


cia si no hubiera tocad o c u e stio n e s v ita le s e n las ficciones
orientadoras de la Argentina: ¿Cuál v is ió n del pasado se volvería
la oficial? ¿Quiénes serían ico n iza d o s c o m o héroes nacionales?
¿Qué relatos de valor y sacrificio serían co n serv a d o s y embelle­
cidos para definir el alma argentina? ¿En qu é térm inos se mencio­
naría a los gauchos y a las m asas argentinas? ¿Q ué papel en la
historia del país se asignaría a las p rovin cias y a B u en o s Aires? ¿Qué
se diría de los caudillos? En una palabra, ¿quién construiría el
panteón nacional?
La respuesta, com o podía esperarse e n e ste país dividido, es
que los historiadores argentinos dejaron pan teones enfrentados,
uno liberal y porteño, el otro n acion alista y provincial. Para la
mayoría de los argentinos las historias porteñas liberales constituyen
la Historia Oficial, la versión del pasado qu e entró a los textos
escolares. El creador oficia l de la historia o fic ia l fu e el archirrival
de Alberdi y Urquiza: B artolom é M itre. G eneral, intelectual y
político, Mitre fue un incansable d efen so r d el privilegio porteño,
que encaró la escritura de la historia c o m o u n cam po de batallamás
donde Buenos Aires podía triunfar.

Nacido en 1821, M itre era u n o s d ie z años menor que la


Generación del 37, con la que se lo a so cia generalm ente. Aunque
llegó a ser símbolo del espíritu porteño, pasó gran parte de su
infancia en la lejana Patagonia. Era un c h ic o lector, y como se
pasaba el día entre libros d esilu sio n ó a su padre, quien esperaba

208
verlo transformado en un rico estanciero. Exiliado al Uruguay con
su familia en 1838, Mitre mostró aptitudes para el liderazgo militar,
y se batió sin éxito contra Rosas a las órdenes del caudillo uruguayo
Fructuoso Rivera en 1839. Un año después, Rivera hacía capitán al
joven Mitre, de diecinueve años; dos años después, ascendía a
comandante. Fue en esta época que Mitre publicó el primero de sus
muchos libros: un muy elogiado manual de artillería.
Para entonces Mitre ya se había relacionado con la comunidad
de exiliados argentinos en Montevideo, y había comenzado a
escribir para los periódicos unitarios. Mostrando la misma rigidez
de principios que metió en problemas a tantos unitarios, Mitre
terminó riñendo con el gobierno de Rivera, y, en abril de 1846, se
vio obligado a abandonar Uruguay. Primero en Bolivia y después en
Perú, siguió provocando iras oficiales por sus criticas a los gobiernos
que lo albergaban (Jcffrey, Mitre and Argentina, 50-54). A me­
diados de 1849, viajó a Chile, donde consiguió un empleo en el
diario antirrosista que editaba Alberdi, El Comercial de Valparaíso.
Alberdi dejó registrada por escrito su esperanza de que este contacto
profesional “estrecharía más nuestra amistad nacida de en la sim­
patía y la identidad de causas y de ideas” (citado en Mayer, Alberdi
y su tiem
po, 353). Más adelante, empero, cuando Alberdi decidió
vender el diario, Mitre encontró un benefactor chileno y se volvió
su nuevo director, maniobra que al parecer a Alberdi no le agradó
(Jcffrey, 57). Con el diario como altavoz, Mitre criticó a Chile por
sus malos caminos, escuelas insuficientes y elecciones corruptas,
nada de lo cual le creó muchas simpatías entre sus anfitriones
chilenos. Como en el Uruguay, el Perú y Bolivia, las criticas de
Mitre, aunque a menudo justificadas, mostraban poca sensibilidad
a las susceptibilidades locales, y aun menos consciencia de su
propia vulnerabilidad como exiliado. Más de una vez le hicieron
notar que si la vida era tan mala en Chile, siempre le quedaba el
recurso de volver a la Argentina, que con Rosas a la cabeza no podía
considerarse un modelo. Al producirse la rebelión de Urquiza,
Mitre regresó efectivamente a la Argentina, donde condujo un
pequeño contingente de hombres en la campaña contra Rosas. Pero,
igual que Sarmiento, se resintió porque Urquiza no le diera un papel
más central en la campaña.
Tras el triunfo de Urquiza y el establecimiento del gobierno de
la Confederación en Paraná, el papel de Mitre en el gobierno
secesionista porteño entre 1852 y 1861 resultó crucial. La provincia
de Buenos Aires quedó dividida entre dos ideas opuestas. Los j

209
autonom istas duros com o A dolfo A lsina y sus seguidores p^.
ponían una separación definitiva del resto del país. En contraste,
ex m ilitar rosista y devoto federal Hilario Lagos, encabezó u^a
rebelión pro Urquiza a fines de 1852, que mantuvo un sitio a Bue-
nos Aires durante siete m eses. Lagos pidió refuerzos a Urquiz^
pero éste, que todavía esperaba llegar a un acuerdo negociado
con Buenos Aires, se negó a ayudarlo (S cob ie, , 79-86).
D e todos m odos, Mitre no quiso reconocer las buenas intencio’
nes de Urquiza. Como le dijo a la legislatura provincial: “Aunque
[Urquiza] no abuse, siempre será un déspota” (citado en Scobie,
44 ).
Pero Mitre no agotó su tiem po en atacar a Urquiza. Pese a
su constante actividad militar y política, encontró tiempo para
ampliar su colección de docum entos h istóricos, hacer investiga­
ción, y com enzar las biografías d e héroes argentinos que consti­
tuyen su más duradera contribución a la patria. L a pasión de Mitre
por la historia se m anifestó por primera v e z en un artículo periodís­
tico publicado en M ontevideo e l 14 d e ju n io d e 1843, conmemo­
rando a Joaquín F elipe de V ed ia y Pérez, abuelo del suegro de
Mitre y héroe m ilitar d e su ép o ca (M itre, O bras , XII,
36 5 -3 7 3 ). L os papeles privados d e M itre tam b ién contienen cier­
tas notas que preparó en m arzo de 1841 sobre h ech os y documen­
tos concernientes a D orrego, q uizás un trabajo preliminar para
una biografía que nunca escrib ió (O C , X II, 3 4 0 -3 5 2 ). La devoción
de Mitre por e l género b iográfico se co n firm ó d o s años más tarde
en un artículo sobre el m ás esten tóreo d e lo s críticos de Rosas,
José Rivera Indarte. Esta p ieza, co m o m u ch a s d e las historias de
M itre, p asó p or varias rev isio n es, y en cad a v er sió n se fue haciendo
m ás ex ten sa .1
Mitre lan zó su s p royectos m á s a m b ic io so s e n e l campo déla
historiografía entre lo s añ os 1 8 5 3 -1 8 5 9 ; a lg u n o s d e ellos no se
publicaron e n su form a d efin itiv a h asta la d éca d a de 1880. El
m ás sig n ific a tiv o d e é sto s fu e u n e x te n s o artícu lo sobre Manuel
B elgrano en una c o le c c ió n d e b io g r a fía s e n u n v o lu m en , titulada

1 La primera apareció en el periódico montevideano E l Nacional, diario


político, literario y comercial (12 de septiembre de 1845,1-4). Un folleto conel
mismo artículo, ahora ampliado, fue publicado por E l M ercurio en el mismo año
en Valparaíso, Chile. La tercera edición apareció, ampliada otra vez, como folleto
en Buenos Aires en 1853, y de ahí está tomada la versión que figura en las Obras
Completas (OC, XI, 375-445).

210
Galería de celebridades tis, publicado en 1857. La
argen
riadcBelgrano crecería a partir de ahí hasta convertirse en una obra
voluminosa, quesigue siendo uno d e los puntales de la historiografía
argentina.
El libro que contiene la primera versión de la Historia de
Bclgrano fue en sím ism o un hecho singular en la historia argentina.
Compilada por Mitre, con ayuda de Sarm iento, la Galería de ce­
lebridades argentinas es una colección de biografías, suntuosamente
encuadernada y obviamente pensada para un vasto público. N o
puede sorprender que la selecció n d e hom bres a quienes se les
acuerda rango oficial en la Galería hayan servido todos a la causa
porteña y ninguno haya sido un caudillo. A lgu nos tam bién cola­
boraron con Rosas, pero los detalles de esa colaboración son
cuidadosamente omitidos. La selecció n tam bién refleja una pre­
ocupación por encontrar hombres ejem plares en diferentes v o ca ­
ciones; tres generales, SanM artín, M anuel B clgrano y JuanL avallc;
un marino, Guillermo Brown; un sacerdote liberal, G regorio Funes;
dos políticos, Bemardino R ivadavia y su m inistro José M anuel
García; un escritor, Florencio Varela; y un filó so fo p olítico, M ariano
Moreno.2En la introducción M itre dirige un fugaz recon ocim iento
a hombres de otra persuasión política, lam entando que tres próceres
no liberales, Dorrego, Saavedra y G üem es, cau d illo que por co in ­
cidencia era un héroe de la independencia dem asiado grande com o
para ignorarlo, no hubieran podido ser in cluidos. Sobre lo s otros
caudillos, Mitre es más explícito:

Pero tenemos otro gé:.ero d e celeb rid ad es, q ue aunque no


merezcan com o los anteriores las b en d icion es de la posteridad
agradecida, se presentarán a sus ojos co n e l resplandor siniestro
de aquella soberbia figura d e M ilton, q u e pretendía arrastraren
su caída las estrellas del firm am ento. E stos hom bres verda­
deramente célebres bajo otros aspectos, ejercieron m ía grande

s La biografía de Mariano Moreno en realidad es una reimpresión de la que


había escrito su hermano Manuel en 1812, de la que se habló en el capítulo 2. En
la época en que se publicó la Galería, Manuel estaba cerca de la muerte; acababa
de regresar de Londres, donde había representado durante muchos años al gobierno
de Rosas. Hay entonces una cierta ironía en la inclusión del trabajo de Manuel en
la Galería: aunque era un devoto federal y leal a Rosas, su principal obra escrita
fue publicada en una colección de biografías específicamente planeada para
justificar a los enemigos políticos de Manuel Moreno.

211
influencia sobre lo s destinos de lo s p ueblos del Río de la Piaia.
su vida está rodeada de incidentes m ás dramáticos, son lo
representantes de las tendencias dom inadoras de la barbarieS
sus accion es llevan el sello d e la energía de los tiemp^
prim itivos. Pueden servir d e le cció n para los venideros... hc
ahí otra serie de retratos históricos, retratos terribles y ceñudos
que inspiran horror, pero que sirven para realzar las hermosas
figuras de los que se han h echo céleb res por sus servicios, sus
virtudes o sus trabajos intelectuales ( , iii).

Pero aun excluyendo a lo s cau d illos, e l autor de la Galería


tendna problem as. ¿Cóm o, por ejem plo, tratar con discreción temas
com o la asociación con R osas de hom bres com o García y Brown?
¿Cóm o explicar la falta de popularidad de lo s héroes unitarios? ¿Y
cóm o explicar el asesinato de Dorrego a m anos del héroe unitario
L avallc, acto que constituye el pecado original unitario?
Mitre enfrentó estas cuestiones sentando las premisas de loque
se volvería la historiografía oficial. La primera de estas premisas es
un virtual rechazo a ver a la A rgentina co m o otra cosa que el sueño
de varios grandes hombres, todos porteños por nacimiento o in­
clinación. La Argentina aojos de M itre no existía antes de que Mayo
la hiciera existir por un acto de voluntad, puesto que los hombres de
la A rgentina colonial “no se cuentan en el núm ero de los hijos de
nuestro su e lo ” {Galería, i). En su estudio sobre José Rivera Indarte,
Mitre afirma que e l primer gran hom bre que hizo existir a la
A rgentina fue Mariano M oreno, a quien llam a

el M ig u el Á ngel de la R evolu ción de M ayo, que apoderándose


del h echo consum ado, com o d e un m agn ífico trozo demármol,
!e dio form a y vida, y presentó a lo s o jo s atónitos del pueblo
una estatua en la que todos vieron concretadas sus aspiraciones
de independencia y libertad. Firm e en su propósito y fuerte por
lo s m ed ios, en p ocos m eses d e trabajo destruyó el antiguo
ed ificio colonial por m ed io d el pen sam ien to y la acción, y echó
lo s fundam entos d e una sociedad n ueva a la que dotó de
instituciones propias y de ideas esen cialm en te democráticas...
T ales ejem p los no son com u n es en nuestra historia, pero se han
repetido m ás de una v ez , y e llo s p or s í s o lo s han impregnado
con su perfum e todo el cam ino que h em os atravesado, y mucho
del que nos resta aun por recorrer. L as ideas que Moreno
sem bró ayudado poruña ilustrada m inoría, han sido cultivadas

212
luego |toi* la comunidad, luchando siem pre contra el torrente
de la barbarie. Cuando todos las creían extirpadas bajo las
palas de los caballos de los A tilas de la pampa, han aparecido
hombres com o R ivadavia que las han vivificad o con el sop lo
fecundante de la civilización ( , XII, 380 -3 8 1 ).

lista notable reducción de M ayo a la obra c inspiración de un


liunibie es contradicha después p orel m ism o M itre. En la “ B iografía
de Manuel Uclgrano”, que apareció por primera v ez en la G alería
y después creció hasta ocupar varios volú m en es, las pruebas pre­
sentadas porel m ism o Mitre muestran que M ayo em ergió d e una
compleja configuración de alianzas y rivalidades personales, cir­
cunstancias económ icas y m ovim ien tos s o cio p o lílic o s que no son
lilclles de comprender. Aunque era dem asiado buen historiador
pura descartar por entero eso s factores, M itre d e todos m od os
pidiere explicar el pasado usando teorías de “grandes h om bres” y
"minorías ilustradas". Escribiendo sobre M anuel B clgran o, declara
t|ue "el día que unos cuantos hom bres com prendieron [sus d erech os
como hombres libres], estalló la revolución. Por eso , la revolu ción ,
(jueluedirigida por una minoría ilustrada, fue recibida por la sm a sa s
como una ley que se cum plía, sin sacu dim ien tos y sin v io len cia . L o s
sucesos de la invasión francesa, en Espafia, aunque cooperaron al
éxito, no hicieron en realidad sin o acelerar esa revelación , d ando a
los directores del pueblo, el secreto de la debilidad del op resor y la
plena conciencia de su propio poder” {OC, X I, 7 4 ).3Para con firm ar
este punto de vista, Mitre su ele aludir a la d istorsión redu ccion ista
popularizada por Sarm iento, segú n la cual la p olítica argentina n o
era m is que un com bate ép ico entre C iv iliza c ió n y Barbarie, co n
Moreno, Rivadavia y la “m inoría ilustrada” porteña d e un lad o, y lo s
“Atilas de las pampas" del otro. R ivad avia y la m inoría ilustrada,
incluyendo al propio M itre, no eran ni d e cerca tan virtu osos co m o
lo pretende esta argum entación, ni lo s cau d illos siem p re fueron tan
bárbaros, hechos que M itre segu ram en te co n o cía . ¿C óm o p u ed e
entonces Mitre, cuya brillantez e s in n egab le, redu cirían fácilm en te
Mayo y los guanJianes de la c iv iliz a c ió n en Sud A m érica n o s ó lo a 1

1Las O b r a s c o m f d e . t a x dan el texto íntegro de varias versiones de lo q


volvería la II ¡simadtUtlgrano, Cito de las Obras completas en razón de su mayor
accesibilidad, fie acuerdo u los editores, la versión 1es idéntica a la "Biografía de
nelgrano" que apareció en la Calería (véase prefacio de los editores, OC, XI, 13-
N).’
213
un m ovim ien to ú n ico sin o a u n o s p o co s hombres iluminad
inspirados por un individuo?
Hay varias respuestas a esta pregunta. L a más repetida y mj.
ingenua so stien e q ue M itre se lim itab a a segu ir las convenciones
históricas d e su tiem p o sobre lo s “grandes hombres”. Sea como
fuere, M itre m ism o p roporciona una exp licación mejor. En ia
introducción a la G alería d e celebridades escribe: “La historia ar­
gentina ha sid o fecu n d a en h om bres n o ta b le s ... La gloria de esos
hom bres e s la m ás rica h eren cia d el p u eb lo argentino, y salvar del
o lvido su v id a y su s fa ccio n es, e s reco g er y u tilizar esa herencia,en
nuestro honor y en nuestro p ro v ech o . E n esa s vidas encontrará la
generación actual m o d elo s d ig n o s d e im itarse. En los sucesos
m em orables que ella s recuerdan, encontrará e l historiador futuro,
tem as d ig n os d e sus m ed ita c io n es au steras” ( , i-ii). Délo
que p uede d ed ucirse q ue M itre v e la h istoria com o un cuento
ejem plar, un m ed io para dar form a al futuro. U sa deliberadamente
elpasadoparacrearunam itologíanacional.unaficciónorientadora,
cuya fu nción prim ordial e s ju stifica r la A rgentina que avizora.
Pero M itre n o está p en san d o s ó lo en e l futuro. Intereses del
presente, co m o sus p ropias a m b icio n e s, su enem istad conUrquiza
y el gob ierno d e Paraná, y su ap o y o a la h eg em o n ía porteña, forman
e l con texto n ecesario para ex p lica r su e le c c ió n d e material y la
form a d e p resentarlo en to d o s su s escrito s ju v en ile s. En resumen, su
trabajo co m o h istoriador r e flé ja lo s m is m o s in tereses que lo llevaron
a la actividad p o lítica y m ilitar: eran m e d io s por lo s que trataba de
leg itim a r su s asp iracion es c o m o líd e r n a cio n a l y el dominio de
B u en o s A ire s sobre e l interior. A l d escrib ir a M oreno, Belgranoy
S an M artín c o m o la s fu erzas b á sic a s e n la h istoria argentina, Mitre
s e ju stific a a s í m ism o y a su s a m b ic io n e s c o m o pensador-escritor-
p o lítico -m ilita r q u e aspiraba e n su g e n e r a c ió n al p apel que proyec­
taba sobre e s to s p red ec eso r es cu id a d o sa m e n te elegid os. Ésta es
ex a cta m en te la c o n c lu s ió n q u e sa ca Juan B au tista Alberdi tras la
lectura d e la HistoriadeBelgrano. E sc r ib ie n d o d esd e París, Alberdi
so stien e q u e M itre trata d e reform u lar la h isto ria argentina en el
m o ld e d e un ú n ico líd e r m ilita r , “ h a c e r u n íd o lo d e la gloria militar,
q ue e s la pla g a d e n u estra s re p ú b lic a s”. A lb erd i afirm a además que
“este error in te n c io n a l d e la h isto ria , c o m e tid o p or cálculo frío y
e g o ísta d e a m b ic ió n ” e s a p en a s otro e je m p lo d e lo s intentos de Mitre
p or aportar g lo r ia para s í m is m o c o m o e l actu al “ gran hombre” de
la m in oría ilustrad a p o rteñ a ( G y p eq u
Plata, 6 6 -6 7 ).

214
Más pruebas del papel ak|uc aspirabaMitre pueden encontrarse
en su curiosa interpretación de los fracasos a breve plazo de la
Revolución de Mayo. Tal como cuenta la historia en la “Biografía
de Bclgrano" en Cn/erío, las ribas entre diversas facciones de Mayo
fueron "lo que sucede siempre que no hay unidad de pensamiento,
o cuando un carácter enérgico no subordina todas las voluntades a
la suya” (OC, XI, 89-90). Como el fracaso político en la visión de
Mitre es un fracaso de personalidad, Mitre describe a Liniers, un
popular héroe de la Independencia, aliado de Saavedra, que fue
ejecutado por cargos forjados por elementos extremos de la Re­
volución de Mayo, como un hombre "cuyo carácter indeciso y
ligero aunque fogoso, aceptaba la popularidad sin imprimir a los
sucesos la dirección de una voluntad poderosa” (OC, XI, 77). ¿Y
qué dice esto sobre Mitre y el papel heroico que él buscaba para sí
mismo en la historia argentina? ¿También él trataba de “imponer a
los hechos el dominio de una voluntad poderosa" o ser “una per­
sonalidad poderosa” que pudiera “subordinar todas las voluntades
a la suya”? Estas afirmaciones solas darían qué pensar respecto del
papel que buscaba cumplir Mitre en la política argentina.
Así como el elogio que hace Mitre de grandes hombres
justifica a Mitre mismo, la exaltación que hace de una "minoría
ilustrada” como la fuerza detrás de Mayo justifica a otra minoría
ilustrada, cual es la de Mitre y sus partidarios porteños. De modo
similar, su ataque a los caudillos del pasado es un ataque velado a
Urquiza, cuyos honestos intentos de lograr un orden constitucional
(con el apoyo de todas las provincias salvo Buenos Aires) Mitre
tenía que dcsacrcdi lar para mantener en los porteños un sentimiento
de legitimidad. Como los hechos no estaban de su lado, Mitre
recurrió a la condena por medio de estereotipos: todos los caudillos
eran bárbaros; Urquiza era un caudillo como cualquier otro; en
consecuencia, el gobierno de Urquiza en Paraná representaba las
fuerzas de la barbarie y los porteños milristas eran los herederos
legítimos de Moreno y Mayo, la “minoría ilustrada” cuyo destino
era salvar el país.
Pero el elilismo patente de tal posición era peligroso en
términos políticos, sobre todo desde que los unitarios porteños eran
percibidos como exclusivistas y desdeñosos de las masas. El de­
seo de Mitre de poner a una “minoría ilustrada" en el centro de Ma­
yo lo deja en posición incómoda ante otra ficción orientadora que
deseaba promover, cual es la de que Mayo (y por implicación los
porteños milristas) reflejaban la voluntad popular. Para rcconci-

215
llar estas tíos perspectivas, Mitre busca adjudicar a los dhlgenic,
porteños que admira una capacidad m ística de percibir la volui, J
profunda del pueblo. En Ia"Diograffadel General Manuel lielgrano"
escribe;

C om o todas las grandes revoluciones, que, a pesar de ser hijas


de un propósito deliberado, no reconocen autores, la revolé
ción argentina, lejos de ser el resultado de una inspiración
personal, de la influencia de un círculo o de un momento de
sorpresa, fue el producto espontáneo de gérmenes fecundos
por largo tiem po elaborados, y la consecuencia inevitable de
la fuerza de las cosas. Una minoría activa, inteligente y
previsora dirigía con mano in visib le esta marcha decidida de
todo un pueblo hacia destinos descon ocid os. Ella fucla primera
que tuvo la in teligencia clara del cam bio que se preparaba, la
que contribuyó a imprimirle una dirección fija y a darle formas
regulares el día en que la revolución se m anifestó en todo su
esplendor, sin dejar por esto de representar un solo Ínstamelas
necesidades y las aspiraciones colectivas de la mayoría, que a
su vez le com unicaba su im pulso y le inoculaba su espíritu
varonil ( CXI,
O , 102-103).

En este párrafo abundan las con trad iccion es. ¿Cómo es que las
revolu cion es son hijas de un propósito deliberado aunque no
recon ozcan autores? ¿C óm o es que una “minoría inteligente y
p rcv¡sora,,d irigc un m ovim ien to que es "la con secu en cia inevitable
d e la fuerza d e las cosas" en general? ¿M itre está sugiriendo, en
clara con trad icción con las teorías d el Gran Hom bre que utiliza ha-
bitualm entc, un h istoricism o h egelian o o darsviniano en el que los
hom bres s e lim itan a servirá un m o v im ien to in visib le de la historia?
¿O bien su in ten ción , c o m o sus ataques a lo s cau d illos, tiene más
que v er co n s u s a m b icio n e s p o lítica s q ue con la historia?
La e x p lic a c ió n p o lítica es la m ás con vin cen te: argumentando
que las m in orías ilustradas pueden reflejar una voluntad noexplfcita
del p u eb lo , M itre d e fie n d e a su propia m in oría ilustrada contraías
a c u sa cio n es d e c litis m o q u e siem p re habían llovid o sobre los
liberales p o rteó o s. Para e x p lica r c ó m o una m inoría ilustrada tam­
bién e s d em o crática, M itre recurre a d o s ep istem o lo g ía s muy usadas
aunque p o co estu d ia d a s; la verdad p or afirm ación y la verdad por
d efin ic ió n . L o q u e n o p u ed o probar, lo afirm a; lo que no puede
dem ostrar, lo d e fin e .

21 6
Según Mitre, durante los tiempos conflictivos que llevaron al
pronunciamiento revolucionario del 25 de Mayo de 1810, “un
nuevo actor del drama revolucionario va a presentarse en la escena
política: el pueblo, el pueblo de la plaza pública, que no discute,
pero que marcha siempre en col umna cerrada apoyando los grandes
movimientos, que decide de sus destinos” (OC, XI, 115). Esto es,
aunque los registros históricos m ucstran que los héroes de Mitre, los
morcníslas, se opusieron abiertamente a los intentos de Saavedra
por democratizar la Primera Junta, Mitre por afirmación nos ase­
gura que “el pueblo” fue un actor principal en el proceso revolu­
cionario. ¿Y cómo define al “pueblo”? No se trata, según resulta, de
cualquiera. El pueblo “esperaba tranquilo el resultado de las deli­
beraciones de sus representantes legítimos, y confundido en las
masas compactas de los batallones nativos, esperaba la señal de sus
jefes para inlcrvcnírcon las armas, si fuese necesario” XI, 115).
Esta frase reveladora distingue “el pueblo” de los “batallones
nativos" y sugiere de ahí que el pueblo que le importa a Mitre es “la
gente decente” antes que las masas en general. Esta distinción se
hace más clara en un pasaje posterior donde afirma que “de entre
aquella multitud vibrante de indignación... se vio surgir una nueva
entidad, activa, inteligente y audaz, que a la manera de las guerrillas
que aclaran la marcha de los ejércitos, era precursora del pueblo
próximo a moverse en masa” (OC, XI, 120). De este modo, no bien
ha afirmado Mitre que el pueblo participó en pleno en el proceso
revolucionario, vuelve a definir al “pueblo” como una “minoría
inteligente” que rcílcja el prejuicio antipopular y porteño del mismo
Mitre. Para defender tales posiciones en términos democráticos,
postula un vínculo misterioso entre algunos de los líderes revolu­
cionarios y el pueblo, explicando de ese modo que aunque el pue­
blo nunca era consultado en forma visible, su voluntad se manifes­
taba de algún modo en las acciones de la minoría inteligente. Es
exactamente el mismo argumento que usó Sarmiento para explicar
la autoridad de los caudillos. Por lo demás, tal argumento coloca a
Mitre roiundamcntcen la posición que estaba tratando de evitar: por
mucho que trata de hacer del “pueblo” el participante central de las
revoluciones, siempre vuelve a las teorías de los grandes hombres
y las minorías inteligentes.,, y por extensión a defensas veladas de
él mismo y sus partidarios porteños en su lucha contra el gobierno
nacional perfectamente legal de Urquiza. En resumen, Mitre incluye
a las masas sólo mediante la afirmación de que “el pueblo” (la gente
decente) reflejaba la voluntad de la masa. Que las masas también

217
quisiera» a Rasas, ap ech aran do los Hiéralos ilo Buenos Alies y
apoyaran# varias gvMU'iacioncs vio caudillos son olomoiuox quedol*
totalmento rio lado,

Las demás Morrallas en la ( ñi/ i'c/ ii son una colección de c,v


IKUI variaMe, sdcivlomula por razones que aluu a no son claras, l\>
lodos modos, es evideóle en general una política editorial de
protección a los héroes unitarios y oscutwitulet no de sus conexiones
federales y resistas, fVr ejemplo, la "Biografía ríe Mariano More.
ixV\ escrita y publicada por su hermano Manuel en 1812, es
tvpuxlucida,,, peto sin mencionar el hecho de que Manuel fue un
federal convencido que había representado a Rosas en Inglaterra
durante dos décadas. De modo similar, un breve articulo sobre el
almirante Guillermo Brown no hace mención alguna al hecho de
que Brown también fue partidario de Rosas. La tx'líiica editorial de
proteger las reputaciones unitarias es especialmente evidente en el
tratamiento que reciben Rivadavia y üivalle»
En la breve biografía de Manuel José García puede verse un
ejemplo del esfuerzo por preservar la reputación de Rivadavia,
Escrita anónimamente por "Un A m igo de la Patria", el artículo
parvee serobra del hijo de García, que se iderui tica al comienzo sólo
como preveedor de los documentos, tarea descripta así: "En esta
pequeña tarea (el hijo] ha pagado un escaso tributo al respeto y el
amor filial” (Gatería, 1461, Por supuesto, García era una figura
problemática. Como desafortunado emisario tanto de Rivadavia
como de Dorrcgo en los :u\os finales de la década de 1820 en las
negociaciones con Brasil y Gran Bretaña que llevaron a la inde­
pendencia d d Uruguay, era acusado tanto por unitarios como por
resistas de haberee excedido en sus funciones y haber contribuido
a la pérdida d d Uruguay. En tren reivindicatorío, la biografía
previsiblemcnte justifica d papel de García por haber logrado “una
pac honorable y enteramente satisfactoria (que] se celebré en 1828"
(157). En realidad, los dos tratados (el primero fue rechazado) no
dejaron satisfecho a casi nadie, y fueron una causal de peso en la
caída de Rivadavia y el asesinato de Dorrcgo. Para hacer creíble su
defensa,d biógrafo anónimo tenía que mostrar que d desafortunado
diplomático se limitaba a seguir ó rd en es... lo que presentaba el
problema de cómo culpar a Rivadavia sin m encionarlo. El autor lo
consigue a lo largo de cinco páginas de circunloquios, que aluden
oscuramente a "el presidente”, "el nuevo presidente” y "el ejecu­
tivo", sin mencionar una sola v ez a R ivadavia por su nombre (152'

218
Es casi como si el nombre “Rivadavia” fuera más sacrosanto
¿ d hombre mismo, y la crítica fuera admisible sólo mediante
eufemismos.
La '"Biografía de Bemardino Rivadavia” muestra un interés
semejante en"evitar detalles desagradables. La inclusión del ar­
ticule mismo representó algo así como un gesto diplomático de
paite de Mitre ya que su autor, Juan María Gutiérrez, era en ese
momento uno de los ministros de Urquiza. Pero, dejando de lado
te diferencias políticas entre Mitre y Gutiérrez, éste aceptó plena­
mente la necesidad de crear iconos inatacables. En consecuencia,
elogia la visión administrativa de Rivadavia y sus instituciones
culturales, pero se limita a los términos más crípticos para hablarde
t e controversias que obligaron a Rivadavia a renunciar. Las fallas
administrativas de Rivadavia son descriptas en los siguientes tér­
minos: “A pesar de la dócil voluntad que se sentía en la población
para obedecer a un buen gobierno, existía una fuerza secreta que
denunciaba y detenía su acción; fuerza formada principalmente por
t e aspiraciones envidiosas apoyadas en hábitos rancios y en pre­
ocupaciones que una prensa sin doctrina social había incitado sin
corregir” ( alerí,29). Es difícil decidir qué quiere decir esto
G
exactamente. Parecería como si Gutiérrez estuviera culpando de la
fegendariaim popularidad de Rivadavia aúna fuerza sin nombre que
¡pvertía a la prensa y desviaba a las masas. ¿De dónde viene la
timidez de Gutiérrez para atacar a los enemigos de Rivadavia y
discutir sus errores y puntos vulnerables? ¿Miedo de ofender a ex
resistas ahora bajo la enseña de Urquiza? ¿Miedo de desacreditar a
Rivadavia presentando argumentos contra él? ¿Miedo de que
cualquierdiscusión realista de las fuerzas y debilidades de Rivadavia
debilitaría su utilidad como ficción orientadora para argentinos
fatutos? Sea cual fuere la razón, el Rivadavia de Gutiérrez es una
media figura, un icono para la historia oficial que poco se parece ál
voluntarioso unitario que dominó la política argentina entre 1S21 y
1S27.
Pero el respeto mostrado por Rivadavia no es nada comparado
con la maniobra que los editores de la Galería pusieron en escena
para proteger a Lavalle. Lavalle es una figura compleja. Patriota
sincero aunque impredecible, luchó con valor en las Guerras de la
Independencia, ganándose el respeto de San Martín y Simón
Bolívar, quien una vez observó que “El comandante Lavalle es un
león a quien es preciso tener enjaulado, para soltarlo el día de la
batalla” (citado en alerí209).
G, Vástago de una aristocrática fa-

219
m ilia porteña, nacido en 1797, era un adolescente cuando empe^
a com batir a los españoles bajo las órdenes de San Martín, y nohab(a
cum plido treinta años cuando cesaron las hostilidades entre España
y la Argentina. La verdadera tragedia de la vida de Lavallc fue qUc
las Guerras de la Independencia terminaran tan pronto, dejándolo
con la vocación de militar y sin guerras en que emplearla. Combatió
para el gobierno unitario contra Brasil, pero no pudo aceptar el
tratado de paz que le dio su independencia al Uruguay. Sintiéndose
traicionado, lanzó un exitoso golpe de Estado contra el gobierno
legítim o de Manuel Dorrego, im poniendo un m odelo de interven­
ción m ilitaren gobiernos civiles que sigue vivo. Para empeorarlas
cosas, ejecutó a Dorrego a fines de 1828, seguramente apoyado por
unitarios que temían que alguien tan popular com o el gobernador
destituido pudiera encabezar un contragolpe. C om o si esto no fuera
suficiente para comprometer su reputación, su breve paso por la
política tras la muerte de Dorrego resultó tan desastroso que la
mayoría de los porteños vieron con alivio el ascenso al poder de
Rosas. Bajo presión de Rosas, Lavallc huyó al Uruguay en 1829, y
vivió en un desdichado exilio hasta 1839, cuando otros exiliados
unitarios lo convencieron de encabezar una fuerza de invasión
contra Rosas. La campaña pasó por dos años de desastres, que
culminaron con la muerte de Lavallc en septiem bre de 1841. Uno
de los más espeluznantes episodios en la historia argentina es el
transporte que hicieron los leales a Lavalle de sus restos desde Jujuy
hasta BOlivia, unos cuatrocientos kilóm etros de calor desértico,
para impedir que los enem igos profanaran su cadáver, que en el
viaje se descom ponía aceleradamente. Una vid a marcada por tanto
heroísm o, aventura, coraje, violen cia y error m erece una repre­
sentación equilibrada, y hasta un p oco d e sim patía.
N o es lo que le dan los an ónim os autores de la “Biografía de
D. Juan Lavallc” en la G alería .Antes bien, su propósito es defender
a Lavallc a cualquier costo, aplastando el d isen so con un exceso
retórico que no se veía desde Las ciento y una de Sarmiento. La
“Biografía de D. Juan L avallc” p uede ser la biografía más repre­
sentativa de la colección, ya que aparece com o resultado de un
genuino trabajo de equipo de varios autores, uno de los cuales suena
muy parecido a Sarmiento, no sólo en el estilo sin o por su propensión
acitaraSarmicnto. C omo Lavallc despertaba controversias inclusive
entre los unitarios, su biografía tam bién proporciona una buena
señal del esfuerzo que estaban d isp uestos a h a cer lo s constructores
del panteón por fundamentar la “historia o fic ia l”.

220
La introducción da el tono de panegírico de todo el artículo. “El
general D. Juan Lavallc”, nos dicen los biógrafos anónimos, “en fin,
pasa a colocarse a la izquierda del general San Martín”. Esta curiosa
abertura nos hace preguntamos quién ocupará el lugar de la derecha:
¿el di funto Belgrano, quizás, o algún argentino más reciente, quizás
Mitre o Sannicnto? "Lavallc”, siguen los biógrafos, “perteneció a
aquellas legiones inmortales destinadas por la Providencia para
obrarla regeneración del mundo... Dotadodc un valorsobrchumano
y de una inteligencia superior... hallaremos siempre a este obrero
del progreso, combatiendo por la libertad de la patria... El que desde
1828 hasta 1841, en que exhaló el último aliento, no cesó un día de
protestar con las amias contra la existencia sangrienta del verdugo
del Río de la Plata (Rosas)” ( alerí203-204).
G,
Para que el lector no piense que un ser tan elogiado necesita
más defensa, los biógrafos van de inmediato a los problemas
centrales de la vida de Lavallc: su golpe contra el gobierno electo
de Dorrcgo, su ejecución del depuesto gobernador y su execrable
actuación como presidente. En el manejo de estos problemas la
biografía de Lavallc nos da un buen ejemplo de la historia oficial
popularizada. Para defender las acciones ilegítimas de Lavalle, los
biógrafos deben antes afirmar que Do rrego y el federalismo eran tan
horrendos que Dorrcgo obtuvo exactamente lo que se merecía, que
las acciones de Lavallc quedaran enteramente justificadas. Este
imperativo los lleva a emprender la descripción de la política de
Buenos Aires hacia el findei período rivadaviano: “La situación era
particularmente difícil ya que algunas de las provincias del interior
tiranizadas por Ibarra, Bustos, López y Quiroga se negaban a
reconocer la autoridad del Gobierno General” (226). Dos proble­
mas debilitan esta afimiación: primero, las poblaciones provinciales
en su mayoría apoyaban a los caudillos y desconfiaban profunda­
mente de Buenos Aires; nada sugiere que las provincias, aun sin los
caudillos, hubieran reconocido al gobierno de Rivadavia. Segundo,
las provincias nunca habían aceptado a Buenos Aires como “ el
Gobierno General” y estaban menos dispuestas a hacerlo después
de que Rivadavia tratara de imponerles su constitución. En resumen,
la cuestión entre manos no era la obediencia sino la legitimidad de
los intentos de Rivadavia de controlarlas provincias. Los biógrafos
prosiguen lamentando que “en el seno mismo del Congreso una
oposición sistemática y violenta, encabezada por el coronel Dorrcgo,
no se paraba en m edios, a trueque de que descendiera de la silla
presidencial D. Bemardino Rivadavia” (226). Una vez más, los

221
hechos muestran o t a cosa, Con razón o sin ella, la oposición federal
en el Congreso se indignó por las maniobras de Rivadavia
íbderalizarla ciudad puerto sin aprobación legislativa, y expresaren
su disenso en sus funciones legi timas de funcionarios electos. m;;s
aun, no hay motivo para suponer que los federales eran nús
violentos que sus oponentes unitarios. En una palabra, la renuncia
de Rivadavia resultó de la insensibilidad política y la mala admi.
nislración, ames que de las presiones de “ una violenta oposición".
Los ataques a D onego enqvoron. Hl regreso de Lavado a
Buenos Aires iras el tratado de paz de 1828 es descripto culos
siguientes términos:

A su llegada (después de la campaña contra Brasil en Uru­


guay] encontró a la capital en la mayor agitación. El Prest-
dente de la República inhabilitado para continuar con éxito la
guerra, por la hostilidad que sufría de los opositores, encabe­
zados por el coronel D onego, en alianza estrecha con los
caudillos del interior, había enviado una misión a Río Janeiro
para negociar la paz., bajo la base de la indepedenda de la
provincia oriental, y d enviado, traspasando las precisas
instrucciones que llevaba, había firmado un tratado ignominioso
para el país (231).

Este párrafo, otra vez, es más interpretativo que factual.


Primero, el autor considera las buenas relaciones de Donego con
los caudillos como una especie de traición antes que como un
paso hacia la consolidación, la clase de iniciativa que promovía
Alberdi en las Cornil s, egundo, los biógrafos limpian
Silotan
qu
a Rivadavia de toda culpa por el primer tratado. En realidad, se sabe
poco sobre la medida en que García se apartó de sus instrucciones,
en parte porque Rivadavia les decía cosas diferentes a personas
diferentes, como queda ampliamente dem ostrado en el relato que
hace U S . Fenuielas negociaciones (P eni, 179-187). Está claro,si»
embargo, que no bien Rivadavia comprendió que e l tratado tronado
por García enfurecía a la opinión pública, lo denunció y trató de
hacer recaer todas las culpas sobre su m inistro; que es lo que el
mismo hijo de García evita decir sobre R ivadavia en la biografiarte
éste que vim os antes. Los biógrafos de Lavalte- tam poco mencionan
que el exitoso tratado de 1828, que hizo d el Uruguay un Estado
independiente antes que una provincia brasileña o argentina, tam­
bién fue negociado por el m ism o García, esa v e z bajo Donego,Pesé

222
a este escamoteo de datos, los biógrafos logran su objetivo de
defender a Rivadavia al tiempo que sugieren que la respuesta
violenta de LavaJle contra Dorrcgo quedaba de algún modo justi­
ficada.
Tampoco se le concede a Dorrcgo un punto a favor por su
considerable popularidad. "El coronel Dorrcgo", nos dicen, "esca­
laba el poder empujado por el brazo robusto del populacho, y se
contrajo sólo a financiar su poder estrechando sus relaciones con
los caudillos del interior, y excitando cada vez más el espíritu
salvaje de la plebe” (229-230). La referencia de esta frase es la
elección provincial que ganó Dorrcgo, por la que llegó a la G o­
bernación de la Provincia de Buenos Aires, y sus intentos de
construir puentes con los caudillos provinciales. Las elecciones
mismas habían implicado cierto riesgo. Nombrado originalmente
por el Congreso, Dorrcgo fácilmente podría haber seguido en el
poder sin buscar una ratificación electoral. Pero se sentía lo bastante
seguro de su popularidad com o para llamar a elecciones, que en
efecto ganó con facilidad. Para los biógrafos de Lavalle, en cambio,
ganar con el voto popular sólo significaba una alianza con la plebe,
epíteto que recuerda los prejuicios étnicos y clasistas ya vistos en
escritos de la Generación del 3 7 .4
Una vez dadas las premisas para la racionalización del gol­
pe contra Dorrcgo, los biógrafos de Lavalle ponen manos a la
obra. Su primera tarea es mostrar que la maniobra de Lavalle no
violentó principios dem ocráticos en tanto gozó del apoyo del
"pueblo”. N o puede sorprendemos que “el pueblo” resulte ser no
cualquiera sino "lo más selecto del pueblo de Buenos Aires [que]
en asamblea popular, se reunía en la iglesia de San Roque, y por
un acto en que firmaron más de 2.0 0 0 ciudadanos, se nombraba
al general Lavalle Gobernador Provisorio de la Provincia, encar­
gándole de la m isión de anulare! poder de Rosas y D orrcgo... [que]
no podían ser derrocados sino por los esfuerzos de la civilización
armada”, Se nos informa, además, que la asociación de Dorrcgo

4 Lo» enemigos de Dorrcgo, en especial los perdedores unitarios, inmedia­


tamente reclamaron diciendo que la elección se había ganado con fraude (Maycr,
Albcrdi y sutiempo, 62). Tomás de Iríarte, un observador contemporáneo por lo
general confiable, que critica a Dorrcgo en otros terrenos, no hace mención alguna
de fraude en su elección a la gobernación (triarte, IV, 80-90). Pero, más signifi­
cativo aún, Mitre en sus notas de 1841 sobre Dorrcgo también acepta los resultados
de la» elecciones sin comentarios (Mitre, OC, XII, 331-352).

223
con los caudillos era condenatoria de por sí ya que estos lfdcj^
provinciales “no eran otra cosa que los representantes vivos dei4
barbarie... elevados al poder por la fuerza material de las ma^
salvajes” (Galería, 233). Pero especialmente escalofriante es i3
conclusión: el derrocamiento armado de gobiernos electos es per.
misible, inclusive deseable, si se lo hace en nombre de la “civilización
armada”, argumento usado para justificar virtualmcnte todos los
golpes en la historia argentina.
Habiendo declarado así que Dorrego se merecía todo loque
tuvo, y que los perpetradores del golpe sólo buscaban proteger lj
civilización de “la masa bruta”, los anónimos autores encaran el
asunto más espinoso: el asesinato de Dorrego. En un comienzo
cauto, afirman que:

La ejecución del infortunado coronel Dorrego ha sido califi­


cada ya por los buenos de toda la nación como error que
nadie más que el general Lavalle lamentó después con todala
efusión de su alma elevada... Sin embargo, como en nuestra
calidad de biógrafos creemos que estamos en el deber de legar
a la posteridad todos los antecedentes de este suceso fatal para
que pueda formar juicio y fallar con conocimiento de causa
(234).

Esta declarada imparcialidad y devoción a las pruebas, no


obstante, se desvanece velozm ente en una nube de retórica
apologética más al tono con el resto de la biografía:

Dejando a un lado que [Dorrego] era el desorganizador ex­


clusivo de toda la república, que por su causa el país, com­
prometido en una guerra nacional, había tenido que abdicar
sus glorias firmando una paz menos ventajosa de la que de­
bía esperarse después de cuatro victorias; que por escalar y
conservarse en el poder, había humillado al pueblo de su
nacimiento poniéndolo bajo la tutela de los caciques del
interior, ...las consideraciones que sin duda obraron mis
en el ánimo del general al tomar su errada resolución fue
que el coronel Dorrego había sido el primero que en nues­
tras luchas civiles daba el escándalo de echar mano de las
tribus salvajes del desierto para combatir con los cristianos
(234).

224
Los mismos autores desmienten mucho de lo anterior. Por
ejemplo, sus críticas a los caudillos, las “masas brutas”, y a los
federales en general, contradice la afirmación de que Dorrcgo
"era el exclusivo perturbador de toda la república”. Además,
la “paz menos que desventajosa” que le dio su independencia
al Uruguay era considerada en general como el único modo de
terminar las hostilidades con el Brasil, y por cierto era mejor
para la Argentina que los términos aceptados por García ori­
ginalmente bajo Rivadavia. Además, los contactos amistosos
de Dorrcgo con los caudillos mal podían considerarse una “tu­
tela”, y la idea de que Dorrego estaba agitando a los indios para
luchar contra los “cristianos” es puramente difamatoria. La biografía
sigue así:

Y siendo el coronel Dorrego el jefe natural del partido federal


de esa época, es decir, el caudillo de las masas desenfrenadas,
que de un extremo a otro de la República hacían estremecer a
los pueblos con su algazara salvaje [Lavalle] creyó que ha­
ciéndolo desaparecer, la sometería por medio de un tremendo
ejemplo. Ofuscado por el humo de un combate fratricida, con
el corazón lacerado por las desgracias del país... N o recordó
que las ideas malas o buenas no se degüellan, y que la única
sangre que fecunda el árbol de la libertad es la que se derrama
en su tronco combatiendo por su causa en los campos de bata­
lla (234-235).

A continuación los biógrafos insertan una extensa cita de


Sarmiento (“El Señor Sarmiento dice así”) que incluye el siguiente
pasaje:

[Lavalle] no hacía más que realizar su voto, confesado y


proclamado de ciudadano... Lavalle, fusilando a Dorrcgo,
como se proponía fusilar a Bustos, López, Facundo y los
demás caudillos, respondía a las exigencias de su época y de
su partido... Lo que Lavalle hizo, fue dar con la espada un corte
al nudo gordiano en que había venido a enredame toda la
sociabilidad argentina; dando una sangría, quiso evitar el
cáncer lento, la estagnación (235),

Aunque ya temible en su propio contexto, esta defensa de las


acciones de Lavalle lo es doblemente en tanto anticipa punto por

225
punto argumentos usados en todo golpe militar contra los gobiernos
argentinos establecidos: un líder corrupto cuya popularidad hace de
algún modo inoperables los controles y equilibrios del gobierno
institucional, masas ignorantes cuya voluntad debe ser ignorada por
su propio bien, un patriota militar que busca devolver el país a la
normalidad, y por último un llamado a la violencia, o “civilización
armada”, como única solución para una situación tan fuera de
control que sólo medidas extraordinarias pueden funcionar. Ade­
más, en la sugerencia de que los problemas pueden resolverse
mediante la eliminación de ciertas personas, los biógrafos de
Lavalle se alinean no sólo con el “Plan Revolucionario” de Maria­
no Moreno de medio siglo atrás, sino también con el más sangriento
gobierno militar en la historia argentina, la junta que gobernó de
1976 a 1983. De hecho, los biógrafos de Lavalle, quizá por pri­
mera vez en la historia argentina, describen dos veces el acto
criminal de Lavalle con el eufemismo “hacer desaparecer”, ahora
famoso en todo el mundo gracias a la guerra sucia que llevó a cabo
el reciente gobierno militar contra su propio pueblo. La defensa
de Lavalle también destaca un hecho desagradable de la historia
argentina: con frecuencia la gente más estentórea en el apoyo de
un gobierno institucional es la primera en apoyar un golpe cuando
su grupo no está en el poder. También es significativa la imagen
de un cáncer que necesita ser extiipado. Detrás de cada golpe, de­
trás de cada experimento económ ico, detrás de cada cambio
traumático de gobierno, está la imagen del doctor sabio que debe
realizar una cirugía radical que, si bien dolorosa, es necesaria para
la supervivencia del país. El uso repetido de estas imágenes en el
discurso político argentino indicaría una peculiar predisposición a
aceptar soluciones extremadas com o algo necesario, e incluso
natural.
La ejecución de Dorrego por Lavalle es cubierta del mismo
modo discreto en la “Biografía de M anuel José García”: “El ejército
se retiró [del Uruguay] a fines de este año y sublevándose contraía
autoridad y ejecutándose al gobernador Dorrego, se engendró la
guerra civil en Buenos Aires y en las provincias” (Galería, 157).No
se hace m ención alguna al hecho de que fue Lavalle, furioso por la
firma del tratado, quien lo inició todo; ni se sugiere que los unitarios,
ansiosos por librarse del popular D orrego, simpatizaban con todo lo
que hiciera Lavalle, si no es que lo im pulsaban a hacerlo. De hecho,
el uso conveniente del “s e ” im personal en la cláusula final desvíala
responsabilidad de cualquiera en particular, casi sugiriendo que

226
todo el asunto fue algo que pasó espontáneamente y sin autoriza­
ción.
La “historia oficial” de la tragedia de Lavalle y Dorrcgo que
podemos leer en la Galería es especialm ente interesante cuando se
la compara con notas que escribió Mitre sobre Dorrego en 1841,
quince años atrás. Tomadas antes de que las exigencias de justi­
ficar a una “minoría ilustrada” porteña colorearan su pensamien­
to, las notas de Mitre presentan un cuadro m uy distinto del caso
Dorrego. Antes que una “sistem ática y violenta oposición en el
seno mismo del Congreso”, Dorrego, en la primera versión de
Mitre, es “un espíritu vivo, penetrante, activo, elevado y subli­
me” que contrastó el mundo soñado de R ivadavia con “las llagas,
los deseos, las necesidades de la N ación” (Mitre, OC, XII, 342).
En la versión anterior, Dorrego es un pragmático, que cuestiona
constantemente la factibilidad de los grandiosos proyectos de
Rivadavia, haciendo preguntas incóm odas sobre costos reales y
beneficios. Además, Mitre reconoce en sus notas de 1841 que el
ascenso de Dorrego al poder después de la desafortunada asocia­
ción de Rivadavia con el primer tratado de García con el Brasil fue
enteramente comprensible: “Un tratado afrentoso, estipulado por
nuestro enviado en el R ío Janeiro, un m enoscabo de nuestra
dignidad y derechos, divorció el Gobierno con el pueblo; con él
cayó la facción [el gobierno de Rivadavia] que hasta entonces había
manejado las bridas del Estado” (OC, XII, 348). Una historia muy
diferente a la versión de la Galería, donde “El coronel Dorrego
recurría a cualquier m edio im aginable para obligar a Bemardino
Rivadavia a abandonar el sillón presidencial”. El primer Mitre tiene
inclusive palabras amables para el gobierno de Dorrego: “La
marcha de Dorrego no está señalada por grandes mejoras, pero fue
prudente y generosa. La libertad de imprenta fue respetada, nadie
fue perseguido ni proscripto por sus anteriores opiniones, extendió
las fronteras al sur; la República se organizó de hecho bajo una forma
federal convencional y las provincias lo encargaron de todos los
negocios de paz y guerra y relaciones exteriores”. Mitre también
habla en buenos términos del tratado de Dorrego con Brasil, que
considera “sin duda el m om ento más mem orable de su gobierno”
(OC,XII, 349). Más notable todavía es la condena que hace Mitre
del golpe de Lavalle contra Dorrego: “El general Lavalle, no
tomando consejo sino d e su impetuosidad, y considerando en
Dorrego al promotor de la anarquía, en v ez del primer magistrado
de la República, determinó llevarlo p o r su orden al patíbulo, arro-

227
jando así una mancha indeleble sobre las páginas de su vida” (oq
XII, 3 5 1).5
¿Qué había cambiado entre 1841, la fecha de estas notas de
Mitre sobre la vida de Dorrego, y 1857, fecha en que el grupos
Mitre publica la Galería, para explicar enfoques tan radicalmente
diferentes de la vida de Lavalle? La única diferencia real era la
situación política de Mitre. Las notas fueron escritas en el Uruguay
antes de que las ambiciones políticas de Mitre se definieran; en
1841, desde el exilio, era posible ver a Dorrego con relativa
imparcialidad. Mitre y los autores de la Galería, en cambio, nece­
sitaban justificarse como “minoría ilustrada” haciendo resistencia
a la barbarie que para entonces había sido identificada con el
federalismo en general y el gobierno federal de Urquiza en particu­
lar. Y así como la “civilización armada” encamada en Lavalle había
luchado contra la “barbarie” de Dorrego, la civilización annada
encamada en los mitristas porteños debía prepararse una vez más
para subyugar a la “barbarie” de los urquicistas. Cada versión de la
historia de Dorrego toma sentido así sobre el trasfondo político de
los años 1841 y 1857.

Aunque la Galería puede ser el ejemplo más claro de los


presupuestos de la historiografía de Mitre, como historia es una
obra menor, sobre todo cuando se la compara con las dos monu­
mentales biografías que Mitre terminó en la década de 1880. La
primera de éstas fue un estudio en dos volúm enes titulado Historia
de Belgranoy de la Independencia Argentina, publicada en 1859,
versión muy expandida del artículo de la Galería, y conocida como
“segunda edición”. La Historia de Belgrano es importante por
muchas razones. Aunque tuvo que pasar por cuatro ediciones (la
última publicada en 1887) cada una con extensa reescritura y
aumento antes de alcanzar su forma definitiva, la Historia es un
clásico de la historiografía argentina. Como ha observado Rómulo
D. Carbia, el mejor historiador de historiadores en la Argentina,
“Mitre reunió y estudió los libros que se habían ocupado de historia

5 También incluidos entre los papeles de Mitre había notas que tituló
“Consejos y apuntes para escribir la biografía del general Lavalle", fechadas el30
de agosto de 1857, poco antes de la publicación de la Galería. Dedicadas en su
mayor parle a las experiencias militares de Lavalle durante las Guerras de 1»
Independencia, esas notas no dicen casi nada sobre el golpe y la ejecución de
Dorrego. (Véase Mitre, OC, XII, 353-364.)

228
americana, los sometió a la prueba crítica, los clasificó según lo que
ella dejó como precipitado y trató de poner, frente a lo impreso, los
resultados de su pesquisa personal en las fuentes inéditas" (Cutiría,
Historia crítica de la historiografía argentina, 160-167). Un re­
sumen, y pese a sus ambiciones políticas, M itre trajo a la historiografía
argentina un laudable interés por las pruebas y la documentación.
En realidad, la cuarta y definitiva edición de la obra, publicada en
tres volúmenes en 1887. es un tesoro de extensas citas de documentos
que Mitre coleccionó durante cincuenta años de trabajo en archivos.
Igualmente admirada es su Historia San Martín y la Eman­
cipación Sudamericana, en tres volúmenes, publicada entre 1887 y
1890.
Pese al impresionante aparato bibliográfico en que se apoya su
obra, sin embargo, la Historia de de Mitre provocó una
larga polémica sobro su premisa básica: queunahisioriadcBelgrano,
un gran hombre, y la minoría ¡lustrada de Buenos Aires, pudiera ser
presentada como una historia de la independencia argentina. Con­
temporáneos de Mitro com o Dalmacio Véle/. Sarsftcld y Vicente
Fidel López mantuvieron este debate con Mitro durante casi tros
décadas. En realidad, sus críticas a Mitre posiblemente llevaron a
ésteauna fundamcntaciónmucho más sistemática en los documentos.
En razón de esta mayor profundidad bibliográfica, cada edición
sucesiva de la Historia la mejora.
La primera escaramuza en el debate comenzó en una serie de
artículos publicados por Dalmacio Véle/. Sarsficld en el periódico
El Nacional en 1864. Al llamar a la Historia de Bclgrano de Mitro
"unjuicio injurioso y calumniante a los pueblos del interior", Vélcz
Sarsficld busca mostrar que las masas y sus caudillos jugaron un
papel importante en el movimiento de la independencia, desligados
del liderazgo porteño representado por Belgrano y San Martín
(Véle/. Sarsfield, "El General Bclgrano", en Mitro, Estudios
tóricos, 218). El punto central de la argumentación de Vélcz
Sarsficld es Martín Güenics, un contemporáneo de José Artigas,
que luchó junto a San Martín y Bclgrano al fronte de un ejército de
gauchos que más de una vez resultó decisivo en el rechazo a las
tropas realistas.
Pero Güemes no siempre cooperó tan amistosamente con los
porteños. Tras las Guerras de Independencia, Güemes, como Artigas,
resistió los intentos porteños de poner a Salla bajo control de
Buenos Aires. También com o Artigas, apoyó políticas sorpren­
dentemente progresistas para su época. C omo gobernador de la

229
provincia inició un sistema de impuestos progresivo y medidas de
reforma agraria que lo pusieron en m alos términos con las ricas
fam ilias salteñas, una de las cuales era la suya propia. Además
com o Hidalgo, Güemes contribuyó a cambiar el sentido de la
palabra “gaucho”, de delincuente apatriotanativo. Los historiadores
modernos en general están de acuerdo en que Güemes logró un buen
equilibrio entre la lealtad a la nación y la defensa de la provincia;
también es muy elogiado actualmente por trascender sus propias
raíces de clase para conducir un m ovim iento popular y progresista.6
A ojos de Mitre, en cambio, la popularidad entre las clases
bajas y la oposición a Buenos Aires eran pecados imperdonables.
Incapaz de desmentir la contribución de Güemes a la lucha por la
independencia, Mitre concede que “com o caudillo fue grandeenla
lucha por la causa común”, pero afirma que “como caudillo fue
funesto contribuyendo con su ejem plo a la desorganización política
y social” (Mitre, Estudios ,h
istórco69). Mitre insiste además
vituperio ya estereotipado, en que Güem es fue un “caudillo desti­
nado a adquirir una gloriosa a la v e z que siniestra celebridad...
Aunque educado y perteneciente a una notable familia de Salta,
manifestó siempre una tendencia a halagar las pasiones de las
multitudes para conquistarse su afecto y dividirlas de las clases
cultas de la sociedad” ( Historia de (1859), II, 20
Como en otros ejemplos de estilo oficialista, lo que significa esto es
que Güemes buscaba la inclusión de las clases populares, y rechazaba
las aspiraciones de la minoría ilustrada de Buenos Aires al poder
exclusivo sobre las provincias.
Los ataques de Mitre a G üem es no quedaron sin respuesta. “El
hecho es”, escribe V élez Sarsfield, “que el caudillo Güemes, ese
hombre a quien se culpa de haber procurado siempre atraerse las
masas, se sirvió de esas masas para salvar su país y salvar la
Revolución de M ayo” (“El General B elgrano” , 227-228). Vélez
Sarsfield critica en particular la actitud desdeñosa de Mitre hacíalas
masas:

La historia de los pueblos no puede separarse de la historia de


lo s grandes hombres que lo s han dirigido; pero tampoco la

*La torpe defensa que hace Vélez Sarsfield de Güemes fue en realidadd
primero de varios intentos de redimirlo de la degradación que cubría a todoslos
caudillos por igual en la historia oficial. La Güemes de Atilio Cornejo
en gran medida resume la opinión moderna.

230
historia de éstos puede prescindir del teatro de sus acciones.
Nuestros historiadores toman individualidades, exageran sus
condiciones, no sabemos el medio en que han vivido, el
tamaño y el valor de los pueblos en que han obrado, los brazos
secundarios que los han auxiliado; no conocemos ni las cos­
tumbres, ni las opiniones de las masas, ni sabemos los nombres
de los primeros personajes que influían en ellas (233).

Vélez Sarsfield sostiene luego que la insistencia de Mitre en la


prueba documental, antes que una virtud, es lo que condena sus
historias a la parcialidad, ya que los documentos reflejan en su
mayor parte los intereses de las clases altas. Afirma que, como las
masas y sus líderes populares dejan pocos rastros escritos, su
historia exige métodos que incluyan la leyenda, la tradición oral y
los testimonios. “El defecto de la Historia ”, concluye
Vélez Sarsfield, “es estar sacada de los documentos oficiales... en
los que nunca aparece la verdad histórica” (233). En resumen, Vélez
Sarsfield buscaba inclusión para las masas y sus caudillos en la
historia, así como Artigas, Hidalgo y Alberdi habían querido
incluirlos en la sociedad.
En su respuesta, Mitre descarta las críticas de Vélez Sarsfield
como “reminiscencias vagas e incompletas... desnudas de todo
comprobante” ( Estudios istórco, 6). Siempre en su posición d
h
árbitro exigente, Mitre insiste en que Güemes debe ser juzgado de
acuerdo a las pruebas documentales “con la imparcialidad severa
ante el tribunal de la historia para lección de todos” (64). Si bien la
amplia documentación de Mitre da esa impresión de “severa im­
parcialidad”, una mirada más atenta revela una cuidadosa selección
de pruebas que desm iente todo reclamo de objetividad. Por ejem­
plo, para documentar que Güemes fue un caudillo tan malo como
cualquier otro, Mitre cita sin ningún recaudo crítico las Memorias
del General José María Paz, prominente general unitario y defensor
del privilegio porteño, cuyos sentimientos hacia los caudillos eran
una negativa tan ciega com o la de Mitre. Citando los escritos dé Paz
como pruebas testim oniales, Mitre puede desdeñar a Güemes como
“un orador gangoso, cóm ico en sus lujosos vestidos que imitaban
los trajes del pueblo; dem agogo excitando a los pobres a la rebelión
contra la clase más culta de la sociedad ... y caudillo idolatrado por
los gauchos” (67). Las Memorias de Paz son de hecho una fuente
principal que usa Mitre contra Güemes. Mitre nunca cuestiona las
intenciones y confiabilidad de Paz ya que necesita “documentación”

231
para fundamentar el mito de los caudillos bárbaros y sus hordas
salvajes. Esta visión de los caudillos también dio apoyo a la negativa
de Mitre a negociar de buena fe con el “caudillo" Urquiza, y quedó
subyacente en su visión de su propio papel en la historia argentina:
líder de una minoría ilustrada llamada a resistir la “barbarie”. Fue
precisamente el uso selectivo que hizo Mitre de las pruebas lo que
llevó a Albcrdi a acusarlo de que la Historia Belgrano es “la
leyenda documentada, la fábula revestida de certificados, que son
para ver, pero no para leer de otro modo que los lee la vanidad del
país, esto es, con los ojos cerrados” (Albcrdi, Grandes y pequeños
hombres, 16).7

Una ironía: el lugar de Mitre en la historia argentina nunca


ha sido investigado tan meticulosamente como él estudió a Belgra­
no, San Martín y el período de la Independencia. De todas las fi­
guras prominentes del siglo x ix argentino (Moreno, Rivadavia,
Rosas, Albcrdi, Sarmiento, Urquiza) sólo Mitre ha escapado al
escrutinio de una rigurosa biografía crítica. Quizá los historiadores
lo tratan caballerosamente por reconocer en él a un colega que
contribuyó enormemente a la historiografía argentina. Sean cuales
fueren los prejuicios de Mitre, los estudiosos actuales siguen en­
contrando útiles sus monumentales biografías de Belgrano y San
Martín. Además, ninguna biblioteca de documentos originales de
la Argentina colonial y del siglo x ix supera la que formó el propio
Mitre.
Otro motivo, quizá, para la escasez de estudios críticos sobre
Mitre es la complejidad del tema. Mitre, com o Sarmiento, desafía
toda clasificación. Al ser una paradójica combinación de brillo

7El debate entre Mitre y sus críticos entró en una segunda ronda en la década
de 1880, período que escapa al alcance de este libro. Vicente Fidel López, unautor
tan prolífico como Mitre y mucho más influido por historiadores como Thien)’>'
Macaulay, reiteró la criticado Vélez Sarsficld a Mitre, en el sentido de que el interés
de éste por la documentación lo enceguecía a los problemas más amplios. Mitre
contraatacó calificando de “impresionista” la Historia de López. El debate entre
Lópezy Mitre ha sido analizado en extenso en Carbia, Historia, 148-172; Ricardo
R. Caillet Bois también analiza el debate en su artículo “La historiografía", como
hace Joseph R. Baragcr en "The Historiography of the Rio de la Plata Area Since
1830“ (596-598). Además, como lo indican obras rclativ amente recientes comolas
muy entretenidas y no muy confiables de Arturo Jaurelchc, Los
y El medio pelo en la sociedad argentina, el papel de Mitre en la historia argentini
sigue inspirando discusión.

232
intelectual, heroísmo, elocuencia, ambición, oportunismo e intriga,
Mitre admite que se lo vea desde muchos ángulos y combinación de
ángulos. Ninguno de sus contemporáneos tuvo sus dotes combina­
dos de escritor, historiador, político, administrador, orador y líder
militar. Es cierto que Sarmiento fue mejor escritor, Albcrdi un
pensador más lúcido, Urquiza un patriota más entregado, López un
historiador más legible, y casi cualquiera pudo superarlo como
novelista y traductor. Pero nadie tuvo todos esos talentos juntos; ni
tampoco nadie acomodó sus talentos en un vehículo más perfecto
de autopromoción que el que mantuvo a Mitre en la mira del público
desde 1852 hasta su muerte en 1906.
Pero Mitre es mucho más que un producto de la ambición
personal y las relaciones públicas. Una vez que Urquiza dejó de ser
un obstáculo y Mitre llegó a presidente, se ocupó de organizar el
país, fundar escuelas y universidades, redactar códigos y leyes,
crear un moderno sistem a bancario y monetario, marcar políticas de
inmigración y construir puertos, líneas telegráficas y ferrocarriles.
En todas estas actividades se mostró un funcionario imaginativo e
incansable, tanto que sin Mitre la Argentina moderna podría no
existir. Pero hubo otro Mitre: un hombre cuyas ambiciones una y" '
otravezinterrumpieroneldesarrollonacionalysiguen distorsionando
la comprensión del pasado argentino. Cuando las ambiciones
personales de Mitre coincidieron con el bien de su país, fue un
servidor público imaginativo y celoso; cuando no, fue una peligrosa
fuente de perturbación y distorsión histórica.
Separar las ambiciones de Mitre de su patriotismo es espe­
cialmente difícil por su ubicua retórica liberal. Sean cuales fueren
sus acciones y m otivos, siempre lo dijo bien. Sus escritos nos ha­
blan en presente y están cargados con el denso perfume de la
elocuencia liberal, mientras que sus acciones siguen en el pasado,
esperando ser iluminadas por historiadores laboriosos. Con elo­
cuencia liberal atacó los planes de Urquiza de unificar el país bajo
un gobierno igualmente representativo de Buenos Aires y las pro­
vincias; con elocuencia liberal llamó a su periódico Debates,
aunque siempre reflejó un solo punto de vista; con elocuencia libe­
ral llamó a su siguiente periódico La Nación, nombre que disfraza
su inflexible prejuicio porteñista; con elocuencia liberal condujo a
la Argentina al borde de una desastrosa guerra civil que fue evitada
sólo porque Urquiza se negó a combatir, con elocuencia liberal
colaboró en una vergonzosa guerra contra el Paraguay; y con
elocuencia liberal en 1874 intentó un golpe contra un presidente

233
constitucional cuya mayor ofensa había sido derrotarlo en su
segunda postulación a la presidencia, Si Mitre hoy es mrts recor­
dado com o un estadista, enulito, líder político e historiador liberal,
es en parte porque sus palabras siguen defendiéndolo y promo­
viéndolo.
Y si sus palabras flaquean, sus descendientes se apresuran a
salir en su ayuda. La familia Mitre es dueña y editora de Nación,
el diario más poderoso del país, que a su v ez ejeme una influencia
tácita sobre la vida intelectual argentina mediante el simple expe­
diente de controlar quién y qué se publica o reseña en sus páginas.
En realidad, con la colaboración de sus descendientes, Mitre se
mantiene casi tan intocable en la muerte com o lo fue en vida. Dada
la complejidad del hombre y los giros laberínticos de la vida
intelectual argentina contemporánea, los escritos de Mitre siguen
siendo la mejor ventana para ver que, p ese a sus grandes palabras
sobre democracia y su notable contribución a la historia, nunca deja
de ser el defensorde los grandes hombres y las minorías ilustradas:
yale decir, él mismo y los que están de acuerdo con él.

234
Capítulo 9

Raíces del nacionalismo argentino,


Parte I

Desde los orígenes de la República Argentina, dos corrientes


amplias dominaron las ficciones orientadoras del país. La primera,
que hemos estudiado en detalle, es la postura liberal, elitista,
centrada en Buenos Aires y en las clases altas cultas que promueven
el éxito mediante la im itación de Europa y los Estados Unidos al
tiempo que denigran la herencia española, las tradiciones populares
las masas mestizas. Liberales lúcidos y prolíficos, de Moreno a los
nvadavianos, Sarmiento y Mitre, promovieron sus ideologías de
exclusión a la vez que estereotipaban a sus enem igos como bárba­
ros, enemigos del progreso, y racialmente inferiores. (A esta altura
debería ser obvio que el uso de las palabras “liberal” y “liberalismo”
en la Argentina es muy distinto al que se le da en Estados Unidos y
¡Europa occidental.) La otra corriente de pensamiento, que expone­
mos ahora, es una tendencia (o más de una) ideológicamente
confusa, mal definida, a menudo contradictoria, que en ocasiones
fue populista (en caudillos com o Artigas y Güem es), reaccionaria
(en el clero conservador y en R osas), nativista (en la gauchesca de
Bartolomé Hidalgo), o genuinamente federalista y progresista (en
Unquiza y el último Albcrdi). Esta oposición al elitism o liberal no
está uni ficada en una sola idea. D e hecho, algunos de sus elementos,
tales como la democracia radicalizada de Artigas e Hidalgo, frente
al patcmalismo aristocrático de Rosas, son profundamente contra­
dictorios. De todos m odos, esta indefinida, variable c inconsistente
oposición al liberalismo argentino ha tomado a través de los años
una forma visib le aunque no siempre fácil de definir, a la que por
falta de mejor nombre llamaré nacionalismos

235
Dos consideraciones promueven la elección do esc nombre,
Primero, muchos de los autores estudiados en este capítulo sé
llamaron a sf mismos “nacionalistas", y ul federalismo “causa
nacionalista”. Por ejem plo Olegario Andtadc, en dos polín,
cas, importante panfleto publicado probablemente en 18b6, es­
tudiado en detalle más adelante en este capítulo, divide a los par­
tidos políticos argentinos en dos grupos: “Federales y unitarios,,,
nacionalistas y liberales” (54). Segundo, el nombre toma sentido
a la luz de lo que se volvió el antiliberalismo en este siglo. Como
el Kafka de Borges, que crea sus propios precursores, el naciona­
lism o argentino contem poráneo en cierto sentido creó su propia
genealogía.
Lo que más les falló a los oponentes del liberalismo porteño
durante los primeros cincuenta años de existencia del país, fueron
buenos defensores públicos de su punto de vista. A diferencia de
Echeverría, Sarmiento y Mitre, los escritores antilibcralcs trabajaron
en relativo aislamiento, sirvieron causas políticas efímeras y no
dejaron una progenie intelectual que mantuviera su obra a la vista
del público. Salvo las denuncias poéticas al privilegio de la clase
alta y la injusticia com etida con el gaucho, por Bartolomé Hidalgo,
los autores populistas antes de Urquiza se hundieron en el olvido,
Hasta las proclamas de Artigas tuvieron que esperar su resurrección
a m anos de historiadores uruguayos an siosos por establecer una
identidad nacional propia. Igualm ente olvidado estuvo el padre
Francisco de Paula Castañeda, que lanzó una campaña vigorosa, a
m enudo difamatoria, contra R ivadavia, y después se alineó con
E stanislao L ópez, caudillo de Entre R íos, contra los liberales
porteños. Otro “nacionalista” olvidad o es Pedro de Angelis, un
literato italiano importado por R ivadavia, que se transformó en el
intelectual “con cam a adentro” d e R osas; aunque fue un adulón
servil de quienquiera estu viese en el poder, de A ngelis dejó una
notable (aunque probablem ente insincera) d efen sa de la dictadura
de R osas, con vin cen tes refutaciones de lo s argumentos unitarios
contra R o sas, y un adm irable cuerpo de escritos serios sobre la
cultura, el lengu aje y la geografía argentinos. A un así, dado que
escritores co m o C astañeda y de A n g e lis eran fáciles de desacreditar
por su alianza con cau sas p olíticas ingratas o sin éxito, fueron en
gran m edida o lv id a d o s y causaron p o co efec to sobre las ficciones
orientadoras o fic ia le s del país.
C on la llegad a al p oder d e U rq uiza, y el establecimiento de un
gobierno n acion al en Paraná, lo s in telectu ales antiporteños por

236
primera vez encontraron un líder político con el que pudieran
simpatizar, y un gobierno a cuyo alrededor pudo formarse una
escuela genuina de sentimiento nacionalista. Gracias a la Confe­
deración, escritores como Juan Bautista Alberdi (ya alejado de
Sarmiento y Mitre), Carlos Guido y Spano, Olegario V. Andrade y
José Hernández se unieron en la causa común contra el dominio
porteño. Pero, como suele suceder en las letras argentinas, también
los pensadores de la Confederación fueron más hábiles en explicar
el fracaso que en programar el éxito. Como resultado, los ejemplos
más significativos de pensam iento nacionalista, populista y
provincialista no aparecen durante el gobierno de Urquiza sino
después de su derrota en 1861, cuando los mitristas y Buenos Aires
habían vuelto a dominar el país.
Este capítulo y el que sigue examinan'el pensamiento nacio­
nalista argentino tal como se manifiesta cntre~T85Tv~T88Q en
ténjiinos-dé^icorimpulsos-principalcs. El primero es una rccsX
tructuración de la historia que define a la Argentina como una
nación dividida no por ideologías políticas sino por realidades
económicas, y como contendientes principales el interior contra
Buenos Aires, los pobres contra la “oligarquía” (térm ino
dcsaprobatorio referido a los ricos porteños, que se empieza a usar
durante este período). El scgundocs una vindicación de los caudillos"
como auténticos dirigentes populares cuyo supuesto barbarismo era
el único recurso disponible a las provincias en su lucha contra
Buenos Aires; esta vindicación de los caudillos está íntimamente
ligada a la reestructuración de la historia, y formaría la base del
revisionismo histórico que divide la historiografía argentina aun
hoy (véase Barager, “Historiography”; Froeber, “Rosas and thc*
revisión o f Argentino History”; Navarro Gerassi, Los nacionalis­
tas, 131-145). El tercero es una expresión de solidaridad ideológica*
con otros países latinoamericanos, actitud notoriamente ausente
entre la mayoría de los liberales argentinos. El cuarto es una
reivindicación de la herenciacspañola, latina, en la qucla fascinación
del liberalismo con Francia, Inglaterra y Norteamérica como m o­
delos es vista com o algo “antiargentino”. Y el quinto es una
glorificación del hombre de campo pobre, de la que el gaucho, antes
que como un descastado bárbaro, emerge com o un prototipo de
auténticos valores argentinos y una víctima de la egoísta ambición
de la oligarquía. En menor grado, la crítica a las guerras con el indio,
en especial en la obra de Lucio V. Mansilla, también vindica a otro
grupo marginal: los indios argentinos, aunque el indio nunca

237
adquirió el m ism o valor sim bólico que el gaucho en el pensamiento
populista. A lgunas de estas corriente, por supuesto, fueron aniicj.
padas por los primeros populistas, Artigas e Hidalgo, como vimos
en el Capítulo 3. Sin embargo, es durante las décadas de 1860 y 187o
que el pensamiento nacionalista florece por entero. Aquí, como en
capítulos anteriores, los desarrollos intelectuales son examinados
junto a los hechos sociopolíticos que lo s inspiraron.

A mediados de la década de 1850, lo s éxitos de Urquiza


hicieron parecer que el primer verdadero gobierno nacional déla
Argentina podría imponerse. Aureolado por su triunfo sobre Rosas,
Urquiza unificó todas las provincias salvo Buenos Aires bajo un
gobierno constitucional, con capital en Paraná, que fue conocido
com o la Confederación. La constitución de Urquiza siguió el
m odelo expuesto por Alberdi en las Bases, que promovía un eje­
cutivo libremente elegido pero fuerte, y un congreso representativo.
Elegido en 1854 com o primer presidente de la Confederación,
Urquiza implementó un sistem a auténticamente federal de igualdad
de derechos políticos, económ icos y com erciales entre todas las
provincias argentinas, para el horrorizado escándalo de Buenos
Aires. También hizo la paz con los vecin os Brasil, Uruguay y
Paraguay, resolviendo diferencias que habían estado latentes desde
la Independencia. A dem ás, lanzó am biciosos programas para me­
jorar los transportes y la educación. En el frente diplomático, firmó
el Tratado de Libre N avegación con Gran Bretaña, que permitía a
los com erciantes in gleses buscar otros puertos que no fueran el de
B uenos A ires, y acordó renovar los pagos por el préstamo de 1824,
que R osas había interrumpido (F em s, 291-292; Scobie, La lucha,
166-170). Sus buenas relaciones con gobiernos extranjeros fueron
facilitadas p o rcl brillo diplom ático de Juan Bautista Alberdi,quien
obtuvo para Paraná el reconocim iento de los Estados Unidos,
Inglaterra y Francia.
Las relaciones con el gobierno de Buenos Aires, en cambio,
siguieron tensas. S e firmaron varios acuerdos cautos, pero ninguno
de ello s sig n ific ó m ucho, sob retod o porque Buenos Aires se negaba
a acordar sobre nada sustancial. La C onstitución de Buenos Aires
de 1854 deja bien en claro la postura porteña frente a las provincias:
“B u en os A ires es un estado con el libre ejercicio de su soberanía
interior y exterior, m ientras no la d elegue expresamente en un
gobierno federal” (citado en S co b ie, L a lu c h a , 127).
N o puede sorprender en ton ces que los porteños no acordaran

238
los mismos derechos de autodeterminación alas provincias. Una de
susprimeras medidas fue enviar al ya viejo general José María Paz,
famoso héroe de la Independencia, portando un baúl con doscientas
mil libras esterlinas, a sobornar caudillos provinciales para que se
alejaran de la Confederación. Cuando esto falló, los porteños en­
viaron dos ejércitos a las órdenes de los generales Manuel Hornos
y Juan Madariaga a interrumpir la convención constitucional de
Santa Fe. Urquiza los derrotó a ambos (Fems, 296). Los porteños no
tardaron en comprender que la popularidad de Urquiza acoplada
con su fuerza militar hacía intocable a la Confederación... al menos
por el momento.
La presidencia de Urquiza también vio la publicación de uno
de los documentos más importantes del nacionalismo argentino: el j
panfleto Lasdos políticas, de Olegario V. Andrade. Dado que el /
ejemplar más antiguo superviviente de Las dos políticas no men­
ciona ni autor ni fecha, hay considerable desacuerdo sobre los
orígenes del artículo. Algunos lo atribuyen a José Hernández,
aunque su estilo inflado, altamente metafórico, es mucho más
propio de Andrade que de Hernández. Tampoco hay acuerdo sobre
la fecha. Varios historiadores afirman que no apareció hasta 1866,
que es de hecho la fecha en que comenzó a circular ampliamente
como parte de una campaña abortada de recuperar la presidencia
para Urquiza. José Raed, por su parte, en el convincente ensayo
"Olegario y Las dos políticas” , que antecede a la edición que uso
aquí, afirma que gran parte del panfleto fue escrito durante la
presidencia de Urquiza, quizá ya en 1857, cuando Andrade tenía
apenas dieciocho años, y fue rcescrito después para apoyar un
posible regreso de Urquiza a la presidencia. Sean cuales fueran la
fecha y el autor, empero, el panfleto es un importante pronuncia­
miento sobre la política de la Confederación, una clave para
cntcndercl desarrollo del pensamiento provincialista y nacionalista,
y una asombrosa anticipación de ficciones orientadoras que siguen
dando forma al nacionalismo argentino.
E scritocnunestilopom poso.cltcxtoafirm aque "las cuestiones
de organización, de forma de gobierno, de instituciones liberales,
eran los diferentes disfraces de la cuestión económica", en la que
Buenos Aires “ha m onopolizado el comercio, el transporte de
bienes y el gobierno en general... Derrocado en 1810 el régimen
metropolitano y devuelta la soberanía política del país al pueblo de
sus provincias, Buenos Aires se erigió de hecho en Metrópoli
territorial, monopolizando, com o ha dicho el señor Alben.ll en
nombre de la República independiente, el comercio, la navega
ción y el gobierno general del país, empleando el mismo métoju
que había empleado España. En vez de Madrid, se llamaba Bue­
nos A ires... En vez del coloniaje extranjero y monárquico, tuvi­
m os desde 1810 el coloniaje dom éstico y republicano" (Andrade
53-54). Afirma luego que desde los primeros días de la independen,
cia, sólo una cuestión política fue importante: si las Provincias
Unidas o Buenos Aires controlarían la abundancia material del
país. Desde el punto de vista de Andrade, Buenos Aires tenía io.
das las de ganar en esta lucha económ ica, hecho que explica no
sólo la pobreza de las provincias sino también sus gobiernos cau-
diüistas:

Los caudillos fueron hijos del egoísm o de Buenos Aires..,


Surgieron en cada provincia com o un resultado fatal de la
confiscación de la fortuna de las provincias, hecha por Bue­
nos Aires. Por eso es que cuando vem os al partido localista
de esa provincia proclamarla extirpación del caudillaje, tene­
mos lástima de su ignorancia de la historia y de su miopía
política. ¿Qué fueron los caudillos sino los gobernadores de
las provincias abandonadas a su propia suerte, aguijoneadas
por el hambre y por la inquietud del porvenir? Gobernantes
locales sin rentas, sin el freno de la ley, sin la responsabi­
lidad inmediata que crean el orden y las instituciones donde­
quiera que se establecen, ¿qué habían de hacer sino lanzarse
por la vía de la arbitrariedad en prosecución de los medios
convenientes, para ensanchar su poder y robustecer su in-
fluencia? (56-58).

Además de ver a los caudillos com o un producto de la ambi­


ción portefia, Andrade afirma que los porteños, sin tomar en cuenta
diferencias políticas superficiales, se comportaron con una notable
unión, “La historia", escribe, “dirá algún día que ha existido en
Buenos Aires un partido localista y retrógado, que se ha llamado
U nitario... y que se ha llam ado Federal... Partido de mercaderes
políticos, que ha negociado con la sangre y los sufrimientos de la
República. Partido sin fe, sin dogm a, sin corazón..." (60),También
afirma que dentro de este partido invisible, hombres tan diferentes
com o R ivadavia y Rosas se vuelven colaboradores involuntarios:
“Rivadavia fabricó las herramientas con que Rosas forjó las duros
cadenas de su dictadura" (6 2). Sostiene además que lodos los

240
porteños que aprovechan la posición privilegiada de Buenos Aires
son cómplices, cualesquiera sean sus supuestas diferencias políti­
cas. “Si es injusto atribuirá Buenos Aires”,n o s dice, “los crímenes,
las expoliaciones, los antojos salvajes de Rosas, no es injusto negar
su complicidad con los principios trascendentales de su política
soberbia, exclusivista y vanidosa, con sus aspiraciones capitales de
predominio y de absorción” (72). N o puede sorprender que Andrade
vea a Mitre y su oposición a Urquiza sólo com o el episodio más
reciente de esta permanente conspiración contra las provincias:
"sólo fue [Mitre] la restauración del ascendiente perdido de Buenos
Aires, la ruina y el desquicio para las provincias, la riqueza y el
poder para Buenos Aires. ¡La misma política de todos los tiempos
aciagos de la República! Rivadavia, Dorrego, Rosas y Mitre han
sido sus instrumentos” (76).
Andrade continúa su ensayo con una resonante defensa de
Urquiza, retratando al caudillo entrcrriano com o el más reciente y
más capaz de una larga serie de héroes provincianos com o Güemes,
Ramírez, López y Quiroga, todos los cuales combatieron por la
autonomía de sus provincias. Urquiza, en las palabras del panfleto,
es el hombre que “levantó la bandera redentora de las libertades
argentinas” (90-91) y creó un congreso, una constitución y un
gobierno nacional. La devoción de Andrade a Urquiza tenía una
base personal. Nacido en 1839 en una fam ilia pobre de artesanos
rurales, y huérfano desde tierna edad, Andrade pudo estudiar,
primero en su pueblo natal de Gualeguaychú, después en Uruguay,
sólo gracias a la generosidad personal de Urquiza, muy im presio­
nado por la inteligencia del joven Andrade (Tiscom ia, “Vida de
Andrade”, x-xi, xviii-xxix). Andrade termina dos políticas con
una invocación a los historiadores del futuro para que juzguen el
conflicto entre Buenos Aires y las provincias: “ Invoquen a la
historia para que sancione sus ju icios. Ella les dirá de qué parte ha
estado el interés local, la vanagloria ridicula, la ambición desm edi­
da. Ella les dirá quiénes han trabajado por la paz, por la fraternidad,
por la regeneración” (92). Andrade no tenía m odo de saberlo, pero
su invocación a una historia alternativa, al revisionism o histórico,
se volvería el grito de batalla del nacionalism o argentino en este
siglo.
Las ideas de Andrade también resuenan en Albcrdi. D espués
del triunfo de Urquiza, Albcrdi abandona el clitism o de las Bases y
abraza una visión francamente populistaquc recuerda su Fragmento
preliminar estudiado en el Capítulo 5. Escribiendo desde París tras

241
la caída de Urquiza, afiim a que “L os caudillos son los representantes
m ás naturales de la democracia de Sud A m érica... Mitre, Sarmiento
y los de la escuela liberal e in teligen te... quieren reemplazarlos
caudillos de poncho, p o rlo s caudillos de fr a c ,.. .la democraciaquc
es dem ocracia, por la democracia que es oligarquía” (Grandesy
pequeños hombres, 207-209). Continúa:

Si la república es buena, si se está por ella, es preciso ser


lógicos: se debe admitir su resultado, que son los caudillos.es
decir, los jefes republicanos elegid os por la mayoría popular
entre los de su tipo, de su gusto y de su confianza. Pedirqucla
parte inculta del pueblo, que es tan soberana como la culta.se
dé por jefes hombres de un mérito que ella no comprende ni
conoce, es una insensatez absoluta ( 210 ).

Albcrdi afirma luego que dada tal tolerancia la república


madurará con el tiempo hasta un punto en que los “caudillos
semibárbaros” de las provincias y los “caudillos semicultos”delas
ciudades se fundirán en una nación inclusiva con espacio para
todos, libre de la guerra civil y el derramamiento de sangre quetrajo
la intolerancia del liberalismo hacia las clases populares y sus
conductores preferidos (210 ). \
Igual que Andrade, Albcrdi se interesa en una versión ade­
cuada de la historia, y com o Andrade, sostiene que la división
entre verdaderos nacionalistas y localistas porteños se había re­
gistrado desde la Primera Junta. “El partido de Saavedra”, dice,
“era el partido verdaderamente nacional, pues quería que la na­
ción toda interviniese en su gobierno; el de Moreno era el localis­
ta, pues quería que la autoridad se ubicase en la capital, no en la
nación" (Grandes y pequeños hombres, 99). En una larga crítica a
la Historia de Dclgrano de M itre, prosigue su argumentación di­
ciendo:

Para Buenos A ires, m ayo sign ifica independencia de España


y predominio sobre las provincias: la asunción por su cuenta
del vasallaje que ejercía sobre el virreinato, en nombre de
España. Para las provincias, m ayo significa separación de
España, som etim iento a Buenos Aires; reforma del coloniaje,
no su abolición. E sc extravío de la revolución, debido a la
am bición ininteligente de B uenos A ires, ha creado dos países
distintos c independientes, bajo la apariencia de uno solo: el

242
Buenos Aires, y el país vasallo, la república.
13 ikx>soberna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro
K>{'¡rodero; el uno es feliz, el o u o miserable (107).

Aquí Albetvli introduce una de las im cenes más seductoras y


j a b íe s de la historiografía nacionalista: la idea de dos países, dos
seriedades. dos desarrollos paralelos, dos historias. Una está cen­
tradaen Bucsvs Aires, simulacro de Europa, brillante pero vacía. La
«raesbub¿cadaen las pan indas y las clases populares, toscas pero
acíeítricas. Eri otra ocasión Albenli escribió que “Buenos Ai res y las
Provincias Argentinas fonnan como dos países, extranjeros uno de
otro, Como esa división tiene por objeto la explotación de un país
¡peed otro, una profunda enemistad los divide y hace ser enem igos
naturales en el seno mismo de la unión o federación, que no los liga
sino pura hacer efectiva esa explotación” VI, 329).
Otros nacionalistas describieron b relación de Buenos A ires
con las provincias como una relación de metrópoli a colonia, de
putrOca p eca losó Hernández, enun artículo periodístico publicado
t í 3 de octubre de 1869 en El Rio de la Plata afirma que
de b provincia se resiente todavía de los privilegios monstruosos
dd coloniaje. Aquí se ha creado una especie de aristocracia, a la q u e
pega su tributo la campaña desamparada, com o lo s vasallos del
señorío feudal,de los tiempos antiguos, anteriores ala form ación de
Ies sociedades" (Prosear de José Hernández, 83). En otro artículo,
timbren en £1 Río de ¡a Plaut, Hernández identifica a eso s señores
feudales como la “oligarquía”, término que siguen invocando lo s
sacro-rutistas de izquierda y derecha para condenar a las clases
superiores de h Argentina. Son, escribe Hernández, “ lo s tartufos
que pretenden amarla libertad que violaron, y só lo piensan y buscan
obtener posrdones y burlarse del pobre pueblo” (P rosas de José
Hernández,91).
La popularidad que en nuestro siglo han tenido A ndrade, e l
último Alberdi, y Hernández, puede atribuirse en p an e a su anti­
cipación de corrientes centrales del pensam iento m arxista y ter-
cennundistL Como Marx, sugieren que p en en ecer a la “oligar­
quía" (ser pane, o depender, de la elite agrícola porteña) e s un
íicror mucho m is importante en potinca que lo s debates epidér­
micos de la democracia burguesa, y que la elite porteña siem pre
actsarf en ocnjnnto cuando 'roa am enazados sus p rivilegios d e
clase, También anticipan un panto básico del m arxism o latinoam e­
ricano, ai sugerir que las provincias no só lo carecían de desarrollo

243
sino que estaban desarrolladas de tal m odo que quedaran en posi­
ción dependiente de los intereses de B uenos A ires, tal como hoy se
d ice que están los países latinoam ericanos respecto de los del primer
mundo.
Con Alberdi, Andrade y Hernández, la Confederación demostré
que, además del sensato liderazgo de Urquiza, una Constitución
ejemplar, y notables triunfos d ip lom áticos, Paraná también podía
crear un paradigma de ficcion es orientadoras con el que enfrentar
las id eologías liberales de Buenos A ires. A dem ás, los escritores de
la Confederación sugieren una cierta continuidad de temas, si no
una descendencia directa, de la p oesía gau ch esca de Bartolomé
Hidalgo y los pronunciam ientos im provisados de José Artigas;
aunque Artigas c H idalgo no pueden ponerse a la altura intelectual
de los pensadores de la C onfederación estudiados en este capítulo,
los intereses que articularon en la primera década de la República
Argentina resuenan en el pensam iento de la Confederación medio
sig lo m ás tarde.
Pero las nobles am biciones, una con d ucción capaz y pensadores
creativos en la C onfederación no bastaban para cambiar los esquemas
com erciales que seguían h aciend o de B u en os Aires el centro
económ ico d e la Argentina. En una palabra, lo que no tenía la
C onfederación era dinero. Hasta p aíses q u e simpatizaban con la
C onfederación se cansaron a la larga d e m antener relaciones di­
p lom áticas con Paraná m ientras su com ercio se realizaba en su
m ayor parte co n y a través d e B u en os A ires. C om o resultado, hada
fines d e la década de 1850, lo s representantes de Francia y los
Estados U nidos presentaron su s cred en ciales a ambos gobiernos
(S co b ic, La lucha, 165-168). C om o si lo s problem as económicos n
bastaran, la C onfederación tam b ién exp erim en tó un aumento de
ten sión p o lítica cu an do se acercó a su fin e l m andato de seis añosde
Urqui/.a co m o presidente.
Las n o ticia s d e lo s prob lem as e c o n ó m ic o s y políticos de la
C o n fed era ción abrieron el ap etito d e B u en o s A ires por recuperar el
m ando d e las p rovin cias, a tal punto q u e a fin es de 1859 Mitre
co n d u cía tropas p o n c h a s contra la C on fed eración . Urquiza enfrentó
a los so ld a d o s d e M itre en C ep ed a , en la p rovin cia de Buenos Aires,
el 23 d e octu b re, y le s in flig ió u na son ad a derrota. P ese a ella, Mitre
s e las arregló para sa lv a r la in fan tería y la artillería para futuras
batallas, h ech o q u e las fu erzas d e la C on fed eración lamentarían
d esp u és. T ras e l retiro de M itre, U rq uiza v o lv ió a sentir la tentación
d e invadir B u en o s A ire s, p ero, c o m o en otras o ca sio n es, les ofreció

244
a los porteños la rama de olivo. “Al fin de mi carrera políti­
ca". escribid, "mi única ambición es contemplar desde el bogar
tranquilo, una y feliz República Argentina... Deseo que los hijos
de una misma tierra y herederos de una misma gloria, no se armen
in;ts los unos contra los otros; deseo que los hijos de Buenos Aires
sean argentinos" (citado en Bosch, 492). El 11 de noviembre los
derrotados porteños fumaron con Urqui/a el Pacto de San José de
Flores, que estipuló que Buenos Aires se uniría a la Confederación.
Para ayudara salvar el orgullo de los altivos porteños, sin embargo,
Urquiza accedió en principio a permitir que Buenos Aires, como la
provincia más populosa, tuviera más voz en el Congreso nacional
y amplias facultades para enmendar la Constitución de 1853.
Urquiza también estipuló que el secesionista Alsina renunciara a la
Gobernación de Buenos Aires, provisión que Mitre apoyó tácita­
mente ya que eliminaba a su principal rival político en la provincia.
Aunque en la superficie fue una victoria para la Confederación, el
Pacto de San José de hecho no comprometía a Buenos Aires a
nada más que a continuar las discusiones. Y Mitre era un discuti-
dor estelar.
El año 1860 marcó una importante transición tanto para Paraná
como para Buenos Aires. Urquiza desmintió miles de profecías
porteñas retirándose del cargo al completar su período de seis años,
tal como estaba especificado en la Constitución de 1853. En
elecciones nacionales, fue remplazado por su ex ministro del
Interior, Santiago Dcrqui, un sujeto nervioso y poco ejecutivo a
quien Urquiza puede haber apoyado al com ienzo con vistas a
mantener su influencia en el gobierno nacional. Tras la toma de
posesión de Derqui, Urquiza volvió a su cargo de gobernador de
Entre Ríos. Mientras tanto, con Alsina fuera del camino por insis­
tencia de Urquiza, Mitre fue electo gobernador de la provincia de
Buenos Aires. Aunque las negociaciones entre Buenos Aires y
Paraná todavía no habían llegado a nada sólido, Mitre invitó a
Derqui y a Urquiza a Buenos Aires para la celebración del 9 de julio.
Fue una típica maniobra de Mitre: mientras protegía tenazmente el
privilegio porteño en la mesa de negociaciones y en el campo de
combate, proyectaba cuidadosamente una imagen pública de am­
plitud y unidad a la vez que “no había entregado ningún elemento
importante de su soberanía o poder al gobierno nacional” (Scobie,
Lalucha, 283-288).
Tras los obligatorios discursos y abrazos en la fiesta, Mitre
pasó al asunto que tenía entre manos: que las provincias volvieran

245
a ob ed ecer al m ando porteño, tarca en la que só lo R osas había tenido
éx ito . C om o observa S cob ic, aunque R osas y Mitre diferían en
m ucho, “ un atributo esencial fu e com íín a lo s dos regímenes. La
riqueza y el poder económico que representaba la ciudad de Buenos
A íres só lo participaron en la nacionalidad argentina cuando su
seguridad pudo ser garantizada por la d irección porteña en un
gobierno nacional" (299). C om o gobernador, Mitre inmediatamente
se em barcó en una estrategia d e tres puntas para recuperar las
provincias. Prim ero, sub sid ió organ izacion es de simpatizantes
porteños c n e l interior. S egu nd o, exp lotó el sentim iento autonomista
en el interior entrando en n eg o cia cio n es co n líderes provinciales,
maniobra que pasaba por en cim a d e D erqui y ayudaba a introdu­
cir una cuña entre éste y Urquiza. Y tercero, probablemente apoyó
una cam paña terrorista encubierta contra líderes provinciales
proconfcdcración, que tu vo esp ecia l éx ito en las provincias del
n oroeste (B o sch , 5 2 3 -5 3 4 ; S co b ic, 3 0 4 -3 1 7 ).
Dos resultados de esta campaña fueron los asesinatos de
Nazarío Benavidez, ex caudillo de la provincia natal de Sarmien­
to, San Juan, y el de su sucesor federal, José Antonio Virasoro.
En el otoño de 1858, cuando Urquiza todavía estaba en la presi­
dencia, simpatizantes unitarios lograron lomar el control de San
Juan, remplazando al gran enemigo de Sarmiento, Benavidez,
con Manuel José Gómez. Temiendo que Benavidez intentara un
golpe contra su gobierno, Gómez había encarcelado al viejo cau­
dillo. Tras un fracasado intento de rescate por partidarios de
Benavidez, el carcelero unitario mandó ejecutar al preso, acto de
cobardía que Sarmiento trató de justificar, pese a su siempre
proclamada fe en las instituciones y procesos legales (Bunkley,
379-380). En parte debido al clam or popular contra Gómez, el
recién electo Derqui lo remplazó por José Antonio Virasoro,
gobernador pro Confederación que fue a su vez asesinado el 16 de
noviem bre de 1860, en una rebelión conducida por el mitrista
Antonio Abcraslain, quien puede o no haber actuado indepen­
dientem ente de Buenos Aires.
El tema del terrorism o porteño en las provincias, y especial­
mente la participación porlefia en los asesinatos de Benavidez y
Virasoro, se volvió m ateria de una caldcada discusión. Urquiza
acusó a Sannlento y sus am igos porteños de instigar a la violencia,
acusación que Sarm iento negó con firmeza. Más tarde, cuando
Derqui nom bró a una com isión para investigar el asesinato, Urquiza
objetó la inclusión de m itristas en la com isión, sugiriendo que él

246
sospechaba que el mismo Mitre estaba implicado. La crítica de
Urquiza a la comisión marcó de nuevo sus temores de que Derqui
estuviera demasiado influido por Mitre. En una carta a Derqui
fechada el 30 de diciembre de 1860, U rquiza le advertía: “No se deje
separar de sus amigos por ideas del momento aceptadas sin bastante
meditación” (citado en Scobie, 313). Fuera cual fuese la participa­
ción de Mitre, es indudable que obtuvo rédito político de las muertes
de Bcnavídez y Virasoro, ya que la desestabilización de goberna­
ciones pro Confederación en las provincias del noroeste, y el dis-
tanciamicnto entre Urquiza y Derqui, eran decisivos para abrirle
camino a un triunfo sobre el interior.
La exitosa estrategia de “divide y vencerás” empleada por
Buenos Aires, sumada a las crecientes dificultades económicas
de la Confederación, convencieron a Mitre, que todavía se repo­
nía de su derrota de 1859 en Cepeda, de que Una segunda invasión
al interior podía salir bien. A fines del invierno de 1861, Mitre
volvía a marchar contra la Confederación. Aunque Urquiza ac­
cedió a conducir las fuerzas de defensa contra esta segunda inva­
sión, la dcslealtad de ex aliados federales, las sospechas sobre
Derqui, la enfermedad, y una creciente repugnancia por la lucha'
constante contra el ambicioso y tanto más joven Mitre, le restaroií
entusiasmo por la batalla. Las dos fuerzas se encontraron el 17 de
septiembre de 1861 en Pavón, donde tras un breve enfrentamiento,
Urquiza, para sorpresa de todos, se retiró con sus tropas. Sin
Urquiza, la resistencia de la Confederación cesó de inmediato. Se
firmó un tratado por el cual Urquiza volvía a Entre Ríos y se
apartaba de la política nacional, para gran desilusión, cuando no
furia, de sus aliados federales. A cambio, Mitre prometía dejar en
paz a Entre Ríos. Con Urquiza hecho a un lado, Mitre inició
negociaciones independientes con todos los caudillos provinciales,
erosionando el poder de Derqui y mostrando un total desprecio por
la Confederación. Desprovisto de todo apoyo significativo, Derqui
renunció oficialm ente a la presidencia en noviembre de 1861 y
marchó al exilio.
Los m otivos de Urquiza para ceder al fin ante Mitre han
quedado velados por el misterio. Seguramente tuvo la oportunidad
y los recursos para rcagruparsc y marchar sobre Buenos Aires otra
vez. En lugar de hacerlo, volvió a su querida estancia de San José,
dejando a las provincias indefensas ante los designios de Mitre y los
porteños. C omo el acuerdo firmado con Mitre lo confinaba a Entre
Ríos, Urquiza se n egó repetidamente, pese a las frecuentes ofertas

247
de sus ex aliados federales, a apoyar ninguna resistencia de las
provincias aBuenos Aires. Tal comportamiento llevó aexpartidarios
suyos como Hernández, Alberdi, Carlos Guido y Spano y los
caudillos Ángel Pcñaloza y Ricardo López Jordán a denunciarlo
como traidor al federalismo y a los ideales de sujuventud. Escribía
Alberdi en 1863: “No pudiendo sostenerse contra Buenos Aires,
hoy se sostiene Urquiza por Buenos Aires... Urquiza acabará
probablemente su vida pública como la empezó: por ser cómplice
de Buenos Aires en el despojo y el destrozo de la República
Argentina”. En un pasaje similar, Alberdi escribe que al permitirle
ganar a Mitre, Urquiza “ha restaurado el régimen de Rosas... Ha
destruido la constitución que se envanecía de haber promulgado, y
ha herido de muerte la integridad nacional, que sirvió en otro
tiempo”( Escritos Ipóstum
o, X, 327,332). Como observa Alberdi,
Urquiza comenzó su vida pública aliado a Rosas; y como Alberdi
lo profetizó, seguía aliado al gobierno de Buenos Aires cuandofue
asesinado en 1870 por un ex aliado federal que como tantosotrosse
sintió traicionado por Urquiza en Pavón.
¿Cuáles fueron las causas del espectacular cambio de Urquiza?
Lo más probable es que haya pensado que, dado que Mitre y Buenos
Aires nunca admitirían una paz que no fttera dictada por ellos
mismos, las provincias sólo tenían dos alternativas: una guerra civil
prolongada e inganable, o una rendición negociada. Diez años de
esfuerzos inútiles en la Confederación lo habían convencido de que
la segunda alternativa era la mejor. Una explicación más cínica
sostiene que Urquiza cedió a la tentación de la riqueza. Siendo el
mayor terrateniente de Entre Ríos, tenía mucho que ganar si
mantenía relaciones de paz con Buenos Aires; y de hecho Urquiza
murió colosalmente rico.
Liquidada la Confederación, la tarea de organizar un gobierno
nacional recayó sobre Mitre, quien, tras la renuncia de Derqui.pasó
a ser el ejecutivo nacional de facto; el 12 de octubre de 1862, un
Congreso Nacional recientemente electo hacía de Mitre, entonces
de cuarenta y un años, el primer presidente del país unido. Mitre
sacó a relucir una capacidad administrativa y diplomática sin
precedentes en el país. Siguiendo políticas no distintas de las que
había intentado Urquiza, extendió el servicio postal, construyó
caminos y fcrrocarilcs, nacionalizó vías fluviales y puertos, regu­
larizó las finanzas nacionales, instaló un sistema judicial, expandió
la educación pública y alentó la inmigración. Más de cien mil
europeos entraron a la Argentina durante su presidencia. Tambión

248
creó un clima de negocios favorable que casi duplicó el tráfico de
exportaciones c importaciones entre 1862 y 1868. Pero, más im­
portante, al menos a nivel simbólico, Mitre conservó con cambios
menores la constitución de la Confederación; en tanto el control
político y económico se mantuviera en manos de los porteños, la
Constitución federal no presentaba obstáculos serios a su gobierno.
Mitre fue especialmente afortunado al no tener enemigos tan
capaces como él.
En los primeros meses del gobierno de Mitre, los intelectuales
favorables a la Confederación mantuvieron una cauta distancia.
Aunque Juan María Gutiérrez aceptó el nombramiento de rector de
la Universidad de Buenos Aires, evitó involucrarse en política.
Alberdi, que había renunciado a su puesto diplomático cuando
asumió Derqui, pasó a ser diplomático de un país que ya no existía.
El disgusto de Alberdi por la política lo retuvo en París, pero de
lodos modoscscribió unensayo sorprendentemente conciliador, D e
la anarquía y sus dos causas principales del gobierno y sus dos
elementos necesarios en la República Argentina, con motivo de su
reorganización por Buenos Aires, en el que evita, al menos por el
momento, otro ataque a Mitre, sosteniendo que después de Pavón
la lucha entre Buenos Aires y las provincias no era “de personas”
sino "de intereses y de instituciones” ( completas, VI, 152).
Según Alberdi, dos elementos relacionados en la sociedad argentina
provocaban su anarquía perpetua: el egoísmo de Buenos Aires, que
insistía en conservarlos ingresos de la aduana para sí, y los caudillos
provinciales, que sobrevivían porque Buenos Aires no les ofrecía a
las provincias fomia alternativa de autogobierno. Para remediar
estos dos males proponedos soluciones: primero, que Buenos Aires
(y sus ingresos) sea federali/.ado, y segundo, que este nuevo
gobierno, auténticamente federal, tenga sustancial poder sobre las
provincias. En una palabra, promueve un gobierno central fuerte
pero auténticamente representativo.
En efecto, Mitre instituyó un fuerte gobierno central, pero de
ningún modo lo hizo más representativo. Su gobierno consistió por
entero de porteños y sus aliados leales de las provincias. También
mejoró los servicios públicos en el interior, pero más por palemalismo "
y conveniencia política que por respeto a los derechos provinciales.
En una palabra, la democracia estaba bien en cuanto sus miembros
votantes fueran gente decente que aceptaba el dominio de Buenos
Aires antes de cualquier discusión. Lo que significó esto en la
práctica fue un demorado esfuerzo por eliminar el último rastro del

249
populismo cuudillesco, por muy representativo que lucra del sen.
titúlenlo provinciano.
E lm ás lamoso caudillo de lo s que sintieron el puño de Mitre
fue Ángel Vicente Peñaloza, apodado “El Chacho”, que seguía
gobernando La Rioja. En 1862, El Chacho com enzó a reunir ar­
mas para un levantamiento popular contra las autoridades nacio­
nales. Sarmiento, entonces gobernador de la vecina San Juan,
nombrado por Mitre, reaccionó a la rebelión declarando un esta­
do de sitio ilegal y enviando fuerzas nacionales a combatir al
caudillo rebelde. El 12 de noviem bre de 1863, Peñaloza fue captu­
rado y decapitado por las tropas nacionales, que después exhibie­
ron su cabeza en una lanza com o advertencia a sus seguidores,
Aunque Sarmiento negó haber ordenado el asesinato, este acto de
"barbarie oficial" suele ser citado com o prueba de lo flexibles
que eran las normas que Sarmiento se aplicaba a sí mismo. Como
parte de su protesta de inocencia, escribió otra biografía, ésta
dedicada a desacreditar plenam ente al C hacho como el caudillo
m is bárbaro que hubiera existido, y sugiriendo que su eliminación
de la vida argentina valía la pena fueran cuales fuesen los medios
(OC, 7). La controversia por la conducta de Sarmiento en el caso
salió a luz en un momento en que su prom oción utopista de
proyectos públicos irrealizables, un affaire amoroso de ribetes
confusos, y una polém ica con la Iglesia, habían disminuido ya su
popularidad en San Juan. Con la turbulencia adicional provocada
por el asesinato del Chacho, Mitre d ecid ió, com o lo había hecho el
gobierno chileno quince años atrás, que Sarm iento podía sérmenos
problem ático fuera del país. En abril de 1864, lo nombró embajador
en los Estados Unidos, donde traería m en os problemas (Bunklcy,
395*412).
Pero la partida de Sarm iento no enfrió el clim a. El asesinatodel
Chacho provocó airadas protestas entre lo s intelectuales naciona­
listas. En una elegía em otiva titulada “ A l general Ángel Vicente
Peñaloza", O legario V. Andrade escribió:

¡Mártir del pueblo! V íctim a expiatoria,


Inm olada en el ara d e una idea,
T e has dorm ido en lo s brazos d e la h isto ria ...

¡Mártir del pueblo! A p ó sto l d el d erech o,


Tu sangre e s lluvia d e fecu n d o riego,
Y el postrim er aliento d e tu p ech o ,

250
Que cru a lu fe de tu creencia estrecho,
Será mis tarde uti vendaval de fuego.

Qué importa que se melle en las gargantas


El cuchillo del déspota porteño
Y ponga de escabel, bajo sus plantas
Del patriotismo las enseñas santas...

Y cuando tiña el horizonte oscuro,


Del porvenir la llamarada inmensa
Y se desplome el carcomido muro,
Que tiembla como el lamo inseguro
Ante las nubes que el dolor condensa,

Entonces los proscritos, los hermanos,


Irán ante tu fosa, reverentes,
A orar a Dios, con suplicantes manos,
Para saber domar a los tiranos,
O morir como mueren los valientes.

(Obras poéticas,145-147.)

Mediante la repetición de “Mártir del pueblo", Andrade


identifica al Chacho con la lucha del campo contra la élite porte-
ña, punto que aclara más todavía en la última estrofa donde son
“los proscritos, los hermanos" quienes llevarán adelante la lucha
contra el dominio porteño. El "pueblo" de Andrade es, como el
Chacho, el hombre pobre y oprimido del campo. Uno de los
ejemplos más egregios de ocullamicnto por parte de la historia
oficialista puede verse en la edición de 1887 del poema de Andrade,
donde los editores lo transforman en una elegía a Lavallc; y más
notable aún, el ensayo introductorio de Benjamín Basualdo no
contiene, en sus ochenta y seis páginas, una sola referencia espe­
cífica al papel de Andrade como seguidor de Urquiza y ferviente
antiporteño.
Andrade no fue el único intelectual nacionalista conmovido
por el asesinato de Peñaloza. El 12 de noviembre de 1863, José
Ilemández publicó en El Argentino, un diario de Paraná, una breve
biografía del Chacho donde declara que “el partido Unitario tiene
un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes.
El general Peñaloza ha sido d egollado... como prueba del buen

251
d esenqvrto vio! asesin o, el bárbaro Sarm iento. n i pan ido que invoca
U ilustración, la d ecen cia, el progreso, acaba con sus enemigos
Có\»endolos a portaladas.., ¡M aldito sea! M aldito, mil veces mal-
dito, sea el partido en ven en ad o con en m on es, que hace de h
República A f e m in a el teatro de sus sangrientos honores" {Prosas
h\\<' J íz m in d e ;, 50). En el m ism o artículo Hernández también
usa el co m e n del C hacho para a d ven irle a Unqui/a que di será la
próxima victim a de los |V»ncños, por m ucho que. el "puede esquivar
st quiere su responsabilidad p erson al” am e la causa provinciana y
ser seducido "por las am orosas palabras del general Mine" (50-51),
Ademas, com o h izo A ndrade en L is políticos, I lemánde/ usa
su biograña del C hacho para delinear una historia alternativa de la
Argentina, en la q u e lo s cau d illos provin ciales Ramírez, Quiroga,
tó p e ? , Urqniza (basta P avón), Benavídez, y IVrtalo/a son los
verdaderos h éroes, y lo s liberales porteños, Rivadavia, Sarmiento,
R osas y M itre, los perpetradores de la pobreza, las lurbulenciasycl
terror, E n la historia alternativa de 1le m á n d e /,e l ciim ende PeAalo/a
es so lo el ep isod io m ás reciente de la cam paña terrorista poncha
contra lo s intereses p rovin ciales, una cam paña que ya ha redamado
las vid as d e D e n e g ó , Qniroga, B en avíd ez, Virasoro, y ahora
Peftaloza (5 X 5 o),
Alberdi también com en tó el asesin ato del Chacho, a quien le
reconecto una legítim a representación de La Otra Argentina. Pie
guntA retoricamente; "¿Quien fue El C hacho?" y responde que an­
tes que nada fue un general, que segu ram en te merecía el rango tan­
to co m o M itre, S igu e d icien d o que el C hacho fue "el Garibaldulc
La Rioja", referencia a lo s intentos de P eñaloza por mejorar el
bienestar material de su provincia. A grega que:

, „m ientras ¡Mitre y Sarm iento] luchaban contra ¡el general


FVñalosa), d isp onien do de tod o el tesoro y lo s recursos déla
R epública sin p oder v en ce rlo , el C hacho no lenta más tesoro,
para defender la causa d efen d id a por una mitad de la Nación,
que el amor d e su pueblo, q ue lo seg u ía , sin sueldo ni estipendio
p ecuniario, (E s c m v c postum os, IX , 5 5 $ ,)

A lb erd i singulariza a S arm iento en su denuncia:

C on todos lo s recursos d el g o b iern o d e San Juan y del gobierno


n a cio n a l, S am tien to n o p u d o derrotar al héroe jvpulat de U
R ioja, cunó ¡ w ie r co n sistía s o lo en la d e v o c ió n libre > absehtu
(le su pueblo, Por miedo, Simúlenlo lo hizo asesinar... Para
justificar este crimen, Sanuienlo ha vilipendiado al Chacho,
presentándolo como nada más que un rufián vocinglero. En
términos de carácter, el Chacho era con mucho el mejor de los
dos (IX, 574).

En el desarrollo de este Ultimo punto, Albcrdi afirma que


Sarmiento Ctie el auténtico bárbaro por matar al Chacho "como se
hace la guerra de las pampas, es decir, sin juicio y de un modo
salvaje, no fusilado sino lanceado y degollado" (IX, 559).
iVse a hiles protestas, Mitre siguió acumulando apoyo en
todo el país, en buena medida porque su administración trajo la
promesa, si no la realización, de prosperidad material. Además,
la Argentina nunca había visto a un político más eficaz; su retórica
era soberbia, su sentido de la oportunidad sin fallas, y su diario
Informaba puntualmente que estaba haciendo un gran trabajo. De
hecho, con tiempo suficiente Mitro podría haberse impuesto a
sus críticos más acérrimos, salvo por un error trágico: su ingre­
so en 1865 en la alianza con Brasil para declararle la guerra al
Paraguay,

Como muchos conflictos en el Río de la Plata, la guerra al


Paraguay empezó realmcnteenel Uruguay,donde un largo conflicto
latente entro ios colorados, un partido semejante en simpatías a los
unitarios argentinos, y los blancos, que en muchos aspectos son
paralelos a los federales argentinos, estalló en una guerra civil
abierta. El 19 de abril de 1864, Venancio Floros condujo a las tropas
coloradas contra el gobierno blanco; venía de la Argentina, donde
había recibido amplia cooperación del gobierno de Mitro. Don
Pedio 11. emperador de Brasil, se apresuró a darle su apoyo a Flo­
ros. Como los blancos tenían estrechos vínculos con el federa­
lismo argentino, Mitre proveyó encubiertamente a Flores de amias
y ayuda, mientras en público declaraba neutral a la Argentina.
Mientras tanto. Francisco Solano López, el impetuoso caudillo del
Paraguay, temiendo que Brasil ganara el control del Uruguay y
cerrara el crucial acceso fluvial de Paraguay al mar, anunció su
apoyo a los blancos y a continuación, con insólita imprudencia, le
declaró la guerra al Brasil. A Pnes de agosto de 1S64, Solano López
pidió permiso a Mitro para usar sectores del norte argentino com o
pasaje para sus invasiones al Malo Groso brasileño. A l negarse
Mitro, Solano López estacionó lampas en territorio argentino de

253
lodos modos, y no tardó en declararle la guerra a la A
(KolImk), Indi1¡ínulaiceorÜrath!, 86 9 I). resultado,Miu*
no luyo más opción que declararle la guerra al audaz paraguayo^
en los hechos halda invadido territorio argentino, Lamerrtabiew^
Mine decidió fiaccrlo entrando en alianza cori asil contra h/*,
gti ay, decisión que traería consecuencia» trágicas a la región yus
daflo Irreparable a la presidencia de Mitre.
I'ara frenar a López, la primera tarea que debían alrwita
Mitre y Don Ledro era reclutar apoyo en el Uruguay, y etto
significaba derrocar al gobierno blanco. Para hacerlo, Brasil en­
vió tropas en ayuda de Venancio Plores. Flores y sus aliado?
brasileños chocaron con las fuerzas blancas en una batalla defi­
nitiva el 2 de diciembre de 1864, en la ciudad uruguaya de Paym-
dú. Mitre proveyó secretamente de armas a los invasores. Pesca
su inferioridad abrumadora, los blancos resistieron mis de un
mes, Al fin, tras cincuenta y dos horas de bombardeo constante y
grandes pérdidas, las fuerzas blancas se rindieron a Flores el 2 dé
enero de 1865, Sin embargo, fue una victoria hueca para Floret,
quien a partir de ese momento fue visto por todo el mundo, y no sin
motivos, como un peón en manos de Jos gobiernos argentino y
brasileño,
Hoy, la batalla de Paysandú ocupa un lugar muy pequeño en
la historia argentina, Para los intelectuales nacionalistas dclaépoca,
en cambio, fue una tragedia enorme, no sólo para el Uruguay sino
también para el ideal federal. Alguien especialmente afectado en
este sentido lúe Carlos Guido y Spano, Escritor dotado, políglotay
cxpcilocn literatura clásica, Guido y Spano estuvo desde la infancia
muy cerca del federalismo. Su padre, Tom ás Guido, fue un distin­
guido general que luchó con San Martín en las Guerras de Inde­
pendencia, y después apoyó a Rosas. Entre 1840 y 1852 donTomás
fue embajador del gobierno de Rosas en el Brasil. Tras la caída de
Rosas, se unió a Urquiza y fue vicepresidente del Senado déla
Confederación. Nacido en 1827, Carlos pasó sus años juveniles con
su padre en Río de Janeiro, con lo que se evitó los peores años de
Rosas, Pero, a diferencia de su padre, Carlos desdeñó la políticay
buscó (¡ti contento principalmente en la literatura clásica, la música
y el arle, Pero, pese u sus esfuerzos por vivir por encima de la
política, Guido y Spano se vio más de una v ez obligado aentraren
la lid, como puede verse en su colección en dos tomos de escritos
en piusa, publicados en 1879 bajo el título Ráfagas. Además, pese
a nú poco gusto por la política, atacó vigorosam ente a Mitre, y en

254
cierto momento trató de alistarse con los asediados blancos uru­
guayos.
Guido y Spano, con todo, no pudo atacar a Mitre sin antes
establecer su propia integridad, y como ha señalado Adolfo Prie­
to, eso significaba explicar la asociación de su padre con Rosas
(Prieto, La literatura autobiográfica argentina, 117-124). En su
autobiográfica “Carta confidencial”, Guido y Spano expresa pre­
ventivamente su desdén por la dictadura, pero afirma de todos
modos, como lo habían hecho Alberdi y Andrade antes que él, que
Rosas y los caudillos sólo eran producto de una realidad política
desafortunada, antes que sus creadores, y que Rosas era el resultado
de su época y no un monstruo apoyado por monstruos menores.
Basándose en argumento similares, emprende la defensa de su
padre:

[Mi padre], como los generales San Martín, Alvcar... y tantos


otros patricios eminentes de América, no veían en la dictadura
sino el fruto acerbo de las facciones que anarquizaran el país,
y aunque la aborrecían según su conciencia y sus principios,
prefirieron seguir la lógica de los acontecimientos con la
esperanza de poder dominarlos o templar sus efectos, a opo­
nerles una resistencia impotente, afiliándose a los antagonistas
que cegados del encono, llegaron hasta la enormidad de
acogerse a la protección del extranjero poderoso en abierta
hostilidad con la República. Asiento el hecho y evito por
inoportuno el comentario ( fáR, I, vii).
Dos puntos en este notable pasaje merecencomentario. Primero,
Guido y Spano siente claramente que, por más malo que haya sido
Rosas, los liberales en su rigidez fanática empeoraron las cosas.
Segundo, alude a una corriente común en el nacionalismo argentino
que ha acusado repetidamente al liberalismo de ser antinacional,
más interesado en el éxito personal que en el bien del país aun si eso
significaba entrar en alianzas non sanctas con potencias extranje­
ras. No queda claro, sin embargo, a qué potencia se está refiriendo
Guido y Spano, En diferentes momentos durante la dictadura de
Rosas, los li beralcs cultivaron la buena voluntad de diversas naciones;
según la ocasión, Brasil, Francia o Gran Bretaña podían caber en la
descripción del “extranjero poderoso en abierta hostilidad con la
República”. Guido y Spano concluye la defensa de su padre notando
que “nuestra historia daría margen a formidables dilemas. Si

255
hubieran de plantearse con severidad excesiva, quizá sólo queda­
rían subsistentes amargos desengaños, desesperantes decepciones”
/ (Ráfagas, I, vii-viii).
Pero fue Paysandú, y los hechos que llevaron a la derrota del
federalismo uruguayo, los que más motivaron a Guido y Spano,
obligándolo a entraren las turbulencias políticas que aborrecía. Ya
suspicaz ante el expansionismo brasileño y conocedordcl Brasil.cn
cuya capital había pasado varios años, Guido y Spano condenó
inmediatamente la invasión brasileña al Uruguay, en especial la
intromisión evidente aunque no reconocida de Mitre. El 20 de
diciembre de 1864, en momentos en que Flores, que marchaba con
apoyo argentino, se unía a las tropas brasileñas, para el asedio final
a Paysandú, Guido y Spano escribió un mordiente ensayo titulado
“¡Ea, despertemos!” Identificándose como “un hijo humilde del
pueblo” reconoce que su voz probablemente quedará silenciada o
ignorada por las “facciones oligárquicas, la temeridad arrogante de
sus corrompidos heraldos, ...los opulentos patricios, los publíca­
nos que constituyen el orden palatino de la república esquilmada...
y el periodismo aventurero”. (Este último término de “periodismo
aventurero” era esgrimido con frecuencia por los autores naciona­
listas, como descripción de cinismo y ambición personal, para
atacar a Mitre y Sarmiento.) Explicando su ira, Guido y Spano
coloca la ofensiva contra los blancos en el contexto de la supresión
oligárquica de las masas en general, y en particular la dominación
porteña sobre las provincias. Afirma después que “la tribuna
[porteña] donde se profesa la mentira” seguirá ignorando a las
masas a menos que necesite comprar “su voto o su puñal”. Pero si
la masa “llega alguna vez a sublevarse, ¡ay de ella!, se arrasarán
sus campos, se reducirá a cenizas sus hogares, se aprisionarán sus
familias, se perseguirá a los hombres com o a fieras. Entonces los
asesinos apellidáranse héroes y el facón del más feroz de los
verdugos se transformará en la fulminante espada de la justicia"
(Ráfagas, I, 315-316). ¿Y cómo justificará la elite porteña tal
supresión de las masas? Dirán, dice Guido y Spano haciendo una
soberbia parodia de las pretensiones liberales, que:

La barbarie está entre nosotros; es preciso extirparla barbarie;


y esto no se puede conseguir sin regenerar nuestra raza. ¿Acaso
no tenemos más vínculos con la Europa que con la América?
¿No somos europeos? ¿Qué tenemos nosotros que ver con esa
pampa salvaje ni con sus agrestes moradores, enemigos de

256
lodo progreso, y sobre todo refractarios a la obediencia pasiva
y al acatamiento que nos deben?... ¿No somos los apóstoles de
las luces del siglo? ¿Nuestra ilustración, nuestro lujo, nuestros
adelantos, nuestra prensa, nuestros placeres, no lo están ates­
tiguando? (316).

Esta rica parodia alcanza a todo mito liberal. “Regenerar


nuestra raza” toca los matices racistas de la política inmigratoria
liberal; “¿No somos europeos?” pincha la postura cultural liberal;
las re lerendas a “la pampa salvaje y sus agrestes moradores” hablan
del racismo y elitismo liberales; y la última frase socava los
reclamos del liberalismo a la autoridad en virtud de la cultura
superior. Guido y Spano continúa su denuncia observando que “este
lenguaje de los políticos sibaritas” seduce a quienes no pueden ver
más allá de “los refinamientos de una civilización postiza” (316).
Termina su ensayo con un fuerte apoyo a la posición paraguaya en
la guerra y llama a los “leales argentinos” que sostienen la noble
causa de la independencia oriental contra “imperialistas y traido­
res” — esto es, contra Brasil y Mitre apoyando a Flores (322)— .
Guido y Spano continúa su ataque contra Mitre, ya con sarcasmos
(“Su Excelencia está enfermo” y “Le roi s ’amuse”) o con ataques
directos a la supuesta neutralidad del gobierno (“Los artículos de La
Nación Argentina” y “La alianza de 1851”), pero sin efecto alguno
(Ráfagas, 323-338). En cierto momento fue detenido en su domi­
cilio por orden del gobierno de Mitre, pero logró escapar al
Uruguay. Su primera parada fue Paysandú, que para entonces ya
había caído. Se unió a las fuerzas blancas que sé suponía que debían
defender Montevideo, pero la ciudad cayó con poca resistencia
puesto que Paysandú había convencido aun a los más bravos entre
los blancos de que la suya era una causa perdida.
No menos indignado por el sitio de Paysandú se mostró
Olegario V. Andrade, que casualmente se encontraba a unos po­
cos kilómetros al sur al otro lado del Río Paraná, en Concepción,
Argentina, y fue testigo presencial de la destrucción de la ciu­
dad. Dejó registradas sus impresiones en un largo poema narra­
tivo titulado “A Paysandú”, en el que invoca a la ciudad como el

Calvario de la santa democracia,


Viuda del patriotismo y la nobleza,
Tus vestidos de luto son tus ruinas
De cierna majestad;

257
Cuna de los guerreros de alm a grande,
De las hem bras de pecho varonil,
Sem illero de gloria y heroísm o
¡Paz en tu soledad!

(O b r a s p o é tic a s, 135-136.)

Siguiendo esta invocación, describe la batalla en términos


altam ente sim bólicos en que “los cuervos imperiales” y sus escla­
vos (la esclavitud era todavía legal en el Brasil) derrotan a "los
héroes de la santa lucha” (137-140). Term ina, no obstante, señalan­
do que aunque el pueblo y la ciudad m ueren y caen en ruinas, los
ideales de libertad y dem ocracia auténtica son inmortales:

Así debió caer la ciudad m ártir


Como cayó, retando a su destino;
Así debiste caer, cóndor andino,
En las garras del águila rapaz;
Eras el Cristo de una gran idea,
El apóstol de un dogm a bendecido:
¡La traición como a Cristo te ha vendido,
Como a Cristo, la fe te salvará!

¡Paysandú! Epitafio sacrosanto


Escrito con la sangre de los libres,
Altar de los supremos sacrificios,
¡A tus cenizas, paz!
¡Paysandú! El gran día de justicia
Amanece en el cielo americano,
Y, Lázaro, del fondo de tu tumba
Tú te levantarás. (143-144.)

Especialmente interesante en la imaginería a menudo excesiva


de Andrade son las alusiones bíblicas en que la democracia se
vuelve una causa sagrada y Paysandú el Calvario del ideal demo­
crático encamado. Junto a la im aginería cristiana, sin embargo, una
segunda serie de imágenes invoca un ideal americanista en el que
Paysandú se vuelve el cóndor andino, mientras el Brasil esclavista
es el águila imperial que recuerda a la Roma que mató a Cristo.
Atisbamos en el verso de Andrade una sensibilidad nacionalista que
combina el sentimiento religioso y patriótico en modos que los

258
liberales ilustrados habrían encontrado bochornoso. Andrade asu­
me uri papel importante para e! federalismo argentino y la busca de
un destino auténticamente americano, no sólo para la Argentina
sino para toda Sudamérica.

Andrade, Alberdí, Guido y Spano y Hernández estuvieron


demasiado cerca de los sucesos de Paysandú para comprender su
verdadero significado. No fue sino hastaquclaGucnradcl Paraguay,
o Guerra de laTripie Alianza, estuvo en plena m archa, que pudieron
veresos hechos en una perspectiva histórica. Esta sección examina
aspectos de importancia de esa guerra, y después echa un vistazo a
las reacciones a ella de algunos autores nacionalistas.
Con el triunfo de Flores en el Uruguay, Mitre y Don Pedro
instalaron un gobierno títere que José Hernández consideró fundado
"en la negación del derecho y de la libertad... en la dominación
extranjera, en la traición y en el oprobio de la patria” (citado en
Proyecto y construcción de una nación, 267). Pero el régimen de
Flores fue dócil a Brasil y Buenos Aires, y apoyó sus designios
respecto del Paraguay. Mitre, Don Pedro y Flores firmaron el 12 de
junio de 1865 el Tratado de la Triple Alianza, que los volvía aliados
en la guerra contra el Paraguay. Los términos del tratado indicaban
que una vez que la guerra hubiera terminado Argentina y Brasil
volverían a trazar a su gusto las fronteras del derrotado Paraguay
(Kolinski, 91-93). Esta cláusula hizo que virlualmcntc todos los
países sudamericanos, junto con los Estados Unidos, condenaran la
guerra como una campada de rapiña en la que dos gigantes se
abatían sobre el diminuto Paraguay, Gran parte del tiempo que p a só _
Sarmiento en los Estados Unidos lo usó en la defensa del papel
argentino en la guerra (Bunklcy, 424-427).
Lo que podría haber sido una escaramuza de fronteras no tardó
en transformarse en el conflicto más sangriento de la historia
latinoamericana. La guerra, que fue básicamente una guerra de
desgaste, se prolongó desde 1865 a 1870. Cuando terminó al fin, con
una victoria de la Triple Alianza, la población del Paraguay se había
reducido de quinientos veinticinco mil habitantes en 1865 a dos­
cientos veintiún mil en 1871, de los cuales sólo veintiocho mil eran
hombres, una proporción de un hombre por cada ocho mujeres. Más
de un siglo después, la población paraguaya sigue siendo aproxi­
madamente la mitad de lo que era antes de la guerra. Como López
no representaba ninguna amenaza real para la Argentina, la respuesta
desproporcionada de Buenos Aires a sus pretensiones sólo puede

259
ser entendida en términos p sico ló g ico s, o , com o lo describió AI-
bcrdi, “La cuestión del Paraguay no es m ás que una faz de la
cuestión interior argentina. Esta cu estión interior ha sido toda la
causa y origen de la Guerra del Paraguay q ue jam ás hubiese llegado
a existir si Mitre hubiese estado por la unión argentina” (
póstumos, XI, 395). Albcrdi declara que la elite porteña veía a
López com o un caudillo com o tod os lo s dem ás, y en consecuencia
parte del caudillism o argentino. T am bién veían con suspicacia los
vínculos reales y posibles d e L óp ez con caudillos del noroeste
argentino. En una palabra, en un m om en to en que Buenos Aires
estaba luchando por librarse de lo s cau d illos del interior, la elite
porteña sentía que el único caudillo bueno era el caudillo muerto. De
ahí que López, un caudillo popular que sig u e siendo recordado en
el Paraguay com o el principal héroe n acional, tenía que ser elimi­
nado y desacreditado, aunque eso sign ificara transformar al Para­
guay en un cementerio.
En los primeros años del con flicto, M itre usó con habilidad
la guerra para sacar ventajas. N un ca esca so d e recursos orato­
rios, le aseguró a sus partidarios que volverían triunfantes a Buenos
Aires en cuestión de m eses. Tanto con fiab a en una victoria rápida
que decidió comandar en persona las tropas argentinas; como
resultado, pasó gran parte de los tres últim os años de su presidencia
en el campo de com bate y d escu id ó sus tareas presidenciales, La
guerra le dio una excusa para ejercer un control más estricto sobre
sus enem igos. Con ayuda de la fam ilia Taboada, de Santiago del
Estero, derrotó y mató a F elip e V arcla, e l caudillo que había
sucedido al Chacho en La Rioja. La guerra fu e también la excusa
para exiliar a opositores problem áticos co m o José Hernández y
Carlos Guido y Spano. Pero, m ás im portante quizá, le permitió
atacar la base de poder de lo s cau d illos reclutando gauchos para
lucharcontralos paraguayos, arreglo m uy con vcn ien tccn el quedos
grupos sociales m olestos se mataban entre sí. Otro beneficio ines­
perado de la guerra fue ec o n ó m ico . L os terratenientes bonaerenses
y del litoral, incluyendo q uizás a U rquiza, hicieron fortunas ven­
diendo cuero, carne y cab allos a las tropas de la Triple Alianza, y
recibiendo a cam bio el oro q ue fluía del Brasil a la Argentina. Tamo
se beneficiaron econ óm icam en te co n la guerra los partidarios de
M itre que se lo s apodó e l “partido d e lo s proveedores" (Rock,
Argentina, 127*129).
M ientras que la guerra les d io b en efic io s políticos y económi­
co s a los m ilrisias, para el p u eb lo fue una carga creciente, a punto

260
tal que los intelectuales nacionalistas pronto estaban publicando
fuertes críticas a lo s co sto s hum anos y financieros de la guerra. D e
los muchos docum entos que em ergen de este d isen so, ninguno más
significativo que el exten so artículo d e G uido y Spano “El G obierno
y la Alianza”. Publicado en e l diario de B u en os A ires La ,
en julio de 1866, “El G obierno y la A lian za” es la pieza política m ás
ambiciosa de G uido y Spano, y buena muestra del sentim iento
nacionalista, así com o de sus paradojas.
Guido y Spano escribió el artículo con dos objetivos principales
en mente. Prim ero, quería denunciar a Mitre (y por exten sión al
liberalismo argentino en general) com o un fraude, un ju gu ete en
manos del Brasil, y un en em igo de la verdadera dem ocracia.
Segundo, quería colocar a la A lianza en un contexto histórico en e l
que la guerra y su destrucción resultaran inevitablem ente d el
pensam iento antifederalista. Estos argumentos son interesantes por
derecho propio, pero, com o verem os, G uido y Spano también
expone involuntariamente un costado del nacionalism o argentino
que no lo honra.
C om ienza su ataque diciendo que Mitre practicaba m al lo que
predicaba. Recuerda las promesas del presidente de traer paz y
unión a todos los argentinos, y llega a mostrar admiración por el
buen sentido político que mostró Mitre al conservar con p ocos
ajustes la C onstitución federal escrita bajo Urquiza. Pero agrega
que el liberalism o de Mitre no incluye garantías constitucionales
para sus oponentes políticos. Los periódicos de op osición fueron
silenciados, lo s en em igos exiliad os, y los últim os caudillos federa­
les asesinados en campañas terroristas:

A l tum ulto de la guerra civil, sucedió el silen cio de la muerte


en las p rovincias asoladas. Toda resistencia estaba anonadada.
T odos lo s opositores guerreros tendidos en lo s cam pos. ¿Para
qué dar cuartel al en em igo, y m ucho m ás si el en em igo es
argentino? Entre lo s m illares de hom bres que pagaron con la
vida su od io al servilism o, no consta que ninguno fu ese
juzgado por la ley ( áfags,I, 365).
R

E specialm ente vigorosa en este pasaje es la pregunta retórica


por el precio que ponían lo s liberales a la vid a de los argentinos de
clase baja. G uido y Spano agrega que “La verdad es que el gobierno,
pese a la prédica de su liberalism o ficticio, dom inado por el espíritu
de la reacción unitaria, trabajó en el sentido de hacer im p osib le toda

261
oposición que no naciese del seno m ism o de sus correligionaria
oposición que sería siempre limitada por las afinidades de unongoj
común” (1,362). En esta iluminadora frase. Guido y Spano admití
que Mitre permitió un debate lim itado entre voces de) ntisj^
origen.entre miembros de la familia porteña podría decirse, apera*
lo necesario para proteger la lachada del liberalismo al mismo
tiempo que aplastaba toda op osición seria. Sostiene luego que fes
mitristas arreglaron las elecciones con "la violencia y el fraude",&
modo que sólo pudieran ganarlas “todas las mediocridades asp.
rantes... los abogados sin pleitos, las periodistas gritares,
conciencias venales, los oradores caricatos, las nulidades orgullo-
sas" (I. 363). Haciéndose eco de m uchos de estos mismos será*
miemos, José Hernández escribió en 1868:

Mitre ha sido la entidad más funesta que han conocido estas


países... él pobló de cadáveres nuestras campañas con san­
grientas intervenciones armadas; holló la soberanía de las
provincias con atentatorias o farisaicas interv enciones pacifi­
cas; consintió en la bárbara persecución de que durante sa
gobierno ha sido objeto el partido federal; hizo enmudecerla
prensa libre desterrando a los que levantaban su voz pan pedí
justicia corara los atentados; sancionó el tratado de la Tnpfc
Alianza contra las conveniencias y contra el sentimiento
nacional; precipitó al país a la guerra con el Paraguay, y ha
permanecido tres años al frente del ejército para hacer conocer
su impericia e incapacidad militar {Prosas y oratoria
mentaría, 83).

En “El Gobierno y la Alianza*' G uido y Spano también ata­


ca a Mitre par acceder a renovar el pago d e un préstamo de Ce»
Bretaña pendiente desde 1824 {Ráfagas^ 1, 363V Rosas haba
cuestionado la validez de la deuda, y nacionalistas de toda tqe
siguen afirmando que los créditas externos, am es que desam é»
a la Argentina, se limitaron a enriquecer a bancos iraenvacicsuks
y a comprometer la soberanía nacional. G uido y Spano sugerí
que al acceder a los redantos in gleses sobre la deuda. Mitre pre­
firió mejorar la reputación argentina en d exterior antes qa?
crear bienestar intento. En esta denuncia al gobierno de Mteí»
Guido y Spano hace repetidas referencias al puebla, el
pueblo cuyos derechos son violados y cu yo destino es torcida
tre y sus unitarios reciclados en ton ces n o son solo oposato^

262
políticos: son los enemigos del pueblo, antipopulares y antíar-
gentinos.
Perolas críticas más fuertes Guido y Spano las reserva para la
dirección de la Guerra del Paraguay que hace Mitre. Hacía 1866,
cuando se escribió “El Gobierno y la Alianza”, el conflicto estaba
bastanteavanzado, y Guido y Spano puede documentarlo que antes
sólo había sospechado. En los artículos sobre Paysandú que vimos
antes, acusaba al gobierno de Mitre de no hacer nada para ayudar a
los blancos asedidados, y sugería que Mitre en realidad estaba
apoyando a Flores pese a su declarada neutralidad. La medida en
que Mitre apoyó a la invasión brasileña, sin embargo, se puso en
claro en declaraciones del diplomático brasileño José María de
Silva Paranhos y del mismo Mitre. En Brasil se reveló que Mitre no
sólo había permitido a Flores organizar la invasión en territorio
argentino, sino que en un punto crucial de la campaña lo había
provisto con municiones que necesitaba (1,391). El mismo Mitre
confirmó las peores sospechas de Guido y Spano. En un discurso al
Congreso Nacional el 1 d
ve mayo de 1865, el Presidente argenti
declaró que la invasión del Brasil al Uruguay estaba garantizada
por “las justas causas” y “las desinteresadas miras” del Imperio,
"que le guiaron a dar tal paso, confirmando su profundo respeto
a la independencia de aquella República, de que era garante en
unión con la Argentina” ícilado por Guido y Spano, I ,389). Aun
sin la indignación editorial de Guido y Spano, la admisión de Mi­
tre muestra cierta duplicidad. Apenas meses antes había procla­
mado que la Argentina mantenía una total neutralidad respecto
de la invasión al Uruguay y el sitio de Paysandú; ahora se atreve
a proclamar que la intromisión argentino-brasileña en cuestio­
nes internas uruguayas, al instalar un gobierno títere bajo el man­
do de Flores, y declarar luego la guerra al Paraguay, habían es­
tado motivados por un “profundo respeto por la independencia”
del Uruguay. Una vez mis, vemos al vocero por excelencia del
liberalismo argentino usando un vocabulario liberal para justi­
ficar acciones contrarias a todo lo bueno que contiene el sueño
literal.
Sí Guido y Spano tiene alguna palabra de perdón para Mitre,
es para retratarlo corno un juguete en manos del Brasil, antes que
corno perpetrador correspnnsablc de la invasión al Uruguay y el
subsiguiente desmembramiento del Paraguay. Pero es aquí donde
los argumentos de Guido y Spano toman un cariz mis conspiratorio
que factual. Su argumentación descansa en la cuestionable premisa

263
de que tanto Paraguay com o U ruguay, por naturaleza y derecho de
nacim iento, forman parte de la Argentina, idea que se vuelve hacia
una d éla s ficcion es orientadoras m ás antiguas del país: la necesidad
de mantener las fronteras d el Virreinato del Río de la Plata. Según
Guido y Spano, la potencia más responsable de la división de esa
Argentina ideal fue Brasil. Sugiere que la intromisión del Brasil le
permitió al doctor Francia mantenerse en el poder en Paraguay
desde 1811, pese a los intentos de la Argentina de recuperarla
provincia. D e m odo similar, afirma que Brasil impidió que Uruguay
se reuniera a Buenos A ires durante la época de Rivadavia. En suma,
de acuerdo a la visión de Guido y Spano, si no hubiera sido por la
interferencia del Brasil, las “provincias hermanas” de la Argentina,
Paraguay y Uruguay, se habrían unido felizm ente a la federación
argentina. Alberdi también describió a Bolivia, Paraguay y Uruguay
no com o repúblicas independientes, sino com o provincias que la
Argentina “perdió” por causa de la “vanidad a la par que la
impotencia” de los porteños ( Gray pequeño
183). Alberdi también le atribuye la Guerra del Paraguay a la am­
bición brasileña, una ambición de la que Mitre se estaba volviendo
cóm plice. En “El Imperio de Brasil ante la democracia de América"
escribe: “El hecho es que todo el fondo de la cuestión que se disfraza
con la Guerra del Paraguay se reduce nada menos que a la recons­
trucción del Imperio del Brasil”. En el m ism o ensayo llama a Mitre
el hombre que “empeñó la libertad argentina en una tienda de
empeños brasileña” ( Obras completas, VI, 272). En o
la misma época, “Las dos guerras del Plata y su filiación en 1867 ,
escribió: “Las manifestaciones de simpatía por el Paraguay durante
la guerra no han sido insultos a la República Argentina, como se ha
pretendido, sino la protesta dolorosa y oportuna contra una alianza
que hacía de los pueblos argentinos los instrumentos del Brasil en
ruina de sí mismos” ( CVII,
O , 2 9 ).1 En una palabra, Al
cide en lo fundamental con Guido y Spano: Brasil es el gran
desestabilizador, y Mitre su cóm plice.
En este esquema, Mitre y sus secuaces, “conspiradores de
etiqueta”, traicionaron el ideal de una Argentina espiritual rcco-

.'. A'bc.r<?i desarrolló <*Uis mismas ideas (las maquinaciones del Brasil y U
complicidad de Mitre) en vanos otros ensayos importantes. El más representativo

264
jxvsendo aj Uruguay como miembro independiente de la alianza y
¿1 paraguay como el país a ser derrotado y después dividido con el
Brasil. Por supuesto, esto es mucho más fantasioso que real. Nada
en la historia del Paraguay sugiere un manifiesto deseo de verse bajo
ja tutela de Buenos Aires, o siquiera ser parte de una confederación
de provincias iguales conocida bajo el nombre de Argentina.
Lo cual nos lleva a un aspecto peculiar del pensamiento
nacionalista argentino: la idea de una Argentina espiritual, a veces
llamada LaGran Argentina, que sería el auténtico destino del país,
y que recuerda la idea de Artigas de una América mítica esperando
su realización. La Gran Argentina está en el centro de un poema
escrito por Olegario Andrade, también en 1867, titulado “El por­
venir”. El poema cuenta cómo Andrade desde la cima de una
montaña ve el futuro de su país, en el que una “vorágine espantosa”
engulle a los enemigos del federalismo, y a los “Apóstatas, verdu­
gos y tiranos / Que hicieron al derecho ruda guerra”.

Y la palabra viva.
El verbo de la fe republicana,
Anunciará a los orbes...
Y [que] Se abrazan las razas redimidas
Sobre el sagrado altar de las ideas.
Un pueblo va adelante en el tumulto
De la cruzada audaz; un pueblo grande
A quien Dios dio la pampa por alfombra
Y por dosel el A nd e...
Brilla en su frente el sello prodigioso
De la elección de D io s...
¡Es mi patria! Mi patria. Y o la veo
A vanguardia de un mundo redimido,
De un mundo por tres siglos amarrado,
Que, cual bajel en mar desconocido,
Rompiendo las cadenas del pasado
Se lanza con audacia
Cargado de celestes esperanzas,
Al puerto de la santa democracia.
Es su bandera aquella que flamea
En las rocas del Cabo seculares
La que lleva a una raza esclavizada
La luz de libertad de sus altares.
(Andrade, Obras poéticas, 44-45.)

265
Las razas redimidas son obviam ente las Hispanoamérica
ñas, “por tres sig lo s amarradas” bajo el dominio español Al re
cordar el papel heroico de la A rgentina en los movimientos inde-
pendentistas de varios países hispanoam ericanos, Andrade profe­
tiza que la A rgentina volverá a guiar a lodo el continente, que su
bandera “cargada de celestes esperanzas” marcará el camino al altar
de la libertad. Entonces, com o guía del continente, la patria alcanzará
su destino co m o La Gran Argentina. Este destino vive en e
en el pu
eblo, que sigu e esperando la liberación, las masas sin
conductor, traicionadas una y otra v ez pero siempre dignas de
esfuerzo. G uido y Spano y su generación están entre los primeros
en usar térm inos com o “n acionalista” y “espíritu nacionalista”para
referirse a una orientación populista, y esto mucho antes de que tales
térm inos se popularizasen en el siglo xx (véase, por ejemplo,
fagas, 1 ,3 6 1 , 369). Están también entre lo s primeros en rebelarse
contra el papel menor que el liberalism o le asigna a la Argentina en
el panorama internacional; la visión nacionalista quiere para la
Argentina algo más que ser aliado del Brasil, cliente leal de
Inglaterra o , para usar una palabra de un período posterior, el
granero del mundo. Para ello s la Argentina está destinada a serun
líder, portador de la marca prodigiosa de D ios, liberador del
continente entero, y ejem plo para el mundo.
Otra corriente del pensamiento nacionalista, visible en la
referencia que hace Andrade a “apóstatas, verdugos y traidores"
sostiene que el fracaso de la Argentina en lograr ese destino
espiritual deriva no de la debilidad del pueblo argentino sino de
introm isiones externas y traidores infiltrados. El nacionalismo
argentino rebosa de teorías conspirativas. Para Guido y Spano, el
Brasil fue el gran corruptor, para nacionalistas posteriores, lo
fueron Inglaterra, la CIA, las multinacionales, los bancos extranjeros,
La Trilaieral Commission, o quien sea. Pero, cualquiera sea el
nombre del demonio, sus secuaces fueron siem pre los miembros de
la elite europeizante y anliargcntina que vendía su país por lucro
personal, los vendepatria ,que aceptaban un puesto de segund
la Argentina en tanto ellos resultaran personalmente beneficiados.
Además de tos sueños de La Gran Argentina y las innumera­
bles variedades de teorías conspirativas, hay otra corriente en el
pensamiento de estos tempranos nacionalistas que merece co­
mentarlo, y es su declarada, y muy inusual para la Argentina,
Identificación con otros países de Hispanoamérica. La tendencia de
los libélales argentinos a verse como europeos sudamericanos les
266
deja poco interés para el resto de América latina, salvo cuando se
arroganel papel de mentor y ejemplo, como luciéronlos rivadavianos
y la Generación del 37. Esta postura, que llevó a Sarmiento a
aplaudir cuando los Estados Unidos anexaron la mitad de México,
volvió a resurgir durante el malhadado intento francés de instalara
Maximiliano como Emperador de M éxico en 1864. Aunque el
gobiemodc Mitre mantuvo la neutralidad oficial durante el conflicto,
su periódico, LaNación, publicó varios artículos defendiendo
invasión francesa, afirmando que “las sociedades desquiciadas han
sido en todos tiempos conquistadas o invadidas, porque la Provi­
dencia tiene siempre gentes en reserva para ira ocuparlas tierras que
poseen las sociedades viciadas” (citado en Guido y Spano, Ráfagas,
1, 195). Horrorizado por la sugerencia de que México, en tanto
sociedad “desquiciada y viciada”, se mereciera de algún modo ser
invadida, Guido y Spano envió una larga carta de protesta titulada
“La cuestión de M éjico” al diario de Mitre, que los editores
aceptaron, asegurándole que se publicaría no bien hubiera espacio
disponible. Tras casi un mes de espera, Guido y Spano envió su
artículo a un diario rival, EINacional, que más tarde sería clausurado
por los mitristas, y aquí se publicó no sólo el artículo sino el
fulminante ataque de Guido y Spano a Mitre por su censura
mediante el silencio.
La negativa de Mitre de ver impresa “La cuestión de Méjico"
es comprensible. Guido y Spano empieza notando la ironía de que
Francia, tutor y m odelo de las revoluciones liberales en toda
América, ahora fuera “dorado alcázar del despotismo victorioso...
Las repúblicas de América han perdido pues su aliado natural, que
al atacarlas en M éxico, ha falseado sus promesas y mentido a su
historia” ( Ráfagas,1 , 190-191). Más irritante para Guido y Spano
fue el silencio oficial de la Argentina sobre la cuestión, particular­
mente desde que los gobiernos de Perú, Chile y Brasil ya habían
dado muestras de apoyo a M éxico. Más reveladora que su postura
ante la invasión francesa, sin embargo, es su retórica. Guido y Spano
suele referirse a la Argentina sólo com o un “Estado americano"
entre muchas “repúblicas hermanas”. También insiste en que su
interpretación de sentim ientos populares es más adecuada que la del
gobierno, afirmando, por ejem plo, que su posición ante M éxico
refleja “el instinto popular político; es el alma de la democracia que
siente el soplo helado del fiero despotismo amenazándola de
muerte; es la vieja sangre española sublevándose ante el espec­
táculo de la violencia rapante y de la fuerza usurpadora” ( 1 ,192).

267
Una v ez m ás vem os su creencia de que “el pueblo” es el genuino
depositario de la virtud argentina. Pero también vemos un curioso
acoplam iento de esta ¡dea a una exaltación de “la vieja sangre
española”. En ninguna parte en Guido y Spano, o en otros nacio­
nalistas, encontram os la denigración de España y de la herencia
española que marca la obra de liberales argentinos como Sarmiento
y el Albcrdi de Bases. Es precisam ente este sentido del ancestro
com ún el que le permite a G uido y Spano hablar de “repúblicas
hermanas” en un m odo d escon ocid o al liberalismo argentino. Así,
la lucha m exicana se vu elve una lucha hispanoamericana en el que
“lo s bravos m exicanos a la vanguardia de una causa que a todos nos
interesa profundamente, defienden el derecho de todos estos pue­
b lo s... batiéndose gallardamente contra el extranjero y contra los
traidores” ( 1 , 192).
Esta negativa a aceptar la visión liberal de los pueblos espa­
ñ oles y latinos también es visib le en O legario V. Andrade. Hacia el
fin de la década de 1870, escribió un poema importante titulado
“Atlántida: Canto al porvenirde la raza latina en América”, enel que
afirma que las razas son “raudales de la Historia” y que Dios le dio
a la raza Latina el destino de “inaugurar la historia / y abarcar el
espacio” ( Obra poética, 52-53). En la reconstrucción histórica de
Andrade, la raza latina ha pasado por varias etapas, pero,

N o perecen las razas porque caigan


sin honor o sin gloria
lo s pueblos que su espíritu alentaron
en hora venturosa o maldecida.
Las razas son los ríos de la historia,
y eternamente fluye
e l raudal misterioso de su vida (57).

Para Andrade, la raza latina y su destino com o mentor y


civilizador del mundo siguió su marcha aunque los pueblos espe­
cíficos, o manifestaciones de esa raza, se alzaran o cayeran. Así fue
que Grecia y Roma pudieron caer, pero el destino latino seguiría
adelante, para ser realizado en los españoles y franceses. Con la
declinación de España y Francia, la raza del destino se manifestaría
otra vez, pero ahora en Latinoamérica.

Pero Dios reservaba


la empresa ruda al genio renaciente

268
de la latina raza, domadora
de pueblos, combatiente
de las grandes batallas de la historia,
y cuando fue la hora,
Colón apareció sobre la nave
del destino del mundo portadora.
...y despertó la Atlántida soñada (64).

Es este “destino del m undo” el que Andrade ve realizado en


toda Latinoamérica, en el “trópico esplendente” de las Antillas; en
México, la “granítica atalaya”; en “Colombia la opulenta / que
parece llevaren las entrañas/la inagotable juventud del mundo”; en
Venezuela, “cuna del gran Bolívar”; y así sucesivam ente, a lo largo
de todo el continente. Por fin, ve a la Argentina,

la patria bendecida
siempre en pos de sublimes ideales,
el pueblo joven que arrulló en la cuna
el rumor de los himnos inmortales.
Y que hoy llama al festín de su opulencia
a cuantos rinden culto
a la sagrada libertad, hermana
del arte, del progreso y de la ciencia (66-69).

La visión de Andrade del destino latino lo pone a buena


distancia del pensamiento liberal de los hombres de 1837, para
quienes España era la pariente retrasada de Europa cuyos hijos
americanos necesitaban adoptar nuevos m odelos en el norte de
Europa y en la América inglesa. Es interesante notar que la “lati­
nidad” de Andrade se transformaría veinte años después en uno de
los m ovim ientos más significativos en la historia intelectual lati­
noamericana. En 1900, el ensayista uruguayo José Enrique Rodó
publicaría un ensayo breve pero de enorme influencia titulado
en el que afirma no sólo que lo s pueblos latinos son los herederos
legítimos de la in teligencia y sensibilidad griegas, sino también los
que darán el necesario equilibro al m atcrialism outilitariodeC alibán,
su símbolo para los Estados U nidos. La deuda de R odó con Andrade
rara vez se ha reconocido.
Por lo dem ás, Andrade tam poco parece compartir las pre­
ocupaciones raciales de los liberales argentinos. En su poem a “La
libertad y la A m érica" escribe:

269
Aquí, donde los jteelKW do un« ereuelón gigante
Uapcrun nuevas razas que mamen su vigor...

Aquí, donde algún día vemlrfln las razas parias


A emivlazur sus brazos en 1‘raiernal unión,
A des|HMlar, acaso, las selvas solitarias
Con el sublime acento de místicas plegarias,
Cantando los esclavos su eterna redención.

Aquí, la vieja P.urepu con mano enflaquecida,


Con la altanera audacia de la codicia vil,
Quien? injertar su sangre, su sangre corrompida...
En 1« caliente sangre de un pueblo varonil.

(Andrude, Obras poéticas, 47-48.)

Aunque favorables a la inm igración, estos versos no consuenan


con la preferencia sannientina por la Europa alemana. Además,
Andrade parece pensar que los latinoamericanos, con su mezcla
racial, son ya un pueblo viril, superior a “ la vieja Europa que trata
de inyectar en <M“su sangre corrompida". La exaltación que hace
Andrade de las latinoamericanos tai com o son lo distancia de lis
teorías que justificaren inicialm ente la política inmigratoria, pero
nuls importante, el suyo es obviam ente un sentimiento populista
que lo conecta con los intentos de Artigas de incluir gauchos,
indios, negres y zambos" en su sociedad ideal.
Com o hemos visto, lo que he llamado “nacionalismo" en la
Argentina del siglo XIX no fue dem agogia, ni fue meramente el re­
sentim iento de un pueblo derrotado. A ntes bien, fue una alternativa
bien desarrollada a las ficciones orientadoras del liberalismo ar­
gentino. En su mejor forma prepuso un paradigma diferente déla
historia argentina en la que la riqueza porteóa. la "oligarquía", fuera
cual fuese su ideología publica, estaba unida en la codicia y en su
hegemonía sobre las provincias. Postuló asim ism o un sucho parala
Argentina, "La Gran Argentina“, que habían impedido realizarse
una y otra vez “extranjeros y traidores“. Este temprano populismo
t\»e el primero en usar las palabras “nacionalism o" y “nacionalista"

270
urta muy insalubre xenofobia. El populismo también vio a la
Argentina corno parte de una gran tradición latina e hispánica,
antes que una colonia europea rodeada de bárbaros, y en esa
tradición afirmó la solidaridad con el resto de América latina.
Pero, Lo más importante de todo, quizá, fue que el populismo
rechazó las teorías de exclusión, generalizadas entre los liberales,
que veían a los mestizos del interior como un impedimento al
progreso. En resumen, el populismo argentino en su mejor for­
ma ofreció una mitología para el consenso y la inclusión que, si
hubieratriunfado, podría haberdesarrollado la especie de democracia
abarcadora a la que el liberalismo veneraba sólo con palabras, no
con hechos.
Ladoblezdelliberalismo argentino queda àcidamente resumi­
da por Guido y Spano en su carta autobiográfica de 1879. Guido y
Spano recuerda la década de 1860 como una época en la que buscó
refugio de la política en los libros; otros, observa,

“con su ignorancia a cuestas, tenían las propiedades de las


plantas trepadoras; enredábanse al gran árbol de la libertad que
llamaban, siendo sólo acaso un ombú carcomido... Trepados
allí se transformaban como por ensalmo en gobernadores, en
ministros, en éforos y arcontes, conservando una seriedad
admirable, lo que no les impedía hacer cada barbaridad de
espantar... Por dicha nuestra al lado y enfrente de esas enti­
dades postizas, raquítico engendro de la demagogia delirante,
no faltaron nunca hombres de pro en Buenos Aires, en la
República Argentina, que sostuviesen los principios de la
libertad en el orden, del derecho en los límites amplios de la
Constitución. Sus esfuerzos, empero, no alcanzaron a evitar
los estragos de la guerra civil, ni la guerra del Paraguay de tan
desastrosas consecuencias, ni los manejos sombríos que sem­
braron la discordia y la ruina en la República Oriental.”
CRáfagas, Ivíi-lviii).

El liberalismo argentino, el viejo unitarismo, el partido de la


elite intelectual de Buenos Aires, ganó las batallas políticas del si­
glo XíX y en su mayor parte se las arregló para imponer su punto
de vista de la historia en la mente de generaciones posteriores de
argentinos. Como resultado, Andradc, Alberdi (salvo por Las Ba­
ses), Guido y Spano, Hernández... todos podrían haber sido fácil­
mente olvidados, si no hubiera habido dos excepcionales obras

271
literarias que sigu en echan d o dudas sobre la sabiduría del liberali*.
m o argentino. La primera e s Una excursión a los indios ronquéis
de Lucio V . M ansilla, q ue co n siste d e una serie de cartas en lasque
el autor describió sus encuentros con lo s m ism os indios que e!
gobierno d e Sarm iento estaba d ecid id o a exterminar. La segunda es
un largo poem a gau ch esco titulado E l Gaucho Martín Fierro, que
le dio al populism o un rostro hum ano en la imagen inolvidable de
un gaucho tan perseguido por lo s gob iernos liberales que se trans­
formó en el bárbaro que tanto tem ía Sarmiento. Estas obras, su
contexto y su permanente importancia entre las ficciones orientadoras
de la Argentina son e l tem a d el sigu ien te capítulo.

272
C a p ítu lo 10

Raíces del nacionalismo argentino,


Parte II

Una excursión a los Indios moquetes de Lucio V. Mansilla y El


(¡ancho Martin Fierrode José Hernández, no surgen en un vací
Ambos se apoyan en una tradición intelectual argentina, y ambos
reflejan realidades políticas y sociales de su tiempo. La cuestión
Italia a la que se aboca Mansillactncrgccn escritos de Artigas afines
de la década de 1810, y fue discutida ampliamente en las dos
décadas siguientes; los rosislas solían señalarlas buenas relaciones
de Rosas con los Indios como prueba de que el federalismo estaba
mejor preparado que el unitarismo para resolver los problemas que
planteaban las poblaciones nativas del país; y uno de los más
apreciados poemas argentinos del siglo xtx es “La cautiva”, publi­
cado en 1837 por Esteban Echeverría, que cuenta con trasfondo
Indígena la historia de un amor desdichado. De modo similar,
Hernández heredó mucho de la gauchesca populista de Bartolomé
I lldalgo, del pensamiento de la Confederación, y del último Alberdi.
Pero el contexto más inmediato de estas obras fue político: la Gue­
rra al Paraguay y las guerras indias, llamadas corrientemente “la
conquista del desierto”.

La Guerra al Paraguay comprometió seriamente los últimos '


tres aflús riel período presidencial (le Mitre. Los proyectos públicos
se tambalearon en la medida en que Mitre distrajo recursos para la
guerra y condujo personalmente las tropas contra López. Por lo
demás, con su caraelei ística falla de tolerancia para los detractores,
mandó al exilio a los críticos nacionalistas, e instruyó a su ministro
de Interior, Guillermo Rawson, para que ordenara al gobernador

273
Domínguez, de Huiré Ríos, I» clausura de varios órganos de prensa-
T o s periódicos Porvenir, ElPueblo Entre Pinna
Gunleguaydnl, y ElEco deEntre Píos y qu
en la ciudad de este nombre, han lom ado una dirección incompa­
tible con el orden nacional y con los deberes que al gobierno general
incumben en ¿pocas com o la présen le,,, Hn consecuencia, el señor
vicepresidente de la República me ordena dirigir a V,H, csia
comunicación encargándole que, haciendo uso de las íaculiadcsquc
el estado de sitio confiere.,, se sirva V.H. disponer que cese la
publicación de los referidos |ieriódicos, usando para con las personas
o con las cosas los medios de acción adecuados para conseguirlos”
(citadocnTiscomia,“'Vida de Andrade", xxxii i). I ,a muerie rej)ciiiíi)a
del vicepresidente, Marcos Paz, a com ien zos de 1808, obligó a
Mitre, que había estado hasta entonces al frente de las tropas, a
volver a Buenos Aires tras años de ausencia, apenas a tiempo para
participar en la campaña de elección de su sucesor. Mitre apoyaba
a Rufino Elizalde, viejo amigo suyo conocido por su lealtad al
presidente. Otros contendientes eran A dolfo A lsina.hijode Valentín
Alsina, el perenne autonomista de Buenos Aires cuya postura
separatista había atormentado a Urquiza y había hecho parecer
moderado, en comparación, a Mitre. Aunque para entonces las
provincias ya estaban bajo el firme d om iniodel centralismo ixmcflo,
existían simpatías federales latentes en el interior que disminuían
las chances tanto de Alsina com o de Elizalde. En la necesidad de un
candidato de compromiso, los electores dieron con el nombre de
Sarmiento. Uno de sus m;ts firmes proponemos fue Lucio V.
Mansilla, quien pese a sersobrinode Rosas y ex militante urquicista,
puso todas sus energías en la candidatura de Sarmiento, con la
esperanza de ser nombrado por éste ministro de Guerra. Sarmiento,
a quien siempre era más fácil apreciar cuando estaba lejos, termi­
naba un período de tres años com o embajador argentino en los
Estados Unidos. El recuerdo de su lamentable gobernación en San
Juan se había desvanecido, y en su condición de miembro del
partido porteño que bahía nacido y crecido en el interior resultaba
- una opción aceptable tanto para los intereses provincianos como los
de Buenos Aires, Su elección quedó asegurada cuando Adolfo
Alsina retiró su candidatura y accedió a ser vicepresidente de
Sarmiento. En el momento de su elección, el 16 de agosto de 1H68,
Sarmiento estaba en alta mar, volviendo de N ueva York y no se
imaginaba el honor (y los problemas) que lo esperaba, In formado de
su nuevo cargo al bajar a tierra en Río de Janeiro, v isitóal emperador
274
Don Pedro y le aseguró que la Argentina bajo su presidencia no se
apartaría de la alianza contra el Paraguay.
/■ La presidencia de Sarmiento se inició con problemas. En pri- \
mer lugar, ofendió a M ansilla negándole la cartera de Guerra tan
anhelada, y nombrándolo en cam bio a un oscuro puesto m ilitaren
Río Cuarto. Si la intención de Sarmiento había sido apartar a
Mansilla de la política de Buenos A ires, no tuvo éxito porque desde
Río Cuarto M ansilla em p ezó a publicar las cartas sobre las que está
basada Una excursión a los indios ranqueles, de la que hablaremos /
más adelante. Luego, Sarmiento trató de seducir a Mitre para que
participara de su gobierno. Aunque no ignoraba la preferencia de
Mitre por Elizaldc, Sarmiento esperaba que el ex presidente seguiría
en su puesto de comandante de las fuerzas aliadas en el Paraguay,
y a la v ez com o ministro de Guerra. Pero compartir el poder no era
el estilo de Mitre, que rechazó ambos cargos y se dedicó a oponerse
a la política de Sarmiento desde su puesto en el Senado y desde su
recién fundado diario La Nación. La oposición de Mitre a Sarmiento
tenía poco sentido ideológicamente, pero se basaba en un hecho
esencial de la política de Mitre: en el poder fue un funcionario
celoso y eficaz; fuera del poder era capaz de openerse a todo, sin
reparar en la ética ni en la ideología. (
Mitre y M ansilla no fueron los únicos problemas de Sarmiento.
Las prioridades eran: sacar a la Argentina de la Guerra al Paraguay,
que en el momento de su asunción, en 1868, estaba en su peor
momento; pacificar al interior, donde las tensiones provinciales
amenazaban con estallar en una guerra civil; y proteger la coloni­
zación blanca de los indios desplazados de sus territorios. Menos de
dos semanas después de su asunción, llegó ayuda de una fuente
inesperada. Urquiza, el hombre al que Sarmiento había retratado
con trazos tan gruesos en Campaña del ejército , le escribió'
una carta congratulatoria fechada el 29 de octubre de 1868:

Su E xcelencia puede contar conmigo como el primero entre


los servidores de la nación que desea la oportunidad de
demostrar su sinceridad durante su administración. Si algún
rencor nos ha puesto en bandos opuestos, el mero recuerdo de
haber luchado juntos por la libertad bajo la misma bandera y
el interés que compartimos por la grandeza y bienestar de
nuestra patria nos unirá hoy, cada uno en su posición, para
buscar lo que nadie ha logrado, la destrucción de las facciones
y la reconstrucción sobre una única base, la de la Constitución.

275
U sted a la ca b eza d e la N ación y yo com o Gobernador de una
p ro v in cia rica, fu c ile y m oralizada, estamos en posición de
h acer realidad esta aspiración. (C itado en Bunklcy, 453.)

S arm iento resp on dió con cautela a la oferta de Urquiza, pero


tras co n sid erab les esfu erzo s d ip lom áticos aceptó una invitación
para visita rlo en Entre R íos, en lebrero de 1870. Aunque fue objeto
de una recep ción esp lén d id a, sigu ió dudando de la buena voluntad
d e U rquiza para unificar a la A rgentina bajo el mando de Buenos
A ires.
U n afio d esp u és d e la asunción, S an n icn lo pudo al fin mostrar
algún p rogreso en la Guerra al Paraguay. El 5 de enero de 1869, las
tropas d e la T riple A lian za ocuparon A su n ción , ciudad cuya po­
blación en cin c o afios había sid o reducida de medio millón de
habitantes a unos ochenta m il, casi todos mujeres y niños. López
h uyó a una fortaleza de montafia donde él y casi todos sus quinientos
hom bres m urieron el I o de marzo de 1870. El fin de los combates,
sin em bargo, no term inó con los efecto s de la guerra en la Argenti­
na. A hora Samniento se v io frente a una deuda de guerra que supe­
raba lo s cincuenta m illon es de pesos, y además debía atender a las
necesidad es de unos veinte mil veteranos. T am bién hubo desacuer­
dos co n el Brasil respecto de las indem nizaciones de guerra y las
nuevas fronteras del Paraguay, sustancialm cnte reducidas. En la
desesperación, Sarm iento apeló a Mitre para negociar un acuerdo
con lo s brasileños, tarca que el im prcdcciblc ex presidente realizó
con extraordinaria habilidad. La presidencia de Sarmiento también
sufrió de devastadoras epidem ias de cólera y fiebre amarilla. Para
em peorar las cosas, la derrota de Francia en la Guerra Franco
Prusiana (187 0 -1 8 7 2 ) dejó los mercados europeos en mala situación,
con lo que se inició una grave declin ación d e la demanda externa
para m ercaderías argentinas.
Aunque las cargas com binadas de la guerra, la deuda, la
depresión y las epidem ias dejaron p ocos recursos para los grandiosos
planes educacionales y econ óm icos de Sarm iento, sus real ¡/aciones
en esos cam pos son notables. Bajo su adm inistración, la cantidad de
niños que asistían a escu elas públicas subió de treinta mil a cien mil,
los inmigrantes que entraron a la Argentina se duplicaron, y se
pusieron en marcha políticas habitacionales. Fundó escuelas nor­
males e importó profesores de los Estados U nidos para dirigirlas.
Creó el Observatorio N acional, la Escuela de Minería y Agronomía,
la Academia Naval y la Academ ia Militar. Expandió el sistemado

276
bibliotecas públicas, l riplicó el tendido de vías fArreas,estóí>lv M m
sistema nacional e internacional de telégrafos, entero
los códigos comercial y militar, y realizó eJ primer <jmw, Al m im o
licmpo, fue impiadoso con lodo lo que considerara indomable, "
hecho, sus internos por cenlralízar el jx>der sí m i s y m
propensión a igualar su bienestar político con el de la Argentina,
fueran cuales fuesen los procedimientos institucionales, llevaron a
su mejor biógrafo, AJíson Williams Bunklcy, que simpatiza con él,
a llamarlo "un caudillo moderno" (V'/dtí de 412),
La amenaza política más peligrosa para Sarmiento durante m
presidencia tuvo lugar en 1870, cuando tropas de Ricardo l//p e z
Jordán, ex militar de la Confederación, desilusionado por la rendí-
ción en Pavón, asesinó a Urquiza y sus dos hijos Justo y W aldíno,
pocas semanas después de que Sarmiento lo hubiera visitado en San
José, López Jordán, político frustrado, se había postulado para
gobernador de Entre Ríos en 18ó4, pero fue derrotado por José M ,
Domínguez, con el apoyo de Urquiza y Mitre. Convencido de que
Urquiza y Domínguez se habían vendido a Buenos Aíres, L ópez
Jordán empezó a organizar un ejército gaucho y a preparar el
asesinato de Urquiza. Realizado éste, López Jordán se nombró
gobernador de Entre Ríos y lanzó una guerra separatista contra
Buenos Aires. Durante el juramento como nuevo gobernador de la tJ
provinciadedaró: "lie deplorado que los patrioiasque se decidieron
a salvar las instituciones, no hubieran hallado otro camino que la
víctima ilustre que se inmoló, pero no puedo pensaren una tumba
cuando veo ante mis ojos los hermosos horizontes de los pueblos
libres y felices" (citado en Boscli, 714). Las fuerzas de Sarmiento
expulsaron a López Jordán del país en cuestión de m eses. Tras
intentar invadir el territorio argentino en 1873 y 1874, López Jordán
comprendió al fin que sus ambiciones nunca tendrían suficiente
apoyo popular, y se retiró a una estancia en el Uruguay. En 1888 se
introdujo clandestinamente en Buenos Aíres, donde fue reconocido
y baleado por el hijo de un militar a quien I-ópez Jordán había
condenado a muerte quince años atrás. I loy es recordado sobre todo
por haber planeado el asesinato de Justo José de Urquiza.
/' Con el Paraguay reducido ala nada, los caudillos muertos o en
d exilio, y las provincias gobernadas por políticos favorables a
Buenos Aires, sólo quedaba un obstáculo en la perspectiva liberal
del progreso: los indios que. seguían atacando a los colonos en las
fmnierasenexpausión. Desde los primeros tiem posdclaR epública,
los criollos ávidos de tierra habían expulsado a los indios de sus ,

277
terriiorios, aunque algunos dirigentes blancos, Rosas entre ellos
mantuvieron mejores relaciones que otros con los indios. Rosas sé
las arregló para hacerlos combatir entre sí, y a sus aliados los
mantuvo bajo control mediante pagos anuales; existen registros de
estos pagos a tribus aliadas pampas y araucanas, cri archivos
oficiales, bajo la rúbrica “N egocio pacífico con los indios", risos
pagos se hicieron irregulares tras la caída de Rosas en 1852, y tras
la derrota de Urqui/a, Mitre los interrumpió por completo. Al no
efectuarse los pagos pacificadores, y con todas las fuerzas militares
ocupadas en la Guerra al Paraguay, los m alones arreciaron a tal
punto que Sarmiento declaró prioridad uno la recuperación de
tierras perdidas (Jones,"Civilization and Barbarism and Sannicnto’s
Indian Policy", 5-7). En ciertos aspectos, los gauchos enfrentaban
problemas similares a los de los indios, ya que, aunque hablaban
castellano y hasta cierto punto eran cristianos, también ellos vivían
en los márgenes de la sociedad, y eran expulsados poco a poco de
las tierras que antes recorrían libremente. A dem ás, igual que los
indios, los gauchos no tenían lugar en el esquema liberal de la i
Argentina.
Para resolver cl problem a indio de una vez por todas, Sarmiento
volvió a sus ideas originales de civilización y barbarie. Ya en 1844,
cuando todavía estaba en Chile, respondía a los argumentos del
escritor chileno José Victorino Lastarria sobre la crueldad española
durante la conquista, que “Debemos ser justos con los españoles; al
exterminar a un pueblo salvaje cuyos territorios iban a ocupar, no
hicieron otra cosa que lo que lian hecho todos los pueblos civilizados
con los salvajes, lo que la colonización hizo consciente o incons­
cientemente: absorber, destruir y cxlcnninar" (Sarmiento, Obras
completas, II, 219). Lo inspiraba el ejem plo de su país más admi­
rado, los Estados Unidos, y en algún momento envió una delegación
a Washington a estudiar de primera mano cóm o manejaba la
potencia del norte el problema indio. Igual que los dirigentes
norteamericanos, Sarmiento y muchos otros argentinos hablaron
mucho de civilizar a los indios, pero el programa adoptado cnv
realidad se acercó más a una política de deliberada dislocación y
exterminio. Seguramente las ideologías reflejadas en el ,
según las cuales los indios eran una raza inadecuada para la
democracia, lo guiaron en esta tarea.

Como la prensa argentina estaba llena de informes sobre


malones indios, en que se mataba o secuestraba a colonos blancos,

Ni78
/ no es sorprendente que la mayoría de los intelectuales argentinos, '
liberales y nacionalistas por igual, viesen con aprobación tácita o
exprésala guerra al indio. Una interesante y parcial excepción a este
consenso, sin embargo, es Lucio V. Mansilla, figura compleja que
con menos sobrecarga psicológica podría haber sido uno de los /
.m ejores escritores latinoamericanos. Nacido en 1831, era hijo de
Lucio Norbcrto Mansilla, distinguido héroe de la Independencia y
político que había tenido su mejor momento bajo el gobierno de
Rosas, con cuya hermana, Agustina Ortiz de Rosas, estaba casado.
Educado en Buenos Aires, el joven Lucio mostró poco interés en el
negocio de salazón de carne de su familia, y se embarcó en la lectura
de peligrosos autores franceses. Su padre lo soiprendió un día
leyendo a Rousseau, y tuvo que explicarle que “cuando se es sobrino
de Juan Manuel de Rosas, no se lee el Contrato Social si se quiere
seguir viviendo en el país” (citado en Caillet-Bois, “Prólogo”, ix).
Poco después, Lucio Norbcrto dispuso que su hijo viajase a la India
a comprar yute.
El joven Lucio permaneció fuera del país casi tres años, y viajó
por tierra de la India a Londres. Estos viajes fueron la base de sus
primeras publicaciones, recogidasmástardeendosbrevcsvolúmenes
titulados De Edén a Suez y Recuerdos de Egipto. En 1851, cuando
Urquiza inició su campaña contra Rosas, Mansilla estaba en L on­
dres; llegó de regreso a Buenos Aires apenas semanas antes de la
caída de Rosas en 1852. Antes que enfrentar la hostilidad de los
vencedores, huyó con su familia a Francia, donde el apuesto joven
argentino fue bien recibido. Pero lo aburrió la vida en el exilio, y dos
años después volvía al Buenos Aires de Mitre. Permaneció en la
capital el tiempo suficiente para tener un sonado enfrentamiento
con José Mármol respecto de un pasaje de la novela de este último,
Amalia, que echaba sombras sobre el honor de la familia. Después
huyó a Paraná, donde trabajó como periodista, asociado con otros
federales c hijos de federales que temían seguir en Buenos Aires.
Mansilla se mantuvo leal a la Confederación durante toda la
presidencia de Urquiza, y participó en la batalla de Cepeda en 1859.
Pero cuando Derqui sucedió a Urquiza, la fe de M ansilla en la
Confederación se debilitó; en 1861, cuando Mitre batió a Urquiza
en Pavón, Lucio ya estaba en el bando de Buenos Aires.
Esta fluidez de sus lealtades caracterizaría gran parte de su vida
política. En cierto nivel, el peso de ser el sobrino del hombre más
vilipendiado de la Argentina debió de hacerse notar, com o Guido y
Spano y com o ha notado S ylvia M olloy, M ansilla nunca superó del

279
lodo la asociad lo do. su lamilla con ol msitmto (4 / IV-
180). lina y oirá vez trató do hallar un caudillo polílico a <|uii „
soguir, primero en Urquizu, unís laido en Mino y ¡Sarmiento, (ion,
.siempre (ne rechazado. Para congraciarlo con Mino despulido
Pavón, combatió por Rueños Aires en el Paraguay, disianeiiiiidoNt?
con ello mrts adn de sus ex amigos redórales como Olegario
Andrade y Carlos Guido y Spano, quienes se oponían con luda
vehemencia n la guerra. ICn el Paraguay, buhó amistad con
Dominguilo, el hijo do Sarmiento, y esluvo píeseme cuando lo
maimón. Sarmiento siempre le esluvo agradecido,,, aunque no
tamo como para darle un puesto de importancia en mi gobierno,
Así fue que Mansilla, después de apoyar la candidatura de
Sarmiento con la esperanza de ser nombrado ministro de (hiena,
tenninó, a fines de 1808, en Río Cuarto, provincia de Córdoba, en
un cargo que estaba muy debido de sus expectativas. Pese a'sil
rencor por la ingralilud de Sanuieuio, Mansilla hizo un'buen
trabajo, y muy j>oco después empezaron a aparecer sus carias en el
matutino porteño Ui Tribuna, llenas de nutoelogios poí sus logms
en la pacificación de indios y la custodia de colonos y ferrocarriles,
El diario, dirigido por un amigo de Mansilla, Héctor Vareta, puede
haher publicado las cartas para irritar a Sarmiento y mantener el
nombre de Mansilla a la vista del publicó, En febrero de 1870
Mansilla y un representante del je fe indio Mariano Rosas firmaron
un tratado de paz que fue enviado a Rueños Aires para su aprobación
final. Cuando Sarmiento sugirió cambios en la redacción del
documento, Mansilla le escribió una carta furiosa acusándolo de no
tomarlo en serio. Eos indios entretanto empezaron a dudar de la
httena fe del gobierno y se echaron ai ras, En parte para tranqu ili/at los,
y en parte para aliviar su propio aburrimiento, Nlansilla se embarcó
en un viaje por territorio indio, registrando sus experiencias y
observaciones en una serie de cartas dirigidas a un viejo amigó,
Santiago Atve. Lascarías fueron publicadas e n e ! diario de Vitiviti
entre el 2 0 tic mayo y el 7 de septiembre de 1870, Recopiladas
después por Héctor Várela, estas cartas se v olvicton una obra fintea
en la literatura argentina, Una txcOs/íov nm
(Caillei'Rois, vil, xxiiV 4
Tres corrientes principales recorren el texto de MansilhC
ITimero, buscó describir a los indios umquetes isus preferencias,
hábitos,
, creencias
;v" 'r y• personajes
Y •' sobresalientes), entrar eu
^ ’»w saueiues). entrar eu mi
mi mundo
mui
del modo mas completo posible, o. com o lo dice el ’ comer una
tortilla de huevos de avestruz en Nagilcl Mapo" c v tw h w » El),

280
El crítico Julio Ramos llama agudamente al viaje de Mansilla “un
viaje deliberado a la barbarie”, lo inverso de sus viajes a Egipto y
Europa, así como el obligatorio viaje a Europa que debía hacer todo
joven argentino de la clase alta (Ramos, “Entre Otros”, 144). Una \
S eg u n d a corriente en la obra esel esfuerzo dcMansilla porvindicarse
a sí mismo, por probar que, aun siendo el sobrino de Rosas, merecía
algo mejor que Río Cuarto. Y tercero, el ataque a las políticas
indígenas de Sarmiento, a veces directamente, pero con más fre­
cuencia mediante discusiones abstractas sobre las ideas de civi­
lización que supuestamente justifican las campañas de exterm in io/
í^cl gobierno. Lamentablemente, aunque escritor prolífico, Mansi­
lla no era un pensador riguroso. Como resultado, suele rozar ape­
nas cuestiones fascinantes que, con más atención por su parte, lo
diabrían llevado a una especie de relativismo cultural muy distinto
de la fácil exaltación liberal de la “civilización” y la ruda auto-
^sátisfacción del gobierno de Sarmiento.
' Pes? a esta tendencia a dejar caer en mitad del vuelo las
cuestiones"rnportantes, los ataques de Mansilla a Sarmiento suelen
conectarse convicciones orientadoras de tierra, clase y raza rastrcables
al menos hasta A ligas y su visión de un carácter argentino pre­
existente, invisible a'^s porteños europeizados y sobreviviente sólo
en las pampas y sus Habitantes que eran de algún modo el pueblo
“real”. Los que han retratáosla pampa, escribe, “poetas v hombres
de ciencia, todos se nan e q u i v o c a El paisaje ídearoeTíryuu.pWg
que yo llamaría, para ser más exacto,jampas, en plural, y el paisaje
real, son dos perspectivas completamente distintas. V ivim os en la^
, ignorancia hasta de ^ fisonom ía de nuestra patria” (i, 92). Mansilla-
critica con frecuencia s Buenos Aires por su incomprensión del
país. Como Guido y Spano, ataca el enfoque eurocénmco del
liberalismo argentino que^enceguece a los líderes del país a íá
naturaleza y virtudes autóctbnas de la Argentina. Tambión elogia el
"tipo nacional” que resulta ñq ser otro que el gaucho, “un tipo
generoso, que nuestros políticos han perseguido y estigm atizado” y,
en referencia a la gauchesca paródica, “a quien nuestros bardos no
han tenido el valor de cantar, sino pára hacer su caricatura” (II, 49 -
50). En un pasaje similar, M ansilla habla del gaucho com o “nuestra
raza", distanciándose una vez m ás él m ism o y su propia clase de la
auténtica alma nacional (1 ,96). En un pasaje especialm ente reve­
lador describe a un gaucho, M anuel A lfon so, de sobrenombre
Chañilao, que se desplazaba con com odidad de la sociedad rural
blanca a la indígena, com o una “planta verdaderamente oriunda d el

281
suelo argentino”. Pero se lamenta de que Chañilao haya tenido
tantas dificultades con la ley de las ciudades, con las legalidades de
la civilización sarmientina, y concluye que “Ésa es nuestra tierra:
como nuestra política, suele consistir en hacer de los amigos
enem igos, parias de los hijos del país, secretarios, ministros, em­
bajadores, de los que nos han com batido” (II, 262). A sí es como
Mansilla se identifica, en ocasiones, con la idea populista de que el
liberalismo abandona a los hijos auténticos de la Argentina, prefi­
riendo promover com o “secretarios, ministros y embajadores" a
quienes lucharon contra la Argentina auténtica. Por supuesto, la
preocupación de Mansilla por los sumergidos bien pudo haber
quedado sin expresar si hubiera sido nombrado ministro de Guerra
en lugar de comandante de Río Cuarto. \
En otras partes de Una excursión, M ansilla afirma que la in­
capacidad del liberalismo de incluir a los genuinos hijos de la nación
es un rasgo típico de la sociedad a la moda en Buenos Aires,
artificial, desarraigada, imitativa:

La monomanía de la imitación quiere d e s p o j a o s de todo: de


nuestra fisonomía nacional, de nuestras cos^mbres, de nues­
tra tradición. ,. ,
N os van haciendo un pueblo de za Tenem os que hacer
todos los papeles, menos el q u e f i e m o s . Se nos arguye con
y^¡ .-.tóiiiuciones. con las le y p ’réon los adelantos ajenos. Y es
indudable que a van zam p *^
Pero ¿no h ab rían m s^ n zad o más estudiando con otro criterio
los problcin.as^nucstra organización e inspirándonos en las
necesidades reales de la tierra?
. Más grandes somos por nuestros arranques geniales, que por
nuestras combinaciones frías y reflexivas.
¿Adóndc vamos por esc camino?
A alguna parte, a no dudarlo.
No podemos quedamos estacionarios, cuando hay unadinámi-
ca social que hace que el mundo marche y que la humanidad
progrese.
Pero esas corrientes que nos modelan com o blanda cera,
dejándonos contrahechos, ¿nos llevan con más seguridad y
más rápidamente que nuestros im pulsos propios, turbulentos,
confusos, a la abundancia, a la riqueza, al respeto, a la libertad
en la ley?
Yo no soy más que un simple cronista, ¡ felizm ente! (11,48-49.)

'M
Ningún pasaje revela mejor que éste las múltiples ambigüeda­
des de Mansilla. Primero está el referente incierto de “nosotros” y
“nuestro”. Porun lado, como Artigas, Midalgoyolroscn la tradición
populista, supone que la Argentina ya tiene una identidad, a la que
se refiere como “nuestra fisonomía nacional, nuestras costumbres,
nuestra tradición”, y que esa identidad de algún modo se encama en
los gauchos, los indios y los campesinos. Pero en los párrafos
siguientes se distancia de esa identidad diciendo que él y su grupo
(obviamente laclase alta porteña, antes que los gauchos y los indios)
se ven obligados a representar un papel europeizado, incongruente /
Sj con la naturaleza del país.1Igual de ambivalente es su postura ante
el progreso. Si bien admite el progreso material que el liberalismo
argentino está aportando al país, sugiere que ese progreso en cierto
modo va contra la tierra y su gente, y que habría sido mejor escuchar
los arranques inspirados de personas menos cultas (¿los caudillos?)
que los fríos razonamientos de intelectuales europeizados. Su temor
es que el pensamiento europeo y la clase de progreso que éste
promueve deje al país “contrahecho”, vale decir desarrollado contra
su naturaleza." Son sugerencias interesantes, pero, como es típico en
Mansilla, no van más allá de la superficie. Más afín a la charla
amable y a la salida ingeniosa que al razonamiento riguroso,
Mansilla renuncia de inmediato a la responsabilidad intelectual de
profundizar el lema diciendo que “no es más que un simple
cronista”, y pasa a la anécdota siguiente.
En Mansilla no hay una voz unívoca. Mansilla no podía tomar
una postura consistente precisamente porque no sabía él mismo
dónde situarse. ¿Era el dandi culto y afrancesado, casualmente
también sobrino de Rosas? ¿O era el partidario de Urquiza, y
después de Mitre, que luchó en la guerra del Paraguay que después
condenó? (1,86). ¿O era el hombre que, a la vez que se lamenta por
su mala suerte al no obtener un ministerio en la presidencia de
Sarmiento, afirma que el liberalismo abandona a los hijos genuinos
de la Argentina, pero nunca deja de ver a indios y gauchos como
"ellos” contra el “nosotros” de Buenos Aires? ¿O era el causeur
(Metíante, revoloteando de un tema a otro, con divertida incoheren-

1El artículo “Entre otros" de Julio Ramos describe con gran percepción las
muchas dimensiones del “yo”, del “nosotros" y del “nuestro” de Mansilla.
También es brillante la exploración de la resbalosa máscara autobiográfica de
Mansilla que hace Sylvia Molloy en su “Imagen de Mansilla” y en el capítulo que
le dedica a Mansilla en Al FaceValué.

283
cía? Aunque dice que la auténtica Identidad nacional está en lox
gauchos chullos a quienes él y su clase oprimen, en última instancia
no propone ninguna alternativa al programa de Sarmiento de asi­
milación forzada, desplazamiento y aniquilación, La mejor alterna­
tiva de Mansillaes “cristianizarlos, civilizarlos y utilizar,sus brazos
para la industria, el trabajo y la defensa común" (1 ,87), En suma,
pese a su entusiasmo ante gauchos e indios como Jos "verdaderos"
hijos del país,enúltimo análisis propone la asimilación y explotación
en términos apenas míís humanos que los del liberalismo que ataca,
En el mejor de los casos, como observa Julio Ramos, Mansilla
critica el liberalismo argentino, pero siempre desde una perspectiva
liberal; las políticas de Sarmiento no son malas por ser liberales,
sino porque son mal liberalismo (Ramos, 165). Pero las muchas
descripciones que hace Mansilla de los indios y los gauchos que
encomió durante su famosa excursión le dieron rostro humano a la
otra Argentina, y todavía hoy sirven para erosionar la imagen de
Sarmiento como defensor de la civilización contra la barbarie.
Mansilla nos da un retrato mclancól ico del intelectual que buscó por
todas partes, pero nunca terminó de encontrar una causa que
mereciera sus energías. Su personaje literario, como resultado, es el
único que esculpió con real cuidado: el del dandi, el racontcur, el
observador ingenioso, el conversador chispeante, paralizado por
exceso de sofisticación y demasiado lúcido para comprometerse
con el mundo.

Las guerras indias,que enmarcan el fam oso relato de Mansilla


de su "deliberado viaje a la barbarie" también forman el trasfondo
de El $mchoMartin Fierro de José Hernández, pero de modo por
completo diferente. Mientras M ansilla se ocupa sobre todo de
indios, y secundariamente de los gauchos que viven entre ellos,
Hernández se levanta para defender a los gauchos que todavía
quedan en la frontera, particularmente a los que Sarmiento reclutó
para luchar contra los indios. José I lem ández escribió El sancho
Martín Fierro, que apareció en 1872, durante el cuarto año de la
presidencia de Sarmiento, dos años después de la Excursión de
Mansilla. La secuela, titulada LaVuelta tic M
blicó en 1879, durante un período de relativa armonía. Como ve­
remos después, los dos textos responden a contextos históricos
distintos, y como resultado difieren marcadamente uno del otro.
José Hernández es una anomalía entre los escritores por
muchas razones, una de las cuales, no la m enor, es su evidente poco

284
gusto en escribir sobre sí mismo. Como resultado, su vida antes
je que llegara a ser un autor famoso suele ser difícil de rastrear, a
punto tul que sus biógrafos más devotos (de los que hay muchos)
no se ponen de acuerdo en algunos detalles esenciales de su
desarrollo juvenil. Nacido el 10 de noviembre de 1834, Hernández
pasó la mayor parte de sus primeros años con una hermana de su
madre, debido a los frecuentes viajes de sus padres a la pampa a
comprar ganado para comerciantes porteños. Aunque lector pre­
coz, completó sólo los primeros cuatro grados de la escuela pri­
maria. Tras la muerte de su madre en 1843, Hernández siguió
viviendo con su tía hasta 1846, cuando su padre los llevó a él y a su
hennano Rafael a vivir en una estancia en las pampas al sur de
Buenos Aites, donde, en palabras de su hermano, “se hizo gaucho”
(Rafael Hernández, ijó,81). El adolescente Hernández n
u
ch
P
sólo adquirió las habilidades rústicas de montar, enlazar y bolear,
sino que también se embebió del dialecto rico en metáforas del
gaucho, y desarrolló un afecto profundo por el valor humano de los
proletarios rurales.
En cuanto a su formación política, su madre, una Pucyrredón,
provenía de neta estirpe unitaria, mientras que su padre era federal.
Viviendo con la hermana de su madre en 1840, sus parientes
Pucyrredón, con el pequeño Hernández, de seis años, a la rastra,
fueron obligados a huir de la mazorca, la policía secreta de Rosas.
Hernández tenía dieciocho años cuando Urquiza derrotó a Rosas.
Después, fue testigo presencial de las luchas entre las fuerzas
centralistas de Mitre y los remanentes del federalismo en la provin­
cia de Buenos Aires. Tras una ambivalencia inicial, se alineó con
las fuerzas autonomistas del federalismo, en gran medida por
simpatía a los gauchos. Estos intereses gem elos (la defensa del
gaucho y la oposición al centralismo porteño) marcaron su traba­
jo como periodista, político y poeta.
Hernández inició su carrera periodística en 1856, trabajando
para l a Reforma Pacifica, un periódico confederacionista publica­
do en Buenos Aires por Nicolás Antonio Calvo. Calvo, Hernández
y sus aliados también formaban parte del Partido de Reforma
Federal, cuyos objetivos principales eran la unión de Buenos Aires
con la Confederación y la derrota del Partido Liberal encabezado
por Valentín A lsina y Mitre. Los reformistas perdieron ante los
liberales en las elecciones de 1857, que hasta el m ism o Sarmiento
admitió que habían sido fraudulentas; en una cana a D om ingo de
Oro, fechada el 17 de ju nio de 1857, Sarmiento afirma que “L os

285
gauchos que se resistieron a votar por los candidatos del gobicm0
fueron encarcelados, p uestos en el cepo, enviados al ejército par¡1
que sirvieran en las fronteras con los indios y muchos de ellos
perdieron el rancho, sus e sca so s b ien es y hasta su mujer” (citadoen
C hávez, José Hernández: ,P
eriods 16). T
liberales, del m od o m ás antilibcral, com enzaron a acosar a los
p eriódicos de la o p o sició n ap licánd oles desproporcionadas multas
por "difam ación”, q ue terminaron obligándolos a cerrar. La Re­
form a Pacífica sufrió o ch o de tales m ultas, una de las cuales alcanzó
la sum a d e d iez m il p eso s (C hávez, 2 6). Como resultado de la
p ersecución, en 1858 H ernández p asó a Paraná, centro del gobierno
de Urquiza, donde trabajó d iversam ente com o periodista, maestro
y escriba. C om o m u ch os federales, quedó desilusionado por la
negativa de U rquiza a segu ir luchando por la causa federal tras la
batalla de Pavón en 1861. A d em ás, Hernández mostró desde el
com ienzo sim patía por R icardo L óp ez Jordán, el hombre que
conspiraría para matar a U rquiza y dirigiría una revolución abortada
contra B uenos A ires. D e tod os m o d o s, com o periodista, Hernán­
dez m antuvo su proclam ada lealtad a Urquiza, quizá porque su
trabajo dependía d e ello . C om o lo d ice con delicadezaTulio Halpc-
rín D onghi, H ernández siem p re fue " sensible a las tendencias
dom inantes en el m ed io al que se incorpora”
mundos, 4 1 ). Durante la d écada 1 8 5 8 -1 8 6 8 , Hernández escribió
para varios p eriódicos del interior, su artículo más significativo fue
Vida del aco, d e 1863, d el que ya hablam os. Muy conmovido
h
C
por la caída d e Paysandú en 1864, se unió a los federales Guido y
Spano y O legario A ndrade en su inútil defensa de los blancos
uruguayos. D esp u és, trabajó en varios periódicos provincianos,
hasta que al fin, en 1869, d ie z m eses despu és de que Sarmiento
asum iera la p resid en cia, v o lv ió a B u en o s A ires, donde fundóE//fío
de la Plata, uno d e lo s p eriód icos m ás importantes en la historia
argentina.
A un q u e E l R ío d e la P lata duró apenas och o meses, representa
la cu lm in a ción del p en sam ien to p o lítico d e Hernández y dael marco
id eo ló g ico para la prim era parte del M artín Fierro. Además, ex­
cepto por su fam oso poem a, este diario alberga los mejores esfuerzos
de H ernández en favor d e lo s d e s p o s e íd o s . En una prosa sobria y
ascética, lo s ed ito ria les d e H ern ánd ez en E l Río de Plata piden
m ás au tonom ía para el interior, e le c c io n e s populares de autorida­
d es lo c a les, y una d istrib u ción eq u itativa d e tierras para inmigran­
tes y proletariado rural: un program a no distinto del que recomen*

286
daba Artigas cincuenta años atrás. También se muestra enérgico
en contra de la leva de gauchos pobres para luchar contra lo s in ­
dios, y cuestiona la prudencia de la Guerra al Paraguay. Pero más
importante quizás es el marco retórico de su escritura, un marco
que claramente lo vincula con Alberdi, Andrade y Guido y Spano
en la denuncia de la “barbarie culta” de los liberales argentinos,
la exclusión del pobre del proceso político, y la oligarquía antina­
cional.
El buen sentido de su periodismo, sin embargo, no siem pre se
impuso en su política práctica. Tras el asesinato de Urquiza el 11 de
abril de 1870, la mayoría de los argentinos, incluidos quienes
habían sentido rencor contra el caudillo por su abandono a la causa
federal, cerraron filas tras Sarmiento en la condena a L ópez Jordán.
No fue el caso de Hernández. En una carta al asesino de Urquiza, o
por lo menos al que planeó su asesinato, Hernández escribió sobre
su ex patrón:

Urquiza, era el GobemadorTirano de Entre R íos, pero era m ás


que todo el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte
mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejem plar del
partido otras tantas veces sacrificado y vendido por é l ... jHace
dos años que Ud. [López Jordán] e s la esperanza d e lo s
Pueblos, y hoy, postrados, abatidos, engrillados, miran en U d.
un salvador! (Citado en Chávez, 79.)

No hay prácticamente nada en los artículos de Hernández en


ElRío dela Plata que anticipe su apoyo a la violencia desalada
por el desafortunado López Jordán. Aunque crítico al gobierno
de Sarmiento, El Río de la Plata da un tono de op osición leal, en
favor del debate libre, opuesto a soluciones n o institucionales,
favorable a la nueva inmigración, y con esperanzas d e trabajar
dentro de un sistema genuinamente liberal. López Jordán n o repre­
sentaba nada de esto, ni había ningúna razón objetiva para pensar
que podía resistir a la inevitable reacción militar de B uenos A ires.
En resumen, Hernández apostó, por malos m otivos, por e l hom bre
equivocado. El 22 de abril de 1870 cerraba El Río de , en
parte como resultado de la creciente presión que ejercía sobre é l e l
gobierno de Sarmiento, y huyó al norte, donde esperaba unirse a lo s
jordanistas.
Aunque su apoyo a López Jordán fue una d ecisión política
equivocada, en algún sentido inició el proceso que culm inó en El
Gaucho M artín Fierro. H ernández s e unid a L ópez Jordán justo a
tiem po para ver có m o lo derrotaban las fuerzas del gobierno, y l0
expulsaban d el país. Pero e l con tacto co n soldados gauchos y otros
m iem bros d e la p ob lación rural revitalizaron su interés en los
problem as y el lengu aje d e esta gen te. E s probable que haya sido
en ton ces q ue co n cib ió su p erson aje M artín Fierro, quien en un nivel
personal refleja lo s prob lem as q ue H ernández antes sólo había
tocado en form a abstracta.2 Tras la derrota de López Jordán,
Hernández v iv ió en el e x ilio un tiem po, prim ero en Brasil, después
en M on tevid eo. En 1872 v o lv ió secretam en te a Buenos Aires,
dond e se a lojó en el H otel A rgen tin o. A llí, parcialm ente oculto ya
que el go b iern o n o m ostraba tolerancia con lo s “jordanistas",
escrib ió la prim era parte d e E l gaucho M artín Fierro, que publicó
el 28 d e n oviem b re d e 1 872 en una e d ic ió n barata.
N in gun a d escrip ción podría ser m ejor que la del propio Her­
nández d e lo s m o tiv o s q ue lo llevaron a escrib ir su poema. En una
carta de d iciem b re d e 1872 al prim er ed itor del libro, Hernández
m an ifiesta su d eseo d e exp on er “lo s ab usos y todas las desgracias
d e que es v íctim a esa c la se d esh ered ad a... sus trabajos, sus des­
gracias, lo s azares d e su vid a d e g a u ch o ” (carta transcripta en
A ntología de la literatura gauchesca, 1 3 7 5 -1 3 7 6 ). Pero también
q uiso pintar un cuadro que ganara n o só lo sim p atía política para el
gaucho, sin o tam bién com p ren sión d e su cultura y lenguaje pecu­
liares. En esta tarca, H ernández en o ca sio n es se sitúa por encimado
su tem a ... pero só lo en o ca sio n es. C om o escrib e en la mism a carta:

M e he esforzad o, sin presum ir haberlo con segu id o, en pre­


sentar un tipo q ue personificara e l carácter d e nuestros gau-

2 Puede haberse inspirado en otra obra gauchesca, “Los tres gauchos


orientales“ del poeta uruguayo Antonio Lussich, que fue publicada apenas unos
meses antes. Aunque literariamente inferior a muchas otras obras gauchescas, el
poema de Lussich tiene la distinción de restaurar a la poesía gauchesca su elemento
de protesta al servicio de los gauchos mismos, elemento que, como hemos visto,
se había perdido después de Bartolomé Hidalgo. En “Los tres gauchos orientales“,
tfes ex partidarios de la causa blanca se lamentan por su espacio perdido en la
sociedad uruguaya tras el triunfo de Flores y la Guerra al Paraguay. El 20 de junio
de 1872 Hernández le escribía una carta a Lussich elogiándolo por retratar de modo
tan vivido “la desdicha y sufrimiento del gaucho obligado a ser soldado, su
heroísmo, la desolación de una guerra fratricida y la esterilidad de una paz que no
salvaguarda los derechos de los diversos grupos políticos“ (citado en Antología de
la poesía gauchesca, 1133). Pero no hace mención alguna del Martín Fierro tiuc
para esc entonces debía de eslar bien adelantado. ' 1

288
chos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de
expresarse que les es peculiar, dotándolo con lodos los juegos
de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos
los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con
lodos los impulsos y los arrebatos, hijos de una naturaleza que
la educación no ha pulido y suavizado. (1375-1376.)

Pero en última instancia el poema es mucho más que un


panfleto político y un retrato social. Como en muchas grandes
obras de la literatura, parece como si en algún punto el tema se
posesionara del autor, obligándolo a ir más allá de sus intenciones,
a menudo en versos de gran belleza. Como resultado, Martín Fierro
retrata a un hombre que es a la vez un individuo y un prototipo, un
fascinante personaje literario y también una víctima representativa
del liberalismo argentino. En este entretejido de lo individual, lo
psicológico, lo sociopolítico y lo artístico está la grandeza del
poema.
Al comienzo, Martín Fierro se presenta como un “payador”,
vale decir una especie de trovador gaucho reconocido por su
capacidad de improvisar en verso y cantar nanraciones. Con ecos
evidentes de Hidalgo, Fierro afirma que su historia será de su frimicnto
y desgracias, pues en cierto modo la sociedad liberal lo ha privado
de todo salvo de su historia:

Aquí me pongo a cantar


al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.

(1-6) Something about Une numbers

Más adelante Fierro observa que su desgracia no proviene de


lo que ha hecho sino de lo que es: un gaucho.

Soy gaucho...
Nací como nace el peje
en el fondo de la mar -
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio -

289
lo (pie al mundotruje
del mundo lo he r llevar.

Mí gloría es vivir tan líbre


corno lep á j arodel Cielo,
m tía go nido en ente sucio
andehay tanto que nutrir,
y miden me ha de seguir
Guandoyo remonto el vuelo.

Y sepan cuantos escuchan


de mis perm el relato,
que nunca p eleo ni mato
tunó porn ecesídá;
y que a tanta alversídá
sólo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
em peñoso y diligente,
y sin embargo Ja gente
lo tiene por un bandido (79-114.)

iFierro deja en claro, sin em bargo, que la suya es la historia de


todos los gauchos, que se propone no sólo contar su vida sino hablar
en nombre de un pueblo. En este esfuerzo, su voz asume un tono
peculiarmentc ¿pico, de unidad prcnacional, en que la historia del
gaucho em pieza en un paraíso perdido, un pasado incierto cuando
los gauchos vivían vidas de dignidad, felicidad y autodeterminación:

Yo he conocido esta tierra


en que el paisano vivía
y su ranciólo tenía
y sus hijos y mujer -
era una delicia ver
cóm o pasaba sus días.

Entonces - cuando el lucero


brillaba en el C ielo Santo,
y los gallos con su canto
n0S decían que el día llegaba,
a la cocina rumbiaba
el gaucho - que era un encanto.

Y sentaoju n to a ljo g ó n
a esperar que venga el día,
al cimarrón le prendía
hasta ponerse rechoncho -
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.

Y apenas la madrugada
em pezaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar. (133-156.)

C om o todos los mitos de paraíso perdido, éste no puede


situarse en la historia. Si el gaucho alguna vez gozó, siquiera
aproximadamente, tal existencia idílica, debió de ser en los tiempos
coloniales cuando los gauchos vagaban sin restricciones por las
llanuras, viviendo de los dones de la tierra silvestre. Pero las
alusiones de Hernández al “paisano” en su “ranchito”, rodeado de
“sus hijos y mujer”, preparándose “cada cual” a hacer su trabajo,
sugiere un m odo de vida y división del trabajo que sólo se dio en las
grandes estancias donde los gauchos eran peones, tratados más o
m enos bien de acuerdo al humor del estanciero. En consecuencia,
la nostálgica evocación de Hernández de un pasado en que los
gauchos vivían felices, reconciliados con su m edio y su trabajo, ha
sido visto com o una defensa de la figura del estanciero, bajo el cual
lo s gauchos se suponían peones satisfechos. Tulio Halperín Donghi,
uno d e lo s detractores mejor informados de Hernández, argumenta
con sum a persuasión que muchas de las ideas que Hernández
desarrolló en El Río de la Plata y en su posterior Instr
estanciero señalan realmente en esta dirección (José Hernández y
sus mundos, 224-277). Autores de izquierda como Melcíades Peña
(De M itre a R oca, 40-50) y José Pablo Feinman
7 1 - 1 8 9 ) - a quienes les gustaría poder reclamar a Hernández como
un precursor, no han tenido más remedio que llegar a la misma
con clusión .
291
IVtv> e s p reciso lom aren cuenta tres puntos, para no cacrcnunj
con d en a d em asiad o fácil. Prim ero, sean cuales fueren las pruebas
vio que cu o lio s con textos I lam ínele/, haya sostenido posiciones an­
uos a la o lig a tq u ía tei i ateniente, su ¡XH'tna apuntasólooblicuamcntc
en esa d irección , a punto tal que el proletariado rural nunca leyó el
poem a sin o co m o su propia v in d icación . Fueran cuales fuesen las
in ten cio n es de I iem án d ez, tal c o m o se las reconstruye ala luz de sus
o lio s escrito s, esta respuesta d e la masa lectora al poema sigue
sien d o válida; en resum en, jxir la autoridad de muchos lectores, £7
gaucho ¡Martin H erró sigu e sien d o una defensa populista, y hasta
revolucionari a, del gaucho, aun cuando en otros contextos I Iemández
haya m ostrado am bivalencia respecto del lugar que el proletariado
rural p odía tener en una sociedad ideal. S egu nd o, en la perspectiva
del m arco retórico del poem a, el tem a del paraíso pe ni ido funciona
efectiv a m en te en contrapunto al presente lamentable, profundizan*
d o a sí la tragedia de Fie n o y por exten sión su condena a la política
o fic ia l. T e reero, m ovid o por la n ostalgia d e un pasado perdido,
H ern á n d ez su g ie r e co m o M a n siila q u e la Argentina en su
en ec g u c cim ie iu o co n m od elos extranjeros perdió el rumbo, y que
un retom o al pasado podría se r la m ejor esperanza para el país. Esta
nostalgia e s una constante del p opu lism o argentino, y se da en el
folk lore rural, en las letras de tan gos, en las historias revisionistas
y en la s id eologías an lilibcrales. R especto de la contribución del
p o em a a la creación de ficcion es orientadoras argentinas, estos tres
puntos tienen m ucho m ás p eso q ue cualquier arqueología erudita
sobre lo que Hernández “realm ente" q u iso decir.
Tras la e v o c a ció n de la vid a anterior del gaucho, Fierro
em p ieza su cuento de d esgracias. C uando él y otros gauchos,
adem ás de algunos inm igrantes y un in glés, estaban en un baile en
el cam po, llegan o fic ia le s del ejército y reclutan por la fuerza a los
d esdich ad os bailarines para ir a luchar contra el indio en la frontera.

A l m andam os nos h icieron


m ás prom esas que a un aliar -
el Juez nos ju é a proclam ar
y nos dijo m uchas veces:
“M uchachos, a los seis m eses
los van a ir a revelar". (3 5 5 -3 6 0 .)

Con una ingenua y patriótica buena voluntad por ir a combatir


a los destructivos indios. Fierro tom ó su m ejor caballo, junto con

292
mamador, cabresto, lazo, bolas y m anea”. L o sorprende, sin
' h áo que el gobierno no los provea de equipam iento de calidad
similar Los reclutas recibieron “lanzas y laton es” en lugar de
fusiles, y las armas de fuego que había resultaban inútiles porque el
gobierno no proveía de m uniciones. Las armas no era lo único que
fallaba:

Del sueldo nada les cuento,


porque andaba disparando,
nosotros de cuando en cuando
solíamos ladrar de pobres -
nunca llegaban los cobres
que se estaban aguardando.

Y andábamos de mugrientos
que el miramos daba horror -
les juro que era un dolor
ver esos hombres, ¡por Cristo!
en mi perra vida he visto
una miseria mayor. (Ó25-636.)3

Para sobrevivir, R e n o tuvo que vender su querido caballo al


comandante, que lo quena “pa enseñarle a comer grano”. Se
endeudó además con un comerciante de frontera que le daba crédito
contra sueldos futuros. Como resultado, cuando llegaba la paga él,
com o m uchos de sus camaradas, no estaba “en la lista”. Cuando
varios gauchos se quejaron, el comandante inició una falsa inves­
tigación para “averiguar bien las cosas - que no era el tiempo de
Rosas (773-774). El comandante habla con la retórica del libera­
lism o argentino: se hará justicia, el gobierno es un severo fiscal de
sí m ism o, hay que confiar en la justicia. Pero en esta comedia de
administración institucional “todo era alborotar al ñudo, y hacer
papel” (781 -782). En este incidente, Hernández revela incisivamente
la corrupción liberal, una corrupción que no sólo llena los bolsillos
de lo s poderosos y excluye a las clases bajas, sino que también
pervierte el lenguaje mismodel liberalismo. Péscala retóricadc una
administración institucional y representativa, Rerro discierne que

3 Las condiciones de miseria bajo las que los gauchos eran obligados a luchar
también están documentadas en informes env.ados a landres por el representante
ingles en Buenos Aires (Fems, 3-4).

293
nadie habla en su favor. Como sucede con todos los pobres de la
campaña, sus necesidades y puntos de vista quedan excluidos de la
Argentina oficial:

Pero qué iba a hacerles yo,


charavón en el desierto;
más bien me daba por muerto
pa no verme más fundido -
y me les hacía el dormido
aunque soy medio despierto. (793-798.)

Además, sugiere que la Argentina liberal tal como puede


vérsela en el ejército tenía interés apenas en mantener una fachada,
detrás de la cual florecía la corrupción y la barbarie:

A quello no era servicio


ni defender la frontera -
aquello era ratonera
en que sólo gana el juerte -
era jugar a la suerte
con una taba culera.

Y o he visto en esa milonga


muchos Jefes con estancia,
y piones en abundancia,
y majadas y rodeos -
he visto negocios feos
a pesar de mi inorancia. (805-822.)

Tras la falsa investigación, el m ayor se venga de Fierro por


haberse quejado por la falta de paga. El casti go de Fierro por haber
buscado justicia por los carriles institucionales es brutal:

Entre cuatro bayonetas


me tendieron en el suelo -
vino el Mayor medio en pedo,
y allí se puso a gritar
“Picaro, te he de enseñar
a andar reclamando sueldos”.

De las manos y las patas

294
me ataron cuatro cinchones -
les aguanté los tirones
sin que ni un ay se me oyera,
y al gringo la noche entera
lo harté con mis maldiciones. (877-888.)

Tras esta humillación, Fierro empieza a pensar que la única


opción es la deserción, y “lo mesmo que el peludo enderesé pa mi
cueva” (1007-1008). Pero encuentra que su rancho no existe, su
mujer para sobrevivirse ha ido con otro hombre, y sus hijos, aunque
“eran com o los pichones, sin acabar de emplumar” (1043-1044)
trabajan de peones. Contemplando el destino impiadoso que se ha
abatido sobre su mujer y sus hijos, Fierro se lamenta:

¡Tal vez no te vuelva a ver,


prenda de mi corazón!
D ios te dé su proteción
ya que no me la dio a mí -
Y a mis hijos dende aquí
les echo mi bendición.

Como hijitos de la cuna


andarán por ahi sin madre -
Ya se quedaron sin padre
y ansí la suerte los deja,
sin naides que los proteja
y sin perro que les ladre. (1063-1074.)

A l serle negado un lugar en la sociedad argentina, Fierro se


vuelve hacia una vida de crimen, “como el tigre, que le roban los
cachorros”. El crimen es el único camino que queda abierto para que
el descastado pueda mostrar que “hay sangre en sus venas”. Es
com o criminal que Fierro realiza la escena más vivida del poema.
En un baile de campo, insulta a una mujer negra sin motivo aparente,
llamándola vaca y sugiriendo que haría un buen colchón. Para
profundizar el insulto, canta:

A los blancos hizo D ios,


a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno. (1167-1170.)

295
Cumulo el novio negro de la,mujer lo enfrenta OolViuHo,».,,
Fierro lo llama ‘ porrudo’*, y provoca un duelo, Tras un comí!
cuchillo, breve y brutal, Fierre mata al negro: ill° »

Tiró unas cuantas patadas


y ya cantó pa el c a m er o «
Nunca me puedo olvidar
de la agonía de aquel negro.

En esto la negra vino,


con los ojos com o ají -
Y em pezó la pobre allí
a bramar com o una loba *

Y o quise darle una soba


a ver si la hacía callar -
M as pude re (lesionar
que era malo en aquel punto,
y por respeto al dijunto
no la quise castigar.

Lim pié el facón en los pastos,


desaté mi redomón -
monté despacio, y salí
al tranco pa el cafladón. (1235-1252.)

Después, Fierro se entera de que el negro no ha recibido un


entierro adecuado, y que su alma sigue rondando en busca de
descanso. El episodio termina cuando Fierro dice:

Yo tengo intención a veces


para que no pene tanto,
de sacar de allí los güesos
y echarlos al campo santo. (1261-1264.)

Tres elementos hacen especialm ente fuerte este episodio.


Primero, para probar que no es del todo impotente, Fierro debe
insultar y matar, eligiendo sus víctimas entre personas que ve como
inferiores racialmente. Tan reducidos están su orgullo y sus cir­
cunstancias que sólo en la violencia puede afirmarse. Segundo,
Fierro no muestra mucho remordimiento, si e s que muestra alguno.

296
Afirmaciones como la de que nunca olvidará la agonía del negro, o
nucDodrfa ir a darle un entierro apropiado, sugieren pena, pero no
necesariamente; también podrían indicar superstición. Y la falta de
remordimiento no puede atribuirse a la poca disposición de Fierro
por mostrar emociones, ya que en otras partes del poema sus
emociones son visibles al punto de erosionar su credibilidad.
Tercero, el dolor de la mujer negra no conmueve a Fierro. Su
reacción inicial es pegarle para que deje de llorar, pero decide no
hacerlo con la frase hecha “por respeto al dijunlo”.
Este notable episodio se presta a varias interpretaciones. Si nos
confinamos a lo político, la escena sugiere hasta qué punto el
maltrato social ha brutalizado y alienado a Fierro, haciendo de él un
criminal de la peor especie. La escena así podría permitirle a
Hernández repetir un lugar común de su periodismo, según el cual
los gauchos se volverían buenos ciudadanos sólo mediante la
educación y la inclusión política; y quizás ésa era su intención. Pero
tal argumento no da cuenta enteramente de la disposición de
Hernández de arriesgar la simpatía del lector por Fierro. Antes de
la pelea, Fierro es una víctima inocente, culpable sólo de ser un
gaucho en una sociedad que no le da lugar. Pero al matar al negro
y querer callar a golpes el llanto de su mujer, Fierro se vuelve un
agresor brutal, impiadoso, y pone en peligro la simpatía que
habíamos sentido hacia él hasta ese momento. Borges sugiere que
en esta escena Fierro se impone a Hernández, que la lógica interna
del personaje de ficción obligó al escritor a ir más allá de sus
intenciones conscientes, y que Hernández no arriesga consciente­
mente la buena voluntad del lector b91 5-197). Sea
(O
intencional o no, la escena revela una extraordinaria percepción
psicológica en la necesidad de Fierro de violencia como medio de
negar su incapacidad para controlar su propio destino. Aunque la
pelea y el crimen hacen incierta la intención política de Hernández,
a la vez que ponen en peligro la simpatía del lector, esta escena más
que ninguna otra hace creíble a Fierro.
Tras otro crimen, esta vez provocado por un matón, Fierro se
vuelve un hombre perseguido. Duerme en taperas, vive en el
caballo, siempre filosofando sobre la desgracia de los gauchos,
porque “el gaucho en esta tierra sólo sirve pa votar" (1371-1372),
alusión a las prácticas electorales corruptas que I lemández ya había
deplorado en E l Río de laPlata. Atrapado al Jln por u
Fierro decide pelear hasta la muerte antes que rendirse. Pese a su
tena/ resistencia, es superado por el número. Hasta que de pronto,
297
hvsj viudamente, uno do los ¡vlloías, un recluta gaucho Uanuulo
Sargento Cuw, so une a l iorna diciendo "¡Cruz no oonslcnlc / que
se remota ol delito /»lo matar ansí un vállenlo!" (1624 I 626). Junios
derrotan al resto vio la partida, después vlosovuvhan una botella, y se
cuentan sus respectivas historias.
Aunque l lomando/ ofrece ¡v e o s mol ivos para ladelccción vlel
Sargento ('n i? o n aytula vio Fierro, ol episodio subiere que los
\ mcuKvs vio dureza y homhría eotnpaitlda, el ovillo u la virilidad, han
m ontado sobro la lealtad de Cruz al uniforme. Cruz afirma que
"estas son las ocasiones / vio mostrarse un hombre juerte, / hasta
quevenga la muerte / y lo agarre a coscorrones" (1 689-1692). Y a
continuación: "Fl andar tan vlespilcbao / ningún mérito me quita, /
sin ser un alma bendita /m e duelo riel mal ajeno" ( 169 .V1696). Igual
que tuerto cuando mata al negro, Cruz repite el credo de la bravura
viril en la que lo que cuenta es la fuerza, no las instituciones y las
asociaciones. Robre iva el argumento llamando la atención con
itoma sobro su indumentaria com o algo que tto quita mérito a un
hombro que satv simpatizar con las desgracias de ortos. Hay
quienes Irán lamentado que en este episodio 1lemández elevase la
am istad por en cim a de la le y , el p erson alism o sobre el
institucionalismo: la critica apunta a que Hernández glorifica ctt
pequeña escala el ¡vrsonalism o que Sarmiento deploraba ctt sus
ataques al tosism o. Teto en la mente de los lectores populares de
Hernández, la colaboración de Cruz con Fierro era al parecer el
vínico m edio de acceso a la dignidad cuando lodos los naipes
repartidos estaban en contra del pobre sujeto.
l a historia de Cruz en gran medida es paralela a la de Fierro,
en tanto es otra víctima del poder corrupto. Casado amafio con um
mujer herniosa, cuenta cóm o el comandante de la milicia local se
interesó ctt su compañera. Para quedarse so lo con ella, el coman­
dante cm raba al marido en largas com isiones. Al fin Cruz descubre
a los amantes, jvlea con el com andante... pero después huye,
sabiendo que la ley siempre favorecerá a su rival, y que cutre sus
pares será considerado apenas un cornudo. Pese a años vio vagabundeo
"rem o guacho / cuando pasa el temporal", Cruz no puede huir de su
desgracia, y se enreda en una riña donde mata a un payador que lo
ha insultado. Al fin. interviene un am igo que lo "compuso con el
Juez", quien asigna a Cruz a la fuerza de ¡ v i i cía rural, donde ha
encontrado a Fiema. L os d os gan ch os concluyen sus cuentos
jurándose eterna am istad... fuera de la ley;
Andaremos de matreros
sí es p reciso pa salvar -
nunca nos han de tallar
ni un güen pingo para huir,
ni un pajal ande dormir,
ni un matambre que ensartar. (2071-2076.)

Hernández, vuelve a las intenciones políticas del poema con­


cluyendo el cuento de Cruz con:

Y dejo rodar la bola


que algún día ha de parar -
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el oyo -
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar. (2089-2094.)

La m ención del “criollo” anticipa lo que se volvería un tem a


principal en el credo nativista-nacionalista. A ntes que un liberal
europeizante, lo que la Argentina necesitaba era un argentino de
verdad, alguien sintonizado con el país auténtico que el liberalism o
traicionó una y otra vez en nombre de las m odas id eológicas
provenientes de Europa y los Estados Unidos. El verdadero “criollo”
representaría, por definición, los intereses del cam po, de las pro­
vincias y del gaucho, y sería un hombre de verdad, alguien que
pudiera “mandar”. Hernández identifica correctamente el ansia del
gaucho de un hombre fuerte, un amigo poderoso que hable por e l
pueblo y ponga las cosas en su lugar. En una palabra, un caudillo.
Cuánto en este pasaje representa los sentim ientos de Hernández,
no só lo lo s de Cruz, es tema discutible. A unque Hernández fue un
acerbo crítico de R osas, el "criollo” por el que suspiran Cruz y
1 Icrnándcz sería en algún sentido otro R osas. Por lo dem ás, en su
vida política personal, Hernández creyó fácilm ente en L ópez Jordán,
un p o sib le cau d illo que aspiraba al calificativo de “criollo”. En
nuestro sig lo , Perón se presentó con éxito com o,u n am igo de las
m asas, un argentino auténtico sin m iedo deenfrentar a la élite liberal
antiargentina. A ún h oy, este anhelo de un argentino de verdad que
m ilagrosam en te pondría las cosas en su lugar sigue siendo una
ficción o rien tad ora... y una poderosa am enaza al sistem a d em o­
crático in stitu cion al. , _ _.
H allan do la am istad en su pasado com ún, Cruz y Fierro

299
resu elv en abandonar para siem pre la Argentina y vivir entre los
in d io s d o n d e “n o alcanza / la faculté del Gobierno” (2189-2190)
Fierro sim b ó lica m en te rom pe su guitarra “pues naides ha de cantar
/ cu a n d o e s te ga u ch o ca n tó ” (2 2 7 9 -2 2 8 0 ). Retoma entonces
H ernández la narración, pintando cóm o Fierro y Cruz cruzan la
frontera y m iran c o n tristeza a sus espaldas las últimas poblaciones
argentinas, m ientras “a Fierro d os lagrim ones / le rodaron por la
cara” ( 2 2 9 7 -2 2 9 8 ). El poeta termina su historia volviendo a la
cu estió n p o lítica q ue lo había m otivado al comienzo:

Y ya c o n estas noticias
m i relación acabé -
por ser ciertas las con té,
todas las desgracias dichas -
e s un telar d e d esdich as
cada g a u ch o q ue usté ve.

Pero p on ga su esperanza
en el D io s que lo form ó -
y aquí m e d esp id o yo,
que he rclatao a m i m odo
m ales q ue con ocen todos
pero q ue naides contó. (2 3 0 5 -2 3 1 6 .)

C on la frase “cada gaucho que usté v e ” Hernández hace de


Fierro un representante del proletariado rural, la clase que más
sufrió bajo M itre y Sarm iento. A dem ás, al final insiste en que el
liberalism o argentino, cuando no estaba persiguiendo a los gauchos,
tos condenaba m ediante el o lvid o y la marginación. Los gauchos
sim p lem ente no figuran en el suefio liberal de europeización y
progreso. Fueron ignorados, d escastados, marginales; necesarios
sólo para ganar e leccio n e s y p ele a ren las guerras. En una palabra,
l lem ánd ez considera su propia m isión com o la de dar voz a los sin
v o z, darle un lugar al ex clu id o , inscribir al gaucho entre las
ficciones orientadoras argentinas.
La primera ed ición de El gaMartín
28 de noviem bre de 1872, recibió poca atención crítica en Buenos
Aires, pero en el cam po fue otra cosa. La primera edición se agoló
en dos m eses, y en m en os de dos artos el poem a había superado siete
ediciones. P an es del poem a tam bién se publicaron en periódicos en
toda la Argentina y en el U niguay. Pero, lo más interesante, por
300
Dr¡mcra vez en la historia del género, una obra gauchesca se v o lv ía
realmente popular entre los gauchos m ism os, algunos de los cu ales,
aunque iletrados, se aprendían el poem a de m emoria. El temprano
éxito del Martín Fierro entre las clases populares sin duda alguna
deriva de su mensaje político. Por primera v ez , los gauchos oyeron
hablar en su lengua de alienación, desgracias y frustraciones que
eran las constantes de su existencia.
Pese a la popularidad del poem a, con la excep ción de unas
cartas personales al autor, los críticos cultos en la Argentina
virtualmcntc lo ignoraron hasta com ien zos del siglo XX.4 C uriosa­
mente, los primeros críticos de n ivel que reconocieron el valor
literario del poem a fueron los españoles M enéndez y Pelayo y
Miguel de U namuno. Obras clave en la revisión crítica en la
Argentina son El payador de L eopoldo Lugones (1916) y La lite­
ratura argentina de Ricardo Rojas, obra en m uchos volú m en es,
publicadacntrc 1917 y 1922. Tanto Rojas com o Lugones consideran
al Martín Fierro una épica nacional, el pri mcr testim onio de un alma
argentina autóctona, encam ada en el gaucho y su representante
arquctípico, Martín Fierro (Sava, 51 -57). Los populistas peronistas
hicieron de Martín Fierro un grito de batalla contra los abusos del
liberalism o argentino. Es típica la siguiente afirmación de Raúl
Scalabrini O itiz, lomada de una conferencia llamada “Los E nem igos
del Pueblo Argentino", pronunciada el 3 de ju lio de 1948, cuando
el peronism o estaba en su apogeo: “Durante sesenta y tres años, de
1853 a 1916, la oligarquía gobernó el país sin más inconvenientes
que el choque de am biciones y de codicias de sus propios co n sti­
tu y en tes.. . El hombre argentino fue un paria en su propia patria. La
tragedia de Martín Fierro es la tragedia de todo el pueblo durante
más de seis decenios" (YrigoycnyPerón, 14-15). Autores peronistas
com o Pedro d e Paoli, en Los motivos del Martín Fierro en la vida
de José Hernández (1968) y Fermín Chávez en José Hernández
( 19 7 3 ) sigu en usando a Martín Fierro com o bandera nacionalista y
sím b olo d e protesta populista.
C om o podía esperarse en un país tan dividido, los críticos
liberales han producido vision es alternativas de Martín Fierro.

AVarios luminnrios —Miguel Cañé, Nicolás Avellaneda, Carlos Guido y


Spmuv— escribieron cartas a I ler nitndo/.que elogiaban el poema. Mitre, en cambio,
»tacé el poema severamente, criticando su mililismo y arguyendo que sus “bar-
barismos" y su "jerga" pueden ser pintorescos y graciosos, pero que "de por sí no
constituyelo) lo que propiamente puede, llamarse poesía’ (citado en Sava. 53).

301
Autores co m o E zcquicl M artínez Estrada
ción de Martín (erF
io1 9 4 8 ) y Jorge L uis Burgos en As¡nrius d
la literatura gauchesca(1 9 5 0 ) prefieren elogiare! “ universalismo"
de la obra, descartando así el ob vio én fasis político del poema. Una
m uestra reciente de crítica “antihem andiana" es el libro de Tullo
Halpcrín D onghi José Hernández y sus mundos ( 1985), que sugiere
que el interés d e H ernández por el gaucho era paternalista en el
m ejor de lo s casos, y exp lotad or en el peor. D e hecho, el estudio de
Halpcrín, aunque exten sam en te docum entado y muy informativo,
parece destin ado prim ordialm entc a destruir un icono nacionalista
favorito. En resum en, El gaucho M artín Fierro surgió de una so­
ciedad p rofundam ente dividida; la d iscu sión del poema sigue
reflejando esa d iv isió n esen cial.

En 18 7 9 José Hernández p ub licó una continuación a El gaucho


M artín ,F
ierotitulada La Vuelta de M artín Fierro. La secuela no
só lo es literariam ente inferior al prim er poem a; además refleja una
v isió n fundam entalm ente distinta del gaucho: una visión provocada
por ca m b io s en la A rgentina y cam b ios en las circunstancias de
Hernández. A ntes de discutir el texto, echarem os un vistazo a este
con texto p o lítico y so cia l, a sí co m o a un debate importante sobre
libre co m ercio y p roteccion ism o, que arreció a mediados de la
década de 1870.
A c o m ien zo s de 1873, L óp ez Jordán v o lv ió a invadir territorio
argentino. Sarm iento inm ediatam ente ordenó el arresto de sus
sim patizantes, ob ligan d o con e llo a H ernández a huir de Buenos
A ires a M o n tevid eo. El 28 d e ju n io de 1 873, el ejército nacional
derrotaba a las tropas irregulares de L ó p ez Jordán, obligando al
caudillo a v o lv e r a U ruguay. Im pedido d e regresar a Buenos Aires,
H ernández tom ó un em p le o en La , p eriód ico argentino en el
e x ilio , d esd e el^sual fu lm in ó con in v ec tiv a s al gobierno porteño.
T am bién se unió a un m o v im ien to que intentaba con segu ir apoyo
brasileño para el jord an ism o, q ue n o só lo fracasó sin o que también
quitó b ases a su crítica a M itre p or haberse aliado con Brasil en la
Guerra d e la T riple A lia n za (G iá v c z , José H ernández, 95).
M ientras tanto, com en zab an a soplar n u e v o s vien tos en Bue­
nos A ires, que provocarían una n otab le transform ación en la pos­
tura política de Hernández. C on e l p eríodo p resid en cial de Sarmiento
acercándose a su fin, M itre trató d e v o lv e r a la presidencia. Tese a
las m aniobras p o lítica s d e M itre, el m in istro d e Educación de
Sarm iento, N ico lá s A v ella n ed a , gan ó las e le c c io n e s. Mitre clamó

302
fnnulc ciuizá justificadam ente, aunque la elecció n de 1874 proba­
blemente no fue más deshonesta que otras de la ¿poca. Un m es
tlesntnís de perder, Mitre organizaba una m ilicia y trataba de
(lerrocnru! gobierno. Las fuerzas oficiales no tuvieron inconvenientes
en derrotar'a los golpistas, Mitre pasó por la corle marcial y fue
condenado a muerte. I Icmández. se apresuró adenunciarla hipoeresía
del ex presidente. En la edición del 24 de octubre de 1874 de Patria,
escribía: “ Una v ez m ás Mitre trata de agrandarse, satisfacer sus
insaciables am biciones y asegurar su p uesto, som etien d o al país a
su voluntad y capricho. General m ediocre, revolucionario torpe,
político inepto y mal escritor, viv e y ha viv id o siem pre en un m undo
misterioso de su e ñ o s ... Siem pre una mala in flu en cia, ll e v a d fu ego,
la sangre y la devastación dondequiera que vaya” ( pe­
riodísticos de José H ernández, 6 9 ). A u n q u e el p ragm ático
Avellaneda no tardó en indultarlo, Mitre perdió a con secu en cia de
este incidente toda posibilidad de recuperar la presidencia.
La caída política de Mitre señ aló que el poder había pasado al
nn a una nueva generación. D e esa generación, A vellaneda era el
prototipo, en tanto ponía el progreso ec o n ó m ico por sobre las
rivalidades id eológicas y personales que habían d ivid id o a sus
predecesores. A vellaneda expandió las políticas econ óm icas lib e­
rales in iciad as bajo M itre, que ofrecían am p lias fa cilid a d es
im positivas, tierras y subsidios de fondos púb licos, m uchos de ello s
financiados con créditos externos, para atraer inversiones externas,
principalm ente inglesas. La econom ía argentina se vin cu ló m ás
estrecham ente aún a Gran Bretaña, que proporcionaba un m ercado
Para las exportaciones argentinas, inversión (y control) en transporte
y com u n icacion es, y crédito para los sectores público y privado
(E em s, 3 2 3 -3 7 3 ). A vellaneda también continuó la lam entable
práctica, iniciada por Mitre, de atender a la deuda existente con
nuevos créditos, política que funciona razonablem ente bien durante
períodos de crecim iento rápido, pero que lleva al desastre durante
las con traccion es económ icas (R ock, Argentina, 147). C on la
Guerra al Paraguay terminada, A vellaneda intensificó las guerras
de desplazam iento y exterm inio contra los indios, dejando con ello
l¡beradosam pl¡osierriiorios.Hstast¡errasdcbíanserpara inmigrantes
que consum arían el aforism o alberdiano, “gobernar es poblar".
IVni aunque llegaron inmigrantes en grandes cantidades, y la ley
argentina les aseguraba tierras, fueren relativamente p ocos los que
las ob tu v ieren .
relativo de la distribución
V arias razones exp lican el fracaso
303
de tierras en la Argentina. Primero, gran parte de la nueva tierra
ofrecía potencial agrícola limitado por ser demasiado estéril o estar
demasiado lejos para el transporte de los productos. Las mejores
tierras de la Argentina eran las que estaban cerca de las vías
fluviales, sobre la frontera norte de la provincia de Buenos Aires y
el Litoral, y éstas ya pertenecían a la oligarquía. Segundo, los
bancos argentinos no hicieron ningún intento de extender el crédito
a pequeños propietarios; de hecho, los bancos solían requerirtierras
com o garantía, política que hacía que el crédito fuera a quienes ya
eran ricos (D íaz Alejandro, Essays on Economic History of
Argentine Republic, 35 -4 0 ,1 5 1 -1 5 9 ). El resultado fue un cambio
sin cam bio. Como observa el historiador David Rock, “Aunque el
país estaba pasando por un cambio y desarrollo profundos, y se
estaba formando una nueva población, no hubo un cambio conco­
mitante en la distribución de la riqueza ni en la estructura de poder.
En partes diferentes del país los grupos terratenientes y mercantiles
habían solucionado lentamente susdiferencias, pero el resultado de
esta reconciliación fue un grave desequilibrio en favor de la oli­
garquía” (Rock, tia,141-142).
rgen
A
Sin embargo, que la riqueza y el poder siguieran en las mismas
m anos no significa que hubiera falta de actividad económica.
Durante la década de 1870, la especulación de tierras en la provincia
de Buenos Aires y a lo largo del Litoral hizo subir los precios diez
veces. Los gobiernos federal y provinciales, así como individuos
particulares, contrajeron grandes deudas por créditos externos,
usando a veces tierra sobrevalorada com o garantía. A mediados de
la década, la explosión se hizo inevitable, y la Argentina entró en
una profunda depresión nacional. La depresión promovió un extenso
debate legislativo sobre el futuro de la econom ía argentina, y sacó
a luz lo que podría llamarse una postura populista en materia
económ ica.
Los grandes temas del debate, proteccionismo contra libre
comercio, no tenían nada de nuevo, por supuesto. La economía
mercantilista del Imperio Español se basaba en prácticas protec­
cionistas con las que España buscaba salvaguardar sus mercados
coloniales. Tal com o vim os en el Capítulo 2, Mariano Morcno en su
Representación de los hacendados de 1809 fue uno de los primeros
en argumentar contra el mercantilismo y en favordel libre comercio,
postura que después invirtió en su fam oso Plan. Artigas, en 1816,
se oponía a las fronteras económ icas abiertas. Alberdi promovía el
proteccionismo en su Fragmento preliminar, iba en favor del libre
304
comercio en Las ase, y volvía a su postura in icial m ás tarde
B
ro todo esto era en buena m edida una d iscu sió n teórica, y s ig u ió
siéndolo hasta que el presidente M itre en 1862 abrió la ec o n o m ía
argentina a inversores y prestatarios extranjeros, la m ayoría i n g lescs.
El resultado íue una esp ecie de desarrollo por el que la A rgen tin a
proveía materias primas y un m ercado para las m anufacturas
inglesas, a la v e / que dejaba irrealizado su p oten cial industrial. En
tal economía, los terratenientes c interm ediarios argentinos adqui­
rieron gran riqueza con ex c lu sió n de la m asa d e trabajadores
confinados a trabajos de p eon es, em p acad ores y estib ad ores. F u e
precisamente este estado de cosas lo que p ro v o có lo s d eb ates d e la
década de 1870.5
Los argumentos en favor del libre co m er cio tal c o m o lo s
presentan los gobiernos de Mitre y S arm iento d erivan d e A d am
Smiih y David Ricardo, am bos ú tiles aunque q u izás in v o lu n ta rio s
colaboradores del expan sion ism o británico. L as teorías d e lib re
comercio dominaron la enseñanza d e la e c o n o m ía e n la s u n iv ersi­
dades porteñas, donde el libro d e texto era una trad u cción e sp a ñ o la
del manual de 1858 de Joseph G am icr, A b reg é d es élém en ts d e
l'écononúc politique, basado enteram ente en teorías d e libre c o ­
mercio de Sm ith, Quesnay, M althus y R icardo (C h iaram on te,
Nacionalismo y liberalismo, 126). El presid en te A v e lla n e d a fu e un
entusiasta promotor del libre com ercio. Para d efen d er su n u e v o
programa de im puestos, A vellaneda escrib ió q ue su ad m in istra­
ción gobernaba "bajo la ancha base del librecam b io in tern acion al
de productos, pues está íntimamente persuadido q u e é l e s el q u e
m ás con vien e a países nuevos y en las co n d icio n e s e s p e c ia le s d el
nuestro” (citado en Chiaramonte, 113).
A m edida que se profundizaba la crisis d e m ed ia d o s d e la
década de 1870, surgieron ataques de distintas p roced en cias al lib re
com ercio, la m ayoría bajo la autoridad del historiador V ic e n te F id e l
L ópez, q uien, com o ya dijim os en el C apítulo 7, fu e un se v e r o
crítico d e la historiografía de Mitre. L óp ez afirm aba q ue el error d e
la A rgentina era su fe ciega en las teorías ec o n ó m ica s eu rop eas q ue
no tom aban en cuenta que “cada fórmula ec o n ó m ica dará d iv e r so s
resultados seg ú n difieran el carácter y la situ ación del p aís d on d e s e

5 Para una descripción detallada del contexto económico del debate, y el


debate mismo véase José Carlos Chiaramonte, Nacionalismo y liberalismo
nómicas en Argentina,/Í60W8S0. También es útil el ensayode Chiaramonte, "La
crisis de 1866 y el proteccionismo argenuno en la década del 70 .

305
lian tic aplicar" (Chluramonlc, 129). Carlos Pellegrini, un discípulo
de López que llegaría a presidente en 1890, amplió la argumenta­
ción diciendo que "si el librecambio desarrolla la industria que ha
ndquiridocierto vigor.,. el librecambio mata laindustrianacientc...
Lo que es un elemento de vida para el árbol crecido, puede ser un
elemento de muerte para la planta que nace" (citado en Chiaramontc,
129). l’cro incuestionablemente el pronunciamiento más notable en
favor del proteccionismo pertenece a Em ilio de Alvcar, quien, en
tres famosas cartas dirigidas a LaRevista de Bu
"espíritu imprevisory exageradamente liberal de nuestra legislación
mercantil c industrial". Sostiene que “El librecambio carece de
sentido para nosotros", y que la Argentina debería seguircl ejemplo
proteccionista de los Estados Unidos, donde de hecho la industria
fue ampliamente protegida contra la com petencia extranjera, es­
pecialmente la inglesa, hasta la década de 1930. Pero, más impor­
tante, Alvear encuentra una admisión tácita de inferioridad en la
voluntad liberal de hacer de la Argentina apenas una gran estancia.
"¿Por qué”, pregunta, "se duda y se desdeña la capacidad del país?
¿Se profesa por ventura la preocupación de las razas privilegiadas?”
(citado en Chiaramontc, "La crisis de 1866”, 214-215). Y una vez
más vem os cómo el pensamiento populista ataca al liberalismo
argentino por no creer en la Argentina y en el pueblo argentino. En
esencia, Alvear, como Guido y Spano y Andrade, sostiene que hay
un profundo sentimiento de inferioridad en la obsesión de los
liberales por la cultura y la tecnología importadas, así como en su
decisión de limitar a la Argentina al papel de “granero”.
El debate legislativo sobre el libre com ercio duró varios años,
pero no produjo ningún cambio en el concepto del papel de la
Argentina en el mundo. En 1877 se voló una nueva ley arancelaria
que daba protección a tres productos, azúcar, vino y trigo. Pero
como se trataba de productos agrícolas, la ley no alteró la visión
básica que tenía el liberalismo sobre las funciones de la Argentina
en la división internacional del trabajo. El granero se hacía simple­
mente más grande. Esta discusión sobre el libre comercio murió
cuando la Argentina, en la década de 1880, entró en otro ciclo de
bonanza, pero con la crisis económ ica de 1890 volvió a emerger una
poderosa corriente favorable al proteccionism o (Rock, Argentina,
149-152). El sentimiento proteccionista seguiría latente en nuestro
siglo, para hacerse visible en épocas de dureza económ ica, y con el
tiempo contribuiría aunapolíticaeconóm ica partieulannentevisible
en el primer peronismo.

306
La devoción no partidaria de Avellaneda por el “progreso”
también enfrió las pasiones personalistas de sus predecesores y creó
una atmósfera en que los desacuerdos podían resolverse sin guerras.
Favoreciendo el pluralismo limitado a las clases altas que siempre
definió la democracia argentina, Avellaneda nombró en cargos
importantes de su gobierno a porteños y provincianos, ex resistas y
unitarios por igual. Además, al poner al autonomista A dolfo A lsina
al frente del Ministerio de Defensa, aplacó, al m enos temporalmente,
los temores porteños de un predominio provincial. Al m ism o
tiempo, reforzó su base de sustentación en el interior ayudando a
formar una liga de gobernadores provinciales que podían contar con
favores especiales a cambio del apoyo a Buenos A ires, aun si eso
significaba torcer el resultado de las elecciones.
Ayudó también a mantener la paz relativa de la presidencia de
Avellaneda el hecho de que los antagonistas políticos del pasado
estaban envejeciendo. Sarmiento siguió en la vida pública un
tiempo, primero como senador y después en una campaña desafor­
tunada para recuperar la presidencia, pero al Fin, apesadumbrado
por la corrupción que parecía endémica en la nueva república, se
retiró a escribir sus Memoriasy el racista Conflictos y armonías de
las razas de América, ambos libros llenos de reflexiones pesim istas
sobre lo que consideraba el fracaso político del país. Albcrdi v o lv ió
a Buenos Aires en 1878, nombrado senador por su provincia natal
de Tucumán. Pero era un anciano agotado y sentim ental, al que
abrumó la crítica cotidiana y la confrontación permanente de la vid a
política, por lo que volvió a París, donde murió en 1884. M itre
siguió siendo senador por la provincia de Buenos A ires, y se m an­
tuvo muy visible como historiador y periodista, pero, pese a sus
acercamientos a diferentes grupos políticos, su poder d ism inuyó
con la edad. De los autores populistas, Olegario Andrade m urió en
1882 y Guido y Spano se transformó en un poeta patriarcal, a quien
se admiraba ceremoniosamente mientras se olvidaba de s as escritos
políticos.

El espíritu de reconciliación que caracterizó la presidencia d e


Avellaneda también da el tras fondo necesario para entender La Vuelta
de Martín Fierro y la extraordinaria transform ación d e José
Hemándezdel rebelde federalista al respetado fu ncionario,próspero
hombre de negocios y preceptor moral de gauchos abandonados. E n
enero de 1875, semanas después de la asu n ción d e A vellan ed a,
Hernández volvió a Buenos A ires. En sus artículos para e l diario La

307
Libertad no tardó en mostrar su viejo espíritu en un debate perio­
dístico con Sarmiento respecto de los méritos relativos de su
del Chacho, que acababa de ser reeditada (Chíve/.,
dez, 105-114). Pero 1lemández estaba cansado de ser un periodista
itinerante con una causa a cuestas. Ahora tenía familia y anhelaba
una vida m is tranquila. Además, había dinero por ganar.Trabajando
primero como agente inmobiliario y después en la junta directiva de
un banco de crédito, adquirió una pequeña fortuna y en el proceso
contribuyó a la misma concentración de propiedad que antaño había
condenado. Siguió haciendo incursiones en la política pero tenía
problemas para identificarse con ningún partido de Buenos Aires.
Veía correctamente los intereses de los autonomistas por los dere­
chos de los Estados como una herencia legítima del federalismo,
pero no podía comulgar con las tendencias separatistas del Parti­
do Autonomista. Con el tiempo, los contactos políticos de 1lemán­
dez dieron su fruto. En marzo de 1879 fue elegido diputado, y
después senador a la Legislatura de la provincia de Buenos Aires,
donde permaneció hasta su muerte en 1886.
En esta vida de relativo bienestar, Hernández elaboró una
visión distinta del gaucho, o mejor dicho, se concentró en temas que
en su obra anterior habían estado más implícitos que explícitos. El
cam bio en la vida de Hernández y en la Argentina se reflejan en las
dos partes de Martín Fierro. La primera, de 1872, es primordialmcntc
un poem a de protesta. Salvo las alusiones a un paraíso perdido que
sugieren la vida en una gran estancia, es poco lo que propone para
mejorar la vida del gaucho. En esc sentido es coherente con las
circunstancias de la propia vida de Hernández en 1872; como
Fierro, Hernández era un hombre buscado por la ley, con un futu­
ro incierto, viviendo fugitivo y luchando por una causa perdida,
En contraste, La Vuelta fue escrita siete años después, durante un
período de relativa cal ma en el que Hernández había obtenido un lu­
gar en la nueva Argentina del pragmatismo, la riqueza y el pro­
greso. Corno exitoso hombre de negocios con un futuro en la
política, perdió el gusto por la rebelión violenta. Además, con
la conclusión de la triunfante “Conquista del Desierto" de Roca, la
injusticia específica de la que se había ocupado la primera parte (el
maltrato a los gauchos en las guerras de frontera) se volvió cosa del
pasado, aunque los gauchos seguían al margen de la vida política.
En este nuevo mundo, Hernández decidió que lo que más necesitaba
el gaucho era instrucción para encontrar un lugar en, y ya no contra,
el sistema. También llegó a la conclusión de que, al ser la Argentina

308
después de todo una nación agrícola, los gauchos y su conocimiento
de la tierra constituían un recurso natural que debía ser protegido,
incluido y desarrollado, para bien de todo el país. Como señala José
Pablo Feinmann, las ideas de Hernández en este sentido deben
mucho a la afirmación de Alberdi de que la civilización argentina
no podía separarse de su riqueza, y que su riqueza estaba en el
campo. Hernández lleva la argumentación de Alberdi un paso más
allá, sosteniendo que el potencial agrícola argentino no podrá
hacerse realidad sin el bienestar de sus trabajadores agrícolas
(Feinmann, 176-179). Como resultado, Vuelta de Martín Fierro
es a la vez una justificación de la nueva Argentina y un manual
práctico escrito para gauchos sobre cómo volverse buenos ciuda­
danos, productivos y dóciles.
Para realizar este proyecto, Hernández adoptó para Vuelta
una estructura que es en parte narrativa, en parte marco para
historias interpoladas, y en parte conferencia sobre virtudes cívicas
y morales. Además, a diferencia del poema anterior, La Vuelta está
dirigida cspccíficam cne a los gauchos. La primera parte había sido
escrita con la intención de provocar la indignación de lectores
educados contra los excesos de los gobiernos liberales. Al principio,
fue escasamente leído por el público educado, pero adquirió ex­
traordinaria fama entre los gauchos mismos, hecho que sorprendió
incluso a Hernández. En La Vuelta los gauchos son el público al que
está dirigido el poema, además de ser el tema de éste. Pero son un
público al que Hernández en más de una ocasión demuestra ver
desde lo alto. Tal como lo explica en el prefacio a La , esta
secuela está “destinada a despertar la inteligencia y el amor a la
lectura en una población casi primitiva”. Declara a continuación
que los gauchos encontrarán el libro “ameno, interesante y útil”.
Pero su intención principal es impartir valores morales: “enseñando
que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y
bienestar. Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración
hacia su Creador, inclinándolos a obrar bien. Afeando las supers­
ticiones ridiculas y generalizadas que nacen de una deplorable
ignorancia”. M ás que eso, Hernández desea inculcar en las masas
primitivas virtudes loables como el respeto por los padres, la debida
reverencia al matrimonio y la familia, la caridad para con los
desposeídos y el amor a la verdad. Llama la atención en especial su
insistencia en que sus lectores lleguen a ser ciudadanos obedientes
de la ley, “afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin
apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados”.

309
No obstante el evidente dldacticismo de estas declaraciones,
Hernández se propone producir un libro "sin revelar su pretcnsión",
usandoel lenguaje coloquial de Jos gauchos para que no se percaten
de que se los está instruyendo (Antología de poesía gauchesca,
1437-1438).
¿Cómo realiza Hernández ambiciones que parecen tan
ledlosamcnlc pedagógicas? N om uy bien si comparamos lasegunda
parle con la primera. Salvo algunos relámpagos de humor, esporá­
dicas denuncias de injusticias, y muchos aforismos logrados, ¿a
Vuelta no puede compararse con su predecesor. La torpeza de la
cslruclura, la cantidad de episodios forzados, la moralización in­
cesante y las digresiones de filosofía casera debilitan el interés has-
la casi desvanecerlo, Lamcnlamos sobre todo la casi desaparición
de Mallín Fierro como un ser de carne y hueso; tanto se concentra
Hernández en la declamación de valores morales que descuida la
personalidad de su personaje, a quien obliga a decir lo que quiere
decir Hernández, y no lo que lo volvería convincente. De todos
modos, como indicador de los valores de la nueva Argentina y déla
traición de I lernández a su ideal populista, es un texto que exige
consideración.
lil grado al que Hernández ha aceptado los valores de la nueva
Argentina se hace evidente de inmediato, en el extenso retrato, por
demás negativo, de los indios, con que comienza La Vuelta. El
gobierno quiere matar indios y abrir sus tierras a la colonización
blanca. Hernández lo hace sonar como un imperativo moral. La
maldad de los indios en la descripción de Hernández no conoce
límites:

ííl Indio pasa la vida


robando o cchao de panza -
la única ley es Ja lanza
a que se ha de someter -
lo que le falta en saber
lo suple con desconfianza. (379-384.)

,,,cs fiero de condición -


no golpea la compasión
en el pecho del infiel. (556-558.)

Todo el peso del trabajo


lo dejan a las mujeres -

31 «
El indio es indio y no quiere
apiar de su condición,
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere. (583-588.)

Por si alguien pensara en objetar mencionando los logros


extraordinarios de las civilizaciones precolombinas, Fierro
(Hernández) nos asegura que los indios argentinos son muy dife­
rentes:

Pero pienso que los pampas


deben de ser los más rudos -
aunque andan medio desnudos
ni su convenencia entienden -
por una vaca que venden
quinientas matan al ñudo. (661-666.)

Estos versos sirven a un único propósito: justificar el brutal


exterminio de los indios argentinos que se estaba llevando a cabo
bajo las órdenes del general Roca y el presidente Avellaneda. Para
racionalizar el genocidio, sus víctimas deben ser vistas como
infrahumanas, bestiales, naturalmente inferiores, incapaces de
mejorar. Su ceguera a la ganancia que puede dar el ganado no les da
lugar alguno en la Gran Estancia que los liberales argentinos veían
como destino nacional. Hernández concluye con un himno de
elogio a su genocidio:

Estas cosas y otras piores


las he visto muchos años;
pero si yo no me engaño
concluyó ese bandalaje,
y esos bárbaros salvajes
no podrán hacer más daño.

Las tribus están deshechas,


los caciques más altivos
están muertos o cautivos
privaos de toda esperanza -
y de la chusma y de lanza
ya muy pocos quedan vivos. (667-678.)

311
En resumen, los indios merecían morir. Vivos, eran inútiles;
muertos, no pueden hacer más daño. ¿Podemos perdonar o al me­
nos entender la actitud de Hernández como producto de su época?
Como agente inmobiliario, Hernández se beneficiaba con las guerras.
Además, com o toda su generación, lo enceguecía una visión del
progreso en la que no cabían los indios. ¿Sería justo esperar que
comprendiera el honor del genocidio? Quizá no. Al mismo tiempo,
es m elancólico ver al campeón del proletariado rural usando los
m ism os argumentos racistas contra los indios que sus enemigos
solían usar contra los gauchos mestizos. Desearíamos que al menos
hubiera adoptado la postura distante pero simpatizante de Mansilla,
en su Excursión.
Tras este ataque a los indios, Hernández sigue con la historia.
Cruz muere, víctima de “la plaga”, y Fierro, tras salvar a una mujer
blanca cautiva de los indios, emprende el regreso a las pampas “que
ya no pisa el salvaje”. Un viejo amigo le cuenta que el actual
gobierno ya no persigue a la gente, y que su asesinato del negro ha
sido olvidado. Fierro encuentra entonces, milagrosamente, a sus
dos hijos, y además al hijo de Cruz, y al hijo del negro que mató.
Cada uno toma una guitarra y cuenta su historia. Estos relatos
interpolados vuelven a temas ya conocidos (injusticia, desgracias,
persecución, corrupción), y en sus lamentos oímos ocasionalmente
ecos de algunos pasajes conmovedores de la primera parte. El
primer hijo pasó casi toda su vida preso, víctima de la arbitrariedad
de ju eces y leyes. Pero en lugar de predicar la rebelión, dice que “si
atienden m is palabras / no habrá calabozos llenos: / manéjensé
com o buenos” (2073-2075). Para Hernández, la ley ha cambiado
tanto que el gaucho ahora puede volverse un buen ciudadano. El
segundo hijo terminó bajo la tutela de un viejo borracho de apelativo
V iscacha, que robaba para vivir pero no podía ver morir un animal.
Aunque de moral cuestionable, V iscacha es una fuente inagotable
de con sejos, la mayoría prácticos, algunos humorísticos e irónicos.
Pero aun en el antimoralismo de Viscacha podemos oír a un
Hernández didáctico esforzándose por hacer del gaucho un mejor
ciudadano. Picardía, e l hijo de Cm z, cuenta una historia llena de
im precaciones contra el gobierno, la administración de las guerras
de frontera, elecciones fraudulentas, jueces corruptos, etcétera.
Pero, aunque e l suyo es el más largo, más vivido y más negativo de
los cuentos incluidos, también Picardía sugiere que los tiempos han
cambiado:

312
N o repetiré las quejas
de lo que se sufre allá -
son cosas m uy dichas ya
y hasta olvidadas de viejas. (36 0 1 -3 6 0 4 .)

L uego v ien e un prolongado enfrentam iento entre Fierro y el


hijo del negro. Presentada com o una payada, tradicional duelo
verbal en que cada cantor trata de superar en in gen io, en saber y en
calidad de im provisación al otro, la d iscusión entre Fierro y el negro
toma d im ensiones filosóficas. Aun así, cuando el negro al fin
confronta a Fierro respecto de la muerte de su padre, Fierro lo
insulta:

A hombre de humilde color


nunca sé facilitar,
cuando se llega a enojar
suele ser de mala entraña -
se vu elve com o la araña
siem pre dispuesta a picar. (4499-4504.)

Fierro da una explicación parcial de su crimen com o resultado


de sus propios sufrimientos. Pero en el m om ento crucial cuando
podría expresar arrepentimiento, lo que le dice esencialm ente al
negro es que viva con sus problemas: “Mas cada uno ha de tirar / en
el yugo en que se vea” (4511-4512). Tras este últim o insulto, los
presentes impiden que Fierro y el negro se vayan a las m anos. Fierro
y sus hijos abandonan el lugar... lentamente, para no indicar que se
van por m iedo.
Hasta este punto, Hernández ha tratado de ocultar su mora-
lism o tras la máscara de los personajes. Pero hacia el final, al
advertir, quizá, que la Parte II ya es dem asiado larga, arroja la
precaución por la borda, y pone a Fierro a predicar un serm ón de
adiós a sus hijos, y por extensión a todos los gauchos. Pero para
que sus lectores gauchos no piensen que están siendo adoctri­
nados por alguien que se considera superior a ellos (recordar las
palabras del autor en el Prólogo), Hernández recurre a la autoridad
del saber popular: “Y o nunca tuve otra escu ela / que una vida
desgraciada... es m ejor que aprender m ucho / el aprender cosas
buenas” (46 01-4612). A firm ándose en el saber popular y el sen ­
tido común, Hernández parece rendir tributo a lo s gauchos. En
realidad, los proverbios de Fierro, com o señ aló el ex presidente

313
Avellaneda en un com entario poco con ocido, están tomados
“del Corán, el V iejo Testam ento, los Evangelios, y sobre todo
de Confucio y Epicteto” (citado en Halperín Donghi, José Her­
nández, 316). Hernández se lim itó a traducirlos a un vocabulario
gauchesco. Sea com o fuere, Hernández (Fierro) muestra preferencia
especial por dichos que subrayen el individualismo y el trabajo
duro:

D ebe trabajar e l hom bre


para ganarse su pan;
pues la m iseria en su afán
de perseguir de m il m odos -
llama en la puerta de todos
y entra en la del haragán. (4 6 5 5 -4 6 6 0 .)

Aprovecha la ocasión
el hombre que es d iligente -
( ...) la ocasión es com o e l fierro,
se ha de m achacar caliente. (46 7 9 -4 6 8 4 .)

D e m odo sem ejante, Hernández subraya la importancia de


obedecer a la le y y al patrón:

E l que obedeciendo v iv e
nunca tiene suerte blanda -
m as con su soberbia agranda
el rigor en que padece -
obedezca el que o b ed ece
y será bueno el que manda. (4 7 1 5 -4 7 2 0 .)

Fierro termina el serm ón y parte co n sus hijos. Cuando se


marchan, Hernández al fin aparece co m o él m ism o y hace dos
recom endaciones sobre lo s gauchos:

Es el pobre en su orfandá
de la fortuna el d esech o -
porque naides tom a a p ech o
el defender a su raza -
debe el gaucho tener casa,
escuela, ig lesia y d erech os. (4 8 2 3 -4 8 2 8 .)

314
Dadas estas cosas, 1lemández nos asegura que "el gaucho es
el cuero llaco, / da los lientos para el lazo" (4851-4852). Es decir,
es la base necesaria de una sociedad agrícola. Sin su mano de obra
y su conocimiento de la tierra y el ganado, la Gran Estancia no
podría funcionar. Alimenten, vistan y denle un lugar al gaucho, y la
Argentina podrá tomar su lugar entre las naciones.
Aunque el papel de Hernández como defensor de la nueva
Argentina y preceptor moral de los gauchos se hace visible prác­
ticamente en cada página de la Segunda Parte, la narración sinuosa
y las historias interpoladas hacen difícil clasificarla. La interpretación
de José Pablo Feinmann según la cual "el final de Vuelta no hace
más que expresar la fraternal unión de Buenos Aires, el Litoral y los
grupos liberales del interior mediterráneo, bajo la presidencia de
Roca" (181) parece algo reductivista. Pero sin tomaren cuenta la
visión de Hernández de la nueva Argentina y del papel del gaucho
en ella, la Segunda Parle parecería un conjunto indiscernible sin
ningún elemento unificador.
Más interesante es lo que dice La Vuelta sobre el populismo
que antaño había predicado Hernández. Su vuelco espectacular de
disidente a preceptor se hace claro sobre todo cuando comparamos
su visión del gaucho con la que tenía Sarmiento. La crítica nacio­
nalista y revisionista de este siglo ha insistido en que Martín Fierro
es el “anti do,”el gaucho arquclípico que defiende la iden­
n
acu
F
tidad argentina contra los usurpadores europeizantes. Sarmiento
afirma que el gaucho debe ser cambiado o eliminado; en contraste,
Hernández en la Primera Parte le da al gaucho dignidad, con pocas
recomendaciones para cambiarlo. La Vuelta, en cambio, es otra
historia. Como ya dijimos en el Capítulo 4, aunque Sarmiento tenía
intenciones muy claras respecto del gaucho (matarlo o asimilarlo a
la fuerza mediante la educación y la cruza con razas superiores), hay
una am bivalencia fundamental en gran parte de su pensamiento.
Igual que Hernández, él también se sintió cautivado por lo pinto­
resco de los gauchos, por su poesía y sus habilidades rústicas.
El retrato de Fierro en La Vuelta es notablemente similar.
Fierro es un cantor, un repositorio de sabiduría popular, un sabio sin
educación que posee las habilidades que necesita el campo. De ahí
que Hernández le pide al gobierno que les dé a los gauchos “escuela,
iglesia y derechos”, al tiempo que le aconseja a los gauchos que sean
m iem bros d óciles y productivos del nuevo orden. En resumen, su
solución para el gaucho en La Vuelta, como las recomendaciones de
M ansilla sobre la cuestión indígena, difiere de la de Sarmiento en

315
grado, no en sustancia. Además, igual que en el caso de Mansilla,
por radical que haya sido la posición adoptada por Hernández
durante su juventud, lodo eso quedó atrás cuando se identificó con
la fácil prosperidad de la nueva Argentina.

Tras estudiar a varios autores nacionalistas asociados con la


Confederación, vuelvo ahora a la pregunta que hice al comienzo de
esta exposición: ¿el nacionalismo de las décadas de 1860 y 1870
realmente ofrece una alternativa a las mitologías liberales de la
nacionalidad? Como vim os antes, el nacionalismo no tiene un
temario fijo, ni un vocero sobresaliente, ni un partido, ni una
inclinación inequívoca hacia la derecha o la izquierda, ni un
repertorio consistente de ideas. Lo que sí tiene es una tradición de
posturas, subrayados y gestos retóricos similares, deséelas épocas
de Saavedra, Artigas e Hidalgo. Una corriente importante en el
nacionalismo argentino es el populismo, aunque el nacionalismo
también incluye el opuesto del populismo en el patemalismo de
estilo rosista. La corriente populista en el nacionalismo puede verse
en el apoyo que Alberdi, Guido y Spano, Andrade y Hernández le
dieron a una democracia inclusiva, y en su reconocimiento de los
caudillos com o auténticos dirigentes populares en una democracia
auténtica, preferibles a los autoritarismos de Buenos Aires; también
se la v e en la insistencia de Mansilla en que los gauchos y los indios
son los hijos genuinos de la patria. Pero ninguno de estos autores
podría ser llamado populista en el sentido de chabacanos y vulgares.
Alberdi escribe en una prosa exquisita, Guido y Spano amala ironía
y las citas clásicas, Andrade recuerda el verso neoclásico del
período inicial de la Independencia, y Mansilla afecta el estilo del
causeur francés. Sólo Hernández cultiva un estilo populista en la
lengua pintoresca del gaucho, pero lo hace sólo en su poesía; su
prosa imita el estilo claro y a veces axiomático de Alberdi, a quien
mucho admiraba. Además, la actitud de Hernández ante el gaucho
es en última instancia más paternalista que fraterna.
Pero, aunque ninguno de estos escritores puede ser conside­
rado populista sin más, la importancia que le dan a la autenticidad,
el respeto por los valores autóctonos y su interés por la democracia
inclusiva por cierto que tienen un sabor populista, que volvería a
emerger en el nacionalismo argentino contemporáneo, particular­
mente en el peronismo. N o hay un único autor que represente al
nacionalismo. El nacionalismo (y el populismo que frecuentemente
lo acompaña) pueden describirse mejor como una especie de

316
YoUgdsr. las posturas no articuladas de un era po. el fondo vago de
una identidad de clase, las premisas parcialmente articuladas de la
nacionalidad. Pese a la vaguedad del nacionalism o, no obstante,
podemos esbozar a partir de la exposición que hem os hecho la
forma general del nacionalismo argentino, tal com o com enzó su
existencia en el siglo X IX. A esa tarea volvem os ahora nuestra
atención.
El nacionalism o argentino e s primero y principalm ente
naiivista, orgulloso de la herencia hispánica del país y de sus etnias
mezcladas. Al afirmarse "los quesom os, como somos", el populismo
nacionalista repudia el racismo "ilustrado” del liberalismo; Guido
y Spano se burla de los planes de inmigración elitista para "rege­
nerar nuestra raza”; Andrade elogia al Chacho y a las "razas parias”
reden llegadas a las playas argentinas; MansiÜa llam a a los indios
'lujos auténticos de la patria”, y Hernández transforma a un gaucho
fuera de la ley en un arquetipo nadonal. El nacionalism o rechaza
asim ism o las posturas negativas del liberalismo ante la herencia
española del país. Guido y Spano afirma que "la vieja sangre
española” une a los hispanoamericanos decentes de todo e l con ti­
nente en su rechazo a la invasión francesa a M éxico. El m ism o
sentim iento lo llevó a simpatizar con el Paraguay en su guerra
contra la profana trinidad del Brasil imperial, el régimen d e M itre
y el gobierno títere en el Uruguay. Andrade anticipa el arielisnio d e
Rodó al afirmar que los pueblos latinos son lo s herederos legítim os
de lo s griegos, dando la espalda a la fascinación liberal por los
Estados U nidos y la Europa del norte.
El primer enem igo del nacionalism o argentino es un grupo
nebuloso de argentinos ricos llamado a v ec es “oligarcas”, a v e c e s
liberales antinacionales, a vec es "europeizantes” antiargentinos.
Mientras que la dem ocracia radical del populism o es la con clu sión
lógica d e gran p an e d e la le o n a política liberal, lo s in telectu ales
nacionalistas acusan a lo s liberales argentinos de haber corrom pido
la lengua de la libertad, de haber h echo de la dem ocracia republi­
cana una retórica vacía, al tiem po que exclu ían al m ism o p ueblo en
cuyo nom bre d ed a n gobernar. A d em ás, lo s n acion alistas sostien en
que, pese a su retorica, lo s liberales argentinos siem pre están tan
dispuestos a recurrir a la v io len cia o la corru p d ón co m o e l p eor d e
tos caudillos; segú n la frase m em orable d e A lb e n ii, so n " cau d illos
de frac”. En la re rspectiva nacionalista, e l liberalism o e s antinacional,
más interesado en cu ltivar la buena volu n tad d e las p o ten cia s
extranjeras que en servir a lo s in tereses d e la A rgen tin a, L o s

317
comerciantes liberales son los sirvientes cod iciosos de los Bancos
y empresas extranjeros, dispuestos a vender la Argentina con tal de
logrurgananctas nípidas para si m ism os y para sus amos extranjeros.
El nacionalismo también postula que a los europeizantes les falta fe
en la Argentina, que su fascinación con intereses e ideas extranjeros
está motivado principalmente por un sentim iento de inferioridad.
Para los nacionalistas, los m iem bros de la eliten o son argentinos de
veniad sino vacuas im itaciones de europeos.
El nacionalismo argentino tam bién postula una visión alter­
nativa de la historia en la que hay dos A rgentinas ocupando la mis­
ma área geográfica pero nunca el m ism o escenario de poder. Una
está en Buenos Aires, y la otra en e l interior. Una es locuaz y rica,
mientras que la otra es callada y pobre. El nacionalism o ve a los
caudillos com o la voz auténtica, aunque no institucional, de la otra
Argentina. D e acuerdo con la idea de lo s d os países, e l nacionalismo
postulados desarrollos paralelos en el que lo s intereses económicos
de Buenos Aires unen a todos los porteños, pese a sus confesadas
diferencias políticas, en un partido único, la oligarquía, mientras
que el proletariado rural no tiene otro recurso que lo s caudillos. Bajo
esta luz, las guerras civiles que asolaron a la Argentina desde los
primeros días de su independencia fiieron perpetradas p orel apetito
porteño de poder y riqueza. A ntes que guerras enfrentando a un
dirigente con otro, o una idea con otra, fueron la lucha de imanación
con otra. Alberdi y Andrade tuvieron esp ecial influencia en con­
centrar la atención más en lo s aspectos ec o n ó m ico s de la lucha que
en las diferencias id eológicas subrayadas por Sarmiento y Mitre.
El revisionism o histórico tal com o fue articulado originalmente
por Andrade, A lberdi y Hernández, se v o lv ió una de las comentes
intelectuales m ás importantes d e este sig lo en la Argentina. En la
década de 1930, Carlos Ibarguren, Ernesto P alacio, R odolfo y Julio
Irazusta y Raúl Scalabrini Ortiz escrib ieron violen tas condenasalos
“liberales traidores” que vendían e l p aís al cap italism o inglés, y al
hacerlo enriquecían a la B u en os A ires m ercantil a expensas del
interior. Autores posteriores c o m o Juan José- Hernández Arregui,
Rodolfo Puiggrós, Juan José S eb reli y D a v id V iñ as, que se difun­
dieron entre 1955 y 1970. sigu ieron b atien d o e l m ism o parche,
Quizásel autormás resp on sab lcde la popu larización d el sentimiento
revisionista en años recientes e s Arturo Jauretche, quien en 1%$
publicó un libro divertido y m a lé v o lo , titulado Manual
argentinas, en el que rebaja toda p reten sión liberal, ataca a todo
vocero liberal, d ism in u ye toda idea liberal, y derrumba a todo

318
pnócerque ciento cincuenta años de Historia Oficial habían podido
erigir sobre su pedestal.6
También tiene importancia en el nacionalismo argentino su
fascinación con los líderes fuertes. No hay frase más reveladora en
este sentido que el lamento de Martín Fiemo de que la Argentina
necesitaba “algún crillo’’que pusiera las cosas en su lugar, vale deci r
alguien sintonizado con la nación, un portavoz del pueblo, un
argentino auténtico en lugar de un europeo postizo; en una palabra,
un caudillo. Quizá la malhadada lealtad de Hernández a López
Jordán surgió de una creencia de que el caudillo rebelde era ese
criollo. Quizá la rehabilitación de Rosas que alcanzó un nivel casi
febril en la década de 1930 se originó en un anhelo así. Quizás el
increíble éxito de Perón y el peronismo provino del deseo de un
“criollo”. El nacionalismo argentino es impaciente. Quiere caudi­
llos con poder que hagan arreglos inmediatos y curas instantáneas.
El nacionalismo argentino también tiene una fuerte corriente
aislacionista y proteccionista. Reflejando posturas ya articuladas
por Artigas en 1816, Carlos Guido y Spano, Vicente Fidel López,
Carlos Pellegrini y Emilio de Alvear se manifestaron en contra del
libre comercio y del endeudamiento extem o en la década de 1870.
Estos argumentos, con pocas modificaciones, siguen dando forma
al nacionalismo argentino y son poderosas corrientes tradicionales
del peronismo. El nacionalismo acusa al liberalismo argentino de
sacrificar la industria y el potencial industrial de la Argentina para
beneficiar a comerciantes y fabricantes ingleses junto con sus
intermediarios “antiargentinos”. El nacionalismo también cuestiona
políticas por las que los servicios clave tales como los transportes
y la comunicación fueron entregados a extranjeros. El nacionalismo
hace responsable al liberalismo por limitar el papel económ ico de
la Argentina en el mundo al de un “granero”, de acuerdo con el plan
económico de Gran Bretaña parad mundo. Además, el nacionalismo
afirma que la deuda externa compromete la soberanía nacional, que
las naciones acreedoras inevitablemente terminan dictando políti­
cas a la endeudada Argentina. Si fuera gobierno, el nacionalismo

6Entre otros estudios importantes del revisionismo histórico, véase Marysa


Navarro Cerassi, Los nacionalistas, en especial capítulos 6,7 y 8. Véase también
Joseph Barager, ‘The Historiography of the Rio de la Plata Area Since 1830";
Clifton Kroeber, “Rosas and the Revision of Argentine History, 18804955"; y el
muy crítico pero bien razonado B revisionismo histórico argerüinoàùTxAio Halperin
Donghi.

319
evitaría todos los compromisos externos, ya fueran la Guerra al
Paraguay de 1S eo -1870. o la Segunda Guerra Mundial, cuando la
Argentina fue la única nación latinoamericana que mantuvo la
neutralidad hasta los últimos meses de la guerra.
El nacionalismo es proteccionista y aislacionista también en
cuestiones intelectuales y artísticas. El nacionalismo acusa a los
liberales europeizantes de estar siempre importando las últimas
ideas o tendencias artísticas del exterior, antes que buscar políticas
y formas expresivas que reflejen el espíritu argentino. El naciona­
lism o, para usarla frase de Mansilla, sostiene que la “monomanía
de la imitación" está volviendo a la Argentina un “pueblo de
zarzuela". Las políticas liberales en economía y política, las ten­
dencias artísticas importadas, las teorías económicas c históricas
desarrolladas por intelectuales “educados en el extranjero”, son, en
resumen, "antiargent inas". Fueron hechos para otros países y tienen
p oco que ver con la Argentina. En la Argentina moderna, Juan José
Hernández Arregui ha sido especialmente claro en su ataque a los
"europeizantes" y “antiargentinos", en libros significativamente
titulados L¿jformación de la conciencia nacional y La cultura
colonizada. El ya mencionado Arturo Jauretche es otro implacable
critico de la “monomanía de la imitación”. En 1957 publicó
profetas ddodio, flamígera condena a la “pedagogía colonizada",
acusando a las escuelas argentinas de enseñar métodos, teorías c
ideas extranjeras que llevaban a la juventud argentina a malintcrprciar
y subvalorar su país. Otro de sus libros, El medio pelo en sociedad
argentina, d e 1966, sostiene que lo que pasa por alta cultura en la
A rgentina no e s más que manierismo, afectación, imitación y
arrogancia insegura, actitudes que recuerdan la caricatura de Guido
y Spano del liberalismo argentino en “ ¡Ea, despertemos!”
Paralela a la idea nacionalista de la peculiaridad argentina, es
la idea de “La Gran Argentina", el país destinado a jugar un papel
d e im portancia en el mundo. Andrade capta este espíritu particu­
larm ente b ien en su pocm a“El porvenir”, donde sugierequcel papel
d e la Argentina com o líder continental en la lucha por la indepen­
dencia fue apenas el primer paso hacia su destino como conductor
de naciones. Sugiere además que la Argentina no es nada menos que
el nieto legítim o de los griegos y los romanos, y por ello destinada
a ser unconductor intelectual y espiritual entre naciones. Enmarcando
su argum entación en imaginería religiosa, le confiere aprobación
divina al sueño nacionalista de hacer real su visión de “La Gran
Argentina".

320
El lado oscuro de esta visión nacionalista de grandeza es su
obsesión con las teorías conspiratonas. El nacionalismo no vacila
en admitir el actual fracaso de la Argentina en realizar su destino,
pero sólo por culpa de argentinos “antinacionales” y sus amos
extranjeros, que una y otra vez torcieron el camino del país hacia su
destino espiritual. Los pensadores nacionalistas que hemos visto
demonizaron al Brasil por la participación argentina en la Guerra al
Paraguay. Nacionalistas posteriores demonizarían a los ingleses,
los yanquis, la CIA, el Vaticano, las multinacionales, la Trilateral
Commission, por todos los males del país. Las teorías conspirativas
emergerían en el nacionalismo de izquierda y de derecha como
explicaciones fáciles del fracaso. Se los oye en las fantasías dere­
chistas de Federico Ibarguren así como en los aullidos neofascistas
del golpista más visible de la Argentina actual, el coronel Aldo
Rico.
En tanto el nacionalismo no tiene una doctrina fija ni credo ni
programa ni plataforma, es improbable que ninguna persona o
ningún movimiento refleje en conjunto todas las actitudes descriptas
antes. Pero algunos movimientos políticos c intelectuales, son, de
acuerdo a la descripción dada arriba, de orientación nacionalista, si
no en su totalidad. En resumen, la forma del nacionalismo argentino
es amplia pero vaga, omnipresente pero indefinida. Aunque el
nacionalismo contemporáneo difiere del nacionalismo del siglo
XIX en aspectos importantes, el nacionalismo de Andrade, Alber-
d¡, Guido y Spano y Hernández sigue resonando en la política con­
temporánea y sigue siendo una fuerza poderosa, ocasionalmente
creativa y a menudo perturbadora, que todavía tiene que ser fusio­
nada en la vida productiva de la nación.

321
Epilogo

Tal vez el ep ílogo ideal de este libro sería otro libro, por lo menos
tan detallado com o éste, que estudiaría el desarrollo de los mismos
temas desde 1880. Ideal, quizá, pero no práctico. Por lo tanto,
termino com o em pecé: con una anécdota.
Viajé a la A rgentina por primera v e z en 1975, gracias a una
beca de la OEA. Estudiante de posgrado en literatura hispano­
americana, tenía la intención de entrevistar a Borges y buscar
docum entos para m i tesis doctoral. Perón había muerto apenas un
año atrás, y su viuda, la increíblem ente incom petente Isabel, era
presidenta. M is primeros contactos eran am igos de argentinos
residentes en los Estados U nidos. Sin ex cep ció n estos primeros
contactos con el país se mostraron severos críticos del peronismo,
del caos político y eco n ó m ico de Isabel, y del “ nazi-onalismo”.
Tam bién eran m odelos de cosm op olitism o, cortesía y estilo, versa­
dos en ópera, arte, literatura, lingü ística chom skiana, psicoanálisis
lacaniano, cin e europeo y tod os lo s dem ás tem as requeridos para ser
“culto”. Los rivadavianos seguram ente lo s habrían reconocido
com o espíritus afines, y d ebo decir que siem pre disfruté de su
compañía. Recuerdo con nostalgia interm inables conversaciones
sobre cualquier tema im aginab le, a m en u d o en “confiterías”, es­
pléndidas instituciones que pueden hallarse casi en cualquieresquina
de Buenos A ires, y que están d ed icad as prim ordialm ente al arte de
la conversación. Estos argentinos s e m ostraron asim ism o extraor­
dinariamente hospitalarios para co n m ig o , a s í co m o indulgentes con
el “prim itivism o cultural” que lo s argentinos cu ltos suelen encon­
trar en los norteam ericanos.
Con el tiem po, c o n o c í a argentinos q u e reílej aban perspectivas
muy distintas. U no de e llo s fue la m ujer q u e hacía la lim pieza de mi
departamento, y que al cabo d e varias co n v er sa cio n es m e dijo que
yo nunca entendería a la A rgen tin a hablan do con Borges. (Las
pocas reuniones que yo había tenido co n B orges la habían convencido

322
de que estaba malgastando mi tiempo con la gente equivocada.)
Aunque criticaba a Isabel, era leal al recuerdo de Perón: para ella
seguía siendo el hombre que representó al pueblo humilde, el que
puso en su lugar a la oligarquía antiargentina, el que defendió la
soberanía nacional contra el capitalismo extranjero, el que hizo
sentir a gusto en su papel a los trabajadores, el que salvaguardó las
tradiciones católicas del país, y protegió a la familia. Me invitó a
conocer a su madre, quien me mostró un álbum de recortes lleno de
artículos y fotos de Eva Perón. También conocí a otros peronistas:
izquierdistas que insistían en que Perón había sido un revolucionario
con un idioma diferente; intelectuales que admitían los defectos de
Perón, pero aun así insistían en que el peronismo era la única
alternativa a los “vendepatria" liberales; historiadores peronistas
que me hicieron oír por primera vez términos como “Historia
Oficial" o “historia falsificada”; nacionalistas que se identificaban
como “resistas" y llamaban a sus enemigos “sarmicntistas”, aunque
Rosas y Sarmiento descansaban en sus tumbas hacía muchos años;
y un temible fanático antisemita para quien la Argentina era el
último bastión de la cristiandad y que afirmaba que sólo eliminando
alos subversivos antiargentinos (incluidos los curas tcrcermundistas)
el país podría reclamar su puesto de primera línea entre las naciones.
Las divisiones que estaba observando, y por supuesto com ­
prendiendo sólo a medias, se me hicieron particularmente notorias
en una de las experiencias más incómodas de mi vida. Antes de
volver a los Estados Unidos, di una fiesta a la que invité a algunos
de los que me habían ayudado en mi investigación. Con mi falta de
experiencia, no tomé en cuenta el color político de mis invitados,
por lo que v in ¡eren mezclados liberales y nacionalistas, cosmopolitas
y populistas, sarmientistas y resistas. No bien había empezado la
fiesta, varios de mis invitados se trenzaron en acaloradas discusiones.
Los liberales hablaban de la declinación nacional según las tasas de
crccimiento cconóm ico, de inflación, salarios reales, productividad,
producto bruto, problemas sociales, etcétera, todo lo cual me
resultaba perfectamente com prensible en tanto soy una persona
educada en los marcos del liberalismo. Los nacionalistas, en con ­
traste, hablaban un idioma desconocido, con frases com o “el ser
argentino” y “el pensamiento nacional”. Según ellos, la necesidad
más urgente del país era un presidente auténticamente argentino que
pudiera resistir a las influencias externas y captar la voluntad
genuina del pueblo más allá de las con ven ciones electorales bur­
guesas. Por más esfuerzos que hice, no pude entender de qué

323
estaban hablando, cosa que ellos atribuyeron al simple hecho de que
yo no era argentino, explicación que también aplicaban a cualquiera
que cuestionara sus presupuestos, no sólo a extranjeros. Pero lo que
más me impresionó fue su retórica. M is invitados hablaban lenguas
distintas, que se remitían a ficcion es orientadoras radicalmente
diferentes. El consenso, o siquiera una apreciación del punto de
vista ajeno, era im posible. \
/ Desde esa primera visita, he vuelto a la Argentina muchasN
veces y dedicado gran parte de mi vida profesional a estudiar la
historia y la literatura argentinas. A unque no pueden negarse los
cambios reales que se han dado en la retórica argentina, sigue
asombrándome hasta qué punto la Argentina moderna sigue en
diálogo con su pasado, cóm o los ecos de debates del siglo pasado
siguen resonando en prácticamente toda discusión que tengan los
argentinos sobre sí m ism os y su país, cóm o lo s fantasmas retóricos
de Moreno, Hidalgo, Rivadavia, Sarmiento, Albcrdi, Mitre, Andra-
dc y Hernández siguen habitando el país. E stos fantasmas sobrevi­
ven quizá porque la Argentina nunca se puso de acuerdo respecto
de sus ficciones orientadoras. La Argentina es una casa dividida
contra sí misma, y lo ha sido al menos desde que M oreno se enfren­
tó a Saavedra. Sarmiento cod ificó la d ivisión en sus inflexibles
polaridades de C ivilización y Barbarie, y en nuestro siglo liberales
y nacionalistas, elitistas y populistas (aunque con muchos mati­
ces nuevos) continúan el debate, a menudo usando argumentos e
imágenes heredados. En el mejor de lo s casos, las divisiones ar­
gentinas Llevan a una impasse letárgica en la que nadie sufre de­
masiado; en el peor, la rivalidad, sospechas y od ios de un grupo
por el otro, cada uno con su idea distinta d e la historia, la identi­
dad y el destino, llevan a baños de sangre com o las guerras civiles
del siglo pasado o la “ guerra sucia” de fines de la década de 1970.
Si bien las crisis recurrentes del país tienen, obviam ente, muchas
causas y explicaciones, no puedo evitar e l sentim iento de que los
mitos divergentes de la nacionalidad legad os por lo s hombres que
inventaron la Argentina siguen siendo un factor en la búsqueda
\ frustada de la realización nacional.

324
Bibliografía

A uuírdi, Juan Bautista. Escritos postumos. 16 tomos. Buenos Aires, Im­


prenta Europea. 1895-1901.
— Grandes y pequeños hombres del Plata. París, Editorial Gamier
Hermanos, 1912.
— Las “Bases” de lberdi.Ed. Jorge M, Mayor, 1852, Buenos Aire
A
Editorial Sudamericana, 1969. Este libro ofrece el texto entero de
Bases y puntos de ¡xirtuLtpara la o
timi,junio con un excelente estudio preliminar y un
República Argen
detallado estudio de variantes en las distintas ediciones.
— Obras completas. 8 tomos. Buenos Aires, La Tribuna Nacional,
1886.
A lonso, Carlos. “Facundo y la sabiduría del poder", Cuadernos ameri­
canos 5 (1 9 7 9 ) 116-130.
A ndradu, Olegario Víctor. Las dos políticas. Eds. José Carlos Maube y
José Raed. Buenas Aires, Editorial Devenir, 1957.
— Obras ¡vélicas. Ed. Benjamín Besualdo. Buenos Aires, 1887.
— Obras E
¡vélicas. d. Eleutorio F. Tiscomia. Buenos Aires, Acade­
mia Argentina de Letras, 1943.
A ncseus, Pedro de. Acusación y defensa de Rosas. Ed.
Buenos Aires, Editorial “La Facultad", 1945.
— Antología de lapoesía gauchesca. Ed. Horacio Jorge Bec
drid, Aguilar, 1972,
A rtigas, José. Archivo Artigas. 20 tomos. Montevideo, Comisión Nacio­
nal Archivo Artigas, 1950-1981.
— Citasa Artigas. Montevideo, Ediciones Grito de Ascendo, 1979.
— JoséArtigas, Documentos: Compilación y prólogo. Ed. Oscar H.
Brusehera. La Habana, Casa de las Américas, 1971.
A zclt A meghino , Eduardo. Artigas en la historia argentina. Buenos Ai­
res, Corregidor, 1986.
B arager , Joseph R. “The Historiography o f theRío de la Plata Area Sincc
1830”, The HispanicAmerican Revicw 39 (noviembre
1959) 588-642.
B elgra.n o ,Manuel. Autobiografía. 1814; Buenos Aires, Editorial Uni­
versitaria de Buenos Aires, 1966.

325
Braco viren, Saevan. The American Jeremiad. M adison,The Univcrsityof
W isconsin Press, 1978.
— The Puriian Origins o f thè American Self. New Haven, Yale
University Press, 1975.
B esu a ld o , Benjamín. Prólogo. Obras poéticas de Olegario
Buenos A ires, 1887.
B o líva r , Sim ón. Obras completas. 3 tomos. Ed. Vicente Lccuna. La
Habana, Editorial Lex, 1950.
B o r g es , Jorge Luis. El idioma de los argentinos. Buenos Aires, Peña Del
Guídice, 1928.
— Obras completas. Buenos Aires, Em ecé Editores, 1974.
B o rges , Jorge Luis el al. Obras completas en colaboración. B uenos Aires,
E m ecé Editores, 1979.
Boscu, Beatriz. Urquizay su tiem
po.B uenos Aires, Editorial Universitar
de Buenos Aires, 1971.
B o t a n a , Natalio R. La tradición republicana. Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1984.
— El orden conservador. B uenos Aires, Editorial Sudamericana,
1985.
B r u sc h e r a , Oscar H. Prólogo. José Artigas, Documentos: Compilacióny
prólogo. B y José Artigas. Habana, Casa d e las Américas, 1971.
9-56.
B u n k l e y , A llison W illiam s. The Life o f Sarmiento. Princeton, Princeton
U niversity Press, 1952.
— Vida de Sarmiento. Trad. Luis Echávarri. Buenos Aires, Editorial
Universitaria d e Buenos Aires, 1966.
B u sa n ic h e , José Luis. Historia argentina. Buenos A ires, Ediciones Solar,
1965.
C a illet - B o is , Julio. “Introducción a la poesía gauchesca.” Historia de la
literatura argentina. Ed. Rafael Alberto Airieta. Buenos Aires,
Peuser, 1 9 5 9 .3 :5 1 -8 9 .
— “Prólogo”, Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Man-
silla. M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1947. i-xlii.
C a illet -B o is , Ricardo R. “La historiografía.” En Historia de la literatura
argentina. Ed. R afael Alberto Arrieta. Buenos Aires, Ediciones
Peuser, 1 9 6 0 .4 :3 4 -8 0 .
C a r b ia , Rómulo D . Historia crítica de la historiografía La Pla­
ta, Facultad de Humanidades d e la U niversidad de La Plata, 1939.
— LaRevolución de M ayo y lalglesia. Buenos A ires, Editorial Huaites,
1945.
C o n i , Em ilio A. El Gaucho:Argentina, Brasil, Uruguay,
Aires, Solar/Hachette, 1969.
C orneto , Atilio. Historia de Güemes. B uenos A ires, A cademia Nacional
de la Historia, 1946.

326
C hävez, Fermín. JoséHernández. 2* edición. Buenos Aires, Plu
1973.
— José Hernández: Periodista, político y poeta, 1959; Buenos Aires,
Plus Ultra, 1973.
Ci harámonte, José Carlos. “La crisis de 1866 y el proteccionismo argen­
tino en la década del 70”enLosfragmentos del poder. Eds. Torcuato
S. Di Telia y Tulio Halperin Donghi. Buenos Aires, Editorial Jorge
Álvarez, 1969: 171-215.
— Nacionalismo y liberalismo económicos en Argentina, 1860-1880.
Buenos Aires, Solar/Hachette, 1971.
DIaz Alejandro, Carlos. Essays on thè Economie History of thè Argentine
Republic. New Haven, Yale University Press, 1970.
E cheverría, Esteban. Dogma socialista, 1837; Buenos Aires, El Ateneo,
1947.
— Obras completas. 1951 ; Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora,
1972.
— Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata
desde el año 37. Incluido enDogma socialista, 1846; Buenos Aires,
El Ateneo, 1947.
El Argos de Buenos Aires. 5 tomos. Facsímil. Buenos Aires, Academia
Nacional de la Historia, 1937-1942.
F einmann, JoséPablo. Filosofía y B
ació. uenos Aires, Editorial Le
n
1982.
F erns, H. S. Britain and Argentina in thè Nineteenth Century. Londres,
Clarendon Press, 1960.
F orbes, John Murray. Once años en Buenos Aires. Ed. y trad. Felipe A.
Espil. Buenos Aires, Emecé Editores, 1956.
F rizzi de Longoni, Haydee E. Rivadaviay la reform
nos Aires, La Prensa Médica Argentina, 1947.
G alasso, Norberto. Vida de Scalabrini Buenos Aires, 1970.
G álvez, Manuel. La vida de Sarmiento. Buenos Aires, Emecé Editores,
1945.
G andía, Enrique de. “Estudio preliminar”, Rozas: Ensayo histórico-
psicológico. De Lucio V. Mansilla. 1913; Buenos Aires, Edición
Argentina, 1946.
— Historia de las ideas políticas en la Argentina. 6 tomos. Buenos
Aires, R. Depalma, 1960-1074.
— “Las ideas políticas de Pedro de Angclis.” Incluido en Acusación y
defensa de Rosas. Ed. Rodolfo Trostiné. Buenos Aires, Editorial
“La Facultad”, 1945.93-170.
G hiano, Juan Carlos. “Prólogo.” Amalia. De José Mármol. México, Edi­
torial Porrúa, 1971.
G ibson, Charles, Spainin America. Nueva York, Harper a
1967.

327
G onzález E chevarría, Roberto. “The Dictatorship of Rhetoric / The
Rhctoric of Dictatorship: Carpentier, García Márquez, and Roa
Bastos”, Latin American Research Review 15 (1980): 205-228
G riffin , Charles C. “The Enlightcnment and Latin American
Indepcndence”, The Originsof the Latin Amer
1808-1826. Eds. R. A. Humphrcys y John Lynch. Nueva York,
1965.
G roussac, Paul. “El Plan de Moreno”, La Biblioteca 1 (1896).
G uido, Tomás. Autobiografía. En Memorias y Autobiografías. 3 tomos.
1855; Buenos Aires, M. A. Rosas, 1910.
G uido y S pano , Carlos. Ráfagas. 2 tomos. Buenos Aires, Igon Hermanos
Editores, 1879.
G utiérrez , Juan María. “Noticias biográficas sobre Don Esteban
Echeverría”, Dogma socialista. De Esteban Echeverría. 1837; Bue­
nos Aires, El Ateneo, 1947.
— Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos
ires,1868; Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1915.
A
— “Vida de Esteban Echeverría.” Incluido en Echeverría, Esteban.
Obras pletas, 1951 ; Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora.
com
1972.9-52.
H alperín D onghi, Tulio. José Hernández y sus mundos. Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1985.
— El pensamiento de Echeverría. Buenos Aires, 1951.
— Politics,Economics and Society in Argentina in the Revolutionary
Period. Trad. inglesa de Richard Southern. Cambridge, Cambridge
University Press, 1975.
— Revolución y guerra: formación de una elite dirigente en la
Argentina criolla. 2* edición. México, D.F., Siglo XX I editores.
1979.
H enríquez U reña , Pedro.L a i corrientes literarias en la América Hispana.
México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1949.
H ernández, José. Artículos periodísticos de José Hernández. Ed. Walter
Rela. Montevideo, Editorial E l Libro Argentino, 1967.
— Personalidad parlamentaria de José Hernández. La Plata, Cámara
de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, 1947.
— Prosas de José Hernández. Ed. Enrique Herrero. Buenos Aires,
Editorial Futuro, 1944.
— Prosas y oratoria parlamentaria. Ed. Rafael Oscar Ielpi et al.
Buenos Aires, Editorial Biblioteca, 1974.
H ernández, Pablo. Conversaciones con el Teniente Coronel Aldo Rico y
De Malvinas a la Operación Dignidad. Buenos Aires, Editorial
Fortaleza, 1989.
H ernández, Rafael. Pehuajó: Nomenclatura de las calles. Buenos Aires,
1896.

328
Hernández Arregui, JuanJosé. Laformación de la
Buenos Aires, Ediciones Hachea, 1960.
— Imperialismo y cultura: la política de la inteligencia a
Buenos Aires, Editorial Amerinda, 1957.
Herring, Herbert. A History o f Latin America from the Beginnings to the
Present. 28edición. Nueva York, Alfred A. Knopf, 1965.
Ibarguren, Carlos. Juan Manuel de Rosas, su vida, su tiempo, su dratna.
1939; BuenosAires,Librería“La Facultad”deJuanRoldányCta., 1933.
— Las sociedades literarias y la revolución argentina. Buenos Aires,
Espasa Calpe Argentina, 1937.
Ibarguren, Federico. Nuestra tradición histórica. Buenos Aires, Edicio­
nes Dictio, 1978.
Ingenieros, José. La evolución de las ideas argentinas. 2 tomos, 1918;
Buenos Aires, Editorial Futuro, 1961.
— Los iniciadores de la sociología argentina: Sarmiento, Alberdi y
Echeverría. Buenos Aires, P. Ingenieros, 1928.
Irazusta, Julio y Rodolfo. La Argentina y el imperialismo británico: Los
eslabones de una cadena 1806-1833. Buenos Aires, Editorial Tor,
1934.
I razusta, Julio. Breve historia de la Argentina. 2Sedición. Buenos Aires,
Editorial Independencia, 1981.
— Ensayos históricos, 1952; Buenos Aires, Editorial Universidad de
Buenos Aires, 1968.
— TomásManueldeAnchorena, 1950;BuenosAires,EditorialHuemul,
1962.
Iriarte, Tomás de. Memorias. 12 tomos. Buenos Aires, Ediciones Argen­
tinas, 1945.
J auretche, Arturo. Manualde zonceras argentinas. Buenos Aires, A. Peña
Lillo editor, 1986.
— Elmediopelo enlasociedadargentina. Buenos Aires, A. PeñaLillo,
1966.
— Los profetas del odio. Buenos Aires, Ediciones Trafac, 1957.
J effrey, William H. Mitre and Ar gemina.H ueva Y ork, Library Publishers,
1952.
JiTRiK, Noe. Muertey resurrección de Facundo. Buenos Aires, Centro Edi­
tor de América, 1968.
J ones, Kristine. “Civilization and Barbarism and Sarmiento’s Indian
Policy.” Trabajo sin publicar presentado en Harvard University,
Oct. 15,1988.1-16.
King, John. Sur: A study of the Argentine literary journal and Us role in
the development of a culture, 1931-1979. Cambridge, Cambridge
University Press, 1986.
K olinski, Charles J. Independence or Death! The Story of the Paraguayan
War. Gainesville, University o f Florida Press, 1965.

329
K orn, Alejandro. Influenciasfilosóficas en la evolución nacional.
Bue­
nos Aires, Editorial Claridad, 1936.
Kroeber, Clifton B. “Rosas and the Revision of Argentine History,
1880-1955”, Interamerican Review of Bibliography 10 (1960)
3-25.
La lira argentina, o colección de piezas poéticas dadas a luz en Buenos
Aires durante la guerra de independencia. Ed. Pedro Luis Barcia,
1824; Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1982.
La Moda. Edición facsímil. Buenos Aires, Academia Nacional de la
Historia, 1938.
L eonard, Irving A. Baroque Times in Old Mexico. Ann Arbor, University
of Michigan Press, 1959.
— Books of the Brave. Cambridge, Harvard University Press, 1949.
L evene, Ricardo. Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y -
no Moreno. 4 tomos. Buenos Aires, Editorial Peuser, 1960.
L ewis, Wyndam. “De Tocqueville and Democracy”, The
54 (1946) 557-575.
L ichtblau, Myron I. TheArgentineNovel in Century. Nueva
York, Hispanic Institute in the United States, 1959.
L ópez, Vicente Fidel. Historia de la República Argentina: su origen, su
revolución y su desarrollo político, 10 tomos. 1883-1893; Buenos
Aires, Kraft, 1913.
L udmer, Josefina. El género gauchesco: Un tratado sobre la patria.
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988.
L una , Félix. Los caudillos. Buenos Aires, Editorial Jorge Alvarez, 1876.
L ynch, John. Argentine Dictator:Juan Manuel de Ros
Oxford, Clarendon Press, 1981.
M ansilla, Lucio V. Rozas: Ensayo histórico-psicológico. 1913; Buenos
Aires, Edición Argentina, 1946.
— Una excursión a los indiosranqueles. Ed. Mariano de Vediay Mitre,
1870; Buenos Aires, Biblioteca de Clásicos Argentinos, Ediciones
Estrada, 1959.
M ármol, José. Amalia. Ed. Juan Carlos Ghiano, 1855; México, Editorial
Porrúa, 1971.
— Asesinato del Señor Dr. D. Florencio Varela y Manuela Rosas. Ed.
Juan Carlos Ghiano, 1848; Buenos Aires, Casa Pardo, 1972.
M artínez E strada , Ezequiel. Muerte y transfiguración de Martín Fierro.
México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1948.
— Radiografía de la pampa, 1933; Buenos Aires, Editorial Losada,
1961.
M aube, JoséCarlos y José Raed. “Prólogo.”Las dos poi De Olegario
Víctor Andrade. Buenos Aires, Editorial Devenir, 1957.
M ayer, Jorge M. Alberdi y su tiempo. Buenos Aires, Editorial Universi­
taria de Buenos Aires, 1963.

330
— Prólogo.Lai “Bases” deAlberdi. DeJuanBautista A
Aires, Editorial Sudamericana, 1969.
M itre, Bartolomé. Estudios históricos sobre la revolución argentina:
Belgrano y Güemes. Buenos Aires, Imprenta del Comercio del
Plata, 1864.
— Historia de Belgrano y de la independencia argentina. 2*edición, 2
tomos. Buenos Aires, 1859.
— Obras Completas, 18 lomos. Buenos Aires, El Congreso de la
Nación Argentina, 1938.
M itre, Bartolomé et al. Galería de celebridades argentinas: Biografías
de los personajes más notables del Río de la Plata. Buenos Aires,
1857.
M olloy, Sylvia. At Face Value: Autobiographical Writing in Spanish
America. Cambridge, Cambridge University Press, 1991.
— “Imagen de Mansilla.” En La Argentina del ochenta al centenario.
Ed. Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo. Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1980.745-759.
M oreno, Manuel. “Vida y memorias del Doctor Mariano Moreno.” En
Memorias y Autobiografías, 1812; Buenos Aires, Imprenta M. A.
Rosas, 1910.
M oreno, Mariano. Escritos de Mariano Moreno. Ed. Norberto Piñero.
Buenos Aires, Biblioteca del Ateneo, 1896.
M organ , Edmund S. Inventing the People. Nueva York, Norton, 1988.
N avarro G erassi, Marysa. Los nacionalistas. Buenos Aires, Editorial
Jorge Álvarez, 1968.
P agés L array , Antonio. Prosas del Martín Fierro; Con una selección de
los escritos de José Hernández. Buenos Aires, Editorial Raigal,
1952.
P alacio , Ernesto. La historia falsificada. Buenos Aires, Editorial Difu­
sión, 1939.
P alacios, Alfredo L. Esteban Echeverría. Buenos Aires, La Tribuna Na­
cional, 1951.
P alcos , Alberto. Sarmiento, la vida, la obra, las ideas, el genio. Buenos
Aires, El Ateneo, 1938.
P aoli, Pedro de. Los motivos del Martín Fierro en la vida de José Her­
nández. Buenos Aires, Librería Huemul, 1968.
— Sarmiento: su gravitación en el desarrollo nacional. Buenos Aires,
Ediciones Theoría, 1964.
P a z , José María. Memorias postumas del brigadier general José María
Paz. 4 tomos. Buenos Aires, Imprenta de la Revista, 1855.
P elliza , Mariano A. Dorrego en la ¡ustoria de los partidos unitario y
federal. Buenos Aires, C. Casavalle, 1878.
P eña , Melcíades. De Mitre a Roca. Consolidación de la oligarquía
criolla. Buenos Aires, Fichas, 1968.

331
P erry, Ralph Barton. Puritanism anDemocra
Vanguard Press, 1944.
P erón , Eva. Discursos completos, 1949-1952. 2 tomos. Ed. Carlos E.
Hurst y José María Roch. Buenos Aires, Editorial Megafón, 1986.
P iccirrilu . Rivadaviaysu tiempo. 3 tomos, 1943; Buenos Aires, Edicio­
nes Peuser, 1960.
P rieto , Adolfo. La literatura autobiográfica argentina. Rosario, Facultad
de Filosofía y Letras, 1962.
— Proyectoy construcción de una nación. Ed.Tulio Halperin Donghi.
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980.
Puig, Juan de la C. ed. Antología de poetas argentinos. 10 tomos. Buenos
Aires, M. Biedma e Hijo, 1910.
P uiggrós, Rodolfo. Los caudillos de la Revolución de Mayo. 2! edición.
Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1971.
— Pueblo y oligarquía. Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1965.
R amos , Julio. “Entre otros: Una excursión a los indios ranqueles.” Filo­
logía (Buenos Aires) 21 (1986). 143-171.
R amos M ejía, José. Rosas y su tiempo. 2 tomos. Buenos Aires, 1907.
R avignani, Emilio. Antonio Sáenz,fundador yorganiza
sidad de Buenos Aires. Buenos Aires, 1925.
R ivera Lndarte , José. Rosas y sus opositores. Montevideo, ImprentadeEl
Nacional, 1843.
R ivera , Jorge B. La prim itiva literatura gauchesca. Buenos Aires, Edi­
torial Jorge Álvarez, 1968.
R ojas , Ricardo. Sarmiento: E l profeta de la pampa. Buenos Aires, Edi­
torial Losada, 1945.
R ock , David. Argentina 1516-1982: From Spanish Colonization to the
Falklands War. Berkeley, University of California Press, 1985.
— P olitics in Argentina1890-1930: The Rise and F a ll ofRadicalism.
Cambridge, Cambridge University Press, 1975.
R odríguez M olas , Ricardo E. H istoria social del gaucho. Buenos Aires,
Ediciones Marú, 1968.
R ojas , Ricardo. “Noticia preliminar.” Tragedias. Por Juan Cruz Varela.
Buenos Aires, J. Roldan, 1915.
— E l radicalism o de mañana. 1932; Buenos Aires, Editorial Losada,
1946.
— La restauración nacionalista. Buenos Aires, Ministerio de Justicia
e Instrucción Pública, 1909.
R omero, José Luis. Las ideas políticas en A rgentina, 1946; Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 1983.
R osenblat , Ángel. Argentina, historia de un nombre. Buenos Aires,
Editorial Nova, 1949.
R osenkrantz, Eduardo S.La bandera de la pa tria . B uenos Aires, Editorial
“Grito Sagrado”, 1988.

332
R uiz- G uiñazú, Enrique. El Presidente Saavedra el pueblo so
1810. Buenos Aires, Ángel Estrada, Editores, 1960,
Epifanía de la libertad: Documentos secretos de la Revolución de
Mayo. Buenos Aires, Editorial Nova, 1952.
Saavedra, Cornelio. Autobiografía. En Memorias y .3
tomos, 1824; Buenos Aires, M. A. Rosas, 1910.
Sala de T ouron, Lucía et al. Artigas y su revolución agraria, 1811-1820.
México, D.F., Siglo Veintiuno, 1978.
Salessi, Jorge. La intuición del rumbo: el andrógino y su sexualidad en la
narrativa de Eugenio Cambaceres. Tesis doctoral, Yale University,
1989.
Sánchez, Luis. El pensamiento político del despotismo ilustrado. Madrid,
1953.
S ánchez R eulet, Aníbal. “La ‘Poesía Gauchesca’ como Fenómeno Lite­
rario”, Revista Iberoamericana 52 (1961) 281-299.
Sarmiento, Domingo Faustino. Civilización y barbarie: Vida de Juan
Facundo Quiroga. Ed. Raimundo Lazo. 1845; México, Editorial
Porrúa, 1977.
— ObrasdeD.F. Sarmiento. 39tomos. BuenosAires, ImprentaMariano
Moreno, 1900. Citado como Obras completas.
— Viajes po r Europa, África y Estados Unidos. Ed.JulioNoé.3tomos.
1849-1851; Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1922.
S ava, Walter. “Literary Criticism of Martín Fierro from 1873-1915”,
Hispanófila 25 (1982) 51-68.
S calabrini O rtiz, Raúl. El hombre que está solo y espera, 1931; Buenos
Aires, Editorial Plus Ultra, 1976.
— Historia de los ferrocarriles argentinos, 1939; Buenos Aires, Edi­
torial Devenir, 1958.
— PolíticabritánicaenelR íodelaPlata, 1939; Buenos Aires,Fernán­
dez Blanco Libros Argentinos, 1957.
— Tierra sin nada; Tierra de profetas, 1945; Buenos Aires, Plus Ultra,
1973.
Yrigoyen y Perón. Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1972.
S cobie, James R. Argentina: A City and a Nation. 2*edición, Nueva York,
Oxford University Press, 1971.
— La lucha por la consolidación de la nacionalidad argentina,
1852-1862.Traducción Gabriela deCiviny. Buenos Aires, Hachette,
1964.
S ebreli, Juan José. Apogeo y ocaso de 2* edición. Buenos
Aires, Siglo Veinte, 1974.
T iscornia , Elutorio F. “Vida de Andrade”. En Andrade, Olegario Víctor,
Obras poéticas. Ed. Eleutorio F. Tiscornia. Buenos Aires, Acade­
mia Argentina de Letras, 1943. vii-LX X V .
T jarks , Germán y Alicia Vidaurret de. E l cotnercio inglés y el contra-

333
bando: nuevos aspectos en el estudio de la política económica del
Río de la Plata, 1807-1810, Buenos Aires, 1962.
V arela, Juan Cruz. Poesías. Ed. Vicente D. Sierra. Buenos Aires, La
Cultura Argentina, 1916.
— Tragedias. Ed. Ricardo Rojas. Buenos Aires, J. Roldan, 1915.
V iS as , David. De Sarmiento a Cortázar. Buenos Aires, Ediciones Siglo
Veintiuno, 1971.
— Literatura argentina yrealidad política. Buenos Aire
1961.
VÉLEzSARsnELD,Dalmacio.“ E lG e n e ra lB elg ra n o .” In clu id o en Bartolomé
M itre. Estudios históricos sobre la revolución argentina: Belgrano
y Gñetnes. B u en os A ire s, 1 8 6 4 .
W eddell, Alexander W. “A Comparison of the Executive and Judicial
PowersUndcr theConstitutions of Argentina andtheUnited States”,
Bulletin o f the College o f W illiam and M ary 31
W eiss, John. The Fascist Tradition. Nueva York, Harper and Row, 1967.
WRiGirr lone S. y Lisa M. Nekhon. H istorical D ictio nary o f Argentina.
Mctuchen, The Scarecrow Press, 1978.

334
índice

Prólogo a la edición en español ............................................ 9


Prefacio ................................................................................................ 11

1. Preludio a la nacionalidad....................................... 17
2. Mariano Moreno..................................................... 40
3. Populismo, federalismo y gauchesca...................... 63
4. Los rivadavianos..................................................... 98
5. La Generación de 1837, Parte 1 ............................... 131
6. La Generación de 1837, Parte I I ............................. 165
7. Alberdi y Sarmiento: E l abismo que crece.............. 188
8. Bartolomé Mitre y la galería de celebridades
argentinas................................................................ 208
9. Raíces del nacionalismo argentino, Parte I ............. 235
10. Rafees del nacionalismo argentino, Parte I I ............. 273

E pílogo ................................................................................. 322


B ibliografía ............................................................................ 325
"Este brillante libro n arra la his­
to ria d e las historias q u e e -
m ergieron en la A rgentina del
siglo XIX. Revela una fascinante
serie de ficciones q u e fundaron
la nación y su cultura, de la m ano
de h é ro e s y villanos, utopias y
tragedias. Se lee co m o una n o ­
vela, p e ro está d o cu m e n ta d o
com o un tra ta d o científico.”

Josefina Ludmer, Universidad de


Buenos Aires

“Original en su co n cep ció n y su


ejecución, lleno d e d a to s e in­
te rp re ta c io n e s in teresan te s, útil
e iluminador... Shumway es p a r­
ticula rm en te bu en o al tr a ta r los
variados u so s q u e s e d a a la
historia en la A rgentina.”

David Rock, Universidad de


California, Santa Barbara

"U na invitación a re le e r a la
A rgentina d e una fo rm a n ueva y
dinámica, una em p resa desafiante
si u no to m a en c u e n ta la elas­
ticidad d e los m ito s cu ltu rales en
el país.”
Sylvia Molloy, Universidad de Y

"Shumway a c i e r t a e n s u
cautivan te discusión d e los in te­
lectuales q u e co n ta n ta audacia
b u scaro n tra n sfo rm a r a su país y
cuyos d e b a te s siguen a c ech an d o
a su p o ste rid a d .”

David Brading,The New York Times


JI ro m p e r sus lazos con España, cada nueva
m
L
nación in d e p e n d ie n te d e A m é ric a Latina d eb ió fo rjar
rá p id a m e n te su id entidad nacional. La idea de A rg entina
c o m o nación —so s tien e Nicolás Shumway— se d esarrolló
e n tre 18 0 8 y 18 8 0 , d e la m an o de figuras tan diversas
c o m o M a ria n o M o re n o , B a rto lo m é H idalgo, A rtigas,
E c h e v e rría , S a rm ie n to , A lb e r d i, M it r e , H e rn á n d e z ,
G u id o y S pano y O le g a rio V. A n d ra d e .
En e s te lib ro original y p e n e tra n te , el a u to r analiza
las id e o lo g ía s q u e s u b y a c e n b a jo las “ fic c io n e s
o rie n ta d o ra s ” q u e estos h o m b re s legaron al país, desde
los in te n to s d e H id a lg o p ara re a lz a r el fo lk lo re del
ca m p o a rg e n tin o en su poesía gauchesca, hasta los
n o ta b le s e s fu e rzo s d e M it r e p o r e s ta b le c e r una h isto ria
d id áctica y ejem p lar.
Las ideas co n tra p u e s ta s s o b re la h is to ria y el
d e s tin o n ac io n ales, los m ito s d el p asado en sum a, siguen
g ra v ita n d o e n los c o n flic to s d el p r e s e n te . Este ensayo
au d az, q u e d e s p ie rta la p o lé m ic a , re s u lta pues d e sum a
u tilid a d p a ra e n te n d e r m e jo r la a c tu a lid a d d e l país.

ISSN 950-04-1274-8

9*7895QQíi4 12 7 4 2 i 2 3 .4 4 2

S-ar putea să vă placă și