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Infancias y adolescencias:
la pregunta por la educación en los límites del discurso pedagógico
Silvia Serra
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o por igualdad y justicia, cuando se trabaja sobre las acciones que se ponen en juego
para concretarlas.
Los avatares del pensamiento hacen que ese desmesurado “singular” que este
ejemplo pone en juego sea hoy sospechado. Dos argumentos hay sobre esta sospecha el
primero tiene que ver con su desmesura, con el “tufo” de plenitud y de felicidad que
escuda. Es sabido que la educación no lo puede todo y que algo del orden de la
imposibilidad se juega en toda relación pedagógica.
El otro argumento tiene que ver con que este tipo de respuestas no deja emerger
un sujeto con marcas, culturas, realidades, formas de vivir y habitar este suelo que
pueden no estar acordes con él, desde el interior de la pedagogía se admite la
contingencia y precariedad de las identidades, de las formas de entender la infancia o la
adolescencia. Se pone en duda ese singular y se admite distintos modos de habitar la
infancia, con diferencias que no tengan jerarquías sino múltiples posibilidades. Tiene
que ver con que la pluralidad del inicio necesita ocupar la singularidad del fin.
Admitir la existencia de infancias y adolescencias es más que el reconocimiento
de la compleja realidad social, de que distintos grupos de chicos y jóvenes constituyen
su experiencia desde modos hasta opuestos (piénsese en las infancias hiperealizadas e
desrealizadas, en las jóvenes madres sustento de su hogar y las muchachas de la misma
edad para las cuales la maternidad y el autosometimiento económico es sólo un
proyecto de un lejano futuro). Es reconocer que el futuro no tiene un solo camino, un
solo modo de ser mujer, hombre, ciudadano, profesional, obrero. Es interrumpir la
unidireccionalidad de todo proceso pedagógico en cuanto único arquitecto de modo de
habitar una cultura.
Silvia Duschatsky
Familia y escuela eran los pilares por excelencia encargados de inscribir subjetivamente
los lugares de enunciación de niños, jóvenes y adultos, las posiciones que cada uno
ocupa en torno del principio de ley. Las sociedades disciplinarias disponían de una serie
de dispositivos que hacían posible que la ley en sí, la verdad en su enunciado,
adquiriera consistencia emocional, ya sea para configurase a imagen y semejanza de
ella o para huir de sus efectos opresivos.
Las formas de configuración históricas de la infancia y la juventud podían ser
pensadas como acto de institución.
Ser niño o joven no correspondía a un acto natural sino a una producción social
orientada a consagrar un estado de cosas a imponer -un derecho de ser que es un deber
ser-. Un acto de institución es un acto de comunicación particular que logra conferirle a
alguien sus marcas de identidad. El siglo XX produjo vastos inventarios sobre quién es
el niño; la psicología informó sobre sus etapas de desarrollo y los modos de estimular
un crecimiento saludable; la pedagogía, por su parte, se ocupó de prescribir qué debía
saber el alumno en cada momento y cómo colaborar para apoyar una progresiva
autonomía. Por su parte también los jóvenes fueron clasificables; la sociología los pensó
desde la categoría de “moratoria social”: tiempo de espera, tiempo de postergación,
paréntesis destinado para preparase para las responsabilidades ciudadanas.
Si la institución consiste en ligar símbolos a significaciones y hacerlos valer como
tales, los niños, jóvenes o adultos, en tanto instituidos, configuraban un modo específico
de habitar el mundo. En estas coordenadas, ser niño suponía la condición de
dependencia respecto del adulto, ausencia de saber, indefensión, y, por el contrario, ser
adulto implicaba portar autoridad, saber, recursos de protección.
¿Qué ocurre cuando la experiencia muestra “niños”, “jóvenes” o “adultos” que no
se dejan atrapar por un conjunto preciso de atributos? Actualmente se asiste a nuevas
formas de existencia social que parecen generarse más allá de variantes estructurales,
leídas en término de sus correlatos o de sus desviaciones, los tiempos actuales enfrentan
a producciones de subjetividad que no se dejan explicitar desde la perspectiva paterno-
filial o desde las operaciones instituidas, sostenidas en el principio de la ley y, en
consecuencia, demandan nuevas claves de pensamiento capaces de designar lo que
acontece.
El análisis de dos experiencias: la de Lucas, un niño que habita en un barrio del
conurbano bonaerense y la de un grupo de jóvenes que viven en la periferia de la ciudad
de Córdoba puede ayudar a desanudar el problema planteado.
Lucas tiene 9 años y vive en Solano, participa de la murga y el merendero que
organiza el movimiento piquetero del barrio. Pero Lucas no fue traído por sus padres,
responsables de su alimentación y preocupados por que despliegue alguna actividad
artística. Mientras merodea las calles, choca con un grupo de gente bailando y comiendo
en el comedor barrial, se siente atraído por esa presencia desea estar ahí. Sus padres
parecen ignorar los ardides que su hijo pone en juego en el barrio. Lucas y otros chicos
comienzan a formar parte de los talleres que impulsa la agrupación comunitaria de
Solano, pero muchos de estos lo hacen más allá del beneplácito de sus padres. Este
hecho provoca un conflicto en el MTD de Solano, que decide que los emprendimientos
realizados tienen como beneficiarios sólo a los que trabajan en las iniciativas del
movimiento. En una asamblea surge la pregunta: ¿Qué hacer con estos chicos que se
acercan espontáneamente, independientemente de sus padres? Y la decisión no tarda en
llegar: “ellos eligen venir, ellos son compañeritos, compañeros pibes y nosotros nos
equivocaríamos sino no lo aceptáramos así”.
¿Es Lucas un niño, un ser inscripto en el espacio de la ley, sometido a las figuras
portadoras de autoridad (padres y maestros), incapaz de decidir, resguardado en
espacios especialmente diseñados para él y sus pares? ¿Son sus padres referentes para
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allí se lo cogen al que habían bautizado para que si llega a caer en los reformatorios no
hable para cuando le pase algo así. Después se lo saca al centro y allí se lo deja para que
haga el primer choreo”.
Este rito se arma con las reglas de la institución represiva -en este caso: las de la
policía, los institutos carcelarios y de minoridad-. La ley simbólica aquella que al
tiempo que prohíbe también posibilita, se ha borrado para devenir sólo amenaza y
agresión.
Las reglas que dan consistencia al bautismo reproducen la práctica de los lugares
de encierro, en esta operación se juega una respuesta a la perversión ejercida por la
fuerza represiva, respuesta que puede entenderse como un modo de restarle poder o
eficacia al poder del otro al ser apropiada y anticipada por ellos. Los chicos se apropian
de las reglas del otro represivo con la finalidad de anticipar un peligro inminente (caer
en “cana” o en un instituto de minoridad), que se desata como consecuencia natural de
la práctica del robo y la transa de drogas: “ya me va a tocar a mí”. En este rito se juega
el exceso, el desafío al sufrimiento, una suerte de inmolación al exponer el cuerpo a la
agresión del par y a una práctica sexual que tiene como fin anticipar las situaciones de
vejación a las que están expuestos. El pasaje al estatuto de “choro fino” simboliza la
iniciación de otra condición: el que se la banca, el que será capaz de tolerar el
sufrimiento y la tortura, el que podrá callar. Haber superado las pruebas implica
alcanzar un estatuto de respetabilidad en el interior del grupo.
Esta práctica ritual cumple una función de inscripción, filia a un grupo, no a una
genealogía o a una cadena generacional; marca formas comunes de vivir un espacio y
un tiempo que es puro presente y confiere una identificación en las precisas y duras
fronteras de esa situación.
Nos hallamos frente a una lógica de producción de valores bien distinta a la
transitada en las instituciones modernas. No se trata de valores en tanto principios
universales, enunciados en nombre del bien, sino de lo que resulta “valioso” en
condiciones particulares de inscripción social y en circunstancias específicas de vida.
Lo valioso es aquí una construcción situacional. Tampoco se trata de los valores como
un cuerpo que da forma a una experiencia mediante la socialización institucional, sino
que es la experiencia, la práctica de vida, la que produce esto o aquello como valor. Así
el zafe, las lealtades, el aguante frente a las adversidades o la responsabilidad frente al
rostro del otro que me interpela son lo que arma lazo, ligadura, sostén, trama: precaria,
contingente, frágil, pero real. Nos encontramos con que la filiación puede ser grupal,
fraterna y no necesariamente genealógica y que la autoridad es más operación de
afectación que institución de ley.
¿Qué es ser humano cuando lo humano ya no es inexorablemente producto de los
instituidos? La humanidad es hoy más que nunca posibilidad (puede ser) y contingencia
(puede no ser). La humanidad puede perderse vía default, disolución del trabajo,
devastación de todo sostén de existencia social o puede ganarse vía reapertura de
fábricas, emprendimientos productivos en barrios y escuelas, cadenas de trueque,
producción de situaciones de ligadura social. Se trata entonces de pensar como hacer
para que un posible tenga lugar, advenga existencia.
Violeta Núñez
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Presentación
2. La exclusión
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a devenir causa única del fenómeno en cuestión, lo cual aboca a los efectos de la
simplificación o del simplismo exagerado necesario para sostener ese principio de
eficacia.
Otro tema es la prudencia en el momento de establecer qué fenómenos son
susceptibles de prevención. Y pensar si es posible prevenir los comportamientos de las
personas considerados moralmente malos, ya que la noción de prevención se nutre de
una vocación intervencionista. Convoca a intervenir en la vida de otras personas, allí
donde se considera que su salud o su vida están en peligro.
Si nos preguntamos que tipo de sociedad se pretende a partir de la prevención, se
podría responder que se trata de una sociedad sana, saneada por la erradicación de eso
que excede la norma. Se considera que eso representa un peligro para quienes están en
situación y esta certeza habilita a las instituciones y a los profesionales a la gestión
diferencial de las poblaciones, más que a su asistencia o educación.
Esta línea opera estableciendo categorías diferenciales de individuos. En una
población dada, cualquier diferencia que se objetive como tal puede dar lugar a un perfil
poblacional. Luego viene la gestión de aquellos, a través procesos de distribución y
circulación en circuitos especiales: recorridos sociales bien definidos para esos perfiles
poblacionales previamente establecidos.
Si por perfil poblacional se entiende un subconjunto susceptible de entrar en un
circuito especial, “se dibuja así la posibilidad de una gestión previsiva de los perfiles
humanos”.
Por ello prevenir es vigilar, ponerse en lugar social que invita prevenir la
emergencia de acontecimientos indeseables: enfermedades, anomalías diversas,
conductas desviadas, actos delictivos, etc., en poblaciones estadísticamente definidas
como portadoras de esos riesgos.
De esto se desprende una imputación implícita a cada uno de los sujetos
pertenecientes a esos perfiles poblacionales, sobre sus comportamientos futuros, del tipo
“madre soltera engendra hijos con riesgos” de manera tal que se prevé resultando así
justificada la intervención preventiva sobre esa persona: no es necesario esperar para
intervenir.
Tal vez ello responda a las promesas que la noción de prevención parece encerrar:
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· La inserción como política social: trata la inclusión de una cosa en otra. Admite
la exclusión como hecho y a la vez, borra la operación de legitimación o de
naturalización de ella. Inserción/exclusión se juegan aquí como términos de
alternancia de un mismo movimiento.
Ricardo Baquero
Hace tiempo que reocupa ciertos usos de que son objeto las conceptualizaciones y
prácticas psicológicas, y los efectos que poseen en la toma de decisiones educativas. Se
trata de los usos de las categorizaciones relativas a definir las posibilidades de los
sujetos de ser educados, entendiendo esta posibilidad en términos de su capacidad para
ser educados. Una variante de la noción de educabilidad de los sujetos.
Un conjunto de discursos y prácticas psicoeducativas tienden a entender esta
educabilidad, en términos de capacidades que portan los sujetos, como si las
posibilidades de aprender pudieran ser definibles en términos técnicos a partir de un
examen de los atributos del sujeto, su CI, su madurez relativa, su desarrollo lingüístico,
etcétera.
Esta visión que sintoniza con el sentido común educativo y presenta un grado
enorme de verosimilitud, parte de una operación denominada falacia de abstracción de
de la situación. Falacia que no consiste en ignorar la situación social o familiar o
vincular del alumno bajo sospecha, sino en abstraer las particularidades de la situación
educativa en tanto escolar. La definición de los grados o modos o imposibilidad de ser
educado un sujeto, no es una tarea técnico-psicométrica sino política. Inscripto el
problema de la educabilidad en una perspectiva situacional, su definición es un
problema político.
Este planteo es un problema actual en la medida en el que el sentido común
continúa operando una suerte de naturalización, tanto del sujeto como del espacio
escolar. Al hacerlo, el único conflicto es el de la contradictoria naturaleza del alumno
con respecto a las exigencias que el formato escolar imprime como demanda de trabajo
según su particular régimen. Pero en la medida en que no se posea herramientas para
atrapar las relaciones de inherencia que existen entre las posiciones subjetivas y la
distribución de posiciones que otorgan dispositivos como el escolar y que este último
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La matriz comeniana
Un elemento importante lo constituye la posibilidad de entender a las prácticas
escolares como prácticas culturales específicas, productoras posibles -o no-, de
posiciones subjetivas específicas o, en término de las psicologías evolutivas,
productoras de cursos específicos del desarrollo.
Los análisis de la relación existente entre las prácticas de escolarización masiva y
la constitución de la infancia moderna dan cuenta del carácter culturalmente definido
del curso de los desarrollos posibles. La producción de la infancia moderna descansa
sobre la base del niño no infante y ve denunciado su carácter no natural en la misma
existencia de los niños de la calle.
En la medida en que un proceso histórico y cultural, como el encierro de los niños
en el espacio escolar, aparece para el sentido común cosificado como la condición
natural para aprender, un niño que no aprende aparece como un niño sospechado en su
naturaleza. Esto se ve como la presencia de una matriz comeniana, pero sin la confianza
comeniana en la bondad de la obra divina. La didáctica Magna presuponía una
naturaleza educable como constitutiva e inherente de lo humano. Si bien suponía la
necesidad de construcción de un método único -mal que inaugura probablemente el
problema de la atención a la diversidad-, este método único debía ser el resultado de un
proceso de construcción por parte del educador. Construcción que debía estar atenta a la
diversidad de voluntades y talentos.
El método debía lograr amparar al universo de alumnos, ya que todos o -casi
todos- portan, en humanos y creación divina, una naturaleza educable. El método
probaba su corrección al detectar a los incorregibles, pero luego de haberse asegurado
de que era capaz de atrapar a la inmensa mayoría, ya que los no educables constituían
una despreciable minoría, según Comenius, de monstruos infrecuentes.
Comenius, advierte sobre el hecho de que será relativamente frecuente encontrar
dificultada la enseñanza, pero no tanto por los defectos naturales del niño sino por
efectos probables de las prácticas de crianza o la adopción de malos hábitos.
Lejos de invitar a renunciar a la tarea de educar a los que no parten de condiciones
de partida óptimas, insiste sobre la necesidad de trabajar sobre lo que denominaremos
condiciones de educabilidad.
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El lugar de la mirada
distintos significados.
Se mantiene con algunos de ellos la primera entrevista de una serie que se irá
profundizando con el correr de la experiencia; se trató de rastrear las huellas de su paso
por la escuela durante la infancia y la adolescencia. Al respecto fueron surgiendo
recorridos comunes:
Para ellos, concurrir a la escuela hoy significa recuperar aquello que no les fue
dado, contactar con el conocimiento desde un vínculo que pudo vislumbrarse, pero
ausente en su momento.
Otro rasgo común es el puente que trazan entre la escuela del pasado y el penal,
ambas con su impronta disciplinadora, enseñando a respetar la autoridad desde el
condicionamiento de una conducta clasificada y calificada.
La escuela 10 se presenta para ellos como el lugar que les permite rescatar algo del
orden del calor y el sabor de una infancia recuperada en la “maestra-madre que trae
masitas, tortas o gaseosas”. Representa también el espacio del encuentro, la charla y la
contención, algo así como una estancia agradable dentro del encierro, que les facilita el
reencuentro con ellos mismo en la medida que van tendiendo hilos con una pasado que
quedó borroneando y necesita re-editarse.
plantear los beneficios de esta actitud. Es consciente de que la tarea es lenta y a largo
plazo, de que sus resultados no podrán vislumbrarse ya, por lo difícil que es quebrar el
laborioso trabajo de lo carcelario como inductor inexorable del delito.
Lo suyo no consiste en un programa, ni en un conjunto de estrategias, se trata de
una manera de ser, de relacionarse, de ponerse a disposición, para enseñar y aprender,
para escuchar y dialogar. De ahí que rechace de plano dos posturas: “la conmiseración
que sugieren ciertos colegas al hablar de los internos y la del Servicio Penitenciario,
para quienes son todos iguales”.
A modo de cierre de estos escritos, podríamos decir que “las charlas de maestro a
maestro”, mantenidas con M., nos van posibilitando correr los velos de lo dicho y lo
entredicho, del lleno del relato al vacío de los intersticios, dejando filtrar una especie de
inteligencia callada que va anunciando, en estas prácticas, la confluencia de lo
pedagógico con lo político y lo filosófico, en tanto se van perfilando por los senderos de
la autonomía y la emancipación.
El problema de la representación:
balances y dilemas
Carli, Sandra
Introducción
La crisis de representación
Una evaluación de la década del ´90 y del presente en la Argentina indica algunos
balances y dilemas.
1) Durante la década del ´90, se produjeron interpretaciones antagónicas sobre la
población infantil. Durante mucho tiempo esos antagonismos fueron
invisibilizados; hoy se cristalizan en una cotidianidad que nos muestra día tras
día la miseria creciente de niños y jóvenes. Una potencial propuesta de
identidad fue negada y ello se inscribió en forma material y simbólica en las
biografías familiares e infantiles de buena parte de la sociedad argentina.
2) Durante la década del ´90 hubo un predominio de retóricas sobre la infancia
que fueron acompañadas por la producción de actos de decisión política
sustantivos que, al fijar las identidades infantiles a la pobreza y la exclusión,
fracturaron la posibilidad de reproducción intergeneracional de la sociedad
argentina. Las formas de de genocidio públicas o encubiertas son resultado de
decisiones políticas y suponen la constitución de no-sujetos o de sujetos no
imaginados.
3) La relación de representación supone representantes diversos (tanto dentro del
mismo Estado como dentro de la sociedad civil) y actores representables
diversos (abandonados, chicos de la calle, chicos que cometen delitos, etc.). Si
bien es necesario pensar desde un punto de vista teórico-político a la población
infantil como totalidad, ello requiere situar las perspectivas y acciones de
distintos representantes que posibilitan o impiden la construcción de esa
totalidad. Una totalidad en la que puede recuperarse lo común de la
experiencia infantil, a la vez que dé lugar a políticas para el conjunto de los
niños nacidos en el territorio argentino.
4) Constituye un desafío situar el problema de la infancia como un problema
público desbordando los límites políticos, institucionales y sociales del Estado
y de la sociedad civil. Para ello es necesaria una selección de las mejores
tradiciones culturales, que permita filiar el problema de la infancia con la
historia de la Argentina, con sus mejores actores sociales con sus más
importantes producciones culturales y experiencias educativas. La tradición
cultural, social y política de la educación pública, resulta sustantiva para
retomar algunos de sus rasgos fundantes: la inclusión social, la aspiración a la
construcción de una cultura común, la preparación de un niño en la
participación ciudadana.
Puentes escolares:
oportunidades educativas para chicos, chicas y adolescentes
en situación de calle
Pagano, Ana
Nicoletti, Elena
Montesinos, María Paula
Se trata de hacer puentes con escuelas primarias y secundarias y los chicos y las chicas
que deseen ingresar.
Apoyo al Centro de Adultos Isaura Arancibia, que depende de la Dirección de
Adultos del GCBA, ya que gran parte de su población escolar está constituida por
chicos y chicas en situación de calle.
En ambos casos, el equipo del proyecto hace un acompañamiento constante de su
tránsito por la escolaridad, apoyando tanto a los chicos y las chicas como a la
institución y sus docentes.
Son espacios coordinados por docentes que procuran poner a disposición de los
chicos y las chicas contenidos educativos y culturales más amplios. Se dispone de un
equipo interdisciplinario que en conjunto, y no fragmentariamente procura ir
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reflexionando sobre la práctica, al mismo tiempo que atiende las coyunturas que se
presentan, cuidando la singularidad de cada una de los chicos y las chicas.
El retorno a la escuela común de los niños y de las niñas es una tarea compleja,
por las características propias de la vida en situación de calle que chocan de plano con
aquellos requisitos que impone el proceso de escolarización propuesto por la escuela y
por ciertas dinámicas de su funcionamiento que no favorecen la incorporación y
retención de esta población, al tiempo que suelen ser poco acogedoras a la diversidad.
El desafío mayor es convocar al deseo y la voluntad del sujeto y no sólo para su
retorno a la escuela común, sino para lograr su participación en propuestas de
escolarización que pretenden interpelarlo como un sujeto activo, en procesos y
situaciones vinculados con el desear conocer y con la posibilidad de formularse
preguntas; en este punto, la obligatoriedad de la educación en esta población
necesariamente se debe traducir en esfuerzos que apelen a su deseo y voluntad.
A continuación se presentan algunas de las dificultades y obstáculos presentes en
el sistema educativo para lograr una inclusión educativa plena.
a) Por un lado, están las cuestiones vinculadas con los criterios de asistencia, los
requisitos de documentación, de edad, características del tutor y/o responsable de los
alumnos y de las alumnas, etc., que muchas veces chocan de plano con la realidad de
los chicos y de las chicas en situación de calle.
b) Por otro lado, desde el punto de vista del abordaje pedagógico-didáctico, continúan
con fuerte vigencia las propuestas centradas en los supuestos de un niño medio, donde
hay correspondencia entre edad y grado, que concurre sistemáticamente a la escuela y
sigue un progreso lineal ascendente en sus aprendizajes. Y en este punto se debería
tratar de no forzar a los sujetos a que encajen en formatos prediseñados sino pretender
que las teorías acerquen saberes en los que los diferentes sujetos tengan lugar.
c) Por último, partiendo de las representaciones sociales acerca del "otro", a pesar de las
nuevas configuraciones familiares, de la presencia de nuevos sujetos de la educación, a
pesar de la presencia del discurso políticamente correcto acerca de la necesidad de la
tolerancia y la importancia de la no-discriminación, el sistema educativo y muchas
escuelas continúan siendo poco permeables a la incorporación del otro, no se esta
aludiendo a una simple aceptación, a tolerar la diferencia (aclarando que la tolerancia se
asienta en una relación asimétrica: tolera aquel que tiene el poder para hacerlo y definir
la "diferencia tolerable"), sino a problematizar/desnaturalizar funciones, dinámicas,
estrategias y actitudes, de tal manera de poder efectivizar el derecho a la educación que
tienen, también, los chicos y las chicas en situación de calle.
2) Talleres escolares
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Estos desafíos no son fáciles por varias razones: porque constituyen un desafío a
los heredados modos de intervención pedagógica y didáctica diseñados para el formato
"escuela" y "niño-alumno"; porque promueve procesos de escolarización en contextos
no escolares y porque se enfrenta a las características particulares en que los chicos y las
chicas viven su cotidianeidad: periodos de ausencia por regreso al hogar, porque caen
presos, porque pasan por períodos prolongados de consumo de drogas, porque cambian
de "domicilio", etc.; cuestiones que chocarían de plano con ciertos requisitos propios de
intervenciones, como las educativas, que demandan tiempos y procesos diferentes
respecto de aquellos propios de la sobrevivencia en la calle.
Si bien los chicos y las chicas en situación de calle representan el extremo de
innumerables situaciones de vulnerabilidad social a la que están sometidas grandes
cantidades de niños y niñas de este país, muchas de sus características también están
presentes en las "escuelas comunes": la sobreedad, los chicos y las chicas que trabajan,
sea en el ámbito doméstico o en la calle, prolongadas ausencias, y la presencia de la
droga.
El agente principal de los talleres son los y las docentes a cargo de los chicos y las
chicas de la calle, cuya función se sostiene en la convicción de que la inclusión de ellos
y ellas en un escenario educativo es muy importante. Esta estrategia inclusiva puede
operar como sustitución de la obligatoriedad que sostiene habitualmente a los chicos y
las chicas en la escuela. Se plantea entonces la necesidad de un trabajo de
acompañamiento de los y las docentes, que permita fortalecer sus capacidades y los
ayude en las dificultades que se plantean en esta tarea.
Los talleres se presentan como un encuentro entre una oferta de actividad con un
tiempo fijo y una necesidad de ocuparlo, creando un lugar de sostén transitorio hasta
que algo se afirme.
Es importante pensar los talleres como oferta y no como demanda, situarlos como
algo que se sostiene desde un deseo de transmitir conocimiento a quien quiera tomarlo,
por las razones que fuere, y no una demanda, ya que un pedido para que los chicos y las
chicas vengan genera cierta obligación a satisfacer sus expectativas, a darle lo que
esperen o, caso contrario, ser descalificados por ellos y ellas.
Es clave el alojamiento del chico y de la chica, instalarse como otro confiable,
diferente de las relaciones de calle, y sostener una permanencia y una regularidad en los
Talleres.
La función de los educadores y las educadoras no es la de reemplazar a los padres
reales ni la de ocupar el lugar de los padres ideales, sino la de adultos que, al entender el
trabajo interior de cada chico y cada chica, los y las acompañan en la tarea de
acomodarse a nuevas formas de convivencia social, en las cuales el mutuo respeto, el
reconocimiento de las normas, la participación en la construcción de esa convivencia
sean un objetivo común esto supone una participación activa de los chicos y las chicas
en la elaboración de esas pautas y esas normas.
Aún así, hay una tensión entre el sostén de la decisión singular del chico y de la
chica y el sostén de las normas.
La autoridad remite a la responsabilidad. Si el adulto o la adulta se retiran de ese
lugar de autoridad, lo que generan es una verdadera desprotección para los chicos y las
chicas.
La autoridad debe ser el marco donde el chico y las chicas pueden ir encontrando
sus soluciones particulares, confrontándose con lo imposible, con otros y otras que no
saben o pueden todo; y esto va a depender de los recursos subjetivos que tenga cada
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Una de las dificultades que se presentan con los chicos y las chicas en situación de
calle es su particular relación con el tiempo y el espacio. El chico y la chica en
situación de calle han hecho de ella su lugar, peligroso, duro, pero que se les presenta
como un espacio enorme y un tiempo sin horas, donde poco se puede, pero todo sería
posible. Dejar la calle es también una renuncia, una pérdida. Es probable que, en su
ingreso a un proyecto, reproduzcan al principio las relaciones de recelo y desconfianza
de la calle y cabe esperar que se avengan a algunas propuestas y reaccionen, a veces, en
forma incomprensible frente a otras.
Hay algunos que ingresan requiriendo un deseo de ser nombrados, reconocidos; a
otros les hace falta un lugar donde sostener lo que precariamente ya han conseguido,
cierto lazo familiar, ir a la escuela; otros necesitan de una palabra adulta que funcione
como límite, aunque no puedan pedirla y la reclamen por la vía de la trasgresión, por
medio de conductas impulsivas o delictivas. La complejidad de la tarea institucional
reside en poder reconocer esta singularidad.
Sobre la subjetividad.
El marco constitucional
Del análisis realizado se comprueba una práctica común que fue la de utilizar el
aparato coactivo del Estado para hacer justamente lo opuesto a lo que el Estado se
comprometió a través de la Constitución.
Si bien los programas que habitualmente se destinan a los menores son de tipo
asistencial, el que más recursos eroga es el programa de asignaciones familiares, que
funciona como un típico esquema de seguro social que recauda un impuesto sobre el
salario y paga asignaciones por diversas cargas de familia, en su denominación actual,
expansión y desarrollo de la familia. También se remuneran asignaciones diferentes
según que los hijos concurran o no al sistema educativo, según el número de y
condición de los hijos/as y conforme con el nivel del salario del jefe de hogar. Por
último, la cobertura del programa sólo comprende a los trabajadores asalariados
formalizados, dejando totalmente fuera de los beneficios a los hijos/as de trabajadores
informales.
El resto de los programas sociales focalizados es de tipo asistencial y sujeto a la
modalidad de test de recursos, situación que agrava todavía más las estigmatizaciones
señaladas, al tiempo que está probada su baja efectividad en la reversión de la pobreza y
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la indigencia.
Por ello, resulta urgente y necesario reformar las instituciones que se ocupan de la
minoridad en dirección a garantizar la efectiva consideración de los menores como
sujetos de derechos. Se trata de construir un sistema de arreglos institucionales que
garanticen efectivamente el goce de los derechos señalados.
Una política de seguridad en los ingresos de las personas es un elemento
imprescindible de un sistema institucional que sea efectivo para controlar los problemas
emergentes de la situación social y de la pobreza. Es una política necesaria para
empezar a cambiar las tendencias de los graves problemas sociales que afectan a
nuestras sociedades y promover la inserción social de los ciudadanos/as, especialmente
los ciudadanos/as menores de edad.
Se trata de elaborar proyectos económicos, sociales y políticos sustentables. En
particular, el derecho a disponer de un ingreso -en forma incondicional- que ofrezca una
base mínima para funcionar socialmente con bajo riesgo de desarrollar una trayectoria
que lleve a la pobreza.
La incorporación de la Convención de los Derechos del Niño en el sistema
jurídico argentino impuso obligaciones concretas que abarcan a los poderes del Estado.
Una forma de comenzar el proceso para su implementación sería generar auténticos
espacios de inclusión y fortalecer el ejercicio de derechos, tanto económicos, sociales y
culturales como civiles y políticos, evitando acciones asistenciales y de corto plazo.
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