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determinados sentimientos, modos de concebir, fragmentos de concepción del mundo, etc., que resultaban de las
combinaciones "espontáneas" de un determinado ambiente de producción material, con la "casual" aglomeración
de elementos sociales dispares. Este elemento de "espontaneidad" no se descuidó, ni menos se despreció:
fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo, para hacerlo homogéneo,
pero de un modo vivo e históricamente eficaz, con la teoría moderna. Los mismos dirigentes hablaban de la
"espontaneidad" del movimiento, y era justo que hablaran así: esa afirmación era un estimulante, un energético,
un elemento de unificación en profundidad; era ante todo la negación de qué se tratara de algo arbitrario, artificial,
y no históricamente necesario. Daba a la masa una conciencia "teorética" de creadora de valores históricos e
institucionales, de fundadora de Estados. Esta unidad de la "espontaneidad" y la "dirección consciente", o sea, de
la "disciplina", es precisamente la acción política real de las clases subalternas en cuanto política de masas y no
simple aventura de grupos que se limitan a apelar a las masas.
A este propósito se plantea una cuestión teórica fundamental: ¿puede la teoría moderna encontrarse en
oposición con los sentimientos "espontáneos" de las masas? ("Espontáneos" en el sentido de no debidos a una
actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la
experiencia cotidiana iluminada por el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo,
cosa que muy pedestremente se llama "instinto" y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que
primitiva y elemental). No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia "cuantitativa", de grado, no
de cualidad: tiene que ser posible una "reducción", por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y
viceversa. (Recordar que Kant quería que sus teorías filosóficas estuvieran de acuerdo con el sentido común; la
misma posición se tiene en Croce; recordar la afirmación de Marx en la Sagrada Familia, según la cual las
fórmulas de la política francesa de la Revolución se reducen a los principios de la filosofía clásica alemana.)
Descuidar --y aun más, despreciar-- los movimientos llamados "espontáneos", --o sea, renunciar a darles una
dirección consciente, a elevarlos a un plano superior insertándolos en la política, puede a menudo tener
consecuencias serias y graves. Ocurre casi siempre que un movimiento "espontáneo" de las clases subalternas
coincide con un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos
concomitantes: por ejemplo, una crisis económica determina descontento en las clases subalternas y movimientos
espontáneos de masas, por una parte, y, por otra, determina complots de los grupos reaccionarios, que se
aprovechan de la debilitación objetiva del gobierno para intentar golpes de estado. Entre las causas eficientes de
estos golpes de estado hay que incluir la renuncia de los grupos responsables a dar una dirección consciente a los
movimientos espontáneos para convertirlos así en un factor político positivo. Ejemplo de las Vísperas sicilianas
y discusiones de los historiadores para averiguar si se trató de un movimiento espontáneo o de un movimiento
concertado: me parece que en las Vísperas sicilianas se combinaron los dos elementos: la insurrección espontánea
del pueblo siciliano contra los provenzales --ampliada con tanta velocidad que dio la impresión de ser simultánea
y, por tanto, de basarse en un acuerdo, aunque la causa fue la opresión, ya intolerable en toda el área nacional-- y
el elemento consciente de diversa importancia y eficacia, con el predominio de la conjuración de Giovanni da
Procida con los aragoneses. Otros ejemplos pueden tomarse de todas las revoluciones del pasado en las cuales las
clases subalternas eran numerosas y estaban jerarquizadas por la posición económica y por la homogeneidad. Los
movimientos "espontáneos" de los estratos populares más vastos posibilitan la llegada al poder de la clase
subalterna más adelantada por la debilitación objetiva del Estado. Este es un ejemplo "progresivo", pero en el
mundo moderno son más frecuentes los ejemplos regresivos.
Concepción histórico-política escolástica y académica, para la cual no es real y digno sino el movimiento
consciente al ciento por ciento y hasta determinado por un plano trazado previamente con todo detalle o que
corresponde (cosa idéntica) a la teoría abstracta. Pero la realidad abunda en combinaciones de lo más raro, y es
el teórico el que debe identificar en esas rarezas la confirmación de su teoría, "traducir" a lenguaje teórico los
elementos de la vida histórica, y no al revés, exigir que la realidad se presente según el esquema abstracto. Esto
no ocurrirá nunca y, por tanto, esa concepción no es sino una expresión de pasividad. (Leonardo sabía descubrir
el número de todas las manifestaciones de la vida cósmica, incluso cuando los ojos del profano no veían más que
arbitrio y desorden.) (C. XX; PP 55-59.)
TEXTOS DE LOS CUADERNOS POSTERIORES A 1931
Concepto de "ideología".
La "ideología" ha sido un aspecto del "sensismo", o sea, del materialismo francés del siglo XVIII. Su
significación originaria era "ciencia de las ideas", y como el único medio reconocido y aplicado en la ciencia era
el análisis, la expresión significaba "análisis de las ideas", o sea, "búsqueda del origen de las ideas". Las ideas
tenían que descomponerse en sus "elementos" originarios y éstos no podían ser sino "sensaciones": las ideas se
derivan de las sensaciones. Pero el sensismo podía asociarse sin demasiadas dificultades con la fe religiosa, con
las creencias más extremadas en la "potencia del Espíritu" y en sus "destinos inmortales"; así ocurrió, por ejemplo,
que Manzoni mantuvo su adhesión general al sensismo incluso después de su conversión o retorno al catolicismo,
incluso al escribir los Inni Sacri, y hasta que conoció la filosofía de Rosmini 2.
Hay que examinar históricamente --porque lógicamente el proceso es fácil de captar y de comprender--
cómo el concepto de Ideología pasó de significar "ciencia de las ideas", "análisis del origen de las ideas", a
significar un determinado "sistema de ideas".
Puede afirmarse que Freud es el último de los ideólogos, y que De Man es un "ideólogo", cosa que da
todavía más extrañeza al "entusiasmo" de Croce y los crocianos por De Man. Lo que pasa es que hay una
justificación "práctica" de ese entusiasmo. Hay que examinar el modo cómo el autor del Ensayo popular [136
Bujarin] ha quedado preso en la Ideología, cuando la filosofía de la práctica representa una superación clara y se
contrapone históricamente a la Ideología. La misma significación que el término "ideología" ha tomado en la
filosofía de la práctica contiene implícitamente un juicio de desvalor y excluye que para sus fundadores hubiera
que buscar el origen de las ideas en las sensaciones y, por tanto, en la fisiología en último análisis: esta misma
"ideología" tiene que analizarse históricamente, según la filosofía de la práctica, como una superestructura.
Me parece que un elemento de error en la consideración del valor de las ideologías se debe al hecho (nada
casual, por lo demás) de que se da el nombre de ideología tanto a la superestructura necesaria de una determinada
estructura cuanto a las elucubraciones arbitrarias de determinados individuos. El sentido peyorativo de la palabra
se ha hecho extensivo, y eso ha modificado y desnaturalizado el análisis teórico del concepto de ideología. El
proceso de ese error puede reconstruirse fácilmente: 1) se identifica la ideología como distinta de la estructura y
se afirma que no son las ideologías las que cambian las estructuras, sino a la inversa; 2) se afirma que una cierta
solución política es "ideológica", o sea, insuficiente para cambiar la estructura, aunque ella crea poderla cambiar;
se afirma que es inútil, estúpida, etc.; 3) se pasa a afirmar que toda ideología es "pura" apariencia, inútil, estúpida,
etc.
Por tanto, hay que distinguir entre ideologías históricamente orgánicas, que son necesarias para una cierta
estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, "queridas". En cuanto históricamente necesarias, tienen una
validez que es validez "sicológica": organizan las masas humanas, forman el terreno en el cual los hombres se
mueven, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc. En cuanto "arbitrarias", no crean más que
"movimientos" individuales, polémicas, etc. (tampoco éstas son completamente inútiles, porque son como el error
que se contrapone a la verdad y la consolida). (C. XVIII; I.M. S. 47-49.)
Conviene destruir el muy difundido prejuicio de que la filosofía es una cosa muy difícil por el hecho de
ser actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos especializados o de filósofos
profesionales y sistemáticos. Conviene, por tanto, demostrar preliminarmente que todos los hombres son
"filósofos", definiendo los límites y los caracteres de esta "filosofía espontánea" propia de "todo el mundo", o sea,
de la filosofía contenida: 1) en el mismo lenguaje, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados,
2
El propagador literario más eficaz de la ideología fue Destutt de Tracy (1754-1836), por la facilidad y la popularidad de su exposición;
otro fue el doctor Cabanis, con su Rapport du Physique au Moral (Condillac, Helvetius, etc., son más estrictamente filósofos). Lazo
entre catolicismo e ideología: Manzoni, Cabanis, Bourget, Taine (Taine es maestro para Maurras y para otros de tendencia católica) --
"novela sicológica"-- (Stendhal fue alumno de Tracy, etc.). De Destutt de Tracy: la obra principal es Eléments d'Ideologie (Paris, 1817-
1818), más completos en la traducción italiana, Elementi di Ideologia del conte Destutt de Tracy, traducidos por G. Compagnoni,
Milano, Stamperia di Giambattista Sonzogno, 1819 (en el texto francés falta toda una sección, creo que la referente al Amor, conocida
y utilizada por Stendhal por la traducción italiana) (ibíd.).
y no ya sólo de palabras gramaticales vacías de contenido; 2) en el sentido común y en el buen sentido; 3) en la
religión popular y también, por tanto, en todo el sistema de creencias, supersticiones, opiniones, modos de ver y
de obrar que desembocan en lo que generalmente se llama "folklore".
Una vez demostrado que todos los hombres son filósofos, aunque sea a su manera, inconscientemente,
porque ya en la más pequeña manifestación de cualquier actividad intelectual, el "lenguaje", está contenida una
determinada concepción del mundo, se pasa al segundo momento, al momento de la crítica y de la conciencia, o
sea, a la cuestión ¿es preferible "pensar" sin tener conciencia crítica de ello, de un modo disgregado y ocasional,
o sea, "participar" de una concepción del mundo "impuesta" mecánicamente por el ambiente externo, esto es, por
uno de los tantos grupos sociales en los que cada cual se encuentra inserto automáticamente desde que entra en
el mundo consciente (y que puede ser la aldea o la provincia, puede tener su origen en la parroquia, en la "actividad
intelectual" del cura o del viejarrón patriarcal cuya sabiduría es ley, o en la mujeruca que ha heredado el saber de
las brujas, o en el pequeño intelectual amargado en su propia estupidez y en su impotencia para actuar), o es
preferible elaborar uno su propia concepción del mundo consciente y críticamente, ya, por tanto, escoger la propia
esfera de actividad en conexión con ese esfuerzo, del cerebro propio, participar activamente en la producción de
la historia del mundo, ser guía de sí mismo en vez de aceptar pasivamente y supinamente la impronta puesta desde
fuera a la personalidad?
Nota I. Por causa de la concepción del mundo se pertenece siempre a una determinada agrupación, y precisamente a la de
todos los elementos sociales que comparten ese mismo modo de pensar y de obrar. Se es conformista de algún conformismo,
siempre se es hombre-masa u hombre-colectivo. La cuestión es ésta: ¿de qué tipo histórico es el conformismo, el hombre-
masa del que se es parte? Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente, sino ocasional y disgregada, se
pertenece simultáneamente a una multiplicidad de hombres-masa, la personalidad es un algo abigarradamente compuesto:
hay en ella elementos del hombre de las cavernas y principios de la ciencia más moderna y avanzada, prejuicios de todas
las fases históricas pasadas, groseramente localistas, e intuiciones de una filosofía futura que será propia del género humano
unificado mundialmente. Criticar la concepción propia del mundo significa, pues, hacerla unitaria y coherente y elevarla
hasta el punto al cual ha llegado el pensamiento mundial más adelantado. Significa, por tanto, también criticar toda la
filosofía habida hasta ahora, en cuanto ha dejado estratificaciones consolidadas en la filosofía popular. El comienzo de la
elaboración crítica es la conciencia de lo que realmente se es, o sea, un "conócete a ti mismo" como producto del proceso
histórico desarrollado hasta ahora, el cual ha dejado en ti mismo una infinidad de huellas recibidas sin beneficio de
inventario. Hay que empezar por hacer ese inventario.
Noto II. No se puede separar la filosofía de la historia de la filosofía, ni la cultura de la historia de la cultura. No se puede
ser filósofos en el sentido más inmediato y literal, o sea, tener una concepción del mundo críticamente coherente, sin la
conciencia de la historicidad de la fase de desarrollo que representa y del hecho de que se encuentra en contradicción con
otras concepciones o con elementos de otras concepciones. La concepción del mundo que uno tiene responde a determinados
problemas planteados por la realidad, los cuales están bien determinados y son "originales" en su actualidad. ¿Cómo es
posible pensar el presente, y un presente precisamente determinado, con un pensamiento elaborado para problemas de un
pasado a menudo muy remoto y sobrepasado? Si eso ocurre, es que se es "anacrónico" en su propia época, que se es un
fósil, y no un ser que vive modernamente. O, por lo menos, que uno está abigarradamente "compuesto". Y efectivamente
ocurre que grupos sociales que en ciertos aspectos expresan la modernidad más desarrollada están en otros aspectos
retrasados respecto de su posición social y, por tanto, son incapaces de tener completa autonomía histórica.
Nota III. Si es verdad que todo lenguaje contiene los elementos de una concepción del mundo y de una cultura, será también
verdad que por el lenguaje de cada cual se puede juzgar la mayor o menor complejidad de su concepción del mundo. El que
no habla más que su dialecto o comprende sólo parcialmente la lengua nacional participa por fuerza de una concepción del
mundo más o menos estrecha y provincial, fosilizada, anacrónica en comparación con las grandes corrientes de pensamiento
que dominan la historia mundial. Sus intereses serán restringidos, más o menos corporativos o economicistas, no
universales. Si no siempre es posible aprender más lenguas extranjeras para ponerse en contacto con vidas culturales
diversas, conviene por lo menos aprender bien la lengua nacional. Una gran cultura puede traducirse a la lengua de otra gran
cultura, puede traducir cualquier otra gran cultura, ser una expresión mundial. Pero un dialecto no puede hacer lo mismo.
Nota IV. Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos "originales"; significa también,
y especialmente, difundir críticamente verdades ya descubiertas, "socializarlas", por así decirlo, y convertirlas, por tanto, en
base de acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. El que una masa de hombres sea
llevada a pensar coherentemente y de un modo unitario el presente real es un hecho "filosófico" mucho más importante y
"original" que el redescubrimiento, por parte de algún "genio" filosófico, de una nueva verdad que se mantenga dentro del
patrimonio de pequeños grupos intelectuales. (C. XVIII; I.M.S. 3-5; son un texto introductorio al estudio de la filosofía y el
materialismo histórico y tres notas.
El moderno príncipe, el mito-príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede
ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva
reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es
el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir
universales y totales. En el mundo moderno sólo una acción histórico-política inmediata e inminente,
caracterizada por la necesidad de un procedimiento rápido y fulminante, puede encarnarse míticamente en un
individuo concreto. La rapidez se torna necesaria solamente cuando se enfrenta un gran peligro inminente que
provoca la inmediata exacerbación de las pasiones y del fanatismo, aniquilando el sentido crítico y la corrosividad
irónica que pueden destruir el carácter "carismático" del condottiero (tal es lo que ha ocurrido en la ventura de
Boulanger). Pero una acción inmediata de tal especie, por su misma naturaleza, no puede ser de vasto alcance y
de carácter orgánico. Será casi siempre del tipo restauración y reorganización y no del tipo característico de la
fundación de nuevos Estados y nuevas estructuras nacionales y sociales, tal como en el caso de El Príncipe de
Maquiavelo, donde el aspecto de restauración sólo era un elemento retórico, ligado al concepto literario de la
Italia descendiente de Roma y que debía restaurar el orden y la potencia de Roma [3]; será de tipo "defensivo" y
no creativo original. Podrá tener vigencia donde se suponga que una voluntad colectiva ya existente, aunque sea
4
Habría que anotar una contradicción implícita en el modo en que Croce plantea su problema de historia y antihistoria con respecto
a otros modos de pensar del mismo autor: su aversión a los "partidos políticos" y su forma de plantear la cuestión de la
"previsibilidad" de los hechos sociales (cfr. Conversazione critiche, serie primera. pp. 150-152, reseña del libro de LUDOVICO
LIMENTANI, La previsione dei fatti sociali, Turín, Bocca, 1907). Si los hechos sociales son imprevisibles y el mismo concepto de
previsión es puro sueño, lo irracional no puede menos que dominar y toda organización de hombres es antihistórica, es un
"prejuicio". Sólo corresponde resolver en cada caso y con criterio inmediato, los particulares problemas prácticos planteados por el
desarrollo histórico (Cfr. el artículo de CROCE, Il partito come giudizio e come pregiudizio en Cultura e vita morale) y el oportunismo
es la única línea política posible.
desmembrada, dispersa, haya sufrido un colapso peligroso y amenazador, mas no decisivo y catastrófico y sea
necesario reconcentrarla y robustecerla. Pero no podrá tener vigencia donde haya que crear ex novo una voluntad
colectiva, enderezándola hacia metas concretas y racionales, pero de una concreción y racionalidad aún no
verificadas y criticadas por una experiencia histórica efectiva y universalmente conocida.
3 Más que por el modelo ejemplar de las grandes monarquías absolutas de Francia y de España, Maquiavelo fue
impulsado a su concepción política de la necesidad de un Estado unitario italiano por el recuerdo del pasado de Roma.. Es
necesario poner de relieve, sin embargo, que Maquiavelo no debe por ello ser confundido con la tradición literario-retórica.
Primero, porque este elemento no es exclusivo, ni aún dominante, y la necesidad de un gran Estado nacional no es deducida
de él, luego, porque el mismo reclamo a Roma es menos abstracto de lo que parece si es colocado puntualmente en el
clima del Humanismo y del Renacimiento. En el libro VII del Arte de la guerra se lee: "Esta provincia (Italia) parece
nacida para resucitar las cosas muertas, como se ha visto en el caso de la poesía, la pintura y la escultura", ¿por qué no
encontraría entonces la virtud militar?, etc. Habrá que reagrupar las otras menciones del mismo tipo para establecer su
carácter exacto.
El carácter "abstracto" de la concepción soreliana del "mito" aparece en la aversión (que asume la forma
pasional de una repugnancia ética) por los jacobinos, quienes fueron ciertamente una "encarnación categórica"
de El Príncipe de Maquiavelo. El moderno Príncipe debe tener una parte destinada al jacobinismo (en el
significado integral que esta noción ha tenido históricamente y debe tener conceptualmente), en cuanto
ejemplificación de cómo se formó y operó en concreto una voluntad colectiva que al menos en algunos aspectos
fue creación ex novo, original. Y es necesario que la voluntad colectiva y la voluntad política en general, sean
definidas en el sentido moderno; la voluntad como conciencia activa de la necesidad histórica, como
protagonista de un efectivo y real drama histórico.
Una de las primeras partes debería estar dedicada, precisamente, a la "voluntad colectiva", planteando así
la cuestión: "¿Cuándo puede decirse que existen las condiciones para que se pueda suscitar y desarrollar una
voluntad colectiva nacional-popular?", o sea efectuando un análisis histórico (económico) de la estructura social
del país dado y una representación "dramática" de las tentativas realizadas a través de los siglos, para suscitar
esta voluntad y las razones de sus sucesivos fracasos. ¿Por qué en Italia no se dio la monarquía absoluta en la
época de Maquiavelo? Es necesario remontarse hasta el Imperio Romano (cuestiones de la lengua, los
intelectuales, etc.), comprender la función de las Comunas medievales; el significado del catolicismo, etc. Es
necesario, en suma, hacer un esbozo de toda la historia italiana, sintético pero exacto *.
* Recordamos a los lectores que Gramsci desarrolla in extenso estos problemas tanto en Los Intelectuales y la
Organización de la Cultura, como en Literatura y Vida Nacional, editados ambos por Editorial Lautaro. Sobre las
Comunas, cfr. Il Risorgimento (Edit. Einaudi), obra en la que Gramsci analiza las causas que impidieron a las Comunas
superar la fase "económica-corporativa" para constituirse en estados capitalistas plenos. (N. del T.),
Las razones de los sucesivos fracasos de las tentativas de crear una voluntad colectiva nacional-popular
hay que buscarlas en la existencia de determinados grupos sociales que se forman de la disolución de la
burguesía comunal, en el carácter particular de otros grupos que reflejan la función internacional de Italia como
sede de la Iglesia y depositaria del Sacro Imperio Romano. Esta función y la posición consiguiente determinan
una situación interna que se puede llamar "económico-corporativa", es decir, políticamente, la peor de las formas
de sociedad feudal, la forma menos progresiva y más estancada. Faltó siempre, y no podía constituirse, una
fuerza jacobina eficiente, precisamente la fuerza que en las otras naciones ha suscitado y organizado la voluntad
colectiva nacional popular fundando los Estados modernos. Finalmente, ¿existen las condiciones para esta
voluntad?, o sea, ¿cuál es la actual relación entre estas condiciones y las fuerzas opuestas? Tradicionalmente las
fuerzas opuestas fueron la aristocracia terrateniente y más generalmente la propiedad fundiaria [del suelo] en su
conjunto, con el característico elemento italiano de una "burguesía rural" especial, herencia de parasitismo
legada a los tiempos modernos por la destrucción, como clase, de la burguesía comunal (las cien ciudades, las
ciudades del silencio)*. Las condiciones positivas hay que buscarlas en la existencia de grupos sociales urbanos,
convenientemente desarrollados en el campo de la producción industrial y que hayan alcanzado un determinado
nivel de cultura histórico-política. Es imposible cualquier formación de voluntad colectiva nacional-popular si
las grandes masas de campesinos cultivadores no irrumpen simultáneamente en la vida política. Esto es lo que
intentaba lograr Maquiavelo a través de la reforma de la milicia; esto es lo que hicieron los jacobinos en la
Revolución francesa. En esta comprensión hay que identificar un jacobinismo precoz en Maquiavelo, el germen
(más o menos fecundo) de su concepción de la revolución nacional. Toda la historia de 1815 en adelante muestra
el esfuerzo de las clases tradicionales para impedir la formación de una voluntad colectiva de este tipo, para
mantener el poder "económico-corporativo" en un sistema internacional de equilibrio pasivo.
* Ciudades del silencio (cittá del silenzio) fueron llamadas por Gabriele D'Annunzio, en sus Laudi, las ciudades italianas
que luego de haber conocido un periodo de pleno florecimiento en el pasado, decayeron y se redujeron a centros buroc
bvffrrrático-administrativos de escasa importancia. De su pasado esplendor aún conservan rastros en los monumentos y
joyas arquitectónicas, lo cual las convierte en centro del turismo mundial, por ejemplo: Ravena, Siena, Bergamo, etc. (N.
del T.).
Una parte importante del moderno Príncipe ** deberá estar dedicada a la cuestión de una reforma intelectual y moral, es
decir, a la cuestión religiosa o de una concepción del mundo. También en este campo e ncontramos en la tradición ausencia
de jacobinismo y miedo del jacobinismo (la última expresión filosófica de tal miedo es la actitud malthusiana de B. Croce
hacia la religión). El moderno Príncipe debe ser, y no puede dejar de ser, el abanderado y el organizador de una reforma
intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional popular
hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna.
** Gramsci hace mención aquí, como es evidente, de la Teoría del Partido de la clase obrera (N. del T.).
Estos dos puntos fundamentales: la formación de una voluntad colectiva nacional-popular de la cual el moderno Príncipe
es al mismo tiempo el organizador y la expresión activa y operante; y la reforma intelectual y moral, deberían constituir
la estructura del trabajo. Los puntos concretos de programa deben ser incorporados en la primera parte, es decir, deben
resultar "dramáticamente" del discurso y no ser una fría y pedante exposición de razonamientos.
¿Puede haber una reforma cultural, es decir, una elevación civil de los estratos deprimidos de la sociedad, sin una
precedente reforma económica y un cambio en la posición social y en el mundo económico? Una reforma intelectual y
moral no puede dejar de estar ligada a un programa de reforma económica, o mejor, el programa de reforma económica
es precisamente la manera concreta de presentarse de toda reforma intelectual y moral. El moderno Príncipe,
desarrollándose, perturba todo el sistema de relaciones intelectuales y morales en cuanto su desarrollo significa que cada
acto es concebido como útil o dañoso, como virtuoso o perverso, sólo en cuanto tiene como punto de referencia al moderno
Príncipe mismo y sirve para incrementar su poder u oponerse a él. El Príncipe ocupa, en las conciencias, el lugar de la
divinidad o del imperativo categórico, deviene la base de un laicismo moderno y de una completa laicización de toda la
vida y de todas las relaciones de costumbres.