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PSICONEUROSIS OCULARES DE LA INFANCIA

Como es natural, los niños creen ser custodios de sus ojos, así como de cualquier otra parte del
cuerpo, y, si no logran mantener sanos los ojos, sienten que su custodia ha fracasado. La
totalidad de mi aportación podría ceñirse a explicar cómo debe llevarse un caso corriente, pero
debo también hablar de la enfermedad psicológica y de cómo la misma afecta a los ojos.

Deseo principalmente llamar la atención sobre los casos corrientes. Es necesario describir tres
grupos de síntomas psicológicos. El primero consiste en el grupo de síntomas manifestados
por niños cuya personalidad goza de una estructura satisfactoria. En el otro extremo se halla el
grupo de síntomas asociados con los defectos de la estructura de la personalidad, ya sean
defectos primarios o el resultado de la destrucción de unos progresos ya realizados. Entre uno
y otro grupo se encuentra el de los síntomas que se apiñan alrededor de la depresión.

Psiconeurosis
Un niño cuyo desarrollo emocional haya tenido lugar normalmente de buen principio y cuya
estructura de la personalidad sea satisfactoria es, pese a ello, susceptible de padecer síntomas
de todos los tipos, incluso graves. Puede que algunos de ellos se relacionen con los ojos. Como
ejemplo podría citar el hábito de frotarse los ojos. Como es bien sabido, este hábito puede
verse originado por una blefaritis, después del sarampión o alguna otra enfermedad infecciosa;
sin embargo, siempre hay que añadir alguna causa emocional y, en ciertos casos, es posible
que todo dependa de factores psicológicos. Uno debe ser capaz de darse cuenta de los
síntomas sin tratar de curarlos, pues cada síntoma tiene su valor para el paciente y muchas
veces es mejor dejar al paciente con su síntoma. En todo caso, uno debe ser capaz de describir
las cuestiones psicológicas sin que se vea inmediatamente forzado a contestar a esta
pregunta: ¿Cómo se cura lo que está describiendo? Someter al paciente a un útil tratamiento
suele exigir mucho trabajo, o bien compartir una pesada carga; es ilógico, pues, atacar el
síntoma, a no ser que se reconozca y trate el conflicto mental subyacente. Por ejemplo, un niño
estará deprimido y se sentirá solo; el hecho de que se frote los ojos representa la explotación
de la irritación de los ojos, propia del estado normal de somnolencia, a modo de defensa
natural del pequeño contra una serie de sentimientos intolerables. También puede suceder que
alguien esté sobreexcitando al pequeño, por lo que éste se ve obligado a responder con gran
variedad de exageraciones de las sensaciones normales, incluyendo, tal vez, ardor en los
párpados.

Vayamos ahora al ojo en sí. La complicada función del ojo transcurre fácilmente cuando el
pequeño se vale de él de manera normal. Mas ¿qué sucede si (inconscientemente) se utiliza el
ojo en vez de otro órgano del cuerpo? ¿Qué sucede si el ojo reemplaza a un órgano en el que
haya tejidos eréctiles y, por consiguiente, sea susceptible de cambiar al ser excitado? En tal
caso el ojo no sólo es el órgano de la vista, sino que se convierte también en una parte
excitable del cuerpo. Entonces puede que sean los síntomas. El principal cambio se produce en
un suministro de sangre desproporcionado con respecto al necesario para su funcionamiento,
lo que produce cansancio de los ojos. Temores propios de otras partes del cuerpo se ven
dramatizados en los ojos y los niños se valen de las gafas para, ocultar sus ojos excitados que,
por consiguiente, se destacan en el rostro. La ceguera histérica va asociada con el
sentimiento de culpabilidad producido por la vista, especialmente cuando el ojo, además de
ver, también controla. No creo que necesite recordarles que no cabe esperar que
el paciente sea consciente de lo que está pasando, por lo que de nada sirven las explicaciones
o el imaginar que bastará la fuerza de voluntad para superar los síntomas histéricos. El
tratamiento psicológico de un caso semejante incluiría la investigación de las causas del
desplazamiento del interés desde el órgano normalmente excitable al ojo, que en sí mismo no
es excitable. La parálisis de acomodación es capaz de dramatizar muy fácilmente la represión
de los recuerdos visuales, especialmente cuando persiste el intento de controlar la situación
aterradora originaria. Gran parte de los síntomas oculares menores, parpadeos y cansancio que
no tienen ninguna causa definida en defectos de refracción, se relacionan con el sentimiento
inconsciente de culpabilidad suscitado por la contemplación de cosas que se suponía
eran tabú.

Depresión
En los niños, al igual que en los adultos, la depresión se manifiesta como estado anímico y,
clínicamente, casi siempre bajo la forma de agitación angustiosa o de negación de la depresión
mediante una actividad y vivacidad forzadas. Junto a esto, al igual que en las fases depresivas
de los adultos, son observables actos de autodestrucción, deliberados o accidentales, así como
preocupaciones hipocondríacas acerca del cuerpo o alguna parte del mismo. Lejos de ser una
enfermedad rara, la depresión constituye un estado muy común en los niños así como en los
adultos; ni siquiera es forzosamente anormal: la preocupación hipocondríaca enlaza con la
preocupación de tipo corriente. El aspecto normal de la depresión estriba en que uno debe ser
capaz de preocuparse por su propio cuerpo, disfrutando de el cuando está bien y queriendo
que sane cuando está enfermo. El aumento de lágrimas propio de la tristeza es asimismo
valorable fisiológicamente, de modo que los ojos secos propios de la desaparición de la tristeza
predisponen a la infección e irritación conjuntivales. La hipocondría también hace su aparición
en el departamento oftalmológico, al igual que en todas partes, y es muy importante que el
médico esté al tanto de lo que sucede. En primer lugar, debe ser capaz de distinguir entre la
hipocondría de la madre y la del niño. Muchos niños llevan gafas, o al menos se les
examinan los ojos a menudo, a causa de la enfermedad hipocondríaca de sus madres. No
existe una clara línea divisoria entre la hipocondría materna y la natural preocupación que a la
madre inspira la vista de su pequeño. Así, pues, el médico debe estar capacitado para tener en
cuenta la preocupación de la madre y, cuando sea posible, le dirá: «Comparta su
responsabilidad conmigo, visíteme cada tanto; en estos momentos la vista de su hijo es
normal» . Si el médico le dice a la madre hipocondríaca: «Creo que los ojos del pequeño están
bien, pero debemos hacerle una reacción Wasserman, y un contaje de glóbulos sanguíneos y
un Mantoux, y creo que el niño debería ver a un psicólogo», la madre, lejos de tranquilizarse,
se convencerá de que la misión de su vida estriba en preocuparse por lasalud de su hijo. La
hipocondría del propio niño debe ser tratada aún con mayor cuidado; la regla más sencilla
es la de que el niño debe conocer la verdad.

En la mayoría de los casos el médico puede decirle al chico lo que ha averiguado, así como
decírselo a la madre; decirle qué se propone hacer, cómo va a vigilar la aparición de cosas
nuevas. La verdadera tranquilidad es fruto de la declaración de lo que es cierto, y no
de palabras más o menos tranquilizadoras, que para el niño entrañan la existencia
de un peligro. Mientras que la gran mayoría de los niños que visitan al oculista son capaces
de aceptar la afirmación de que sus ojos están bien o solamente necesitan gafas, hay algunos
que no pueden ser tranquilizados y presienten que se les oculta algo. En tales casos hay que
recurrir a un enfoque bastante especial cuya descripción no sería apropiada ahora, aunque el
tema reviste tremenda importancia. Es fácil que se pasen por alto las actividades suicidas de la
depresión infantil y, sin embargo, son muy reales. El niño siente que en él hay algo malo o
perverso. No le es fácil separar los fenómenos físicos de los corporales y, de esta manera,
vomita o sufre diarrea o, por el contrario, deja que le vayan sucediendo accidentes, o bien se
cae, se echa té caliente encima o se frota los ojos cuando están llenos de arena hasta que se
produce un arañazo que se infecta. A veces el ojo toma parte en el intento del individuo
para asegurarse contra la depresión, de una manera que como mejor se describe es
equiparando la convergencia con el hábito de chuparse el pulgar. El pulgar representa el pecho
o el biberón que el niño angustiado o solitario necesita tener en la boca o cerca de ella. Del
mismo modo el niño se tranquiliza recobrando la posición de los ojos que, en la primera
infancia, permiten al niño ver con todo detalle el pecho y el rostro de su madre, justo a unas
pulgadas de la boca, ni tragado ni desaparecido. A este estado de cosas se le podría describir
como un compromiso entre la visión subjetiva y la percepción objetiva. No hay en modo
alguno estrabismo en todos los casos, pero los ojos participan seriamente mediante
la tensión correspondiente a una compulsión que a menudo conduce a sentir la
apremiante necesidad de leer.

Entonces se pone a leer y releer las conocidas líneas hasta que deja de darse cuenta de que
está despierta. Naturalmente, nunca tiene tiempo de apagar la luz. Al despertarse le es
necesario leer antes de estar completamente despierta, del mismo modo que lee antes de
dormirse, sólo que esta vez lo que hace es alucinar el libro y la página, el tema del libro y la
letra. Al despertar se sorprende al ver que el libro verdadero está en el suelo o sobre la cama.
Creo que es probable que en este caso la convergencia y la acomodación próxima deben ser
mantenidas al menos durante el sueño ligero. Me interesa todo lo que se refiere al descanso de
los ojos durante el sueño. Creo que son muchas las personas que hacen trabajar mucho a los
ojos mientras duermen y que, para descansarlos, contemplan un objeto cuando se hallan
despiertas. En cualquier caso, resulta notorio que los niños a que me estoy refiriendo someten
sus ojos a una verdadera esclavitud; cualquier intento que se haga con el fin de impedirles leer
con el libro pegado a los ojos es probable que fracase y les induzca a sentirse frustrados y
perdidos. Puede que esta condición empiece cuando el niño es todavía muy pequeño, pero, por
otra parte, también puede surgir al empezar la pubertad o cualquier otra fase de la vida. No
hay ninguna otra afección de la vista que exija tanto del oculista.

Psicosis
El estrabismo constituye un tema que es necesario examinar desde un ángulo psicológico.
Tengo pruebas fehacientes de que el estrabismo puede obedecer a causas puramente
psicológicas, y creo que la mayoría de los oftalmólogos estarán de acuerdo conmigo. No
obstante, cuando se trata de describir los mecanismos reales no piso terreno firme. Ya he
mencionado el estrabismo interno, mantenido por medio de la acomodación próxima como
recordatorio de la anterior relación con el pecho materno y en calidad de consuelo, al igual que
el hábito de chuparse el pulgar. Existe una variedad de estrabismo, generalmente de tipo
externo, en la que el problema reside al parecer en que los dos ojos no funcionan con un
mismo objetivo, lo cual está asociado con una división de la personalidad. Es como si el
individuo, por medio de la falta de coordinación visual, dramatizase la escisión del
yo. Para ilustrar este factor citaría el ejemplo de una señora sumamente inteligente, directora
de una gran escuela, que utilizaba los dos ojos por separado, ya que padecía un estrabismo
externo.

El ojo izquierdo representaba sus buenas relaciones con el padre, persona que solamente
hablaba inglés, mientras que su ojo derecho tenía que ver con sus relaciones con la madre, la
cual solamente sabía hablar francés. Los padres de dicha señora tenían muy poco en común,
por lo que la paciente se desarrolló de forma muy distinta en relación con uno y otro. Era zurda
y se interesaba muchísimo por los niños zurdos que acudían a su escuela. Su mano izquierda
representaba su lado práctico y la identificación con el padre. Su sentir religioso se hallaba
completamente asociado con la madre y, siempre que firmaba o escribía algo relacionado con
la religión, la señora solamente podía hacerlo con la mano derecha. Este caso ejemplifica lo
que sucede cuando existe una clara división de la personalidad. Pero a menudo se registra
una falta de integración más grave y en tales casos creo que uno de los ojos se
identifica con la parte más fuerte de la personalidad, mientras que el otro,
irremisiblemente errático, representa las otras partes. Un estrabismo externo que no se
deba claramente a causas físicas es difícil de curar a menos que se produzca una reintegración
de la personalidad. Esta integración puede producirse espontáneamente; también puede
suceder que un niño, sometido a la influencia de otra fuerte, logre algún tipo de integración
que posibilite la desaparición del estrabismo, al menos temporalmente. No hay que perder de
vista este factor cuando se estudia la vertiente física de alguna forma de estrabismo. Por
supuesto, no es que esté despreciando o criticando la vertiente física, sino que estoy llamando
la atención sobre la parte psicológica. Un tercer tipo psicológico de estrabismo, susceptible de
aparecer muy temprano, es al parecer el que acompaña las fases de introversión aguda: el
estrabismo interno es una dramatización de alguna preocupación referente a los fenómenos
internos, o a la realidad del mundo interior. En tales casos, una de las alternativas consiste en
mirarse al espejo, cosa que hacen con gran frecuencia algunos niños introvertidos.

El ojo como símbolo


Convendría no olvidar que, desde el punto de vista del psicólogo, el ojo no se limita a ser un
órgano de la vista. Así como en los fenómenos corporales las cosas son absorbidas por la boca
y expulsadas por medio de los órganos excretores, con la edificación de lapersonalidad esta
absorción y excreción son realizadas por medio de todos los órganos del cuerpo: los ojos, la
piel, las orejas, la nariz, etcétera. Es siempre mucho lo que entra por los ojos, que, además,
representan un órgano de excreción.

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Reparacion en relacion a la organizacion antidepresiva de la madre

El concepto de posición depresiva es generalmente aceptado como valioso para su


aplicación en la labor analítica así como en el intento de describir los progresos de un
desarrollo emocional normal. En nuestros
análisis nos es posible alcanzar el sentimiento de culpabilidad en relación con los impulsos
e ideas agresivas y
destructivas, y podemos observar la aparición de la necesidad apremiante de hacer
reparaciones a medida que
el individuo va siendo capaz de explicar, tolerar y sostener el sentimiento de culpabilidad.
Existen otras raíces
del espíritu creador, pero la reparación aporta un importante eslabón entre el impulso creador
y la vida que
lleva el paciente. La consecución de la capacidad para hacer reparaciones referentes a la
culpabilidad personal
es uno de los pasos más importantes en el desarrollo del ser humano sano.

Esta falsa reparación se manifiesta a través de la identificación del paciente con la madre y
su factor dominante no
lo constituye la culpabilidad del propio paciente, sino la defensa organizada por la madre con el
fin de combatir la depresión y la culpabilidad inconsciente.

No existe una divisoria marcada entre la franca hipocondría de una mujer deprimida y la
verdadera
preocupación que por su hijo siente una madre. Es necesario que la madre sea hipocondríaca
para notar en su
hijo los síntomas que los médicos buscan constantemente para atrapar la enfermedad a
tiempo. El médico que
no sepa nada de psiquiatría o de las defensas antidepresivas, que no sepa que los niños se
deprimen, se arriesga
a decirle a la madre que hace mal cuando se preocupa por los síntomas del niño y a no saber
ver los problemas
psiquiátricos muy reales que existen. Por otra parte, el psicoanalista que acaba de descubrir su
comprensión de
la depresión infantil se expone a pasar fácilmente por alto las ocasiones en que es la madre
quien está más
enferma que el hijo. Observando numerosos casos de éstos continuamente durante períodos
de diez e incluso
veinte años, he podido comprobar que la depresión del niño puede ser el reflejo de la
depresión de la madre. El
pequeño utiliza la depresión materna como válvula de escape propia, lo cual le
proporciona una restitución y
reparación falsa en relación con la madre y esto, a su vez, obstaculiza el desarrollo
de una capacidad personal
para la restitución, ya que ésta no tiene nada que ver con el sentimiento de culpabilidad del
propio niño. En
cualquier grupo de estudiantes prometedores hay algunos que no triunfan debido a una
reparación con respecto
a la depresión de la madre en vez de con respecto a una depresión personal. Si bien en
apariencia existe un
talento especial e incluso al principio se logran éxitos, persiste una inestabilidad asociada con
la dependencia
del pequeño con respecto a la madre. Es posible que se desarrolle o no un matiz general de
índole homosexual.

Hay muchos adolescentes, de uno y otro sexo, que en apariencia poseen una gran
capacidad para trabajar provechosamente y que, sin embargo, inesperadamente fracasan; ello
sucede cuando el
éxito obtenido en su trabajo es robado por las necesidades del padre, de la madre o de ambos.
Entonces,
cuando el adolescente trata de instaurarse una identidad personal, la única salida la ofrece el
fracaso. Esto es
especialmente aplicable en el caso del chico de quien se espera que siga exactamente los
pasos de su padre y
que, sin embargo, nunca será capaz de lanzar un desafío al control por parte del padre.

Se verá que, en casos extremos, estos niños se enfrentan a una tarea que nunca puede ser
cumplida. En primer
lugar, su tarea consiste en afrontar el estado de ánimo de la madre. Si lo logran, no
hacen más que crear un
ambiente en el que pueden empezar sus propias vidas. Resulta fácil comprender que esta
situación puede ser
explotada por el individuo a modo de huida de la aceptación de la responsabilidad personal
que forma parte
esencial del desarrollo individual. Cuando, a través del análisis, al niño se le ofrezca la
oportunidad de excavar
hasta dar con su sentimiento de culpabilidad, entonces el estado anímico de la madre (o del
padre) se presenta
también para ser afrontado. O el analista se da cuenta de cuándo aparecen los signos de esto
en la transferencia,
o el análisis fallará irremisiblemente, debido a su éxito. Lo que les estoy describiendo
constituye un fenómeno
más bien obvio. Lo que suele observarse es que la madre (o el padre) del niño posee una
personalidad dominante. Creo que en tanto que analistas desearemos decir que el niño vive
dentro del círculo de la personalidad de sus padres y que este círculo presenta rasgos
patológicos.

Aquí encontrará una lección el psicoanalista que al empezar su carrera se vea fácilmente
inducido a engaño al
creer que el éxito en el inicio del tratamiento se debe a sus interpretaciones, cuando lo
verdaderamente
importante es que el analista habrá desplazado a un padre o una madre que son buenos pero
están deprimidos.
A pesar del éxito inicial, lo corriente es que las dificultades surjan más adelante, incluyendo el
descubrimiento
de su propio sentimiento de culpabilidad por parte del paciente. Inicialmente lo que importa
es que el analista
no se deprima y que el paciente se encuentre a sí mismo, ya que al analista no le hace
falta alguna que el
paciente sea bueno o limpio o complaciente; ni siquiera necesita enseñarle nada. Éste puede
avanzar a su
propio ritmo. Puede fracasar si lo desea; se le da tiempo y una especie de seguridad local.
Estos detalles
externos de la dirección del caso constituyen los requisitos previos para que el paciente haga el
descubrimiento
de su propio amor con la inevitable complicación de la agresión y la culpabilidad, lo único que
da el sentido de
la reparación y la restitución. En el caso extremo, el paciente acudirá al análisis sin apenas
haber empezado la
tarea de afrontar su propia culpabilidad, o bien sin todavía haber llegado a su misma agresión,
propia del amor
primitivo. y eso a pesar de que el mundo ha tenido buen concepto de él.

Los que trabajan con grupos se preocupan mucho por esta relación del paciente con un estado
anímico
ambiental. En algunos casos se puede establecer una útil comparación entre el estado de
ánimo del grupo,
sobre el cual el paciente ejerce alguna forma de control, y el estado de ánimo de su madre
cuando él era
pequeño y no ejercía control alguno sobre aquél. Lo único que podía hacer cuando era pequeño
era aceptar el
estado anímico de su madre, viéndose atrapado en las defensas antidepresivas de la madre.
En otros casos, el
estado anímico del grupo resulta impenetrable para el paciente debido a que éste siente una
necesidad
demasiado fuerte de defender y luchar por su propia individualidad.

El grupo puede constituirlo una familia. Diría que resulta claramente valiosísimo para la
vida familiar que la
posición depresiva haya sido alcanzada personalmente por los individuos, de manera que el
estado de ánimo de
la familia también pueda ocupar su lugar, siendo un factor común en la vida de los individuos
que la
componen. Esto es lo mismo que toda forma de compartir una cultura. Evidentemente, resulta
patológico, o
empobrecedor para la familia o el grupo, que un individuo no pueda compartir o participar en
las actividades
reparadoras del grupo. Y, al contrario, resulta un grave empobrecimiento para la vida del
individuo si éste
solamente puede tomar parte en actividades que de modo muy específico sean de grupo, es
decir, colectivas.
En el primer caso, cuando es incapaz de compartir, el individuo debe instaurar su propio
enfoque personal
antes de poder compartir. En el segundo caso, cuando el grupo es necesario, parece que al
principio el
individuo coopera útilmente pero a la larga esta cooperación se derrumba; en cierto modo
sigue en la posición
del niño que se ve atrapado en el mundo interior de su madre, con la consiguiente pérdida de
responsabilidad
personal.

Reviste importancia, sin embargo, averiguar a qué obedece el comentario que, al igual que el
de Glover, sostiene que las fantasías de que damos cuenta son subjetivas y que en verdad no
residen en nuestros pacientes. Primeramente, hay que formularse la siguiente pregunta: ¿ha
sido mal planteado el análisis de la posición depresiva, de tal manera que las ideas
resultan inaceptables debido al modo en que han sido presentadas? (véase Brierley,
1951). Por ejemplo, ¿ha recibido el debido reconocimiento la necesidad de que todo sea
descubierto de nuevo por cada analista? En cualquier caso, es imprescindible que se distinga
claramente entre el valor de las ideas y el sentimiento con respecto a ellas suscitado por la
forma en que han sido presentadas. Sea como fuere, seguimos con la necesidad de considerar
el problema al lado de la idea propuesta en este escrito.

Es legítimo exigirme que, si pretendo describir la fantasía de mis pacientes, sepa que a veces
ellos producen
realmente la clase de cosas que a ellos les parece que a mi me gusta oír. Esto es más cierto
cuanto más
inconscientes son mis expectativas. Así, recientemente, un paciente estaba completamente
convencido de que a
mí me gustaba el material anal y, desde luego, presentó gran cantidad de dicho material en mi
honor.
Transcurrió algún tiempo antes de que esto saliera a la luz y antes de que el paciente
alcanzase sus propios y
verdaderos sentimientos anales. De la misma manera, los pacientes presentan, así como
ocultan, fantasías
relativas al mundo interior porque sienten la necesidad de aliviar mi supuesta depresión, o la
necesidad de
empeorarla. En la transferencia se ha revivido una depresión paterna o materna. Yo debo ser
capaz de darme
cuenta de ello. Cuando afirmo ser realmente objetivo acerca de las ideas que los pacientes
sienten en torno a su
propio interior, así como acerca de la contienda sostenida por los objetos buenos y los objetos
malos, o por las
fuerzas internas, debo ser capaz de distinguir entre aquello que es presentado para mí
y aquello que
verdaderamente es personal, es decir, propio del paciente.

Esta restitución colectiva debe siempre estar al servicio de lo que es más importante: que cada
individuo llegue a su propia culpabilidad personal, así como a sus angustias depresivas
personales. Cada uno de los miembros de nuestra Sociedad debe lograr su propio crecimiento
a su propio ritmo, y debe desarrollar su propio sentido de la responsabilidad
basado verdaderamente en su preocupación por sus propios impulsos amorosos y sus
consecuencias.

RESUMEN
La necesidad individual de reparación puede estar relacionada menos con el sentimiento
personal de culpabilidad que con el sentimiento de culpabilidad o de depresión anímica del
padre o de la madre. La aportación que el individuo realiza a un grupo se ve afectada por el
éxito o fracaso relativo que dicho individuo consigue en la instauración de una culpabilidad
antes personal que paterna o materna como raíz de las actividades de reparación y los
esfuerzos constructivos.

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