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EL ESTILO DE VIDA

La Conducta correcta y adecuada es que una persona viva de


acuerdo a los principios de la Palabra de Dios correctamente
dividida. Estos principios declarados en la Palabra de Dios son la
base de la ética cristiana o, si usted lo prefiere, del estilo de vida
del creyente. Toda la ética cristiana se encuentra en la Palabra de
Dios, específicamente en aquellas Epístolas Eclesiásticas
dirigidas al cuerpo de creyentes renacidos, así como también en
los pasajes de las Escrituras que hacen referencia a la persona de
Jesucristo y a otros hombres y mujeres de la Palabra cuyas vidas
manifestaron estos principios.

Este ensayo pretende ser un prolegómeno, una introducción


básica al tema de la ética para creyentes. Si se acepta el principio
de nuestra posición de que la Palabra de Dios es la voluntad de
Dios y que ésta es nuestra autoridad máxima en el campo de la
Ética, entonces las deducciones lógicas serán establecidas con
mayor firmeza que los hechos de cualquier ciencia, porque
están basadas en verdades inmutables.

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Premisas diferentes originan sistemas éticos diferentes. Por
tanto, es esencial reconocer nuestra premisa enunciada para
entender y aceptar el sistema ético basado en ella. Técnicamente,
la ética es la ciencia de la conducta y produce un resultado
definido. La palabra “ética” significa “ciencia de la moral”.
“Ética” viene del griego ethika, que a su vez se deriva de
ethos y significa “costumbre o hábito”. La palabra “moral”
viene del latín moralis. La meta de un código ético es ayudar a
la gente a vivir virtuosa, moral y rectamente—para así manifestar
la vida sobreabundante.

Creo que si aceptamos la premisa de que la Biblia es nuestra


autoridad suprema, es posible recopilar un conjunto de verdades
específicas con aplicación universal. A partir de esta simple
premisa hemos producido un sistema coherente de principios
bíblicos generales aplicables a todos los creyentes que desean
seguir la exactitud de la Palabra. El estudio de este sistema de
principios es la “ciencia de la ética”. Vivir los principios es el
“arte de la ética”.

La ética es una ciencia aplicada e instructiva que le enseña al

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hombre cómo debe comportarse. No es una ciencia natural o
descriptiva. En todas las demás ciencias, con excepción de la
ética, los valores se imponen en forma arbitraria, conforme al
deseo y a la conveniencia del hombre. Es así como los
científicos parten de premisas diferentes con entendimientos
diferentes ya que su educación, sus hábitos, sus gustos personales
y sus experiencias no son iguales. Rara vez se utiliza la lógica
para determinar una premisa sino que, simplemente, la gente
elige una premisa determinada. En nuestro caso, elegimos la
premisa de que la Biblia es nuestra única y suprema autoridad.
Lo “correcto” es lo que la Palabra de Dios dice que es correcto.
Lo “incorrecto” es lo que la Palabra de Dios dice que es
incorrecto. Igual cosa ocurre con los términos “bueno” y “malo”.
La definición de los términos que tratan con la ética debe estar
en concordancia con la Palabra de Dios. Debemos siempre
definir nuestros términos, pensar con claridad y lógica y usar un
lenguaje claro y sencillo.

Mientras más profundo sea nuestro análisis de la Palabra y


más exacto sea nuestro entendimiento de ella, mayor
comprensión obtendremos de la verdadera naturaleza del

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hombre. Por consiguiente, cuanto más conozcamos la Palabra,
más completa, satisfactoria y detallada será nuestra ciencia del
comportamiento ético.

Generalmente el progreso ético o moral no consigue ir al


mismo paso que el progreso material e intelectual. Es por ello
que moral o éticamente hablando, el hombre usualmente no es lo
suficientemente bueno para la tarea a la cual ha sido llamado
debido a su falta de verdadero conocimiento de la Palabra de
Dios, o a su falta de deseo de creer la Palabra de Dios.

Una gran diferencia entre los preceptos de la ética y de todas


las otras ciencias yace en los preceptos hipotéticos de la siguiente
fórmula: “Si usted desea tal y cual resultado, siga tal o cual
método”. Sin embargo, en contraste con ello, los preceptos de la
ética cristiana son preceptos categóricos, absolutos e imperativos
en la esencia del “harás” o “no harás”.

De acuerdo a la jurisprudencia, una ley es un mandato


emitido por una autoridad competente sobre “hacer o abstenerse
de hacer” algo. Nuestra autoridad única y competente es la
Biblia, la Palabra de Dios correctamente dividida. Por eso es

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que en la ética cristiana, los mandatos, las leyes y las reglas son
categóricas, tal como se lee en Isaías 30:21: “... Este es el
camino, andad por él...”

La conducta o el comportamiento de un animal están


prescritos por su constitución física, su naturaleza animal.
Biológicamente, el hombre—homo sapiens—es un animal. Sin
embargo, cuando una persona es cristiana, esa persona es más
que un ser físico y mental; tiene una parte espiritual que ningún
otro animal—humano o bestia— tiene.

Para el hombre y para los animales, el instinto es una


disposición mental, sicológica y sicofísica innata que los lleva a
actuar de una cierta manera. La voluntad, las emociones y la
razón, siendo todas ellas entidades separadas, están unificadas en
una persona, la cual es cuerpo, alma y espíritu. El intelecto de un
hombre es el pensar completo que esa persona tiene. Su voluntad
es todo lo que la persona elige, y sus emociones son todo lo que a
esa persona le gusta o le disgusta. La creencia y la conducta de
un hombre están unidas de un modo indisoluble del mismo modo
en que las raíces, el tronco, las ramas mayores, las ramas, las

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ramitas y el fruto están orgánicamente conectados a un árbol. El
hombre elabora su pensar a la luz de sus propios intereses.

La conciencia es una percepción moral establecida dentro de


nosotros por los patrones de hábitos que hemos formado debido
a la enseñanza previa. Una persona puede ser honesta y
sincera y aún así, ser de mente estrecha y prejuiciosa. Un
hombre puede saber que un enunciado es verdadero y aún así,
desear deliberadamente estar en desacuerdo o, siendo débil en su
deseo, aceptar menos que la verdad.

No se puede persuadir a una persona para que esté de acuerdo


con la Palabra de Dios, con la ética o con cualquier otra cosa.
Una persona puede, por medio de argumentación y de
razonamiento lógico, despertar el interés de otra o inclusive
convencerla al punto de que ésta se sienta obligada a admitir que
la primera tiene razón en cuanto a una definición específica; sin
embargo, puede que aún así, esa persona no quiera hacer lo que
es correcto. Por otra parte, la persona puede desear hacer lo que
es correcto pero, por tener poca fuerza de voluntad o poca
mente renovada, puede fracasar en la concreción de sus buenos

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deseos. En otras palabras, no se puede persuadir o forzar al
hombre para que esté de acuerdo con respecto a una opinión o
virtud.

No existe ningún ámbito de actividad humana donde la ética


no esté involucrada. Cada vez que los hombres persisten en
elegir el mal aun cuando conocen el bien, tal decisión estará
siempre influenciada por algún tipo de espíritu. La ética
determina qué es lo mejor. Sin embargo, hay circunstancias
donde lo mejor o lo correcto no es siempre posible. Cada
situación debe ser juzgada por su propio mérito y sobre todo, se
debe considerar el motivo.

Hay tres proposiciones básicas para el hombre en esta vida:


1. El hombre nace para vivir para la gloria de Dios.
2. El hombre debe renacer y venir al conocimiento de la
Palabra de Dios a fin de testificar efectivamente para la
gloria de Dios.
3. Cada hombre es un individuo en sí mismo y nunca es un
medio para los fines de otro hombre.

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Hay cinco categorías de deber para un creyente cristiano:

1. El deber del creyente para con Dios.


2. El deber del creyente para consigo mismo.
3. El deber del creyente para con la casa.
4. El deber del creyente para con la familia.
5. El deber del creyente para con la sociedad (los incrédulos).

La presencia de Dios es el “ambiente natural” del hombre, el


hombre como debería ser.

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LA ÉTICA Y EL INDIVIDUO

La educación y disciplina de la mente conforme a la exactitud


de la Palabra de Dios es la educación máxima de todas las
facultades intelectuales. El hombre debe educar su voluntad y
sus deseos de manera tal que llegue a ser el amo en el
tabernáculo de su propio ser. Debe educar su mente para amar el
bien y aborrecer el mal, y educar su intelecto de modo que tenga
un sistema coherente de creencias verdaderas.

Hay cinco tipos básicos de juicios que el hombre puede hacer:


juicios de verdad, juicios éticos, juicios de conveniencia, juicios
estéticos y juicios de hecho. Unidad, certidumbre y estabilidad
son cualidades de la vida que todo hombre debería desear
alcanzar.

La enseñanza de que “el fin justifica los medios” es


éticamente incorrecta. Los argumentos de conveniencia
inmediata, sin evaluar la situación total a la luz de la moral, son
erróneos. Ningún ser humano es jamás un medio para el fin de

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otro. Todo hombre vale por uno y ningún hombre, por más de
uno.

La avaricia en la vida de un hombre es el deseo por posesión


exclusiva. Para la mayoría de los hombres, “suficiente” es
siempre “más que lo que tienen”. Generalmente los corazones de
los hombres anhelan tenazmente las adquisiciones materiales;
pero en la práctica, la felicidad del hombre depende menos de “lo
que él tiene” y más de “lo que otros tienen y él no”. Una persona
jamás siente la falta de cosas materiales sobre las cuales no tiene
conocimiento.

Las posesiones por sí solas no dan placer duradero. Hay una


gran y nueva liberación cuando el hombre, por su propia
voluntad, se desata de la “vorágine del tener”—el síndrome de
“querer tener porque el vecino lo tiene”—y se sacude de la
tiranía de las posesiones. La naturaleza humana básica del
hombre conlleva el deseo de poseer. La lujuria, la codicia y la
furia son todas perversiones. El sadismo es un fruto de la lujuria
y de la codicia desenfrenada, y su resultado es odio y amargura.
La Palabra de Dios dice que nadie es libre sólo para auto-

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complacerse. El hombre debe sublimar su deseo de posesiones
personales hasta que ese deseo llegue a ser un deseo de servir en
amor y de desarrollar al máximo este servicio para otros antes
que para sí mismo.

Los juicios morales se deben basar más sobre los motivos


que sobre las acciones. La autodisciplina es un requisito para
conseguir el dominio de sí mismo. El hombre debe llegar a ser el
amo en el tabernáculo de su propio ser. Intentar definir con
claridad cuándo la satisfacción de un deseo corporal se
transforma en pecado es extraordinariamente difícil. Decir que la
indulgencia excesiva por sí sola es pecado, simplemente desplaza
la dificultad de un punto a otro. Nos deja con la pregunta: “¿Y
qué constituye ‘exceso’?”. El deseo debería ser sencillo. La
sencillez, inclusive en la alimentación, incrementa el placer de
vivir. La pasión juega un rol importante en muchas de las vidas
más ricas, plenas, profundas y vitales; sin embargo, la pasión
debe ser refrenada, restringida y controlada. La pasión debe ser
un sirviente, no el amo de la vida de un hombre.
Deber es lo que uno tiene la obligación de hacer. El deber es la
ley aplicada a los individuos. El deber tiene que ver con el

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propósito, el objetivo y la razón de la conducta. La decisión
voluntaria de un hombre hacia el deber determina su virtud.
Virtud es la actitud fija de un hombre hacia su ideal. Hay
circunstancias donde entran en conflicto deberes claros y
simples y a veces, tenemos que elegir entre cuál deber
ejecutaremos y cuál no. Éticamente es incorrecto preocuparse
por cosas que estén fuera de nuestro control. La ética afirma
determinar lo que es correcto. Sin embargo, no profesa
demostrar que bajo todas las circunstancias lo que es correcto o
lo que es mejor sea siempre posible. Cada caso tiene que ser
juzgado según sus propias características y, sobre todo, se debe
considerar la motivación del corazón.
Antes de juzgar un acto con severidad, debemos juzgar lo que
motivó la acción. Ejemplo: cortar la pierna de un hombre. La
pregunta importante es: ¿cuál es la motivación? Un hombre
bueno es aquel cuyo corazón anhela la virtud. Un hombre malo
es aquel cuyo corazón anhela precisamente lo opuesto.

Gálatas 5:19-21:
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia,

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idolatría, hechicerías, enemistadas, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías,

envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes


a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he
dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el
reino de Dios.

Las cuatro virtudes cardinales según Platón son: sabiduría,


coraje o fortaleza, temperancia o autocontrol y justicia.
Aristóteles, conservando las cuatros virtudes de Platón, agregó
seis más, a saber: generosidad, nobleza, bondad, amabilidad,
veracidad y agudeza decorosa. Los siete pecados capitales en la
lista de la Iglesia Católica Romana son: orgullo, ira, pereza,
lascivia, avaricia, gula y envidia.

La virtud tal como la define la Palabra de Dios puede verse en


Isaías 11:2 refiriéndose al Mesías venidero, y es descrita en parte
por el fruto del espíritu de Gálatas 5.

Isaías 11:2:

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Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder,
espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.

Gálatas 5:22 y 23:


Mas el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra
tales cosas no hay ley.

La capacidad para llegar a una decisión inteligente entre diversas


alternativas requiere de un conocimiento de Palabra de
Dios. “Piedad” significa “semejanza a Dios” o “virtud”. “Temor
de Jehová” es “reverencia por Él”.

Virtudes de Cristo:

Mateo 5:1-16.

Virtudes de Pablo:
Filipenses 4:8;
Gálatas 5:22 y 23;

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1 Corintios 13;
Colosenses 3:12-15.

Virtudes de Pedro:
2 Pedro 1:5-8.

Obras de la carne:
Romanos 1:29-31;
Gálatas 5:19-21.

Cuando están solas, la mayoría de las personas no ejercen


control sobre lo que desean o no desean pensar. Sueñan
despiertos, “flotan” y hasta fantasean. Sin embargo, existe el
deber del pensar disciplinado. El poder para determinar lo que
uno pensará o no pensará es una valiosa ayuda para resistir la
tentación. No permita el deterioro mental, moral o espiritual.
Conózcase a sí mismo. Sepa dónde usted está y reordene sus
pasos hacia una vida más plena.

El tema de la indiferencia insensible también debe ser tratado


dentro de la ética. La Biblia se refiere a la persona que es

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insensiblemente indiferente como uno que tiene una “conciencia
cauterizada” o que se niega a “aborrecer lo que es malo”. El
placer no siempre es bueno. Por ejemplo, cuando una persona
tiene la mente cauterizada en lo relativo a asuntos sexuales, se
llega a los últimos estados del vicio, es decir, a la
homosexualidad. Ésta es la forma más baja del vicio sexual.

El suicidio es una violación a la ley del individualismo. La


vida es un encargo que se nos da para que la utilicemos. El
suicidio es un acto de egoísmo. Deja sumidos en sufrimiento a
los que quedan vivos. El suicidio es usualmente un acto de
cobardía. El suicidio es presuntuoso. El suicidio es posesión
espiritual.

El individuo tiene derecho a defenderse, tal como lo hace el


estado. Ningún sistema ético sostiene que el hombre deba dejar
que lo maten en lugar de protegerse. Tampoco debe un hombre
permitir que le despojen de sus posesiones en lugar de resistirse.

Puesto que vivimos en este mundo, hemos de tomarlo como lo


encontramos y esforzarnos resueltamente por actuar en cada
situación tan virtuosamente como sea posible, empeñándonos

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siempre en elegir la mejor de dos o más alternativas y edificar un
mundo mejor en el cual vivir. Aunque no seamos perfectos en
este mundo, debemos esforzarnos por ser tan perfectos como sea
posible.

El alfiler tiene una cabeza que le impide ir demasiado lejos. El


alfiler es recto, lo que le permite permanecer derecho; es pulido
—culto, educado. Finalmente, tiene una punta para que pueda ir
a alguna parte. Dibuje en el lienzo de su mente la clase de
hombre que usted debería ser y en un tiempo dado, usted se
convertirá en ese hombre.

Ningún hombre que esté dispuesto a enfrentar la verdad negará


los efectos positivos del nuevo nacimiento y de la mente
renovada. El creyente cristiano está en una posición de auto-
realización porque Dios pone en las manos del creyente la
capacidad para tomar decisiones de acuerdo con la Palabra de
Dios. El futuro de cada hombre es modelado por medio de su
propio seleccionar o rechazar consciente. Ésta es la esencia
misma para determinar lo que será de un individuo. Es la
producción artística de la propia vida de uno.

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EL SERVICIO

Uno de los más grandes principios activadores de la vida humana


es la motivación a servir. El principio del servicio es más
poderoso que el de las recompensas financieras. La ética de un
creyente incluye tanto el amor (agape, el amor en la mente
renovada) como el servicio.

El hombre tiene libre albedrío, siendo por tanto espiritual y


moralmente responsable de su conducta. El libre albedrío del
hombre pone en sus manos la responsabilidad de dirigir su propia
vida. En la medida en que, por su propia decisión, un hombre
determine hacer de la voluntad de Dios “su” voluntad, ese
hombre se hallará a sí mismo siendo un doulos, un siervo ligado
al Señor Jesucristo conforme a la inherente e infalible precisión
de la Palabra de Dios. Ser un “siervo”—vivir una vida de
servicio y compromiso—produce la mayor libertad que es
posible alcanzar. ¡Qué paradoja!

Un verdadero hombre tendrá gran confianza en su propia


inspiración, deseo y habilidad. Los hombres que escuchan el

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“llamado de Dios” con mayor claridad estarán más dispuestos a
justificar fácilmente el sacrificio que hacen al seguir ese
llamado. El hombre que oye el llamado con suficiente
claridad y que a pesar de ello decide no sacrificarse a sí mismo—
su propia comodidad y bienestar—está legítimamente
condenado.

El deber del servicio incluye la responsabilidad del sacrificio


porque aquel servicio que nada nos cuesta no tiene valor. El
auto-sacrificio, el darse por completo uno mismo, es la pasión de
los grandes hombres—ejemplificada al máximo en Jesucristo. El
auto-sacrificio debe ser una parte del ministerio de El Camino
para cada creyente.

En el principio de la ética del sacrificio está contenida esta


verdad: que la humanidad no puede obtener nada por lo cual
alguien no esté dispuesto a pagar el precio. El sacrificio
demanda que alguien tenga un gran compromiso.

Existe también el principio de que cada hombre tiene su estado y


sus deberes apropiados. La verdad de que todos los creyentes
renacidos son de igual valor ante los ojos de Dios no significa

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que todos los hombres deban necesariamente hacer el mismo
trabajo, recibir la misma educación o devengar los mismos
sueldos. Pero sí indica que todo buen trabajo en toda profesión o
esfera es honorable.

El retorno de Cristo, tal como está declarado en las Escrituras de


Verdad, le da al hombre un motivo, una razón para actuar
haciendo valedera la vida de todo creyente, lo cual tiene como
resultado la vida de un doulos —el más alto tipo de heroísmo.

EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

Es evidente que tener un orden cristiano en la sociedad implicaría


hombres y mujeres cristianos. Para modificar cualquier situación
en nuestra sociedad debe haber en ella un número suficiente de
personas que deseen modificarla, que se interesen lo suficiente

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por una situación determinada como para hacer los sacrificios
necesarios para producir el cambio. El primer paso en todo
cambio social es una opinión pública fuerte, la educación de la
mente pública.

Cada vez que una sociedad elige usar a los hombres, no debe
sorprendernos que tenga problemas morales para los cuales no
hay soluciones. No hay entonces una dirección correcta
disponible sino apenas una elección de males menores.

Existen problemas morales para los cuales no hay soluciones


aparentes en este mundo a causa del hombre. A veces, parece no
haber un curso de acción realmente correcto debido a las
condiciones absolutamente inhumanas. Si el mayor bien es
posible para el hombre ahora, entonces nuestro mayor deber es,
obviamente, actuar a fin de que el mayor bien sea posible para
las futuras generaciones.

La sociedad debe estar basada sobre la santidad de la


propiedad privada y del individuo. Debería haber alguna forma
de gobierno fuerte y estable que hiciera posible la práctica de la
moralidad. El Estado reconoce el derecho a tener propiedad. El

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individuo tiene el derecho moral y legal a la propiedad y al
ejercicio de todos los derechos que la misma conlleva. Sin
embargo, la propiedad debe también producir el máximo bien
para la comunidad como un todo. Éticamente, la propiedad es un
encargo.

Para su funcionamiento eficiente, una república necesita de una


mayoría de ciudadanos buenos y fuertes en la nación. Los
códigos morales de nuestros días son frecuentemente irracionales
en el más alto sentido de la ética. El mayor obstáculo para el
avance hacia cualquier reforma es que no tenemos suficientes
hombres y mujeres de bien que levanten su voz y ocupen puestos
de lucha para efectuar el cambio.

Si una cosa es dañina para la moral pública, debería ser


prohibida sin importar el valor artístico que otros aprecien en
ella. Por otra parte, suprimir por la fuerza la expresión de
opiniones que no son populares da la impresión de que no se
puede encontrar ningún argumento adecuado con qué refutarlas.
La verdad no tiene nada que temer.

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La verdadera unidad dentro de la sociedad es la familia, no el
individuo. El matrimonio es una sociedad en la que cada parte se
da por completo a la otra. El matrimonio es manifiestamente
desigual si un hombre exige el todo de una mujer—cuerpo, alma
y espíritu—a cambio de nada más que una parte de sí mismo.
Igual cosa sucede con la mujer.

El divorcio, por lo general, comienza en la cuna. En una


sociedad donde no hay una opinión pública cristiana fuerte,
una solución justa al problema del divorcio parece inalcanzable.
No existe “injusticia para la parte inocente” porque no hay parte
inocente. Probablemente no hay una solución cristiana al
problema del divorcio debido a que una solución cristiana
implica hombres y mujeres cristianos en una sociedad cristiana,
actuando en una forma cristiana. Pero la gran mayoría de
hombres y mujeres son apenas algo más que cristianos nominales
y nuestra sociedad es, en muchos aspectos, no-cristiana. El estado
ideal de las cosas obviamente sería que el estándar de la Palabra
fuera el estándar del Estado. Pero los estándares de moralidad
declarados en la Palabra de Dios y los estándares aceptables para
el Estado difieren cada vez en mayor medida. Detener tal

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divergencia debería ser tarea primordial. El hombre de baja
mentalidad, siempre y el criminal astuto, generalmente, son
empeorados por nuestros sistemas actuales.

Sugerir que un pervertido sexual es más digno de lástima que


de ser culpado y que, por naturaleza, tiene el derecho a vivir su
propia vida por sus propios instintos naturales, es en sí una
perversión. Quizá sería sabio considerarlo un insano, como
haríamos con un maniático homicida o con un cleptómano.

El habla nos capacita para comunicar ideas. El arte nos capacita


para comunicar emoción. La música, quizá la más pura de todas
las artes, nos capacita para transmitir las más altas y puras
emociones. El arte es juzgado por el éxito o por la falta de éxito
para comunicar la emoción que se desea transmitir. La ética, sin
embargo, debe determinar si la emoción evocada o trasmitida es
una que deba ser evocada o transmitida.

El arte tiene por motivo el enriquecimiento y el elevamiento de la


vida humana, estimulando la emoción y el honor. La razón del
arte no es nunca el arte mismo sino el hombre. Aquello que

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enriquezca la vida de una sola forma al costo de empobrecerla en
otra, debe ser condenado.

Un ideal inspira la imaginación, organiza los estímulos e instintos


humanos y estimula la voluntad, determinando así la dirección de
nuestro carácter y nuestras actividades.

Es correcto que en la sociedad cada trabajo ofrezca una vida útil,


interesante y plena para el creyente, y la oportunidad para el libre
desarrollo del individuo. El trabajador debe tener un interés, un
orgullo por su trabajo y ejercitar su mejor capacidad para
desarrollar su vida total. El cristianismo atañe a toda esfera de
las actividades del hombre. Para ser inconmensurablemente más
feliz y más sano, un hombre debe tener la libertad para tener y
gastar, para dar y servir.

Apostar es tratar de obtener algo a cambio de nada. Es el vicio


característico de una época y de una nación en decadencia, como
lo son también el alcohol y las drogas. La apuesta es una
transacción entre dos partes en donde la transferencia de algo
de valor se hace depender del azar, de tal modo que la ganancia
total de una parte equivale a la pérdida total de la otra. No hay

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aumento de riqueza. Todo lo que una parte gana es ganado a
expensas de la otra. Una apuesta es un intento de ganar algo sin
dar nada a cambio. Apostar es un pecado contra Dios, contra uno
mismo, contra el prójimo y contra la sociedad, y aumenta
espantosamente el monto de las pérdidas, de la miseria y del
crimen. El Estado nunca debería involucrarse en ello.

El argumento de que una rifa es solamente ayuda para una buena


causa sin que nadie esté realmente interesado en ganar o no, es
una lógica errónea. Toda apuesta hace un llamamiento a la
pasión degradante de la codicia y cuando se alimenta esta pasión,
se ataca la raíz misma de la virtud correspondiente: la virtud de
dar.

Hay tres cosas que justifican que un hombre reciba dinero de otra
persona:

1. La ley del intercambio: cuando una persona da dinero a


otra a cambio de mercadería.

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2. La ley del servicio: cuando una persona rinde un servicio a
otra a cambio de dinero.
3. La ley del amor: cuando una persona, por amor y
libremente, da dinero a otra que le ha dado a ella libremente y de
buena voluntad.

La esencia básica de un negocio ético es la competencia por el


mejor servicio. La gente que trabaja debe dar su mejor servicio.
La holgazanería es un vicio muy peligroso y si habitualmente se
cede a él, produce la fatal destrucción del carácter de una
persona. (Véase Proverbios 12: 24; 13:4; 15:19; 18:9.).

El Estado no reconoce el pecado privado hasta que se convierte


en un crimen público. Cuando el Estado tiene conocimiento de
cualquier cosa moralmente errónea, siempre debería ser para
examinar y castigar, nunca para regularla ni mucho menos para
estimularla o, peor aún, para obtener algún ingreso de ello. El
argumento de que el hombre pecará y que es deber del Estado
tomar precauciones para que eso resulte lo menos dañino posible
—por el bien del estado, por el de terceros inocentes e inclusive
por el del propio ofensor—es un concepto de lógica erróneo y va

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en contra de la ética. Nunca es deber del Estado hacerle el
camino fácil y seguro a los transgresores. La acción de todo
Estado cuando actúa debe ser reprimir y castigar el vicio y el
crimen, nunca organizarlos o permitirlos y menos aún obtener
ganancias de ello basándose en lo que llaman “razón de
conveniencia”. Se debe hacer que el castigo siga prontamente
después del crimen. En la justicia, el juicio prolongado
generalmente está cargado de error.

La solución de los asuntos éticos relativos a los problemas


económicos, la riqueza minera y otras por el estilo—muchas
veces manejadas por el Estado o por las grandes corporaciones—
a menudo no es nada más que “robo legalizado” ya que trata con
las masas en lugar de hacerlo con el individuo.

Al hablar de una solución ética nos referimos a un verdadero


ajuste a los diferentes intereses los cuales entonces podrían
hacerse materia de legislación. Una solución satisfactoria sólo
puede buscarse en una sociedad cristiana en la cual hombres
cristianos se comporten en forma cristiana.

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Para la producción en toda industria se necesitan dos cosas, a
saber: mano de obra (trabajadores) y capital (dinero invertido).
En consecuencia, por lógica, tanto los que trabajan como los que
aportan el capital deberían compartir los frutos de la
producción.

Así como las civilizaciones traen nuevas comodidades, nuevas


facilidades y nuevos medios, también traen consigo formas en las
cuales el hombre puede incomodar o molestar a su prójimo. Los
aeropuertos son sólo un ejemplo entre muchos. Esto también se
convierte en una consideración ética.

Los derechos de ciudadanía necesariamente implican deberes de


ciudadanía, por lo que también esto se interna en el terreno de la
ética. Es por ello que la política también debe ser considerada en
cualquier estudio de la ética. Un hombre puede estar
adecuadamente alimentado, vestido y entretenido y aún así,
seguir sin ser nada mejor que un animal.

Moralmente, bajo Dios, un gobierno del pueblo, por el pueblo y


para el pueblo, aún al costo de muchas fallas, es preferible a
cualquier gobierno “perfecto” por cualquier clase de tirano

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arbitrario. Los hombres deberían preferir arruinar completamente
sus propios asuntos antes que tener sus vidas controladas por el
más benevolente y bien intencionado dictador. Ninguna
riqueza material, ningún poder o prosperidad nacional
pueden compensar la pérdida del derecho a elegir por uno
mismo. De todos los sistemas de gobierno, una república es la
que sostiene y preserva mejor ese derecho para el hombre. Sin
embargo, si gran parte del pueblo de una república muestra una
codicia por disfrutar sin respetar los derechos y la felicidad de
otros y muestra una falta de autodisciplina y de sentido del deber,
la república llega a ser impracticable.

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CONCLUSIÓN
La ética cristiana es la ciencia de la conducta, la cual es acción
consciente e intencionalmente dirigida hacia un resultado
deseado conforme a los principios de la Palabra de Dios. El
intento de este prolegómeno es traer a la luz un sistema coherente
de guías bíblicas aplicables a todos los hombres que sean
creyentes y que quieran seguir la exactitud de la Palabra. Ésta es
la esencia de la Ética Bíblica.
El arte de la ética trata el “cómo” de la aplicación de las leyes,
reglas y guías morales de Dios a categorías específicas y cómo
ellas deben ser modificadas a veces debido a condiciones y
circunstancias especiales. No existe ninguna esfera de actividad
humana donde la ética no esté involucrada. Por tanto,
necesitamos considerar cuidadosamente la ética y su aplicación
en cada esfera de nuestra vida: en relación con Dios, en relación
con uno mismo, en relación con la sociedad y en relación con el
gobierno.

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LECTURAS SUPLEMENTARIAS

Mackenzie, J.S. The Manual of Ethics.

Robinson, N.L. Christian Justice.

Sidgwick, Henry The Methods of Ethics.

Sidgwick, Henry Outlines of the History of Ethics.

Thornton, L.S. Conduct and the Supernatural.

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