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llegar a Italia, donde edificará la ciudad que preservará la herencia troyana.
Juno deseaba que la opulenta y belicosa Cartago, ciudad preferida por ella, gobernara sobre
las otras ciudades. Por esto, cuando escuchó que del linaje troyano surgiría un pueblo que la
destruiría, recordando su antiguo rencor, se enfureció. Partió a Eolia para pedir a Eolo que
mandara los vientos contra aquellas naves. Las naves sufrieron una fuerte tempestad, hasta
que Neptuno se percató del mar embravecido y mandó a los vientos sosegarse.
Siete naves troyanas lograron llegar a las playas libias. Eneas decidió explorar aquella
región, acompañado por Acates; su madre Venus salió a su encuentro, les narró la historia
de la ciudad y la reina Dido (cómo había llegado hasta ahí escapando de su cruel hermano
Pigmalión) y les mostró el camino, cubriéndolos con niebla para que nadie los notara.
Los varones llegaron hasta un templo consagrado a Juno. Estando ahí, llegó la reina con su
comitiva, así como también los compañeros troyanos que creían pedidos; Dido, al saber su
situación, les ofreció auxilios y riquezas, y mandó registrar las costas en busca de Eneas.
Entonces se dispersó la niebla, y Eneas apareció con divino resplandor. Tras agradecer a la
reina, ella los condujo a su opulento palacio, donde se preparó un gran festín.
No obstante, Venus, recelosa de los cartagineses, mandó a su hijo Amor tomar la forma de
Ascanio (llamado también Iulo) para así provocar en Dido gran amor por Eneas y asegurar
su favor. Dido, fascinada, hacía preguntas a Eneas sobre su travesía hasta ahí.
Eneas narró entonces la destrucción de Troya, cómo los griegos los habían engañado con el
gran caballo, supuesta ofrenda a Atenea, para invadir su ciudad. Héctor apareció en sueños
a Eneas para advertirle que escapara con los númenes y los penates; éste intentó enfrentar a
los griegos, pero cuando presenció la muerte de Príamo, regresó a su palacio y, tomando los
objetos sagrados y a su familia, escapó de la masacre, aunque pereció su esposa Creusa.
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Habiendo dejado las costas troyanas, llegaron primero a una región tracia, cuyos pobladores
nombraron enéadas. Pero por un mal presagio al hallar el cadáver de Polidoro abandonaron
aquel lugar tras tributar exequias fúnebres.
Llegaron entonces a la isla Ortigia, a la ciudad de Apolo. Un oráculo les mandó ir hacia su
ciudad origen, por lo que, según propuso Anquises, marcharon a Creta, donde edificaron
Pérgamo. Sin embargo, se reveló a Eneas en sueños que debían marchar a Italia, de donde
procedía Dárdano.
Cuando partieron, una tempestad los llevó hasta las playas de las Estrófadas, donde habitan
las arpías, que abandonaron rápidamente, dirigiéndose ahora al monte Leucate. Encontraron
para su fortuna a Heleno y Andrómaca, que habían sobrevivido. Heleno le aconsejó ofrecer
dones a Juno para llegar hasta Italia, donde la Sibila le advertiría los peligros restantes. Con
presentes y armas, los troyanos continuaron su travesía hasta que fue visible por fin el suelo
italiano. No se acercaron a las regiones habitadas por griegos. Y, en su intento por evitar la
región de Caribdis, fueron a parar en las costas de los cíclopes.
Habiendo escapado de aquella región, continuando por los arrecifes de Paquino, llegaron a
Drépano, donde desgraciadamente pereció Anquises. Fue al partir de ahí que los vientos los
impulsaron hasta Cartago.
Dido, en su fuerte pasión por Eneas, sufría por no verse a su lado. Su hermana Ana le daba
esperanza haciéndole ver lo ventajosa que sería su unión con Eneas.
Juno, preocupada por ella, propuso a Venus una alianza entre ambos pueblos. Venus evitó
discutir con ella, pero sabía que significaría que el reino de Italia permanecería en las costas
africanas; Juno entonces llevó a cabo su plan: envió un fuerte temporal mientras cazaban,
provocando que Eneas y Dido se refugiaran en una misma cueva, donde pudieran unirse en
conyugal enlace.
Pronto se supo entre los pueblos cómo ambos monarcas se entregaban al torpe amor sin
pensar en sus reinos. Júpiter entonces mandó a Mercurio a recordar a Eneas su destino.
Mercurio encontró a Eneas trabajando en los cimientos de Cartago, y le recordó tanto su
deber como la gloria que arrebataba a su hijo al ignorarlo. Eneas, aunque en incertidumbre,
mandó a sus generales aparejar las naves mientras decidía cómo anunciarlo a Dido.
Pero la Fama llevó las noticias a oídos de la reina, que rogó a Eneas no abandonarla. Él, sin
embargo, siguió firme en su resolución, y partió con sus flotas prontamente para evitar el
acoso de las naves tirias.
Dido, ante su ausencia, deseaba la muerte. Mandó levantar una pira, donde colocó los
objetos que Eneas había dejado atrás, e incluso su tálamo conyugal. Mientras su hermana
buscaba víctimas expiatorias, y su nodriza buscaba ínfulas, la reina subió a lo alto de la pira
y se atravesó con la espada del troyano, provocando lamentos entre sus doncellas. Su alma
fue liberada por Iris por orden de Juno.
Los troyanos regresaron a las playas donde pereció Anquises, a quien al día siguiente se
tributaron ofrendas. Mientras los hombres celebraban competencias deportivas, Juno
mandó a Iris presentarse ante las llorosas mujeres como Béroe. Iris aprovechó su desánimo
para proponer permanecer en esa isla, al tiempo que arrojaba fuego hacia las naves, y las
demás mujeres la imitaron.
Eumelo avisó a los varones, que rasgaron sus túnicas ante este suceso. El anciano Nautes,
instruido por Atenea, aconsejó edificar ahí una ciudad; entre sueños, Eneas recibió este
mismo consejo de su padre, que le pidió además que descendiera al Averno y lo buscara en
los Campos Elíseos.
Entre pocos varones repararon las naves y partieron, habiéndoles concedido Neptuno una
buena navegación. Sólo pereció el piloto Palinuro, empujado al mar por el Sueño.
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Cuando llegaron a Cumas, Eneas subió al templo de Apolo y entró a la caverna de la Sibila,
donde numerosas voces les advirtieron sus futuras desgracias. Eneas entonces le pidió que
le mostrara la entrada del infierno para ver a su padre.
Gracias a las palomas de Venus, Eneas encontró el ramo dorado oculto en los bosques que
debía entregar como ofrenda a Proserpina. Hechos sacrificios necesarios, Eneas siguió a la
Sibila por el oscuro bosque.
Cruzando las moradas de las desgracias y las terribles fieras, llegaron al cenagoso
Aqueronte, donde Caronte dejaba subir a su barco sólo a quienes habían sido sepultados,
pero cuando la Sibila le mostró el ramo dorado, Caronte aceptó transportar a Eneas.
Habiendo dormido a Cerbero, Eneas cruzó los primeros umbrales con la Sibila. Y, para su
sorpresa, encontró a Dido vagando entre las almas que se consumieron por cruel amor. Su
sombra ignoró sus palabras irritada, reuniéndose con su primer esposo.
Eneas divisó también la gran fortaleza donde se encuentran quienes cometieron crimen o
injusticia, con los Titanes al fondo.
Tras llegar al palacio de Plutón y entregar su ofrenda a Proserpina, Eneas llegó finalmente a
los bosques afortunados, donde encontró a su padre Anquises. Cerca descubrió otro bosque,
bañado por el río Leteo, repleto de innumerables almas; su padre explicó que estas almas,
habiendo pasado mil años, regresarían a habitar otros cuerpos, y le mostró algunos grandes
descendientes que surgirían en Italia. Anquises despidió a ambos por la puerta de marfil por
donde se envían las imágenes falaces, y Eneas se reunió con sus compañeros.
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Habían avanzado cierta distancia cuando, finalmente, Eneas descubrió el piélago por el que
pasa el Tíber hacia el mar, y, alegre, mandó torcer hacia allá su rumbo.
Cuando llegaron gobernaba en paz el rey Latino, descendiente de Saturno, con una única
heredera: Lavinia, quien era pretendida por numerosos príncipes del Lacio, sobre todo por
Turno, preferido por su madre Amata. Sin embargo, había sido anunciado al rey que un
extranjero llegaría a desposar a Lavinia, dándole gran fama, y a heredar su reino.
Cuando los troyanos llegaron a sus costas, la Fama había difundido este oráculo entre los
pobladores. Y aquellos reconocieron al llegar que habían alcanzado el fin de su trabajo.
Eneas, al día siguiente, mandó emisarios con regalos para pedir paz. Latino los recibió en
un suntuoso templo, escuchó las causas de su llegada, y les ofreció auxilios y riquezas,
pidiendo solamente que Eneas se presentara por sí mismo, puesto que pensaba que él era el
extranjero anunciado por los oráculos. Por su parte, mandó también regalos a Eneas, así
como caballos para transportarlos hacia allí.
Sin embargo, Juno se enfureció al ver que sus esfuerzos habían sido vanos. Llamó entonces
a Alecto, espantoso monstruo, para comenzar una guerra entre latinos y troyanos. Alecto
clavó una culebra en Amata para avivar su furia; cuando ésta no logró que su esposo
cambiara su decisión con razones, salió delirante hacia los bosques negándose a aceptar la
unión con los troyanos. Las demás mujeres fueron igualmente enloquecidas por las Furias.
Partió luego Alecto hacia Ádrea, donde se acercó a Turno, que, temeroso de la diosa, se
decidió a marchar contra Latino, dando fin a la paz.
Finalmente, Alecto provocó, inflamando rabia a sus perros, que Iulo hiriera a un ciervo
protegido por los hijos de Tirro, sobre todo por Silvia, que viendo herido al animal soltó un
alarido, ocasionando que los campesinos se alzaran en armas en su defensa. Los troyanos
por su parte se precipitaron a defender a Ascanio, dándose una terrible lucha. Satisfecha,
Alecto volvió a su morada.
Cuando llegó Turno, el pueblo pedía furioso una guerra que Latino se negaba a conceder.
Sin embargo, terminó apartándose del gobierno. Juno misma abrió las puertas del templo de
la guerra para indicar que ésta había comenzado, provocando bélico furor en toda Italia.
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Los reinos llegaban a prestar auxilio para el eminente enfrentamiento. Y mientras Eneas,
turbado por estos pensamientos, se encontraba en la ribera del Tíber, este río se apareció a
él como un anciano para asegurarle su destino, indicándole cómo ganar la guerra.
Eneas buscó entonces alianza con Palante, hijo del rey Evandro, enemigo de los latinos y
los rútulos. El Tíber mismo lo condujo hasta allá. Esta nación aceptó ayudar en la lucha, y
se celebró la nueva alianza. Mientras tanto, Venus pedía a su esposo Vulcano forjar armas
para Eneas.
Evandro no podía contribuir con grandes fuerzas, pero indicó a Eneas reinos opulentos que
podrían hacerlo; le concedió así mismo a su hijo Palante como acompañante.
Partieron entonces. Cuando se encontraban en un río cercano a Ceres, Eneas recibió las
armas forjadas por Vulcano, enviadas por Venus como señal de que estallaría la guerra.
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Mientras tanto, Juno mandó a Iris con Turno para advertirle que Eneas formaba alianza con
los lidios, dándole una excusa para armarse. Turno entonces extendió su numeroso ejército
por los campos; los troyanos, ante este suceso, se dispusieron en torno a las murallas.
Turno comenzó su ataque. Cuando quiso incendiar las naves troyanas, Cibeles pidió a su
hijo Júpiter salvarlas, puesto que habían sido construidas con sus pinos; las naves entonces
se ocultaron en las aguas convertidas en ninfas. Los rútulos los sitiaron.
Al anochecer, los troyanos Niso y Euríalo idearon un plan: con los mejores guerreros, se
infiltraron entre los enemigos mientras éstos dormían y comenzaron una matanza. Cuando
se retiraban al amanecer, sin embargo, fueron divisados por los jinetes comandados por
Volcente que habían acudido con un mensaje para Turno. Los dos jóvenes fueron
capturados y asesinados, aunque Niso logró asesinar a Volcente.
La pelea comenzó otra vez con el día. Los rútulos intentaban romper la fortificación, que
los troyanos defendían arrojando peñascos. Ascanio lanzó su primer disparo en combate en
aquel enfrentamiento, dando muerte a Numano.
Se había entablado furiosa lucha, ambos ejércitos causaban muerte y temor en sus enemigos
conforme los empujaban los dioses. Los capitanes troyanos Mnesteo y Seresto lograron
poner en fuga a Turno, a quien Juno, por orden de Júpiter, no pudo seguir defendiendo. Los
dioses, al mismo tiempo, se agitaban, divididos entre varios pareceres.
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Al anochecer, las ninfas de Cibeles salieron al encuentro de Eneas mientras éste navegaba
hacia allá para avisarle la difícil situación del ejército troyano. Ellas mismas empujaron su
nave para apresurar su viaje.
Eneas había conseguido aliarse también con los etruscos, así como con numerosas aldeas
toscanas. Y cuando fue visto desde lejos por los demás troyanos, enardeció sus ánimos. Sin
embargo, Turno no se intimidó.
En medio del enfrentamiento, Palante y Teucro terminaron enfrentándose, y éste lo atravesó
con su lanza. Eneas corrió en su auxilio al saberlo, derrotando en su camino numerosos
enemigos. Júpiter, ante sus súplicas, permitió a Juno alargar la vida de Turno; ella entonces
creó una falsa imagen de Eneas, que Turno persiguió engañado hasta una nave que lo alejó
del lugar. Mecenio ocupó su lugar en batalla, pero fue asesinado por Eneas, junto con su
hijo Lauso.
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Eneas propuso a los troyanos hacerse cargo de sus compañeros caídos, y comenzaron por
Palante, que fue llevado a su padre. Entonces llegaron emisarios latinos para pedir sepultar
también a sus muertos, cosa que Eneas, compasivo, permitió, dejándolos admirados.
Drances, emisario más anciano, declaró por esto que su lealtad estaría ahora con él.
Mientras encendían las piras, los latinos se encontraban divididos respecto a Turno. En ese
momento llegaron los emisarios que habían partido a la ciudad de Diomedes, diciendo que
éste les aconsejaba no enfrentarse contra Eneas. Latino propuso ceder territorio a los
troyanos para que construyeran su ciudad e invitarlos a su nación, si eso deseaban. Sin
embargo, Turno, que había regresado, insistía en continuar luchando.
Al mismo tiempo Eneas ponía en movimiento a su ejército, lo que puso en alerta a los
latinos al saberlo. Las deliberaciones fueron pospuestas. Los ejércitos salieron a su
encuentro, incluida Camila, que caería en esa batalla a manos del troyano Arrunte.
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Finalmente los enemigos comenzaron a escapar ante el empuje troyano cuando anocheció.
Turno, enfurecido, se negaba a ceder, sin importar los consejos de Latino o los llantos de
Amata, decidido a derrotar a Eneas por Lavinia.
Al día siguiente, todo se dispuso para su enfrentamiento. Cuando los rútulos comenzaron a
temer por su líder, considerándolo inferior a Eneas, Iuturna, ninfa hermana de Turno,
apareció como Camertes para exhortarlos a luchar. Ellos entonces rompieron los pactos
lanzándose con bélico furor.
Cuando Eneas intentaba recordar a los suyos los pactos, fue herido por un dardo; ante esto,
Turno, motivado, comenzó una feroz masacre. Venus, consternada, acudió al anciano
Yápige por un remedio con que sanó a Eneas.
En ese momento, Amata, creyendo muerto a Turno por su ausencia en batalla, se suicidó,
creando complicación para los rútulos. Turno entonces aceptó su destino y marchó hacia el
combate frontal con Eneas, colocados sus hados en la balanza divina.
Juno finalmente aceptó la voluntad de Júpiter y abandonó la guerra. Júpiter le prometió que
la gran progenie que nacería le tributaría honores a ella como ningún otro pueblo; envió una
Furia para debilitar los miembros de Turno, ante lo que Iuturna se retiró. Entonces Eneas
logró herirlo, y, finalmente, lo atravesó en venganza por Palante.