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EL ARTE DE AMAR

Erich Fromm – resumen e interpretación kmh


Contenido

EL ARTE DE AMAR ..............................................................................................................................1

I. ¿EL AMOR ES UN ARTE? .............................................................................................................3

II. LA TEORÍA DEL AMOR.................................................................................................................5

1. EL AMOR, LA RESPUESTA AL PROBLEMA DE LA EXISTENCIA HUMANA. .................................5

2. EL AMOR ENTRE PADRES E HIJOS. ........................................................................................17

3. LOS OBJETOS AMOROSOS ....................................................................................................20

III. EL AMOR Y SU DESINTEGRACIÓN EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL CONTEMPORÁNEA. ............24

IV. LA PRÁCTICA DEL AMOR. ..........................................................................................................25


PREFACIO

Este libro pretende demostrar que el amor no es un sentimiento fácil para nadie, sin importar el
grado de madurez alcanzado. Pretende convencer al lector que aprender a amar es un proceso que
requiere entrenamiento del modo más activo, que el amor individual no puede lograrse si no hay
capacidad de amar al prójimo, si no hay humildad, coraje, fe y disciplina. Si en la cultura en la que
se vive estas cualidades son raras, también es rara la capacidad de amar. Seguramente son pocas
las personas verdaderamente capaces de amar que has conocido.

“Quien no conoce nada, nada ama. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada
comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve. Cuanto mayor es el
conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor… Quien cree que todas las frutas
maduran al mismo tiempo que las frutillas, nada sabe acerca de las uvas”. PARACELSO.

I. ¿EL AMOR ES UN ARTE?

¿El amor es un arte?, ¿o es una sensación placentera producto del azar con la que te tropiezas si
tienes suerte?; si es un arte, como pienso que es, requiere conocimiento y esfuerzo, aunque la
mayoría de la gente piensa que es lo segundo: que el amor es un producto del azar.

Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste en ser amado, y no en amar, no en la
propia capacidad de amar, por lo que enfocan el problema en cómo lograr que se les ame, en cómo
ser dignos de amor, para lo que se siguen varios caminos. Los hombres se enfocan en tener éxito y
ser tan poderosos y ricos como sea posible. Las mujeres procuran ser atractivas cuidando cuerpo,
ropa, etc. Otros recursos que usan ambos sexos son modales agradables, conversación interesante,
ser útiles, modestos, inofensivos.

Para la mayoría de la gente en nuestra cultura, “ser digno de ser amado” es una mezcla de
popularidad y sex-appeal.

La gente que piensa que amar es producto de la casualidad (validan la segunda premisa y suponen
que no hay nada que aprender sobre el amor), cree que el problema del amor es el de un “objeto”:
piensa que amar es sencillo y que lo difícil es encontrar un “objeto” apropiado para amar –o para
ser amado por ese objeto-. Este pensamiento tiene varias causas, una de ellas es la transformación
que se da en el siglo XX sobre la elección del “objeto amoroso”. En la era victoriana y otras culturas
tradicionales, el amor no era una experiencia personal que llevase al matrimonio, sino que éste se
efectuaba por convenio – entre las familias o con intervención de un agente matrimonial, entre
otros -, se realizaba con base en consideraciones sociales y se daba por hecho que el amor surgiría
después de concertado el matrimonio.
En las últimas generaciones el “amor romántico” se ha hecho casi universal en el mundo occidental.
La mayoría de la gente aspira encontrar un “amor romántico”, aspira a tener una experiencia
personal del amor que le lleve al matrimonio. Es precisamente esta situación la que incrementa la
importancia del “objeto” frente a la “función”.

En la cultura actual hay otro rasgo estrechamente vinculado a este factor. Nuestra cultura se basa
en el deseo de comprar. La felicidad del humano actual es contemplar productos y comprar todo lo
que pueda, al contado o a plazos. Hombres y mujeres consideran a las personas de forma similar.
Un hombre o mujer atractivos son los premios que se quieren conseguir. “Atractivo” es igual a un
conjunto de cualidades que son populares altamente demandadas en el mercado de la
personalidad. Estas características (tanto físicas como mentales) dependen de la época. Por
ejemplo, después de la Primera Guerra Mundial, una joven que bebía, fumaba y era sexualmente
provocadora era muy atractiva. Actualmente la moda exige más recato. Anteriormente el hombre
atractivo era agresivo y ambicioso, hoy ser atractivo es ser sociable y tolerante.

En cualquier caso, la sensación de enamorarse, sólo se desarrolla con respecto a las mercancías
humanas (objetos) que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Si quiero hacer un
buen negocio, el “objeto” debe resultarme deseable, y al mismo tiempo, debo resultarle deseable
con base en mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. Dos personas se enamoran cuando
creen que han encontrado al mejor objeto disponible en el mercado, con base en los límites
impuestos por sus propios valores de intercambio. Si en la cultura prevalece la orientación mercantil
y el éxito material es lo más importante, no es de sorprender que en las relaciones amorosas se
aplique el mismo esquema de intercambio.

También se genera incertidumbre cuando se confunde la experiencia inicial de “enamorarse”, con


la situación de “permanecer enamorado”. Cuando dos personas que son desconocidas –como
somos todos- dejan caer de pronto la barrera que les separa, se sienten cercanas, experimentan
unidad, que es uno de los momentos más estimulantes y excitantes de la vida. Esto maravilla aún
más a las personas que han vivido encerradas, aisladas o sin amor. Esta súbita intimidad se facilita
si inicia o se combina con atracción sexual o su consumación. Sin embargo, este tipo de amor es
poco duradero. Cuando las personas se conocen bien, su intimidad pierde su carácter milagroso, al
grado que su antagonismo, desilusiones, aburrimiento mutuo, terminan por eliminar la excitación
inicial. Usualmente los “enamorados” no saben esto, consideran que el apasionamiento inicial, el
estar “locos el uno por el otro” es prueba de la intensidad de su amor, cuando en realidad, sólo es
prueba del grado de su soledad anterior.

La actitud de que no hay nada más fácil que amar es la idea que prevalece sobre el amor, a pesar de
las pruebas abrumadoras de lo contrario. No existe otra actividad que inicie con tan tremendas
esperanzas y expectativas, y que no obstante, fracase tan a menudo como el amor. Si esto sucediera
tan a menudo en otros campos, la gente se enfocaría en tratas de corregir sus errores, entender los
motivos, o renunciaría a la actividad. Puesto que renunciar es imposible en el caso del amor, sólo
parece haber una adecuada forma de superar el fracaso en el amor, y es, examinar las causas del
fracaso, y estudiar el significado del amor.
Primero, tomemos conciencia de que el amor es un arte. Si deseamos aprender a amar, debemos
proceder como lo haríamos para aprender cualquier otro arte –música, pintura, carpintería,
medicina, ingeniería, etc.-

¿Cuáles son los pasos necesarios para aprender un arte?

El proceso de aprender un arte puede dividirse en dos partes: el dominio de la teoría y el dominio
de la práctica. Si quieres aprender el arte de la medicina, primero debes conocer todo lo relativo al
cuerpo humano y diversas enfermedades para tener conocimiento teórico. Sin embargo, tener
conocimiento teórico no me hace competente en modo alguno. Dominaré la medicina después de
mucha práctica, hasta que, eventualmente, los resultados de mis conocimientos teóricos y prácticos
se fundan en uno: mi intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte.

Adicionalmente, para dominar cualquier arte, el dominio de ese arte debe ser un asunto de
fundamental importancia: nada debe ser más importante que el arte. Esto es válido para la música,
la medicina, la carpintería, y también para el amor. Éste es quizá el motivo por el que la gente en
nuestra cultura, a pesar de los evidentes fracasos por los que pasa, sólo en contadas ocasiones trata
de aprender este arte.

Por desconocer que el amor es un arte que se debe aprender, a pesar de que sentimos un profundo
anhelo de amor, damos más importancia a todo lo demás: éxito, dinero, poder, prestigio…
enfocamos casi toda nuestra energía en descubrir cómo alcanzar esos objetivos, y muy poca o nada,
en aprender el arte del amor.

¿Será que por desconocimiento nos enfocamos en aprender cosas que nos dan dinero o prestigio,
y que el amor (que “sólo” beneficia al alma y no nos aporta ventajas en el mundo moderno) sea un
tema por el cual no gastamos muchas energías?

Sea como fuere, el presente libro examinará profundamente la Teoría del Amor, y posteriormente,
se analizará la Práctica del Amor, aunque es muy poco lo que puede decirse sobre la práctica del
amor.

II. LA TEORÍA DEL AMOR.

1. EL AMOR, LA RESPUESTA AL PROBLEMA DE LA EXISTENCIA


HUMANA.

Cualquier teoría del amor comienza con la teoría del hombre, de la existencia humana. Si bien
encontramos amor o algo equivalente al amor en los animales, se trata fundamentalmente de su
equipo instintivo, del que sólo quedan algunos restos en el hombre. Lo esencial en la existencia del
hombre es que ha emergido del reino animal, de que ha trascendido la naturaleza, y sin embargo,
una vez que se ha arrancado de la naturaleza ya no puede regresar a ella. Metafóricamente, una vez
que ha sido arrojado del paraíso (estado de unidad original con la naturaleza), querubines con
espadas flameantes del impiden el paso para volver. El hombre sólo puede ir hacia adelante
desarrollando su razón, debe encontrar una nueva armonía humana que reemplace la prehumana,
que está irremediablemente perdida (de hecho el hombre jamás abandona la naturaleza, siempre
forma parte de ella, sin embargo, el emerger del reino animal siempre está presente).

Cuando el hombre nace (como raza o como individuo), se ve arrojado de una situación definida,
hacia una indefinida, incierta, abierta. Solo tiene certeza con respecto al pasado, y con respecto al
futuro, sólo tiene certeza de la muerte.

El hombre está dotado de razón, es “Vida consciente de sí misma”, tiene conciencia de sí mismo, de
sus semejantes, de su pasado, y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como
algo separado, esa conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga
su voluntad y de que ha de morir en contra de su voluntad, de que posiblemente morirá antes que
los que ama, o que éstos morirán antes que él, la conciencia de su soledad, de su “separatidad”, de
que e encuentra desvalido frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, hacen de su
existencia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de
su prisión y extender la mano para unirse de una u otra forma con los demás hombres, con el mundo
exterior.

La vivencia de la Separatidad provoca angustia. De hecho, es la fuente de toda angustia. Estar


separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna de utilizar mis poderes humanos. De ahí que
estar separado signifique estar desvalido, ser incapaz de asirse al mundo (cosas y personas)
activamente, significa que el mundo puede invadirme sin que yo pueda reaccionar. La separatidad
es la fuente de una intensa angustia, y por otra parte, produce vergüenza y un sentimiento de culpa.

El relato bíblico de Adán y Eva expresa esa experiencia de culpa y vergüenza en la separatidad.
Después de haber comido del “árbol del conocimiento del bien y del mal”, de haber desobedecido
(esto quiere decir que el bien o el mal no existen si no hay libertad para desobedecer), después de
haberse vuelto humanos al “liberarse” de la originaria armonía animal con la naturaleza y
convertirse en humanos, vieron que “estaban desnudos y tuvieron vergüenza”. ¿Debemos entender
que este mito tan antiguo y elemental contiene mojigatería moralista y que lo importante del relato
es la preocupación de Adán y Eva por tener los genitales visibles? Es muy difícil que sea así. Si
interpretamos el relato el punto principal parece ser el siguiente: después de que hombre y mujer
se hicieron conscientes de sí mismos, y del otro, tuvieron conciencia de su “separatidad” y de la
diferencia entre ambos tomando en cuenta que pertenecían a sexos distintos. Pero, al reconocer su
separatidad, siguen siendo desconocidos el uno para el otro, porque aún no han aprendido a amarse
(lo demuestra el hecho de que Adán se defiende, acusando a Eva, en lugar de tratar de defenderla).

La conciencia de la separación humana –sin la reunión por el amor- es la fuente de la vergüenza, y


al mismo tiempo, la fuente de la culpa y de la angustia.

La necesidad más profunda del hombre es superar su separatidad, abandonar la prisión de su


soledad. El fracaso absoluto en lograr este objetivo es la locura, porque el pánico al aislamiento –
separatidad- sólo se vence retrayéndose radicalmente del mundo. Si el mundo exterior ya no existe
en mi mente, ya no estoy separado.

Los seres humanos sin importar su cultura, credo, temporalidad, estatus, siempre tratan de
solucionar el mismo problema: superar la separatidad, lograr unión, trascender la vida individual y
encontrar compensación. El problema es el mismo para todos, pero la respuesta varía. La solución
puede alcanzarse adorando animales, a través del sacrificio humano, conquistas militares,
complacencia en la lujuria, renunciamiento ascético, trabajo obsesivo, creación artística, amor a
Dios, y amor al hombre; las respuestas no son infinitas. De hecho, el hombre no ha desarrollado
muchas respuestas aunque se ha desarrollado en diversas culturas.

Las respuestas dependen del grado de individualidad alcanzado por el individuo. El infante no
experimenta la separatidad, se siente uno con su madre mientras ella esté presente. Sólo en el grado
que el niño desarrolla la sensación de separatidad la presencia de la madre deja de ser suficiente y
le surge la necesidad de superar la separatidad de otros modos.

De igual modo, la humanidad en su infancia se siente una con la naturaleza. El hombre se identifica
con el suelo, plantas, y especialmente con los animales. Lo expresa haciendo máscaras y adorando
dioses animales, o tótems animales. Conforme se libera de esos vínculos primarios, va requiriendo
de nuevas formas de escape de la separación.

Una forma es a través de estados orgiásticos, pudiendo ser de trance auto inducido, o con drogas.
Muchas tribus primitivas los empleaban. Es un estado de exaltación donde desaparece el mundo
exterior y con él, el sentimiento de separatidad. Se agrega a ello la fusión con el grupo, que hace
más efectiva la solución. Parece que el hombre después de la experiencia orgiástica permanece
cierto tiempo sin sufrir por la separatidad. Lentamente la angustia comienza a aumentar, y
disminuye con la repetición del ritual. Estos estados orgiásticos no producen angustia o culpa. Se
considera correcto participar de ellos, inclusive virtuoso, ya que culturalmente es requerido por
brujos, médicos o sacerdotes. Esto es totalmente distinto en una cultura no orgiástica.

En este caso, el alcohol o las drogas son los medios disponibles, pero quienes los utilizan padecen
culpa o remordimiento. Cuando la experiencia termina se sienten más separados aún, lo que les
hace volver con frecuencia e intensidad crecientes.

También se obtiene a través de la experiencia sexual. El orgasmo puede producir un estado similar
al trance o al efecto de algunas drogas. La búsqueda del orgasmo se convierte en un intento
desesperado de escapar de la angustia de la separatidad, provocando una sensación de separación
mayor porque el acto sexual sin amor no elimina el abismo entre los humanos más que de forma
momentánea.

Las formas de unión orgiástica tienen tres características: intensas incluso violentas; personalidad
total mente-cuerpo; transitorias y periódicas, lo opuesto a la unión basada en la conformidad con el
grupo, costumbres, prácticas y creencias (esto es una evolución considerable).
En la sociedad primitiva el grupo es pequeño, integrado por quienes comparten sangre y suelo.
Conforme el grupo se extiende se convierte en una polis o Estado, o miembros de una iglesia. Hasta
el romano indigente estaba orgulloso de ser ciudadano romano, Roma y el imperio eran su familia,
hogar y mundo. En la sociedad occidental actual, la unión con el grupo es la forma predominante de
superar el estado de separación. Es una unión en la que la individualidad casi desaparece y la
finalidad es la pertenencia al rebaño. Si soy como los demás, si me adapto, si no pienso mucho,
estoy salvado: salvado de experimentar la soledad. Las dictaduras amenazan y aterrorizan para
inducir esta conformidad, las democracias usan la sugestión y propaganda.

En los sistemas totalitarios solo unos pocos héroes o mártires se niegan a obedecer. En la
democracia la no conformidad es posible, pero muestran abrumadores grados de conformidad. Se
debe a la falta de una respuesta a la búsqueda de unión, por lo que la conformidad con el rebaño se
vuelve la forma predominante. La gente quiere someterse en un grado más alto de lo que está
obligada a hacerlo. La mayoría ni siquiera es consciente de su necesidad de conformismo. Se vive
una ilusión de individualismo, creyendo que llega a ciertas conclusiones como resultado de su
pensamiento, cuando sus ideas son como las de la mayoría. Al conservar la necesidad de sentir algo
de individualidad, la satisface con diferencias menores: cartera, camisa, partido político, equipo,
entre otros, son los encargados de expresar esas diferencias individuales. El lema publicitario “es
distinto” muestra la patética necesidad de la diferencia, que en realidad, casi no existe.

La creciente tendencia a eliminar las diferencias se relaciona con el concepto y experiencia de


igualdad. En la religión igualdad significa que todos somos hijos de Dios y compartimos la misma
sustancia humano-divina. Todos somos uno. También significa que deben respetarse las diferencias
entre individuos ya que también es cierto que cada uno de nosotros es una entidad única, es un
cosmos en sí mismo. Esta unicidad del individuo se expresa en la sentencia talmúdica: “Quien salva
una sola vida, es como si hubiera salvado a todo el mundo. Quien destruye una sola vida, es como
si hubiera destruido a todo el mundo”. En la filosofía del iluminismo occidental, La igualdad es
condición para el desarrollo de la individualidad. Kant formuló que ningún hombre debe ser un
medio para que otro hombre realice sus fines. Que todos los hombres son iguales, que todos son
finalidades y no medios unos de otros. Los pensadores socialistas definieron la igualdad como la
abolición de la explotación, del uso del hombre por el hombre.

En la sociedad capitalista actual, se entiende por igualdad la de los “autómatas” que han perdido su
individualidad. Aquí igualdad significa “identidad” antes que “unidad”. Identidad de las
abstracciones, de los hombres que tienen los mismos empleos, idénticas diversiones, lecturas,
pensamientos e ideas. La igualdad de las mujeres entra en este movimiento de la eliminación de las
diferencias. La polaridad de los sexos está desapareciendo y con ella el amor erótico. Hombres y
mujeres son idénticos, no iguales como polos opuestos. La sociedad actual predica el ideal de la
igualdad no individualizada porque necesita humanos idénticos que funcionen en masa,
suavemente y sin fricción, que obedezcan las mismas órdenes y que piensen que siguen sus propios
deseos. Así como la producción moderna requiere estandarizar productos, así el proceso social
requiere estandarizar al hombre nombrando esta estandarización “igualdad”.
La unión por la conformidad no es intensa ni violenta, es calma, rutinaria y por ello resulta
insuficiente para aliviar la angustia de la separatidad. La frecuencia de alcoholismo, drogadicción,
sexualidad compulsiva y suicidio son muestras de este fracaso relativo “tipo rebaño”. Tal solución
afecta fundamentalmente a la mente y no al cuerpo, por eso es menos efectiva que las soluciones
orgiásticas. La conformidad tipo rebaño ofrece una ventaja: es permanente, no espasmódica. El
individuo se introduce en este patrón desde los 3 o 4 años y a partir de ahí nunca pierde contacto
con el rebaño. Aún su funeral (que él anticipa) está de acuerdo con el patrón.

Además de la conformidad como forma para aliviar la angustia de la separatidad, debemos


considerar el papel de la rutina en el trabajo y en el placer. El hombre se convierte en “ocho horas
de trabajo”, forma parte de la fuerza laboral o burocrática, tiene poca iniciativa, sus tareas están
prescritas por la organización laboral, y hay muy poca diferencia entre los de abajo y los que han
llegado arriba. Incluso los sentimientos están prescritos: alegría, tolerancia, responsabilidad,
ambición y habilidad para llevarse con todos. La diversión también está rutinizada similarmente. Los
clubs de lectura seleccionan el material, los cines las películas. Todo es uniforme: El paseo en auto
el domingo, la sesión de TV, partida de naipes, reuniones. De nacimiento a muerte, de lunes a lunes,
de mañana a noche, todo está rutinizado y prefabricado. ¿Cómo puede un hombre en esa red
recordar que es un individuo único al que sólo se le ha otorgado una oportunidad de vivir, con
esperanzas, desilusiones, dolor, temor, anhelo de amar y miedo a la nada y a la separatidad?

Una tercer manera de lograr la unión es la Actividad Creadora del artista o artesano. En cualquier
tarea creadora, la persona se une con su material, que representa el mundo exterior a él. Sea un
carpintero que hace una mesa, el campesino que siembra el trigo, o el pintor que pinta una tela, el
individuo y su objeto se tornan uno. El hombre se une al mundo en el proceso de creación. Esto
sólo es válido para el trabajo productivo, para la tarea en la que planeo, produzco y veo el resultado
de mi labor. Actualmente en el trabajo de un obrero en una cadena productiva, poco queda de esa
cualidad unificadora que da el trabajo. El trabajador es un apéndice de la máquina o de la
organización burocrática. Dejó de ser él y por eso no se produce una unión aparte de la que se logra
por medio de la conformidad.

La unidad alcanzada mediante trabajo productivo no es interpersonal. La que se logra en fusión


orgiástica es transitoria, la que da la conformidad es sólo pseudounidad, es decir, son respuestas
parciales al problema de la existencia. La solución plena está en el logro de la unión interpersonal,
la fusión con otra persona, en el Amor.

El deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que tiene el hombre. Es su pasión más
fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana, al clan, la familia y la sociedad. La incapacidad
para alcanzar este impulso significa insania o destrucción de sí mismo, o de los demás. Sin amor la
humanidad no podría existir un día. Sin embargo, si llamamos amor al logro de la unión interpersonal
estamos ante una gran dificultad. La fusión puede lograrse de distintas formas. ¿Debemos llamar
amor a todas ellas?, ¿Tendríamos que reservar la palabra amor únicamente a una forma específica
de unión?
Semánticamente la respuesta es arbitraria. Lo importante es saber a qué clase de unión nos
referimos al hablar de Amor.

¿Es el amor una solución madura al problema de la existencia, o se refiere a formas inmaduras de
amar que pueden llamarse “unión simbiótica”?

La Unión simbiótica tiene su patrón biológico en la relación madre embarazada-feto. Son dos y sin
embargo, uno. Viven en simbiosis, se necesitan mutuamente. La madre es el mundo del feto, recibe
de ella cuanto necesita, y a su vez, la vida de la madre se ve realzada por él. En la unión simbiótica
psíquica, los cuerpos son independientes pero psicológicamente existe la misma relación.

La forma pasiva de la unión simbiótica es la Sumisión o el Masoquismo. El masoquista escapa del


sentimiento de separatidad convirtiéndose en parte de la otra persona, quien la dirige, guía,
protege… “es el aire que respira”. Se exagera el poder de aquél al que te sometes, se trate de una
persona o Dios. Él es todo y yo nada, salvo en la medida en que formo parte de él, y como tal,
comparto su grandeza, poder y seguridad. El masoquista no necesita tomar decisiones, no corre
riesgos, nunca está sola pero no es independiente, carece de integridad, es como si no hubiera
nacido aún totalmente. En religión, el objeto adorado se nombra ídolo. En la relación “amorosa”
masoquista el mecanismo de idolatría es el mismo. La relación masoquista puede estar mezclada
con deseo físico o sexual, siendo sumisión tanto de mente como de cuerpo. Puede ser una sumisión
masoquista ante el destino, enfermedad, música rítmica, estado orgiástico producido por drogas o
por trance hipnótico. En todos los casos la persona renuncia a su integridad y se convierte en un
instrumento de alguien o algo exterior a él. No necesita resolver el problema de la existencia por
medio de la actividad productiva.

La forma activa de la unión simbiótica es la Dominación, o el Sadismo. El sádico quiere escapar de


su soledad haciendo de otro individuo parte de sí misma. Se siente acrecentada y realzada al
incorporar a otra persona, que le adora. El sádico es tan dependiente del sumiso como éste de aquél.
Ninguno puede vivir sin el otro. La diferencia radica en que el sádico domina, explota, lastima y
humilla, y el masoquista es dominado, explotado, lastimado y humillado. En el sentido realista la
diferencia es considerable. En el sentido emocional profundo, ambos tienen en común la fusión sin
integridad. Por ello no es difícil de encontrar que un sádico reaccione como masoquista con respecto
a objetos diferentes. Hitler era sádico frente al pueblo y masoquista hacia el destino, la historia, el
poder superior de la naturaleza.

En contraste con la unión simbiótica, el amor madura significa unión preservando la integridad, la
individualidad. El amor es un poder activo en el hombre, que atraviesa las barreras que separan al
hombre de sus semejantes y le une a los demás. El amor capacita al hombre para superar la
sensación de aislamiento y separatidad y le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el
amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y siguen siendo dos.

Si decimos que el amor es una actividad, hay que enfocarse en el significado ambiguo de esta
palabra. En sentido moderno, Actividad denota una acción que mediante el gasto de energía
produce un cambio a la situación existente. Un hombre es activo si atiende su trabajo, estudia,
construye algo, hace deportes. Todas ellas están dirigidas a una meta exterior, y no tiene en cuenta
la motivación de la actividad. Pensemos en los hombres que por inseguridad y soledad, o por
ambición, trabajan sin descanso. En ambos casos se es esclavo de una pasión y su Actividad es en
realidad, Pasividad, porque están impulsados, sufren por la acción, no la realizan.

Por otra parte, se considera Pasivo a quien está sentado, inmóvil o contemplativo con el único fin
de experimentarse a sí mismo y su unidad con el mundo. Esa actitud de concentrada meditación es
la Actividad más elevada, es actividad del alma que sólo es posible con la condición de libertad e
independencia interior.

El concepto moderno se refiere al uso de energía para el logro de un fin exterior. El antiguo, al uso
de poderes inherentes al hombre produzcan o no cambios externos.

Spinoza distinguió entre afectos pasivos y activos, entre acciones y pasiones. Al ejercer el afecto
activo, el hombre es libre, es amo de su afecto. En el afecto pasivo el hombre es impulsado, es objeto
de motivaciones de las que no se percata. Spinoza afirma que la virtud y el poder son la misma cosa.
La envidia, celos, ambición, avidez, son pasiones. El amor es una acción, es practicar un poder
humano, que sólo se puede realizar en libertad y jamás como resultado de una compulsión.

El amor es una actividad y no un afecto pasivo, es un Estar Continuado y no un súbito arranque. En


el sentido más general, se describe el carácter activo del amor afirmando que es fundamentalmente
dar, no recibir.

¿Qué es dar?, la respuesta está llena de ambigüedades y complejidades. El malentendido más


común supone que significa Renunciar a algo, privarse o sacrificarse. Este es el razonamiento de
quien no se ha desarrollado más allá que de la orientación receptiva.

En el carácter mercantil, dar es a cambio de recibir. Dar sin recibir significa una estafa. La gente cuya
orientación fundamental no es productiva vive el Dar como un empobrecimiento, y por lo general
se niega a Dar. Otros hacen de Dar, una virtud en sentido de sacrificio. Sienten que al ser doloroso,
la virtud de dar está en el acto de aceptar el sacrificio; la norma “dar es mejor que recibir” significa
que es mejor sufrir una privación que experimentar alegría.

Para el carácter productivo, dar constituye la más alta expresión de potencia. En Dar experimento
mi fuerza, riqueza, poder. Esta experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha. Me
experimento como desbordante, pródigo, vivo y por tal, dichoso. Dar produce más felicidad que
recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de Dar, está la expresión de mi vitalidad.

Advertimos la validez d este principio en diversos ejemplos, el más elemental en la esfera del sexo:
la culminación de la función sexual masculina radica en el dar. El hombre se da, da su órgano sexual
a la mujer. En el orgasmo le da su semen. No puede dejar de darlo si es potente. Si no lo puede dar,
es impotente. La mujer también se da, permite el acceso a su núcleo de feminidad. Al recibir, ella
da. Si sólo puede recibir, es frígida. Su función de dar se presenta de nuevo como madre. La mujer
se da al niño que crece en su interior, le da leche al nacer, le da calor de su cuerpo. No dar le
resultaría doloroso.
En la esfera de lo material, dar significa ser rico. No es rico el que tiene mucho sino el que da mucho.
El avaro que se preocupa hasta la angustia por perder algo desde lo psicológico es un indigente,
empobrecido, por mucho que posea. El que es capaz de dar de sí, es rico. Es alguien que se siente a
sí mismo como un ser capaz de entregar a los demás algo de sí mismo.

Sólo aquel que adolece de todo -excepto de satisfacer sus necesidades mínimas- es incapaz de gozar
con el acto de dar cosas materiales. La experiencia demuestra que lo que cada persona considera
necesidades mínimas depende de su carácter y de sus posesiones reales. Los pobres están más
inclinados a dar que los ricos, sin embargo, la pobreza que sobrepasa cierto límite impide dar, y en
consecuencia es degradante no sólo por el sufrimiento que ocasiona, sino porque priva a los pobres
de la alegría de dar.

La esfera más importante de dar no es en las cosas materiales, sino en el dominio de lo


específicamente humano.

¿Qué da una persona a otra? Da de sí misma, da lo más precioso que tiene: su propia vida. Ello no
significa que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él –da alegría, interés,
comprensión, conocimiento, humor, tristeza-. Al dar de lo que está vivo en él, enriquece al otro,
realza el sentimiento de vida en el otro al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir, dar es
una dicha exquisita. Al dar, lleva a la vida algo en la otra persona y eso que nace a la vida, se refleja
sobre ella. Cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir lo que se le da en cambio. Dar
implica hacer de la otra persona un dador y ambas comparten la alegría de lo que han creado. Algo
nace del acto de dar, y los involucrados se sienten agradecidos a la vida que nace para ambos.

En lo que toca específicamente al amor, eso significa: el amor es un poder que produce amor. La
impotencia es la incapacidad de producir amor.

Marx lo ha expresado bellamente: “… supongamos al hombre como hombre y su relación con el


mundo en su aspecto humano, y podremos intercambiar amor sólo por amor, confianza por
confianza, etc. Si se quiere disfrutar del arte se debe poseer una formación artística; si se desea
tener influencia sobre otra gente, se dbe ser capaz de ejercer una influencia estimulante y
alentadora sobre la gente. Cada una de nuestras relaciones con el hombre y con la naturaleza debe
ser una expresión definida de nuestra vida real, individual, correspondiente al objeto de nuestra
voluntad. Si amamos sin producir amor, es decir, si nuestro amor como tal no produce amor, si por
medio de una expresión de vida como personas que amamos, no nos convertimos en personas
amadas, entonces nuestro amor es impotente, es una desgracia…”

No sólo en lo que atañe al amor dar significa recibir. El maestro aprende de sus alumnos, el auditorio
estimula al actor, el paciente cura a su psicoanalista, siempre y cuando no se traten como objetos
sino que estén relacionados entre sí de forma genuina y productiva.

Apenas es necesario destacar que la capacidad de amar como acto de dar, depende del desarrollo
caracterológico de la persona. Presupone el logro de una orientación productiva, en la que la
persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás,
o de acumular, y ha adquirido fe en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su
capacidad para alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en que carece de tales cualidades,
tiene miedo de darse, y por tanto, de amar.

Además de dar, el carácter activo del amor requiere de elementos básicos y comunes a todas las
formas del amor: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Que el amor implica cuidado es evidente en el amor de una madre a su hijo. No le creeríamos que
ama si viéramos que descuida al niño, no le alimenta o baña o proporciona bienestar físico. Creemos
su amor si cuida a su hijo. Lo mismo con el amor a animales o flores. Si una mujer ama las flores y
no las riega, no creemos en su amor.

El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta esa
preocupación activa, no hay amor. El amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que
se trabaja, y se trabaja por lo que se ama.

El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Actualmente


se usa responsabilidad para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Su verdadero
sentido es un acto enteramente voluntario. Es mi respuesta a las necesidades expresadas o no, de
otro ser humano. Ser responsable significa estar listo y dispuesto a responder. La persona que ama,
responde. Sentirse tan responsable por sus semejantes como por sí mismo. Esa responsabilidad en
el caso de la madre y su hijo atañe principalmente al cuidado de necesidades físicas. El amor entre
adultos, a las necesidades psíquicas de la otra persona.

La Responsabilidad puede degenerar fácilmente en la dominación y posesividad, si no fuera por el


Respeto –tercer elemento básico del amor-.

Respeto no es temor y sumisa reverencia. De acuerdo con la raíz de la palabra (respicere-mirar), es


la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar
es preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. El respeto implica ausencia
de explotación.

Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no
para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella-tal-cual-es, no como
yo necesito que sea, no como un objeto para mi uso. El respeto sólo es posible si yo he alcanzado
independencia, si puedo caminar sin muletas, sin dominar ni explotar a nadie. El respeto sólo existe
sobre la base de la libertad. El amor es hijo de la libertad, nunca de la dominación.

No es posible respetar a una persona sin conocerla. El cuidado y la responsabilidad serían ciegos si
no los guiara el conocimiento. El conocimiento sería vacío si no lo motivara la preocupación. Hay
muchos niveles de conocimiento pero el que constituye un aspecto del amor no se detiene en la
periferia, sino que penetra hasta el meollo. El respeto sólo es posible cuando puedo trascender la
preocupación por mí mismo y ver a la otra persona en sus propios términos: puedo saber si una
persona está encolerizada aunque no lo demuestre abiertamente, y puedo llegar a conocerla más
profundamente, saber cuándo está angustiada, inquieta, se siente sola, o culpable. Sé entonces que
su cólera no es más que la manifestación de algo más profundo y la veo angustiada e inquieta, como
una persona que sufre y no como una persona enojada.

El conocimiento tiene otra relación más fundamental con el amor: la necesidad básica de fundirse
con otra persona para trascender la prisión de la propia separatidad, se vincula con el deseo humano
de conocer “el secreto del hombre”.

Si bien la vida desde un aspecto biológico es un milagro y un secreto, el hombre, en sus aspectos
humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo y para sus semejantes: nos conocemos y a
pesar de todos los esfuerzos que hagamos, no nos conocemos. Conocemos y sin embargo, no
conocemos a nuestros semejantes. Cuando más avanzamos a las profundidades de nuestro ser, o el
de otros, más nos elude el conocimiento; sin embargo no podemos dejar de sentir el deseo de
penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es “él”.

Hay una manera desesperada de conocer el secreto: el poder absoluto sobre la otra persona, el
poder que le hace hacer lo que queremos, sentir lo que queremos, pensar lo que queremos, el poder
que la transforma en una cosa, nuestra cosa, nuestra posesión. El grado más intenso de ese intento
de conocer consiste en los extremos del sadismo, el deseo y habilidad de hacer sufrir a un ser
humano, torturarlo, obligarlo a traicionar su secreto en su sufrimiento. En ese anhelo de penetrar
en el secreto del hombre (y por tanto nuestro secreto), reside una motivación básica de lo profundo
e intenso de la crueldad y destructividad.

Isaac Babel recuerda a un oficial compañero suyo en la guerra civil rusa, quien acababa de matar a
puntapiés a su ex amo: “… con un disparo, uno solo, se libra uno de un tipo… Con un disparo nunca
se llega al alma, a donde está en el tipo y cómo se presenta. Pero yo no ahorro fuerzas, y más de
una vez he pisoteado a un tipo durante más de una hora. Sabes, quiero llegar a saber qué es
realmente la vida, cómo es la vida”.

Frecuentemente los niños toman este camino hacia el conocimiento. El niño desarma algo para
conocerlo, destroza a un animal, arranca las alas con crueldad a una mariposa para conocerla, para
“obligarla a revelar su secreto”. La crueldad está motivada por algo más profundo: el dseo de
conocer el secreto de las cosas y de la vida.

Otro camino para conocer “el secreto” es el amor. El amor es la penetración activa en la otra
persona, en la unión que satisface mi deseo de conocer. En el acto de fusión, te conozco, me conozco
a mí mismo, conozco a todos, y no “conozco” nada. Por la experiencia de la unión conozco de la
única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre, no mediante algún
conocimiento proporcionado por nuestro pensamiento. El sadismo se motiva en el deseo de
conocer el secreto y sin embargo permanezco tan ignorante como antes. Al destrozar
completamente a otro ser no hago más que separarlo en pedazos.

El amor es la única forma de conocimiento que en el acto de la unión satisface mi búsqueda. En el


acto de amar, de penetrar a la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro
a ambos y descubro al hombre.
El anhelo de conocernos a nosotros mismos y a nuestros semejantes se expresó en el lema délfico:
“Conócete a ti mismo”; es la fuente primordial de toda psicología. Pero puesto que deseamos
conocer todo del hombre, el conocimiento corriente, el que procede sólo del pensamiento, nunca
se puede satisfacer dicho deseo. Aunque nos conociéramos muchísimo más, nunca alcanzaríamos
el fondo, seguiríamos siendo un enigma para nosotros mismos y nuestros semejantes lo seguirían
siendo para nosotros.

La única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: trasciende el


pensamiento, las palabras. Sin embargo, el conocimiento del pensamiento, el conocimiento
psicológico es una condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar. Tengo que
conocer a la otra persona y a mí objetivamente para poder ver su realidad, o más bien, para dejar
de lado las ilusiones, dejar de lado mi imagen irracionalmente deformada de ella. Sólo conociendo
objetivamente a un ser humano puedo conocerlo en su esencia última, en el acto de amar. Esta
afirmación tiene una consecuencia importante en el papel de la psicología. Si bien la popularidad de
la psicología indica interés en el conocimiento dl hombre, también descubre la fundamental falta de
amor en las relaciones humanas. El conocimiento psicológico se convierte en un sustituto del
conocimiento pleno del acto de amar, en lugar de ser un paso hacia el.

El problema de conocer al hombre es paralelo al problema religioso de conocer a Dios. En la teología


occidental se intenta conocer a Dios por medio del pensamiento, de afirmaciones sobre él. Se
supone que puedo conocer a Dios en mi pensamiento. En el misticismo que es resultado del
monoteísmo se renuncia al intento de conocer a Dios con el pensamiento y se le reemplaza por la
experiencia de la unión con Dios, en la que no hay lugar para el conocimiento acerca de Dios, ni tal
conocimiento es necesario.

La experiencia de la unión con el hombre o –desde el punto de vista religioso- con Dios, no es en
ningún modo irracional. Por el contrario, es la consecuencia del racionalismo, la más audaz y radical.
Se basa en nuestro conocimiento de las limitaciones fundamentales y no accidentales de nuestro
conocimiento. Es el conocimiento de que nunca “captaremos” el secreto del hombre y del universo,
pero que podemos conocerlos en el acto de amar. La psicología como ciencia tiene limitaciones y
así como la consecuencia lógica de la teología es el misticismo, la consecuencia última de la
psicología es el amor.

Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes.


Constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura, en la persona que
desarrolla productivamente sus propios poderes y que solo desea poseer lo que ha ganado con su
trabajo, que ha renunciado a los sueños narcisistas de omni-sapiencia y omni-potencia, que ha
adquirido humildad basada en esa fuerza interior que sólo la genuina actividad productiva puede
proporcionar.

Hasta el momento se ha hablado dl amor como forma de superar la separatidad humana. Pero por
encima de la necesidad universal, existencial, de unión, surge otra más específica de orden
biológico: el deseo de unión entre los polos masculino y femenino. La idea de la polarización está
expresada en el mito de que originariamente, el hombre y la mujer fueron uno, que los dividieron
por mitad y que desde entonces, cada hombre busca la parte femenina de sí mismo que ha perdido,
para unirse nuevamente con ella (esta idea aparece también en la Biblia, en donde desde la
perspectiva del patriarcalismo, Eva es hecha de la costilla de Adán, se le considera secundaria al
hombre).

El significado del mito es bastante claro, la polarización sexual lleva al hombre a buscar la unión con
el otro sexo. La polaridad entre los principios masculino y femenino existe también dentro de cada
hombre y cada mujer. Tal como fisiológicamente hombre y mujer poseen hormonas del sexo
opuesto, así también en lo psicológico son bisexuales, llevan en sí mismos el principio de recibir y
de penetrar, de la materia y del espíritu. El hombre y la mujer sólo logran la unión interior en la
unión con su polaridad femenina o masculina. Esta polaridad es la base de toda creatividad.

Esta polaridad es también la base de la creatividad interpersonal. Se evidencia en que


biológicamente el esperma y el óvulo son base de un niño. La situación es la misma en el dominio
puramente psíquico, en el amor entre hombre y mujer, cada uno vuelve a nacer. La desviación
homosexual es un fracaso en el logro de esa unión polarizada, por eso el homosexual sufre el dolor
de la separatidad nunca resuelta, fracaso que comparte con el heterosexual corriente que no puede
amar).

Idéntica polaridad ocurre en la naturaleza no solo en lo notorio como animales y plantas, sino en la
polaridad de funciones fundamentales, la de recibir y penetrar. Es la polaridad de la tierra y la lluvia,
del río y el océano, la noche y el día, materia y espíritu. El poeta y místico musulmán Rumi lo expresó
con hermosas frases:

Nunca el amante busca sin ser buscado por su amada.

Si la luz del amor ha penetrado en este corazón, sabe que también hay amor en aquel corazón.

Cuando el amor de Dios agita tu corazón, también Dios tiene amor para ti.

Sin la otra mano, ningún ruido d palmoteo sale de una mano sola.

La sabiduría Divina es destino y su decreto nos hace amarnos el uno al otro. Por eso está ordenado
que cada parte del mundo se una con su consorte.

El sabio dice: Cielo es el hombre, Tierra, mujer. Cuando la tierra no tiene calor el cielo se lo manda,
cuando pierde el frescor y su rocío, el cielo se lo devuelve. El cielo hace su ronda, como un marido
que trabaja por su mujer.

Y la Tierra de ocupa del gobierno de su casa: cuida de los nacimientos y amamanta lo que pare. Mira
a la Tierra y al Cielo, tienen inteligencia, pues hacen el trabajo de seres inteligentes.

Si esos dos no gustaran placer el uno del otro, ¿por qué habrían de andar juntos, como novios?

Rumi.
El problema de la polaridad Hombre-Mujer contiene ciertas consideraciones sobre el amor y el sexo.

Freud no tuvo en cuenta el aspecto psico-biológico de la sexualidad, la polaridad masculino-


femenina, y el deseo d resolver la polaridad por medio de la unión.

En el carácter masculino están las cualidades de penetración, conducción, actividad, disciplina,


aventura. En el carácter femenino la receptividad, protección, realismo, resistencia, maternalidad.
Si los rasgos masculinos del carácter de un hombre están debilitados porque emocionalmente sigue
siendo una criatura, es frecuente que trate de compensar esa falta acentuando exclusivamente su
papel masculino en el sexo. El resultado es un Don Juan que demuestra proezas masculinas en
terreno sexual porque está inseguro de su masculinidad en un sentido caracterológico.

Cuando la parálisis de la masculinidad es más intensa, el sadismo (uso de la fuerza) se convierte en


el principal y perverso sustituto de la masculinidad. Si la sexualidad femenina está debilitada o
pervertida, se transforma en masoquismo o posesividad.

2. EL AMOR ENTRE PADRES E HIJOS.

Al nacer el infante sentiría miedo de morir si tuviera conciencia de la angustia implícita en la


separación de la madre y de la existencia intrauterina. Después de nacer el infante es poco diferente
a lo que era antes del nacimiento. No reconoce objetos, no tiene conciencia de sí mismo ni del
mundo exterior a él. Sólo siente la estimulación positiva del calor y alimento que le brinda su fuente:
la madre. Ella es calor, alimento, el estado eufórico de satisfacción y seguridad. Es un estado
narcisista en términos freudianos. La realidad exterior –personas o cosas- son reales en función de
sus necesidades –nunca en función de las cualidades propias de esas personas o cosas- Cuando el
niño crece y se desarrolla es capaz de percibir las cosas como son: la satisfacción de ser alimentado
es distinta del pecho de la madre. Experimenta su sed, la leche que le satisface, el pecho, y la madre,
como entidades distintas. Percibe otras cosas como diferentes, como poseedoras d existencia
propia y comienza a darles nombre. Aprende al mismo tiempo a manejarlas: el fuego es caliente y
doloroso, la madre es tibia y placentera, el papel es liviano y se puede rasgar. Aprende a manejar a
la gente: mamá sonríe cuando él come, que le alza en brazos cuando llora, que lo alaba cuando hace
gracias. Todo ello se cristaliza e integra en la experiencia: me aman. Me aman por ser hijo de mi
madre. Me aman porque estoy desvalido. Me aman porque soy hermoso. Me aman porque mi
madre me necesita. Con una fórmula más general: me aman por lo que soy… más exactamente: me
aman porque Soy. La experiencia de ser amado por la madre es pasiva: no tengo que hacer nada
para que me quieran. Todo lo que necesito es “ser su hijo”. El amor de una madre es incondicional.
No hace falta conseguirlo ni merecerlo.

La cualidad incondicional dl amor materno tiene también un aspecto negativo: Si bien no hay que
hacer nada por merecerlo, es imposible conseguirlo, producirlo o controlarlo. Si existe es como una
bendición, y cuando no existe, es como si toda la belleza hubiera desaparecido de la vida y nada
puedes hacer para crearla.

Para la mayoría de los niños entre 8 y 10 años el problema consiste casi exclusivamente en ser
amado –por lo que se es-. Antes de esa edad el niño aún no ama, responde con gratitud y alegría al
amor que se le brinda. A esa altura de la vida aparece en el cuadro un nuevo factor: un nuevo
sentimiento de producir amor por medio de la propia actividad. El niño piensa en dar algo a sus
padres, en producir algo –poema, dibujo, etc.-, por primera vez la idea de amor se transforma de
Ser amado, a Amar, a crear amor.

Transcurren muchos años desde ese comienzo hasta la madurez del amor. Con el tiempo, el niño es
un adolecente que ha superado su egocentrismo; la otra persona ya no es primariamente un medio
para satisfacer sus necesidades, las necesidades de la otra persona son tan importantes como las
propias, o se han vuelto más importantes. Dar es más satisfactorio, más dichoso que recibir. Amar
es más importante que ser amado. Al amar abandona la prisión de la soledad y aislamiento que
representaba el estado de narcisismo y autocentrismo. Siente una nueva sensación de unión, de
compartir, de unidad. Siente la potencia de producir amor antes que la dependencia de recibir
siendo amado, para lo cual debe ser pequeño, indefenso, enfermo, o bueno. El amor infantil sigue
el principio “amo porque me aman”. El amor maduro obedece el principio de “me aman porque
amo”. El amor inmaduro dice: “te amo porque te necesito”. El amor maduro dice “Te necesito
porque te amo”.

Cerca del desarrollo de la capacidad de amar, está la evolución del objeto amoroso. En los primeros
años de la vida la relación más estrecha del niño es la que tiene con la madre. Comienza antes del
nacimiento cuando madre e hijo son uno aunque sean dos. Nacer modifica la situación en algunos
aspectos pero no tanto. El niño vive fuera del vientre pero es totalmente dependiente de la madre.
Día a día se hace más independiente: aprende a caminar, a hablar, explora el mundo, y la relación
con la madre pierde algo de su significación vital, y la relación con el padre se torna cada vez más
importante.

Para comprender el paso de la madre al padre, debemos considerar las diferencias esenciales y
cualitativas entre el amor materno y paterno –como “tipos ideales”-. El amor materno es
incondicional. La madre ama al crío porque es su hijo, no porque el niño satisfaga alguna condición
específica ni por llenar sus aspiraciones particulares. El amor incondicional corresponde a uno de
los anhelos más profundos, no sólo del niño, sino de todo ser humano. Por otra parte, que nos amen
por los propios méritos, porque uno se lo merece, siempre crea dudas: “quizá no complací a la
persona que quiero que me ame”, siempre existe el temor de que el amor desaparezca.

Además, el “amor merecido” siempre deja un amargo sentimiento de no ser amado por ser uno
mismo, de que se nos ama cuando somos complacientes y en el último sentido, de que no se nos
ama, sino que se nos usa. No es extraño que nos aferremos al anhelo de amor materno cuando
somos niños, o adultos. La mayoría de los niños tienen la suerte de recibir amor materno, y cuando
adultos, ese mismo anhelo es más difícil de satisfacer. En el desarrollo-más-satisfactorio, permanece
como un componente del amor erótico normal; otras veces encuentra su expresión en formas
religiosas, y con mayor frecuencia, en formas neuróticas.

La relación con el padre es totalmente distinta. La madre es el hogar de donde venimos: la


naturaleza, el suelo, el océano. El padre no representa un hogar natural de este tipo. El padre tiene
escasa relación con el niño en los primeros años de vida y su importancia para éste no se compara
con la de la madre en ese periodo. El padre no representa el mundo natural, simboliza otro polo de
la existencia humana: el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el
orden, de la disciplina, los viajes, la aventura. El padre enseña al niño, le muestra el camino hacia el
mundo.

En estrecha relación con esa función, está otra, vinculada al desarrollo económico-social.

Cuando surgió la propiedad privada y uno de los hijos pudo heredar la propiedad privada, el padre
comenzó a seleccionar al hijo al que legaría su propiedad. Elegía al que consideraba mejor dotado
para convertirse en su sucesor, el que más le asemejaba, y en consecuencia, el que prefería. El amor
paterno es condicional, su principio es “te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples con
tu deber, porque eres como yo”. Al igual que en el amor incondicional de la madre, en el amor
condicional dl padre encontramos un aspecto positivo y uno negativo. El aspecto negativo consiste
en que el amor paterno debe ganarse, y que puede perderse si no haces lo que se espera de ti. A la
naturaleza del amor paterno se debe el hecho de que la obediencia constituya la principal virtud, la
desobediencia el principal pecado, cuyo castigo es perder el amor del padre. El aspecto positivo es
muy importante: puesto que el amor de mi padre es Condicional, es posible hacer algo por
conseguirlo, su amor no está fuera de mi control como con el de mi madre.

Las actitudes del padre y la madre hacia el niño corresponden a sus necesidades. El infante requiere
del amor incondicional y cuidado de la madre tanto física como fisiológicamente. Después de los 6
años, el niño comienza a necesitar el amor del padre, su autoridad y guía. La función de la madre es
darle seguridad en la vida. La del padre es enseñarle, guiarle en la solución de los problemas que le
plantea la sociedad en la que ha nacido. En el caso ideal, el amor de madre no trata de impedir que
el niño crezca, no intenta hacer una virtud de la desvalidez. La madre dbe tener fe en la vida y no
ser exageradamente ansiosa ni contagiar al niño su ansiedad. Querer que el niño se vuelva
independiente y se separe de ella debe ser parte de su vida. El amor paterno se debe regir por
principios y expectativas. Debe ser paciente y tolerante, no amenazador o autoritario. Debe darle al
niño que crece un sentido cada vez mayor de ser competente, y oportunamente permitirle ser su
propia autoridad para dejar de lado la del padre.

Eventualmente, la persona madura llega a la etapa en la que es su propio padre y su propia madre.
Tiene, por así decirlo, una conciencia materna y una paterna. La conciencia materna dice: “No hay
ningún delito, ningún crimen que pueda privarte de mi amor, de mi deseo que vivas y seas feliz”. La
paterna dice: “Obraste mal, no puedes dejar de aceptar las consecuencias de tu mala acción, y
especialmente, debes cambiar si quieres que te aprecie”. La persona madura se ha liberado de las
figuras exteriores del padre y la madre, y las ha creado en su interior, las ha incorporado elaborando
una conciencia materna sobre su propia capacidad de amar, y una conciencia paterna fundada en
su razón y discernimiento. La persona madura ama tanto con la conciencia materna como con la
paterna, a pesar de que ambas parecen contradecirse mutuamente. Si un individuo conserva sólo
la conciencia paterna, se tornaría áspero e inhumano. Si tuviera únicamente la conciencia materna,
podría perder su criterio y obstaculizar su propio desarrollo o el de los demás.

En esa evolución de la relación centrada en la madre a la centrada en el padre, y en su eventual


síntesis, se encuentra la base de la salud mental y el logro de la madurez. El fracaso de dicho
desarrollo constituye la causa básica de las neurosis.

Una de las causas del desarrollo neurótico puede radicar en que el niño tiene una madre amante,
pero demasiado indulgente o dominante, y un padre débil e indiferente. Ello le podría fijar en la
relación temprana con la madre y convertirle en un ser dependiente de la madre, que se siente
desamparado. Posee los impulsos de la persona receptiva, del que requiere ser protegido y cuidado,
y que carece de las cualidades paternas (disciplina, independencia, habilidad de dominar la vida por
sí mismo). Puede tratar de encontrar “madres” en todo el mundo, mujeres u hombres que ocupan
una posición de autoridad y poder. Si por el contrario, la madre es fría, indiferente y dominadora,
puede transferir la necesidad de protección materna al padre y a subsiguientes figuras paternas,
pudiendo resultar como el caso anterior, o convertirse en una persona de orientación
unilateralmente paterna: enteramente entregado a los principios de la ley, el orden y la autoridad,
y carente d capacidad de esperar o recibir amor incondicional. Ese desarrollo se ve intensificado si
el padre es autoritario y al mismo tiempo muy apegado al hijo.

Lo característico de los desarrollos neuróticos es que de principio, el paterno o el materno, no


alcanza a desarrollarse, o bien, como ocurre con neurosis serias, que los papeles de la madre y el
padre son confusos tanto en las personas exteriores, como en los papeles dentro de la persona.

Las neurosis obsesivas por ejemplo, se desarrollan especialmente sobre la base de apego unilateral
al padre, mientras que la histeria o el alcoholismo, la incapacidad de autoafirmarse y enfrentar la
vida en forma realista, y las depresiones, son el resultado de una relación centrada en la madre.

3. LOS OBJETOS AMOROSOS

El amor no es una relación con una persona específica, es una Actitud. Es una orientación del
carácter que determina el tipo d relación de una persona con el mundo como totalidad, no como un
“objeto” amoroso. Si una persona sólo ama a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su
amor no es amor, es una relación simbiótica, un egotismo ampliado.

La mayoría de la gente supone que el amor está constituido por el objeto, no por la facultad. Llegan
a creer que el hecho de no amar más que a una determinada persona es prueba de la intensidad de
su amor. Se trata de la falacia ya mencionada. Como no se comprende que el amor es una actividad,
un poder del alma, creen que lo único necesario es encontrar un objeto adecuado, y que después
todo viene solo. Esta actitud puede compararse con la de un hombre que quiere pintar y que en
lugar de aprender el arte sostiene que debe esperar el objeto adecuado, y que pintará
maravillosamente cuando lo encuentre. Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas,
amo al mundo, a la vida. Si puedo decirle a alguien “te amo”, debo poder decir “amo a todos en ti,
a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo”.

Decir que el amor es una orientación que se refiere a todos y no a uno, no implica que no haya
diferencias entre los diversos tipos de amor, que dependen de la clase de objeto que se ama.

a. Amor fraternal.

Es la clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor. Por este amor se entiende
el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser
humano. Es el deseo de promover su vida. El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos,
es el amor al hermano. Si amo a mi hermano, amo a todos mis hermanos. Si he desarrollado mi
capacidad de amar amo a todos los humanos. Solidaridad humana, reparación humana. Se basa en
la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias de talento, inteligencia y conocimiento no
se consideran en comparación con la esencia humana común a todos los hombres.

El amor fraternal es el amor entre iguales. En la medida en que somos humanos todos necesitamos
ayuda. No significa desvalidez o poderío permanente. La desvalidez es una condición transitoria. La
capacidad de pararse y caminar sobre los propios pies es común y permanente.

El amor desvalido es el comienzo del amor fraternal. Amar a nuestra familia no tiene hazaña alguna.
El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros
fines personales. Al amarse el hombre a sí mismo, ama también al que necesita ayuda. La compasión
implica el elemento de conocimiento e identificación.

b. Amor materno.

Como se ha dicho, el amor materno es una afirmación incondicional en la vida del niño y sus
necesidades. El amor materno en su segunda etapa hace SENTIR al niño: es una suerte haber nacido.
Inculca en el niño el amor a la vida, no sólo el deseo de conservarse vivo. Una madre para poder dar
bien a su hijo, debe ser una persona feliz. El amor de la madre a la vida es tan contagiosa como su
ansiedad. Ambas actitudes ejercen un profundo efecto en la personalidad total del niño. Es posible
distinguir entre los niños y los adultos, los que tuvieron una madre feliz.

En contraste con el amor fraterno y el erótico, el amor materno es desigual, en la que uno necesita
toda la ayuda y la otra la proporciona. El carácter altruista y generoso del amor materno se considera
la forma más elevada de amor, y el más sagrado vínculo emocional.

La verdadera realización del amor materno está en su amor por el niño que crece y no sólo por el
pequeño recién nacido.
La madre trasciende en el hijo. Su amor por él da sentido y significación a su vida, pero el niño debe
crecer. Debe emerger del vientre, del pecho de la madre, y convertirse en un ser humano
completamente separado. La esencia del amor materno es cuidar que el niño crezca, y significa
desear que el niño se separe de ella. En el amor materno dos seres que estaban unidos se separan.
La madre debe superar su necesidad de trascender o de dominar, y debe desear y alentar la
separación del niño. Sólo la mujer que realmente ama, la que es más feliz dando que tomando, la
que está firmemente arraigada en su propia existencia puede ser una madre amante cuando el niño
está en proceso de separación.

Una mujer sólo puede ser una madre verdaderamente amante si puede amar, si puede amar a su
esposo, a otros niños, a los extraños, a todos los seres humanos. La mujer que no es capaz de amar
en ese sentido puede ser una madre afectuosa con el hijo pequeño, pero no será una madre amante
a la hora de aceptar la separación y aún después de ella, seguir amando.

c. Amor erótico.

El amor erótico es el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Es un amor
exclusivo y no universal. Es la forma de amor más engañosa que existe.

Se le confunde fácilmente con la experiencia explosiva de “enamorarse”, de derrumbar de súbito


las barreras entre dos desconocidos. Cuando el desconocido se ha convertido en una persona
íntimamente conocida, ya no hay más barreras que superar. Se llega a conocer a la persona “amada”
tanto como a uno mismo, o mejor dicho, tan poco. Para la mayoría de la gente su propia persona y
las otras, resulta rápidamente explorada y agotada. A falta de capacidad por explorar la infinitud de
la personalidad de ambos, la intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual.
Puesto que experimentan la separatidad de la otra persona principalmente como separatidad física,
la unión física significa superar la separatidad.

Otras formas de superar la separatidad son hablar de la propia vida, esperanzas, angustias,
establecer un interés común frente al mundo, e inclusive los arranques de enojo y rabia recíprocos.
La intimidad de este tipo tiende a disminuir con el tiempo, como resultado, se trata de encontrar
amor en la relación con un nuevo desconocido, y se hace un ciclo en donde el carácter engañoso del
deseo sexual contribuye al mantenimiento de tales ilusiones.

La mayoría de la gente une el deseo sexual a la idea del amor, por lo que con facilidad se incurre en
el error de creer que se ama cuando se desea físicamente. Si el deseo de unión física no está
estimulado por el amor, jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio. La
atracción sexual sin amor deja a los desconocidos tan separados como antes.

La exclusividad del amor erótico requiere un análisis más amplio que el materno o fraterno. Es
frecuente encontrar dos personas “enamoradas” una de la otra que no aman a nadie más. Su amor
es en realidad un egotismo de dos. Se identifican el uno con el otro y resuelven el problema de la
separatidad convirtiendo al individuo aislado en dos. Su experiencia de unión es una ilusión. Si bien
el amor erótico es exclusivo, lo es sólo en el sentido de que puedo fundirme plena e intensamente
con una sola persona. Se excluye del amor fraterno sólo en el sentido de la fusión erótica.

Hay dos puntos de vista importantes en el amor erótico: que es una atracción completamente
individual y única entre dos personas específicas ( el amor erótico requiere de ciertos elementos
específicos y altamente individuales que existen entre algunos seres, pero no entre todos), y que el
amor erótico no es otra cosa que un acto de voluntad. Ambos puntos de vista son verdaderos, así
como la verdad no es ni una ni otra de las afirmaciones.

De ello parte que la idea de que una relación no puede disolverse fácilmente si no resulta exitosa es
tan errónea como la idea de que la misma relación no debe disolverse bajo ninguna circunstancia.

d. Amor a sí mismo.

El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser. El amor a los demás
y el amor a nosotros mismos no son alternativas. En todo individuo capaz de amar a los demás se
encontrará una actitud de amor a sí mismo. El amor genuino constituye una expresión de la
productividad, y entraña cuidado, respeto, responsabilidad y conocimiento. Es un esfuerzo activo
arraigado en la propia capacidad de amar y que tiende al crecimiento y la felicidad de la persona
amada.

Mi propia persona debe ser objeto de mi amor al igual que lo es otra persona. La afirmación de la
vida, felicidad, crecimiento y libertad propios está arraigada en la propia capacidad de amar, en el
cuidado, respeto responsabilidad y conocimiento. Si un individuo es capaz de amar
productivamente también se ama a sí mismo. Si solo ama a los demás, no puede amar en absoluto.

La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma. No siente placer en dar,
sólo en tomar. El egoísmo y el amor a sí mismo, no son idénticos. De hecho son realmente opuestos.
El individuo egoísta no se ama mucho, se ama muy poco. En realidad, se odia. Tal falta de cariño y
cuidado por sí mismo, que no es sino la expresión de su falta de productividad, lo deja vacío y
frustrado. Se siente necesariamente infeliz y ansiosamente preocupado por arrancar a la vida las
satisfacciones que él se impide obtener. Se preocupa demasiado por sí mismo, pero en realidad,
sólo realiza un intento fracasado de disimular y compensar su incapacidad de cuidar su verdadero
ser.

Las personas egoístas son incapaces de amar a los demás, pero tampoco pueden amarse a sí mismas.

Meister Eckhart sintetiza el amor a sí mismo de esta manera: “Si te amas a ti mismo, amas a todos
los demás como a ti mismo. Mientras ames a otra persona menos que a ti mismo, no lograrás
realmente amarte, pero si amas a todos por igual, incluyéndote a ti, los amarás como una sola
persona y esa persona es a la vez Dios y el hombre. Es una persona grande y virtuosa la que
amándose a sí misma, ama igualmente a todos los demás”.

e. Amor a Dios.

La base de nuestra necesidad de amar está en la experiencia de la separatidad y la necesidad


resultante de superar la angustia de la separatidad es por medio de la experiencia de la unión.

De igual modo, el amor a Dios surge de la necesidad de superar la separatidad y lograr la unión.

En toda religión Dios representa el valor supremo, el bien más deseable. El significado específico de
Dios depende de cuál sea el bien más deseable para una persona. La comprensión del concepto de
Dios debe comenzar con un análisis de la estructura de carácter de la persona que adora a Dios.

Al margen de la religión que se profese, una cosa es segura: la naturaleza de su amor a Dios
corresponde a la naturaleza de su amor al hombre, y además, la verdadera cualidad de su amor a
Dios y al hombre es con frecuencia inconsciente. El amor al hombre si bien está directamente
arraigado en sus relaciones familiares, está determinado por la estructura de la sociedad en la que
se vive. Si la estructura social es de sumisión a la autoridad, su concepto de Dios será infantil y estará
muy alejado del concepto maduro, cuyas semillas se encuentran en la historia de la religión
monoteísta.

III. EL AMOR Y SU DESINTEGRACIÓN EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL


CONTEMPORÁNEA.

Si el amor es una capacidad del carácter maduro y productivo, se deduce de ello que la capacidad
de amar de un individuo perteneciente a cualquier cultura, depende de la influencia que esa cultura
ejerce sobre el carácter de la persona media.

El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en masa, que consuman
cada vez más, cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse. Hombres que
se sientan libres e independientes, no sometidos a autoridad alguna pero dispuestos a que os
manejen, dispuestos a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria
social, que se puedan guiar sin recurrir a la fuerza, conducir sin líderes, impulsar sin finalidad alguna,
excepto la de funcionar y seguir adelante.

El resultado es que el hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la


naturaleza. Las relaciones humanas son esencialmente de autómatas enajenados. Al tiempo que
todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, permanecen tremendamente solos,
invadidos por el sentimiento de inseguridad, angustia y culpa. La sociedad ofrece paliativos que
ayudan a la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más fundamentales, del anhelo de
trascendencia y unidad. Primero es el trabajo, que cuando no es suficiente, el hombre se sobrepone
a su desesperación inconsciente por la rutina de la diversión o consumo pasivo de sonidos y visiones
de la industria del entretenimiento. Comprar cosas nuevas. Todo se consume, se traba. El mundo
es un enorme objeto de nuestro apetito. Todo, tanto objetos materiales como espirituales, se
convierten en objeto de intercambio y de consumo.

Los autómatas no pueden amar. Pueden intercambiar su “bagaje de personalidad” y confiar en una
transacción equitativa. La mujer se limita a un papel comprensivo y el hombre a un papel
comprensivo protector. Se trata de relaciones bien aceitadas entre dos personas que siguen siendo
extrañas toda su vida, que nunca logran una relación central, sino que se tratan con cortesía y se
esfuerzan por hacer que el otro se sienta mejor.

Un error muy frecuente: la ilusión de que el amor significa necesariamente la ausencia de conflicto.

El amor es un desafío constante, no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos.
Que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza es secundario con respecto al hecho fundamental
de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, que son el uno con el otro al
ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos.

Sólo hay una prueba de la presencia de amor: la hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de
cada una de las personas implicadas: es por tales frutos por los que se reconocer el amor.

IV. LA PRÁCTICA DEL AMOR.

¿Puede aprenderse algo acerca de la práctica de un arte, excepto practicándolo?

Amar es una experiencia personal que sólo podemos tener por y para nosotros mismos. La práctica
de cualquier arte tiene ciertos requisitos generales, independientes de cuál sea el arte que se
practique: carpintería, medicina, o el arte de amar.

En primer lugar: La práctica de un arte requiere disciplina. Nunca haré nada bien si no lo hago de
manera disciplinada. Cualquier cosa que haga porque estoy en el estado de ánimo apropiado para
hacerlo, es en realidad un hobby agradable y entretenido, pero debo estar consciente que no llegaré
a ser un maestro en ese arte.

Podría pensarse que para el hombre moderno no hay nada más fácil que aprender disciplina, con
base en que pasa muchas horas al día en un trabajo donde impera la rutina. Sin embargo, lo cierto
es que el hombre moderno es excesivamente indisciplinado fuera de la esfera del trabajo. Cuando
no trabaja, quiere estar ocioso, haraganear, o “relajarse”. El deseo de ociosidad constituye una
reacción contra la rutinización de la vida.

Debido a que está obligado a gastar su energía durante ocho horas con fines ajenos, se rebela y su
rebeldía toma forma de una complacencia infantil para consigo mismo.
Además en la batalla contra el autoritarismo ha llegado a desconfiar de toda disciplina, tanto de la
impuesta por la autoridad irracional, como de la racional autoimpuesta, pero hay que tomar en
cuenta que sin esa disciplina la vida se vuelve caótica y carece de concentración.

En segundo lugar: La concentración es una condición indispensable para el dominio de un arte. En


nuestra cultura la concentración es aún más rara que la autodisciplina. Nuestra cultura lleva una
forma de vida difusa y desconcentrada, que casi no registra paralelos. Se hacen muchas cosas a la
vez: se lee, de escucha radio, se habla, se fuma, se come, se bebe… Somos consumidores con la boca
siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo: bebidas, películas, conocimiento. Esa falta
de concentración se manifiesta en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos.
Quedarse sentado sin hacer algo es algo imposible para la mayoría de la gente. Se ponen nerviosos
y deben hacer algo con la boca o con las manos. Fumar es uno de los síntomas de la falta de
concentración, ya que ocupa la mano, boca, ojos y nariz.

En tercer lugar: Se requiere paciencia. Quien haya tratado alguna vez de dominar un arte sabe que
la paciencia es necesaria para lograr cualquier cosa. Si aspiramos a obtener resultados rápidos nunca
aprendemos un arte. El hombre moderno piensa que pierde algo –tiempo- cuando no actúa con
rapidez, sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que se gana, salvo matarlo.

Eventualmente, otra condición para aprender cualquier arte es una preocupación suprema por su
dominio. Si el arte no es algo de suprema importancia, el aprendiz jamás lo dominará. Seguirá siendo
en el mejor de los casos, un buen aficionado, pero no un maestro. Esta condición es tan necesaria
para el arte de amar como para cualquier otro arte.

La proporción de aficionados en el arte de amar es notablemente mayor que en las otras artes.

Con respecto a las condiciones generales para aprender un arte, debe señalarse un último punto:
no se empieza por aprender directamente el arte, sino de forma indirecta, por así decirlo. Deben
aprenderse un gran número de cosas que aparentemente suelen no tener relación con el arte, antes
de comenzar con el arte mismo. Un aprendiz de carpintería comienza aprendiendo a cepillar
madera. Un aprendiz de piano comienza por practicar escalas. Un aprendiz del arte Zen de la
ballestería empieza haciendo ejercicios respiratorios.

Si se aspira a ser un maestro en cualquier arte, toda la vida debe estar dedicada a él, o por lo menos,
relacionada con él. La propia persona se convierte en instrumento en la práctica del arte, y debe
mantenerse en buenas condiciones, según las funciones específicas que deba realizar.

En el arte de amar, quien quiera convertirse en un maestro, debe comenzar por practicar la
disciplina, la concentración y la paciencia a través de todas las fases de su vida.

¿cómo se practica la disciplina? Nuestros abuelos podían contestar mejor esta pregunta.
Recomendaban levantarse temprano, no entregarse a lujos innecesarios, y trabajar mucho. Esta
disciplina era rígida y autoritaria, centrada en la frugalidad y el ahorro, hostil en muchos modos para
la vida. Como se dijo, en la reacción a esta disciplina hubo una creciente tendencia a sospechar de
cualquier disciplina, haciendo que la indisciplina y la perezosa complacencia imperasen fuera de las
ocho horas laborales.

Optemos por una disciplina acorde: levantarse a una hora regular, dedicar un tiempo durante el día
a la meditación, lectura, escuchar música, caminar. No permitirnos en la medida de lo posible,
actividades escapistas como novelas policiales y películas. No comer ni beber demasiado.

Es esencial que la disciplina no se practique como una regla impuesta desde afuera, sino que se
convierta en una expresión de la propia voluntad. Debe sentirse como algo agradable y que uno se
acostumbre lentamente a esta nueva conducta, que se extrañe si se deja de practicar.

Erróneamente en la cultura occidental se contempla que la disciplina y la virtud van acompañadas


de una práctica penosa y difícil, y que sólo así es buena. El oriente en cambio reconoce que mucho
de lo que es bueno para el hombre, tanto para su cuerpo como para su alma, también debe ser
agradable, aunque al comienzo haya que superar algunas resistencias.

La concentración es lo más difícil de practicar en nuestra cultura. Ser capaz de concentrarse significa
poder estar solo con uno mismo, y esa habilidad es precisamente una condición para la capacidad
de amar.

La capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar, aunque suene
paradójico. Cuando trates de estar sólo contigo descubrirás lo difícil que es. Comenzarás a sentirte
molesto, inquieto, e incluso considerablemente angustiado. Te inclinarás a racionalizar el deseo de
no seguir adelante con esta práctica, pensando que no tiene ningún valor, que es tonta, que lleva
demasiado tiempo, y así en adelante. Observarás toda clase de pensamientos que te dominan,
pensando los planes para el resto del día, dificultades, todo lo que ocupe la mente antes de permitir
que se vacíe.

Es de utilidad hacer el ejercicio de sentarse en una posición relajada (ni totalmente flojo, ni rígido),
cerrar los ojos y tratar de ver una pantalla blanca al frente, alejando todas las imágenes y los
pensamientos que interfieran, luego seguir la propia respiración, no pensar en ella, sólo seguirla sin
forzarla, y al hacerlo, percibirla. Tratar de lograr una sensación de yo=mi mismo, como centro de
mis poderes, como creador de mi mundo.

Tratar de realizar este ejercicio de concentración todas las mañanas por lo menos 20 minutos o más,
y todas las noches antes de dormir.

Además de seguir el método de Gindler para la percepción del propio cuerpo, hay que aprender a
concentrarse en todo lo que haces. Sea lo que sea que hagas, en ese momento, la actividad debe
ser lo único que cuenta, aquello a lo que uno se entrega por completo. Si uno está concentrado,
poco importa qué esté haciendo. Las cosas importantes así como las insignificantes, toman una
nueva dimensión de la realidad, porque están llenas de la propia atención.

Aprender a concentrarse requiere evitar lo más posible las conversaciones triviales, la conversación
que no es genuina.
Importa también evitar las malas compañías. No se trata sólo de la gente viciosa y destructiva cuya
órbita es venenosa y deprimente, sino también a la compañía de zombies, seres cuya alma está
muerta, individuos con pensamientos y conversación triviales.

No siempre es posible evitar tales compañías y tampoco es necesario. Si no reaccionas de la misma


manera, sino directa y humanamente, poco a poco esas personas modifican su conducta, muchas
veces con la ayuda de la sorpresa producida por el choque de lo inesperado.

Concentrarse en la relación con otros significa poder escuchar. La mayoría de la gente oye, incluso
da consejos sin escuchar realmente. No toman en serio las palabras de la otra persona y tampoco
les importan demasiado sus propias respuestas, lo que resulta en que la conversación les canse.
Pareciera que se sentirían más cansados si escucharan con concentración, pero lo cierto es lo
contrario. Lo que se realiza de forma concentrada tiene efecto estimulante aunque luego aparezca
el cansancio natural y benéfico. Cualquier actividad no concentrada causa somnolencia y hace difícil
conciliar el sueño al final del día.

Estar concentrado significa vivir plenamente el presente, aquí y ahora.

La concentración debe ser practicada sobre todo por personas que se aman mutuamente, deben
aprender a estar uno cerca del otro sin escapar de las múltiples formas acostumbradas. Al comienzo
de la práctica la concentración es difícil, y ello implica la necesidad de tener paciencia. Si uno sabe
que todo tiene su momento, y se quieren forzar las cosas, es indudable que nunca logrará
concentrarse, y por consiguiente, tampoco en el arte de amar.

Para tener idea de lo que es la paciencia basta con observar a un niño que aprende a caminar. Cae,
vuelve a caer, una y otra vez, y sin embargo sigue ensayando, mejorando hasta que un día anda sin
caerse. ¡qué lograría un adulto si tuviera la paciencia y concentración de un niño en los fines que
son importantes para él!!

Es imposible aprender a concentrarse sin hacerse sensible a uno mismo. ¿qué significa esto?
Cualquiera que por ejemplo, maneja un auto, es sensible a él; advierte cualquier ruido inusual, el
cambio de aceleración del motor, se es sensible a los cambios en el camino, a las irregularidades,
del movimiento de los coches delante y detrás de él, y sin embargo no piensa en ello; su mente está
en estado de serenidad vigilante, abierta a todos los cambios relacionados con la situación en la que
está concentrado: manejar el auto sin peligro.

En la situación de ser sensible a otro humano, el mejor ejemplo es una madre para con su hijo. Ella
nota sus cambios corporales, exigencias y angustias a veces antes de que el niño las manifieste. Se
despierta si él llora aunque otro sonido más fuerte no la despierte: es sensible a las manifestaciones
de vida del niño. No está ansiosa ni preocupada, sólo en un estado de equilibrio alerta, receptivo de
cualquier comunicación significativa proveniente de él.

Del mismo modo, hay que ser sensible a uno mismo: ser consciente de una sensación cansancio o
depresión en lugar de entregarse a ella y aumentarla con pensamientos deprimentes que siempre
están a mano. Preguntarse, qué ocurre?, por qué estoy deprimido?
Lo mismo al observar si estas irritado o enojado, o con tendencia a los sueños u otra actividad
escapista. Es importante estar conscientes y atentos a nuestra voz interior, que por lo general, nos
dice inmediatamente por qué estamos angustiados, deprimidos, irritados o enojados.

La persona media es sensible a sus procesos corporales. Advierte cambios y los más insignificantes
dolores. Esto es fácil de hacer porque la saben lo que es sentirse bien. En los procesos mentales es
más difícil porque la mayoría no hemos conocido a alguien que funcione óptimamente. Se toma de
referencia el funcionamiento psíquico de los padres y parientes, o grupo social en el que han nacido,
y mientras no difieren de ésta, se sienten normales y no tienen interés en observar nada.

Hay mucha gente que jamás ha conocido a una persona amante, o a una persona con integridad,
valor o concentración. Para ser sensible con respecto a uno mismo hay que tener una imagen del
funcionamiento humano completo y sano.

¿cómo es posible adquirir experiencia si no se ha tenido en la propia infancia o vida adulta? No


existe ninguna respuesta sencilla a esto, simplemente señala un factor crítico del sistema educativo.
Si bien impartimos conocimiento, estamos descuidando la enseñanza más importante para el
desarrollo humano: la que sólo puede impartir la simple presencia de una persona madura y
amante.

En épocas anteriores, los hombres más valorados eran los que poseían cualidades espirituales
sobresalientes. No era una fuente de información, su función consistía en trasmitir ciertas actitudes
humanas.

Con esto concluimos las condiciones para la práctica de cualquier arte. Ahora veamos las cualidades
particulares para la capacidad de amar.

La condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo. En el
narcisismo se experimenta como real sólo lo que existe en nuestro interior, mientras que lo exterior
carece de realidad y se entiende sólo desde el punto de vista de su utilidad o peligro.

Lo opuesto al narcisismo es la objetividad: la capacidad de ver a la gente y las cosas tal como son,
separándola de nuestros deseos y temores, o de nuestro sistema de creencias.

En todas las formas de psicosis hay una incapacidad extrema para ser objetivo.

Para el insano la única realidad que existe está dentro de él, y es la de sus temores y deseos. Ve el
mundo exterior como símbolos de su mundo interior, como su creación.

Todos procedemos de idéntica manera cuando soñamos. En el sueño producimos los hechos,
ponemos dramas en escena que constituyen la expresión de nuestros anhelos y temores (y algunas
veces nuestras intuiciones y juicios). Mientras dormimos estamos convencidos de que lo que
soñamos es tan real como la realidad que percibimos en el estado de vigilia.

El insano o el soñador carecen completamente de una visión objetiva del mundo exterior. Todos
nosotros somos más o menos insanos, estamos más o menos dormidos. Todos tenemos una visión
no objetiva del mundo, deformada por nuestra orientación narcisista, lo puedes constatar contigo
mismo, con tus vecinos, en el contenido del diario.

Ejemplo de caso: un paciente llama al médico pidiendo una cita esa tarde. Se le responde que no
hay tiempo ese día. La respuesta del paciente es “pero doctor, vivo a sólo cinco minutos de su
consultorio”. El paciente no entiende la explicación del médico de que a él no le ahorra tiempo la
corta distancia. El paciente experimenta la situación narcisísticamente. Para él, la única realidad es
él mismo.

Menos extremas y menos evidentes, son las siguientes deformaciones comunes de las relaciones
interpersonales: padres que experimentan las reacciones del hijo en función de la obediencia, la
complacencia o el buen papel que les hace experimentar, en lugar de percibir o interesarse por lo
que el niño siente para y por sí mismo. Esposos que ven a sus mujeres como dominantes porque su
relación materna les hace interpretar cualquier demanda como una limitación de su libertad.
Esposas que piensan que sus maridos son ineficaces o estúpidos porque no responden a la fantasía
del espléndido caballero construido en la infancia.

En lo que a naciones extranjeras atañe (aplica a partidos políticos o a grupos de poder), la falta de
objetividad es más que notoria. De un día a otro, una nación pasa a ser considerada totalmente
depravada y perversa, al tiempo que se juzga a la propia nación como representante de todo lo que
es bueno y noble. Toda acción del enemigo se juzga con una norma, toda acción propia, con otra.
Hasta las buenas obras del enemigo se consideran una perversidad con las que se pretende engañar
a nuestro país y al mundo, mientras que nuestras malas acciones son necesarias y encuentran
justificación en las nobles finalidades que tienen.

Sin duda, al examinar la relación entre naciones, entre grupos, entre individuos, concluimos una
fuerte ausencia de objetividad. Lo común es un enfoque narcisista que deforma la realidad en mayor
o menor grado.

La facultad de pensar objetivamente es la razón. La emoción que corresponde a la RAZÓN es la


HUMILDAD.

Ser objetivo, utilizar la propia razón, sólo es posible si se ha alcanzado una actitud de humildad, si
se ha logrado salir de los sueños de omnisciencia y omnipotencia de la infancia.

En los términos de la práctica del arte de amar, puesto que el amor depende de la ausencia de
narcisismo, requiere del desarrollo de la humildad, la objetividad y la razón.

Toda la vida debe estar dedicada a esa finalidad. La humildad y la objetividad son indivisibles, tal
como lo es el amor.

No puedo ser verdaderamente objetivo con mi familia si no puedo serlo con un extraño, y viceversa.

Debo esforzarme por ser objetivo en todas las situaciones y hacerme sensible a la situación frente
a la que no soy objetivo.
Debo tratar de ver la diferencia entre mi imagen de una persona y de su conducta con base en mi
deformación narcisista, y la realidad de esa persona tal como existe, independientemente de mis
intereses, necesidades y temores.

La adquisición de la objetividad y de la razón representa la mitad del camino hacia el dominio del
arte de amar, pero debe abarcar a todos los que están en contacto conmigo. No es posible reservar
la objetividad para los amados y pensar que no se requiere para el resto del mundo, al hacerlo se
descubrirá que se fracasa en ambos sentidos.

La capacidad de amar depende de la propia capacidad para superar el narcisismo y la fijación


incestuosa a la madre y al clan. Depende de nuestra capacidad de crecer, de desarrollar una
orientación productiva en nuestra relación con el mundo y nosotros mismos. Este proceso requiere
de una condición necesaria: la Fe.

Practicar el arte de amar requiere de practicar la fe.

¿Qué es la fe? Para empezar a comprenderlo hay que diferenciar la fe racional de la irracional.

La fe irracional se basa en creer en una persona o idea que incluye sumisión.

La fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. No es una


creencia en algo, sino la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras creencias o convicciones.

La fe racional se arraiga en la actividad productiva intelectual y emocional. Constituye un importante


componente del pensar racional.

El proceso de pensamiento creador en cualquier campo del esfuerzo humano comienza con lo que
llamamos una “visión racional”, que constituye a su vez el resultado de muchos estudios previos,
pensamiento reflexivo, y observación.

La historia de la ciencia está llena de ejemplos de fe en la razón, y en la visión de la verdad. Desde


la concepción de una visión racional hasta la formulación de una teoría, es necesaria la fe. Fe en la
visión de un objetivo racional válido a alcanzar, fe en la hipótesis como una proposición probable, o
plausible (comprobable), y fe en la teoría final.

Esa fe está arraigada en la propia experiencia, en la confianza en tu poder de pensamiento,


observación y juicio.

Mientras que la fe irracional es aceptar algo como verdadero porque así lo afirma la autoridad o la
mayoría, la fe Racional se funda en la creencia personal basada en el propio pensamiento y
observación productiva, a pesar de la opinión de la mayoría.

No sólo en el pensamiento y el juicio se encuentra el dominio de la fe racional.


En las relaciones humanas, la fe es una cualidad indispensable para cualquier amistad o amor
significativos. Tener fe en otra persona significa estar seguro de la confianza y permanencia de sus
actitudes fundamentales, de la esencia de su personalidad, de su amor.

No quiere decir que una persona no pueda modificar sus opiniones, sino a que sus motivaciones
básicas son siempre las mismas, por ejemplo que su respeto por la vida y por la dignidad humana
son siempre una constante en su ser.

De igual forma, tenemos fe en nosotros mismos. Tenemos conciencia de la existencia de un yo, de


un núcleo de nuestra personalidad que no es cambiante y que persiste a través de nuestra
existencia, sin importar las circunstancias cambiantes y con independencia de nuestros
sentimientos y opiniones. Ese núcleo es la realidad del significado de la palabra “YO”. La realidad en
la que se basa nuestra convicción o creencia de nuestra propia identidad.

Si no tenemos fe en la persistencia de nuestro YO, nuestro sentimiento de identidad estará débil, y


nos haremos dependientes de otras personas, cuya aprobación se convierte en la base de nuestro
sentimiento de identidad.

Sólo la persona que tiene fe en sí misma puede ser fiel a los demás, porque sólo ella puede estar
segura de que en el futuro será igual a lo que es hoy, y de que sentirá y actuará como ahora espera
hacerlo.

La fe en ti mismo es una condición de nuestra capacidad de prometer, es una de las condiciones de


la existencia humana.

En relación con el amor, se tiene fe en el amor propio, en la propia capacidad de producir amor para
los demás, en tu confianza.

Otra faceta de la fe es la que tenemos en la potencialidad de los otros. La forma más básica es fe de
la madre en su hijo recién nacido: en que vivirá, crecerá, caminará, hablará. El desarrollo del niño
en ese sentido se produce con tal regularidad que parecería que no es necesaria la fe para estar
seguro de lo que sucederá.

Algo distinto ocurre con las potencialidades que pueden nunca desarrollarse: amar, ser feliz, utilizar
la razón, el talento artístico. Estas son las semillas que crecen y se manifiestan si se dan las
condiciones apropiadas para el desarrollo, y que pueden ahogarse si las condiciones no son las
adecuadas.

Por eso lo más importante es que el adulto de mayor influencia en la vida del niño tenga fe en esas
potencialidades.

La presencia de dicha fe es lo que determina la diferencia entre educación y manipulación.

Educar significa ayudar al niño a desarrollar sus potencialidades (educere: conducir desde, o extraer
algo que existía potencialmente).
Lo contrario a la educación es la manipulación, que se basa en la ausencia de fe sobre esas
potencialidades, y en la convicción o creencia de que un niño será como corresponde sólo si los
adultos le inculcan lo que es deseable y suprimen lo que parece indeseable. No es necesario tener
fe en un robot porque tampoco hay vida en él.

La fe en los demás culmina en la fe en la humanidad. Al igual que la fe en el niño, se basa en la idea


de que las potencialidades humanas son tales que, en las condiciones apropiadas, podrá construir
un orden social gobernado por los principios de igualdad, justicia y amor.

El hombre no ha logrado aún construir ese orden, por lo que la convicción de que puede hacerlo
necesita fe, pero como toda fe racional, tampoco es una mera expresión de deseos, sino que se basa
en la evidencia de los logros del pasado de la raza humana y en la experiencia interior de cada
individuo en su propia experiencia de la razón y el amor.

Con la fe racional, tenemos fe en una idea porque es el resultado de nuestras propias observaciones
y nuestro pensamiento. Tenemos fe en las potencialidades de los demás, en las nuestras y en las de
la humanidad porque hemos experimentado el desarrollo de nuestras propias potencialidades, la
realidad del crecimiento de nosotros mismos, la fuerza de nuestro propio poder, y el amor.

La base de la fe racional es la productividad.

Vivir de acuerdo con nuestra fe significa vivir productivamente.

Creer en el poder, en la dominación, y en el uso del poder, es la cara opuesta de la fe. No hay fe
racional en el poder. Hay una sumisión a él de quienes no lo tienen, y un deseo de conservación de
quienes lo tienen.

La historia del hombre ha demostrado que el poder es el más inestable de todos los logros humanos.

Debido a que la fe y el poder se excluyen mutuamente, todos los sistemas religiosos y políticos que
se constituyeron originalmente sobre la fe racional, se corrompieron, y pierden la fuerza que
pudiera quedarles si sólo confían en el poder o se alían a él.

Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y
la desilusión.

Quien insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida no puede tener
fe.

Quien se encierra en un sistema de defensa donde la distancia y la posesión constituyen los medios
que le dan seguridad, se convierte en un prisionero.

Ser amado y amar requiere coraje, requiere valentía de atribuir a ciertos valores una importancia
fundamental, y dar el salto apostando todo a esos valores.
Este coraje es muy distinto al referido por Mussolini con el lema “vivir peligrosamente”. El coraje de
Mussolini es el coraje del nihilismo, arraigado a una actitud destructiva hacia la vida, arriesgándola
porque se es incapaz de amarla. El coraje de la desesperación es lo contrario del coraje del amor,
tal como la fe en el poder es lo opuesto a la fe en la vida.

La fe puede practicarse en todo momento. Se requiere fe para criar un niño, se requiere fe para
dormirse, para comenzar cualquier tarea. Casi todos estamos acostumbrados a este tipo de fe.
Quien no la posee sufre enorme angustia por su hijo, por su insomnio, o por su incapacidad para
realizar cualquier trabajo productivo, o es suspicaz, se abstiene de acercarse a nadie, o es
hipocondriaco, o incapaz de hacer planes a largo plazo.

Fe racional es mantener la propia opinión sobre una persona aunque la opinión pública o algunos
hechos imprevistos parezcan invalidarla. Mantener las propias convicciones aunque éstas no sean
populares: todo ello requiere fe y coraje. Tomar las dificultades, los reveses y las penas de la vida
como un desafío cuya superación nos hace más fuertes requiere de fe y coraje.

La práctica de la fe y el valor comienza con los pequeños detalles de la vida diaria.

El primer paso consiste en observar cuándo y dónde se pierde la fe, analizar las ideas que se usan
para justificar esa pérdida de fe, reconocer cuándo se actúa cobardemente y cómo se racionaliza
eso.

Reconocer cómo cada traición a la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva
traición, y así en un círculo vicioso.

Entonces reconoceremos que mientras tememos no ser amados, el temor real e inconsciente, es el
de amar.

Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir
amor en la persona amada.

El amor es un acto de fe. Quien tenga poca fe, tiene poco amor.

Cualquiera que esté interesado en aprender a tener fe, puede hacerlo tal como un niño aprende a
caminar: con persistencia y voluntad, a pesar de los tropiezos.

Una actitud indispensable en la práctica del arte de amar, es la actividad.

El amor es una actividad, y si amo, estoy en un constante estado de preocupación activa por la
persona amada. Seré incapaz de relacionarme activamente con la persona amada si soy perezoso,
si no estoy en un constante estado de conciencia, alerta y actividad.

Dormir es la única situación apropiada para la inactividad. En el estado de vigilia no debe haber lugar
para ella.
Hay que evitar la situación actual de estar semidormido en el día, y semidespierto cuando se quiere
dormir.

Estar plenamente despierto es condición para no aburrirnos o aburrir a los demás. Ser activo en el
pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos durante todo el día. Evitar la pereza interior
y la pérdida de tiempo.

No es posible ser productivo en la esfera del amor e improductivo en las demás. La productividad
no permite esta división del trabajo. La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar
despierto, de vitalidad acrecentada, que sólo puede resultar de una orientación productiva y activa
en las otras esferas de la vida. Si no se es productivo en otros aspectos, tampoco se es productivo
en el amor.

Amar significa tener una actitud de amor hacia todos. Si el amor es un rasgo de tu personalidad, de
tu carácter, debe existir no solo en las relaciones con la familia y amigos, sino con los que están en
contacto con nosotros en el trabajo, negocios, profesión. No hay una división entre el amor a los
nuestros y el amor a los ajenos. La existencia del primero es condición para la existencia del segundo.
Comprender esto sin duda implica un cambio bastante drástico con respecto a las relaciones sociales
acostumbradas.

Nuestras relaciones están determinadas en el mejor de los casos, por el principio de equidad.
Equidad significa no hacer trampa ni engañar en el intercambio de artículos y servicios, o en el
intercambio de sentimientos. En lo material y en el amor, la equidad es la máxima ética
predominante en la sociedad capitalista. Se trate del mercado de productos, laboral o de servicios,
cada persona intercambia lo que tiene para vender por lo que quiere conseguir en las condiciones
del mercado sin recurrir a la fuerza o fraude.

La ética de la equidad se presta a confusiones con la ética de la Regla Dorada. La máxima “haz a los
demás lo que quisieras que hicieran contigo” puede interpretarse como “se equitativo en tu
intercambio con los demás”, que a su vez es una versión popular del “ama a tu prójimo como a ti
mismo”. No es accidente que la Regla Dorada se haya convertido en la más popular máxima religiosa
actual, porque es susceptible de interpretarse en términos de una ética equitativa que todos
comprenden y están dispuestos a practicar.

Pero la práctica del amor debe comenzar por reconocer la diferencia entre equidad y amor.

Surge un importante problema. Si toda la organización social y económica se basa en que cada uno
trate de conseguir ventajas para sí mismo, si se basa en el principio del egotismo matizado por el
principio ético de la equidad, ¿cómo se puede hacer negocios, actuar en la estructura de la sociedad
existente y al mismo tiempo practicar el amor? Los monjes cristianos y algunos pensadores
comparten la opinión de la incompatibilidad básica del amor y la vida normal. Concluyen que hablar
de amor significa participar en el fraude general. Este razonamiento lo tiene también la persona
común cuando argumenta que ser un buen cristiano implicaría morir de hambre, pero en ambos
casos, se trata de autómatas carentes de amor.
La incompatibilidad absoluta entre el amor y la vida normal es sólo correcta en un sentido abstracto.
El principio sobre el que se basa la sociedad capitalista y el principio del amor sí son incompatibles,
pero la sociedad moderna es también un fenómeno complejo. Mientras que el vendedor de un
artículo inútil no puede operar sin mentir, un obrero, un médico o un maestro, si pueden.

La gente con capacidad de amar en el sistema actual es una excepción. El amor es inevitablemente
un fenómeno marginal en la sociedad actual. Para que el amor se convierta en un fenómeno social
y no en una excepción, nuestra estructura social requiere cambios importantes y radicales.

Si el hombre quiere ser capaz de amar debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica
debe servirlo, en lugar de ser él quien está a su servicio. Debe capacitarse para compartir la
experiencia, el trabajo, en vez de compartir –en el mejor de los casos- sus beneficios.

La sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté
separada de su existencia social, sino que se una a ella.

Si es verdad que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana,


entonces toda sociedad que excluya relativamente el desarrollo del amor, a la larga perece a causa
de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza humana.

Hablar de amor es hablar de la necesidad fundamental y real que tiene todo ser humano. Aunque
esa necesidad haya sido oscurecida, existe.

Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia en el presente y criticar las condiciones
sociales responsables de esa ausencia.

Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es
tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza del hombre.

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