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La metáfora orgánica: el enfoque clásico del cambio social

Fue en el nacimiento mismo de la sociología cuando se concibió una distinción


que ha obsesionado al pensamiento sociológico hasta nuestros días y que se ha mos­
trado tan engañosa como persistente. Ha sido una especie de «pecado original» de
nuestra disciplina, y la responsabilidad por ello corresponde, por completo, al padre
de la sociología, Auguste Comte (1798-1857), que dividió el sistema de su teoría en
dos partes separadas: «estática social» y «dinámica social». Subyace de manera implí­
cita a esta distinción una metáfora que tiempo después fue explicitada al completo
por Herbert Spencer (1820-1903), la analogía entre una sociedad y un organismo bio­
lógico. La estática social estaba concebida como el estudio de la anatomía de la socie­
dad humana, de las partes componentes y de su disposición, justo igual que la anato­
mía del cuerpo (con sus órganos, esqueleto y tejidos), mientras que la dinámica social
se suponía que se concentraba en la fisiología, en los procesos que operan dentro de
la sociedad, justo igual que las funciones corporales (respiración, metabolismo, circu­
lación de la sangre), que producen como resultado último el desarrollo de la socie­
dad, de nuevo comparable al crecimiento orgánico (del embrión a la madurez). Lo
que esto implicaba era que existía algo parecido a un estado continuo de la sociedad,
que podía percibirse y ser analizado con anterioridad, o de forma independiente, asu
movimiento.
Herbert Spencer retuvo la misma imagen pero alteró la terminología. Él es autor
de otra distinción que durante más de un siglo estuvo en el núcleo del lenguaje socio­
lógico: «estructuras» por oposición a «funciones». Las primeras indicaban la construc­
ción interna, el diseño o la forma de las totalidades sociales, las últimas los modos de
su funcionamiento y transformación. La misma presunción, que era posible concebir
la sociedad como un ci~rto tipo de entidad dura u objeto tangible al margen de sus
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26 Conceptos y categorías

operaciones o, en otras palabras, que era posible destilar estructuras del funciona­
miento, fue confirmada y reforzada.
El legado metodológico de aquellas ideas primeras fue la oposición de dos tipos
de procedimiento, que en la temprana formulación de Comte fueron descritos como
la búsqueda de leyes de coexist"ncia (por qué deterrninados fenómenos sociales apa­
recen invariablemente juntos) frente a las leyes de sucesión (por qué determinados
fenómenos sociales preceden o siguen a otros de forma invariable). La idea, bajo di­
versas etiquetas, se abrió paso hasta la mayoría de los manuales de investigación so­
ciológica: el «estudio sincrónico ( o trans-seccional)>> fue definido como observar la
sociedad desde una perspectiva atemporal, estática, y el «estudio diacrónico (o se­
cuencial)>>, como el reconocimiento del fluir del tiempo y la atención a los cambios
sociales en curso.
El estudio moderno del cambio (la investigación diacrónica) está muy influido por
tales concepciones. Sin embargo, ha heredado la metáfora orgánica clásica y otras dis­
tinciones conexas no directamente de Comte, Spencer y otros maestros del siglo XIX,
sino a través de la influyente escuela de sociología del siglo xx conocida como teoría
de sistemas, teoría funcional o funcionalismo estructural (cf. Sztompka 1974). El mo­
delo de sistema de la sociedad elaborado dentro de esa escuela recopilaba y generali­
zaba todas las ideas típicas del organicismo. La totalidad del aparato conceptual apli­
cado habitualmente al análisis del cambio se deriva en último término del modelo del
sistema, incluso cuando los investigadores que se ocupan del cambio no lo reconoz­
can, o se distancien de las teorías sistémicas y funcional-estructurales. Sólo muy re­
cientemente el «modelo del sistema» ha sido desafiado por una imagen al~ernativa de
la sociedad, el enfoque procesal o morfogenético, y los conceptos aplicados al cambio
social han sido modificados en consecuencia.

El modelo del sistema: el nacimiento del concepto de cambio social

La idea de sistema denota una totalidad compleja, compuesta de múltiples ele­


mentos ligados por diversas interrelaciones y separados del entorno por un límite.
Los organismos constituyen con claridad ejemplos de sistemas, pero también las mo­
léculas, los edificios, los planetas, las galaxias. Una noción tan generalizada puede
aplicarse a la sociedad humana en diversos niveles de complejidad. En el nivel macro,
la totalidad de la sociedad global (humanidad) puede concebirse como un sistema; en
el nivel medio, los estados nación y las alianzas políticas y militares regionales tam-·
bién pueden verse como sistemas; en el nivel micro, las comunidades locales, las aso­
ciaciones, empresas, familias o círculos de amigos pueden ser considerados como pe­
queños sistemas. Más aún, segmentos cualitativamente distintos de la sociedad como
la economía, la política y la cultura también pueden ser aprehendidos en términos sis..
témicos. Por tanto, en manos de los teóricos de sistemas, por ejemplo Talcott Parson, ..
(1902-79), la noción no sólo se generaliza sino que se considera universalmente apli­
cable. ..
El cambio social, en consecuencia, es concebido como el cambio que acontec~ .
dentro del sistema social o que lo abarca. De forma más precisa, es la diferencia entre .
los diversos estados del mismo sistema al sucederse los unos a los otros en el tiempo.
Conceptos fundamenta/es en e/ estudio del cambio 27

Si hablamos de cambio, estamos pensando en algo que acontece tras algún tiempo; esto es, nos
estamos ocupando de una diferencia entre lo que puede ser observado antes de ese punto en el
tiempo y lo que puede verse tras ese punto en el tiempo. Para ser capaces de afirmar diferen­
cias, la unidad de análisis ha de preservar un mínimo de identidad- al margen del cambio en
el tiempo (Strasser y Randall1981: 16).

Por tanto, el concepto básico de cambio social implica tres ideas: (1) diferencia,
(2) en diferentes momentos temporales, (3) entre estados del mismo sistema. Un
buen ejemplo de la definición normalizada tipo sería el siguiente: «Por cambio social
entiendo una alteración no-recurrente de un sistema social considerado como un
todo» (Hawley 1978: 787).
Dependiendo de lo que se considere que cambia -qué aspectos, fragmentos y di­
mensiones del sistema estén implicados en el cambio- pueden distinguirse diversos
tipos de cambio. Esto es así porque el estado de conjunto del sistema no es simple,
unidimensional, sino que es más bien el resultado combinado, agregado del estado de
diversos componentes, tales como:

1 los elementos últimos (e.g. el número y variedad de individuos humanos y sus


acciones)
2 interrelaciones entre los elementos (por ejemplo, lazos sociales, lealtades, de­
pendencias, conexiones entre individuos, interacciones, intercambios entre ac­
ciones)
3 las funciones de elementos en la totalidad del sistema (por ejemplo, los pape­
les ocupacionales jugados por los individuos, o la necesidad de determinadas
acciones para la preservación del orden social)
4 la frontera (por ejemplo, los criterios de inclusión, las condiciones de acepta­
ción de individuos en el grupo, los principios de reclutamiento de las asocia­
ciones, los dispositivos de control de acceso en las organizaciones, etc.)
5 los subsistemas (por ejemplo, el número y variedad de segmentos especializa­
dos diferenciables, de secciones, de subdivisiones)
6 el entorno (por ejemplo, las condiciones naturales, o el ambiente de otras so­
ciedades, la localización geopolítica).

Sólo a través de su interacción compleja emergen las características de conjunto


del sistema: equilibrio o desequilibrio, consenso o disenso, armonía o lucha, coopera­
ción o conflicto, paz o guerra, prosperidad o crisis; etc.
Cuando se disecciona en sus componentes y dimensiones primarias el modelo del
sistema implica los siguientes cambios posibles:

1 cambio de composición (por ejemplo, migración de un grupo a otro, recluta­


. miento en un grupo, despoblación debido al hambre, desmovilización de un
movimiento social, dispersión de un grupo)
2 cambio de estructura (por ejemplo, aparición de desigualdades, cristalización
del poder, emergencia de lazos de amistad, establecimiento de relaciones coo­
perativas o competitivas)
28 Conceptos y categorias

3 cambio de funciones (por ejemplo, especialización y diferenciación de traba­


jos, decadencia del papel económico de la familia, asunción del papel de in­
doctrinación por la escuela ° las universidades)
4 cambio de límites (por ejemplo, fusión de grupos, relaj~bón de los criterios de
admisión y democratización de la condición de miembro, conquista e incorpo­
ración de un grupo por otro)
5 cambio en las relaciones de los subsistemas (por ejemplo, ascendencia del régi­
men político sobre la organización económica, control de la familia y de toda
la esfera privada por un gobierno totalitario)
6 cambio en el entorno (por ejemplo, deterioro ecológico, terremoto, aparición
de la peste negra o del virus del SIDA, desaparición del sistema bipolar inter­
nacional).

A veces los cambios son sólo parciales, de alcance limitado, sin mayor repercusión
para otros aspectos del sistema. El sistema como un todo permanece intacto, ningún
cambio de conjunto acontece en su estado, al margen de pequeños cambios en su in­
terior. Por ejemplo, la fuerza de un sistema político democrático radica en su capaci­
dad para afrontar los cambios, aliviar las quejas y desactivar los conflictos mediante
reformas parciales sin poner en peligro la estabilidad y continuidad del estado en su
totalidad. Este tipo de modificación adaptativa sirve como ilustración de los cambios
en el sistema. Pero en otras ocasiones el cambio puede abarcar todos (o al menos el
núcleo) los aspectos del sistema, produciendo una mutación de conjunto que nos
obliga a considerar al nuevo sistema como fundamentalmente diferente del antiguo.
Esto queda bien ilustrado por la totalidad de las revoluciones sociales importantes.
Este tipo de transformación radical merece llamarse cambio de sistema. La frontera
entre estos dos ejemplos es fluida. Los cambios en frecuentemente se acumulan y al
final afectan al núcleo del sistema, convirtiéndose en cambios de. Con frecuencia ob­
servamos umbrales concretos en los sistemas sociales, más allá de los cuales la exten­
sión, intensidad e importancia de los cambios fragmentarios y pequeños transforman
por completo la identidad del sistema y conducen no sólo a novedades «cuantitati­
vas» sino realmente «cualitativas» (Granovetter 1978). Como acaban por saber tarde
o temprano todos los tiranos y dictadores, mantener amordazado el descontento pú­
blico sólo es posible hasta cierto punto, y la lenta erosión de su poder abre inevitable­
mente la puerta a la democracia.
Si echamos una ojeada a los ejemplos de definiciones de cambio social que apare:­
cen·en los manuales al uso en'sociología, veremos que los diversos autores sitúan el
énfasis en distintos tipos de cambio, pero para la mayoría de ellos el cambio estructu­
ral en las relaciones, organizaciones y lazos entre los componentes sociales resulta
crucial:

«El cambio social es la transformación en la organización de la sociedad y en los


modelos de pensamiento y conducta en el curso del tiempo» (Macionis 1987:638).
«El cambio social es una modificación o transformación en la forma en la que se
organiza la sociedad»(Persell1987: 586).
El cambio social hace referencia a las «variaciones en el tiempo de las relaciones
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 29

entre individuos, grupos, organizaciones, culturas y sociedades» (Ritzer el al. 1987"


560).
«Los cambios sociales son las alteraciones en los patrones de conducta, en las re­
laciones sociales, en las instituciones y en la estructura social en el tiempo» (Farley
1990: 626).

Quizás la razón de enfatizar el cambio estructural sea que, con más frecuencia que
otros tipos, conduce a cambios de, en lugar de a meros cambios en, la sociedad. La es­
tructura social caracteriza una especie de esqueleto en el que se encuentran la socie­
dad y sus funciones. Cuando cambia, todo lo demás tiene tendencia, también, a cam­
biar.
Como hemos observado antes, la noción de sistema puede aplicarse a diversos ni­
veles de la complejidad social: macro, medio y micro. En consecuencia, el cambio so­
cial puede ser concebido también como algo que acontece en el macronivel de los sis­
temas internacionales, las naciones, los estados; en el nivel medio de las
corporaciones, los partidos políticos, los movimientos religiosos, las grandes asocia­
ciones; o al micronivel de las familias, las comunidades, los grupos ocupacionales,
pandillas, círculos de amigos. Entonces la pregunta central que surge es cómo se inte­
rrelacionan todos esos cambios que acontecen en distintos niveles. Por una parte, los
sociólogos se preguntan cuáles son los macro efectos de micro sucesos (por ejemplo,
cómo hacen aumentar la inflación los cambios en el comportamiento de los consumi­
dores, o cómo transforman las civilizaciones y las culturas los cambios en las costum­
bres cotidianas), y se preguntan, por otra parte, por los micro efectos de los macro su­
cesos (por ejemplo, cómo altera la vida familiar una revolución, o cómo influye en los
modelos de amistad una crisis económica). «El cambio social está mediado por los ac­
tores individuales. Por tanto, las teorías del cambio estructural deben mostrar cómo
las macrovariables afectan los motivos y las elecciones individuales y cómo, a su vez,
esas elecciones cambian las macrovariables» (Remes 1976: 514).

Conjuntos de cambios: aumento de la complejidad de los conceptos dinámicos

El concepto de cambio social abarca los «átomos» últimos, más pequeños, de la


dinámica social, de los cambios singulares en el estado del sistema o de cualquiera de
sus aspectos. Pero los cambios singulares raramente están aislados, normalmente es­
tán conectados con otros, y la sociología ha ideado conceptos más complejos para
ocuparse de las formas típicas 'de tales conexiones.
El más importante es la idea de «proceso social», que describe la secuencia de
cambios interrelacionados. Una definición clásica es la que dio Pitirim Sorokin (1889­
1968): «Por proceso entiendo cualquier clase de movimiento, o modificación, o trans­
formación, o alteración, o "evolución", en suma, cualquier cambio de un sujeto lógico
dado en el curso del tiempo, tanto si es un cambio en el lugar que ocupa en el espacio
como una modificación de sus aspectos cuantitativos o cualitativos» (1937: vol. 1:
153). De forma más precisa, el concepto denota: (1) la pluralidad de cambios, (2) re­
feridos a un mismo sistema (que acontecen dentro de, o que lo transforman en cuan­
to a un todo), (3) relacionados causalmente los unos con los otros (en el sentido de
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que un cambio es una condición causal, o al menos una condición causal parcial y no
meramente un factor acompañante o precedente, de los otros), y (4) los cambios se
siguen unos a otros en una secuencia temporal (sucediéndose los unos a los otros en
un tramo temporal). Ejemplos de procesos, desde el nivel macro alñivel micro, in­
cluirían: industrialización, urbanización, globalización, secularización, democratiza­
ción, escalada bélica, movilización de un movimiento social, liquidación de una em­
presa, disolución de una asociación voluntaria, cristalización de un círculo de amigos,
una crisis familiar. De nuevo, el problema teórico crucial sería la conexión entre mi­
croprocesos y macroprocesos.
Entre los procesos sociales hay dos formas específicas que han sido escogidas por
los sociólogos, y durante muchas décadas han orientado el foco de su atención. Una
es el «desarrollo social», que describe el proceso de despliegue de una cierta poten­
cialidad inherente al sistema. De forma más precisa, el concepto denota un proceso
con tres características adicionales: (1) es direccional, esto es, ningún estado del siste­
ma se repite en ningún nivel; (2) el estado del sistema en cualquier momento poste­
rior representa un nivel superior de alguna de las características elegidas (por ejem­
plo, una creciente diferenciación de la estructura o una mayor producción económica,
un desarrollo de tecnologías o una población mayor), o en cada momento posterior,
el estado del sistema se va aproximando a algún estado de conjunto señalado (por
ejemplo, la sociedad se aproxima a la condición de igualdad social, prosperidad uni­
versal o representación democrática); y (3) esto es estimulado por propensiones in­
manentes (por ejemplo, expansión de la población humana con un crecimiento parejo
de la densidad, la resolución de contradicciones internas mediante el establecimiento
de formas cualitativamente nuevas de vida social, canalización de la creatividad hu­
mana innata hacia innovaciones organizativas significativas). La noción de desarrollo
contiene algunos presupuestos fuertes: la inevitabilidad, necesidad e irreversibilidad
del proceso que describe. Degenera fácilmente en una visión fatalista y mecanicista
del cambio, como si se produjera al margen de las acciones humanas, como si estuvie­
ra de alguna manera por encima de las cabezas de los hombres y se dirigiera hacia un
final último, predeterminado. Enseguida discutiremos el nutrido conjunto de teorías
para las cuales se ha vuelto central la idea de desarrollo, y que pueden agruparse bajo
la etiqueta de desarrollismo. Éstas incluyen todas las variedades de evolucionismo
(de Comte a Parsons) y de materialismo histórico (de Marx a Althusser).
Otra forma de proceso social particularmente enfatizada por los sociólogos es el
«ciclo social». Aquí el proceso ya no es direccional, pero tampoco fortuito. Está ca­
racterizado por dos rasgos: (1) sigue un modelo circular: cada estado del sistema en
cualquier momento dado es susceptible de repetirse en cualquier' momento del futu­
ro, y es en sí una réplica de algo que ya ha acontecido en algún momento en el pasa­
do; y (2) esta repetición es debida a alguna tendencia inmanente del sistema, que por
su misma naturaleza se despliega de esa manera específica, ondulante u oscilante. Por
tanto, hay cambios a corto plazo, pero a largo plazo no hay cambio, puesto que el sis­
tema regresa a su estado inicial. Tendremos ocasión de mostrar un influyente grupo
de teorías que interpretan la historia humana en términos de ciclos sociales: las teo­
rías cíclicas del cambio (de Spengler a Sorokin).
Un concepto más, quizás el más debatible, pero también de los más influyentes en
toda la·historia del pensamiento humano (y no sólo en la historia de la sociología) es
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 31

la idea de «progreso social». Este concepto añade una dimensión axiológica, valorati­
va, a la categoría más objetiva y neutral de desarrollo social. Por tanto, nos aparta de
las descripciones estrictamente científicas, neutrales, para introducirnos dentro del
dominio normativo y prescriptivo. En principio, por «progreso» entendemos: (1) un
proceso direccional que (2) acerca el sistema, de formn. continua, al estado preferido,
beneficioso (o, en otras palabras, a la realización de determinados valores selecciona­
, dos sobre bases éticas, tales como la felicidad, la libertad, la prosperidad, la justicia, la
dignidad, el conocimiento, etc.), o al logro de una sociedad ideal descrita con ampli­
tud, en sus rasgos generales, por numerosas utopías sociales. Habitualmente la idea
de progreso define cómo, de acuerdo con un autor dado o con la Weltanschauung que
él/ella representa, debe ser la sociedad. Esto cae, sin duda, fuera del campo de la
ciencia, que limita su interés a lo que es, en lugar de a lo que debe ser. Pero, a veces,
la idea de progreso posee un aroma categórico, descriptivo: acarrea la pretensión de
que, como cuestión de hecho, empírica, algunos valores son realizados necesariamen­
te en la historia humana, y que, en general, la sociedad cambia inevitablemente para
mejor (sea lo que sea lo mejor tal como lo define un autor dado). Tal pretensión, ex­
presión de optimismo histórico, puede ser sometida a prueba aunque, lamentable­
mente, rara vez la pasa. Tenemos mucho que decir acerca del progreso social en el
capítulo 2, acerca del triunfo de esta idea, su reciente decadencia y una posible forma
de salvarla.

Un modelo alternativo: el campo social dinámico

Sólo muy recientemente la sociología ha puesto en duda la validez de los modelos


orgánico-sistémicos de sociedad, y la dicotomía entre estática social y dinámica social.
Hay dos rasgos intelectuales que parecen estar cobrando preponderancia: (1) el énfa­
sis en las cualidades dinámicas y permeables de la realidad social, esto es, concebir la
sociedad en movimiento (<<imagen procesal») y (2) evitar ocuparse de la sociedad
(grupo, organización) como un objeto, esto es, des-reificar la realidad social (<<imagen
de campo»). Las primeras sospechas de que la oposición entre estática y dinámica pu­
diera ser espuria, y de que no pueden concebirse objetos, entidades, estructuras y to­
talidades inmutables, proviene de las ciencias naturales. Tal como lo expresó Alfred
N.Whitehead: «El cambio es inherente a la naturaleza misma de las cosas»
(1925:179). Tal perspectiva puramente dinámica o procesal pronto se convirtió en el
enfoque dominante. Se trata de la tendencia de la ciencia moderna a ocuparse de su­
cesos en lugar de hacerlo de cosas, de procesos en lugar de estados, como componen­
tes últimos de la realidad.
Para la sociología esto significa que la sociedad debe ser concebida no sólo como
un estado constante sino como un proceso; no como un objeto semirrígido, sino como
una corriente continua, sin fin, de sucesos. Se acepta que puede decirse que existe
una sociedad (grupo, comunidad, organización, estado nación) sólo en la medida, y
sólo mientras, algo acontezca dentro de ella, se ejecuten acciones, ocurran cambios,
operen procesos. Ontológicamente hablando, la sociedad como estado continuo no
existe ni puede existir. Toda realidad social es pura dinámica, un flujo de cambios de
velocidades, intensidades, ritmos y tiempos diversos. No es accidental que hablemos a
32 Conceptos y categorías

menudo de «vida social», una metáfora, probablemente, más ajustada que la de la


vieja imagen de un superorganismo reificado con límites oscuros. Puesto que la vida
no es sino movimiento, movimiento y cambio, cuando aquéllos se detienen, ya no hay
más vida, sino una condición enteramente diferente -nada, o como también pode­
mos Hamarla, muerte.
La consecuencia metodológica de tal concepción dinámica de la vida social es el
rechazo de la validez de los estudios puramente sincrónicos y la afirmación de una
perspectiva diacrónica (histórica). Como lo ha expresado uno de los mejores historia­
dores del siglo xx: «El estudio de las cuestiones humanas en movimiento es mucho
más fructífero porque es más realista que cualquier intento de estudiarlos en una
imaginaria condición de descanso» (Toynbee 1963: 81).
La imagen de un objeto sujeto a cambio se modifica en concordancia. La sociedad
(grupo, organización, etc.) ya no es vista como un sistema rígido, «duro», sino más
bien como un campo «blando» de relaciones. La realidad social es una realidad inter­
individual (inter-persona!); es lo que existe entre, o en medio de, individuos huma­
nos, una red de conexiones, lazos, dependencias, intercambios, lealtades. En otras pa­
labras, es un tejido social específico o un entramado social que engarza y agrupa a la
gente. Tal campo interindividual está constantemente en movimiento; se expande y
se contrae (por ejemplo cuando los individuos se unen o se separan); se fortalece y se
debilita (cuando la calidad de las relaciones se modifica, por ejemplo, del conoci­
miento a la amistad); une o desintegra (por ejemplo, cuando aparece el liderazgo y
cuando se disuelve); se entremezcla o separa de otros segmentos del campo (por
ejemplo cuando aparecen coaliciones o federaciones o cuando se producen secesio­
nes). Hay paquetes específicos, racimos de relaciones sociales que hemos aprendido a
diferenciar como crucialmente importantes para nuestra vida, y que somos capaces
de tratar en lenguaje reificado: son lo que denominamos grupos, comunidades, orga­
nizaciones, instituciones, estados-nación. Es una ilusión el que tengan existencia
como objetos. Lo que realmente existe son procesos constantes de agrupamiento y
reagrupamiento, en lugar de organizaciones estables; hay procesos de «estructura­
ción» (Giddens 1985) en lugar de estructuras; formación en lugar de formas; «figura­
ciones» fluctuantes (Elias 1978) en lugar de modelos rígidos.
Cuando se toma tal perspectiva, la unidad más pequeña, fundamental, del análisis
sociológico resulta ser el «acontecimiento». Un acontecimiento es aquí entendido
como un estado momentáneo del campo social (o de cualquier segmento del mismo).
Tómese como ejemplo la cena familiar. Es un momento en el que determinados
miembros de una familia se reúnen juntos en casa, sentados a una mesa, e implica ha­
blar y comer. En términos precisos es un acontecimiento. Un momento antes los
miembros de la familia estaban dispersos, imbricados en distintos grupos de relacio­
nes: uno en la oficina, otro en la escuela, otro en la cocina, otro en el cine, otro con­
duciendo un coche; un momento después volverán a estar dispersos: viendo la televi­
sión, volviendo al trabajo para realizar un turno extraordinario, conduciendo hacia la
discoteca. Lo que distingue este racimo particular de relaciones como una familia, y
lo que preserva su continuidad e identidad en el tiempo, al margen de los cambios
constantes es: (1) las identificaciones psicológicas: auto-definiciones, sentimientos, la­
zos, lealtades;. (2) la probabilidad de renovación periódica de las relaciones: reunirse
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 33

juntos en casa, o al menos mantenerse en contacto por correo, o por teléfono; (3) la
particular cualidad de la relación: su intimidad, difusión, desinterés, espontaneidad.
La noción de campo interindividual puede concretarse. Nosotros proponemos la
siguiente tipología cuádruple (<<esquema INIO», cí. Sztompka 1991b: 124.:::6) para dis­
tinguir cuatro dimensiones o aspectos del campo: ideal, normativo, interaccional y de
oportunidad. Hasta ahora, por simplificar, hemos dicho que las relaciones sociales co­
nectan individuos humanos. ¿Pero qué es lo que de hecho conectan y cómo? Tanto
las ideas, pensamientos y creencias sostenidos por los individuos, que pueden ser pa­
recidas o distintas; o las reglas que guían su conducta, que pueden apoyarse o contra­
decirse; o sus acciones presentes, que pueden ser amistosas u hostiles, cooperativas o
competitivas; o sus intereses, que pueden coincidir o estar en conflicto. Hay cuatro ti­
pos de tejidos o entramados que surgen en la sociedad y que la mantienen unida, de­
pendiendo del tipo de entidades conectadas por la red de relaciones: los tejidos (1) de
las ideas, (2) de las reglas, (3) de las acciones y (4) de los intereses. Las redes interco­
nectadas de ideas (creencias, convicciones, definiciones) caracterizan la dimensión
ideal del campo, su «conciencia social». Las redes interconectadas de reglas (normas,
valores, prescripciones, ideales) caracterizan la dimensión normativa del campo, sus
«instituciones sociales». Tanto la dimensión ideal como la normativa forman parte de
lo que tradicionalmente ha sido denominado como cultura. A continuación, las redes
interconectadas de acciones caracterizan la dimensión interaccional del campo, su
«organización social». Las redes interconectadas de intereses (oportunidades vitales,
oportunidades, acceso a recursos) caracterizan la dimensión de oportunidad del cam­
po, sus «jerarquías sociales». Tanto la dimensión interaccional como la de oportuni­
dad forman parte de lo que pude denominarse tejido social en sentido estricto. Para'
subrayar la multidimensionalidad del campo debemos utilizar, por tanto, el término
«campo sociocultural».
En cada uno de los cuatro niveles, el campo sociocultural experimenta un cambio
perpetuo. Observamos (1) la articulación, legitimación o reformulación constante de
ideas, la aparición y desaparición de ideologías, credos, doctrinas y teorías; (2) la ins­
titucionalización, reafirmación o rechazo constante de normas, valores o reglas, la
emergencia y disolución de códigos éticos y de sistemas legales; (3) la elaboración, di­
ferenciación y reformulación constante de canales interactivos, conexiones organiza­
tivas, lazos de grupo, la emergencia o disolución de grupos, círculos o redes persona­
les; (4) la cristalización, petrificación y redistribución constan tes de oportunidades,
intereses, oportunidades de vida, el ascenso y caída, extensión y nivelación de jerar­
quías sociales.
La complejidad real de la vida social que acontece en el campo sociocultural pue­
de aprehenderse si nos percatamos de dos cosas. En primer lugar, que los procesos en
los cuatro niveles no discurren independientes unos de otros. Todo lo contrario, están
interrelacionados mediante diversas conexiones transdimensionales; por ejemplo, la
conexión examinada por la sociología del conocimiento entre oportunidad y dimen­
siones ideales (cómo las situaciones vitales determinan las creencias), o la conexión
examinada por la sociología de la desviación entre las dimensiones normativa e inter­
accional (cómo las normas influyen o dejan de influir las acciones). Debemos perca­
tamos, en segundo lugar, de que el campo sociocultural opera en distintos niveles de
complejidad: macro, medio y micro. Es una noción aplicable a lo largo de todas las,
34 Conceptos y categonas

escalas de fenómenos sociales. El campo sociocultural de un tipo particular se mani­


fiesta en familia, pero también -de forma cualitativamente diferente- en corpora­
ciones, partidos políticos, ejércitos, comunidades étnicas, estados-nación, e incluso en
la sociedad en su globalidad. Estas manifestaciones diversas no e~tán aisladas; por el
contrario, están interrelacionadas de la forma más compleja. Las cristalizaciones y
fluctuaciones del can:po sociocultural, encarnadas en los acontecimientos sociales
globales, regionales, locales e incluso de tipo completamente personal, se co-determi­
nan de forma significativa. El problema de los macroefectos de los microproblemas, y
el problema opuesto de los micro efectos de los macro acontecimientos exige un estu­
dio extenso y detallado.
Dentro del modelo de un campo fluido sociocultural, producido como enfoque al­
ternativo al del sistema social reificado, los conceptos básicos de la dinámica social
antes introducidos mantienen su validez, pero con significados ligeramente alterados.
Así: (1) el cambio social significará diferencias entre los estados del campo social en
el tiempo; (2) el proceso social, una secuencia de sucesos sociales (estados diferentes,
consecutivos en el campo social); (3) el desarrollo social, la diferenciación, expansión,
cristalización y articulación del campo social en sus diversas dimensiones, a resultas
de propensiones internas inmanentes; y (4) el progreso social, cualquiera de tales de­
sarrollos, dado que son concebidos como benéficos en relación a algún punto de vista
axiológico.
La principal diferencia frente al modelo del sistema es la conceptualización de los
cambios y de los procesos como verdaderamente continuos y nunca discretos, frag­
mentarios o quebrados. Entre dos puntos en el tiempo, lo próximos que se quiera, el
movimiento no se detiene. Aunque estrechemos la escala, limitando la distancia de
tiempo entre dos «disparos de obturador» de la sociedad, esta distancia siempre está
llena de cambios. Los cambios fluyen incesantemente, y cualesquiera dos estados del
campo sociocultural, tanto si son casi idénticos temporalmente como si son remotos,
son con certeza diferentes. Esto le hace recordar a uno la famosa y antigua metáfora
del río, en el que uno no puede entrar dos veces, porque ya no es el mismo río (H.erá­
clito 1979). Sólo por convención congelamos conceptualmente determinados estados
importantes para nuestras necesidades prácticas, tratándolos como sucesos singula­
res, y hablamos del cambio o de un proceso como la secuencia de tales puntos conge­
lados, «discretos».

Variedades de procesos sociales: una tipología

No afirmamos la validez exclusiva ni del modelo sistémico ni del modelo de cam­


po. Después de todo, los modelos son instrumentos cognitivos y, como tales, han de
ser juzgados por su efectividad, fecundidad y poder heurístico. El modelo sistémico
ha demostrado ser extremadamente influyente y subyace a la mayoría de las teorías
del cambio social que nos rodean. El modelo del campo surge como un intento de
aprehender la naturaleza dinámica de la sociedad de forma más adecuada, pero nece­
sita aún de una gran cantidad de trabajo añadido de elaboración conceptual y de co­
rroboración empírica. De momento, lo sensato parece ser tomar una posición eclécti­
ca y derivar nuestro aparato conceptual· básico para el estudio del cambio social de
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 35

ambas fuentes. Cada una de ellas arroja algo de luz sobre la extrema variedad de fe­
nómenos dinámicos. Raymond Boudon ha señalado: «No tiene sentido intentar redu­
cir el cambio social a un modelo único» (1981: 133).
Para orientarnos en el complejo dominio del campo social, necesitamQs introducir
una tipología de los proceso~ sociales. Se basará e'1 cuatro criterios prinr:ipales: (1) la
forma o perfil que tome el proceso; (2) los productos o resultados del proceso; (3) la
conciencia de procesos sociales en la población; (4) la fuerza motriz tras el proceso.
También consideraremos brevemente (5) el nivel de realidad social en el que opera el
proceso, y (6) el alcance temporal del proceso.

La forma de los procesos sociales

Empezando por el primer criterio, si contemplamos los procesos desde una pers­
pectiva distante, externa, pueden reconocerse varias formas y perfiles. Los procesos
direccionales son irreversibles y a menudo acumulativos. Cada estadio consecutivo es
diferente de cualquier estadio anterior e incorporá efectos del estadio anterior, al
tiempo que cualquier estadio anterior proporciona prerrequisitos para el estadio pos­
terior. La idea de irreversibilidad enfatiza que en la vida humana hay acciones que no
pueden deshacerse, pensamientos que no pueden ser des-pensados, sentimientos que
no pueden ser des-sentidos, experiencias que no pueden ser des-experimentadas
(Adam 1990: 169). Una vez acontecen, dejan huellas endémicas e influyen sin escapa­
toria posible a los estadios posteriores del proceso; da lo mismo si se trata de una ca­
rrera personal, de la adquisición de conocimiento, de enamorarse o de sobrevivir a la
guerra. Como ejemplos de procesos direccionales podemos señalar la socialización de
un niño, la expansión de una ciudad, el desarrollo tecnológico de la industria, el creci­
miento de la población. En este sentido amplio tanto la biografía individual como la
historia social son mayormente direccionales.
Pero no necesariamente en su sentido más estrecho, como cuando se toman en
cuenta subtipos específicos de procesos direccionales. Algunos pueden ser teleológi­
cos (o en otras palabras, finalísticos), al acercarse de forma persistente a determinado
fin o estadio final desde varios puntos de partida, como si fueran arrastrados a ello.
Los ejemplos nos los proporcionari las así llamadas teorías de la convergencia, que
muestran cómo diversas sociedades, de tradiciones profundamente diferentes, alcan­
zan eventualmente determinados logros civiliza torios o tecnológicos parecidos, tanto
en la producción de máquinas, en el gobierno democrático, en el transporte por auto­
móvil, en las telecomunicaciones, etc. Otros ejemplos de tales procesos abundan en la
literatura estructural-funcional, que enfatiza la tendencia finalística del sistema social
para alcanzar un estado de equilibrio por medio de mecanismos internos que com­
pensan cualquier perturbación. Pero también hay procesos direccionales de Una for­
ma diferente. Son de desarrollo, de producción persistente, de despliegue de determi­
nadas potencialidades inherentes como si fueran empujadas desde dentro. Por
ejemplo, la constante expansión tecnológica a menudo es representada como si estu­
viera guiada por la innovación y creatividad inherentemente humanás, o las conquis­
tas territoriales como motivadas por un impulso adquisitivo inherente. Si el estado fi­
nal es evaluado positivamente, el proceso es considerado progresivo (por ejemplo, la
36 Conceptos y categorías

eliminación de la enfermedad y la mayor longevidad). Si se aparta del estado final


preferido, evaluado positivamente, lo denominamos regresivo (por ejemplo, la des­
trucción ecológica, la comercialización del arte).
Los procesos direccionales pueden ser graduales, incremel}tales o, como a veces
decimos, lineales. Cuando siguen una trayectoria única, o pasan a través de secuen­
cias parecidas o estadios necesarios, se les denomina unilineales. Por ejemplo, la ma­
yoría de los evolucionistas sociales cree que todas las culturas humanas han de atra­
vesar el mismo conjunto de estadios, unas antes, otras después. Aquellas que
empezaron antes o procedieron con mayor rapidez muestran a las más atrasadas o
lentas cómo será su propio futuro; aquellas todavía atrasadas muestran a las más ade­
lantadas cómo era, inevitablemente, su pasado. El proceso unilineal puede ser repre­
sentado por la figura 1.1.

FIGURA 1.1 Proceso unilinealo de dirección continua: (a) ascendente (progresivo); (h) descen­
dente (regresivo)

Variable de Estado

Tiempo

Por otra parte, cuando los procesos siguen una serie de trayectorias alternativas,
se saltan algún estadio, sustituyen otros, añaden estadios atípicos, se denominan mul­
tilineales. Por ejemplo, cuando los historiadores describen los orígenes del capitalis­
mo, señalan los diferentes escenarios del mismo proceso en distintas partes del mun­
do: occidental, oriental y otros modelos. Cuando los estudiosos de la modernización
se ocupan de los países del Tercer Mundo, señalan los diversos caminos que éstos to­
man en dirección a la civilización urbano-industrial. La representación esquemática
del proceso multilineal puede trazarse como en la figura 1.2.
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 31

FIGURA 1.2 Proceso multilineal o de ram~ficación en direcciones alternativas

S2
Variable de Estado

1
Si - -1

ti
Tiempo

Lo opuesto a los procesos lineales son aquellos que proceden por medio de saltos
cualitativos o rupturas tras períodos prolongados de crecimiento cuantitativo, traspa­
sando umbrales específicos (Granovetter 1978) o que realizan determinadas «funcio­
nes peldaño». Éstos son procesos no lineales. Por ejemplo, tal como lo consideran los
marxistas, la secuencia de las llamadas formaciones socioeconómicas se mueve a tra­
vés de períodos revolucionarios -transformaciones súbitas, fundamentales y radica­
les de toda una sociedad tras largos períodos de acumulación de contradicciones, conflic­
tos, esfuerzos y tensiones. Tales procesos pueden representarse mediante la figura 1.3.
Los procesos no direccionales (o fluidos) pueden ser de dos tipos. Algunos son
puramene fortuitos, caóticos, sin criterio discernible. Por ejemplo, considérense los
flujos de excitación en las multitudes revolucionarias, o los procesos de movilización
y desmovilización en los movimientos sociales o en los juegos infantiles. Otros proce­
sos son oscilatorios, siguen modelos discernibles de repetición o al menos de simili­
tud, cuando los estadios 'consecutivos son o idénticos o al menos semejantes cualitati­
vamente a estadios anteriores. Cuando es observable una recurrencia virtual,
consideramos circular el proceso, o lo consideramos como un círculo cerrado. Por
ejemplo, piénsese en la jornada de trabajo típica de una secretaria, o en los trabajos
de temporada de un agricultor o, en una perspectiva temporal más amplia, en las ruti­
nas de un investigador al comenzar a escribir su próximo libro. En la macro escala,
los ciclos de expansión y recesión económica, de boom y estancamiento, los mercados
especulativos ál alza ya la baja, siguen con frecuencia este modelo. La representación
gráfica se parecerá a una sucesión de senos, como en la figura 1.4.
Cuando se observa el parecido, pero a un nivel distinto de complejidad, considera­
38 Conceptos y categorías
~'V"",,,,,.,,",v,,'n"y,,n,"z, ,,',y' v/'"

FlGURA 1.3 Funciones peldaFLO o saltos cuánticos: (a) ascendente (progresivo); (b) descenden­
te (regresivo r

Variable de Estado

Tiempo

FIGURA 1.4 Proceso cíclico: (a) regular (fases iguales); (b) acelerado (fases más cortas); (e) de­
ce/erado (fases más largas).

Ce)

Variable de Estado

Tiempo
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 39

HIOS que el proceso sigue el modelo de una espiral, o un ciclo abierto. Por ejemplo, el
progreso de un estudiante a través de niveles consecutivos en la escuela o en la univer­
"Ii.dad: la matriculación, los cursos, las vacaciones, los exámenes, cada vez en un nivel
í.~ducativo superior; o, en una escala diferente, los ciclos económicos, saNo en condi­
f, clones de crecimiento general (proverbialmente dos pasos adelante uno atrás); o en un
~ ospacio temporal más amplio, la tendencia que Arnold Toynbee adscribe a toda la his­
f toria humana: la gradual perfección de la religión y, en general, de la vida espiritual de
~ la humanidad, a través de numerosos ciclos de desafío y respuesta, crecimiento y decli­
~ ve (Toynbee 1934: 61); o la visión de Karl Marx de la progresiva emancipación de la
humanidad a través del «valle de lágrimas», vía ciclos consecutivos de profundización
en la explotación, alienación, pobreza y su superación por la revolución (Marx y En­
geIs 1985). Si el nivel alcanzado tras cada ciclo es superior, como en nuestros ejemplos,
podemos hablar de un ciclo de desarrollo (o incluso progresivo). Si, por el contrario, el
nivel alcanzado tras cada cambio completo es más bajo en un grado relevante, nos re­
feriremos al proceso como un ciclo regresivo, como en la figura 1.5.
Un caso límite: cuando el flujo de tiempo no coincide con ningun cambio en el es­
tado del sistema se le denomina estancamiento (figura 1.6).
Otro caso lúnite: cuando los cambios no siguen ningún patrón reconocible, se le
puede denominar proceso fortuito (figura 1.7).

Los resultados finales de los procesos sociales

La segunda consideración importante, y el siguiente criterio de nuestra tipología,


tiene que ver con los resultados producidos por los procesos. Algunos procesos dan

FIGURA 1.5 Proceso espiral: (a) ascendente (progresivo); (b) descendente (regresivo).

Variable de Estado

Tiempo
40 Conceptos y categorías

FIGURA 1.6 Estancamiento: (a) a un nivel superior; (b) a un nivel inferior.

(a)
81 ~---------------- __________________

Variable de Estado

(h)
82 r-----------------__________________

Tiempo

FIGURA 1.7 Proceso fortuito

. Variable de Estado

Tiempo
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 41

lugar a la emergencia de condiciones sociales, estados de la sociedad, estructuras so­


ciales, etc. completamente nuevos. Son realmente creativos y producen novedades
fundamentales. El término «morfogénesis» (Buckley 1967: 58-66) puede aplicarse a
lodos los procesos de este tipo. Los ejemplos abundan: la movilización de movimien­
I.Os sociales; la formación de grupos, asociaciones, organizaciones y partidos nuevos;
la fundación de nuevas ciudades; la promulgación de la constitución en un nuevo es­
tado; la difusión de una nueva moda o estilo de vida; el desarrollo de una nueva in­
vención tecnológica, con todas sus consecuencias de largo alcance. Los procesos mor­
fogenéticos se encuentran en los orígenes de todos los logros civiliza torios ,
tecnológicos, culturales y sociales de la humanidad, desde la primera sociedad primi­
tiva al estadio industrial moderno.
Éstos han de ser distinguidos de los procesos de mera trasmutación, que pr,oducen
resultados menos radicales sin novedades fundamentales. Entre éstos, algunos no
producen novedad alguna, otros dan como resultado, meramente, la modificación, re­
forma, remodelado, de las condiciones sociales existentes. Los primeros, conocidos
como «reproducción simple» (o también procesos compensatorios, adaptativos, ho­
meostáticos, equilibradores o de apoyo) dan como resultado el sostenimiento de las
condiciones recibidas, la preservación del status quo, salvaguardando la persistencia y
continuidad de la sociedad en forma absolutamente inalterada. Están en el centro de
atención de la escuela estructural-funcional, preocupada primordialmente por los
prerrequisitos de la estabilidad, el orden social, la armonía, el consenso y el equilibrio
(Parsons 1964). No ha de sorprender que los funcionalistas hayan estudiado extensa­
mente diversos procesos reproductivos simples. Un ejemplo sería la socialización, que
transmite la herencia cultural de la sociedad (valores, normas, creencias, conocimien­
to, etc.) de una generación a la siguiente. Otros son el control social que elimina la
amenaza al funcionamiento estable de la sociedad inducido por la desviación; la
adaptación y el ajuste, que permiten la continuidad estable de las estructuras sociales
al margen de los cambios en el ambiente; la desigual distribución de privilegios y be­
neficios entre las distintas posiciones sociales, salvaguardando la adscripción suave de
estatuas y roles preexistentes, como en la llamada «teoría funcional de la estratifica­
ción» (Davis y Moore 1945). Por último hay sistemas de constricción y sanción de eti­
queta, de reglas de deferencia y conducta, etc., como medios de reafirmar las jerar­
quías tradicionales de estatus. .
Mientras la reproducción simple deja todo como estaba, la «reproducción amplia­
da» denota un enriquecimiento sin modificación cualitativa básica. Esto ocurre, por
ejemplo, con el crecimiento .demográfico, la extensión de los barrios residenciales, el
aumento de la producción de automóviles en una fábrica dada, el incremento de ma­
triculados en una universidad, la acumulación de capital mediante el ahorro, etc. Lo
contrario, el empobrecimiento cuantitativo, de nuevo sin cambio cualitativo; puede
denominarse «reproducción contraída», tal como acontece con el gasto de reservas fi­
nancieras sin ahorro, el llamado «crecimiento negativo» de la población, üiexplota­
ción desenfrenada de los recursos naturales.
Cuando, al margen de las modificaciones cuantitativas, acontecen cambios cuali­
tativos básicos, ya no hablamos de reproducción sino más bien de «transformación».
No siempre es fácil determinar dónde se encuentran los límites, y qué cambio puede
considerarse como cualitativo. A primera vista parece que nos hace falta un cainbio
42 Conceptos y categorías

de estructuras, con una modificación importante en la red de relaciones predominan­


tes en el sistema social o en el campo sociocultural, y/o un cambio de funciones, con
una modificación importante en el modo de funcionamiento del sistema o del campo.
Tales cambios se entiende que afectan al núcleo de la realida~ social, puesto que sus
repercusiones se dejan sentir, normalmente, en todos los aspectos de la vida social,
transformando su cualidad de conjunto. Por ejemplo, los cambios estructurales acon­
tecen con la aparición del liderazgo y la jerarquía de poder en un grupo, la burocrati­
zación de un movimiento social, el reemplazo de un gobierno autocrático por un go­
bierno democrático, la nivelación de las desigualdades sociales mediante la reforma
impositiva. Pueden verse ejemplos de cambio funcional en la introducción de la auto­
gestión en una empresa en la que un consejo de empleados asume las prerrogativas
de toma de decisiones, en la adopción de un papel directamente político por la Igle­
sia, en la transferencia de las funciones educativas de la familia a las escuelas. «Trans­
formación» es sinónimo de lo que antes denominamos «cambios de», mientras que
«reproducción» señala en general «cambios en».

Procesos en la conciencia social

Algo importante a considerar en todos los procesos que acontecen en el mundo


humano es la conciencia del cambio por la gente implicada, y particularmente la con­
ciencia de los resultados que produce el proceso (cf. Stompka 1984b). Al introducir el
factor subjetivo en nuestra tipología debemos distinguir tres tipos adicionales de cam­
bios. Obviamente, estas distinciones atraviesan otras anteriores y han de considerarse
como subcategorías tanto de la morfogénesis como de la reproducción y de la trans­
formación.

1 Los procesos pueden ser reconocidos, anticipados e intencionados. Parafra­


seando el uso propuesto Robert K. Merton (1968: 73) los denominaremos «manifies­
tos». Por ejemplo, la reforma de las leyes de tráfico reduce el número de accidentes;
bl legalización del cambio de divisas elimina el mercado negro; la privatización del
comercio minorista aumenta la provisión de bienes de consumo.
2 Los procesos pueden no ser reconocidos, no anticipados y no intencionados.
De nuevo, siguiendo la pista de Merton, los llamaremos «latentes». En estos casos, el
cambio en sí y sus consecuencias aparecen por sorpresa y, dependiendo de las cir­
cunstancias, pueden ser bienvenidos o no. Por ejemplo, durante mucho tiempo la
gente no fue consciente del daño medioambiental producido. por la industrialización.
La llamada conciencia ecológica es un fenómeno relativamente reciente.
3 La gente puede reconocer el proceso, anticipar su curso y sus pretendidas con­
secuencias específicas, pero pueden equivocarse de medio a medio. El proceso va
contra sus expectativas y produce resultados diferentes, o incluso enteramente opues­
tos, a los pretendidos. Aplicando el termino adoptado por Merton y Kendall (1944),
nos referiremos a tal caso como un «proceso boomerang». Por ejemplo, una campaña
de propaganda puede fortalecer, en realidad, las actitudes que ataca, movilizando su
defensa y provocando una reacción negativa; la reforma fiscal pensada para frenar la
inflación p!Jede producir recesión y una inflación más alta; o las tasas de beneficio
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 43

pueden caer como resultado de una mayor competitividad animada por el deseo de
recoger beneficios.

La sede de la causalidad

El siguiente criterio en importancia para diferenciar entre tipos de procesos socia­


les tiene que ver con la fuerza motriz que hay tras ellos, los factores causales que los
ponen en movimiento. La cuestión principal es dónde se originan tales fuerzas o fac­
tores, en el dominio sujeto al cambio o fuera de él. En el primer caso hablamos de un
«proceso endógeno» (con causación inmanente o intrínseca); en el último, de un
«proceso exógeno» (con causación externa o extrínseca). Los procesos endógenos
despliegan potencialidades inherentes, propensiones o tendencias contenidas en la
realidad en cambio. Los procesos exógenos son reactivos, adaptativos; responden a
presiones, estímulos, desafíos provenientes del exterior.
El principal problema al distinguir entre procesos endógenos y procesos exógenos
tiene que ver con la demarcación de aquello que cae dentro y lo que cae fuera del do­
minio sociaL La solución aparentemente obvia es la de que la naturaleza es externa a
la sociedad, y que por tanto todos los procesos sociales que reaccionan a los estímulos
naturales, medioambientales, han de ser tratados como exógenos. Los cambios en las
sociedades medievales de Europa a resultas de la Peste Negra (la epidemia de cólera
en el siglo XIV) son exógenos (TopoIski 1990: 60-79), como lo son los cambios en los
modelos y reglas sexuales impuestos en California por el virus del SrD A, o los cam­
bios en los modelos de vida debidos a los cambios climáticos, o las respuestas de las
comunidades humanas a las catástrofes naturales.
Pero podemos reducir la escala del análisis y trazar una frontera no ya entre la so­
ciedad y la naturaleza sino entre subsistemas, segmentos y dimensiones distintas de la
sociedad. Con este tipo de relativización, los cambios de régimen político producidos
por deficiencias económicas pueden ser tratados como exógenos, aunque esto aconte­
ce claramente dentro de la sociedad. De forma parecida, la secularización de la vida
impuesta por un régimen político autocrático también se considera exógena. Por tan­
to, 10 que se considera exógeno es obviamente relativo al nivel del análisis. Pero tam­
bién es relativo al entramado temporal en el que contemplamos un proceso dado.
Considérese un desastre ecológico que altere los modelos de consumo y la vida coti­
diana de poblaciones enteras. En un momento dado del presente, se trata claramente
de una reacción ante factores naturales, medioambientales, y por tanto de un proceso
exógeno. En su origen, no obstante, la destrucción es en sí el producto de acciones
humanas y, en tal sentido mediado, los estilos de vida cambiados pueden tratarse
como endógenos, producidos indirectamente, y por supuesto de forma no intencional
(como procesos latentes), por la gente misma. O tómese otro ejemplo: un psicópata
está asesinando niños, y como consecuencia la comunidad moviliza sus defensas, cie­
rra las escuelas, las madres se quedan en casa. ¿Son exógenos esos procesos? Sí, en la
medida en que su causa es en último término psicológica, natural como la enferme­
dad. ¿Pero qué pasa si lá psicopatología está originariamente causada por una sociali­
zación defectuosa o por el rechazo de la comunidad (<<estigmatización»), que, en últi­
mo término, es claramente una causa social? Desde esta perspectiva los procesos que
44 Conceptos y categorías

acontecen en la comunidad en peligro serán endógenos, causados por su propia nega­


ción previa de culpabilidad. Por tanto, «puede decirse que la mayoría de los procesos
son exógenos-endógenos si uno los observa durante un período largp: al desarrollarse
producen resultados que pueden afe~tar no sólo a las reglas de funcionamiento del
sistema en el que acontecen, sino también el entorno del sistema, causando una reac­
ción a él» (Boudon y Bourricaud 1989: 329). Permítanme repetirlo, el tratamiento de
los procesos como endógenos o exógenos siempre es relativo a la estructura de análi­
sis adoptada.
Aparte de la pregunta formal acerca de la localización relativa del proceso, las
causas del cambio pueden ser cualitativa, sustantivamente, diferentes: naturales, de­
mográficas, políticas, económicas, tecnológicas, culturales, religiosas y de muchos
otros tipos. Los sociólogos siempre han ambicionado descubrir qué factores son los
más importantes al inducir el cambio, cuáles son los «motores primeros» de los proce­
sos sociales. Entre las numerosas versiones de «determinismo social» que señalan va­
rios factores como cruciales, sobresalen dos categorías principales de procesos. Una
categoría abarca los «procesos materiales» producidos por «fuertes» presiones tecno­
lógicas, económicas, medioambientales o biológicas. Otros son los «procesos ideales»,
l
l
en los que se reconoce el papel independiente, causal, de la ideología, la religión, el ¡
i
ethos. Hay una tendencia actual a abandonar tales distinciones y a tratar la causación l
¡
de los procesos, como concreta y contingente, implicando con ello la interacción de ij
múltiples fuerzas y factores, tanto materiales como ideales o de otro tipo, en permu­
taciones únicas. Ya no hay ninguna que sea tratada como la causa última de los pro­
1
cesos sociales. «La sociología moderna en su forma científica tiende ... a repudiar la
1
idea de acuerdo con la cual hay una causa dominante del cambio social» (Boudon y 1
Bourricaud 1989: 326). I
I
La sociología moderna no sólo rechaza la absolutización de factores singulares,
privilegiados, únicos, de cambio, también los des-reifica. Ahora está ampliamente re­
conocido que hablar de causas económicas, tecnológicas o culturales de cambio es
una abreviación confundente, porque tras todas esas categorías las causas realmente
eficientes son las acciones humanas, y exclusivamente H1S acciones humanas. El pro­
blema de la agencia humana, central para la sociología contemporánea, será tratado
en detalle más a9.elante (véase el capítulo 13), pero para nuestros propósitos presen­
tes es importante distinguir dos tipos de procesos dependiendo de la localización de
la agencia. Algunos procesos surgen como un agregado no intencionado, y a menudo
no reconocido (latente) de una gran multitud de acciones individuales ej~cutadas por
diversos motivos y razones privadas que nada tienen que ver con el proceso que po­
nen en marcha. Tales procesos son llamados espontáneos (o que emergen «desde
abajo»). El ejemplo prototípico es el de las innumerables acciones realizadas por los
consumidores y productores, compradores y vendedores, patrones y empleados, que
conducen hacia la inflación, la recesión u otros procesos macroeconómicos. El caso
opuesto es el de los procesos desencadenados intencionalmente, orientados a propó­
sito hacia fines, diseñados y controlados por una agencia dotada de poder. Llamamos
a éstos planificados, o impuestos «desde arriba» (cf. Sztompka 1981). La mayor parte
de las veces son promulgados por medio de leyes, por ejemplo, una tasa de crecimien­
to de la población en aumento causada por una política gubernamental pro-natalidad,
Conceptos fundamentales en el estudio del cambio 45
"'.""""'" "<'.'~",.""?2r.r"M-'''-''''''C.'''.'''. '3K.'-' .,,' ·.,-,~·",x,.-"~,.,-_·""w,%Yr,,',·''''"'''''.''~''''%·'"<W''''_''· ,_<c'"'''' .·*~""s_",_'''",7w''-'-._~'w''''--''_·'' --m,K'W'~'-W

la eliminación de complejos industriales ineficientes mediante una política de privati­


zaciones como consecuencia de las revoluciones anticomunistas de 1989, etc.

Niveles de los procesos sociales

Un recordatorio importante para cerrar nuestra tipología. Como ya hemos indica­


do, y como implican claramente los ejemplos que hemos empleado hasta ahora, los
procesos sociales acontecen en los tres niveles de realidad social: macro, medio y mi­
cro. Nos referiremos a ellos como macroprocesos, procesos medios y microprocesos,
respectivamente. Los macroprocesos se producen en el nivel más general de la socie­
dad global, estados nación, religiones, grupos étnicos y su extensión temporal es la
más larga, acontecen en la longue durée (Braudel 1972). Los procesos de globaliza­
ción, de recesión mundial, de destrucción medioambiental, las oleadas de movimien­
tos sociales, la democratización de sistemas políticos, el progreso educativo, la unifor­
mización y la secularización de la cultura son ejemplos de macroprocesos. Los
procesos medios comprenden grupos grandes, comunidades, asociaciones, partidos
políticos, ejércitos, burocracias. Los microprocesos acontecen en el mundo de vida,
en la vida cotidiana, de los individuos humanos; en grupos pequeños, familias, cole­
gios, ámbitos ocupacionales, círculos de amistad.

Rango temporal de los procesos

De forma parecida, hay una tremenda varidad respecto al alcance temporal de los
procesos, su duración temporal. Diremos muchas más cosas en el capítulo 3, de mo­
mento nos limitaremos a observar que la variedad se extiende desde los procesos que
se agotan en un período extemadamente corto, fugaces, momentáneos, a tendencias
de alcance histórico que duran siglos o milenios. Como podemos ver, el concepto de
proceso social es extremadamente general y requiere, por tanto, una mayor precisión
y concreción antes de poder ser aplicado con utilidad a las sociedades históricamente
existentes.

Breve historia intelectual

La idea de sentido común de progreso parece autoevidente. Es una de esas


nociones que normalmente damos por sentadas por lo generalizado de su uso y su
connotación aparentemente clara. De hecho, no obstante, ha evolucionado con los si­
glos, enriqueciendo gradualmente su contenido y adquiriendo lentamente su comple­
jo significado contemporáneo. Sus orígenes intelectuales se remontan muy atrás en el
tiempo, y desde su nacimiento, allá en la antigüedad, la noción se ha vuelto tremen­
damente influyente. Christopher Dawson la denominó «la fe que hace funcionar
nuestra civilización» (en Lasch 1991:43), y Robert Nisbet dice que: «Quizás ninguna
idea ha sido más importante, ni tan importante, como la idea de progreso en la civili­
zación occidental desde hace casi tres mil años» (1980: 4).
La explicación de esta carrera ha de buscarse probablemente en las características
fundamentales de la condición humana: el abismo perenne entre las realidades y las
aspiraciones, la existencia y los sueños. Quizás esta tensión permanente entre lo que
la gente tiene y lo que querría tener, entre lo que son y lo que querrían ser, es la clave
del éxito de nuestra especie, nunca saciada, nunca satisfecha, en constante búsqueda
y esfuerzo. El concepto de progreso alivia esta tensión existencial proyectando la es­
peranza de un mundo mejor en el futuro, y afirma que su venida está asegurada, o
que al menos es probable. De esta forma satisface alguna necesidad universal, y por
tanto, a pesar de las dudas y escepticismo recientes, está destinado a permanecer con
nosotros durante mucho tiempo. Como manifestó Sidney Pollard, «El mundo cree
hoy en el progreso, porque la.única alternativa posible a la creencia en el progreso es
la desesperación absoluta» (en Lasch 1991: 42).
Las primeras raíces de la idea de progreso pueden encontrarse en la antigüedad
griega. Los griegos percibían el mundo en un proceso de crecimiento, como el desen­
volvimiento gradual de potencialidades, pasando por etapas fijas (épocas) y produ­
47

48 Conceptos y categorías

ciendo avance y mejora. Platón (427-347 a.e.) en Las Leyes da una descripción de las
mejoras de la organización social, producto de prístinas semillas, dirigidas hacia sus
formas desarrolladas. Aristóteles (384-322 a.e.) en su Política traza el desarrollo del
estado político desde la organización familiar y tribal a la ciudad-estado griega (po­
lis), que él concibe corno la organización política ideal. Protágoras (481-411 a.e.) pro­
porciona una detallada reconstrucción del progreso en la cultura, desde el bárbaro es­
tado de naturaleza a la civiiización desarrollada. En los tres autores hay una
presuposición fuerte de la perfectibilidad del mundo, incluidos sus aspectos sociales,
políticos y culturales (Nisbet 1980: 10-46).
La segunda fuente del concepto se encuentra en la tradición religiosa judía. El én­
fasis bíblico en los profetas y en las profecías implica una imagen sagrada de la histo­
ria, guiada por la divina voluntad o por la providencia y, por tanto, predeterminada,
irreversible y necesaria. El diseño de una historia que abarca a toda la humanidad
está presente desde el principio mismo y se despliega a través de sucesos concretos,
«terrenos», que conducen a su culminación final en la futura «edad dorada», «mile­
nio» o paraíso. La historia revela el curso y la dirección impuesta «desde arriba», y su
recorrido es progresivo, según se va aproximando gradual e inexorablemente a su
complección última. Los humanos excepcionalmente inspirados y carismáticamente
dotados -los profetas, los líderes religiosos- pueden leer este diseño histórico divi­
no, y predecir el curso de los sucesos terrestres.
Ambas líneas de pensamiento, la griega y la judía, se unen en la tradición ju­
deocristiana, que impregnará la cultura occidental durante los siglos venideros. La
mejor exposición de esta síntesis única se encuentra en los escritos de san Agustín
(354-430). «La idea de progreso, de acuerdo con una interpretación ampliamente
aceptada, representa una versión secularizada de la creencia cristiana en la providen­
cia» (Lasch 1991: 40).
Durante la Edad Media, se añadieron algunos elementos nuevos a la noción de
progreso. Bernard de Chartres y Roger Bacon (1214-92) aplicaron el concepto al rei­
no de las ideas, afirmando que el conocimiento humano sufre un incremento y creci­
miento acumulativo a través de las épocas, siendo gradualmente enriquecido y per­
feccionado. La metáfora de los enanos a hombros de gigantes, inventada por Bemard
de Chartres (cf. Merton 1965) y popularizada mucho más tarde por Isaac Newton,
describe la situación de los pensadores contemporáneos que pueden ver mejor y más
lejos porque utilizan el conocimiento acumulado de sus predecesores. Aunque no tie­
nen estatura de gigantes, son más fuertes gracias al conocimiento de aquellos que los
precedieron. Lo que esto implica es que el conocimiento avanza de forma constante y
gradual. En la época medieval también aparecieron las primeras utopías sociales de­
sarrolladas, la imágenes idealizadas y precisas del paraí~o terreno, la sociedad perfec­
ta a alcanzar en el futuro. Descritas por Roger Bacon, Joachim de Fiore y otros, se hi­
cieron muy comunes en siglos posteriores. Las utopías sociales definen la dirección
en la que se supone que se mueve la humanidad. Permiten la crítica de la contempo­
raneidad al compararla con la imagen ideal, utópica, y en este sentido proporcionan
una medida rudimentaria del progreso.
Un cambio interesante de la idea de progreso se produce cuando llega la era de
los descubrimientos geográficos. Se pone de manifiesto que las sociedades, las cultu­
ras, las organizaciones políticas y económicas humanas no son un bloque homogéneo.
Vicisitudes de la idea de progreso 49

Se hace evidente la tremenda variedad de formas sociales en las distintas partes del
mundo. Pero para preservar la idea de la unidad de la humanidad y su avance necesa­
rio se interpreta la diversidad de una forma particular. Se pretende que la variedad es
debida a los diferentes estadios de desarrollo o de progreso que algunas sociedades
han alcanzado. Los más primitivos son vistos como si permanecieran en los primeros
estadios, y mostrarían, a los más civilizados, la imagen de su propio pasado; los más
civilizados representan estadios posteriores, mostrando a los más primitivos la ilumi­
nación de su futuro. Se presume que hay una trayectoria común por la que discurren
todas las sociedades. Por usar una metáfora, puede pensarse en una escalera común
por la que todos ascienden, pero con distinta velocidad y desigual éxito. O una misma
escalera en la que todos están pero en distintos peldaños. Al final del trayecto, o en lo
alto de la escalera, encontraremos a las sociedades más exitosas, más desarrolladas y
mejor civilizadas de Occidente. Esta imagen es el resultado del intento de «convertir
la desigualdad que se percibe en una homogeneidad conceptualizada: la homogenei­
dad de una progresión singular temporalmente ordenada de todos los pueblos del
mundo desde los más simples a los más avanzados -que por supuesto, para la gente
de Europa occidental son ellos mismos» (Nisbet 1980: 149). L& larga historia del par­
tidismo etnocéntrico -occidental-centrismo, o de forma más específica euro-centris­
mo o americo-centrismo- típica de la mayoría de las teorías del cambio social, co­
menzó en ese momento.
La época de la Ilustración aportó numerosos matices nuevos a la noción en evo­
lución de progreso. Jacques Bossuet (1627-1704) introdujo la idea de historia univer­
sal, un modelo común omniabarcante subyacente a las historias particulares de distin­
tos continentes, regiones o países. Realizó la primera periodización compleja de la
historia universal singularizando doce grandes épocas, que señalan la mejora constan­
te de la humanidad, y en particular el progreso constante de la religión. Condorcet
(1743-94) propuso una periodización alternativa en diez etapas, y sugirió un mecanis­
mo más secular de progreso por medio de mejoras constantes en el conocimiento y en
la ciencia. Giambattista Vico (1668-1744) saludó el nacimiento de la «Nueva Cien­
cia», la búsqueda de regularidades subyacentes necesarias en la historia humana. Por
último, Immanuel Kant (1724-1804) proporcionó un sugestivo criterio de progreso: el
significado y la dirección de la historia están marcados por el crecimiento de la liber­
tad individual emparejado al adelanto de la moralidad, que frena el ejercicio de la li­
bertad cuando amenaza la libertad de otros.
Así llegamos al siglo XIX, denominado por algunos como la «Era del progreso» y
por otros como el «triunfo de la idea de progreso» (Nisbet 1980: 170). La idea de pro­
greso impregna' el sentido común, deviene universalmente aceptada' en filosofía, es
incorporada por la literatura, el arte y la ciencia. Este espíritu de romántico optimis­
mo es acompañado por la creencia en la razón y en el poder humano. La cier,tcia y la
tecnología parecen portar la promesa de una expansión y un avance ilimitados. Tal
clima intelectual encuentra reflejo en el campo recién nacido de la sociología. Todos
los padres fundadores de nuestra disciplina profesan alguna versión del progreso.
Saint-Simon (1760-1825) y Auguste Comte se concentraron en el progreso del es­
píritu, y entrevieron que los cambios en las formas típicas de pensamiento se sucedían
a través de tres etapas: teológica, metafísica y positiva. El último estadio es el de la
ciencia: conocimiento empírico, centrado en los hechos, capaz de proporcionar expli­
50 Conceptos y categorías

caciones, predicciones y directivas prácticas (<<Savoir, pour prévoir, pour prévenir»


como dijo Comte en su famosa sentencia). La ciencia «positiva» es considerada como
el logro que corona el pensamiento humano. Herbert Spencer subsumió el crecimien­
to y el progreso bajo el principio común de la evolución. Planteó el principio univer­
sal de diferenciación estructural y funcional (creciente complejidad del funciona­
miento y la organización interna) como la guía del cambio en ambos dominios. Karl
Marx (1818-83) bosquejó la utopía de la sociedad comunista, y afirmó que ésta se
conseguiría mediante el empuje emancipatorio de las clases explotadas, al utilizar las
oportunidades que les proporciona el crecimiento de las fuerzas productivas (tecnolo­
gías). El movimiento hacia la sociedad sin clases, la sociedad comunista es precedido
de una serie de revoluciones sociales. Max Weber (1864-1920) se dio cuenta de la po­
derosa tendencia hacia la racionalización de la vida social y la organización social
(consideraciones calculísticas, instrumentales, énfasis en la eficacia, evitación de las
emociones y tradiciones, impersonalidad de la gestión burocrática) y consideró ésta la
dirección principal en la que se mueve la sociedad. Émile Durkheim (1858-1917) se­
ñaló la creciente división del trabajo y la integración de la sociedad concomitante a
través de la «solidaridad orgánica» nacida de las contribuciones mutuamente benéfi­
cas, complementarias, de los miembros de la sociedad.
Sólo con el trabajo de Ferdinand Tonnies (1855-1936) aparecen las primeras du­
das acerca de la naturaleza progresiva del cambio, y se plantean las primeras adver­
tencias contra los efectos colaterales del desarrollo (Fletcher 1971, vo1.2: 72). Éste
enfatizó las virtudes de la anterior Gemeinschaft tradicional, sustituida por la Gesell­
schaft moderna, industrial y urbana. Anticipaba la extensión del desencanto respecto
al progreso y, entre sus síntomas, la búsqueda de una «comunidad perdida» que se
habría de extender todo un siglo más tarde.
Esto cierra nuestro boceto muy general sobre los orígenes y evolución de la idea
de progreso. Gradualmente el concepto se vuelve más complejo y multidimensional,
y alcanza su significado contemporáneo.

La defmición de progreso

La idea de progreso en su formulación original está firmemente situada dentro del


modelo de transformación direccional, dentro de alguna versión de desarrollismo. Es
difícil de concebir tanto dentro de teorías orgánicas, funcionales-estructurales como
de teorías cíclicas. Carece de sentido hablar de sociedades en progreso, avanzando,
volviéndose mejores, si son consideradas como básicamente estables, reproduciéndo­
se meramente a sí mismas (como en el enfoque funcional-estructural ortodoxo, cen­
trado en el equilibrio del sistema social), o si son vistas como cambiando sólo dentro
de círculos cerrados (volviendo tras un período de tiempo al punto de partida). Es
sólo junto a la idea de transformación (cambio de, y no sólo cambio en una sociedad),
cuando el concepto de progreso tiene algún sentido. Por tanto, siguiendo a Robert
Nisbet, puede definirse el progreso como la «idea de que la humanidad ha avanzado
lenta, gradual, continuamente, desde la condición original de privación cultural, igno­
rancia e inseguridad hacia niveles cada vez más altos de civilización, y de que tal
Vicisitudes de fa idea de progreso 51

'lvance continuará, a pesar de algunos retrocesos ocasionales, a través del presente


hacia el futuro» (Nisbet 1980: 10).
Veamos esta definición, que aprehende el significado original del concepto, un
puco más de cerca. En honor a la precisión analítica, el concepto de progreso puede
tiCI' diseccionado en varios componentes fundamentales. (1) Hay una noción de tiem­
al
po irreversible, que fluye en forma lineal y que proporciona continuidad pasado, al
presente y al futuro. El progreso, por definición, es la diferencia positivamente eva­
luada entre el pasado y el presente (progreso logrado), o el presente y el futuro (pro­
greso divisado). (2) Está la noción de movimiento direccional, en el que ningún esta­
dio se repite, y cada estadio posterior se va acercando relativamente más a un estadio
final divisado que a cualquier estadio anterior (una aproximación asintótica a una
complección última de valores manifiestos). (3) Está la idea de progreso acumulativo,
que opera de forma gradual, paso a paso, o en forma revolucionaria, a través de «sal­
tos» periódicos cualitativos. (4) Está la distinción de «estadios necesarios», típicos
(fases, épocas) a través de los cuales pasa el proceso. (5) Está el énfasis en las causas
«endógenas» (internas, inmanentes) de los procesos, que aparecen como autopro­
pulsados (auto-dinámicos) o, en otras palabras, como el despliegue de potencialida­
des internas alojadas dentro de la sociedad que sufre el cambio. (6) El proceso es
concebido como inevitable, necesario, «natural»; no puede pararse o desviarse. (7)
Está la noción de mejoramiento, avance (cf. Granovetter 1979), mejorías, esto es, la
valoración de cada estadio consecutivo del proceso como relativamente mejor que su
predecesor, culminando en el estadio final que se espera produzca la satisfacción
completa de valores apreciados como la felicidad, la abundancia, la libertad, la justi­
cia, la igualdad, etc.
Este último punto nos hace darnos cuenta de que el progreso siempre es relativo a
los valores que se tomen en consideración. No es un concepto puramente descriptivo,
distanciado, objetivo sino más bien una categoría evaluativa. El mismo progreso pue­
de ser concebido como progresista o no, dependiendo de las preferencias de valor
que se presupongan. Éstas difieren ampliamente entre las personas individuales, los
grupos, las clases, las naciones. Lo que constituye el progreso para unos puede no ser
considerado progreso por otros. Siempre debemos preguntar: ¿Progreso para quién y
en qué respecto? No hay progreso absoluto. Siempre es necesaria la especificación de
los valores tomados como medidas o criterios de progreso.
¿Pero significa esto que la elección entre tales valores sea algo completamente
subjetivo, convencional y arbitrario? No debemos caer en la trampa del relativismo
absoluto. Hay varios grados en los que los valores son relativos. En un extremo en­
contraremos medidas de progreso en las que coincidirán la mayor parte de la gente,
que pueden tomarse corp.o lo más parecido a criteIÍ:os absolutos de progreso. Tómese
la vida humana en sí como valor último. A los escépticos y relativistas que niegan el
progreso en la sociedad moderna les plantearía la siguiente pregunta: ¿No es un he­
cho que la duración media de la vida es el doble en el siglo XX que en la Edad Me­
dia? ¿Puede eso deberse a otra cosa que al progreso médico? Parece difícil poner en
duda que la mayor duración de la vida es algo universalmente deseado. ¿O no es la
erradicación de numerosas enfermedades endémicas otra indicación de progreso mé­
dico? Tómese la eficiencia o el coste de eficacia como otro valor no problemático.
¿No es mejor cruzar el océano en seis horas en lugar de en tres meses, un logro que
52 Conceptos y categorías

nos es permitido gracias al progreso tecnológico? ¿No es mejor enviar un fax a espe­
rar durante semanas que nos sean contestadas las cartas, lo que constituye claramen­
te otro logro tecnológico? El tercer candidato a valor universall1uede ser el alcance
del conocimiento. ¿No es bueno que sepamos mucho más, y con profunoidad mucho
mayor, acerca de los mecanismos de la naturaleza y de la sociedad que en el pasado?
¿No es una mejora que datos difíciles acerca de la sociedad, de su historia, nos sean
proporcionados por rigurosa investigación disciplinar, en lugar de por la imaginación,
la fantasía, los mitos y los estereotipos? ¿Puede ponerse en duda el progreso científi­
co? Como dice Robert Merton:

los astrónomos de hoy día disponen de un conocimiento más sólido, más amplio y más exacto
del sol, la luna, los planetas y las estrellas del que tuvieron Aristarco de Samos o incluso Ptolo­
meo ( ...) los demógrafos de hoy puede que tengan, tan sólo, una comprensión más profunda y
más amplia de las dinámicas de la población que, por ejemplo, un William Petty en el siglo XVII
o incluso, a principio del siglo XIX, Thomas Malthus (Merton 1975: 337; 1982).

Por otra parte, hay otras áreas en las que los criterios de progreso son muy cues­
tionables. En el siglo XIX y bien entrados en el XX, la industrialización, la urbani­
zación y la modernización eran tratadas como sinónimos de progreso. Sólo reciente­
mente se ha reparado en que han ido demasiado lejos (ciudades superpobladás,
complejos turísticos masificados, aeropuertos atestados, autopistas atascadas, playas
abarrotadas, sobreabundancia de bienes, de desperdicios de consumo), y que también
las cosas buenas pueden producir efectos colaterales viciosos (polución, agotamiento
de recursos, destrucción del medio ambiente, enfermedades civilizatorias). También
se ha hecho evidente que el progreso en un área puede a menudo acontecer a costa
del retroceso en otra. El proceso de transición en curso en la Europa Central y del
Este proporciona multitud de ejemplos. La democratización, la apertura de las socie­
dades, la emergencia de la actividad empresarial y del mercado libre están acompaña­
das por el crecimiento del desempleo y la pobreza, por la pérdida de disciplina social,
por tasas crecientes de crimen y delincuencia, por luchas entre facciones y por ingo­
bernabilidad, y por un torrente de cultura de masas de baja calidad. ¿Cómo puede
calcularse el balance de beneficios y pérdidas, de funciones y disfunciones?
Durante un largo período de la historia intelectual, numerosos pensadores -des­
de Tomás Moro a Mao Tse-tung, desde Platón a Marx- han creído que es posible
salvaguardar el progreso en todas las dimensiones de la sociedad, para todos sus
miembros al mismo tiempo que es posible obtener un progreso generalizado y uni­
versal. Han dibujado las imágenes de las sociedades perfectas, de las utopías sociales.
Tales imágenes proporcionaban su criterio sintético, general, de progreso. Progreso
significaba acercarse a la perfección de la utopía, ya fuera ésta la Nueva Armonía, el
milenio, la Ciudad del Solo el comunismo.
Otros, conscientes de las incompatibilidades, ambivalencias e inconmensurabili­
dad de las diversas dimensiones del progreso, propusieron criterios más concretos.
Seleccionaron aquellos aspectos de la vida social que para ellos tenían una importan­
cia superior, y definieron el progreso por referencia a ellos. Para algunos, la religión
era el dominio central, y lo que más contaba era el progreso espiritual y moral condu­
cente a la salvación. Para otros, el conocimiento secular era crucial, y por tanto el
Vicisitudes de la idea de progreso 53
',.'0'''"'.;·",,,,,,,,,,"-,,"',,,,, " ..".

progreso del conocimiento conducente a la ciencia «positiva» era decisivo. Otros se


concentraron en el dominio de la vida cotidiana y subrayaron la importancia de los
vínculos, los lazos y las solidaridades sociales, las «ligaduras», en una palabra, la pre­
sencia de «comunidad» como el aspecto más importante del progreso. otros trataron
el dominio de la política como central, y propusieron el criterio de la libertad ante
todo: la libertad negativa, esto es, la libertad frente a las constricciones, las barreras,
los obstáculos a la expresión individual y a la autorrealización; y la libertad positiva,
la participación y la representación democráticas, esto es, libertad para int1uir y mo­
delar la propia sociedad. Otra versión de este criterio era la emancipación, esto es,
ampliar el número de los participantes completos, sujetos con derechos, ciudadanos
de una sociedad. En otras palabras, el progreso era medido por la creciente inclusivi­
dad y la menguante exclusividad en la sociedad (expresada por el lema Egalité en la
Revolución francesa y por el debate que la siguió acerca del igualitarismo). Otros
pensadores han enfatizado la tecnología, considerando el dominio cada vez mayor so­
bre la naturaleza como la medida última de progreso. Llegó a significar la fuerza sin­
gular de la especie humana vÍS-a-vis con su medio. Otros se dirigieron a la economía y
contemplaban la producción organizada humanamente y la distribución equitativa
como los prerrequisitos del progreso, con la justicia y la igualdad como sus criterios
básicos. Por último, algunos se concentraron en las oportunidades, en la disponibili­
dad de elecciones y opciones ocupacionales, educativas, político-ideológicas, recrea­
cionales, etc., como criterio de progreso (Dahrendorf 1979). Una versión más restrin­
gida de este tipo enfatiza las opciones de los consumidores: la creciente abundancia y
variedad de bienes y servicios disponibles en el mercado. El criterio de oportunidades
es asociado con frecuencia a la noción de igualdad e inclusividad, enfatizando el acce­
so igual a las oportunidades para grandes segmentos de la población. No es que se
tome como medida de progreso la presencia de oportunidades y opciones per se, sino
tan sólo la existencia de oportunidades vitales iguales y universales.
Por tanto, entre los criterios fragmentarios, parciales de progreso (en tanto opues­
tos a las imágenes utópicas generales) encontramos la salvación, el conocimiento, la
comunidad, la libertad (negativa y positiva), la emancipación, el dominio sobre la na­
turaleza, la justicia, la igualdad, la abundancia, opciones, oportunidades vitales am­
pliamente accesibles.

El mecanismo de progreso

,
Hay una variedad igual de puntos de vista acerca del mecanismo del progreso. Es­
toy pensando en tres cosas. La primera, las fuerzas motrices (o agencias) del progre­

I
¡
j
so: ¿qué empuja los procesos sociales en una dirección progresiva? ¿Cuáles son los
agentes sociales que activan el proceso? Segundo, tenemos que considerar la forma o
el perfil que toma el proceso: ¿Cuál es la trayectoria del progreso, de acuerdo con
qué itinerario se mueve? Y tercero, tenemos que examinar el modo de operar de un
,~
, sistema social que produce progreso: ¿Cómo se alcanza el progreso, por qué medios
se logra?
Al hablar de la agencia del progreso podemos distinguir tres estadios consecutivos
en la historia del pensamiento social. Los primeros pensadores localizaban la fuerza
motriz del progreso en el dominio sobrenatural. Las deidades, los dioses, la providen­
cia, el destino, se creía que salvaguardaban la dirección progresiva de los procesos so­
ciales e históricos. La sacralización de la agencia, condujo a que la fe en el progreso,
ordenada desde las alturas, en tanto legado, produjera gratitud como única forma po­
sible de reacción humana. Pensadores posteriores tomaron un punto de vista alterna­
tivo; colocaron la agencia en el dominio naturaL Las tendencias y potencialidades in­
herentes a la sociedad fueron hechas responsables del curso progresivo de los
procesos sociales (al igual que las tendencias codificadas en los genes, en los embrio­
nes o en las semillas se manifiestan durante el crecimiento de los organismos). Esta
secularización (naturalización) de la agencia condujo a la consideración del progreso
como un despliegue natural e inexorable de potencialidades, que demandaba adapta­
ción o ajuste como la única reacción humana concebible. Por último, los pensadores
modernos se inclinan a considerar a los agentes humanos (individuales y colectivos)
como productores, constructores, del progreso. La humanización de la agencia con­
duce a la concepción del progreso como algo que ha de alcanzarse, construirse, desa­
rrollarse, y que requiere por tanto un esfuerzo creativo, una lucha, una búsqueda,
como actitudes humanas apropiadas.
Por tanto, en lo que concierne a la agencia, la diferencia más fundamental es la
que divide la noción de progreso mecánico, automático (en su versión sacralizada o
secularizada) de la noción activista de progreso. La primera postula una agencia ex­
trahumana, la segunda se concentra en la gente y en sus acciones. La primera afirma
la necesidad del progreso, la segunda admite la contingencia del progreso, que puede
ocurrir (perQ que igualmente puede no ocurrir), dependiendo de las acciones que
realice la gente. En la primera, el progreso acontece, en la segunda el progreso se con­
sigue. La primera estimula una actitud pasiva, de «esperar a ver qué pasa», adaptati­
va, la segunda demanda un compromiso activo, creativo, constructivo.
La forma o perfil que toma un proceso también es concebido de muchas maneras.
Una dimensión de la trayectoria de un proceso es su uniformidad, su suavidad. Así,
algunos autores consideran el progreso como un movimiento gradual, incremental,
poco a poco, hacia estadios mejores de la sociedad. Tómese como ejemplo la noción
clásica de progreso científico: las invenciones, los descubrimientos, las observaciones,
las hipótesis se acumulan lentamente a través del tiempo, cubriendo un número cada
vez mayor de fenómenos y alcanzando mayor profundidad en su sustancia. El conoci­
miento es acumulativo: crece y se expande lentamente a través de pequeños incre­
mentos. Pero hay otra imagen, alternativa, del progreso, como un proceso irregular,
que opera a través de súbitos acelerones y congestiones, tt:as períodos de acumula­
ción cUantitativa, experimentando un movimiento cualitativo hacia un nivel superior.
Ésta es la imagen revolucionaria (o dialéctica) del progreso. Tomemos la ciencia
como ejemplo. La concepción moderna adelantada por Thomas Kuhn (1970) afirma
que el progreso científico se logra a través de una serie de revoluciones científicas,
cambios radicales de una concepción científica dominante, en lugar de mediante el
mero incremento de añadidos al mismo cuadro de un dominio determinado. El re­
chazo de un paradigma anterior y la adopción de uno nuevo abren un período en el
cual se produce trabajo acumulativo normal, pero sólo hasta el momento en el que el
paradigma qued~ exhausto e impotente al enfrentarse a nuevos problemas. Entonces
es inevitablemente superado y reemplazado por el nuevo paradigma. De forma pare­
Vicisitudes de la idea de progreso 55

\'Í(.la, en la visión marxiana del progreso social y económico, las revoluciones sociales
producen un cambio radical, cualitativo de las «formaciones socioeconómicas» (la
esclavitud en feudalismo, el feudalismo en capitalismo, el capitalismo en socialismo,
(lt.C.). En los largos períodos entre las revoluciones el progreso se afirmá a sí mismo
de forma lenta, acumulativa, puramente cuantitativa (véase el capítulo 11).
El aspecto conexo al que denominamos forma, o perfil, del progreso tiene que ver
con la consistencia. ¿Es el proceso el que procede linealmente, consistente mente, o
tan sólo la tendencia general, última, que permite regresiones temporales, fracturas,
estancamientos, retrocesos, y que prevalece sólo en lo que «cuenta al final»? Los pri­
meros evolucionistas como, por ejemplo Comte, Spencer y Durkheim, parecen ser de
la primera opinión, lineal. El progreso del espíritu o de la diferenciación estructural o
de la división del trabajo son considerados como procesos persistentes. Por otro lado,
si tomamos a Karl Marx encontramos una imagen completamente diferente. A saber,
dentro de cada formación socioeconómica observamos regresiones regulares, siste­
máticas --creciente explotación, empobrecimiento de las masas, crecientes agravios y
descontentos, injusticias más profundas, etc. -que se intensifican hasta el punto de
hacer inevitable la revolución social. La revolución significa un salto progresivo de
primera magnitud, pero entonces ese mismo proceso de regresión interna y de deca­
dencia comienza de nuevo dentro de una nueva formación socioeconómica, en sus
comienzos muy «progresista» pero que después se va deteriorando y va preparando
el terreno para la siguiente revolución. A largo plazo, la trayectoria de la historia es
progresiva; a corto plazo incorpora fases transitorias de regresión. Es interesante ob­
servar que la visión marxiana tiene un cierto parecido con las primeras concepciones
religiosas del progreso, esto es, con la noción típica de la cristiandad (tal como apare­
ce en san Agustín) de que la salvación y la felicidad eterna (la Ciudad de Dios) sólo
pueden alcanzarse mediante el tormento, el sufrimiento y la privación en la vida te­
rrestre. El bienestar último se gana mediante la previa existencia infeliz.
Por último, si consideramos la manera de funcionar del sistema social que da lu­
gar al progreso, aparece otro par de imágenes opuestas. Una imagen, de nuevo típica
de los primeros evolucionistas, enfatiza el despliegue «pacífico», armonioso de poten­
cialidades progresivas. La otra se centra en las tensiones internas, en los torcimientos,
y
contradicciones conflictos, cuya resolución mueve al sistema en la dirección progre­
siva. El tema maniqueo de la lucha entre las fuerzas opuestas del bien y del mal, de
los elementos positivos y negativos, en la que lo bueno prevalece eventualmente, se
encuentra de distinta guisa en numerosas teorías del progreso. Ya está presente en la
dicotomía de san Agustfn, entre la Ciudad del Hombre y la Ciudad de Dios e~ tanto
dos fuerzas polares que luchan en el mundo. En el período moderno es característica
de la dialéctica de Hegel y Marx --con la idea de este último de la lucha de clases
como el mecanismo central del progreso histórico. La encontramos en el darwinismo,
con su noción de la lucha por la existencia y la supervivencia de los mejor adaptados
como secreto de la selección natural y de la progresiva evolución de las especies.
También está presente en el psicoanálisis freudiano, que afirma la tensión permanen­
te entre el «id» (los impulsos de origen biológico) y el «superego» (las constricciones
impuestas socialmente) dentro de la personalidad humana, y entre la naturaleza y la
cultura en el mundo extrapersonal, exterior.
56 Conceptos y categorías

El derrumbe de la idea de progreso

Tras reinar en el pensamiento social durante casi trescientos años, la idea de pro­
greso parece haber entrado en declive durante el siglo xx. Hay aigunos hechos histó­
ricos que la contradicen con fuerza y hay algunas corrientes intelectuales que van en
contra de sus premisas profundas, fundamentales (cf. Alexander 1990).
Cuando el siglo xx se aproxima a su clausura, se reiteran los intentos de hacer
balance, y muchos observadores ya le denominan el «siglo espantoso». Es un siglo
que ha sido testigo del holocausto nazi y de los gulags de Stalin, de dos guerras mun­
diales, de más de 100 millones de asesinatos en conflictos locales y globales, de la ex­
tensión del desempleo y la pobreza, de hambres y epidemias, de la adicción a la droga
y al crimen, de la destrucción ecológica y el agotamiento de recursos, de tiranías y
dictaduras de toda laya desde el fascismo al comunismo, y por último pero no por ello
menos importante, de las omnipresentes posibilidades de aniquilación nuclear y de
catastrofe ambiental global. No ha de sorprender que se haya extendido la desilusión
y el desencanto con la idea de progreso (Alexander 1990: 15-38). Después de todo, el
progreso, como la mayoría de los conceptos sociales, es una noción reflexiva: interac­
túa con la realidad social, florece en los períodos de progreso observable, decae en
los períodos en los que el progreso real se vuelve controvertido. Quizá el desencanta­
miento es mayor si sigue a altas esperanzas, optimismo generalizado, aspiraciones y
promesas de una «era de progreso», el período de la «modernidad triunfante» en el
siglo XIX y a comienzos del xx.
Algunas tendencias intelectuales operan en la misma dirección. Robert Nisbet
(1980: 317-351) ha desvelado las principales premisas de la idea de progreso, y afirma
que todas ellas son atacadas por el pensamiento contemporáneo. Mencionemos tan
sólo unos cuantos ejemplos. Durante muchos años ha existido la convicción acerca de
la nobleza, incluso de la superioridad, de la civilización occidental. Recientemente
hemos observado el «desplazamiento de Occidente», el declinar de la fe en los valo­
res y en las instituciones de las sociedades modernas altamente desarrolladas. Nisbet
encuentra sus síntomas primero en la extensión del irracionalismo, el renacimiento
del misticismo, la rebelión contra la razón y contra la ciencia; segundo, en el subjeti­
vismo y en el narcisismo egotista típico de la cultura de consumo; y tercero, en el pe­
simismo reinante, en la imagen dominante de degeneración, de deterioro, de deca­
dencia. Otra premisa que subyace a la idea de progreso era la afirmación de un
crecimiento sin límites de la economía y de la tecnología, la ilimitada expansión de
los poderes humanos. La repetida idea de los «límites del crecimiento», las barreras a
la expansión (cf. Mishan 1977) da cuenta de esto. La siguiente premisa proclamaba la
fe en la razón y en la ciencia como las únicas fuentes de conocimiento,válido y aplica-·
ble. En su lugar observamos tanto el ataque a la ciencia, en nombre del relativismo
epistemológico, y el ataque a la razón en nombre de la emoción, la intuición y la cog­
nición extraempírica así como del irracionalismo absoluto. Por último, el concepto
de progreso en sus versiones secularizadas modernas estaba enraizado en «la creencia
en la importancia intrínseca, en el inefable valor de la vida sobre esta tierra» (Nisbet
1980: 317). En su lugar, en la sociedad industrial moderna, la cultura de consumo rei­
nante con su énfasis en el tiempo libre y en el placer hedonista, parece agotar su po­
lt!ucial de gratificación y movilización y aparecen el ~<hastío del aburrimiento», el sen­
i ¡miento de sinsentido, la experiencia de la anomia o de la alienación.
Pueden añadirse dos premisas más a la lista de Nisbet, el utopismo, esto es, la ar­
I iculaCÍón de imágenes generales idealizadas de la mejor sociedad, de la sociedad de­
~tmda. Como hemos visto, esto ha estado íntimamente conectado a la idea progre­
MO durante varios siglos. Pero ahora estamos siendo testigos, con claridad, de un clima
antiutópico. El último suspiro del pensamiento utópico se ha producido recientemen­
te con la caída del sistema comunista, el último de los intentos fallidos de realizar una
visión utópica en el mundo. Lo que queda es la incertidumbre e impredecibilidad del
futuro, visto ahora como completamente contingente, abierto a la fortuna y a desa­
rrollos fortuitos. Esto socava otra premisa de la idea de progreso, la orientación hacia
el futuro. No hay proyecto orientado hacia el futuro capaz de atrapar la imaginación
humana y movilizar la acción colectiva (por ejemplo, el papel tan eficazmente ejecu­
tado en su día por las ideas socialistas). De forma más específica, no hay una visión
de un mundo mejor (en su día proporcionada por la utopía comunista); en su lugar
tenemos tanto profecías catastrofistas o simples extrapolaciones de las tendencias
presentes (como por ejemplo en las teorías de la sociedad postindustrial). Más aún,
no hay un programa de mejoramiento social, no hay líneas maestras sobre cómo esca­
par a los problemas contemporáneos. No hay que sorprenderse de que la gente se ol­
vide del futuro y adopte actitudes presentistas, enfocadas a la gratificación inmediata,
de breve horizonte temporal y de existencia meramente cotidiana.
Como consecuencia de todos estos desarrollos intelectuales, el concepto de pro­
greso ha sido reemplazado por el concepto de crisis como lema del siglo xx. Esto es
válido en la conciencia común, en la que dominan las visiones pesimistas de las reali­
dades sociales, no sólo en los países pobres y subdesarrollados sino también en los
prósperos de la primera fila. La gente llega a acostumbrarse a pensar en términos de
crisis económicas, políticas o culturales recurrentes o endémicas. Esto también vale
para la ciencia social, donde las descripciones críticas de procesos en curso en térmi­
nos de crisis son abundantes. Como dice John Holton: «El pensamiento social con­
temporáneo ha llegado a estar dominado, si no obsesionado, por la idea de la crisis»
(Holton 1990: 39). Éste observa con perspicacia que estamos siendo testigos de una
curiosa «normalización de la crisis». Este concepto deriva en su origen del teatro, o
de la medicina, donde significa el cruce de caminos, los puntos de bifurcación, los mo­
mentos en los que la intensificación de un proceso requiere alguna resolución, tanto
de tipo positivo (por ejemplo la cicatrización del paciente), o de tipo negativo (por
ejemplo, la muerte). Por tanto, la crisis es temporal, y conduce tanto a la mejora
como al desastre. En contraste con ese' significado, la gente es capaz de concebir la
crisis social como crónica, endémica, y no vislumbrar su eliminación futura.
El derrumbe de la noción de progreso, y su reemplazo por la idea de la crisis cró­
nica, da como consecuencia un clima intelectual y un ambiente popular en el que la
«experiencia social es cada vez menos parte de una épica, y cada vez más parte de
una comedia... Uno de los síntomas más llamativos de esta época de cháchara sobre
la crisis, y de normalización de la crisis es la ruptura de las narrativas optimistas del
cambio social y de la evolución histórica» (Holton 1990: 43-4). Esto es claramente un
aspecto de lo que los «postmodernos» etiquetan como el fin de las «grande~ narrati­
vas» (Lyotard 1984).
58 Conceptos y catE~(JOI'ía

¿Significa esto que el progreso ha muerto? Lo dudo. Tengo razones para pensar
que la idea de progreso es demasiado importante para el pensamiento humano, de­
masiado fundamental para el alivio de las tensiones e incertidumbres existenciales
como para eliminarla por las buenas. Está sufriendo un colapso temporal, pero tarde
o temprano recuperará su sitio en la imaginación humana. Pero para salvaguardar la
continuación de su viabilidad, necesita ser revisada y reformulada, purificada de algu­
nas premisas anticuadas y confundentes. Una dirección posible de tal tarea será suge­
rida en la dicusión que sigue, final, sobre el progreso.

Un concepto alternativo de progreso

El desencanto y desilusión recientes con la idea de progreso está íntimamente im­


bricado con una erupción de crítica dirigida a las principales variedades de desarro­
llismo tradicional. La crítica a la «metáfora del crecimiento», como evolucionismo se­
dicente, y la crítica a las «leyes de hierro de la historia», tal como fueron proclamadas
por las versiones dogmáticas, ortodoxas, del materialismo histórico, son entendidas
como si implicaran un rechazo necesario de la idea de progreso (Popper 1950; 1964;
Nisbet 1969; 1970; Tilly 1984). ¿Pero está realmente justificada tal conclusión? ¿No es
posible retener un concepto de progreso que deje a un lado las versiones tradiciona­
les de desarrollismo con su inaceptable presunción de finalismo, fatalismo o determi­
nismo? ¿No es posible librar a la idea de sus lastres decimonónicos?
Una vez concedido que la idea de progreso estaba originalmente conectada con la
imagen de un proceso direccional quedan diversas preguntas por plantear acerca de
sus características más específicas. Para empezar, ¿en qué fase del proceso es «ancla­
do» el concepto de progreso, o de manera menos metafórica, que fase del proceso es
su referente inmediato? Hay tres respuestas posibles. La primera, la más común en la
teoría sociológica clásica, refiere el progreso al resultado, producto, final del proceso,
definido tanto como un bosquejo general, una imagen compleja de la sociedad por
venir (típica de las utopías sociales), o como un rasgo específico de la sociedad y de lo
que la constituye (por ejemplo, riqueza, salud, productividad, igualdad, felicidad).
Aquí puede hablarse de «progreso como un ideal». La segunda respuesta sitúa el pro­
greso en la lógica general del proceso, en la que cada estadio es visto como una mejo­
ra respecto al anterior, y en sí perfectible, pero sin un fin último (esto puede ser ca­
racterístico de la noción evolutiva de la diferenciación gradual o de la gradación
adaptativa). Se puede hablar aquí de «progreso como mejoramiento». Por último, la
tercera respuesta relacionaría el progreso con el mecanismo originador del proceso,
enfatizando la potencialidad o capacidad para el progreso inherente a la agencia hu­
mana. Aquí no se trata de la cualidad de lo que resulta, sino de la potencialidad para
llegar a ser lo que deviene el significado central de progreso. No la consecución sino
el conseguir, no el logro sino el alcanzar, no el hallazgo sino la búsqueda -éstas SOn
las marcas del progreso.
Voy a optar por la última solución. Sus rudimentos pueden hallarse en la doctrina
de E.H.Carr del «progreso ilimitado», tal como fue revisada por Christopher Lash:
«Sin postular fin alguno a la historia, ha argumentado [Carr], los hombres y las muje­
Vicisitudes de la idea de progreso 59

H'14 lIón pueden buscar mejoras "no sujetas a límites visibles, dirigidas hacia fines que
~iclh) !-Ion definibles en tanto avanzamos hacia ellos"» (Lash 1991: 42).
An tes de elaborar en detalle esta posición, me gustaría ocuparme de otra cuestión
{¡fU relación a ésta referida a los criterios de progreso ya su estatuto lógico.·,Algunos
~11frnan que los criterios o medidas de progreso son absolutos, constantes, universa­
lij"! en una palabra, invariables. Nos proporcionan supuestamente una escala externa,
. ,independiente, con la que aprehender el proceso en marcha. La posición opuesta es
. }folativista e historicista. Afirma que los patrones de progreso son en sí dinámicos, es­
. hin en cambio permanente, evolucionando constantemente a medida que el proceso
le despliega. Las necesidades, deseos, fines, valores, o cualquiera de las otras medidas
de progreso, son modificados con su satisfacción o cumplimiento. Son siempre relati­
vos a la fase concreta del proceso y nunca alcanzan una encarnación última, finaL Lo
que se persigue es cambiante y variable, pero la persecución en sí es constante. Está
1ft variabilidad de los objetos del deseo humano, pero al mismo tiempo, la permanen­
cia del desear. Por tanto la medida del progreso ya no es externa sino, por el contra­
rio, inmanente al proceso mismo.
La siguiente pregunta tiene que ver con el estatuto deóntico del progreso: ¿Se re­
riere a necesidades o a posibilidades? Los enfoques tradicionales, desarrollistas, ha­
blan del progreso como algo inevitable, necesario, debido a leyes inexorables de la
evolución o de la historia. Más recientemente, las teorías postdesarrollistas de la es­
tructuración de la morfogénesis (se discutirán en el capítulo 13) optan por una des­
cripción diferente, posibilista, en la que el progreso es tratado como meramente con­
tingente, como una oportunidad abierta para la mejora que, por tanto, no se produce
de forma inevitable, y que incluso puede permaner sin ser reconocida por los actores
humanos.
Por último, ha de plantearse una última cuestión, acerca del sustrato ontológico
del progreso: ¿Cuál es la naturaleza sustantiva de esta fuerza causal, generativa que
produce el progreso? Pueden señalarse cuatro respuestas típicas. La doctrina del
«providencialismo», detectable en varias escuelas de filosofía social, sitúa la fuerza úl­
tima, motriz, del progreso, la agencia, en el orden sobrenatural, invoca la voluntad di­
vina, la providencia, la. intervención de Dios. La doctrina del «heroísmo» típica de la
historiografía tradicional hermano mayor de la sociología- sitúa la agencia en
los talentos excepcionales de los grandes hombres: reyes, profetas, líderes, legislado­
res, revolucionarios, generales, etc. Éste ya es un dominio terreno, pero todavía extra­
social porque depende de las propensiones genéticas, más o menos accidentales, de
personas individuales. La doctrina del «organicismo» introduce el componente social,
pero de forma peculiar; se ocupa de la agencia causal como algo inherente al funcio­
namiento del organismo social, como una propensión interna al crecimiento, a la evo­
lución, al desarrollo. Los orígenes del progreso son sociales, pero, paradójicamente,
extra humanos. La gente está todavía fuera de un cuadro en el que los mecanismos
autorregulados, compensatorios, automáticos parecen reinar independientes de los
esfuezos humanos. Si en algún caso aparece la gente, lo es sólo en su capacidad de
marionetas completamente maleables, ejecutores inconscientes, portadores de vere­
dictos preordenados de la historia; como encamaciones de fuerzas productivas, de
tendencias tecnológicas, de propensiones demográficas, de élan revolucionario.
Sólo con la doctrina del «constructivismo» que subyace a las teorías postdesarro­
60 Com;eptos y categorías

llist'as cambia el énfasis hacia los individuos socializados reales, en sus contextos so­
ciales e históricos presentes, y la fuerza motriz del cambio, la agencia es situada en
sus actividades sociales normales y cotidianas. Algo del progreso resultante puede ser
intencionado, pero en su mayor parte es concebido aquí como un resultado involun­
tario y ~ menudo no reconoódo de los esfuerzos humanos, como el producto de una
«mano invisible» (Adam Smith), la «astucia de la razón» (Hegel), o la «lógica situa­
cional» (Karl R. Popper). La agencia es finalmente humanizada y socializada al mis­
mo tiempo. La gente corriente vuelve a aparecer en el cuadro y adquiere una dimen­
sión verdaderamente humana, como consciente aunque no omnisciente, poderosa
pero no omnipotente, creativa pero con constricciones, libre pero no ilimitada. Tal
descripción de la agencia es presupuesta y sostenida por las teorías de la estructura­
ción de la morfogénesis.
Recapitulando, se afirma que la nueva orientación teórica del postdesarrollismo,
y en particular la estructuración de la morfogénesis, sugiere una nueva aproximación
al progreso social (1) como una capacidad potencial, en lugar de como un logro últi­
mo, (2) como una cualidad dinámica, en evolución, relativa a un proceso concreto, en
lugar de como un patrón absoluto, universal y externo, (3) como una posibilidad his­
tórica, como una oportunidad, una opción abierta, en lugar de una tendencia necesa­
ria, inevitable, e inexorable, y (4) como un producto, a menudo involuntario e incluso
no reconocido, de las acciones plurales y colectivas humanas, en lugar del resultado
de la voluntad divina, las buenas intenciones de individuos excepcionales (<<los gran­
des hombres») o el funcionamiento de mecanismos sociales automáticos. Esto pro­
porciona el entramado de una noción radicalmente nueva de progreso. «La expectati­
va abierta de mejora indefinida, incluso más que la insistencia en que las mejoras sólo
son posibles a través del esfuerzo humano, proporciona la solución al problema que
de otra forma era tan desconcertante -la resistencia de la ideología progresista al
enfrentarse a sucesos desalentadores que destruyen la ilusión de la utopía» (Lasch
1991: 48).
En la reconstrucción propuesta, el progreso está íntimamente ligado a una agen­
cia fuerte. ¿Pero cuándo puede decirse de una agencia que es progresiva? Desde el
punto de vista del progreso cualquier agencia parece mejor que ninguna. Está claro
que, para tener progreso, necesitamos un cambio direccional, y si concebimos el cam­
bio direccional como producido por los seres humanos, entonces alguna agencia hu­
mana es un prerrequisito obvio del progreso. Pero esta operación sólo es una condi­
ción necesaria, y en modo alguno suficiente, para que de ello se siga el progreso. No
hay que olvidar que el cambio direccional también puede tener una dirección de re­
troceso; puede producir regresión en lugar de progreso. Por tanto, sólo es una agen­
cia específicamente constituida, un tipo particular de agencia la que presenta la po­
tencialidad para el progreso. ¿Qué rasgos de la agencia son especialmente relevantes
en esta conexión?

1 Primero, por supuesto, las características de los actores. Aquí enfatizaría di­
versas oposiciones que permiten gradaciones y todas las formas intermedias. Por tan­
to, los actores pueden ser creativos, innovadores, orientados al logro, o pasivos, con­
servadores, reconciliados con las posiciones que tienen adscritas. Pueden enfatizar la
autonomía, la independencia, la integridad personal, o exhibir conformidad, adapta­
Vicisitudes de la idea de progreso 61

t'íún, dependencia. Pueden tener una autoconciencia adecuada de su situación social


1Iser completamente ignorantes, estar atrapados en la mitología o en la falsa concien­
da. Lo que sean la mayoría de los actores, o los tipos especialmente influyentes de
actores, modelará de forma decisiva la cualidad de la agencia. ",
2 Las características de las estructuras son igualmente importantes. Pueden ser
ricas en opciones, plurales, heterogéneas, complejas; o todo lo contrario, pueden ser
pobres en opciones, limitadas, homogéneas y simples. Pueden ser abiertas, flexibles,
tolerantes, permitiendo una variedad de gran alcance; o cerradas, rígidas, dogmáticas,
que eliminen efectivamente la novedad. De nuevo, el tipo de estructuras que englo­
ben a la mayoría de los actores, o de los actores especialmente influyentes, quedará
reflejado en la cualidad de la agencia.
3 Las características del ambiente natural en el que la sociedad está situada ejer­
cen su impacto en dos niveles: por medio de las condiciones objetivas y por medio de
las actitudes subjetivas. Las condiciones naturales pueden ser benignas, ricas en re­
cursos, maleables, o duras, pobres y coactivas. Y la gente puede intentar aprovechar,
moldear y dominar la naturaleza, para adaptarla a sus necesidades y aspiraciones, o
puede desear meramente adaptarse a la naturaleza, permanecer en el estado de sub­
yugación y pasividad.
4 Sin olvidar la irreductible dimensión histórica de la sociedad, hay que subrayar
las características de la tradición, de nuevo en los niveles subjetivo y objetivo. Objeti­
vamente, parece importar si la tradición está caracterizada por la continuidad, la con­
sistencia, la larga duración, o más bien por las rupturas, las discontinuidades, las am­
bigüedades. Subjetivamente, la actitud de orgullo, respeto, arraigo en la tradición,
puede oponerse al presentismo y al rechazo acrítico del pasado (tan típicos de la «ge­
neración presente»).
5 Por último, las características del futuro esperado también pueden variar signi­
ficativamente. La actitud de optimismo y esperanza se opone al pesimismo, al catas­
trofismo y a la desesperación. La creencia en que el futuro es contingente, que da pie
a escenarios alternativos dependientes de los esfuerzos humanos, se opone a todo
tipo de fatalismos y finalismos. Una imagen a gran escala o un plan estratégico para
el futuro es algo bastante diferente de las esperanzas a pequeña escala o inmediatas,
o de los esquemas tácticos u oportunistas.

Si tomamos al completo la lista de características variables de la agencia, se verá


que caen en dos grupos. Unas determinan si la gente querrá actuar hacia la transfor­
mación de la sociedad; esas varibles modelan las motivaciones orientadas a la acción.
Otras determinan si la gente será capaz de actuar; esas variables modelan las oportu­
nidades conducentes a la acción. La agencia puede considerarse progresiva sólo si
produce juntos esos dos prerrequisitos -motivaciones y oportunidades; sólo si la
gente desea actuar, y puede actuar al unísono.
Supondré que nos aproximamos a tal situación por la conjunción de condiciones
en los polos iniciales de cada dicotomía, esto es por la combinación de: (1) actores
creatiyos, autónomos y autoconscientes, (2) estructuras ricas y flexibles, (3) un me­
dio natural benigno y activamente confrontado, (4) una tradición continua y orgullo­
samente afirmada, y (5) una anticipación, una planificación optimista y a gran escala
del futuro. Éste es el tipo ideal de una «sociedad activa» (por utilizar el término de
62 Conceptos y categorías

Amitai Etzioni 1968a) que genera una agencia orientada hacia el progreso, una socie­
dad situada en la vía de auto transformaciones progresivas.
Hasta ahora hemos venido caracterizando la agencia desde una perspectiva exter­
na, mirando a ella desde fuera. Las propiedades de la agencia orientada hacia el pro­
greso han sido reducidas a la 11aturaleza del condicionamiento, a los fact0res determi­
nantes que la afectan desde fuera. Ahora quiero tomar una perspectiva interna y
concentrarme en el funcionamiento de la agencia orientada hacia el progreso, por de­
cirlo de alguna manera, desde dentro. La pregunta es: ¿Cuál es el modus operan di de
la agencia situada dentro del conjunto de condiciones e influencias, estructurales,
personales, naturales e históricas, contenidas en nuestro tipo ideal?
Serán descritas por dos nociones generales y sintéticas: la libertad y la autotras­
cendencia. Por tanto, la agencia viable, orientada hacia el progreso es en alguna me­
dida libre. Es libre en el sentido de la libertad negativa (<<libertad de»), es decir com­
porta un cierto nivel de autonomía e independencia de las constricciones; opera
dentro de un campo abierto de opciones, oportunidades, ocasiones; y es libre en el
sentido de la libertad positiva (<<libertad para»), es decir, tiene la capacidad de influir,
modificar, remodelar constricciones y aumentar recursos; tiene algún grado de poder
y control sobre las circunstancias.
Pero su característica crucial, la más importante, es la tendencia hacia la autotras­
cendencia, el ir más allá de sí misma, el superar las limitaciones, el romper con las
constricciones, el cruzar «fronteras». Por reiterar la última metáfora, la autotrascen­
dencia acontece en tres «fronteras» de la condición humana: la trascendencia de la
naturaleza aprovechándola, controlándola y regulándola a través del trabajo; la tras­
cendencia de las estructuras sociales mediante las evasiones, las desviaciones, las re­
formas y las revoluciones; y por último, pero no menos importante, la autotrascen­
dencia de los actores humanos a través del aprendizaje, el entrenamiento, el
autocontrol, la mejora, avance y extensión de sus poderes humanos limitados me-:­
diante la tecnología, etc.
Esta propensión puede explicarse como el fruto de dos rasgos fundamentales del
mundo humano: la creatividad (innovación) de los actores, que produce objetos, ideas
e instituciones nuevas y originales; y el carácter acumulativo de la experiencia huma­
na, constantemente ampliada y enriquecida, aprendida individualmente en el lapso
biográfico, y transmitida socialmente (culturalmente) en el lapso histórico. Por tanto,
en último término, la fuente principal del progreso se encuentra en la irreductible y
esencialmente ilimitada creatividad y educabilidad de los seres humanos, capaces de
concebir la novedad y de heredar, y también transmitir, las innovaciones, aumentan­
do de forma permanente su depósito común de conocimientos, habilidades, estrate­
gias, técnicas, etc.
Si se ejercen bajo las condiciones descritas en el tipo ideal de agencia conducente
al progreso, estas propensiones y habilidades humanas salvaguardan la autotrascen­
dencia y el progreso constante de la humanidad. Permítanme que subraye con firme­
za este «si». No hay necesidad de progreso, porque no está preordenado que la gente
esté dispuesta y sea capaz de ejercer su capacidad creativa. Las condiciones constric­
tivas naturales, estructurales o históricas, o la eliminación de las motivaciones a favor
del activismo (resultado, por ejemplo, de la socialización en la pasividad, del uso de
mecanismos adaptativos, defensivos, al emplazar las constricciones, o de «cicatrices»
Vicisitudes de fa idea de progreso 63
...
~.' ,. ,

\.k fallos pasados) pueden impedir que florezca la creatividad. De forma parecida, el
proceso de acumulación, la transmisión de la tradición, puede quebrarse, tanto en el
nivel biográfico como en el histórico (la calidad de la familia, la escuela, la iglesia, los
medios de comunicación y otras instituciones pueden ser decisivos aquí). En tales ca­
Nt)S, es más probable que se produza estancamiento o regresión que progreso.
La autotrascendencia de la sociedad en la que la agencia participa como fuerza
causal última retroalimenta a la agencia misma, resultando en su propia autotrascen­
denda. La actualización de las potencialidades de la agencia por medio de la praxis
"umenta esas mismas potencialidades. La emancipación de la agencia a través de su
funcionamiento en el tiempo da como resultado una libertad mayor y tendencias más
fuertes hacia la auto trascendencia. La progresividad última de la agencia reside en el
hecho de que no sólo estimula el progreso sino de que efectivamente progresa ella
misma. Es un resultado histórico acumulativo de su propio funcionamiento.

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