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CAPÍTULO I
Acerca del principio de utilidad

I. La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo el gobierno de dos amos


soberanos: el dolor y el placer. Sólo ellos nos indican lo que debemos hacer,
así como determinan lo que haremos. Por un lado el criterio de bueno y
malo, por otro la cadena de causas y efectos, están sujetos a su poder. Nos
gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que
pensamos: cualquier esfuerzo que podamos hacer para desligarnos de nues-
tra sujeción sólo servirá para demostrarla y confirmarla. Con palabras un
hombre puede aparentar que renuncia a su imperio, pero en realidad per-
manecerá sujeto a él todo el tiempo. El principio de utilidad1 reconoce esta
sujeción y la asume para el fundamento de ese sistema, cuyo objeto es eri-
gir la estructura de la felicidad por obra de la razón y la ley. Los sistemas
que intentan cuestionarlo se ocupan de sonidos en lugar de sentido, de fan-
tasías en lugar de razón, de oscuridad en lugar de luz.
1
A esta denominación se le ha agregado recientemente el principio de la mayor felici-
dad, o se la ha reemplazado por él en pro de la brevedad, en lugar de enunciar, en toda su
extensión, el principio que afirma la mayor felicidad y bienestar de todos aquellos cuyo inte-
rés está en juego, como siendo el correcto y apropiado, y el único fin de la acción humana
correcto y apropiado y universalmente deseable; es decir, de la acción humana en cualquier
situación y en particular en la de un funcionario o grupo de funcionarios que ejercen los
poderes del gobierno. La palabra utilidad no indica tan claramente las ideas de placer y
dolor como lo hacen las palabras felicidad y bienestar, ni nos conduce a la consideración del
número de los intereses afectados, o sea al número como constituyendo la circunstancia que
contribuye en mayor proporción a la formación del criterio que está aquí en cuestión: el cri-
terio de bueno y malo, el único por el cual puede juzgarse adecuadamente la decencia de las
acciones humanas en cada situación. Esta carencia de una conexión suficientemente mani-
fiesta entre las ideas de felicidad y placer por una parte, y la idea de utilidad por otra, he obser-
vado que actuaba, y con demasiada eficiencia, como un impedimento para la aceptación, que
de otro modo podría haberse otorgado a este principio. (N. del A., julio de 1822).
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Pero basta de metáforas y retórica: no es por esos medios que se ha de el interés de un individuo, cuando tiende a aumentar la suma total de sus
mejorar la ciencia moral. placeres; o, lo que es lo mismo, a disminuir la suma total de sus dolores.
II. El principio de utilidad es el fundamento del presente trabajo: será VI. Una acción, entonces, puede decirse que acuerda con el principio de
por tanto apropiado al comienzo dar una explicación explícita y determina- utilidad o, para ser breves, con la utilidad (queriendo significar con res-
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da de lo que se quiere decir con ello. Por el principio 2 de utilidad se quiere pecto a la comunidad en general), cuando la tendencia que tiene a aumen-
decir aquel principio que aprueba o desaprueba cualquier acción de que se tar la felicidad de la comunidad es mayor que cualquiera que tienda a dis-
trate, según la tendencia que parece tender a aumentar o disminuir la felici- minuirla.
dad de la parte cuyo interés está en juego; o, en otras palabras, promover u VII. Una medida de gobierno (que no es sino una clase de acción parti-
oponerse a ella. Digo de cualquier acción, y por tanto no sólo de toda acción cular realizada por una persona o personas particulares) puede decirse que
de un individuo privado, sino de cualquier medida de gobierno. concuerda con el principio de utilidad o es dictada por él, cuando, del mismo
III. Por utilidad se quiere significar aquella propiedad en cualquier obje- modo, la tendencia que tiene a aumentar la felicidad de la comunidad es
to por la que tiende a producir un beneficio, ventaja, placer, bien o felicidad mayor que cualquiera que tienda a disminuirla.
(todo ello, en el presente caso, equivale a la misma cosa) o (lo que igualmen- VIII. Cuando alguien supone que una acción o una medida de gobierno
te equivale a lo mismo) a impedir que produzca un daño, dolor, mal o infe- en particular concuerda con el principio de utilidad, puede ser conveniente,
licidad a la parte cuyo interés se considera: si esa parte es la comunidad en para los fines del discurso, imaginar una clase de ley o mandato, llamado ley
general, entonces se trata de la felicidad de la comunidad; si es un indivi- o mandato de utilidad, y hablar de la acción en cuestión como concordante
duo particular, entonces de la felicidad de ese individuo. con tal ley o mandato.
IV. El interés de la comunidad es una de las expresiones más generales IX. Puede decirse que un hombre es partidario del principio de utilidad,
que pueden ocurrir en la fraseología de la moral: no es extraño entonces cuando la aprobación o desaprobación que otorga a una acción o medida es
que a menudo pierda su sentido. Cuando tiene alguno, es el siguiente: la determinada y proporcional a la tendencia que concibe que ella tiene de
comunidad es un cuerpo ficticio, compuesto de las personas individuales aumentar o disminuir la felicidad de la comunidad; o, en otras palabras, a
que se considera que lo constituyen como si fueran sus miembros. ¿Cuál su acuerdo o desacuerdo con la ley o los mandatos de la utilidad.
es entonces el interés de la comunidad?: la suma de los intereses de los X. De una acción que concuerda con el principio de utilidad se puede
diversos miembros que la componen. siempre decir o bien que es una acción que debe llevarse a cabo, o al menos
V. Es en vano hablar del interés de la comunidad sin comprender cuál es que no es una que no debe llevarse a cabo. También puede decirse que está
el interés del individuo3. Se dice que una cosa promueve el interés, o es para bien realizarla o al menos que no está mal hacerlo, que es una buena acción,
o al menos que no es una mala acción. Cuando se las interpreta así, las pala-
bras debe y buena y mala, y otras de ese tipo, tienen sentido; interpretadas
2
La palabra principio deriva del latín principium, que parece estar compuesta de dos de otra manera, carecen de él.
palabras, primus, primera o principal, y cipium, una terminación que parece derivar de capio
(tomar) como en mancipium, municipium; a las cuales son análogas auceps, forceps y otras.
XI. ¿Acaso la rectitud de este principio ha sido alguna vez formal-
Es un término de significado muy vago y extensivo: se aplica a cualquier cosa concebida para mente refutada? Parecería que sí, por aquellos que no saben lo que han
servir de fundamento o comienzo a cualquier serie de operaciones: en algunos casos, de ope- querido decir. ¿Es susceptible de alguna prueba directa? Parecería que no,
raciones físicas, pero en el presente caso, de operaciones mentales. El principio que está aquí
porque aquello que es empleado para probar toda otra cosa no puede pro-
en cuestión puede ser tomado por un acto de la mente, un sentimiento, un sentimiento de
aprobación, un sentimiento que, cuando se aplica a una acción, aprueba su utilidad como la barse a sí mismo: una cadena de pruebas debe tener su comienzo en algu-
cualidad de dicha acción por la que debe regirse el grado de aprobación o desaprobación que na parte. Dar una prueba semejante es tan imposible como innecesario.
se le otorga. XII. No es que exista o haya existido alguna vez una criatura humana
3
“Interés” es una de esas palabras que, no teniendo un género superior, no puede ser
viviente, por muy estúpida o perversa que fuese, que no se haya sometido
definida de la manera acostumbrada.
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a dicho principio en muchas ocasiones, o aun en la mayor parte de las oca- 2. Si lo desea, que decida por sí mismo si juzgaría y actuaría sin ningún
siones de su vida. Por la constitución natural de la estructura humana, en la principio, o si hay algún otro sobre la base del cual juzgaría y actuaría.
mayoría de las circunstancias de su vida los hombres abrazan este principio 3. Si lo hay, que examine y se asegure si el principio que cree haber
sin pensarlo, para dirigir sus propias acciones, al menos para ponerlas a encontrado es realmente un principio separado e inteligible, o si se trata de
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prueba, así como las de otros hombres. Ha habido, al mismo tiempo, no meras palabras, una especie de frase que en el fondo no expresa sino el sim-
muchos, tal vez hasta entre los más inteligentes, que no hayan estado dis- ple rechazo de sus propios sentimientos infundados; es decir, lo que en
puestos a adoptarlo en toda su pureza y sin reserva alguna. Son muy pocos, otra persona llamaría meramente fantasía.
por otra parte, los que no han encontrado alguna ocasión de oponerse a él, 4. Si se siente inclinado a pensar que su propia aprobación o desapro-
debido a que no siempre saben cómo aplicarlo, o debido a algún otro pre- bación, añadida a la idea de un acto, sin tener en cuenta sus consecuencias,
juicio que temían someter a examen, o no podían soportar abandonarlo. es un fundamento suficiente para juzgar y actuar, que se pregunte si su
Porque tal es la sustancia de que está hecho el hombre: en un buen camino sentimiento será el criterio de bien y mal con respecto a cualquier otro
o en uno equivocado, la más rara de todas las cualidades humanas es la hombre, o si el sentimiento de cada hombre tiene el mismo privilegio de
coherencia. ser un criterio para él.
XIII. Cuando un hombre intenta oponerse al principio de utilidad, lo 5. En el primer caso, que se pregunte si su principio no es despótico y
hace, sin advertirlo, con razones extraídas de ese principio mismo4. Sus
hostil a todo el resto de la raza humana.
argumentos, si prueban algo, no prueban que el principio sea erróneo, sino
que, de acuerdo con las aplicaciones que supone se harán de él, está mal
aplicado. ¿Es posible para un hombre mover la Tierra? Sí; pero debe pri- a una persona que inmediatamente me la comunicó a mí. Lejos de ser autocontradictoria, era
mero encontrar otra Tierra en donde apoyarse. una observación aguda y genuina. El estado del gobierno fue perfectamente comprendido
XIV. Refutar su conveniencia mediante argumentos es imposible; pero por ese distinguido funcionario, pero sus disquisiciones todavía no habían sido aplicadas
desde ningún punto de vista global por el individuo común, ni siquiera supuestamente, al te-
por las causas que se han mencionado o debido a una visión confusa o par- rreno del Derecho Constitucional, ni por tanto a esas características del gobierno inglés por
cial de él, puede suceder que un hombre no esté dispuesto a que le agrade. las cuales la mayor felicidad del gobernante, junto con la de unos pocos favoritos, o aun sin
Cuando éste es el caso, si considera que vale la pena clarificar sus opiniones ellos, se observa ahora con claridad que es el único fin hacia el cual se han dirigido en todo
momento. El principio de utilidad era un apelativo empleado en ese momento, empleado por
sobre el tema, le sugiero que siga los siguientes pasos y al final, tal vez, pueda
mí como lo había sido por otros, para designar aquello que, de una manera más clara e ins-
llegar a estar de acuerdo con él. tructiva, puede ser designado, como lo hemos hecho arriba, como el principio de la mayor
1. Que decida por sí mismo si desearía descartar absolutamente el felicidad. “Este principio (decía Wedderburn) es peligroso.” Al decir eso, decía lo que en cier-
ta medida es rigurosamente cierto: un principio que establece como único fin bueno y justi-
principio; si ello es así, que considere qué pueden significar todos sus razo- ficable del gobierno la mayor felicidad del mayor número, ¿cómo puede negarse que es peli-
namientos (especialmente en asuntos políticos). groso? Es incuestionablemente peligroso para todo gobierno que tenga como fin u objeto
real la mayor felicidad de una persona determinada, el agregado o sin él de un número com-
4
“El principio de utilidad (he oído decir) es un principio peligroso: es peligroso con- parativamente pequeño de otros, a quienes les resulta placentero o fácil admitirlo, siendo cada
sultarlo en ciertas ocasiones.” Esto es lo mismo que decir: ¿qué? que no recurrir a la utili- uno de ellos participante del interés en la posición de otros tantos jóvenes socios. Por lo tanto
dad concuerda con la utilidad; en resumen, que consultarlo es no consultarlo. era realmente peligroso para el interés -el interés siniestro- de todos aquellos funcionarios,
Agregado por el autor en julio de 1822: incluido él mismo, cuyo fin residía en maximizar la demora, la contrariedad y los gastos en
No mucho después de la publicación del Fragmento sobre el gobierno, anno 1776, en el procedimiento judicial u otros, en aras del provecho que extraían de los gastos. En un
el cual, con el carácter de un principio omniabarcante y omniordenante, el principio de uti- gobierno que tuviera en vista como fin la mayor felicidad del mayor número, Alexander
lidad fue sacado a la luz, una persona que hizo una observación al respecto fue Alexander Wedderburn podría haber sido fiscal de la Corona y luego canciller, pero no habría sido fis-
Wedderburn, en ese momento fiscal o subfiscal de la Corona, luego sucesivamente juez de la cal de la Corona con 15.000 libras esterlinas al año, ni canciller, con un título nobiliario, que
Corona para las causas comunes y canciller de Inglaterra, bajo los sucesivos títulos de lord le permitía vetar todo fallo judicial, con 25.000 libras esterlinas al año y con 500 sinecuras a
Loughborough y conde de Rosslyn. Dicha observación no me fue hecha personalmente sino su disposición, bajo el nombre de Beneficios Eclesiásticos, et caeteras.
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6 En el segundo caso, si no es anárquico y si de esta manera no hay tan-


tos criterios diferentes del bien y del mal en proporción al número de hom-
bres existentes; y si aun para el mismo hombre, la misma cosa que es buena
hoy no puede acaso (sin el más mínimo cambio en su naturaleza) ser mala
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mañana; y si la misma cosa no es tal vez buena y mala al mismo tiempo y en


el mismo lugar; y en ambos casos, si no significa el final de todo argumento;
y si cuando dos hombres han dicho “esto me gusta” y “no me gusta”, pue-
den (sobre la base de dicho principio) tener algo más que decir. CAPÍTULO II
7 Si se hubiera dicho a sí mismo “No”, porque el sentimiento que pro- Acerca de los principios
pone como criterio debe fundarse en la reflexión, que diga sobre qué asun- contrarios al de utilidad
tos debe versar la reflexión: si sobre asuntos que tienen relación con la uti-
lidad del acto, que diga entonces si ello no significa abandonar su propio
principio y pedir auxilio a aquel en oposición al cual lo establece; y si no
sobre esos asuntos, entonces sobre qué otros asuntos. I. Si el principio de utilidad es un principio correcto por el que debemos
8 Si se inclinara por un fundamento compuesto y adoptara en parte su regirnos, y ello en todos los casos, se sigue de lo que se acaba de observar
propio principio y en parte el principio de utilidad, que diga en qué medi- que cualquier principio que difiera de él en cualquier respecto, debe ser
necesariamente erróneo. Para probar, por tanto, que cualquier otro princi-
da lo adoptará.
pio es errado, no hace falta sino mostrar que es un principio que en algún
9 Cuando haya decidido dónde se detendrá, entonces que se pregun-
punto difiere del principio de utilidad: declararlo es confutarlo.
te cómo se justifica a sí mismo por adoptarlo en esa medida y por qué no II. Un principio puede ser diferente del de utilidad de dos maneras:
lo adoptará en medida mayor.
1. Por oponerse constantemente a él: éste es el caso de un principio que
10 Admitiendo que otro principio distinto del principio de utilidad es
puede ser llamado principio de ascetismo5;
un principio correcto, un principio que es bueno que el hombre adopte;
2. Por oponernos a veces a él y otras veces no, como puede suceder: éste
admitiendo (lo que no es verdad) que la palabra bueno puede tener sentido
es el caso que puede llamarse el principio de simpatía y antipatía.
sin referencia a la utilidad, que diga si hay algo como un motivo cuyos man-
datos el hombre debe obedecer; si lo hay, que diga de qué motivo se trata y
cómo se lo distingue de aquellos que ponen en vigor el principio de utilidad; 5
Ascético es un término que ha sido a veces aplicado a los monjes. Procede de una pala-
si no, que diga, por último, para qué puede servir ese otro principio. bra griega que significa ejercicio. Las prácticas por las cuales los monjes buscaban distinguir-
se de otros hombres eran llamadas Ejercicios. Estos ejercicios consistían en los artilugios que
urdían para atormentarse. Por medio de ellos pensaban congraciarse con la Divinidad.
Porque la Divinidad, decían, es un Ser de infinita benevolencia. Ahora bien, un ser con el
grado más común de benevolencia, se complace en contemplar cómo otros se hacen a sí mis-
mos lo más felices que pueden; por tanto, hacernos tan desgraciados como nos sea posible es
la manera de complacer a la Divinidad. Si alguien les preguntaba por qué motivo hacían eso,
decían: ¡Oh!, no debes imaginar que nos castigamos porque sí; sabemos muy bien lo que ha-
cemos. Debes saber que por cada grano de dolor que nos cuesta ahora, tendremos luego cien
granos de placer. El caso es que a Dios le encanta ver cómo nos atormentamos actualmente;
en verdad, es como si nos lo hubiera dicho. Pero esto lo hace sólo para probarnos, a fin de
ver cómo nos comportaríamos, lo que es una prueba segura de la satisfacción que le dará ver-
nos tan felices como Él, puede hacer que lo seamos en una vida futura.
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III. Por el principio de ascetismo quiero significar aquel principio que, aquellos cuyo origen puede rastrearse hasta un factor orgánico. Han apre-
como el principio de utilidad, aprueba o desaprueba cualquier acción, según ciado y hasta magnificado los placeres refinados. Pero aun a éstos no los
la tendencia que parece tener a aumentar o disminuir la felicidad de la parte han llamado placeres. Para limpiar al placer de sus sórdidos e impuros orí-
cuyo interés está en juego, pero de manera inversa: aprobando las acciones genes, era necesario cambiar su nombre: debía decirse lo honorable, lo glo-
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en la medida que tienden a disminuir su felicidad, y desaprobando aquellas rioso, lo estimable, lo honestum, el decorum; en resumen, cualquier cosa
que tienden a aumentarla. menos placer.
IV. Es evidente que quienquiera que repruebe la más mínima parte de VII. De estas dos fuentes han brotado las doctrinas de las cuales los sen-
placer como tal, cualquiera sea su origen, es en consecuencia partidario timientos del común de la humanidad han recibido en todos los tiempos un
del principio de ascetismo. Es sólo sobre la base de ese principio, y no al toque de este principio; algunos de la filosofía, algunos de la religión, algu-
principio de utilidad, que el placer más abominable —que el más vil de los nos de ambas. Los hombres cultos más a menudo de la filosofía, como más
malhechores experimentó alguna vez por su crimen— habría de ser re- adecuada a la altura de sus sentimientos; el vulgo, más frecuentemente de
probado si se tratara sólo de su vileza. Pero nunca se trata sólo de eso, la superstición, como más adecuada a la estrechez de sus intelectos, no des-
sino que es necesariamente seguido por un tal grado de dolor (o lo que es lo arrollados por el conocimiento, y a lo abyecto de su condición, continua-
mismo, es la ocasión para producir un tal grado de dolor) que el placer, en mente propensa a los ataques del temor. Los matices, sin embargo, deriva-
comparación con él, es lo mismo que nada. Y ésta es la verdadera y única dos de dos fuentes distintas, naturalmente se entremezclaban, hasta el punto
razón, absolutamente suficiente para justificar un castigo. de que un hombre podía no saber por cuál de ellas estaba más influido, ya
V. Hay dos clases de hombres, de muy distinto tipo, por los cuales pare- que a menudo se corroboraban y avivaban mutuamente. Era esta conformi-
ce haber sido adoptado el principio de ascetismo: un grupo de moralistas y dad la que producía una especie de alianza entre partidos con caracteres por
otro de fanáticos religiosos. Por tanto, han sido diferentes los motivos por otra parte tan poco similares, y los disponía a unirse en distintas ocasiones
los que estos dos grupos lo han considerado aceptable. La esperanza, es contra el enemigo común, el partidario del principio de utilidad, al que se
decir, la perspectiva del placer, parece haber motivado a los primeros. La unían en motejar con el odioso nombre de epicúreo.
esperanza es lo que nutre el orgullo filosófico, la esperanza de obtener hono- VIII. El principio de ascetismo, no obstante el entusiasmo con que pudo
res y reputación entre los hombres. El temor, es decir, la perspectiva del haber sido adoptado por sus partidarios como regla de conducta privada, no
dolor, lo que ha motivado a los segundos; el temor, engendrado por las fan- parece haberse extendido demasiado cuando se lo aplicó a los asuntos del
tasías supersticiosas; el temor al futuro castigo por mano de una enojadiza y gobierno. En unos pocos casos ha sido llevado adelante en pequeña medida
vengativa Divinidad. Recalco en este caso el temor, porque respecto de un por el grupo filosófico. Tenemos como ejemplo el régimen espartano. Aun-
futuro invisible, el temor es más fuerte que la esperanza. Estas circunstancias que en ese caso tal vez pueda ser considerada una medida de seguridad, y
caracterizan a los dos distintos grupos entre los defensores del principio del una aplicación, si bien precipitada y perversa, del principio de utilidad. Casi
ascetismo: los grupos y sus motivos difieren, pero el principio es el mismo. en ningún caso, en una medida considerable, por el grupo religioso, pues las
VI. El partido religioso parece haberlo llevado más lejos que el filosófi- distintas órdenes monásticas y las sociedades de Cuáqueros, Dumplers, Mo-
co: han actuado más coherentemente pero con menos sensatez. El partido ravos y otros fanáticos religiosos han sido sociedades libres, a cuyo régimen
filosófico apenas ha ido más allá que la reprobación del placer; el religioso, ningún hombre ha sido sometido sin que interviniera su propio consenti-
ha ido frecuentemente tan lejos como para hacer de la búsqueda del dolor miento. Cualquiera fuese el mérito que un hombre pueda haber pensado
una cuestión de mérito y de deber. El partido filosófico apenas ha ido más que obtendría por hacerse a sí mismo desdichado, no parece que nunca se le
allá de hacer del placer una cuestión indiferente. No es un mal, han dicho; ocurriese a ninguno de ellos que pudiese ser un mérito —y mucho menos
pero no han dicho que sea un bien. No han reprobado el placer en gene- un deber— hacer desgraciados a otros, aunque parecería que si una cierta
ral. Han descartado los placeres que consideran groseros, los orgánicos, o medida de desdicha fuera una cosa tan deseable, no importaría mucho si
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cada hombre se la causase a sí mismo o a otro hombre. Es verdad que, de la IX. El principio de ascetismo parece haber sido originariamente la fan-
misma fuente de la cual, entre los fanáticos religiosos, surgió la adhesión al tasía de ciertos superficiales especuladores que, habiendo percibido o ima-
principio de ascetismo, surgieron otras doctrinas y prácticas, por las cuales ginado que ciertos placeres obtenidos en determinadas circunstancias han
se produjo una gran infelicidad en un hombre por obra de otro: basta con el sido a la larga acompañados por dolores más que equivalentes a ellos, apro-
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ejemplo de las guerras santas y las persecuciones religiosas. Pero la pasión vecharon la ocasión para rechazar todo lo que se ofrecía bajo el nombre de
por acarrear infelicidad en estos casos procedía de un fundamento especial: placer. Llegado a ese punto y y luego de haber olvidado aquel del que ha-
el ejercicio se limitaba a personas con características especiales; no se los so- bían partido, siguieron adelante y llegaron a pensar que era meritorio ena-
metía a tormentos como hombres sino como herejes e infieles. Haber infli- morarse del dolor. Aun esto, según podemos ver, no es en el fondo sino el
gido las mismas torturas a sus compañeros creyentes o de su misma secta principio de utilidad mal aplicado.
habría sido tan condenable a los ojos aun de estos fanáticos, como a los de X. El principio de utilidad puede ser consecuentemente perseguido; y
los partidarios del principio de utilidad. Para un hombre, azotarse a sí mis- es una mera tautología decir que cuanto más consecuentemente se lo persi-
mo era por cierto loable, pero hacerle lo mismo a otro que no lo consintie- ga, será siempre mejor para la humanidad. El principio de ascetismo jamás
se, habría sido un pecado. Leemos acerca de santos que, por el bien de sus fue, ni puede nunca ser, perseguido consecuentemente por ninguna criatu-
almas, se han convertido voluntariamente en presa de gusanos; pero aunque ra viviente. Si sólo una décima parte de los habitantes de este planeta lo per-
muchas personas de esta clase han llevado las riendas de un imperio, no siguen consecuentemente, en el término de un día lo habrán convertido en
hemos leído que ninguna de ellas se haya puesto a trabajar para hacer leyes un infierno.
con el propósito de proveer al cuerpo político de salteadores de caminos, XI. Entre los principios contrarios6 al de utilidad, el que actualmente
asaltantes o incendiarios. Si en algún momento han tolerado que la nación parece tener mayor influencia en cuestiones de gobierno es el que puede lla-
fuera presa de enjambres de pensionados ociosos o funcionarios inútiles, ha
sido más bien por negligencia o imbecilidad que por ningún plan calculado 6
La siguiente Nota fue impresa por primera vez en enero de 1789.
para oprimir y despojar a la gente. Si en algún momento han agotado las Debió más bien haber sido llamado, más extensivamente, principio de la fantasía. Cuan-
do se aplica a la elección de acciones que deben ser interdictas o prohibidas (que son, en una
fuentes de la riqueza nacional, restringiendo el comercio y llevando a los ha- palabra, cuestiones sujetas a obligación) puede por cierto ser adecuadamente llamado, como
bitantes a emigrar, ha sido con otras perspectivas y propósitos en vista. Si en el texto, principio de simpatía y antipatía. Pero este apelativo no se le aplica tan bien cuan-
han clamado contra la búsqueda de placeres y el uso de la riqueza, sólo lo do se trata de la elección de sucesos que deben servir como fuentes de títulos respecto de dere-
chos. Cuando las acciones prohíben y permiten, estando ya determinados las obligaciones y
han hecho de palabra; no han emitido, como Licurgo, decretos expresos con
derechos, la única cuestión es en qué circunstancias un hombre está investido de unos o so-
el propósito de proscribir los metales preciosos. Si han decretado la indo- metido a las otras. ¿De qué incidentes ocasionales dependerá que se invista a un hombre o se
lencia por ley, no ha sido porque ella, la madre del vicio y la miseria, sea en rehuse investirlo con unos o someterlo a las otras? En este último caso, el principio puede ser
sí misma una virtud, sino porque la indolencia (dicen ellos) es el camino a la más adecuadamente caracterizado con el nombre de principio fantástico. La simpatía y la anti-
patía son afecciones de la facultad sensible. Pero la elección de títulos respecto de derechos,
santidad. Si bajo la noción de “ayuno” han participado en el plan de cons- especialmente respecto de los derechos de propiedad, sobre fundamentos no conectados con
treñir a sus súbditos a una dieta, que muchos de ellos han considerado de la la utilidad, han sido en muchos casos obra, no de los afectos, sino de la imaginación.
naturaleza más nutritiva y abundante, no ha sido con el fin de hacerlos tri- Cuando, en la justificación de un artículo de la Common Law inglesa, se llamó en cier-
tos casos a tíos para la sucesión, con preferencia a los padres, lord Coke presentó una especie
butarios de la nación que debía proporcionar dicha dieta, sino para manifes- de “peso” que había descubierto en los derechos, descalificándolos de ascender en línea recta;
tar su propio poder y entrenar la obediencia del pueblo. Si han establecido esto no fue porque amara particularmente a los tíos u odiara a los padres, sino que la analo-
o permitido establecer castigos para la violación del celibato, no han hecho gía, tal cual era, fue lo que la imaginación le presentaba, en lugar de una razón, o debido a un
juicio no observante del criterio de utilidad, o que no conocía el arte de consultarlo, donde
más que ajustarse a las demandas de esos ilusos rigoristas que, embaucados no intervienen los afectos; la imaginación es la única guía.
por las ambiciones y la bien preparada política de sus gobernantes, primero Cuando no sé qué ingenioso gramático inventó la proposición Delegatus non potest de-
se habían sometido a sí mismos por un voto a esa vana obligación. legare como regla legal, no fue seguramente porque tuviera antipatía alguna a los delegados
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marse principio de simpatía y antipatía. Por el principio de simpatía y an- siquiera porque tiendan a disminuir la felicidad de la parte cuyo interés está
tipatía quiero significar ese principio que aprueba o desaprueba ciertas en juego, sino meramente porque un hombre se siente dispuesto a aprobar-
acciones, no, sin embargo, debido a que tienden a aumentar la felicidad, ni las o desaprobarlas; considerando dicha aprobación o desaprobación como
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de segundo orden, o porque le causara ningún placer pensar en la ruina que, por falta de un la indulgencia; pero que, a los oídos de un jurista, -tus-tutis suena poco menos melodioso que
administrador en su casa, pudiera caer sobre los asuntos de un viajero, a quien un imprevis- atusare. No está en discusión si la melodía de la máxima era la razón real de la regla, en cual-
to accidente hubiese privado del objeto de su elección; fue porque la incongruencia de apli- quiera de estos casos, porque es introducida por la conjunción quia, el heraldo designado de
car la misma ley a objetos tan opuestos como activo y pasivo no podía ser superada, y que la razón: quia servitus servitutis non datur.
atus- armoniza, así como contrasta con -are. Cuando esa máxima inexorable (cuyo dominio Tampoco se hubiera producido una melodía igual, ni por cierto podría haberse reque-
ya no puede determinarse, así como tampoco encontrar la fecha de su nacimiento o el nom- rido una melodía similar en ninguno de estos casos por la estipulación contraria: es sólo cuan-
bre de su padre) fue importada de Inglaterra para el gobierno de Bengala y toda la estructu- do se oponen a reglas generales, y no cuando por su acuerdo son absorbidas por ellas, que
ra de la judicatura fue destruida por los truenos de la justicia expostfacto, no fue seguramente otras más específicas pueden obtener una existencia separada. Delegatus potest delegare, y
porque la perspectiva de una magistratura intachable pereciendo en prisión proporcionara Servitus servitutis datur, estipulaciones ya incluidas en la aceptación general de contratos,
ningún deleite a los autores de su desgracia, que no habían sufrido perjuicio alguno, sino que hubieran sido tan innecesarios para la captación y la memoria como, en comparación con sus
la melodía de la máxima, absorbiendo totalmente la imaginación, había ahogado los gritos de enérgicas negativas, son insípidos al oído. Si la pregunta fuera adecuadamente formulada, se
la humanidad junto con los dictados del sentido común*. descubriría que la diosa de la armonía ha ejercido mayor influencia, si bien latente, sobre los
designios de Themis, que lo que parecen haber advertido sus más diligentes historiógrafos o
*Nota agregada por el autor en julio de 1822:
aun sus más apasionados panegiristas. Todo el mundo sabe cómo, durante el ministerio de
Añadir que el mal sistema del derecho mahometano y otras leyes nativas habían de ser
Orfeo, fue ella quien primero reunió a los hijos de los hombres bajo la sombra del espectro;
de todos modos eliminados, para dar lugar al inaplicable y aún más dañino sistema del dere-
sin embargo, en medio de una continua experiencia, los hombres parece que aún no han
cho inglés, elaborado por los jueces, y que por mano de su cómplice Hastings habría de ser
aprendido con qué exitosa diligencia se ha afanado por guiarlos en su curso. Todos saben
puesto en el bolsillo del importador indio de este instrumento de subversión: 8.000 libras por
que mediciones numerales eran el lenguaje en la infancia de la ley, pero nadie parece haber
año en contra de la ley, además de las 8.000 libras al año prodigadas con la prodigalidad acos-
observado de qué manera imperiosa han gobernado su edad más madura. En la jurispru-
tumbrada por mano de la ley. Véase la descripción de esta transacción en Mili's British India.
dencia inglesa en particular, la conexión entre el derecho y la música, aunque menos adver-
A este gobernador le fue erigida una estatua por el voto de los Directores y Propietarios
tida que en la legislación espartana, no es quizá menos real ni menos próxima. Las música de
de las Indias Orientales; debería inscribirse sobre ella: Si pone dinero en nuestros bolsillos; nin-
los Oficios, aunque no de la misma clase, no es menos musical en su género que la música del
guna guerra es demasiado atroz para ser venerada por nosotros.
Teatro; aquella que endurece el corazón, que aquella que lo ablanda: los sostenidos son igual-
A esta estatua del Archimalefactor debería añadirse como acompañante la del cómplice
mente largos, las cadencias igualmente sonoras; y aquellos regidos por reglas, aunque no
de las largas vestiduras, el que pone el producto del soborno en la mano del otro. Los cien
hayan sido aún promulgadas, no son menos determinados. Buscad acusaciones, alegatos,
millones de hindúes y mahometanos saqueados y oprimidos pagan por el primero; una sus-
procesos en chancillería, escrituras; cualesquiera infracciones que puedas encontrar contra la
cripción a Westminster Hall podría pagar por el otro.
verdad o el sentido común, no encontrarás ninguna contra las leyes de la Armonía. La litur-
Lo que ellos han hecho con Irlanda con sus siete millones de almas, los que niegan con
gia inglesa, por muy justamente que ella haya sido ensalzada en esos oficios religiosos, no
autorización la justicia y la pervierten, lo han hecho con Indostán con sus cien millones. En
posee mayor medida de ella que la que comúnmente se encuentra en un decreto del Parla-
esto no hay nada asombroso. Lo asombroso es que, en tales instituciones, aunque en muy
mento. La dignidad, la simplicidad, la brevedad, la precisión, la inteligencia, la posibilidad de
pequeño número, se encontraran hombres a quienes la contemplación de las injusticias que,
ser retenida o al menos aprehendida, todo se somete a la Armonía. Podrían llenarse volúme-
por el derecho inglés construido por los jueces, están obligados a cometer, y la desgracia que
nes, cargarse estantes, con los sacrificios hechos ante este poder insaciable. Los autores de la
de ese modo están compelidos a producir, los privan de salud y reposo. Ved la Carta de un
poesía griega no se ocupan menos de los expletivos, aunque en diferente forma y volumen,
juez inglés-indostaní del 1o de septiembre de 1819, que tengo ante mí. No me tomaré un des-
que la legislación inglesa: en los primeros, son monosílabos; en los segundos, líneas enteras
quite tan cruel, debido a su honestidad como sería imprimir su nombre; en verdad, los Docu-
[Siendo además promulgados por la anteriormente mencionada autoridad, que - Siempre
mentos de la Cámara de los Comunes ya publicados no lo hacen muy necesario.
estipulados y por la presente, además promulgados y declarados, etcétera.]
Fiat justitia, ruat coelum, dice otra máxima tan llena de extravagancia como de armonía: Volvamos al principio de simpatía y antipatía, un término preferido debido a su impar-
que el cielo se destruya -así se haga justicia- ¿y qué significa la ruina de reinos en compara- cialidad, al principio de fantasía. La elección de un apelativo demasiado estrecho, según lo ya
ción con la ruina del cielo? Así, nuevamente, cuando el canciller prusiano, inspirado por la dicho, se debió a que no había en ese momento extendido mis puntos de vista sobre la rama
sabiduría de no sé qué sabio romano, proclamó en buen latín, para edificación de los oídos civil del derecho, sino sólo en la medida que la encontraba inseparablemente implícita en la
alemanes: Servitus servitutis non datur [Cod. Fred. tom. II, par. 2, liv. 2. tit. x § 6. p. 308], no penal. Pero cuando lleguemos a la rama anterior, veremos que el principio fantástico figura allí
era que hubiese concebido ninguna aversión al guardavida que, durante su mandato, deseara al menos tan fuertemente como el principio de simpatía y antipatía en el último.
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razón suficiente por sí misma, y desdeñando la necesidad de buscar un fun- ga poco; si no se odia en absoluto, no se castiga en absoluto. Los refinados
damento extrínseco. Esto en el terreno general de la moral y en el terreno sentimientos del alma no deben ser sobrecargados y tiranizados por los
particular de la política, midiendo el quantum (así como determinando el duros y severos dictados de la utilidad política.
fundamento) del castigo, por el grado de desaprobación. XIV. Los diversos sistemas que se han constituido respecto del criterio
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XII. Es manifiesto que éste es más bien un principio de palabra que una de bueno y malo pueden ser todos reducidos al principio de simpatía y anti-
realidad; no es por sí mismo un principio positivo sino más bien un térmi- patía. Una explicación puede servir para todos ellos. Todos ellos consisten
no empleado para significar la negación de todo principio. Lo que se espera en otros tantos ardides para evitar la obligación de apelar a ningún criterio
encontrar en un principio es algo que indica alguna consideración externa, externo, y para hacer que el lector acepte el sentimiento u opinión del
como medio de garantizar y guiar los sentimientos internos de aprobación autor como la razón misma. Las frases son distintas, pero el principio es el
y desaprobación; esta expectativa es sólo mal respondida por una proposi- mismo7.
ción que no hace nada más ni nada menos que esgrimir uno de esos princi- XV. Es obvio que los dictados de este principio a menudo coincidirán
con los de utilidad, aunque quizá sin tener esa intención. Posiblemente con
pios como fundamento y criterio por sí mismo.
más frecuencia que su no coincidencia; y por eso es que la justicia penal se
XIII. Al repasar el catálogo de las acciones humanas (dice un partida-
ejerce de la manera tolerable en que lo hace comúnmente hoy en día. ¿Pues
rio de este principio), a fin de determinar cuáles de ellas han de ser marca-
das con el sello de la desaprobación, sólo se necesita consultar los propios
7
sentimientos: todo lo que usted encuentra en sí mismo como propensión a Es bastante curioso observar la variedad de invenciones que han realizado los hom-
bres, y la variedad de frases que han formulado, a fin de ocultar al mundo y, de ser posible, a
condenar, es malo por esa misma razón. Por esa razón es también apto para sí mismos, esta muy general y por tanto muy perdonable autosuficiencia.
ser castigado. En qué proporción es opuesto a la utilidad, o si lo es en abso- 1. Un hombre dice poseer una cosa hecha a propósito para indicarle lo que está bien y
luto, es una cuestión que no hace diferencia. En la misma proporción es apto lo que está mal, y ella es llamada sentido moral; y luego se pone tranquilamente a trabajar
y dice: tal cosa está bien, y tal otra está mal. ¿Por qué? “porque mi sentido moral me dice
para el castigo. Si se odia mucho, se castiga mucho; si se odia poco, se casti- que es así”.
2. Otro hombre altera la frase, eliminando moral y sustituyéndola por común. Entonces
nos dice que su sentido común le enseña lo que está bien y lo que está mal, con tanta certe-
En los tiempos de lord Coke, apenas puede decirse que la luz de la utilidad hubiese bri- za como se lo decía al otro su sentido moral; queriendo decir por sentido común un sentido
llado hasta entonces en el rostro de la Common Law. Si un débil rayo de ella, con el nombre de cierta clase que, dice, es poseído por toda la humanidad. El sentido de aquellos cuyo sen-
de argumentum ab inconvenienti, se vislumbra en una lista de alrededor de veinte temas mos- tido no es el mismo que el del autor es dejado de lado como no valiendo la pena sostener-
trados por ese gran abogado como directivas coordinadas de ese perfectísimo sistema, la lo. Este ardid es mejor que el otro; porque como el sentido moral es algo nuevo, un hom-
admisión, así circunstanciada, es una prueba tan segura de descuido, como para las estatuas bre puede buscarlo por un buen tiempo sin lograr encontrarlo, mientras que el sentido
de Bruto y Casio la exclusión era motivo de atención. No está ni en el frente ni al fondo, ni común es tan viejo como la creación y no hay ningún hombre que no se sentiría avergon-
en ningún puesto de honor, sino amontonado hacia el centro, sin la más mínima marca de zado si se pensara que no tiene tanto como sus vecinos. Tiene otra gran ventaja: que apa-
preferencia. Y no es este inconveniente latino de ninguna manera como el inglés. Se lo dis- rentando compartir el poder, disminuye la envidia; pues cuando un hombre se pone firme
tingue de la malicia, y dado que el vulgo lo considera como algo menos malo, los sabios lo para anatematizar a aquellos que difieren de él, no es por un sic voleo sic jubeo, sino por un
estiman como algo peor. La ley prefiere la malicia a la inconveniencia, dice una admirada velitis jubeatis.
máxima, y más admirada aún, porque como no expresa nada, más lo no expresado se supo- 3. Otro hombre viene y dice que en cuanto a un sentido moral, no logra encontrar que
ne sobreentendido. él tenga semejante cosa; que sin embargo tiene un entendimiento que servirá igualmente
No es que haya ninguna oposición confesa, ni mucho menos constante, entre la; pres- bien. Este entendimiento, dice, es el criterio del bien y del mal; le indica cuándo se trata de
cripciones de la utilidad y las operaciones del derecho común: hemos visto que una constan- uno o de otro. Todos los hombres buenos y sabios entienden como él; si los entendimien-
cia semejante es excesiva, hasta para el fervor ascético [Supra, par. X]. De tiempo en tiempo el tos de otros hombres difieren del suyo en algún punto, tanto peor para ellos; es un signo
instinto los arrastraría inevitablemente a los caminos de la razón: un instinto que, por más que seguro de que son, o bien defectuosos, o corruptos.
pueda ser restringido, nunca será eliminado por la educación. Las telarañas devanadas de los 4. Otro hombre dice que hay una Regla del Bien eterna e inmutable; que esa regla le
materiales reunidos por “la competencia de analogías opuestas”, nunca puede dejar de tor- dicta tal y cual cosa, y entonces empieza a trasmitirle sus opiniones sobre cualquier cosa
cerse por la silenciosa atracción del principio racional; aunque lo hubiera sido, como una que ocupa el primer lugar, y estas opiniones (debe darse por sentado) son otras tantas ramas
aguja por un imán, sin la legalidad de la conciencia. de la eterna regla del bien.
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qué más natural o mayor fundamento de odio hacia una práctica puede un hombre sufre, no siempre sabe por qué. Un hombre puede sufrir peno-
existir que el perjuicio que ella causa? Aquello que expone a todos los samente, por ejemplo, por un nuevo impuesto, sin ser capaz de atribuir la
hombres a algún sufrimiento es lo que todos estarán dispuestos a odiar. causa de su sufrimiento a la injusticia de un vecino, que ha eludido el pago
Está lejos, sin embargo, de ser un fundamento constante, porque cuando de uno anterior.
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5. Otro hombre, o tal vez el mismo (eso no importa) dice que hay ciertas prácticas mento para el despotismo, si no para el despotismo en la práctica, para una disposición a él,
compatibles y otras incompatibles con la Conveniencia de las Cosas; y luego, cuando tiene que tiende sobremanera, cuando se presentan la oportunidad y el poder, a mostrarse en la
tiempo, le dice qué prácticas son compatibles y cuáles incompatibles, según le agrade o le práctica. La consecuencia es que, con intenciones muy comúnmente de la clase más pura, un
desagrade una práctica. hombre se convierte en un tormento para sí mismo o para sus semejantes. Si es de tendencia
6. Una gran cantidad de gente habla continuamente de la Ley de Naturaleza, y luego melancólica, se sienta con dolor silencioso, lamentando su ceguera y depravación; si es del
continúan trasmitiéndole sus opiniones acerca de lo que está bien y lo que está mal; y usted tipo irascible, declama con furia y virulencia contra todos los que difieren de él, encendien-
debe entender que son otros tantos capítulos y secciones de la Ley de Naturaleza. do la hoguera del fanatismo y calificando con el cargo de corrupción e insinceridad a todo
7. En lugar de la expresión Ley de Naturaleza, usted tropieza a veces con la Ley de hombre que no piensa como él, o dice que piensa de otro modo.
Razón, la Recta Razón, la Justicia Natural, la Equidad Natural, el Buen Orden. Cualquiera Si acontece que semejante hombre posea las ventajas del estilo, su libro puede hacer con-
de ellas servirá igualmente bien. La última es la más empleada en política. Las tres últimas son siderable daño antes de que se comprenda su vacuidad.
mucho más tolerables que las otras, porque no pretenden explícitamente ser otra cosa que Es más frecuente ver que estos principios, si cabe llamarlos así, se apliquen a la moral
frases; insisten, aunque débilmente, que han de ser consideradas por sí mismas como otros que a la política, pero su influencia se extiende a ambos. En política, así como en moral, un
tantos criterios positivos, y parecen conformes con que se las tome ocasionalmente por fra- hombre estará por lo menos igualmente satisfecho de tener un pretexto para decidir cual-
ses que expresan el acuerdo de la cosa en cuestión con el criterio adecuado, cualquiera que quier cuestión de la manera que mejor le plazca, sin la molestia de informarse. Si un hom-
éste sea. En la mayoría de las ocasiones, sin embargo, será preferible decir utilidad: utilidad bre es un juez infalible sobre lo que está bien y mal en las acciones de individuos privados
resulta más claro por referirse más explícitamente al placer y al dolor. ¿por qué no lo sería respecto de las medidas que deben observar los hombres públicos en la
8. Hay un filósofo que dice que no hay ningún daño en el mundo, excepto decir una dirección de esas acciones? En consecuencia (para no mencionar otras quimeras) he visto
mentira, y que si, por ejemplo, usted fuera el asesino de su propio padre, ésta sería sólo una más de una vez cómo la pretendida ley de naturaleza es esgrimida en debates legislativos, en
forma particular de decir que no era su padre. Por supuesto, cuando este filósofo ve cual- oposición a los argumentos derivados del principio de utilidad.
quier cosa que no le gusta, dice que es una forma particular de decir una mentira. Es decir “¿Pero nunca, entonces, derivamos nuestras nociones de bien y mal de otras conside-
que el acto debe o puede llevarse a cabo, cuando, en verdad, no debe hacérselo. raciones excepto las de utilidad?” No lo sé ni me importa. Si una opinión moral puede ser
9. El más justo y abierto de todos ellos es esa clase de hombre que habla claramen- concebida originariamente a partir de otra fuente que el punto de vista de la utilidad, es una
te y dice: pertenezco al número de los Elegidos. Ahora bien, Dios mismo tiene cuidado de cuestión; si mediante el examen y la reflexión puede, de hecho, persistirse realmente en ella
informar a los Elegidos lo que está bien, y con tan buen resultado, que por mucho que se y justificarla con cualquier otro fundamento por una persona que reflexiona sobre ello, es
esfuercen, no pueden evitar no sólo saberlo sino practicarlo. Por tanto, si un hombre quiere otra cuestión; si puede con derecho ser debidamente justificada por una persona que se dirige
saber lo que está bien y lo que está mal, no tiene otra cosa que hacer que venir a mí. a la comunidad, es una tercera cuestión. Las dos primeras son cuestiones especulativas; no
Es sobre la base del principio de antipatía que ciertos actos son a menudo reprobados importa, hablando comparativamente, cómo se las decida. La última es una cuestión prácti-
por el motivo de no ser naturales: la práctica de exponer a los niños, establecida entre los grie- ca; su decisión es de tanta importancia como puede serlo la de cualquier otra.
gos y romanos, era una práctica no natural. Cuando no natural significa algo, significa infre- “Siento en mí (dices) una disposición a aprobar tal o cual acción desde el punto de vista
cuente; y en ese caso significa algo, aunque no tenga que ver con nuestro propósito actual. moral, pero no se debe a ninguna noción que tenga de que es útil para la comunidad. No
Aquí no significa nada, porque tal vez la mayor queja contra tales actos es su frecuencia. Por pretendo saber si es útil o no; puede ser, por lo que yo sé, perjudicial para ella.” “¿Pero es,
tanto no significa nada; nada, quiero decir, intrínseco al acto mismo. Todo lo que puede ser- entonces (digo yo) perjudicial? Examínela, y si puede tomar conciencia de que lo es, enton-
vir para expresar es la disposición de la persona que habla acerca de ello: la disposición a estar ces, si el deber tiene algún sentido, es decir, un sentido moral, es al menos su deber abste-
enojado al pensar en ello ¿amerita el enojo? Es muy probable que sí, pero si lo amerita o no nerse de ella; y más que eso, si está en su poder, y puede hacerlo sin demasiado sacrificio,
es una cuestión que, para ser bien respondida, sólo puede ser respondida sobre la base del debe esforzarse por evitarla. No lo disculpará el abrigar la noción de ella en su pecho y
principio de utilidad. darle el nombre de virtud.”
No natural es una palabra tan válida como sentido moral o sentido común, y sería un “Siento en mí (dice usted nuevamente) una disposición a detestar tal o cual acción desde
fundamento igualmente bueno para un sistema. Tal acto es no natural, es decir, incompati- un punto de vista moral, pero no en razón de que tenga noción alguna de que sea perjudicial
ble con la naturaleza, si no me agrada practicarlo y, en consecuencia, no lo practico. Es por para la comunidad. No pretendo saber si es perjudicial o no: puede ser, por lo que sé, una
tanto incompatible con lo que sería la naturaleza de todos los demás. La malicia común a noción útil.” “¿Puede (digo yo) ser realmente útil? Pero déjeme decirle, entonces, que a me-
todas estas maneras de pensar y argumentar (que, en verdad, como hemos visto, responden nos que el deber y el bien y el mal, sean exactamente lo que usted quiere que sean, si real-
al mismo método, envuelto en diferentes formas de lenguaje) es servir como pretexto y ali- mente no es dañina y alguien piensa ponerla en práctica, no es su deber sino que, por el con-
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XVI. El principio de simpatía y antipatía es más proclive a errar por exce- XVII. No obstante, no se carece de ejemplos en que este principio yerra
so de severidad. Está a favor de infligir un castigo en muchos casos en que éste por exceso de indulgencia. Un daño cercano y perceptible genera antipatía.
no es merecido y, en muchos casos en que lo es, está a favor de aplicar uno Otro remoto e imperceptible, aunque no menos real, no produce efecto.
mayor que el merecido. No hay ningún incidente imaginable, por trivial que Varios casos que lo prueban se presentarán en el curso de este trabajo9.
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sea y por lejos que esté de producir un daño, del cual este principio no pueda Rompería el orden de la exposición insertarlos aquí.
deducir un fundamento para el castigo. Cualquier diferencia de gustos, cual- XVIII. Puede causar asombro, tal vez, que en todo este tiempo no se
quier diferencia de opinión, sobre cualquier asunto de que se trate. No hay haya hecho mención del principio teológico, es decir, ese principio que decla-
ningún desacuerdo tan trivial, que la perseverancia o los altercados no tornen ra recurrir para el criterio de bien y mal, a la voluntad de Dios. Pero el caso
serio. Cada uno se convierte a los ojos del otro en un enemigo y, si la ley lo es que éste no es, de hecho, un principio distinto. No es ni más ni menos que
permite, en un criminal8. Ésta es una de las circunstancias que distinguen a la uno u otro de los principios arriba mencionados, con distinta forma. La vo-
raza humana (no por cierto con gran ventaja para ella) de las bestias. luntad de Dios aquí significada no puede ser su voluntad revelada, tal como
está contenida en las escrituras sagradas, porque ése es un sistema al que
mente no es dañina y alguien piensa ponerla en práctica, no es su deber sino que, por el con- nadie piensa en recurrir en estos tiempos para los detalles de la administra-
trario, estaría muy mal de su parte proponerse impedirla. Puede en su interior detestarla ción política; y aun antes de que pueda ser aplicado a la conducta privada, es
cuanto quiera; ésa puede ser una muy buena razón (a menos que también fuera útil) para que
usted mismo no la lleve a cabo; pero si se propone, de palabra u obra, hacer algo para impe- universalmente admitido, por los más eminentes teólogos de todos los cre-
dírselo a otro, o hacerlo sufrir por ello, es usted y no él quien ha actuado mal. Es su decisión dos, que necesita una interpretación considerablemente amplia. De otra
de condenar su conducta o motejarla con el nombre de vicio, lo que lo hará a él culpable y a manera: ¿Cuál es la utilidad de las obras de dichos teólogos? Y como guía de
usted inocente. Por tanto, si puede contentarse con que él piense de una manera y usted de
otra acerca de esa cuestión y continuar así, entonces está bien; pero si nada le vendrá bien
estas interpretaciones, se admite también que debe asumirse algún otro cri-
excepto que él y usted piensen lo mismo, le diré lo que debe hacer: le toca a usted obtener lo terio. La voluntad, entonces, a que nos referimos en esta ocasión, es la que
mejor de su antipatía, no a él someterse a ella.” puede llamarse voluntad presuntiva, es decir, aquella que se presume ser su
8
El rey Jacobo I de Inglaterra había concebido una violenta antipatía contra los Aria- voluntad debido al acuerdo de sus dictados con aquellos de algún otro prin-
nos, a dos de los cuales mandó quemar. [David Hume, Historia de Inglaterra, vol. 6.] Se
procuró a sí mismo esta satisfacción sin gran dificultad, porque las ideas de la época eran cipio. ¿Cuál puede, entonces, ser ese otro principio? Debe ser uno u otro de
favorables a ello. Escribió un virulento libro contra Vorstius por ser lo que se llamaba un los tres mencionados arriba, porque, según hemos visto, no puede existir
Arminiano, porque Vorstius estaba a cierta distancia. También escribió un libro furioso lla- ningún otro. Es evidente, por tanto, que dejando afuera la revelación, no
mado Un anatema contra el tabaco, contra el uso de esa droga, que había introducido re-
cientemente sir Walter Raleigh. Si las ideas de la época hubieran cooperado con él, habría
puede arrojarse ninguna luz sobre los criterios de bien y mal, por cosa algu-
quemado al Anabaptista y al fumador de tabaco en la misma hoguera. No obstante, tuvo la na que pueda decirse sobre el asunto que sea la voluntad de Dios. Podemos
satisfacción de condenar a muerte a Raleigh más adelante, aunque por otro crimen. por cierto estar perfectamente seguros de que todo lo que es bueno está de
Las disputas respecto de la comparativa excelencia de la música francesa e italiana ha-
bían provocado muchos altercados en París. Una de las partes [dice Mr. D'Alambert (Me-
acuerdo con la voluntad de Dios. Pero tan alejado está ello de cumplir el
langes essai sur la liberté de la musique)], no habría lamentado involucrar al gobierno en la propósito de indicarnos lo que está bien, que es necesario primero saber si
disputa. Se buscaban pretextos y se presionaba con ellos. Mucho antes de eso, una disputa una cosa es buena, a fin de saber, a partir de ella, si está de acuerdo con la
de naturaleza semejante y por lo menos el mismo calor, se había encendido en Londres sobre
los méritos comparativos de dos compositores londinenses. Los disturbios provocados por
voluntad de Dios10.
los que aprueban o desaprueban una nueva obra teatral, no son poco frecuentes hoy en día.
9
El fundamento de la pelea entre los indios grandes y los indios pequeños en la fábula no era Véase el cap. XVI [División], par. 42, 44.
10
más frívolo que muchos de los que han asolado al imperio. Se dice que en Rusia hubo una El principio de la teología refiere todo al placer de Dios. ¿Pero cuál es el placer de Dios?
época en que miles de personas perdieron la vida en una contienda, en la que el gobierno Dios, actualmente, por propia confesión, no nos habla ni escribe. ¿Cómo, pues, hemos de
había tomado parte, acerca del número de dedos que debían usarse para hacer la señal de la saber cuál es su gusto? Observando cuál es el nuestro y atribuyéndoselo a Él. Según esto, lo
cruz. Eso fue en tiempos pasados. Los ministros de Catalina II han sido mejor instruidos que se llama placer de Dios es y debe ser necesariamente (dejando a un lado la revelación) ni
[Instruct, art. 474, 475,476], para que tomen parte en tales disputas, excepto para impedir que más ni menos que el placer positivo de la persona, sea quien sea, que afirma lo que cree, o pre-
las partes se hagan daño unas a otras. tende creer, que es el placer de Dios. ¿Cómo sabéis que complace a Dios que nos abstengamos
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XIX. Hay dos cosas que son muy fáciles de confundir, pero que nos im-
porta distinguir claramente: el motivo o causa que, al actuar sobre la mente
de un individuo, produce alguna acción, y el fundamento que garantiza un
legislador u otro testigo, al contemplar ese acto con aprobación. Cuando el
acto, en el caso particular en cuestión, produce efectos que aprobamos, más
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aún si observamos que el mismo motivo puede a menudo provocar, en otros


casos, efectos similares, tendemos a transferir nuestra aprobación al motivo
mismo, y a asumir, como fundamento justo de la aprobación que otorgamos CAPÍTULO III
al acto, la circunstancia de que tiene su origen en ese motivo. Es de este mo- De las cuatro sanciones
do que el sentimiento de antipatía ha sido a menudo considerado como un o fuentes de dolor y placer
fundamento justo para actuar. La antipatía, por ejemplo, en tal o cual caso,
es la causa de una acción que produce buenos resultados, pero eso no la con-
vierte en un buen fundamento para actuar en ese caso, como tampoco en
cualquier otro. Más aún, no sólo los resultados son buenos, sino que el agen-
te ve de antemano que lo serán. Esto hace de la acción una acción perfecta- I. Se ha mostrado que la felicidad de los individuos de los que se compone
mente buena, pero no hace de la antipatía un buen fundamento para actuar. una comunidad, o sea su placer y seguridad, es el único fin que el legislador
Tampoco, en consecuencia, puede serlo el resentimiento, que, como se verá debe tener en cuenta, el único criterio de acuerdo con el cual cada individuo
más adelante, es una mera modificación de la antipatía. El único buen funda- debe, en cuanto depende del legislador, ser obligado a conformar su con-
mento de la acción, el único que puede subsistir, es, después de todo, la con- ducta. Pero si lo que debe hacerse es esto o alguna otra cosa, no hay nada por
sideración de la utilidad que, si es un correcto principio de acción y de apro- lo cual el individuo puede en última instancia ser obligado a hacer, excepto
bación en algún caso, lo es en todos los demás. Muchos otros principios, o el dolor o el placer. Habiendo adoptado un punto de vista general de estos
sea, otros motivos, pueden ser las razones por las cuales tal o cual acto ha dos magnos objetos (es decir, el placer, y lo que viene a ser lo mismo, inmu-
sido ejecutado, es decir, las razones o causas de su ejecución; pero sólo ésta nidad frente al dolor), caracterizándolos como causas finales, será necesario
puede ser la razón por la que podría o debería haber sido realizado. La anti- considerar al dolor y al placer en sí mismos, en su carácter de causas eficien-
patía o el resentimiento requieren siempre ser regulados, para impedir que tes o medios.
causen daños. ¿Ser regulados por qué? Siempre por el principio de utilidad. II. Hay cuatro fuentes distinguibles de las cuales surgen habitualmente
El principio de utilidad no requiere ni admite ningún otro regulador que él el placer y el dolor; consideradas por separado, pueden ser llamadas físicas,
mismo. políticas, morales y religiosas; y en la medida en que los placeres y dolores
correspondientes a cada una de ellas son capaces de otorgar una fuerza obli-
gatoria a cualquier ley o regla de conducta, pueden ser llamadas sanciones11.

11
Sanctio, en latín, era usado para significar el acto de obligar, y por una transición gra-
de tal o cual acto? ¿Cómo llegáis siquiera a suponerlo? “Porque imagino que realizarlo sería matical común, cualquier cosa que sirva para obligar a un hombre, es decir, a la observancia
perjudicial, en general, para la felicidad de la humanidad”, dice el partidario del principio de de tal o cual forma de conducta. Según un gramático latino (Servius), el sentido de la palabra
utilidad. “Porque su realización se da acompañada de una satisfacción grosera y sensual o, al se deriva por medio de un proceso algo rebuscado (tal como son comúnmente, y en gran
menos, trivial y pasajera”, dice el partidario del principio de ascetismo. “Porque detesto pen- medida, por cierto, deben ser, aquellos por los cuales las ideas intelectuales se derivan de datos
sarlo y no puedo, ni debería ser obligado a decir por qué”, dice el que actúa de acuerdo con el sensibles) como de la palabra sanguis, se deriva sangre; porque entre los romanos, con vistas
principio de antipatía. Con las palabras de uno u otro de éstos, debe esa persona responder a inculcar en la gente la persuasión de que tal o tal conducta se haría obligatoria para un hom-
(dejando de lado la revelación), si declara sostener como criterio la voluntad de Dios. bre por la fuerza de lo que llamo sanción religiosa (es decir, que se le infligirían sufrimientos
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III. Si el placer o el dolor se producen o se espera que lo hagan en la vida tes pueden surgir todos los placeres o dolores de que ella es susceptible du-
presente y en el curso ordinario de la naturaleza, no intencionalmente modi- rante la vida. Respecto de éstos, pues (únicos que nos conciernen en este
ficados por interposición de la voluntad de ningún ser humano, ni por la lugar), aquellos que corresponden a cualquiera de estas sanciones no difieren,
interposición extraordinaria de ningún ser superior invisible, puede decirse en última instancia, en especie, de aquellos que corresponden a cualquiera de
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que pertenece a la sanción física o surge de ella. las otras tres. La única diferencia entre ellos reside en las circunstancias que
IV. Si por mano de una persona particular o un grupo de personas de acompañan su producción. Un sufrimiento que afecta a un hombre en el
la comunidad, que con nombres correspondientes al de juez, son elegidos curso natural y espontáneo de los cosas, será llamado, por ejemplo, una
con el fin particular de dispensarla, de acuerdo con la voluntad del sobera- calamidad; en cuyo caso, si se supone que le acaece por su propia impru-
no o poder gobernante supremo del país, puede decirse que surge de la dencia, puede ser considerado un castigo que se origina en la sanción física.
sanción política. Ahora bien, si este mismo sufrimiento es infligido por la ley, será llamado
V. Si por mano de tales personas fortuitas de la comunidad, con las que comúnmente castigo; si se debe a la carencia de toda ayuda amistosa, la que
la parte en cuestión puede tener intereses en común durante el curso de su se le ha negado por la mala conducta, real o supuesta, de la víctima, se con-
vida, de acuerdo con la disposición espontánea de cada hombre, y no de siderará como procedente de una sanción moral; si procede de la interpo-
acuerdo con una regla acordada o establecida, puede decirse que surge de la sición inmediata de una providencia particular, se atribuirá a la sanción
sanción moral o popular”. religiosa.
VI. Si por la mano inmediata de un ser supremo e invisible, ya sea en IX. Supongamos que los bienes de un hombre, o su propia persona, son
la vida presente o en una futura, puede decirse que surge de la sanción re- consumidos por el fuego. Si esto le sucedió por lo que se llama un acciden-
ligiosa. te, ha sido una calamidad; si es en razón de su propia imprudencia (por ejem-
VII. Los placeres o dolores que cabe esperar que surjan de las sancio- plo, por el descuido de no apagar su vela) puede ser considerado un castigo
nes físicas, políticas o morales, debe esperarse que sean experimentados, si de sanción física; si le sucedió por una sentencia del magistrado político, un
ello sucede alguna vez, en la vida presente; aquellos que cabe esperar que castigo procedente de la sanción política, es decir, lo que comúnmente se
surjan de la sanción religiosa, puede esperarse que sean experimentados en llama castigo; si por falta del auxilio de su vecino que éste le rehusó en razón
la vida presente o en una futura. de su desagrado por su carácter moral, se trata de un castigo de sanción
VIII. Aquellos que pueden ser experimentados en la vida presente no moral; si por algún acto de displacer de Dios, manifestado a causa de algún
pueden, por supuesto, ser otros que aquellos de que son susceptible a la na- pecado cometido por él, o por una distracción mental ocasionada por temor
turaleza humana en el curso de la vida presente, y de cada una de estas fuen- de dicho displacer, un castigo de sanción religiosa13.
X. En cuanto a los placeres y dolores debidos a la sanción religiosa res-
por la interposición extraordinaria de algún ser superior si no observaba la forma de conducta pecto de una vida futura, no podemos saber de qué clase serán. No están
en cuestión) los sacerdotes inventaban ciertas ceremonias, en el curso de las cuales se em-
pleaba sangre de la víctima.
disponibles a nuestra observación. Durante la vida presente son sólo cues-
Una Sanción es, pues, una fuente de poderes o motivos obligatorios, o sea de dolores y tión de expectativa; y si esa expectativa se deriva de la religión natural o reve-
placeres, que según se vinculan con determinadas formas de conducta, actúan, y son cierta- lada, no podemos tener idea de la clase particular de placer o dolor de que se
mente las únicas cosas que pueden actuar como motivos. (Véase cap. X: [Motivos]).
12
Mejor llamada popular, como más directamente indicativa de su causa constitu-
trata; y si difiere de todos aquellos que se ofrecen a nuestra observación, no
yente, así como también por su relación con la frase más común opinión pública, en fran-
13
cés opinion publique, el nombre por estos últimos dado a ese poder tutelar del cual tanto Un sufrimiento que se concibe como sobreviniéndole a un hombre por un acto inme-
se habla últimamente, y por el cual tanto se hace. Esta última apelación es sin embargo poco diato de Dios, como el mencionado, es llamado a menudo, en aras de la brevedad, un juicio,
feliz e inexpresiva, puesto que si la opinión es importante, es sólo en virtud de la influencia en lugar de decir que el sufrimiento infligido es consecuencia de un juicio especial de la
que ejerce sobre la acción, por medio de los afectos y la voluntad. Deidad y la resolución fundada en El.
34 / JEREMY BENTHAM
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podemos tener de ella idea alguna. La mejor idea que podemos tener de tales
dolores y placeres no nos aclara nada respecto de su cualidad. En qué otros
respectos pueden ser aclaradas nuestras ideas de las de ellos, será considera-
do en otro lugar14.
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XI. De estas cuatro sanciones, podemos observar que la física es entera-


mente el fundamento de la política y la moral; asimismo lo es de la religiosa,
en la medida en que ésta guarda relación con la vida presente. Está incluida
en cada una de esas otras tres. Ésta puede actuar, de todos modos (es decir
cualquiera de los placeres o dolores que le corresponden puede actuar), in- CAPÍTULO IV
dependientemente de ellos; pero ninguno de ellos puede actuar excepto por Cómo medir el valor
su intermedio. En una palabra, los poderes de la naturaleza pueden actuar
por sí mismos; pero ni el magistrado, ni los hombres en general pueden de una cantidad de placer o dolor
actuar, ni se supone que en el caso en cuestión sea Dios quien actúa, excep-
to por medio de los poderes de la naturaleza.
XII. Para estos cuatro objetos, que en su naturaleza tienen tanto en
común, pareció útil encontrar un nombre en común. En primer lugar,
pareció útil por la conveniencia de dar un nombre a ciertos placeres y do- I. Los placeres, entonces, y la evitación de los dolores, son los fines que el
lores, para los cuales un nombre de igual característica podía a duras penas legislador tiene en cuenta; le incumbe, por tanto, comprender su valor. Los
placeres y dolores son los instrumentos con que tiene que trabajar; le incum-
haberse encontrado de otra manera; en segundo lugar, a fin de apuntalar la
be, por bulto, entender su fuerza, lo que nuevamente, en otras palabras, es
eficacia de ciertas fuerzas morales, cuya influencia se tiende a no tener sufi-
su valor.
cientemente en cuenta. ¿Ejerce la sanción política una influencia sobre la
II. A una persona, considerada por sí misma, el valor de un placer o
conducta de la humanidad? También lo hacen la sanción moral y la religio-
dolor considerados por sí mismo, serán mayores o menores de acuerdo con
sa. En cada paso de su carrera, los actos del magistrado pueden ser ayuda-
las cuatro circunstancias siguientes15:
dos o impedidos por estos dos poderes ajenos, de los cuales, uno u otro de
ellos, o ambos, serán seguramente sus rivales o sus aliados. ¿Le sucede a ve- 1. Su intensidad.
ces dejarlos fuera de sus cálculos? En ese caso, casi seguramente encontrará 2. Su duración.
errores en el resultado. De todo esto encontraremos abundantes pruebas en
15
la continuación de este trabajo. Por tanto, le incumbe tenerlos constante- Estas circunstancias han sido denominadas desde entonces elementos o dimensiones
del valor de un placer o un dolor.
mente ante su vista, y con el nombre que muestre la relación que guardan No mucho después de la publicación de la primera edición, los siguientes versos mne-
con sus propios fines e intenciones. mónicos fueron compuestos, con vistas a guardar en la memoria más efectivamente estos
puntos, sobre los cuales puede observarse que se apoya toda la estructura de la moral y la
legislación:
Intensos, largos, ciertos, veloces, fructíferos, puros...
Perduran tales signos en los placeres y dolores.
Buscad esos placeres si vuestro fin es privado;
Dejadlos extenderse si es público el fin.
Tales dolores evitad, cualquiera sea vuestra opinión;
14
Véase el cap. XIII [Casos no suceptibles], par. 2. nota. Si deben sobrevenir dolores, haced que se extiendan a pocos.
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3. Su certeza o incerteza. cuyos intereses parecen ser más inmediatamente afectados por él, y haga un
4. Su proximidad o su distancia. cómputo:
III. Éstas son las circunstancias que han de ser consideradas al estimar 1.Del valor de cada placer distinguible que parece ser producido por
un placer o un dolor tomados cada uno por sí mismo. Pero cuando el valor él en la primera instancia.
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de cualquier placer o dolor es considerado con vistas a estimar la tenden- 2.Del valor de cada dolor que parece ser producido por él en la
cia de cualquier acto por el cual es producido, deben tomarse en cuenta otras primera instancia.
dos circunstancias. Ellas son: 3.Del valor de cada placer que parece ser producido por él después
5. Su fecundidad, o sea la posibilidad que tiene de ser seguida por de la primera. Esto constituye la fecundidad del primer placer y
sensaciones de la misma clase; es decir, placeres si es un placer; la impureza del primer dolor.
dolores, si es un dolor. 4.Del valor de cada dolor que parece ser producido por él después
6. Su pureza, o la posibilidad que tiene de no ser seguida por sensa- del primero. Esto constituye la fecundidad del primer dolor y la
ciones de la clase opuesta, es decir, dolores si se trata de un placer; impureza del primer placer.
placeres, si se trata de un dolor. 5.Sume todos los valores de todos los placeres por un lado, y los
de todos los dolores por el otro. El balance, si está del lado del
Estas dos últimas, sin embargo, apenas si deben ser consideradas, estric- placer, le dará la buena tendencia del acto en general con respec-
tamente hablando, propiedades del placer o del dolor mismos; no deben ser, to a los intereses de esa persona individual; si del lado del dolor,
por tanto, estrictamente hablando, consideradas en la estimación del valor de su mala tendencia en general.
ese placer o ese dolor. Deben ser consideradas, estrictamente hablando, pro- 6.Haga una cuenta del número de personas cuyos intereses parecen
piedades sólo del acto u otro hecho, por el cual tal placer o dolor ha sido estar en juego, y repita el mismo proceso con respecto a cada una.
producido, y en consecuencia, sólo deben ser tenidas en cuenta respecto de Adicione los números que expresan los grados de tendencia buena
la tendencia de tal acto o hecho. que tiene el acto, en relación con cada individuo respecto del cual
IV. A un cierto número de personas, con referencia a cada una de las cua- la tendencia es buena en general; haga esto nuevamente en relación
les es considerado el valor de un placer o un dolor, éstos serán mayores o a cada individuo respecto del cual la tendencia es mala en general.
menores, de acuerdo con siete circunstancias, es decir, las seis precedentes: Haga el balance: si se inclina del lado del placer, mostrará la buena
1. Su intensidad. tendencia general del acto respecto del número total de la comuni-
2. Su duración. dad o individuos a quienes concierne. Si se inclina del lado del dolor,
3. Su certeza o incerteza. la mala tendencia general con respecto a la misma comunidad.
4. Su proximidad o distancia. VI. No debe esperarse que este proceso sea estrictamente realizado
5. Su fecundidad. previamente con respecto a cada juicio moral o a toda operación legislati-
6. Su pureza. va o judicial. Puede, sin embargo, ser tenido en cuenta; y cuanto más se
Y otra más, o sea: aproxime a él en estas ocasiones el proceso realmente desarrollado, tanto
7. Su alcance, es decir, el número de personas a quienes se extiende, más tal proceso se aproximará a la exactitud.
o, en otras palabras, que son afectadas por ella. VII. El mismo proceso es igualmente aplicable al placer y al dolor, sea
V. Por tanto, para hacer un cálculo exacto de la tendencia general de cual fuere la forma en que se presenten, y cualquiera sea la denominación
cualquier acto, por el cual son afectados los intereses de la comunidad, pro- por la cual se los distinga: al placer, cuando se lo llama bien (que es propia-
ceda de la siguiente manera: Comience por cualquier persona entre aquellas mente la causa o instrumento del placer) o provecho (que es el placer remo-
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to, o la causa o instrumento del placer remoto), o conveniencia, o ventaja, o


beneficio, o emolumento, o felicidad, etc.; igualmente es aplicable al dolor, ya
sea que se lo llame mal (que corresponde a bien) o perjuicio, o inconvenien-
te, o desventaja, o infelicidad, etcétera
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VIII. Tampoco es ésta una teoría nueva e injustificada, como tampoco


inútil. En todo esto no hay nada más que aquello a lo se adapta perfecta-
mente la práctica de la humanidad, dondequiera que ésta tenga una visión
clara de su propio interés. ¿Por qué razón es valioso, por ejemplo, un obje- CAPÍTULO V
to que poseemos, la propiedad de la tierra? A causa de los placeres de toda
clase que le permiten obtener a un hombre, y lo que viene a ser lo mismo,
Las distintas clases
los dolores de toda clase que le permiten evitar. Pero todos comprenden de placeres y dolores
que el valor de tal objeto de propiedad aumenta o disminuye, de acuerdo
a la mucha o poca duración del tiempo en que un hombre lo posee, o de la
certeza o incertidumbre acerca del tiempo en que obtendrá su posesión, en
caso de que lo logre. En cuanto a la intensidad de los placeres que un hom-
bre pueda derivar de dicho objeto, nunca se piensa en ello, porque depende
I. Habiendo presentado lo que corresponde por igual a toda clase de pla-
del uso que cada persona particular pueda llegar a hacer de él, lo que no
ceres y dolores, pasamos ahora a ocuparnos de las distintas clases de ellos,
puede calcularse hasta que estén a la vista los placeres particulares que pueda
refiriéndonos a cada uno en particular. Los placeres y dolores pueden ser
obtener de él, o los dolores particulares que pueda lograr evitar por medio
llamados, mediante un término general, percepciones interesantes. Dichas
de él. Por la misma razón, aquélla nunca piensa en infecundidad o pureza de
percepciones son, o bien simples, o bien compuestas. Las simples son las
esos placeres.
no susceptibles de ulterior división; las complejas son las susceptibles de
Es suficiente con lo dicho acerca del placer y el dolor, la felicidad y la
dividirse en varias simples. Una percepción interesante compleja puede, en
infelicidad en general. Pasamos ahora a considerar las diversas clases par-
consecuencia, estar compuesta de:
ticulares de dolores y placeres.
1. Sólo de placeres,
2. sólo de dolores, o bien,
3. de un placer o varios, y de un dolor o conjunto de dolores.
Lo que determina que un grupo de placeres, por ejemplo, sea conside-
rado como un placer complejo, más bien que como diversos placeres sim-
ples, es la naturaleza de la causa que los excita. Es probable que cuando
cualesquiera placeres son excitados al mismo tiempo por la acción de la
misma causa, sean considerados como constituyendo en conjunto un único
placer.
II. Los varios placeres simples de que es susceptible la naturaleza hu-
mana parecen ser los siguientes:
1. Los placeres de los sentidos.
2. Los placeres de la riqueza.
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3. Los placeres de la destreza. 1. Los placeres del gusto o del paladar, incluyendo cualesquiera
4. Los placeres de la concordia. placeres que se experimentan al satisfacer los apetitos del ham-
5. Los placeres de un buen nombre. bre y la sed.
6. Los placeres del poder. 2. El de la embriaguez.
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7. Los placeres de la piedad. 3. Los placeres del órgano olfativo.


8. Los placeres de la benevolencia. 4. Los placeres del tacto.
9. Los placeres de la malevolencia. 5. Los placeres simples del oído, independientemente de la aso-
10. Los placeres de la memoria. ciación.
11. Los placeres de la imaginación. 6. Los placeres simples de la vista, independientemente de la aso-
12. Los placeres de la expectativa. ciación.
13. Los placeres dependientes de la asociación. 7. El placer del sentido sexual.
14. Los placeres del consuelo. 8. El placer de la salud, o el sentimiento placentero interno o fluir
de los espíritus (como se lo llama), que acompaña un estado de
III. Los diversos dolores simples parecen ser los siguientes:
plena salud y vigor, especialmente en momentos de ejercicio
1. Los dolores de la privación. corporal moderado.
2. Los dolores de los sentidos. 9. El placer de la novedad, o sea los placeres derivados de la grati-
3. Los dolores de la torpeza. ficación del apetito de la curiosidad, por la exposición de obje-
4. Los dolores de la enemistad. tos nuevos a cualquiera de los sentidos 17.
5. Los dolores de un mal nombre.
V. 2. Por placeres de la riqueza puede quererse decir aquellos placeres
6. Los dolores de la piedad. que tienden a derivar de la conciencia de la posesión de cualquier artículo o
7. Los dolores de la benevolencia. artículos incluidos en la lista de instrumentos de goce o seguridad, y más
8. Los dolores de la malevolencia. particularmente en el momento de adquirirlos, en el cual el placer puede ser
9. Los dolores de la memoria. llamado placer de ganancia o de adquisición; en otros momentos, placer de
10. Los dolores de la imaginación. posesión.
11. Los dolores de la expectativa. 3. Los placeres de la destreza, ejercida sobre objetos particulares, son
12. Los dolores dependientes de la asociación”. aquellos que acompañan la aplicación de instrumentos particulares de frui-
IV. 1. Los placeres de los sentidos parecen ser los siguientes: ción a sus usos, y que no pueden ser aplicados sin una mayor o menor
medida de dificultad o esfuerzo18.
VI. 4. Los placeres de la concordia, o autorrecomendación, son los pla-
16
El catálogo aquí presentado es lo que parecía ser una lista completa de los diversos
ceres que pueden acompañar la persuasión de un hombre de que está ad-
placeres y dolores simples de los cuales es susceptible la humanidad, de modo que, si en cual- quiriendo o posee la buena voluntad de tal persona determinada o de per-
quier ocasión un hombre siente placer o dolor, se lo puede remitir a una u otra de estas cla-
ses en forma inmediata, o reducido a ellas por análisis. Quizás habría sido satisfactorio para 17
Hay también placeres de la novedad excitados por la aparición de nuevas ideas: éstos
el lector haber encontrado una exposición analítica del tema, de acuerdo con un plan exhaus- son placeres de la imaginación. Véase infra XIII.
tivo, con el fin de demostrar que el catálogo es lo que pretende ser, es decir, completo. El 18
Por ejemplo, el placer de ser capaz de gratificar el sentido del oído, cantando o tocan-
catálogo es, de hecho, el resultado de tal análisis que, no obstante, pensé que era mejor des- do cualquier instrumento musical. El placer obtenido de esta manera se sobreagrega y es per-
cartar por el momento, por ser de una estructura demasiado metafísica, y no estrictamente fectamente distinguible del que un hombre goza oyendo al oír a otra persona ejecutando de
dentro de los límites de esta finalidad. Véase el cap. XIII [Casos no adecuados], par. 2. Nota. la misma manera.
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sonas en particular; o, como se dice corrientemente, de que está en buenos 1. Seres humanos.
términos con él o ellos, y como fruto de esto, que está en vías de obtener 2. Otros animales.
el beneficio de sus servicios gratuitos y espontáneos. Éstos pueden ser llamados los placeres de la mala voluntad, los place-
VII: 5. Los placeres de poseer un buen nombre son los placeres que res del apetito irascible, los placeres de la antipatía, o los placeres de los
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acompañan la convicción de un hombre de que está adquiriendo o posee la afectos malévolos o antisociales.
buena voluntad del mundo que lo rodea, es decir, de aquellos miembros de XII. 10. Los placeres de la memoria son los placeres que, después de
la sociedad con los que es probable que tenga intereses en común; y como haber gozado de tales y tales placeres, o aun en algún caso, habiendo sufri-
medio para ello, su amor o su estima, o ambos; y como fruto de ello, estar do tales y tales dolores, un hombre los experimentará, de tanto en cuanto, al
en vías de tener el beneficio de sus servicios espontáneos y gratuitos. Estos recordarlos exactamente en el orden y las circunstancias en que fueron real-
pueden asimismo ser llamados los placeres de una buena reputación, los pla- mente gozados o sufridos. Estos placeres derivados pueden, por supuesto,
ceres del honor, o los placeres de la sanción moral19. ser distinguidos en tantas especies como hay de percepciones originales, de
VIII. 6. Los placeres del poder son los placeres que acompañan la con- las cuales pueden ser copiados. También pueden ser llamados placeres de
vicción de un hombre de que está en condición de disponer a la gente, por simple recuerdo.
medio de sus esperanzas y temores, a otorgarle el beneficio de sus servicios; XIII. 11. Los placeres de la imaginación son los placeres que pueden de-
es decir, por la esperanza de algún servicio o por el temor de un perjuicio que rivarse de placeres tales como pueden ser sugeridos por la memoria, pero en
él puede estar en vía de presentarles. distinto orden y acompañados por diferentes grupos de circunstancias. Éstas
IX. 7. Los placeres de la piedad son los placeres que acompañan la creen- pueden, en consecuencia, referirse a cualquiera de los tres puntos cardinales
cia de un hombre de que está en vías de adquirir o está en posesión de la del tiempo: presente, pasado o futuro. Es evidente que admiten tantas dis-
buena voluntad a favor del Ser Supremo; y como fruto de ello, de estar en tinciones como los de la clase anterior.
vías de gozar de los placeres recibidos por disposición especial de Dios, ya XIV. 12. Los placeres de la expectativa son los placeres que resultan de
sea en esta vida o en una vida por venir. la contemplación de cualquier clase de placeres, referidos al futuro y acom-
Éstos pueden ser llamados también los placeres de la religión, los place- pañados de un sentimiento de creencia. También admiten las mismas dis-
res de una disposición religiosa, o los placeres de la sanción religiosa20. tinciones21.
X. 8. Los placeres de la benevolencia son los placeres que resultan de la XV. 13. Los placeres de la asociación son los que ciertos objetos e in-
contemplación de cualesquiera placeres, que se supone son gozados por los cidentes pueden llegar a proporcionar, no por sí mismos, sino en virtud de
seres que pueden ser objeto de benevolencia, es decir, los seres sensitivos alguna asociación que han contraído en su mente con ciertos objetos o inci-
conocidos por nosotros, entre lo que comúnmente se incluyen: dentes que son en sí mismos placenteros. Tal es el caso, por ejemplo, con el
1. El Ser Supremo. placer de la habilidad, cuando es proporcionado por un conjunto de inci-
2. Los seres humanos. dentes tales como los que constituyen el juego de ajedrez. Éste deriva su cua-
3. Otros animales. lidad placentera de su asociación, en parte con los placeres de la destreza, que
Éstos pueden ser también llamados placeres de la buena voluntad, pla- se ejerce en la producción de incidentes en sí mismos placenteros, y en parte
ceres de la simpatía, o placeres de los efectos benévolos o sociales. por asociación con los placeres del poder. Tal es el caso, también, con el pla-
XI. 9. Los placeres de la malevolencia son los placeres que resultan de cer de la buena fortuna, cuando es proporcionado por incidentes tales como
la contemplación de cualquier dolor que se supone que sufren los seres los juegos de azar, o cualquier otro juego de ese tipo, aun cuando se lo jue-
que pueden llegar a ser objetos de malevolencia, es decir: gue por nada. Éste deriva su cualidad placentera de su asociación con uno de
19
los placeres de la riqueza, o sea el de adquirirla.
Véase cap. III [Sanciones].
21 A
20 diferencia de éstos, todos los demás placeres pueden llamarse placeres de fruición.
Ídem.
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XVI. 14. Más adelante veremos dolores fundados en placeres; del mis- 3. Los dolores del órgano del olfato, o las sensaciones producidas por
mo modo, podemos ver ahora placeres fundados en dolores. Al catálogo de los efluvios de varias sustancias cuando se aplican a ese órgano.
placeres pueden, en consecuencia, agregarse los placeres del consuelo, o los 4. Los dolores del tacto, o las desagradables sensaciones producidas
placeres que un hombre experimenta cuando, después de sufrir un dolor de por el contacto de diversas sustancias con la piel. Los dolores sim-
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cualquier clase durante un tiempo, éste cesa o se alivia. Éstos, por supues- ples del oído, o las desagradables sensaciones excitadas en dicho
to, pueden distinguirse en tantas clases como las hay de dolores, y pueden órgano por varias clases de sonidos, independientemente de la
dar origen a otros tantos placeres de la memoria, la imaginación y la ex- asociación.
pectativa. 5. Los dolores simples de la vista, o las desagradables sensaciones,
XVII. 1. Los dolores de la privación son los que pueden surgir del en caso de producirse éstas, que pueden ser excitadas en el órga-
pensamiento de no poseer al presente ninguna de las diversas especies de no de ese sentido por imágenes visibles, independientemente del
placeres. Por tanto, ellos pueden dividirse en tantas clases como las hay principio de asociación.
de placeres que les correspondan, y de la ausencia de los cuales pueden 622. Los dolores resultantes del excesivo calor o frío, a menos que
derivar. se los adjudique al tacto.
XVIII. Hay tres clases de dolores que son sólo tantas modificaciones de 7. Los dolores de la enfermedad, o las sensaciones agudas e incó-
los dolores de la privación. Cuando sucede que el goce de cualquier placer modas que resultan de las diversas enfermedades e indisposicio-
particular es particularmente deseado, pero sin ninguna expectativa cercana nes a las que es propensa la naturaleza humana.
a la certeza, el dolor de privación que resulta de ello recibe un nombre par- 8. El dolor del esfuerzo, sea corporal o mental, o la incómoda sen-
ticular: es llamado dolor de deseo, o de deseo insatisfecho. sación que suele acompañar un esfuerzo intenso, de la mente o
XIX. Cuando sucede que la fruición ha sido buscada con un grado de del cuerpo.
expectativa cercano a la certeza, y esa expectativa cesa repentinamente, se lo XXIII. 323. Los dolores de la torpeza son dolores a veces producidos
llama dolor de decepción. por el fracasado esfuerzo de aplicar a sus usos apropiados cualesquiera ins-
XX. Un dolor de privación toma el nombre de lamentación en dos trumentos particulares de goce o seguridad, o por la dificultad que un hom-
bre experimenta en el intento de aplicarlos24.
casos:
1. Cuando se funda en la memoria de un placer, que habiendo sido 22
El placer del sentido sexual parece no tener ningún dolor positivo que le correspon-
gozado una vez, no parece probable que pueda ser gozado nue- da; tiene sólo un dolor de privación, o dolor de la especie mental, el dolor del deseo insatis-
vamente. fecho. Si algún dolor positivo del cuerpo resulta de la ausencia de tal satisfacción, correspon-
2. Cuando se funda en la idea de un placer que nunca fue realmente de a la clase de dolores por enfermedad.
23
experimentado, ni siquiera esperado, pero que (se supone) podría Los placeres de la novedad no tienen ningún dolor positivo correspondiente a ellos.
El dolor que un hombre experimenta cuando no sabe qué hacer consigo mismo; ese dolor,
haber sido gozado si hubiera acaecido tal o cual contingencia, que en francés es expresado por una palabra singular, ennui, es un dolor de privación; un
que de hecho no se produjo. dolor que resulta de la ausencia, no sólo de los placeres de la novedad, sino de toda clase de
placeres de que se trate.
XXI. 2. Los diversos dolores de los sentidos parecen ser los siguientes: Los placeres de la riqueza tampoco tienen dolores correspondientes a ellos; los únicos
1. Los dolores del hambre y la sed, o las sensaciones desagradables dolores opuestos a ellos son dolores de privación. Si algunos dolores positivos resultan de la
producidas por la carencia de sustancias apropiadas que deben carencia de riquezas, remiten a algún otro caso de dolores positivos; principalmente a aque-
llos de los sentidos. De la carencia de alimento, por ejemplo, resultan los dolores de hambre;
ser proporcionadas al canal alimentario. de la falta de ropas, los dolores del frío, y así en más.
2. Los dolores del gusto, o las desagradables sensaciones produci- 24
Puede cuestionarse, tal vez, si éste es un dolor en sí mismo, o si no es nada más que
das por la aplicación de distintas sustancias al paladar y otras par- un dolor de privación, producido por la conciencia de una falta de habilidad. No es, sin em-
bargo, sino una cuestión de palabra, ni importa de qué manera se lo determina.
tes superiores del mismo canal.
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XXIII. 4. Los dolores de la enemistad son aquellos que pueden acom- XXVII. 8. Los dolores de la malevolencia son aquellos que son produ-
pañar la convicción de un hombre de que es odioso a tal o cual persona o cidos por la contemplación de cualesquiera placeres que se supone son goza-
personas determinadas, y provoca su mala voluntad; o, según el dicho, está dos por seres que resultan ser objeto del displacer de otro hombre. También
en malos términos con él o ellos; y en consecuencia, es detestado por ciertos pueden llamarse dolores de la mala voluntad, de la antipatía, o de los afec-
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dolores de una u otra clase, de los cuales puede ser el causante. tos malévolos o antisociales.
XXIV. 5. Los dolores de un mal nombre son los dolores que acompa- XXVIII. 9. Los dolores de la memoria pueden fundarse en todos los
ñan la persuasión de un hombre de ser detestado, o en cierto sentido, ser de las clases anteriores, tanto en dolores de privación como en dolores
detestado por la mala voluntad del mundo que lo rodea. Éstos pueden tam- positivos. Éstos se corresponden exactamente con los placeres de la me-
bién ser llamados los dolores de la mala reputación, los dolores del desho- moria.
nor, o los dolores de la sanción moral25. XXIX. 10. Los dolores de la imaginación pueden también fundarse en
XXV. 626. Los dolores de la piedad son los dolores que acompañan la cualquiera de los arriba mencionados, tanto en placeres de privación, como
creencia de un hombre de ser odioso o causar displacer al Ser Supremo, y positivos; en otros respectos, corresponden exactamente a los placeres de la
que, en consecuencia, dichos dolores le serán infligidos por su especial dic- imaginación.
tamen, sea en esta vida o en una por venir. Éstos pueden también ser lla- XXX. 11. Los dolores de la expectativa pueden fundarse en todos los
mados los dolores de la religión, los dolores de una disposición religiosa, de las clases mencionadas, tanto en los dolores de privación como en los
o los dolores de la sanción religiosa. Cuando la creencia es considerada positivos. Éstos pueden también ser llamados dolores de la aprehensión28.
bien fundada, estos dolores son comúnmente llamados terrores religiosos; XXXI. 12. Los dolores de la asociación se corresponden exactamente
cuando se los considera mal fundados, terrores supersticiosos27. con los placeres de la asociación.
XXVI. 7. Los dolores de la benevolencia son aquellos que resultan de XXXII. De la lista arriba presentada, hay ciertos placeres y dolores
la contemplación de cualesquiera dolores que se supone que otros seres que suponen la existencia de algún placer o dolor de otra persona, a la cual
soportan. Pueden llamarse también dolores de la buena voluntad, de la sim- le incumbe el placer o dolor de la persona en cuestión; tales placeres y
patía, o dolores de los afectos benévolos o sociales. dolores pueden ser llamados extrarreferentes29. Otros no suponen nada se-
mejante y pueden ser llamados autorreferentes. Los únicos placeres y do-
25
En la medida en que supone que los semejantes de un hombre están determinados por
cualquier circunstancia a no considerarlo con ningún grado de estima o buena voluntad, o a
lores de la clase extrarreferente son los de la benevolencia y los de la male-
a no hacerle ninguna clase de buenos oficios, o a no hacerle tantos buenos oficios “como le volencia; todos los restantes son autorreferentes30.
harían en otras circunstancias, el dolor resultante de tal consideración puede ser denominado XXXIII. De todas estas diversas clases de placeres y dolores apenas si
un dolor de privación; en la medida en que se supone que sienten por él tal grado de aversión hay alguno que no esté sujeto, en más de un sentido, a caer bajo la consi-
o desestima, que están dispuestos a hacerle positivos malos oficios, puede ser considerado un
dolor positivo. El dolor de privación y el positivo se confunden en este caso indistintamente. deración de la ley. ¿Se ha cometido una infracción? Es la tendencia que ella
26
No parece haber dolores positivos que correspondan a los placeres del poder. Los tiene a destruir, en tales y cuales personas, algunos de estos placeres, o a
dolores que un hombre puede sentir por la carencia o pérdida del poder, en la medida en que
el poder se distingue de todas las demás fuentes de placer, parecen no ser otra cosa que dolo-
28
res de privación. A diferencia de éstos, todos los otros dolores pueden ser llamados dolores de tole-
27
Los dolores positivos de la piedad y los dolores de la privación, opuestos a los pla- rancia.
29
ceres de la piedad, se confunden unos con otros de la misma manera que los dolores positi- Véase cap. X [Motivos].
30
vos de la enemistad o de un mal nombre lo hacen con respecto a los dolores de la privación, Por este medio los placeres y dolores de la concordia pueden ser más claramente dis-
opuestos a los placeres de la amistad y los de un buen nombre. Si lo que se aprehende de las tinguidos de los de la benevolencia; y por otra parte, los de la discordia de los de la malevo-
manos de Dios es simplemente el no recibir placer, el dolor es de clase privativa; si, además, lencia. Los placeres y dolores de la concordia y la discordia son de la clase autorreferente; los
se aprehende un dolor real, pertenece a la clase de los dolores positivos. de la benevolencia y la malevolencia, de los extrarreferentes.
48 / JEREMY BENTHAM
son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.

producir algunos de estos dolores, lo que constituyeron el perjuicio y el


fundamento para castigarla. Es la perspectiva de algunos de estos placeres,
o la protección de algunos de estos dolores, lo que constituye el motivo o
tentación; es el logro de algunos de ellos lo que constituye el provecho de
Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines

la trasgresión. ¿Ha de ser castigado el trasgresor? Es sólo por la produc-


ción de uno o más de estos dolores que puede infligirse el castigo 31.

31
Sería un asunto no sólo de curiosidad, sino de alguna utilidad, mostrar un catálogo de
los diversos placeres y dolores complejos, dividiéndolos a la vez en los varios dolores y pla-
ceres simples, de los cuales se componen respectivamente. Pero tal disquisición ocuparía
demasiado espacio como para incluirla aquí. Una pequeña muestra, sin embargo, a manera de
ilustración, no puede ser del todo eludida.
Los placeres que nos llegan por la vista y el oído son generalmente muy complejos. Los
placeres de una escena campestre, por ejemplo, consisten, por lo común, de los siguientes pla-
ceres, entre otros:
I. Placeres de los sentidos.
1. Los placeres simples de la vista, excitados por la percepción de colores y figuras agra-
dables, los verdes campos, el follaje ondulante, el agua brillante, y otros semejantes.
2. Los placeres simples del oído, excitados por la percepción del gorjeo de los pájaros,
los murmullos del agua, el susurro del viento entre los árboles.
3. Los placeres del olfato, excitados por la percepción de la fragancia de las flores, el heno
recién segado, u otras sustancias vegetales en los primeros estadios de fermentación.
4. La agradable sensación interior, producida por una rápida circulación de la sangre y
su ventilación en los pulmones por el aire puro, tal como es en el campo, en comparación con
el que se respira en las ciudades.
II. Placeres de la imaginación producidos por asociación.
1. La idea de plenitud, producida por la posesión de los objetos que están ante la vista y
la felicidad que ello nos produce.
2. La idea de la inocencia y felicidad de los pájaros, las ovejas, el ganado, los perros y
otros animales apacibles o domésticos.
3. La idea del constante flujo de salud, de la que se supone que gozan esas criaturas; una
idea que tiende a formarse por el ocasional flujo de salud gozado por el supuesto espectador.
4. La idea de gratitud, producida por la contemplación del todopoderoso y benéfico Ser,
a quien se considera como el autor de estas bendiciones.
Estas cuatro últimas son todas ellas, al menos en cierta medida, placeres de simpatía.
El despojar al hombre de este conjunto de placeres es uno de los males que suele resul-
tar de la prisión, producida ya sea por violencia ilegal, o a manera de castigo, por decisión
de la ley.

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