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BIBLIOTECA PARA NIÑOS

Cristóbal Schmid
GEÜOVEVA DE BRABAOTE

RAMÓN SOPEÑA-EDITOR PROVENZA-^3-97- BARCELONA


G-l*

BLIOTECA

GENOVEVA
DE

BRABANTE POR

CRISTÓBAL SCHMID

PAPELERÍA THOMAS DONACIÓN DE


JUGUETES
Bravo Kuritlo 121 Tslél «245
M •• ? r ' t?

EDITORIAL RAMÓN SOPEÑA, S. A. - PROVENZA, 95 • BARCELONA

U.A.M.
BIBLIOTECA
DE EDUCACIÓN
DERECHOS RESERVADOS

MCMXLIII
Impreso en España
por
Gráficas Ramón Sopeña, S. A.
fRiNTP ni spfiN
GENOVEVA DE BRABANTE

ésta, desde su más tierna infancia, una cla-


ra inteligencia, un corazón noble y sensible,
y un carácter poco común, por la manse-
Genoveva se casa con el conde Sigitrcdo. dumbre, modestia y amabilidad que la ador-
naban.
La aurora del Evangelio comenzaba a ilu- Si la duquesa, siguiendo la costumbre de
minar con su luz t'raternizadora a Alemania, aquel tiempo, sentábase al torno para hilar,
que entraba en un nuevo período de dicha y la pequeña Genoveva, que apenas tenía, cin-
prosperidad, al dulcificarse las costumbres de co años, situábase en un taburetito junto a>
sus naturales con el contacto de los primeros su madre, y aprendía a manejar el huso con
propagadores del cristianismo entre los ger- sus tiernas manilas, acabando por sacar de
manos ; el suelo, hasta entonces inculto y es- su rueca hilos muy delgados y perfectamen-
k'ril, recibía también de mano de sus pri- te torcidos. Mientras tenía lugar esta labor,
meros cristianos una labor fecunda, que, in- todos los que la presenciaban quedábanse
sensiblemente, iba. _ convirtiendo en ricos prendados de la niña, al escuchar las inge-
campos productivos y en jardines llenos de niosas preguntas que dirigía a su madre y
florea los extensos y sombríos bosques de la las oportunas, claras y precisas respuestas
(¡ermania. que daba cuando aquélla preguntábale a su
Este notable progreso llenaba de satisfac- vez, dando a conocer, con una discreción tan
ción a la mayor parte de los señores alema- superior a su edad, que con el tiempo llega-
nes, que eran los primeros en reconocer y ría a ser una criatura extraordinaria.
acoger favorablemente la benéfica influen- Cuando ya, al contar diez o doce añoa,
cia de la nueva doctrina. veíasela en la iglesia, arrodillada, ante el al-
Por esta época, es decir, hace ya muchos tar, entre el duque y la duquesa, sobre un
siglos, vino al mundo 'Genoveva, hija del du- reclinatorio de púrpura, al contemplar su
que de Brabante, gran señor a quien todo el bellísimo y agraciado rostro, en el que se re-
mundo admiraba, tanto por su intrepidez y trataba la más pura inocencia, su rubia ca-
atrojo en los combates, como por sus gene- bellera, flotando en largos y ondulantes rizos
rosos sentimientos, su incorruptible justicia sobre la espalda, sus hermosos ojos azules,
y su amor al prójimo, cualidades que adoi:- de mirada humilde y cariñosa a la par, se
naban igualmente a su esposa la duquesa, habría confundido fácilmente con. un ángel
hasta' el punto de que podía, decirse de ellos bajado del cielo. Esta.seniejanzst resaltaba,
que eran dos cuerpos y un alma. Puede de- sobre todo, cuando aparecía en la choza de
ducirse de aquí la educación que recibiría \m pobre, como un verdadero ángel de cari-
Genoveva, que era su hija única, y a la que dad y consuelo. Repartía entre los niños in-
amaba» coi; una ternura inefable, Mostró digentes vestidos hechos por ella misma, y
CRISTÓBAL SCHMID

a menudo veíasela distribuir a las madres el mente fiel a los preceptos de virtud que te
dinero que su padre le daba para que lo em- han inculcado tus padres, y jamás abando-
pleara en adornarse. Apenas amanecía, unas nes la senda del deber, pues,- de este modo,
•veces, y otras cuando el crepúsculo bajaba a nosotros estaremos siempre tranquilos res-
la tierra^, se la podía: ver, con una cesta de pecto a tu suerte y moriremos satisfechos.
provisiones en el brazo, encaminarse pre- Luego, su madre, abrazándola a su vez,
surosa a la morada de los enfermos, lleván- díjole con la voz ahogada por los sollozos :
doles alimentos con que restaurar sus perdi- —Adiós, mi querida Genoveva. Dios íe
das fuerzas, y frutas exquisitas, que aun acompañe y te dé su bendición. Ignoro lo
eran muy raras en Alemania, las cual.es las que el destino te tiene reservado, pero abri-
había recibido como regalo,'y de las que se go los presentimientos más crueles, aunque
privaba para obsequiar a su vez a los indi- no acierte a explicarme la causa de ellos.
gentes. JS'O obstante, siempre has sido una, hija obe-
De este modo iba creciendo Genoveva, diente y cariñosa para tus padres ; nunca,
quien, al llegar a los diez y ocho años, era nos diste el .más leve, motivo de pesadumbre,
la imagen acallada de la „.. y así debes conservarte en
inocencia y de la hermo- lo sucesivo, apartándote
sura, hasta el punto de , i siempre de cuanto pueda
que las madres del domi- avergonzarte ante tu pro-
nio la presentaban a sus pia conciencia. Te lo re-
hijas como modelo de ge- ¡ pito; sé siempre buena
nerosidad, recato, senci- y virtuosa, aunque jamás
llez y, en resumen, de las debamos volver a vernos
más preciosas virtudes que en este mundo.
deben adornar a una joven. Acto seguido, los pa-
A esto se debió que se dres de Genoveva volvié-
prendara de ella un va- ronse hacia el conde y
liente y apuesto caballe- le hablaron en esta for--
ro, llamado el conde Sigi- ma, cada cual a su tur-
Credo, el cual era igual- no :
mente querido y respeta- —Puesto que es nece-
do de todos por la noble- sario, lleváosla, hijo mío;
za de su estirpe y las be- ella es nuestro más pre-
llas cualidades de su ca- ciado tesoro y la mejor
rácter. Habiendo un día recompensa a que po-
salvado la .vida al duque díais aspirar. Amad a la
en una batalla, éste le in- pobre niña y sed para
vitó, al terminarse la cam- ella el padre y la madre
paña, a que pasara une de que habrá de carecer
temporada en su castillo, en lo sucesivo.
durante cuyo tiempo llegó ' Así lo prometió el con-
a cobrarle tal cariño, que ...situábase cu un taburetito junto a su t ] 0 Sigifredo, y. arrodi-
gustoso se prestó a darle madie. .. (Pág. 5.) liándose, así como Ge-
su hija en matrimonio. noveva, ambos recibie-
El día en que Genoveva debía partir con ron la bendición paternal. E n aquel ins-
su esposo, fue de verdadero dolor para todos tante apareció el obispo que había bendec1-
los habitantes de la, comarca en que se ha- d<* la unión de los dos jóvenes esposos, el
llaba situado el castillo del duque, sin que cual llamábase Hidolfo y era un piadoso y
hubiera uno solo que, al ausentarse la joven, venerable anciano, de cabellera blanca co-
dejara de derramar lágrimas, con las cuales mo la nieve, si bien sus mejillas estaban aún
confundíanse también las de Genoveva, así frescas y sonrosadas. Cuando estuvo ante los
ionio las da su padre, el cual dijo a aquélla, jóvenes, dióles también su bendición y dijo-
al darle el abrazo de despedida : íes, aunque dirigiéndose particularmente a
—Ve,- hija m í a ; tu madre y yo llegamos Genoveva :
ya a la ancianidad, e ignoramos si aun nos —No lloréis, noble condesa. Dios os tiene
es dado aguardar la dicha de volverte a ver reservada una inmensa dicha, aunque por
algún día. Confía en Dios, sin embargo, y caminos muy distintos de los que podéis ima-
no dudes que El te acompañará adondequie- ginar al presente. Llegará un día en que,
ra que se dirijan tus pasos ; sigue constante- cuantos ¡ios hallamos acjní, daremos por ello
GENOVEVA DE BRABANTE"
gracias con. lágrimas de alegría. No olvidéis doblar durante aquel año el sueldo da todos
nunca, hija mía, las palabras que acabo de sus soldados y el salario de todos sus sirvien-
pronunciar', y creed que pronto os sobreven- tes ; que por igual tiempo quedaban libres
drá un acontecimiento extraordinario. ¡ Quie- sus vasallos de pagar arrendamiento, y que
ra Dios no abandonaros jamás ! todos los pobres que no mendigaran recibi-
Estas misteriosas palabras del piadoso rían un espléndido regalo, consistente en
anciano, llevaron al corazón de todos los cir- granos y leña. Lágrimas de gratitud brilla-
cunstantes la firme creencia de que Genove- ron en todos los ojos, y todos felicitábanse a
va estaba destinada providencialmente a pa- porfía por tener unos señores tan buenos y
sar por grandes y maravillosas aventuras, y generosos como el conde y su joven esposa,
esto mitigó algún tanto el dolor que les cau- por cuya felicidad hacíanse los más ardien-
saba su partida. Inmediatamente, el conde tes votos. Hasta los guerreros/.soldados ve-
ayudó a su joven y desconsolada esposa, cu- teranos del conde, que permanecían impasi-
yas mejillas, inundadas por el llanto, pare- bles, cubiertos con su centelleante armadu-
cíanse a los lirios cuajados de rocío, a mon- ra, teniendo a un lado la espada y la lanza
tar en el magnífico palafrén, espléndidamen- en la mano para hacer los honores a su se-
te enjaezado y dispuesto para ella, lanzándo- ñor, no pudieron impedir que, sobre sus bi-
se a su turno sobre su brioso corcel, y en gotes, brillaran las lágrimas que deslizában-
breve desaparecieron ambos, escoltados por se por sus bronceadas mejillas.
una brillante comitiva. Genoveva y su esposo vivieron durante al-
gún tiempo en medio de la mayor ventura,
la cual, sin embargo, sólo duró algunas se-
manas.
Cierto día, al anochecer, en el momento
El conde Sigifredo marcha a la guerra. en que retirábanse de la mesa y comenzaban
a encenderse las luces, Sigifredo y Genove-
El conde residía en un castillo denomina- va se hallaban conversando alegremente en
do fortaleza de Siegfridoburgo, situado en la estancia en que tenían por costumbre pa-
un bellísimo paraje, entre el Mosela y el sar las horas, cuando, de repente, oyéronse
Rin. Al llegar a sus puertas el conde, acom- vibrar los bélicos clarines hacia el exterior
pañado de su joven esposa, estaban ya. dis- del castillo.
puestos a recibirlos todos sus sirvientes y —¿Qué sucede? — preguntó alarmado el
vasallos de ambos sexos, ataviados con sus conde, corriendo al encuendo de su escude-
mejores galas. La amplia portada del casti- ro que, en aquel instante, entraba precipita-
llo estaba adornada con verdes follajes y es- damente en la estancia.
pléndidas guirnaldas, y por todo el tránsito —¡Guerra! ¡Guerra! — repuso éste—.
hallábase el camino cubierto de flores. To- Los moros de España han invadido a Fran-
das las miradas estaban fijas en Genoveva, cia repentinamente, y amenazan llevarlo to-
pues los vasallos del conde Sigifredo tenían do a saogrey luego. Acaban de llegar en este
gran curiosidad por conocer a la. que sería su momento dos caballeros que traen órdenes
nueva señora. Todos quedaron asombrados del rey, y es preciso que, a ser posible, nos
al verla, pues la belleza, del alma de Geno- pongamos en marcha esta misma noche, pa-
veva asomábase por completo a su hermoso ra unirnos al ejército real sin la menor tar-
rostro, cuya angelical expresión conmovió danza.
los corazones de todos los circunstantes. Sigifredo, al conocer esta noticia, apresu-
Apenas se apeó Genoveva, saludó a todos róse a bajar, con objeto de recibir dignamen-
los habitantes del señorío de su esposo con te a sus huéspedes, que fueron conducidos
palabras llenas de dulzura y bondad ; diri- por él al salón de ceremonias. La condesa,
gíase preferentemente a las madres, que la por su parte, trastornada de dolor- se dirigió
rodeaban llevando en brazos a PUS tiernos hi- a la cocina donde hizo preparar lo necesario
jos, y a los cuales hablábales con cariño, para dar de comer a los recién llegados, por-
informándose de la edad y nombre de los ni- que en aquella época las principales señoras
ños, y obsequiando a todos tan generosa- se preocupaban de los más pequeños detalles
mente, que acabó por conquistarse las gene- domésticos, sin que esto rebajara lo más mí-
rales simpatías, que se convirtieron en un nimo su dignidad. El conde invirtió toda la
verdadero frenesí de agradecimiento, cuan- noche en hacer sus preparativos para salir a
do el conde Sigifredo hizo saber a todos los campaña, enviar mensajeros a sus tropas y
presentes que, a ruegos de su esposa, iba a dictar disposiciones encaminadas a mante-
...^CRISTÓBAL SCHMID

»er el orden durante su ausencia. Todos los Adiós, acuérdate de mí y iemne presente en
caballeros de las inmediaciones acudieron al tus oraciones.
castillo para acompañarle en su expedición, Al acabar de decir esto, lanzóse el conde,
y sólo se oían el estruendo de las armas, los fuera de la estancia, pero Genoveva lo si-
pasos de los guerreros y el rumor vibrante guió para acompañarlo hasta el pie de la es-
de sus espuelas. calera principal. Salieron en pos de ella to-
Tampoco descansó Genoveva en toda la dos los caballeros, y a los pocos instantes
noche, pues a la par que constantemente abríase la puerta del castillo para darles ac-
acudían nuevos-huéspedes, a quienes había. ceso a la gran plaza/; una vez en ella/ vi-
que atender, tenía que sacar y empaquetar- braron los clarines, y todas las espadas des-
las ropas y cuantos objetos habría de ¡levar- envaináronse a la vez para saludar al conde,
se el conde para el viaje. Al despuntar el al- brillando sus hojas al sol que, en aquel mo-
ba, todos los caballeros acudieron al llama- mento, acababa, cíe aparecer. Sigifredo arro-
miento, armados tle punta en blanco, reu- jóse velozmente sobre su caballo, pava ocul-
niéndose alrededor del conde en el patio de tar el llanto que bañaba si(s ojos, y partió a
honor; Sigifredo iba asimismo armado dé galope, después de mirar ¡¡.morosamente a
todas armas, con él yelmo coronado por un Genoveva. Los caballeros, acompañados-de
penacho ondulante. Los peones y jinetes, toda su gente, lanzáronse en seguimiento
formados ya en orden de batalla en la vasta del conde, y cruzaron velozmente el puente
plaza del castillo, aguardaban tan sólo el to- levadizo, haciéndolo retemblar con un estré-
que de marcha. pito semejante al del trueno. Genoveva se-
Genoveva apareció entonces y, conforme guía desde el torreón con la vista la numero-
se usaba en aquellos tiempos caballerescos, sa hueste del conde, el cual saludaba con su
presentó a su esposo la espada y la lanza, di- pañuelo, y no quiso abandonar aquel sitio
ciéndole : hasta que dejó de ver el último soldado. Lue-
—Emplea estas armas por la gloria de go -corrió a encerrarse en su aposento para
Dios y de la patria ; tsirvan ellas en tus ma- poder llorar desahogadamente, y allí pasó to-
nos sólo para proteger al inocente y de es- do el resto del día, negándose a tomar ali-
panto para los viles y arrogantes infieles. mento alguno.
Así se expresó la condesa-, que cayó, más
blanca, que el pañuelo qu© tenía en la mano,
en brazos del conde. Siniestros presenti-
mientos la. asaltaron, ofreciéndole para lo Genoveva es víctima de una acusación falsa.
porvenir crueles sufrimientos, vagos e inde-
terminados por entonces. Desde el día en que partió el conde, Ge-
La desventurada exclamó : noveva vivía en el mayor aislamiento, reti-
—¡ Ah, Sigifredo! ¡Acaso no te vuelva, a rada en lo más solitario del castillo. El sol,
ver jamás ! al iluminar, con sus primeros rayos los bris-
Y cubría sus ojos con el blanco pañuelo, ques de abetos, hallábala sentada junto a la
que empapaba en su llanto. gótica ventana, entregada a sus labores ; sus
El conde repuso : lágrimas, como otras tantas «otas de rocío,
—Consuélate, anuida Genoveva ; volveré bañaban las flores del bordado en que I raba
nano y salvo, pues Dios me protegerá por jaba. Apenas la campana de la capilla del
doquiera que vaya. Tan cerca está de nos- "castillo anunciaba la hora de la misa, acu-
otros la muerte en nuestra casa como en los día ante el altar y alli pedía a Dios fervoro-
campos de'batalla, y sólo la Providencia pue- samente que protegiera a su esposo. Jamás
de librarnos de ella a cada momento, pues se vio en la- iglesia su reclinatorio desocupa-
con su ayuda, tan seguros estamos en medio do mientras duraba la misa ; y. no solamen-
de los más sangrientos combates como en te esto, sino que allí solía pasar una gran
nuestro propio castillo. He aquí, amada mía, parte de la noche. A menudo reunía a su
por qué me hallas tan tranquilo. Confío, alrededor a. las doncellas de la aldea, situa-
además, en la fidelidad de mi intendente, el da, al pie del castillo, a las que enseñaba a.
cual quedará al cuidado de cuanto a ti se re- hilar y coser, refiriéndoles,-'durante el tra-
fiere, así como del señorío y de la fortaleza : bajo, interesantes historias. Los enfermos y
él queda, desde este instante, constituido en menesterosos, para quienes babía sido una
administrador de todas mis j>ose«iones y en amiga desde su niñez, tenían en ella una
castellano a la vez ; respecto a ti, esposa mía, verdadera madre. Jamás dejaba sin socorro
te encomiendo a la protección del Altísimo. al necesitado, y constantemente vélasela
GENOVEVA DE BRABANTE

acudir al la lo de los enfermos, a los que da- ra aconsejarle dulcemente que no se apar-
ba ella misma las medicinas con la angelical tase una línea de lo que. le trazaba su deber.
dulzura que era tan propia de MI carácter. En un principio, Golo aparentó obedecerla,
A t e n d í a , a su v e z , cuidadosamente, a la vi- y realmente trató de atenuar algo su escan-
gilancia del castillo, haciendo cuanto esta- dalosa conducta ; pero no tardó en recobrar
ba a su alcance porque jamás se alteraran toda su audacia, llevando su cinismo basta
el orden y las buenas costumbres, no tole- el extremo de hacer a la condesa proposicio-
rando en MIS subordinados una sola acción nes deshonrosas; a las que contestó la castí-
que no inora honrada y virtuosa. sima Genoveva escupiéndole al rostro con
El intendente del conde, a quien éste ba- todo el horror y desprecio de que era digno.
hía confiado, al partir, el cuidado de todos sus Golo, desde aquel instante, trocando en odio
bienes, se llamaba Golo, y era un hombre su amor, decidió la perdición de la condesa,
lino y de Inicua educación, que, con MI astu- quien, temiéndolo todo, comenzó por eseri-'
ta conducta y melosas frases, captábase las hir al conde, pintando al infame intendente
simpatías generales y sorprendía la confian- como era y rogándole que retirara de su sev-
za de loilos, lo cual no era obstáculo para vicio a un hombre tan peligroso. En seguida,
qué fuese un hombre sin conciencia y do- entregó la carta a Draco, el cocinero del con-
tado de un brutal egoísmo, al que ajustaba de, que era un hombre muy honrado, y ce-
hasta el menor de sus actos, sin que jamás loso defensor de los intereses de sus seño-
fe preocupara si aquéllos eran buenos o ma- res, el cual se encargó de hacerla llegar ;t
los, justos o injustos; interesábale solamen- manos de Sigifredo por medio de un emisa-
te .pie resultaran agradables para él, y con rio de toda BU confianza.
esto tenía suficiente. .Este proyecto de la condesa no pasó, sin
Apenas se ausentó el conde, fiólo comen- embargo, inadvertido para el astuto Golo,
zó a proceder en todo como señor absoluto, quien, en el momento en que aquélla entre-
vistiendo con más riqueza que su amo y de- gaba a Draco la caria, lanzóse en la estancia
rrochando los bienes de éste en los banque- y atravesó de una i stocada al leal servidor,
tes y diversiones que diariamente concerta quo cayó exhalando un espantoso grito de
ha. Trataba. además, con altanería e imper- agonía. Inmediatamente acudió al aposen-
tinencia a los fieles y antiguos servidores del to toda la gente del castillo, encontrando a
conde, disminuía el salario a los jornaleros la condesa pálido y desfallecida, con la gar-
más laboriosos y necesitados y jamás dio un ganta anudada por el terror y sin poder ar-
bocado de pan a- un mendigo. Sólo a Geno- ticular una sola sílaba, y a sus pies al infeliz
veva trataba con gran respeto y profunda, Draco, cubierto de sangre, mientras el in-
veneración. tendente, de pie y blandiendo la sangrienta
No obstante, siempre se mostró la conde- espada, alabábase de haber vengado el ho-
sa digna y reservada con Golo, sin entablar nor de su amo, calumniando tan indigna-
con él otras conversaciones que las absolu- mente al muerto y a la condesa, que hasta
tamente necesarias para el servicio domés- los mismos sirvientes del castillo llegaron a
tico, y aun estas pocas las aprovechaba pa- avergonzarse.
CENOVEVA.—2
CRISTÓBAL SCHMID

Inmediatamente, el malvado envió un pantosa impresión que le causara la situa-


emisario al conde con una carta llena de fal- ción en que se veía, recobró el uso de sus
sedades y calumnias, en la que pintaba a sentidos, unió sus manos fervorosamente y
Genoveva, la más pura y fiel de las esposas, sus labios murmuraron la siguiente plega-
como una» mujer deshonesta ; pero, no con- ria :
tento con esto, mientras llegaba la respues- —¡ Oh Dios, que me ves precipitada en es-
ta, encerró a la desventurada en el más som- ta, espantosa prisión! A Ti dirijo mis mira-
brío calabozo del castillo. das, pues me veo abandonada de todo el
Conocía Golo muy a fondo el carácter del mando, y sólo de Ti espero protección y ayu-
conde. Había que éste era generoso, compa- da. Nadie se compadece de mí ; nadie oye
sivo y que estaba adornado de los más bellos mis lamentos. Tú sólo ves mis lágrimas, Tú
sentimientos, pero que, a tan hermosas cua- sólo oyes mis quejas, pues dondequiera que
lidades, reunía una extrema vehemencia de estemos, nos sigue tu providencia. Nada sa-
carácter, y que era incapaz de dominar los ben de mí mis padres, y mi esposo está muy
ciegos arrebatos que en él despertaba el distante de aquí. No hay a mi alrededor un
enojo. solo amigo que quiera ayudarme ; sólo tu
El astuto malvado decíase que esta sola brazo puede abrir los cerrojos de mi prisión.
propensión que dominaba en absoluto a un ¡Oh, Dios, protégeme y no me abandones!
hombre tan bueno por lo demás, era en él Genoveva permaneció muchas horas sin
algo así como la argolla en la nariz del oso, hacer otra cosa que derramar lágrimas, las
que sirve para llevarlo a capricho por donde cuales acabaron por hincharle las mejillas y
se quiera. amoratarle los ojos. Por último, agotado su
Golo estaba, pues, seguro de que el con- llanto insensiblemente, quedó como aniqui-
de, en el primer arrebato, ordenaría la lada bajo el peso de la angustia que la opri-
muei'te de Genoveva. • mía. Luego, a intervalos, exclamaba::
¡ Ay ! ¡ Cuan felices son los hombres más
de,s°Taciados, comparados conmigo! A lo
IV
menos ellos pueden ver el hermoso azul del
cielo y el verdor de los campos. ¡ Ojalá fuera
Genoveva en la prisión. una pastorcilla en lugar de una princesa, o
una mendiga en lugar de una poderosa!
El calabozo destinado para encerrar en él ¡Cuánto ganaría en el cambio! ¡Ay! Nada
a los malhechores, llamábase calabozo de los me queda ya, pues todo me lo han arrebata-
pobres penitentes y era el más horroroso del do. Hasta, el sol, que para todos luce, no
castillo. Jamás pudo pasar junto a él Geno- existe para mí... Pero no importa—agregó,
veva sin sufrir un estremecimiento de ho- y corrió de nuevo su llanto—. Tú, Dios mío,
rror, y eso que sólo iba a visitar a los infeli- eres siempre el Dios de la desgraciada Ge-
ces encarcelados, siendo ella, al presi nte, la noveva. Tú eres mi sol y lo serás siempre.
que se, veía aprisionada en aquella espantosa Siento <|ue la esperanza entra en mí; que en
cárcel, cuya bóveda era tan espesa y sombría mi interior todo se serena e ilumina y que
como la de una tumba, y cuyas paredes es- la nieve del quebranto que envuelve mi co-
taban cubiertas de un'musgo negruzco a razón, se derrite en lágrimas que lo reani-
causa de la humedad. El piso era de ladrillos man como a las flores el rocío.
rojizos. Nunca,, en su interior, pudo el cau- Al acabar de decir estas palabras, recordó
tivo entrever el sol ni el pálido disco de la las del venerable obispo que había bendeci-
luna. La débil luz que entraba por una pe- do su casamiento, y no pudo menos de ex-
queña abertura, defendida por gruesos ba- clamar, mirando en torno de su encierro :
rrotes de hierro, sólo servía a la desgracia- —¿Esja es, santo varón, la felicidad que
da para hacerle percibir la pálida blancura me profetizasteis? ¿Tras de una puerta de
de su vestido y los horrores de un encierro flores, debía abrirse para mí la de esta obs-
tan espantoso. 1 cura prisión?
Genoveva, comenzó por dejarse caer sobre Mas, de pronto, sintiendo el consuelo- de
el montón de paja que había de servirle de la resignación, añadió :
lecho, temblando de terror y angustia. Te- —Puesto que Dios ha permitido que ven-
nia junto a ella un cántaro de barro con ga a parar a este calabozo, será indudable-
agua, y por todo alimento un trozo de pan mente porque así me convenga, pues_ todo
negro y no muy grande. sucede para bien del hombre. Las mismas
Cuando, vuelta en sí algún tanto de la es- tribulaciones no son más que beneficios en-
GENOVEVA DE BRABANTE

cubiertos. La apariencia del mal vela a ser un haz de paja o las duras losas del pa-
nuestras miradas la ventura y la felicidad, vimento, y aquí perecerás de humedad y
corno la cascara con que ciertos frutos se re- • frío, bajo el agua que se filtra por las bóve-
visten, encubre un sabor delicioso. En lo su- das. Esas piedras, que empapan con las go-
cesivo, estoy resignada a sobrellevar todos tas que destilan, al hijo de mis entrañas, son
los males, como otros tantos dones venidos tan despiadadas y duras como los hombres.
de la mano de Dios, y en El sólo se fijarán Pero no ; estas mudas paredes son menos in-
mis miradas, sin quejarme jamás por lo que sensibles que ellos, pues no pueden contem-
sufra. Esta será mi morada, ya que asi Dios plar sin conmoverse mi miseria y la de mi
lo quiere. Me resigno a su voluntad, pues sé hijo, y unen sus lágrimas de tristeza a las
que sin que El lo permita, no habrá de caer que yo derramo.
un solo cabello de mi cabeza. Y, al decir estas palabras, elevaba sus ojos
Al concluir estas palabras, Genoveva sin- al cielo, que no podía divisar a través de
tióse fortalecida y su ¡corazón abrióse a la es- aquellas bóvedas, y continuaba diciendo,
peranza, cOmo si una voz interior le hubiera después de acariciar nuevamente al idolatra-
dicho : do niño :
•—Animo, Genoveva.; mucho te queda —¡ Dios mío! Yo veo en este tierno niño
aún que sufrir, pero llegará un día en que un presente que Vos me hacéis, puesto que
pasarán todos tus dolores. Hoy los hombres Vos le halléis dado la vida. Como vuestro
te consideran culpable, pero tu inocencia que es, a Vos os pertenece y a Vos debe ser
brillará un tiempo radiante como el sol. consagrado. No me es posible enviarlo a un
Reanimada de este modo, Genoveva dur- templo para que lo bauticen, pero Dios está
mióse con un sueño reparador y tranquilo. en todas partes y, dondequiera que se le sien-
te, allí está su templo. No hay aquí ningu-
na mano cariñosa que lo sostenga en la pila
del bautismo, ni tampoco un sacerdote que
recuerde sus deberes a los que pudieran ha-
Genoveva tiene un hijo en la prisión. cer las veces de padrino ; pero yo, que-soy la
madre de esta desgraciada criatura, seré
Genoveva- permaneció en la prisión duran- también madrina, padre y sacerdote a un
te muchos meses, sin que en todo este tiem- mismo tiempo. Si os place concedemos a
po viera a- persona alguna, a excepción del ambos la vida, Dios mío, yo os hago el voto
infame Golo, el cual no cesaba de repetirle solemne de educar 1
a mi hijo en la verdadera
sus deshonrosas proposiciones, prometién- fe, de enseñarle a amaros, así como a amar
dole reparar públicamente su honor y po- igualmente a los hombres sus semejantes, y,
nerla en libertad. Genoveva, sin embargo, a apartar a su alma del mal, como una pre-
firme en su dignidad y entereza, respondía- ciosa reliquia confiada a mi cuidado, a fin
le siempre : de que un día podáis recibirlo en vuestro
—Prefiero parecer mil veces deshonrada a seno puro y sin mancha de vicio alguno, y
los ojos de los hombres, antes que serlo una yo, su madre, pueda daros cumplida cuenta
sola vez en realidad, a los de Dios. Sí, mue- de este sagrado depósito.
ra yo mil veces en medio de los horrores de En seguida, Genoveva oró en silencio du-
este calabozo, antes que elevarme al trono . rante largo rato y, luego, tomando en'sus
de un rey a costa del deshonor. manos el cántaro de agua, bautizó al niño,
Pero sus sufrimientos debían aumentarse dándole el nombre de Desdichado.
todavía. Al poco tiempo de haberse ausen- Realizado este acto solemne, exclamó la
tado el conde, tuvo un hijo en el calabozo. pobre madre :
La desventurada madre decía al tierno pe- —Te he dado el nombre que más te cua-
queñuelo, estrechándolo incesantemente en- dra, pues naciste entre dolores y lágrimas,
tre sus brazos : hijo mío. Desdichado será tu nombre de pi-
—¡ Hijo adorado : ya estás entre los mu- la y, el día de tu bautizo, sólo recibirás co-
ros de esta prisión, en la que debías venir a mo don el llanto de tu madre—y, dicho es-
este mundo! Ven, hijo mío, aquí, que te to, lo arrebujó en su delantal, y púsose a
abrigue contra mi corazón. Tu infeliz ma- mecerlo sobre sus rodillas, exclamando—:
dre carece hasta- de pañales para envolverte. Mi regazo será tu sola cuna, hijo mío.
Extenuada y sin fuerza?, como estoy, ¿có- Dirigiendo luego una melancólica mirada
mo he de poder alimentarte? Tu único le- al negro y duro pan que tenía junto a sí,
cho, t/n esta espantosa prisión, sólo puede prosiguió ;
CRISTÓBAL SCHMID

—He aquí lo que, en adelanto, habrá de —Ya he sido demasiado condescendiente-


constituir tu sustento. E s cierto que, sobre Basta de contemplaciones. Si persistís en
.ser muy duro, apenas basta para alimentar- vuestra locura y no renunciáis a esa fanáti-
me a mí sola ; mas consuélate ; el llanto de ca virtud de que hacéis gala, compadeceos si-
tu madre lo ablándala, y la bendición de quiera de vuestro hijo : pues, sabedlo de una
])ios, al caer sobre él, hará que sea suficien- vez, aiulios moriréis, v muy pronto, si al fin
te para les dos. no us doblegáis a mi voluntad.
Luego, mascando algunos pedacitos, los Con absoluta t r a n q u i l i d a d , como si aque-
fue dando al inocente, que so quedó tranqui- llas pala! ras no la hubiesen hecho impresión
lamente dormido. Genoveva vigilaba su sue- alguna, Genoveva repuso :
ño, y a intervalos lanzaba profundos suspi- —Prefiero morir antes mil veces que co-
ros, y decía : meter acto alguno del cual pudiera remor-
—Tened piedad, ¡oh, Dios mío!, de e t • derme la- conciencia, o me avergonzara ante
tierno niño que reposa en mi regazo. ¡ Ay ! Dios, ante mis padres y ante todos los hom-
Bajo esta espesa y tenebrosa bóveda, donde bres.
el aire jamás se renueva, ni entra la luz del (iolo púsose pálido de rabia al oír esta con-
sol ni el calor, si Vos no lo protegéis perderá testación, y lanzándole una mirada feroz,
muy pronto su frescura y sus colores, y en volvió la espalda y salió d é l a prisión con tal
breve se marchitará y secará como una flor. finia, que sus muros parecieron estremecer-
¡Dios bondadoso! No [enlutáis que perez- se, y bajo las bóvedas repercutió durante lar-
ca tan miserablemente. ¡ Lo amo tanto, Dios go rato el ruido de los cerrojos.
mío! ¡Cuan gustosa daría mi vida por sal-
var la suya! Pero vos lo amáis más aún que
yo. Vos me amáis a mí y a todos los hom- VI
bres, mucho más que una, madre puede amar
a su hijo. Anuncia su muerte a Genoveva.
Su voz, al decir esto, tomó un acento más
tierno v conmovido, y continuó : Sería la inedia noche próximamente, cuan-
—Sí. Vos mismo lo habéis dicho: Aun- do Genoveva ovó que alguien llamaba a la
que una madre sea capaz de olvidar a su hi- puerta del ventanillo de su prisión, y que
jo, yo no me olvidaré jamás de los míos. una voz, débil y llorosa, exclamaba :
El rumor de estas palabras, pronunciadas —Querida condesa ; ¿estáis aún despierta,
en voz alta por Genoveva, despertó a la cria- a esta hora'.' ; Dios Santo! Ignoro si las lá-
tura, y la condesa vio, por primera vez, en- grimas me dejarán decíroslo... Ese infame
treabrirse sus ¡nocentes labios con una gra- Golo... : Ay ! ¡Castigue Dios a ese malvado
ciosa sonrisa. Ella sonrió a su vez entone» s. y atrójelo en lo más profundo del infierno!
y también ésta fue la primera sonrisa que —¿Quién sois?—interrogó Genoveva, le-
había alegrado, su rostro desde que entrara vantándose y avanzando baria, el ventanillo,
en la prisión. Acto seguido, exclamó la in- defendido por una Inerte reja.
fortunada madre : —Soy la hija del centinela, de la torre.
—¿Sonríes, hijo mío?—y lo estrechó con- 1 Serta ; ¿no os acordáis de mí? Berta, que
tra su corazón apasionadamente, prosiguien- ha estado enferma mucho tiempo, y que lo
do— : Sonríe, sonríe. Millares de palabras está todavía, y para la cual habéis sido siem-
no me dirán lo que me dice tu sonrisa, pues pre tan buena. ¡ Ay ! Os amo mucho, y mi
me parece oírte en ella : «No llores, madre mayor deseo sería poder demostraros mi gra-
mía, recobra tu alegría. Es verdad que eres titud..En vez de esto, sólo os puedo traer
pobre, mas lijos es rico. Tú estás desampa- una noticia espantosa. Esta misma noche
rada, pero Dios es omnipotente y nos am- debéis morir: así lo ha ordenado el conde,
para. Tú me amas entrañablemente, mas el cual, engañado por las calumnias de ese
Dios nos ama muchísimo más a ambos.» Sí, infame Golo, os cree verdaderamente culpa-
• sonríe, ángel mío, y no dejes de sonreír ble. Le ha escrito, por consiguiente, y ya
nunca, pues tu madre no puede llorar en han dado la orden a los verdugos que han de
tanto vea que tú sonríes. cortaros la cabeza. Yo misma he oído a Go-
Transcurridos algunos días, presentóse lo que les daba las instrucciones ; pero, ; ay,
Golo nuevamente a la condesa, llevando en Dios mío! no es esto todo.. E l conde no ha
su semblante retratada la feroz agitación querido reconocer a vuestro hijo, y éste tam-
<nie lo dominaba. Apenas penetró en el ca- bién debe morir. Señora, la angustia apenas
labozo, dijo ; me deja respirar, y r.o he podido dormir un
GENOVEVA DE BRABANTE 13

solo momento en todo lo que va de noche. ha permitido. Puesto que ya no tiene reme-
Cuando vi que todos estaban durmiendo, he dio, pide a Dios que te perdone, y no vuel-
abandonado, el lecho en que el mal me tiene vas a condenar a nadie sin oírle antes, y que
postrada y,- "a costa de esfuerzos indecibles, esta sentencia, que es la primera que has
be procurado llegar hasta vos, pues me ha- pronunciado impremeditadamente, sea tam-
bría sido imposible vivir si no os hablaba. bién la última. Esta acción, que es la única
una vez siquierij, para, despedirme de vos y mancha que empaña tu vida, y en la que só-
demostraros mi gratitud por todo el bien que lo tienes una mínima parte, trata de borrar-
me habéis hecho. Si tenéis algo que man- la con acciones benéficas y generosas, puesto
darme, o bien algún eocargo que hacerme, que es lo mejor que puedes hacer, ya que
hablad y desahogad conmigo vuestro cora- el desesperarte y afligirte de nada te ha de
zón : que no se sepulten con vos en la tierra servil'. Piensa igualmente que hay un cielo y
todos vuestros secretos. ¡ Quién sabe si es- que en él volverás a ver a tu Genoveva, y allí
taré yo destinada a demostrar vuestra ino- reconocerás su lealtad y su inocencia ; allí,
cencia algún día ! por último, conocerás al
Genoveva, profunda- hijo que no has podido
mente conmovida por la ver sobre la tierra, sin
terrible noticia que aca- que haya malvados que
baba de recibir, no pudo nos puedan volver a se-
articular palabra en un parar.
principio : mas, recobran- «Sólo me quedan algu-
do en breve todo su va- nos momentos de vida y
lor, dijo a la cariñosa jo- quiero emplearlosLII cum-
ven : plir mis últimos deberes.
—Hija mía, ten la bon- y el primero es demos-
dad de traerme luz, tin- trarte mi gratitud por to-
ta, papel y una pluma. do el amor que me tuvis-
Apresuróse la joven a te en mejores días, y cu-
complacerla, y Genoveva yo recuerdo me acompa-
escribió la siguiente car- ñará hasta el sepulcro.
ta, en el misino suelo, «Cuídate de mis ama-
pues no tenía mesa ni es- dos padres ; consuélalos
caño alguno en la pri- en su dolor y sé para, ellos
sión : un hijo afectuoso. ¡ Ay !
Yo no tengo ya tiempo
de escribirles, pues se
«Amado esposo : aproxima mi última ho-
»Te escribo por última ra ; pero diles que su hi-
vez, echada sobre el frío ja no fue nunca criminal,
pavimento de mi calabo- que murió inocente, y
zo. Cuando llegues a leer esta carta, ya liará que, al morir, pensaba en ellos y les agrade-
mucho tiempo que la mano que la escribió es- cía con el alma todos los beneficios que de
tará pudriéndose en el sepulcro. Dentro de po- ellos había recibido.
cas horas ya habré comparecido ante el tribu- «Respecto a Golo, al desventurado loco,
nal del Supremo Juez. Tú, creyéndome desleal no lo mates en un arrebato de ira. Perdóna-
e infame, me has condenado a muerte, pero lo como yo lo perdono. ¿Me oyes? Te lo
bien sabe Dios que muero inocente. Te lo ruego. No quiero que odio alguno llegue con-
juro por El y hallándome a las puertas de la migo a la tumba. No quiero ser la causa de
eternidad. Cree que no sería capaz de men- que se vierta, una sola gota de sangre.
tir al abandonar este inundo. »No guardes tampoco rencor a mis verdu-
»¡ Áh ! querido esposo ; si algún descon- gos ; en vez de aborrecerlos, porque muero
suelo experimento es solamente por ti. Sé inocente a sus manos, ayúdales a ellos y a
bien que, a no haber sido engañado por una sus familias. No han hecho más que obede-
calumnia espantosa, no condenarías a muer- cer, y seguramente obedecen contra su vo-
te a Genoveva y a tu hijo. Cuando, andando luntad.
el tiempo, llegues a descubrir la infame im- «El buen Draco, que fue asesinado sin
postura, no sientas remordimientos. Siem- culpa alguna, era, ten la seguridad de ello,
pre me has amado y no puedes acusarte de. el más fiel de tus servidores. Socorre, pues,
mi muerte ; si así sucede, es porque Dios lo a su desamparada viuda, y sirve de padre a
-CRISTÓBAL SCHMID

los infelices que, con su muerte, ha dejado que prueban tu fidelidad y la compasión que
huérfanos, pues ésta es para ti una obliga- sientes por tu señora. Este collar es uno de
ción imprescindible, toda vez que su lealtad los regalos y adornos de mi boda, y no se ha
hacia ti, ha sido la sola y verdadera causa separado de mi cuello desde que lo recibí de
del desdichado fin que ha tenido. Créelo, ha manos de mi esposo. Quiero que él te sirva
muerto por ti... No lo olvides, y procura de dote, pues vale mil florines de oro; pero
rehabilitar su memoria pública y solemne- que, en modo alguno, sea causa para ti de
mente. • que te aficiones a las cosas- mundanas. No
. » También te pido que recompenses a la olvides que el cuello que adornaron estas
generosa criatura que se ha encargado de perlas ha sido: cortado por el hacha de los
hacer llegar a tus manos esta carta; se lla- verdugos, y que mi suerte te sirva de ejem-
ma Berta, y ella es la única que me ha per- plo para que jamás te fíes ni aun del hombre
manecido fiel, precisamente en los momen- que más bueno te parezca. ¡ Cuan distante
tos en que todos, personas y sucesos, se han me hallaba yo da pensar que, el que adorna-
puesto en contra mía; éstos, por la fatali- ba mi cuello con esta espléndida alhaja, ha-
dad ; aquéllas, por temor al odio vengativo bría de ordenar que me lo segasen en lo me-
del infame Golo. jor de mis años! Así, pues, pon solamente
»Só un señor indulgente para tus vasallos, en Dios toda tu confianza, y sé siempre tan
y trata de disminuir los crecidos impuestos buena y generosa como hoy lo eres. Yo voy
que sobre ellos pesan. Haz por darles admi- a prepararme para dejar este mundo, dispo-
nistradores honrados, sacerdotes piadosos y niendo a mi alma para que entre en la vida
médicos hábiles. No desatiendas a nadie que eterna'.
se llegue a ti en demanda de socorro o de
justicia y, sobre todo, sé compasivo y gene- Vil
roso con los pobres, a los cuales pensaba yo,
¡ ay !, servirles de madre y colmarles de be- Genoveva es llevada a la muerte.
neficios ; procura tú hacerles el bien que, yo
ya no podré hacer, pues ahora estás doble- Pocos momentos después de haberse reti-
mente obligado a ser para ellos un verdade- rado la doncella, abrióse la puerta del cala-
ro padre. bozo rechinando sobre sus goznes, y entra-
«Adiós, por última vez, esposo mío ; adiós, ron dos hombres armados. Uno de ellos lje-
y no sufras porque yo muero, pues dejo con- vaba en una mano una antorcha encendida,
tenta una vida tan corta y llena de tribula- y el otro apoyábase en un enorme espadón
ciones ; una vez más sabe que muero ino- que tenía desenvainado. Genoveva, viendo
cente de las calumniosas acusaciones que me cercana la muerte, arrodillóse para orar, te-
ha dirigido el infame Golo. Dios se apiadará niendo en brazos a su hijo.
de mi. Adiós, una vez más, y ruega por mi Los dos hombres hicieron un movimien-
eterno descanso. Te dejo en este mundo con to de asombro al descubrir el pálido y de-
el corazón lleno de perdón y ternura, siendo macrado semblante de la condesa y el del
hasta en la misma hora de la muerte tu fiel tierno infante que bañaba con su llanto, a
esposa, la vacilante claridad que despedía la antor-
«GENOVEVA, i cha. Uno de ellos, aquel a quien Golo había
encargado que hiciera de verdugo, díjole con
He aquí la carta que escribió la condesa, voz brusca e imperiosa :
en tanto que las lágrimas inundaban sus ojos —Levántate, Genoveva.; toma a tu hijo y
de tal modo, que, confundiéndose la tinta sigúenos.
con el llanto, apenas si podía leerse lo que Genoveva exclamó por toda respuesta :
había escrito. En seguida púsola en manos —Estoy en manos de Dios ; que su gracia
de Berta, y le dijo : no os abandone—y, levantándose, los siguió
—Querida mía; guarda esta carta como la con trémolo paso.
más preciosa joya y que no la vea nadie ; Hallábase el calabozo en un corredor som-
ponía en manos de mi esposo cuando éste re- brío y abovedado que, por lo largo que era,
grese de la guerra. parecía que no tenía término. Iba delan-
Luego, despojándose de un collar de per- te el hombre de la antorcha, luego Genove-
las que aun llevaba al cuello, se lo dio, ex- va, seguida del que llevaba el espadón y, por
< lamando : último, cerraba la marcha un enorme perro
—Mi buena Berta, toma estas perlas, con de lanas erizadas. Llegaron, por ultimo, a
las que trato de recompensar esas lágrimas una gran puerta de hierro ; e] hombre que
GENOVEVA DE BRABANTE i5

iba delante introdujo una llave en la cerra- Tened piedad para conmigo hoy, si queréis
dura y apagó la antorcha. Apenas la puerta que un día la tenga Dios para con vosotros.
giró sobre sus goznes, halláronse en el cam- No os expongáis a ser condenados para toda
po, no lejos de una selva espesa e intrincada. una eternidad, por mundanas y mezquinas
La noche era de otoño y bastante clara. recompensas. Temed a Dios más que a los
La luna, destacándose sobre el azul del CÍP- hombi'es. ¿Os atreveríais a preferir a Golo
io, comenzaba a trasponer los árboles, cu- sobre el Creador del Universo? No derra-
yo ramaje agitaba el frío viento de la, esta- méis sangre inocente, porque la sangre ino-
ción. Los dos hombres, guardando el más cente clama al cielo, y no hay sobre la tie-
profundo silencio, internáronse en lo más rra descanso para el que llega a derramada.
intrincado de la selva. Genoveva siguió ca- Conrado, sin bajar el espadón, que con-
minando en medio de ellos, hasta que, al servaba alzado al aire, repuso :
fin, llegaron a una plazoleta, completa- —Por mi parte, me limito a obedecer a
mente cercada de álamos, olmos silenciosos los que me mandan ; si es o no justo lo que
y altos y gigantescos abetos. Cuando hubie- hago, el conde y Golo responderán ante
ron llegado a este sitio, Conrado, que tal era Dios.
el nombre del que llevaba el espadón, excla- No obstante, Genoveva prosiguió supli-
mó con voz ruda : cando y quejándose :
—¡Alto! Arrodíllate, Genoveva. —¿No veis la luna en el cielo? Observad
La condesa hizo lo que le decían y Con- cómo se oculta, cual si se negara a presen-
rado prosiguió : ciar la acción que pensáis llevar a cabo. Mi-
—Dame tu hijo, y tú, Enrique, véndale rad cómo, al ocultarse, se vuelve roja, de
los ojos. color de sangre. ¡ Oh ! Siempre que la veáis
Y, diciendo estas palabras, adelantóse a ponerse de esta manera, ella hará que se ele-
coger al niño, y alzó el espadón, que brilló ve un grito en vuestras almas, para acusaros
como un relámpago1 en las sombras de la no- de la sangre inocente que vais a derramar.
che. Pero Genoveva, estrechando a su hijo Mientras todos los hombres la admirarán,
contra su pecho con desesperación mater- clara y brillante, en lo alto de los cielos, só-
nal, exclamó, elevando sus ojos al cielo ¡ lo vosotros la creeréis ver de color de sangre.
—¡ Dios mío, dejadme morir, pero haced Oíd cómo el viento muge. ¿Veis cuan terri-
que se salve mi hijo ! blemente conmueve y agita los árboles? To-
El verdugo dijo entonces con tono brutal : da la Naturaleza se estremece de horror en
—Cede buenamente, y no hagas resisten- el momento en que la inocencia va a ser sa-
cia alguna, pues lo q,ue ha de ser, será de crificada. En lo sucesivo, os haría temblar el
todos modos. más leve rumor de una hoja. ¿No veis las
Mas Genoveva, que nada oía, continuó di- estrellas, allá, en lo más alto? Ellas son otrcs
ciendo entre quejas y lágrimas : tantos millares de ojos con que el cielo os
—Amigos míos, ¿tendríais valor para ase- contempla en este instante. ¿Y podréis co-
sinar a esta criatura tierna e inocente y que meter un crimen tan espantoso a la faz del
en nada ha delinquido ni ha hecho mal a mismo cielo? No olvidéis que allá arriba, so-
nadie? Aquí tenéis mi garganta desnuda ; bre las estrellas, hay un Dios, en cuya pre-
imitadme a mí, pues yo moriré contenta. Os sencia tendréis que comparecer un día. ¡ Vos,
lo ruego de rodillas ; perdonad la vida a mi Dios mío, amparo de los desvalidos, hablad
hijo de mi alma y llevadlo a mis padres. Si al corazón, de estos hombres, que son tam-
no os atrevéis vosotros, concedédmela vida, bién esposos y padres, y detened su brazo
no por míj sino por amor a mi hijo. Nunca, para que no quiten la vida a una infeliz ma-
mientras viva, volveré a salir de este bos- dre y a su desventurado hijo; haz que no
que, y Golo ignorará siempre que me habéis carguen sobre su conciencia el peso espanto-
dejado vivir, pues no volveré, a reaparecer so de un crimen tan horrible !
entre los hombres. Contempladme a vues- Entonces, Enrique, que había permaneci-
tros pies, yoC,qrie soy vuestra condesa, vues- do hasta aquel momento sin hablar una pa-
1I;I señora, que os imploro con lágrimas en labra, enjugó una lágrima que resbalaba por
los ojos. Si alguna vez os hice mal, matad- su mejilla, y dijo :
nie ; KÍ, quitadme la vida si me creéis capaz ^ T e digo, Conrado, que esto me destroza
de haber cometido crimen alguno. Pero bien el corazón. Dejémosla vivir. Si estás resuel-
sabéis que soy inocente. ¡ A y ! Llegará un to a bañar en sangre tu acero, húndelo más
día en que os remuerda la conciencia por no bien en el corazón de Golo, puesto que, si
haber tenido compasión de mis lágrimas. hay algún culpable, es él solamente. La eon-
U.A.M.
BIBLIOTECA
DE EDUCACIÓN
ir CRISTÓBAL S C II M I D

desa no nos ha hecho siempre má.g que bien ; que—. Perdonar la vida al inocente es una
y, si no, acuérdate de cuando, hace poco acción generosa, y cuando se obra bien no
tiempo, estuviste enfermo. debe temerse nada ; por otra parte, aunque
—De todos modos, es preciso que muera— nos sucediera algún percance penoso, ¿por
repuso Conrado—, ahora, no viene a cuento qué habríamos de acobardarnos? Está segu-
nada de cuanto tú puedas decirme. Yo tam- ro de que, más o menos tardej llegaremos a
bién encuentro muy duro el quitarle la vi- encontrar la recompensa.
da ; pero recapacita que, si no la matamos, Conrado-, convencido por las razones de su
moriremos nosotros dos. jjlegado este caso, compañera, acabó por decir :
¿de qué le habrá servido que la perdonemos? —Conforme, pues ; aventurémonos.
(rolo sabrá hallarla donde se oculte y, por Y, encarándose con Genoveva, la obligó a.
otra parte, tenemos necesidad, pues así nos comprometerse, bajo un terrible juramento
lo ha exigido, de llevarle un testimonio irre- que él le fue dictando palabra por palabra, a
cusable de su muerte. no abandonar mientras viviera el bosque en
—Bien podemos dejarla con vida, si. no es que se encontraban,.queestaba completamen-
más que eso—dijo a su vez Enrique—. Oye te desierto. También juró Enrique, por su e -
lo que podemos hacer. Para que no puedan pada. no hablar jamás ni una palabra sobre lo

descubrirnos, hagúmoüla que nos jure que no que había sucedido aquella noche; ni ir nunca
abandonará jamás este bosque y llevémosle a visitar a la condesa en su aislado retiro.
a Golo los ojos de tu perro para que crea que Inmediatamente, y para mayor seguridad
positivamente ha muerto. Ten la seguridad y secreto, Internó a Genoveva tres o cuatro
de que su turbada conciencia no le dejará leguas en la espesura de la selva-, conducién-
descubrir el engaño y creerá cuanto le diga- dola por montañas y valles despoblados, has-
mos nosotros. Pero no es esto todo. Ya me ta lo más intrincado de la sierra, donde no
hago cargo de que no matarás de buen gra- se sabía que se hubiese posado jamás la plan-
do a tu perro ; mas no hay otro remedio. ta de hombre alguno. Genoveva, rendida, de
Piensa, Conrado, que la vida de nuestra cansancio y sin poderse sostener apenas, de-
buena, condesa y de nuestro joven conde, jóse caer al pie de un chopo, teniendo cons-
una madre desventurada y su inocente hijo, tantemente abrazado a su tierno hijo.
es más digna di1 nuestra compasión que la Allí la dejaron los dos hombres y retroce-
de tu perro. Dios me perdone ; ¡-ero creo, dieron por el mismo camino que habían re-
Conrado, que no tendrás el corazón tan duro. corrido. Tan sólo Enrique la contempló un
—Yo soy tan generoso como tú, y acaso instante, con la vista empañada por el llan-
más—repuso Conrado—, y bien sabe Dios to, y exclamo :
que jamás se me ha hecho tan duro mi oficio —Dios se apiade de vos y vele por vuestra
como en este instante ; pero, si no cumpli- vida y la de vuestro hijo. Si El no tiene de
mos las órdenes de Golo, éste se pondrá con vos más compasión que han tenido los hom-
nosotros como una bestia feroz... » bres, en este lugar desierto estáis perdida
—¡Y dale con Golo!—interrumpió Enri- irremisiblemente.
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Genoveva, estrechando a su hijo contra su pecho con desesperación maternal... (Pág. 15.)
GENOVEVA.—3
.GENOVEVA DE BRABANTE
Cuando ambos estuvieron de. vuelta en el Tívs, y en Vos se cifra toda mi esperanza.
castillo, hallaron a Golo en un aposento ite- Y, dicho esto, sentóse nuevamente al pie
rado, sentado, con la cabeza apoyada entre del árbol con las manos cruzadas sobre sus
sus manos y con un aspecto de abatimiento rodillas, en las que descansaba su hijo ; y
y desesperación imposibles de describir. con los ojos, que el llanto anegaba, elevados
Conrado, al aparecer en la estancia, mostró- al cielo, permaneció en esta actitud hasta
le en una mano los ojos ensangrentados de que brillaron las primeras luces del alba.
6u perro, y exclamó : La mañana, que era una de esas tristes y
—Aquí tenéis los ojos que me pedisteis. nebulosas que tanto abundan en otoño, no
Golo repuso con voz espantosa : le trajo consuelo alguno a sus dolores. Ha-
—Marchaos, no quiero verlos—y dejando llábase en un sitio abrupto, completamente
su asiento, avanzó hacia éL con la espada estéril y de salvaje apariencia. Adondequie-
desnuda, diciendo— : Si alguno de vosotros ra que dirigía la vista, sólo tropezaba con
vuelve a nombrar delante de mí a esa des- áridos peñascos, negros abetos, abrojos y
venturada, le hundiré esta espada en el cuer- sombríos matorrales. Corría un viento tan
po. Idos, que no os vuelva a ver jamás en mi frío que cortaba la piel, y no tardó mucho en
presencia. empezar a caer una copiosa nevada.
Luego, cuando quedó nuevamente solo, Seguía temblando Genoveva, y su tierno
continuó hablando consigo mismo : lujo, desfallecido de hambre y frío, lanzaba
—Es muy extraño lo que me sucede. An- quejidos desgarradores. Púsose a buscar la
tes creía que me sería muy dulce vengarme pobre madre un sitio cualquiera q,ue pudie-
de Genoveva, y ahora, por lo contrario, rne ra servirles de refugio, ya en el hueco de al-
es tan insoportable la idea de que ha muer- gún tronco de árbol o en la cavidad de una
to, que ciaría un dedo de la mano por desha- roca, tratando de hallar también algunos
cer lo hecho, i Ay ! Todo el que se deja lle- frutos para alimentarse. Pero todos sus es-
var por sus pasiones, acaba siempre por en- fuerzos fueron estériles, pues no encontró ni
gañarse a sí propio. un pedazo de tierra seca ni una mora que
llevarse a la boca. Desesperada, comenzó a
escarbar la tierra con sus dedos delicados, a
VIII fin de extraer de ella algunas raíces, las cua-
les mascó ella y dio luego a comer a su niño.
La cierva. Mas para lograr este miserable alimento tu-
vo necesidad de enrojecer la nieve con su
Genoveva permaneció durante un gran ra- propia sangre.
to al pie del árbol, privada de sentido, hasta Genoveva, débil y sin fuerzas como esta-
que, recuperando el conocimiento, se halló ba, echó a andar, llevando a su hijo en bra-
con su hijo en brazos y en aquel solitario" zos, sin saber a qué punto dirigirse de aquel
bosque. El cielo estaba completamente cu- intrincado bosque, arrostrando la nieve y la
bierto de negras nubes, y las tinieblas eran lluvia. Al cabo de algún rato, y después de
aún más profundas a causa de haberse ya haber logrado encaramarse a una escarpada
puesto la luna ; en la espesura del bosque roca, diviso un pequeño valle, fértil y ale-
rugía un huracán espantoso; un mochuelo gre. Escaminóse a él, y, cuando hubo llega-
silbaba entre el ramaje del árbol a cuyo pie do, descubrió una cavidad bajo las colgantes
estaba reclinada, y, a no mucha distancia, ramas de los abetos. Era la entrada de una
percibíanse los aullidos de un lobo. La des- cueva, en la cual podían caber cómodamen-
graciada púsose a temblar con todo su cuer- te hasta tres personas. Cerca de la cueva ha-
po, y exclamó con voz trémula : bía una risueña fuentecilla de cristalinas on-
—¡ Oh, Dios.mío ! El terror se apodera de das, formadas por las aguas que se precipi-
mí; pero Vos,-Dios bondadoso, para quien taban de la roca. Junto a la fuente crecían
r.o existen la noche ni las tinieblas, estáis muchos manzanos, pero de cuyas ramas, de
conmigo y no me abandonáis, porque no follaje seco y amarillento, no pendía un solo
abandonáis jamás a los que en Vos confían. fruto. Adherida a la roca, elevábase serpen-
Vos me. veis, pues estáis en todas partes, aun teando y festoneándola, una tupida enreda-
allí donde no puede llegar el hombre. ¡ Cuán- dera, que producía una especie de calabazas,
to os agradezco, Dios mío, el que me hayáis pero cuyo fruto, aunque grueso y de un
librado, y también a mi hijo, de las manos amarillo brillante, no era ya comestible.
de esos nombres! Confío en que no permi- Llevando siempre a su hijo en brazos,
tiréis que sucumba en las garras de las fie- Genoveva se introdujo en ía caeva para res-
GENOVEVA DE BRABANTE 19

guardarse de la intemperie, temblando de parecía hecho a propósito. Una vez hecho


frío. El hambre la atormentaba de un mo- esto, pensó la pobre madre atender a sus
do espantoso, pues era ya el mediodía, y su hi- propias necesidades. En seguida salió de la
jo comenzó a llorar de nuevo desconsolada- cueva y, valiéndose de una piedra afilada co-
mente. La. pobre madre, presa de la deses- mo un cuchillo, abrió algunas calabazas, iv
j>eración, puso a su hijo en el suelo, junto a las que despojó de la carne y las pepitas, de-
ella, arrodillóse en la cueva, y elevó sus jando sólo las cortezas, con las que volvió a
ojos al cielo, y formuló, con voz trémula, la la caverna. Luego dio de comer a la cierva
biguiente plegaria : algunas hierbas frescas y muy tiernas, y se
—¡ Oh, Dios mío !. Mirad compasivamen- puso a ordeñarla mientras comía; logrando
te a una madre infeliz, y a su desfallecido obtener de ella leche suficiente para llenar
hijo. Vos, que procuráis el alimento, a los todas las calabazas. Confiada y alegre, arro-
mismos cuervos que surcan el espacio y has- dillóse para dar gracias por este socorro pro-
ta al más insignificante de los gusanos que videncial, y elevando en sus manos una do-
se arrastran por la tierra, aun en las épo- rada escudilla llena de pura y blanquísima
cas más inclementes del año, podéis, si así leche, exclamó :
es place, convertir en pan hasta las mismas • —Recibid, Dios mío, mis lágrimas en
piedras, y hacer que mi hijo y yo encontre- prueba, de gratitud por el generoso presente
mos en este desierto el alimento que tanta que me habéis hecho, porque presente vues-
falta nos hace. Vos, padre mío, no permi- tro es esta leche, manantial de sustento que
tiréis, seguramente, que perezcamos de me habéis hecho encontrar en las entrañas
hambre. De igual modo que nos habéis pro- de esta dura y estéril roca. Vos sois quien
porcionado un albergue, nos proporcionaréis todo lo ha dispuesto, para nuestro socorro,
también el sustento necesario. de un modo tan providencial ; quien, segu-
Al acabar Genoveva da expresarse en es- ramente, hizo que algún pájaro, o un ceno-
tos términos, desgarráronse las nubes, y el bita oculto en estas soledades, sembrase en
sol, luciendo en el azul firmamento, envió estos riscos las semillas de calabaza, que me
sus rayos a la cueva, reanimándola con su acaban de proporcionar vaso en que recoger
vivificante calor. Simultáneamente percibió- vuestro precioso regalo. Vos me habéis guia-
se un leve rumor en la enramada, de la qué do hasta esta cueva, para que en ella pueda
cayeron algunas hojas, y una cierva apare- vivir sustentada por este generoso animal,
ció súbitamente a la entrada de la caverna. apartando de mí el temor de que mi hijo y
Como el veloz animal no había sido nunca yo perezcamos de hambre. Contando con
perseguido en aquel desierto por -cazador al- vuestra ayuda, estoy confiada en el porvenir,
guno, a la vista de Genoveva no experimen- y ya no temo al duro y riguroso invierno.
tó el menor espanto. Avanzó en el interior Acabada esta plegaria llevóse la taza a loa
de la cueva con manso aspecto y ligeros pa- labios, y su llanto de gratitud mezclóse con
sos, por ser su guarida acostumbrada, y de- la leche dulce y vivificante ; cuando hubo
túvose al llegar frente a Genoveva, la cual, bebido algunos tragos, q¡ue repararon sus
sobrecogida en un principio a la vista del fuerzas, exclamó :
animal, recuperóse- en breve y posó su ma- —i Qué bebida más deliciosa! Jamás sa-
no en él para acariciarlo; al ver que la cier- boreé, durante mi vida, un manjar más sa-
va recibía sus caricias dócilmente, concibió broso que éste. ¡ Qué poco aprecio hacía yo,
la idea de utilizar su leche para alimentarse Dios mío, de vuestros dones en la mesa de
ella y su hijo. mis padres ! Perdonadme, por no haber sido
Y, acto seguido, colocó a su hijo en posi- más generosa con los pobres, pues nunca
ción conveniente para que pudiera mamar sentí los padecimientos del hambre. ¡ Cuan
de Ja cierva, exclamando : poco trabajo costaría a los ricos hacer innu-
—¡ Oh, Dios mío! Véase a lo que obliga merables beneficios a millares de indigen-
la necesidad a una madre desventurada. tes !
La cierva, a la que no hacía mucho había Una vez confortada con la sustentadora
arrebatado un lobo su cervatillo, y que esta- bebida, salió nuevamente de la cueva, a la
I a dolorida por el exceso de leche, dejóse ma- que hizo repetidos viajes, para transportar a
mar sin oponer resistencia alguna. El niño, ella, en su delantal, algunos montoncitos de
una vez bien alimentado, quedóse dormido, suave musgo, que arrancaba de los árboles
y Genoveva, envolviéndolo en una -parte de y de las rocas, y con el que logró formar un
sus ropas, lo acostó en un rincón de la cue-
v
blando lecho para ella y para su hijo.
a, en donde había un reducido espacio que Luego, y con el fin de resguardar la cue-
20 CRISTÓBAL SCHMID

va, aún más de lo que estaba, del viento, pú- como no lo había disfrutado desde hacía mu-
sose a arreglar las ramas de los ajbetos que cho tiempo. El niño dormía, igualmente,
pendían sobre la entrada, disponiéndolas en sobre su seno, y a sus pies reposaba la fiel
la forma más a propósito para el objeto, que cierva, que ya no los abandonó nunca.
se proponía. De este modo y con el calor que
prestaba la cierva, no sólo- quedó bien abri- IX
gado el interior de la cueva, sino que se res-
piraba en él un delicioso perfume, que se Genovevo en el desierto.
desprendía de las ramas dispuestas en forma
de cortina. Desde entonces, vivió Genoveva aislada
Rendida, por último^ de todo este trajín, en aquella soledad, como una verdadera ana-
y acabados todos los preparativos, Genove- coreta. Transcurrió el invierno, luego la pri-
va sentóse en un peñasco, dentro de la ca- mavera y el verano, y sucedióse el otoño y otro
verna, el cual parecía baber sido puesto allí invierno sin que ocurriese nada digno de
deliberadamente para que hiciera las veces mención. Cuando, en las siestas del estío,
de un escaño. Una vez sentada, sintióse sentábase a la sombra de algún árbol y oía
tranquila y corno aliviada de un peso enor- solamente el graznido de los cuervos o los
me, mostrándose íntimamente agradecida picotazos de algún pájaro al escarbar la tie-
por verse libre del lóbrego calabozo en que rra ; cuando en el otoño, durante, las frías
gemía, y haber hallado un retiro seguro, en noches, veía alzarse la pálida luna y proyec-
el cual podía arrostrar impunemente el odio tar sus rayos sobre el pequeño valle rodeado
del infame! Golo. De sobra, conocía que, en de montes; cuando en el riguroso invierno
aquel paraje, hallábase también expuesta a descubría, desde su gruta, todo el paisa-e
mil clases de padecimientos, pero sentíase cubierto de nieve, sembrado de huellas de
reanimada, y el consuelo de los beneficios fieras, lanzaba hondos suspiros, nacidos en
recibidos dábale ánimo para aguardar con- el fondo de su corazón, y ansiaba ver otra
fiada en el porvenir. vez siquiera las facciones de sus padres, las
Hallábase entregada a estas meditaciones, de su esposo, las de sus amigos, las de un
cuando, de pronto, su vista tropezó con una ser humano, en fin, cualquiera que éste fue-
rama seca de abeto, desprendida casualmen- se, y solía exclamar entre sollozos :
te del árbol, la cual se hallaba cubierta de —¡ Qué felices son los hombres que pue-
musgo, y caprichosamente pintarrajeada de den vivir en sociedad, hablarse entre sí y
manchas amarillas y blancas. Tomó la ra- comunicarse mutuamente todas sus alegrías !
ma, y, partiéndola en dos pedazos, los dis- ¡ Cuan locos son aquellos que, ignorando el
puso en forma de cruz, ligándolos luego con valor de estas satisfacciones, se amargan la
algunas tiras de corteza flexible. Cuando hu- existencia unos a otros!—y continuaba, re-
bo realizado esto, exclamó : cobrándose algún tanto— : Pero poder ha-
—Quiero tener siempre ante mi vista, blar a solas con Dios vale infinitamente más
i oh, Dios mío !, esta prueba de vuestro in- que conversar con los hombres. Si estamos
menso amor hacia mí y hacia todos los hom- privados1 de su trato, Vos, Dios mío, no nos
bres ; la cruz, en la que Vos moristeis por abandonáis jamás, ni aun en los más aisla-
todos nosotros, me recordará constantemen- dos desiertos ni en las noches más sombrías y
te los beneficios que de Vos estoy recibiendo. silenciosas. Nada hay comparable a la ventu-
Desde este instante, quiero dar principio a ra de poder conversar con Vos, Dios de bon-
una existencia de cenobita, y tendré en ella dad, a cada momento ; con Vos, que sois el
por cruz la adversidad de mi fortuna. Resig- verdadero amigo de nuestras almas.
nada, la llevaré sobre mis espaldas, a ejem- De este modo, completamente resignada
plo vuestro, y diré constantemente, como con su suerte, Genoveva fue acostumbrán-
Vos dijisteis : «Padre, hágase vuestra vo- dose poco a poco a comunicarse con Dios, en
luntad y no la mía.» Esta acabará neoesar- espíritu, y la esperanza que tenía hacía qii3
riamente algún día, y entonces1 podré decir para ella transcurrieran las horas velozmen-
asimismo : todo está consumado . te, confiada- por completo en la ayuda del
Dicho esto,' puso la cruz en un hueco Creador.
abierto en la pared de la cueva, donde siem- En las horas que le dejaban libre el cuida-
pre podía tenerla a la vista, y se acostó en el do de su hijo y la recolección de raíces y fru-
lecho de musgo que poco antes había prepa- tos que le servían de alimentos, y las cua-
rado. A los pocos momentos, quedóse dor- les pasaba en una completa vagancia, que
mida con un sueño tranquilo y reparador, llegaba a aburrirle, acostumbraba decir:
GENOVEVA DE BRABANTE
—Si siquiera tuviese unas agujas de hacer las alimenta mi Padre celestial. ¿Creéis que
medía y algún hilo, cuan gratos serían para El no os ama más que a ellas?» Sé, Dios
mí estos ratos de ocio, los cuales invertiría mío, que Vos me amáis mucho más que a
en vestirme a mí y a mi hijo. Los hombres todas estas aves, y debiera estar, por ello,
suelen quejarse del trabajo a que están obli- más alegre que ellas, expresar mi alegría en
gados, como, de un peso que les abruma. mis cantos y no entristecerme por no haber
¡ Oh ! El trabajo, por duro que sea, no puede podido sembrar un grano, ni sembrar un ta-
compararse a la ociosidad, que hace la exis- llo, ni almacenar una sola gavilla.
tencia triste y aburrida. Al contemplar las mil florecillas del de-
En ocasiones," lo que echaba de menos era sierto, que con sus alegres y variados mati-
un libro, con .cuya lectura pudiera distraer ces esmaltaban el pequeño valle, exclamaba
la grande y brillante imaginación de que es- de igual modo :
taba- dotada. En tales momentos, decía : —Hermosas florecillas, vosotras sois para
—¡ Cuánto me alegraría de poseer un li- mí otras tantas-preciosas y encantadoras no-
bro, sobre todo, un buen libro, que me dis- meolvides, que me recordáis constantemen-
trajera agradablemente en estas horas de te que Dios no se olvida de mí. A vosotras
descanso ! No obstante, el mejor libro que se refería Jesucristo cuando decía : «Con-
pueden contemplar los ojos del hombre, ¡ ohi templad las flores de los campos; ellas no
Dios mío !, son las obras de vuestras manos. trabajan ni hilan. Y, sin embargo, os digo :
Desde entonces observó a la Naturaleza Ni Salomón, a pesar de toda su magnificen-
con más atención que nunca lo había hecho. cia, estuvo jamás tan hermoso y espléndida-
La menor floréenla, el insecto más peque- mente vestido como lo está cualquiera de
ño, la más insignificante mariposa, produ- estas flores. Y, si Dios'viste tan magnífica-
cíanle un placer inexplicable, al contemplar mente la hierba de los prados, ¿no hará otro
en la belleza de BUS matices, y en la sabia tanto con vosotros', hombres de poca fe?»
disposición de su organismo, las huellas de Por consiguiente, yo debo tener más valor y
una bondad y de una sabiduría infinita, y, confianza en lo sucesivo. Y, aunque no hile
al recordar que la mayor parte de aquellos ni cosa, no me preocuparé de qué modo ha-
líennosos objetos de que se vela rodeada en bré de ir vestida.
el desierto, habían servido a Jesucristo pa- Al volver de nuevo el verano, cuando se
ra hacer bellísimas parábolas, sentía, igual- sentía abrasarse de calor, aun dentro de su
mente, una impresión grata y consoladora. cueva y acudía al manantial para apagar en
En la primavera, cuando el sol enviaba di- sus claras y frescas aguas la sed que la de-
rectamente sus rayos cariñosos hasta el in- voraba, solía decir con frecuencia :
terior de la cueva, Genoveva, extasiada, so- —El mismo efecto que produce esta agua
lía decir : en mis abrasados labios, causa en nú alma
—Dios mío, el sol es pata mí una imagen la fe que he puesto en el Creador : y El mis-
de la bondad y del amor que profesáis a to- mo nos ha dicho : «Venid a mí y bebed, los
• dos los hombres, pues Jesucristo ha dicho : que tenéis sed; el agua que yo os daré será
«Mi padre celestial hace brillar el sol para para vosotros un manantial que correrá has-
buenos y para malos.» Quiero que mi amor ta la eternidad.» Sí, este manantial interior
;il prójimo se parezca a vuestro sol, pues es el que solamente me da vida, me fortifi-
yo también haría gustosa el bien, aun a mis ca y consuela, me llena de ventura, en este
enemigos, si me fuera posible. momento en que estoy privada de todo con-
En ocasiones asaltábala el temor de que suelo extraño, y en que me han sido arreba-
llegara un día en que no pudiera sustentarse tados todos los placeres que se disfrutan en
en el desierto, y la melancolía se hallaba a el trato y la sociedad de los hombres.
punto de invadir su corazón. Al amanecer Otras veces, cuando contemplaba las colo-
de un día, en que sintió que el desaliento se sales rocas que rodeaban el valle y que ha-
apoderaba de ella, exclamó, al oír vibrar en bían resistido inmóviles durante tantos si-
su oído los trinos de las aves : glos el embate de los huracanes y de las tor-
—¡ Cuan alegres y regocijados cantan esos mentas, recordaba aquellas palabras de Cris-
pequeños seres, demostrando así que están to : «Quien oye mi palabra y la cumple, es
libres de todo cuidado ! Yo debo sentir la como el hombre prudente que construye su
misma alegría que vosotros demostráis, casa sobre una rocas, y decía :
puesto que Cristo ha dicho : «Mirad las ave- —De igual modo quiero fundar mi salva-
cillas del cielo; ellas no siembran, ni siegan ción sobre vuestra palabra, para que nadie
ni almacenan en sus trojes y, no obstante, pueda echarla a tierra.
^CRISTÓBAL SCHMID

Poseía tan profunda imaginación, que sa- distracción más variada y deliciosa pueden
bía sacar útiles lecciones hasta de las male- existir, que los que él me proporciona en mi
zas y cardos, y exclamaba ante ellos : soledad? Dirigid, Señor, desde vuestro ce-
—Pobres y estériles plantas, si fuera po- lestial trono vuestras protectoras miradas so-
sible que dierais racimos de exquisitos fru- bre este tierno niño, y dejadle que crezca y
tos, me extasiaríais con vuestra vista y me se desarrolle. Ved qué inocente serenidad se
haríais más agradable la soledad de este de- refleja en su rostro y q.ué dulzura en sus
sierto. Pero Jesús lo ha dicho : «No es posible ojos. ¡ Cómo se pinta la pureza de su alma,
coger uvas de los abrojos, ni higos de los en sus rosadas mejillas y en su frente ador-
cardos. El árbol bueno dará buen fruto y el nada con rizados caballos! ¡ Con cuánta
árbol malo lo dará malo.» Yo quiero ser un tranquilidad reposa sobre mi seno ! Bien ha
buen árbol y hacer todo el .bien que esté a dicho Cristo : «Si no hacéis como los niños,
mi alcance, para no parecerme lo más míni- no llegaréis a entrar en el reino de los cie-
mo a esas plantas, que sólo dan malos fru- los.» ¡ Ojalá todos los hombres ignorasen el
tos y dolorosas espinas. mal y fueran inocentes como este niño, de
De este modo, hallaba motivo para hon- una manera espontánea, por convicción y
das y consoladoras medi- sin violencia, y sin envi-
taciones en todo cuanto • - días ni orgullos. Entonces
contemplaban sus ojos, sí que sentiríamos en
desde las mismas malezas .* > nuestro corazón, aun en
y cardos, hasta el sol, las .' esta vida, un reflejo de lo
aves, las flores y las fru-
tas, aunque la presencia . .
de su hijo fuera para, ella
f que debe ser el reino de
los cielos, y viviríamos to-
dos tan felices como lo es
mil veces más agradable -i en. mis brazos este niño,
que el sol primaveral,más y llegaríamos a las puer-
alegre que la estación de tas del sepulcro con la
las flores y de las aves y tranquilidad y satisfac-
más instructiva que cuan- .' % ción que proporciona a la
to pudiera hallar en su re- \ conciencia la convicción
tiro. del deber cumplido.
Sacaba al niño a pasear u Genoveva sentía fre-
al aire libre durante los ' ? cuentemente el deseo de
días serenos, y allí, fuera visitar una. iglesia, y en-
fie la cueva, bajo la azu- i ) tonoes exclamaba :
lada bóveda del firma- \M —No hay mayor ven-
mentó, mientras, no lejos {ft tura que lai de unir su
de ellos, la cierva pacía pensamiento al de milla-
la tierna y fresca hierba res de hombres arrodilla-
de los prados, ella iba y dos ante la Divinidad,
venía, llevando en brazos •• .- oyendo todos atentamen-
a su hijo y sin alejarse de te la palabra de Dios, ele-
la gruta. El inocente nada comprendía aún, vando sus juinas hasta El con recogimiento,
pero su madre dirigíale esas frases de ter- entre los himnos de alabanza que conmueven
nura que sólo inspira y dicta el amor ma- los corazones. ¡ Cuánta, sería mi alegría, si
ternal ; y, si por acaso, la tierna criatura pudiera oír una campana, con cuyo sonido
rodeábala el cuello con sus bracitos en ta- estoy segura, de que se confortaría mi cora-
les instantes, sonriéndole, su sonrisa em- zón !
bellecía y alegraba el desierto. En tales Mas, luego, rehaciéndose, decía :
ocasiones, parecíale que, cuanto la rodeaba, —Pero, ¿qué digo? Toda la Naturaleza,
brillaba como el oro y los diamantes ; so la tierra que nos rodea y el cielo que está
arrodillaba, en el éxtasis de sus transportes sobre nosotros, no son más que un templo
maternales, estrechaba a su hijo contra su de Dios, cuyo altar es el corazón que late y
corazón y devolvíale sus besos y caricias con suspira por Él, aun en el fondo del más sal-
una ternura maternal indescriptible, excla- vaje desierto. Estoy, pues, resignada. Sea,
mando : ¡oh, Dios mío!, este pequeño valle tu tem-
—¡ Oh, Dios mío ! ¿Cómo he de demostra- plo, y tu altar mi corazón.
ros toda mi gratitud por haberme conserva- En resumen : en todo el valle no veía un
do este hijo? ¿Qué dicha, qué consuelo y qué árbol o una roca, al pie de los cuales no so
GENOVEVA DE BRABANTE.

postrase de hinojos para orar; y, durante el. Más adelante, cuando advirtió en la tier-
invierno, cuando no podía abandonar la cue- na criatura los primeros rayos de su nacien-
va, arrodillábase ante la tosca crucecita, sir- te inteligencia, los primeros destellos de su
viéndole de reclinatorio el peñasco en que se amor filial, invadió su corazón una alegría
sentaba, y permanecía durante muchas ho- inexplicable. Cada día era para ella más pró-
ras inmóvil, elevando su espíritu hacia el digo en nuevas y encantadoras impresiones,
sublime Redentor, que murió por amor a la pareciéndole como si surgiera una fértil y
humanidad. risueña primavera en medio del árido in-
vierno. Al concluir esta estación, el pobre
X niño enfermó gravemente, y Genoveva no
pudo salir de la gruta durante una larga
Alegrías maternales de Genoveva en el desierto. temporada. Mas, a poco tiempo, al comen-
zar la primavera, el niño recobró la salud,
Así como en el bosque elevábase sobre su volviendo .a sus mejillas los frescos y alegres
tallo una flor purpurina entre malezas y colores de las rosas. Genoveva, entonces, sa-
abrojos, de igual modo veía Genoveva, en cóle fuera de la gruta, por la pi'imera vez
su soledad, florecer la más pura alegría que después de mucho tiempo, en una hermosa
pudiera experimentar su corazón. La causa mañana de primavera, y llevólo a lo largo
de esta alegría era su adorado hijo Desdi- del valle esmaltado de flores, al aire libre,
chado, al cual, entre transportes de gozo, ha- en plena campiña.
bía visto crecer, dar,.trémulo, los primeros Lucían espléndidamente todas las rique-
rasos y balbucear las primeras palabras. zas de la estación, y, al ofrecerse repentina-
Y, realmente, el niño desarrollábase sien- mente a las miradas del niño, que se encon-
do un verdadero encanto, y mostrando para traba ya en situación de poder apreciarlas,
todo extraordinarias disposiciones. causáronle una impresión deslumbradora.
Genoveva no tenía, en su soledad, con Presa de un profundo estupor, detúvose y se
qué vestir a su hijo. Pero un día encontró en quedó como en éxtasis, contemplándolo to-
el bosque una pequeña gamuza, a la que do con los ojos extraordinariamente abier-
acababa de matar un zorro, el cuál comen- tos, en los que se reflejaba el asombro y re-
zaba a devorarla, y trató de espantar a és- gocijo que lo invadía. Por último, exclamó :
te, con objeto de utilizar la preciosa y pe- —¡Mamá, mamá! ¿Qué es lo que veo?
queña piel gris y moteada de blanco, de la Todo está muy distinto de como antes esta-
víctima, para hacer un vestido al niño, y lo- ba. Todo es más bello. Ved el valle, que ha-
grando lo que intentaba, consiguió realizar ce poco tiempo se hallaba cubierto de nieve,
su pensamiento. Tan sólo quedaron desnu- ahora es de un verdor tan brillante y hermoso,
dos las manos y los pies, recordando, por la que, en comparación con los abetos, parece
humildad de sus vestidos, al precursor San negro. Los árboles y plantas, antes tan tris-
Juan Bautista en el desierto. tes y desnudos, sin más que algunas hojas
El niño tenía por únicos alimentos hier- secas y amarillentas, están ahora cubiertos
bas y raíces, leche y agua ; mas no por ello de hojitas tiernas y verdes. ¡ Mirad el sol!
conservábase menos sano, teniendo en sus Da gusto calentarse a sus rayos, bajo el her-
mejillas los colores y frescura de las rosas. moso azul del cielo. ¡ Mamá ! ¡ Mamá! Ved
Juzgúese el gozo indecible con que la po- en el suelo, a mis pie?, qué cosas tan boni-
bre madre, que hacía más de un año que no tas, tan limpias y tan diminutas. Ved qué
había oído una sola palabra salida de la- colores tan hermosos, dorado, azul y blanco.
bios humanos; •oiría el primer sonido inteligi- •—Querido hijo mío, eso son flores—repu-
ble en boca, de su hijo ; y este gozo aumen- so Genoveva—. Mira cómo cojo algunas pa-
tóse hasta el éxtasis, cuando le oyó pronun- ra t i ; aquí tienes ; éstas que ves aquí, blan-
ciar, clara y distintamente, el dulce nombre cas, son caléndulas y velloritas. Míralas por
de madre. Ocurrió esto en los comienzos del dentro, qué amarillo tan bonito tienen ; ve
invierno, así es que pasaba las horas con él ahora qué hojitas hay alrededor, blancas,
en su triste caverna, o recorriendo el valle con gotitas de púrpura. Estas otras, com-
cuando hacía buen tiempo, enseñándole los pletamente amarillas, se llaman primave-
nombres de cuantos objetos se ofrecían a sus ras ; esta azul es una violeta y exhala un
miradas; desde el sol hasta los peñascos, perfume niuy agradable. Aquí las tienes, to-
desde el musgo hasta los abetos, poniéndolo, das son tuyas ; ahora, si quieres, coge todas
insensiblemente, en situación de entablar las que desees
diálogos fáciles y sencillos. Lleno d& alegría, púsose el niño a coger
U.A.M.
BIBLIOTECA
DE EDUCACIÓN
vio venir hacia ella un lobo de aspecto terrible, que llevaba una oveja en la boca. (Pág. 29.)
GENOVEVA DE BRABANTE

r.M'i!?, y, tantas cogió, que lio podía abar- I ,;\ inocente sencillez de Desdichado fue
carlas con sus tiernas manecitas. Luego lo acogida por Genoveva con una sonrisa, di-
condujo Genoveva al extremo del valle a, un ciéndose en su interior ¡
irondoso bosquecillo, y, una vez allí, díjole : —¡ Ángel mío ! ¡ Cómo se. reirían de ti
—¡Escucha! ¿no oyes? otros niños de más edad que tú ! ¡ Cómo te
El niño púsose a escuchar atentamente, y tratarían de tonto! Pero los que. esto hicie-
por la primera, vez llegó a su oído el canto ran, habrían olvidado que ellos hablaron co-
de una multitud de pajaritos que, en armo- mo tú en otro tiempo y que sólo paso a pa-
nioso concierto, lanzaban al aire sus gor- sa y muy lentamente llegaron a poder apre-
jeos, sin temor a mano-; crueles que vinie- ciar verdaderamente las maravillas del Uni-
sen a interrumpir sus alegres trinos. verso, que es lo que le sucede a la. inmensa
—¿Qué es eso tan bonito que suena ahí? mayoría de los hombres.
— exclamo el niño—. Por todas partes, en Al día siguiente despertó el niño a su madre
los montes y en los árboles, oigo muchas cuando apenas amanecía, diciéndole a gritos :
vocecitas encantadoras. ¡ Mamá ! ¡ Mamá ! —Mamá, mamá ; levantaos en seguida y
Vamos a ver lo que es ; vamos corriendo. venid conmigo. Vamos a ver todo lo bonito
Sentóse Genoveva sobre una piedra tapi- que Dios ha hecho.
zada de musgo, puso al niño en sus faldas Genoveva, al oírlo, sonrióse dulcemente
y, según acostumbraba hacer durante el in- y, levantándose, lo llevó hasta las márge-
vierno y en los primeros días de la prima- nes de un arroyo que cruzaba el vallecito.
vera, esparció en torno suyo sobre el césped Cuando hubieron llegado a aquel paraje, dí-
algunas comillas de frutos silvestres, y luego jole :.
llamó a los pájaros. Acudieron inmediata- —Mira, allá, a la sombra de aquella eleva-
mente innumerables avecillas ; el dócil peti- da roca que cierra el valle en la parte por
rrojo, el canario doméstico, el pardillo, ador- donde penetran los vientos más fríos. ¿Ves
nado con su corona y su pechera de púrpura ; esos arbustos llenos de espigas y que pin-
el pintado jilguerillo, ansiosos todos de pico- chan tanto? Se llaman endrinas; Ahora tie-
tear las semillas, mientras Genoveva decía : nen unas bolitas verdes y blancas, muy pe-
—Ahí tienes los pájaros cuyos cantos tan- queñas, que. son las yemas de lasflores.Aho-
to te gustan. ra, mira baria el otro lado. ¿Ves aquellos
Transportado de alegría y como fuera de arbustos, que tienen también espinas, pero
sí, exclamó el.niño : muy pequeñas? Son escaramujos y tienen
—¡Cómo! ¿Sois vosotros, preciosos ani- igualmente yemas, pero más largas. Mira
malitos,'los que entonáis tan graciosos can- ahora allí, a lo alto del vallecito ; aquellos
tos? i Ah ! Vosotros lo hacéis mucho mejor dos árboles que hay allí son, el uno, un man-
que los grajos, que nos molestaban en invier- guito, y el otro, un peral silvestre; fíjate
no con sus graznidos, y sois también mucho bien en ellos, por unís que los conozcas ya.
más bonitos que ellos — y continuaba, diri- hace tiempo; sólo verás ahora ramitas cua-
giéndose a su madre—: ¿En qué consiste jadas de yemas; mas, de hoy en adelante,
que ahora está todo tan bonito? ¿De donde obsérvalos detenidamente, a ver qué es lo
han venido todas estas cosas tan bellas que que les sucede, y luego me lo dirás.
hay a nuestro alrededor? Vos no podéis ser Empapó la tierra, aquella, noche una do
quien, mientras yo estaba enfermo, haya osas suaves y templadas lluvias primavera-
adornado tan espléndidamente este valleci- les, que hacen brotar las hojas y las ñores co-
to, pues casi siempre estabais conmigo en la mo por encanto. Aun seguía- lloviendo cuando
gruta; y, además, es preciso ser muy hábil amaneció ; mas, habiéndose serenado el cie-
para adornar esto en esta forma. lo poco después, bajó Desdichado al valle y,
—Hijo mío -¿- repuso Genoveva—, ¿no lleno de asombro, exclamó :
te he dicho que tenernos en el cielo un pa- —¡Oh, mamá! Las bolitas verdes de las
dre muy bueno y generoso? Pues bien ; este endrinas se han convertido en unas floreci-
padre es Dios, y El es quien ha creado el tas blancas como la nieve. Los espinos res-
sol, la luna y las estrellas, y Él también tantes están cubiertos de hojitas verdes y las
quien ha hecho cuanto ves, para, regocijar yemas están más gruesas. También esíán
nuestros corazones y alegrar nuestras mira- llenos de.flores blancas y encarnadas los ár-
das. boles que hay a orillas del arroyo. ¡ Qué pla-
—¡Qué bueno es Dios! — dijo entonces cer! Ven, y verás qué bueno es Dios.
el niño—. ¡Qué hermoso y diestro se piv- Genoveva, acudió adonde la llamaba su hi-
tiíitita en todas sus obras ! jo, el cual prosiguió ;
GENOVEVA.—4
CRISTÓBAL SCHMID

—¿Ves? Pues ahora verás los escaramu- •—Por eso mismo — repuso su madre—,
jos. ¡Seguramente darán flores encarnadas, tienes el deber de darle las gracias.
pero no están abiertas todavía. No obstante, En seguida elevó al cielo el niño los ojos
si las examinas despacio y atentamente, ve- impregnados de gratitud, y exclamó en voz-
rás las .yemecitas que comienzan a brotar. alta, enviando con sus tiernos dedos un beso
¿Es, acaso, que esta noche no ha podido al infinito :
Dios acabarlo de hacer todo? —¡Oh, Dios de bondad! Yo os doy gra-
—Fácil le hubiera sido a Dios, hijo mío— cias por estas fresas. .
repuso Genoveva-—, acabarlo de hacer to- Y, luego, volviéndose vivamente hacia su
do, como dices, pues a El no le cuesta tra- madre, le preguntó con acento de sencilla
bajo alguno hacer eso, puesto que, siendo, ingenuidad :
como es, omnipotente, lo puede hacer todo —¿Me habrá oído bien Dios, madre mía?
en un abrir y cerrar de ojos. —Seguramente, mi querido hijo—respon-
A lo cual argüía a su vez el niño : dióle su madre, sonriendo y abrazándolo ca-
—Decidme, no obstante, ¿cómo Dios pue- riñosamente—. Más aún : Dios, que lo ve y
de hacer todas estas cosas en la obscuridad lo oye todo, sin exceptuar lo más mínimo,
de la noche? ., ., te hubiera oído penetran-
Entonces , contestóle do hasta tu corazón y tu
Genoveva que Dios, para mente, aun cuando no hu-
el que no existen las ti- bieras expresado tu pen-
nieblas, veía tan bien du- samiento con palabras.
rante el día como en la Desde aquel día, Des-
noche, al oír lo cual que- dichado sólo deseó ver co-
dóse el niño absorto de sas nuevas que le demos-
admiración. traran la bondad y ornni-
Genoveva dijo otra ma- loteneia de Dios. Genove-
drugada a Desdichado : va decíale :
—Hoy vas a tener una —Ve, hijo mío, y exa-
gran alegría; ven con- mina con tus propios ojos
migo. cuanto de nuevo y admi-
Y tomando una cesti- rable encuentres en el va-
ta de mimbres que ella lle, y luego ven a contar-
misma había tejido, guió- me todo lo que llegues a
le hasta un verde césped, descubrir.
que iluminaba el sol ale- _ Fiel a estas palabras,
gremente al penetrar al * Desdichado acudió un día
través de las rocas y abe- a la gruta haciendo gran-
tos, y en el cual había i
des demostraciones de en-
visto, hacía algunos días, tusiasmo y diciendo a gri-
unas cuantas fresas próxi- tos :
mas a su madure/, las —Ven, mamá ; he ha-
cuales estaban ya aquel — liado una cosa- preciosa ;
día perfectamente maduras y rojas como la un cestito pequeño, que tiene dentro un pa-
grana. Tomó Genoveva unas pocas y díjole al jarito. ¡ Si vieras qué bonito y qué pe-
niño : queñito es! Ven corriendo — y, asiéndola
—Toma, y come de esta, fruta. de la mano, la condujo hasta un grupo de
Hizo Desdichado lo que le decía su madre, endrinas, y, mostrándoselo, le dijo-- : ¿Ve:?,
y exclamó con grandes transportes de ale- mamá? Aquí tienes el cestito. ¿Lo ves bien?
gría : —Querido mío, eso es un nido de pájaros
—¡ Ay qué buenas! ¿Quieres que, yo — repuso Genoveva-—. Esa clase de cestitos
arranque más?,; se llama un nido, y el pájaro es un pardillo.
—Toma, y come todas las que quieras— Las aves tienen sus nidos, de igual modo
respondióle Genoveva—, pero sólo de aque- que nosotros tenemos una cueva. ¿Ves den-
llas que están encarnadas. Luego llenare- tro del nido, qué atento nos está mirando el
mos la cestita y la llevaremos a casa. pájaro? ¡ Ah! Mira cómo se escapa. Acérca-
El niño púsose acto seguido a hacer cuan- te con cuidado, procurando no pincharte, y
to le había dicho su madre, mientras decía : contempla el nido. Mira con cuánto ingenio
—¡ Qué bueno es Dios y cuántas buenas y destreza está compuesto exteriormente,
cosas nos regula! con hierbas secas, y con cuánto primor han
GENOVEVA DE BRABANTE 27

formado la parte de adentro, cubriéndolo puestos al azar los punzantes espinos de que
con suave crin recogida al azar. Pero no es el nido está rodeado. Sin ellos los voraces
esto todo. Registra bien el interior — y, al cuervos se comerían a los pajarillos, y las
¿ecir esto, alzó a su hijo en sus brazos todo puntas de que están erizados los espinos, de-
lo más alto que pudo. fienden al nido, desviando a los que tratan
El niño comenzó a palmetear, y gritó en- de acercarse a él y hacer daño a los peque-
tusiasmado : ñuelos. El pardillo, padre, aunque es el más
—¿Qué son esas bolitas tan preciosas que grande, no lo es tanto que no pueda desli-
hay allí dentro? zarse ligera e impunemente a través de los
—Eso son los hueveeitos — contestó Ge- espinos. Ve, pues, cómo en todas las cosas,
noveva—. Mira qué bonitos son, con su co- aun en las abruptas malezas, se echan de
lor verde claro y qué rayitas tienen tan pre- ver el amor y la paternal protección de la
ciosas. Providencia.
—¿Y qué hace el pájaro con los hueveci- ínterin Genoveva hablaba de esta forma,
tos? — interrogó Desdichado. llegó volando' la madre y púsose en el borde
—Pronto lo sabrás — respondió Genove- del nido. En seguida, todos los pajarillos al-
va—. Te bastará, para ello venir a verlos dia- zaron sus cabecitas, piando y aleteando y,
riamente, pero sin tocarlos ni molestar nun- abriendo sus piquitos, recibían en ellos el
ca a los pajaritos. alimento que su madre iba dándoles, a cada
Transcurridos dos días, Desdichado hizo uno a su turno*. Desdichado, transportado y
que su madre lo acompañara al lugar donde saltando de alegría, exclamó :
se encontraba el nido, en el cual halló pre- —¡ Oh ! ¡ Qué bonito es esto ! ¡ qué pre-
ciosos pajarillos, en substitución de los hue- cioso !
vos que había visto anteriormente. Genove- •—Mira — le dijo entonces Genoveva —
va, entonces, le dijo : cómo la madre viene a traerle la comida a
•—Observa cuan tiernos y chiquitines son. los animalitos, que aun no están en estado
¿Ves qué bonitos? Todavía están con los oji- de ir en busca de ella. Aun serían para ellos
tos cerrados y sin plumas. Aun no pueden demasiado duras las semillas, y los padres
volar ni arrojarse fuera del nido. las trituran primero con el pico, las tragan,
—Están desnudos los pobrecitos — excla- para que se ablanden en el buche, y luego
mó Desdichado—. Van a perecer de frío y se las dan. ¿No encuentras todo esto ma-
de hambre. ravillosamente ordenado? Pues todavía cui-
—De ningún modo, hijo mío — contestó da Dios más amorosamente1 de nosotros, que
(¡enoveva—. Dios cuida de ellos. Conforme lo hace con todos los seres creados, aun con
te hice! notar el otro día, el nido está blando los mismos pajarillos. Sí, hijo mío—prosi-
y recubierto por una suave pelusilla, a fin guió con los ojos inundados en llanto—•, ese
de que los pajarillos estén en él cómodos y Dios clemente y bondadoso que, hasta aho-
abrigados. Es de forma redondeada, para ra, ha cuidado de ti en medio de tu debili-
que no puedan tropezar ni hacerse daño al- dad, seguirá cuidando de ti en lo sucesivo.
guno. El pardillo, que es el padre, lo ha he- —Ciertamente — repuso Desdichado—.
cho todo, según pudiste ver. ¿No es verdad El buen Dios ha cuidado de mí, y a Él debo
que está construido primorosamente? Segu- el teneros a vos, mamá, que me amáis más
ramente que no podríamos nosotros mismos que los pajaritos a sus hijuelos. Hace ya mu-
hacer otro igual. Y, ¿sabes quién ha dado> a cho tiempo que yo hubiera muerto sin vos
ese pajarito el arte maravilloso que nos •— y al decir estas palabras se arrojó en bra-
asombra? Dios, cuya providencia, vela amo- zos de su madre, a la que abrazó cariñosa-
rosa y constantemente sobre todas las cria- mente, con los ojos bañados por el llanto de
turas que pueblan el Universo. Pero no es la gratitud y de la ternura.
esto todo : ese frondoso y espléndido folla- Diariamente tenía Desdichado una nueva
je de los espinos, les prestan ahora fresca y. maravilla que referir o un nuevo hallazgo
agradable sombra',- y al mismo tiempo los que enseñar a su madre. Todas las mañanas
defienden de la humedad y de la lluvia. Ape- llevábale las flores mas bellas, y los cestitos
nas hace un poco de frío, sea por la mañana, que ella le había fabricado con juncos, lle-
por la tarde o por la noche, acude el padre, nos de fresas, de arándanos, zarzamoras o
unas veces, y otras la madre, y, posándose frambuesas, según la época. Contábale tam-
cuidadosamente sobre ellos, los cubren con bién cómo se iban cubriendo de flores las en-
sus alas para darles calor e impedir que los drinas, cómo aumentaban de tamaño las re-
entumezca la helada. No creas que están dondas y verdes bolitas de los agavanzos y¡
28 CRISTÓBAL SCHMID

cómo crecían asimismo y cebaban pininas malo nos parece, mucho más agradable quo
los pardillos, por último, llegó el día en que, lo bueno, como sucede con la teta veneno-
coa gran regocijo, pudo decirle que Jas en- sa, que, en la belleza de los colores, aventaja
drinas lucían ya su negro fruto, los agavan- a la gris, que es comestible y compktamea-
zos estaban cuajados de rojos escaramujos y te inofensiva.
los gardillos habían ya alzado el vuelo.
Conducíase en todo de igual forma. Cuan-
do por primera vez distinguió el brillante y
hermoso lucero de la mañana ; cuando des- Un lobo viste a Genoveva.
cubrió por primera vez el arco iris después
de haber caído la lluvia ; cuando contempló De este modo, entre placeres inocentes y
el espectáculo de una espléndida puesta, de puros, pasaron Genoveva y Desdichado la
sol a través de los negros abetos, siempre co- primavera y el verano. Luego llegó el otoño,
rría, en busca de su madre- para referírselo en cuya estación el sol, además de tener mu-
y llevarla consigo, a fin de que todo lo vie- cho menos calor en sus rayos, sale más tar-
se y admirase con él, y ambos unían sus ac- de y se pone más temprano. E l límpido azul
ciones de gracias a la Providencia por los del firmamento veíase durante semanas en-
prodigios qire había realizado. Como conse- teras cubierto por nubes sombrías y negruz-
cuencia de todo esto, Desdichado estaba cas y la tierra quedóse casi estéril por com-
constantemente alegre, siendo causa de cons- pleto. Ya no se oían en el valle los trinos de
tantes satisfacciones .para su madre que, con Lis aves, pues la mayoría de ellas habían
los ojos inundados de llanto, solía exclamar emigrado al acercarse el invierno. E n lo que
muy a menudo, al ver los inocentes trans- a las flores se refiere, la- mayor parte de ellas
portes de su hijo : habían desaparecido, y Jas que quedaban ha-
—Basta qiK un corazón sea inocente, ¡oh, llábanse marchitas y secas. El follaje de los
Dios mió!, para que encuentre un paraíso árboles, sin jugo y amarillento, colgaba flo-
en el desierto ; y que un alma os ame y os jamente de las ramas, y el que no se des-
conozca, para que goce las delicias de un prendía por sí solo, era arrebatado por el
cielo en medio de las aflicciones y sufrimien- espantoso viento que mugía en la selva. E n
tos. ocasiones, Genoveva, con el corazón angus-
L a cuidadosa y prudente madre se preocu- tiado por la proximidad del invierno, sentá-
pó también de hacer a su hijo precavido con- base en silencio a la entrada de la gruta,
tra las plantas venenosas, que abundaban en contemplando desde allí, con los ojos inun-
aquel desierto, engalanadas con una peligro- dados de llanto, la destrucción1 que se efec-
sa belleza. Fuéle mostrando una por una las tuaba en el valle. E n cuanto a Desdichado,
.legras y brillantes cerezas di' la belladona : no tardó mucho en decir a su madre :
las rojas y lustrosas bayas de la camelia ; el —Mamá; ¿es que ya no nos quiere el
fruto, de un verdor sombrío, d d estramo- buen Dios, puesto que deja, marchitarse to-
nio ; las lechosas raíces de la cicuta, y las se- das las flores y que se sequen los árboles y
tas purpurinas y cuajadas de perlas. las plantas? ¿Querrá ahora abandonarnos,
—Que no se te ocurra comerlas en modo El, que era tan bue.no, y nos miraba- coa
alguno •— decíale—; lo mejor es que me lo ojos tan cariñosos?
enseñes todo antes que lo comas, pues de —No, hijo mío ; mientras seamos buenos
otro modo enfermarías gravemente; ¿me y piadosos. Dios no nos abandonará y nos
comprendes ? querrá siempre : pero ten en cuenta que toá««
El mismo amoroso inicies puso la cariño- cambia y es perecedero sobre la tierra. Lo
sa, madre en apartarlo de Ja desobediencia, único <iiio es inmutable y eterno es el amor
el aturdimiento, la terquedad y otros mu- que Dios siente por nosotras. Lo que sucede'
chos defectos peculiares de la infancia. Con ahora es que llega el invierno; pero cada
este objeto, decíale : año, al invierno sucede la primavera, en cu-
—Esos defectos son aún más perjudiciales ya estación todo reverdece y vuelve a poner-
que los venenos de las plantas. El pecado se se como el año anterior.
parece, con frecuencia, a esas cerezas encar- A pesar de todo, el niño contemplaba con
nadas o negras, que tan bellas nos parecen aire triste e inquieto la devastación que so
al mirarlas, pero que, en vez de beneficiar- efectuaba en el vallecito, y repuso :
nos, son causa para nosotros de horribles —Será como dices, m a m á ; pero yo temo
padecimientos y aun de lu muerte. ¡ Ay ! Por que se acabe el mundo.
desgracia es muy cierto qué, a menudo, |g •--Está tranquilo - - respondió Genoveva,
GENOVEVA DT, BRABANTE

con una sonrisa—>, pues todos los años ocu- proporcionará un vestido de bastante abrigo
rre lo mismo, y una estación sucede a otra. para el invierno, a no ser que pienses que te
Por consiguiente, al ver acercarse el invier- ama menos que a nuestra ciei*va.
no, alégrate pensandcr en la primavera. —Tienes mucha razón, hijo mío—repuso
La mayor parte del otoño la empleó Ge- Genoveva., con una sonrisa y abrazándolo— :
noveva en recolectar los manguitos y peras Dios cuidará de nosotros. El, que viste a los
silvestres, escaramujos y endrinas, avellanas, animales y a las flores, sabrá también cómo
y, en resumen, todos aquellos frutos de que ha de vestirme.
podía sacar algún provecho o le servían pa- A los dos días de este diálogo, Genoveva
ra alimentarse, ayudándole continuamente encargó a Desdichado que no se alejase de la
Desdichado en esta faena. gruta, y tomando un fuerte garrote y una ca-
Pero la forma en que había de arreglarse labaza con leche que se colgó al costado, in-
para proporcionarse vestiüo para el invierno, ternóse en el bosque, con objeto de dar una
preocupábala aún más que el alimento, pues vuelta por él y buscar, aun entre los árboles,
ya estaba completamente inservible el único algunos frutos que añadir a sus provisiones.
vestido que poseía y que llevaba sobre su Cuando hubo llegado a la falda de un mon-

cuerpo'desde hacía ya algunos años. Un día, te, a cuya cima se pro] orna ascender, sentó-
hallábase sentada en la puerta de la gruta, se para tomar algún descanso y confortarse
con los ojos inundados de llanto, y procuran- .con unos tragos de leche.
do adherir unos a otros los jirones de su ves- De repente, vio venir hacia ella un lobo de
tido, 1para lo que se servía de hebras resis- aspecto terrible, que llevaba una oveja en la
tentes de vegetales y aguijones de espinos ; boca. Detúvose la fiera al ver a Genoveva, y
mas, a pesar de todos sus afanes, no podía se quedó contemplándola con miradas chis-
lograr su objeto. Banzo un profundo sus- peantes. La desventurada púsose a temblar
piro y exclamó, hablando consigo misma : con todo su cuerpo, llena de terror.
—¡ Cuánto daría yo ahora j>or tener una Mas, serenándose dé pronto-, y revistién-
aguja v algunas hebras de hilo! ¡ Qué poco dose de una sangre fría verdaderamente ex-
aprecio hacen de los beneficios que disfrutan traordinaria, empuñó el garrote que llevaba
los que viven entre los hombres! consigo y, lanzándose hacia el lobo, le des-
Desdichado, que contemplaba el profundo cargó sobre la cabeza un terrible garrotazo
pesar de su madre y la inutilidad de sus afa- para librar de sus dientes a la pobre oveja.
nes, le dijo : El feroz animal abandonó acto seguido su
•—Mamá, ¿te acuerdas de lo que me di- presa, y precipitóse rodando por la montaña
jiste cuando se le caían los pelos a nuestra abajo, lanzando espantosos aullidos. Inme-
cierva £ Pues me dijiste que Dios daba dos diatamente, Genoveva arrodillóse junto a la
vestidos cada año al animalito : uno rojo y oveja, y vertiéndole ert la boca algunas go-
ligero para el verano, y otro gris y de más tas de leche, trató de volverla a la vida. Mas
abrigo para el invierno. En consecuencia, no lodo fné inútil, pues el pobre animal estaba,
debes afligirte, pues seguramente Dios te va muerto.
-CRISTÓBAL SCHMID

'A la vista de tan triste espectáculo, conmo- ba Desdichado, que, al divisarla desde muy
vióse profundamente el corazón de Genove- lejos, salió a su encuentro corriendo y vdi-
va, la cual exclamó : ciéndole a gritos :
—i Pobre auimalito ! Tú también has sido —Mamá, ¿estás ya de vuelta? ¿Dón-
arrancado de los fértiles campos en que mi de has estado tanto tiempo? No sabes con
castillo se levantaba. ¡ Cuánto tiempo hace qué cuidado me tenías—y al decir estas pa-
que no los he visto ni he tenido noticia al- labras, detúvose sobrecogido de asombro.
guna de ellos ! ¡ Quién sabe si tú penis de mis La débil luz del crepúsculo, por una par-
mismos ganados o de los de mi esposo ! ¡ Dios te, y por otra la piel de la oveja en que su
mío!—gritó do repente—. Sí, estoy segura; madre se envolvía, impidiéronle reconocer-
lleva nuestra marca. ¡ Ah ! Si vivieras y en- la. Disponíase a retroceder y guarecerse en
tendieses el lenguaje humano, ¡ cómo te col- la cueva, cuando le detuvo la cariñosa voz
maría de preguntas ! ¿Ha regresado mi espo- de Genoveva, que le dijo :
so de la guerra? ¿Se acuerda aún de su Ge- —Nada temas, hijo mío ; soy yo.
noveva? ¿Sabe ya que soy inocente o perma- —¡ Alabado sea Dios! ¿Eres tú realmen-"
nece indignado contra mí ? ¡ Ay ! El vive ro- te? ¡Qué alegría! Mas, ¿qué es esto que
deado de abundancia, y esplendor, mientras traes? ¿Dónde has encontrado ese vestido?
yo sucumbo aquí lentamente entre la pere- ¿Ves? Ya estás vestida como yo.
za- y el hambre. —EB un regalo que Dios me ha hecho —
Luego, reanimándose algún tanto, se hi- dijo Genoveva.
zo las reflexiones que siguen : —¿Ves cómo ha sucedido lo que yo te de-
-—Indudablemente, no debo hallarme le- cía? Dios te ha dado un vestido nuevo para
jos de mi amada patria, pues, a no ser así, el invierno —• añadió Desdichado, loco de
no se comprendería cómo ha venido a parar contento, y palpando la zalea, prosiguió— :
aquí este animal. ¿Qué ocurriría si yo vol- ¡ Qué lana tan blanca y tan suave ! Estos ve-
viese a ella llevando a mi hijo conmigo?—• llones se parecen a las nubéculas que nos
y al surgir repentinamente en su corazón el anuncian la primavera. Bien se conoce que
tierno sentimiento de su país, las lágrimas esto es un don celestial.
inundaron su rostro ; mas, después de medi- Hablando de este modo, penetraron los
tar en silencio algunos instantes, prosi- dos en la cueva. En seguida dio Desdichado
guió— : Bien pensado, yo IH> debo abando- a su madre una calabaza llena de leche y un
nar jamás estos parajes, pues me obliga a cestito con frutas. Cuando hubo recobrado
elloi un juramento solemne, que no me es sus fuerzas, Genoveva le contó todo lo su-
dado quebrantar. Sé que, en todo caso, po- cedido y cómo había llegado a sus manos la
dría argüir que ese juramento me fue arran- piel de la oveja.
cado por el miedo a la muerte ; mas, a pesar De nuevo encerró en la gruta el riguroso
de todo, el violarlo sería una injusticia, invierno a Genoveva y a su hijo, y sólo en
pues acaso mi audaz intento costaría la vida los días templados, tan escasos en esa esta-
a los dos hombrea generosos que me la per- ción, podían salir a dar una vuelta por el
donaron a mí. No, de ningún modo. Aquí valle. En estos días, decía Genoveva al
permaneceré mientras Dios no disponga niño :
otra cosa; pues si algún día le place que —Mira, hijo mío, cómo la inagotable bon-
yo abandone estos sitios, sabrá encaminar a dad de Dios se nos muestra aun en el in-
ellos a algún hombre de corazón compasi- vierno. ¡ Cuan bello y limpio está todo a
vo. Es preferible sufrir resignadamente los nuestro alrededor! Los árboles y las plan-
más grandes infortunios, a que la concien- tas están ahora más lustrosos, como si co-
cia nos remuerda por una acción culpable. menzaran a florecer. Mira cómo- brilla la
Una vez adoptada esta- generosa resolu- nieve, lanzando chispas blancas, verdes y ro-
ción, púsose a buscar en las márgenes del jas, al ser herida por los rayos del sol. A
arroyo una piedra bien afilada, y cuando la pesar de que los árboles están desnudos de
hubo encontrado, valióse de ella como de un hojas, los abetos ostentan su eterna verdura,
cuchillo para despojar a la oveja de su gran- bajo la cual se guarecen los animales del
de y lanuda piel. Lavóla después en la lím- bosque ; y, para que los pajaritos no perez-
pida corriente, para, limpiarla del barro y la can de hambre, los enebros bríndanles, aun
sangre que tenía, y luego de haberla secado en el invierno, sus tiernos y azules frutos.
al sol, envolvióse en ella y, como ya avan- Tampoco se hiela nuestro manantial, para
zaba la tarde, regresó al vallecito en que es- que los animales puedan beber en él y ali-
taba situada la cueva, en la que le aguarda- mentarse con la hierba que crece en las or¡»
GENOVEVA DE BRABANTE
lias. Ve ahí cómo Dios, aun en la estación hayas y de las encinas. El frío era casi in-
más rigurosa, se muestra pródigo y genero- aguantable.
so con sus criaturas. A pesar de todos los esfuerzos realizados
Cuando el frío arreciaba y el huracán ru- por Genoveva para resguardar la entrada de
gía en la selva, Desdichado esparcía a la en- la gruta de los furiosos ímpetus del viento,
trada de la gruta semillas y heno, y allí acu- éste barría hacia el interior grandes monto-
dían los pájaros, los cervatillos y las liebres, nes de nieve, mojándolo todo, hasta el mus-
familiarizándose con él hasta el punto de pi- go que les servía de lecho, que estaba empa-
car el grano y comer el heno en sus propias pado de humedad. La escarcha cubría con
manos y juguetear triscando con él por el su terrible blancura las ramas de los abetos
vallecito. que defendían la entrada de la cueva, y en
Genoveva y Desdichado pasaron el in- el interior, las paredes se, hallaban erizadas
vierno entregados a estos inocentes goces. de hielo. EL espantoso frío que sentíase en
Sin embargo, Genoveva no carecía de pesa- la pobre morada, mitigábase muy escasa-
dumbres ; pero Desdichado, apenas se acos- mente con el calor natural de la cueva. De
taba, quedábase dormido, pasando toda la noche, en el exterior, resonaban constante-
noche en un sueño, al contrario de su ma- mente los ladridos de las zorras y los terri-
dre, que pasaba desvelada en la gruta la ma- bles aullidos de los lobos. El frío impedía
yor parte de aquellas horas interminables, a Genoveva quedarse dormida ; a pesar de
lanzando profundos suspiros, y diciendo con todo, Desdichado, como criado desde los pri-
frecuencia : meros años de su niñez en una vida muy
—¡ Cuánta sería mi alegría si tuviera al dura, y alimentado con groseros manjares,
menos una lamparilla para alumbrarme en resistía bien todos los rigores y su salud era
este sombrío refugio! ¡ Qué agradables pa- perfecta. Pero Genoveva, criada, por lo con.
sarían para mí las horas si tuviera un libro, trario, con grandes esmeros y comodidades,
un huso y cáñamo ! La más humilde sir- como una tierna princesa, no podía resistir
vienta, la pastora más miserable del conda- el helado ambiente que respiraba bajo aque-
do, no carecen de ello y son más dichosas llas rocas; y, al ver que su salud se que-
que yo en este instante. Formando corro en brantaba, exclamaba entre sollozos :
ionio al caliente hogar, ¿iéutanse a la luz de —¡ Oh ! ¡ Cuánta necesidad tengo de un
la lámpara, y pasan la velada en amenas poquito de fuego! ¡Con qué facilidad podría
conversaciones. encender lumbre y calentarme, con tantas
Mas, luego, reanimándose, decía: ramas de abetos y tanta leña seca en torno
—Sin embargo, y aunque estoy alejada mío! ¡Mas, seguramente, estoy destinada a
de los hombres, Dios no me abandona, y perecer de frío en medio de estas selvas !
puedo conversar con Él en estas tristes no- ¡ Hágase la voluntad de Dios !
ches invernales, lo que es para mí el mayor Sus bellas facciones iban demudándose
consuelo, pues, sin esto, ya me habría muer- paulatinamente. Una palidez mortal suce-
to de pena. Seya cual fuere la condición en día al rosado matiz de sus mejillas, y sus
que vivimos, Dios tiene siempre, para quien ojos brillantes y expresivos hasta entonces,,
en Él confía, los consuelos más agradables. perdieron su brillo y su expresión y hundié-
ronse en las cuencas. Poníase cada día más
delgada, hasta llegar a ofrecer un aspecto
XII consumido y miserable ; de tal modo, que,
llegó un día en que Desdichado no pudo me-
Genoveva enferma. nos de decirle :
—Mamá querida, apenas puedo recono-
De igual modo que habían pasado hasta certe; ¡Dios mío! ¿Qué significa esta alte*
entonces, Genoveva y Desdichado, los vera- ración de tu semblante?
nos e inviernos transcurridos, pasaron algu- —Es que estoy mala, hijo mío—respon-
nos otros, hasta siete, en aquel vallecito. dióle Genoveva, con una voz muy débil—,
No había sido el invierno extremadamente y acaso voy a morir muy pronto.
riguroso en los años precedentes; pero, el —¿Morir?—dijo a su vez el niño—. ¿Qué
que hizo siete que vivían en aquellas soleda- significa eso de morir? Jamás he oído esa
des, fue para ellos espantoso. La montaña y palabra hasta ahora.
el valle se hallaban cubiertos por una enor- —Hijo mío, morir es dormirse para no
me cantidad de nieve, bajo cuyo peso des- despertar nunca más. Sí, nunca vibrará
gajábanse las ramas más vigorosas de las más tu voz en mi oído.nri-n%s-o4©s-se_abri-
A.lw.
BIBLIOTECA
DE EDUCACIÓN
CRISTÓBAL SCHMID

rúa a los rayos del sol. Mi pobre cuerpo cuando haya perdido el aliento, tenga apa-
quedará tendido en tierra, frío y helado, sin gado el brillo de mis ojos, lívidos los labios y
poder mover siquiera un dedo, y, al fin, lle- las manos rígidas y heladas, tú permanece-
gará a corromperse y a convertirse en polvo. rás aún aquí durante dos o tres días, has-
Al-oír estas palabras, Desdichado se arro- ta que tengas la seguridad de que he muer-
jó al cuello de su madre, vertiendo lágrimas to. Al cabo de este tiempo abandona el de-
de amargura, y sin cesar de repetir constan- sierto y echa a andar en línea recta hacia
temente : donde ahora se pone el sol. Cuando pasen
—¡Mamá, mamá! ¡No te mueras, te lo uno o dos días, según camines más o menos
ruego! de prisa, te hallarás fuera de este bosque,
—No llores, hijo mío — repuso Genove- en una llanura muy grande y hermosa, en
va—, pues mi consiste en mí el que viva o la que habitan muchos miles de hombres.
no ; Dios es el que ha dispuesto que muera. —¡ Miles de hombres !—interrumpió con
—¿Cómo Dios'?1—preguntó el niño, asom- asombro Desdichado—. Siempre he creído
brado—. ¿No me has dicho, mamá, que yo que éramos solos en el mundo. ¿Por qué
Dios era tan bueno? ¿Cómo, entonces, ha no me has hablado de esto hasta ahora?
de querer que tú mueras? Ya ves; yo que ¡ Ah! Si no tuvieras que dejarme, nos iría-
no sería capaz de matar un pájaro, mucho mos los dos allá en seguida.
menos habría de querer que murieras. —¡ Triste hijo mío ! — exclamó la madre
—Discurres acertadamente, hijo mío —- con voz dolorida—. Esos hombres son los
contestó su madre—; puesto que, si tú no mismos que nos han echado de BU lado, ex-
me podrías ver morir ni matarme, mucho poniéndonos a la ferocidad de Jos animales
menos lo haría Dios, que es infinitamente que pueblan estas selvas ; los mismos que
bueno ; mas El, que vive eternamente, quie- quisieron darnos a ambos la muerte.
re que también nosotros participemos de su —En este caso—dijo acto seguido el ino-
eternidad. Es .preciso que yo te explique es- cente—, es preciso que yo me vaya con
to de un modo más claro. ¿Recuerdas, hijo ellos. Al principio creí que eran buenos co-
mío, que cuando yo abandoné mi vestido rno tú. ¿No han de morir también esos hom-
viejo, porque ya estaba inservible, Dios me bres?
regaló otro mejor? Pues de igual modo de- •—Seguramente—repuso Genoveva—. To-
jaiv mi cuerpo, caduco y mortal, y que se dos los hombres han de morir.
consumirá, como el vestido viejo de que te —Siendo así, ellos lo ignorarán, como yo
he hablado. La parte más pura de nuestro lo he ignorado hasta ahora—observó Desdi-
ser, el alma, volará al infinito, y en la eter- chado—..Así, pues, yo iré a su encuentro y
nidad tendrá, otro cuerpo más hermoso y es- les diré : Todos vosotros tenéis que morir ;
pléndido que el que ahora poseo, f Cuan ven- sed buenos, pues, de lo contrario, no iréis al
turosa seré en esa nueva patria 1 Allí no ti- cielo. Y no hay duda que me creerán.
ritaré de frío como aquí : allí, no padeceré —Hijo mío, hace ya mucho tiempo que-
enfermedad alguna; allí, por último, vivi- ellos lo saben, y, no obstante, no se corri-
ré eternamente sin exhalar suspiros ni de- gen. Viven en ia abundancia ; la tierra les
rramar lágrimas y, en vez de motivos de produce los frutos más dulces y sabrosos,
aflicción, sólo tendré alegrías y satisfaccio- como jamás los verás en este desierto ; tie-
nes. Todos los que en esta, vida son buenos nen en su mesa bebidas y manjares exquisi-
y generosos, gozarán de la misma ventura, tos, v en sus vestidos, hechos con telas di!
que a mí me está reservada.- los más bellos colores, ponen adornos tan
—¡ Mamá, yo quiero irme contigo ! — ex- bonitos, que brillan lo mismo que las estre-
clamó entonces Desdichado—. No es posi- llas. Sus moradas no son húmedas y som-
ble (jue yo me quede solo entre estos anima- brías como esta cueva, sino edificios cuya
les del desierto, que no me contestan cuan- descripción no podrías comprender a causa
do les hablo. Yo quiero también despojarme de tu ignorancia-. Durante el invierno ca-
de este vestido de carne y hueso. lientan sus habitaciones con el fuego, que
—No, hijo mío—repuso Genoveva—. Tú hace para ellos las veces del sol ; el fuego,
debes aún continuar en el mundo. Llegará del que no puedes formarte una idea; que
un día, pues también habrás de morir, en esparce en torno suyo tm calor igual al que sa
<¡ue, después de vivir durante mucho tiem- siente en la primavera y el verano y que, por
po, siendo bueno y generoso, vendrás a reu- las noches, produce una luz que rivaliza con
nirte conmigo. Oye, entretanto, lo que voy la del día. ¿Verdad que todo esto es muy be-
a decirte. Cuando yo ya no pueda hablar, llo? Pues, a pesar de estas bellezas, la
GENOVEVA DE BRABANTE
yoría de los hombres no agradecen loa be- no sabe que estamos abandonados aquí, y
neficios que reciben y, en vez de amarse hasta ignora que vivimos ; nos supone muer-
unos a otros, como debieran, se odian en- tos y me cree la madre más criminal de la
tre sí y hacen todo lo que pueden por ator- tierra, pues así me han representado a, sus
mentarse mutuamente. No pasa un solo día ojos las calumnias de algunos malvados.
pin que muera alguno de dios, pero los —No entiendo lo que quiere decir eso de
demás no se preocupan lo más mínimo de calumnias—.contestó el niño.
ello, y continúan su vida desordenada, co- •—Calumniar es. imputar a una persona
mo si ésta hubiera de ser eterna. una mala acción que no ha cometido ; co-
—¿Sí? — preguntó ingenuamente Desdi- mo, por ejemplo, decir que alguien lia ma-
chado—. Pues siendo así, ya no deseo ir <-oii tado a otro no siendo verdad ¡ ya sabes qué
ellos. Puesto que los hombres son tan malos es una calumnia.
como los lobos y tan irracionales como es- —¿Y puede ocurrir eso que me dices?—
ta cierva, que no entiende una palabra de preguntó el niño—.' Nunca habría podido
cuanto le decimos, lejos de envidiarles los imaginármelo. ¡ Qué hombres! — continuó
preciosos vestidos y ricos diciendo — . Realmente,
manjares de que disfru- son unos seres muy ex-
tan, prefiero seguir vi- traños.
viendo entre los brutos : •—Bien ; pues por esa
pues éstos, a excepción clase de hombres ha sido
de la zorra y el lobo, vi- engañado tu padre—aña-
ven en paz unos con dió -Genoveva.
otros, y pacen tranquila- Y acto seguido púsose
mente la hierba y el cés- a contar al niño toda
ped. No, no quiero ir a aquella parte de su his-
vivir entre los hombres ¡ toria que aquél estaba en
aquí continuaré , como gestado de comprender y.
hasta ahora, con nuestra mostrándole un anillo d<;
cierva. oro que, hasta entonces,
—A pesar de todo, hi- había tenía oculto en una
jo mío, es necesario que hendidura de Ja peña,
vayas — le observó Ge- continuó :
noveva—. Óyeme. A ti —Este anillo es un re-
no han de hacerte daño. galo que me hizo tu pa-
Por otra parte, hasta aho- dre.
ra sólo te he hablado de —¡ Mi padre ! ¡ Oh, dá-
tu padre, el buen Dios; melo, que lo pueda eon-
pero debo decirte que tie- ^ ' templar a mi gusto !—ex-
nes otro padre, de igual clamó Desdichado—. He
manera que tienes una visto cosas muy bellas,
madre. de mi padre, el buen
—¿Un padreen este mundo? — contestó Dios : el sol, la luna, las estrellas y las ¡lo-
el niño lleno de gozo—. ¿Un padre a quien res ; pero, ¡ triste de mí!, nada he visto aún
podré ver como te veo a ti, a quien podré del padre que tengo en este mundo.
abrazar como a ti te abrazo, y que no será Genoveva entrególe el anillo y el niño
invisible como nuestro padre el buen Dios? prosiguió diciendo :
—Ciertamente', hijo mío—añadió Genove- —¡ Qué bonito es ! Si mi padre tiene mu-
va—•. Y podrás verle y hablarle, como ves y chos como éste, ¿me dará también a mí al-
hablas a tu madre. guno ?
—¿Le veré y hablaré con él?—repitió el —Seguramente, hijo mío — contestó su
niño, cuyos ojos chispearon de entusiasmo ; madre, tomando el anillo y poniéndolo en
mas, súbitamente, disipóse su alegría y, uno de sus dedos—. Cuando yo haya muer-
después de reflexionar un momento, pregun- to, que será muy pronto, me sacarás este ani-
tó a su madre— : Entonces, ¿cómo no vie- llo, que quiero tener conmigo hasta el últi-
ne a reunirse con nosotros? ¿Será, tal vez, mo instante de mi vida, en testimonio de la
uno de esos hombres perversos de que me fidelidad que he guardado a tu padre hasta
bas hablado? las puertas del sepulcro. Sí, lo juro. Mi
—Por lo contrario, hijo mío — contestó amor hacia él ha sido siempre tan puro co-
Genoveva—, es la bondad personificada ; él mo el oro de este anillo, y mi fidelidad, éter-
GENOVEVA.—5
CRISTÓBAL SCHMID

na como su redondez, la cual, por no tener les—, vos, padre mío, habréis Horade mu-
fin, es imagen fiel de la eternidad. cho por vuestra hija ; y vos, mi buena ma-
Y continuó luego, dirigiéndose a su hijo': dre, también habréis vertido muchas lásti-
—Cuando llegues a encontrarte entre los mas por tu Genoveva. ¡ Oh, mis amados pa-
hombres, pregunta por el conde Sigifredo, dres ! ¡ Tiernos compañeros de mi infancia !
pues tal es el nombre de tu padre, y pídeles ¡ Cuánto daría yo por ver vuestro semblante
que te conduzcan hasta donde él esté _; pero antes de morir! ¡ Ah ! ¡ Cómo volaríais a mi
ten mucho cuidado en no decir a nadie quién encuentro si supieseis que viro aún y que
eres, de dónde vienes o para qué fin quieres roe encuentro en estos parajes! Pero, ¡in-
ver al conde. También te encargo con mu- feliz de mí! Vosotros creéis que mi cadáver
cho interés que no enseñes este anillo a per- yace, hace ya mucho tiempo, reducido a
sona alguna. Únicamente cuando te halles polvo en un rincón perdido del desierto.
en presencia de tu padre, se lo darás, dicién- ¡ Ah ! ¡ Cómo alegra y reanima mi alma la
dole : Padre mío, este anillo os lo envía mi esperanza, de volver a encontraros en la eter-
madre, vuestra esposa Genoveva, en prueba nidad ! Sin este consuelo, el peso de los do-
de que soy vuestro hijo. Hace algunos días lores que he padecido en este mundo ago-
que ha. muerto ella, y, al morir, me encargó biarían mi corazón, y débil y pobre criatu-
que os diera su último adiós, y que os ase- ra como soy, sólo tendría, motivos para des-
gure que era, inocente y que os perdona. esperarme.
Ella confía en que, ya que no ha podido reu- Al decir estas palabras, Genoveva observó
nirse con vos c-u este mundo, logrará ver co- que su hijo estaba llorando, y, estrechándo-
ronados sus deseos en la eternidad, y sólo lo contra su seno, exclamó :
os recomienda que no lloréis ni os desespe- —¿Lloras, hijo mío? Perdóname si te he
réis pensando en ella, y que os encarguéis afligido con mis palabras. Óyeme. Si Dios
de velar por mí. permite que, tan niño, pierdas a tu madre,
Después de una pequeña pausa, continuó es porque ha resuelto que tu padre ocupe mi
la desventurada : lugar. No llores, hijo de mis entrañas ; no
—No te olvides, hijo mío, de asegurarle llores, te lo ruego. Tu padre tendrá una ale-
que yo era inocente y que siempre le he per- gría infinita al verte a ti, su hijo, al que no
manecido fiel. Que te ]o> he declarado a las habrá visto hasta entonces. No Jo dudes, hi-
puertas de la. eternidad y he muerto repi- jo mía; él te abrirá sus brazos y te colmará
tiéndotelo. Díselo así y repíteselo muchas de besos y caricias. Te llamará su hijo, te
veces. Dile, igualmente, que, al morir, lo abrumará a preguntas acerca de mi suerte
amaba aún igual que a ti te amo. Cuéntale y llorará de ternura y regocijo. El te amará
del modo que aquí he vivido y he muerto y lo mismo que yo te amo, y o prueba de es-
ruégaJe que saque mi cadáver de esta caver- te amor recibirás de él innumerables benefi-
na y lo entierre en ei panteón de mi fami- cios que no has podido recibir de tu pobre
lia, pues he permanecido siempre digna de madre.
ello, aunque labios calumniadores hayan El llanto interrumpió nuevamente a la
querido hacerme pasar por una. mujer in- desventurada Genoveva.; su cabeza cayó 10-
fame. bre el miserable montón de heno que le ser-
Nuevamente descansó unos momentos, y vía de lecho, y sus Labios fueron impotentes
prosiguió : para pronunciar una sola palabra durante
—No es esto todo, hijo mío ; aun he de mucho tiempo.
manifestarte una circunstancia que ignoras.
De igual modo que tú tienes en este mundo
un padre y una madre, también los tengo XIII
yo. Mas, \qué digo, Dios mío! ¡les tanjo!
No sé si los tengo aún, o si habrán sobrevi- Genoveva se dispone a morir
vido al dolor que les causé inocentemente.
Pero, si viven aún los nobles autores de mis Cedió, por último, el frío de aquel terrible
días, suplica a tu padre que te lleve inme- invierno, y comenzó a sentirse un aire más
diatamente con ellos. Seguramente, cuando tibio y benévolo. Cuando llegaba el medio-
reconozcan en ti a su nieto se llenarán de día, el sol, brillante y risueño, llegaba has-
alegría, y esta alegría les hará olvidar los ta el interior de la gruta, y el calor de sus
siete años que han pasado gimiendo ; por- rayos hacíase sentir dentro de ella notable-
que... — al llegar aquí la moribunda no pu- mente. En las ramas de los abetos y de loa
do contener el llanto, que corría a rauda- muros del interior, destilaban continuamen»
GENOVEVA DE BRABANTE.

te, claras y menudas gotas, los hielos y es- mejor semblante que de costumbre. Duran-
carchas que comenzaban a derretirse. Ño te su sueño, había dejado caer la crucecita
obstante, y a pesar de haber mejorado mu- de madera que tenía en la mano y, como
cho el tiempo, Genoveva empeoraba, más tratase de buscarla, Desdichado .adivinó sus
cada día ; hasta el punto de que, viéndose deseos, la recogió y se la puso nuevamente
próxima a la muerte, la desgraciada se dis- entre los dedos, preguntándole :
puso para trance tan doloroso. En tales mo- —Mamá, mía", ¿por qué tienes siempre es-
mentos, solía decir : J tos palitos en tus manos?
•—¡ Ay ! Ni siquiera he de tener en mi ago- —No te he dicho hasta ahora lo que esto
nía un sacerdote a, la cabecera de mi lecho significa, hijo mío —• repuso Genoveva—,
de muerte, que me prepare a bien morir y porque esperaba vivir mucho tiempo toda-
fortifique mi alma para tan penoso trance, vía. Apenas sé si podré hacerlo hoy, y, con
preparándolo para entrar en la eternidad. gran sentimiento mío, comprendo que nun-
Pero Vos, Dios mío, que sois el mejor sa- ca debe retrasarse el cumplimiento del de-
cerdote, estáis conmigo, pues no abando- ber. Ya te he contado otras veces, que nues-
náis jamás a los que recurren a Vos en el tro padre, el buen Dios, tiene asimismo un
desamparo y la desgracia. Todo corazón que Hijo que es completamente igual que él;
sufre y confía en Vos, puede estar seguro pero aun no he podido decirte todo lo que
de que en Vos encontrará el consuelo, pues- este Hijo ha hecho por los hombres, pues
to que habéis dicho : «Ved aquí que llegó no habrías entendido nada absolutamente,
frente a la puerta y llamó ; así que, cual- habiéndote criado en este desierto apartado
quiera que haya oído mi voz vendrá a abrir- de todo el mundo. Hoy, que ya sabes que
me, y entraré en su casa, y yo cenaré con hay una multitud innumerable de hombres
él y él conmigo.» sobre la tierra; que conoces su condición y
Luego de haber pronunciado estas pala^ la conducta de la mayor parte de ellos ; que,
bras, oró Genoveva largo rato, con las ma- por último, me has oído explicarte lo que
nos cruzadas y los ojos bajos. es la muerte, comprenderás ahora lo más
Desdichado pasó todo- el día y la mayor esencial de la historia de Cristo, y te harás
parte de la noche sin preocuparse de comer cargo de lo que significan estos palitos que,
ni beber, y también en la más profunda obs- colocados en la posición que ves, forman lo
curidad durante muchas horas, prodigando que se llama una cruz, la cual ya has visto
a su idolatrada madre todos los cuidados que que siempre tengo en mis manos. Oye, pues,
estaban al alcance del pobre niño. Cogía pu- atentamente lo que voy a detirte, y no bo-
ñados de musgo entre sus manecitas y al- rres de tu corazón las palabras de tu ma-
zándose sobre las puntas de los pies hasta dre :
donde podía llegar con sus bracitos, enjuga- »Sabe, hijo mío, que ese Padre celestial
ba, los húmedos muros de la gruta para que de los hombres, infinitamente bueno, afligi-
no gotearan sobre ella. Recogía de las rocas do al ver la maldad de sus criaturas, envió
y árboles próximos el musgo seco para arre- a la Tierra a su muy amado Hijo con la su-
glarle un lecho mejor que el húmedo en que blime misión de corregir a los hombros.
yacía. Otras veces iba a llenar una calabaza Este Hijo se llama Jesucristo.
en las límpidas aguas del manantial, y se «Siendo todavía más niño que tú lo eres,
la ofrecía, diciéndole : y tan omnipotente y sabio como su augusto
—Bebe, mamá querida ; hace calor y tie- padre, estuvo, igualmente, con su tierna
nes secos los labios. madre en una gruta, que, muy parecida a
También solía presentar a su madre una ésta, servía de establo para las bestias.
calabaza llena de leche, y, para incitarla a Cuando, más adelante, creció y llegó a te-
beber, hablábale en esta forma : ner más años que los que yo tengo ahora,
•—Bébetela, manía mía ; la acabo de orde- estuvo asimismo en un desierto mucho más
ñar en este momento y está exquisita — y, terrible que éste en que nos encontramos,
dicho esto, arrojábase llorando al cuello de en donde oraba constantemente porque ro
su madre, y le decía entre sollozos— : Que- fuesen estériles sus esfuerzos y sacrificios
rida mamá ; ¡ cuánto daría yo por estar ma- por salvar a los hombres. De regreso entre
lo en tu lugar y morir por ti, si fuera nece- éstos, díjoles que su Padre-, del cual eran
sario ! también hijos, como él, todos los hombres,
Por último, una mañana, después de al- le había enviado a ellos, para aconsejarles
gunas horas de un dulce y tranquilo sueño, que se hicieren buenos, que lo amasen y se
despertóse Genoveva más despejada y de amasen unos a otros entre sí, con el misino
CRISTÓBAL SCHMID

amor que Dios siente por todas las criatu- colmado de beneficios a cuantos llegaron a
ras. £1.
»—Para todo el que mejore su condición Desdichado exclamó entonces con gene-
oyendo la palabra del Hijo de Dios — de- rosa indignación :
cíales—, llegará un día en que disfrutará de —¡ Oh, infames y perversos hombres!
mil felicidades. Mas, por lo contrario, el ¿Cómo es que el Padre celestial permitió
que no' la oiga ni le obedezca, jamás entrará que así sucediera y no los confundió con
en el reino de los cielos, e irá a parar a un sus rayos? Si vo hubiera sido Él, los habría
lugar de tormento y de tinieblas. matado instantáneamente.
«Pero los honores, hijo mío, no quisieron —Hijo mío—repuso Genoveva— ; el Hi-
creer sus palabras, ni que fuese el Hijo del jo rogaba por ellos al Padre, diciéndole :
Padre celestial, ni que su Padre lo hubiese «Padre mío, perdónalos, porque no saben
enviado, y entonces él hizo milagros para lo que se hacen.» Así, pues, Él murió, im-
que creyesen que, efectivamente, era tan po- pulsado por el amor que sentía por todos los
deroso como su padre. He aquí cómo : hombres, aun por aquellos mismos misera-
»Una madre como yo, aunque de más bles que lo crucificaron. Murió para conse-
edad, se hallaba en cierta ocasión tan enfer- guir que todos vivamos eternamente, pues
ma como yo y padeciendo una calentura era necesario que así sucediese. Si no nos
igual a la que yo padezco. Nadie en el mun- hubiera amado-hasta el punto de morir por
do era capaz de curarla. Mas Jesucristo co- nosotros, ningún hombre habría sido salva-
gió tan sólo su mano, como yo cojo la tuya, do ; ni tú, ni yo, ni nadie, líe aquí por qué
e inmediatamente se puso buena, fuerte y padeció y murió en la cruz.
inlnrada como estaba anteriormente. El generoso Desdichado, sentado junto a
»En otra ocasión, murió un niño algo ma- su madre e inmóvil, escuchaba atentamen-
yor que tú. Su pobre madre, a la que des- te, mientras corrían de sus ojos raudales de
garraba la pona de verle morir, no tenía. llanto, pues oía tan conmovedora narración
más hijo que él, así como yo no tengo otro por la primera vez en su vida, y la intensa
hijo que tú. Iban ya a enterrarlo, y su ma- impresión que producía en su cerebro; con-
dre lloraba con el desconsuelo que puedes movíale profundamente. Por fin exclamó,
figurarte, cuando, súbitamente, preséntase enjugándose el llanto :
el Hijo de Dios y dice con una voz muy dul- —i Qué bueno era el Hijo de Dios! PeT-o,
ce : «No llores, mujer», y, volviéndose al ni- también estará en el cielo, ¿no es verdad?
ño muerto, le dijo solamente: «Levánta- —Así es, hijo mío — contestóle su ma-
te» , y acto seguido- el niño se levantó y re- dre—. Cuando hubo expirado, bajáronle de
cobró la vida y el Hijo de Dios lo entregó a la cruz, echáronle en tierra, y, por último,
KII madre, que lo recibió en sus brazos lo depositaron en una especie de gruta de
transportada de alegría. piedra, parecida a ésta en que habitamos y
«Sin erabargo, los hombres, ni aun con cerraron la entrada con un gran peñasco.
estas pruebas que les dio dé su origen divi- MaiS, asómbrate : al tercer día resucitó y sa-
no, quisieron creer que el Cristo fuera Hijo lió de la gi"uta. Un corto número de hom-
de Dios, ni que su Padre celestial lo hubiese bres, que no habían persistido en el mal co-
enviado para redimirlos. Ellos no podían to- mo los otros, y le oyeron y se enmendaron,
lerar que les dijese : «Sois nnos malvados; amábanle de todo corazón y lloraron su
coi/regios.» muerte con gran desconsuelo. Fue, pues, a
»Y, ¿sabes qué hicieron? Construyeron su encuentro, y ya te harás cargo de la in-
una cruz, como ésta que tengo en mis ma- mensa alegría que sintieron al verlo. Pero
nos, con unos grandes y pesados maderos, ll\ díjoles que se volvía de nuevo al cielo
y después, con unos clavos, que se parecen ion su Padre; v como se entristecieran al
a los aguijones de los espinos, aunque son oírle hablar de este modo, añadió : «No llo-
mucho más duros, atravesaron las manos y réis ni se os angustie el corazón ; allá arri-
los pies del Hijo de Dios y claváronlo en la ba, donde mora mi Padre, hay también
cruz. Manábale la sangre de las heridas, y puesto para vosotros, y yo voy a disponéros-
tenía que morir irremisiblemente, y aun sus lo ahora ; entretanto, haced tan sólo lo que
verdugos mofábanse -de él, riéndose de sus os tengo dicho y luego vendréis un día u
torturas y sufrimientos, a pesar de que no reuniros conmigo, allí donde yo estoy, os
les había hecho el menor daño, y, por lo volveré a ver y vuestros goces serán perfec-
contrario, había acogido cariñosamente y tos y nadia podrá arrebatároslos. Además,
GENOVEVA DE BRABANTE __

aunque invisible a vuestros ojos, estaré con »Y ahora, h jo mió, ya comprenderás por
vosotros sobre la tierra y con vosotros per- qué tengo constantemente esta cruz en mis
maneceré hasta la consumación Je los si- manos, pues ella nos recuerda también cons-
glos.» Y, dichas estas palabras, les dio su tantemente los beneficios de Aquel que lle-
bendición y desapareció a su vista, eleván- vó su amor por los hombres hasta el punto
dose al cielo lentamente, hasta que, por úl- de padecer y morir por ellos, advirtiéndonos
timo, sus ojos dejaron de verlo por habérse- que nosotros, de igual modo, podemos, per
lo ocultado una dorada nube. nodio de los sufrimientos y de la muerte,
—; Qué bello debió ser esto !—prorrumpió llegar a obtener un puesto en el cielo. He
Desdichado—. Y, ¿piensa aún en nosotros aquí la misión de este humilde signo, de
el Cristo? ¿Sabe que vivirnos en lo más in- valor inestimable.
trincado de este desierto? ¿Llegará, un día Genoveva interrumpióse al llegar aquí, y,
en que volvamos a verlo en el cielo?' después de una pequeña pausa, prosiguió,
•—Ciertamente — contestó su madre—•; elevando al cielo sus ojos.agonizantes :
nada se escapa a su mirada y dondequiera -—¡ Ay, hijo mío! No' tengo más herencia
que estemos Él nos ve, se halla con nos- que legarte que esta crucecita. Conmigo la
otros, nos ama, inclina hacia el bien nues- tendré hasta mi última hora; pero, apenas
tros corazones, y nos ayuda para que nos muera, sácala de entre mis manos rígidas y
hagamos buenos y lleguemos a merecer un frías, y consérvala a tu vez fielmente. Si al-
puesto en el cielo. Así, pues, hijo mío, aun- gún día llegas a ser rico y poderoso, no te
que tú has sido siempre un buen niño y sólo avergüences de poner este humilde recuerdo
me has dado hasta ahora motivos de alegría que te deja tu madre en un lugar preferente
y satisfacción, no te basta con esto; es pre- de tu magnífico palacio. Siempre que fijes
ciso que imites la bondad y dulzura del Cris- en ella tu mirada, piensa, en Aquel que mu-
to. Por ejemplo; tú no habrías rogado a rió en ella por amor- a ti, y también en tu
Dios por los hombres, sin duda, si ellos to madre, que muere conservando en sus ma-
hubiesen dudo muerte. Keeuerd,a, si no, que nos esto signo de la fe. Procura constante-
tu primer impulso, hace poco, fue matarlos meute eet piadoso, y bueno, tener una vida
a todos instantáneamente, si hubieras podi- sencilla y pura, amar a los hombres, hacer-
do hacerlo. Ya. ves cómo no has sido tan bue- les todo el bien que puedas, hasta llegar a
no ni capaz de sentir el amor del Hijo de sacrificarte por ellos si necesario fuera, y
Dios. Y, no obstante, debemos tomarlo por aunque para ti hayan de ser ingratos. Si así
modelo, e imitarle en la bondad y en el amor lo haces y te lo propones siempre que fijes
BÍ queremos ser gratos a sus ojos, así como tus miradas en esta cruz, entonces, esta
a los de su Padre celestial, si queremos en- pobre herencia que de mí recibes, será, para
trar en el cielo algún día. Pues por; ello, ti de mucho más valor que todos los lujos y
precisamente1, es por lo que nos ayuda el comodidades do que tu padre pueda ro-
Hijo de Dios, por lo que ha venido.a] inun- dearte.
do, y por lo que sufrió el suplicio afrentoso .Este largo "discurso dejó a Genoveva tan
de la cruz, desfallecida y sin fuerzas, que se úó obliga-
.CRISTÓBAL SCHMID

da a descansar durante: un largo espacio de mo ellos. Si te ves rodeado algún día de


tiempo, pasado el cual, prosiguió : fausto y esplendor, no olvides a tu pobre
—¡ Si al menos supiera que te aguarda la madre. Si alguna vez olvidaras mi ternura,
dicha de llegar a ver, sin tropiezos, a tu pa- mi llanto maternal, mis últimos consejos,
dre ! Para lograr esto, tienes que atravesar ¡ consejos de una madre moribunda! ; si, in-
espantosos desiertos, intrincadas e imprac- fiel a tus tiernos recuerdos, se pervirtiese tu
ticables selvas, profundos precipicios y ári- corazón, entonces, hijo mío, quedarías se-
dos peñascos, tíste camino es demasiado parado de mí eternamente. '
largo y peligroso para ti, que no eres más Genoveva, sin tener fuerzas para añadir
que un débil y pobre niño. Dios, no obstan- una palabra, más, cayó abatida sobre su le-
te, te dará EU ayuda y protección para que cho y entornó sus párpados.
llegues sano y salvo a la casa de tu padre, de Desdichado ignoraba si su madre dormía,
igual modo que a todos nos ayuda a atrave- o estaba muerta realmente. Arrodillado jun-
sar los ásperos desiertos de este mundo, a, to a ella, prorrumpió en amargo llanto, di-
fin de que un día podamos llegar a su pro- ciendo constantemente :
pia casa, y contemplemos cara a cara a ese —•; Dios mío, no permitas que muera!
verdadero y único padre de toda la humani- ¡ Eesucitadla, Dios mío !
dad. Acuérdate de llevar contigo dos cala-
bazas llenas de lecbe para que puedas to-
mar algún alimento, durante el camino. Lle- XIV
va, igualmente, un palo para defenderte de
las ñeras. ¡ Pobre niño! Realmente eres Sufrimientos del conde Sigifredo.
muy débil; pero yo, débil mujer, vencí a un
espantoso lobo con la ayuda de Dios, y Él Cuando, a. consecuencia de la falsa acusa-
te protegerá también contra todas las bestias ción de Golo dictó el conde, en su primer
feroces que encuentres en tu camino, pues arrebato de ira, la fatal sentencia de muerte
no existe verdadero peligro, ni aun entre los contra Genoveva, hallábase en el interior de
leones y serpientes, para aquel que pone en su tienda de campaña, postrado en el lecho,
Dios toda su confianza. a consecuencia de una herida que recibió
Al anochecer, aumentóse la debilidad de combatiendo. Su escudero, el anciano Wolf,
Genoveva, hasta el punto de que, a los es- que era también su más fiel y antiguo com-
fuerzos que hacía para respirar, cubríase le pañero de armas, no estaba entonces en el
la frente de un sudor que abrasaba. Hizo, campamento, por haber sido enviado, a la
no obstante, un esfuerzo para recuperar sus cabeza de un destacamento de caballería, con
perdidas fuerzas,, y sentándote en el lecho la orden de ocupar un desfiladero de unas
de rnusgo, dirigió a su hijo, que no se a pin- montañas.
taba de ella un momento, una mirada triste Una vez relevado, regresó al campamento
y grave, y exclamó, con pausado y solemne y, apenas llegó, penetró en la tienda del
acento, que hizo estremecer al pobre niño : conde para informarse del estado de su sa-
—Arrodíllate, hijo mío, para que pueda lud, y aquél le refirió acto seguido todo lo
darte mi bendición, de igual modo que a mí que había pasado mientras él estuvo ausen-
me bendijo mi madre cuando me separé de te. Estremecióse el fiel y antiguo servidor
ella. Creo que mi fin está ya cercano. y una palidez mortal invadió su rostro, ex-
Arrodillóse Desdichado lanzando tristes clamando con voz trémula :
gamidos, inclinó su afligido rostro y alzó —¿Qué habéis hecho, amo mío? Vuestra
sus manos al cielo piadosamente. Entonces, esposa es inocente, sin duda alguna ; res-
Genoveva puso sus desfallecidas manos so- pondería, de ella con mi cabeza sin vacilar
bre la rizada cabellera del niño, y con voz un solo instante, y ya sabéis que mis cabe-
conmovida, y trémula exclamó : llos han encanecido en la experiencia.
—Hijo mío, yo te bendigo en el nombre Creedme ; es imposible que tan pronto se
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. pervierta un alma tan pura y una hija edu-
Dios te proteja y te dé también su bendi- cada con tanto esmero. Golo', vuestro con-
ción ; sé bueno para que un día podamos en- fidente, es un malvado y un miserable. Ya
contrarnos en la eternidad •— y abrazando sé demasiado que él, a fuerza de adulaciones
estrechamente a su hijo, prodigóle las últi- y lisonjas, se ha captado vuestro cariño.
mas caricias, y luego continuó — : Hijo mío, Perdonad la franqueza de un antiguo y leal
cuando te veas entre los hombres, ni imi- servidor, pero vuestro mayor enemigo es
tes sus malos ejemplos ni te hagas malq co- aquel que siempre os alaba y os da la razón.
GENOVEVA DE BRABANTE

El adulador desprecia interiormente a aquel creto, según las órdenes del conde. Sigi-
que adula, y se vale de este medio para sa- fredo quedóse, al saber esta noticia, como si
tisfacer su egoísmo. El que os dice la ver- hubiera oído su propia sentencia y se entre-
dad, por lo contrario, ése es vuestro mejor gó a una muda desesperación. Por su parte,
amigo, aunque os desagrade el escuchar sus el anciano y fiel Wolf apresuróse a abando-
palabras. Creedme, .señor, y revocad la pre- nar la tienda para que el conde no viese el
cipitada sentencia que habéis expedido. llanto que resbalaba por sus mejillas ; pero,
¿Cómo es, amo mío, que habéis podido de- una vez al aire libré, comenzó a lanzar
jar que la ira os arrastre a tal extremo? Vos, grandes gemidos, los cuales atrajeron a su
que habríais calificado de la más grave falta alrededor a los caballeros del conde, quienes,
el hecho de condenar sin oírle al iiltimo de al saber lo que sucedía, llenaron de maldi-
vuestros vasallos, habéis condenado a vues- ciones a Golo, y a una sola voz juraron que,
tra misma esposa., que era la imagen encar- apenas estuvieran de regreso en su patria,
nada de la virtud y de la bondad. ¡ Ah ! En harían pedazos al miserable que con tanta
lo sucesivo, tratad de dominar esos funestos vileza se había conducido.
y coléricos arrebatos, de los cuales os habéis Las heridas que había recibido el conde
arrepentido en muchas ocasiones ; mas, por1 tuviéronlo postrado eti el lecho durante un
esta vez, temo que la desgracia sea irrepa- año, pues la agitación en que le sumían los
rable. remordimientos, privábanle de la calma y
Tuvo que convenir Sigifredo en que ha- reposo que necesitaba para su curación.
bía obrado con excesiva precipitación ; mas, Cuando estuvo restablecido y pudo montar
no obstante, dudaba ;iún acerca de quién se- a caballo, pidió una licencia, que le fue con-
ría el verdadero culpable : si Genoveva o cedida por el rey, por no ser ya temibles los
(lulo: pues la carta de su favorito era un árabes invasores que, con los reveses sufri-
conjunto de falsedades urdidas tan ingenio- dos, habían abandonado el territorio.
samente, y el emisario con quien la habla en- Púsose en camino para su patria el conde,
viado estaba tan ejercitado en la mentira, sin perder momento, acompañado de su leal
que el conde quedó engañado por completo. escudero Wolf y seguido de sus guerreros,
Sin embargo, envió inmediatamente un llegando, al fin, a la primera aldea de sus
nuevo mensajero a Golo, con la orden de dominios.
mantener prisionera a Genoveva en su pro- Todas aquellas gentes sencillas, hombres,
pio aposento hasta que él regresara, sin mujeres y niños, saliéronla ál encuentro
causarle el menor daño ni tocar siquiera a abandonando sus chozas, y le decían con to-
un solo cabello de su cabeza.; y para el me- no triste y afligido :
jor y más pronto éxito de su comisión en- —¡Oh, señor; qué espantosa desgracia!
trególe su mejor caballo, encargándole que ¡Nuestra querida condesa!... ¡Oh, infamo
corriese con toda la- rapidez que pudiera, Golo!...
prometiéndole una gran cantidad de oro si Kl conde apeó?e de su caballo y los salu-
llegaba, aún con tiempo oportuno y volvía dó a todos con amabilidad ; estrechábales a
en breve trayendo una, respuesta favorable. unos la mano; preguntábales a otros qué
La agitación que ge había apoderado del novedades había habido por casa durante su
conde, aumentóse de día en día, durante el ausencia, y todos convinieron en que la con-
tiempo que tardó en ir y volver el mensaje- desa era digna de todos los elogios y en que
ro. Ya creía en la inocencia de Genoveva, Golo era un infame.
ora juzgaba imposible que Golo, al que ha- Lleno de tristeza y de siniestros presenti-
bía colmado de generosos dones, hubiese lle- mientos, siguió el conde su camino, con ob-
vado su perfidia hasta el extremo de hacer- jeto de llegar aquella misma noche al casti-
lo víctima de tal engaño. Así, pues, su co- llo. Cuando llegó a la vista de éste, ¡cuál no
razón estaba incesantemente atormentado sería su sorpresa- al ver todas las ventanas
por la duda y la incertidumbre. Enviaba a iluminadas espléndidamente! Según iba.
su leal Wolf diez veces cada día a. ver si vol- aproximándose, y cuando llegó a la cima, de
vía el mensajero, y, durante las noches, le la montaña en que se elevaba la fortaleza,
era completamente imposible cerrar los hirieron sus oídos los ecos de una música
ojos. ruidosa. Era Golo, que daba un banquete a
Por último, llegó este mensajero tan an- sus amigos y allegados. •
siosamente esperado, trayendo la fatal no- El malvado, creyendo como cosa segura,
ticia de que Genoveva y su hijo habían sido que el conde moriría de sus heridas, supo-
ejecutados en el bosque, de noche y en se- níase ya señor de todo el condado, y trataba
•50 CRISTÓBAL SCHMIO

de abogar sus reniordimicutus, en continuas partes veía rostros espantados y deíconcn-i-


diversiones y festines. Mas en vano se es- dos y, los pocos servidores antiguos que aun
forzaba por aparecer alegre, sentado a la quedaban, saludábanle con el llanto resba-
cabecera de una mesa espléndidamente ser- lando por sus mejillas. ' ••
vida, pues, a menudo, decíanse unos a otros Cuando hubo entrado en el salón de cere-
los sirvientes, en voz baja : monias, dejó el conde la espada y el casco
—Si muriera nuestro buen amo, el astu- sobre, la mesa, pidió a Golo todas las llaves
to Ciólo se apoderaría de todo en los actúa- del castillo, que entregó a Wolf, encargán-
los 1 iempoH, y llegaría a sor nuestro amo. No dole su custodia y vigilancia y que no deja-
obstante, yo no quisiera bailarme en su fe salir a nadie de su recinto) y luego de
puesto, encomendar a sus sirvientes que cuidasen
—Es cierto — contestaban otros—. l'or con esmero de sus cansadas tropas, hizo
más que hace por aparentar alegría, se ve una señal a todos para que salieran y lo de-
que todo es inútil y que nada le alegra. Allí jaran solo.
le tienes sentado como un reo que celebra El primer aposento que visitó el conde fue
su última comida con el el de su esposa, que ha-
v e r d u g o . Seguramente bía sido cerrado por Golo
que no quisiera repartir inmediatamente después
con él la recompensa que de la prisión de Genove-
le aguarda en la otra vida. va, porque no le dejaban
A la llegada del conde entrar en él sus remordi-
a la entrada del castillo, mientos. Así es que todo
mandó a sus trompeteros estaba lo mismo que ella
que hicieran la señal de lo dejó cuando la arranca-
arribo. El centinela que ron de allí. Aun veíase
había en la plataforma un bordado a medio con-
de la torre contestó con cluir, en el que había u n í
las señale.? de rúbrica, al inscripción incompleta ,
oír las cuales, Golo y sus ceñida por una corona do
invitados saltaron de sus hojas de laurel, éntrete i-
asientos como impulsa- das de perlas, la cual de-
dos por un resorte, mien- cía : A Sigifredo, su fiel
tras que en todo el casti- esposa Genoveva. Algo
llo resonaban los gritos más allá, junto al laúd do
de : ¡ El conde ! ¡ E l con- la, condesa, había tam-
de ! bién un libro de devocio-
Por su parte, Golo, que nes, todo él escrito pri-
todo lo habría esperado morosamente por Geno-
en aquel momento menos veva; pues, aunque por
al conde, apresuróse a aquella época eran muy
bajar, llevando un cande* sscasos los caballeros que
labro en la mano y, muy humildemente, fue sabían escribir, no sucedía lo mismo con las
a tener el caballo y el estribo para que su amo damas que, para suplir la carencia de la im-
ye apease, el cual permanecía aún a caballo. prenta, dedicábanse a copiar los Santos
Sigifredo, sin hablar una palabra, miróle Evangelios y escritos de los Apóstoles, de-
con tanta fijeza y severidad, que Golo, a. pe- mostrando singulares aptitudes para los tra-
Bar de su audacia, púsose pálido y comenzó bajos caligráficos. Sigifredo encontró, entr>
a temblar como un reo ante su juez. Aso- los papeles de la condesa, muchos borrado-
mábase a sus espantados ojos su turbada res de cartas que le había dirigido, y que es-
conciencia y, en su desencajado rostro, co- taban llenas de los sentimientos más nobles
mo en un libro abierto, podían leerse todos y de la más acendrada ternura. El conde no
los detalles del terrible drama que había'te- había recibido estas cartas por haber sido
nido lugar. iuteirceptad'as- por Golo. • Decíale en ellas,
Echó a andar delante de su amo con paso que todos los días- oraba por él para que
tan incierto y trémulo, que la luz vacilaba, Dios lo sa-cara sano y salvo de los sangrien-
en sus' mano Í y parecía que se iba a caer a tos combates ; pintábale cuál sería su ale-
cada instante. En cuantos aposentos del cas- gría cuando, a su regreso, saliera a recibir-
tillo atravesaba, sólo veía el conde señales de lo, llevando un niño o una niña en sus bra-
abandono, disipación y desorden ; en todas zos ; añadíale que, a cau-sa de su continua-
GENOVEVA DE BRABANTE
do silencio, pasaba muchas noches desvela- Las órdenes del conde fueron ejecutadas
das, llorando y gimiendo por él constante- al punto1, con gran alegría de sus soldadqs.
mente, pues Golo había interceptado las A la mañana siguiente, Golo, cargado de
cartas del conde, de igual modo que había cadenas, fue llevado a la presencia de su se-
hecho con las de Genoveva. ñor. Este, que, mientras se lo traían, esta-
Había llegado la media noche y Sigifre- ba repasando la carta da Genoveva, sintió
do, al que habían consternado profunda- que se clavaban profundamente en su cora-
mente estos descubrimientos, permanecía zón las palabras- «Perdónale como yo le
sentado en su sitial, con los brazos cruza- perdono, y no se derrame por mi causa, una
dos sobre su pecho, presa de un dolor mudo, sola gota de sangre.» Así, pues, cuando in-
y sin advertir siquiera que se iban extin- trodujeron a Golo a su presencia, miróle tris-
guiendo las bujías. De súbito, Berta, que temente, con los ojos arrasados en lágrimas,
era la sola doncella que había permanecido y díjole con tono de reconvención benévola :
fiel a la desgraciada condesa, entró, y po- —¿Qué te hice yo, Golo, para que atra-
niendo en sus manos la carta que Genoveva jeses sobre mí tan espantosa desgracia?
había escrito en el calabozo, enseñóle el co- ¿Qué te hicieron mi espora y mi hijo, ape-
llar de perlas, que él reconoció inmediata- nas recién nacido, para que te convirtieras
mente y, entre raudales de llanto, le refirió en su verdugo? Cuando llegaste a este cas-
los muchos beneficios que. recibió de Geno- tillo, eras un pobre muchacho desvalido, y
veva mientras estuvo enferma, y todo lo que sólo has recibido en él beneficios y merce-
le había dicho aquella fatal noche, antes de des. ¿Qué te ha impulsado a recompensar-
ser llevada a la muerte por sus verdugos. los de este modo?
Aquel ingenuo y sencillo relato, y espe- Creyó Golo que el conde estaría iracundo
cialmente la carta, que eran otros tantos y furioso, de suerte que esta dulzura ines-
testimonios irrecusables de la inocencia de perada conmovió su corazón endurecido ; y,
Genoveva, hicieron estallar el dolor del con- prorrumpiendo en llanto y profundos suspi-
de, hasta entonces mudo y comprimido. Co- ros, exclamó :
rrieron por sus mejillas torrentes de lágri- —¡ Ay ! He sido cegado por una pasión
mas, que llegaron a empapar la carta de la infame. Vuestra esposa es inocente como un
desventurada condesa, y parecía querer ex- ángel del cielo; yo fui el malvado que le hi-
halar su alma en los profundos suspiros que zo proposiciones deshonestas ; pero ella, me
brotaban de su angustiado pecho, mientras rechazó, e irritado entonces, quise vengar-
exclamaba con desesperación : me de ella y asegurar mi propia vida, pues
—¡ Oh, Dios mío, Dios mío! ¡Oh, adora- temía que si os confesaba la verdad me casti-
da Genoveva.! ¡ He podido yo ser la causa gaseis con la muerte. Para, evitarlo, levanté
de tu muerte ! ¡ Matarte yo, ¡i ngel mío ! ¡ y esa calumnia, que tan funesta ha sido para
a tu hijo! ¡ Oh, soy el más desgraciado de ella y para vos.
los hombres! Consoló mucho al conde esta franca con-
Al oír estos desesperados lamentos, acu- fesión, que ponía de manifiesto la inocencia
dió el fiel Wolf, el cual en vano trató de de su esposa; y acto seguido hizo una seña
mitigar el dolor del desconsolado conde, em- para que volviesen a Golo a la prisión. Una
pleando para ello todos los cuidados que su vez solo, ocultó el rostro entre sus manos y
lealtad y cariño le sugerían. entregóse de nuevo a sus transportes de pe-
Súbitamente, Sigifredo, después de ha- na, abominando de los coléricos Ímpetus
ber permanecido llorando durante mucho que le arrebataban.
tiempo, abandonó su sitial, tomó la espada, Apoderóse de él, desde entonces, una pro-
y disponíase ya a dar muerte a Golo, cuan- funda tristeza que, aumentando de día en
do lo contuvo Wolf, haciéndole observar que día, llegó a poner en peligro su existencia.
tampoco Golo podía ser castigado, sin oírle Había momentos en que su dolor llegaba al
antes lo que tuviera que decir para justificar-' paroxismo. Todos los caballeros de la co-
se, a lo cual repuso el conde, calmándose al- marca, que eran amigos suyos y habían re-
gún tanto : gresado a sus castillos inmediatamente des-
—Sea ; pero que se le prenda inmediata- pués que él, visitábanle y se esforzaban en
mente, y, cargado de grillos y cadenas, sea darle consuelos, pero eran inútiles cuantos
llevado a la misma prisión en que por tanto afanes se tomaban para disipar su tristeza.
tiempo se consumió Genoveva. Hágase otro Negábase a participar de toda distracción, y
tanto con sus cómplices y acólitos, hasta que sólo consentía en salir del aposento de Ge-
se examine el modo como han procedido. noveva para ir a la capilla del castillo.
GENOVEVA.—6
tomó la espada, y disponíase ya a dar muerte a Golo... (Pág. 41.)
GENOVEVA DE BRABANTE-

Su primer cuidado fue hacer que buscaran cita, al efecto, bajo nna encina colosal que
el ignorado sepulcro de Genoveva, pues que- había a la entrada del bosque.
ría llorar sobre él y hacerle al cadáver los Apenas amaneció el día señalado, el con-
honores correspondientes. Mas, por más que de, seguido de un brillante cortejo de servi-
se hizo. ' no fue posible encontrarlo. Los dores, partió, internándose en el bosque,
verdugos habían desaparecido del condado para el lugar de la cita. Todos los cazadores
hacía mucho tiempo, y nadie sabía dónde iban montados, formando cada uno de ellcs
paraban. Entonces, el desventurado conde un grupo, independiente de los otros, cons-
mandó celebrar unas solemnes honras fúne- tituido por los peones, con caballos de re-
bres en la iglesia del dominio, a las que asis- serva, acémilas y perros de caza que le se-
tieron todos los caballeros de la comarca con guían.
sus esposas, que eran todas ilustres damas, Los caballeros que habían sido invitados
una multitud de los pueblos inmediatos, y, por Sigifredo, acudieron puntualmente al
por último, toda la servidumbre ; la concu- lugar de la cita y, en seguida, resonaron en
rrencia, en cuyos rostros veíase retratado el bosque las alegres tocatas de caza, que
el dolor más sincero, era tanta, que sólo comenzó inmediatamente, entregándose a
pudo caber en la iglesia una décima junte. ella con gran entusiasmo todos los cazado-
de ella. res.
Acabado el oficio, hizo el conde que re- Habían sido ya levantados muchos jaba-
partieran entre los pobres abundantes li- líes y corzos, cuando el conde, después de
mosnas, y mandó erigir un monumento en disparar contra una cierva, que salió a esca-
una capilla de la iglesia, y gi"abar en ella pe, internóse persiguiéndola, y, siguiendo
con letras de oro una inscripción, por medio Jas huellas del animal, atravesó arbustos y
de la cual llegase a la posteridad la lamen- malezas, saltó erizados peñascos, cruzó los
table historia de la desventurada Genoveva. laberintos más intrincados del bosque, has-
ta que, por último, la vio esconderse en la
gruta de Genoveva; pues, justamente, ero,
la fiel cierva con cuya leche se habían ali-
XV mentado durante siete años en el desierto
ella y su hijo.
Sigifredo encuentra a Genoveva Siéndole completamente imposible condu-
cir su caballo por aquellas asperezas, apeóle
Transcurrieron algunos años sin que fue- Sigifredo, y atándolo a un árbol, llegó hasta
ra posible obtener del conde que siquiera la gruta, guiado por las huellas que la cier-
saliese del castillo ; y, aun al cabo de ellos, va había dejado impresas en la nieve. Su
el mismo Wolf, y los caballeros sus amigos, mirada, al examinar el interior ávida y cu-
habían de agotar todo su ingenio para lograr riosamente, descubrió en su sombrío recin-
que su tristeza se disipara por unos instan- to, con gran estupefacción del conde, una
tes. Los unos celebraban festines amen iza- criatura humana, flaca y pálida como un ca-
dos con cánticos y melodiosos acompaña- dáver, que no era otra que Genoveva.
mientos de arpa; otros concertaban torneos La desventurada había conseguido, cier-
y juegos de .sortija y, por último, otros le in- tamente, salir triunfante de su grave enfer-
vitaban a partidas de caza, a cuya diversión medad ; mas estaba tan débil y extenuada,
había sido muy aficionado el conde en su que, convencida de que no podría recobrar
juventud, y era la más a propósito para dis- su salud en aquel estéril desierto, decía to-
traerle de sus tristes pensamientos. das las tardes al ponerse el sol :
Cuando los caballeros se hubieron hecho —Ya no volveré a verle jamás.
car-go de esto último, menudearon las cace- Bl conde, avanzando dentro de la gruta,
rías ; en aquellos tiempos abundaban en los gritó :'
bosques de Alemania los jabalíes, osos, lo- —Si eres un ser humano, muéstrate a la
bos y ciervos, que brindaban terreno amplio luz del día.
a la intrepidez de los cazadores, por lo que Genoveva, obedeciendo acto seguido, salió
no faltaba a ninguna el conde Sigifredo, el envuelta en su zalea, y cubiertas las espal-
cual, a su turno, dispuso una partida de ca- das con su abundante cabellera rubia, des-
za, a instancias de Wolf, a la que invitó a nudos los pies y los brazos, trémula de frío
todos los caballeros comarcanos. Acababa el y pálida como un cadáver. Al verla, el con-
invierno, señalóse para la cacería el día que de Sigifredo le preguntó, mientras retroce-
hubiese nevado la noche anterior, día espantado y sin reconpw»E-a-£ipnoyeya ;
U.A.M.
BIBLIOTECA
.CRISTÓBAL SCHMID

•—¿Quién eres tú y cómo es que te hallas veva-, rompiendo en llanto y con voz llena
en estos parajes? de ternura—; no soy un espíritu, sino tu
—Soy yo, Genoveva—respondió la. infe- esposa Genoveva.
liz, que, por lo contrario, lo había reconoci- La emoción y el espanto impedían, no
do a la primera ojeada—; tu esposa, a La obstante, al conde, sacudir el estupor que
que sentenciaste a muerte ; pero soy inocen- le embargaba. Sus ojos parecían estar cega-
te, bien lo sabe Dios. dos por lina, nube y de su garganta no po-
Quedóse el conde como si hubiera sido he- día brotar el menor sonido. Limitábase a
rido por un rayo, y sin acertar a explicar si mirarla fijamente, con ojos que el terror di-
soñaba o estaba despierto. Como, en oca- lataba, sin atreverse a aproximársele, y ca-
siones, su dolor y pesadumbre eran tales, da vez. más convencido de que era sólo un
que llegaba a perder el conocimiento y, en fantasma que tenía ante su vista,.
en aquel momento,., veíase tan apartado de Por último, Genoveva cogióle cariñosa-
(sus gentes en aquel retirado valle, le pareció mente una mano ; pero él se apresuró a re-
ijue veía el alma de Genoveva, y exclamó tirarla, exclamando con voz trémula :
con una voz ahogada por el espanto : —Déjame, déjame, sombra de mi vícti-

—¡Oh! Tú, alma de mi difunta esposa; ma ; tu mano está helada. Pero no, no te
¿vienes, acaso, al mundo para pedirme alejes de mí ; llévame contigo al sepulcro,
cuenta de la sangré que he vertido? ¿Fue pues me es imposible soportar por más tiem-
aquí, en este mismo lugar en que nos en- po la vida.
contramos, donde se efectuó el terrible cri- —Esposo nu'o, amigo mío, Sigifredo—in-
men? ¿Esta cueva, fue donde sepultaron tus sistió Genoveva, mirándole con ternura y
inanimados restos? Sí, seguramente, no cariño indecibles—•. Vuelve en ti, por pie-
puede ser de otro modo. Y ahora, se halla dad. ¿Cómo es que ya no reconoces a tu es-
tu cadáver en su tumba, para no permitir posa? Mírame bien ; soy yo, yo misma. Mi-
que huelle la tierra, que he enrojecido con tu ra este anillo que tú m© diste y que aun con-
sangre, y tu espíritu, indignado, se me apa- servo en mi dedo. Vuelve en ti, ¡ por Dios !,
rece para arrojar al asesino de la tumba de y que a Él le plazca abrirte los ojos.
su víctima. ¡Ahí Déjame, alma bienaven- Pudo, al fin, Sigifredo, dominar su te-
turada ; déjame, que ya me atormenta bas- rror, y exclamó, como si hubiera salido de
tante mi propia conciencia. Vuélvete a la un ensueño :
pacífica morada en que te encuentras, y rue- —¿Conque, realmente, eres tú?
ga por mí, por este esposo desventurado, Y arrodillándose, aniquilado por la fuerza
que no puede hallar tranquilidad en este de la emoción a los pies de Genoveva, per-
mundo. Y si quieres aparecerte a mí, toma maneció mirando fijamente, y durante mu-
un aspecto menos miserable, y que yo te cho tiempo, el demudado rostro de su espo-
vea, como un ángel de luz, pronto a otor- sa, sin poder articular una sola palabra;
garme tu perdón. hasta que, por fin, prorrumpiendo en. un
—Esposo mío, Sigifredo — repuso Geno- mar de llanto, exclamó ;
GENOVEVA DE BRABANTE 45

-—Sí, tú eres mi compañera, mi esposa, piar nuestra miseria. Dios le ha enviado pa-
mi Genoveva, mi hermosa y agraciada Ge- ra salvarnos y llevarnos con él a su casa.
noveva. ¡ En qué situación ! ¡ Y por causa Al oír estas palabras, el niño contempló
mía te ves tan desnuda y miserable!... No de nuevo al conde atentamente.yEn sus ne-
merezco que me sustente la tierra. ¿Será gros y rizados cabellos, en su noble y her-
posible que puedas perdonarme, cuando ni mosa frente, en la viva expresión de sus
aun me atrevo a levantar hasta ti mis mira- ojos, en su fina y curvada nariz y en el dibu-
das? jo correcto de su boca, vio Sigifredo que era
—Mi querido Sigifredo—repuso Genove- su mismo retrato ; y, al contemplarlo tan
va—, jamás abrigué contra ti el menor re- hermoso y lleno de vigor, sintió que una in-
sentimiento, pues siempre he creído que tensa alegría invadía su corazón, a la que se
eras víctima de un infame ardid. Levánta- mezcló una profunda piedad al ver la mise-
te y ven a mis brazos. ¿No ves cómo lloro rable piel que lo envolvía. Alfin,desbordó-
de alegría? se en él la ternura paternal y exclamó,
—¿De modo — preguntóla el conde sin desahogando en un grito todo el sentimien-
atreverse, apenas, a mirarla — que no me to que llenaba su corazón :
diriges ni un solo reproche, ni una recon- •—¡ Hijo mío, mi querido hijo : ven a mis
vención? ¡Eres un ángel! ¡Oh, alma mía! brazos!—y. tomó al niño en uno de sus bra-
¡ Y he sido yo quien ha podido ofenderte zos, mientras ceñía con el otro a Genoveva,
con tanta crueldad! que elevó al cielo sus ojos inundados de llan-
—Tranquilízate, Sigifredo, y ve en todo to, mientras el conde proseguía—: Dios
ello la mano de Dios, pues Él es quien lo ha mío, ésta es demasiada ventura para mi co-
dispuesto y ordenado todo, conforme a su razón. He hallado a la vez, lo que nunca me
voluntad. Si 351 me ha colocado en esta de- hubiera atrevido a soñar : a mi idolatrado
sierto, es porque así me convendría, segura- hijo, que aun no conocía, y a mi amada es-
mente. ¿Quién sabe si el esplendor y el faus- posa, a la que creía muerta, y que, por lo
to hubieran llegado a corromperme, al paso tanto, ha resucitado para mí.
que en la soledad de este desierto se ha de- —Sí, Dios mío—añadió Genoveva—, Vos
purado mi alma? sois tan pródigo en vuestros beneficios, que
Mientras hablaban de este modo, llegó os basta un instante para recompensar años
Desdichado, sin otro vestido que la piel de enteros de sufrimientos. ¡ Alabado seáis por
corzo que lo envolvía y chapoteando con sus toda la eternidad !
desnudos piececitos en la nieve, que aun cu- El tierno y generoso niño, al ver la emo-
bría.con una densa capa algunos puntos del ción de que se sentían invadidos sus padres,
valle. Llevaba bajo el brazo un haz ele hier- elevó también sus manos al cielo, sin que
ba mojada todavía por la escarcha, que ha- nadie se lo advirtiese, y exclamó a su vez :
bía ido a recoger en las márgenes del arro- —¡ Sí, Dios mío; alabado seáis por toda
yo, y en la mano traía una raíz, de la que la eternidad !
venía comiendo en aquel instante. Y los tres, inmóviles y silenciosos, perma-
Al distinguir al conde, vestido con el mag- necieron, como en éxtasis, abrazados duran-
nífico traje de los caballeros, y cubierta la te largo espacio de tiempo, elevando hacia.
cabeza con el yelmo, en el que ondeaba gra- el infinito la gratitud que llenaba sus almas,
ciosamente un vistoso plumaje, el niño que- en ese mudo lenguaje que ninguna lengua
dóse sobrecogido de espanto, y permaneció sal nía expresar. La primera en romper el
inmóvil, sin pronunciar una sola palabra. silencio fue Genoveva, la cual dijo :
Luego, miró a su madre, y dijo, al verla con —Dime, esposo mío; ¿viven aún mis pa-
las mejillas inundadas de llanto : dres? ¿Gozan de una vejez tranquila?
—No llores, mamá; ¿éste es alguno de ¿ Creen en mi inocencia ? ¡ Ay! Muy pronto
esos hombres malos que vienen a matarte? hará siete años que me lloran |>or muerta, y
-—y, dando un salto, púsose al lado de su desde entonces no he tenido de ellos la me-
madre, y continuó— : Yo no he de consen- nor noticia.
tir que te toquen. Antes me matarán a mí —Todavía viven, mi amada Genoveva—
que a ti te hagan el menor daño. repuso el conde—; están buenos y te creen
—Nada temas, hijo mío—repuso Genove- inocente. Tan pronto como me sea posible,
va, con una sonrisa—. Mira cariñosamente les enviaré un mensaje, comunicándoles la
a este guerrero y bésale la manó, pues no feliz noticia de haberte hallado.
quiere nacerte daño alguno. Es tu padre, tu Entonces, Genoveva, que permanecía con
buen padre, Mírale cómo Hora al contenv las manos cruzadas sobre su pecho, elevó al
.CRISTÓBAL SCHMID

ciclo sus miradas, en las qne, a través de las después de tantas angustias y sufrimientos
lágrimas, reflejábanse la gratitud y la feli- como lian consumido tu vida. ¿Qué más po-
cidad, y exclamó :• drían hacer los santos y los ángeles?
—j Bendito seáis mil veces, Dios mío ! Quiso interrumpirle Genoveva para miti-
Vos habéis oído favorablemente todos mis gar la agitación que se había apoderado de
ruegos, colmando Jos más íntimos deseos de él, y exclamó con voz dulce y cariñosa,
mi corazón. Vos habéis cumplido más de lo •mientras una sonrisa angelical iluminaba su
que yo nunca hubiera soñado. Librasteis a rostro :
mi esposo de los azares de la guerra : pusis- —No te preocupes más de esto, querido
teis de manifiesto mi inocencia ; habéis dado Sigifredo. No todo han sido para mí penas
fin a mis sufrimientos, sacándome de este en este desierto, pues también he tenido en
desierto, como también de las prisiones y de él mis goces. Acaso hayas sido tú más des-
la muerte. Vos, por último, habéis prepara- graciado que yo ; conque así, olvidemos el
do este dichoso momento, en que pueda pre- pasado — agregó, procurando apartar aque-
sentar a su padre al hijo de mis entrañas y, llas ideas de la imaginación del conde—.
para colmo de dicha, vais a dejarme ver a Mira a tu hijo ; ¿ves qué puro es el sonrosa-
mis amados padres. ¿Cómo agradeceros do matiz de sus mejillas? Sólo comiendo ali-
bastante vuestra bondad, Dios mío? mentos sencillos y respirando aire puro, se
Dicho esto, Genoveva introdujo a su es- ha mantenido sano y vigoroso. Tal vez en
JK»SO en la gruta, pues como tenía los pies nuestro castillo, criado entre exagerados mi-
desnudos, no podía sufrir la frialdad de la mos, estaría pálido y enclenque, como la
nieve. mayor parte de los niños de los nobles. Por
El conde, para penetrar en la cueva, tu- consiguiente, alegrémonos y demos gracias
vo necesidad de encorvarse, y, en esta acti- a Dios porque se ha criado de este modo.
tud violenta, fue.examinando las toscas pa- Y, al decir esto, sentóse sobre el peñasco
redes cubiertas de musgo; el Jecho de hojas que había en la cueva, e invitando al conde
secas ; las calabazas, que hacían las veces a. que tomase asiento a su lado, puso a Des-
de vasijas y las cestas de mimbre ; todo, en dichado entre los dos, y comenzó a referirle
fin, lo que constituía el menaje de aquella la manera verdaderamente prodigiosa cómo
miserable inorada, que ponía bien de mani- se habían sustentado ella y su hijo, desde el
fiesto la indigencia de Genoveva. Contem- momento en que la cierva se apareció por
pló asimismo, con un piadoso recogimiento, primera vez en la gruta, hasta el instante
Ja crueecitá de madera, fija en uña hendidu- en que, perseguida por el conde, vino a re-
ra, de la roca, y junto a ella el peñasco que fugiarse junto a ella. Cuando oyó este con-
servía de reclinatorio, brillante y gustarlo movedor relato, Sigifredo dijo, a su vez,
por las rodillas de Genoveva. Por último, profundamente enternecido :
dirigió una melancólica mirada a las esté- —¡ Dios mío! ¡ Cuan digno de que se es
riles asperezas del valle, desde la entrada, de ame sois en vuestros designios y cuan pródi-
la gruta y, al observar el triste paisaje y los go en recursos para favorecer a las criatu-
negros abetos cargados de nieve, el llanto ras ! Cuando yo precipitaba en la miseria y
empapó de nuevo sus mejillas, y no pudo el abandono a mi mujer y a mi hijo, Vos,
menos de exclamar : Dios de amor y de piedad, extendisteis
—¡ Ay, Genoveva! Dios ha hecho un ver- vuestra mano omnipotente sobre ellos, en el
dadero milagro conservándote en este para- instante en que iban a sucumbir de hambre
je desierto y espantoso. ¡ Siete años ! — aña- y frío, y os habéis valido de este generoso
dió con voz triste y pausada.—. Siete ¡argos animal para librarlos de tantos liorrores. Si,
años sin un bocado de pan, sin fuego en in- en el momento en q,ue el desamparo había
vierno, sin un lecho, sin un vestido, y con llegado a su colmo, en que la madre, desfa-
los pies descalzos y hundidos en la nieve llecida de hambre y de frío,, ponía un pie en
con que se cubren estas soledades en el in- el borde de la-tumba, y en que este pobre ni-
vierno. Y esto lo ha- sufrido una hija de prín- ño, al salir en mi busca, debía perecer entre
cipes, acostumbrada a comer en vajillas de las garras de las fieras que pueblan estos
oro y plata, criada entre púrpuras, y que ja- bosques, Vos, Dios mío,'a cuyas miradas
más se vio molestada por el airecillo más li- nada se oculta, hicisteis que este pobre ani-
gero. ¡ Esto hace estremecer ! ¡ Y yo he sido mal me guiara hasta aquí, adonde no me
el que he acarreado sobre ti todos estos ma- hubiera podido conducir hombre alguno: Os
les ! Y aun sigues amándome, ángel mío, prometo, pues, que en lo sucesivo, por du-
Apenas divisaron a Genoveva, acercáronse ambos a los costados de la litera... (Pág.50.)
CRISTÓBAL SCHMID

ras que sean las aflicciones que nos enviéis, la compasión llenaban todos los corazones,
no dejaremos de poner toda nuestra confian- y no cesaban de oír, exclamar, preguntar,
za en Vos, que sois el más tierno y genero- compadecerse y alegrarse.
so de los padres. Contóles Sigifredo brevemente la parte
más substancial de la historia, e inmediata-
mente les dio las órdenes que consideró más
XVI oportunas. Envió a dos.de sus caballeros al
castillo con el encargo de traer vestidos pa-
Genoveva vuelve al castillo. ra Genoveva, hacer conducir hasta allí una
litera y ordenar los preparativos para su re-
Acto continuo salieron de la cueva el pa- cibimiento. Ordenó a algunos pajes que fue-
dre, la madre y el hijo, llevando aún los ojos sen adonde se hallaban los bagajes q.ue se
completamente inundados de lágrimas de habían preparado para la cacería, y que los
ternura. Inmediatamente, el conde, para trajesen a aquel lugar, mientras otros fue-
hacer que se le reunieran sus gentes, asió la ron a recoger leña, encender una gran
trompa de caza que llevaba al cinto, y que fogata en el hueco del una peña y disponer
era de plata, arrancando de ella algunos to- la comida-. Él, a su turno, abrió la maleti-
ques que resonaron a larga- distancia, repe- lla que llevaba en el arzón, y envolvió a la
tidos incesantemente por los ecos del bos- condesa en su capa de grana, forrada de ne-
que. Como Desdichado no había oído jamás gra piel, cubrióle la cabeza con un pañuelo
una cosa parecida, quedó encantado al OÍL* el finísimo y extendió un tapiz en el suelo pa-
sonido de la trompa y, queriendo tocar a su ra que se sentase. Allí, Genoveva fue reci-
vez, la pidió a su padre, la examinó y pre- biendo los homenajes de todos los caballe-
guntó de qué era y por qué estaba tan bri- ros, que, unos tras otros, llegáronse a salu-
llante, probando luego a soplar en ella y darla con gran respeto y veneración, expre-
arrancándole algunos sonidos que hicieron sándole con sentidas frases las distintas
reír a su gozosa madre. emociones de lástima y gozo que experi-
No tardaron mucho en acudir, de todos los mentaban. Cuando llegó el turno a los ser-
ámbitos del bosque, los caballeros y pajes vidores del conde, Wolf, q,ue ansiaba, ex-
que formaban, la comitiva, del conde, los cua- traordinariamente que le llegase su vez,
les quedaron profundamente sorprendidos avanzó a la, cabeza de todos y, besándole la
al ver aquella mujer flaca y descolorida que mano, que inundó con sus lágrimas, ex-
acompañaba al conde, y al tierno y sonro- clamó :
sado niño que éste llevaba en brazos. Apre- •—Señora, ahora es cuando verdadera-
suráronse todos a sallirle al encuentro y, mente me alegro de que los sarracenos no
formando corro en torno suyo, guardaron me hayan cortado esta cabeza, cubierta de ca-
profundo y respetuoso silencio, porque ob- nas, y da haber sobrevivido a .tantos comba-
servaron que los ojos del conde, de la mujer tes. Ahora ya puedo morir satisfecho.
y del niño, estaban llenos de Ingrimas. Kn- Luego, cogiendo en sus brazos a Desdi-
tonces, el conde, dirigiéndose a todos, dí- chado, con un transporte de alegría, besóle
joles con voz trémula por la emoción : en ambas mejillas, y le dijo :
•—Nobles caballeros, fieles servidores • es- •—Sed bien venido, mi querido amigo.
ta mujer y este niño que aquí veis, son : mi Sois el vivo retrato de vuestro noble padre,
esposa Genoveva, a, la que por tanto tiempo y seréis también valiente y generoso como
he creído muerta, y mi hijo Desdichado. él; amable y bueno, como vuestra madre, y
Al oír éstas palabras, todos los concurren- piadoso como ambos.
tes prorrumpieron en gritos de espanto y En un principio, quedóse Desdichado co-
asombro, y cruzáronse entre sí mil excla- mo aturdido y receloso a la vista de tanta
maciones y preguntas. multitud de gente, de que tan pronto se vio
—¡Gran Dios! — decíanse—; ¿cómo ha rodeado. Mas, poco a poco, fue adquiriendo
de ser ésa nuestra señora? — ¿No le ha- confianza y entablando conversación.^ Como
bían cortado la cabeza? — Pues ahí la te- veía por primera vez innumerables objetos
néis resucitada. — ¡ Pero esto es imposible !- que le eran completamente desconocidos,
— Pues, no obstante, ella es. — ¡ Y en qué veíase obligado a preguntar constantemente,
estado más miserable, Dios mío ! —- ¡ Ved y todos, en particular el anciano Wolf, rego-
qué pulida está! — ¡ Ah, mirad nuestro eon- cijábanse al ver las vivacidades de sus pre-
desito! ¡ Qué amable y hermoso niño ! guntas y lo ingenioso de sus observaciones.
Y el asombro, la curiosidad, la alegría y Lo que, ante todo, le causó mayor asom-
GENOVEVA DE BRABANTE ífl

bro, fueron los jinetes que iban 'de aquí para criado Dios y yo no sabía que existiesen !
allá por el valle; y a semejanza de aquellos Mas, cuando tuvo un gran sobresalto, fue
pueblos salvajes que, al verlos por vez pri- al presentarle un paje una fuente de plata
mera,, creían que el caballo y el jinete no bruñida, clara y brillante como un espejo, y
formaban más que uno solo, exclamó el ino- vio en ella reflejada su imagen. Retrocedió
cente niño : al pronto; pero luego, tomándola recelosa-
—Papá, ¿conque hay hombres de cuatro mente, quiso tocar por detrás de ella al ni-
pies? ño que le pareció ver. Por más que hacía no
Hizo Sigifredo que se apeara uno de sus podía explicarse cómo, en tan poco espesor,
jinetes y que le presentasen el caballo; y, podía caber un niño, y lo que, sobre todo le
acto seguido, el niño prosiguió : admiraba hasta trastornarlo, era que si él se
—Papá, ¿dónde han cogido estos anima- ponía serio, lo mismo hacía el niño ; y si él
les? En el desierto no los hay como éstos. icía, el niño reía de igual modo.
Luego, contemplándolo más de cerca, re- Distraíanse en gran manera los invitados
paró en el freno de plata con adornos dora- con todas estas gracias de Desdichado ; en
dos, y. exclamó : cnanto a Genoveva y Sigrifedo, reían ahora
"—¡Conato! ¿Estos animales tan hermo- tanto como habían llorado antes, y tan de
sos, comen oro y plata? Seguramente quo buena gana, que hicieron coro a sus risas
no encontrarán en el bosque pasto para con general regocijo todos los concurrentes.
ellos. Apenas terminó la comida, regresó uno de
Otro tanto ocurrió cuando vio elevarse las los caballeros que Sigifredo había enviado al
llamas; contemplábalas estupefacto, y de- castillo, trayendo los vestidos de Genoveva,
cía : y acto seguido pasó ésta a la gruta, donde
•—Mamá, ¿han hecho bajar los hombres se vistió, después de haber dado gracias a
esta, luz, de las nubes, o el buen Dios se la Dios por el prodigio que había realizado pa-
ha enviado? — y como creciese su éxtasis a ra salvarla. Después, tomando la crucecita
medida que contemplaba el hermoso reflejo de madera, para que siempre le recordara,
y sentía su bienhechor influjo, prosiguió— : les sufrimientos pasados y la-s alegrías y re-
¿Conque esto es el fuego? Seguramente que gocijos presentes, presentóse ya vestida, a,
es éste un magnífico presente del cielo. Ya • todos los circunstantes. El conde mandó dis-
me lo habías explicado tú, mamá ; pero es- poner una dócil haeanea, sobre la que él mis-
taba yo muy lejos defigurármelotal y como mo extendió una gualdrapa finísima, y lue-
os. Si antes lo hubiese conocido, está segu- go de ayudarla a montar, saltó él sobre sh
ra de que se lo habría pedido a Dios en mis alazán, tomó en brazos a Desdichado y, se-
oraciones. ¡ Qué útil nos hubiera sido este guido de toda la, comitiva, echó a andar en
invierno! ¿No es cierto, mamá? dirección a. Siegfridoburgo.
Lo que principalmente, llamó su atención La mitad del camino habrían recorrido,
durante la comida, fueron las frutas que se próximamente, cuando encontraron la lite-
sirvieron. Tomó inmediatamente una her- ra, en la cual se acomodaron Genoveva y su
mosa, manzana, de un amarillo de oro mati- hijo; como más cómoda para hacer la expe-
zado de púrpura, y exclamó : dición.
—En donde habitáis, papá, no habrá in- Cuando hubieron salido de los intrincados
vierno, seguramente, pues que traéis tan laberintos del bosque, tropezaron con una
frescas y hermosas frutas. ; Oh ! Debe ser inmensa multitud de gentes de todas eda-
muy agradable vivir en vuestra compañía? des, sexos y condiciones, atraída por la no-
Mas, aunque lo celebraba en esta forma, ticia del hallazgo de Genoveva, que se es-
dudaba si comería de ellas o no, diciendo : parció con la rapidez del rayo por todo el
—Da lástima, ¡ son tan hermosas ! condado y los lugares vecinos de aquella di-
Fijóse luego en un vaso, sin atreverse latada comarca. Inmediatamente quedaron
apenas a tocarlo ; tomólo, alfin,con mucho interrumpidos todos los trabajos, abando-
cuidado, y exclamó asombrado : nándose en un rincón las ruecas y los trillos.
—¡Y no se derrite! Pero, ¿no está hecho Quedaron deshabitadas aldeas enteras, que-
de hielo? dando sólo por salir al camino los enfermos
Pero, cuando se le hubo explicado de qué y los que estaban a su cuidado. Todos iban
materia estaba hecho el vaso, y se le invitó engalanados con sus mejores vestidos, apre-
a que mirara los objetos al través del cristal, surándose a salir al encuentro de su querida
dijo,: condesa. Aquél, en resumen, fue un verda-
—¡Oh! ¡Cuántas cosas tan hermosas ha dero día de fiesta para toda la comarca ; a
CENOVF.VA.—7
.1.1
•CRISTÓBAL SCIIMID

cada lado del camino veíase ur.a doble hile- rigiéndose a los peregrinos con la sonrisa en
ra de gente que, al pasar, la saludaban con los labios y los ojos inundados de llanto—,
vítores y lágrimas de contento. no es verdad que no os arrepentisteis jamás
Entre los hombres que salieron a su en- de habernos perdonado la vida? -
cuentro, iban también dos peregrinos, a juz- —Bien sabe Dios que no, señora. Tan
rar por los bordones en que se apoyaban y ciegos estábamos entonces, que creíamos ser
los sombreros y capas adornados de conchas excesivamente generosos al dejaros con vida
con que iban cubiertos. a vos y a vuestro hijo. Mas ahora conoce-
Apenas divisaron a Genoveva, acercáron- mos cuan engañados estábamos, y que de-
se ambos a los costados de la litera, e hin- bíamos haber arriesgado la nuestra por sal-
cáronse de rodillas a los pies de la condesa. varos y conduciros a vuestro país al lado des
Eran los dos hombres u quienes Golo había vuestros padres.
dado el encargo de cortarle la cabeza. Acto seguido apresuráronse aquellos dos
Ambos, especialmente Conrado, pidieron hombres a arrojarse, igualmente, a los pies
que los perdonase por ha- de Sigifredo ; y, después
berla dejado abandona-
da en el desierto per
r de pedirle perdón, demos-
tráronle su gratitud por
temor a Golo, en vez da lo generoso que había si-
conducirla a Brabante, a ' do con sus esposas e hi-
casa de sus padres, y, a _;, jos, siguiendo las súplicas
su vez, contáronle sus f de Genoveva, lo que ha-
aventuras ; poco después ;,t^-¿ bían sabido con gran ad-
de aquel suceso, como te- |4.-¿ miración de su parte. Mas
mieran por BU vida estan- el conde les respondió :
do cerca de Golo deter- —Realmente , yo no
minaron ir en peregrina- sabía que vosotros ha-
ción a la Tierra Santa; bíais tenido lástima de mi
habiendo regresado de su esposa y de mi hijo y qr.o
viaje pocos días antes, les habíais perdonado la
anduvieron errantes por vida ; por lo que, al so-
el condado, sin dejarse correr a vuestras esposas
ver más que de su fami- e hijos, obedecí incons-
lia ; y, por último, al sa- cientemente a aquel pre-
ber que todos, desde ha- cepto de Jesucristo, que
cía mucho tiempo, daban nos dice en el Evangelio :
a Genoveva por muerta, «Sed misericordioso, si
convinieron mutuamente queréis alcanzar miseri-
en no decir una palabra cordia.» Id, pues,en paz ;
respecto a esta historia, • J" que en lo sucesivo segui-
con objeto de no aumen- ré cuidando de vosotros
tar la tristeza del conde Sigifredo. Y acaba- y de vuestras familias.
ron diciendo : Pusiéronse de pie ambos a la indicación
—¿Cómo es posible, nobilísima señora, del conde y continuaron su camino, escol-
que no hayáis perecido de hambre y frío o tando la, litera de su señora. Mientras an-
despedazada por las fieras? Nosotros está- daban, iba diciendo Enrique a su comra-
bamos convencidos de que hallaríais, vos y ñero :
vuestro hijo, en el desierto, una muerte más —¿Ves ahora cómo tenía yo razón al de-
espantosa que la que no tuvimos valor para cirte que debemos siempre procurar ha-cer
causaros. bien, aunque haya de ser en perjuicio nues-
—Levantaos, amigos míos — dijoles Ge- tro? Más tarde'o más temprano, ya ves có-
noveva, tendiéndoles la mano afectuosa- mo se obtiene la recompensa.
mente—; después de Dios, es a vosotros a Cuando la litera en que iba Genoveva lle-
quienes tengo que agradecer la vida—y vol- gó a una eminencia, desde la cual se domi-
viéndose vivamente a Desdichado, conti- naba a Siegfridoburgo, fueron lanzadas a vue-
núe')— : Hijo mío, tú también debes estar lo todas las campanas de la población, que
agradecido a estos compasivos hombres; se extendía al pie del castillo señorial y tam-
pues ellos, que tenían la orden de matarte, bién las de las aldeas comarcanas. Todo el
prefirieron obedecer a Dios antes que a los mundo creía que en la salvación de Genove-
hombres. ¿No es verdad — prosiguió, di- va había intervenido la mano de Dios, y por
GENOVEVA DE BRABANTE

oslo celebraban su ingreso como una fiesta hombros un niño ya crecidito para que viese
religiosa. Al oír las campanas que saluda- también la comitiva, le preguntaba :
ban su vuelta, Genoveva no pudo contener —¿La ves bien? Ella es la que te hizo
el llanto y, entro todos los habitantes, más tantos beneficios cuando aun estabas en la
conmovidos aún que ella, no había uno solo cuna.
que no llorase. Veíanse también entre el gentío algunos
Al llegar a la entrada do Siegfridóburgo, ancianos que, sosteniéndose penosamente
la multitud aumentóse de un modo incalcu- apoyados en sus bastones, habían acudido a
lable. A ambos lados del camino veíanse verla, y los cuales lloraban de alegría, dán-
hombres encaramados en los árboles ; y en dose el parabién por haber vivido hasta en-
la población, llena de una enorme concu- tonces para gozar de tan hermoso día, sien-
rrencia, las ventanas y azoteas de las casas do tan intensa la emoción que los domina-
por donde había de pasar la comitiva, esta- ba, que temblaban de pies a cabeza.
ban cuajadas de gente, pues todo el mundo Cuando Genoveva llegó al patio del cas-
quería ver lo más cerca posible a su querida tillo, halló al pie de la escalera principal a
condesa, a la que habían creído muerta du- todas las señoras de la nobleza del contorno
rante tanto tiempo. que, sin ponerse de acuerdo, habían acudi-
En medio de e ta estruendosa emoción, do espontáneamente, llevando consigo a sus
(íenoveva conservaba una actitud tan sen- hijos, para darle su afectuosa bienveni-
cilla, que parecía la encarnación de la mo- da. Todas, sin excepción alguna, alegrában-
destia. Tenía los ojos bajos, como si se ru- se al saber que era inocente y de que viviera
borizara del recibimiento que se la tributa- aún ; y, complacidas de verse congregadas
ba. Desdichado, que iba sentado en sus fal- por una misma idea, miraban aquel día co-
das, llevaba aún su piel de corzo y tenía en mo de triunfo para la virtud femenina, por
las manos la crucecita de la gruta. El conde lo que iban engalanadas como para la fiesta
cabalgaba a la derecha de la litera y el fiel más solemne. Una de ellas, que se distin-
Wolf a la. izquerda, al cual acompañaban guía entre todas por su belleza y juventud,
Jos peregrinos, seguidos a su vez de la cier- vestida de blanco y adornada con un collar
va, que iba tras ellos como un perro domes- de perlas valiosísimas, avanzó hasta reunir-
tico. Una parte de los caballeros y servido- Be con Genoveva, apenas bajó ésta de la li-
res del conde precedían, montados, a la li- tera ; llevaba una corona de arrayanes en-
tera, y el resto seguía detrás. tretejidos con rosas blancas y se la ofreció
ínterin atravesaba lentamente por entre en testimonio de su «lealtad e inocencia», di-
la multitud, decíanse unos a otros los espec- ciéndole con voz entrecortada por el llanto :
tadores : —Aceptad, señora, este homenaje, que
—¡ Qué flaca y pálida viene nuestra bue- todas nosotras os ofrecemos. Insignificante
na y querida condesa ! ¡ Parece una santa ! es la oferta, comparada con el premio que os
Asi debía estar María al pie de la cruz. aguarda en la eternidad, donde recibiréis
Otros, contemplando a Desdichado, de- otra corona más digna de vuestras virtudes.
cían : La doncella que, en nombre de todas sus
—Ved qué niño tan hermoso ; con su pie- compañeras, cumplimentaba a Genoveva,
lecita y la cruz que lleva en la mano, pare- era. desconocida para ésta, cuya curiosidad
ce la imagen de San Juan Bautista en el se despertó viniendo a satisfacer esta curio-
desierto. sidad algunas señoras que acudieron a dc-
Hasta la cierva era objeto de admiración, cirfe su nombre.
y muchos exclamaban al verla : La joven llamábase.Berta, y era. la misma
—Mirad la cierva ; basta los mismos ani- amable y bella criatura que la había visitado
males, no obstante carecer de inteligencia, en su prisión. En su consecuencia, y al no-
aman a nuestra buena condesa. tar la. satisfacción que experimentaba Ge-
Las madres, -a su vez, alzaban en alto a noveva al conocer estos detalles, dijéronie
sus hijos para que pudiesen ver a Genoveva, las señoras :
y se la mostraban, diciéndolés : —Sí, condesa ; ella fue la que únicamen-
—¿Ves esa señora? Pues por ella es por te se interesó por vos en aquellos días adver-
quien me has visto llorar tan a menudo, y de sos en que todos os abandonaron. Por eso
la que te refería tan buenas acciones. Aun no la hemos elegido para que participe de nues-
habías tú nacido cuando nos la arrebataron. tra felicidad y d:-l homenaje que os tributa-
Más lejos, un padre, subiendo sobre sus mos ,
.CRISTÓBAL SCHMID

.avanzó hasta reunirse con Genoveva, apenas bajó ésta de la litera. (Pag. 51.1

Entonces volvióse Genoveva nuevamente Las damas y caballeros acogieron eBtas


ala joven, y alfijarseen el collar de perlas, palabras de Sijjifredo con estrepitosos aplau-
que tan bien conocía, recordó aquella espan- sos ; respecto a sus lujas, acordaron quet en
tosa noche, la. última de su cautividad y la lo sucesivo, el arrayán y las rosas blancas
primera de su abandono en la selva, y ex- serían el símbolo de la pureza virginal en '
clamó, elevando sus ojón al cielo : las doncellas y de fidelidad conyugal en las
—¿Quién habría pensado en el momento esposas, y que, por consiguiente, con ella
en que era atrojada de aquí como una crimi- formarían toda su corona nupcial, y esta
nal miserable, llevando a mi hijo en brazos, costumbre se ha conservado hasta hoy en al-
que volvería a entrar de esta forma? Sólo gunos puntos de Alemania..
Dios podía saberlo entonces, y El era. quien Las dichosas emociones de tan fausto
me preparaba la ventura que ahora dis- día, en que tantas felicitaciones había reci-
fruto. bido y tantas lágrimas 'derramado, habían
Luego, aceptando, no sin ruborizarse, la acabado por rendir el desfallecido cuerpo de
corona que Berta le ofrecía, exclamó : Genoveva. Lleváronla inmediatamente a su
—¡ Dios mío ! Si esta es la recompensa aposento, de donde faltaba hacia laníos
que ofrecéis al inocente-en esta vida, ¿cuál años, y después de haber dado de nuevo gra-
«era la que le reserváis en la eternidad? cias a Dios por su salvación prodigiosa, y
—Efectivamente, mi querida ama — re- de cambiar algunas frases con la viuda y
puso Wolf—; si es cierto que la inocencia huerfanitos de Draco, a quienes prometió
no siempre alcanza en este mundo la re- protegerles, entregóse al descanso que tan-
compensa que merece, y pocas veces ve bri- to necesitaba en el lecho que ya le tenían
llar para ella un día tan glorioso como éste, dispuesto. La liel Berta quedóse velando
Dios quiere, no ol stante, de vez en cuando, junto a ella y, desde entonces, ao se separó
que así-sea para darnos con anticipación una más ele Genoveva, la que, por su parte, ne-
idea de lo que deben ser Jas alegrías celes- góse a ser servida por nadie que no fuese su
tiales — v dirigiéndose luego al conde, con- leal doncella.
tinuó— : Sí, amo mío, al cabo de ochenta,
uiios de vida, he presenciado varias entra- XVII
das triunfales en este castillo, pero ninguna
que ae pueda comparar a la que hoy ha he- Entrevista de Genoveva y sus padres.
cho en él nuestra querida señora.'
—Dices muy bieu, Wolf, porque en ésta ínterin la alegría rebosaba de todos los
no ha tenido la menor participación el hom- corazones en el castillo de Siegfridoburgo,
bre ; ella entraña el triunfo más espléndido el desconsuelo más profundo reinaba en el
que puede soñarse, poique es el triunfo de palacio ducal de Brabante. El fiel Wolf, no
U virtud sobre el vicio. obstante sus muchos años y sus achaques,
GENOVEVA DE BRABANTE

ofrecióse a lie val" a los padres de Genoveva provisto equipaje, preparado desde el día an-
la feliz noticia de su hallazgo. Pero Sigifre- terior.
do se opuso, diciéndole : Wolf, siempre a la. cabeza de sus apues-
—De ningún modo, viejo amigo; perma- tos jinetes, como si se tratase de salir al en-
nece aquí y delega tan penoso viaje en un cuentro del enemigo, alentábales, diciendo :
hombre de menos edad que tú. Demasiadas —¡ Animo, camaradas ! ¡ Ea, adelante y
fatigas has padecido ya cuando regresamos ds a la carrera ! <>
nuestra campaña contra los árabes, pues con Y, lo mismo el primer día que los que le
frecuencia solías decirme : «Este es mi úl- sucedieron, corrían desde el amanecer has-
timo viaje a caballo.» ta bien entrada la noche, hasta el punto de
Pero Wolf, insistiendo en su resolución, que, aquellos valientes, no pudieron menos
añadió : de preguntarle :
—El hombre propone y Dios dispone ; al •—Señor mayordomo, ¿podéis decirnos pa-
cabo de tantas expediciones j sin otrofinque ra qué corremos de este modo desenfrenado
sangrientos combates, Dios me ha reserva- durante todo el santo día?
do para esta otra de honor y alegría y a la Pero Wolf, espoleando su caballo, contes-
cual no renunciaré bajo ningún concepto. tábales :
De modo, señor, que debéis creerme y de- —¿Desenfrenado? Acordaos de la pena de
jarme que parta. que vais a aliviar a unos cariñosos padres.
—Piensa en tu ancianidad — repuso Si- Cuando un bravo puede aliviar al infeliz que
gifredo—; medita en lo largo del camino y padece tormento, aunque sólo sea por al-
en lo riguroso aun de la estación. Reflexio- gunas lioras, no debe retroceder ante un po-
na, mi fiel amigo, en todo esto. co de cansancio ni preocuparse de si se fati-
—Todo eso no vale nada—agregó Wolf—, ga o no. En muchas ocasiones, ¿no hemos
y, por otra parte, me siento rejuvenecido andado a caballo meses enteros para distri-
desde que tenemos entre nosotros a nuestra, buir mandobles y hacer derramar llanto?
muy amada señora la condesa. Parece co- Púas corramos también ahora para enjugar
mo si me hubiesen quitado de encima diez el llanto y curar heridas. Lo que yo quisiera
años, lo menos. Esta comisión coronará dig- es que este caballo fuese alado como el que
namente mi profesión de escudero. Luego, vi una vez pintado no sé dónde y que, dicho
estad tranquilo; me tenderé cargado de sea francamente, es lo que más admiración
años, y dormiré hasta despertarme en la me ha causado en esta vida.
eternidad. Y, al decir esto, acicateaba con más vehe-
El conde, aunque con gran sentimiento mencia, a su caballo.
de su parte, acabó por acceder, y dijo : Una'noche, que se hallaban pernoctando
•—Bien; parte, ya que te empeñas, mi en un castillo, díjole a Wolf el anciano se-
viejo y leal compañero de armas ; elige el ñor de la fortaleza, que el venerable obispo
mejor caballo de mis cuadras y doce de mis Hidolfo, ([us bendijo el enlace de Genoveva.
mejores jinetes para que te sirvan de -escol- y Sigií'iedo, se. encontraba, precisamente, a,
ta ; y, una vez allá, di a los padres do mi pocas leguas de allí, adonde había ido para
amada Genoveva lo que creas que yo mis- bendecir un templo recientemente edifi-
mo, si fuese, les diría, y lo que tu propio cado.
corazón te dicte. Dios te acompañe en el ca- Wolf, volviendo inmediatamente a ensi-
mino y te devuelva a mis brazos sano y llar su caballo, exclamó :
salvo. —Pues conamos a todo galope para en-
Genoveva, Lo mismo que su esposo, hizo contrar a eso santo varón que, seguramente,
llamar a su presencia al anciano escudero, no ignorará la venturosa nueva que trae-
dándole el encargo de que dijese a sus pa- mos. Quiero también pedirle consejo, como
dres cuanto de más expresivo pueden dictar prudente e instruido que es, respecto al mo-
el respeto y la ternura filiales. do de desempeñar mi encargo cerca del du-
La satisfacción de que se hallaba po- que y la duquesa; pues, por más que he
eeído, impidió a Wolf conciliar el sueño en atormentado mi magín durante el camino,
toda la noche, y, antes de que amaneciera, no he encontrado un medio que me satisfa-
despertó a los que habían de servirle de es- ga. Por mi parte, lo mejor sería llegar y
colta, ayudóles a dar el pienso y ensillar sus decir a gritos desde la puerta : ¡ Ha sido ha-
caballos, y acto seguido emprendieron el ca- llada Genoveva ! ¡ Genoveva, vive todavía !
mino a galop., llevando consigo un buen Pero, y esto es para mí lo más raro, las co-
CRISTÓBAL SCHMID

sas no se arreglan de esta manera. Por más Estaba ya próxima la hora de los oficios, y
que soy un viejo soldado que jamás tuvo los duques aguardaban tan sólo la llegada
miedo de nada., os aseguro que, estas tres o del obispo, que estaba encargado por ellos
cuatro palabras: «Genoveva vive todavía», de celebrar todos los años el oficio de difun-
causáronme tal emoción, que un temblor ge- tos, en el mismo altar en que había bende-
neral se apoderó de mí y aun tiemblo al re- cido la unión del conde y Genoveva.
cordarlas. Jamás hubiera creído que la ale- Acongojado el duque por el mudo dolor
gría, pudiera espantarlo a uno de. tal modo. que le oprimía, decía con voz trémula :
Y ahora os pregunto yo : ¿Si la alegría cau- —¡ A y ! ¡Qué golpj tan espantoso! ¡Qué
sa esta, impresión a los extraños, qtié suce- espantoso desastre ! ¡ No obstante, hágase
derá con los padres? ¿No es probable que la voluntad de Dios !
un exceso de felicidad, así, de repente, les La duquesa, a su v.ez, murmuraba sollo-
hiriese en el corazón como una flecha mor- zando :
tal? E s necesario, pues, darles la noticia —¡ Perder de- esta forma, a nuestra única
poco a, poco, midiendo y pesando las pala- y adorada, hija ! ¡ A manos del verdugo ! ¡ Ya
bras, hablar muy despacio y valiéndose de no podrá realizarse nuestro hermoso sueño,
rodeos ; y esto, cantaradas, no lo sé hacer que nos dejaba creer que tú, Genoveva, nos
yo, pues jamás me he visto en semejante asistirías como un ángel a, la hora de nues-
apuro. Todos nosotros manejamos la espa- tra muerte, y nos cerrarías cariñosamente
cia mejor que la lengua ; de modo que, lo los ojos! Pero — añadió, diciendo como su
mejor que podemos hacer, repito, es ir al esposo—, sea lo que Dios quiera.
encuentro de ese venerable prelado, para Aun no había acabado de decir estas pa-
que él nos aconseje, pues debe conocer a. labras, cuando penetró en el aposento el an-
fondo la ciencia de insinuarse en los corazo- ciano obispo, llevando en el venerable ros-
nes. tro reflejada una gran alegría. Al entrar, ex-
Y, a-cto seguido, montaron a caballo Wolf clamé) :
y su escolta, y partieron a galope en direc- —Desterrad vuestros pesares y dad gra-
ción al punto en que les habían dicho que cias a Dios.
el obispo se encontraba. Antes de que hu- Y con frase trémula, de ternura y entu-
bieran transcurrido tres horas, estaban en siasmo, recordó a los duques el pasaje bí-
su presencia, refiriéndole cuanto sucedía y blico en <pie le es arrebatado a Jacob su hi-
pidiéndole consejo. Lleno de piadosa ale- jo, y el gozo del anciano patriarca cuando
gría, díjole Hidólfo a Wolf : José le íué devuelto. El entusiasmo con que
—¡Vivid tranquilo, buen anciano, pues en habló el obispo, así como el dulce consuelo
todo esto se ve la mano de Dios ! E n este que se desprendía de su elocuente palabra,
momento, precisamente, me disponía a par- emocionaron profundamente a los augustos
tir al lado de esos afligidos padres, porque consortes. El sentimiento de inefable ter-
así lo exigía mi deber. Marchemos, pues, nura que surgía del símil bíblico, iluminó
juntos. su corazón con un rayo de alegría, que, en
Esta respuesta, llevó a su colmo la alegría breve, logró disipar su dolor inconsolable.
del honrado Wolf ; y éste, así como los jine- La, duquesa exclamó, cruzando sus ma-
tes1 que lo acompañaban, miraron como un nos sobre el pecho :
gran honor servir de escolta al venera!)lo — ¡ Si nosotros pudiéramos disfrutar de
I: re lado. un solo reflejo de este gozo !
Los duques de Biabante, que, llenos de —¡ Imposible nos es ya en este mundo !
pesadumbre, celebraban anualmente una ¡ Sollámente en la eternidad !
fiesta religiosa en conmemoración del es- —Y también en este inundo — exclamó
pantoso día en que llegó a su conocimiento entonces el venerable prelado—s Aun vive
l,i fatal noticia de la muerte de Genoveva, i'l Dios de Jacob y de José y ftl siempre es-
encontrábanse, justamente, a la mañana del tá realizando prodigios ; causa las heridas,
siguiente día en su estancia, preparando el es cierto ; pero también las cura. Rogadle
sexto aniversario, poseídos de una pena an- ahora que os dé fuerzas para sobrellevar la
gustiosa»; Los muchos sufrimientos que habían alegría como antes os las dio para resistir la
experimentado durante tanto tiempo, ha- pesadumbre. Sí, en lugar de los cánticos fú-
bían encanecido prematuramente sus vene- nebres (pie íbamos a entonar en el templo,
rables cabezas. Ambos vestían de riguroso entonemos otro de ventura, y resuene bajo
luto, que ni un solo día había abandonado sus bóvedas el Tedeum, pues Genoveva vi-
la duquesa desde que supo el aciago suceso. ve todavía y la veréis de nuevo.
GENOVP:VA DE BRABANTE

Esta noticia dejó estupefactos de asombro Wolf, y los encargos que éste les daba de
al duque y a la duquesa, y ambos quedáronse parte de Genoveva y Sigifredo, quedáronse
mirando al obispo como alocados y presa de como si acabaran de despertar de un pro-
un temblor que' invadió de repente todos fundo letargo.
sus miembros. No atreviéndose a dar ente- —Háganse inmediatamente todos los pre-
ro crédito a lo que oían, su corazón fluctua- parativos para ir a ver, antes de morir, a
ba entre la esperanza y el miedo. nuestra querida hija, pues bastante hemos
El obispo abrió entonces la puerta y lla- vivido ya, puesto que ella vive todavía.
mó a Wolf, que estaba con su gente en la Poco después, y luego de haber dado to-
antecámara, lleno de febril impaciencia. El dos gracias a Dios por el prodigioso suceso,
prelado, mostrándolo a los duques, prosi- emprendieron el camino para Siegfridobur-
guió : go, escoltados por una numerosa y brillante
—Aquí tenéis un mensajero que os dará servidumbre, por Wolf y por su gente, a la
detalles más precisos. que se habían unido doce jinetes al servicio
Inmediatamente penetró Wolf en el apo- del duque.
sento, exclamando : ínterin tenía lugar todo esto, ha.bíase res-
—Os aseguro que vive la condesa, pues tablecido Genoveva, merced a los solícitos y
yo la he visto con mis propios ojos, he oído cariñosos cuidados de que era objeto, y un
su voz v he besado su mano. leve carmín comenzaba a colorear sus meji-

.v-'

:
*

.
En breve se propagó esta noticia por to- Has. Sólo atormentaba su corazón el deseo,
do el palacio ducal de Brabante con la rapi- cada día más vehemente, de abrazar a sus
dez del rayo. Entre las damas y escuderos ainados padres.
que constituían la servidumbre del duque, Mas, cuál sería su regocijo, cuando aqué-
sólo se oía esta exclamación : «Genoveva vi- llos lucieron su entrada en el castillo de Sieg-
ve.» Todos; llenos de asombro y estupor, íridoburgo mucho antes de lo que todos es-
precipitáronse en la estancia, como domina- peraban, derramando un caudal de lágrimas
dos por un verdadero frenesí de alegría. Ac- al recibir a su hija en sus brazos.
to seguido, Wolf, a cuyo alrededor forma- El venerable duque, presa de una emo-
ron todos nn círculo, comenzó a referir con ción semejante a la que conmovió al ancia-
minucioso.s detalles Ja prodigiosa historia, no Simeón en otras épocas, exclamó :
con voz trémula por la emoción y los ojos —¡ I'ios mío, ya puedo morir en paz, pues-
arrasados en llanto, que corría también por to que mis ojos han alcanzado esta dicha !
las mejillas de todos los circunstantes, ín- —También yo puedo ya morir gustosa.—re-
terin el duque y la duquesa, trastornados puso a su vez la duquesa, con una ternura
por revelación tan inesperada como repenti- parecida a la de Jacob—, pues te hallo viva,
na, apenas tenían conciencia de lo que pa- y rehabilitada ante todo el mundo.
saba en torno suyo. . Y, "vertiendo abundantes lágrimas, ambos
Al fin, los amorosos padres, no pudiendo ancianos abrazaron alternativamente a su
conservar la menor duda ante las asevera- hija.
ciones de los mismos que acompañaban a Sólo repararon en Desdichado cuando hu-
te, CRISTÓBAL SCHMID

biorou pasado los primeros momentos de ex- solación y desamparo a. que dejó reducida a
pansión, y acto seguido exclamaron el du- la criatura, que amaba más en el mundo.
que y la duquesa simultáneamente : Por lo que a Desdichado respecta, puede
—¿Conque tú eres nuestro nieto? ¡ven a afirmarse que, en. el desierto, ha. aprendido
mis brazos! a conocer a Dios mejor que lo hubiera he-
El duque, después de abrazarlo, dióle su cho probablemente en el castillo de su pa-
bendición, también la duquesa, la cual, col- dre, donde, en todos conceptos, se habría
mándole de besos y caricias, decíale : visto rodeado de comodidades y distraccio-
•—Sí, Dios te bendiga una y mil veces, lu- nes. ¡ Quién sabe si Dios lo hubiese llevado
jo mío. a una corte, aun en el palacio de su mismo
Luego, llenos ambos de admiración ante abuelo, donde, pululan los adoradores, si ha-
¡Kjitel s u c o s o p r o d i g i o s o , e x c l a m a r o n , d i r i - brían descollado cu él csis preciosas virtu-
giéndose a Genoveva : des que hoy lo adornan y que han nacido y
—¡ Hija querida ! Nosotros te' llorábamos ilesanolládose ¡il influjo del aislamiento y hv
creyendo que jamás volveríamos a verte, soledad! La modestia, la sobriedad, la ino-
jiues te creíamos muerta, cuando he aquí cencia y la humildad, son en él otras tantas
que Dios nos concede hoy la inmensa dicha, tempranas flores que prometen los más óp-
no sólo de abrazarte a ti, sino también a. timos frutos. Por último, en cuanto a los
nuestro querido nieto, al que no conocíamos padres de Genoveva, llenos de pesadumbre
todavía. por la supuesta muerte de su hija, han ele-
Entonces, el anciano obispa, que había vado a Dios sus corazones, no encontrando
permanecido algo retirado presenciando es- consuelo ni felicidad posible en la tierra.
ta escena, presentóse ante Genoveva y Sigi- Cada día. han ido conociendo cada vez más
fredo, que, en los transportes de la alegría, la mezquindad y pequenez de todo lo terre-
no habían reparado en él. El anciano y pru- no y de lo imposible que es encontrar una
dente varón, posando una mirada satisfecha dicha positiva y duradera fuera del cielo, de
y cariñosa sobre los duques, Genoveva, Si- ose mundo mejor, donde no hay hombres
gifredo y Desdichado, dio a todos su bendi- que nos despojen, muerte que nos separe ni
ción, y exclamó, elevando las manos al ojos que lloren. De'este modo, impulsados
cielo : por el deseo de llegar a él, han soñado en
—Ya ha cumplido el Señor :
lo que permi- su posesión, ansiando alcanzar lo que todos
tió que entreviera mi alma. Dios, hija mía, temen o sea la muerte, pues sólo han visto
os ha proporcionado, como igualmente a to- en ella lo que verdadera i non te es ; es decir,
da vuestra familia, una ventura inmensa- el único medio para abrir las puertas de la
mente superior a todas las delicias y glorias eternidad. Así, pues, todos heñios ganado en
de esta vida. Una ventura que ha principia- virtud y experiencia, y, habiendo logrado
do por grandes padecimientos, que es como llegar :il fin de las aflicciones, nos vemos
debe principiar toda ventura positiva, pues aquí, a Dios gracias, reunidos por un ver-
ellos son los que llevan a, la perfección cris- dadero prodigio, en contra- de lo que hubié-
tiana comparada con la cual os vil escoria • ramos podido esperar, cuantos éramos la úl-
todo lo terreno. Y ese camino, a cuyo fin es- tima \ez ((ii;' nos vimos. Pero, he dicho mal,
tá la salvación eterna, es .el que Dios os ha puesto que nuestro número se ha aumenta-
hecho recorrer a todos. En él ha probado do con este hermoso niño, por lo que debe-
Genoveva su fe y confianza- en Dios, su pa- mos admirar a Dios, que da más de lo que
ciencia y su aflicción, su caridad para con ofrece, y tratar de perseverar en el bien pa-
sus enemigos y verdugos, y, en resumen, ra toda nuestra vida, en la seguridad de
otras muchas más preclaras virtudes ; en él, (¡ni- aquel que logre salir victorioso recibi-
se ha sublimado por medio de las pruebas, rá el justo premio que Dios concede siem-
hasta el punto de podérsela comparar con pre a los que le aman, premio que, por con-
el aire más puro. Sigifredo, merced a una siguiente, está al alcance de todos.
saludable experiencia, ha aprendido, a su
vez, cuan perniciosos efectos, cuántos males
incalculables suele acarrear el dejarse lle-
var por el vehemente impulso de las pasio-
nes, y la necesidad en que está el hombre
de someter aquéllas al imperio de la razón,
la ha visto patentizada en la sombría deses-
peración en que se ha visto sumido y en la de-
GENOVEVA DE BRABANTE

fin, y ya podéis verlo bien demostrado en


mis mismas aventuras.
«Creed que se puede vivir dichoso en me-
dio de la pobreza, por lo que debéis conten-
XVIII taros con lo que tengáis y estar satisfechos
con poco, pues por poco quei tengáis siem-
pre tendréis más de lo que tenía yo en el
Las desgracias de Genoveva redundan en provecho desierto. Vosotros, al menos, no carecéis de
del país. una cabana, un vestido, un lecho, fuego pa-
i ra calentaros en el invierno y una sopa ca-
' Apenas propalóse la noticia de que Geno- liente, que es cuanto, en rigor, puede ne-
veva estaba mucho mejor y restablecida de cesitar un hombre. Así, pues, no dejéis que
todos sus padecimientos, una multitud in- la avaricia se apodere de vuestro corazón, ni
numerable acudió diariamente al castillo, cifréis vuestra felicidad en los bienes terre-
pues todos estaban deseosos e impacientes nales, sino en Dios, pues El puede convertir
por verla. Wolf prometió a la condesa, bajo en un momento al millonario en mendigo,
palabra de honor, IK> despedir a. nadie, aun- así como enriquecer con castillos y tesoros
que fuese el más humilde vasallo ; así que, al más necesitado, y en mí podéis ver una
como la afluencia era tan numerosa, siem- buena prueba de ello.
pre estaba llena de gente la estancia de Ge- »No perdáis nunca vuestra confianza en
noveva. Sin embargo, todas aquellas bue- Dios y procurad que siempre se consei"ve
nas gentes guardaban un silencio tal y con- pura vuestra conciencia, pues de este modo
servaban una actitud tan recogida, que casi • también estará siempre alegre y satisfecho
no osaban respirar ni penetrar en el interior, vuestro corazón. La fe impulsa a las accio-
permaneciendo de pie, a la entrada, la ma- nes buenas y generosas y nos fortalece con-
yor parte de ellos, teniendo los hombres la tra la adversidad, quedando muy rara vez
gorra en la. mano, como si estuvieran en la sin la recompensa que merece. Por otra par-
iglesia, y los niños, hasta los que iban en te, un corazón creyente y una conciencia
brazos de sus madres, elevaban al cielo sus limpia, de toda mancha, es' el mejor consue-
inanecitas con un gesto lleno de gracia. . lo que puede tenerse en las aflicciones, en
A la hora en que solían acudir aquellas las enfermedades, en la prisión y aun en la
buenas gentes, Genoveva se hallaba, por lo muerte, y acaso un día lo experimentéis, co-
regular, descansando todavía o acababa de mo yo lo he experimentado.
levantarse y, por lo tanto, recibíalas en el »Siempre que la conciencia os acuse, pues
lecho o en un magnifico sitial. Su pálido y a todos nos acusa, de algo, de una falta cual-
bello rostro respiraba una dulzura tan ange- quiera, por grave que ésta sea, poned en
lical, tanta ternura y benevolencia, que, a Dios vuestra esperanza, y no olvidéis que.
los ojos de cuantos la miraban, su cabeza Cristo vino al mundo para redimir a todas
parecía rodeada de una divina aureola. [Las las criaturas a fin de que obtuviésemos el
palabras que ella les dirigía, después de ha- perdón de nuestras faltas. Cuando creemos
cerles entrar e invitádoles a que se le acer- que de nada tenemos que acusarnos, nos en-
casen, quedaban para siempre grabadas en gañamos a nosotros mismos ; mas, si reco-
la memoria de todos. Entre otras cosas, nocemos nuestras faltas, Dios nos las per-
acostumbraba decirles, con su dulce voz, dona, purificando nuestras almas.
que le conquistaba todos los corazones : »Si queréis mejorar ^vuestros corazones,
—Amigos míos, tengo una gran alegría complaceos en oír la explicación del Evan-
en que vengáis a visitarme, y os agradezco gelio, pues en vano trataría yo de explica-
mucho el amor que me demostráis, partici- ros la benéfica influencia que él ejerce sobre
pando así de mis penas y alegrías. Ya sé nosotros. Los primeros propagadores de la
que, por desgracia, tampoco a vosotros C3 fe cristiana vinieron hacia nosotros con el
faltan pesadumbres; pero no dejéis nunca Evangelio en una, mano y una cruz en la
de amar a Dios, poned en Él vuestra con- otra. Os lo repito ; oíd el Evangelio, grabad
fianza y esperad días mejores, pues no hay sus máximas en vuestro corazón y ajusfad
apuro de que El no pueda sacarnos, ni si- a ellas vuestra conducta, pues, de este mo-
tuación, por desesperada que parezca, en la do, lograréis obtener toda la felicidad que al
que no nos pueda socorrer viniendo, por lo hombre le es dado conseguir en esta vida.»
regular, en nuestro socorro, cuando mayor Y, al decir esto, Genoveva tendíales suce-
es nuestra angustia. Todo lo lleva El a buen sivamente la mano a uno después de otro,
GENOVEVA.—8
í;8 CRISTÓBAL SCHMID

haciéndoles prometer al despedirse que cum- y prudentes exhortaciones, acarrearon la


plirían fielmente todas las recomendaciones prosperidad para todo el país, cuyos habi-
que les había hecho. tantes, en muchas leguas en contorno, hi-
También solía dirigir algunas prudentes y ciéronse más buenos y caritativos, y mu-
oportunas reflexiones a los maridos y a sus chas familias, que hasta entonces estuvie-
mujeres, a los padres de familia y a sus hijos. ron mal avenidas, en lo sucesivo vivieron
Aconsejaba a los casados que se amaran y dichosas y amorosamente unidas. Frecuen-
considerasen mutuamente y terminaba di- temente solía decir el venerable obispo :
ciéndoles : —Siempre que Dios quiere conceder al
—No prestéis oído a las lenguas calum- hombre algún bien, envíale duros padeci-
niosas, que sólo pretenden introducir entre mientos, que se convierten luego en otras
vosotros el odio y la discordia. tantas bendiciones que la Providencia nos
Nadie podía hablar en esta forma con mas envía. Los infortunios de Genoveva han
fundamento que ella, que había experimen- convertido y llevado al buen camino a más
tado las desgracias que las malas lenguas gentes que todas mis predicaciones.
hacen caer hasta sobre los matrimonios me-
jor avenidos.
Dirigíase a los padres y madres, encare- XIX
ciéndoles la necesidad en que estallan de
educar a sus hijos en la probidad y la honra- Castigo de Goto.
dez, habiéndoles como sigue :
—Pensad que vuestro hijo no lleva su des- Al bajar de las habitaciones de la conde-
tino escrito en la frente. Hoy, es cierto, son- sa., las gentes que iban a visitarla., lo que
ríe dichosamente en este mundo, en el que más particularmente excitaba su curiosidad
acaba de nacer, pero llegará, un día en que era Golo, el cual había sido sentenciado,
se entristecerá y. llorará como todos los hu- por el tribunal que se constituyó para fallar
manos. Debéis, pues, educarle, de modo que su causa, como calumniador y desleal sir-
adquiera la fuerza y el vigor necesarios para- viente, y reo de triple asesinato, a ser des-
la lucha por la existencia. Cuando me tenía coyuntado por cuatro fogosos caballos, y, a
en sus brazos mi madre, la duquesa de Bra- falta, de éstos, por igual número de pode-
bante, como ahora tenéis vosotras a vuestros rosos bueyes. Pero el conde, obedeciendo a
hijos, no podía, en modo alguno, ocnrrírsele los ruegos reiterados de su esposa, conmu-
que llegaría un día en que a su hija le falta- tó esta terrible pena por la de cadena per-
ra un asilo, un pedazo de tela para abrigar- petua, en el fondo de un calabozo, pues que
se y hasta un pedazo de pan que llevarse a no estaba ya en su mano dejarlo completa-
la boca. Por fortuna me educó fortaleciendo mente libre.
mi espíritu en el amor y temor de Dios : El guardián que tenía la misión de dejár-
de otro modo, los grandes infortunios que selo ver a, todo el que lo solicitaba, apenas
he padecido, habrían acabado por rendirme podía descansar durante algunos minutos ;
y, acaso, la desesperación me hubiera lleva- no obstante, prestábase siempre a ello da
do a atentar contra mi vida en el desierto, buen grado, y solía decir :
y seguramente no me vería hoy feliz y di- —Seguidme, que si allá arriba, en las ha-
chosa entre vosotros, como me veo. Sin la bitaciones de la condesa, habéis visto un re-
fe, que nos fortifica y alienta, la vida es una trato de la inocencia y de la virtud, aquí
pesada y enojosa carga que acabaría por ani- abajo, en la prisión de Golo, veréis la ima-
quilarnos. Si queréis ver felices a vuestros gen de la, depravación y del crimen.
hijos, inculcad en ellos esta fe desde su más Después de decir esto, tomaba una linter-
tierna edad. na, y un Cxanojo de llaves, y bajaba prece-
Luego de hablarles en esta forma, Desdi- diendo a los visitantes por los estrechos pel-
chado, por encargo de su madre, hacía al- daños de piedra de una escalera de caracol,
gún bonito regalo a cada niño, sin excep- hasta unos profundos subterráneos. Cuando
tuar a uno solo. Estas generosidades, asi co- las férreas puertas giraban rechinando sobre
mo los prudentes y cariñosos consejos de la sus goznes, ni uno solo dejaba de estreme-
condesa, conmovían a aquellas buenas gen- cerse ; sobre todo, cuando a la luz de la lin-
tes, hasta el punto de hacer derramar Ligri- terna, descubrían a Golo en las sombras del
mas de gratitud y ternura hasta a los más horrible calabozo.
endurecidos en la lucha por la vida. Las des- No podía ser más espantoso su aspecto.
gracias de Genoveva, unidas a sus virtudes Caíanle en desorden y enmarañados sobre la
GENOVEVA DE BRABANTE 59

frente sus crespos cabellos, y una barba. pués— : Sí, llevadme ; yo hice degollar a
hirsuta y erizada, cubríale casi por completo una madre inocente y a su hijo, y, por con-
el semblante, pálido como la cera ; de sus siguiente, es justo que a mí se me corte la
ojos, negros y hundidos, exhalábanse mini- cabeza. Lo repito ; yo he hecho derramar
nas de salvaje ferocidad. sangre inocente ; ved, si no, cómo están te-
Conocíase que los remordimientos de su ñidas con ella mis manos ; sí, aun están ro-
conciencia lo atormentaban hasta el punto jas y destilan sangre, sin que sean bastantes
ce sumirlo en un verdadero delirio ; y, cuan- a limpiármelas los raudales de lágrimas que
do esto ocuma j lanzaba espantosos aullidos, derramo. Aquí tenéis la causa de que la mía.
sacudía estrepitosamente sus cadenas y gol- deba correr en el patíbulo, y a él iré de bue-
peaba su cabeza contra los muios de la pri- na voluntad. Prefiero mil veces morir ba-
sión. Cuando lograba, calmarse algún tanto, jo el hacha del verdugo, a padecer aquí — y
su locura tomaba diferente aspecto, pues co- al decir estas palabras llevábase la mano al
menzaba a hablar de mil asuntos diferentes, pecho, como queriendo con ella arrancarse
y sus incoherentes frases causaban verdade- el corazón—, a padecer aquí — repetía —•
ro pavor a •cuantos las escuchaban, que no los tormentos que estoy sufriendo.
podían menos de decir : Otras veces, atenaceado por las espanto-
—¡ Ah ! ¡ Cuan loco e insensato ha sido ! sas angustias con que lo atormentaban sus
Desgraciado de aquel que se aparta del sen- remordimientos, y sumido en la más horri-
dero de la virtud, y permaneciendo sordo a ble desesperación, cuando, en tales momen-
la voz de la conciencia, abre su corazón ;t tos llegaban a abrir la, puerta, quedábase
los malos instintos. Aunque, en un princi- mirando a los q.ue penetraban en el calabo-
pio, disfrute del logro de sus perversos fines, zo con una fijeza terrible, dejando ver refle-
al fin llegará a verse atormentado y misera- jado en sus ojos un profundo estupor y ex-
ble. Cree caminar por un sendero deflores; clamaba, lanzando una carcajada convul-
mas éstas desaparecen de repente a su vista siva :
y se ve hundido en un abismo espantoso. —¿Para (pié venís vosotros a este lugar?
¡ Ay de aquel que aspira a impuras voluptuo- ¿Es que Satanás Os ha arrastrado como a
sidades ! Lentamente se acerca alfloridoro- mí? Quiero ver vuestras manos ; enseñád-
sal y cuando alarga la mano para coger una melas ; que yo me asegure de que están hu-
de sus rosas, ve alzarse súbitamente entre' medecidas por el llanto de alguna madre des-
ellas una venenosa serpiente, y enróscasele venturada, y manchadas con la sangre de
silbando alrededor de su cuerpo, y lo opri- algún tierno recién nacido. ¡ Enseñádme-
me, le sofoca, le muerde e infiltra en su las ! ¿Por que no me las enseñáis? ¿Es que
sangre la ponzoña que no tardará en causar- no tenéis valor para ello? [Ah! — gritaba,
le la muerte. con voz terrible—. Es inútil q,ue las ocul-
Con frecuencia preguntaba, aunque ya téis, pues lo sé todo ; es cierto lo que os lie
había oído la misma respuesta en varias dicho. Tenéis la* manos empapadas en llan-
ocasiones : to y tintas en sangre ; lo mismo que están
-—Decidme : ¿es verdad que la condesa y las m(as ; sois tan malvados y tan infames
su hijo han sido hallados, o es que yo lo lie como lo he sido yo. Venid, pues, a reuuiros
soñado tal vez? Mas, no, no ha sido un sue- conmigo. Venid —• añadía retirándose, co-
ño, sino que realmente ha sucedido así. Y así mo para hacer un puesto a su lado— ; aquí,
tenía que suceder, porque Dios castiga, y junto a mí, tendréis un lugar de hoy en ade-
venga terriblemente todos los crímenes. Él lante. Todos los asesinos son mis compañe-
íué quien los sacó a ambos de esta prisión ros de prisión.
espantosa, arrojándome en ella a mí. Sí, Los niños, aterrados por estos gritos deli-
aquí estaba ella, sentada—decía, golpeando rantes, comenzaban a llorar y a ocultarse en-
con los crispados puños los rojos ladrillos del tre las faldas de sus madres ; los jóvenes de
pavimento—: aquí, en el mismo sitio en ambos sexos proponíanse en su interior fir-
que yo ahora me encuentro. ¿Quién, pues, memente no dar jamás cabida en su cora-
dudará de la justicia de Dios? zón a instintos tan pei'versos, y que propor-
En ocasiones, al oír el chirrido que hacía cionan tan miserable destino al que los abri-
la puerta al abrirse, solía exclamar : ga, y más de un marido y de una madre de
—¡ Alabado sea Dios ! ¿Al fin venís a bus- familia ausentábanse exclamando :
carme? Perfectamente. Llevadme al supli- —Querría mejor vivir en un desierto, ali-
cio, pues ése es mi mayor deseo—y se 'le- mentándome solamente de hierbas y raíces,
vantaba al decir esto, continuando des- conservándome pura e inocente como Geno-
co CRISTÓBAL SCHMID

veva, que habitar en un palacio, rodeado de no por el lomo y hasta abrazábanse a su cue-
placeres y opulencia, como Golo, para venir llo ; con frecuencia oíaseles decir :
a parar luego a este miserable" estado. —¡ Dios mío! Si no hubiera sido por la
Al oír esto, el carcelero respondíales, cierva, habrían muerto seguramente da
mientras cerraba la puerta de hierro del ca- hambre en el desierto nuestra amada con-
labozo : desa y nuestro querido condesito.
—Tenéis razón mil veces ; y aunque es Al oír estas infantiles palabras, contesta-
verdad que no siempre el hombre malvado ba a los pequenuelos la joven que estaba al
y criminal alcanza este castigo en la. vida, cuidado de la cierva :
no cabe duda, alguna de que lo recibirá en la —He ahí por qué no debe hacerse daño a
eternidad. los animales. Si nosotros no tuviéramos
De esta manera, vivió todavía Golo mu- bueyes para uncir al arado, rú vacas que nos
chos años en la jnás espantosa desespera- dieran su leche, lo pasaríamos tan mal, co-
ción. Si su muerte fue tan angustiosa, se mo lo hubiera nasado en el desierto sin la.
ignora en absoluto, pero cierva nuestra amada con-
todo el mundo aseguraba desa. ¿Qué sería, por otra
firmemente que jamás tu- parte, para nosotros, el
vo un momento de des- mundo mismo sin los ani-
canso ; por lo que se le males? Tan sólo un de-
aplicó finalmente la últi- sierto. Casi todo el terre-
ma pena, que de tal mo- no permanecería sin cul-
do había merecido. tivo y para nada nos ser-
virían las hermosas pra-
deras. Así, pues, no ha-
XX gáis daño a los animales
y, por lo contrario, dad
Algunas líneas más acerca gracias a Dios que, con
de Genoveva. ellos, nos ha proporciona-
do el mayor de los bene-
Invariablemente suce- ficios.
día que,los niños,después Ignórase de un modo
de haber visto a Genove- seguro los años que toda-
va, Desdichado y Golo, vía vivió Genoveva des-
querían ver también a la pués de los sucesos que
cierva, con la curiosidad hemos referido. Sólo se
que fácilmente podemos sabe a punto fijo que fue
explicarnos. dichosa hasta el último
Había hecho el conde instante de su vida, y que
construir un bonito esta- ésta fue una cadena ja-
blo para que ella sola le más interrumpida de ac-
ocupara, aunque a menú- -veíase esculpida a la cierva sobre la losa ciones caritativas y gene-
do la dejaban que. andu- sepulcral . (Pág. 61.) rosas. Desde el día en
viera en libertad por el que fue salvada tan prodi-
patio y aun por todo el castillo, y, la mayor giosamente, la existencia de Genoveva ase-
parte de los días, subía triscando la gran mejóse a una de esas tranquilas y hermosas
escalera y presentábase de pronto en la es- tardes de primavera que suceden a las tem-
tancia de Genoveva, la cual no consentía pestades, y su muerte a una de esas puestas
que la sacasen de allí hasta después de ha- de sol, en las cuales, el radiante astro, sin
berle prodigado algunas caricias. Completa- extinguirse, va alejándose lenta y gradual-
mente familiarizada con todo el mundo, de- mente, hasta que nos envía su último rayo
jaba de buen grado que cualquiera la acari- -y desaparece a nuestros ojos, para enviar a
ciase, acercábase a tomar la comida en la otro hemisferio su calor vivificante. '
mano, y ni los mismos perros de caza del Acompañó su cadáver a la última morada
castillo hacíanle el menor daño, aunque pa- una multitud innumerable de personas, que
saran junto a ella. . lloraron a raudales en su sepulcro, aunque,
Para quienes, sobre todo, constituía un como es lógico, nadie lo hizo con el descon-
gran motivo de diversión el ver al hermoso suelo que Sigifredo y Desdichado. En cuan-
animal, era para los niños, los cuales dá- to a la fiel cierva, apenas fue cerrada la'tum-
banle pan, la acariciaban pasándole la ma- ba , echóse, sobre la losa, sin que hubiera me-
GENOVEVA DE BRABANTE - Ci

dio posible de apartarla de allí. Se trató de mitaño, el cual les mostraba la crucecita,
hacerle comer, y pa-ra ello, lleváronla allí las pinturas, la gruta, la piedra en que Ge-
mismo algún pasto, pero todo fue inútil, noveva se arrodillaba para orar y el manan-
pues negóse en absoluto a tomarlo, y así per- tial en que había bebido, referíales su histo-
maneció hasta, que, por último, una maña- ria, y siempre acababa exhortándoles para
na la encontraron muerta sobre el sepulcro que imitasen su ejemplo.
de su dueña. El pueblo veneró siempre a Genoveva co-
Mandó el conde levantar a la memoria de rno una santa, y, cerca de un siglo después
su esposa un magnífico monumento de már- de los acontecimientos que hemos referido,
mol blanco, en cuya base veíase esculpida a oíasele decir a algún anciano de barba blan-
la cierva sobre la losa sepulcral. ca y cargado de años :
También hubo de construir Sigifredo, a —Siendo todavía niño, conocí yo a Geno-
ruego de Genoveva, una ermita en el desier- veva — y tenía por su mayor dicha el poder
to. Junto a la gruta en que había vivido por contar a sus nietos cuanto había oído decir
espacio de siste años, del lado de la derecha, a la condesa, cuando era como ellos, escu-
se hallaba la capilla, que fue bendecida por chándolo las tiernas criaturas como encan-
el venerable obispo Hidolfo, y que fue lla- tadas.
mada por todos los habitantes de la comar- Con el transcurso del tiempo, el castillo de
ca la Ermita de la Señora. Fueron pintados Siegfridoburgo, residencia de Genoveva y
en sus paredes todos los pasajes de la histo- Sigifredo, fue demolido. Actualmente, se
ria de Genoveva y, cuando jnurió Desdicha- ven aún, cerca de Coblenza, unas ruinas co-
do, púsose en el altar, engastada con gran nocidas con el nombre de Altsinrmern. No
riqueza, la tosca crucecita de madera que obstante, el amor y veneración hacia Geno-
encerraba tantos recuerdos de piedad y ter- veva consérvanse -más firmes y duraderos
nura. que las almenas de esas ruinas, sin que su
Al otro lado de la gruta había, una peque- recuerdo haya podido borrarlo el tiempo de
ña celda para el ermitaño, con un huerteci- la faz dei la tierra. El nombre de muchas
to regado por el manantial. señoras y señoritas de aquella comarca, re-
Continuamente era visitado el santuario cuerda aún a sus habitantes el de aquella
por multitud de fieles, y todos ellos eran ca- tierna y generosa criatura que se llamó Ge-
riñosamente acogidos por el bondadoso er- noveva de Brabante.
ÍNDICE

T.—Genoveva se casa con el conde Sigifredo.. .. 5


I I . — E l conde Sigifredo marcha a la guerra 7
I I I . — G e n o v e v a es víctima de una acusación faifa. 8
I V . — G e n o v e v a en la prisión 10
V.— Genoveva tiene un hijo en la prisión 11
V I . — A n u r c i a n su m u e r t e a Genoveva 12
V i l —Genoveva es llevada a la muerte 14
V J I I . — L a cierva 18
IX.—Genoveva, en el desierto 20
X.—Alegrías m a t e r n a l e s de, Genoveva en el de-
sierto 23
X I . — U n lobo viste a Genoveva 28
X I I . — G e n o v e v a enferma ... '¿1
X I I I . — G e n o v e v a se dispone a morir 34
X I Y . — S u f r i m i e n t o s del conde Sigifredo 38
XV.—Sigifredo encuentra a Genoveva 43
X V I . — G e n o v e v a vuelve al castillo 48
X V I I . — E n t r e v i s t a de Genoveva y sus padres 52
X V I I I . — L a s desgracias de Genoveva íedundan en
provecho del país 57
X I X . — C a s t i g o de Golo 58
X X . — A l g u n a s líneas m á s acerca de Genoveva G0
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID^

JL¿os niños cuya tierna inteligencia no se halla aún


habituada a la atención, necesitan siempre un
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aliciente para aficionarse a los libros; y estos
volúmenes genuinamente españoles, se lo ofre-
cen de tal modo, que son los más a propó-
sito para despertar en ellos el interés que
deben prestar luego al estudio. No
se ha hecho nada en España que
pueda compararse con esta ori-
ginal publicación, tan atra-
yente, tan sugestiva, que es
siempre recibida con jú-
bilo por todos los niños
de habla española.

V C( L Ú M E N E S P U B L I C A D O S :

1. Mónita, Babuino y Macaco,

'-• i Los deportes de los animales.


La víspera de Reyes.
4. Las diabluras de Tito.
5. Canciones infantiles.
6. El misterio de la caja del señor Chimpancé.
7. Los chicos de Animaiandia.
8. Luchas de animales.
9. El perro bandolero.
10. Los ojos del dragón.
11. Cómo nos imitan los animales.
12. El circo del señor Tigrino.

EDI T O R I A L RAMÓN SOPEÑA, S. A.


Provenza, 95. — BARCELONA

I IBROS DE PREMIO

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