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Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica

Su revolución contra nuestra revolución: Izquierdas y Derecha


en el Chile de Pinochet [texto impreso] / Verónica Valdivia Ortiz
de Zárate; Rolando Álvarez Vallejos; Julio Pinto Vallejos.—
1ª ed.— Santiago: LOM Ediciones, 2006.
230 p.: 21x16 cm.- (Colección Historia)
R.P.I.: 158.183
ISBN : 956-282-853-0
1. Partidos Políticos – Chile – 1970 - 1990 2. Dictadura Chile –
1973 -1990 I. Título. II. Serie.
Dewey : 320.983.— cdd 21
Cutter : V146r
Fuente: Agencia Catalográfica Chilena
VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE
ROLANDO ÁLVAREZ VALLEJOS
JULIO PINTO VALLEJOS

Su revolución
contra nuestra revolución
Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet
(1973-1981)
LOM P A L A B R A D E L A L E N G U A Y ÁM A N A Q U E S I G N I F I C A SOL

© LOM Ediciones
Primera edición, 2006
I.S.B.N: 956-282-853-0

Registro de Propiedad Intelectual Nº: 158.183

Imagen de portada:
Un camino de imágenes.
Corporación Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos
Archivo Diario “La Nación”

A cargo de esta colección: Julio Pinto

Diseño, Composición y Diagramación:


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Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88
web: www.lom.cl
e-mail: lom@lom.cl

Impreso en los talleres de LOM


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Fonos: 716 9684 - 716 9695 / Fax: 716 8304

Impreso en Santiago de Chile.


No conocías el derecho de propiedad privada, pues
todo lo que tenías lo compartías con tus amigos y
conocidos. Por eso, lo que sí conocías bien era la
solidaridad, la fraternidad. Eras, sin duda, un ser
excepcional, ‘un hombre nuevo’.
¡Porque vivirás para siempre!
PARA LUIS MOULIAN
“Acabo de terminar de leer El Contrato Social de
Rousseau y el Manifiesto Comunista de Marx.
‘Es importante saber lo que piensa el adversario’”.
DOMINGO ARTEAGA, Presidente de la FEUC, 1980

“Con paso rápido camina la unidad de los unidos por la


miseria, los que la represión golpea por igual, unieron
la unidad, la resistencia
las horas del dolor no son eternas, escucha, ya vienen,
ya cantan, obreros, son miles, mujeres, son miles, resisten
avanzan por Chile, Chile, Chile, Chile, nos liberaremos.
Vamos a triunfar, lucha junto a mí, patria de unidad
vamos a forjar, día tras día;
venceremos, nos liberaremos;
al fascismo cruel vamos a aplastar
forjaremos patria de unidad”.
INTI ILLIMANI CHILE, resistencia, 1977
PRESENTACIÓN

Hoy en día, la derechista Unión Demócrata Independiente (UDI), en importante grado


heredera del pinochetismo, es el partido político electoralmente más grande del país, mien-
tras lo que fue una de las izquierdas más poderosas del siglo XX chileno, el Partido Comunista,
no atrae más allá de un 5% del electorado, encontrándose alejado de las fuentes del poder y
de las masas sociales que sostienen a otras colectividades. Aunque la derecha no haya sido
capaz por cuarta vez consecutiva de ganar la Presidencia, se ha convertido en una tendencia
relativamente competitiva, capaz de disputar a la otrora izquierda y a la actual Concertación
importantes núcleos electorales y sociales y, en algunos casos, de reemplazarlas. ¿Cómo ha
sucedido esto? El siglo XX presenció una historia distinta, pues a lo largo de él la izquierda
y el centro mantuvieron en sus manos la iniciativa político-proyectual, incrementando sus
bases sociales de apoyo y desarrollando una forma de hacer política profundamente entrela-
zada con las masas. A finales de los años sesenta, la izquierda recogió los frutos de esa
trayectoria, ganando la presidencia de la República y materializando el proyecto de inspira-
ción socialista que había articulado y defendido por décadas. El sueño parecía hacerse
realidad. La derecha, al contrario, vivió un siglo XX fuera del Poder Ejecutivo y conservando
cuotas importantes de poder gracias a los obstáculos que lograba oponer a una democratiza-
ción real del país, a la vez que penetraba las agencias estatales, desde las cuales reforzaba su
poderío económico. Aunque siguió teniendo mucha influencia era una tendencia a la defen-
siva, toda vez que no emergieron de ella proyectos alternativos a los propiciados por la centro
izquierda hasta finales de la década de los cincuenta y no era políticamente competitiva. La
experiencia de la Unidad Popular fue el epítome de esa historia. El golpe militar de septiem-
bre de 1973 se encargaría de torcer ambos destinos.
Este libro se sumerge en la historia de los primeros ocho años de la dictadura del
general Augusto Pinochet (1973/1981), desde la óptica de la política, específicamente de
la díada izquierdas y derechas. Los protagonistas de ese período han concitado el inte-
rés de numerosos estudiosos, particularmente claro en el caso de gremialistas,
neoliberales, comunistas o socialistas. No obstante, en general la perspectiva ha sido
estanca, toda vez que se ha centrado en los actores propiamente tales al margen de sus
oponentes y de la dictadura que hacía posible su desenvolvimiento. Como se sabe, entre

9
izquierdas y derechas existe una interdependencia, pues ellas se definen y evolucionan
respecto de la otra, pero no en una vinculación causa-efecto, es decir, como acción y
reacción, sino como parte de un mismo proceso. De ese modo, no es posible comprender
a cualquiera de estas tendencias, sin referencia a la otra y, en el caso particular de la
dictadura, sin tenerla a ella como telón de fondo. El presente texto busca subsanar esa
carencia, mostrando la evolución de algunas expresiones de la izquierda y de la derecha
en el marco de la dictadura, en un intento por ligar ambas experiencias y encontrar
puntos de contacto que nos ayuden a entender sus destinos.
Su revolución contra nuestra revolución. Izquierdas y derechas en el Chile de Pinochet
(1973-1981) explora algunas posibles respuestas a la interrogante planteada al inicio de
esta presentación: el camino inverso que han vivido izquierdas y derechas en el Chile de la
década del setenta, donde contrariando la historia del siglo XX encontramos una izquier-
da a la defensiva y acosada, y una derecha proyectual y políticamente a la ofensiva. En ese
sentido, la hipótesis que permea el libro dice relación con estos derroteros inversos, que
revirtieron la historia de un siglo y que cambiaron la faz de ambas corrientes, así como su
influencia político-social. Mientras la mayoría de los estudios perciben en los años sesenta
una derecha asustada, esta hipótesis sostiene que ello era solo una apariencia, pues en
realidad la derecha estaba en pleno proceso de articulación, en el cual pugnaban distintas
propuestas, las que afloraron claramente en la década del setenta. Al contrario, la izquier-
da cerraba un ciclo, toda vez que durante la Unidad Popular completó un recorrido
desarrollado durante casi un siglo, viviendo en parte la materialización de su proyecto.
Estos distintos momentos en su evolución fueron los que dieron fruto tras el golpe militar
de 1973, cuando la izquierda fue expulsada del espacio político y perseguida, remitiéndola
a la vida clandestina, mientras la derecha llegaba al poder y disponía de todos los recursos
para afinar su propuesta y desplegarla. Fue entonces que se tejieron sus diversos destinos.
Aunque el libro no aborda la etapa post dictadura, cuando tal reversión se hizo evidente,
se concentra en los años que, a juicio de los autores, fueron claves en ese proceso y prepa-
raron el camino para la decadencia de la izquierda del siglo XX y el auge de la derecha. En
concreto, el libro evalúa el recambio generacional y partidario de la derecha, con la disolu-
ción del último remanente de esa tendencia de viejo cuño, el Partido Nacional, y la
consolidación del Movimiento Gremial liderado por Jaime Guzmán E., como actor plena-
mente político y de primer orden1 . A la vez, ausculta la experiencia del Partido Comunista
en el exilio y su camino al cambio de política, la Rebelión Popular de Masas, como al
Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.

1
Aunque el Movimiento Gremial de la Universidad Católica surgió en los años sesenta y tuvo una clara
connotación política, nunca estuvo en el primer plano, sino en una posición secundaria, cuestión que
solo se revertiría después del golpe, cuando desplazó a las otras colectividades y movimientos de
derecha.

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Como es evidente, están ausentes otras importantes colectividades que jugaron
papeles centrales en el período escogido, tales como el Partido Socialista, la Democra-
cia Cristiana, el MAPU, la Izquierda Cristiana, y los movimientos nacionalistas de
ultraderecha. En ese sentido, es pertinente aclarar que las temáticas que se incluyen
no lo fueron al azar, sino forman parte de un proyecto de investigación financiado por
Fondecyt (“Izquierdas y derechas: una historia inversa. Chile, 1965-1988”), el cual se-
leccionó a los partidos y movimientos mencionados para hacer su análisis. Ello se
comprende, porque ni dicho proyecto ni este libro pretenden dar cuenta en toda su
extensión de la díada izquierdas y derechas, e, igualmente, por un problema de capa-
cidad del equipo de investigación. Dentro de él, contamos con un especialista en el
mundo comunista, capacitado para abordar la compleja temática del período, como
también con un historiador de larga trayectoria dispuesto a seguir incursionando en
la historia reciente, acompañado de un joven historiador, que ha centrado su trabajo
en la experiencia mirista y revolucionaria latinoamericana de los años setenta. En el
caso de la derecha, igualmente, existía quien abordara seriamente esa área. En pocas
palabras, escapaba a nuestras especializaciones y al tiempo disponible la posibilidad
de haber cubierto un espectro más amplio. Comprender la realidad interna del socia-
lismo chileno o de los democratacristianos post golpe requiere, sin duda, de habilidades
y conocimientos que no estaban por el momento a nuestro alcance. A ello debe sumar-
se el hecho de que comunistas y miristas reproducían los debates y conflictos que
atravesaron a la izquierda desde los años sesenta, en torno a las vías al socialismo,
proceso que sacudió al Partido Socialista, pero que resultaba igualmente abordable
con los actores escogidos. Desde ese punto de vista, este libro es una invitación a la
comunidad de historiadores a cubrir esas carencias y seguir repensando los años de la
dictadura desde una mirada más interdependiente.
Aunque es posible plantear para el libro una hipótesis de conjunto, él no es completa-
mente armónico, toda vez que intervino la mano de más de un historiador, existiendo
distintas perspectivas y formas analíticas, pero que convergen en una visión epocal co-
mún. Como se dará cuenta el lector, cada capítulo tiene un estilo distinto, acorde con
diferentes opciones historiográficas. En el caso del Partido Comunista, el autor del capítu-
lo aquí incluido complementa y re-evalúa su primer libro acerca del PC en la clandestinidad
durante la década de 1970, en el cual se centró en la situación interna en Chile, relativi-
zando la experiencia en el exilio para el surgimiento de la política de rebelión de masas y
apostando por un cambio de “subjetividad” en la militancia que permaneció en el país. En
esta oportunidad, se traslada de espacio para indagar sobre los debates ocurridos en el
exterior, pero dentro de la dirigencia comunista. Dada la dificultad documental para re-
crear esa historia, como a la insistencia del autor en el cambio de “subjetividad” –esta vez
en la militancia en el exilio–, su forma de abordar el tema se apoya, en importante medida,
en la historia oral. Es un relato intimista, testimonial, desde la memoria más que desde los

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documentos. Por su parte, el capítulo referido al MIR tiene una mirada distinta, menos
interna, la cual más bien buscó dar una visión de conjunto de la historia de ese partido,
aunque concentrándose en la década del setenta. En este caso, el autor optó por articular
su trabajo a partir de un amplio cúmulo de fuentes documentales de la época –ya fueran
del propio movimiento como de la oposición–, así como de testimonios actuales de ex mili-
tantes. Es una mirada historiográfica más basada en hechos documentados que en recuerdos
y testimonios, pero éstos están presentes. Por último, quien escribe esta Presentación se
hizo cargo de los capítulos referidos a la derecha, temática que completa una mirada acer-
ca de la política chilena del siglo XX antes cubierta desde la militarización civil, la derecha
nacionalista y las fuerzas armadas. En esta oportunidad, retomo el último cuarto del siglo
XX en una preocupación constante por la lógica de la dictadura y su impacto sobre las
fuerzas políticas. Es una historiografía plenamente documental, que ha optado por no
recurrir a las entrevistas, sino dejar que los actores hablen en el período en estudio y no
después.
El libro se ordenó siguiendo una cierta lógica, esto es, la preeminencia de quien
tenía el poder en sus manos durante el período: la derecha. No obstante, dado que una
de sus expresiones colapsó con el golpe –el Partido Nacional–, el capítulo referido a él
comienza el libro, pues se trata de la desaparición definitiva de la vieja derecha, el
último resabio que podía quedar de la derecha oligárquica, amenazada de muerte desde
los años sesenta. Lo sigue el estudio acerca de Jaime Guzmán y los gremialistas, como
exponentes de la nueva derecha, desde una óptica tanto generacional como proyectual,
como política. Ambos trabajos fueron elaborados por Verónica Valdivia. Manteniendo
esa lógica, continuamos con el Partido Comunista, la vieja izquierda del siglo XX, naci-
da en sus comienzos bajo la batuta de Luis Emilio Recabarren, elaborado por Rolando
Álvarez. El último capítulo se refiere a la nueva izquierda nacida al calor de la Revolu-
ción Cubana, el MIR, a cargo de Julio Pinto. El libro concluye con un ensayo que mira
conjuntamente la evolución de izquierdas y derechas durante los primeros ocho años de
la dictadura, intentando evaluar los cambios ocurridos. Este ensayo fue escrito por Ve-
rónica Valdivia, pero sin duda recoge muchas de las ideas surgidas en las discusiones
del equipo de investigación.
Un trabajo como éste no podría haberse realizado sin la colaboración de muchas perso-
nas e instituciones. Quisiéramos agradecer a la Srta. Carolina Torrejón, responsable del
Fondo Documental Eugenio Ruiz Tagle, de Flacso, su gentileza en facilitarnos el acceso a
ese material que reúne los documentos clandestinos de la izquierda durante la dictadura.
Asimismo, a Pedro Naranjo, quien facilitó parte sustancial de la documentación acerca
del MIR, la cual se encuentra en Suecia bajo el alero del Centro de Estudios Miguel Enrí-
quez. De la misma manera, agradecemos la colaboración del Instituto de Ciencias Alejandro
Lipschutz, por su aporte al trabajo de Rolando Álvarez. Igualmente, damos nuestro reco-
nocimiento a todas aquellas personas que estuvieron dispuestas a ofrecer su testimonio y

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confiaron en sus entrevistadores. Como en muchas ocasiones anteriores, agradecemos a
todo el personal de la Biblioteca Nacional que hace posible nuestro trabajo, especialmen-
te a Liliana Montecinos y Jaime Román, a cargo de la Sala de Investigadores; a la Sra. Elda
Opazo, jefa de la sección Periódicos; como a todos sus funcionarios, y a don Fernando
Castro, jefe de Hemeroteca, y su personal. Por último, este trabajo no habría sido posible
sin el apoyo brindado por la Comisión Científica y Tecnológica (CONICYT), la cual a tra-
vés del programa FONDECYT nos otorgó los recursos necesarios, los que corresponden al
proyecto Nº 1040003, dirigido por Verónica Valdivia.
Un agradecimiento muy especial es el que este equipo quiere hacer a Tomás Moulian,
por habernos permitido usar como título principal de este libro, “Su revolución contra
nuestra revolución”, una frase de su libro Chile actual. Anatomía de un mito. Nos pareció
que esa frase expresaba muy bien lo que fue el enfrentamiento entre dos proyectos políti-
cos históricos, asumibles por cualquiera de los bandos. Tomás accedió gentilmente a ello.
He querido dejar para el final unas palabras para el equipo de investigación que está
detrás de este libro, sin el cual su realización no habría sido posible, y que está integrado
por los tres autores ya mencionados, como por el historiador Sebastián Leiva y la Licencia-
da en Historia Karen Donoso. Es este un equipo, en el más pleno sentido de la expresión,
“Usach”, pues todos nosotros hemos sido formados por el Departamento de Historia de
esa universidad o, en el caso de Julio Pinto, llegado a ella en 1980, formador de las cuatro
generaciones que conforman el grupo. Hay, pues, detrás de estos textos una mirada y un
quehacer común. Es de destacar, a su vez, que cada uno de los integrantes, tanto investiga-
dores como ayudantes, fueron escogidos con nombre y apellido, en un reconocimiento a su
autonomía académica, mostrada en más de una oportunidad, como por su independencia
de criterio, que los hacían capaces de cuestionar y debatir en un marco de común respeto.
En ese sentido y desde el punto de vista académico, ha sido un proyecto de excelente nivel.
Tan importante como eso, se trata de un gran grupo humano, donde la camaradería, la
colaboración y la amistad se han constituido en el soporte afectivo del trabajo académico
y que han hecho de estos años de duración del proyecto una experiencia única y, probable-
mente, irrepetible.

VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE


OTOÑO, 2006

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“CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA”2:
LA DISOLUCIÓN DEL PARTIDO NACIONAL, 1973-1980
VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE

“El nuevo Estado estará organizado y consolidado… cuando


se haya dictado una nueva Constitución para reemplazar la
democracia formal, monopolio de los partidos, por una
democracia orgánica en la que todos los chilenos puedan
hacer valer sus derechos y tener posibilidades de participar”
SERGIO ONOFRE JARPA, noviembre de 1973

“Yo pertenezco a una tradición de derecha desde...


Miguel Luis Amunátegui...
en que son todos liberales, republicanos democráticos”.
MIGUEL LUIS AMUNÁTEGUI, ex dirigente de RN, 2005

La naturaleza rupturista y transformadora que caracterizó al régimen militar chileno


liderado por el general Augusto Pinochet a partir de 1973, ha incidido en que la mayoría
de los estudios del período se han centrado en la evolución ideológica sufrida por sus
principales actores y las políticas adoptadas, poniendo el énfasis en aquellos sujetos que
definieron su rumbo –los neoliberales y los gremialistas–, en desmedro de otros que for-
maron parte del bloque insurreccional contra la Unidad Popular y que sucumbieron junto
con el golpe. Como es sabido, quienes impulsaron una política de insurrección social que
mostrara a un gobierno socialista ilegítimo y presionaron a las fuerzas armadas para aban-
donar su obediencia al mando civil y derrocar al presidente Salvador Allende, fue un sector
heterogéneo ideológica como política y socialmente hablando, que incluyó a liberales, con-
servadores, nacionalistas de ultraderecha, empresarios y el centro democratacristiano.
Muchos de ellos no tuvieron un lugar destacado con posterioridad al 11 de septiembre,
siendo relegados políticamente o abandonados en los intereses que motivaron su anterior
movilización. Tal fue el caso del Partido Nacional.

2
Como se sabe, este título corresponde al nombre de una novela del escritor Gabriel García Márquez.

15
La historia del Partido Nacional, en general, no ha concitado mayor interés de la histo-
riografía, a pesar de haber jugado un papel preponderante desde fines de la década del
sesenta, como el más importante partido de oposición a la reforma agraria, puesta en vi-
gencia durante la administración de Eduardo Frei Montalva y, particularmente, contra la
Unidad Popular, constituyendo la principal cara visible de la derecha en el período, salvo
tal vez, con la excepción del grupo nacionalista ‘Patria y Libertad’. A pesar de ello son
pocos los estudios que abordan su desarrollo histórico, siendo más bien un referente clave,
pero poco profundizado, en la polarización política de los años de gobierno socialista. En
general, entre quienes han abordado su estudio es posible encontrar dos grandes corrien-
tes: quienes lo definen como una expresión de la renovación de la derecha de los sesenta,
abandonando su carácter históricamente defensivo, para asumir claramente una posición
contraria. Por otra parte, están quienes lo identifican con la “reacción”, dada su oposición
a la reforma agraria democratacristiana y a los movimientos sociales que irrumpieron en
esa década, como a la penetración ideológica de los sectores nacionalistas3. Tal divergen-
cia termina en 1973, cuando junto con la derrota del proyecto popular-socialista ocurrió el
fin de los nacionales como opción político-partidista, al decretar el presidente de esa co-
lectividad, Sergio Onofre Jarpa, su disolución el 14 de septiembre de 1973, a tres días del
golpe de Estado.
La disolución del Partido Nacional ha sido relacionada con su negación político-ideo-
lógica del pasado histórico de Chile, expresado en la declaración de su Comisión Política
de julio de 1973, en apoyo al paro gremial, como en el discurso de Jarpa de comienzos de
septiembre de ese año, en los cuales se señaló que la intervención militar no podía signifi-
car una vuelta al pasado. El Partido Nacional habría renunciado a ejercer directamente el
poder político, entregando su proyecto a las nuevas autoridades, con lo cual habría hipote-
cado su continuidad en la historia de la política chilena4. Asimismo, se ha planteado que
un proyecto autoritario ya existía en la derecha a fines de los sesenta el cual radicaba
fundamentalmente en el empresariado, pero que desde 1972 fue asumido por el Partido
Nacional, cuando afirmó que el nacionalismo abría una senda que superaba la díada iz-
quierdas y derechas. Tal tendencia habría madurado en 1973, al señalar Jarpa que la

3
En la corriente renovadora, Bernardita Walker “El Partido Nacional, 1966-1969”, Tuc: 1995; Alejandrina
Carey “El Partido Nacional, 1970-1973”, Tuc:1997; Marco Fernández Ulloa “Crisis de identidad o de
representación: la fundación del Partido Nacional (1964-1969)”, Tesis de Lic., Uch: 1997; Angel Soto
Gamboa y Marco Fernández U. “El pensamiento político de la derecha chilena en los ’60: el Partido
Nacional”, Bicentenario, Nº 2: 2002. En la vertiente reaccionaria, Tomás Moulian “La derecha en Chi-
le. Evolución histórica y proyecciones a futuro”, Estudios Sociales, Nº 47: 1986; Verónica Valdivia O.
de Z. “Camino al golpe: el nacionalismo a la caza de las fuerzas armadas”; Serie de Investigaciones,
Univ. Católica Blas Cañas: 1996, sección 1.
4
Andrés Benavente y Eduardo Araya “La derecha política chilena y el régimen militar, 1973-1981”,
(Stgo.: 1982), pp. 40 y ss.

16
ilegitimidad del gobierno socialista requería la creación de un nuevo régimen político y
social. Tal conclusión, aunque implícitamente, interpreta la desaparición de los naciona-
les como la materialización de su proyecto bajo el autoritarismo y capitalismo militar5.
Desde otro punto de vista, se ha argumentado que la desaparición de este partido fue una
de las causas de la opción fundacional del régimen militar, toda vez que los dirigentes
nacionales habrían abandonado por completo la ideología democrática, a la cual apelaron
para presionar a las fuerzas armadas hacia el golpe, aceptando la tesis de una dictadura
duradera que realizara cambios profundos –la paralización del movimiento popular–, para
dar lugar a un capitalismo antiestatal. Así, los nacionales habrían preferido asegurar a los
militares que no competirían por el control del Estado, entregando su proyecto de la Nue-
va República, pues las fuerzas armadas carecían de uno propio. La realización de ese
programa implicaba renunciar a una cierta autonomía política y estimular el cesarismo
castrense. Esta tesis fue complementada con un análisis ideológico del Partido Nacional,
el cual daba cuenta de la existencia de dos corrientes, una liberal y otra nacionalista, que
convivían tensamente, coincidiendo finalmente en el régimen democrático como obstácu-
lo para su dominación, discurso que no podía explicitarse durante la lucha contra la Unidad
Popular, pero que pudo desenvolverse sin problemas tras el golpe, pues coincidía con el
pensamiento militar6 . Esta hipótesis de un proyecto ya existente de corte capitalista, cuya
radicalidad requería de un orden autoritario, es lo que habría permitido la determinante
influencia lograda por los sectores nacionalistas dentro del partido, redefiniendo sus con-
ceptos de nación y de gobierno, los cuales fueron recubiertos durante la lucha contra el
socialismo con un discurso restaurador y de continuidad: la defensa de la democracia y la
legalidad. El apoyo irrestricto dado al golpe militar no reflejaría sino su rechazo al siste-
ma político y electoral vigente hasta 1973 y su opción por el autoritarismo y la refundación
capitalista, bajo mano militar7.
Complementando estos estudios, la hipótesis que plantea este trabajo afirma que la
unificación de corrientes liberales y antiliberales en la creación del Partido Nacional en
1966, nunca logró resolver del todo el problema ideológico-proyectual. Aunque los grupos
nacionalistas dominaron la presidencia de la colectividad desde 1968, nunca se llegó a un
consenso total en torno a un solo proyecto político futuro, salvo en un orden más autorita-
rio y la defensa de la propiedad privada en el marco de un repliegue –no desaparición– del

5
Augusto Varas “La dinámica política de la oposición durante el gobierno de la Unidad Popular”,
Flacso, D: T. Nº 43: 1977.
6
Tomás Moulian “Evolución histórica…”, pp. 90-91; y en coautoría con Isabel Torres “La problemática
de la derecha política en Chile, 1964-1983”, en Marcelo Cavarozzi y M.A. Garretón Muerte y resurrec-
ción de los partidos en el autoritarismo y las transiciones del cono sur (Flacso: 1989).
7
Marcelo Pollack The new right in Chile, 1973-1997 (Macmillan Press Ltd.: 1999), pp. 26-30. A la misma
conclusión llega Ramón Gómez Roa “Caín y Caín en el paraíso dictatorial. Pugnas y alianzas entre los
partidos de derecha durante el régimen militar”, Tesis Usach: 2000.

17
Estado. Los sectores liberales-conservadores dentro del Partido Nacional aspiraban a man-
tener la democracia liberal con más autoridad, mientras los nacionalistas deseaban una
revolución de esa índole, con mayor ingerencia de las fuerzas armadas en la vida política
del país. Esta división tendió a oscurecerse durante la lucha contra la Unidad Popular,
pero en realidad no desapareció del todo y reflotó con posterioridad al golpe. En ese sen-
tido, desde nuestro punto de vista, la disolución del Partido Nacional en septiembre de
1973 fue la explicitación de esa división irresoluta y la aspiración de Jarpa y sus seguido-
res dentro del partido de dar lugar a través del régimen militar a una revolución nacionalista,
proyecto no compartido por otros sectores de la colectividad.
Considerando que la hipótesis parte de un diagnóstico previo a 1973, es decir a la
evolución histórica de los nacionales entre 1966 y ese año, este trabajo requiere de una
breve síntesis de ese período, sin el cual la propuesta perdería solidez y claridad. Es por
ello que la primera parte se abocará a dicha etapa, para luego analizar los pormenores de
su disolución y el camino seguido por sus miembros.

1. ¿Revolución nacionalista o democracia autoritaria?


El fracaso del proyecto capitalista de Jorge Alessandri a comienzos de los sesenta,
cerró el camino a la aspiración derechista de reimponer un orden económico más liberal
y atenuar la participación estatal en esa área, como en la social. Tal evidencia derivó en
la convicción alessandrista de que la solución a tal dilema se encontraba en el área
política, en una reforma constitucional que reforzara el poder presidencial y debilitara
al Parlamento en sus facultades económicas y sociales, al mismo tiempo que se socavaba
el poder de los partidos. Ese proyecto fue presentado en las postrimerías de su mandato,
y rechazado, dejando a la derecha oligárquica a merced de las propuestas de reforma
estructural provenientes del centro y la izquierda. El “naranjazo” de marzo de 1964
agregó un ingrediente más a la desazón que embargaba al sector, el cual decidió apoyar
la candidatura del democratacristiano Eduardo Frei Montalva, a pesar de que su plan
de gobierno contemplaba una reforma agraria que ponía en cuestión el derecho de pro-
piedad latifundista. Sin tener clara conciencia de la amenaza que tal propuesta revestía,
el apoyo de conservadores y liberales determinó el triunfo de Frei por una mayoría abso-
luta. La elección parlamentaria de marzo de 1965 terminó de sepultar cualquier
aspiración de seguir ocupando un papel central en la toma de decisiones, toda vez que
los resultados electorales fueron catastróficos, siendo la derecha casi expulsada del
Congreso, obteniendo votación suficiente solo para que su representación alcanzara a
ocho diputados y dos senadores. A pesar de tal derrota, no hubo una actitud desespera-
da, pues se estaba discutiendo un proyecto de reforma constitucional de corte
presidencialista que satisfacía a conservadores y liberales, tranquilidad que fue rota
cuando el presidente incluyó dentro de la reforma constitucional una modificación al

18
No.10 del Art.10, referida a la función social de la propiedad, la cual abría la posibilidad
a la expropiación. Fue ese proyecto el que despertó las suspicacias y temores derechis-
tas, los que se confirmaron en octubre de 1965, cuando fue aprobado en el Congreso con
los votos del centro y de la izquierda. Desde nuestra óptica, fue esa reforma la que pro-
vocó el colapso final de la derecha oligárquica, la cual comprendió que la Democracia
Cristiana no mantendría el pacto de no alterar la propiedad agraria y arremetería con-
tra el latifundio y el inquilinaje8. Tal fue el marco en el que nació el Partido Nacional,
luego de aprobada una modificación a los estatutos del Partido Liberal que permitía su
unión con los conservadores.
El Partido Nacional, nacido en abril de 1966, fue el resultado de la unión de los
antiguos liberales y conservadores, y los nacionalistas agrupados en el Partido Acción
Nacional, liderado por Jorge Prat, organizador del grupo nacionalista Estanquero que
existió a mediados de la década del cuarenta, y activo anticomunista. La nueva colectivi-
dad derechista buscaba convertirse en una alternativa entre el comunitarismo
democratacristiano y el marxismo de la izquierda chilena, levantándose como defensor
de la iniciativa y propiedad privada y aspirando a un orden más autoritario, compartien-
do la convicción de Jorge Alessandri en la urgencia de una reforma constitucional que
repusiera el presidencialismo. Sus creadores (el liberal Pedro Ibáñez, el conservador
Francisco Bulnes y el nacionalista Jorge Prat) buscaban detener la decadencia de la
derecha y crear un partido que pudiera no solo frenar su caída electoral, sino también
disputar al centro católico algunos sectores sociales, como ciertos segmentos medios,
acrecentando las bases de la derecha política. Para mediados de los sesenta, era eviden-
te la necesidad de ampliar la vinculación con su electorado “nuclear” (los grupos altos
de la sociedad) y llegar a otros “no nucleares”, extendiendo su espectro y rompiendo
con la equivalencia clasista entre la vida política y social. Si la nueva derecha quería ser
una alternativa a la izquierda y el centro tendría que modificar su estrategia electoral y
su carácter partidario9.
Aunque el llamado fue hecho por la derecha oligárquica, la convocatoria fue dirigida a
los ‘independientes’, es decir, a todos aquellos que no se sintieran identificados con el
marxismo o el comunitarismo, en un intento renovador de crear un gran movimiento de
“fuerzas democráticas”. En otras palabras, desde su origen el Partido Nacional tuvo cierta
tendencia antipartidaria, a pesar que asumía esa forma orgánica, lo cual se vinculaba con

8
Esta interpretación de la muerte de la derecha histórica está basada en Verónica Valdivia O. de Z.
“Nacionales y gremialistas. El parto de la nueva derecha política chilena, 1964-1973” (inédito),
cap. 1.
9
La idea de electorados “nucleares” y “no nucleares” ha sido tomado de Edward L. Gibson “Conservative
Electoral Movements and Democratic Politics: Constituencies, Coalition Building, and the Latin
American Electoral right”, en Douglas A. Chalmers et al. The Right and Democracy in Latin American
(Praeger New York Westport, Connecticut, London: 1992).

19
la presencia de los sectores de la derecha tradicional, quienes seguían creyendo en el
papel de los partidos en el juego político. A esas alturas, se hacía cada vez más claro que el
control de importantes áreas de la economía era insuficiente para mantener “las riendas
del poder”, siendo necesario volver al ámbito de la política, recuperando ella su importan-
cia. En efecto, como lo ha sostenido Sofía Correa, a lo largo del siglo XX la derecha
oligárquica chilena aceptó la pérdida de su control del aparato gubernamental a partir de
1938, pero a cambio de la mantención de su poderío latifundario, de su creciente dominio
de la manufactura, el comercio mayorista y las áreas financieras, como de su penetración
en el aparato estatal. Tales dominios le permitían tener “las riendas del poder”10. No obs-
tante, las transformaciones estructurales puestas en marcha desde 1965 demostraban que
tal pragmatismo ya no resultaba eficaz, siendo un imperativo regresar al ámbito de la
política y de la competitividad en el marco de un electorado que se incrementaba, junto
con los movimientos sociales. En ese sentido, crear un nuevo partido resultaba ser un
imperativo, pero se esperaba dar vida a un nuevo referente, renovándose, pues “hoy más
que nunca precisa nuestra patria de este conjunto de ideas como fuentes orientadoras y
directriz, y de hombres capaces de conducirla”11 . La valorización del campo político y de
la necesidad de la competitividad, derivó en una modificación del carácter del partido a
crear, el cual no podría ser de elite, sino de “masas”, aunque también de selección, en
tanto era importante aferrarse a lo programático y no ceder a las tentaciones electoralis-
tas, como ocurría a su entender con la “politiquería” del centro y la izquierda.
Lo que se busca destacar en este punto, es que la necesidad de acrecentar las bases
socio-electorales de la derecha, incidió desde un principio en la idea de un movimiento,
más que de un partido, existiendo cierto discurso contrario a esas colectividades. Ello no
debe interpretarse, sin embargo, como un planteamiento plenamente antiliberal y domi-
nador de “todo” el partido, debido a que el peso de los sectores de tradición republicana
fue crucial, manteniendo su control hasta 1968. Tal discurso debe relacionarse, más bien,
con sus necesidades de coyuntura política, más que ideológicas; parte de un discurso prag-
mático en medio de la lucha.
Aún así, es claro que el programa del partido era un reflejo de la unión de esos tres
grupos de orígenes doctrinarios tan distintos. En general, los estudios existentes han
resaltado la influencia nacionalista, traducida en el fuerte sentido de decadencia que
imbuía al partido y su censura profunda al sistema político. No obstante, no debe olvi-
darse que tal cuestionamiento ya estuvo presente en Jorge Alessandri, especialmente
en sus dos últimos años de mandato, cuando su crítica a los partidos y al régimen políti-
co alcanzó sus cotas más altas, aunque nadie acusaría a Alessandri de corporativista o

10
Sofía Correa Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX (Ed. Sudamericana: 2005).
11
El Diario Ilustrado, 3 de abril de 1966, p. 3. Esta interpretación del nacimiento y carácter original del
PN, se basa en Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y gremialistas”, cap. 2.

20
nacionalista. Conservadores y liberales habían participado de ese gobierno y de ese
diagnóstico crítico de la “politiquería”, anhelando un mayor grado de autoridad, lo cual
no los apartaba de su pasado doctrinario. En ese sentido, plantear una redefinición de
los partidos y desarrollar una mirada menos optimista del pasado, no necesariamente
convertía a todos los militantes del Partido Nacional en nacionalistas antiliberales, pero
sí en añoradores del pasado portaliano.
El nuevo partido recogió de la derecha económica su defensa de la propiedad privada
y el antiestatismo, proponiendo una reducción de sus atribuciones, como también un énfa-
sis en el problema de la eficiencia productiva, dando lugar a una economía de mercado.
Como señaló en su oportunidad el ex senador Francisco Bulnes, el antiestatismo en la
derecha fue creciendo junto con la experiencia de la Democracia Cristiana y posterior-
mente de la Unidad Popular. No era, a su juicio, un antiestatismo esencialista, sino más
bien ligado a la coyuntura política12. Desde esa óptica, se buscaba liberar a la empresa
privada de la tutela estatal, especialmente en lo atingente a materia tributaria y las ‘con-
cesiones’ a los trabajadores, pretendiendo un sindicalismo ‘despolitizado’, es decir, ajeno
a los partidos y encuadrador de sus demandas en relación a la capacidad productiva. De la
derecha histórica y del alessandrismo, el Partido Nacional recogía la reforma constitucio-
nal que ampliaría las facultades presidenciales y limitaría las parlamentarias,
especialmente en lo atingente a las políticas económicas y socio-laborales, las cuales eran
clara expresión de los afanes electoralistas, “politiqueros” y “demagógicos” de los parti-
dos del centro y la izquierda. Quitando la posibilidad de iniciativa legislativa al Congreso,
los partidos serían debilitados, cortando su alianza con ciertos grupos sociales, que era lo
perseguido. Se trataba de una reforma que miraba claramente a los primeros cincuenta
años de la historia del Chile republicano, cuando la separación de poderes era una ‘reali-
dad constitucional’, pero ficticia, toda vez que la independencia entre Ejecutivo, Legislativo
y Judicial no existía, dada la preponderancia del primero. La reforma alessandrista mira-
ba esa experiencia, sin abandonar el liberalismo. Esto se reforzaba en la mirada a los
sindicatos, los cuales seguirían existiendo, pero recuperando el sentido de “cooperación”
en el proceso productivo, evitando su instrumentalización político-partidaria.
En el caso del nacionalismo, la situación es más compleja, toda vez que ellos aportaron
la principal renovación ideológica de la derecha dentro de este partido. El nacionalismo
fue, desde los años treinta, un actor ajeno a la evolución ideológica chilena ligada al tron-
co revolucionario francés, pues el Movimiento Nacional Socialista, el más importante hasta
‘Patria y Libertad’, se inspiraba en el nazismo alemán, a pesar que reivindicaba también
vínculos con el pensamiento nacionalista chileno de principios de siglo. Su germanismo lo

12
Entrevista concedida por Francisco Bulnes al cientista político David Pérez en 1996. La autora agra-
dece el préstamo de este material. Es interesante que Bulnes señaló taxativamente que el antiestatismo
de la derecha del período “no era un problema ideológico”.

21
hizo no solo un movimiento antiliberal y antimarxista, sino además valorizador del apoyo
de las masas, constituyendo el único ejemplo de un grupo de esta orientación que preten-
dió ser al mismo tiempo una alternativa proyectual al orden existente, pero con un fuerte
arraigo social. Tras la matanza del Seguro Obrero en septiembre de 1938 y el triunfo del
Frente Popular, como con la derrota del nazismo en 1945, el nacionalismo chileno perdió
gran parte de su atractivo, decayendo y debiendo buscar nuevos referentes doctrinarios,
los cuales encontró en la España franquista. Desde mediados de los años cuarenta, el his-
panismo le permitió renovar su crítica a los partidos, su visión jerárquica de la sociedad al
defender el papel de las elites y su autoritarismo, reivindicando los gobiernos fuertes, la
disciplina de las masas y el rechazo a la universalidad del sufragio, relevando la importan-
cia de la representación corporativa. El cambio más importante, con todo, fue la relación
del nacionalismo con las fuerzas armadas, pues relativizó la importancia de las masas y
reivindicó el papel de estas instituciones en la vida política y social del país, propugnando
un sentido militar de la vida y definiéndolas como la columna vertebral de la nación y, por
tanto, pilar de sustentación del régimen democrático, encargadas de su seguridad interna
y externa. Desde nuestro punto de vista, fue la debilidad de los movimientos nacionalistas,
expresada en una marginalidad política que los hacía incapaces de ser atractivos social-
mente, lo que derivó en una cierta militarización de su proyecto: él solo podría convertirse
en realidad bajo la tutela de las fuerzas armadas13. En ese sentido, el nacionalismo era
absolutamente antitético ideológicamente a la derecha histórica y fuertemente crítico de
ella. Si embargo, en el marco de la crisis derechista oligárquica de comienzos de los sesen-
ta y en la tentativa de ampliar su base ideológico-política, el nacionalismo penetró en la
derecha institucional a través del Partido Nacional, pero llevando allí su visceral antipar-
tidismo, anticomunismo y su militarismo. Los movimientos conservadores suelen, en
momentos de amenaza, establecer alianzas con sectores hasta entonces ajenos a ellos,
diseñando una acción política de nuevo tipo y mientras más grave sea percibido el peligro,
mayor será la propensión a la rigidez y a definir estrategias y tácticas con sus nuevos
aliados, generando otro estilo14. Esto explica la influencia alcanzada por los nacionalistas
dentro del Partido Nacional. Por ello, la Declaración de Principios de la nueva colectivi-
dad recogió de este sector elementos centrales de la evaluación del momento histórico y la
idea de un ‘destino nacional’, ligado a la nacionalidad, fundamentada en el pueblo, la tra-
dición y el medio geográfico. Su expresión debía ser un Estado Nacional, resguardador de

13
Esta parte está basada en Verónica Valdivia O. de Z. “El Movimiento Nacional Socialista y la matanza
del Seguro Obrero” (inédito); “El nacionalismo chileno en los años del Frente Popular”; “Nacionalis-
mo e Ibañismo” y “Camino al golpe: el nacionalismo chileno a la caza de las fuerzas armadas”, Serie
de Investigaciones, Univ. Católica Blas Cañas, Nºs. 3, 8 y 11: 1995-1996.
14
Arno J. Mayer Dinamics of Counterrevolution in Europe, 1870-1956: An Analytic Framework (Harper
Torchbook: 1971), cap. 2.

22
la herencia histórica y cultural. La añoranza del pasado portaliano se encontraba en la
imagen idealizada del papel jugado por Chile en el Pacífico, frenando los avances perua-
nos decimonónicos, planteando la necesidad de recuperar esa senda y devolver al país el
lugar continental que le correspondía. Asimismo, del nacionalismo se incorporó la idea de
una función más activa para las fuerzas armadas en el desarrollo nacional, como la aspira-
ción a una “democracia orgánica”, no liberal.
Como se observa, no existía en el Partido Nacional una línea hegemónica en términos
ideológico– proyectuales, sino una transacción, especialmente en lo referido a los partidos
–unos los valorizaban, los otros los descalificaban–, el papel de las fuerzas armadas, como
del Estado y los sindicatos (los nacionalistas eran mucho más sindicalistas). Es convenien-
te no olvidar que el liberalismo tiene más de una acepción, existiendo una línea menos
abierta al pluralismo y la participación ciudadana y más cercana a un liberalismo restrin-
gido o más autoritario. En ese sentido, no todo planteamiento de mayores grados de
autoridad en el Partido Nacional deben ser achacados al nacionalismo, porque también
estaban presentes en sectores liberales. De igual modo, es importante recalcar la idea de
que la unión de esos tres sectores no fue una fusión, sino que siguió coexistiendo en su
interior más de una perspectiva.
La línea política implementada desde 1967 por los nacionales fue de confrontación con
el gobierno democratacristiano, especialmente desde julio de ese año cuando se promulgó la
nueva ley de reforma agraria, adoptando una actitud bastante intransigente y de descalifica-
ción, que ha ayudado a la imagen reaccionaria que lo ha rodeado. Esta definición, sin embargo,
no fue sinónimo de hegemonía nacionalista, a pesar que el primer presidente del partido,
Víctor García Garzena trabajó codo a codo con Sergio Onofre Jarpa, nacionalista, primer
vicepresidente, pero resistió su demanda de incorporación de los gremios y de la juventud a
la conducción directiva; al tiempo que los órganos partidarios se repartían entre los tres
sectores15. Más aún, los parlamentarios nacionales provenían de la antigua derecha conserva-
dora y liberal, por lo cual conservaban bastante autonomía respecto de las directrices de la
Comisión Política, teniendo más de un problema con el bloque nacionalista por su indepen-
dencia a la hora de votar en las Cámaras y su estilo político. No fue sino hasta 1968 que Jarpa
se convirtió en el nuevo presidente, pero después que la vertiente histórica intentara quitar-
le protagonismo y devolverle a la derecha la conducción tradicional. En efecto, la elección de
la directiva de ese año permitió observar claramente la falta de uniformidad política e ideo-
lógica y la existencia de dos grupos claramente diferenciados, como se manifestó en la
presentación de una lista alternativa a la de Jarpa, la cual intentó modificar la línea desarro-
llada por García Garzena, encabezada por el ex diputado conservador Julio Subercaseaux.

15
La sección 1967-1969 de la vida del Partido Nacional está extraída de Verónica Valdivia O. de Z.
“Nacionales y gremialistas” (inédito), cap. 4.

23
La propuesta de Subercaseaux buscaba más presencia de los partidos originarios, una acti-
tud menos intransigente con el gobierno y realizó su campaña con el lema “basta de caras
nuevas”, contando con el respaldo de la mayoría de los parlamentarios (Francisco Bulnes,
Gustavo Alessandri y la casi totalidad de los diputados) y de los dirigentes provinciales y
comunales; mientras Jarpa proponía mantener la oposición férrea a la gestión Frei y la rede-
finición del papel de las fuerzas armadas. Tras una mediación, se presentó una lista única
con Jarpa como presidente y Subercaseaux como primer vicepresidente, señalando el co-
mienzo del avance del nacionalismo al interior del partido.
Desde esa fecha se reafirmó la línea dura y se enfatizó la urgencia en la reforma
constitucional que repusiera el sentido de autoridad, como los discursos de Jarpa sobre
la decadencia nacional y las posiciones más intolerantes en materia de relaciones exte-
riores, especialmente con Argentina en el marco de los conflictos por la zona del Beagle.
Si se siguen los discursos-documentos de Jarpa del período 1968-1969, es evidente que
se puede concluir que el partido de la derecha estaba dominado por el pensamiento
nacionalista antiliberal. Su diatriba en contra del sistema político, los partidos, la ur-
gencia de autoridad, su acercamiento a cierta oficialidad militar en retiro que adquirió
gran protagonismo en el debate por el presupuesto de defensa y el papel de las fuerzas
armadas en la sociedad, como su anuncio del “fin de la era iniciada con la Revolución
Francesa”, lo corroboran. No obstante, él no representaba exactamente la perspectiva
de todos sus militantes, como lo demostraron los conflictos en torno a la incorporación
de la Juventud –dominada por los grupos liberales–, la renuncia de sectores gremiales
por la resistencia de ciertos exponentes de la directiva a darles el lugar que creían les
correspondía, y la negativa de los parlamentarios a obedecer las directrices de la Comi-
sión Política. Es cierto también que elementos de la derecha histórica fueron atraídos a
la línea jarpista a medida que la reforma agraria avanzaba, como fue el caso de Pedro
Ibáñez, convertido en adalid de la resistencia a la expropiación latifundista, quien aban-
donó la línea más proyectual y alternativista original y se zambulló en la lucha política.
Considerando este avance del discurso duro de los nacionalistas, pero también la agudi-
zación del conflicto político hacia fines del gobierno de Frei, afectado por la dinamización
de los movimientos sociales, es que se puede comprender la convicción más generaliza-
da en torno al autoritarismo que fue prendiendo en el partido. En un año de elecciones
parlamentarias y previo a la presidencial, los nacionales hicieron hincapié en la necesi-
dad de una “renovación política”, entendida como modernización del Estado, en tanto
disminución de la burocracia y reforma constitucional presidencialista, como debilita-
miento de la ingerencia partidaria. Esta demanda, como ya ha quedado claro, tenía origen
nacionalista, pero también alessandrista, o sea, liberal. En otras palabras, la idea de
renovación política era bastante antigua en el partido y no fue producto solo de la lucha
antimarxista como la mayoría de los estudios lo plantea, ni significaba necesariamente
una preponderancia de los núcleos antiliberales.

24
La elección presidencial de 1970 reafirmó esta línea, toda vez que el candidato Jorge
Alessandri, insistió en su crítica a los partidos, en la centralidad de la reforma constitucio-
nal y en la necesidad de que su candidatura no fuera producto de un acuerdo partidario,
demanda doctrinariamente aceptada por el Movimiento Alessandrista que reunía a ‘ales-
sandristas’ (ex ministros y amigos), gremialistas de Jaime Guzmán y nacionalistas16. El
Partido Nacional fue incorporado al Comando cuando éste nominó al ex presidente como
su candidato, momento en el que el discurso antipartidario entre los nacionales se agudizó
en medio de un Comando muy crítico de ellos, siendo el Nacional la única orgánica de esa
índole. Dentro del partido de derecha había sectores que pensaban que el país necesitaba
una cierta tregua política, siendo Alessandri el único capaz de dar vida a un “movimiento
nacional”, de modo que su partido fuera “parte de un movimiento mucho mayor, que cons-
tituya una fuerza de gobierno capaz de interpretar lo que en este momento están sintiendo
los independientes del país”, señaló el senador Bulnes. Esta tendencia a favor de un movi-
miento debe, además, conectarse con la pugna electoral en la cual estaban enfrascados
con la Democracia Cristiana, intentando recuperar parte de esa votación, para lo cual
debían atenuar su imagen derechista y levantar una más amplia, como lo sentenció Fran-
cisco Bulnes:”Alessandri tendrá todo el apoyo nacional, el de la gran mayoría radical, el
del sector freísta no democratacristiano y el de vastos contingentes independientes que
hoy acompañan a otras colectividades políticas”17. Esta postura coincidió con el discurso-
programa del candidato derechista, donde reiteró la idea de crisis y el imperativo de
terminar con la politiquería y la excesiva influencia de los partidos, culpables –a su enten-
der– de todos los males, la inflación, la politización de las fuerzas armadas, el caos
administrativo y social, y su monopolio en la nominación de candidatos.
El programa de la “Nueva República”, preparado por los nacionales, volvió sobre el
imperativo de una renovación nacional, desarrollando una crítica más acabada a los parti-
dos por su excesivo ideologismo y dependencia foránea, demandando un nuevo estilo. Los
nacionales aspiraban a formar colectividades que evitaran el fraccionamiento excesivo de
las corrientes de opinión, anhelando grandes movimientos, guiados por objetivos concre-
tos y de alcance nacional, promoviendo cambios, pero no saltos en el vacío. Su progresismo,
según su punto de vista, quedaba en evidencia en este intento de superación de colectivi-
dades añejas y obsoletas. Asimismo, este programa precisaba su proposición económica,
identificada con la Economía Social de Mercado asociada al ejemplo alemán con una clara

16
Esta parte está basada en Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y gremialistas” (inédito), cap. 5.
Esta opción por un movimiento alessandrista, no partidario, no fue una repetición de la estrategia
seguida en 1958, cuando también el candidato insistió en su carácter de independiente. No debe
olvidarse que a pesar de esto, Alessandri fue apoyado orgánicamente por los partidos de la derecha
de entonces: Liberal, Conservador y Radical. No fue ésta la situación en 1970.
17
Francisco Bulnes en El Diario Ilustrado, 4 de mayo de 1969, p. 2.

25
intervención estatal y preocupación por lo social, ajeno al neoliberalismo monetarista de
Chicago. Por último, también redefinía tajantemente el papel de las fuerzas armadas, las
cuales no solo deberían ser integradas al desarrollo, sino otorgárseles mayores atribucio-
nes en materia de orden interno, asumiendo la tesis contrainsurgente (del enemigo interno)
de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Así, si consideráramos la “Nueva República”
como el pensamiento del partido antes de la victoria socialista, deberíamos señalar que él
buscaba un camino capitalista neoliberal, pero de orientación alemana, lejano al norte-
americano y, por tanto, extraño al neoliberalismo ideológico que primó desde la década
del setenta. Buscaba una redefinición del sindicalismo, debilitando la cercanía de esas
organizaciones con la izquierda, pero con mayor participación dentro de la empresa; un
régimen político más autoritario con debilitamiento del Congreso y de los partidos, y un
nuevo rol para las fuerzas armadas. Así, la “Nueva República” no mostró la desaparición
de las vertientes liberales y conservadoras, sino el deslizamiento de ellas hacia interpreta-
ciones menos pluralistas del liberalismo, acercándose a posiciones más autoritarias y
contrarias a una ampliación decisiva de la participación mediada por partidos ideológi-
cos. La movilización de campesinos, pobladores, estudiantes y obreros excedía la capacidad
–y posibilidad– de los nacionales de encauzarlas competitivamente, en comparación a la
Democracia Cristiana, socialistas, comunistas, mapucistas y miristas, siendo desde su pers-
pectiva necesaria una restricción al quehacer partidario y una redefinición del sistema
político.
En suma, para el año decisivo el autoritarismo prevalecía entre las distintas tenden-
cias de los nacionales, pero apuntaba en diferentes direcciones. Mientras los históricos
miraban al orden liberal de orientación portaliana, Jarpa miraba a la revolución naciona-
lista, de empresa integrada, más militarista y militantemente anticomunista.
El triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970 sumó
un elemento más a esta tensión interna al clarificar del todo el enemigo a enfrentar y
sentando como prioridad la lucha antimarxista. A partir de 1970 y hasta 1973 hubo consen-
so en torno a que la experiencia marxista implicaba la pérdida total de las libertades
esenciales y revestía una amenaza totalitaria, siendo la oposición férrea una condición
imprescindible. Ella se reflejó desde un comienzo en las acusaciones constitucionales, las
apelaciones a los tribunales de justicia, las denuncias por legalidad sobrepasada y los
intentos de un acercamiento con los democratacristianos para implementar una acción
política conjunta, cuestión difícil de lograr, dada la cercanía de la reforma agraria. Duran-
te el primer año de gobierno socialista, los nacionales no consiguieron crear un solo frente
opositor, pero sí situarse como el partido más impenetrable a eventuales transacciones
con el enemigo18. En ese sentido, es importante señalar que el partido en su conjunto se

18
Tomás Moulian y M. A. Garretón La Unidad Popular y el conflicto político en Chile (Cesoc: 1993, 2ª,
Edición).

26
alineó en la posición intransigente, no detectándose fracciones disidentes, como si las
hubo en los años sesenta.
Las distintas vertientes partidarias coincidían en un antimarxismo furibundo y en la
necesidad de unificar la acción política, tal como lo acordó la reunión en Panimávida en
septiembre de 1972, la cual decidió por unanimidad “endurecer la línea de oposición al
gobierno”, toda vez que éste buscaba evitar la realización de las elecciones de marzo de
1973 que mostrarían su colapso. Por ello, de dicho encuentro, el partido había salido “re-
fortalecido en su combatividad y decisión de oponerse a los avances del marxismo”19. Esta
posición reunía a exponentes liberales como Engelberto Frías, Patricio Phillips, Fernando
Maturana o conservadores como Francisco Bulnes y, por supuesto a nacionalistas como
Jarpa y Arnello. Fue unánime, posteriormente también, su adhesión a la salida golpista y
la llegada de un gobierno militar.
La diferencia fue aparentemente tenue y comenzó a hacerse manifiesta en dos ámbi-
tos: en la forma de terminar con el gobierno socialista y en el sentido final de la lucha. Los
sectores históricos veían en las instituciones existentes una herramienta útil para denun-
ciar, descalificar y deslegitimar las medidas gubernamentales, convirtiendo al parlamento
en uno de sus principales bastiones. Ellos conocían mejor que nadie la institucionalidad
existente y cómo podían usarla contra los planes de la Unidad Popular20. En una presenta-
ción de los diputados nacionales en 1972 se reiteró insistentemente en la obligación del
Legislativo de sancionar al Poder Ejecutivo, si él atropellaba la legalidad, pues de no ha-
cerlo “pierde su condición de tal. ¿Por qué el Congreso ha tolerado incontables
transgresiones legales sin castigar a los culpables?”. A su juicio, la elección parlamentaria
de marzo de 1973 no tenía destino si ese poder estatal no estaba dispuesto a utilizar sus
facultades, aun cuando obtuvieran los dos tercios, pues necesitaban estar dispuestos a
utilizar esa mayoría absoluta con dureza. Así, “solo en la medida en que ahora enfrente-
mos a nuestros adversarios con la decisión de poner atajo a sus desmanes podremos estar
garantidos de que no se interrumpirán los procesos democráticos. En consecuencia, lo que
falta no son mayorías parlamentarias. Faltan reacciones oportunas del Congreso, y deci-
sión y coraje para ejercer sus atribuciones …No se olvide que corresponde al Congreso
ejercitar la soberanía y la voluntad popular. Y que al no cumplir éste sus funciones esen-
ciales, se descalifica a sí mismo y se autoaniquila”21. Si bien en general la derecha recubrió
sus propósitos golpistas con discursos democráticos y de defensa de las libertades civiles,
la presentación de los diputados, que acabamos de reseñar, seguía reconociendo al Parla-
mento y, por ende a los partidos, un papel central en la defensa de ese orden, demandando

19
Tribuna, 27 de septiembre de 1972, p. 18.
20
Luis Maira “Estrategia y táctica de la contrarrevolución chilena en el ámbito político-institucional”,
en F. Gil et al. Chile, 1970-1973, Lecciones de una experiencia (Tecnos: 1977).
21
Tribuna, 27 de octubre de 1972, pp.10-11.

27
su fortaleza y su decisión de actuar con energía, mientras gran parte de la lucha política se
desarrollaba en la calle. Como es sabido, desde fines de 1971 las marchas y enfrentamien-
tos callejeros fueron la tónica, incorporando cada vez más actores sociales, especialmente
los gremios de productores, profesionales y estudiantes. La crítica levantada por estos
diputados no apuntaba a cuestionar la acción partidaria, sino a exigirle mayor capacidad
de conducción, como se suponía era su misión. Analizando la naturaleza que tomaba el
movimiento social opositor, dominado por la acción gremial, se criticaba la debilidad de la
Confederación Democrática, cuya falta de liderazgo había creado un vacío de poder, de-
mostrando que “los vastos, numerosos y heterogéneos grupos gremiales que han asumido
la tarea de detener la acción destructiva del gobierno, lo han hecho en forma instintiva y
espontánea….Ni siquiera aquellos que hacen profesión de ‘gremialismo’ hasta el punto de
que parecieran querer formar un nuevo partido usando la etiqueta de ‘antipartidismo’,
nada han tenido que ver con este movimiento”.
Al contrario, Jarpa había creado Tribuna, un diario ‘popular’ destinado a penetrar a esos
sectores, tratando de contrarrestar la influencia de Clarín y Puro Chile, (prensa gobiernista)
pues a su juicio “a la gente le gusta un diario chico para leer en la micro, con un lenguaje más
directo e irrespetuoso”22. Como aseguró muchos años más tarde “Tribuna era de un grupo del
Partido Nacional, no del Partido Nacional”23. El sociólogo Patricio Dooner clasificó al diario
Tribuna, junto con la revista Pec, como los dos medios más combativos, “ariete” en su nomen-
clatura, con que contaba la derecha, distorsionando la realidad y desarrollando el clima
emocional necesario para persuadir a la ciudadanía de que el golpe era un final inevitable.
Este estilo era una prueba de antidemocratismo, responsable en parte del colapso ocurrido24.
En relación a nuestro argumento, Tribuna reflejó la naturaleza de la derecha que representa-
ba Jarpa, dispuesta a un combate con pocas reglas, coherente con su llamado a la
“desobediencia civil” y la movilización social callejera. Asimismo, el discurso de Jarpa y
Arnello no apuntaba a la defensa de la democracia liberal, sino a su superación, agudizando
sus críticas a las instituciones. Para Jarpa, la lucha no terminaba en la detención del comu-
nismo, sino “es necesario establecer los fundamentos para la renovación de Chile: desterrar
la mentalidad burocrática y estatista; aprovechar todas las iniciativas y capacidades para
impulsar el desarrollo; establecer un gobierno eficiente, realizador y nacionalista… renovar
las estructuras, las ideas y los equipos humanos, para hacer de Chile una nación libre, diná-
mica y progresista; dar a los gremios la participación que les corresponde en la dirección del

22
Patricia Arancibia Clavel et al. Jarpa, confesiones políticas (La Tercera/Mondadori: 2002), pp. 151-152.
23
Sergio Onofre Jarpa en entrevista con Patricia Arancibia Clavel, ARTV, 24 de febrero de 2006. El
énfasis es nuestro.
24
Patricio Dooner Prensa y política. La prensa de derecha y de izquierda. 1970-1973 (Ed. Hoy/Andante: 1989);
Patricio Bernedo “La prensa escrita durante la Unidad Popular y la destrucción del régimen demo-
crático”, en Claudio Rolle (Coordinador) 1973. La vida cotidiana de un año crucial (Planeta: 2003).

28
país, que no puede ser monopolio de los partidos políticos”25. Este era el plan de la revolu-
ción nacionalista, la cual no podría realizarse en el marco de la democracia liberal, ni con la
subsistencia de los partidos, incluyendo el suyo, dentro del cual no todos aspiraban a ese
futuro. Cuando a comienzos de septiembre de 1973, Jarpa declaró que el golpe no podía
significar el regreso al pasado, estaba apostando a las fuerzas armadas para la materializa-
ción de aquello que no había podido realizarse desde el Partido Nacional.
En síntesis, aunque entre los nacionales había consenso en relación a un orden más
autoritario, a una restricción a los partidos, a la despolitización de las organizaciones labo-
rales y a una economía social de mercado, él no era sinónimo de unanimidad proyectual.
La lucha contra la Unidad Popular mostró a una colectividad unida en su antimarxismo,
en su defensa de la propiedad privada y en su opción por el golpe de Estado, pero dividida
respecto del futuro. La discrepancia ideológica-política oculta tras el autoritarismo y el
antipartidismo no pudo manifestarse cuando la lucha tenía un enemigo claro, pero emer-
gería apenas éste fuera derrotado.

2. “Crónica de una muerte anunciada”, 1973-1980


El día 11 de septiembre de 1973, el Partido Nacional anunció su adhesión al golpe
militar, dada la crisis generalizada que a su juicio había provocado la Unidad Popular,
expresada en la violación de la Constitución, como en la creación de grupos armados, todo
lo cual habría colocado al país ante la inminencia de la guerra civil. En esas circunstan-
cias, el partido declaró “su apoyo irrestricto a toda acción encaminada a superar la crisis
moral y material que vive Chile y devolver a los chilenos la seguridad para vivir y trabajar
en paz, haciendo posible el progreso y el desarrollo social y económico en un clima de
unidad nacional”. Acorde con esos anhelos, llamaba “a todos los chilenos a respaldar, sin
reservas, la acción rectificadora de la Junta Militar de Gobierno y a empeñarse, sin odios
ni revanchismos, en la reconstrucción de la patria”26. Esta primera declaración fue com-
plementada con otro documento de tres días después, en el cual se afirmaba que a las
fuerzas armadas y carabineros había “correspondido emprender la difícil misión rectifica-
dora”, ya que la dura experiencia vivida bajo la Unidad Popular debía significar el “no
recaer jamás en los vicios y errores que condujeron a Chile a la decadencia, primero, y al
gobierno marxista, después”. De acuerdo a esa convicción, la Junta de Gobierno, sin duda,
“abría una nueva etapa histórica”, en la que los chilenos “sabremos crear con imaginación
y eficiencia, y en un clima de unidad nacional, la nueva institucionalidad que permitirá la
reconstrucción de la patria”, augurándole a las nuevas autoridades “éxito en la patriótica
decisión de renovar el impulso creador de la nacionalidad”. A esta declaración se sumó

25
Tribuna, 17 de octubre de 1972, p. 3.
26
El Mercurio, 13 de septiembre de 1973, p. 6.

29
una tercera en la que se desligaba de cualquier compromiso con el partido a todos aque-
llos que colaboraran con el gobierno ya fuera en la administración pública o cargos
gubernativos27.
Como se puede constatar, en ninguna parte de estas comunicaciones se explicitó la
disolución partidaria, pero se señaló claramente la entrega de cualquier iniciativa políti-
ca a las fuerzas armadas. Ello coincidía con el decreto de la Junta acerca del “receso
político”, anunciado por el general Pinochet la noche del mismo 11 de septiembre cuando
se refirió al cierre del Congreso, decisión que fue corroborada días más tarde con el bando
que ordenó su clausura. A él se sumó el decreto ley de principios de octubre que estableció
el “receso político”, es decir, la suspensión de funcionamiento partidario, aunque se per-
mitió conservar la propiedad de sus bienes, administrados por sus directivas”28. Fue éste
el punto donde reflotó la histórica división interna, cuando el sentido del golpe militar y
del papel que le cabía al Partido Nacional en esa coyuntura fue interpretado de distinta
manera por las dos fracciones.
La decisión de aceptar el “receso” no fue consensual, y la declaración del 14 de sep-
tiembre fue resultado de largas conversaciones entre los miembros de la Directiva y de la
Comisión Política, en la que aparecieron tres sectores con posiciones distintas. Por una
parte, estaban quienes creían que no era oportuno desarmar el único respaldo estructura-
do de tipo político que tenían las nuevas autoridades, proponiendo persuadirlas de la
conveniencia de mantener la existencia partidaria, pero regulando sus actividades, pues
de otro modo era muy probable que se vieran perjudicados, toda vez que las colectividades
de izquierda no desaparecerían, sino que seguirían funcionando en la clandestinidad. En
esta posición estaban los senadores Fernando Ochagavía y Patricio Phillips, y el diputado
Engelberto Frías. Un segundo sector, sostenía que a pesar del receso el partido debía te-
ner un papel importante, dados los momentos complicados que enfrentaría el gobierno en
su intento de “pacificar” el país. Ella fue defendida por el senador Francisco Bulnes. La
tercera posición defendió la tesis de terminar con toda actividad partidista, colaborar con
el gobierno en su propósito de reunificar a los chilenos y mantener a la colectividad me-
diante actividades intelectuales y artísticas. Ésta fue encabezada por Jarpa y fue la que se
impuso finalmente. De esta decisión resultó que a fines de ese año el partido estaba prác-
ticamente disuelto29.
La división se hizo explícita a raíz del destino que tendría el Club Fernández Concha,
que funcionaba como sede del Partido Nacional. La idea de Jarpa era instalar allí la direc-
ción del diario Tribuna y organizar un tipo de café-tertulia y una sala de conferencias,
recibiendo personas con las cuales habían trabajado que pudieran hacer aportes. Es decir,

27
El Mercurio, 16 y 27 de septiembre de 1973, p. 20.
28
D.L. Nº 78, 8 de octubre de 1973, Diario Oficial, 17 de octubre de 1973.
29
Qué Pasa, 2 de noviembre de 1978, p. 18.

30
un centro aparentemente de estudio y publicaciones como ya lo era en esa época Suecia
286, sede del gremialismo, donde funcionaba la revista Portada. No obstante, el grupo de
Ochagavía se negó a arrendar la propiedad a Tribuna y, según alguna versión, “se llegó
hasta el punto de tapiar la salida posterior y enrejar el frente con tal de atajar la posible
entrada e instalación de las máquinas impresoras del diario”30. A ello se sumaría después,
la prohibición gubernamental para seguir publicando Tribuna, de modo que el entonces
Secretario General, Patricio Mekis, trasladó todos los papeles del partido a su oficina en
la calle Teatinos. En otras palabras, la pelea por el Club hizo visible y público aquello que
había estado sumergido por, a lo menos, cinco años.
Aunque al momento de discutir el “receso” aparecieron tres posiciones, para los efec-
tos de este trabajo se las reunirá en dos, retomando la división histórica en el Partido
Nacional, esto es, la dupla conservadora-liberal y la nacionalista, debido a que la línea
divisoria se estableció finalmente en el problema proyectual: democracia representativa
con limitaciones y más autoridad, o revolución nacionalista con democracia orgánica, cor-
porativismo y rol activo de las fuerzas armadas. Considerando esta situación, se
caracterizará el camino seguido por ambas vertientes y su destino político.
Las declaraciones del partido del 11 y del 14 de septiembre reflejaban la posición
nacionalista. En tanto el golpe había sido producto de una crisis moral, se esperaba una
acción rectificadora y se iniciaba una nueva etapa histórica, expresiones que eran cohe-
rentes con las últimas declaraciones de Jarpa antes del derrocamiento de Allende. Esta
fracción del partido se atrincheró en Tribuna, diario que no fue afectado en un comienzo
por la censura de prensa y que siguió funcionando hasta diciembre de 197331. Salvo una
que otra excepción, este medio puede considerarse en esta etapa la encarnación de la
tendencia nacionalista, heredera del partido, que volvió a su independencia y apartidismo
militante. La decisión de finiquitar la experiencia partidaria fue reforzada con la tesis de
que el 11 de septiembre “no ha habido golpe” ni correspondía llorar por la destrucción de
una institucionalidad que estaba “rota”, y quienes así apreciaban lo ocurrido “nada han
comprendido de la realidad que vivimos ni han medido el hondo abismo donde Chile caía”.
En esa perspectiva, los líderes nacionalistas retomaban el discurso decadentista que justi-
ficaba la intervención militar, pues la lucha contra la Unidad Popular había sido para
evitar la destrucción de la nación, con todos los medios a su disposición, sin “dar ni pedir
cuartel”, todos unidos bajo el ideal nacionalista. La lucha había creado conciencia en el
pueblo, como lo demostró el despertar de las mujeres, los jóvenes y los gremios, pues
frente a la agresión marxista nadie pudo permanecer impasible. En esa lucha a muerte, las
fuerzas armadas habían cumplido con su misión, ya que “Cuando la patria se deshace, se

30
Qué Pasa, 2 de noviembre de 1978, p. 19. Patricia Arancibia Clavel, op. cit., p. 200.
31
Agradezco a Fabián Yáñez, funcionario de la sección Periódicos de la Biblioteca Nacional, haber
llamado mi atención sobre la continuación de este medio después del 11 de septiembre de 1973.

31
divide, se frustra, resulta monstruoso pensar que pudieran permanecer encerradas en los
límites de un profesionalismo prescindente, como un monje en su celda”32. En otras pala-
bras, Arnello reactualizaba el planteamiento nacionalista, de origen pratista y defendido
por sus seguidores dentro del partido, de que la existencia de la nación correspondía a los
institutos armados, toda vez que ellos eran responsables de su seguridad externa e inter-
na. Como mencionamos en la sección anterior, desde los años cuarenta el nacionalismo
estaba proponiendo una integración activa de los militares a la vida política, moción que
no encontró eco en esa época, pero que al agudizarse el conflicto social a mediados de los
sesenta, fue recepcionado por la nueva derecha política, especialmente explícito en el
programa preparado para 1970 de la “Nueva República”, donde se reconocía expresamen-
te este papel para las fuerzas armadas. El análisis de Arnello, sin embargo, iba más allá,
toda vez que insistía en que la purificación nacional y la puesta en marcha de una verdade-
ra acción rectificadora recaía en dichas entidades, más que en los civiles, en tanto ellas
encarnaban los ideales nacionalistas. Justificando la presencia militar en el gobierno, afir-
maba: “La fuerza pública que la patria se ha dado, no es ni será jamás renuente a su
misión. Hoy la han asumido. Todo el país cansado de la destrucción, protestando con vehe-
mencia y heroísmo, exige definir el camino de Chile. Las fuerzas armadas han definido ese
camino: es el camino nacionalista que nos marca la tradición y que abre el destino históri-
co de Chile”33. Es decir, esperaba que fueran ellas quienes llevaran adelante la revolución
nacionalista, abdicando de su protagonismo, como también hicieron otros movimientos de
esa naturaleza, como fue el caso de ‘Patria y Libertad’.
De acuerdo a este diagnóstico, el gobierno militar no debía ser transitorio, sino que-
darse por un largo período, como lo requería la rectificación. Adhiriendo a los
planteamientos del Secretario General de Gobierno, coronel Pedro Ewing, se consideró
que “es inevitable: restaurar el país y restañar las heridas…hay que reanudar la senda de
la chilenidad”34. Esto fue argumentado en función de la tesis de la decadencia nacional y
de la crisis terminal a que había llegado el país, pues la experiencia marxista había provo-
cado graves quebrantos, el caos y la anarquía, lo cual no había sido sino la culminación de
los “vicios congénitos del régimen político chileno anterior a 1970, obligando a una recti-
ficación a fondo del mando político de nuestro Estado”. Esto suponía modificar no solo
métodos equivocados, sino también “hábitos, derechos y hasta conceptos arraigados”35.
Toda la vida nacional estaba desquiciada, como lo demostraban una economía enferma,
una agricultura arruinada, una inflación desbocada y un Estado en quiebra; “era la des-
trucción misma de la patria. El caos, la anarquía total, el suicidio nacional”. Chile había

32
Mario Arnello “La definición que Chile esperaba”, Tribuna, 21 de septiembre de 1973, p. 5.
33
Ibíd.
34
“Otra actitud ejemplarizadora”, Tribuna, 25 de septiembre de 1973, p. 5.
35
Mario Arnello “Metas para un pueblo que se levanta”, Tribuna, 2 de septiembre de 1973, p. 5.

32
sido salvado de su destrucción, lo cual hacía imprescindible una rectificación radical, lo
que “permite salvar el presente y asegurar el éxito en el futuro”36. En ese sentido, los
males de Chile no provenían de la época de la Unidad Popular, como sostenían algunos
sectores que habían apoyado el golpe, sino constituían la última etapa de un largo período
de decadencia, originado en factores diversos, logrando el marxismo infectar todo el orga-
nismo nacional, pues éste ya estaba debilitado por dolencias crónicas, especialmente la
pérdida del sentido de nacionalidad y la penetración de tendencias políticas extranjeras.
Esto exigía no volver al juego político partidista y electoral que había dominado la histo-
ria del país, pues se volvería a dar prioridad a lo que dividía, debilitaba y corrompía,
postergando al país real que trabajaba, se esforzaba y sufría. Esta forma de analizar la
historia del país, era una antigua tesis desarrollada por Jarpa siendo presidente del Parti-
do Nacional, cuando aseveró que existían dos Chile, el país ficticio, dominado por el
partidismo, la politiquería y el estatismo; y el país real, el del pueblo que trabajaba. La
lucha que, a su entender, daban los nacionales era por acabar con el país ficticio, idea
retomada en los momentos en que el régimen militar buscaba los rumbos a seguir. No
concentrarse en el país real, implicaba que “la ejemplar resistencia de la inmensa mayoría
de los chilenos al gobierno marxista, y la acción militar del 11 de septiembre, serían
esfuerzos y sacrificios perdidos, porque los factores de la decadencia quedarían subsis-
tentes y el ciclo fatal volvería a empezar, para llevarnos de nuevo a la crisis”37. En esa
perspectiva, cuando se preguntaba respecto a la duración del régimen militar, su respues-
ta se relacionaba con la necesidad de una conducción certera y la magnitud de la obra a
emprender, toda vez que “no es una tarea de pocos días. Ni puede ella apretarse fríamente
en consignas o someterse a plazos fatales”. De modo que se extendería “tanto como sea
necesario”38.
Esta abjuración de su protagonismo fue consistente con su defensa acérrima del “re-
ceso político” decretado por el gobierno, dedicándose la directiva del partido a solucionar
las deudas heredadas de la etapa previa, mientras los locales serían manejados según
señalaban los estatutos, pero no habría actividad política. Jarpa volvió a sus actividades
agrícolas, Arnello pasó a ser fiscal de LAN, por lo cual fue desligado de la colectividad,
colaborando en calidad de “independiente”. Según Jarpa “Nosotros no estamos desarro-
llando ninguna actividad política, porque queremos colaborar derechamente con el
propósito de la Junta de Gobierno de reunificar a los chilenos”. Esta decisión era ligada

36
Mario Arnello “Posición nacionalista: Trabajo y sacrificio que Chile exige”, Tribuna, 20 de octubre de
1973, p. 4.
37
Sergio Onofre Jarpa “¿Cuánto tiempo debe gobernar la Junta Militar?”, Tribuna, 24 de noviembre de
1973, p.5.
38
Mario Arnello “Metas para un pueblo que se levanta”, Tribuna, 29 de septiembre de 1973, p.5 y Sergio
Onofre Jarpa, Ibíd.

33
por Jarpa con la historia del Partido Nacional, una colectividad nacida, a su entender, con
tres tareas específicas: una actitud antimarxista intransigente; la apertura de una posibi-
lidad chilena y nacionalista para enfocar los problemas del país, y llevar al debate político
los proyectos que verdaderamente interesaban a la nación. Los nacionales habían denun-
ciado desde sus inicios el monopolio partidista, propugnando una línea política ajena a
ellos, de corte nacionalista, como la emprendida por la Junta, porque su aspiración de
liquidar dicha concentración de poder no se pudo cumplir bajo la bandera de los naciona-
les. Así, a pesar de los éxitos alcanzados en sus cortos años de existencia, la meta del
partido de “cambiar el curso de la historia de Chile para librarlo de la decadencia, era
demasiado ambiciosa para que la realizara un solo partido”. Por lo tanto “habiendo cum-
plido nuestra tarea, hay que dejar la responsabilidad de conducir a nuevos equipos, que
aporten un bagaje también nuevo de ideas, capacidad, tecnología y, sobre todo, voluntad
realizadora”39. Con estas palabras, el ex presidente de los nacionales se refería fundamen-
talmente a las fuerzas armadas, pero también a los ‘independientes’, es decir, los civiles,
quienes se integrarían al gobierno pero no en calidad de militantes partidarios. Era la
hora de “caras nuevas” y no de los viejos y caducos políticos.
¿Cómo se mantendría la doctrina nacionalista, entonces? Mediante actividades inte-
lectuales y periodísticas, acciones sociales, deportivas o gremiales. En otras palabras, debían
“encauzarse a través de los nuevos organismos que cree al efecto el gobierno” y que “no se
planteen en términos de partido, sino de colaboración con un régimen nacionalista y de
creación de un Estado Nuevo, o sea, con la Junta”40. Esta convicción se apoyaba, además,
en el curso que iba tomando el nuevo régimen, especialmente la personalización en la
figura del general Pinochet, quien durante un discurso de fines de 1973, aseguró que el de
las fuerzas armadas no sería un gobierno “puente” entre dos de tipo tradicional, sino se
haría una transformación profunda. En consecuencia, no sería un gobierno de transición,
siendo innecesaria la mantención de la estructura partidaria, pues la tarea sería larga,
surgiendo luego una nueva generación “con un nuevo criterio y un nuevo estilo”, momento
para el que se necesitaría un “movimiento, es decir, una movilización espiritual y orgánica
de la opinión pública en torno a los ideales ya diseñados por la Junta”41.
Desde ese punto de vista, Jarpa y sus seguidores dentro del Partido Nacional esperaban
la desaparición de los partidos, pues la reconstrucción tardaría por lo menos “diez años”.
Esperaban que no recomenzara la política y las campañas electorales que tanto daño habían
provocado, estando convencido “que los actuales partidos se van a terminar, por responder a
un esquema político que ya no existe. Desaparecerá su monopolio de las decisiones naciona-
les y no podrán inmiscuirse –como lo hacían antes– en gremios, universidades, etc.”. En el

39
“Risas y lágrimas del ‘receso’”, Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, pp. 6-7; 25 de enero de 1974, p. 17.
40
La primera cita en Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, p. 7, la segunda, 25 de enero de 1974, p. 17.
41
Qué Pasa, 25 de enero de 1974, p. 17.

34
futuro, no podrían existir “partidos cerrados, sino opiniones políticas en un marco amplio y
fluido”, acotaba Arnello42. Transcurrido cierto tiempo, Jarpa llegó aun más lejos en su aver-
sión partidaria, planteando que el receso era muy limitado y debía avanzarse a la “disolución”
de esas colectividades, porque el receso era una fórmula vaga, no entendida por todos de
igual manera. El Partido Nacional había seguido de “buena fe” la decisión gubernamental de
suspender la lucha política, pero no ocurrió igual en todos los casos. La disolución habría
sido más beneficiosa, porque ello habría liberado a los militantes de las instrucciones de los
dirigentes y les permitiría integrarse con “un sentido creador”43.
En suma, la justificación de la autodisolución era coherente con la posición adoptada
por Prat, Jarpa y los nacionalistas desde los orígenes del partido y acentuada desde 1972,
buscando a través de tal decisión alcanzar las metas nacionalistas, postergadas desde siem-
pre por las exigencias participativas y de debate de la democracia representativa. Como
varios trabajos han sostenido, el proyecto autoritario existente en el Partido Nacional des-
de los años sesenta no podía alcanzarse dentro del orden vigente hasta 1973, siendo la
dictadura pinochetista el marco preciso en el cual podría desarrollarse. Desde la óptica de
este trabajo, esa hipótesis es correcta, pero solo en cuanto identifica a un sector del parti-
do, el que incluía a su propio presidente. Efectivamente, Jorge Prat, Sergio O. Jarpa y
Mario Arnello –los más señeros de esa tendencia– nunca tuvieron real convicción en el
sistema democrático-liberal, participando en distintos movimientos a lo largo del siglo XX
que buscaban su eliminación y reemplazo por un orden de inspiración corporativa. La
coexistencia dentro del Partido Nacional con corrientes de orientación opuesta, de corte
liberal, hicieron imposible la materialización completa de este anhelo, como también la
necesidad de utilizar un discurso democrático para derrotar a la Unidad Popular. Una vez
logrado este objetivo, era natural que estos sectores pusieran todas sus esperanzas en las
fuerzas armadas, vistas por ellos desde los años cincuenta y, especialmente, desde 1967,
como los únicos vehículos que harían posible la ansiada revolución nacionalista.
Considerando esta forma de percibir el proceso histórico-político en que se había visto
envuelto el partido, los nacionalistas creyeron que por primera vez en el siglo existía la
posibilidad de superar esa lacra que era el pasado e iniciar una nueva etapa histórica.
¿Qué era, exactamente, lo que debían hacer las fuerzas armadas en el poder?
En primer lugar, la unidad nacional pasaba por el reencuentro entre “hermanos”, termi-
nando con los odios fomentados y atizados por el marxismo, provocando un clima de confrontación
en las relaciones entre patrones y trabajadores, entre marxistas y no marxistas. Sin la unidad
nacional, no existía posibilidad de comprender que la restauración nacional les competía a
todos los chilenos, en tanto todos eran responsables de su destino, porque Chile “somos todos
nosotros”. Esta apuesta de armonía social requería, por una parte, preocuparse por aquellos

42
Jarpa y Arnello, en Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, pp. 7-8.
43
“Jarpa responde a Sáenz”, Qué Pasa, 20 de febrero de 1975, p. 19.

35
sectores ciudadanos de más escasos recursos, aunque sin dejar de fomentar la producción;
pero, al mismo tiempo, necesitaba no hacer exigencias más allá de lo posible, de lo proceden-
te44. Esto significaba reconocer que la marginalidad era “inaceptable” desde un punto de vista
ético y moral, siendo uno de los principales escollos para la integración nacional, pues de esos
núcleos se nutría la izquierda colectivista: “¿qué puede representar la nacionalidad, la patria,
el Estado, las tradiciones y el destino común para quienes carecen de educación, de formación
moral, de trabajo estable, de vivienda y, muchas veces, hasta de alimentos?. Lo más probable es
que sin perspectivas de progreso, se transformen en rebeldes frente a una sociedad que le
cierra todas las puertas”45. Esta preocupación por lo social era uno de los ejes del programa de
la “Nueva República”, donde se habían insertado varios acápites a este respecto, especialmen-
te en lo referido al problema de la desnutrición y la falta de viviendas populares46. En ese
sentido, la presencia militar en el gobierno debía apuntar a la superación de esta pobreza, pues
ella era el caldo de cultivo del desarrollo del marxismo, pero también de la demagogia y del
partidismo, los cuales se nutrían, a su entender, de esa realidad. Esta perspectiva nacionalista,
derivaba en una mirada crítica de capitalistas y liberales quienes creían que este mal no era
sino el reflejo de la desidia popular: “¿cuántas veces hemos oído la afirmación de que en Chile
todos pueden progresar y el que no progresa es por flojo o por borracho? Este es un típico
tranquilizante burgués. La justificación para no hacer nada”, afirmaba Jarpa en el artículo que
estamos citando. Estaba científicamente comprobado que una alimentación adecuada en los
primeros años eran vitales para su ulterior desarrollo, sin la cual adolecerían de retraso mental,
coartando para siempre su futuro. Este tipo de realidades, comúnmente iban asociadas a una
familia mal constituida, carencia de una vivienda digna, ausencia de disciplina y de asistencia
a la escuela, todo lo cual auguraba malos empleos o la opción por la delincuencia. La magnitud
del problema hacía imposible pensar que pudiera superarse sin estímulos externos. En otras
palabras, no bastaba el esfuerzo personal y allí es donde debía entrar la acción del Estado.
Como afirmaba Jarpa “Para superar esta situación no sirven las actitudes piadosas ni las dona-
ciones de caridad. Se necesita la acción resuelta del gobierno, mediante un plan concertado de
todos los organismos técnicos responsables en los diversos aspectos económicos, sociales y
culturales que se deben abordar”47.
Este era un aspecto central del pensamiento nacionalista que representaba Jarpa y
sus seguidores y que se alejaba de la herencia del nazismo chileno, mucho más estatista.
Es oportuno clarificar que Jarpa no era un neoliberal de estilo Chicago, como los que
empezaron a campear por esos días, sino un defensor de la propiedad y de la iniciativa
privada en el marco de un estatismo asfixiador de ella, como lo había sido el nazismo

44
Tribuna, 13 de octubre de 1973, p. 5.
45
Sergio O. Jarpa “Desafío a la miseria”, Tribuna, 2 de noviembre de 1973, p. 5.
46
Programa del Partido Nacional La Nueva República, Chile 1970, sección 4, pp. 19-46.
47
Sergio Onofre Jarpa “Desafío a la miseria”, en op. cit.

36
alemán y, a sus ojos, la Unidad Popular. La defensa de la propiedad privada, en este caso,
iba a la par del desarrollo social, como lo fue el experimento alemán de la segunda post
guerra, cuyo símbolo fue Ludwig Erhard, un neoliberalismo con un manto de corporativis-
mo. Es decir, era un nacionalismo aún estatista, en tanto se le reconocía al Estado un papel
central en una sociedad más justa, encargado no solo de promover la iniciativa individual,
sino de extender la propiedad entre los sectores medios y reconocer constitucionalmente
los derechos de los trabajadores. Por ello, el proyecto nacionalista de Prat y Jarpa siempre
fue, y siguió siendo después del golpe, la integración de los gremios a la vida política. Su
rechazo a los partidos se relacionaba, precisamente, con su falta de representatividad, en
tanto una minoría de la población militaba y todas las decisiones eran tomadas e impues-
tas por una cúpula. Al contrario, los cuerpos intermedios representaban a la verdadera
sociedad, por lo que la “Nueva República” debía dar vida a un Estado sólido, condición
que “dependía de la incorporación a él de los poderes reales que existan en la nación la
clase media profesional. La apacible comunidad rural cedió su lugar a la dinámica comu-
nidad gremial. El selecto grupo de ciudadanos que inclinaba la balanza electoral se ha
convertido en una democracia multitudinaria donde adquieren relevancia la mujer y la
juventud”. De acuerdo a ello, se disentía de la decisión de la Junta de desmovilizar a los
organismos intermedios, en circunstancias que la lucha contra la Unidad Popular la ha-
bían liderado los gremios, echando por tierra la idea arraigada de que ello era impropio,
demostrando que los gremios “no deben estar ausentes de la vida política de la nación”,
pues esta nueva etapa requería “ahora más que nunca, un nivel de colaboración y apoyo
que no solo debe efectuarse en el ámbito de las actividades de cada persona, sino especial-
mente en torno a aspiraciones de orden colectivo que no pueden dejarse de lado”48. En ese
sentido, era la hora de las definiciones, pues –como aseveraba Arnello– era el destino de la
patria lo que estaba en juego, su esencia, su porvenir, lograr que la soberanía de la patria
residiera no solo en un Estado omnipotente y monopolizador, sino que floreciera armóni-
camente en todas las entidades naturales del hombre, dejando desenvolverse a las regiones,
los gremios, las comunas, la vecindad, la familia. Esta apuesta corporativa alcanzaba su
total despliegue en el análisis de Jarpa, cuando defendía la tesis de que la normalidad
política solo llegaría cuando el nuevo Estado “estuviera organizado y consolidado cuando
se haya dictado una nueva Constitución para reemplazar la democracia formal, monopolio
de los partidos, por una democracia orgánica en la que todos los chilenos puedan hacer
valer sus derechos y tener posibilidades de participar”49.

48
Alvaro Arriagada “Bases de la Nueva República”, y Filipos “Gremios y política”, en Tribuna, 25 de
septiembre de 1973, p. 5, y 10 de noviembre de 1973, p. 4; Germán Domínguez “La comunidad organiza-
da y la restauración nacional”, Tribuna, 15 de noviembre de 1973, p. 4. Jorge Prat murió a fines de 1971.
49
Sergio O. Jarpa “¿Cuánto tiempo debe durar la Junta Militar?”, Tribuna, 24 de noviembre de 1973, p.
5, y Mario Arnello “Sacrificar lo que divide”, Tribuna, 19 de diciembre de 1973, p. 5.

37
La democracia orgánica había sido explicitada por el presidente de los nacionales a
fines de 1968, pocos meses después de la elección de la directiva y era la manifestación
fehaciente de su carácter antiliberal. En medio de la ilusión de los primeros días post
golpe, ese anhelo renació.
Como sabemos, él no tuvo buen destino. Junto con otros sectores del bloque insurrec-
cional a la Unidad Popular, el Partido Nacional fue desplazado del poder y sus líderes más
representativos salieron del país, ocupando embajadas –como Jarpa y Bulnes– y, en el
mejor de los casos –como Patricio Mekis o Alfredo Barros A.– municipios. El proyecto
nacionalista sucumbió en las manos de las fuerzas armadas, en quienes precisamente se
habían depositado todas las esperanzas. No es el propósito de este trabajo especular por
qué ocurrió, pues ese mismo fue el destino de ‘Patria y Libertad’ o el ‘Movimiento Nacio-
nal Sindicalista’. En otra parte hemos propuesto que el proyecto nacionalista atentaba
contra la desmovilización social buscada por los militares en el poder como una de sus
principales prioridades, pues ella suponía poner en actividad las distintas organizaciones
gremiales, abriendo la posibilidad para una resurrección de la política50. La aspiración
sindicalista y gremialista de Jarpa representaba un riesgo de dinamización social que Pi-
nochet no estaba dispuesto a correr, que fue la razón por la que en 1975 también sucumbió
la apuesta de los oficiales corporativistas, como Gustavo Leigh u Oscar Bonilla. La supera-
ción de la pobreza debería provenir por otro camino. A pesar de este desplazamiento, este
segmento de los nacionales nunca perdió su fe en las fuerzas armadas y siguió colaboran-
do en coyunturas y cargos específicos, como fue el caso de Jarpa, nombrado embajador en
Argentina en 1978 con motivo de la inminencia de un conflicto bélico, o de Arnello, emba-
jador ante las Naciones Unidas.
A pesar del fracaso, su escepticismo y desprecio por la democracia liberal no desapareció,
pues ella reapareció con todo su vigor a raíz del discurso de Chacarillas en julio de 1977, con
motivo del cual Jarpa reiteró la crisis mundial que afectaba a la democracia, siendo urgente
una renovación para no ser destruida desde dentro. La amenaza del comunismo hacía im-
prescindible la existencia de una instancia superior representativa de la nacionalidad, como
símbolo de unidad y cimiento que diera permanencia al Estado, recogiendo las tradiciones
para proyectarlas al futuro. Asimismo, la publicación del Anteproyecto Constitucional pre-
sentado por la Comisión Ortúzar a mediados de 1978, fue motivo de duras críticas “porque
repone la democracia chilena sobre las mismas bases que lo hacía la Constitución de 1925,
nace mirando para atrás, tratando de evitar los riesgos que Chile sufrió con una enorme
cantidad de medidas restrictivas... al proyecto le falta espíritu para ser la Constitución del
Chile nuevo. No cree en la creación de un Chile nuevo”51.

50
Verónica Valdivia O. de Z. El golpe después del golpe. Leigh vs. Pinochet (1960-1980), (Lom: 2003), cap. 5.
51
“¿Hacia dónde va la democracia?”, Qué Pasa, 18 de agosto de 1977, pp. 14-15; Mario Arnello, Cosas, 31
de julio de 1978, p. 26.

38
Como le ocurriera a los nacionalistas luego de la desaparición del Movimiento Nacio-
nal Socialista chileno a fines de los años treinta, el nacionalismo enquistado en el Partido
Nacional debió volver a su histórica marginalidad, a las oscuridades del sistema, para
esperar mejores tiempos, una nueva coyuntura crítica que augurara su hora.
La otra fracción del Partido Nacional evaluó el golpe desde una óptica bastante distin-
ta. Como explicamos antes, la decisión de disolver el partido no fue aceptada de buen
grado por el grupo encabezado por Fernando Ochagavía ni por el senador Francisco Bul-
nes. Esto significó la mantención del Club Fernández Concha como lugar de reunión de
algunos dirigentes nacionales, aunque conservó su carácter de club social, reuniéndose su
directorio todas las semanas, esto es, Fernando Ochagavía, Inés Concha, Engelberto Frías,
Ladislao Errázuriz y Enrique Curti. Según el testimonio de Jarpa, este grupo mantuvo la
existencia del partido, designando como presidente a Carmen Sáenz, pero el receso los
coartó, no pudiendo volver a ser una verdadera orgánica. Dado que esta fracción creía que
el gobierno necesitaba asesoría política, algunos de ellos se apersonaron prontamente ante
las nuevas autoridades a ofrecer su colaboración: “En la noche del 12 de septiembre [de
1973] nos ofrecimos para ir a Naciones Unidas, Zaldívar o Hamilton, por la Democracia
Cristiana, Aguirre Doolan y yo [Patricio Phillips], sin que nos pagaran, para explicarle al
mundo lo que pasaba en Chile. El primer día nos dijeron que bueno y después nos dijeron
‘No, porque son políticos’”52. Esta displicencia de los militares, incidió para que el “rece-
so” impuesto fuera percibido en ese momento como un error, porque otros partidos seguirían
funcionando y eso dejaba a los nacionales en una posición debilitada. Transcurridos algu-
nos años, la percepción fue que el receso había sido hasta cierto punto necesario para
apaciguar los ánimos, pero que su efecto había sido desastroso, porque, a juicio de Luis
Valentín Ferrada, ex dirigente de la Juventud Nacional, había restado la participación
ciudadana, la cual no encontró cauce alguno. Para otros, el acatamiento del receso empeo-
ró cuando ello permitió que civiles ajenos históricamente al juego político se fueran
imponiendo, levantando un discurso furibundamente antipartidario. Todos coincidían en
que tal diatriba en contra de los políticos había sido injusta53 . En ese sentido, la conjun-
ción del receso y el desinterés de las autoridades por contar con su colaboración, convirtió
al agonizante Partido Nacional en un espectro, sin influencia alguna.
Aún así, una de sus más destacadas figuras –el senador Francisco Bulnes– dejó muy
pronto en claro cuál era su postura, la que de alguna manera reflejaba la de gran parte de
esta fracción. Tanto en una entrevista concedida a la periodista Silvia Pinto, también ex
militante nacional, como durante un programa de televisión, Bulnes reiteró su apoyo a la

52
Patricio Phillips “Los liberales nos estamos organizando en todo el país”, Cosas, 16 de agosto de 1979,
p. 17.
53
“La derecha política”, Qué Pasa, 2 de noviembre de 1978, pp. 18-19.

39
salida golpista, aun cuando hasta los últimos momentos utilizó el Congreso para tratar de
inhabilitar al presidente Allende y encontrar una salida política al conflicto. No conside-
raba aquello una derrota, pero sí un motivo de preocupación. De allí que frente a la falta
de claridad respecto del futuro del país que existía en ese momento, señaló ser partidario
de recomponer un orden jurídico, en el cual las decisiones estuvieran sometidas a las
leyes y no a la arbitrariedad. En otras palabras, “miro el sistema actual no como una solu-
ción definitiva destinada a prevalecer por mucho tiempo. Lo que se aplica es un correctivo,
doloroso, que hay que aplicar para que la libertad y la democracia vuelvan a surgir en
Chile”54. Esta posición, como es evidente, se alejaba bastante de la sostenida por Jarpa y
Arnello, quienes creían en un gobierno militar de larga duración; Bulnes estaba senten-
ciando la necesidad de su carácter transitorio. Coherente con ello, y en medio de la discusión
generada por la presentación del Memorándum Constitucional entregado por la Comisión
Ortúzar en los últimos días de octubre de 1973, no estaba de acuerdo con quienes plantea-
ban la necesidad de una nueva Constitución. A su entender, el sistema necesitaba correctivos
eficaces, porque estaba en “decadencia” y había hecho crisis. No obstante “yo no creo que
el corregir, hacer una democracia depurada, signifique necesariamente hacer una nueva
Constitución de principio a fin”. Tal precisión tenía varias implicancias: en primer lugar,
reivindicaba la validez y actualidad de la Constitución de 1925, rechazando la visión abso-
lutamente negativa que por esos días se hacía del pasado, particularmente de la acción
partidaria y de los políticos. Significaba, asimismo, una reiteración de lo defendido por la
dupla conservadora-liberal dentro del Partido Nacional, de que se requería una reactuali-
zación de la democracia existente, apuntando a un orden más restringido y autoritario,
pero que conservaba sus elementos sustanciales, como eran las libertades y el pluralismo.
En consecuencia, las palabras de Bulnes eran una valorización de la democracia represen-
tativa de raíz liberal y no una negación de ella como la que hicieron Jarpa y sus seguidores.
Esto quedó absolutamente claro, cuando durante la entrevista contradijo a quienes
estaban a favor de un orden no liberal, sino corporativo. Frente a ello Bulnes afirmó: “algu-
nos piensan que lo principal debe ser sustituir el régimen de partidos políticos, de un
Congreso con distintas corrientes ideológicas, por un sistema corporativo. Soy contrario a
ello”. A su juicio, sería muy difícil determinar en un Congreso de esa naturaleza cómo
participarían los distintos gremios y las equivalencias entre ellos, juicio que no descono-
cía para nada el papel relevante que los gremios habían jugado en la lucha contra la Unidad
Popular, pero “volvamos a los tiempos normales. Los gremios son sustancialmente repre-
sentantes de intereses económicos o, al menos, de un sector muy determinado de la sociedad.
Una Cámara Corporativa no integraría al país sino que se entregaría a la competencia de

54
La Segunda, 2 de noviembre de 1973, p.12. Los planteamientos de Bulnes que siguen serán extraídos
de esta fuente. Es posible encontrar un resumen de esta entrevista en Qué Pasa, 8 de noviembre de
1973, p.8.

40
los distintos intereses de sectores. Tenemos que pensar que todos los vicios que pueden
penetrar en un partido político también ocurren en un gremio. Y tal vez con más facilidad.
Así veríamos las asociaciones más extrañas para obtener determinado beneficio”. El cor-
porativismo había sido la gran línea divisoria, en términos ideológicos, dentro del Partido
Nacional, pues aunque todos estaban de acuerdo en la necesidad de reponer el sentido de
autoridad, la jerarquía y la disciplina, su referente doctrinario era distinto, lo cual explica
por qué la proposición de integración política gremial fue resistida como proyecto conjun-
to, como también la imposición de una directiva autoritaria que “disciplinara” estrictamente
a sus parlamentarios. La ‘rebeldía’ de senadores como Francisco Bulnes o Armando Jara-
millo a seguir ciegamente las instrucciones de la Comisión Política en 1967 fue la razón
para la salida de Jorge Prat del partido, pues a su juicio, el Nacional no había logrado
convertirse en un verdadero movimiento renovador y era un partido político tradicional
más. El rechazo explícito de Bulnes al corporativismo al mes y medio del golpe, cuando los
grupos antiliberales corporativos dominaban en los círculos militares, era la evidencia de
la esquizofrenia que dominó la vida del Partido Nacional.
Esta defensa de la democracia liberal fue explicitada por Bulnes durante la entrevista,
cuando la periodista le consultó cuál debía ser el nuevo régimen constitucional, a lo cual
respondió “sobre la base de partidos políticos”. Era evidente, a su entender, que ellos
deberían ser modificados para evitar su recaída en los mismos vicios y evitar que su senti-
do fuera esencialmente político, lo cual podría lograrse “despolitizando lo más que se
pueda el Senado”. Esto implicaba desvincularlo del interés electoral directo, siendo los
senadores elegidos por toda la República a través de un colegio electoral único para desli-
garlo de las asambleas. Los senadores no deberían ser reelegidos hasta transcurrido un
período completo, ni ser elegidos para Presidente de la República siendo senadores y has-
ta un cierto número de años después de cesado en el cargo. Estos cambios permitirían, a su
entender, despolitizar la actividad senatorial, contar con cierta selección y separarla de
los partidos. Esta Cámara debería tener la facultad de llamar a plebiscito respecto del
Presidente de la República, contando con una mayoría no precisada, aunque inferior a los
dos tercios que anteriormente se exigía, pero que en la realidad no se producía. Esto, por
supuesto, era un efecto de lo ocurrido durante de la Unidad Popular, experiencia que afinó
la tendencia autoritaria, de democracia restringida, que ya propugnaban en los sesenta.
La propuesta senatorial significaba terminar con la elección directa y reemplazarla por la
elección de electores, en la que cada circunscripción electoral elegiría a un número de
ellos, quienes escogerían a los triunfadores. Más que despolitizar el Senado, esta reforma
apuntaba a su elitización. Consistente con esto, también proponía que todas las elecciones
de origen popular debían tener una segunda vuelta, pues tanto el legislador como quien
gobernaría deberían ser elegidos por mayoría absoluta, lo cual permitía que las fuerzas
democráticas compitieran libremente en la primera vuelta, y luego juntas contra el mar-
xismo. Por último, también debería eliminarse la inestabilidad legislativa, especialmente

41
en el terreno económico, debiendo implantarse en la Constitución una serie de normas
que restringieran la iniciativa parlamentaria en esa materia.
En concreto, estas medidas corroboraban la apuesta por una economía social de mer-
cado que había defendido el Partido Nacional, donde la propiedad privada sería
“esencializada”, esto es, considerada lo natural, conservando el Estado algunas atribucio-
nes esenciales. Confirmaba, asimismo, su rechazo a la democracia ampliada que había
caracterizado al período 1967-1973 y la preferencia por una restricción de las atribuciones
del electorado, aun cuando se seguía reconociendo, implícitamente, el sufragio universal.
Es decir, se aceptaba la democracia representativa, pero con los controles que habían ca-
racterizado el dominio oligárquico durante la última parte del siglo XIX.
Respecto del marxismo, Bulnes se alejaba sustancialmente de los nacionalistas en su
intrasigencia y proclividad a una solución exclusoria y represiva, siendo partidario de la
exclusión solo de aquellos que propugnaran métodos violentos e impugnaran el sistema en
vigor, pretendiendo destruirlo. No obstante, desde su punto de vista no creía que “se pu-
diera prohibir la participación de gente por ser de alguna manera marxista… dependía de
los correctivos. Pero los sistemas no democráticos se corrompen y llegan a vicios peores…En
general, los regímenes no democráticos sucumben al cabo de poco tiempo al peso de sus
errores y vicios”. El conservadurismo volvía en gloria y majestad.
En suma, las declaraciones de Bulnes eran una manifestación del quiebre explícito
que el golpe militar produjo al interior del Partido Nacional, y que su autodisolución fue
más un producto del momento de fuerte polarización, como, en importante medida, una
imposición de Jarpa.
¿Hasta qué punto pueden considerarse las palabras de Bulnes la expresión de la fracción
liberal del partido?. Ella era coincidente con las declaraciones que algunos de sus persone-
ros comenzaron a hacer después de mediados de la década. Tal vez es importante recalcar la
marginación de este grupo del debate político ocurrido entre 1973 y 1976, el cual fue copado
por los gremialistas, los Chicago y algunos exponentes aislados del alessandrismo (Ortúzar,
Boetsch). Bulnes fue escogido como embajador en Perú, donde residió hasta 1978, cuando
fue declarado persona no grata, cargo que lo mantuvo alejado del debate y la toma de deci-
siones del gobierno; los demás volvieron a sus actividades profesionales (Monckeberg a la
medicina; García Garzena a su oficina de abogados, etc.). Es decir, en esos primeros cuatro
años, lo que caracterizó a este grupo fue el silencio. Sin embargo, con motivo del discurso de
Chacarillas en julio de 1977 y la presentación del Anteproyecto Constitucional, algunos de
ellos volvieron a la palestra en medio del debate abierto dentro de los cuadros que habían
apoyado al golpe y no se habían pasado decididamente a la oposición. Es importante insistir
en que a pesar de no haber compartido la línea seguida por el régimen militar, estos dirigen-
tes seguían reivindicando la lucha dada contra el marxismo, el golpe e incluso el gobierno. Y
es dentro de ese contexto que debe entenderse su disidencia y también la tolerancia de las
autoridades, totalmente reacias a aceptar opiniones divergentes.

42
El discurso de Chacarillas, anunciando por primera vez plazos para la reinstituciona-
lización y la vuelta a la normalidad política, abrió un espacio para el intercambio de
opiniones. Según Bulnes, el entonces Ministro del Interior, Sergio Fernández, a través de
Fernando Ochagavía envió un mensaje a varios ex senadores nacionales, radicales y su-
puestamente también demócratacristianos, para anunciarles que los plazos seguirían el
anuncio de Chacarillas, es decir, la nueva institucionalidad sería sobre la base de partidos
políticos, con sufragio universal, solicitando su colaboración. Hubo cuatro sesiones de tra-
bajo, en las que se elaboró una respuesta, pero antes de entregársela se produjo una
declaración de Pinochet interpretada por Bulnes como “yo no tengo ni quiero tener nin-
gún contacto con viejos políticos”, expresión que impidió la continuación de las
conversaciones. En esas circunstancias, volvió a reiterar su convicción de que el gobierno
necesitaba asesoría política, pues la democracia “no puede funcionar bien sin el consenso
nacional y en este período se han abierto muchas heridas….nuestras reuniones eran un
germen”. Por eso, consideraba que la presentación de un Anteproyecto Constitucional un
año más tarde –1978– era prematura, siendo preferible la elaboración solo de un estatuto
constitucional provisorio con autolimitaciones de los poderes de la Junta, siendo un docu-
mento susceptible de modificarse y mantenerse el plazo fijo planteado en Chacarillas55.
Uno de los puntos del documento que más escepticismo provocó fue el referido a su
presidencialismo y los partidos. Como se sabe, el Anteproyecto no se inspiraba en el libe-
ralismo filosófico que aceptaba el pluralismo ideológico, sino en una concepción cristiana
del hombre, según la cual los derechos de las personas son anteriores y superiores al Esta-
do. Por ello, aceptaba un pluralismo limitado, rechazando la existencia de los partidos o
movimientos que propiciaran doctrinas consideradas antidemocráticas y que atentaran a
los valores esenciales. Proponía un régimen presidencial fuerte, ampliando la potestad
reglamentaria del Presidente, pudiendo disolver la Cámara por una vez. El derecho a su-
fragio sería a los 21 años y los partidos no tendrían el monopolio en la nominación de
candidatos, mientras sus registros serían públicos. Sobre los poderes del Estado existiría
un Tribunal Constitucional con suprapoderes56.
Juan Luis Ossa, que para los años de la Unidad Popular era el presidente de la Juventud
Nacional, discrepó de la condición desmedrada en que quedaban los partidos, toda vez que
ellos “constituyen un eje fundamental del sistema democrático, el cauce natural de la in-
quietud política de los ciudadanos y deben ser reconocidos como tales, de modo que la gente
pueda expresarse a través de un medio consustancial a la actividad política”57. De opinión
similar fueron Carlos Reymond, vicepresidente del Partido Nacional en 1973, Fernando Ocha-
gavía, Patricio Phillips y Luis Valentín Ferrada, quienes se pronunciaron a favor del sistema

55
“Francisco Bulnes enjuicia el momento político”, Qué Pasa, 29 de noviembre de 1979, pp. 8-9.
56
Qué Pasa, 24 de agosto de 1978, pp. 6-8.
57
Qué Pasa, 2 de noviembre de 1978, p. 20.

43
democrático con elección directa de Presidente. Respecto de los partidos, estaban de acuer-
do en que era preferible formarlos dentro de una concepción nueva y reglamentarlos para
evitar su intromisión en asuntos que no les competían, pero debían ser reconocidos como un
eje fundamental. El contendor de Jarpa en 1968, Julio Subercaseaux, también rechazó el
Anteproyecto porque “es un proyecto empapado de la Doctrina de Seguridad Nacional. Lue-
go no considera al Congreso para nada. No tiene ninguna atribución. Es muy sectaria… Hay
que reorganizarse, formar partidos políticos”58. Ochagavía, Phillips y Ferrada creían que la
transición anunciada era muy importante, porque abría la posibilidad de participación efec-
tiva de los civiles, “de manera que el proceso se lleve adelante en forma natural, sin apuro,
pero sin retraso”. Ferrada era partidario de dotar a la transición de un programa político
concreto, con objetivos y metas bien definidas e “institucionalizar los organismos de partici-
pación”. Por ejemplo, Ossa proponía como etapas, el reinicio de la negociación colectiva, la
apertura a la participación de las organizaciones comunitarias, estudiantiles, para llegar a
los partidos políticos “que deberán ser reestablecidos en algún momento de la transición”59.
Patricio Phillips, uno de los rebeldes del Club Fernández Concha, reconoció que en esos días
había contacto entre ex diputados nacionales, con unanimidad de pensamiento, quienes se
estaban organizando en todo el país. Pero, aclaraba: “hablo de los auténticos liberales, ni
nazis ni retrógrados”60, en una clara alusión a la mixtura que había sido el Partido Nacional,
en una evaluación más bien crítica y sin deseos de repetición. Igual sentimiento expresaba
Subercaseaux, quien afirmaba que al Partido Nacional “no volvería, porque encuentro muy
peligroso su lado nacionalista”, en la entrevista ya citada. A Phillips no le gustaba el Ante-
proyecto Constitucional, “porque tiene que haber un equilibrio de poderes….porque si bien
es necesario que haya un Ejecutivo con atribuciones fuertes, también hay que considerar
ciertas cosas como las libertades que son inherentes al hombre, que deben quedar en la
Constitución y no estar a disposición del gobierno”61. En ese sentido, creía que las condicio-
nes ya estaban dadas “para volver a la democracia, se entiende. Yo no quiero volver a otra
cosa”, afirmó en la entrevista que estamos citando. Igualmente, Francisco Bulnes se declaró
contrario al proyecto por su excesivo presidencialismo, habiendo un número muy pequeño
de materias en las cuales se podía legislar, dependiendo la mayoría del Ejecutivo. En conse-
cuencia, a su juicio, el legislador era el presidente. Coincidía con la facultad de disolver la
Cámara por una vez, pero debía incluirse también su deber de renunciar si la nueva Cámara
elegida le era adversa, como también era partidario de la inclusión de los ex presidentes al
Senado, pero no de los nueve designados. Tampoco compartía la exigencia de tener la educa-
ción secundaria completa para ser elegido diputado, pues eso impedía que representantes

58
Cosas, 12 de abril de 1979, pp. 68-69.
59
Qué Pasa, 2 de noviembre de 1978, p. 20.
60
Cosas, 16 de agosto de 1979, p. 16.
61
Cosas, 16 de agosto de 1979, p. 17.

44
obreros llegaran al Parlamento. Por último, discrepaba de la imposibilidad de reformar la
Constitución, en tanto ésta sancionaba y prohibía la propagación de determinadas doctrinas
políticas. “No estoy de acuerdo con esa disposición. En buena tesis, las generaciones de hoy
no tienen derecho a impedir a las generaciones del futuro que se den las disposiciones cons-
titucionales que les parezcan convenientes”62.
En síntesis, existían diferencias entre ellos, pero coincidían en aspectos centrales. El
primero decía relación con la democracia representativa como el sistema ideal, aunque es
evidente que ya no se trataba de la democracia ampliada de los sesenta, aquella que más
se acercó a su idealidad63, sino a una con más restricciones, pero que seguía ligándose al
tronco ilustrado liberal y revolucionario francés, sin pretender desconocerlo y superarlo
como pretendía la fracción nacionalista. La experiencia Demócrata Cristiana de Frei Mon-
talva y la de la Unidad Popular confirmaron sus temores de los efectos que podía tener la
pérdida del control estatal y optaron por retomarlo, coartando las posibilidades futuras de
un nuevo quiebre de las ataduras. Lo interesante, es que no se buscaba este objetivo mi-
rando al catolicismo tradicionalista, ni al neoliberalismo exacerbado, sino al pasado
histórico, aquel, que con sus errores y deficiencias, parecía ser el orden más justo. Esta
perspectiva era, como queda claro, completamente contradictoria con la evaluación de sus
correligionarios, con quienes finalmente no pudieron seguir conviviendo.
Es interesante constatar que dentro de los sectores liberales y conservadores del feneci-
do Partido Nacional hubo algunos exponentes que no pudieron superar, al menos en estos
años, el trauma sufrido por la Unidad Popular. Como explicamos antes, fueron esos años los
que oscurecieron la historia del partido, toda vez que la colectividad se alineó en contra del
gobierno socialista, desapareciendo aparentemente casi todas las diferencias internas. Como
hemos visto eso no fue así y ellas reaparecieron casi enseguida de lograda la intervención
castrense. No obstante, hubo un par de casos que se aferraron con más fuerza a la expectati-
va de eliminar cualquiera posibilidad de renacimiento de una alternativa pluralista, que
pusiera en jaque el restablecimiento del orden, en los términos ya establecidos: naturaliza-
ción de la propiedad privada y casi eliminación del marco democrático-liberal. Uno de ellos
fue Pedro Ibáñez, uno de los creadores del partido, quien terminó por aceptar íntimamente
el receso, pues para él todo el sistema anterior estaba absolutamente sobrepasado, por lo que
la disolución de los partidos en marzo de 1977 había sido un mero formulismo. Era completa-
mente partidario de su desaparición, pues no se adecuaban a la realidad del momento. Creía
que la gente opinaba de lo que no sabía cuando se hablaba de la nueva institucionalidad y
terminó proponiendo un voto de minoría dentro de la Comisión Constitucional de la que

62
Cosas, 21 de junio de 1979, pp. 12-14.
63
Tal es la tesis de Gómez, para quien, siguiendo la definición de Robert Dahl, el único período de
verdadera democracia en la historia de Chile fue el período 1967-1973. Juan Carlos Gómez La frontera
de la democracia (Lom: 2004).

45
formaba parte –junto con Carlos Cáceres, también nacional–, para eliminar el sufragio uni-
versal e imponer la elección indirecta en materia de autoridades64. El alejamiento de Ibáñez
de su inspiración originaria, es posible haya sido un factor clave en la desaparición del parti-
do después de septiembre de 1973, toda vez que él era una de las figuras centrales en uno de
los ejes de la propuesta programática levantada por los nacionales, como era el proyecto de
economía social de mercado contemplado en la “Nueva República”. Su desplazamiento a las
posturas más contrainsurgentes probablemente debilitó la posibilidad de haber afinado di-
cho proyecto.
Una actitud y opinión semejante desarrolló quien fuera el primer presidente del Par-
tido Nacional, Víctor García Garzena, para quien el sufragio universal había permitido “la
elección de Hitler”, solo siendo útil cuando existían verdaderas “virtudes republicanas”,
no para cuando se trataba de derrotar al adversario en una lucha. Era conveniente escu-
char los consejos, pero la dirección superior no podía quedar sujeta a vaivenes. Por su
parte, Sergio Diez –ex conservador– también se alineó con las corrientes menos pluralis-
tas, declarándose “un conservador tradicional”, aceptando la existencia de los partidos,
pero como “corrientes de opinión”, ajenos a los ámbitos sociales, económicos y culturales.
La participación social, a su juicio, debía ser desvinculada de la política, pues el marxismo
había distorsionado su razón de ser, quitándole al conservantismo su sentido de servicio al
bien común, razón por la cual era conveniente que dejaran de ser estructuras orgánicas
con personalidad jurídica y se convirtieran en corrientes de opinión, bases del pensamien-
to político. Su adhesión a las nuevas tendencias políticas surgidas en el seno de la dictadura
pinochetista quedaron en evidencia en su respaldo irrestricto a ella, mientras muchos de
sus ex correligionarios aprovechaban los pequeños espacios abiertos para disentir, como
lo demostró cabalmente su actuación como embajador ante las Naciones Unidas frente al
tema de los derechos humanos65.
Exceptuando estos casos, la fracción liberal-conservadora de los nacionales recuperó
su confianza en la democracia liberal, aunque más cercana al modelo decimonónico, ya
fuera en su versión portaliana –como era la posición de García Garzena, por ejemplo–, u
oligárquica-parlamentaria, en el caso de Bulnes o Phillips. La evolución política de alguno
de ellos en medio del plebiscito constitucional de 1980 seguiría esta tónica.

64
Ascanio Cavallo et al. La historia oculta del régimen militar (La Época: 1988), p. 242.
65
Pedro Ibáñez en Cosas, 11 de agosto de 1977,pp. 68-69 y Qué Pasa, 2 de noviembre de 1978, p. 21;
Víctor García en Qué Pasa, 28 de julio de 1977, p. 15; Sergio Diez en Qué Pasa, 8 de noviembre de
1973, p. 8; 7 de diciembre de 1973, pp. 15-15; 31 de marzo de 1977, pp. 9-10 y Cosas, 10 de septiembre
de 1980, pp. 10-12.

46
Comentarios finales
En síntesis, la disolución y muerte del Partido Nacional en 1973 fue el resultado inevi-
table de una colectividad que nació de una mixtura ideológica, que nunca pudo ser resuelta.
Las transformaciones estructurales realizadas por los gobiernos de centro-izquierda a par-
tir de mediados de la década de los sesenta, perfilaron el adversario y enemigo al cual
enfrentar y derrotar, rebajando a un lugar secundario un debate profundo al interior del
partido acerca de la definición ideológico-proyectual. Ello se hizo más difícil durante la
lucha contra la Unidad Popular, cuando la urgencia de su derrota era prioritaria, llegando
a la convicción de que el golpe militar era la única salida. Discrepamos de aquellas versio-
nes que ven al Partido Nacional como un todo homogéneo, prácticamente identificado con
Sergio O. Jarpa, como con una unanimidad doctrinaria. Como se ha podido apreciar en
este artículo, el autoritarismo y la defensa de la propiedad privada no eran sinónimo de
hegemonía nacionalista ni neoliberal-Chicago, tendencia casi ausente entre los naciona-
les. La opción por una renovación política sistémica no era equivalente a un desconocimiento
del pasado liberal, sino solo en el caso de la corriente nacionalista. El consenso en torno a
un orden más autoritario provenía de la propuesta de reforma constitucional de Jorge
Alessandri de 1964, proyecto que fue siendo afinado en medio de la lucha política y que,
por lo tanto, tenía una orientación liberal, pero también una interpretación/acomodo na-
cionalista. El autoritarismo no adoptaría la misma forma bajo la mano de Jarpa que de los
liberales. Esta tensión ideológico-política no pudo sobrevivir al golpe, cuando hubo que
pronunciarse acerca de la paralización de toda actividad partidaria y sobre la transitorie-
dad o permanencia del régimen militar, en el marco de un enemigo derrotado y en vías de
aniquilación. En ese momento, las verdaderas posiciones salieron a la luz.

47
LECCIONES DE UNA REVOLUCIÓN:
JAIME GUZMÁN Y LOS GREMIALISTAS, 1973-1980
VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE

“Chile es un país desmoralizado desde un hace un buen número de años.


O, si se quiere, lo es al menos el sector democrático de la ciudadanía, en
contraste con un vigor considerablemente mayor que refleja en su acción
el marxismo internacional, a través de sus bien organizados y disciplinados cuadros.
El triunfo de la Unidad Popular no fue, como pudiera creer más de alguien,
el de una combinación de partidos. Fue el de miles de Comités de Unidad
Popular que tienen su fuerza en una poderosa organización gremial,
poblacional y juvenil, de la cual las estructuras partidarias
son meros coordinadores y representantes.
El partido político ha sido desplazado en su poder de
influencia cívica por la creciente organización social”.
JAIME GUZMÁN, octubre de 1970

“Yo no hago ni ficción ni política de escritorio. Yo estoy metido en el lodo con la gente”.
IVÁN MOREIRA, octubre de 2005

La experiencia de la Unidad Popular constituyó el punto culminante del avance de las


fuerzas democráticas chilenas, en marcha acelerada desde mediados de la década del sesen-
ta, momento en el que se produjo la irrupción de las masas en su camino a la toma del poder.
El proceso reformista ocurrido desde los años treinta, inició, como señala María Angélica
Illanes, la fase revolucionaria, es decir, la lucha por el “gobierno del pueblo”, sustentado en
un proyecto democrático66. Aunque algunos han calificado el programa de la Unidad Popular
como populista, los numerosos procesos ocurridos en esos tres años, revelaron una “revolu-
ción por abajo” que puso en jaque total a la cultura hacendal superviviente aún, a través de
la amenaza vital al derecho de propiedad y la dominación. La liquidación del latifundio a
mediados del año 1972 fue el derrumbe final de la dominación oligárquica, nacida en el

66
María Angélica Illanes La batalla de la memoria (Ed. Planeta: 2001), pp. 156-157.

49
período colonial67. Según el historiador y politólogo Juan Carlos Gómez, la arremetida,
tanto de la Democracia Cristiana como de la Unidad Popular, contra el derecho de propie-
dad privada que resguardaba el poder de las clases dirigentes, a partir de la vigencia de la
ley de reforma agraria de julio de 1967, fue la causa directa de la crisis vivida por el país,
pues ella constituyó el colapso del pacto suscrito bajo la forma de Estado de Compromiso,
treinta años antes, el cual ya no podía mantenerse. Asimismo, analizando las razones de la
instalación de las dictaduras de nuevo tipo en América del Sur en los años setenta, Guiller-
mo O’Donnell ha sostenido que en todos los casos –Argentina, Brasil y Chile– ellos fueron
precedidos por una crisis, la que en la experiencia chilena tuvo la forma de una “crisis de
dominación celular”, la más grave antes del Estado Burocrático Autoritario. Dicha situa-
ción hace referencia a una crisis del fundamento de las relaciones de dominación, donde
se ha puesto en cuestión el orden capitalista mismo y se han aflojado los mecanismos de
coerción. Esto es, el Estado ya no sería capaz de dar garantía para la mantención y repro-
ducción de las relaciones sociales fundamentales. En el momento en que se pone en cuestión
el papel social del capitalista y del empresario, la situación amenaza la liquidación del
orden capitalista existente. Por eso es la crisis política suprema. Ella daría cuenta de una
crisis de hegemonía, donde están en jaque las relaciones capitalistas y la dominación so-
cial misma68.
Fue este carácter revolucionario de la Unidad Popular lo que hizo de la lucha de sus
opositores una empresa ausente de reglas, pues se trataba de impedir el logro de los afa-
nes revolucionarios y la reimposición de la dominación, mediante la exclusión de los sectores
populares políticamente activados. El conjunto de los intereses afectados por el gobierno
popular determinó la emergencia de un bloque insurreccional de amplio espectro, que
incluía a empresarios liberales, políticos conservadores, nacionalistas de ultraderecha y
sectores de centro. Parte de este abanico fue el Movimiento Gremial de la Universidad
Católica a la cabeza de su líder, el abogado Jaime Guzmán Errázuriz. Como se sabe, no
constituyendo el grupo más visible ni el más poderoso de la oposición insurrecta, Guzmán
y los gremialistas lograron, junto con los tecnócratas neoliberales de la Escuela de Chica-
go, convertirse en el soporte ideológico y político más importante del régimen militar.
Mientras los primeros ofrecieron el programa de refundación capitalista que les permitió
a las nuevas autoridades salir de la crisis y resituar a Chile dentro de la naciente economía
transnacionalizada, Guzmán fue el principal arquitecto del edificio institucional que res-
guardaría la dominación.

67
El calificativo de populista al proyecto de la UP, Peter Winn, “La reforma agraria durante la Unidad
Popular” en Sociedad y Desarrollo, 1972; y el mismo autor en Tejedores de la revolución (Lom: 2004).
Sobre el fin de las oligarquías y la reforma agraria, Octavio Ianni “Populismo y relaciones de clase”
en G. Germani, T. Di Tella y O. Ianni Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica (Era: 1973).
68
Juan Carlos Gómez op. cit. (Lom: 2004); Guillermo O’Donnell El Estado Burocrático Autoritario (Ed.
Belgrano: 1982), pp. 52 y ss.

50
La emergencia de este grupo hegemónico al interior del bloque insurreccional69 ha
sido interpretado como parte del proceso de lucha ideológica que se dio al interior de éste
en los primeros siete años del régimen, dentro del cual Guzmán originalmente defendía la
concepción gremial-corporativa, la cual fue abandonando para neoliberalizarse a finales
de la década del setenta, evolución que se plasmó en la Constitución de 198070. La alianza
gremialista-neoliberal habría logrado hacer la “síntesis conservadora de los años 70”, den-
tro de la cual los primeros revitalizaron el ideario corporativista propugnado anteriormente
por Jaime Eyzaguirre, reivindicando el papel de los cuerpos intermedios y el rol subsidia-
rio del Estado, concepción esta última que permitió el acercamiento político e ideológico
con los neoliberales, discípulos de Hayek y la Escuela de Chicago71. Así, el pensamiento de
Guzmán, según la mayoría de los estudios, habría permeado completamente al régimen, el
cual en un comienzo pensaba mantener la Constitución de 1925, decisión que se habría
contrapuesto a los planes de más largo plazo del líder gremialista, quien habría persuadi-
do a la Junta de Gobierno y, especialmente, al general Pinochet, de la necesidad de una
nueva institucionalidad. Guzmán los habría instado a suspender la Constitución de 1925,
afirmando que en 1973 no existía una verdadera institucionalidad ni una democracia, ra-
zón por la cual el régimen militar crearía una, la que se plasmaría en la Constitución de
1980, donde los conceptos de libertad y autoridad guiarían el texto, con lo cual, a su enten-
der, imposibilitó una democracia real72.
De igual manera, se ha propuesto que la razón por la cual este grupo controló los bene-
ficios del golpe estaría en que éste creó el contexto propicio para que el plan derechista de
una nueva etapa capitalista –ya existente en 1970– pudiera realizarse, pues requería de un
régimen autoritario que desmovilizara a los sectores populares y obreros, y debilitara a
sus representantes, los partidos de izquierda. Tal plan era irrealizable en el marco de una
democracia ampliada, de modo que el golpe permitió su materialización. Quienes mejor
encarnaban ese proyecto eran El Mercurio y los gremialistas. El régimen militar habría
puesto en ejecución el proyecto político y económico de la derecha, materia esta última
que significaba la reducción del espacio político y la desarticulación del sistema de me-
diación de las organizaciones sociales y políticas de carácter gremial73. Por último, el
gremialismo de Guzmán ha sido interpretado como un grupo de poder que utilizó las con-
diciones creadas por el régimen autoritario para desarrollar su propio proyecto político, la
construcción de un poderoso movimiento de derecha, concentrando su acción en tres orga-
nismos: la Secretaría General de Gobierno, dentro de la cual se enfocó en la juventud,

69
Manuel Antonio Garretón El proceso político chileno (Flacso: 1984), Tercera Parte.
70
Pilar Vergara Auge y caída del neoliberalismo en Chile (Stgo.: 1984).
71
Renato Cristi y Carlos Ruiz El pensamiento conservador en Chile (Ed. Universitaria: 1992), Ensayo V.
72
Renato Cristi El pensamiento político de Jaime Guzmán (Lom: 2000), pp. 7-44.
73
Tomás Moulian y Pilar Vergara “Estado, ideología y políticas económicas en Chile”, Estudios Cieplán,
Nº 3, 1980. Andrés Benavente “La derecha política durante el régimen militar”, ICHEH. 1982.

51
ODEPLAN, y las Municipalidades. Huneeus señala que la influencia del gremialismo en el
régimen militar no fue constante en su contenido ni en sus alcances, dado que Guzmán era
un político pragmático, existiendo cuatro etapas en su devenir, relacionadas con su acerca-
miento o distanciamiento con la democracia. El gremialismo habría cumplido, además, el
papel de partido único, especialmente en cuanto al reclutamiento de la elite y en la movi-
lización política en elecciones no competitivas74.
Compartiendo parte de las hipótesis anteriores, desde el punto de vista de este trabajo la
evolución política e ideológica seguida por Guzmán y el gremialismo no se relacionó solo con la
lucha que se dio en ese plano, sino en importante medida con la revolución chilena desarrolla-
da entre 1967 y 1973. Las experiencias de la “Revolución en Libertad” y especialmente la “Vía
Chilena al Socialismo”, ejercieron una influencia determinante en la percepción de Guzmán
acerca del problema político chileno: la fuerza de la izquierda y la debilidad de la derecha. La
lucha contra las transformaciones estructurales llevadas a cabo por esos gobiernos impulsó
cambios en el estilo político derechista del Movimiento Gremial –mucho más confrontacional y
“ariete”, usando la categoría de Patricio Dooner–75, que los llevó a descubrir la importancia de
la movilización social para lograr ciertos objetivos políticos, comprendiendo el papel de las
masas, pilares de cualquier fuerza política. Asimismo, el imperativo de revertir dicho proceso
determinó la centralidad de un proyecto alternativo, para el que Guzmán, sus seguidores, los
alessandristas y los neoliberales comenzaron a prepararse en 1969 y especialmente desde 1971.
Si bien la pugna política contra el gobierno popular consumió parte importante de su tiempo, el
proyecto nunca desapareció. La síntesis conservadora de la que habla Cristi, comenzó a deli-
nearse precisamente en los años de la Unidad Popular, experiencia que Guzmán observó con
agudeza.
Como se puede apreciar en el primer epígrafe, el antipartidismo de Guzmán, del que
todos los estudios han dado cuenta, no se relacionó solamente con su inspiración corporativa
–de hecho ella ocupaba un lugar fundamental–, sino también con su propia percepción del
éxito de sus enemigos. Guzmán odiaba/admiraba al Partido Comunista por su cohesión, su
determinación y su claridad en los medios y en los fines. Pero creía ver en su poderío no solo
un aparato partidario tradicional (una orgánica, la “maquinaria”), sino más bien una prolon-
gación de su verdadera vitalidad: el movimiento social, las masas. Como es sabido, el estrecho
vínculo que a partir de 1919 se estableció entre el principal partido obrero chileno (POS-PC)
y la federación sindical le permitió a la izquierda convertirse en una poderosa fuerza políti-
ca, haciendo del mundo laboral una clara base electoral competitiva en el siglo XX76. Los

74
Carlos Huneeus El régimen de Pinochet (Ed. Sudamericana: 2000), cap. 7.
75
Patricio Dooner Periodismo y política, op. cit.
76
Timothy Scully Los partidos de centro y la evolución política chilena (Cieplán: 1992), pp. 106-108. El POS
correspondería a lo que Duverger llama partidos “generados externamente”. Maurice Duverger Los
partidos políticos (FCE: 1979), p. 23.

52
comunistas eran fuertes entre la masa trabajadora, especialmente los obreros industriales,
los pobladores con quienes habían estado desde los años veinte en la Liga de Arrendatarios,
y desde los años sesenta, los campesinos. La acomodación comunista al debate sobre las vías,
armada o pacífica, que conmovió a la izquierda en la década del sesenta, se materializó en la
“vía no armada” –que no era sinónimo de pacífica–, la cual privilegiaba el trabajo de masas
y las acciones sociales, como tomas de terrenos urbanos y rurales o huelgas ilegales, de modo
que el partido nunca debía estar “delante de las masas” –tesis del MIR– sino “con las ma-
sas”77. Esta táctica de fortalecer el trabajo de masas hizo del Comunista un partido inserto
plenamente en el mundo social popular, y poco a poco también en el estudiantil universitario
de clase media. La verdadera fuerza del Partido Comunista y de la Unidad Popular era, se-
gún entendía Guzmán, no el partido como un aparato burocrático, sino como coordinador de
las reales fuerzas, las sociales, su arraigo social.
A nuestro entender, este temprano diagnóstico se fortaleció durante los años de la
Unidad Popular, cuando el movimiento social popular logró neutralizar las acciones de la
oposición. El paro de octubre de 1972, no obstante, y lo que siguió fue el fortalecimiento
del movimiento de masas de oposición a la Unidad Popular, en el cual los partidos no
jugaron el papel principal, sino los gremios, los estudiantes, los profesionales y las muje-
res; el cuerpo social. Guzmán supo que no había movimiento político fuerte sin una base
social acorde. Si la derecha quería equipararse políticamente a su enemiga, debía apren-
der de ella.
El presente trabajo busca reflejar el intento de materializar ese diagnóstico en la pri-
mera etapa del régimen militar: la inserción gremialista en algunas bases sociales,
concretamente a través de la Secretaría Nacional de la Juventud y el movimiento estu-
diantil de la Universidad Católica. Esta entrada a lo social le permitió complementar su
evolución no solo doctrinaria, sino también política, pues ambas dimensiones movían su
accionar y su pensamiento. Mientras la mayoría de los estudios vinculan la trayectoria
ideológica de Guzmán a su relación con los neoliberales, este trabajo apunta a presentar
una mirada alternativa, situándolo más bien en el terreno político, ámbito que da cuenta
más cabal de su personalidad. Proponemos que en dicha evolución la historia de la izquier-
da jugó un papel central, pues determinó su apuesta institucional excluyente, como su
opción por acercarse a las bases sociales, lo cual más que provenir del ejemplo franquista,
se ligaba a su percepción de la fuerza de la izquierda y de la raíz del origen de la debilidad
histórica de la derecha. Llenar esos vacíos era el primer paso para revertir una historia y
hacer de la derecha un sector políticamente competitivo.
Dado que la hipótesis de este trabajo parte del diagnóstico hecho por Guzmán, y viven-
ciado por los gremialistas, durante finales de los años sesenta y la Unidad Popular, la

77
Rolando Álvarez V. “¿Reformistas o extremistas? No, comunistas. Recabarrenismo y lucha de masas
en el Partido Comunista Chileno, 1965-1973” (inédito).

53
primera sección se abocará a la lectura hecha por ellos de la realidad que les tocó vivir.
Desde nuestro punto de vista, ello es vital para comprender la evolución política que fue
sufriendo Guzmán, pues esas experiencias le fueron indicando la importancia de la acción
política, como del arraigo social de cualquier movimiento. Asimismo, considerando la im-
portancia que le asignamos al contexto histórico para el diagnóstico y la acción gremialista,
nos pareció central en la segunda sección esclarecer la naturaleza del régimen militar que
hace inteligible las actividades de nuestro objeto de estudio.

1. La revolución chilena a los ojos de Guzmán y los gremialistas


La derecha chilena del siglo XX –1938-1964– se caracterizó por su ausencia del control
del Ejecutivo –salvo el interregno de Jorge Alessandri–, cuestión que, sin embargo, no fue
sinónimo de debilitamiento de poder político, toda vez que tal carencia se compensaba
con un fuerte poder parlamentario, considerando su control de las bases rurales con la
mantención del latifundio y el inquilinaje, como también de su determinante influencia
económica. La estrategia seguida por los grupos económicos no fue la confrontación con el
creciente poder estatal, sino su cooptación, logrando penetrar las agencias del Estado y
algunos ministerios, de modo de influir sustantivamente en el curso de la modernización
económica y social auspiciada por los gobiernos de centro-izquierda78. Aunque el latifun-
dio, la sobrerrepresentación parlamentaria y el espacio ocupado por el empresariado le
permitieron a la derecha seguir siendo una fuerza determinante en el país, parecía haber
renunciado al control total del aparato estatal, quedando en manos de sus adversarios
parte sustancial de la iniciativa política. Su breve recuperación del Ejecutivo en 1958
resultó un regreso decepcionante, toda vez que los intentos reformistas de Jorge Alessan-
dri no dieron los resultados esperados y la presión estadounidense comenzó a acentuarse
a favor de reformas estructurales. El auge inflacionario del último período de su gestión
terminó de hundir el experimento capitalista y sumir a este modelo en un profundo des-
crédito.
Tal estado de cosas se agudizó a mediados de los sesenta, cuando la propuesta demo-
cratacristiana de una “Revolución en Libertad” con la realización de transformaciones
estructurales arrebató parte del electorado histórico de la derecha, el mundo católico, y
del respaldo norteamericano, cuyo gobierno apostaba a frenar la revolución socialista bajo
el embrujo cubano con reformas profundas, especialmente las condiciones de la propie-
dad agraria. A pesar que la Democracia Cristiana contemplaba este plan en su proyecto
gubernamental, la derecha le dio sus votos en la elección presidencial de 1964, no solo
para evitar un eventual triunfo del Frente de Acción Popular representado por el socialis-
ta Salvador Allende, sino porque la derecha también era partidaria de una reforma agraria

78
Sofía Correa, op. cit.

54
de carácter técnico, que apuntara al problema de la eficiencia. Si bien la Democracia
Cristiana habló de la necesidad de atacar el latifundio, en tanto eje del subdesarrollo, la
derecha no percibió con claridad la amenaza real que tal propuesta encarnaba, entregán-
dole a Eduardo Frei M. los votos necesarios para convertirse en Presidente de la República.
La reforma agraria fue, sin duda, el hito que marcó el destino de la derecha chilena,
acostumbrada a determinar el ritmo del cambio económico-social, desde fuera del centro
aparente del poder. La reforma constitucional al Nº 10, del Art. 10 que consagró la función
social de la propiedad a fines de 1965, le demostró que su esperanza en poder mantener su
histórica táctica cooptativa-neutralizadora había llegado a su fin. La reforma agraria de-
mocratacristiana dirigió sus dardos contra el latifundio, abocándose a eliminar los de mayor
extensión y el inquilinaje, a través de una redistribución de la tierra. Fue en esa coyuntu-
ra, cuando la derecha oligárquica hubo de morir, toda vez que sus antiguos métodos eran
ineficaces para enfrentar el reformismo católico79.
Fue esa derecha la que Jaime Guzmán vio morir en 1965, cuando los resultados electo-
rales la expulsaron casi del Parlamento, dejando a su sector socio-político al margen de la
toma de decisiones y a expensas de las nuevas autoridades y proyectos. El cambio social a
que dio lugar la experiencia democratacristiana tocó directamente a Jaime Guzmán cuan-
do el enfrentamiento entre las dos iglesias católicas, la tradicional y la conciliar, llegó a la
Universidad Católica, encarnada en la reforma auspiciada por jóvenes estudiantes identi-
ficados con el partido de gobierno (1967), poniendo en cuestión la estructura jerárquica y
autoritaria de la institución y exigiendo una participación para los alumnos. Como ya se
ha señalado en otros trabajos, Guzmán fue el portaestantarte de quienes se oponían al
carácter de ese planteamiento, consolidando el recién creado Movimiento Gremial, el cual
se dispuso a detener tales afanes. Aunque la reforma en la Universidad Católica tuvo éxi-
to, tras la toma de esa Casa de estudios el 11 de agosto de 1967, sus opositores lograron
crear un bien organizado frente de acción, con grupos de choque inclusive, amparados en
su inspiración corporativa de raíz cristiana que reivindicaba la despolitización –entendida
como ausencia de intervención partidaria– de los cuerpos intermedios, en este caso de los
organismos gremiales estudiantiles y su autonomía respecto del Estado. Guzmán y sus
seguidores rechazaron doctrinariamente la reforma tal como la defendían Miguel Ángel
Solar y los reformistas, argumentando el derecho de los estudiantes a participar dentro
del ámbito que les era “propio” –sus estudios– pero reconociendo la estructura jerárquica
de la institución, sin inmiscuirse en cuestiones ajenas a ella, esto es, el proceso que vivía
el país en ese período. Al igual que la derecha oligárquica, Guzmán y los gremialistas no
rechazaban el cambio, siempre y cuando éste se atuviera a los límites de la “cordura”,

79
El análisis y la interpretación de la muerte de la derecha histórica y el nacimiento de la nueva
derecha gremialista está basado en Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y gremialistas. El parto de
la nueva derecha política chilena, 1964-1973”, cap. 1, (inédito).

55
como por ejemplo una reforma universitaria centrada en la revolución científica y tecno-
lógica80. Su diferencia con la antigua derecha era su disposición a la acción política como
lo demostró su activismo desde 1965 y, especialmente desde 1967, cuando no solo movilizó
a los miembros del gremialismo, sino redactó numerosos documentos que cuestionaban el
curso de la reforma y que insertaron en la prensa nacional, no dudando en enfrentar públi-
camente al nuevo rector de esa universidad, Fernando Castillo Velasco.
El debate entre gremialistas y reformistas ocurrido a través de la prensa reflejó un tipo
nuevo de derecha, no pasiva, la cual descubrió la importancia de la acción política y no solo
de la reflexión, aunque ésta era central en la lucha: reflexión y acción debían constituir un
todo. En esa situación, Guzmán no intentó cooptar al movimiento reformista, como histórica-
mente hacía la antigua derecha, sino decidió enfrentarlo, disputándole su principal base de
poder: la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, FEUC. En efecto, en las
elecciones para la Federación en 1968, la Democracia Cristiana se presentó dividida entre el
grupo reformista más politizado y los sectores de ese partido que disentían del camino segui-
do, haciendo posible el triunfo del candidato gremialista, Ernesto Illanes, alumno de Economía,
una de las escuelas donde el gremialismo era más fuerte. Aunque posteriormente la Mesa
encabezada por éste fue censurada por el Consejo Directivo controlado por los reformistas,
un plebiscito determinó su victoria a comienzos de 1969, la que fue ratificada en la siguiente
elección de la Federación en octubre de ese año, con el triunfo de Hernán Larraín. Desde
entonces y hasta el fin del gobierno de la Unidad Popular, los gremialistas mantuvieron
competitivamente la FEUC, ganando todas las elecciones, sin que la Democracia Cristiana y
la izquierda pudieran quebrar su dominio.
El logro estudiantil gremialista fue sintomático del tipo de derecha que representaba
este grupo, el cual reflejó un nuevo espíritu: el rechazo a la transacción y su opción por la
competencia, y también un nuevo estilo, más combativo. Aunque sus valores seguían siendo
los mismos de la derecha oligárquica, no lo era su forma de mirar el poder, terreno que
aspiraba a disputar y no ceder. Este rasgo ya pudo observarse en las primeras incursiones de
Guzmán en el ámbito político, cuando integró la fracción universitaria de FIDUCIA, grupo
tradicionalista católico creado para enfrentar los cambios culturales que amenazaban con el
derrumbe de la tradición, sin que los líderes históricos respondieran a tal amenaza. Al re-
pliegue de la derecha oligárquica, respondió FIDUCIA promoviendo el rechazo activo a la
reforma agraria de la Democracia Cristiana. Como parte de ese grupo, Guzmán objetó la
reforma constitucional al derecho de propiedad, argumentando su inviolabilidad a partir de
preceptos cristianos y de la Encíclica papal “Mater et Magistra”, la cual, a su entender, no
podía ser interpretada de forma socializante. El documento pontificio reafirmaba el derecho

80
Su aceptación de algunos aspectos de la modernidad, tales como la ciencia y la tecnología, impiden
calificar al gremialismo de “reaccionario”, aunque sí de conservador. Arno J. Mayer, op. cit.

56
de propiedad como el principio de subsidiariedad del Estado, siendo el primero un derecho
natural fundado en la “prioridad ontológica” y la finalidad de los seres humanos, por lo que
su violación era ilegítima81.
En otras palabras, tanto frente al cambio cultural que revestían las transformaciones
que afectaban a la Iglesia Católica en la Universidad Católica, como frente a la amenaza a
la estructura agraria oligárquica, Guzmán no solo elaboró un discurso contrario, sino tam-
bién desarrolló una nueva forma de entender y hacer política, aunque para entonces
insistiera que se mantenía dentro del marco concreto que le competía. Guzmán y los gre-
mialistas revelaban una derecha de nuevo tipo, juvenil, doctrinariamente compacta y
dispuesta al combate. En esos años de dominio democratacristiano, la nueva derecha des-
cubrió la acción como un elemento clave en la disputa por el poder, no bastando el control
del poder económico. El verdadero poder lo daba la política y la competitividad en ese
terreno. Nacía un nuevo “estilo”.
La campaña presidencial de 1970 les ofreció la oportunidad para entrar de lleno al
terreno político, desde que formó parte del Movimiento Alessandrista que levantó la can-
didatura de Jorge Alessandri para las elecciones de 197082. Su participación en ese sector
se relacionó con su identificación con los valores de la derecha, pero también con su cre-
ciente radicalización ideológica anticomunista, derivada tanto de los sucesos universitarios
como del avance de la modernización del sistema agrario y el impacto profundo que provo-
có en el mundo campesino. No debe olvidarse que la Declaración de Principios del
Movimiento Gremial rechazó explícitamente una idea socialista de la universidad, posi-
ción corroborada con su rechazo a la reforma del agro, interpretada como comunizante.
Hacia 1968, Guzmán consideraba a todos sus adversarios como “extremistas”: a la Demo-
cracia Cristiana la catalogaba de fascista, considerando la supuesta política sectaria de
Frei, y su decisión de realizar la reforma agraria sin atender a las objeciones derechistas,
como totalitaria. A juicio de Guzmán, la radical reforma del agro demostraba su naturale-
za cripto marxista, no existiendo mayor diferencia con el comunismo, amenaza que se
suponía debía conjurar. Respecto de la izquierda su evaluación era más negativa, siendo
igualmente totalitaria, con el agravante de que no existía ninguna esperanza de que en un
eventual gobierno suyo se respetarían los derechos esenciales. Las imágenes de Hungría y
más recientemente Checoslovaquia, no hacían sino confirmar el peligro que acechaba a la
libertad que envolvía el totalitarismo marxista. Así, si el centro y la izquierda eran antide-
mocráticos, el único sector que defendía los principios democráticos era la derecha, la
cual debía combatir activamente a sus adversarios. La ruta seguida por la reforma en la

81
Fiducia, No.8, mayo de 1964. Sobre el gremialismo hay una literatura relativamente abundante, véase
Bárbara Fuentes B. “El Movimiento Gremial de la Universidad Católica (1967-1973)”; Puc: 1995; la
interpretación de esta parte en Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y gremialistas”, cap. 3.
82
Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y Gremialistas”, cap. 5.

57
Universidad Católica era una expresión más del mismo diagnóstico de descomposición
moral que dominaba al país, en su camino al abismo. Para 1970, Guzmán consideraba que
el Movimiento Gremial era el principal enemigo del marxismo, por ser el más decidido. Su
convicción de que Chile no tenía esperanza alguna si volvía a caer en las manos de la
Democracia Cristiana y, peor aún, del marxismo, lo llevó a centrar su expectativa en la
figura de Jorge Alessandri, quien ya en 1964 había relevado el tema político como condi-
ción para la restauración capitalista.
En efecto, poco antes de abandonar la presidencia, en junio de 1964, Alessandri pre-
sentó un proyecto de reforma constitucional que apuntaba al fortalecimiento del Ejecutivo
y el cercenamiento de las atribuciones parlamentarias en materia administrativa, econó-
mica y de fijación de salarios y beneficios sociales. Alessandri creía en la necesidad urgente
de controlar la inflación y aumentar la producción, lo cual requería de un Congreso con
menos iniciativa, especialmente económico-sociales, imposibilitado de patrocinar medi-
das que excedieran la capacidad productiva y de politizar, a su entender, cuestiones
esencialmente técnicas. Tal reforma fue rechazada en esa oportunidad, reapareciendo en
el programa presidencial que ofreció al país a comienzos de 1970. Así como Guzmán en el
espacio universitario llegó a la conclusión de que la defensa de sus principios e intereses
requerían del ámbito del poder, Alessandri, un poco más temprano, concluyó que no había
redinamización capitalista posible manteniendo el Estado de Compromiso, por lo que era
urgente una reforma constitucional que modificara la correlación de fuerzas a favor del
autoritarismo y en desmedro del poder de los partidos83. Guzmán fue parte activa de la
campaña alessandrista, estando a cargo del departamento juvenil, como también numero-
sos gremialistas quienes trabajaron en tareas de propaganda, tapizando la ciudad de afiches,
destacando la diferencia entre un triunfo alessandrista o allendista.
Esta búsqueda de una opción para la derecha lo llevó a una alianza con distintos secto-
res de ese espectro, pero ajenos al Partido Nacional, los cuales se reunieron en torno a las
revistas Portada y Qué Pasa, medios periodísticos que juntaron a neoliberales, nacionalis-
tas y gremialistas, lugar desde donde comenzó a articularse un proyecto político alternativo.
En ese sentido, durante el año de 1970 Guzmán fue parte activa de la lucha política como
miembro del Movimiento Alessandrista, pero también de la lucha proyectual, aunque to-
davía en ciernes. La posibilidad de ganar la elección, como ellos suponían, los hizo
concentrar gran parte de su esfuerzo de ese año en dicho objetivo. El triunfo de Allende la
noche del 4 de septiembre de 1970 representó un brusco despertar de la tentativa de ganar
competitivamente la elección y convertir a la derecha en una opción. Peor aún, no solo sus
esperanzas se frustraron, sino que en lugar del triunfo del autoritarismo se produjo el de
la revolución socialista.

83
Correspondería a lo que O’Donnell califica como crisis política de nivel 4. O’Donnell, op. cit., cap. 1,
sección 5.

58
El programa de la Unidad Popular planteaba la primera fase de transición al socialismo,
entendida como antiimperialista y antioligárquica, razón por la cual contemplaba la crea-
ción de un Área de Propiedad Social que incluiría la nacionalización de los sectores
estratégicos, tales como la gran minería del cobre, la banca, la gran industria, el comercio
exterior, y la aceleración de la reforma agraria, utilizando la ley aprobada en 1967. Aunque el
programa consideraba la mantención de la propiedad privada –en las áreas mixta y privada–
representaba una amenaza para el gran empresariado, asociado a importantes grupos econó-
micos. Fue este proyecto nacionalizador el que gatilló desde un comienzo el enfrentamiento
con la derecha económica y política, ambas en pie de guerra desde fines del gobierno de
Eduardo Frei Montalva por la expansión del Estado y la defensa de la propiedad privada,
siendo su principales voceros el diario El Mercurio, la Confederación de la Producción y el
Comercio y el Partido Nacional. Aunque el problema del derecho a la propiedad estaba en el
fondo del conflicto, desde un principio la oposición se concentró en el tema de las libertades
y la neutralización del proceso de concientización masiva que, supuestamente, la Unidad
Popular intentaría desarrollar. Como se sabe, los planes transicionales del gobierno socialis-
ta no pudieron mantenerse, al radicalizarse el proceso y la lucha política, produciéndose una
amplia movilización de trabajadores, campesinos, pobladores y estudiantes que convirtieron
a las fábricas, los campos, los campamentos y las universidades e incluso los colegios secun-
darios, en claros ejemplos de una “revolución por abajo”. El nacimiento del poder popular,
expresado en los comités agrarios, las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP) y almacenes
populares, los cordones industriales y los comandos comunales, hicieron manifiesto el carác-
ter rupturista de la experiencia de la Unidad Popular.
Desde la vereda de la oposición, una vez fracasado el intento de que el Congreso eligie-
ra a la segunda mayoría en la elección presidencial, la derecha se concentró en una oposición
intransigente al gobierno de Salvador Allende. La proliferación de prensa “ariete” fue
una de las primeras manifestaciones del espíritu que embargaba a la oposición, el cual se
expresó en el uso reiterado de recursos institucionales para socavar la autoridad guberna-
tiva, tales como apelaciones a los tribunales de justicia, a la Contraloría, acusaciones
constitucionales contra los ministros, como la movilización social, la que tuvo como acta
de bautismo la “marcha de las cacerolas vacías”, en diciembre de 1971. El rasgo que pasó
a predominar a partir de 1972 fue la movilización gremial de las distintas actividades
socio-económicas y culturales, llamando a la desobediencia civil. La apuesta corporativa
había sido históricamente la base del pensamiento nacionalista, crítico de la democracia
liberal y defensor de una organización funcional de la sociedad, pero políticamente margi-
nal en los años de dominio liberal en el pensamiento de la derecha chilena84. El período de

84
Verónica Valdivia O. de Z. “El nacionalismo chileno en los años del Frente Popular (1938-1952)”,
“Nacionalismo e Ibañismo” y “Camino al golpe: el nacionalismo chileno a la caza de las fuerzas
armadas”.

59
la Unidad Popular debilitó la convicción en los principios liberales, en tanto las institucio-
nes de ese origen no fueron eficaces en detener el proceso socialista, fortaleciendo la
opción social de lucha como medio de deslegitimar la acción del gobierno y sumar fuerzas
a la oposición. Aunque el discurso contra la Unidad Popular, como ya ha sido establecido
en otros trabajos, se hizo utilizando el liberalismo y la defensa de la democracia y las
libertades individuales, en la práctica el quehacer político respondía más a las tendencias
corporativas-gremialistas en las que terminaron coincidiendo empresarios, nacionalistas,
gremialistas y la mayoría de los militantes del Partido Nacional. El paro de octubre de
1972 buscaba, precisamente, derrocar al presidente Allende mediante la paralización del
gremio clave en materia de distribución –el de transporte–, a la que se plegaron una gama
de gremios profesionales, estudiantiles y productivos. Allende no sería derrocado a través
de la institucionalidad liberal, sino mediante una contrarrevolución social. Dado que la
tentativa falló, precisamente por la capacidad de movilización de los sectores asociados a
la Unidad Popular, la oposición centró su discurso y accionar en las fuerzas armadas, ela-
borando un argumento igualmente de corte corporativo para lograr la ruptura de su
juramento de lealtad y obediencia al mando civil85. A su juicio, el Estado liberal se había
desintegrado y, por ende, sus componentes estaban liberados de obediencia, correspon-
diendo su salvación a quien encarnaba la reserva moral de la nación.
¿Cuál fue la actitud asumida por Guzmán y los gremialistas en relación a la Unidad
Popular? El presidente de la FEUC en 1970 fue Tomás Irarrázabal, quien se presentó a las
elecciones con una posición tajantemente antimarxista, anunciando que la Federación no
se convertiría en un antro opositor si la Unidad Popular respetaba las libertades, pero si
éstas eran violadas, la Federación estudiantil “encabezaría la lucha de los universitarios
libres en defensa de esa misma libertad”86. Su primer punto de conflicto fue el canal uni-
versitario de televisión (Canal 13), al que consideraban poco objetivo y sectario, exigiendo
la reestructuración del Departamento de Prensa. El asedio de la FEUC contra la dirección
del canal derivó en un cambio de autoridades, asumiendo la Dirección el sacerdote Raúl
Hasbún, aunque el jefe del Departamento de Prensa se mantuvo y la Federación universi-
taria logró un espacio en la programación del canal a cargo de los estudiantes Antonio
Vodanovic y Juan Guillermo Vivado, de Economía y Leyes, respectivamente. La problemá-
tica se mantuvo durante el año 1972, cuando los gremialistas atrincherados en la Federación
acusaron al canal de ser pro gobiernista, lo cual coincidió con las acciones desarrolladas

85
Augusto Varas “La dinámica de la oposición a la Unidad Popular”; D.T., Flacso, 1981; y del mismo
autor Chile, democracia, fuerzas armadas (Flacso: 1980); Tomás Moulian y Manuel A. Garretón, op. cit.
86
“Carta abierta a los estudiantes de la Universidad Católica, candidatura Movimiento Gremial a
FEUC”, octubre de 1970, citado por Verónica Husch “Surgimiento del Movimiento Gremial en la
Universidad Católica, su desarrollo y posterior evolución hacia un partido político”, Puc: 1991,
p. 51.

60
por el director Hasbún, quien a comienzos de ese año removió de su cargo a un miembro
del Departamento de Prensa y militante del MAPU, realizando la FEUC una amplia cam-
paña en defensa de Hasbún. Asimismo, Atilio Caorsi, presidente de la Federación en ese
año de 1972, lanzó una campaña contra el rector de la Universidad, Castillo Velasco por su
actuación en el Consejo Nacional de Televisión, donde se mantenía, según lo acusaban,
pasivo frente a la senda que seguía Televisión Nacional, el cual, de acuerdo a Caorsi, se
había apartado de las normas legales y de convivencia social, siendo “un canal sectario y
proselitista, al servicio incondicional del marxismo y de la Unidad Popular, en cuyo vasa-
llaje ni la verdad, ni la rectitud parecen señalar límite alguno”87. Emulando al letrero que
los reformistas colocaron en el frontis de la universidad en 1967 (“El Mercurio miente”), la
FEUC gremialista colocó un lienzo que decía “Televisión Nacional, el canal de la menti-
ra”. En este período uno de los temas más álgidos al interior de la universidad con
repercusión política era la extensión del Canal 13 a provincias, tema debatido en el Claus-
tro de mayo de 1972, el que reflejó la politización que afectaba a todo el país. La Federación
se presentó como el adalid en la defensa de la “libre expresión”, desfilando por las calles
de Santiago. La marcha organizada por la FEUC fue apoyada por el Partido Nacional, Pa-
tria y Libertad, representantes del Canal 13, comerciantes, sectores bancarios, la Compañía
Manufacturera de Papeles y Cartones. Esta estrategia tuvo su coronación con la salida al
aire del canal 5 de Concepción, momento en que la Federación gremialista celebró con
pancartas que decían “Canal 13 a todo Chile”. Participando plenamente de la lucha políti-
ca nacional, Guzmán y los gremialistas fueron parte importante de la organización de la
principal estrategia opositora contra la Unidad Popular, como fue el paro de octubre de
1972. Según los propios testimonios de Guzmán, dicho paro fue orquestado en los salones
de la casona ubicada en Suecia 286, actual sede de la Unión Demócrata Independiente, el
partido creado por el líder gremialista. Para esa acción, los estudiantes asociados a la
Federación adhirieron al paro de transportistas, movilizando a sus miembros y simpatizan-
tes para recolectar alimentos y dinero para los huelguistas.
A pesar de que la FEUC era uno de los más importantes frentes de lucha contra la
Unidad Popular, sus dirigentes nunca reconocieron su accionar como político, como lo
señaló el presidente elegido en noviembre de 1972, Javier Leturia, para entonces presi-
dente del Movimiento Gremial, para quien la labor realizada por la Federación “se traduce
en una defensa categórica e independiente del universitario respecto a lo político y eficaz
defensa de las libertades”88 . En ese sentido, los gremialistas siguieron la misma táctica
diseñada por el conjunto de la oposición al gobierno socialista, donde –según el discurso–
la lucha nunca fue realizada en defensa de intereses particularistas, sino universales, por
valores esenciales, como la libertad.

87
Verónica Husch, op. cit., p. 57.
88
Ibíd., p. 60.

61
Con todo, una de la más importante de las movilizaciones contra la Unidad Popular
desarrollada por la Federación gremialista fue su tenaz oposición al proyecto educacional
del gobierno, la Escuela Nacional Unificada (ENU), catalogándolo de “instrumento de
concientización política al servicio del marxismo”, y haciendo Leturia un llamado general
a la población a formar un gran comando para defender la libertad educacional y rechazar
el modelo educativo que proponía la ENU, levantando la consigna “No a la ENU”. Los
gremialistas organizaron trabajos políticos en colegios, liceos, centros de padres, centros
de alumnos, como también en poblaciones. Paralelamente, se realizó un plebiscito entre el
alumnado de la Universidad Católica para que éste se definiera frente a las medidas de las
autoridades. El voto plebiscitado afirmaba que el gobierno había producido una crisis del
Estado de Derecho, haciendo peligrar la supervivencia de la universidad y que el país
estaba siendo llevado a una destrucción económica, afectando el futuro profesional de los
universitarios. Posteriormente, enviaron una carta al presidente Allende, solicitándole la
renuncia89.
Como se puede observar, el gremialismo descubrió la importancia de la acción política
en los años sesenta, al tiempo que durante la Unidad Popular comprendió que en la lucha
por el imaginario social y la demostración de fuerza era vital la movilización. Ante el
fuerte activismo de la izquierda y de los sectores sociales asociados a ella, el gremialismo
contribuyó al acercamiento de la derecha a un nuevo estilo de hacer política y el abandono
del estilo político tradicional derechista de salones y solo actividades cupulares, saliendo
a reclutar adolescentes a colegios y centros estudiantiles. Como bien señaló Tomás Moulian,
los años de la Unidad Popular se vivieron como “una fiesta y un drama”, donde lo colecti-
vo, el nosotros, pasó a ser lo determinante, siendo la calle el lugar para la confrontación y
la explicitación de los bandos en lucha. Si la derecha histórica había sido ajena a esa
tradición, la experiencia socialista maduró las premisas surgidas al momento de su triunfo
e incluso las tendencias ya presentes en el gremialismo a fines de los sesenta dentro de la
universidad. Acción política y alianza con bases sociales amplias y movilizables parecían
ser las claves del éxito político.
Este diagnóstico fue el que tempranamente hizo Guzmán al producirse la victoria de
la Unidad Popular, artículo del que extrajimos el epígrafe. El eje de ese análisis era su
propia percepción de la derecha, una mirada inundada de desesperanza. Evaluando el
triunfo de su enemigo, Guzmán lo insertó dentro de un problema más grave, la desmora-
lización total de los sectores democráticos, en contraste con el vigor que evidenciaba la
izquierda. La raíz de esa desmoralización estaba, a su entender, en “la falta de un autén-
tico liderato ideológico político”, pues los líderes que supuestamente representaban a

89
Husch, op. cit., p.61; Bárbara Fuentes Barañao “El Movimiento Gremial de la Universidad Católica
(1967-1973)”, cap. 5. El análisis que viene a continuación, en Verónica Valdivia “Nacionales y
gremialistas”, Cap. 7.

62
los sectores democráticos proyectaban una imagen desoladora. La Democracia Cristia-
na estaba envilecida por su pacto con la izquierda marxista, no pudiendo representar
liderato alguno, porque había perdido lo más importante en la función de dirigir, “el
honor”. No era sino un partido “descompuesto y cobarde”. La única razón para su atrac-
ción popular era su promesa de una política social avanzada “que la derecha hace tiempo
dejó de encarnar para la gran masa”90. La derecha para Guzmán no era sino un vacío
político. Explícitamente, aseguraba que la derecha también sufría de esa ausencia de
liderato, pues tanto radicales democráticos como nacionales carecían de la penetración
popular necesaria para el momento, que sí tenía la coalición de izquierda, como lo pro-
baba la existencia de “miles de comités de Unidad Popular que tienen su fuerza en una
poderosa organización gremial, poblacional y juvenil, de la cual las estructuras partida-
rias son meros coordinadores y representantes”. Por esto, solo le cabía la convicción que
el Partido Nacional y la Democracia Radical eran fuerzas que, aunque necesarias, eran
insuficientes como vehículos de acción y de lucha hacia el futuro, “pero es casi seguro
que sus posibilidades no están a la altura de las circunstancias y es difícil que consigan
estarlo para los duros meses y años que se avecinan”. Era urgente, desde su punto de
vista, “constituir los cuadros adecuados para la lucha ideológica de este nuevo período.
Chile necesita nuevas formas de organización cívica, con auténtica penetración y senti-
do sindical y juvenil…Chile necesita que se le de cauce al sector sano del país, que en
esa virtud buscó a don Jorge Alessandri”.
Las palabras de Guzmán eran un análisis agudo del éxito de sus adversarios, en oposición
a la decadencia de su propio sector. Guzmán vio a las colectividades de izquierda más que
como partidos como movimientos de masas y en ello percibió la clave de su éxito: no eran
pura superestructura ajena a la gente; los comunistas estaban enraizados en esa base popu-
lar. Esa era su fuerza real. Hizo una lectura social y no estrictamente partidaria o política de
su poderío, lo cual es coherente con la forma en que condujo al gremialismo desde sus oríge-
nes, siempre pegado a lo social, no copando espacios políticos propiamente tales, sino sociales,
disputando, por ejemplo, el campo estudiantil a la Democracia Cristiana y desde allí movién-
dose horizontalmente para captar otras Federaciones o Centros de Alumnos universitarios;
desvalorizando el tema orgánico-partidario. De ahí a la lucha por la presidencial y contra la
Unidad Popular, pero no en la línea visible, sino en la movilización desde abajo, estudiantes,
fundamentalmente. En los primeros días de los “mil días”, Guzmán supo lo que tenía que
hacer para construir la derecha del futuro, lo cual sería inalcanzable sin una fuerte y apasio-
nada presencia entre los jóvenes, los pobladores y los sindicalistas.
En materia proyectual, por su parte, la reunión con neoliberales y nacionalistas ajenos al
Partido Nacional, en las revistas antes mencionadas, dio lugar a la emergencia de un primer

90
Jaime Guzmán E. “La democracia chilena sin liderato”, Pec, noviembre de 1970. El análisis que sigue
está extraído de este artículo.

63
proyecto político para el futuro, el cual fue formulado a mediados de 1972. Los elementos que
permitieron el acercamiento entre estas distintas fracciones derechistas –además del común
origen de muchos en la Universidad Católica en los años de la reforma–, fueron la coincidencia
en torno al Estado Subsidiario, la autonomía de los cuerpos intermedios, la defensa del princi-
pio de autoridad, de orden, de disciplina social, como la existencia de un profundo sentido
anticomunista. Este matriz común permitió la articulación de un proyecto, el cual planteaba
una perspectiva esencialista de la nación, identificada con el cristianismo, la cual constituía el
ser y el destino de Chile; por lo cual era necesario rescatar la tradición, sin aplicársele teorías
de ningún tipo, pues ella respondía a la naturaleza, al devenir histórico. Tal realidad los hacía
partidarios de un criterio evolucionista y realista, contrario a las utopías y a los modelos exter-
nos, por lo que debía darse primacía al espíritu y así alcanzar la justicia social y el Bien Común.
Esto suponía el respeto al orden, la autoridad legítima y la obediencia a la ley, toda vez que el
orden era consustancial a cualquier fórmula política y social, constituyendo “su presupuesto”.
Chile, según su punto de vista, requería de solidaridad, expresada en la colaboración de clases,
rechazando tajantemente la demagogia y el partidismo. En materia política, se abogaba por un
pluralismo por encima de los partidos, clases e intereses, no precisándose aun cuál sería el
papel a cumplir por dichas colectividades. Era imprescindible defender la propiedad privada,
una política nacionalista –distinta de nacionalizaciones–, un régimen de competencia, la movi-
lización de la empresa privada y la defensa de los cuerpos intermedios91. Una clara mixtura
nacionalista, neoliberal y corporativa.
En síntesis, al momento del golpe, Guzmán y los gremialistas ya habían probado el
estilo agresivo que habría de caracterizar a la derecha del futuro: vital y compenetrada
con algunas bases sociales, que eran las que aseguraban el verdadero poder. Asimismo,
habían avanzado lo suficiente –aunque no totalmente– en la superación de ciertas contra-
dicciones intraderecha, aprestándose a dar la batalla final bajo el alero de la dictadura.

2. ¿Receso político?: El gremialismo a la captura de los pobres, 1973-1980


El golpe de Estado de septiembre de 1973 culminó la lucha dada por la oposición a la
Unidad Popular para terminar con dicha experiencia, objetivo que no pudo lograrse sin la
intervención de las fuerzas armadas, las que fueron presionadas para abandonar la obe-
diencia y derrocar al gobierno constitucional. Las fuerzas armadas chilenas tenían una
larga trayectoria anticomunista, proveniente de su profesionalización prusiana a fines del
siglo XIX, reforzada años más tarde con la Doctrina de Seguridad Nacional, bajo auspicio
del gobierno estadounidense, la cual identificaba la existencia de una posible agresión
marxista, no desde fuera de las fronteras, sino del interior del país, por parte de los grupos
comunistas locales. Tal tesis, surgida a comienzos de los años sesenta tras el shock que

91
Portada, Nº 29, abril de 1972.

64
provocó la evolución socialista de la Revolución Cubana, alineó ideológicamente a los mi-
litares latinoamericanos en torno a la lucha contrasubversiva, para lo cual se le asignaron
tareas policiaco-represivas en sus respectivos países92. Aunque la doctrina no tenía una
lectura unilateral, toda vez que apuntaba a la vez a reforzar el desarrollo económico y
social para acrecentar el “poder nacional” y neutralizar el atractivo comunista, el antico-
munismo fue un ingrediente dentro del pensamiento de los oficiales que fue madurando y
pudo ser utilizado por la oposición allendista para inducirlos al golpe. Para mediados de
1973, los militares estaban profundamente preocupados por la cuasi paralización produc-
tiva que vivía el país, la cual amenazaba con graves problemas de abastecimiento, como
también por la aguda “indisciplina social”, observable en las numerosas huelgas y movili-
zaciones de vastos sectores sociales, señalando taxativamente que tal estado de cosas debía
terminar, los trabajadores volver a sus tareas, como también el resto de la población93.
Como es sabido, todos los golpes militares de la década del setenta en América del Sur
tuvieron un agudo y primordial sentido anticomunista, decididos a finiquitar la fuerte politi-
zación experimentada por dichas sociedades en la etapa previa a la intervención. Han sido
denominados “regímenes autoritarios de nuevo tipo”, asociados a un contexto internacional
de reestructuración del capitalismo, como a un proceso de profesionalización y moderniza-
ción ideológica de las fuerzas armadas y, tal vez lo más importante, asociados a crisis políticas
donde los sectores populares organizados fueron capaces de plantear transformaciones pro-
fundas en la sociedad. Estos rasgos hacían que estos regímenes fueran altamente reacios a la
movilización y politización que inundaba a sus respectivas sociedades, siendo una de sus
prioridades su desactivación. Desde ese punto de vista, se trataba de regímenes con una
dimensión reactiva, la cual buscaba la desmovilización y la desarticulación del movimiento
social94. En el caso de Chile, como bien señala Garretón, desde un comienzo se buscó la
contención de la movilización popular, la desarticulación de sus organizaciones –políticas,
sociales y culturales–, como la reimposición del ‘orden’. Tales propósitos fueron explicitados
a través de los bandos emitidos por la Junta, los cuales establecieron el Estado de Sitio,
considerando la situación de conmoción interior del país, asumiendo la Junta de Gobierno la
calidad de General en Jefe de las fuerzas que operarían en esa situación, decretando tam-
bién el Estado de Emergencia. Días más tarde se aclaró que como el Estado de Sitio implicaba
la cesación de los tribunales militares en tiempo de paz, pasando a tiempo de guerra, en esa
calidad conocería los procesos, precisando que el Estado de Sitio decretado por conmoción

92
Verónica Valdivia O. de Z. El golpe después del golpe, op. cit.
93
Grupo de los 15 “Memorándum” (4 de julio de 1973), Mónica González La conjura. Los mil y un días del
golpe (Ediciones B: 2000), pp. 501-507.
94
Manuel A. Garretón, op. cit., pp. 125-135. Se los ha caracterizado como “Estado Burocrático Autorita-
rio”, categoría creada por Gmo. O’Donnell, op. cit. Véase también Fernando Henrique Cardoso “Ca-
racterización de los regímenes autoritarios”, en David Collier El nuevo autoritarismo en América Lati-
na (FCE: 1985).

65
interna debía entenderse, según las autoridades militares, como ‘Estado o Tiempo de Gue-
rra’95. Como parte de la toma del poder y el cercenamiento de las libertades públicas, se
advirtió a los diferentes medios de comunicación que la publicación de cualquier informa-
ción no autorizada por la Junta, significaría la intervención inmediata de las fuerzas armadas,
política que poco después se insertó en la lógica sobre abusos de publicidad, pues era urgen-
te “restaurar los valores del patrimonio moral y ético de la sociedad chilena, seriamente
quebrantados”, estableciendo la censura de prensa y se advirtió sobre los delitos al “ultraje”
de las buenas costumbres. El mundo de la cultura no estuvo ajeno a esta desactivación, toda
vez que la persecución también afectó a artistas (especialmente del folklore) e intelectuales,
las universidades fueron intervenidas con la instalación de rectores designados –todos ofi-
ciales de las fuerzas armadas, ya fueran en servicio activo o en retiro–, ocupados colegios y
canales de televisión, y se prohibieron los actos públicos. Los circuitos culturales perdieron
todo pluralismo96. Se impuso el toque de queda, la intervención de industrias y fábricas,
como también se estimuló a la ciudadanía a delatar “a los extremistas”97. La despolitización
de los aparatos de poder se complementó con el cese de funciones de las autoridades muni-
cipales, siendo los alcaldes, a partir de esa fecha, designados por la Junta de Gobierno, quienes
deberían ser de su exclusiva confianza, al tiempo que se declaró en “calidad de interino” el
personal de la administración pública, a excepción del Poder Judicial y la Contraloría Gene-
ral de la República98.
Más aún, desde ese mismo día 11 comenzó la represión sobre los líderes izquierdistas
vinculados a la Unidad Popular. La violencia ejercida sobre el movimiento sindical implicó
el congelamiento de todos los derechos laborales y sociales conquistados por los trabajado-
res a través de décadas, relativos a pliegos, convenios de salarios, beneficios, y reajustes de
pensiones. Se canceló la personalidad jurídica de la Central Única de Trabajadores, se sus-
pendieron los tribunales del trabajo y las elecciones. etc.99. Todo este proceso desmovilizador

95
Los decretos de Estado de sitio y de emergencia, D.L. Nºs. 3 y 4, 11 de septiembre de 1973; el referido
al tiempo de guerra, D.L. Nº 13; de la Subsecretaría de Guerra, 17 de septiembre de 1973; el de
tiempo de guerra, D.L. Nº 4; 12 de septiembre de 1973, Diario Oficial, 18, 20 y 22 de septiembre de
1973. Según una revista, se debió proceder así, porque “el enemigo era poderoso, duro y estaba super
armado… La Junta inició la segunda etapa, que es la operación ‘peineta’: terminar con los últimos
focos guerrilleros”, Ercilla, 3 de octubre de 1973, p. 7.
96
D.L. Nº 14, del Ministerio del Interior, 17 de septiembre de 1973, Diario Oficial, 20 de septiembre de
1973. Manuel A. Garretón Por la fuerza, sin la razón. Análisis y textos de los bandos de la dictadura militar
(Lom: 1998), Bando Nº 12, p. 66 y Bando Nº 15, p. 68. Anny Rivera “Transformaciones culturales y
movimiento artístico en el orden autoritario. Chile: 1973-1982”, Tuc: 1983, pp. 54-57.
97
Ibíd., Bando Nº 16, 28 y 35, pp. 69, 82 y 87.
98
D.L. Nº 6, 12 de septiembre de 1973 y D.L. Nº 25, 19 de septiembre de 1973, Diario Oficial, 19 y 22 de
septiembre de 1973.
99
Guillermo Campero y José Valenzuela El movimiento sindical en el régimen militar chileno, 1973-1981
(Ilet: 1984).

66
estuvo acompañado desde el primer momento por una brutal represión, iniciada con el bom-
bardeo a la Moneda, la ejecución de miembros del GAP, Grupo de Amigos del Presidente, los
llamados a numerosos dirigentes de la Unidad Popular a presentarse a cuarteles y regimien-
tos, desde donde muchos posteriormente desaparecieron, los juicios en los subterráneos de
la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, donde se torturó a civiles y uniformados, los
arrestos y asesinatos de campesinos, la “Caravana de la Muerte” y la creación de la Direc-
ción de Inteligencia Nacional, DINA, que institucionalizó y sistematizó el terror por años,
siendo posteriormente reemplazada por la Central Nacional de Informaciones, CNI, consti-
tuyendo la represión un elemento consustancial al régimen militar.
Este tipo de toma del poder demuestra la decisión castrense de paralizar la sociedad,
devolviéndola a sus actividades cotidianas y cortando todo vínculo de ella con partidos
políticos. La desmovilización implicaba la despolitización, entendida como activismo par-
tidista y su prolongación social y cultural. En la percepción militar, los partidos solo tenían
objetivos particulares, ajenos a los intereses sociales, los cuales manipulaban demagógi-
camente, siendo los principales causantes de la movilización social y de la crisis a la que el
país había llegado. De allí que como parte del proceso desmovilizador estuviera la deci-
sión de implantar un “receso político”. Ello fue evidente ese misma noche del día 11,
cuando durante la presentación de la Junta al país, el general Augusto Pinochet señaló
que las Cámaras –de senadores y diputados– quedarían cerradas “hasta nueva orden”,
decisión que fue plasmada en el Bando Nº 29, de tres días después, donde se clausuró el
Congreso Nacional y se declaró vacantes los cargos de parlamentarios en ese momento
vigentes100. Los partidos que habían constituido la Unidad Popular fueron declarados “aso-
ciaciones ilícitas” y puestos fuera de la ley, disueltos y confiscados sus bienes, los cuales
pasaron al Estado. El marxismo, según establecía el decreto, tenía una concepción del
hombre y de la sociedad que lesionaba la dignidad humana y atentaba contra los valores
libertarios y cristianos, elementos claves de la tradición nacional, razón que justificaba su
desaparición. La disolución de esas colectividades era complementada con la de las socie-
dades, asociaciones o empresas de cualquier naturaleza vinculadas a ellas. La izquierda
debía desaparecer de escena.
Con respecto al resto de los partidos, el D.L. Nº 78 estableció el “receso político”, es
decir, la suspensión de su funcionamiento, aunque se les permitió conservar la propiedad
de sus bienes, administrados por sus directivas. Este decreto fue complementado más tar-
de con un estatuto, el cual prohibió todas las actividades políticas, permitiendo solo la
reunión de las directivas partidarias –previo aviso a la autoridad– para asuntos de la admi-
nistración de sus sociedades, estándoles prohibido hacer declaraciones e “intervenir en
cualquier forma en la actividad cívico-ciudadana”. A su vez, se “congelaron” los registros,

100
Patricio Guzmán La batalla de Chile, 1973, vol. 2: El golpe de Estado; M.A. Garretón et al., op. cit.,
p. 83.

67
debiendo los partidos enviar a las autoridades el nombre de todos sus militantes inscritos
hasta el 11 de septiembre de 1973, prohibiéndoles además formar asociaciones deportivas,
culturales o de índole similar que pudieran servirles de fachada para seguir desarrollando
actividades políticas. El “receso” fue igualmente aplicado a las organizaciones gremiales,
colegios profesionales y organizaciones estudiantiles, mientras en noviembre se decretó la
caducidad de los registros electorales y su destrucción101.
En suma, el poder total quedó en manos de las autoridades militares, cerrándose el
espacio de debate público y coartándose el acceso a cualquier pensamiento disidente al
oficial. Como agudamente afirmó Anny Rivera, este cierre inauguró un período de largo
monólogo oficial.
Nos hemos detenido en la caracterización del tipo de toma del poder que ocurrió, porque
ella buscaba supuestamente la total paralización social y política del país. Sin embargo, el
“receso” que estas medidas imponían, no tuvo estrictamente ese resultado, toda vez que el
sentido trascendental que en los días siguientes al golpe quisieron darle los oficiales a su
acción, abrió pequeños “intersticios” para el quebrantamiento del mismo receso que ellos
habían instalado, obviamente para el bloque insurreccional que propugnó el golpe. En efec-
to, de las declaraciones castrenses de los primeros días se desprendía una cierta ilusión de
estar realizando una cruzada moral y de defensa de la tradición, reimponiendo los valores y
figuras nacionales, para recuperar el “alma de Chile”. Esto no podría hacerse con los viejos
partidos y dirigentes políticos, despreciados por los uniformados, sino con aquellos cerca-
nos, a su juicio, al idealismo que embargaba a los militares: los jóvenes. Ya en los primeros
momentos del golpe, un bando llamó a los jóvenes a “confiar en los destinos superiores de
Chile y en las FFAA que serán las encargadas de velar por ellos”102. La preocupación por este
actor social provenía de un diagnóstico: la capacidad de atracción que la demagogia marxis-
ta –y politiquera, en general– ejercía sobre los jóvenes, quienes habían sido seducidos por
ella y desnaturalizados en su innato idealismo. Los oficiales tenían claro que su acción debía
legitimarse socialmente y pusieron sus ojos y esperanzas en quienes a su entender podrían
ser sustraídos más fácilmente de la propaganda política y atraídos a la “gesta de reconstruc-
ción nacional” que se habían propuesto, decidiendo romper el vínculo de juventud-revolución
que había caracterizado a la última década. El general Leigh los invitó concretamente: “El
futuro es siempre de los jóvenes y a Uds. les corresponde conquistarlo. Nuestra misión es de
abrirles las puertas y los horizontes necesarios para ello. Sobre ustedes recae la misión de

101
D.L. Nº 78, 8 de octubre de 1973, Diario Oficial, 17 de octubre de 1973. El estatuto del receso se dictó
el 31 de diciembre de 1973, Diario Oficial, 23 de enero de 1974. Un resumen de estas medidas en
Huneeus, op. cit., p. 96, Genaro Arriagada Por la razón o la fuerza. Chile bajo Pinochet (Ed. Sudamericana:
1998), p. 39. Según Patricio Aylwin, este Reglamento fue contra la DC, como reacción a una carta
enviada por ese partido a Pinochet. Véase El reencuentro de los demócratas (Ediciones B: 1998), pp. 60-
61.
102
Bando Nº 4, en Garretón et al., op. cit., p. 58.

68
imaginar y proponer nuevas formas de participación juvenil, que respondan al Chile nuevo
que renace”103. Así, a pesar de la tremenda represión que se cernió sobre el país, la necesidad
de legitimación del régimen derivó en la apertura de pequeños espacios donde la actividad
social pudo mantenerse, por cierto dentro de los límites establecidos por la Junta, por lo cual
no debe quedar la impresión de un renacimiento del debate público. Tal como dentro de ese
estrecho margen los sindicatos con dirigentes democratacristianos y radicales permanecie-
ron vigentes, aunque con enormes restricciones y controles, la preocupación por los jóvenes
posibilitó un relativo quiebre del receso político, aunque nunca asumiendo una abierta cara
política, sino corporativa y solo para los partidarios.
Desde nuestro punto de vista, no fue solo la profunda influencia alcanzada rápidamen-
te por Jaime Guzmán –imbuido por la experiencia franquista– lo que llevó al intento de
influir al segmento juvenil, como ha afirmado algunos trabajos, sino el espacio abierto por
la propia percepción político-social de los militares, que buscaban un sector en quien ci-
frar sus expectativas. Su evaluación de la politización ocurrida tenía una lectura paradójica,
pues al mismo tiempo que se percibía a los jóvenes como menos contaminados/idealistas,
había una gran preocupación por la aguda politización por ellos sufrida en las universida-
des, como en los colegios secundarios. Los oficiales veían a las entidades de educación
superior como centros claves de la politización ocurrida, razón por la que se decidió su
intervención un mes después del golpe. Como señaló el ministro de Educación: “Muchas
sedes y escuelas se habían convertido en centros de adoctrinamiento y propaganda mar-
xista, amparando la violencia y el armamentismo ilegal”, situación que no hacía posible a
las autoridades existentes en las universidades asumir la reestructuración: “La recons-
trucción nacional no puede darse el lujo de permitir que la vida universitaria se frustre en
medio de la politiquería, la burocracia y el desorden”104. La despolitización de las univer-
sidades era un imperativo. El efecto de este interés contradictorio y ambivalente
–despolitizar a los jóvenes y buscar un segmento para su legitimación–, derivó en una
tentativa de politización, vista como “saneamiento” al no mediar partidos organizados. Se
intentaría devolver a la juventud una sanidad e idealismo supuestamente distorsionados,
a través de actividades percibidas como apolíticas, en tanto no partidarias. La conjunción
entre ese anhelo castrense y la evaluación hecha por Guzmán de la fuerza de la izquierda
fue lo que hizo posible que el gremialismo diera sus primeros pasos a lo que ulteriormente
sería un verdadero partido político de derecha.
No debe olvidarse que el corporativismo ocupaba un lugar preponderante en el pensa-
miento de la oficialidad desde hacía décadas, el cual era visto como una alternativa entre
derechas e izquierdas, partidarios de una activa organización social. Para el momento del

103
“La Junta de Gobierno se dirige a la juventud”, Discurso del general Gustavo Leigh ante dirigentes
juveniles, diciembre de 1973 (Ed. Gabriela Mistral: 1974).
104
Ercilla, 10 de octubre de 1973, p. 17.

69
golpe, los militares deseaban una sociedad organizada, pero despolitizada. La represión
desmovilizadora de que hemos dado cuenta, buscaba extirpar la influencia de la izquierda
en las organizaciones políticas, sociales y culturales, razón por la cual sobrevivieron aque-
llas que participaron de la oposición a la Unidad Popular y por la que tras el golpe se
reestructuraron las organizaciones comunitarias existentes. De allí emergió el concepto
renovado de “participación” que explicitaron los oficiales y que hacía alusión a una socie-
dad donde los distintos sectores pudieran expresarse sin intermediarios ‘deformadores’ y
‘destructores’ de la comunidad, como eran percibidos los partidos. Esto implicaba liberar
a los sujetos de su influjo para transformarlos en forjadores de su destino, fortaleciendo
las organizaciones intermedias, “acogiendo la creatividad del individuo y sus organizacio-
nes, a fin de hacer realidad..la responsabilidad y el carácter igualitario y fraterno de la
comunidad nacional, en un ambiente de orden y disciplina social”105. En otras palabras, la
propia oficialidad tenía tendencias corporativas que privilegiaban los cuerpos interme-
dios en desmedro de los partidos, espacio que en parte permitió el contacto con ese discurso
de Guzmán y el movimiento gremial anti Unidad Popular. Tal vez tanto como buscar apoyo
civil –tesis de Huneeus–, la creación de organizaciones sociales de inspiración corporativa
respondió al ideario militar y su expectativa de realizar una revolución nacionalista. La
mayoría de los estudios acerca de Guzmán y los gremialistas se concentran en ellos mis-
mos, restándole importancia al contexto en el cual actuaron y el hecho de que las decisiones
recaían en los mandos militares. No obstante, fueron esas autoridades las que establecie-
ron el marco y el estilo de participación. Así, el interés castrense fue el que permitió la
llegada de grupos políticos que realizarían esa aspiración.
Prontamente, se creó la Secretaría General de Gobierno, a cargo del coronel Pedro
Ewing, de donde se derivaba la Dirección de Organizaciones Civiles, a la cabeza de Gisela
Silva E. De esta Dirección se desprendían tres tipos de organismos: la Fundación ‘Sep-
tiembre’ , para las familias de los militares muertos el día 11, el departamento de Evaluación
y Contraloría, del que dependían el Plan Poblacional, dirigido por Guillermo Arthur, y la
Acción Cultural, a cargo de Héctor Riesle, ex dirigente de la Juventud Universitaria del
Partido Nacional. El tercer tipo de organismo, dependiente de la Dirección central eran
las Secretarías: el Secretariado Nacional de la Mujer, dirigido por Carla Scassi, el Secreta-
riado Nacional de la Juventud, a cargo de Sergio Gutiérrez, y el Secretariado de Asuntos
Gremiales, atendido por Eduardo Boetsch106. Hemos identificado a los organismos como a
sus dirigentes, porque en ellos es posible percibir a un sector específico del bloque insu-
rreccional contra el gobierno de Allende: tal es el Movimiento Alessandrista, organizado

105
“Línea de acción de la Junta de gobierno”, en 1974. Año de la reconstrucción nacional (Stgo.: 1974). Este
documento fue publicado el 10 de marzo de 1974, un día antes de la Declaración de Principios y fue
redactado por oficiales militares.
106
Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, p. 15.

70
en 1965 bajo el nombre de MAD, Movimiento de Acción Democrática, y que dirigió la
campaña presidencial de Jorge Alessandri en 1970. Al menos tres dirigentes de esta nómi-
na eran parte de ese grupo: Gisela Silva, nieta del historiador Francisco Antonio Encina,
Sergio Gutiérrez, gremialista de Guzmán y Eduardo Boetsch, cabeza del Movimiento Ales-
sandrista. Fue a este grupo que se incorporó Guzmán ya a mediados de los sesenta,
trabajando estrechamente con Boetsch por la repostulación de Alessandri y, por lo tanto,
lo más probable es que fuera a través de ese conducto que llegó a las más altas esferas de
gobierno, amparado por el ex presidente, quien es muy posible facilitara la influencia que
lograría en un corto tiempo. Tanto en su acción política en la Universidad Católica, como
dentro del comando alessandrista, Guzmán estuvo a cargo de los segmentos juveniles, por
lo cual no es extraño que fuera ese Secretariado y no otro en el que se concentró. Desde un
principio a Guzmán le interesó disputarle a la izquierda y el centro el apoyo de los jóvenes,
preocupación que coincidió con el interés castrense por ellos, abriendo la posibilidad para
un enclave político.
La creación de la Secretaría Nacional de la Juventud fue anunciada a fines de octubre
de 1973 por el coronel Pedro Ewing, quien reiteró los anhelos del 11 de septiembre, reafir-
mados en el discurso de Pinochet de un mes después, señalando que “el Gobierno desea
gobernar con la juventud, dándole a su participación un lugar relevante”. Dicha decisión
era producto de lo señalado más arriba, esto es, que la politización generada “por un go-
bierno inmoral” había provocado una fuerte “rebeldía juvenil”, de modo que la lucha
realizada por los jóvenes había sido por lo más esencial de su futuro y de la patria. Por ello,
la Junta consideraba como uno de sus propósitos más importantes “la de abrir amplios y
renovados horizontes para todos los jóvenes de esta tierra”. No se trataba, enfatizó Ewing,
de hacer un gobierno para la juventud, sino “con la juventud. Chile es un país joven. En
consecuencia, toda participación social que se piense para nuestra patria, debe conceder
a la juventud un lugar relevante… Un gobierno que pretenda proyectarse en forma dura-
dera no podría hoy en día prescindir de la voz de la juventud”107.
Como se observa, desde un comienzo el gobierno trató de establecer una alianza
política con ese actor social, lo cual es reconfirmado con la incorporación de jóvenes
asesores civiles en el ministerio de Economía y, posteriormente, a cargo de él y de otras
carteras. En parte, creemos, esta opción se relacionó con su escepticismo respecto de
los líderes partidarios, los cuales en su mayoría fueron designados embajadores, pero no
ocuparon puestos de administración o políticos de importancia; de modo que quienes
dieron la principal lucha contra la Unidad Popular volvieron a sus actividades profesio-
nales 108. La alianza con jóvenes, a su vez, es posible se relacionara también con las

107
“Creada la Secretaría Nacional de la Juventud”, El Mercurio, 29 de octubre de 1973, p. 21.
108
Sergio O. Jarpa volvió a sus actividades agrícolas y luego fue nombrado embajador en Colombia;
Francisco Bulnes, embajador en Perú.

71
características fundamentalistas propias de la juventud, etapa en la que los fines son
siempre más importantes que los medios y donde la palabra transacción y concesión
huele a traición. En general la acusación que se lanzó contra los jóvenes de los sesenta
era su excesivo ideologismo y su inflexibilidad para plantear sus proyectos. Como lo
demostrarían los hechos, los jóvenes asociados al gremialismo de Guzmán mostrarían
tendencias muy semejantes, que eran precisamente los rasgos que Pinochet buscaba en
eventuales aliados políticos. Como ya se ha reiterado, lo que le atrajo de los Chicago
Boys fue su seguridad, su sentido de las certezas y su decisión de llevar adelante sus
planes contra viento y marea. El agudo sentido antipartidario militar y también su ca-
rácter tecnocrático facilitaron el acercamiento. Solamente un segmento imbuido de
expectativas y deseoso de llevarlas a cabo, sin mediadores y negociadores, eran el aliado
perfecto: los jóvenes. Éstos, a su vez, también deseaban conservar parte del activismo
desarrollado en la etapa precedente, pero adecuándolo al nuevo estilo de participación:
“despolitizado”. Coherente con ello, un grupo de gremialistas se abocaron a darle cuer-
po a la integración regulada de los jóvenes a la tarea de “Reconstrucción Nacional”
–como la autodenominó el régimen–, a través de la recién creada Secretaría Nacional de
la Juventud. Este núcleo original estuvo conformado por Sergio Gutiérrez, Juan Eduar-
do Ibáñez, Javier Leturia, Jorge Fernández y Juan Luis Moreno, quienes buscarían
canalizar las inquietudes de ese sector, entregándole al mismo tiempo una “formación
integral”109.
El documento que creaba la Secretaría Nacional de la Juventud señalaba expresamente
el sentido que debería asumir la participación, la cual se insertaría en la tarea de reconstruc-
ción que serviría como “vehículo para sus múltiples inquietudes, tanto en el plano cultural y
social, como en el deportivo y de esparcimiento. La juventud tendrá, así, el respaldo necesa-
rio para convertirse en cada comuna del país, en el motor más activo, de las tareas de
reconstrucción y progreso”. Estos propósitos fueron reafirmados por el primer Secretario
Nacional, Sergio Gutiérrez, abogado de la Universidad Católica y gremialista, quien destacó
que serían los jóvenes quienes darían un estilo nuevo a la vida nacional, cambiando la men-
talidad: “la juventud debe entender que todo chileno tiene obligación de pensar primero en
el país y después en él. Debe ser un servidor y dedicar lo más útil a la patria”110. Estas
palabras exudaban sentidos anti partidos y anti políticos, percibidos como entidades y perso-
nas carentes de cualquier idealismo y concentrados en favorecer sus intereses, sin importarles
la sociedad. A partir de tales premisas, la Secretaría se proponía ser un contacto entre los
jóvenes y las autoridades y de ahí impulsar proyectos concretos, transformándose en “una
gran central de servicio para la juventud”, la que se dirigiría a la “juventud organizada

109
“Tiene sólo cuatro años y ya ha engendrado muchos hijos”, en Juventud (órgano de la Secretaría
Nacional de la Juventud), 29 de octubre de 1977.
110
Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, p. 14.

72
(sector estudiantil, laboral, grupos con fines propios: religiosos, scouts), como a la gran masa
juvenil”, lo cual se haría estableciendo centros en todas las comunas y se elaborarían proyec-
tos culturales y deportivos, desarrollando actividades acordes. En un comienzo, según los
recuerdos de sus propios protagonistas, carecían de una sede propia, la cual funcionaba en la
Secretaría Nacional de la Mujer, siendo su denominación de nacional, “solo sueños”. Por
ello, el grupo original y algunos nuevos adherentes –como Luis Cordero, quien se integró en
enero de 1974–, realizaron viajes al norte y sur del país, contactando a los presidentes de
Centros de Alumnos para con ellos ramificar la entidad. Así, se establecieron en forma de
plan piloto, sedes en comunas como Maipú, Barrancas, Recoleta, El Salto, Independencia y
Nuñoa, en la capital; también se avanzó en Valparaíso, y para fines de 1974 habían logrado
estabilizar la Secretaría a nivel nacional. Fue entonces que el gobierno les dio una sede
nueva y un presupuesto adecuado111.
Para 1975, la Secretaría estaba organizada en cuatro departamentos: el Cultural,
dedicado a publicaciones, actividades teatrales y artísticas en general; el de Deportes,
que se preocuparía de organizar competencias; el de Bienestar Juvenil, encargado de
capacitar mandos medios, de atender problemas laborales, previsionales, becas, coloca-
ción profesional, etc.; el de Programas Especiales, destinado a preparar actividades
recreativas, servicios a la comunidad, trabajos y campamentos de verano; y el Femenino,
coordinador de la acción de la ‘mujer joven’, el cual además contribuiría a proporcionar-
le herramientas que “le puedan producir un ingreso extra a la familia [costura,
peluquería, etc.]”112.
Si se observa, todas las actividades planeadas y luego desarrolladas eran vistas como
inocuas, ajenas a intereses políticos, sanas. No obstante, si se recuerda, las federaciones
universitarias anteriores a 1973 también realizaban acciones como éstas, pero con inter-
mediación de partidos, lo que facilitó su caracterización como desvirtuación politiquera
y demagógica, negándoseles cualquier idealismo o interés social. La ausencia de parti-
dos estructurados, o de militantes de ellos en la Secretaría, daba apariencia de asepsia
y apoliticismo, a pesar que tanto Gutiérrez como el resto de los presidentes de esta
entidad serían gremialistas, con una orientación doctrinaria clara. La inexistencia de
una orgánica partidaria explícita era lo que hacía la diferencia y lo que le permitía
mantener el discurso contrario a esas colectividades, a pesar de que el gremialismo
actuaba como grupo compacto y ya contaba con una sede propia, nacida en la lucha

111
El Mercurio, 29 de octubre de 1973, p. 21; Juventud, 29 de octubre de 1977.
112
Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, p. 14.
113
Según el testimonio del historiador Gonzalo Rojas, gremialista, Guzmán se acercó a la casa ubicada
en la calle Suecia 286 a fines de la década del sesenta, cuando allí funcionaba el Instituto de Estudios
Generales, dirigido por Gonzalo Vial, junto con la editorial Portada, sede de la que pronto se “apode-
ró” (sic) Guzmán y los gremialistas. Cosas, 10 de octubre de 1995, pp. 81-82.

73
contra la Unidad Popular113. Más todavía, algunos de los presidentes de la entidad juve-
nil habían sido dirigentes gremialistas o presidentes de la FEUC, como fue el caso de
Javier Leturia, a cargo de la Federación, en 1972, o Francisco Bartolucci, presidente de
la misma en la Universidad Católica de Valparaíso por el Movimiento Gremial114. La
‘asepsia’ mencionada se explicitó en las primeras actividades desarrolladas por la Se-
cretaría, como fue el llamado a un concurso literario, relativo al tema de la unidad
nacional, y un festival de la Canción Juvenil, que incluiría una categoría internacional y
otra folklórica, en la búsqueda de expresiones musicales que identificaran a los jóvenes
con el “sentir patrio” y que se realizó en enero de 1974. Asimismo, se organizaron traba-
jos de verano, rebautizados como “trabajos de reconstrucción”, para hacer un aporte
concreto al país, como plantación de tamarugos en el norte. La idea era, como explicó
Gutiérrez, “devolverle la unidad a los estudiantes a través de impulsar actividades be-
neficiosas para la sociedad. Es necesario señalarle a la juventud que más allá de todas
las diferencias partidistas, Chile antes que nada tiene un destino común y la juventud
tiene como tarea construir ese destino”115.
La Secretaría concretó estos planes a lo largo de la década del setenta, desarrollando
cuatro tipos de iniciativas. En primer lugar, las ‘deportivas y recreativas en plazas y par-
ques’, cuya finalidad fue formar y educar a la juventud “en el buen uso del tiempo libre”,
desarrollando actividades en campamentos, poblaciones y barrios “destinadas a toda la
comunidad”. Participaban todos los centros juveniles asociados a la Secretaría, centros de
madres y juntas de vecinos, los que, según información de la propia Secretaría, entre 1975
y 1983, lograron reunir a 230.000 personas116. Dado el deseo de reponer el orden social,
muchas de estas iniciativas se realizaban en familia, tales como los Veranos Recreativos o
cicletadas, ‘patinetadas’ y caminatas. Jóvenes de la Secretaría organizaban estos actos
para niños y adolescentes en los barrios populares, como juegos, concursos o bailes los
días sábado, durante un período determinado; o llevaban a niños de algún colegio en parti-
cular a “veranear”, como ocurrió con los pequeños del Liceo Carrera Pinto de Santiago,
quienes se trasladaron por dos semanas al balneario de Constitución en 1977. En la misma
tónica, en 1974 se repuso la Fiesta de la Primavera y en 1975 se organizó un nuevo festival,
llamado “Primavera, una canción”, ideado por Antonio Vodanovic, gremialista desde los
tempranos setenta y activo colaborador de la Secretaría de la Juventud, parte del ambien-
te televisivo chileno desde 1972 y ya para 1976 contratado por Televisión Nacional (el
canal oficialista), momento a partir del cual se convirtió en el animador oficial del Festi-
val de Viña del Mar. El festival “Primavera, una canción” buscaba atraer a compositores y

114
Carlos Huneeus, op. cit., p. 357.
115
Qué Pasa, 8 de noviembre de 1973, p. 14; El Mercurio, 3 de enero de 1974, p. 17.
116
Secretaría Nacional de la Juventud Recuento, 1973-1983 (Stgo.: 1984). Como celebración por los diez
años de existencia, la Secretaría editó este documento, siendo su presidente Patricio Melero.

74
cantantes nacionales de la época, los que a través de él tenían una oportunidad artística, a
la vez que ofrecía una posibilidad también a aspirantes a locutores, como fue el caso de
Jorge Saint Jean, asociado a la Secretaría, o de Alfonso “Poncho” Cerda, de la comuna de
San Miguel117.
En segundo lugar, se abocaron a trabajos de ayuda social, los que –a nuestro juicio–,
constituían uno de los dos ejes centrales que movían a la entidad. La Secretaría organizó
periódicamente Campañas de Invierno, dedicadas a la recolección de vestuarios, alimentos
no perecibles y otros elementos “´para enfrentar las inclemencias del tiempo”, si estas se
producían y “acudir en ayuda de las familias que pudieran resultar afectadas”, haciendo un
aporte a las oficinas de emergencia municipales y de las intendencias. En general las obras
de acción social estaban dirigidas “a los sectores más desposeídos de la población”, como en
situaciones de catástrofe. En el otoño de 1975, la Secretaría hizo un llamado para ir en ayuda
de los damnificados a raíz de un terremoto en el Norte Chico, recolectando materiales de
construcción “con el fin de solucionar el principal problema que enfrentan nuestros compa-
triotas de la 4ª Región, la cual en estos instantes tiene un déficit de mil quinientas
mediaguas”118. La entidad movilizó a sus filiales provinciales de Cautín, Valdivia, Osorno y
Llanquihue para activar la colaboración de la juventud de esas zonas productoras de las
maderas necesarias para las viviendas a reconstruir, y de los “diferentes sectores de la comu-
nidad”. Esta disposición social no fue ocasional, sino una práctica permanente, toda vez que
a juicio de la Secretaría los jóvenes debían ser solidarios. Por ello, se organizó un plan de
ayuda para Atacama, realizando una “encuesta poblacional..con el fin de detectar los princi-
pales problemas poblacionales, preferentemente del sector juvenil”119 . Este énfasis en la
acción social debía traspasar todas las actividades de este grupo etario, inclusive las fiestas
universitarias anuales de bienvenida a los nuevos estudiantes, las que debían desarrollar
“buenas obras”, como ocurrió por ejemplo en la fiesta de la Universidad Católica en 1975, en
la cual los “novatos” entregaron al rector como regalo social doscientas cuotas de sangre
para donar a enfermos y otras tantas agujas hipodérmicas, como Eº 675,000.– para una cam-
paña de becas para alumnos de escasos recursos. La Secretaría de la Juventud se centró, en
importante medida, en este tipo de actividades, donando techos, reuniendo ropa de cama
para el invierno, formando stock de alimentos no perecibles, como por ejemplo a través de

117
Juventud, 16 de agosto y 24 de noviembre de 1977. Vodanovic entró a Canal 13 como parte de las
presiones de la FEUC en contra del directorio en tiempos de la Unidad Popular y ya en 1972 animó el
programa “Campeonato estudiantil”, haciéndolo por cuatro años, hasta que se fue a Canal 7. A su vez,
Jorge Saint Jean, estudiaba Construcción Civil en la UCV, siendo encargado de su Federación en 1976
y encargado general de la revista de la Secretaría desde 1977. Véase también El Cronista, 12 y 24 de
septiembre y 5, 8, 9 y 11 de octubre de 1975.
118
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud (aparece clasificada en la Biblioteca Nacional como
Juventud, nombre que asumió en 1977), Nº 1, abril de 1975.
119
Ibíd., mayo de 1975.

75
un proyecto denominado el “Festival del kilo”, en el que se organizó un espectáculo con
variedad de números y artistas, cuyas entradas serían canceladas con un kilo de alimentos o
medicamentos. De la misma forma se consiguieron rebajas en la atención médica en la Co-
muna de Conchalí, gracias a un convenio firmado por la Secretaría Comunal con un Centro
Médico local, a la vez que la recolección de útiles escolares se convirtió en una práctica
reiterada para paliar las insuficiencias de las escuelas rurales. De igual forma, realizaban
“operativos” de acción social en campamentos y poblaciones, los que consistían en atencio-
nes médicas, difusión de subsidios vigentes y reparación de edificios de utilidad pública,
como policlínicos o escuelas, como el realizado en las comunas de La Granja, La Cisterna y la
población “El Olivo” de San Bernardo en septiembre de 1977, como parte de las celebracio-
nes por el 4º Aniversario de la “Liberación Nacional”. Estos operativos, comúnmente, se
desarrollaban en conjunto con la Dirección de Sanidad Militar del Ejército. Esta preocupa-
ción por copar distintas áreas de ayuda social terminó materializándose en seminarios de
capacitación en la Oficina Nacional de Emergencia (ONEMI), organizados por la Secretaría,
con el propósito de instruir a jóvenes en la prevención de riesgos y capacitarlo para enfren-
tar catástrofes120.
Una de las actividades representativas de la tónica del estilo “social” de la Secretaría
de la Juventud eran los Trabajos de Verano, como el que se realizó en Melipeuco, un pueblo
de población mapuche y de colonos dedicados a la agricultura ubicado al interior de Temu-
co, enclavado en los faldeos del volcán Llaima, al sur de Chile, en el verano de 1976. Los
jóvenes a cargo eran de la FEUC en conexión con la Secretaría, lugar donde se desarrolla-
ron trabajos de construcción, salud, educación, agronomía, como la organización de centros
de madres y cooperativas. Como señalaba un periodista vinculado a la Secretaría de la
Juventud, el trabajo en zonas apartadas del país, como fue el caso de Panguipulli, en la
comunidad de Quechumal, sacaba “ampollas en las manos”, pero se tenía a “Chile en el
corazón”, pues “con el correr de los días, las ampollas formadas en las manos de las niñas
mostraron que en el trabajo no existe distingo”121 .
Esta acción social no solo buscaba penetrar los sectores populares, sino al mismo tiem-
po colaboraba con la política económica implementada por las autoridades. En el otoño de
1975, el ministro de Hacienda, Jorge Cauas, presentó al gobierno un plan de shock para
frenar la ascendente inflación, el cual implicó la aplicación de la teoría económica neoli-
beral, aparejada de altos costos sociales. En esa coyuntura, la Secretaría Nacional de la
Juventud asumió la defensa de dicho proyecto, tratando de legitimarlo a través de la orga-
nización de planes de ayuda a los más afectados. Argumentando que la situación crítica

120
Datos extraídos del Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, año 1975; mayo-junio y oct.-nov. de
1976; Nº 17, enero-febrero de 1977 y de Juventud, junio y 27 de septiembre de 1977; El Cronista, 11 de
septiembre y 22 de octubre de 1975.
121
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, Nº 12 de abril de 1976 y la cita del Nº 17, enero-febrero
de 1977.

76
por la que atravesaba el país era producto de la “destrucción politiquera” a la que lo
condujeron los partidos y políticos de antaño, era necesario asumir los costos que la re-
construcción imponían: “el éxito de la lucha contra la inflación requiere pagar costos.
Inevitablemente tenemos que afrontar un aumento relativo de la cesantía, una contrac-
ción transitoria de algunas actividades económicas”, explicaba el Boletín de la entidad.
Para ello, se organizó una Cruzada de la Solidaridad, la cual significaba estrechar filas
para construir un destino común de ‘grandeza’, el que implicaba “enfrentar cohesionados
la agresión del comunismo internacional, que se traduce en el apoyo de los más fuertes a
los más débiles y desposeídos. Esta adversidad, que algunos políticos desplazados procu-
ran utilizar inescrupulosamente para sus mezquinos intereses, es en cambio para la juventud
un desafío para redoblar nuestra fe en el camino que nuestra Patria ha escogido”122. Esta
campaña fue importante, porque no solo buscó legitimar la política económica adoptada,
sino también transmitir una lógica distinta a este trabajo social, el cual debería exceder el
marco del alivio a los sectores más necesitados, pues lo importante era “crear un nuevo
estilo, de UNIDAD NACIONAL (sic), basado en la solidaridad de los chilenos. Nosotros, los
jóvenes chilenos, debemos infundir mística, fe, esperanza y confianza en que sortearemos
todos los obstáculos.. Debemos contagiar nuestra fe en nuestro destino histórico como
nación”123. Esta decisión significaba redoblar la movilización juvenil por ayuda social, pues
sus exigencias serían –y fueron– mucho más altas, pero sobre todo buscaba crear un nuevo
tipo de “militante derechista”. Aunque la Secretaría y el Movimiento Gremial formalmen-
te no eran partidos, quienes se ligaban a ellos y se comprometían con su labor debían
desarrollar nuevos rasgos identitarios: no solo la solidaridad cristiana, sino la convicción
absoluta en la tarea que estaban realizando. Fe, era de lo que había carecido la derecha
laica y transaccionista, faltándole aliento vital, el cual solo podía provenir de un compro-
miso a toda prueba con ciertas ideas matrices; ello daría mística a la acción. Los jóvenes
que se reunían en torno a la Secretaría deberían transformarse en expresión viva de esa fe
y actuar como ejemplos sobre amplios segmentos de jóvenes. Sólo la fe y la mística –como
la historia de otros grupos políticos lo probaba– podrían actuar como focos de atracción e
irradiación. Mística y acción debían constituir una unidad. Esto requirió integrar la ac-
ción de las secretarías a nivel provincial y comunal, entrando en contacto con las alcaldías
y profundizando la penetración social en la organización de núcleos por barrios, colegios,
juntas de vecinos y todo tipo de centro social. En los inicios de la década de los ochenta,
esta primera incursión se complementaría con el control gremialista sobre algunos muni-
cipios, como fue el caso de Carlos Bombal, designado Alcalde de la Comuna de Santiago a
sugerencia de Guzmán a Pinochet en 1981124.

122
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, 1ª quincena de junio de 1975.
123
Ibíd., 2ª quincena de junio de 1975.
124
El Mercurio, 2 de abril de 2006, p. D-6 y 9. El artículo también menciona los casos de los gremialistas
Jaime Orpis y Patricio Melero, en las comunas de San Joaquín y Pudahuel a mediados de los ochenta.

77
Un tercer tipo de actividad desarrollado por la Secretaría fueron los campamentos
de verano que, como dijimos, al principio tuvieron objetivos de ayuda social como tareas
de reforestación o reparación de escuelas; más tarde se usaron para “formación de diri-
gentes”. Como explicaron los fundadores de la entidad, desde un principio se pensó que
ella debería dar una “formación integral” a los jóvenes, lo cual suponía un trabajo for-
mativo. Este objetivo se desarrolló en dos rubros, uno más social y otro político. Respecto
del primero, la Secretaría se preocupó de formar monitores en dinámicas de grupo, rela-
ciones humanas, planificación y organización. Se crearon programas de salud juvenil,
remitido a la prevención del consumo de drogas en la juventud, formando monitores en
drogadicción y alcoholismo, quienes impartían charlas a pequeños grupos de estudian-
tes secundarios, principalmente. De hecho, la entidad publicó el libro “Juventud y
drogas”, el que según Cristián Valdés, Secretario Nacional en 1975, pretendía iluminar
sobre el problema, revistiendo un intento serio para enfrentarlo, como también se reali-
zaron jornadas acerca de la delincuencia juvenil. De igual manera, la formación de
dirigentes se concentraba en la orientación vocacional, a través de preuniversitarios de
la Secretaría, enviando, además, difusores a los colegios y liceos para mostrarles en qué
consistían las diversas carreras. De acuerdo a la información ofrecida por la Secretaría,
entre 1976 y 1983 los preuniversitarios de “bajo costo”, habían atendido en Santiago a
5468 jóvenes y 14.425 en provincias125.
Por último, se impartía “capacitación laboral” en oficios, tales como cursos de pelu-
quería, sastrería, gasfitería y jardinería, pues la “labor de la Secretaría está dirigida
principalmente a los sectores más modestos de la población”. Esta preocupación se expre-
só igualmente en prestar colaboración al Ministerio del Trabajo, difundiendo los planes
del gobierno en materia de cesantía, subsidios y nuevas fuentes de empleo, creando “bol-
sas de trabajo”. Estas tareas fueron complementadas con la institucionalización en 1975
del Día Nacional de la Juventud, el 10 de julio, en homenaje a los héroes de la batalla de la
Concepción, ocurrida durante la Guerra del Pacífico, celebrándose con ceremonias solem-
nes en las capitales regionales y un acto central en el edificio Diego Portales, oportunidad
en la que se entregaba a los 77 jóvenes más destacados en sus respectivas actividades, la
condecoración “Héroes de la Concepción”126.
El control del gremialismo en la Secretaría fue completo, pues como mencionamos
todos sus presidentes fueron parte de ese Movimiento. Luego de la gestión de Sergio Gutié-
rrez Irarrázabal, entre marzo de 1974 y junio de 1975 fue el turno de Cristián Valdés Zegers,
a quien le correspondió, según sus propias palabras, la creación de una vasta organización

125
Recuento, pp. 17-18 y 20; Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, abril y 1ª quincena de junio de
1975.
126
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, abril y mayo de 1975, y 16 de mayo de 1978; Recuento, pp.
19-20.

78
juvenil, especialmente a nivel comunal y de estudiantes secundarios. El fue sucedido por
Jorge Fernández Parra (junio de 1975-mayo de 1976), Francisco Bartolucci Johnston (mayo
de 1976-abril de 1978) a quien tocó el turno de acentuar la gestión de la Secretaría en la
búsqueda de actividades de “confraternidad entre los chilenos”; Humberto Prieto Concha
(abril de 1978-mayo de 1979), quien procuró forjar en la juventud un nuevo espíritu de
servicio público y Luis Cordero Baeza (octubre de 1979 a marzo de 1983)127.
Si se observan las actividades desarrolladas por la entidad que hemos estado caracte-
rizando, ellas remitían en general a cuestiones recreativas y sociales, en su mayoría dentro
de una perspectiva benéfica, aunque no estaban ausentes tareas que posibilitaran ulte-
riormente más autonomía, como los pre-universitarios. De modo global, es posible percibir
una intención de centrar a los jóvenes en actividades ajenas a lo político, vistas como
aglutinadoras y sanas. Estos rasgos de aparente ‘apoliticismo’ y su naturaleza social mues-
tran la inspiración corporativa que las permeaba, en tanto a una parte significativa de la
población se la alejaba de la toma de decisiones de carácter nacional, para volcarlos a
acciones recreativas o de ayuda, que se consideraban “propias” de la etapa juvenil. Los
adolescentes eran vistos como no adultos y, por tanto, su participación en temas de tras-
cendencia nacional-política era no atingente; cualquier tentativa contraria sería politizarlos.
Cada cual debía volver a su tarea “propia”, a lo suyo, mientras las decisiones serían toma-
das por quienes correspondía: las autoridades. ¿Había participación?, bajo ese criterio, sí,
pero lejos de los debates cruciales que vivía el país. Era una muestra fehaciente de la tesis
del “Poder social” y el “Poder político” que sostenía el pensamiento del mentor de Guz-
mán (Osvaldo Lira) y que éste defendería apasionadamente: la sociedad debía estar
organizada en cuerpos intermedios autónomos dedicados a sus intereses propios, sin inter-
vención de colectividades y cuestiones políticas, mientras el verdadero depositario de la
autoridad y del ejecutivo tomaba las resoluciones claves del desarrollo del país128. En otras
palabras, y como muy bien explica el historiador y filósofo alemán, Ernst Nolte, el corpora-
tivismo es siempre un sucedáneo de la ciudadanía, eso es lo que se ofrecía a los jóvenes129.
Esto era coherente con el pensamiento elitista de Guzmán y su rechazo a la intermedia-
ción partidaria en organizaciones sociales y una participación general en el debate acerca
del destino del país.
Por otra parte, la labor de la Secretaría también nos revela la primaria construcción de una
base política para el gremialismo, pues dicha entidad ofreció la oportunidad de establecer

127
Secretaría Nacional de la Juventud, Recuento, pp. 5-6. El grado de cercanía con Guzmán de cada uno
de estos dirigentes era estrecha, tanto como que en la casa de veraneo de su amigo y compañero,
Sergio Gutiérrez Irarrázabal, en Cachagua, Guzmán preparó su examen de titulación para abogado.
Rosario Guzmán Mi hermano Jaime (Editorial ver: 1991).
128
Renato Cristi y Carlos Ruiz, op. cit.
129
Ernst Nolte El fascismo en su época (Ed. Península: 1967).

79
contacto por primera vez a un grupo de derecha con los sectores populares, área antes cubierta
por los partidos de izquierda, especial, aunque no exclusivamente, por el Partido Comunista,
para quien las tareas con la gente, en su hábitat común, era histórica; y por las federaciones
estudiantiles, la mayoría de ellas controladas por la Democracia Cristiana en los años sesenta y
luego algunas por la izquierda. Desaparecidas ellas por efecto de la represión y del “receso”,
fueron copadas por los gremialistas de Guzmán, quienes a partir de la Secretaría establecieron
centros en comunas de escasos recursos, donde los trabajos de invierno, las becas, las activida-
des recreativas y los “operativos de acción social” tratarían de atraer a segmentos que hasta
entonces les eran ajenos. Era una derecha redefiniéndose en materia de bases sociales, pero a
diferencia del Partido Nacional que ya lo tenía como parte de sus aspiraciones a finales de los
sesenta, los gremialistas pudieron materializarlo. Su definición como movimiento y no como
partido, su agudo discurso antipartidario y su carácter juvenil le abrieron las puertas al gobier-
no y de ahí a las poblaciones y espacios de difícil acceso para su sector político. Este objetivo de
copamiento social se relacionaba con la situación que vivía la izquierda y también en alguna
medida la Democracia Cristiana en el período, los cuales veían restringidas sus posibilidades
de conservar los lazos con los sectores populares por efecto de la represión. Si bien se conserva-
ron “Comités de Resistencia” en poblaciones y campamentos, ellos tuvieron un vida muy
accidentada y permanentemente amenazada por la delación y el miedo. Fue ese contexto crea-
do por la dictadura, el aprovechado por los gremialistas para reemplazar la histórica presencia
izquierdista entre esos núcleos humanos, especialmente en un momento de repliegue del Esta-
do en materia social, cuando la actividad de esa índole desplegada por la Secretaría de la
Juventud buscaba constituirla en el nuevo aliado. Por esos días, el MIR denunciaba desde la
clandestinidad este “paternalismo” con intenciones de “confundir y dividir al movimiento po-
pular para impedir que la resistencia gane fuerza entre los sectores más pobres del campo y la
ciudad”, poniendo en vigencia con “gran propaganda los ‘operativos cívico-militares’ de ayuda
a la comunidad”. Desde su punto de vista, tales políticas solo pretendían “llegar a través de
ellos a los sectores más atrasados y con menor experiencia política a fin de impedir que la
resistencia organice a la masa a partir de sus problemas concretos e inmediatos. Este es el caso,
por ejemplo, de los pobladores de Pudahuel, donde la Secretaría Nacional de la Juventud em-
prendió una campaña de ‘adelanto’, impulsando la solución de problemas de alcantarillado, luz,
canchas, escuelas”130.
Este copamiento de bases sociales a través de la Secretaría fue a la par de la que
realizaba el gremialismo dentro de la Universidad Católica, a través de la ocupación de
altos cargos de ex dirigentes de ese Movimiento dentro de la institución, como el control
sobre la Federación de Estudiantes. Una vez ocurrido el golpe, fue designado rector el ex
almirante de la Armada, Jorge Swett, quien ofreció a miembros del Movimiento Gremial la

130
El Rebelde en la clandestinidad, noviembre de 1978, p. 14. Julio Pinto V. “¿Y la historia les dio la ra-
zón?”, cap. 4 de este libro.

80
posibilidad de “colaborar” con la nueva administración, como fue el caso de Hernán Larraín,
presidente de la FEUC en 1969, quien asumió como Vicerrector Académico; Carlos Bombal,
dirigente del Centro de Alumnos de Derecho, como jefe de gabinete del rector y Raúl
Lecaros131. Asimismo, la Federación siguió en manos de los gremialistas, convirtiéndose en
un “baluarte del régimen”: en efecto, a mediados de octubre de 1973 correspondían elec-
ciones en la FEUC, las que se realizaron, siendo “la lista encabezada por [Arturo] Fontaine,
correspondiente al Movimiento Gremial de la UC, la única que se había presentado al
vencer el plazo para la entrega de las postulaciones”. Habiendo una sola lista, el presidente
del Tribunal Calificador confirmó al nuevo presidente, a quien acompañaban como
vicepresidente Cristián García Huidobro; como secretario, Erwin Hahn y tesorero, Ignacio
Guerrero132. Las nuevas autoridades estudiantiles se erigieron rápidamente en defensoras
del régimen militar, cuando desde el exterior se le exigió un pronunciamiento respecto a
la violación de la autonomía universitaria, a lo cual su nuevo presidente respondió
calificando tal pretensión como “absurdamente inoportuna y gravemente desinformada”,
toda vez que la intervención de la Universidad era, a juicio de Fontaine, “indispensable si
quería limpiarla del marxismo militante. El movimiento gremialista, y por ende, la FEUC,
no han tenido más adversarios que la politización y la demagogia. Es por esta misma razón
que el gremialismo se transformó en un vasto movimiento cívico que luchó contra el
marxismo… que pretendía destruir la esencia misma de la universidad y de su función
social: servir a la comunidad”133. Acorde con su concepción corporativa, Fontaine explicitó
el papel del gremialismo en la hora de la “reconstrucción”, señalando que: “No se trata de
pretender que los gremios enfoquen los problemas con visión de Estado, ya que es a éste y
no a aquellos a quienes corresponde arbitrar y decidir preservando el bien común. La
finalidad básica de los gremios reside en la defensa de los legítimos intereses de los
miembros del gremio, y al mismo tiempo, servir como vehículo de aporte técnico para la
decisión de los problemas que respecto a cada sector están llamadas a adoptar las
autoridades políticas de la nación. Y la gesta del 11 de septiembre representó de alguna
manera el triunfo de esos nobles postulados”134. Coherente con esta defensa del poder
social y político ya explicado, la directiva de la Federación se entrevistó con el Ministro de
Educación para darle a conocer algunas iniciativas que planeaban para los meses siguientes
como parte de su programa de trabajos voluntarios, como la continuación de las actividades
que se desarrollaban en Melipeuco, ya mencionada, los cuales buscaban “incorporar los
valores de este pueblo [mapuche] a la cultura nacional”, para lo que jóvenes estudiantes

131
Carlos Huneeus, op. cit., p. 341; Simón Castillo “Movimientos estudiantiles en la Universidad Católi-
ca, 1973-1982 y los inicios de la democratización en Chile”, Tesis de Lic., PUC, 2001, p. 47.
132
“Arturo Fontaine T., nuevo presidente de la Feuc”, El Mercurio, 14 de octubre de 1973, p. 37.
133
La primera cita en “Extranjeros deben informarse previamente sobre Chile”, El Mercurio, 1 de no-
viembre de 1973, p. 19; la que sigue en La Segunda, 18 de diciembre de 1973, p. 2.
134
La Segunda, 5 de diciembre de 1973, p. 5.

81
se integraban a la comunidad “tratando de no influir sobre sus valores”. La segunda
iniciativa era un llamado a todos los jóvenes a integrarse a la lucha contra el desierto,
plantando árboles135, lo cual coincidía con los mismos planes que en esos días desarrollaba
la recién creada Secretaría Nacional de la Juventud.
Este control inicial de la FEUC se mantuvo durante toda la década del setenta, pues
por decreto de rectoría se prohibieron las elecciones, siendo designadas por los Centros
de Alumnos –en manos gremialistas en su mayoría u oficialistas–, las directivas de la Fede-
ración y sujetas a la confirmación del rector. Asimismo, las dirigencias de los centros de
alumnos pasaron a renovarse anualmente a proposición de la directiva saliente, pudiendo
el rector aprobar o rechazar dicha propuesta. Luego de Fontaine, fueron presidentes de la
FEUC, Cristián Larroulet (1974-1975); Juan A. Coloma (1976-1977), Andrés Chadwick (1977-
1978), José Miguel Olivares (1978-1979) y Domingo Arteaga (1979-1980), todos ellos parte
del gremialismo de Guzmán.
Compartiendo la convicción castrense que el país requería de una “tregua” política y
de una pacificación, los presidentes de la Federación justificaron su carácter de designa-
dos –como la del rector– y se concentraron en las tareas socio-estudiantiles que realizaba
su organismo. No obstante, desde mediados de la década del setenta el ambiente estudian-
til comenzó a redespertar, a la par del debate acerca de la nueva institucionalidad que
debería darse el país, razón por la cual la autoridad universitaria alteró el origen de los
representantes estudiantiles. Esto, por supuesto, no significó la realización de elecciones
directas, pero sí la posibilidad del alumnado de elegir a sus respectivos delegados de curso
en todas las carreras, creando unas especies de Consejos, a través de los cuales se haría la
“participación”. El ejercicio del derecho a voto, después de cinco años, obligó a la FEUC a
una disposición más “aperturista” y “dialogante” hacia la comunidad universitaria, por lo
cual decidió crear una revista que le permitiera hacer llegar su mensaje al estudiantado,
donde a veces indirectamente se escuchaba la voz de los disidentes. Los dirigentes gremia-
listas defendieron el nuevo sistema de “delegados” de cursos, pues, a su juicio, ellos eran
efectivamente representativos de los intereses de los estudiantes, pues como explicaba el
presidente del Centro de Alumnos de Derecho y gremialista, José Miguel Olivares: “Creo
que la verdadera representatividad se demuestra en las acciones, en los hechos. Y en este
sentido me parece que los dirigentes estudiantiles de la Universidad Católica hemos in-
terpretado los intereses de los alumnos a través de las obras que hemos realizado”. Por su
parte, Andrés Chadwick, a la sazón presidente de la Federación de Estudiantes, coincidía
en esa apreciación, ya que “por los principios que sustento, creo interpretar a la mayoría
del estudiantado y espero ganarme la representatividad a través de la FEUC”136 . Esto

135
El Mercurio, 1 de noviembre de 1973, p. 20.
136
Campus (Órgano oficial de la Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad Católica de
Chile), Nºs. 1 y 2, abril y mayo de 1978, respectivamente.

82
significaba que el origen de su cargo no debía relacionarse con la soberanía estudiantil,
sino con las tareas que desde los distintos organismos se realizaban. Como explicaba Jai-
me Orpis, “Jefe de Campus” desde agosto de 1978, la legitimidad de los dirigentes no
debía provenir de su origen, sino por “el ejercicio del mismo y participar en las activida-
des inherentes a su cargo”137. Como queda en evidencia en sus palabras, los directivos
homologaban la representatividad con el interpretar los intereses de sus compañeros, por
lo cual no tenían conflictos con la naturaleza de su quehacer al interior de la universidad.
El problema de la falta de representatividad de los delegados fue parte del debate de esos
días, especialmente porque se daban casos en que el delegado resultó “elegido” por solo
seis votos, el equivalente al 10% de su curso, como fue el caso del delegado de la Carrera
de Inglés138.
Este nuevo sistema no alteró el control gremialista, sino lo consolidó, lo cual fue facili-
tado por el Reglamento de Centros de Alumnos de octubre de 1978, el que determinó que
la elección de la directiva de la Federación sería indirecta, es decir, a través de los Centros
controlados mayoritariamente por los gremialistas, los cuales elegirían a sus delegados y
de las cinco primeras mayorías de cada ingreso, el Consejo de cada Centro elegiría tres.
Estos tres delegados formarían el Consejo de Delegados de Curso, elector de la directiva
del Centro, los que integrarían el Consejo de Presidentes de Centros de Alumnos, que
junto a los otros consejos elegía a la nueva directiva de la Federación. Más aún, el presi-
dente saliente de la FEUC podía proponer su sucesor al Consejo y las carreras con el
mayor número de alumnos –Derecho, Economía e Ingeniería– tendrían una mayor ponde-
ración al momento de sufragar, todas las cuales estaban en poder del gremialismo139.
Este control, legítimo-representativo o no, le permitió a la FEUC/gremialismo atacar
desde otro frente su decisión de penetrar los ámbitos populares. Como las otras federacio-
nes universitarias fueron proscritas, ella profundizó el carácter “social” de su quehacer,
llegando a sectores de escasos recursos, sin competencia alguna. A los trabajos de verano
se sumaron los llamados trabajos “de invierno”, iniciando además en mayo de 1978 “los
trabajos en poblaciones”, como en “Lo Hermida” en la comuna de Nuñoa. El sentido de
este tipo de actividades era “prestar ayuda a la gente de menores recursos, personas que
en muchos casos no cuentan con las mínimas condiciones para vivir. Por el otro, tratamos
que los alumnos de la Católica tomen contacto con esta cruda realidad, para así crear
conciencia entre ellos”, explicaba Juan Ramón Uriarte, tesorero de la Federación y alum-
no de Arquitectura140. Como había constatado amargamente Jaime Guzmán en 1970, hacía
mucho tiempo que la derecha se había desvinculado de las masas y sus problemas, siendo

137
Campus, Nº 4, agosto de 1978, p. 4.
138
Campus, Nº 8, mayo de 1979, pp. 9 y 10.
139
Simón Castillo, op. cit., pp. 48 y 74.
140
Campus, Nº 2, mayo de 1978, Nº 4, agosto de 1978, Nº 7, marzo de 1979.

83
incapaz de levantar una propuesta atractiva a sus ojos. Tanto la Secretaría Nacional de la
Juventud como las federaciones estudiantiles controlados por ellos serían el instrumento
para revertir ese estilo político. Esto decisión fue reconfirmada con la creación por parte
de la FEUC, del Comité de Acción Social (CAS), a mediados de 1980, con la misión expresa
de organizar toda la acción social de la universidad, siendo uno de sus planes principales
para ese año “trabajos en poblaciones”. Su primera iniciativa fue contactarse con la jefa
de asistencia social de la comuna de Conchalí para interiorizarse de las necesidades de la
población, escogiendo a la Villa El Rodeo, donde vivían 200 familias de escasos recursos,
para desarrollar su acción social141.
Este copamiento del marco estudiantil católico fue a la par de un intento similar en la
Universidad de Chile. Como es sabido, dicha Casa de Estudios fue duramente afectada por
la represión, la desarticulación de su movimiento estudiantil y la desaparición de la Fede-
ración de Estudiantes de Chile, FECH. La puesta en marcha de políticas de corte neoliberal,
sin embargo, facilitó la génesis de una propuesta de política universitaria, la que se tradu-
jo en 1974 en la aprobación de un Reglamento de Centros de Alumnos, sistema concebido
para atender “los problemas generales de estudio, bienestar y perfeccionamiento físico y
cultural de los estudiantes”142. Un año más tarde, en agosto de 1975, se creó la Secretaría
General de Organizaciones Estudiantiles para actuar como enlace entre la rectoría y los
alumnos, designándose en cada sede dos Coordinadores para estimular actividades cultu-
rales y recreativas, mientras los presidentes de los Centros de Alumnos designaban a los
delegados. Este sistema fue visto por los gremialistas que estaban tras esas coordinacio-
nes, como Ignacio Astete –alumno de Agronomía– como “el inicio de un año que debía
consistir fundamentalmente en organizar a los estudiantes”. Como en la Universidad Ca-
tólica, también se buscó una forma de generar autoridades “representativas”, pero usando
mecanismos indirectos a través de Coordinadores designados, creándose posteriormente
el Consejo Superior Estudiantil, el que fue interpretado por Cristián Larroulet como la
búsqueda de una “nueva fórmula que permita una mayor representatividad con una ade-
cuada protección de los vicios del pasado” 143. En este afán jugó un papel central la
rearticulación de la oposición democrática al interior de la Universidad de Chile, la que
primeramente adoptó formas culturales, como la Agrupación Cultural Universitaria (ACU),
nacida en 1977 y los Comités de Participación Estudiantil de 1978, proceso en respuesta al
cual surgió en este último año el Estatuto de la Federación de Centros de Alumnos de
Chile, FECECH, oficialista. A juicio de los gremialistas, tal evolución era consistente con

141
Campus, Nº 12, junio de 1980.
142
Pablo Toro Blanco “La razón ‘dedocrática’: una mirada a la doctrina y praxis de la representación
estudiantil oficialista en la Universidad de Chile”, www.uchile.cl.
143
Ibíd., Víctor Muñoz T. “Movimiento social juvenil y eje cultural. Dos contextos de reconstrucción
organizativa (1976/1982/1989/2002)”, Última década, Nº 17, pp. 41-64.

84
la crisis vivida por el país, que había dejado una universidad “politizada y desorganizada”,
momento en que los dirigentes designados “cumplieron un papel esencial. Los recientes
acontecimientos nos muestran un avance en el plano institucional. Hay un cambio radical
en la política del gobierno. Pasamos a una nueva etapa y en ese plano está el Estatuto de la
FECECH, que salió tras consultas con distintos estudiantes en todas las escuelas”144. La
FECECH era una asociación de varias organizaciones, de centros de estudiantes, cuya
finalidad, según Fernando Barros en la entrevista ya citada, era lograr la participación de
los delegados “y por tanto, no cabe una elección masiva de un presidente de la
organización…aquí se plantea que cada escuela elige dos delegados por curso, que a su vez
pasan a integrar un consejo que será la instancia máxima. Este trabaja en forma conjunta
con la directiva del Centro de Alumnos. Lo que ellos puedan hacer lo tomará a cargo el
presidente de la FECECH, cuya labor será fundamentalmente de coordinación. Además
deberá definir las políticas universitarias”. Este sistema de “participación” coincidía exac-
tamente con el pensamiento gremialista de la época, que aseguraba su control de las
instancias de poder estudiantil y la posibilidad de ampliar su influencia ideológica, pues
desde esta nueva federación se buscaba crear “una nueva generación de dirigentes estu-
diantiles”, según afirmó Fernando Barros, como lo demostró el caso del dirigente máximo
de la FECECH en 1981, al gremialista Pablo Longueira.
Asimismo y como su congénere, la FECECH también realizaba tareas sociales, como
crear bolsas de trabajo, planes de acción social y actividades culturales, las cuales se ca-
nalizaron a través de su Departamento Cultural y la revista Amancay, para neutralizar las
actividades realizadas por la oposición en ese plano. La similitud de funcionamiento entre
las dos federaciones que hemos abordado, demostraba la influencia alcanzada por los gre-
mialistas a nivel universitario, revelándose –según señalaba José Miguel Olivares–, “una
afinidad en nuestra inspiración. Reconocemos una comunidad de principios”145.
En pocas palabras, durante la década del setenta el Movimiento Gremial dirigido por
Guzmán logró dos pilares a partir de los cuales fortalecer su influencia socio-política: por un
lado, acercarse a sectores sociales populares a través de la Secretaría Nacional de la Juven-
tud y las federaciones estudiantiles universitarias, lo cual habría sido muy difícil –si no
imposible– bajo un contexto políticamente competitivo y con una izquierda vigente. En ese
sentido, el futuro de una nueva derecha dependía en gran medida de la aniquilación de la
izquierda, proceso que en ese momento pretendían los organismos represivos del régimen y

144
Fernando Barros, presidente del Centro de Alumnos de Derecho de la Universidad de Chile, Cosas, 7
de noviembre de 1978, pp. 80-81; véase también en el número anterior la entrevista a Ignacio Walker,
estudiante de Derecho en esa época, Cosas, 26 de octubre de 1978, p. 80. Sobre la oposición en la
Universidad de Chile, “Las armas de la crítica”, http://www.pronap.uchile.cl/fech/histfech.htm.
145
Amancay (Departamento Cultural de la FECECH), Nºs. 1 y 2 de 1980, Nº s. 3 y 4 de 1981; Campus, Nº7,
marzo de 1979.

85
que hace coherente la indiferencia cómplice de los dirigentes gremialistas respecto de la
violación de derechos humanos y su respaldo al gobierno al producirse las condenas interna-
cionales y las denuncias en Chile mismo. De hecho, la Secretaría Nacional de la Juventud fue
uno de los bastiones, junto con la FEUC, de la defensa juvenil del régimen al respecto, acu-
sando a los comunistas de ser los verdaderos criminales, como lo probaba la realidad de
Vietnam, Laos y Camboya –todavía en guerra–: “frente a la matanza brutal y masiva de pue-
blos enteros, que se deben sumar a todos los crímenes por los que debe responder el comunismo
internacional, los ‘apóstoles’ de los derechos humanos, los que condenan a Chile, los que
pretenden someter la voluntad soberana del pueblo de Chile, guardan silencio…Chile en la
gran cruzada de rectificación moral que ha emprendido, está solo y por eso fingen no enten-
dernos. No podemos aceptar presiones ni condiciones”146. Esta postura militante, era
consistente con la actuación del gremialismo durante la Unidad Popular, como con su acen-
drado antimarxismo, como lo reconocía un dirigente de la Católica: “Más allá de apoyo al
régimen que comenzara a partir del 11 de septiembre de 1973, comparto los principios y
prosperidad que inspiran a este régimen. Además, por convicción y doctrina soy antimarxis-
ta. Creo que el marxismo es la mayor amenaza a nuestra libertad”147. Así, mediante estos
enclaves juveniles, el gremialismo buscaba fortalecerse políticamente, ampliando sus bases
de apoyo y formando sus futuros líderes.
En efecto y como mencionamos antes, la Secretaría pretendía formar dirigentes desde
una faz más política. Como lo señaló expresamente el segundo presidente de la Secretaría,
Cristián Valdés, el propósito de la organización territorial que se le dio a la entidad respon-
día no solo al deseo de organizar a la juventud a lo largo del territorio nacional, sino igualmente
formar “buenos dirigentes”. De acuerdo a su testimonio, para comienzos de 1975 contaban
con 50.000 en todo el país, pero de ellos solo 10.000 estaban realmente capacitados. Según su
percepción, debía crearse una nueva generación, la cual debía tener tres características bá-
sicas: principios, valores y estilo148. La capacitación entregada por la Secretaría durante los
campamentos dedicados a ello versaban sobre temáticas político-institucionales, como téc-
nicas de manejos de grupos. Estos campamentos de capacitación eran reforzados durante el
año con seminarios selectivos destinados a las organizaciones de base de la Secretaría, a
nivel estudiantil y vecinal “con lo que se fortalece la preparación de los nuevos dirigentes”.

146
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, abril de 1975. Sobre la represión sobre la izquierda hay
una abundante literatura. Un muy buen análisis puede encontrarse en Jorge Arrate y Eduardo Rojas
Memoria de la izquierda chilena (Ediciones B: 2003), Tomo II; Rolando Álvarez V. “Clandestinos. Entre
prohibiciones públicas y resistencias privadas. Chile 1973-1990”, en Rafael Sapredo y Cristián
Gazmuri Historia de vida privada en Chile, Vol. III (en prensa). Sobre la relación de Guzmán y los dere-
chos humanos, Huneeus, op. cit., pp. 345-347; José Antonio Viera-Gallo La derecha chilena y los derechos
humanos (Academia de Humanismo Cristiano: 1988).
147
Campus, Nº 7, marzo de 1979.
148
Qué Pasa, 6 de marzo de 1975, pp. 36 a 39.

86
Guiados por este interés, en 1975 se creó el Instituto de Estudios y Capacitación ‘Diego
Portales’, con el propósito de “entregar una formación y capacitación doctrinaria con el
objeto de ir creando las bases de un pensamiento unitario, de ir creando una identidad de
criterios que inspire la acción futura de la juventud”, señaló su Director, Edmundo Crespo,
para entonces Coordinador General de la Secretaría. Se elaboró un currículum con cuatro
líneas ejes que le darían a cada joven una “idea integral del momento que estamos vivien-
do”. La primera línea se refería a los valores y principios cristianos, pues a su entender
existía un vacío en ese plano, dada la “crisis interna que vive la Iglesia” y era crucial una
identidad de ese tipo que orientara la acción, coadyuvando al nacimiento de una “nueva
actitud”. La segunda área temática se interesaba en situar a Chile dentro del marco global
que representaba el mundo occidental y la crisis que lo afectaba, esto es, su debilidad frente
al comunismo, razón por la cual los jóvenes debían comprender que “el 11 de septiembre no
es una gloria de pasado, sino un desafío del futuro”. Ello implicaba conocer la “grandeza de
su patria”, lo que le aportaría una comprensión cabal del “sentido real de la tarea que está
desarrollando y de la oportunidad que tiene Chile de levantarse como baluarte del espíritu
occidental cristiano”. La tercera línea curricular se refería a la elaboración y entrega de
elementos de carácter doctrinario “que le permitan conocer cuál es el pensamiento que
anima la acción de este gobierno y que debe proyectarse a los regímenes futuros”. Por eso
era imperativo conocer en profundidad la declaración de Principios de la Junta de Gobierno,
lo que representaba la figura de Diego Portales, como las fuerzas armadas y la nueva institu-
cionalidad que regiría en el futuro. Por último, la cuarta área temática pretendía entregar a
los jóvenes dirigentes “herramientas de acción contingente”, lo cual incluía el funciona-
miento y sentido de la misma Secretaría, la política económica gubernamental y “lo que es el
cauce que la juventud se debe dar como un apoyo al régimen representado por este gobierno
(sic)”. En concreto, el trabajo desarrollado por el Instituto buscaba homogeneizar el pensa-
miento de la juventud, la que tendría “una visión similar de los distintos tópicos que hemos
analizado, lo que nos permitirá ser la base de constitución de un gran movimiento juvenil,
sostén de la gestión del gobierno que preside el general Augusto Pinochet Ugarte”149. La
creación y sentido de este Instituto claramente respondía al interés político que dominaba al
gremialismo, pero también al régimen, como era neutralizar la influencia que en ese plano
habían alcanzado la izquierda y la Democracia Cristiana, dando a la derecha en formación
una oportunidad política seria para el futuro. Ello requería apropiarse de las mentes de las
nuevas generaciones durante el tiempo que durara el régimen, cuando la competencia políti-
ca estaba anulada. La debilidad que Guzmán había diagnosticado solo podría ser superada
con un trabajo lento y sostenido en las bases sociales, pero también revirtiendo la debilidad
de liderazgo político que afectaba a la derecha de comienzos de los setenta. El gremialismo,

149
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, Nº 2, mayo de 1975. El jefe docente del Instituto era
Alvaro Arriagada, posteriormente rector de la UMCE y Ministro de Educación en los años ochenta.

87
a través de la Secretaría de la Juventud, como del Instituto Diego Portales, intentaba revertir
ambas deficiencias, acercándose a los sectores populares y formando un núcleo de dirigen-
tes imbuidos de fe, unidad de doctrina y mística, quienes deberían convertirse en referentes
sociales y futuros líderes políticos. Los tres rasgos claves que Cristián Valdés identificó como
característicos de las nuevas generaciones, eran coherentes con lo desarrollado por estas dos
entidades: los “principios” serían la identificación con la obra del gobierno –que sería en
gran parte la suya–, “valores”, los cristianos, y “estilo”, fe y mística. Sería una nueva derecha.
Para cumplir con esta finalidad uniformadora, el Instituto publicó una serie de ma-
nuales, folletos y libros, relacionados con valores y principios cristianos, capacitación
política, social y económica, tales como la Declaración de Principios, nacionalismo y per-
sona humana, derechos humanos, pensamiento político de occidente, principios
fundamentales de doctrina social, corrientes filosóficas universales, rol de las fuerzas ar-
madas, análisis histórico-político de Chile, sistemas económicos y técnicas de liderazgo y
en dinámicas de grupos. Desde 1977 este instituto se independizó, aunque siguió bajo la
dependencia de la Dirección de Organizaciones Civiles y amplió su acción a sectores fe-
meninos, laborales y vecinales. Paralelamente, la capacitación incluía la difusión de la
política social del gobierno, dando a conocer los beneficios que existían como las moderni-
zaciones que a nivel nacional se habían estado implementando. Según la propia Secretaría,
esta labor era la más importante de la capacitación150. Así, para fines de los años setenta,
el gremialismo ya tenía un núcleo de dirigentes salidos de la Universidad Católica y otro
formado por la Secretaría de la Juventud bajo su jefatura, ambos buscando conectarse con
otros sectores sociales.

3. La reconstitución de la dominación: la nueva institucionalidad


Es evidente que la acción desplegada por Guzmán y los gremialistas se inscribía
dentro del ámbito de la política, en tanto eran parte de la definición de las grandes
líneas de orientación doctrinaria del régimen como de la organización social bajo sus
principios. No obstante, y como es de todos sabido, Guzmán y sus seguidores nunca acep-
taron abiertamente que sus actividades fueran catalogadas con ese apelativo y
mantuvieron disciplinadamente el discurso del ‘apoliticismo’ y la crítica a los partidos
y políticos anteriores a 1973. Lo hasta aquí reseñado muestra que tales actividades se-
guían una lógica clara, preconcebida y con propósitos definidos: erosionar las bases
sociales de apoyo histórico de la izquierda, penetrando en ellas, independiente del éxito
que pudieran haber tenido. Salvo algunos sectores nacionalistas, con anterioridad al
golpe, la derecha era una extraña en los barrios populares.

150
Secretaría Nacional de la Juventud Recuento, pp. 17-19; Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud,
mayo y agosto de 1975.

88
¿Pensaban Guzmán y los gremialistas en un ulterior y formal partido? Es difícil saber-
lo, pues ello no coincide con las capacidades que el propio Guzmán les reconocería en la
Constitución de 1980, no obstante lo cual, es claro que su mirada iba más allá de la organi-
zación de apoyo al régimen, persiguiendo objetivos propios relacionados con una ulterior
derecha más fuerte en términos sociales.
La dificultad para desentrañar las reales aspiraciones del Gremialismo se vincula
con su evolución ideológica, la cual –según lo establecido por la literatura existente–
pasó del corporativismo de raíz tradicionalista católica al neoliberalismo entre 1973 y
1979, dos tendencias muy críticas y escépticas de los partidos151. Es claro que la doctri-
na que dominaba a Guzmán era el corporativismo antiestatal, que reivindicaba el libre
albedrío del ser humano, expresado en sus organizaciones naturales –familia, gremios,
en general–, las cuales debían ser autónomas del Estado y volcada a sus intereses espe-
cíficos. Tal fue el argumento usado para rechazar el movimiento de reforma ocurrido en
la Universidad Católica en 1967 y también para, como hemos mencionado, su intransi-
gente oposición a la Unidad Popular, a la que se percibía con propósitos totalitarios
dado su avanzado estatismo. Este pensamiento corporativista se mantuvo vigente en
Guzmán durante la primera fase del régimen militar, siendo la fuente doctrinaria más
descollante en los inicios de éste, toda vez que en general coincidía con el corporativis-
mo de la oficialidad, aunque no exactamente. Una de las barreras que debió derribar
fue el estatismo que permeaba el corporativismo castrense, mucho más cercano al fas-
cismo italiano de sus primeros tiempos o a la experiencia de Miguel Primo de Rivera,
cuestión que no fue fácil, especialmente en el caso del general Gustavo Leigh. A pesar
de no tratarse del mismo corporativismo, los oficiales aceptaron la Declaración de Prin-
cipios elaborada por Jaime Guzmán y Enrique Campos Menéndez, presentada el 11 de
marzo de 1974, donde dicho ideario quedó plasmado con toda claridad en el concepto de
la subsidiariedad del Estado, el poder social y el poder político152. A partir de esa fecha
todas las declaraciones de Guzmán y las entidades que formó se insertaron dentro de
esta línea de pensamiento, como ya lo hemos visto en la Secretaría Nacional de la Juven-
tud y como se manifestó igualmente en su participación en la Comisión Constituyente o
Comisión Ortúzar. Es importante retomar el hecho que varios de los miembros de esa
entidad habían sido alessandristas –como lo señalamos anteriormente–, porque una
Constitución autoritaria, que debilitaba sustancialmente al Congreso y, por ende, a los
partidos y daba al Presidente atribuciones amplias, ajenas a las presiones de las bases,
era el proyecto central de Jorge Alessandri desde mediados de 1964, y fue el eje de su

151
Pilar Vergara, op. cit.
152
Sobre la discrepancia doctrinaria en torno a la Declaración de Principios entre Guzmán y la oficiali-
dad militar, consúltese mi libro El golpe después del golpe, cap. 4. Sobre la Declaración de Principios,
“La cultura domingo” en La Nación, 26 de noviembre de 2005, pp. 46-47.

89
campaña presidencial de 1970. En otras palabras, la convicción sobre la necesidad de un
régimen presidencialista más autoritario ya existía en la mente de un importante sector
de la derecha, y ganó cada vez más adeptos a medida que transcurría la lucha contra la
Unidad Popular153. Fue bajo ese influjo que comenzó su actividad política Guzmán, aun-
que la convicción autoritaria que envolvía el proyecto alessandrista no tenía una
inspiración corporativa, sino más bien de un “liberalismo crítico”, cercano al pensa-
miento inglés.
En general los miembros de la Comisión Ortúzar no eran corporativistas: ni Ortúzar
mismo, Sergio Diez (ex conservador), Gustavo Lorca (liberal), Jorge Ovalle (radical), Enri-
que Evans (liberal), con la excepción de Guzmán. Así, la decisión primaria de la Comisión
de limitar la democracia futura y de la necesidad de un orden más autoritario no se rela-
cionaba con el pensamiento de Guzmán. Sin embargo, la autonomía de los cuerpos
intermedios fue el gran argumento del propio Pinochet para justificar su obsesión despo-
litizadora, como lentamente de la propia Comisión. De esta manera, cuando se comenzaba
a perfilar lo que sería el nuevo Estado a comienzos de 1975, el líder gremialista reiteraba
que uno de los puntales sería la noción de bien común ya establecida en la Declaración de
Principios, como la limitación de la soberanía popular, toda vez que ésta no era absoluta,
sino estaba franqueada por los derechos naturales de la persona humana y el reconoci-
miento y autonomía de las sociedades intermedias entre el hombre y el Estado. Esto,
afirmaba Guzmán, “favorece la consolidación de un poder social despolitizado, esto es,
independiente del poder político… Lo anterior entraña una concepción fundada en el
principio de subsidiariedad, clave de la verdadera libertad social y antítesis del socialis-
mo o del estatismo”. Esta concepción de la libertad y de la participación social iba aparejada
de la convicción en un orden presidencialista “reduciendo aún más las facultades legisla-
tivas del Parlamento. Las asambleas parlamentarias eran organismos aptos para épocas en
que se debatían cuestiones ideológicas o generales, pero no lo son los problemas eminen-
temente técnicos de nuestros días y del futuro”154. Este énfasis en la ‘despolitización’ social
y el autoritarismo, tenía su otro pilar en un marcado antimarxismo, ya que para Guzmán
un falso dogma era la creencia de que la democracia debía aceptar la coexistencia de los
demócratas con los marxistas-leninistas en la vida cívica en medio de un Estado ideológi-
camente neutral. Al contrario, sostenía en la entrevista que estamos citando, “creo que los
Estados libres deben ser militantemente antimarxistas y anticomunistas”. Estas plantea-
mientos centrales reflejaban la visión elitista del poder que dominaba a Guzmán, donde la
sociedad debería permanecer ajena a las temas, debates y decisiones claves en el desarro-
llo del país, centrada en sus intereses ‘propios’, marco dentro del cual sus representantes

153
Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y gremialistas”, cap. 6; “Crónica de una muerte anunciada. La
disolución del Partido Nacional, 1973-1980”, cap. 1 de este libro.
154
Qué Pasa, 2 de enero de 1975, p. 42.

90
tampoco tendrían mayor ingerencia al limitarse sus facultades, mientras el Ejecutivo, con
una visión preclara, tomaría las resoluciones que afectarían al conjunto social alejado de
las presiones desde abajo. Esto, que pretendía llevar a la práctica a través de la Secretaría
de la Juventud, lo buscaba institucionalizar desde la Comisión Constituyente. Asimismo,
su rechazo a la neutralidad ideológica el Estado le permitía bloquear institucionalmente a
sus enemigos. Enrique Ortúzar, presidente de esa Comisión, terminó coincidiendo con
Guzmán, cuando al explicar el sentido de las Actas Constitucionales afirmó que la base de
la nueva institucionalidad era la concepción cristiana del hombre según la cual su digni-
dad y sus derechos son anteriores al Estado y a todo ordenamiento jurídico, estando
inspirada en el principio de “integración armónica de todos los sectores de la nación..y en
el de participación real de la comunidad organizada… Dos principios fundamentales van a
estar presentes en la nueva institucionalidad: el de subsidiariedad y el concepto de segu-
ridad nacional”155.
Este discurso anti política se mantuvo constante a lo largo del período, a la par que
daba vida a numerosas entidades de acción política, aunque siempre bajo el manto corpo-
rativo. No debe perderse nunca de vista que Guzmán ante todo era un político y aunque no
pensara expresamente en un partido y se aferrara a la autonomía de los cuerpos interme-
dios, su objetivo era el poder, en tanto definición de actores, límites y proyectos que
ulteriormente tendrían vigencia. No era el poder en tanto disputar el control del aparato
estatal a los militares en ese momento, como ya pensaban otros sectores, sino la prepara-
ción del escenario donde los futuros contendores deberían enfrentarse. De ahí que Guzmán
y el gremialismo no tuvieran apuro por fijar pronto la nueva institucionalidad y siguieran
apegados al desarrollo de sociedades intermedias que les permitían no autocalificarse de
partido o movimiento, a la vez que seguir en la construcción de dirigentes y una base
social. Tal como la Secretaría Nacional de la Juventud, poco después Guzmán dio vida al
Frente Juvenil de Unidad Nacional, nacido en julio de 1975, pero que vio la luz pública un
año más tarde. Aunque según las declaraciones de su primer coordinador, la idea de un
movimiento juvenil provenía de los primeros días del régimen militar, cuando se quiso
mantener el activismo contra la Unidad Popular y “canalizar esa inquietud juvenil”, en la
práctica él nació a mediados de 1975, en medio de los homenajes que los jóvenes rendían
cada año a los héroes de La Concepción en Chacarillas, siendo nominado como su primer
coordinador nacional, Javier Leturia, y Cristián García Huidobro a cargo del funciona-
miento interno. Desde la casa donde nació Luis Cruz Martínez, Leturia anunció el
nacimiento del Frente en 1976, como un ente “autónomo de éste o de cualquier gobierno,
porque pertenece solo a la juventud chilena… Desde esa autonomía, nuestro Frente Juve-
nil puede decir con libertad y sin vacilaciones que apoya con todo su espíritu al actual

155
Ercilla, 14 de julio de 1976, p. 15.

91
gobierno, porque este encarna el 11 de septiembre, liberación y futuro de Chile”. Así, su
nacimiento respondió al deseo de “dar un respaldo cívico a la labor del gobierno…estamos
ofreciendo un camino de construcción, con acciones que permitan consolidar una nueva
institucionalidad”156. La idea era unir a la juventud en torno a una perspectiva generacio-
nal frente al momento que se vivía y el futuro. Al decir de Leturia: “Estamos convencidos
de que la juventud –habiendo conocido, aunque en su última y peor etapa, todos los vicios
del sistema que tuvo al país al borde de su destrucción– comprende que no se puede volver
atrás y que tiene la responsabilidad, antes que nadie, de colaborar en la consolidación de
un nuevo régimen institucional basados en los principios de gobierno”157. En palabras de
Guzmán, el Frente buscaba apoyar al gobierno, “sin ser un partido”, ni un movimiento
oficialista parte de la burocracia estatal, lo cual lo convertiría en un “partido único”, sino
se trataría de un “movimiento cívico-patriótico”, pues ellos nacieron a la vida como defen-
sores de la autonomía de los cuerpos intermedios, terminando con la intromisión de los
partidos como había ocurrido en la universidad y luego del 11 de septiembre “el gobier-
no… oficialmente desde el 11 de marzo de 1974 define una doctrina frente al hombre y a la
sociedad que responde al planteamiento de la civilización cristiana y humanista… Estas
ideas son perfectamente coincidentes con las que habíamos sustentado los gremialistas y
lógicamente nos sentimos plenamente interpretados por ellas”158. Así, su adhesión al go-
bierno, como su aparición, se apegaba estrictamente a los planteamientos corporativos, no
habiendo, en su perspectiva, contradicción alguna. Como exclamaba Leturia: “Sepa el Sr.
Presidente de la República, general Augusto Pinochet Ugarte, que la juventud lo acompa-
ña y lo respalda de todo corazón, como símbolo que es de Chile y de nuestro 11 de
septiembre”159.
Esta autonomía, sin embargo, entroncaba con otros organismos de apoyo al régimen,
pues era parte del movimiento de Unidad Nacional cuyo propósito era reunir a los chile-
nos con compromisos similares. Por ello, el Frente estaba coordinado con sus congéneres
Vecinal, Gremial, Profesional, Laboral y Campesino, los que se reunían bajo la denomina-
ción de Unidad Nacional. La tarea que correspondía al Juvenil dirigido por Leturia, era
trabajar en la construcción de una nueva institucionalidad, que derivara en una “Demo-
cracia del Mérito. Una Democracia Humanista y Autoritaria, que sea además Orgánica y
de Participación”160. Este tipo de democracia debería robustecer los derechos individua-
les y sociales, a la vez que contar con un ejercicio eficaz de la autoridad, de modo de

156
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, julio-agosto de 1976; Qué Pasa, 9 de septiembre de
1976, p. 6.
157
Ercilla, 1 de septiembre de 1976, p. 22.
158
Qué Pasa, 9 de septiembre de 1976, p. 9.
159
Qué Pasa, 15 de julio de 1976, p. 10.
160
Boletín de la Secretaría Nacional de la Juventud, julio-agosto de 1976.

92
asegurar el bien común y proteger el orden público de la violencia. Aún insistiendo en el
corporativismo, aseguraba Leturia que esa democracia se materializaría a través de los
cuerpos intermedios entre el hombre y el Estado, concentrados en sus fines propios. En
pocas palabras, era posible hacer política con un discurso antipolítica e incidir en la insti-
tucionalidad que debería reponer la dominación.
Para hacer consistente esta ambivalencia era necesario mantener vigente el fantasma
del comunismo, del regreso al pasado, papel que cumplió públicamente la situación inter-
nacional que vivía el régimen en el momento en que el Frente salió a la luz pública. La
mayoría de los estudios que se refieren a la evolución ideológica de Guzmán la remiten a
su pugna con los neoliberales, olvidando que Guzmán era un político y, por ende, un prag-
mático que combinaba sus concepciones doctrinarias con la realidad. En los estudios
existentes, la evolución de esta derecha parece ser absolutamente ajena a la izquierda, la
cual está ausente de los análisis, salvo para constatar su represión. Como se sabe, el con-
cepto de izquierdas y derechas es interdependiente, como quedó claro en la sección anterior.
Para el período en cuestión, la izquierda estaba siendo golpeada sistemáticamente, con-
centrada en el problema de la sobrevivencia –especialmente en el caso del MIR–, a pesar
de lo cual siguió siendo parte sustancial del discurso de Guzmán y de los medios de comu-
nicación identificados con la derecha, como El Mercurio y la revista Qué Pasa, donde el
imaginario desarrollado fue el de una izquierda plenamente vigente y amenazadora, como
lo ‘probaban’ el Plan Z, los numerosos ‘hallazgos de armas’ y la disposición marxista de
provocar una guerra civil. Aunque este era un imaginario sin sustento real161, sirvió a la
derecha para reafirmar su furibundo antimarxismo y apoyo a las políticas de represión
implementadas por el régimen. Dado que la izquierda en la realidad no representaba nin-
gún peligro, la definición antipartidaria y antipolítica de Guzmán, como su defensa de un
orden autoritario con fuerte poder de represión, se relacionó a partir de 1975 con la situa-
ción internacional que vivía Chile, la cual pasó a ocupar el lugar público de la izquierda, el
enemigo. En efecto, la situación de deslegitimación por las sucesivas condenas internacio-
nales por la violación de los derechos humanos se agudizó en 1975 –como se explicó en el
capítulo correspondiente– producto de la redada contra altos dirigentes del MIR, Andrés
Pascal y Nelson Gutiérrez, quienes escaparon con la ayuda de la Iglesia y de la médico
Sheila Cassidy, quien atendió sus heridas. En dicha oportunidad, Guzmán atacó a la Igle-
sia y justificó el derecho del gobierno a detener a tales “terroristas”, entrando en una
franca hostilidad con la jerarquía eclesiástica162. Igualmente, pocos años más tarde y con

161
Comisión de Verdad y Reconciliación Informe (Stgo.: 1991), Rolando Álvarez Desde las sombras. Un
estudio de la clandestinidad del Partido Comunista (1973-1980), (Lom Ediciones: 2003); General Gustavo
Leigh, 29 de septiembre de 1999 en TVN “Medianoche”; Julio Pinto Vallejos “¿Y la historia les dio la
razón?”, cap. 4.
162
Véase Qué Pasa todo el período post 1973 y especialmente entre octubre y noviembre de 1975; tam-
bién La Segunda, 11-15 de noviembre de 1975.

93
motivo de una nueva condena de las Naciones Unidas, Guzmán y los gremialistas apoyaron
al régimen cuando éste llamó en enero de 1978 a una “Consulta Nacional” para rechazar la
“agresión internacional”, respaldando al “presidente Pinochet en su defensa de la digni-
dad de Chile”. En dicha oportunidad, este Movimiento fue el más activo respaldo a Pinochet,
pues como explicitó entonces Francisco Bartolucci, el resultado de la Consulta “demues-
tra que el pueblo y principalmente la juventud pueden unirse en defensa de la dignidad y
soberanía de la nación. El respaldo a lo largo del país fue extremadamente bueno y ha
reafirmado a las autoridades como las únicas fuerzas legítimas para conducir el proceso
de la institucionalidad”163.
Para los efectos de nuestro estudio, queremos enfatizar el hecho que desde el año
1975, el gobierno chileno pareció sentirse asediado internacionalmente y aislado. Tal es el
contexto de la creación del Frente Juvenil de Unidad Nacional, el cual servía como apoyo
al régimen, al mismo tiempo que satisfacía las aspiraciones políticas de Guzmán, aunque
no reconociera tales connotaciones. En otras palabras, a pesar de la evolución del régimen
español tras la muerte de Franco y de la derrota de los sectores corporativistas dentro de
la oficialidad, como lo demostró la salida del general Díaz Estrada del ministerio de Traba-
jo y la congelación de los proyectos socio-laborales preparados bajo su gestión, Guzmán
seguía defendiendo el corporativismo y manteniendo un discurso antipartidario, pero tra-
bajaba por consolidar bases sociales y políticas propias, para lo cual el contexto
internacional fue su mejor aliado.
El Frente Juvenil fue reforzado con el gremialismo universitario el que se constituyó
en su pilar, al que se agregó otra gama de jóvenes ‘interpretados’ por el 11 de septiembre
y el gobierno. Se diferenciaba de la Secretaría de la Juventud en cuanto el Frente era un
organismo independiente de aquel, no así la Secretaría, por lo cual el segundo podía con-
siderarse una auténtica “expresión juvenil”. Tanto Leturia como Guzmán rechazaron la
acusación de tratarse de un partido encubierto, arguyendo que la política en Chile se
caracterizaba por la lucha por el poder político en el plano del Estado, propósito ajeno al
Frente, pues ellos estaban “luchando por algo mucho más allá del problema político..por
algo que creemos es lo esencial, raíz de una sociedad libre, que es la defensa de los cuer-
pos intermedios”164. Aún así, el ingreso al Frente y el carácter de militante tenía rasgos
partidarios, pues se requería de una serie de escalones a superar (se ingresaba como sim-
patizante, luego con una recomendación podían pasar a ser parte de un núcleo) siendo su
base organizativa el ‘núcleo’ (10 a 20 personas), existente en colegios y liceos, comunas y
grupos profesionales, los que conformaban los “cuatro sectores” del Frente: juventud se-
cundaria, universitaria, comunal y profesional. Un Consejo Nacional, conformado por
dieciocho consejeros, todos varones de no más de 30 años, representantes de cada uno de

163
Juventud, 26 de enero de 1978, Hoy, 28 de diciembre de 1977.
164
Qué Pasa, 9 de septiembre de 1976, p. 9. Huneeus habla de un “partido de cuadros”, op. cit., p. 363.

94
los sectores, que coordinaba a todos los ‘núcleos’ y diseñaba pautas de acción. Entre los
consejeros destacaban Jaime Guzmán, miembro de la Comisión Constituyente, Miguel Kast,
Subdirector de ODEPLÁN, Manfredo Mayol, Gerente General de Televisión Nacional, en-
tre otros. Esta estructura estaba diseñada para reclutar adherentes y no solo ser una
organización “de la juventud y para la juventud” como voceaban sus dirigentes, pues como
señaló su primer coordinador nacional: “La Secretaría presta servicios a la juventud, pero
por su naturaleza misma no logra militancia o una adhesión permanente. Nosotros, sin
embargo, podemos crear un compromiso en la juventud que se traduce en ideales y apoyo
al gobierno del general Pinochet”165.
En otras palabras, hacia mediados de la década del setenta Guzmán y los gremialistas
parecen desarrollarse en dos ámbitos en forma paralela, el político y el ideológico, tratan-
do discursivamente de hacerlos coincidir. Como señaló Javier Leturia, no existía
contradicción alguna entre el corporativismo del gremialismo, que buscaba la despolitiza-
ción de los cuerpos intermedios, y la creación del Frente, por cuanto éste tenía esa misma
posición, siendo “planteamientos absolutamente coincidentes”, aunque agrupaba a perso-
nas con distinta filiación gremial, “proyectándose a nivel nacional y adoptando posiciones
en ese sentido. No se entromete en cuestiones específicas de algún gremio, porque entien-
de que esas deben asumirlas precisamente los organismos de naturaleza gremial”. Por
ello, el segundo hombre del Frente para 1977 –Cristián Larroulet– no era partidario de la
creación de un Frente alternativo: “Ahora no veo razones para que surja. Si sus discrepan-
cias no afectan a los principios, el Frente tiene las puertas abiertas”166. Esto era coherente
con los planteamientos de Guzmán, quien para 1977 seguía defendiendo la autonomía de
los cuerpos intermedios sin exceder su campo propio, como “el mejor antídoto contra el
totalitarismo, canal de verdadera participación y dique frente a los embates de doctrinas
que pretenden un estado omnipotente”167.
El contexto internacional que ayudó a dar vida al Frente, es posible haya incidido de
otra manera en la evolución del pensamiento de Guzmán, toda vez que él se insertó en la
pugna con el gobierno norteamericano por el asesinato de Orlando Letelier, que obligó
al régimen a disolver la DINA y abrió un canal para cierto debate en torno a la transi-
ción a un régimen civil, la pugna entre “duros” y “blandos”, de la cual el discurso de
Chacarillas en julio de 1977 fue un hito. Concordando con su mentor, el Coordinador del
Frente Juvenil, Ignacio Astete, se regocijaba de que los anuncios pusieran en evidencia
el fin de la neutralidad del Estado, dándose vida a “un Estado con doctrina: el humanis-
mo nacionalista y cristiano. En el futuro, esto significaría que los jóvenes podemos esperar
que se construya una convivencia…en que se pueda discrepar con respeto y sin quebrar

165
Qué Pasa, 9 de septiembre de 1976, p. 7.
166
Ercilla, 1 de septiembre de 1976, p. 22; Hoy, 10 de agosto de 1977, p. 22.
167
Cosas, 27 de octubre de 1977, p.13.

95
la unidad básica de la nación”. Los anuncios de Chacarillas, a su juicio, permitirán crear
una “democracia moderna definida de acuerdo a la época que vivimos y a las amargas
experiencias que nos dejó un sistema institucional que ya murió”168. Encabezando a los
‘blandos’, Guzmán no defendió la tesis de la eliminación de los partidos políticos en la
nueva institucionalidad, los que deberían referir su accionar a los problemas del Esta-
do, absteniéndose éste de inmiscuirse en el ámbito particular de los organismos
intermedios, por lo que diversas ideologías serían aceptadas, siempre que respetaran el
principio de subsidiariedad. En ese sentido, ya el corporativismo no era totalmente an-
tagónico –al menos discursivamente– con un liberalismo restringido, como el que parece
haber estado pensando Guzmán, toda vez que aceptaba la existencia de partidos, pero
perdiendo “el monopolio en la generación y funcionamiento del poder político, llegán-
dose a configurar la partidocracia: el gobierno de los partidos. La idea es que los partidos
políticos deben insertarse o existir en un régimen de igualdad frente a los independien-
tes, que impida la hipertrofia de la acción partidista”. En concreto, los partidos
recuperarían su existencia en el futuro, porque “son consustanciales a la democracia.
Pero debe cambiarse el sistema electoral: terminar con la cifra repartidora y permitir
que puedan presentarse también quienes no pertenecen a partidos”169. Es decir, se man-
tendría la tesis de la autonomía de los cuerpos intermedios, ajeno a los partidos,
permitiéndose el regreso de éstos, pero creando una ingeniería electoral y jurídica que
les impidiera volver a convertirse en focos de poder. Por ello la democracia que se reco-
nociera debería eliminar la palabra ‘representativa’ y ser autoritaria, protegida y
tecnificada.
El anteproyecto de la Comisión Constituyente entregado a mediados de 1978 recogía
esta mixtura entre el corporativismo de raíz católica tradicionalista y un liberalismo
restringido, tal como lo explicitó su presidente, Enrique Ortúzar, al señalar que la Cons-
titución no se inspiraba en el liberalismo filosófico que aceptaba el pluralismo ideológico,
sino en una concepción humanista del hombre y la sociedad, propia de la civilización
cristiana, según la cual los derechos del ser son anteriores y superiores al Estado. Por
ello, aceptaba un pluralismo ideológico con límites, rechazando la existencia de parti-
dos o movimientos que propagaran doctrinas que atentaran contra la democracia y sus
valores esenciales. Coherente con eso, se establecía un régimen presidencial fuerte, jus-
to e impersonal de carácter portaliano, ampliando la potestad reglamentaria del
Presidente, porque en una democracia moderna donde los problemas requerían pronta
solución, las asambleas políticas eran inapropiadas, estando el gobierno en mejores con-
diciones de resolver, por lo cual el Parlamento perdía muchas de sus anteriores
atribuciones. El Presidente podría disolver la Cámara por una vez, mientras el Senado

168
Hoy, 20 de julio de 1977, p. 10.
169
Cosas, 27 de octubre de 1977, p. 14.

96
sería electo en sus dos terceras partes y un tercio llenado con personalidades y los ex
presidentes de la República. El sufragio sería ejercido por los mayores de 21 años y para
ser elegido debería contarse con cierta preparación y prescindencia sindical, y los par-
tidos no tendrían el monopolio de la nominación de candidatos, mientras sus registros
serían públicos. Por encima de esta separación de poderes estaría el Tribunal Constitu-
cional que resolvería los conflictos entre los poderes del Estado, que podría inhabilitar
al Presidente, a parlamentarios y ministros, como también podría determinar si un par-
tido interfería en actividades ajenas a su ámbito. Por supuesto se reconocía un “orden
público económico” que resguardaría la libertad e iniciativa individual de presiones,
protegiendo a la comunidad de emisiones inorgánicas170. A juicio de Guzmán, se trataba
de robustecer jurídicamente la dignidad y la libertad del hombre, las que deberían pro-
yectarse a la defensa de la familia como núcleo básico de la sociedad, al reconocimiento
de la autonomía de los cuerpos intermedios entre el hombre y el Estado para sus fines
propios, al favorecimiento de la integración armónica de los sectores sociales y el deber
del Estado de crear las condiciones que permitieran la realización espiritual y material
de cada uno. En ese sentido, Guzmán aún discrepaba de los neoliberales acerca de la
supuesta ineficacia de los instrumentos jurídicos para combatir el totalitarismo, pues
la lucha se ganaba tanto en las conciencias como con restricciones jurídicas171.
Como es claro, este anteproyecto constitucional reconocía la libertad económica, permi-
tiendo la mantención del capitalismo de orientación neoliberal, en lo cual adhería al ideario
moderno. En su ámbito político, no obstante, era conservador, pues buscaba frenar los efec-
tos disolventes provocados por el capitalismo que podría llevar a quiebres sociales, instaurando
un orden autoritario, con desvalorización de la ciudadanía. Se miraba al pasado, al ejemplo
portaliano, cuando se aceptaban cuotas de modernización –los tres poderes del Estado–,
pero sin capacidad real frente al Ejecutivo, el cual dominaba. El anteproyecto ofrecía dere-
cho a voz, pero no a decisión ciudadana, la cual estaba relativizada en los senadores designados,
en el debilitamiento del Congreso, en la definición de los partidos, como en las facultades
reconocidas al Tribunal Constitucional. Como buen admirador de Portales y del dominio de
la elite decimonónica, Guzmán reproducía su estrategia de “cambiar para que nada cam-
bie”172, aceptando cuotas de republicanismo y pocas de verdadera ciudadanía; modernización
sin modernidad.
Poco después y en medio del debate que generó la inminencia del proyecto constitu-
cional a fines de la década del setenta, Guzmán precisó la inspiración de la Constitución,
en la que tuvo una participación central. Si bien es evidente que había algunas expresio-
nes de neoliberalismo, la nueva Carta Fundamental respondía a orígenes mixtos y no todos

170
Cosas, 12 de abril de 1979, pp. 12-13, Qué Pasa, 24 de agosto de 1978, pp. 6-8.
171
Qué Pasa, 16 de noviembre de 1978, pp. 24-26. También Realidad, Nº 2, julio 1980.
172
La frase corresponde a Alfredo Jocelyn-Holt La Independencia de Chile (Mapfre: 1992).

97
de matriz neoliberal. Guzmán cedió en cuanto a la argumentación de los Chicago de que la
reducción del poder del Estado conforme al principio de subsidiariedad aseguraba la li-
bertad real, abriendo un “amplio campo para la libertad personal”. Sólo “un período
suficiente para ejercer la libertad económico-social y palpar sus beneficios será un dique
eficaz contra futuros rebrotes socialistas”173. En ese sentido, ya no aspiraba a sociedades
intermedias fuertes, como lo hacía en un comienzo, pero nunca renunció del todo a esa
matriz tradicionalista católica. La Constitución estaba cubierta de los principios del hu-
manismo cristiano y sobre la libertad y dignidad del ser humano, como ya vimos en el
anteproyecto y que se mantuvo en el texto definitivo y en el propio accionar de Guzmán,
como lo demuestra la creación de la revista Realidad en 1979 y la creación del grupo ‘Nue-
va Democracia’, en medio de la pugna con quienes demandaban un regreso a la democracia
clásica y quienes pugnaban por un Estado Militar.
Realidad surgió para participar del debate, pero reconociendo los límites de la capacidad
humana, cuya “potencia [para] transformar la creación no puede ignorar, prescindir o contra-
riar la naturaleza del hombre y las cosas”, de modo que los ideales debían ajustarse a la realidad,
pues “ser fiel a ésta, es la única ruta a través de la cual emerge el ser humano en toda su
grandeza y dignidad espiritual”174. Estas expresiones demuestran la naturaleza conservadora
que lo dominaba, en tanto el ser humano era considerado inferior a Dios y a la naturaleza, por
lo que no debía –ni debe– pretender ser superior a ella, pensamiento claramente identificado
con el conservadurismo y ciertas tendencias del ideario contrarrevolucionario. Si bien la revis-
ta Realidad era una alianza ideológica entre neoliberales y gremialistas, ella fue una mixtura y
no una fusión total, por lo cual la defensa de la libertad económica y de la propiedad privada
fue común, pero sin renunciar el gremialismo a su origen doctrinario. Guzmán reivindicó la
conexión entre la nueva institucionalidad y la Declaración de Principios de la Junta de 1974,
que defendió la subsidiariedad del Estado y la autonomía de los cuerpos intermedios, aunque
ya para 1980 no serían el principal muro de contención del estatismo, manteniendo su indepen-
dencia y despolitización175. Aunque Guzmán descartó el corporativismo, tanto en su artículo de
diciembre de 1979 como en la propia Constitución, él se refería al corporativismo de corte
nacionalista que veía en los gremios formas de generación de poder político, cuestión que el
gremialismo de Guzmán nunca planteó. Por tanto, tal renuncia no debe interpretarse como una
derrota ideológica del corporativismo frente al neoliberalismo, porque tenía una connotación
distinta y solo apuntaba a la independencia del Estado y de los partidos, y no al poder político,
lo cual se mantuvo en la nueva institucionalidad. En materia de autoritarismo presidencial
reconocía la determinante influencia de Jorge Alessandri, lo cual hacía en parte inteligible la

173
Realidad, diciembre de 1979, p. 17.
174
Realidad, junio de 1979, p. 1; Cosas, 13 de septiembre y 6 de diciembre de 1979.
175
Esta parte en Jaime Guzmán “La definición constitucional”, Realidad, agosto de 1980; Cosas, 28 de
agosto de 1980.

98
recuperación de la democracia liberal con sufragio universal y el rechazo al censitario, pero
adicionando contrapoderes que relativizaban la soberanía popular, como el tercio senatorial no
electo. Asimismo, se reconocía a los partidos como “conductos válidos para la participación
ciudadana”, pero solo restringiéndoles a su ámbito propio y evitando legalmente que monopo-
lizaran los intereses ciudadanos, estableciendo constitucionalmente su igualdad con los
independientes en todas las elecciones, como también se limitaban las facultades legislativas.
Es decir, el modelo político plasmado era coherente con los planteamientos iniciales de Guz-
mán y del gremialismo político de la época de la reforma universitaria y su alianza con el
alessandrismo. Su cercanía con los neoliberales –que por lo demás proviene de la época de la
reforma universitaria– liberalizó su perspectiva económica y social, en materia de atribuciones
estatales (su rol en educación, salud, trabajo), pero no alteró su concepción cristiana tradicio-
nal y su forma de entender la neutralización marxista. A Guzmán nunca le interesó de manera
especial el área económica o de políticas sociales, sino lo social y político en tanto dominación,
pues creía en una sociedad constituida por seres desiguales y naturalmente jerárquica. Su
supuesta “neoliberalización” no afectaba ese núcleo central, sino lo reforzaba al debilitar celu-
larmente a los partidos con la hegemonía del mercado. Por ello, la institucionalidad creada por
Guzmán se aseguró de reponer las relaciones sociales capitalistas, pero insistió en evitar jurídi-
ca y políticamente una eventual resurrección del marxismo, como del liberalismo más radical.
Es decir, la revolución del ser humano –si alguna vez ocurría esa utopía neoliberal– a su enten-
der iba a ser insuficiente. Es interesante que su propia hermana resaltara su rechazo a la ética
neoliberal: “la verdad de por qué nunca tuvo un automóvil, obedeció a un sabio criterio de vida,
resumido en una frase que le escuché repetir innumerables veces: ‘no hay que crearse necesida-
des’. Reclamaba por ello contra la publicidad, pues a su juicio ésta generaba ‘en forma sistemática
nuevos deseos, haciendo creer falsamente a la gente que la adquisición o el uso de ciertos
productos les va a proporcionar la felicidad que buscan… Y es todo lo contrario, ya que las
personas que más bienes consumen son las que cada día sofistican más sus gustos, empinándo-
se por un espiral infinito, que las lleva a estar permanentemente deseando algo mejor. Así
empeñan todas sus energías en tener cada día más y no en ser mejores personas”176.
Como queda claro, las líneas matrices de este proyecto habían sido delineadas durante
la lucha contra la Unidad Popular, manteniéndose la mixtura de neoliberalismo, pensa-
miento católico tradicional y corporativismo que habría de caracterizar a la nueva derecha.

Comentarios finales
La evolución política e ideológica de Guzmán y el gremialismo respondió, a nuestro
entender, no solo a su pensamiento corporativo-franquista y su ‘rivalidad’ con los neolibe-
rales, sino a una lectura fría y desapasionada de su enemigo político, la izquierda, tratando

176
Rosario Guzmán, op. cit., p. 98.

99
de comprender las razones de su éxito en la década del sesenta y de la debilidad de la
derecha. El régimen militar ofreció el marco para un repliegue de la izquierda, dada la
represión, y la arremetida de la derecha gremialista, la cual redefinió su estilo y bases
sociales emulando a su enemiga, proceso que se inició con sus actividades en la Secretaría
Nacional de la Juventud, las federaciones estudiantiles en la Universidad Católica y de
Chile, desde el Frente Juvenil de Unidad Nacional y desde la Comisión Ortúzar. Guzmán
aprendió tempranamente las lecciones de la revolución democratacristiana y socialista
que en parte explicaban las razones de la debilidad de la derecha y se aprestó durante los
años setenta a superar tales deficiencias y sentar las bases de la derecha política del
futuro. En ese sentido, fue en el terreno político donde más cambió la derecha chilena.
En materia de evolución ideológica, mantuvo su catolicismo tradicionalista, en tanto
su concepción del hombre y la sociedad, y los límites que la propia naturaleza le imponía,
hacían imposible una transformación total de lo existente, como lo sostenían los neolibe-
rales. Guzmán y los gremialistas aceptaban cuotas de modernidad, como era la revolución
científico-tecnológica, creyendo en la ciencia, pero deseaban recuperar la autoridad y mi-
nimizar el poder decisorio de las masas. En ese sentido, eran parte del pensamiento
contrarrevolucionario, pero dentro de la modernidad, toda vez que aceptaban el raciona-
lismo y la idea de progreso, pero ello debía ser el resultado de una evolución, no de una
ruptura, reconociendo los límites que impone la naturaleza. Esto explica la mirada admi-
rativa al imaginario de Diego Portales y la República Autoritaria. En parte por esta
complejidad del accionar y del pensamiento de Guzmán y del gremialismo es que resulta
difícil definirlos cabalmente. En otros trabajos los hemos calificado de “modernistas reac-
cionarios” 177, por cuanto aceptaban el cambio y la modernización en tanto ciencia y
tecnología, pero miraban hacia el pasado en materia político-cultural, tratando de recrear
el sentido de autoridad y jerarquía que lo caracterizó. No obstante, como es sabido, el
reaccionarismo en general rechaza la revolución científica y tecnológica, lo cual no es
aplicable a nuestro objeto de estudio. Sí debe tenerse claro que su conservadurismo esta-
ba profundamente inserto en el contexto en el cual se desenvolvió, esto es, el de la
revolución. Como señala Arno Mayer, la revolución y la contrarrevolución son parte de un
mismo proceso y la segunda, aunque no sea una revolución en sí misma, levanta un proyec-
to antagónico y emula mucho de los estilos de sus enemigos. El gremialismo fue hijo de su
tiempo y por ello dio vida a una derecha agresiva, voluntariosa, racionalista y con aspira-
ciones de ser también “popular”.

177
Geoffrey Herf El modernismo reaccionario (FCE: 1993). Sobre el pensamiento contrarrevolucionario y
sus distintas vertientes, Ernst Nolte, op. cit.

100
¿LA NOCHE DEL EXILIO?
LOS ORÍGENES DE LA REBELIÓN
POPULAR EN EL PARTIDO COMUNISTA DE CHILE
ROLANDO ÁLVAREZ VALLEJOS*

En la historiografía referida al pasado reciente de la izquierda chilena, uno de los


aspectos más abordados ha sido la adopción por parte del Partido Comunista de la línea
política de la “Rebelión Popular de Masas” (en adelante PRPM), cuyo contenido se sinte-
tizaba en la tesis de la necesidad de aplicar “todas las formas de lucha”, incluida la violenta,
para terminar con la dictadura militar. La influencia de masas que esta línea tuvo, la es-
pectacularidad que alcanzaron algunas de sus acciones, junto con el quiebre que significó
frente a la tradicional imagen de moderación y realismo político que acompañó al PC
hasta 1973, tornan a este giro político iniciado públicamente en 1980, un hecho necesario
de explicar.
Sobre el origen de la nueva línea comunista se han levantado hipótesis variadas. Por
una parte, una de las más habituales se refiere a la influencia de los factores internacionales.
Las críticas del Movimiento Comunista Internacional por no haber previsto el factor militar
como elemento decisivo en la suerte que correría el proceso de la Unidad Popular, junto
con la influencia de las guerrillas centroamericanas, han sido señalados como hitos decisivos
para el giro armado del PC chileno178. Otra mirada enfatiza el fin de las ilusiones del PC
respecto al supuesto carácter transitorio de la dictadura. En este sentido, el fracaso de sus
intentos por formar una alianza con la Democracia Cristiana y la “institucionalización”
del régimen en 1980, habría sido un aliciente que condujo al PC a cristalizar su tesis de
“todas las formas de lucha”179. Por su parte, existe una hipótesis que propone que la PRPM
no fue sino una regresión a una ortodoxia teórica, la que había sido evitada por los
comunistas a través de lo que se ha denominado “pragmatismo iluminado”. Según esta
visión, la influencia de masas del PC hasta el golpe de Estado radicaba en su heterodoxia
en la praxis, que soslayaba su dogmatismo teórico. Así, con la “rebelión popular”, la

*
Una mención especial para Daniel Palma Alvarado, cuyo aporte fue indispensable para el desarrollo
de la investigación que implicó este trabajo.
178
Versiones de esta hipótesis se encuentran en el libro compilado por Augusto Varas El Partido Comunis-
ta en Chile (CESOC-FLACSO, 1988).
179
Carmelo Furci The Chilean Communist Party and the Road to Socialism (Zed Books Ltd. 1984) y Tomás
Moulian: Chile Actual: Anatomía de un mito (LOM-ARCIS, 1997).

101
ortodoxia sería tanto teórica como práctica, decretando el fin de la influencia de masas
del PC180. Otra hipótesis dice que la génesis de la PRPM fue producto de un complot
internacional. Fidel Castro sería el financista del brazo armado del PC, el Frente Patriótico
Manuel Rodríguez y el gobierno de la República Democrática Alemana (en adelante RDA)
el centro ideológico181. Por otra parte, se ha desmentido el supuesto carácter ortodoxo de
la PRPM. Por el contrario, en ella confluirían factores internacionales, los que junto a la
dinámica interna del PC, habría dado paso a un proceso teórico heterodoxo de la tradición
política comunista182. En trabajos anteriores, he destacado la importancia de la subjetividad
en la política. El impacto del golpe de Estado y la represión habrían motivado que la
militancia al interior del país haya llevado a cabo una especie de “rebelión de los
funcionarios”, en las que los mandos medios del PC no solo se hicieron cargo de la Dirección
del Partido en las condiciones más adversas de clandestinidad, sino que a través de su
experiencia cotidiana radicalizaron las tesis de los comunistas. Esta nueva línea política,
además, no habría significado un quiebre total con la tradición política del PC, ya que el
típico énfasis en la lucha de masas comunista hasta 1973 se habría conectado en la década
de los ochenta con las nuevas tesis y praxis vinculadas a la nueva línea insurreccional183.
Últimamente se ha propuesto que para indagar en el origen de la nueva política comunista
es necesario entender que la subjetividad militante del PC se enmarcó en un marco
estructural de instalación del nuevo patrón capitalista de acumulación en Chile
(“neoliberalismo”), lo que ayudó a determinar en parte el curso de la dirección de la crisis
teórica y política que vivieron los comunistas luego del golpe de 1973184.
Desde mi perspectiva, para terminar de explicarse el origen de la política de rebelión
popular, es necesario integrar gran parte de las hipótesis más arriba reseñadas. Es decir,
tanto la dinámica interna del partido, como la influencia internacional, combinadas con la
subjetividad de un Partido que había sido derrotado políticamente en 1973 y prácticamente

180
Esta tesis fue planteada por Eduardo Sabrovsky en Hegemonía y racionalidad política. Contribución a
una teoría democrática del cambio (Ornitorrinco, 1988). Más tarde la repitió Luis Corvalán Marquéz en
“Las tensiones entre la teoría y la práctica en el Partido Comunista en los años 60 y 70”. En Manuel
Loyola; Jorge Rojas, (Compiladores) Por un rojo amanecer: Hacia una Historia de los comunistas chilenos
(Impresora Valus, 2000).
181
Destaca en esta perspectiva la saga publicada por La Tercera durante el primer semestre de 2001
llamada “La historia inédita de nuestros años verde olivo”.
182
Augusto Samaniego “Lo militar en la política: Lecturas sobre el cambio estratégico en el PC. Chile.
1973-1983”. En www.palimpsesto.usach.cl (año 2002)
183
Ver Rolando Alvarez Desde las sombras. op. cit. (Lom Ediciones, 2003) y “Las Juventudes Comunistas
de Chile y el Movimiento Estudiantil Secundario: Un caso de radicalización política de masas (1983-
1989)”. Alternativa Nº 23, 2005.
184
Viviana Bravo “Rebeldes audaces. Pasajes de la resistencia contra la dictadura en Chile. El caso del
Partido Comunista (1973-1986)”. Tesis de Maestría en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México,
2006.

102
aniquilado físicamente en 1976, dio paso a cuestionamientos inéditos tanto de su línea
política como a sus órganos de Dirección. El éxito de la dictadura, al consolidar su proyecto
de revolución capitalista, terminó de catalizar la necesidad de buscar nuevas formulaciones
teóricas y políticas. Es decir, estimo que la PRPM fue una línea que amalgamó la vieja
tradición “recabarrenista” del PC, caracterizada por la primacía del trabajo de masas (no
desviación militarista como decían los opositores internos a ella), con una explosión de
creatividad teórica inédita en la historia del PC. En oposición a los partidarios de la tesis
“PRPM=ortodoxia teórica”, esta política combinó un conjunto de aspectos teóricos y
experiencias políticas de la época y, entrando a tallar aquí el “pragmatismo iluminado”,
supo interpretar correctamente el estado de ánimo de la militancia comunista, captando
la subjetividad de la época. En este sentido, sostenemos que la PRPM fue un cambio que
tocó “el alma partidaria”, restituyendo el “orgullo partidario”, golpeado severamente en
1973 y 1976, unido a la desesperación que implicaba constatar la evidente consolidación
de la dictadura. Así, la PRPM, generada por los ideólogos comunistas de la época, no fue
sino la manera intelectual de recoger el sentimiento partidario. En este sentido, más que
un momento intelectual de un grupo de “mentes brillantes” ensimismados en un debate a
puertas cerradas, la PRPM fue sobre todo un momento emocional que intentó interpretar
el movimiento real de la lucha de clases en Chile, en particular entre los segmentos más
politizados.
En resumen, así como en el interior hubo un momento de “los funcionarios” o mandos
medios del aparato dirigente partidario (los Nicasio Farías, Eliana Ahumada, Crifé Cid, Jor-
ge Texier, Guillermo Teillier, Rodolfo Vivanco, entre otros), que tomaron las riendas del partido
ante la aniquilación física de su cúpula del Partido, fuera de Chile, ocurrió un hecho similar,
pero desde el punto de vista de la discusión política. El objetivo de este trabajo es conocer
una página desconocida de la historia reciente del PC chileno, a saber, el dificultoso origen
de la PRPM en el exilio. Como veremos, no fue sino a pesar de la Comisión Política en el
exterior que ésta irrumpió. Solo una vez enunciadas sus tesis fundamentales, algunos inte-
grantes de su máximo órgano de Dirección dieron el “vamos” a la nueva orientación. Es la
historia de la “rebelión de los funcionarios” en el exilio, intentando poner fin a las tesis del
complot internacional, desmintiendo el supuesto dogmatismo teórico de la PRPM, develan-
do las dudas y rechazos de la Dirección exterior hacia ella y cómo, finalmente, ésta fue hija
de su tiempo, manifestación del estado de ánimo de la militancia en Chile y de un mundo en
donde pensar sobre la viabilidad de la lucha armada era algo evidente.
Además, este artículo surge como acogida a la crítica que recibió mi citado trabajo ante-
rior, referido a la clandestinidad comunista entre 1973 y 1980. En efecto, al volcarme en la
realidad política y en los protagonistas que vivieron esa fase en el interior de Chile, ese traba-
jo minusvaloró los acontecimientos que estaban ocurriendo fuera del país, especialmente
entre los años que abarca el texto. En ese sentido, estimo que la hipótesis sostenida entonces,
referida a la centralidad de la subjetividad militante en el interior de Chile como dato clave

103
para entender el origen de la PRPM, no es contradictoria con la sostenida aquí, sino que se
complementa: la subjetividad militante entre el “interior” y el “exterior” estaban dialéctica-
mente relacionadas. De esta manera, este trabajo debe ser entendido como un “ajuste de cuentas”
con mi propio escrito anterior, al reconocer la necesidad de ofrecer una mirada global sobre los
orígenes de la política de Rebelión Popular.

1. Chilenos en la RDA: entre solidaridad, culpas y disidencias


El contexto político y social en el cual surgieron las primeras visiones que posterior-
mente dieron paso a la PRPM, estuvo marcado básicamente en el exilio chileno en la
República Democrática Alemana. Fue allí en donde se dieron los factores “objetivos” o
materiales para que se iniciara dicho proceso, junto con los aspectos subjetivos, constitui-
dos por tal vez la más notable generación de intelectuales comunistas chilenos de la historia.
Así, la RDA se convirtió en el epicentro de la teoría y de la política del PC en la década de
los setenta, dejando atrás en el proceso de debate de los nuevos diseños de la política
partidaria a la Vieja Guardia comunista, concentrada en Moscú.
En torno al exilio chileno en la RDA, se han tejido una serie de leyendas negras, ali-
mentadas tanto por medios de prensa chilenos, como por ex militantes que han lucrado
“denunciando” su experiencia en la RDA. Es el caso del ex comunista Roberto Ampuero,
quien a través de una novela autobiográfica, describe su exilio en ese país europeo y en
Cuba185. La masificación de su visión vino con el reportaje de Javier Ortega, inspirado,
como es evidente, por la novela de Ampuero, llamado “La historia inédita de los años
verde olivo”. Ampliamente difundido por la prensa, para muchos estableció una versión
difícil de rebatir, ya que fue construido en base a numerosos testimonios de protagonistas
de la época, incluyendo visitas a las locaciones del exilio chileno en la RDA, numeroso
material fotográfico, testimonios inéditos de alemanes y, finalmente, por el hecho que
parte importante de lo allí afirmado era cierto, pero enfocado a una tesis que cumplía con
la demonización de la izquierda chilena, particularmente de los PC chileno y alemán.
Ampuero enfatiza tres lugares comunes que normalmente se destacan de los países
socialistas: la falta de democracia, la excesiva presencia de la seguridad política (la Stasi)
y las condiciones de vida en Berlín oriental, definitivamente inferiores a las de sus vecinos
del Occidente capitalista. Además, señala un hecho que fue propio de la experiencia de
los chilenos en la RDA: la llamada “proletarización” de la militancia comunista chilena,
que consistió en el envío de profesionales a trabajar como obreros en fábricas de la RDA.

185
Nuestros años verde olivo (Planeta, 1999). El éxito editorial de la novela de Ampuero se manifiesta en
que a mediados de 2001 iba en su cuarta re-impresión. Lo apuntamos para recalcar la popularidad de
los planteamientos de este escritor.

104
Pero sus críticas no constituyen ninguna novedad, ya que esto ha sido señalado anterior-
mente muchas veces. El régimen comunista en la RDA fue impuesto por las fuerzas de ocupación
del Ejército Rojo perteneciente a la Unión Soviética. Es más, la RDA fue el centro de la “Gue-
rra Fría”, en donde se miraban cotidianamente las dos fuerzas armadas enemigas, la capitalista
y la comunista. Como lo señala Hobsbawm, la RDA era uno de los países de la “línea más dura”
dentro del campo socialista, en alusión a su resistencia a realizar reformas democráticas186. En
este sentido, como se ha afirmado, “la democracia capitalista, con todas sus limitaciones muy
severas, ha sido infinitamente menos opresiva y mucho más democrática que ningún régimen
comunista, cualesquiera que fuesen sus logros en el campo social, económico u otros”187.
En este sentido, el cuestionamiento de la versión de Ampuero se relaciona con no reco-
nocer el hecho central de la relación entre la RDA y la izquierda chilena en el exilio, como
fue la de solidaridad económica y física que este país prestó a hombres, mujeres y niños
perseguidos en su país de origen. La ayuda fue vasta y es posible desagregarla en dos
aspectos medulares: ayuda institucional a los partidos (por cierto que no solo al Comunis-
ta) y ayuda a los exiliados y sus familias.
En el caso de los partidos de izquierda, es conocido el caso del entonces secretario gene-
ral del Partido Socialista, el senador Carlos Altamirano Orrego, rescatado de la represión en
las primeras semanas de dictadura gracias a la labor operativa de la Stasi. En el caso del PC,
funcionarios de la embajada de la RDA en Chile siguieron trabajando ocultos en la de Aus-
tria. A través de ella, prestaron dos ayudas fundamentales al PC clandestino: recursos
económicos y fluida comunicación con el exterior. Al respecto, Orlando Millas, entonces in-
tegrante de la Comisión Política del PC, recuerda que esta última gestión fue producto de la
indicación directa de Eric Hönecker, la máxima autoridad de gobierno en la RDA. Gracias a
ello, señala Millas, “dispusimos de una relación fluida... era hermoso recibir y traducir al
lenguaje corriente lo que pocos días antes habían enviado Mario Zamorano y a veces el
propio Víctor Díaz y despachar mensajes que sabíamos estarían rápidamente en sus ma-
nos”188. En la RDA, el Estado alemán puso a disposición del PC una serie de instancias para
ayudarlo a recomponerse y reorganizarlo, tal como lo hizo con los otros partidos pertenecien-
tes a la Unidad Popular189. Las iniciativas de parte de los alemanes fueron numerosas y algunas
de ellas muy influyentes en el curso que seguiría la historia del PC en dicho país. Por

186
Eric J. Hobsbawm Historia del Siglo XX (Editorial Crítica, 5ª edición, 2003) p. 372 y ss. y 459 y ss.
187
Ralph Miliband “Reflexiones sobre la crisis de los regímenes comunistas”. En Robin Blackburn,
editor. Después de la caída. El fracaso del comunismo y el futuro del socialismo (Crítica, 1993) p. 31.
188
Orlando Millas La alborada democrática en Chile. Memorias. Volumen IV. Una digresión 1957-1991. (CESOC-
Ediciones Chile América, 1996), p. 209-210. Sobre el financiamiento del partido, esto nos fue señala-
do por el hoy desaparecido Víctor Canteros en mayo de 2001, encargado de finanzas en aquella época.
Víctor Díaz y Mario Zamorano encabezaban la Dirección del PC en ese entonces.
189
Testimonios de la solidaridad alemana con los chilenos, en Jaime Gazmuri; Jesús Manuel Martínez El
sol y la bruma (Ediciones B, 2000) Andrea Insunza; Javier Ortega Bachelet. La historia no oficial (Random
House Mandadori, 2005).

105
ejemplo, las escuelas de cuadros “Wilhelm Pieck”, a la que acudían militantes de todos los
partidos de izquierda chilenos. En el caso particular del PC, fue gracias a la iniciativa alema-
na que se constituyó el “Seminario Latinoamericano” en la Universidad Karl Marx de Leipzig,
que sería más conocido como el Grupo de Leipzig y también los alemanes alentaron y ayuda-
ron humana y materialmente al PC a crear su Aparato de Inteligencia.
Es en este contexto donde debe incorporarse la versión de La Tercera. La tesis que plan-
tea la serie publicada en este periódico es que la “lucha armada”, en particular la creación
del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, fue una instigación extranjera, cuyos dos máximos
representantes habrían sido el Estado de la RDA y, personalmente, el líder cubano Fidel
Castro. En el caso de la RDA, el reportaje, sobre información verdadera y fuentes fidedignas,
plantea que la “solidaridad” alemana siempre estuvo dirigida a crear las condiciones mate-
riales para el inicio del accionar militar contra la dictadura. En esta versión, la RDA fue el
“centro teórico” y de financiamiento de esta operación, cediendo a Cuba el rol de formador
de los efectivos militares. Así, hechos como la “proletarización”, las escuelas de cuadros, la
creación del Grupo de Leipzig o lo que llaman equívocamente “Círculo de Berlín” (al que no
identifican como el Aparato de Inteligencia gracias al silencio de sus integrantes), habrían
sido situaciones e instancias especialmente creados con esos fines. En este caso, la teoría del
complot internacional adquiere visos de realidad al sostenerse sobre hechos concretos.
Sin embargo, la reconstrucción histórica de lo sucedido en la RDA desmiente categóri-
camente esta visión “teleológica” del origen de la PRPM, en donde supuestamente todo
estaba fríamente calculado. En los apartados siguientes, dedicados al Grupo de Leipzig y
al Aparato de Informaciones, volveremos sobre esto. Mientras tanto, es necesario señalar
que evidentemente la solidaridad alemana no estaba enfocada solo a la creación de una
línea política “militarista” en el PC chileno.
En primer lugar, hay que entender qué significó el exilio para la militancia comunista,
para lo cual es fundamental comprender el contexto de derrota con que terminó lo que To-
más Moulian llamó la “fiesta” de la Unidad Popular. El sueño largamente esperado, el orgullo
de la construcción política de varias generaciones de militantes de izquierda, derrumbado
en un solo día, sin reacción alguna, por el golpe de estado de 1973. En el caso del PC, se
iniciaba su tercera y más larga etapa de clandestinidad, la que a diferencia de las dos ante-
riores (1927-1932 y 1948-1958), fue mucha más dura, producto de la represión masiva y más
tarde “científica” de la dictadura, obligando a la cruda realidad del exilio. Leonardo Fonse-
ca, hijo del ex secretario general del PC Ricardo Fonseca, recuerda que el PC “nunca había
tenido exiliados. Para el Partido era una vergüenza... ni en las peores condiciones de la dicta-
dura de González Videla, ni antes. A veces los viejos, los perseguidos, salían a Argentina y
después volvían...”190. Esta situación es muy importante para entender la política del PC

190
Entrevista con Leonardo Fonseca 26/01/2006.

106
desde el punto de vista de las subjetividades, pues el origen de la “proletarización” y las
preguntas sobre qué había pasado con la UP, estaban teñidas de esta “vergüenza partidaria”.
Al respecto señala Fonseca que en este contexto de derrota, se estimaba que la gente en el
exilio debía “dedicar su vida a la lucha contra la dictadura... no pasarla mal... (pero) no
pasarla bien. Era mal visto...”191. Este es el origen de la “proletarización” de la militancia
comunista.
Ampuero la describe así: “Médicos limpiando pisos, ingenieros de porteros, académi-
cos como bodegueros, en fin, numerosos profesionales distinguidos soportaron por años
aquel castigo en silencio, expiando sus culpas pequeñoburguesas, sin atreverse a recla-
marle al partido o al gobierno alemán...”192. En el caso del reportaje de La Tercera, se dedica
un capítulo completo de la saga para describir la realidad vivida por la “proletarización”.
Correctamente se señala allí que ni los dirigentes del Partido en la RDA ni los integrantes
del Grupo de Leipzig tuvieron que vivir esta realidad, generando evidentes privilegios.
Sin duda que la situación descrita, unida a la falta de democracia interna en el partido,
generó un profundo malestar en no pocos exiliados. Fonseca aclara ambos puntos. Por un
lado, no vacila en considerar “una estupidez de marca mayor” el proceso de proletariza-
ción y, por otro lado, explica que se había determinado que la democracia interna “no
debía existir....debíamos actuar de manera vertical”193. Esto dio origen a arbitrariedades
tales como retrasar los permisos para salir de la RDA a quienes no les gustara la realidad
que vivían. El caso del historiador Luis Moulian, que registró una crisis psicótica en Ber-
lín, para muchos se gatilló por la prolongada tramitación de su petición de salida de la
RDA. Orlando Millas insinúa que el suicidio del médico comunista Edmundo Salinas tam-
bién se habría relacionado con este hecho194.
Con todo, es necesario precisar los hechos. En primer lugar, el sensacionalismo con
que se trata este tema es engañoso, ya que la “proletarización” fue padecida solo por la
primera horneada de exiliados y hacia 1976-1977, había sido abandonada. Por lo tanto,
estuvo lejos de ser la tónica del exilio en la RDA195. En segundo lugar, el fracaso de la
Unidad Popular, el desarraigo de su país, la prisión propia o de familiares o cercanos, la
muerte de compañeros y compañeras, la no adaptación idiomática al país, en fin, la obse-
sión por el Chile lejano, ciertamente fueron caldo de cultivo para cuadros depresivos
y melancolías. Estas se encuentran descritas en una conocida novela de Carlos Cerda,

191
Ibíd.
192
R. Ampuero op. cit., p. 47.
193
Entrevista con Leonardo Fonseca 26/01/2006.
194
Orlando Millas expone parte de los abusos de autoridad cometidos en esta primera época: “prohibi-
ción de salir del país sin autorización expresa del Coordinador Exterior. Se prohibía adquirir automó-
vil o vivienda...” Millas op. cit., p. 170.
195
Al respecto, Juan Carlos Arriagada, llegado a Berlín en 1977, aclara que a esa fecha ya se había
abandonado esta práctica. Entrevista con el autor 21/12/2005.

107
miembro del Comité Central del PC a su llegada a Berlín y el militante de más alto rango
del Grupo de Leipzig. A través de su relato, que a diferencia de Ampuero, señala su disi-
dencia respecto a la RDA contextualizando la realidad del exilio de manera más global
que éste, da cuenta del doble drama de muchos chilenos en la RDA (por cierto que no
todos): la desolación por no poder volver a la Patria y el inhumano castigo del exilio, como
el derrumbe de la utopía que hasta ese momento representaba el “socialismo real”. He-
chos tales como la “proletarización” y los abusos de poder de algunos dirigentes del Partido
en la primera época del exilio, provocaron que muchos se sintieran atrapados entre dos
autoritarismos. De ahí que “morir en Berlín” sea la metáfora de terminar los días lejos de
la patria, pero también la de la muerte de las utopías196. La mirada de Carlos Cerda resulta
clarificadora acerca de cómo tocó la subjetividad de algunos militantes la vida en los
“socialismos reales”.
Finalmente, también es necesario aclarar que la “proletarización” no fue una iniciati-
va del Estado alemán ni del Partido Socialista Unificado Alemán (PSUA), como ha sido
señalado. Leonardo Fonseca aclara sin lugar a dudas que fue una decisión del partido
chileno. En este sentido, Orlando Millas señala a Volodia Teitelboim y Alejandro Yáñez
como los responsables de esta experiencia, en colusión con el entonces encargado de asun-
tos latinoamericanos del PSUA, Friedel Trapeen. En su versión, Manuel Cantero y él mismo,
fueron quienes terminaron con la “proletarización”197.
Con todo, el caso de la “proletarización” debe unirse a la crítica del Movimiento Comu-
nista Internacional contra la izquierda chilena por “no haber sabido defender la revolución
chilena”. Inauguró estas críticas el miembro suplente del Politburó del PCUS Boris Ponoma-
riov, quien en un comentado artículo afirmaba la necesidad que todo proceso revolucionario
debía estar presto “a cambiar rápidamente de formas de lucha, pacífica y no pacífica... res-
ponder con la violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria de la burguesía”198. Estas
críticas también fueron planteadas por el PSUA en la RDA, lo que unido al sentimiento de
culpa de haber abandonado la patria, vino a terminar de armar un cuadro de vergüenza por
no haber “hecho nada” para defender a la Unidad Popular. La preocupación y el carácter
oficial que estas críticas tenían, se reflejaban en el hecho que, como le dijera el hoy “desapa-
recido” dirigente Horacio Cepeda a Orlando Millas, “surgía en altas esferas de los países
socialistas y encontraba eco en algunos dirigentes del exilio... según ellos habríamos caído

196
Nos referimos a la novela de Carlos Cerda Morir en Berlín (Alfaguara, 2002).
197
Millas op. cit. p. 199 y ss.
198
Boris Ponomariov “Conferencia de la Revista Internacional”. Praga, 1974. La frase sobre que la “re-
volución ha de saber defenderse”, fue pronunciada por Leonid Brezhnev, líder de la Unión Soviética,
en el marco del XXV Congreso del PCUS en 1976, en referencia a los sucesos de Chile. Ver Boletín del
Exterior del Partido Comunista Nº 16, p. 5. Las críticas del MCI al proceso chileno es largamente tratado
en Bravo op. cit., p. 94 y ss.

108
en ciertas ingenuidades...”199. Fueron estas críticas en las que se afirma la versión que dice
que la RDA instigó la lucha armada en Chile. ¿En qué sentido es posible estar de acuerdo
con esta afirmación? Solo conectándola con el estado de ánimo de la militancia comunista en
el exilio. La “ingenuidad” de la que hablaba Cepeda con Millas, se convirtió en un sentimien-
to de culpa que para muchos, fueran dirigentes o militantes de base, era necesario paliar. De
ninguna manera consideramos que la dirigencia del PSUA se haya apoderado de la dirección
del PC, manipulándola de tal manera que dio paso a la PRPM. Esta tesis queda desmontada
al demostrarse, como quedará de manifiesto en las páginas siguientes, que no fue la Direc-
ción del PC la que originó la nueva línea y que la influencia teórica y política que esta tuvo,
fue justamente opuesta al modelo de los “socialismos reales”. En suma, la PRPM apareció en
el marco de la crítica a dicho modelo de sociedad, por lo tanto mal puede atribuírsele una
influencia de carácter teórico o político.
Para terminar de hacerse un cuadro completo de lo que fue la experiencia de los
chilenos en la RDA, es necesario describir la ayuda que dicho país prestó a las personas
que allí llegaron refugiadas. Millas calcula en unos 2000 los chilenos que pasaron por la
RDA, incluyendo a los menores de edad. La mayoría de ellos fueron socialistas, “una
cifra casi equivalente de comunistas y diferentes contingentes del MAPU Obrero-Cam-
pesino, el Partido Radical, el MAPU, el MIR, la Izquierda Cristiana, no faltando algunos
democratacristianos”200. El PC dispuso de una amplia sede ubicada en la calle Elli
Voigt, con resguardo permanente de la “Volk Polizei” (“Policía del Pueblo”) alemana.
Asimismo, existía una especie de comité político de la Unidad Popular, llamado Comité
de Chile Antifascista, cuyo primer presidente fue el ex secretario general del PC, ex
senador y ex Embajador de Chile en la RDA, Carlos Contreras Labarca. El periodista
Luis Alberto Mansilla y los abogados Sergio Insunza y Daniel Vergara –ambos ex minis-
tros de Allende– fueron algunos de sus sucesores.
La solidaridad alemana era de lo más variada. Por ejemplo, Juan Carlos Arriagada,
muy golpeado por la experiencia represiva en Chile, que casi le costó engrosar el listado
de los “detenidos-desaparecidos” del PC, pidió poder desarrollar una vida “normal” luego
de cuatro años de vida clandestina. Así, fue trasladado a la ciudad de Jena, en donde entró
a trabajar como “junior” en una fábrica de productos farmacéuticos, trabajo que facilitó
su adaptación a la RDA. De ella lo enviaron a estudiar ingeniería a la Universidad de Jena.
Así, Arriagada destaca que “yo, delegado por la fábrica, estudio a cuenta de la RDA, paga-
do por la RDA, con salario y todo”201. Por eso, él tiene una mirada positiva de su paso por
este país. “El chileno exiliado normal tuvo oportunidades de trabajo, de estudio para él,

199
Millas op. cit. p. 171.
200
Ibíd., p. 220.
201
Entrevista con Juan Carlos Arriagada 21/12/2005.

109
para sus hijos, de todo, de todo...una vida normal después de la persecución....”202. En el
caso de los hijos de los refugiados contaron con ayuda material y física para desarrollar su
vida escolar en el país. En este sentido, Orlando Millas relata que los profesores primarios
chilenos estuvieron encargados de realizar cursos especiales de español, de literatura lati-
noamericana y de historia y geografía chilena, “las que fueron incorporadas como
asignaturas oficiales”203.
Los chilenos en la RDA formaron una comunidad inclusive más allá de la militancia.
Como señala Leonardo Fonseca, hasta el día de hoy se juntan para rememorar su vida en el
extinto país. Evidentemente, no fueron solo miserias las vividas allí, como insinúa Rober-
to Ampuero. La principal obsesión de los chilenos era Chile y su situación política. “Vivíamos
en función de Chile...era algo que salía de nosotros. De repente nos hubiera gustado ir de
vacaciones al Báltico o Italia, pero lo fundamental de nuestra lucha, y eso era real de todos
los militantes, era Chile, cómo ayudar a Chile”204. Es decir, lo fundamental era trabajar
para difundir la problemática chilena y la solidaridad con los que luchaban en el país.Pero
las actividades no eran solo políticas. El deporte y la cultura ocupaban un importante
papel. Por su parte, las peñas y los recitales no se animaban solo con la venida de los
grupos folclóricos chilenos provenientes de otras latitudes de Europa, sino que en la pro-
pia RDA se formaron conjuntos, como el caso del grupo “Alerce”205.
En resumen, la importancia del exilio en la RDA se relacionó con algunos elementos
que se amalgamaron en dicho país, generando una subjetividad, un estado de ánimo y
unas circunstancias, que crearon condiciones apropiadas para el desarrollo del pensa-
miento crítico de la militancia comunista. Tales fueron la vergüenza por el primer exilio
del PC chileno, especialmente clara entre los dirigentes, ante el emplazamiento público
y privado proveniente del propio campo socialista por no haber defendido el gobierno
de la Unidad Popular; el desencantamiento de muchos por la realidad ofrecida por el
“socialismo real”, acentuado por torpezas como la “proletarización” y otras; la enorme
disposición y ayuda prestada por el Estado alemán, que colaboró a crear estructuras
partidarias que no existieron en otros países, como fueron el Grupo de Leipzig y el Apa-
rato de Inteligencia; en fin, el espacio apropiado para muchos, que les permitió
recuperarse de las heridas sufridas y ratificar el compromiso con el socialismo y la re-
sistencia en Chile. Así, el melancólico exilio chileno, sobrellevado por muchos en la RDA
por la enorme solidaridad que experimentaron los chilenos que se avecindaron allá,
significó para algunos la oportunidad para recomenzar la vida. Para otros, la desilusión

202
Ibíd.
203
Millas op. cit. p. 220. Sobre la vida de los exiliados, ver Daniel Palma Alvarado “La vida de los exiliados
políticos chilenos. Luces y sombras de un 18 de septiembre”. Contribuciones Científicas y Tecnológicas
Nº 127, 2001
204
Entrevista con Leonardo Fonseca 26/01/2006.
205
Testimonio de Verónica Palma en Daniel Palma Alvarado, op. cit.

110
ante al realidad del “socialismo real”. Finalmente, otros lo vieron como el espacio ideal
para la batalla política al interior del partido. Las condiciones de posibilidad objetivas
y subjetivas se cruzaron en la RDA en el segundo lustro de la década de los 70 para
generar la nueva línea política del PC.

2. El grupo de Leipzig: el desconocido


espacio oficial de elaboración teórica
El Grupo de Leipzig, probablemente producto en parte del secretismo o “cajas ne-
gras” existentes en la historia reciente del PC y también por interpretaciones con
intencionalidad política, se ha convertido en objeto de variadas versiones sobre su carác-
ter y papel en el origen de la política de Rebelión Popular de Masas. Mientras que para
algunos no jugó ningún rol relevante, lo que se desprende de la omisión total de su existen-
cia para explicar el origen de la PRPM206, para otros fue derechamente una experiencia
fracasada, confundiendo su papel con lo que fue la actividad del llamado “Círculo de Ber-
lín”. Este supuestamente habría “eclipsado” el trabajo del Grupo de Leipzig, del que en
realidad “nunca surgieron resultados”207. En el otro extremo de la interpretación, le asig-
nan un equívoco rol único y fundamental en el origen de la PRPM, lo que no es exactamente
correcto. Por ejemplo, se afirma que fue un grupo especialmente creado para idear una
política más radical de lucha contra la dictadura, a partir de considerar lo militar como el
factor fundamental de la derrota de la UP, insinuando que el objetivo predeterminado de
ese grupo era crear “una nueva política”, lo que derechamente es erróneo208. El otro error
de esta versión es asignarle un sentido ideológico homogéneo al grupo209. Solo reciente-
mente se ha especificado el aporte teórico de algunos integrantes del Grupo de Leipzig,
diferenciándolo del Aparato de Inteligencia o “Equipo de Berlín”210.
En esta investigación aclararemos que el Grupo de Leipzig no jugó un rol como “gru-
po” en el origen de la PRPM, sino que dos de sus integrantes, de manera paralela a su
labor “institucional” en dicho equipo, sí contribuyeron de manera importante en algunas
de las tesis fundamentales de la PRPM, especialmente las relacionadas con la temática de

206
A. Samaniego op. cit. Luis Martínez “Lo militar y el FPMR en la política de Rebelión Popular de
Masas: Orígenes y desarrollo”. Alternativa Nº 23, 2005.
207
Javier Ortega “La historia inédita de los años verde olivo”. Capítulo IV. La Tercera 13/05/2001, p. 8.
208
Genaro Arriagada Por la razón o la fuerza. Chile bajo Pinochet (Ed. Sudamericana, 1998), p. 136.
209
Katherine Hite When the romance end. Leaders of the Chilean left, 1968-1998 (Columbia University Press,
New York, 2000), p. 148. Probablemente esta versión fue tomada de un planteamiento hecho por
Roberts Kenneth, que plantea exactamente lo mismo en un texto anterior, secuela de su tesis docto-
ral. Ver su artículo “Renovation in the revolution? Dictatorship, democracy, and political change in
the Chilean left”. Working Paper 203. March 1994.
210
Al respecto, ver Bravo op. cit.

111
las FF.AA. Asimismo, que este fue el centro teórico “oficial” del PC, por lo que su capaci-
dad de influir directamente sobre sus “jefes” (o sea, la Dirección exterior del PC ubicada
en Moscú) era casi nula, por no estar autorizados a contradecirlos. Así, solo al empalmarse
con la actividad política de discusión partidaria interna, promovida por los integrantes
del Aparato de Inteligencia ubicado en Berlín, la elaboración de dos de sus integrantes
llegó a expresarse más tarde en la PRPM. Este hecho prueba que gran parte del armazón
teórico de la PRPM no nació de “centros ideológicos” alejados de la política, sino por el
contrario, solo pudo surgir en el fragor de un intenso cuestionamiento de la política del
PC y en el encarnizado debate para ganar apoyos al interior de la Comisión Política del
partido.
El nombre original de lo que hoy conocemos como el Grupo de Leipzig fue Latiname-
rikanseminar de la Sektion Geschite, o Seminario Latinoamericano, dependiente de la
Karl Marx Universität (KMU) de Leipzig. Fue creado a fines de 1973 gracias al ofrecimien-
to del Partido Socialista Unificado Alemán con el objetivo de investigar académicamente
las causas de la derrota de la Unidad Popular y a partir de sus resultados, extraer conclu-
siones para el futuro. Por el lado de los alemanes, su responsable fue el destacado historiador
Manfred Kossok, secundado por el cientista político Eberhard Hackethal. Sus primeros
integrantes fueron Leonardo Fonseca, Carlos Maldonado, Carlos Cerda y José Rodríguez
Elizondo. Más tarde se integró Patricio Palma (1974), Marta Alvarado (1974) y Carlos Zúñiga
(1975). Pasaron también por este Seminario, en distintas fechas, Claudio Iturra, Vladimir
Eichin, Sergio Amigo y José Cademártori, ya a fines de los setenta y principios de los
ochenta211.
En sus inicios, Leonardo Fonseca fue el primer encargado político y de investigación
del Seminario. Más tarde fue reemplazado por Patricio Palma y Carlos Zúñiga. Por su
parte, Marta Alvarado fue la secretaria técnica. Psicóloga y ex funcionaria de la CORFO
en tiempos de la Unidad Popular, su trabajo incluía aspectos propios de la labor del grupo,
como la revisión de la prensa chilena y la elaboración de materiales para el trabajo diario
del Latinamerikanseminar. El acuerdo, según relata Orlando Millas, era que su actividad
académica estaría bajo la tutoría del Coordinador Exterior del PC en Moscú. El ex diputa-
do y ex ministro de Allende sería el responsable de la coordinación y plantear los temas
que a la Dirección del PC le interesarían indagar.
El funcionamiento del Seminario era similar al de cualquier centro de investigación:
“Los profesores nos daban lecturas, muchas lecturas. Teníamos coloquios y reuniones de
trabajo”212. En todo caso, el tutelaje del PC era patente, explicando su carácter “oficial”,

211
Al respecto, ver Millas op. cit., p.201 y 202. Esta información además la hemos completado gracias a
los testimonios recogidos de nuestras conversaciones con Leonardo Fonseca, Carlos Zúñiga y Patricio
Palma. Muy importante también fue la colaboración de Daniel Palma.
212
Entrevista con Patricio Palma 07/07/2005.

112
desde el punto de vista del funcionamiento del partido. Esto desmiente versiones sobre la
despreocupación de la Dirección del PC sobre lo que hacía o no este centro de investiga-
ción. Por otro lado, se repartían proyectos de investigación que cada uno de los integrantes
debía asumir de manera individual, con temáticas variadas, incluyendo análisis de coyun-
tura política chilena. Pero indudablemente que el tema que dio mayor notoriedad al
Seminario fue la investigación sobre la variable militar en el proceso político de la Unidad
Popular. En un documento de la Dirección del PC, se señala el origen de dicha iniciativa:
“Consideramos que al momento de iniciar esta investigación (encargada por la Dirección
de nuestro Partido) el grupo de estudio se encuentra en condiciones de pasar a un nivel
cualitativo en su actividad”. La Dirección del PC estableció un plazo de trabajo entre el 1º
de noviembre de 1975 y el 31 de noviembre del año siguiente. Esto había sido “estipulado
por la Dirección de nuestra Dirección y por los Cros. (sic) alemanes”, en alusión a Kossok
y Hackethal213.
Las tareas asignadas fueron las siguientes: “1– El marxismo-leninismo y la cuestión
militar. El proceso de discusión internacional y el militarismo. Co. (Carlos) Zúñiga. 2– El
imperialismo norteamericano y su política hacia las FF.AA. en América Latina. Desarrollo
del concepto de Seguridad Nacional. Algunas experiencias actuales. Los casos de Perú,
Portugal, Panamá, Argentina y Brasil. Co. (José) Rodríguez (Elizondo). 3– Desarrollo histó-
rico de las FFAA chilenas. Aspectos sociológicos de tal desarrollo. El sexenio freísta. Co.
(Carlos) Maldonado. 4– Desarrollo de la línea política del PC de Chile y la cuestión militar.
Los otros partidos de la UP y su política militar. El programa de la UP y su política militar.
Co. (Leonardo) Fonseca. 5– La experiencia del Gobierno Popular y el desarrollo del pro-
blema militar. Co. (Patricio) Palma”214.
Si quedaban dudas respecto a quién conducía la investigación, esto era aclarado taxa-
tivamente, al señalar que en el primer nivel “definitorio de la investigación y su
orientación....está a cargo de la Dirección Central y nuestros Cros. alemanes”215. Solo en
un segundo y tercer nivel, ya en el plano administrativo, tenían ingerencia los investigado-
res. El despliegue de esta tarea le dio al llamado Grupo de Leipzig la connotación misteriosa
que por años lo rodeó. En este sentido, la Dirección del PC, que no aportaba ni una tesis
para abordar el problema (por lo que mal se puede hablar de “encargar una nueva línea
política”), enfatizaba a los investigadores la necesidad de mantener “estricta observancia
de las normas fijadas por el Partido para la actividad del grupo... especialmente al estu-
diar este tema que toca aspectos secretos de la vida partidaria. Puede ocurrir, por ejemplo,
que durante el estudio surjan opiniones, personales o de grupo, que digan relación con la
estrategia o táctica del partido respecto al problema militar, opiniones que en manos de

213
Ambas citas en “Proceso de investigación sobre el problema militar en el proceso revolucionario
chileno. Plan de trabajo e indicaciones”, 6 de noviembre de 1975. No indica lugar, p. 1.
214
Ibíd., p. 2 y 3.

113
nuestros enemigos o de nuestros aliados, o de propios compañeros comunistas, que no deben
conocer dichos alcances, pueden significar un daño muy serio”216.
Si bien es necesario contextualizar esta “previsiones” en el marco de la oleada represiva de
la dictadura en Chile y las naturales medidas de resguardo que se debían tomar, este párrafo
aclara cuál fue desde el origen la concepción de “lo militar” al interior de la Dirección de PC.
En primer lugar, un aspecto secreto, que no debía ser discutido por el conjunto de la militancia
del Partido. Derivado de lo anterior, una tarea de especialistas, en este caso, intelectuales. Más
tarde, en los ochentas, serían “técnicos militares”. En definitiva, lo militar como un problema
más técnico que político, ya que el enfoque de la investigación estaba ubicado fuera de la
discusión interna del PC. En efecto, mientras se hablaba del “Frente Antifascista”, ¿qué rol
jugaba esta investigación? Básicamente, entregar “datos” para que la dirección del PC pudiera
“mejor resolver” aspectos de la política. La orden de no socializar el tema al resto de la militan-
cia, demuestra los límites que tenían las opiniones de los investigadores, acotadas al selecto
grupo que integraba el Seminario. Esta situación da pie para considerar razonables opiniones
que plantean que este tipo de iniciativas eran para “limpiar la conciencia partidaria”, que se
sentía culpable ante los reproches del Movimiento Comunista Internacional, expresados en
Leipzig por las tesis de Kossok, por no haber defendido al “Gobierno Popular”.
Para comprender a cabalidad lo que fue el Grupo de Leipzig, es necesario detenerse
aunque sea brevemente en la biografía de algunos de sus más conocidos integrantes, inclui-
dos sus tutores. En el caso de Manfred Kossok, es recordado unánimemente por sus discípulos
como un gran intelectual e historiador de fuste. Nacido en 1930, doctorado en historia en la
República Federal Alemana con una tesis sobre Historia Hispanoamericana, publicó varios
libros en español217. Fundador de la llamada “Escuela de Leipzig”, especializada en el estu-
dio comparado de los procesos revolucionarios modernos, dirigió desde 1976, de forma paralela
al Grupo de Leipzig, el Centro Interdisciplinario para el Estudio Comparado de las Revolu-
ciones (IZR). ¿Por qué enfatizar tanto en el perfil de Kossok? Porque, en tanto encargado del
Seminario, sus opiniones fueron decisivas e influyentes en algunos de sus discípulos. Incluso,
quienes se oponían a sus tesis, lo definían como un comunista no disidente, pero por lo me-
nos abierto a perspectivas críticas, haciendo “en privado afirmaciones que jamás podría
colocar en el papel”218. Destacamos esta actitud abierta de Kossok, en quien predominó una
perspectiva más académica que política en su labor como director del Latinamerikansemi-
nar, a pesar de su militancia en el oficialista PSUA.

215
Ibíd., p. 3.
216
Ibíd., p. 5. El subrayado es nuestro.
217
Por ejemplo La Revolución en la Historia de América Latina. Estudios comparativos. (Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1989). De la presentación de esta obra hemos extraído los datos biográficos del
Dr. Kossok.
218
José Rodríguez Elizondo Crisis y renovación de las izquierdas. De la Revolución Cubana a Chiapas, pasando
por “el caso chileno” (Andrés Bello, 1995), p. 396.

114
Eberhard Hackethal, doctor en Ciencias Políticas con una tesis referida al “caso chile-
no”219, al igual que Kossok, había tenido un paso por distintos países de América Latina
(Ecuador, Chile, Colombia, Panamá), hablaba perfecto español y entraba recién a la cuarta
década de vida. Militante del PSUA, era un secreto a voces que pertenecía a la Stasi (o
Ministerium für Staatassicherheit), la policía política de la RDA. Casi como leyenda urba-
na, se señalaba que había sido parte del equipo de alemanes que logró la evasión de Carlos
Altamirano desde Chile. De acuerdo a Patricio Palma, Hackethal era el complemento ideal
con Kossok, pues era el hombre que manejaba la información y los contactos, “necesarios
para hacer investigación”. Además, facilitaba los viajes fuera de la RDA y los resguardos
que los integrantes del Seminario debían tomar en ellos220. Como ocurre con los individuos
vinculados al poder, Hackethal también despertó antipatías, por utilizar no siempre de la
mejor manera sus atribuciones. Leonardo Fonseca recuerda lo veleidoso que podía ser
para entregar las visas que autorizaban a los refugiados chilenos fuera de la RDA, lo que
generaba muchos anticuerpos hacia su persona.
Entre los chilenos, Carlos Cerda era el único integrante del Comité Central del Partido
que participó desde sus inicios en el Seminario. Al momento del golpe de estado, además
era regidor por Santiago, electo en las municipales de 1971 con una de las más altas vota-
ciones nacionales. Egresado de Filosofía de la Universidad de Chile, ex dirigente estudiantil,
cobró notoriedad como teórico del PC gracias a un libro que relacionaba el triunfo de la
Unidad Popular en 1970, con la “correcta” aplicación de las tesis de Lenin por parte del
PC221. De acuerdo a Patricio Palma, esto fue muy a pesar de Cerda, ya que “muchas veces,
mientras caminábamos por las calles de Leipzig, me decía que su sueño era ser escritor...
la verdad que él desde el principio declaraba que no tenía ni vocación ni rigor científico
para esa pega”. Como lo relata en su citada novela, se decepcionó rápidamente de la vida
en los socialismos reales. En 1975 se retiró del Seminario y poco después del PC.
Quien si tenía fama de teórico desde sus tiempos de estudiante universitario, era el
politólogo José Rodríguez Elizondo. Numerosos artículos suyos se encuentran desparra-
mados desde fines de los sesenta y principios de los setenta, tanto en el diario del PC El
Siglo, como en Principios, la revista teórica de los comunistas. Como parte de su produc-
ción al interior del Seminario, se publicó un libro222. Sin embargo en la RDA se convirtió
en un disidente. Leonardo Fonseca, muy cercano a él, señala que lo que terminó de gatillar
su oposición al régimen de la RDA, fue el ya mencionado caso de Luis Moulian, pues Ro-
dríguez culpó a la Dirección del PC en Berlín por el retraso de la visa de salida a Moulian,
situación que habría agudizado su depresión. Fonseca insiste, hasta el día de hoy, que la

219
“El proceso revolucionario en Chile. Cuestiones de táctica y estrategia”, Tesis doctoral, Leipzig, 1975.
220
Entrevista con Patricio Palma 07/07/2005.
221
Carlos Cerda El leninismo y la victoria popular (Quimantú, 1971).
222
Introducción al fascismo en Chile (México, 1976).

115
responsabilidad de lo ocurrido con Moulian fue de los alemanes. Esta disputa terminó por
significar el alejamiento entre Rodríguez y Fonseca, y más aún, el rompimiento definitivo
del primero con el PC. Hasta 1973 Rodríguez había cobrado fama como espadachín contra
la “ultraizquierda”, en particular el MIR y más veladamente sobre los cubanos incluso
desde antes del golpe de estado de 1973. Seguramente eso explica las benevolentes pala-
bras hacia Rodríguez de Orlando Millas, representante de las posturas de “derecha” en la
Dirección del PC: aludiendo al mencionado libro de Rodríguez, lo destaca por sus “valio-
sos análisis y enfoques esclarecedores... posteriormente... injustamente olvidado...”223.
Es importante aclarar la posición política de Cerda y Rodríguez, porque demuestran
que no existió un plan preconcebido por parte de la Dirección del PC de asignar al Grupo
de Leipzig la tarea de crear una línea “militarista” (ninguno de los dos era afín a esa
postura) y que no existió una visión homogénea al interior del Grupo, por lo que también
es errado asignarle un sentido de unidad teórica que en realidad nunca tuvo.
Por su parte, Carlos Maldonado era el integrante de mayor edad del Seminario. Tenía
una trayectoria previa al golpe vinculado a los temas culturales. Durante la Unidad Popu-
lar integró la Comisión Nacional de Cultura del PC, participando en el diseño de la política
del PC en dicha área224. En sus ratos libres se dedicaba a la pintura. Su paso por el Semina-
rio fue más bien silencioso, siendo claro que no jugó un papel en la elaboración de tesis
“izquierdistas” ni nada por el estilo.
Por su parte, Fonseca tras dos años al frente del Seminario, sintió un gran alivio al ser
liberado de esa responsabilidad por la dirección del Partido. Su experiencia profesional
consistía de ocho años en Cuba en el área del desarrollo industrial y al frente de la comer-
cialización avícola durante la Unidad Popular. Como él mismo se encarga de recalcar, no
poseía perfil teórico alguno, sino más bien era un técnico. Con todo, en el Seminario traba-
jó temas económicos, de los cuales poseía conocimientos gracias a su experiencia laboral
en Cuba y Chile y al “problema” de la “ultraizquierda”, todavía sindicada en esa época
como una de las grandes responsables de la derrota de la UP.
El psiquiatra Carlos Zúñiga y el ingeniero Patricio Palma fueron quienes desarrolla-
ron una actividad teórica que los vinculó a los orígenes de la política de Rebelión Popular.
La llegada de ambos a estas posiciones se conecta, además de su formación propiamente
intelectual, por sus biografías. Carlos Zúñiga Soto ingresó a las Juventudes Comunistas en
la Universidad de Concepción –en la época previa al nacimiento del MIR– mientras cursa-
ba los primeros años de la carrera de medicina 225. Al trasladarse a Santiago, continuó sus

223
Las citas en O. Millas, op. cit., p. 202.
224
Ver Marcos Fernández “Nuestra forma de alienación es simultáneamente nuestra única forma de
expresión. Debate intelectual, política cultural y compromiso político en la intelectualidad de iz-
quierda en Chile, 1970-1973”. En Claudio Rolle (editor) 1973. La vida cotidiana de un año crucial, (Edito-
rial Planeta, 2003).
225
Los datos biográficos de Carlos Zúñiga, de nuestra entrevista del 29/06/2005.

116
estudios en la Universidad de Chile, en donde se convirtió en dirigente de su carrera y
vocal de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH). Más tarde, una vez titulado, se
convirtió en un hombre de confianza de la Dirección del PC, pues sus integrantes le solici-
taron que se hiciera cargo de la salud física y mental de los integrantes del Comité Central.
Paralelamente, Zúñiga se vinculó al trabajo de inteligencia del partido antes del golpe de
estado. Frente a la guerra psicológica desatada por la oposición a la Unidad Popular, Zúñi-
ga, junto a otros psiquiatras, diseñaron una estrategia para enfrentarla. Según señala, esta
se basó en el uso de “mecanismos psicológicos básicos”. Una vez en el exilio, fue el respon-
sable político del Latinoamerikanseminar en dos períodos, mediado por un viaje frustrado
a Chile. Como veremos en el siguiente apartado, en 1975 el PC decidió hacer funcionar en
Chile un aparato de inteligencia. Dada la experiencia anterior de Zúñiga en la “guerra
psicológica” y sus constantes peticiones de retornar a Chile, se decidió su reingreso al
país. Durante meses permaneció en Cuba preparándose para la vida clandestina en Chile.
Allí conoció a quien sería su compañero en el aparato de inteligencia en Chile, el sociólo-
go Manuel Fernando Contreras y supo del inicio de la formación militar de militantes
comunistas en las fuerzas armadas cubanas. Frustrado su ingreso ilegal a Chile, Zúñiga
retornó en 1976 al Seminario Latinoamericano de la Universidad de Leipzig con una expe-
riencia que había enriquecido su visión de la política partidaria. La necesidad de repensarla
se le hizo cada vez más evidente.
Patricio Palma Cousiño ingresó a las Juventudes Comunistas a fines de los años cin-
cuenta226. Casi al terminar la Universidad y hasta 1970, Palma se retiró de la “Jota” y se
incorporó al grupo “Ranquil”, encabezado por Daniel Palma Robledo. Este había sido se-
cretario general de las Juventudes Comunistas durante diez años y expulsado del PC en
1950, por apoyar dentro del PC la “acción directa” (armada) como forma de lucha contra
González Videla. Daniel Palma Robledo organizó grupos cuya política estaban a la izquier-
da de la línea del PC, valorizando el problema de la violencia en la transición al socialismo.
Así, Patricio Palma afirma que las razones de su ingreso a “Ranquil” se relacionaron con
“que este grupo era más radical, se preocupaba por lo menos verbalmente de algunos
problemas que en ese momento nos parecían que eran muy importantes tratar: El tema de
la violencia, de una respuesta a la violencia”. Es decir, desde muy tempranamente Palma
tenía una inquietud por la problemática militar, lo que en las décadas de los setenta y
ochenta desplegaría intensamente.
En 1970, luego del triunfo de Salvador Allende un sector del grupo “Ranquil” decidió
ingresar al PC, entre los cuales se contaba Patricio Palma. A pesar de su juventud, Palma
fue designado director de DIRINCO, labor que cobró inusitada importancia producto del
paro de octubre de 1972 y el posterior desabastecimiento durante 1973227. Con el golpe de

226
Los datos biográficos de Patricio Palma, de nuestra entrevista del 07/07/2005.
227
Su testimonio al frente de esa responsabilidad es posible conocerla a través de una extensa entrevis-
ta contenida en Frank Gaudichaud Poder popular y Cordones Industriales, (Lom, 2004).

117
estado, Palma se asiló primero en Panamá y más tarde directamente Leipzig, donde lo
esperaba su familia. Antes de llegar al Latinamerikanseminar, en el país del Canal Palma
alternó con el general Torrijos, jefe de estado panameño y algunos de sus colaboradores.
La experiencia lo marcó notablemente, porque pudo conocer en terreno a un militar for-
mado por los Estados Unidos, pero que “había hecho suyos una serie de conceptos que
eran ampliamente compartidos por nosotros... tenía una concepción claramente anti-im-
perialista... y de organización popular y democracia desde la base muy interesante...”228.
Cargado de esta experiencia llegó a la RDA en agosto de 1974 el que sería el más influyen-
te de los intelectuales del Grupo de Leipzig y por quien cobró fama equivocadamente
“como un centro de elaboración” de la nueva línea militar del PC.
Producto de su estadía en Leipzig, Patricio Palma fue el único integrante del grupo
inicial del Seminario que se graduó en la KMU, obteniendo el grado de Doctor en Histo-
ria con una tesis llamada “El papel de las fuerzas armadas de América Latina en la
segunda mitad del siglo XX”. Es interesante contrastar el planteamiento que allí hace
Palma con los propuestos inicialmente por su director de tesis, el alemán Manfred Kos-
sok. Al hacerlo, se aprecia cómo la “influencia extranjera” no consistió necesariamente
en el traslado mecánico de ciertas ideas a la realidad del país, sino que fue recepciona-
da por los chilenos y leída de acuerdo a la propia experiencia política del PC. El
“pragmatismo iluminado” no fue exclusividad de los dirigentes del PC, sino que tam-
bién de sus intelectuales y teóricos229.
En unos apuntes escritos por Kossok, en donde comenta un trabajo introductorio rea-
lizado por los integrantes del Seminario sobre la temática de las fuerzas armadas chilenas,
expone su tesis sobre ellas y las causas de la derrota de la Unidad Popular. Según él, lo
fundamental de la investigación debía ser terminar con la creencia en la supuesta “neu-
tralidad” de las fuerzas armadas chilenas, aclarando que todo proceso que pretenda una
transformación profunda de la sociedad, debería indefectiblemente tener en cuenta que
el ejército intervendrá en oposición a él. Aplicando este planteamiento al caso del proceso
político de la Unidad Popular, Kossok partía del supuesto que toda situación revoluciona-
ria tiene como una de sus premisas una crisis al interior del ejército. Es decir, un sector de
éste se diferencia de las clases dominantes (por ejemplo lo ocurrido en Rusia en 1917).
Así, en la coyuntura de 1970-1973, nunca hubo una situación revolucionaria, porque para
que ella exista, debía producirse “...la desintegración más o menos grande del aparato
represivo. Pero en el caso de Chile (el Gobierno de Allende)... estaba obligado de trabajar
con el aparato represivo más o menos intacto... Entonces nunca ha sido posible actuar

228
Entrevista con Patricio Palma 19/10/2005.
229
Carlos Zúñiga escribió un importante trabajo llamado “Lucha por el ejército y Gobierno Popular”,
publicado bajo el seudónimo de “Enrique Martínez” en el Boletín del Exterior. Partido Comunista de
Chile Nº 34, 1979. Por razones de espacio no lo comentaremos, pero apunta en una línea similar a la
realizada por Patricio Palma. Un análisis del artículo de Zúñiga, en Bravo op. cit..

118
sobre la base de la diferenciación, desintegración objetiva, aprovechando una situación
preexistente”. De esta manera, la conclusión del historiador alemán era evidente: “Para
acabar con un ejército intacto, homogéneo, es necesario por lo menos tener una dictadura
del proletariado, con la posibilidad de crear un aparato de represión militar”. En el caso
de la Unidad Popular, la no diferenciación del ejército, dejó en un callejón sin salida a la
experiencia encabezada por Salvador Allende, porque “la falta de una situación revolucio-
naria significaba que el poder estatal estaba intacto”. En conclusión, la experiencia era
inviable desde el origen230.
La tesis de Palma contradecía a Kossok. En efecto, su planteamiento parte de la tesis
de la “diferenciación” propuesta por Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, don-
de se plantea el doble carácter que puede asumir la intervención militar en el Estado
burgués en momentos de crisis sociales y agudización de la lucha de clases: “En algunos
casos puede ser portador de iniciativa revolucionaria y en otros casos ser guardia pretoria-
na”231. Aplicado al caso de América Latina, Palma demuestra que no siempre la intervención
castrense es sinónimo de “contrarrevolución” anti-popular. Así, investigando los casos de
Omar Torrijos en Panamá, Francisco Caamaño en República Dominicana y Velasco Alvara-
do en Perú, intenta dar sustento a su planteamiento. De esta manera, llega al caso chileno
durante el gobierno de Salvador Allende. Contra el fatalismo determinista de Kossok (cier-
tamente emparentado con las tesis de Ponomariov y Brezhnev sobre que el gran error de la
Unidad Popular habría sido no defender la revolución), Palma sostiene que el problema
radicó en otro punto: “No haber sido capaces de utilizar a favor de la Revolución el proce-
so de ‘diferenciación’ que se dio” en Chile durante esos años. Esta propuesta apuntaba a
dos momentos históricos, uno pasado y otro futuro. El primero, referido a la Unidad Popu-
lar, “no tener una postura fatalista” sobre su desarrollo, ya que según él se pudo haber
aprovechado la “diferenciación” a favor del gobierno de Allende. Y el segundo, en el senti-
do que, agudizada la lucha de clases al fragor del combate contra la dictadura, el proceso
de “diferenciación”, tal como en otros casos en América Latina, volvería a surgir en Chile,
haciendo viable el derrocamiento del régimen.
En el caso de la Unidad Popular, matizando la tesis del “vacío histórico” levantada por
el PC en el pleno del Comité Central de 1977 en Moscú, ésta sí habría desarrollado una
política militar. Esta consistía, al contrario de otros procesos revolucionarios, no en “desa-
rrollar la descomposición de las FF.AA. hasta lograr una fractura que permitiera triunfar
en un enfrentamiento armado generalizado, sino que buscó crear las condiciones que posi-
bilitaran una transformación del carácter de las instituciones militares sin quiebre ni

230
Manfred Kossok “Protocolo de discusión del trabajo sobre FF.AA.” Octubre de 1974. p. 8 y 9. Subra-
yado en el original.
231
Entrevista con Patricio Palma 19/10/2005. Su tesis doctoral está disponible, pero en alemán. Por eso
recurrimos a la explicación oral de Palma y de algunos de sus escritos en español.

119
enfrentamiento” (232). Es decir, reconociendo la tesis de Kossok respecto a que si la revolu-
ción avanza, “cualquiera sea el camino que transite, acumula en su contra la fuerza creciente
de la contrarrevolución”, Palma no comparte con su “maestro” la conclusión respecto a la
inevitabilidad del conflicto armado: “...el problema militar de la revolución....es incapaci-
tar a la fuerza militar o destruirla militarmente, si es necesario. De este modo, la solución
del problema militar consiste precisamente en impedir el desarrollo exitoso de la contra-
rrevolución armada”233. Así, desde una postura que ve unido lo militar con lo político (no
es que la política haya sido “correcta” y lo militar lo “equivocado”), Palma concluye que la
Unidad Popular tuvo “momentos militares” favorables (fin paro de octubre de 1972, “tan-
cazo” el 29 de junio de 1973). Es decir, mientras la correlación de fuerzas político-militares
fue favorable, el proceso era viable. La gran originalidad de la Unidad Popular, fue según
Palma, desarrollar un proceso “de acumulación de la superioridad militar... esencialmente
a través de medios y métodos políticos (en el sentido de no-armadas) de lucha...”. Desde su
perspectiva, el fracaso de esta experiencia no negaba la posibilidad de su éxito, y depen-
dió de la capacidad de movilización de las masas y la ocupación efectiva del aparato estatal
burgués234.
En el caso de lucha contra la dictadura, Palma proponía proyectar la experiencia de la
Unidad Popular. En efecto, en tanto se evaluaba la imposibilidad de derrotar militarmente
a la dictadura, se apostaba al desarrollo de un proceso de diferenciación facilitado por la
movilización popular. El derrocamiento de la dictadura sería posible por el aislamiento
del sector más recalcitrante de las fuerzas armadas. En estas condiciones, el factor militar
del pueblo, expresado en la actividad de la fuerza propia y de los destacamentos populares
armados, era enteramente funcional a la creación del clima de sublevación que abriría
paso a la “diferenciación” y se traduciría en una correlación de fuerzas capaz de desplazar
a la dictadura. Así, la combinación de formas de lucha se hacía evidente: la creación de un
aparato militar, “con destacamentos populares que podían utilizar métodos o medios mili-
tares (y)... la inhibición o la participación de ciertos sectores del ejército regular. Esto
último nunca lo descartamos....En algunos casos puede ser tan importante contar con un
soporte militar activo contra el ejército burgués, como inhibirlo y colocarlo en una posi-
ción que no obstaculice el proceso popular”235. Esta tesis fue el origen de una de las partes
integrantes de la política militar del Partido Comunista en la década de los ochenta: el

232
Sergio Rojas (seudónimo de Patricio Palma) “La relación entre línea política y la política militar del
movimiento popular”. Boletín del Exterior. Partido Comunista de Chile Nº 44, noviembre-diciembre 1980,
p. 62. A la misma conclusión llega Verónica Valdivia “Todos juntos seremos la historia. Fuerzas Arma-
das y Unidad Popular”. En Julio Pinto Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular.
(Lom, 2005).
233
Ambas citas en ibid., p. 66.
234
Ibid., p. 78.
235
Patricio Palma 19/10/2005.

120
trabajo hacia las FFAA. Este planteamiento es el que explica los, para muchos, insólitos
llamados comunistas hacia los “soldados patriotas”, la generación de revistas militares, el
intento de agitación entre la tropa y la “obligación” de los jóvenes militantes de la Jota de
realizar el Servicio Militar Obligatorio. Si se le quiere imputar alguna vinculación al “Grupo
de Leipzig” como tal con los orígenes de la política de Rebelión Popular, debe ser en este
punto en específico.
Sin embargo, el modo que éste y otros planteamientos fueron asumidos oficialmente
por la Dirección del PC, no fue un proceso fácil. Incomprensiones, debates, conflictos y
conspiraciones fueron el caldo de cultivo que permitió su aparición como discurso públi-
co. El Grupo de Leipzig, en tanto concebido como “centro teórico” aparte de la estructura
partidaria, obligado a no difundir sus posturas, sometido a censores estalinistas, tuvo el
grave defecto que se encontraba imposibilitado de influir en la política real, ya que estaba
concebido fuera del debate y al movimiento real de los acontecimientos políticos en Chile.
Así, los partidarios de las posturas más radicales, es decir Carlos Zúñiga y Patricio Palma,
solo optando a formas “heterodoxas” de hacer política dentro del PC, y ya no como “Grupo
de Leipzig”, pudieron influir decisivamente en la elaboración de la nueva línea política de
su partido.

3. El “Equipo de Rodrigo”: de “aparato técnico” a “equipo político”. Los


aparatos de inteligencia y la génesis de la “Perspectiva Insurreccional”
La historia de los partidos comunistas se caracterizan por tener tópicos o áreas de
trabajo cubiertas por un manto de secreto difíciles de franquear, generando leyendas o
mitos sobre el real carácter de sus crisis o trayectorias históricas. Las divisiones internas,
las polémicas entre sus dirigentes o entre estos y la militancia; ciertas actividades, espe-
cialmente las que requieren mayor grado de ocultamiento, suelen quedar cubiertas por el
manto del secreto partidario. El origen de la política de Rebelión Popular es una de las
áreas difusas de la historia oficial del PC. Recientemente se ha publicado una investiga-
ción que contó con respaldo “institucional” del PC y que representa un importante avance
en cuanto al reconocimiento de la aguda polémica que se instaló al interior de la Comisión
Política producto de la nueva línea. Sin embargo, aún no llega al fondo de los orígenes de la
PRPM236. Para hacerlo, es necesario adentrarse en uno de los aspectos mejor guardados de
la historia del PC: El desarrollo de sus “equipos internos”, específicamente sus aparatos
de “Informaciones” o inteligencia.
Fueron algunos de los integrantes de estos aparatos, bajo la tutela complaciente del
integrante de la CP Rodrigo Rojas, quienes jugaron un rol fundamental en el origen de la

236
Nos referimos al trabajo de Francisco Herreros Del Gobierno de pueblo a la Rebelión Popular. Historia del
Partido Comunista 1970-1990. (Editorial Siglo XXI, Santiago de Chile, 2003).

121
nueva política. En efecto, la propia tarea que cumplía el “Equipo de Rodrigo” o también
llamado “Equipo de Berlín”, le permitieron evolucionar desde un aparato “técnico” a uno
político. Y a diferencia de sus compañeros de Leipzig, por el propio carácter de su activi-
dad, conectada estrechamente con la realidad partidaria, propuso una forma de recoger,
interpretar y canalizar esta actividad dentro de la institucionalidad del partido. Estima-
mos que el éxito de los planteamientos de los integrantes de este equipo –unidos a los de
Palma y Zúñiga– se relacionó con haber sido capaces de captar la subjetividad partidaria,
de haber entendido la necesidad de recuperar la mística militante, humillada por el golpe
de 1973, el exilio y las críticas de algunos dirigentes de los países socialistas.
En el marco de “la crisis de la concepción teórica y política” que implicó para el PC el
golpe de estado de 1973237, los integrantes de este equipo secreto supieron aprovechar la
brecha que esta crisis abrió al interior del debate partidario, lo que les permitió –no sin
vencer importantes obstáculos– imponer buena parte de sus tesis políticas, adoptadas con
distintos grados de entusiasmo por la mayoría de la CP. En este apartado intentaremos bos-
quejar una historia de los aparatos de inteligencia del PC, los que se encuentran íntimamente
ligados a las trayectorias de militantes comunistas muy específicos.
De acuerdo a los antecedentes que pudimos recopilar, desde 1969 el PC inició un tra-
bajo de inteligencia de manera sistemática y “profesionalizada”. Este primer equipo de
inteligencia que desarrolló el PC surgió por el “Tacnazo”, movimiento castrense encabeza-
do por el general Roberto Viaux Marambio contra el gobierno democratacristiano de
Eduardo Frei Montalva. En todo caso, la existencia de equipos “internos” (o “secretos”),
tenía una larga data de vida, desde antes de la clandestinidad bajo Gabriel González Vide-
la. Sin embargo, la necesidad de conocer las redes golpistas en el ejército y la derecha,
unida a la irrupción del MIR, aceleraron la decisión del PC de constituir lo que se llamó el
“Aparato de Informaciones”. Antes de ese hecho, aparentemente existía un trabajo de
recolección de información, la que probablemente se centralizaba en la Comisión de Con-
trol y Cuadros y el Aparato Militar, que carecían de estructuras especializadas para esta
labor. Como nos señaló uno de los “fundadores” del Aparato de Informaciones, en 1969, “el
avance que seguramente representábamos nosotros, estaba en haber dedicado esfuerzos
materiales y humanos en específico y profesionalizados a esto... (con) la sistematización y
recopilación, establecimiento de redes y otras linduras técnicas, comenzó una etapa profe-
sional el ‘69 con la instalación de un Centro...”238. Sus primeros integrantes provenían del
Aparato Militar del PC, creado en 1968, y que en esa fecha estaba constituido por dos
personas. Uno de ellos era el joven militante comunista “Roberto”, a la sazón de 20 años,

237
Bravo op. cit., p. 90.
238
Intercambio electrónico con “Roberto”, marzo de 2006. Por razones laborales, este personaje nos
pidió mantener su nombre en reserva. Agradecemos habernos relatado su valioso testimonio.

122
cuya labor a partir de 1969 se relacionó con el “Aparato de Informaciones”. Su jefes fue-
ron el integrante del Comité Central Óscar Riquelme y Ricardo Ramírez (o “Santiago”)239.
Para integrar el Aparato de Informaciones, Roberto debió retirarse de la Jota, a la cual
pertenecía desde 1959. La orden que recibió fue “no tener una militancia abierta en el
Partido, por lo tanto nosotros aparecíamos como abandonando las filas de las Juventudes
Comunistas”240. Su dependencia orgánica dejó de ser la Dirección de la Jota, sino su “Jefe”.
Años más tarde se produjeron algunas incorporaciones al equipo, completando cinco inte-
grantes, dedicados a la recolección de información en Santiago y el resto del país. En su
apogeo, el Aparato de Informaciones llegó a una veintena de miembros en su estructura
central, teniendo muchos más colaboradores fuera de ella. Producto del carácter “compar-
timentado” (sin conexión con otras áreas), Roberto estima con bastante certeza que
alrededor de 1968-1969 “en este mismo tipo de tareas podrían haber otros grupos como en
el que yo estaba participando”, pero a partir de su creación, el Aparato de Informaciones
concentró todas las tareas vinculadas a esta actividad241.
En sus inicios, el Aparato de Informaciones del PC se volcó a indagar al MIR, el rival
que había surgido a la “izquierda” del partido. En 1970, en medio de múltiples conspira-
ciones de la ultraderecha y militares “viauxistas”, los integrantes del Aparato
interpelaron a sus superiores: “¡Hasta cuando seguíamos con la ultraizquierda, que no
es el problema, que es la derecha!”, reclamó Roberto especialmente luego del triunfo de
Allende, cuando los complots golpistas arreciaban 242 . La coyuntura política hizo que
esta demanda se cumpliera. Así, el trabajo del Aparato de Informaciones consistió en
indagar y más tarde infiltrar a los grupos de ultraderecha que conspiraban contra el
gobierno de Salvador Allende243.
Además se creó un Archivo Militar, en base a información abierta, sobre la composi-
ción de las fuerzas armadas y sus actividades. Asimismo, por medio de la revisión de
toda la prensa de Santiago, más algunos de los principales periódicos de provincia, se

239
Entrevista con “Roberto” 16/02/2006. Como lo hemos señalado en otra parte, el aparato militar del
PC previo al golpe de 1973, no contemplaba una hipótesis de enfrentamiento con las fuerzas arma-
das, es decir su derrota militar a través de una insurrección popular o un movimiento guerrillero. Por
el contrario, el PC sostuvo la idea del carácter “constitucionalista” de las fuerzas armadas, base para
levantar la política de “vía chilena al socialismo”, basado en la “vía político-institucional” R. Álvarez
Desde las sombras... op. cit.
240
Testimonio de “Roberto” en Verónica Huerta “Los veteranos de los años 80. Desde fuera, en contra y
a pesar de la institucionalidad”, Tesis para optar al grado de licenciatura en sociología, Universidad
ARCIS, Chile, 1993. Entrevistas, volumen I. p.1.
241
Entrevista con “Roberto” 16/02/2006.
242
Testimonio de “Roberto” en Huerta op. cit., p. 7.
243
Intercambio electrónico con “Roberto”, marzo de 2006. MRNS Movimiento Revolucionario Nacional
Sindicalista. Sobre esta organización, ver Verónica Valdivia “Nacionalismo e ibañismo”, Serie de Inves-
tigación Nº 8, 1995.

123
creó un archivo temático con informaciones de todo tipo (política, social, salud, econó-
mico, etc.)244. Poco tiempo antes del derrocamiento de Salvador Allende, el Aparato
entregó a la Dirección del PC una fecha estimativa de cuándo se produciría la insurrec-
ción castrense y los nombres de los posibles participantes: “Se lo pasamos a la mesa del
Pleno (del Comité Central, máxima instancia de decisión partidaria)... y eso no fue ni
siquiera tomado en cuenta... Era un papel en que se daba la información y ni siquiera se
leyó para ser entregado en el Comité Central... se consideró que era una información
alarmista, sin comprobar...”245.
La aparición de opiniones críticas al accionar político del PC se hizo obvio para Rober-
to: el golpe era inminente. Veía venir el golpe y estimaba que el partido no se preparaba
para hacerle frente. Como señala Roberto, “en nuestro círculo (1970 en adelante) se pro-
ducía la discusión política y teórica del problema militar casi a diario, éramos parte de lo
militar. Nos formábamos en este terreno en la lectura de los clásicos del marxismo. Y
estaba en el centro de la mesa permanentemente el problema de la descomposición de las
FF.AA. y del probable –y que veíamos como inevitable– enfrentamiento”246. Así, una visión
crítica de la línea del PC surgía de manera casi natural en el Aparato, producto del proce-
so de la Unidad Popular y la necesidad de responder al golpe de estado.
Producidos los eventos del 11 de septiembre, pudiendo haberse movido algunos “me-
dios” de defensa, dado el compromiso de algunos militares que habían jurado lealtad al
gobierno, para Roberto y algunos de sus compañeros del Aparato de Informaciones, lo que
consideraban la “inacción” de los comunistas en ese día significó una profunda molestia y
diferencia con la Dirección del PC. A los pocos días del golpe, en la primera reunión con su
“Jefe”, Roberto le planteó que “el Ché (Guevara) tenía razón. Los comunistas serán bue-
nos para resistir una cárcel, pero no son buenos para asaltar el país... los comunistas hemos
estado tres veces en el gobierno de este país y las tres veces nos han ‘volado la raja’. Y hay
que preguntarse por qué”247. Además, planteó que el Aparato debía seguir funcionando
como hasta antes del 11, ya que al ser clandestinos, no habían sido golpeados por la repre-
sión, estimando que su actividad se necesitaba más que nunca bajo las nuevas condiciones.
Pero la decisión de la jefatura fue traspasar a sus integrantes como apoyo al funciona-
miento de la Dirección clandestina. Por oponerse a esta decisión, Roberto dejó de tener a
su cargo el manejo del equipo, dedicándose a un trabajo en solitario. Pocas semanas des-
pués del golpe, el Aparato se disgregó, desapareciendo como tal.
Paralelo al Aparato de Informaciones, hubo otro equipo vinculado a las tareas de
inteligencia, pero a nivel de la Unidad Popular, en donde dos militantes del PC tuvieron una

244
Entrevista con “Roberto” 16/02/2006.
245
Testimonio de “Roberto” en Huerta op. cit., p. 11.
246
Intercambio electrónico con “Roberto”, marzo de 2006.
247
Testimonio de “Roberto” en Huerta op. cit., p. 20.

124
participación destacada. Se trataba de lo que Salvador Allende llamó “mi GAP intelectual”,
el Centro de Estudios de la Opinión Pública (CENOP). Conformado fundamentalmente por
militantes socialistas, hubo un militante comunista en dicho organismo, el entonces joven
sociólogo Manuel Fernando Contreras, ex dirigente estudiantil y ex integrante del Comité
Central de las Juventudes Comunistas. Ideado por el sociólogo Claudio Jimeno, el CENOP
pretendía entregar al Presidente Allende “una asesoría especial que investigara las
inclinaciones de la opinión pública trabajando con métodos modernos de la inteligencia
sociológica”248. Contreras fue invitado a participar por Jimeno, a quien había conocido como
profesor en la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile. Para la biografía política de
Contreras, ligarse a esta actividad implicó dos hechos que influirían en su trayectoria posterior:
vincularse al trabajo de inteligencia política, lo que sería una constante hasta fines de los
años ochenta, como conocer a Rodrigo Rojas, director de El Siglo (medio perteneciente al
PC) e integrante de la Comisión Política del partido. Rojas era asesor comunicacional de la
Presidencia y en la estructura partidaria, estaba estrechamente ligado a los “equipos
internos”. Era el hombre del “maletín negro”, fiel exponente del “secreto partidario”.
En el CENOP Contreras desarrolló actividades tales como sondeos de opinión y espe-
cialmente informes de prensa y análisis de tendencias. En este sentido, Contreras afirma
el especial interés que demandaba la página editorial de El Mercurio, principal medio de
prensa opositor a Allende. “Desde allí –dice Contreras– se señalaban los grandes rumbos
de la política de la derecha”. También seguían las declaraciones de Sergio Onofre Jarpa,
presidente del derechista Partido Nacional y las de Pablo Rodríguez, líder del ultradere-
chista Movimiento Patria y Libertad. Junto a Arturo Fontaine, redactor de la mayoría de
los editoriales de El Mercurio, “formaban la trilogía de los grandes estrategas de la dere-
cha”249. De esta manera, el CENOP hizo inteligencia política para la Presidencia, sin espías
ni cosas por el estilo, convirtiendo a Contreras en un experto en el desarrollo de un trabajo
de “información para tomar decisiones políticas sustentadas en un conocimiento real de
los sentimientos, valores, comportamientos y potencialidades de la gente”250. Este sería el
sustento del trabajo que posteriormente el propio Contreras desarrollaría con éxito al
interior del aparato de inteligencia del PC. En tanto aparato que manejaba información y
estados de ánimos, Félix Huerta, fundador del CENOP, señala que ellos “veían cómo todo
se derrumbaba y no se lo ocultábamos a Allende... había plena conciencia de que se estaba
desplomando el cielo a pedazos”251.
Estas dos experiencias de equipos y militantes comunistas relacionados con el trabajo
de inteligencia, resultan reveladoras de una característica de estos aparatos: la tendencia

248
Mónica González La conjura. Los mil y un días del golpe, (Ediciones B. Chile). p. 151.
249
Palabras de Manuel Fernando Contreras citadas en ibid., p. 154.
250
Ibíd., p. 154.
251
Ibíd., p. 157.

125
casi natural a producir opiniones políticas. Es decir, evolucionaron desde el manejo de
importante información, a generar proyecciones y visiones de los procesos políticos que
investigaban. La propia labor “técnica” de recopilar y de analizar información vía la
preparación de informes escritos, derivó en que los aparatos de inteligencia se convirtie-
ran en grupos de elaboración política. En el caso del Aparato de Informaciones del PC, la
opinión del equipo era crítica respecto a la actitud impotente que ellos veían de parte de
la Dirección ante la inminencia del golpe. En el CENOP, la claridad respecto a que el
proceso caminaba al fracaso era la visión dominante.
El período de la “primera clandestinidad” bajo la dictadura militar en Chile, marcada
por la acción de la DINA y el “Comando Conjunto”, fue el más difícil para los partidos de
izquierda, ya que la represión actuó de manera selectiva para exterminar físicamente a los
órganos de dirección de estas agrupaciones. Los secuestros, las cárceles clandestinas, la
tortura, la delación, y la muerte y desaparición de muchos de los detenidos fue la tónica de
estos años252. Por este motivo, el trabajo de inteligencia del PC se detuvo, dedicándose los
llamados “equipos internos” –compuestos por antiguos integrantes de este y otros apara-
tos “internos”– a tareas de colaboración con la Dirección del Partido, básicamente la salida
y entrada de militantes desde Chile. Sin embargo, los golpes represivos de la dictadura
lograron tal grado de penetración en la estructura partidaria clandestina, que lograron
llegar hasta los ultra-clandestinos “equipos internos” del PC y la Jota253. Más aún, algunos
de los integrantes de esos equipos, se convirtieron en agentes de los organismos de seguri-
dad de la dictadura. Desestructurados en 1976 los equipos históricos de Dirección en Chile,
la necesidad de volver a desarrollar un trabajo de inteligencia y de contra-inteligencia se
hizo evidente.
Entre 1973 y 1976 al parecer hubo a los menos dos niveles en el “trabajo interno” del
PC. Por un lado, la labor desarrollada por el Partido a cargo de “Konstantín”. “Rubén”254
colaboró con el trabajo de este, a través del cual entró en contacto con René Basoa, quien
hasta el día del golpe de Estado era el representante de la Jota en el Aparato de Inteligen-
cia del PC, participando regularmente en su estructura. Puntualmente, desde 1969 Basoa
trabajaba en el Aparato de Informaciones a cargo de centralizar la información que gene-
raba la Jota y que le era traspasada a Roberto para el archivo central255. El equipo de

252
Al respecto, R. Álvarez Desde las sombras... op. cit.
253
Fue el caso del Comando Conjunto, que reclutó a Miguel Estay Reino y René Basoa, integrantes de
estos aparatos en el momento de su detención. Detalles de sus detenciones en Mónica González;
Héctor Contreras Los secretos del Comando Conjunto. (Ediciones del Ornitorrinco, 1991).
254
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006. Estrictamente por razones laborales, este personaje nos autorizó
usar su testimonio solo bajo un nombre supuesto. Estimamos que la centralidad del rol que jugó en
los hechos que aborda este trabajo, justifican el uso de su testimonio bajo esta modalidad. En el caso
de “Konstantín”, por el hecho de no poder acceder a su testimonio, hemos preferido reservar su
identidad, al sernos imposible indagar su opinión al respecto.
255
Entrevista con “Roberto” 16/02/2006.

126
“Konstantín” tenía a su cargo la compleja tarea de sacar a algunos militantes de Chile, en
medio de la oleada represiva de la dictadura. El rol de Roberto, quien luego del golpe se
dedicó a trabajar en fotografía de manera profesional, era proporcionar los medios para la
salida, es decir, cédula de identidad falsa, pasaporte, etc. Con los mismos recursos que
utilizaba en su casa para trabajar la fotografía, generaba la indispensable documentación
falsa. Asimismo, producto de su experiencia en “métodos conspirativos” (normas y reglas
de la clandestinidad), un par de ocasiones entregó formación para el trabajo ilegal (che-
queo, contrachequeo), desarrollando incluso ejercicios en el centro de Santiago. Según
cuenta Roberto, de los tiempos previos al golpe, producto de la relación con la policía de
Investigaciones, una importante cantidad de documentación “virgen” quedó en manos del
“equipo interno” del PC, la que era rellenada con fotos falsas. Además, los “contactos” con
la Casa de la Moneda, permitieron terminar de autentificar los documentos.
Pero para cerrar el trabajo de este equipo, de manera paralela, y con relación solo
“por arriba” (es decir “compartimentadamente”), Rubén asumió responsabilidades en
una área sensible del partido que fue fundamental para la salida de militantes al exte-
rior. En efecto, José Weibel, quien fuera el sub-secretario general de la Jota (N° 2 de la
estructura), le pidió a Rubén hacerse cargo de los militantes comunistas que habían
ingresado principalmente a la policía de Investigaciones y unos pocos a la Escuela Mili-
tar. En tiempos de la Unidad Popular, el PC había tenido a dos de sus militantes como
sub-directores de dicho servicio, a saber, Carlos Toro y Samuel Riquelme, ambos perte-
necientes a los “equipos internos” del PC. Entonces, no era extraño que jóvenes
comunistas se hicieran policías. Rubén primero hizo un “barrido” sobre lo que había,
para conocer cuán “quemados”* estaban algunos militantes. A éstos, inmediatamente
les indicó que debían renunciar y salir del país. En segundo lugar, comenzó “a ‘mapear’
las alternativas de apoyo que pudieran servir. “Ahí empezamos a organizar a la gente
que estaba en extranjería, en Policía Internacional, en (el aeropuerto de) Pudahuel, en
‘Caracoles’ arriba. Control de sistemas, sistemas de turnos, rotaciones... conocer la cul-
tura de los policías para trabajar con ellos”256.
Así, Rubén, trabajando con los dos equipos por separado (el de “Konstantín” y el suyo
vinculado a los policías comunistas), se convirtió en el articulador del sistema de salidas
de Chile y también del asilo en las embajadas. Entre los éxitos más sonados estuvieron la
salida de Américo Zorrilla, José Weibel y Jorge Insunza, todos integrantes de la Comisión
Política. Así por ejemplo, “al Checho (José Weibel) lo sacamos en vehículo, en una “citro-
la” con tres “tiras” (policías de Investigaciones) nuestros. Lo llevamos hasta Mendoza. Así
fue, salió por “Caracoles”257.

*
Jerga que alude a estar identificado por los organismos de seguridad.
256
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.
257
Ibíd.

127
De acuerdo a los antecedentes que hemos recopilado a lo largo de esta investigación,
fue la penetración de estos equipos, lo que estuvo en el origen de las sucesivas caídas de
los organismos de dirección del PC y de la Jota. Como suele ocurrir con las grandes trage-
dias, algo de azar hubo en el inicio de estos sucesos, unido a garrafales errores de seguridad
que los dirigentes clandestinos cometieron. En el segundo semestre de 1975 (septiembre-
octubre) cae detenido un militante que antes de 1973 había salido de Chile a realizar
cursos militares y técnicos vinculados al trabajo de los “equipos internos”. Al ser interro-
gado, “entregó”* la casa en donde se reunían y los nombres de los integrantes del grupo
que lo acompañaron en su salida al exterior. De acuerdo a lo que supo Roberto, si bien este
individuo pertenecía a los aparatos militares del PC y no al de Inteligencia, su detención
“contaminó” a quienes habían trabajado en dicho equipo. Él fue el primero en enterarse
del allanamiento de la casa que este individuo entregó y la respectiva detención del due-
ño: “Establecí la relación que era un golpe que venía en contra del Aparato, que debíamos
tomar mayores precauciones, cuestión que no sucedió, ya que la jefatura desdeñó esto
como peligroso”. Más aún, “me dijeron que estaba ‘tirando pa’ la cola’... que incluso esta-
ban pensando descolgarme por mi actitud”. Por este motivo, Roberto decidió no asilarse:
“Si es así, yo no me voy. Yo no salgo de este país hasta que esto no quede claro y no hable
con un ‘viejo’ de la Dirección”. Poco tiempo después, los hechos darían la razón a Roberto.
Tal como lo había supuesto realistamente, producto de esta caída “llegaron a Basoa, al
“Fanta” y al lote ese. Ellos caen el 17 de diciembre de 1975”258. Esta situación determinó el
fin de la primera etapa de los “equipos internos” del PC bajo la dictadura.
En una rápida carrera, Roberto, Rubén y los otros logran visualizar la magnitud del
daño provocado por la caída de Basoa, del cual desde el principio tuvieron claro estaba
colaborando con los servicios de seguridad. Antes de la Navidad de 1975, llegó el “Fanta”
(Miguel Estay Reyno) junto a un ex compañero de Roberto, a la casa de éste. En su inte-
rior, Roberto logró ocultarse y darse a la fuga al día siguiente. Lo salvó que no hubiesen
allanado la casa. A pesar de la salida de todo su equipo, Roberto decidió quedarse en Chile
durante todo el año 1976. Por su parte, Rubén andaba nervioso desde noviembre de 1975,
cuando “Konstantín” salió de Chile por problemas de seguridad. El día 2 o 3 de enero, José
Manuel Parada, que trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad, le informa a Rubén de la
detención de Basoa y el “Fanta”. “Yo justo estaba sacando a un par de ‘compadres’ que
estaban muy quemados. Les había dado instrucciones de entregar la placa y la pistola
hace 2 ó 3 días. Había sacado ya a uno”259. Desde el momento que se enteró, Rubén, a
sabiendas que contaba con poco tiempo porque Basoa por casualidad sabía donde vivía, se

*
Jerga que se refiere a la información entregada a los organismos de seguridad por un detenido.
258
Entrevista con “Roberto” 16/02/2006. “Fanta” era el popular apodo de Miguel Estay Reyno, integran-
te de los equipos de autodefensa de la Jota y el partido antes del golpe, y vinculado al “trabajo
interno” hasta su caída.
259
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.

128
abocó en cosa de horas a “desarmar equipos, mandar gente “pa’ fuera”... saqué, desmovili-
cé”. Por el lado de los policías comunistas, Rubén estaba tranquilo, porque a pesar que
Basoa le había pedido el listado con los nombres, “nunca le comenté quienes quedaron
adentro y quienes no quedaron”260. Finalmente, el 5 de enero de 1976 allanaron su lugar de
trabajo. Al día siguiente a las 5 de la madrugada, Rubén junto a su esposa e hija de meses,
estaba en el Paso “Los Libertadores”: “Yo sabía quién estaba arriba. Nos ubicamos. Al
baño. Le digo pasa esto y esto. Ustedes (los policías comunistas) tranquilos, porque no hay
contaminación para abajo, entonces la cosa llega hasta acá”. Así Rubén sobrevivió hasta
octubre de 1976 en Buenos Aires, cuando el dispositivo del PC argentino, junto a la ayuda
de la RDA, le permitió llegar a Berlín.
Antes, con mucha preocupación detectó que la información dejada por él en Chile
sobre la traición de Basoa, no era manejada por el PC. “Me llegan síntomas que la cosa no
era tan evidente sobre que este hueón había hablado”261. A su “contacto” en Argentina
trasmite esta preocupación para hacerla llegar a la dirección del PC en el exterior. Mien-
tras tanto, Roberto tenía serios problemas con el rumor que señalaba que Basoa estaba
libre y que en realidad no había traicionado, dejando a quienes lo habían denunciado,
como él, en entredicho. Pero al lograr seguir manteniendo contacto con las direcciones del
PC hasta diciembre de 1976, las que le ordenan asilarse y la evidencia de la traición de
Basoa y de una parte de los integrantes de la Dirección de la Jota, todo se aclaró.
Antes de salir de Chile, Roberto participó en un intento de asilo masivo que terminó
con el desalojo y detención de una veintena de perseguidos. Esos mismos días se realizaba
la Conferencia de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA), que in-
cluyó la visita de Henry Kissinger. El hecho que el asilo haya trascendido a la opinión
pública y hubiese autoridades internacionales, provocó que la dictadura organizara una
liberación simulada de los prisioneros –ante la prensa internacional y nacional– en un
lugar abierto, en este caso, el llamado “Pueblito” del “Parque O’Higgins”. Roberto, que se
había auto inferido una herida para evitar ser detenido con vida, pero que a pesar de esto
había sobrevivido luego de ser atendido en el hospital de la Fuerza Aérea, logró zafarse de
la “re-pesca”. Así, tras 14 horas detenido y herido de consideración, Roberto se fugaba, lo
que en el exilio, en un contexto de derrota y pesimismo, lo convirtió en un símbolo de que
era posible burlar la represión de la dictadura. Meses más tarde, luego de refugiarse es-
trictamente en un par de casas de personas no comunistas pero que solidarizaron igualmente
con el prófugo, Roberto logró salir de Chile llegando a Berlín en marzo de 1977262.
Las peripecias de Roberto y Rubén marcaron para siempre la trayectoria personal y
partidaria de ambos. Los errores sufridos, las falencias de los dirigentes, la incapacidad

260
Ibíd.
261
Ibíd.
262
Entrevista con “Roberto” 16/02/2006.

129
para responder ante la represión, el terror vivido, generaron en ellos una subjetividad
militante distinta. De ser los típicos militantes “abnegados, pero tontos”, se llenaron de
opiniones críticas, bajando del cielo a la “omnipotente” Comisión Política. En el fondo,
dejaron de lado ese respeto religioso a los dirigentes y sus aparatos, pasando a tener una
visión más laica del accionar político. Por cierto que esto era parte de un clima partidario,
expresado incluso en el emblemático Pleno de 1977 en Moscú, en donde a pesar de los
esfuerzos por “demostrar públicamente un PC de cuerpo cerrado en “una sola línea”, con
la que todos los militantes, y más aún, los miembros de la dirección comulgaban... encon-
tramos en los años que siguen al golpe militar un terreno fértil para poner ese supuesto en
cuestión”263.
En este clima interno, en donde por primera vez todo se podía poner en cuestión y
donde las críticas a la Dirección no eran algo impensable como hasta antes del golpe de
Estado, surgió el “Equipo de Rodrigo”, también llamado “Equipo de Berlín”. Este es uno
de los típicos aspectos de la historia de los partidos comunistas que son rodeados de un
carácter “secreto” y “conspirativo”. Si bien es cierto que producto del tipo de trabajo que
desarrollaba, era necesario que tuviera ese carácter, a casi 30 años de su creación, resulta
llamativo que aún no se devele su real origen y función, teniendo en cuenta la importancia
que tuvieron sus integrantes en el desarrollo de la línea del PC en los años 80. El silencio
que sus propios integrantes han guardado hasta ahora, explica en parte esta situación. Así,
algunos de sus integrantes han sido sindicados como integrantes del Grupo de Leipzig o
sencillamente se ha omitido mencionar sus labores partidarias264.
Ante este cuadro de confusión, es necesario partir aclarando aspectos generales del “Equi-
po de Berlín”. En primer lugar, decir que este equipo fue el Aparato de Inteligencia del PC.
Su encargado por la Comisión Política fue Rodrigo Rojas. Estaba compuesto por Rubén,
Manuel Fernando Contreras y Roberto. Su objetivo era reproducir en parte las experiencias
de cada uno de sus integrantes, es decir, lo que había sido el CENOP en tiempos de Allende
y el trabajo de inteligencia efectuado por el PC antes y después del golpe. Además, como
Rodrigo Rojas fue el primer responsable del ingreso de los jóvenes militantes comunistas
chilenos a las escuelas militares cubanas, también el equipo tuvo cierta relación con la selec-
ción de los militantes que se incorporarían a la llamada “Tarea Militar”.
En su constitución influyó la opinión de los alemanes, que trataban de apoyar a los
comunistas chilenos, “diciéndoles que debían haber equipos de infiltración, equipos de
inteligencia, grupos conspirativos, comunicaciones, para cómo llevar las platas, la salida

263
Bravo op. cit., p. 125. En este trabajo se demuestra, a través del análisis de las intervenciones realiza-
das en el Pleno del 77, las diferencias políticas entre los participantes y las fuertes críticas a la
Dirección del Partido.
264
En el primer caso están los citados trabajos de Katherine Hite y Kenneth Roberts, quienes ligan a
Manuel Fernando Contreras al Grupo de Leipzig. En el segundo, A. Samaniego op. cit.

130
de gente”265. Pero era evidente que el PC ya contaba con experiencia en la materia y los
golpes represivos recibidos y la propia clandestinidad en Chile, hacían casi obvia la nece-
sidad de contar con un Aparato de Inteligencia. Así, se delimitaron las tareas cotidianas
del “Equipo de Rodrigo”: “Trabajo conspirativo para el interior del país, preocupado de la
comunicación interna-externa....(relación) con la llegada de compañeros del exterior...en
un momento determinado, la tarea de reclutar gente para la carrera militar”. Además,
hacer análisis de la realidad a partir de la exhaustiva revisión de la prensa nacional de la
época (El Mercurio, Ercilla, Qué Pasa, La Tercera)266.
Su existencia era absolutamente secreta, producto del tipo de labor que tenían que
realizar. Contaba con una gran infraestructura. Con un local ubicado en calle Platannen
Strasse, en el barrio de Pankow, conocido como “el barrio de los espías”, el que incluía un
llamativo dispositivo de seguridad. Además, los integrantes del equipo poseían “pasaporte
alemán, lo que nos permitía entrar y salir libremente por cualquier parte de Alemania”267 .
En el fondo, los chilenos del “Equipo de Rodrigo” tenían la misma condición o status que
los integrantes del servicio secreto alemán.
La selección de los integrantes del “Equipo de Berlín” se dio por las experiencias
de cada uno de ellos. En el caso de Rubén, al llegar a la RDA le tocó junto a Carlos
Toro realizar el trabajo de contrainteligencia para examinar las dimensiones de la
traición y delación en las Juventudes Comunistas. En esta labor, interrogó a sobrevi-
vientes que habían delatado, como Luciano Mallea, Roberto Carmona y Roberto
Hormazábal. En definitiva, junto a Toro, les tocó “hacerle el tiquet de salubridad a
todos los que llegaban, lo que me valió odiosidades importantísimas....Si yo era acusa-
do poco menos que ser el policía del Partido... y lo fui no más, de alguna manera, me
tocó serlo”268.
En el caso de Contreras, luego que en Chile Fernando Ortiz le ordenara salir del país,
pasó sus primeros años de exilio en La Habana, en donde se vinculó al ingreso de los
jóvenes comunistas a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Además, su pareja era la en-
cargada de la Jota en la isla, por lo que sus vínculos con el tema eran variados. En 1975,
cuando planeaba ingresar a alguna de las escuelas militares cubanas “para conocer por
dentro el tema”, Volodia Teitelboim le señaló una nueva tarea: “Se me informa que se
había resuelto mi ingreso al interior de Chile, pedido nada menos que por don Víctor Díaz.
La idea era que yo viniera a formar una estructura de inteligencia a lo CENOP. No con
espías, ni nada por el estilo, sino como analista de prensa, elaborador de encuestas de

265
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.
266
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.
267
Ibíd., Al respecto, Roberto recuerda una vez que el cierre de la frontera que dividía Berlín, le fue
prorrogada a él para poder ir buscar un papel olvidado en Occidente.
268
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.

131
opinión, analista de contenidos y además de proveer de información de diversas fuentes...
una suerte de analista de inteligencia. Era replicar la experiencia del CENOP”269.
Como ya dijimos, en esta tarea lo acompañaría Carlos Zúñiga. Tras meses en lo que ellos
llamaron “la casa de las cucarachas” en La Habana, donde recibieron preparación para el
trabajo clandestino, la misión abortó por la caída en mayo de 1976 de la dirección de Víctor
Díaz. Mientras Zúñiga viajó a Leipzig a integrarse al Latinoamerikanseminar, Contreras se
encontró con Rodrigo Rojas, que recién dejaba La Habana para radicarse en Berlín, quien le
dice: “Bueno, esto que se iba a hacer en Chile, que se haga acá”. En el fondo, para Contreras
significó darle continuidad al trabajo que incipientemente habían empezado en Cuba con
los “oficiales” chilenos, basado en la idea de “generar una base de datos de inteligencia
sobre la base de la prensa abierta. Sin ningún afán por lo demás siniestro. Era conocer quié-
nes eran los principales dirigentes políticos, gremiales, militares, eclesiásticos. Esto se
asentaba en un principio mil veces repetido en todas las academias conspirativas de los
países no solo del socialismo, sino del capitalismo: todos los datos de inteligencia en la Se-
gunda Guerra Mundial se armaron con la prensa. Es la principal fuente”270.
Por eso, la tarea cotidiana del Equipo era hacer análisis político a partir de la prensa
chilena. Unido a esta labor, el objetivo del Equipo era crear una red de informaciones en
todos los países en donde hubieran exiliados chilenos. Así, los viajes de sus integrantes
por Europa se multiplicaron, creando estructuras de información. Como dice Contreras,
su objetivo era recopilar “información que la gente contaba, por la vía de sus cartas, de sus
amigos, de la gente que llegaba de Chile y contaba cosas. Recoger información. No eran
estructuras de espionaje, ni que se le parezca, es absurdo pensar eso”271. Como señala
Rubén, esto les permitió manejar “un nivel de información fina sobre Chile, sobre lo que
la gente pensaba, sentía, opinaba. Percibíamos que el nivel de desarme por los golpes que
nos habían pegado era enorme, un golpe psicológico a la matriz que sostenía al Partido”272.
Este aspecto nos parece muy importante para entender el origen de la política de Rebe-
lión Popular. El hecho que ésta haya surgido fuera de la dirección partidaria, entre un grupo
de militantes intelectuales, todos con formación universitaria (alejados del tradicional “obre-
rismo” del PC chileno), que además trabajaban en equipos secretos o semi-secretos del partido,
no debe conducir a pensar que la nueva política fue una “brillante idea” de unos pocos
iluminados. Por el contrario, nos parece que la aparición de la Rebelión Popular se relacionó
estrechamente con el movimiento real de lo que estaba ocurriendo por un lado en Chile y por
otro en el extranjero. De acuerdo a lo que planteamos en un trabajo anterior, la subjetividad
de la militancia comunista que se quedó en Chile, se radicalizó en función de los fulminantes

269
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.
270
Ibíd.
271
Ibíd.
272
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.

132
golpes represivos efectuados por la dictadura. Sin embargo, la voluntad de resistir, las condi-
ciones de vida clandestina, la capacidad de continuar el trabajo partidario y de iniciar un
incipiente movimiento de protesta contra el régimen a fines de los setenta, generó un “senti-
do común” acerca de la necesidad de radicalizar la lucha contra la dictadura militar273.
Esta subjetividad, también vivida en carne propia por algunos de los propios integran-
tes del Equipo de Berlín, fue determinante para originar un “estado de ánimo” en la
militancia en Chile, que a la vez influyó en el origen de la “rebelión popular”. Paralela-
mente, la labor de “analistas de prensa” de los integrantes del Equipo de Berlín, es decir,
su actividad de “inteligencia política”, los hizo ir derivando en un espacio de discusión
política y teórica. Así, un equipo surgido por necesidades y bajo un concepto eminente-
mente técnico, derivó de facto en uno de carácter político. Mientras en Chile los llamados
“funcionarios” o cuadros intermedios del PC, les tocaba hacerse cargo de la Dirección
ante la aniquilación de los cuadros dirigentes y ya “sentían” la necesidad de “otras formas
de lucha”, en el exterior, otros “funcionarios”, ninguno integrante del Comité Central del
PC, tomaban la iniciativa de polemizar y proponer nuevas sendas para la política partida-
ria, a sabiendas del proceso que vivía la militancia en Chile. La “rebelión de los
funcionarios”, fue un hecho que se registró tanto en el interior como en el exterior de
Chile y formó parte de un mismo movimiento que se estaba produciendo dentro del PC,
caracterizado por una Dirección derrotada en 1973, diezmada en 1976, criticada por los
partidos “hermanos” de los países socialistas, en fin, puesta en cuestión por los “funciona-
rios” del interior y el exterior. Por este motivo, es posible afirmar que el segundo lustro de
los setenta permitió a los comunistas chilenos en el exterior, influidos decisivamente por
su radical crítica al “socialismo real”, vivir uno de los momentos de mayor debate interno
de la historia del PC y que ese espacio fue determinante para la irrupción triunfante de la
tesis de “todas las formas de lucha” contra la dictadura. Los movimientos, insurrecciones
y revoluciones que agitaban esa época, también influyeron en este proceso.
En el caso del Equipo de Berlín, destacó la elaboración del sociólogo Manuel Fernando
Contreras, prolífico en la producción de textos en donde se desparraman algunos de los
planteamientos que fueron los ejes de la nueva línea del PC. Como él mismo lo señala, su
experiencia partidaria en Cuba ejerció una influencia político-ideológica decisiva.
En 1975, aún en Cuba, Contreras escribió un texto llamado “Las desviaciones de dere-
cha en el movimiento obrero”, en donde avanzó en sus críticas a los planteamientos oficiales
del PC y además a la línea política de éste durante la Unidad Popular: “Yo planteaba en
ese artículo que no puede explicarse la derrota desde las premisas teóricas que sientan la
propia derrota: La idea de la batalla de la producción, la idea de que los éxitos en la

273
R. Álvarez Desde las sombras... op. cit.
274
Intercambio electrónico con Manuel Fernando Contreras, marzo de 2006. La frase subrayada proviene
del título del texto de Julio Pinto contenido en la obra coordinada por él Cuando hicimos historia...op. cit.

133
economía iban a ser tales que nos iban a llevar mecánicamente a una correlación militar
de fuerza; que una vez en el gobierno íbamos a ganar las mayorías... pero ¡sin saber qué
hacer con el parlamento!, porque estábamos entreverados con una democracia burguesa,
sin entender que la propia democracia era una conquista de la clase obrera... en fin... lo
que realmente estaba en cuestión en Chile no era la ‘batalla de la producción’, sino el tema
del gobierno y del poder”. A partir de esto, Contreras señalaba en este texto lo limitado de
la política militar de la UP, al no considerar la democratización de las FFAA y una concep-
ción propia de la Defensa Nacional. Por el contrario, se confiaba que los éxitos económicos
harían que las FF.AA. se volcarían a favor del gobierno de Allende. Esto implicaba que las
insuficiencias en la temática militar “no eran de naturaleza técnica (los ‘fierros’),” sino un
problema ideológico de fondo de la concepción misma sobre cómo hacer la revolución que
históricamente había sostenido el Partido Comunista en Chile274. Como dice Augusto Sa-
maniego, Contreras estaba planteando que la lección más importante que dejaba el fracaso
de la Unidad Popular, “había sido la incapacidad teórica y política para prever y abordar
estratégicamente la definición del “problema del poder”275.
Además, Contreras volvía a insistir en lo que estimaba una caracterización errónea
de la dictadura. Él planteaba que lo ocurrido en 1973 no era un simple putsch fascista,
sino una contrarrevolución que había movilizado a millones contra el gobierno, factor
decisivo de la derrota. Además, “decíamos en ese artículo: La derecha se “leninizó”,
curada tempranamente de la enfermedad del cretinismo parlamentario, entendió que
para defender sus intereses había que matar la democracia y comprender que la pelea
se resolvía en la calle, con millones de personas”. Agregaba Contreras que “con el golpe
del ’73 entrábamos no a una simple represión al movimiento popular, sino que a una
refundación del capitalismo en Chile, y que la cesantía, las quiebras de las pequeñas
industrias, etc., no eran expresión que el modelo de la dictadura fallaba, sino que, al
contrario, estaba funcionando muy bien, y cuyos efectos había que ahogar en base a la
represión generalizada”276.

275
A. Samaniego op. cit., p. 9.
276
Intercambio electrónico con Manuel Fernando Contreras, marzo de 2006. Contreras y varios de su
generación, negándose a ver en el golpe solo la mano de la CIA y los interés de EE.UU., les calzaban
mejor la formulaciones de Nicos Poulantzas sobre el fascismo, y en particular las afirmaciones de
Palmiro Toglatti, que “advertía tres tendencias cruzadas: una crisis del capitalismo, una ofensiva del
capital financiero para reformularlo ante el embate revolucionario, y una crisis del movimiento obre-
ro, crisis de naturaleza tanto política como ideológica” expresada en la falta de conducción del pro-
ceso político por parte de las fuerzas de izquierda. Este esquema cuadraba con el Chile de la Unidad
Popular: “carácter tremendamente masivo de la oposición a Allende (no putsch); dirección corpora-
tiva de la gran burguesía, que a partir de finales de los sesenta entró a representarse directamente en
la escena política al margen de los partidos; y la división creciente de la UP junto a la incapacidad de
toda la izquierda, y del PC en primer lugar, no obstante su actitud muy responsable, para dar conduc-
ción a un movimiento”.Intercambio electrónico con M.F. Contreras, abril de 2006.

134
Junto con reconocer la importancia del carácter de masas de la oposición al gobierno
de Allende (verdadero sacrilegio de la época), ya Contreras vislumbraba que la duración
de la llamada “Junta Militar Fascista” iba a ser más prolongada de lo que se estaba esti-
mando en ese entonces. Lo llamativo de estos planteamientos –que causaron escozor en
Orlando Millas– se relacionaba con el hecho de ser textos escritos por encargo de inte-
grantes de la Dirección del partido, lo que ratifica lo que decíamos respecto al espacio
abierto a la discusión producto de la crisis política y teórica del PC luego del golpe de
estado de 1973. Además, que estas tesis –sino lo misma, una muy parecida– posteriormen-
te serían recogidas en la política del Rebelión Popular, especialmente la que señalaba la
importancia de tener una visión “global” de la lucha por el poder. Finalmente, como el
propio Contreras lo señala hoy día, eran ideas que estaban circulando al interior del parti-
do: “...si el propio ‘don Lucho’ (Luis Corvalán) lo dijo: ‘Con la UP llegamos al gobierno
pero no llegamos al poder...’”277.
Como decíamos, mientras vivió en La Habana, Contreras participó en los inicios del
ingreso de los militantes comunistas a las FAR cubanas. Como él recuerda, estaba a la
espera de la salida de una reunión en febrero de 1975 en que participaron por el PC chile-
no Manuel Cantero, Rodrigo Rojas y Volodia Teitelboim y por el Estado cubano Fidel Castro,
Raúl Castro, Manuel Piñeiro y Carlos Rafael Rodríguez. Allí, Fidel Castro les señaló a los
dirigentes chilenos que “yo no creo que en Chile hayan condiciones para una guerra civil,
menos que ustedes sean capaces de derrotar a un ejército como el chileno... Yo creo que a
ustedes no les queda otra que apoyar a Frei, no hay otra posibilidad... Yo se eso, porque
apenas termina la reunión, Rodrigo Rojas, periodista además, que la tenía calentita, la
relató entera”. En una segunda reunión, Fidel Castro remata su visión de la realidad chile-
na planteando que no existía ninguna posibilidad de lucha armada en Chile. Y en ese
marco les propone a los dirigentes chilenos “ustedes tienen que preparar gente, aquí no es
el problema del socialismo, el problema es la democracia... con esto, los van a respetar más
y se trata con esto que no les vuelva a pasar lo del 73”278. Así, en la génesis de la cuestión
militar, se inicia la formación de futuros oficiales con la perspectiva que, cuando retorna-
ra la democracia en Chile (lo que se estimaba no tan lejano en ese momento), cumplirían
el papel de ser parte de los jefes militares del nuevo ejército democrático chileno. Es
decir, no había una elaboración o una perspectiva global acerca de lo que significaba este
paso. En ningún momento se le vinculó a una necesidad política del momento, sino más
bien como una cuestión “técnica”. Sin embargo, la preocupación de quienes supieron del

277
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 25/10/2005.
278
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 17/08/2005. El acercamiento de Cuba al PC chileno y a
posturas políticas moderadas, tenían que ver con un giro de la política exterior cubana, basada en la
aproximación a la URSS, la decepción de las guerrillas de los años sesenta y el problema del desarro-
llo económico de la isla. Ver A. Samaniego, op. cit.

135
inicio de “La Tarea Militar”, implicó tratar de responder a la pregunta ¿para qué quere-
mos militares profesionales comunistas?
Para Contreras la formación de “oficiales” chilenos “ponía los gérmenes de una con-
cepción nueva de concebir el partido y hacer política....es el caso típico en que la realidad,
los hechos muchas veces impensados, están preñados de consecuencias ideológicas y teó-
ricas, a pesar de sus propios impulsores”279. Al conocer esta nueva “tarea”, surgió entre
algunos chilenos en Cuba la pregunta ¿qué va a ser de estos “compañeros”?, ¿para qué los
formamos? Así, con el beneplácito del propio Estado cubano, avalado por el acuerdo entre
el PC chileno y el cubano para iniciar la formación de oficiales, surgió el embrión de la
crítica a la línea comunista hasta 1973. El escenario era un proceso revolucionario hetero-
doxo, “inspirados no en Marx ni Lenin, sino que en José Martí, y toda una historia patria
en que la guerra contra los españoles se enlazaba con la lucha revolucionaria”, como dice
Contreras, que además en ese instante estaba marcado por la guerra, ya que sus habitan-
tes seguían día a día, a través de la prensa, la suerte de las tropas cubanas en Angola y
Etiopía. Reflexionar en ese momento sobre “el partido” y el rol del factor militar en sus
planteamientos, se tornaba una necesidad generada por la vida diaria.
Con estos planteamientos, Contreras llegó a Berlín, en donde conoció a Rubén y más
tarde a Roberto. En medio de las actividades propias del Aparato que integraban, surgió la
discusión política entre ellos: “Con Manuel (Fernando Contreras) nos agarramos horas.
Era estudio, era discusión, conversaciones, análisis... llegamos a la conclusión que efecti-
vamente había un tema de conducción política, de estructura partidaria, de mentalidad
partidaria, de psicología de los miembros del Partido... y así, en algún momento dijimos
“hay que replantearse un paradigma distinto, un diseño”... A través de nuevas prácticas,
es posible que vayamos generando transformaciones conceptuales, emocionales, psíquicas
en la cultura partidaria”280.
¿Cuáles fueron las fuentes internacionales que ayudaron a modelar el “nuevo paradig-
ma” del que habla Rubén? Aquí daremos cuenta de algunas de ellas. Antes es necesario
explicar que el período 1974-1979 fue una época en donde una sucesión de hechos provocó
lo que Contreras denomina una “anomia ideológica”, en el marco de un PC cuya política
era cuestionada desde dentro y desde fuera de sus filas. Esto explica que su militancia en
el exilio estuviese más permeable a influencias de todo tipo.
En 1974 cae el Imperio portugués. El triunfo del MPLA en Angola, dirigido por Agosti-
no Neto y la aparición de Samora Machel en Mozambique, que vía lucha armada lideraron
procesos exitosos de liberación nacional, se coronaron con la llamada “Revolución de los
claveles” en Portugal, iniciada por el “golpe de los capitanes” el 25 de abril de 1974. Ella
ratificó la tesis del Partido Comunista de Portugal (PCP), dirigido por Álvaro Cunhal,

279
Intercambio electrónico con Manuel Fernando Contreras, marzo de 2006.
280
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.

136
respecto a que la dictadura caería solo por fuerza de una “insurrección nacional arma-
da”281. Además, fue un importante ejemplo de cómo un PC sí había contemplado lo militar
en la política, ya que “numerosos oficiales, como el propio Neto, pertenecían al PC o eran
muy cercanos a él”282.
El proceso que continuó, con unas fuerzas armadas que se movieron hacia la izquierda
y lograron acordar pasos con el PC portugués, demostraban que era posible que las fuerzas
armadas se “derrumbaran” (como había ocurrido en Rusia en 1917), permitiendo la caída
del régimen. El desarrollo ulterior del proceso portugués fue definido por Contreras como
una “revolución no resuelta”, ya que las clases dominantes lograron mantenerse en el
poder bajo un nuevo régimen político283. Conectado con los análisis que paralelamente
desarrollaba Patricio Palma en Leipzig, lo importante del caso portugués era que “las
masas populares pueden encontrar en el seno del ejército...verdaderos apoyos e incluso
aliados en su lucha contra los regímenes de dictadura”. Además, el modelo portugués de-
mostraba la viabilidad de la insurrección popular284.
En 1975 se decretaba la derrota final de Estados Unidos en Vietnam. El triunfo del
pueblo vietnamita fue uno de los hitos que marcó la década. Los chilenos del Equipo de
Berlín estudiaron con detención su experiencia. Contreras relata que discutían el concep-
to que él había tomado del dirigente de la Izquierda Cristiana Bosco Parra, quien había
dicho que para derrotar a la dictadura era necesario tener una “perspectiva insurreccio-
nal”. A partir de esto, Contreras utilizó dos conceptos provenientes de la experiencia
vietnamita. Primero, de las lecturas de Le Duan, sucesor a la muerte de Ho Chi Minh en la
jefatura del partido vietnamita, rescató dos tesis fundamentales: “Le Duan decía que ‘mu-
chas revoluciones han fallado no por falta de programa revolucionario, sino por falta de
métodos revolucionarios’. Él habla que toda línea política es un objetivo estratégico, pero
además es método o curso general para lograr ese objetivo. Además, Le Duan definía a la
violencia revolucionaria como aquella ‘cuando un pueblo entero se ubica fuera y en con-
tra, y desde afuera y en contra da la pelea’. Esta frase yo la repetí mil veces... ‘desde fuera
y en contra’... es una frase textual de Le Duan”285.
La segunda tesis extraída del caso vietnamita proviene de los escritos del jefe mili-
tar durante la guerra contra EE.UU., Vo Nguyen Giap. Este planteaba que en Vietnam el

281
Eusebio Mujal-León “El comunismo Portugués y Español en una perspectiva comparada”. En Morton
A. Kaplan (editor) Las diversas facetas del comunismo. (N.O.E.M.A Editores, México, 1982), p. 107.
282
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.
283
Ver “Camilo González” (seudónimo de M.F. Contreras) “Lo militar en la política del Partido”. Princi-
pios Nº 22, 1982, pp. 42-43.
284
La cita corresponde a Nicos Poulantzas La crisis de las dictaduras. Portugal, Grecia, España. (Siglo
Veintiuno Editores, 1976), p. 125. Palma y Contreras reconocen haber leído con atención los escritos
de este influyente cientista social galo.
285
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.

137
conflicto se basaba en la consigna “ejército del pueblo, guerra del pueblo”. Esto signifi-
caba que en la guerra de Vietnam, “cada ciudadano, (era) un soldado... la participación
de las masas en las insurrecciones y en las guerras nacionales de nuestro país, nuestra
tradición de que “todo el país conjuga sus fuerzas, todo el pueblo combate al agresor”,
era la característica de la confrontación bélica286. A esto se le debía sumar otro elemen-
to expuesto por el líder militar vietnamita que se deriva del anterior, a saber, que la
resistencia armada debía ser de masas. Recordando una milenaria leyenda de su país,
Vo Nguyen Giap graficaba esta idea: El habitante vietnamita utilizaba “barrotes de hie-
rro y trozos de bambú para aniquilar al enemigo. Va acompañado de labradores,
pescadores, pequeños pastores de búfalos, que combaten al enemigo con sus azadas, sus
cañas, sus instrumentos de bambú”287.
Desde nuestra perspectiva, es posible decir que en lo sustancial, son estas tesis pro-
venientes de los líderes político-militares vietnamitas, las que aplicadas creadoramente
a la realidad chilena, terminaron por cristalizar en la política de rebelión popular. Por
un lado, alejarse lo más posible de las tesis “foquistas” de acuerdo al modelo descrito
por Régis Debray y aprobado por los cubanos en la década de los sesenta. En Chile la
lucha armada debía ser de masas: “Pensábamos que este movimiento tenía valor solo en
la medida que tuviera una capacidad de seducción de millones... que fuera un movi-
miento extraordinariamente seductor... esa era la idea, algo muy, muy de masas, muy
anti-conspirador”288. Entonces, la idea fue cuajando en una perspectiva insurreccional
impuesta “fuera de y en contra de” la institucionalidad de la dictadura, en donde pudie-
ra expresarse de cualquier forma el rechazo a ésta, desde la acción más pequeña hasta
las de mayor calibre. Quienes primero idearon estas tesis, reivindican que, desde esta
lógica, nunca se alejaron de la tradición partidaria de poner en primer lugar la lucha de
masas.
Uno de los “invitados” a las conversaciones de amigos en Berlín, el conocido músico
Sergio Ortega, autor del himno “Venceremos”, graficaba, en su particular estilo, el carácter
de masas que debía tener la lucha contra la dictadura: “Nosotros lo que queremos es que
cuando la señora Menita –hablaba de la “señora Menita”– esté tejiendo (y se agarraba el
dedo meñique y simulaba haciendo el gesto de estar haciendo un tejido a crochet), esté a la
vez poniendo la manito para el bazooka de uso personal”. Y hacía un gesto con el dedo meñi-
que”. Por eso, Contreras agrega que asumían “que lo militar no se incorporaba necesariamente
en las estructuras formales del movimiento armado. No era algo de especialistas”289.

286
Vo Nguyen Giap Armar a las masas revolucionarias, construir el Ejército Popular (Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975), p. 49.
287
Ibíd., p. 53.
288
Citas de la entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.
289
Citas de ibid.

138
Esta visión se complementó con las experiencias provenientes de la lucha insurgente
en Centroamérica y del movimiento que derrocó en 1979 al Sha en Irán. De la primera,
como señala Augusto Samaniego, también invitado a las “conversaciones” de los integran-
tes del equipo de Berlín, el ejemplo de la revolución triunfante en Nicaragua, si bien ejerció
una influencia, no significó copiar su método. Quienes afirman, esto, como José Rodríguez
Elizondo, “caricaturizan la nueva perspectiva estratégica como el necio propósito de de-
rrotar militarmente a las FF.AA. en Chile”290. Como lo hemos visto a través de esta
investigación, jamás estuvo en la cabeza de nadie esta posibilidad. La apuesta era, como
decían Zúñiga y Palma, “neutralizar” o “diferenciar” a una parte de ellas para que pudiera
derrocarse a la dictadura. Más bien, el ejemplo de Nicaragua y del Frente Farabundo Mar-
tí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, se relacionaba con desmentir en el
movimiento real la tesis del “partido de vanguardia” marxista-leninista, sin influencia de
otras culturas políticas y revolucionarias. El hecho que en las revoluciones cubana y nica-
ragüense los PC no jugaran un rol gravitante, ponía en el centro la necesidad de aprehender
la “heterodoxia” de los movimientos revolucionarios en América Latina. Había que incor-
porar el concepto de la vanguardia compartida y el pluralismo político dentro del sujeto
revolucionario291.
Este planteamiento, que implicaba además reconocer como señero el proceso que el
propio PC había liderado para constituir la Unidad Popular, que era considerada un buen
ejemplo de “vanguardia compartida” amplia y pluralista, implicaba que la “perspectiva
insurreccional” debía ir no solo de la mano de las masas, sino de los movimientos y parti-
dos “anti-fascistas”. Aquí, nuevamente, se aprecia el entronque con la tradición comunista
de frentes amplios, pero modificada, según los ideólogos de la “Rebelión Popular”, por
una perspectiva completa de la lucha por el poder.
El último acontecimiento internacional que terminó por dar la imagen vívida de cómo
se visualizaba la caída de la dictadura, fue la insurrección iraní. Si aplicando la tesis de Le
Duan a Chile, al PC le faltaba un método revolucionario para llevar a cabo una perspectiva
insurreccional, que debía ser eminentemente de masas, combinando formas de lucha multi-
facéticas, bajo la dirección de una vanguardia compartida, este método fue suministrado
por la revolución iraní. Como lo hemos dicho, se consideraba impensable derrotar militar-
mente al ejército chileno, por lo tanto, ¿cómo lograr su derrumbe?. Alejados de las miradas
“economicistas” como las que predominaban en ciertos integrantes de la Dirección del
PC, que estimaban que la propia crisis del modelo económico de la dictadura traería su
caída, quienes primero lanzaron las ideas que dieron origen a la Política de Rebelión Po-
pular, asignaban un rol decisivo al factor “subjetivo”, es decir, de acuerdo a la jerga leninista,

290
A. Samaniego op. cit., p. 8.
291
Al respecto, ver Manuel Fernando Contreras “Opiniones en torno a la renovación del Partido Comu-
nista de Chile”. Agosto de 1990, s/e. p. 9.

139
al partido. Este debía ser capaz de movilizar a millones, alterando el normal funciona-
miento del país, tal como había ocurrido en Irán.
Como en el caso del ejemplo de Centroamérica, lo que llamó la atención de Irán no fue
la táctica de lucha armada de los grupos guerrilleros que luchaban contra el Sha. Tanto los
fedayínes –marxistas-leninistas– como los mojahidines –partidarios de una “Revolución
islámica”– reprodujeron en los setenta errores similares a las guerrillas latinoamericanas,
subestimando “los requerimientos de la organización política y las formas no violentas de
la práctica política...hacían un gran hincapié en la eficiencia de las acciones armadas de
pequeños grupos agresivos”292. Solo hacia 1978, cuando la oleada de protestas populares se
iniciaba en Teherán y otros ciudades, se planteó que las acciones armadas tuvieran un
“objetivo de ejemplaridad y de apoyo a las luchas populares e integrarse en el conjunto de
las acciones de la organización” del pueblo293. Por este motivo, lo llamativo de la revolu-
ción iraní fue el “método” utilizado para provocar la caída de la dictadura.
En noviembre de 1978, en medio de una crisis política y económica, el Sha designa un
gobierno militar. Pero ya desde fines de septiembre una oleada de huelgas comenzaron a
afectar áreas económicas estratégicas y otros sectores, que también colapsaban: el trans-
porte, la actividad bancaria y centros administrativos como aduanas e impuestos. También
se incluyeron en el movimiento estudiantes; los colegios casi debieron cerrar; la prensa se
declaraba en huelga protestando contra la censura impuesta por el régimen. Así, se produ-
jo una “confluencia entre los intelectuales revolucionarios, en particular estudiantes, y
los trabajadores de los campos y sobre todo de las fábricas”294. De esta manera, se llegó a
las jornadas del 9 al 12 de febrero de 1979, que culminaron con la huida del Sha y el fin de
una prolongada dictadura. En esos días, las organizaciones izquierdistas, como el partido
Tudeh (comunista), jugaron un papel secundario, porque lo importante fue “el carácter de
los cientos de millares de personas que participaron en las manifestaciones de Teherán y
otras ciudades... estas personas... no estaban organizadas desde el exterior, no eran mar-
xistas o reaccionarios. Eran gentes que ya no podían tolerar la asfixiante atmósfera política
ni las enormes desigualdades de la vida urbana iraní”295. La masividad de las protestas
populares, impidieron que el ejército, sostén último del Sha, pudiera continuar con ma-
sacres de manera permanente, tal como lo había hecho en septiembre y noviembre de
1978. En definitiva, lo que provocó el “derrumbe” del ejército fue la convicción al interior
de éste que “sería muy difícil el aplastamiento de la oposición por la mera fuerza... La
magnitud de la oposición impidió toda acción definitiva, y esta debilidad se reflejó inevi-
tablemente dentro de las fuerzas armadas, crecientemente afectadas por las carnicerías

292
Fred Halliday Irán: Dictadura y desarrollo (Fondo de Cultura Económica, 1981), p. 325.
293
Behrang Irán Un eslabón débil del equilibrio mundial (Siglo Veintiuno editores, 1979), p. 261.
294
Ibid., p. 302.
295
F. Halliday op. cit., p. 391.

140
callejeras”296. De esta manera, el “método” iraní logró dividir a las fuerzas armadas en el
contexto de una ascendente y prolongada movilización social que incluyó a millones de
personas en las calles protestando o haciéndolo a través de la paralización de sus activida-
des laborales.
El traslado para el caso chileno apareció como evidente para quienes andaban en la
búsqueda del “método” revolucionario del que hablaba Le Duan: “Nosotros dijimos, si
tenemos una cuestión realmente de masas, dada la tradición progresista de Chile y el
contexto internacional... podría darse el caso de una correlación tal que colapsen operati-
vamente las FF.AA. ante el riesgo de que, simplemente, tendrían que matar a 13 millones
de personas, que era el modelo iraní. Esa fue nuestra opinión”297. Fue así como la “perspec-
tiva insurreccional”, bajo la lógica de no pretender derrotar militarmente a las fuerzas
armadas, encontró su fórmula final. Esta se puede resumir como una táctica en donde “las
fuerzas políticas desempeñan el papel principal...(y) las fuerzas armadas son puntos de
apoyo, combinando la lucha política con la armada para avanzar hacia la insurrección en
todo el país”298.
Cada uno de los casos reseñados, como la caída del Imperio portugués, la “Revolu-
ción de los claveles” en Portugal, el triunfo vietnamita y nicaragüense, los avances de la
guerrilla en El Salvador y la insurrección popular en Irán, dan cuenta que las formas de
lucha violentas o armadas contra las dictaduras, eran una fórmula validada por los acon-
tecimientos reales que en esa época estremecían al planeta. Es decir, apelar a la violencia
para la lucha contra la dictadura en Chile, no significaba para los comunistas retrotraer
la historia e imitar el modelo guerrillero de los sesenta. Por el contrario, tesis como la
perspectiva insurreccional y la lucha “desde fuera y en contra de”, ponían al PC en la
órbita, en la dinámica con que parte importante de las izquierdas en el mundo estaban
logrando exitosos resultados en sus luchas antidictatoriales. Como lo hemos dicho, fue
esta especie de “moda“ de la lucha armada, la que se sincronizó con la subjetividad de
la militancia comunista en Chile, factor que en última instancia explica que la Política
de Rebelión Popular se impusiera en el conjunto del Partido.
Sin embargo, si bien estos eventos ubicados a la “izquierda” de la política del PC chileno
fueron muy influyentes, hubo un factor de “derecha” que también jugó un papel preponde-
rante: el eurocomunismo. El proceso encabezado por Enrico Berlinguer en Italia, George
Marchais en Francia y Santiago Carrillo en España golpeó con fuerza a los exiliados chilenos.
Especial llegada tuvo en la Dirección de la Juventud Comunista, instalada en Budapest,
capital de Hungría. Allí, los dirigentes de la Jota Ernesto Ottone y Alberto Ríos, entre otros,

296
Ibíd., p. 412.
297
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 17/08/2005.
298
Vo Nguyen Giap “Vietnam. Guerra de Liberación”. Citado por “Camilo González” (seudónimo de M.F.
Contreras), op. cit., p. 51.

141
y desde Canadá el ex presidente de la FECH en tiempos de la Unidad Popular Alejandro
Rojas, realizaron fuertes críticas al “socialismo real”. Pero como lo señala un integrante de
la misma generación en las filas de la Jota, “esas opiniones no se proyectaban (a) un cambio
de política comunista para Chile, para re-situarnos en la lucha contra la dictadura...”299. Ha-
cia 1980, Rojas, Ríos y los integrantes del conjunto musical Quilapayún, abandonaban el PC.
Lo mismo haría Ottone poco tiempo después.
Por su parte, quienes integraron el equipo de Berlín, al igual que Zúñiga y Palma y
cercanos a ellos, como Augusto Samaniego, estuvieron lejos de idealizar la vida en los
socialismos reales. Por el contrario, eran muy críticos. Por ejemplo Samaniego propuso
mantener relaciones con la Unión Soviética solo por la necesidad de apoyar la lucha con-
tra la dictadura y rechazó tajantemente la invasión a Afganistán en 1979. En el caso de
Roberto, la crisis de Polonia, producto del movimiento encabezado por el líder sindical
Lech Walesa, significó la necesidad “de revisarlo todo...Polonia era el primer indicio de
que el sistema no estaba dando cuenta de las cosas que había que hacer”. Por eso Roberto,
al igual que sus amigos de Berlín y Leipzig, tenía claro “que yo no quería el socialismo que
había conocido...para mi país no lo quería”300.
Es probable que esta crítica radical al “socialismo real”, explique que la política de
Rebelión Popular haya sido por sobre todo un “método” para terminar con la dictadura, pero
dijera muy poco sobre la sociedad que venía después. Es más, la premisa fundamental era la
recuperación de la democracia, en donde el PC no exigía ninguna participación en el gobier-
no. Lo evidente es que en ningún caso la “Rebelión Popular” significaba instaurar un modelo
con algún tipo de parecido a los de Europa del Este. Nuevamente, esta mirada “laica” sobre
el movimiento real, hacía patente las “verdades terribles” que ocultaba la liturgia comunis-
ta, uno de cuyos componentes fundamentales era la superioridad del “socialismo real” sobre
el capitalismo y que esas sociedades caminaban irreversiblemente hacia el socialismo. No
debe extrañar, por lo tanto, que los mismos que idearon en lo sustancial la política insurrec-
cional del PC en el segundo lustro de los setenta, fueran los más entusiastas seguidores de la
“Perestroika” de Gorbachov y promotores de la necesidad de la “renovación” del PC chileno
a fines de los ochenta. En este sentido, el rechazo a lo que Contreras llama “el estado poli-
cial” existente en los países socialistas, no solo los alejó de ese “modelo”, sino que los hizo
críticos de la Dirección histórica del PC. De ahí que Rubén dijera que la “Rebelión Popular”
significaba una “cirugía mayor” al alma y al “corpus” partidario. El desafío teórico funda-
mental que implicaba la PRPM era conjugar democracia y socialismo.
De esta manera, Contreras resume hoy que el origen de la PRPM tiene que ver con el
problema del “método” revolucionario, “influido por: i) la convicción de que la derrota se
debía principalmente a un vacío nuestro, que no era “técnico” sino que “teórico político”,

299
A. Samaniego op. cit., p. 7.
300
Testimonio de “Roberto” en Huerta op. cit., pp. 45 y 46.

142
ii) de que la experiencia inmediata demostraba la eficacia de los caminos insurrecciona-
les, y iii) la necesidad imperiosa de darle una explicación a nuestros propios destinos
personales inmediatos, que nos implicaban tantos desgarros y quiebres, en particular a los
que entraban a la carrera militar profesional, dejando, de paso, truncas otras profesio-
nes...301. Todo lo anterior, en el contexto de una disputa por el poder partidario, o sea, un
cuestionamiento político y teórico a la Vieja Guardia comunista. Evidentemente, la tesis
sobre la “ortodoxia teórica” que implicaba la PRPM, no es posible sostenerla. Por el con-
trario, afirmamos que esta política debe ser considerada la “renovación” comunista, por
cierto que de un signo muy distinta a la socialista, que implicaba un corto camino a postu-
ras socialdemócratas. Pero, al igual que su par, la renovación comunista implicaba una
transformación estructural de las bases partidarias y de un conjunto de supuestos que la
sostenían, aunque no la ruptura con todas las tradiciones del PC, especialmente el énfasis
en el carácter de masas del accionar político.
Estos factores internacionales y personales, que influyeron en buena medida en la
elaboración teórica de los “pensadores” de la futura “rebelión popular”, fueron cataliza-
dos por los hechos que ocurrían en Chile. Como ya dijimos, los integrantes del Equipo de
Berlín, por medio de su trabajo con la prensa chilena y del vasto conocimiento que tenían
del exilio comunista chileno en Europa, eran quizás los mejor informados de lo que estaba
pasando en Chile y cuál era el estado de ánimo de la militancia en el interior. Al compene-
trarse en los factores subjetivos de la política, el Equipo de Berlín se abocó a teorizar (en
función de los cambios que ellos estimaban necesarios debía sufrir la línea política del
PC), sobre “los estados de ánimo” y la “guerra psicológica”.
Un artículo que refleja la preocupación por esta temática es el escrito por Manuel
Fernando Contreras pero publicado bajo el nombre de Rodrigo Rojas, su “jefe” en Berlín.
En él, Contreras analizaba la “guerra psicológica” utilizada por la oposición a la Unidad
Popular para exacerbar la crisis política de la época. Citando un “Manual de Campaña”
del Departamento del Ejército de los EE.UU., señalaba que los objetivos de esta “guerra”
consistían en “crear desaliento, derrotismo y apatía... estimular a los individuos a poner
su interés personal por encima del colectivo... fomentar el escepticismo respecto a los
fines políticos y la ideología de la autoridad local o nacional, si esta es hostil a los propósi-
tos de los Estados Unidos... estimular la discordia, disensión y lucha”302.
Para Contreras, profundo conocedor de las estrategias de la prensa opositora a Allen-
de gracias a su actividad en el CENOP, era evidente lo exitosa que había sido ésta para
corroer el respaldo popular hacia el gobierno, especialmente entre los sectores medios.

301
Intercambio electrónico con Manuel Fernando Contreras, marzo de 2006.
302
“Rodrigo Rojas” (M.F. Contreras) “La guerra psicológica, arma política del imperialismo”. En Los
1000 días de Revolución. Dirigentes del PC de Chile analizan las enseñanzas de la experiencia chilena (Edito-
rial Paz y Socialismo, Praga, 1978), p. 122.

143
Por ello, las lecciones eran muy importantes para el futuro de la lucha política contra la
dictadura: “No supimos dar la pelea al enemigo en el campo de la psicología social y tam-
poco la utilizamos para la movilización de nuestras propias fuerzas revolucionarias”. Según
la percepción de Contreras, la experiencia bajo la dictadura militar, estaba generando en
el pueblo chileno “un odio violento contra la bestia fascista, un odio y fervor de un pueblo
dispuesto a pagar con su vida el precio de la libertad”. El desafío de los comunistas era
convertir ese estado de ánimo –pasivo en los a fines de los setenta– en manifestación
concreta de repudio a la dictadura303.
Contreras llegó a Chile en septiembre de 1980 para hacerse cargo de importantes ta-
reas vinculadas a los “equipos internos” del PC. Ligado a un “equipo de acciones audaces”,
Contreras continuó profundizando sus análisis sobre la “guerra psicológica” y los “estados
de ánimo”. Como lo señala Rubén, uno de los supuestos desde donde se fundamentó la
necesidad de cambiar la línea del Partido, fue lo imperioso que se hacía “revertir el estado
de ánimo depresivo que en general había en la población chilena, por la casi omnipresen-
cia de la dictadura”304. El trabajo del “Equipo de Rodrigo” había dejado de ser “técnico” y
bajo la desaprensiva y permisiva mirada del propio Rodrigo Rojas, se aceptaba su papel
como un lugar de elaboración política “autorizado” por la Dirección partidaria. La evalua-
ción que hacían los integrantes del Equipo de Berlín sobre la necesidad de disputar la
“psicología de las masas”, fue un factor decisivo para el origen y desarrollo de la “Rebe-
lión Popular”. En efecto, las primeras acciones “militares” del PC fueron concebidas como
“acciones audaces” para subir la moral al pueblo. Por eso Contreras estima que “cuando la
depresión cundía, esto fue un grito de esperanza... los apagones y todo eso. Pero se impuso
casi por un hecho moral”305. Es decir no se discutió en el conjunto del Partido, ya que no se
le consideró un “cambio de línea”. Sin embargo, éste probablemente fue uno de los puntos
en donde el Equipo de Berlín mejor acertó en su análisis, al captar la subjetividad militan-
te, decaída e impotente ante la represión y una dictadura que hacia 1980 se consolidaba y
lo urgente que se hacía para ellos “responder” a dicha situación. Las “acciones audaces”
fueron la primera respuesta del PC, concebida por gran parte de la Dirección como una
“técnica” que ayudaría a mejorar el estado de ánimo de los sectores populares. Para el
Equipo de Berlín, las acciones audaces no eran solo un problema “técnico”, sino que eran
parte de un cambio de la política del PC. En su origen, la política de Rebelión Popular fue
comprendida de maneras distintas. Esta fue la base de sus insuficiencias y limitaciones.
Apenas instalado en Chile, Contreras escribió un artículo conocido como “el libro
rojo”. En él enunciaba la “perspectiva insurreccional” como fórmula para terminar con
la dictadura pero además explicaba la importancia de la “guerra psicológica” en el

303
Ibíd., pp. 132 y 133.
304
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.
305
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 25/10/2005.

144
desarrollo del “combate”. Luego de enumerar distintas formas de desarrollar la guerra
psicológica, Contreras enfatizaba los objetivos inmediatos de ésta. En primer lugar, de
acuerdo a las tesis que venían desde su época en el “Equipo de Rodrigo” en la RDA, era
“generar confianza y credibilidad en la capacidad de lucha y conducción de nuestro
partido y de la clase obrera y elevar la propia moral de combate del Partido”. Además,
debía “romper la imagen de invulnerabilidad e infalibilidad del régimen y de Pinochet.
Todo esto para contrarrestar simultáneamente las tendencias al abatimiento, la incre-
dulidad y la desconfianza en el Pueblo...y generar sensaciones de preocupación y
angustias en las fuerzas de apoyo al fascismo”. En pocas palabras, como el propio Con-
treras resumía su planteamiento, había que “destruir la imagen de la unidad del país,
representada en la figura de Pinochet”, quien debía ser el “blanco principal del ata-
que”306. Como lo señala hoy el sociólogo “toda nuestra insistencia, más que en la idea
limitada de una guerra psicológica, era en la enorme y decisiva influencia de la subjeti-
vidad en la política: desde las emociones y sentimientos de los actores sociales, hasta la
voluntad política de los que pretendían ser vanguardias. El miedo era la sensación do-
minante en Chile y había que vencer ese miedo paralogizante...”307.
Estos fueron los fundamentos políticos para el inicio de las “acciones audaces” del
llamado “Frente 17” o “Frente Cero”. A través de acciones propagandísticas y audaces, se
demostraba la vulnerabilidad del régimen y se recuperaba el “orgullo partidario”, manci-
llado por siete años de impotencia ante una dictadura que aparecía cada vez más fuerte308.
En un artículo redactado nuevamente por Contreras, éste volvía a profundizar la impor-
tancia para el desarrollo de la actividad política del PC, el interiorizarse y manejar el estado
de ánimo de las masas. Entre otros aspectos, el entonces “encargado de las acciones auda-
ces” en Chile, recalcaba la importancia política de la detección de los estados de ánimo. En
efecto, Contreras y sus “colegas” de Berlín y Leipzig, partieron de la premisa que esta activi-
dad era parte de un problema político y no meramente un aspecto técnico. En este caso, el
argumento de Contreras era que producto del carácter terrorista de la dictadura, “las posibi-
lidades de expresar un estado de ánimo contrario al régimen, a través de una conducta abierta,
son muy limitadas por la represión, delación, prisión, temor a perder el empleo, etc.” . Por
ende, una “conducta abierta contraria al régimen actual supone, a diferencia de las condicio-
nes de una democracia burguesa, un estado de ánimo mucho más intenso y profundo”309. Es

306
“Las nuevas condiciones de la lucha política. Cuestiones generales”, (s./e., 1981), p. 11 y 12. El subra-
yado es nuestro.
307
Intercambio electrónico con Manuel Fernando Contreras, marzo de 2006.
308
Sobre los protagonistas de las primeras acciones audaces, integrantes del Frente 17 o Frente Cero y
el tipo de actividades que desarrollaban, ver Bravo op. cit., p. 221 y ss.
309
Gabriel Berly (seudónimo de M.F. Contreras) “Los estados de ánimo de las masas y su significación
política”. Principios Nº 18, 1981, p. 28.

145
decir, todas las acciones de protesta contra el régimen, por mínimas que fueran, debían con-
siderarse como una sola “gran acción audaz”. Por lo tanto, las acciones “paramilitares” de
entonces (y las militares posteriores) no debían considerarse como simples “detonadores” o
“recalentadores” de la lucha de masas, sino que “como parte componente de una perspectiva
nueva del desarrollo de la lucha de clases, dado por los últimos cambios ocurridos en el
país”310. Aquí llegamos a la tesis fundamental sostenida por Contreras en su célebre artículo
“Lo militar en la política del Partido”, respecto al carácter inseparable de la lucha política y
la lucha militar. Esta no debía ser tarea de especialistas, sino que tarea del conjunto del
partido. Lo militar como parte de la política partidaria y no como un “accesorio” técnico.
Esta tesis fue el centro de gravedad de la discusión desarrollada al interior de la Dirección
del PC durante la década de los 80, porque de ratificarse, significaba reconocer el cambio de
la línea del partido. No hacerlo fue el símbolo del rechazo a la nueva política. En este sentido,
no es casual que Orlando Millas en sus memorias apunte sus dardos explícitamente en con-
tra de Contreras, como el autor intelectual del abandono por parte del PC de su tradición
“recabarrenista” basada en la lucha de masas.
Lo que queremos destacar en este punto, es la manera como el trabajo de inteligencia
del PC, cuyo origen más directo se encuentra en el iniciado por Roberto y sus compañeros
a partir de 1969, por Manuel Fernando Contreras en el CENOP durante la Unidad Popular
y más directamente por el desarrollado por Rubén para conocer los daños provocados por
las traiciones en la dirección de las Juventudes Comunistas, terminó por ser no el único,
pero si un factor fundamental para comprender el origen de la Política de Rebelión Popu-
lar. La propia labor de estos aparatos, unido a militantes con una mirada crítica a las
decisiones de la Dirección y a la política del Partido, dispuestos a discutir y enfrentarse a
ella, estuvo en la génesis de la nueva política.

4. Los primeros pasos de la nueva política


o una prehistoria de la “Rebelión Popular”
El camino inicial de las tesis políticas generadas en las ciudades alemanas de Leipzig
y Berlín, no tuvieron un fácil recorrido hasta integrarse a la línea oficial del PC. En una
organización jerarquizada y con una estructura orgánica funcionando por décadas, no era
fácil hacer llegar y más aún influir en la postura política del partido. Además, hay que
tener en cuenta que ninguno de los personajes que protagonizaron este proceso “desde
abajo” era miembro del Comité Central, máximo órgano de dirección del PC. Como ocurre
en la inmensa mayoría de los partidos, la discusión política que permitió abrirle espacio a
la política de “Rebelión Popular”, se dio en el marco de descalificaciones, rechazos, cons-
piraciones, complicidades entre quienes opinaban de una misma manera. Dado que

310
“Las nuevas condiciones de la lucha política... op. cit., p. 4.

146
tradicionalmente intentaba dar una imagen de “monolitismo”, de “unidad interna”, en-
tendida como sinónimo de ausencia de diferencias políticas especialmente en sus máximos
organismos de dirección (comité central y comisión política). Pero lo que aún falta por
esclarecer son los primeros pasos que esta política dio, hecho particularmente novedoso
para el PC, ya que ésta se introdujo desde fuera del Comité Central y de la Comisión
Política.
Alrededor de 1977, después del pleno de agosto en Moscú, se realizó en Alemania una
reunión entre los integrantes del Grupo de Leipzig y los representantes de la Dirección
del PC Jorge Insunza, Rodrigo Rojas, Manuel Cantero y Orlando Millas. La idea era que
los integrantes del Latinoamerikanseminar rindieran cuenta de las investigaciones y prin-
cipales conclusiones a las que habían arribado hasta ese momento. “Nosotros llevábamos
tres documentos: Sobre las fuerzas armadas, otro sobre la situación comparada latinoame-
ricana y un documento sobre la política del Partido”311. Las dos tesis fundamentales que el
Grupo de Leipzig presentó aquel día fueron que la dictadura se prolongaba, haciéndose
cada vez más fuerte y además que la Democracia Cristiana no aceptaría formar el “frente
antifascista”, que el pacto con ese partido era inviable y por lo tanto había que reformular
la política. Estos planteamientos eran contrarios a la postura oficial del partido, que apos-
taba a la “debilidad” de la dictadura y a jugársela por la alianza “antifascista” con la
Democracia Cristiana. Como recuerda Zúñiga, “mientras íbamos sosteniendo los puntos,
las caras se iban poniendo feas, desagradables. Rodrigo Rojas me llamó. “¿Qué está pasan-
do?” me dijo. “Lo peor sería que nosotros mintiéramos”, le dije. En realidad, los cuatro
estuvieron en contra de nosotros...”312.
Decepcionados por la mala recepción que tuvieron sus planteamientos en esta reunión
secreta, la noticia que Luis Corvalán, secretario general del PC, visitaría Leipzig para
conocer los análisis de los intelectuales comunistas que allí trabajaban, fue recibida con
entusiasmo. En la reunión estuvieron Kossok, Hackethal y todos los integrantes del Lati-
noamerikanseminar, y Luis Corvalán, Rodrigo Rojas y Jorge Insunza por la Dirección. Luego
de la exposición de los dueños de casa, vino una durísima intervención de Corvalán, que
no solo la rechazó, sino que los acusó de haber sobrepasado sus atribuciones como Grupo,
al poner en tela de juicio la línea del Partido. “Habrá que revisar la situación de ustedes...
que se han imaginado”. Más tarde, concluido el encuentro, las veredas de la Lenin allee
eran testigo de la conmoción provocada por la reacción del líder comunista. “Nos fuimos
caminando desde el Hotel al departamento...no sabíamos qué hacer, nos sacaban el piso.
Fue muy fuerte. Estaban todos los integrantes del Grupo de Leipzig...pero con el “Pato”
(Patricio Palma) teníamos confianza...”313.

311
Entrevista con Carlos Zúñiga 29/06/2006.
312
Ibíd.
313
Ibíd.

147
Mientras tanto, en Berlín los integrantes del Aparato de Inteligencia del PC también
se inquietaban. Luego de numerosas discusiones entre ellos, habían llegado a ciertas con-
clusiones muy críticas sobre la línea del partido en ese momento. Un día “estábamos en
nuestra oficina especial repasando no se qué documento del partido y los datos que tenía-
mos y dije “ya poh Manolito (M.F. Contreras), ¿qué vamos a hacer? Entonces ahí decidimos
armar la fracción”314. El primer objetivo que se fijaron los del Equipo de Berlín era cómo
instalar la discusión de sus planteamientos en el PC. Fue entonces que los lazos de amis-
tad jugaron un rol importante. Por una parte en Leipzig, Zúñiga y Palma se alejaron
políticamente del resto de sus compañeros del Seminario, quienes no compartían sus pos-
turas más radicales. Como Zúñiga era amigo de Contreras desde los tiempos de su estadía
en La Habana en 1975 y parte de 1976, “hacía algunas colaboraciones al equipo de inteli-
gencia”, lo que los mantenía en permanente contacto. Así, los dos primeros compañeros
para iniciar la discusión interna partidaria fueron el médico psiquiatra y Patricio Palma.
Como dice el propio Zúñiga, “la elaboración no fue del Grupo de Leipzig. Fue gente de
este grupo (él y Palma) y gente del grupo de información: Manuel y dos de su grupo (“Ro-
berto” y “Rubén”), porque tampoco todo su grupo”315. Participaron también en las
conversaciones Sergio Ortega y Augusto Samaniego, quienes desde fuera de la RDA tam-
bién aportaron a la discusión316.
La primera salida pública de este grupo fue la Conferencia del PC en la RDA reali-
zada a finales de 1979. Como lo señala Leonardo Fonseca, protagonista de ese evento, en
dicho torneo partidario se discutió la necesidad de cambiar la línea del partido, y como
manifestación de la disidencia con la Dirección, no se eligieron entre los nuevos diri-
gentes a los propuestos por la Dirección: “Era un símbolo, una protesta... causó un
terremoto político...317. Rubén recuerda que discutió “tesis contra tesis” con los inte-
grantes de la Dirección que participaron en la Conferencia318. En pocas palabras, el
significado de la Conferencia de la RDA fue que “por primera vez en la historia del
partido se presentó una lista alternativa a la que presentaba la Dirección”, logrando
salir electos Carlos Zúñiga, Juan Carlos Arriagada y Leonardo Fonseca, todos partida-
rios de la necesidad de radicalizar la línea política del PC319. A pesar de la recriminación
pública que hizo tiempo después Luis Corvalán al visitar la RDA, lo sucedido en la Con-
ferencia consagró una mirada crítica sobre la política del Partido, en donde “por primera
vez se cuestionó algo que para nosotros anteriormente era sagrado: La opinión de la
Comisión Política... significó que se empezaba a cerrar una página, que era la de la

314
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.
315
Entrevista con Carlos Zúñiga 29/06/2005.
316
Entrevista con Patricio Palma 07/07/2005.
317
Entrevista con Leonardo Fonseca 26/01/2006.
318
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.
319
Entrevista con Carlos Zúñiga 29/06/2005.

148
disciplina absoluta, en cierto sentido ciega...”320. El primer paso estaba dado. Meses des-
pués, vendría un inesperado giro en la Dirección del PC.
A principios de 1980, la Comisión Política citó a una reunión en Moscú a Rubén y a
Manuel Fernando Contreras. Se reunieron con ellos los principales dirigentes del PC,
encabezados por Luis Corvalán. Allí, ambos expusieron lo que habían elaborado. “Fue-
ron unas tres horas...dijimos que había que cambiar de política...Que estaba agotada la
política de los “frentes amplios”; que había un proceso creciente de fragmentación y
pérdida de credibilidad hacia las políticas del Partido y de la izquierda; que se requería
revertir el estado de ánimo depresivo que en general había en la población chilena, por
la casi omnipresencia de la dictadura; que empezaba a sentirse un distanciamiento en-
tre “interior-exterior”... había que buscar la forma en que la gente pueda expresarse,
participar, operar, salir a la calle, darles ánimo para protestar... demostrar que Pinochet
no es omnímodo... que es posible tocarle el poto a la dictadura... apagarle la luz a este
conchesumadre...”321.
Cuando les preguntaron sobre la moralidad partidaria, Rubén respondió que “la moralidad
de la que están hablando aquí, no es la moralidad que tiene que ver con la vida amorosa ni
sexual de nadie. Estamos hablando de la moralidad de los que quieren llegar hasta el final con
esto. De los que van a ser consecuentes con esta cuestión. Estamos, compañeros, hablando de
esa moralidad, no de la otra moralidad”322. Como lo explica Contreras, esta era una respuesta
que todos los asistentes a la reunión entendieron: “Era un contrapunto implícito que todos
entendían a la frase que en su época utilizó Corvalán a propósito de los preparativos del golpe
militar: “Ni las piedras del camino dejarán de ser armas en manos del pueblo para defender al
gobierno popular”. Lo que resultó una frase vacía. A eso aludía la respuesta que damos con
Rubén: Que las promesas se cumplieran, que no se dijeran frases pirotécnicas que después no
se iban a cumplir y terminaban frustrando a todos (estábamos llenos de frases en ese momento:
“el edificio de la dictadura cruje”, “la dictadura tiene el ala quebrada”, etc.). Y que la respon-
sabilidad ético-política de ser consecuente con lo trazado les correspondía a ellos, a la CP. La
alusión a los “fierros” era puramente metafórica”. En este contexto, Contreras agregó a lo
dicho por Rubén: “Miren, nuestra obligación es pasarle el fusil al Partido, aceitado y cargadito,
pero la responsabilidad de jalar el gatillo es de ustedes, no nuestra, porque nosotros somos una
estructura subordinada a la Dirección Política...”323. El peso moral de no haber sido capaces de
defender al gobierno de Allende, era revertido por medio del convincente discurso de los inte-
grantes del Equipo de Berlín. El orgullo partidario empezaría a ser curado y renacería con
nuevos bríos la voluntad más que de resistencia, de rebelión contra la dictadura.

320
Entrevista con Juan Carlos Arriagada 21/12/2005.
321
Entrevista con “Rubén” 24/01/2006.
322
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.
323
Intercambio electrónico con Manuel Fernando Contreras, marzo de 2006.

149
En resumen, como lo señala Rubén, las tesis planteadas implicaban “una triada es-
tructural: a) Cambio de política; b) Alteración vía esa nueva práctica, de la mentalidad y
hechura partidaria y c) nuevo socialismo posible”. En este marco general, la idea de la
democratización interna del partido era fundamental para generar y producir las nuevas
sendas partidarias: “Según como queríamos verlo entonces, la PRPM contenía un germen
democratizador en la cultura comunista, interpelaba a una mayor ‘espontaneidad’ (pala-
bra muy sospechosa entonces), a la necesaria inventiva, creatividad, iniciativa de base, de
militantes y grupos que se constituían en dirigentes de sus medios sociales, apelando a
elementos reales pero también míticos y emocionales, que a duros análisis llegados desde
‘arriba’...”324. Al comprender la evidente dimensión “renovadora” que estos planteamien-
tos implicaban, se entiende que para abrirse paso, la PRPM originó tal vez el debate político,
ideológico y teórico más importante de la larga historia el PC chileno. Las resistencias a la
“renovación” fueron múltiples y probablemente nunca completamente zanjadas en la dé-
cada de los ochenta. Pero a fines de los setenta, empezaron a hacer su camino al interior de
la Dirección comunista.
Así, la percepción de los integrantes del “Equipo de Rodrigo” fue que sus tesis habían
sido muy bien acogidas. Era el 26 de febrero de 1980, el día del cumpleaños de Contreras.
El día anterior, Corvalán le comunicaba a éste una decisión trascendental para la vida del
sociólogo y por lo demás, muy esperada por él: debía regresar a Chile a incorporarse a
importantes tareas partidarias. En efecto, gracias al artículo que había escrito, pero que
había sido publicado bajo el nombre de Rodrigo Rojas325, Contreras había ganado fama
como experto en guerra psicológica. En esa calidad, como un “técnico experto en acciones
audaces”, fue que Contreras ingresó a Chile en septiembre de 1980. A pesar de esta consi-
deración “técnica” y no política para fundamentar su regreso a Chile, en esa conversación
Corvalán le aclaró cual era la percepción que de él tenía, y a partir de eso, del conjunto del
Partido: “Me cuenta que en Moscú hay fracciones. Me dice “está la gente de derecha”, me
dijo riéndose, que calzaba de alguna manera con el “eurocomunismo”, con la gente de la
Juventud, Alejandro Rojas, entre otros. “Está la gente –me dijo–, yo se que usted ‘iñor’ se
va a enojar –me lo dijo riéndose, muy simpáticamente– que está en la posición del partido,
que representó yo... y está usted poh, que es como Arismendy, con las posiciones más de
izquierda en el partido... Pero ¿sabe ‘iñor’?, está la facción más peligrosa de todas: Los que
no son ‘ni chicha ni limoná’, ‘iñor’. Y me dio tres nombres que no vale la pena nombrar...”326.
Este diálogo es revelador acerca del clima partidario en el cual surgió la política de
Rebelión Popular: lejos de la unanimidad y del acuerdo al interior de la dirección del PC.
Es más, la Rebelión Popular y sus primeros impulsos a fines de 1980 y 1981, fue más bien

324
Intercambio electrónico con “Rubén”, marzo de 2006.
325
Sobre ese texto, ver cita 302.
326
Entrevista con Manuel Fernando Contreras 12/01/2006.

150
un dato “técnico” (“acciones audaces”) que debía “ayudar” a la resistencia contra la dicta-
dura. No había una elaboración teórica asumida por la Dirección del PC sobre las
implicancias que un paso aparentemente “técnico” tendría sobre la política del partido.
Esta disyuntiva, basada en la supuesta división entre lo político y lo militar, estuvo en el
centro de la discusión partidaria durante los años 80. Para unos, como Contreras, éstas
eran expresión de la política del partido, que por lo tanto la modificaba profundamente;
para otros, los opositores a la PRPM, lo militar era solo un “aditivo” que se sumaba a la
línea histórica del PC.
Las incongruencias y contradicciones al interior de la Dirección del PC, quedaban de
manifiesto en que mientras se le encomendaba a Contreras encabezar la “comisión de
acciones audaces”, Corvalán le aclaraba que “no hay plata para que sea funcionario en el
Interior, así que usted entra y vea cómo lo hace. La Dirección del Partido va a tomar con-
tacto con usted, pero no estamos en condiciones que sea funcionario”327. Restándole toda
importancia a esta situación, Contreras y sus amigos de Berlín y Leipzig celebraron su
ingreso a Chile. “Rubén, “Roberto”, el Pato (Patricio Palma), el “cojo” (Carlos Zúñiga) me
hicieron una despedida, en que estuvimos hasta tarde y brindamos...yo me venía...Le lla-
mamos “Operación Oso”, en la idea que algunos íbamos a entrar a conspirar adentro y
otros a conspirar desde fuera...”328. Este era el ambiente que se vivía en el PC en ese tiem-
po. Era una época de grandes discusiones y una Dirección partidaria que toleraba –tal vez
por no tener otra opción– las voces críticas provenientes desde distintas partes del mundo,
incluido por cierto del propio Chile.
Así, al llegar a Chile, Contreras de alguna manera era el representante de una marea
que en el exterior había crecido. En países como Suecia, México y Cuba, las opiniones
sobre la necesidad de “dar nuevos pasos” en la lucha contra el régimen arreciaban. Asi-
mismo, la militancia en el interior, especialmente los “funcionarios” que hacia mediados
de 1978 habían entregado –con “buena salud”– el mando del Partido al equipo encabezado
por Gladys Marín, también se llenaban de preguntas y cuestionamiento. La misma ex se-
cretaria general de la Jota se imbuiría de este espíritu, lo que con los años la convertiría
en el símbolo más visible de la Política de la Rebelión Popular. Pero entre fines de 1980 y
1981, en la “comisión de acciones audaces”, se terminó de fraguar la nueva política del PC.
En los inicios, el Equipo de Dirección Interior (EDI), encabezado por Gladys Marín, secun-
dada por Manuel Cantero y Guillermo Teillier entre otros, aportó decisivamente al diseño
de la nueva política al calor de las reuniones con el encargado de acciones audaces: “A mi
me tocó hacer por lo menos dos o tres exposiciones al Equipo de Dirección del partido
sobre la política de Rebelión. ¡A la Dirección del partido!. Me tocó exponer qué es lo que
era la ‘Perspectiva Insurreccional’, cuál era el lugar que ocupaban las acciones audaces,

327
Ibíd.
328
Ibíd.

151
cuál era nuestro concepto de lo militar dentro de la política del partido, para qué quería-
mos oficiales, cuáles eran las tareas, cómo veíamos el curso de las cosas”329.
Así, la historia del PC en los 80 empezaría a cursar nuevas sendas, ligadas al desarrollo
de su política militar. Los destinos de quienes iniciaron dentro del PC la discusión de lo
que sería la nueva política del Partido, corrieron distintos caminos durante esa década.
Con todo, lo que está fuera de discusión fue el impacto tonificador que ésta tuvo entre la
militancia comunista, la que mayoritariamente, desde distintas instancias y formas, se
hizo parte de la tesis que para terminar con la dictadura eran necesarias “todas las formas
de lucha”. El 14 de diciembre de 1983 se produjo el primer apagón nacional desde la
instauración de la dictadura. Un grupo desconocido reivindicó la acción como propia: el
Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Luego de casi tres años de desarrollo y crecimiento,
la PRPM daba a conocer su producto más característico. Sin embargo, el accionar del
FPMR, en tanto aparato militar de elite, apenas ocultaba el accionar del conjunto del PC
y sus Juventudes, que también incluía acciones paramilitares y militares. Una nueva mís-
tica nacía y los comunistas se jugaron por el derrocamiento de la dictadura. Fue la
generación de la “Rebelión Popular”, que adoptó como nuevo dogma de fe una línea polí-
tica que había nacido desde la polémica interna partidaria.

329
Ibíd.

152
¿Y LA HISTORIA LES DIO LA RAZÓN?
EL MIR EN DICTADURA, 1973-1981
JULIO PINTO VALLEJOS

“La Resistencia es un hecho irreversible. La dictadura


no tiene más alternativa que la represión. El pueblo
no tiene más alternativa que derrocarla por la fuerza.”
Declaración pública de la Comisión Política del MIR,
11 de septiembre de 1974.

No había pasado un mes desde el 11 de septiembre de 1973 cuando Miguel Enríquez,


Secretario General del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, anunciaba desde la clan-
destinidad las primeras apreciaciones de su partido sobre el origen, carácter e implicancias
del golpe de Estado que venía de derrocar al gobierno de la Unidad Popular. Para Enrí-
quez era claro: lo que había fracasado en Chile no era “ni la izquierda, ni el socialismo, ni
la Revolución, ni los trabajadores”. Lo que sí había fracasado, y trágicamente, era “la
ilusión reformista de modificar estructuras socioeconómicas y hacer revoluciones con la
pasividad y el consentimiento de los afectados, las clases dominantes”. Al no asumir fron-
talmente la “ley de hierro” de la lucha de clases, según la cual la verdadera realización de
los intereses obreros supone “la destrucción del Estado burgués, del imperialismo y del
conjunto de la gran burguesía nacional, agraria, financiera y comercial”, la Unidad Popu-
lar habría desaprovechado la oportunidad de avanzar resueltamente hacia la construcción
del socialismo. De paso, también había desarmado a las fuerzas obreras frente a la previsi-
ble contraofensiva burguesa. De ese modo, remachaba Enríquez, el comportamiento de la
izquierda tradicional confirmaba la frase del revolucionario francés Saint-Just: “quien
hace revoluciones a medias, no hace sino cavar su propia tumba”330.
El MIR, por cierto, no se declaraba sorprendido por dicho desenlace. Como se argu-
mentaba en un documento levemente posterior, de diciembre de 1973, “nosotros fuimos

330
“Conferencia de prensa de Miguel Enríquez”, Santiago, 8 de octubre de 1973; Archivo Documental del
Centro de Estudios Miguel Enríquez (abreviado en adelante como ACEME), documento M 095. Agradezco
muy sinceramente a Pedro Naranjo la posibilidad de consultar este valiosísimo acervo documental.

153
sorprendidos tácticamente; el momento y la forma exacta del golpe militar nos sorpren-
dieron, pero no su inminencia”. Más aun: “durante los tres últimos años nosotros hemos
alertado a los trabajadores y a la izquierda de la catástrofe hacia la cual la política refor-
mista los arrastraba; y hemos hecho, frente a las masas y como partido, todo lo que nosotros
podíamos hacer para evitarla”. “Nunca nos confundimos”, afirmaba su Comisión Política,
sobre “el carácter que asumiría la lucha de clases en Chile”. El fracaso de la Unidad
Popular, por tanto, “no nos involucra”, y la deserción masiva de la dirigencia izquierdista
una vez producido el golpe “solo nos rasguña”.
Si de algo se podía culpar al MIR, siempre a juicio de su dirección, no era precisamen-
te de falta de claridad ideológica, o de miopía estratégica. Sus errores durante los mil días
de Salvador Allende habían ido más bien por el lado de no lograr avanzar más rápido en la
construcción del instrumento revolucionario (o sea, el partido), o su incapacidad de asu-
mir por sí mismo la conducción del movimiento de masas. Sin embargo, sí se había avanzado
en formar “a varios centenares de cuadros revolucionarios, que pronto y en el futuro ter-
minarán por confirmar que en estos tres años construimos una vanguardia para la revolución
proletaria chilena”. Gracias a ello (y, podría agregarse, a que sus cuadros más importantes
comenzaron a clandestinizarse desde fines de agosto de 1973, tras la orden de captura a
Miguel Enríquez por acusaciones de infiltración mirista a la marinería331), el golpe militar
no había tenido para ellos los efectos devastadores que había sufrido el resto de la izquier-
da: “nuestra organización, si bien ha recibido golpes, no ha sido, ni mucho menos,
desarticulada ni aplastada, salvo en escasas comunas del país”. Eso, más su definición de
“la táctica correcta”, les otorgaba “la autoridad moral y la fortaleza orgánica suficiente
para dar conducción al movimiento de masas y llevarlo al éxito”. La derrota de la UP, en
otras palabras, significaba para el MIR la “posibilidad concreta de constituirnos en una
vanguardia política real de las masas, y conducirlas en su lucha contra la dictadura gorila
y por la revolución proletaria”332.
Paradojalmente entonces, lo que el propio MIR calificó en otra parte como “una de las
peores derrotas de la clase obrera y el pueblo chileno”333, se transformaba en la oportuni-
dad, también histórica, de constituirse en vanguardia “real” y conductora principal de la

331
Andrés Pascal Allende “MIR, 35 años”, IV parte, Punto Final Nº 480, Santiago, 21 de septiembre al 5
de octubre del 2000.
332
Las frases citadas en este párrafo y el anterior provienen de los documentos “La dictadura gorila y la
táctica de los revolucionarios”, documento interno/público de la Comisión Política del MIR, diciem-
bre de 1973; y “Es necesario asumir la responsabilidad histórica”, entrevista a Miguel Enríquez de
abril de 1974, publicada en Correo de la Resistencia Nº 1, junio de 1974; ambos en ACEME, documentos
M 098 y M 104.
333
El Rebelde en la clandestinidad, Nº 124, diciembre 1976-enero 1977; todos los ejemplares de El Rebelde y
análisis de coyuntura del MIR posteriores a 1975 que se citan en este artículo han sido consultados
en el Fondo Documental “Eugenio Ruiz Tagle”. Se agradece especialmente a su encargada, Carolina
Torrejón, por facilitar el acceso a dicho material.

154
futura revolución proletaria. Esa no sería, por cierto, una tarea fácil, pues implicaba nada
menos que la destrucción de un régimen dictatorial que, según su propio diagnóstico,
había demostrado hasta dónde eran capaces de llegar las clases dirigentes en su afán por
impedir dicha revolución. Tampoco iban a poder hacerlo solos, sin integrar a la lucha al
resto de la izquierda, a las más amplias capas populares, e incluso a la “pequeña burguesía
democrática” y sus respectivas expresiones políticas (Partido Radical, sectores “progre-
sistas” de la Democracia Cristiana).
Pero la coyuntura no se presentaba totalmente inauspiciosa. El golpe militar, pese a
toda su violencia, no había resuelto la crisis de fondo en que se venía debatiendo el capita-
lismo chileno desde la década anterior, y el contexto internacional no se vislumbraba del
todo negativo para futuros avances del socialismo. Se contaba, asimismo, con la experien-
cia acumulada por el pueblo chileno, y con la tremenda lección que constituía el episodio
“prerrevolucionario” de la UP y su trágico desenlace334. La lucha, en suma, sería cierta-
mente “larga y dura”, pero terminaría por abrir paso “a un proceso revolucionario obrero
y campesino”. Y en ese proceso, el liderazgo estratégico solo podía brindarlo un partido
como el MIR, núcleo del futuro Partido Revolucionario del Proletariado Chileno. “La dic-
tadura puede ser vencida y puede ser derrocada”, aseguraba un documento de fines de
1975, “si el proletariado desarrolla la correcta política del Movimiento de Resistencia
Popular y articula el Frente Político de la Resistencia”, todo lo cual sería, naturalmente,
impulsado de manera preferente por el MIR. “Sólo entonces”, remachaba en un arranque
de lirismo, “el rojo de la vida y la bandera rojinegra de la revolución proletaria inundará la
nueva aurora de la revolución chilena”335.
El artículo que se desarrolla a continuación tiene por propósito incursionar en la ma-
terialización de esa promesa. Tensionado entre la brutalidad de la persecución que se
desató sobre la izquierda chilena a partir del 11 de septiembre, y la convicción de que esa
misma circunstancia favorecía, aunque fuese a mediano o largo plazo, la perspectiva revo-
lucionaria, el MIR se lanzó con todas sus fuerzas y recursos a convertirse en el alma de la
resistencia. Después de todo, había sido el propio Salvador Allende quien, atrincherado en
el Palacio de la Moneda, había respondido al ofrecimiento del MIR de pasarlo a la clandes-
tinidad diciendo: “Ahora es tu turno, Miguel. Yo no me muevo de aquí”336.

334
Para una historia del MIR durante el período de la Unidad Popular, ver Carlos Sandoval Ambiado
Movimiento de Izquierda Revolucionaria 1970-1973. Coyunturas, documentos y vivencias, Concepción, Edi-
ciones Escaparate, 2004.
335
“A consolidarse en la clase obrera y crear por las bases la unidad del pueblo” Documento de la
Comisión Política del MIR, último trimestre de 1975; reproducido en Movimiento de Izquierda Revolu-
cionaria. Dos años en la lucha de la resistencia popular del pueblo chileno (1973-1975), Madrid, Editorial
Zero, 1976; p. 257.
336
Citado en Carmen Castillo E. Un día de octubre en Santiago, primera edición en castellano, México D.F.,
Era, 1982. La cita es de la re-edición chilena hecha por LOM, 1999, p. 25.

155
A través de la documentación elaborada por el propio MIR, de otros escritos relativos
a esa organización, y de la memoria de algunos militantes sobrevivientes a quienes se ha
podido entrevistar, se procurará en las páginas siguientes reconstruir la historia de esa
resistencia, y de las formas en que ella fue vivida y procesada por quienes quisieron ser
sus protagonistas. Mucho hincapié se ha hecho en la supuesta obsesión del MIR por la
lucha armada, opción que naturalmente debía verse potenciada en un contexto dictato-
rial337. Algo de ello hubo, y este artículo no lo eludirá. Pero el MIR siempre insistió en que
su estrategia conjugaba inseparablemente lo político con lo militar, la inserción cotidiana
en las luchas de masas con la formación paulatina del futuro ejército del pueblo. Y esa
dimensión mucho menos conocida de su accionar también he querido convertirla en obje-
to de análisis y recuperación. Porque fue durante lo que Jorge Arrate y Eduardo Rojas han
denominado “los años de plomo” del régimen dictatorial, que el MIR tuvo la oportunidad
histórica de convertirse en lo que venía aspirando desde su fundación: “la vanguardia
marxista-leninista de la clase obrera y capas oprimidas de Chile, que buscan la emancipa-
ción nacional y social”338. A la postre, la suya sería una historia, como la de las luchas
sociales en general, en que la epopeya y la tragedia, así como la lucidez y la ceguera,
resultan imposibles de separar.

1. El MIR no se asila
En un primer momento, todavía bajo los efectos traumáticos del golpe militar, el MIR
caracterizó al régimen recién instalado como una “dictadura fascista”, promovida por “el
sector fascista que domina el cuerpo de oficiales del ejército y la extrema derecha reacciona-
ria”, empeñados ambos en resolver “por el fuego y la sangre la crisis que atraviesa el sistema
de dominación capitalista en Chile”, cuya principal manifestación había sido la brecha pre-
rrevolucionaria abierta por el experimento de la Unidad Popular339. Ya con un poco más de
perspectiva, en un documento táctico circulado en diciembre del mismo año (algunas refe-
rencias lo atribuyen al mes de noviembre), se modificaba la caracterización por la de una
dictadura contrarrevolucionaria, mediante la cual la clase dominante procuraba “restaurar
en plenitud el sistema de dominación en crisis, resolviendo su crisis interna y aplastando el

337
Para una reflexión sobre esta materia, ver Igor Goicovic Donoso “Teoría de la violencia y estrategia
de poder en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, 1967-1986”, Palimpsesto, revista electrónica
del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile, Nº 1, 2003.
338
“Declaración de principios del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)”, 15 de agosto de
1965; ACEME, documento M 035. La referencia anterior es al texto de Jorge Arrate y Eduardo Rojas
op. cit., capítulo 7 “La desolación de los años de plomo: de la proscripción de la Izquierda al fin de la
Unidad Popular (1973-1980)”.
339
Estas expresiones están recogidas en la conferencia de prensa ofrecida por Miguel Enríquez el 8 de
octubre de 1973, y en un “llamado” del mismo dirigente, de 11 de octubre de 1973, publicado en el
periódico francés La Bréche, Nº 80, octubre de 1973; documentos M 095 y M 096 del ACEME.

156
movimiento de masas”. Más precisamente se trataría de una “dictadura gorila”, expresión
latinoamericana del “Estado de excepción” al que invariablemente recurría el capitalismo
en crisis, momento en que una fracción burguesa monopoliza el aparato de Estado a partir
de una de sus ramas. En el caso chileno, esa rama habrían sido las fuerzas armadas, que en su
calidad de instrumento represor representaban “la columna vertebral y la rama más sólida-
mente estructurada del Estado”. Como Estado de excepción, la dictadura en proceso de
instalación se definiría por disminuir enormemente la autonomía relativa de las institucio-
nes normales del sistema, por conculcar las libertades democráticas, y por aplastar al
movimiento de masas mediante la represión340.
Tomando distancia de su apreciación inicial, y también de la que durante mucho tiem-
po abrazaría el resto de la izquierda, el MIR se cuidaba de advertir que la dictadura chilena
no revestía un carácter propiamente fascista. Para serlo, le faltaba una base de apoyo cons-
tituida por “un movimiento de masas en permanente estado de movilización”, una pequeña
burguesía incorporada masiva y activamente al bloque social en que se sustentaba el régi-
men, y “un partido fascista que articule y centralice la conducción del proceso por la
fracción burguesa hegemónica”, todo ello con miras a articular un verdadero Estado Cor-
porativo. Había sí en torno al naciente Estado dictatorial un “coro fascistoide”, encarnado
en algunos dirigentes empresariales como Orlando Sáenz y en “las primeras declaraciones
del general Leigh”, que trataba de retener la lealtad de los gremios empresariales y pe-
queño burgueses que tanto habían contribuido a la desestabilización del gobierno de la
Unidad Popular. Sin embargo, la política económica puesta en marcha prácticamente des-
de el mismo 11 de septiembre, marcada por la liberación de los precios, la drástica
contracción del poder adquisitivo, el gran número de despidos y la jibarización del apara-
to estatal, habían ahuyentado tempranamente a “importantes capas pequeño burguesas”,
lo que tendía a inviabilizar la constitución de un Estado Corporativo. Como se verá, esta
forma de visualizar al régimen dictatorial tendría importantes consecuencias sobre la
política de alianzas políticas y sociales promovida por el MIR.
En todo caso, insistía la Comisión Política mirista, la configuración adoptada por el
gobierno militar no obedecía a una mera casualidad. Alertada por el episodio allendista,
la clase dominante había podido vislumbrar toda la profundidad de su crisis. Para resol-
verla, intentaba ahora establecer un “modelo de superexplotación” que expandiera la
acumulación capitalista a través de “un drástico aumento de la inversión privada extran-
jera y nacional, y la obtención de un excedente superior al normal en la explotación
capitalista”, a costa, evidentemente, de los ingresos de los trabajadores. Visto así, el dete-
rioro en el nivel de vida de los sectores populares y la cesantía masiva pasaban a ser un
componente medular de la estrategia de restauración capitalista, pues reducían los costos
de producción y elevaban los índices de ganancia. Formaba también parte del proyecto

340
“La dictadura gorila y la táctica de los revolucionarios”, op. cit.

157
económico lo que el MIR calificaba como un “liberalismo retrógrado”, que disminuía la
injerencia y tamaño del Estado y dejaba el manejo de la economía en manos de los inver-
sionistas privados, tanto nacionales como extranjeros. En suma, se trataba de un proyecto
que hacía caer todo el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores (de ahí la
necesidad estructural de un Estado excluyente y represivo), beneficiando solamente a la
“gran burguesía monopólica y al capital norteamericano”.
El diagnóstico mirista reconocía que este modelo de acumulación también perjudica-
ba a sectores que inicialmente habían apoyado el golpe militar, generando un espacio de
“lucha interburguesa” que podía ser aprovechado tácticamente por la resistencia anti-
dictatorial. Expresión de dichos roces sería la existencia, al interior de las propias fuerzas
armadas, de un sector “con algunos rasgos populistas y más ‘constitucionalistas’, confor-
mado por los generales Mendoza (sic), Bonilla, Brady, Carrasco, Lagos, que se apoyan en un
sector de la oficialidad media y un reducido número de técnicos del PDC que participan
en el gobierno”341. También lo era el progresivo distanciamiento del recién aludido Partido
Demócrata Cristiano, que reflejaba, según el MIR, el desencanto de importantes compo-
nentes de la pequeña y mediana burguesía respecto del régimen que habían ayudado a
instalar.
Sin embargo, no debían abrigarse demasiadas ilusiones a propósito de estas pugnas “in-
terburguesas”: “la Junta no caerá víctima de sus propias contradicciones, habrá que derribarla.
Sus limitaciones y contradicciones le darán inestabilidad a la dictadura, pero no la derriba-
rán”. Esto no solo porque mediaba entre ella y el pueblo chileno “un abismo de sangre y de
tradiciones destrozadas” que no sería fácil zanjar. Más importante que eso era su objetivo de
fondo, que no daba lugar a opciones alternativas: “la dictadura en Chile, además de estar
restaurando el sistema de dominación capitalista como tal, está a la vez imponiendo un mo-
delo político y económico de dominación ultrarreaccionaria repudiado electoralmente en
las últimas décadas”. Y ello no podía hacerse sino mediante un “Estado de excepción, en la
forma de dictadura gorila y a través de la superexplotación del trabajo”.
Un año después, en un documento titulado ¿Qué es el MIR?, el Comité Central del
partido insistía en su caracterización de la dictadura militar como “única salida burguesa
ante el avance del movimiento obrero y popular en las condiciones de crisis económica y
de lucha entre los diversos sectores burgueses que vivía el país a partir de 1967”. El golpe
de 1973, en esa perspectiva, no era una mera reacción defensiva ante la situación “prerre-
volucionaria” que se había configurado bajo el gobierno de la Unidad Popular, sino una
respuesta ante la crisis de largo plazo que, a su entender, afectaba al “modelo económico
de desarrollo que se había establecido desde los años cuarenta”. Ante la profundidad de

341
Sobre la existencia de estas pugnas y propuestas alternativas al interior de las fuerzas armadas, ver
Verónica Valdivia O. de Z. El golpe después del golpe... op. cit.

158
sus contradicciones y el ascenso de las luchas sociales, “la burguesía no tenía otra salida
que el establecimiento de un régimen dictatorial a través del cual se pudiera aplastar al
movimiento de masas y encauzar de un modo diferente al tradicional (partidos políticos,
parlamento, etc.) la lucha entre las diversas fracciones de la gran burguesía”. Haciendo
del cuerpo de oficiales el representante del “interés general de las diversas fracciones de
la gran burguesía”, la solución dictatorial permitía establecer “un frente común contra la
clase obrera y el pueblo”, lo que no habría sido posible con el retorno, como aparentemen-
te lo esperaba la Democracia Cristiana, a “la vieja institucionalidad en crisis”. La “salida
democrática” en la que todavía confiaba este último partido, e incluso importantes secto-
res de la antigua Unidad Popular, quedaba bloqueada por la misma naturaleza de la crisis
del sistema de dominación. Sólo la fórmula dictatorial hacía posible la búsqueda de una
salida “por el camino de la reorientación de la economía nacional hacia la producción
para el mercado externo”, al tiempo que se creaban las condiciones para resolver las pug-
nas interburguesas “por medio del establecimiento de la hegemonía del gran capital
nacional vinculado al capital extranjero”342.
En un largo documento de análisis de coyuntura circulado por la Comisión Política
durante el último trimestre de 1975, no se modificaba sustancialmente el diagnóstico: “el
golpe militar, el establecimiento de un estado y un régimen de excepción, surgen como la
última carta de las clases dominantes afectadas por una triple crisis (económica, política
e ideológica). Hacia 1973, los partidos políticos y el Parlamento se mostraban incapaces de
encauzar la lucha de clases dentro de los canales legitimados y aceptables por el sistema,
de mantener la lucha de clases dentro de los marcos de la vigencia del estado nacional
burgués”. Agotado el modelo que el MIR denominaba “nacional-desarrollista”, orientado
hacia la industrialización sustitutiva de importaciones, no le quedaba a la burguesía go-
bernante otra alternativa que “abrir la economía al capital extranjero e intentar anclar el
proceso de acumulación en los mercados externos”. Dicho de otro modo, “el nuevo régi-
men gorila viene a ser la representación de la asociación subordinada de la burguesía al
imperialismo”, lo que implicaba un ambicioso proyecto histórico de “reestructuración to-
tal del aparato productivo y del estado nacional burgués”.
Ya en plena fase de ascenso de los “Chicago Boys” como conductores de la política
económica, el MIR percibía que el eje estratégico del gobierno militar en ese terreno se
estaba desplazando hacia los mercados externos y la inversión extranjera, lo que permitía
“elevar la superexplotación de la fuerza de trabajo aun más allá del límite de subsistencia
(pues la realización de la plusvalía no depende del mercado interno)”. Así se explicaba el
deterioro de las condiciones materiales de vida y la necesidad de perpetuar en el tiempo

342
¿Qué es el MIR?, Documento preparado por el Comité Central del MIR en la clandestinidad, diciembre
de 1974; reproducido en Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Dos años de lucha de la Resistencia Popu-
lar…, op. cit., pp. 13-44; las citas son de las pp. 34-36.

159
las prácticas represivas, pues “el estado de excepción es una necesidad orgánica interna
al desarrollo del capitalismo chileno”, que subsistirá hasta que “sea destruido de raíz el
proletariado o hasta que la burguesía logre reorganizar la economía, el bloque en el poder
y su hegemonía sobre las clases subalternas, resolviendo la crisis política e ideológica y la
crisis del sistema de dominación”. Así las cosas, “las ilusiones cortoplacistas deben ser
descartadas: la lucha será larga y difícil”343.
En suma, entre fines de 1973 y fines de 1975 el MIR elaboró una caracterización del
período iniciado con el golpe de Estado como uno de “contrarrevolución abierta”, defini-
do por la derrota de la clase obrera y el reflujo y repliegue del movimiento de masas. Esto,
sin embargo, no debía conducir a una visión desproporcionadamente derrotista, que po-
dría sumir a los partidarios de la revolución en un estado de parálisis que resultaba tan
injustificado como contraproducente. Para comenzar, el mismo carácter excepcional del
período, que obligaba a la burguesía a ejercer su dominio sin sutilezas ni caretas democrá-
ticas, daba cuenta de una profunda crisis de hegemonía, liberando al pueblo de cualquier
tipo de ilusión respecto a la naturaleza de la situación en que se encontraba. Era por eso
que, tras la fachada de dureza autoritaria y represiva, se traslucía una inestabilidad es-
tructural signada por la prolongación de la crisis económica y la condena mundial del
régimen, condiciones que el MIR llamaba a alimentar. Así, en su primer comunicado tras
el golpe militar, Miguel Enríquez vaticinaba que el régimen dictatorial “no será durade-
ro”; y fundamentaba: “Chile no tiene una burguesía industrial pujante y expansionista
como la alemana de décadas pasadas, ni tiene el potencial económico del Brasil”344. Un
par de meses después se hacía un análisis más elaborado: “Si bien las clases dominantes
han obtenido una victoria y han conquistado el poder, no han resuelto la crisis estructural
de la sociedad chilena, ni han resuelto en definitiva la crisis de la clase dominante”. Y
remachaban, echando mano de una de las formulaciones más clásicas del pensamiento
marxista, “ni han eliminado, ni pueden hacerlo, a la clase obrera y al pueblo”345.
Por otra parte, los sucesos que venían ocurriendo a nivel continental y mundial de-
mostraban, en el diagnóstico mirista, que el capitalismo no las tenía todas consigo. “Las
condiciones mundiales y latinoamericanas de esta década”, reflexionaba Miguel Enríquez
en la entrevista ya recordada, “no son las mismas que las de la década pasada; hoy está
fortalecido el campo socialista, el pueblo indochino ha infligido importantes derrotas al
imperialismo en Vietnam, Laos y Camboya, la Revolución Cubana se ha consolidado en

343
“A consolidarse en la clase obrera y crear por las bases la unidad del pueblo”, documento de discu-
sión interna elaborado por la Comisión Política del MIR el último trimestre de 1975, reproducido en
Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Dos años en la lucha de la Resistencia Popular…, op. cit. Las citas
corresponden al capítulo 2, “La situación política nacional”, transcrito en las ps. 127-257; el énfasis
es del original.
344
“Conferencia de prensa de Miguel Enríquez”, 8 de octubre de 1973, op. cit.
345
“La dictadura gorila y la táctica de los revolucionarios”, op. cit.

160
América Latina, la crisis interburguesa norteamericana y latinoamericana es cada vez
mayor, el movimiento de masas va en ascenso en América Latina y es aún poderoso en
Chile”. En relación a esto último, el MIR cifraba grandes esperanzas en la unificación de
la izquierda revolucionaria del Cono Sur sudamericano, objetivo recientemente afianzado
con la formación de la Junta Coordinadora Revolucionaria que mancomunaba al partido
con los Tupamaros uruguayos, el PRT-ERP argentino y el ELN de Bolivia346. Así, aunque la
derrota del movimiento obrero chileno no debía ser subvalorada, era preciso recordar, como
seguía haciéndolo el MIR a fines de 1975, que ella era solo “una derrota local, nacional, en
medio de un período de ascenso de la revolución mundial, de avance del movimiento obre-
ro en la lucha de clases internacional”347. La historia, en definitiva, al menos en la óptica
del MIR, todavía estaba de parte del socialismo.
Por último, se argumentaba, si bien las clases trabajadoras chilenas habían sufrido
una derrota, no estaban aniquiladas, y conservaban intactos los niveles de conciencia y las
experiencias de organización y lucha adquiridas a lo largo de más de un siglo de historia.
Así lo afirmaba la Comisión Política al concluir el fatídico año 1973: “contamos con una
clase obrera golpeada, sin sus organizaciones de lucha y desarticulada, pero con una enor-
me conciencia y después de haber atravesado la más aleccionadora de las experiencias,
hoy menos temerosa”. Particular importancia se le asignaba en este juicio a lo vivido du-
rante el gobierno de la Unidad Popular: “la experiencia hecha después de los tres años de
la UP, y ahora con la dictadura gorila, ha hecho avanzar al movimiento de masas en con-
ciencia más de lo que aprendió en las últimas décadas”. En ese optimista diagnóstico, el
terror desatado por las fuerzas golpistas no sería capaz de contrarrestar todo lo que se
había acumulado en materia de determinación y certeza revolucionaria.
Seguía por otra parte plenamente vigente la ventaja estructural que, dentro del análisis
marxista, acompañaba a la clase obrera en sus luchas con la burguesía: “desde el momento
en que la producción capitalista no puede prescindir de ella como clase y de su concentra-
ción en grandes fábricas y cordones, tiene ante sí la posibilidad histórica de constituirse
como eje social de la resistencia y la lucha, y de asumir la conducción del resto de las capas
del pueblo, constituyendo detrás de sí el bloque social más ancho con que haya contado en
sus combates anteriores”. Avalaba esa oportunidad histórica el hecho de ser “una de las más
afectadas por la política de superexplotación implementada por la Junta”, así como los efec-
tos que esa misma política y los excesos represivos inevitablemente debían tener sobre las

346
Sobre la formación y la apreciación de la Junta Coordinadora Revolucionaria por parte del MIR, ver
“La situación internacional”, capítulo 1 del documento antes citado “A consolidarse en la clase obre-
ra y crear por las bases la unidad del pueblo”, reproducido en Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Dos años de la lucha en la Resistencia Popular… op. cit., pp. 122-125.
347
Caracterización del período con la que se inicia el capítulo sobre situación política nacional conteni-
do en el documento citado “A consolidarse en la clase obrera y crear por las bases la unidad del
pueblo”, op. cit., último trimestre de 1975.

161
“capas pequeño burguesas y capas antes pasivas políticamente”. En suma, si bien el golpe
militar y el accionar posterior de la Junta de Gobierno habían logrado “desarticular” a los
sectores obreros movilizados, esa misma experiencia debía “tornarse en una larga escuela
histórica acerca de la lucha de clases y la dominación burguesa”, logrando lo que no había
logrado el gobierno de la Unidad Popular: “Aislar a las clases dominantes de extensas capas
de la pequeña burguesía y abrir a la clase obrera la oportunidad histórica de sumarla a los
combates de los trabajadores”348.
Esa proyección, que el MIR denominaba “constitución de la fuerza social revoluciona-
ria” y consideraba una “condición fundamental de la revolución”, no se daría sin embargo
espontáneamente, así como tampoco sería espontánea la caída de la dictadura: “la dictadura
no caerá limitándose a esperar pasivamente en Chile o en el exterior su derrocamiento por
obra del cielo, o como consecuencia de una ilusoria alianza con sectores burgueses reaccio-
narios como Frei, que no solo cooperaron activamente al derrocamiento del gobierno popular
y a la represión de los trabajadores, sino que además hoy, en los hechos, participan y apoyan
la política antipopular y represiva de la dictadura”. Lo que se requería era “la conducción de
una vanguardia revolucionaria, que sepa conducir a los trabajadores, darle las formas orgá-
nicas adecuadas que permitan incorporarlos a la lucha en todas sus formas y niveles, bajo
una táctica que orientada detrás de las perspectivas históricas posibles, parta de las limita-
ciones y dificultades que la situación actual impone”. La clase obrera, en otras palabras, por
mucho que fuera la “única capaz de enfrentar y derribar a la dictadura, aprovechando la
lucha interburguesa y arrastrando detrás de sí al resto del pueblo”, solo bajo la dirección de
una vanguardia revolucionaria podría “llevar su tradición y potencialidad a la realidad”. Esa
vanguardia, no hacía falta decirlo, solo podía ser el MIR.
A esa conclusión se llegaba, en parte, en función de lo que la Comisión Política definía
como “la razón histórica de nuestras políticas”, demostrada por el arraigo supuestamente
adquirido durante su corta vida “en casi todas las capas del pueblo”. También por su “vi-
gorosa, sólida organización”, sustentada en una estructura político-militar. Y por último,
muy especialmente, por su inmunidad frente a la “ilusión reformista” que había echado
por tierra el proyecto de la Unidad Popular. Esa lucidez había permitido al partido sobre-
vivir al golpe mismo con daños mucho menores que el resto de la izquierda, efectuando lo
que su dirección calificó como un “repliegue ordenado” hacia la clandestinidad. Le había
permitido igualmente, a su juicio, evaluar con mucha mayor precisión la magnitud real de
la derrota: “la clase obrera y el pueblo tenían reservas para continuar la lucha. Sólo era
necesario buscar los caminos adecuados para emprenderla bajo las nuevas condiciones”.
De esa apreciación surgía la decisión, convertida rápidamente en consigna, de que “el
MIR no se asila”, pues solo la permanencia en el país de todos sus cuadros permitiría

348
“La dictadura gorila y la táctica de los revolucionarios”, op. cit.

162
“dirigir el repliegue de las masas obreras y populares, y comenzar la reorganización de
esas fuerzas para los combates futuros”.
Habían en esta opción consideraciones de orden valórico, que hacían visualizar el asi-
lo político como una verdadera traición: “si el MIR se exilia masivamente, de hecho deserta,
lo que no solo tiene valoraciones éticas negativas, sino que en el caso particular de Chile
es renunciar a cumplir con tareas que hoy son posibles y necesarias”. El exilio masivo, en
otras palabras, “atrasaba por decisión consciente la revolución en Chile, desaprovechaba
condiciones favorables concretas, renunciaba a su papel histórico, y abandonaba, cuando
puede y debe cumplir su papel, a la clase obrera y al pueblo a su suerte”. En aval de esa
decisión se invocaba también el ejemplo de quienes, como Salvador Allende, y “a pesar de
las diferencias políticas que nos separan”, habían tenido “el coraje y la dignidad de correr
la misma suerte que el pueblo que en ellos había confiado, y cayeron combatiendo contra
las fuerzas golpistas en lugar de buscar el fácil refugio de una embajada amiga”. En suma,
y a partir de todas estas consideraciones, el MIR se atribuía “no solo la autoridad moral
sino también la posibilidad concreta de constituirnos en una vanguardia política real de
las masas y conducirlas en su lucha contra la dictadura gorila y por la revolución proleta-
ria”. La situación se les aparecía “como un desafío que somos y debemos ser capaces de
vencer. Con una táctica adecuada, con serenidad, valor y audacia lo lograremos”349.
Para enfrentar el desafío, el MIR ratificaba su opción programática de combatir por la
destrucción del Estado burgués, del imperialismo, y del conjunto de la gran burguesía
nacional, trazándose como objetivos estratégicos para el período la “constitución de una
fuerza social que pueda iniciar una guerra revolucionaria y, a partir de ella, construir el
ejército revolucionario del pueblo, capaz de derrocar a la dictadura militar, conquistar el
poder para los trabajadores e instaurar un gobierno revolucionario de obreros y campesi-
nos que complete las tareas de la revolución proletaria”. Ello implicaba, en lo inmediato,
fortalecer (o, como se decía en la documentación interna, “acerar”) el partido, reconectar-
lo a las masas a través de un amplio “Movimiento de Resistencia Popular”, establecer las
alianzas políticas y sociales necesarias para construir un gran “frente antigorila” o “Fren-
te Político de la Resistencia” (pero cuidando de no ceder el liderazgo a elementos o partidos
de la burguesía), e iniciar las primeras “acciones militares de masas” que fueran prepa-
rando el ánimo obrero para la conformación del futuro ejército revolucionario del pueblo.
En este último terreno, que siempre había suscitado mucha polémica en torno al MIR,
la dirección partidaria se cuidaba de recalcar que “la represión desatada por la dictadura

349
Las citas han sido extraídas de los documentos “La dictadura gorila y la táctica de los revoluciona-
rios”, op. cit.; “Respuesta a un documento emitido por un grupo de compañeros de la “Colonia”
Valparaíso”, julio de 1974, ACEME, documento M 106; “Declaración de la Comisión Política del MIR”,
11 de septiembre de 1974, publicado en Correo de la Resistencia Nº 5 y depositado en el ACEME como
documento M 111; ¿Qué es el MIR?, op. cit., p. 36.

163
gorila pone a la orden del día las formas de lucha armada”. Sin embargo, y para evitar
gestos vanguardistas que “en nombre de las masas y con la ‘simpatía’ de éstas actúan
militarmente”, esta acción debía orientarse estrictamente a la incorporación de “extensos
sectores del movimiento de masas a las formas de lucha armada”. Especialmente relevan-
te en este contexto era tener siempre presente “el actual estado de ánimo de las masas”,
ligando las acciones armadas que se llegaran a emprender “directamente a la defensa de
los intereses concretos de las masas, fácilmente perceptibles y comprensibles para am-
plias capas del pueblo, y no solo para sus sectores de vanguardia”. Debía por tanto tenerse
mucho cuidado de “no precipitar acciones que por su carácter alejen a la clase obrera, a
capas pequeño burguesas y a la tropa de las Fuerzas Armadas”, o que “profundicen y
reactiven formas de repliegue y desmoralización como consecuencia de la contrarrespues-
ta gorila que certeramente caerá sobre los trabajadores más que sobre nosotros”350. Como
se verá, la dimensión militar de su quehacer, que tanto ha obsesionado a críticos y analis-
tas351, seguiría siendo para el MIR fuente tanto de diferenciación con otros sectores de la
izquierda como de ambivalencias dentro de sus propias filas.
Los objetivos políticos y organizativos resumidos se concretaban en una “Plataforma
de Lucha” para el período dictatorial, la que en febrero de 1974 se difundió a todas “las
fuerzas dispuestas a impulsar la lucha contra la dictadura” como base en torno a la cual
podría constituirse un “Frente Político de la Resistencia”352. Se estructuraba ésta a partir
de cuatro puntos principales: el restablecimiento de las libertades democráticas y el res-
peto a los derechos humanos; la defensa del nivel de vida de las masas; la organización y
desarrollo de un Movimiento de Resistencia Popular; y el derrocamiento de la Dictadura y
establecimiento de un nuevo gobierno, para el cual debía convocarse a una Asamblea
Constituyente.
Los dos primeros objetivos, como es evidente, apuntaban a las áreas más sensibles e
impopulares del gobierno militar: las prácticas represivas y una política económica que
golpeaba drásticamente a los sectores más pobres, y que además se demostró incapaz,
durante un buen tiempo, de arrojar cifras aceptables de crecimiento. Estos elementos,
en la opinión del MIR, constituían un talón de Aquiles que la resistencia debía aprove-
char: “en un primer momento la dictadura tuvo el apoyo incondicional del conjunto de
la burguesía y de gran parte de las capas medias, pero a poco andar, a medida que se
iban poniendo de manifiesto sus crímenes, su ineficiencia, su corrupción, su política en

350
“La dictadura gorila y la táctica de los revolucionarios”, op. cit.
351
Muy representativos en este sentido son los trabajos de Cristián Pérez, quien hace de lo militar el
aspecto más determinante de la identidad política del MIR; ver su “Historia del MIR. ‘Si quieren
guerra, guerra tendrán…’ “, Estudios Públicos, 91, 2003; y “Años de disparos y tortura (1973-1975): Los
últimos días de Miguel Enríquez”, Estudios Públicos, 96, 2004.
352
“Pauta del MIR para unir fuerzas dispuestas a impulsar la lucha contra la Dictadura”, 17 de febrero
de 1974, Correo de la Resistencia, suplemento especial, julio de 1974; en ACEME, documento M 101.

164
beneficio exclusivo de los grandes capitalistas nacionales y extranjeros, fue perdiendo
paulatinamente gran parte del apoyo de masas que tuvo en un comienzo”. En conse-
cuencia, “en el plano interno, la dictadura cuenta con un apoyo social estrecho y, por
tanto, tiene una debilidad de fondo, aun cuando por ahora y por algún tiempo pueda
mantenerse indiscutidamente en el poder apoyada solo en el filo de las bayonetas”. A
ello se sumaba su persistente aislamiento en el plano internacional, alimentado tanto
por el repudio a “sus crímenes y la represión”, como por representar “una política eco-
nómica y social que es hoy más repudiada que nunca a nivel mundial”353.
Pero no debía deducirse de estas circunstancias que la dictadura caería “por sí sola,
ni por castigo del Señor”. Por el contrario, su derrocamiento, cuarto punto de la Platafor-
ma de Lucha, “solo se podrá conseguir por medio de la violencia organizada de la clase
obrera y el pueblo a través de una guerra prolongada”, lo que a su vez debía emanar de
un Movimiento de Resistencia Popular (tercer punto de la Plataforma) “bajo hegemonía
proletaria”, y que sin perjuicio de aprovechar las debilidades del régimen y la lucha inter-
burguesa, no debía “dejar la iniciativa política ni orgánica a la burguesía”. Este movimiento
debía estructurarse a partir de Comités de Resistencia clandestinos “formados por ele-
mentos de vanguardia y más avanzados de la clase obrera y las masas”, que actuando en
los lugares de trabajo, residencia o estudio dinamizaran “todas las expresiones orgánicas
de la clase obrera” (sindicatos, asociaciones comunitarias, comités de cesantes, comités
de ayuda a las víctimas de la represión, etc.) en pos de la acumulación de fuerza social,
política, organizativa, moral y militar que permitiera “derribar por la fuerza a la dictadura
gorila”354.
Premunido así de un diagnóstico general de la situación y de una plataforma inmedia-
ta de lucha, el MIR se dio a la tarea de ejercer concretamente el liderazgo que, como ya se
vio, se consideraba el único en condiciones de asumir. En esa tónica, su balance preliminar
resultaba razonablemente optimista: durante los primeros meses de la dictadura el parti-
do había logrado “sortear con mayor éxito la represión por la experiencia anterior con que
contábamos, por nuestro modelo orgánico más adecuado a este tipo de situación, por la
formación de nuestros cuadros, que siempre fueron de alguna forma preparados para si-
tuaciones de este tipo, y por el hecho de que nuestra dirección permaneció en Chile,

353
“Manifiesto del Movimiento de Resistencia Popular al Pueblo de Chile”, septiembre de 1974, pu-
blicado originalmente en el Correo de la Resistencia Nº 5, de ese mismo mes y año, ACEME, documen-
to M 112.
354
“El programa y las plataformas de lucha del Partido Revolucionario del Proletariado”, documento de
estudio elaborado por la Comisión Política del MIR, primer trimestre de 1974, reproducido en Movi-
miento de Izquierda Revolucionaria. Dos años en la lucha de la Resistencia Popular…, op. cit., ps. 263-287;
“Manifiesto del Movimiento de Resistencia Popular al Pueblo de Chile”, septiembre de 1974, publi-
cado originalmente en el Correo de la Resistencia Nº 5, de ese mismo mes y año, ACEME, documento M
112; ¿Qué es el MIR?, op. cit., pp. 38-41;

165
pudiendo de esta manera dar conducción a un repliegue más ordenado y al inmediato
proceso de reorganización que entonces se inició”355.
En efecto, ya desde su Declaración de Principios de 1965 el MIR venía proclamando
que el “derrocamiento de la burguesía”, prerrequisito ineludible de la construcción socia-
lista, hacía inviable la teoría de la “vía pacífica”, pues “la propia burguesía es la que
resistirá, incluso con la dictadura totalitaria y la guerra civil, antes de entregar pacífica-
mente el poder”356. Ya en pleno gobierno de la Unidad Popular, un documento de circulación
restringida redactado por los dirigentes Miguel Enríquez, Andrés Pascal Allende y Arturo
Villabela insistía en la inevitabilidad de un golpe militar como desenlace de dicha expe-
riencia política, y proponía una estrategia militar que permitiera a los sectores populares
enfrentar adecuadamente esa coyuntura, y eventualmente revertirla357.
A decir verdad, no solo el MIR contempló escenarios de enfrentamiento armado
como consecuencia de las luchas sociales desatadas por la instalación del gobierno allen-
dista. Como lo han demostrado Mario Garcés y Sebastián Leiva en su reciente libro sobre
el 11 de septiembre en la población La Legua, el Partido Socialista, e incluso el Partido
Comunista, habían elaborado al menos rudimentos de una política militar para el caso
de un intento golpista358. En el caso de esta última colectividad, Rolando Álvarez ha
descrito con prolijidad el funcionamiento de estructuras de autodefensa partidaria de-
nominadas “Comisiones de Vigilancia” y “Grupos Chicos”, ciertamente no concebidas
como núcleos guerrilleros ni gérmenes de un futuro “ejército del pueblo”, pero sí capa-
ces de apoyar a sectores constitucionalistas de las fuerzas armadas en caso de una
intentona golpista. Relata también cómo en las semanas previas al golpe el Partido Co-
munista estudió la posibilidad de defender los centros de trabajo y pasar a funcionar en
condiciones de clandestinidad, todo ello, sin embargo, subordinado a la hipótesis de que
un número significativo de militares de carrera se mantuviese fiel al gobierno constitu-
cional. Como ello no ocurrió, la resistencia comunista prácticamente no pasó de la etapa
de la planificación359.

355
“¡¡A fortalecer nuestro partido!! Los golpes recientes, algunas lecciones y la reorganización de las
direcciones”, documento interno de la Comisión Política del MIR, junio de 1974, ACEME, documento
M 105.
356
“Declaración de Principios, Movimiento de Izquierda Revolucionaria”, op. cit.
357
Este interesante documento, titulado “Estrategia de enfrentamiento y lucha prolongada contra in-
tentos golpistas de las clases dominantes”, de febrero de 1972, ha sido expuesto y analizado por
Carlos Sandoval en su libro Movimiento de Izquierda Revolucionaria, 1970-1973, op. cit., ps. 148-156.
También lo alude Andrés Pascal Allende en su artículo citado “MIR, 35 años”, IV Parte, señalando sí
que el plan adolecía de una seria indefinición entre una estrategia de confrontación ofensiva y otra
de repliegue defensivo, obviamente incompatibles entre sí.
358
Mario Garcés y Sebastián Leiva op. cit., Santiago, LOM, 2005, capítulo IV.
359
Rolando Álvarez Desde las sombras... op. cit., pp. 56-67.

166
Para el MIR, en cambio, la hipótesis del enfrentamiento militar estaba inscrita en la
lógica misma de la experiencia allendista. Por tal razón, a medida que el desenlace golpis-
ta comenzó a parecerle inminente adoptó medidas concretas de preparación,
clandestinizando su dirección y programando ya desde julio, según lo recuerda Andrés
Pascal Allende casi treinta años después, el repliegue de “nuestra limitada fuerza militar
hacia zonas rurales…, aunque sin abandonar la idea de acompañar a los sectores de masas
más radicalizados en una resistencia urbana inicial para luego replegarnos con mayor fuerza
y legitimidad”360. Por ese mismo tiempo se intensificó el trabajo de penetración en la tro-
pa y suboficialidad de las fuerzas armadas, lo que alarmó profundamente a los sectores de
derecha y derivó en una acusación criminal contra Miguel Enríquez, circunstancia que,
como se recordó anteriormente, aceleró el paso a la clandestinidad361. Como lo recuerda
un dirigente sindical de esa época entrevistado para este artículo, “el MIR fue el primer
partido que se dio cuenta que venía algo tan grande como el golpe, y el único que se
preparó para resistir”362.
Efectivamente, llegado el día del golpe, el MIR participó en algunos combates en los
cordones industriales de Santiago –sobre todo en las fábricas INDUMET y SUMAR y la
población La Legua, cuya defensa ha concitado gran interés historiográfico y periodísti-
co363–, y también en el complejo maderero de Panguipulli, donde fue capturado y
posteriormente fusilado el dirigente campesino José Gregorio Liendo, el “comandante
Pepe”364. El dirigente sindical entrevistado, que a la sazón laboraba en la industria Corme-
cánica de Los Andes, recuerda que el día del golpe el pequeño núcleo mirista fue
prácticamente el único que se propuso defender la fábrica, extrayendo armas, si no había
otro recurso, del regimiento de esa ciudad365. Sin embargo, el desempeño global no estuvo
totalmente a la altura de lo que se podría haber esperado de un partido que venía insis-
tiendo desde sus orígenes en la centralidad de la faceta militar para los procesos

360
Andrés Pascal Allende “MIR, 35 años”, IV Parte, op. cit.
361
“Frente a la orden de detención”, declaración de Miguel Enríquez de 31 de agosto de 1973, publicada
en el diario Última Hora de ese día y conservado en el ACEME como documento M 094.
362
Entrevista a Rodolfo Valenzuela, 25 de enero de 2006. Valenzuela formó parte, después de 1973, de
diversas iniciativas de apoyo a las víctimas de la represión y formación de Comités de Resistencia
vinculadas al mundo cristiano, aunque no militó en el MIR. Antes del golpe de Estado se desempeñó
como técnico eléctrico en la industria Cormecánica, ubicada en la ciudad de Los Andes, llegando a
ser presidente de su sindicato.
363
Mario Garcés y Sebastián Leiva El golpe en La Legua, op. cit.; Patricio Quiroga Compañeros. El GAP: La
escolta de Allende, Santiago, Aguilar, 2001; Carmen Castillo Un día de octubre en Santiago, op. cit.; Ascanio
Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda La historia oculta del régimen militar, Santiago, Ediciones
La Época, 1988, capítulo 7; Arrate y Rojas Memoria de la Izquierda chilena, op. cit., tomo II, ps. 180 y ss.;
Cristián Pérez “Historia del MIR: ‘Si quieren guerra, guerra tendrán’…”, op. cit.
364
Ver Comité Memoria Neltume Guerrilla en Neltume, Santiago, LOM, 2003; capítulo II.
365
Entrevista a Rodolfo Valenzuela, citada.

167
revolucionarios. Así lo reconocía expresamente la Comisión Política en su documento tác-
tico de diciembre de 1973: “nuestra respuesta no fue la esperada, pero nuestra apreciación
es que hicimos todo lo que las condiciones objetivas permitían”. Dificultó esa capacidad
de respuesta, a juicio de la dirección partidaria, “el estado de ánimo de las masas y de la
tropa después de semanas de inicio de la capitulación del gobierno” allendista, lo que
derivó en que el movimiento social “permaneció en su mayor parte pasivo, atemorizado, y
no desarrolló resistencia”. Incidió también en tal sentido la incapacidad de determinar el
momento mismo en que se verificaría el golpe, así como, a juicio del MIR, “la poca resis-
tencia del gobierno y de la UP”. Pero el factor más determinante, concluía ese mismo
balance, fue “la falta de experiencia en combate”, y la falta de tiempo para completar los
planes militares366. “La derrota”, recordaba otro documento partidista a comienzos de 1975,
“deshizo nuestras comunicaciones y líneas de dirección y desarticuló casi totalmente al
partido, y en algunas zonas fuimos totalmente destruidos. El MIR perdió esos días muchos
cuadros y militantes, y en sectores importantes fueron destruidos nuestra organización y
nuestros vínculos con el movimiento de masas”367.
Bastante más severo ha sido en esta materia el juicio de la posteridad. El historiador
Patricio Quiroga, presente en la reunión que sostuvieron las directivas del PS, el PC y el
MIR en la industria Indumet previo al enfrentamiento que allí se verificó, recuerda con no
disimulada amargura que la fuerza militar que este último partido estaba en condiciones
de convocar, de acuerdo a lo señalado por Miguel Enríquez, ascendía a unos 400 hombres,
“50 de ellos con dotación completa”368. Manuel Cabieses, militante del MIR en ese momen-
to y posteriormente miembro de su Comité Central, no trepida en calificar los planes
militares de su partido y el resto de la izquierda chilena como “divagaciones de gente que
sabía muy poco o nada realmente del problema militar, de organización de fuerzas, de los
recursos materiales para esa fuerza…, cuestiones en el aire que no respondían a una dis-
posición real de fuerzas o de recursos, lo que quedó demostrado en los hechos”369.
Más lapidario aun es el juicio retrospectivo de Hernán Aguiló, otro dirigente mirista
llamado a desempeñar un papel clave durante la clandestinidad dictatorial y que en ese
momento ocupaba el cargo de director de operaciones: “tampoco se prepararon las condi-
ciones para enfrentar la contrarrevolución en curso: preparación del terreno suburbano y
rural en zonas aptas para la lucha guerrillera permanente y semipermanente, acciones

366
“La dictadura gorila y la táctica de los revolucionarios”, op. cit.
367
“El desempeño táctico y la situación actual del MIR”, mayo de 1975, reproducido parcialmente en
Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Dos años en lucha de la Resistencia Popular… op. cit., pp. 330-331.
368
Citado por Garcés y Leiva, op. cit., p. 40.
369
En entrevista concedida a Garcés y Leiva, en Ibíd..., ps. 115-116. Estos autores coinciden en el juicio
crítico de sus entrevistados respecto a la falta de preparación efectiva de la izquierda chilena, el MIR
incluido, para un enfrentamiento militar, más allá de la mera retórica; a esa evaluación se consagra el
cuarto y último capítulo de su obra citada.

168
que permitieran anticipadamente dividir o al menos fracturar a las FF.AA. (a pesar que
existía un relativo buen trabajo político en su interior), etc. La mayoría de los militantes y
dirigentes del MIR, al perder la clandestinidad y al estar ligados a los sectores de masas
más radicalizados, no estaban en condiciones de generar los resguardos necesarios para
enfrentar con éxito la contrarrevolución en curso”. Y concluye: “Al momento del golpe, la
mayoría de los militantes y dirigentes locales y regionales no logran replegarse y organi-
zar la resistencia en sus propias comunas y regiones. Quedó al descubierto que el poder
popular no era más que una idea en nuestras cabezas y no una realidad que pudiera orga-
nizar la resistencia y ni siquiera proteger a la militancia revolucionaria. En ese momento
empieza a gestarse el aislamiento de un porcentaje elevado de los militantes de sus fren-
tes de masas… Eran ilegales sin fuerza organizada de masas que pudiera protegerlos en
sus propias localidades y regiones”370.
La experiencia de dos militantes de base que vivieron aquellos días tiende a reforzar
esta impresión. Roberto Ahumada, miembro del MIR desde 1968 y con una prolongada
trayectoria poblacional y sindical antes de 1973, recuerda que pese a existir cierto grado
de planificación para enfrentar el golpe militar, tras los combates de la industria Sumar,
donde él estuvo presente, debió replegarse hacia la población El Pinar, donde fue acogido
y ocultado por pobladores del sector. A partir de allí, y ante “la presencia brutal de la
fuerza militar golpista”, el repliegue de las masas fue “casi total”. Los escasos núcleos
combatientes, muchos de ellos desconectados de sus mandos, se vieron coartados por “la
falta de recursos militares para hacer efectivo el plan de resistencia al golpe”. Contribuyó
también a desactivar dicha resistencia la expectativa, a la postre infundada, de que tropas
leales al gobierno de Allende avanzaban desde el sur del país, lo que en el recuerdo de
Ahumada paralizó la disposición de auto-defensa que hasta el momento habían exhibido
socialistas y comunistas, en concomitancia con los elementos del MIR. Habrían comenzan-
do así, a su juicio, a “congelarse” o “desgranarse” los vínculos con las masas, las que se
“replegaron hacia sus casas” y clausuraron cualquier posibilidad de continuar la resisten-
cia militar371.
Por su parte, Mario Garcés, a la sazón estudiante de antropología y militante del MIR
en Concepción, relata que pese a ser esa ciudad uno de los principales bastiones partidis-
tas, contando con más de 1500 militantes orgánicos y un número importante de
simpatizantes en los diversos frentes de masas, la resistencia armada brilló por su ausen-
cia. De acuerdo a su análisis, esta aparente paradoja da cuenta de la prioridad que el MIR
regional había otorgado desde mucho antes a las formas más políticas y sociales de lucha
por sobre las estrictamente militares, lo que le había ocasionado más de alguna discusión

370
Hernán Aguiló “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, Punto Final, Nº 551, 26 de agos-
to al 11 de septiembre, 2003.
371
Entrevista a Roberto Ahumada, 23 de enero de 2006.

169
con la dirección central. Llegado el día del golpe, cualquier expectativa realista de resis-
tencia, incluso al nivel de acciones diversionistas simples como el levantamiento de
barricadas, “se desmoronó por completo”. “Después de visitar las fábricas en la mañana”,
recuerda Garcés, “y ver cómo se llevaban presos a nuestros dirigentes, y que la gente
tendía a volver a sus casas, no veíamos por dónde íbamos a ser capaces de generar barrica-
das ese día”. En esas circunstancias, la militancia que aún permanecía en libertad optó
por replegarse hacia sus casas de seguridad, hasta que la dirección regional, encabezada
por Manuel Vergara (“Carreño”), reconoció que no había ninguna capacidad de reacción
militar. Se ordenó entonces a los cuadros de dirección abandonar la ciudad e incorporarse
a las “colonias” de miristas procedentes de regiones que comenzaron a congregarse en la
clandestinidad santiaguina, a la espera de ser destinados hacia otros puntos del país. “La
reacción de Miguel Enríquez frente a esta decisión de repliegue”, agrega Garcés, “fue
iracunda, asimilándola casi a un acto de traición”. Para los militantes como él, sin embar-
go, “esa orden nos salvó la vida”372.
Pero si el MIR no tuvo éxito en encabezar una resistencia viable al golpe militar, al
menos logró completar con cierto orden su paso a la clandestinidad y conservar a casi toda
su dirección y a un número importante de cuadros y militantes dentro del país, en confor-
midad con la consigna “el MIR no se asila”. Recuerda al respecto Pascal Allende: “no
quedaba otra opción que replegarse lo más ordenadamente posible a la clandestinidad y
desde allí reorganizarse para iniciar la resistencia a la dictadura militar. Miguel (Enrí-
quez) recordaría después: ‘…si bien todos fuimos invadidos por la sensación de cólera e
impotencia, las condiciones objetivas imponían el repliegue’”373. En un tono más triunfa-
lista, un documento partidario de fines de 1974 afirmaba que “en campos y ciudades, en
poblaciones y fábricas, en todo Chile, los miembros del MIR estuvieron días, semanas e
incluso meses a la cabeza de la resistencia armada contra el establecimiento de la dictadu-
ra; fue la única organización de la izquierda que siguió funcionando desde los primeros
días del golpe y dirigiendo la retirada de las fuerzas obreras y populares. Fue la única
organización de izquierda que tomó la decisión de quedarse en Chile para correr la suerte
de las masas, ponerse al frente de su proceso de reorganización y reanimación, encabezar
la lucha contra la dictadura”374.
Convencidos de que no se debía dar tiempo a la dictadura para consolidarse en el
poder, y también de que los sectores populares conservaban una disposición a resistir
que hacía imperativo un liderazgo inmediato y efectivo, los dirigentes del MIR se apres-
taron a reanudar la lucha lo antes posible. Dice al respecto Pascal Allende: “recibíamos

372
Entrevista a Mario Garcés, 31 de enero de 2006.
373
Andrés Pascal Allende “MIR, 35 años”, IV Parte, Punto Final Nº 480, 21 de septiembre al 5 de octubre,
2000.
374
¿Qué es el MIR?, op. cit., p. 19.

170
informaciones de que en sectores de base de la Izquierda persistía un ánimo de lucha,
de que había grupos obreros que realizaban formas de sabotaje en sus industrias, que en
las poblaciones se conformaban redes de apoyo, en los campos de concentración los com-
pañeros se organizaban unitariamente y mantenían su espíritu en alto. Nuestro juicio
era que la represión había forzado al movimiento de masas a un profundo repliegue, que
sus organizaciones estaban fuertemente golpeadas, pero que no había sido aplastado…
Valorábamos de que a pesar de la represión, el MIR tenía condiciones favorables para
imprimirle un carácter revolucionario al movimiento de resistencia”375. En ese contexto
se verifican las definiciones estratégicas y tácticas reseñadas en la primera parte de
este apartado, y se comienza el trabajo de “aceramiento” del partido para las luchas que
habrían de venir. “Fuimos capaces”, se congratulaba un informe evaluativo del desem-
peño partidario difundido en mayo de 1975, “de reorganizarnos, de restablecer nuestras
relaciones con el movimiento de masas, de organizar el repliegue en algunos sectores de
las masas, de elevar nuestra capacidad militar aumentando de manera importante nues-
tro poder de fuego, de oponernos al asilo y la deserción y de plantear en las bases de
nuestro partido y en algunos sectores de vanguardia de las masas, la continuidad de la
lucha”376.
El año 1974, sin embargo, depararía un cuadro muy distinto al imaginado. El 13 de
diciembre de 1973, al mismo tiempo que comenzaba a circular el más importante docu-
mento táctico posterior al golpe, caía en manos de la represión Bautista Van Schouwen,
uno de los dirigentes más relevantes y emblemáticos del MIR. Las circunstancias de la
caída, provocada por la delación de un sacerdote en cuya parroquia Van Schouwen había
buscado refugio tras quedarse sin casa de seguridad, abrían un signo de interrogación
sobre la capacidad del partido de funcionar efectivamente en la clandestinidad, y presa-
giaban nuevos golpes por venir377. Iniciado el nuevo año, y con la DINA de Manuel Contreras
ya en pleno funcionamiento, se desató sobre el MIR una operación de asedio selectivo que
derivó en la prisión o muerte de numerosos militantes y cuadros directivos: Roberto More-
no, Arturo Villabela (encargado de logística), Ricardo Ruz, el dirigente poblacional Víctor
Toro, el dirigente mapuche Víctor Molfiqueo (“El Manque”), Máximo Gedda, la secretaria
de la Comisión Política María Angélica Andreoli, y muchos otros378. Decididos a aplastar
en su raíz cualquier capacidad de resistencia armada de parte del partido supuestamente
más preparado para actuar en ese terreno, los flamantes organismos de seguridad descar-
garon toda su fuerza represiva sobre el MIR, estrenando métodos que después se harían

375
Andrés Pascal Allende “MIR, 35 años”, V Parte, Punto Final Nº 482, 20 de octubre al 3 de noviembre
de 2000.
376
El desempeño táctico y la situación actual del MIR”, op. cit., p. 331.
377
La caída de Van Schouwen y su acompañante Patricio Munita (“James”) ha sido relatada por Carmen
Castillo op. cit., ps. 38-39; y Andrés Pascal Allende “MIR, 35 años”, V Parte, op. cit. Ver también
Nancy Guzmán Un grito desde el silencio, Santiago, LOM, 1998.

171
tristemente célebres como las “ratoneras” (detención de militantes en puntos o casas de
reunión), la transformación, a menudo bajo tortura, de militantes en delatores (los casos
de Leonardo “Barba” Schneider y Marcia Merino, la “flaca Alejandra”), y muchos otros379.
Hacia mediados de 1974, tanto el Comité Central como la Comisión Política habían
perdido alrededor de un 40% de sus integrantes, lo que obligó al partido a re-estructurar
sus direcciones, disminuir su ritmo de actividad e intensificar las normas de seguridad
para el trabajo clandestino380. Recuerda al respecto Pascal Allende: “Concluimos que nos
habíamos propuesto un nivel de tareas superiores a las condiciones de nuestra organiza-
ción, proponiendo reducir el ritmo de actividades y aplicar medidas de seguridad,
compartimentación, funcionamiento, comunicaciones, etc., mucho más rigurosas. De he-
cho, implicaba postergar la retoma de la iniciativa táctica que a través de acciones de
propaganda armada preparábamos para el segundo semestre del 74 y realizar en cambio
un repliegue interno para construir una clandestinidad más profunda”381. Una de las me-
didas adoptadas en función de ese repliegue fue la salida del país de Edgardo Enríquez,
hermano de Miguel y miembro de la Comisión Política. Aunque muy resistida por él mis-
mo, en concordancia con la voluntad partidaria de permanecer en Chile, esa decisión lo
mantuvo con vida hasta abril de 1976, cuando fue detenido en Buenos Aires por la policía
política argentina y posteriormente entregado a su similar chilena, donde su rastro se
pierde para siempre382.
La reducción forzada de su actividad se avenía muy mal con la convicción partidaria
de que las masas populares estaban impacientes por recibir el liderazgo organizativo que,
a su juicio, solo el MIR les podía brindar. “La situación política actual y la reanimación de
masas”, aseguraba un documento interno de junio de 1974, “requiere cada vez con mayor
urgencia de conducción política, que hasta aquí solo nosotros hemos intentado seriamente
ofrecer”. Se aludía allí con satisfacción a una campaña agitativa y propagandística desa-
rrollada en torno al Primero de Mayo, y se daba cuenta de un fortalecimiento del trabajo
en diversos frentes sociales, “donde ya suman cerca de un millar los comités de resisten-
cia”383. Recuerda al efecto uno de nuestros entrevistados un acto de homenaje a un obrero

378
Pascal Allende “MIR, 35 años”, V Parte, op. cit.; Cavallo et al., La historia oculta del régimen militar, op.
cit., capítulo 7.
379
Carmen Castillo ha realizado un documental sobre el caso de la “flaca Alejandra”. Sobre Leonardo
“Barba” Schneider, ver reportaje de César Villalobos Vergara “El agente clave en la desarticulación
del MIR”, El Siglo, Santiago, 3 de mayo de 2002. Agradezco esta referencia a Rolando Álvarez.
380
Se elaboró al efecto, en junio de 1974, un largo informe titulado “¡¡A fortalecer nuestro partido!! Los
golpes recientes: algunas lecciones y la reorganización de las direcciones”, una de cuyas copias figu-
ra en el ACEME como documento M 105.
381
Pascal Allende “MIR, 35 años”, V Parte, op. cit.
382
Carmen Castillo, op. cit., pp. 100-109.
383
“¡¡A fortalecer nuestro partido!! Los golpes recientes: algunas lecciones y la reorganización de las
direcciones”, op. cit.

172
del antiguo cordón Vicuña Mackenna fusilado durante los días del golpe, en el que se
congregaron disimuladamente, repartidos en grupos de a tres, alrededor de cuarenta tra-
bajadores de diversas fábricas del sector, los que fueron depositando claveles rojos sobre
su tumba. En su valoración retrospectiva, esos gestos expresaban “una reacción en el do-
lor, en la tristeza por la derrota, pero que tenía incubada en su seno grandes posibilidades
de transformarse en una lucha frontal, revolucionaria, para cambiar la situación enorme
de repliegue que vivíamos”384.
No obstante la represión, señalaba al respecto la dirección del partido, “la clase obrera
y el pueblo hoy reprimidos y super-explotados nos exigen que sepamos sortearla, que de la
base a la dirección hagamos todos los sacrificios y los esfuerzos necesarios para corregir
nuestros errores. Nunca el momento político nacional e internacional nos ha sido más
favorable. Es nuestro deber no farrearnos una coyuntura histórica”. “En períodos de reflu-
jo”, se decía en otra parte, “es posible y necesario iniciar acciones progresivamente
ofensivas en el terreno político (reorganización de la masa, ponerla en movimiento, reani-
marla), y en el terreno militar (propaganda armada)”, alusión esta última a operaciones
como la instalación de bombas de ruido, reparto de panfletos con resguardo armado, y
otras por el estilo. Haciendo alusión a diversos conflictos locales por reivindicaciones eco-
nómicas que se venían dando, según el MIR “desde septiembre mismo”, en rubros tales
como el textil, metalmecánico, carbonífero, electrónicas de Arica, etc.; y también a la inci-
piente activación en torno a la defensa de las víctimas de la represión y la recuperación de
las libertades públicas, se evaluaba que el partido “estaba atrasado en relación a la dispo-
sición y actitud del movimiento de masas”. Y ante lo que estimaban la parálisis total del
resto de las colectividades de izquierda, impactadas por la represión, el exilio y el temor,
concluían que “donde nosotros como partido no funcionamos y trabajamos, la reanima-
ción del movimiento de masas no cristaliza en reorganización y actividad de ellas”385.
Hacia agosto de 1974, y habiendo resistido dos grandes ofensivas represivas, Miguel En-
ríquez estimaba que el MIR había logrado adoptar las medidas necesarias para “recibir y
escabullir los golpes”. “La Resistencia”, agregaba, ha ido tomando cada vez más fuerza, unien-
do desde abajo a la clase obrera, al pueblo y a la izquierda, y creando miles de Comités de
Resistencia. En este proceso, el MIR se ha fortalecido y ha multiplicado su influencia en el
seno de la clase obrera, incorporando a sus filas a un crecido número de la vanguardia prole-
taria”386. A partir del mes siguiente, sin embargo, recrudeció el asedio de la DINA, culminando

384
Entrevista a Roberto Ahumada, citada.
385
“¡¡A fortalecer nuestro partido!! Los golpes recientes: algunas lecciones y la reorganización de las
direcciones”, op. cit.; “Respuesta a un documento emitido por un grupo de compañeros de la Colo-
nia Valparaíso”, documento interno redactado por Miguel Enríquez, julio de 1974, ACEME, docu-
mento M 106.
386
“A convertir el odio e indignación en organización de la Resistencia”, entrevista a Miguel Enríquez
publicada en El Rebelde, Nº 99, agosto de 1974; ACEME, documento M 109.

173
el 5 de octubre con el asalto a la casa de seguridad en que permanecía el propio jefe máximo
del MIR, quien resultó muerto en el enfrentamiento387. Por esos mismos días cayeron, preci-
samente en las operaciones que hicieron posible la detección de Miguel Enríquez, otros
cuadros emblemáticos como Sergio Pérez y Lumi Videla, cuyo cuerpo fue posteriormente
arrojado al interior de la embajada de Italia con el fin de imputar su muerte a un ajuste de
cuentas entre los propios miristas388. Hacia fines de 1974 morían también el jefe del aparato
militar José Bordaz (el “Coño Molina”), en cuya captura participó el colaborador Leonardo
“Barba” Schneider, y Alejandro de la Barra, miembro del Comité Central, este último junto
a su compañera y también militante Ana María Puga389. Poco después comparecían ante las
cámaras de televisión, en lo que el partido calificó como un montaje propagandístico del
régimen, cuatro militantes detenidos por los aparatos de seguridad llamando al MIR a reco-
nocer la derrota y a deponer una resistencia que juzgaban inútil390. El primer año completo
en dictadura terminaba en condiciones bastante poco alentadoras.
Ya bajo la conducción de Andrés Pascal Allende, sucesor de Miguel Enríquez en el
cargo de Secretario General, a comienzos de 1975 el MIR realizó una evaluación general
de lo que había sido su “desempeño táctico” en los 18 meses transcurridos desde el
golpe de Estado. Se reconoció allí que “la larga y salvaje ofensiva represiva” que había
hecho del partido su blanco preferencial había significado costos “inmensos”, incluyen-
do “la muerte y encarcelamiento de decenas de compañeros, la desarticulación de
estructuras y tareas, las desconexiones internas, el repliegue, los efectos desmoraliza-
dores de las campañas propagandísticas de la dictadura en las masas, y aun”, en una
evidente alusión al llamado televisivo a deponer las armas, “el surgimiento de actitudes
derrotistas y deserción de algunos cuadros”. En parte, reconocían, esta situación obede-
cía a errores propios, particularmente el de no percibir que “antes de iniciar ofensivas
tácticas”, como las que se habían intentado en abril-mayo y nuevamente en septiembre
de 1974, “era necesario fortalecer mucho más al Partido y a los comités de resistencia”.
También se había sobredimensionado el efecto que tendrían “la super-explotación y la
represión” en despertar en los sectores populares un espíritu de resistencia, así como
en exacerbar las “contradicciones interburguesas”. Esta actitud, que la propia Comi-
sión Política calificaba como “espontaneísta”, nacía, a su juicio, de una subvaloración
de la falta de experiencia del movimiento popular chileno en la lucha ilegal y clandesti-
na, así como de la profundidad que había alcanzado “la atomización y reflujo de los
sectores atrasados de masas”. Tampoco se había reparado en que el MIR, a quien le

387
Este episodio, así como las incidencias que condujeron a él, ha sido relatado con gran sentimiento y
dramatismo por Carmen Castillo, compañera de Miguel Enríquez, que resultó herida a bala en el
tiroteo; cf. Un día de octubre en Santiago, op. cit.
388
Ibid.
389
El Rebelde, marzo de 1975; El Siglo, 3 de mayo de 2002.
390
Ercilla, Nº 2065, 26 de febrero al 4 de marzo de 1975.

174
habría correspondido, en su auto-conferida calidad de vanguardia revolucionaria, gati-
llar la activación de una resistencia más masiva, “carecía aún de una suficiente
consolidación política y desarrollo orgánico en estos sectores como para conducirlos
con efectividad”.
Pero pese a todos estos errores de percepción y acción, el análisis mirista insistía en
que “la presencia de una fuerza revolucionaria de resistencia que la dictadura ha sido
incapaz de destruir, agudiza las contradicciones interburguesas y obliga a los sectores
burgueses contrarios a la Junta Militar a mostrar una mayor oposición, en un intento de
evitar que el descontento popular sea cada vez más canalizado por la fuerza revoluciona-
ria”. Más categórico aun: “es indudable que (sin la acción del MIR) hoy en Chile no habría
resistencia alguna, no habría fuerza revolucionaria organizada, el reflujo del movimiento
obrero y de la izquierda sería enormemente más grande, las políticas burguesas y refor-
mistas hubieran penetrado sin contención el movimiento popular, la dictadura se habría
fortalecido y estabilizado por décadas”. Se ratificaba entonces, a manera de conclusión,
que los lineamientos estratégicos y tácticos que se venían aplicando eran los correctos, y
que el partido, “endurecido en el combate”, seguía siendo, con “miles de obreros y comba-
tientes de vanguardia organizados en los comités de resistencia”, el principal instrumento
para conducir al pueblo en su lucha contra la explotación de “patrones insaciables” y la
represión de “gorilas asesinos”391.
Pero al MIR no se le ocultaba, detrás de esta retórica un tanto “mesiánica”, que los golpes
recibidos y la dificultad de restablecer vínculos más masivos y permanentes con los frentes
sociales evidenciaban su incapacidad de llevar adelante la lucha por sí solo. Es verdad que
desde comienzos de 1974 venía realizando insistentes llamados a conformar un “Frente Político
de la Resistencia” que aglutinara a todos los partidos de la Unidad Popular, al MIR, e incluso a
sectores “democráticos” de la Democracia Cristiana, pero sin lograr mayor acogida. Particular-
mente tenaz había sido la oposición del Partido Comunista, que en un documento de septiembre
de 1974 titulado “El ultraizquierdismo, caballo de Troya del imperialismo” había acusado al
MIR de perjudicar objetivamente la lucha anti-dictatorial al insistir en una lucha armada in-
viable que solo traía por resultado mantener la acción represiva en su máxima intensidad,
dificultar la rearticulación de las organizaciones de masas, y obstaculizar la alianza con la
Democracia Cristiana, que ese partido juzgaba imprescindible para conformar una “correla-
ción de fuerzas políticas favorable” para el próximo fin de la dictadura392.
Por su parte, el MIR estimaba que la política de alianzas del PC descansaba sobre la “iluso-
ria esperanza que la dictadura caerá por sí sola, producto de las propias contradicciones

391
“El desempeño táctico y la situación actual del MIR”, documento de la Comisión Política de mayo de
1975, reproducido en Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Dos años en la lucha de la Resistencia Popu-
lar…, op. cit., pp. 321-341.
392
Esta polémica ha sido resumida en Arrate y Rojas, op. cit., pp. 234-235.

175
interburguesas y de la presión internacional que sobre la Junta Militar Gorila ejercen sectores
de la burguesía europea y norteamericana”. Especialmente irritante le resultaba la supuesta
obsesión comunista con “subordinarse a sectores de la burguesía que hoy aumenta sus roces
con el gobierno militar”, a los que identificaba explícitamente con el ala “freísta” de la Demo-
cracia Cristiana. También gravitaba sobre esta discordancia la diferente caracterización que
unos y otros hacían del régimen dictatorial: “fascista” para los sectores liderados por el PC,
“gorila” para el MIR. Detrás de lo que parecería haber sido un mero preciosismo conceptual se
ocultaba una apreciación discrepante respecto de los efectos que había tenido el golpe de
Estado sobre el movimiento popular, lo suficientemente catastróficos, desde la óptica comunis-
ta, como para justificar una política profundamente defensiva y buscar la formación de un
“frente antifascista” que incluyera, aun en posiciones de liderazgo, a sectores de la burgue-
sía393. El MIR, en cambio, evaluaba los excesos represivos de la dictadura más bien como un
síntoma de la incapacidad de ampliar sus bases sociales (y por tanto, de debilidad), y confiaba
más en la disposición de los sectores populares a conducir la lucha “con sus propias fuerzas”394.
Pero por encima de esas diferencias, y como lo planteó abiertamente Edgardo Enrí-
quez, a la sazón Responsable Exterior del MIR, en un acto solidario realizado en París a
comienzos de febrero de 1975, la “potencialidad de lucha” del pueblo chileno no podría
expresarse plenamente en ausencia de “una alternativa política capaz de unificar el con-
junto del pueblo y dar una calidad superior a su acción en contra de la dictadura”. Por eso,
y sin perjuicio de que el MIR se mantuviese fiel “a nuestro programa de revolución prole-
taria, a nuestro análisis de las causas del golpe militar y a las formas de lucha armada que
preconizamos”, comprendía que su “responsabilidad fundamental ante los ojos del pueblo
de Chile es la de constituir el Frente Político de la Resistencia”. No hacerlo, sentenciaba
Enríquez, equivalía a que “la izquierda en su conjunto pierda la credibilidad ante las
masas y no pueda exigirles, posteriormente, que ellas consideren seriamente las definicio-
nes estratégicas de cada partido”395.
El llamado a la unidad, sin embargo, no surtió mayor efecto. Al conmemorarse el se-
gundo aniversario del golpe militar, la Comisión Política del MIR seguía lamentando los
efectos de la división, fruto, a su parecer, de “tradiciones y sectarismos partidistas” que
resultaban impropios de un pensamiento “científico” como el marxismo leninismo. “El

393
Hay un análisis muy lúcido sobre la génesis y las implicancias de esta caracterización “fascista” en
Tomás Moulian Chile actual. Anatomía de un mito, op. cit., pp. 257-262.
394
Ver “Carta abierta del MIR a las direcciones y bases del PC, PS, MAPU, MAPU OC, IC, PR y de los
sectores democráticos y antigorilas del PDC, a los trabajadores y al pueblo de Chile”, comunicado
público de la Comisión Política, 1º de enero de 1975; y “Carta de respuesta a la dirección del Partido
Comunista de Chile”, carta de la Comisión Política, enero de 1975; ambas en Movimiento de Izquierda
Revolucionaria. Dos años en la lucha de la Resistencia Popular…, op. cit., pp. 375-399.
395
El discurso de Edgardo Enríquez, pronunciado el 5 de febrero de 1975, está reproducido en Movimien-
to de Izquierda Revolucionaria. Dos años en la lucha de la Resistencia Popular…, op. cit., pp. 401-410.

176
tiempo que ha perdido la izquierda por la falta de unidad”, juzgaba, “es mucho, y el daño
es mayor aun. Pero si todos los militantes de la izquierda y la resistencia impulsan e impo-
nen desde la base la unidad, podemos dar un gran impulso y desarrollo a la lucha contra la
dictadura. Las masas se reactivan, el odio a la tiranía es general y el ejemplo de nuestros
héroes nos enseña el camino de lucha que debemos seguir para alcanzar el triunfo”396. La
soledad, a la que en rigor también habían hecho su aporte ciertas actitudes sectarias o
despectivas del MIR hacia el resto de la izquierda, comenzaba a tornarse abrumadora.
La mirada retrospectiva del partido sobre aquellos meses posteriores a la muerte de
Miguel Enríquez da una pauta de la profundidad de la crisis que subyacía a los persisten-
tes llamados unitarios. En un documento elaborado en marzo de 1987, en el proceso
preparatorio del Cuarto Congreso del MIR, un sector particularmente crítico de lo realiza-
do durante aquellos años señalaba que “a partir de entonces se desata una ola ofensiva
permanente. Las estructuras centrales son totalmente desarticuladas y perdemos una gran
cantidad de recursos. Los Comités Regionales y Grupos Político Militares son fuertemen-
te golpeados, produciéndose prolongadas desconexiones. Cunde en muchos sectores del
partido la desmoralización y el derrotismo, fenómeno”, se cuidan de aclarar, “que no fue
generalizado y que no duró mucho tiempo después de 1975. Centenares de miembros y
cuadros son encarcelados, desaparecidos o asesinados. Para mediados de 1975 el Comité
Central había perdido el 90% de sus miembros, y de la antigua Comisión Política –de antes
del golpe– solo quedaban dos miembros”397.
De hecho, el 15 de octubre de 1975, un año justo después de la caída de Miguel Enríquez,
esos dos miembros sobrevivientes, Andrés Pascal Allende y Nelson Gutiérrez, eran detectados
en una parcela ubicada en la localidad de Malloco, en las afueras de Santiago, logrando escapar
providencialmente tras un enfrentamiento en que murió Dagoberto Pérez, otro cuadro mirista
vinculado al aparato militar. Es revelador del aislamiento en que se hallaba el partido que la
huída de los dos máximos dirigentes y sus compañeras, que finalmente desembocó con las dos
parejas asiladas en la embajada de Costa Rica y la Nunciatura Apostólica, solo fue posible
gracias a la movilización de una red de sacerdotes y religiosas que lograron burlar el operativo
desplegado por la DINA aunque al precio de una fuerte tensión entre el gobierno y las autori-
dades de la Iglesia. Una persona que participó en el “salvataje” de Gutiérrez (que escapaba con
tres heridas de bala) y su compañera María Elena Bachmann, recuerda que el dirigente mirista
fue inicialmente acogido en un sector popular (Pudahuel), pero en la casa de dos religiosas,

396
“Carta abierta del MIR a las direcciones y militantes de todos los partidos de la izquierda y a los
combatientes de la resistencia”, documento de la Comisión Política, Santiago, 11 de septiembre de
1975; reproducido en Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Dos años en la lucha de la Resistencia Popu-
lar…, op. cit., pp. 425-435.
397
“Balance de la historia del MIR chileno”, documento base para el IV Congreso, marzo de 1987; agra-
dezco el acceso a este documento a Rolando Álvarez, quien me facilitó un ejemplar fotocopiado.

177
desde donde fue derivado hacia una casa de reposo de los Padres Columbanos para ser atendi-
do por la doctora británica Sheila Cassidy, cuya posterior detención por los servicios de seguridad
provocó un serio incidente diplomático. Al mismo tiempo, otro militante vinculado al “caso
Malloco”, Martín Hernández, era descubierto en la casa del sacerdote norteamericano Gerardo
Wheelan, quien fue a su vez encarcelado en compañía del sacerdote mirista Rafael Maroto398.
Haciendo un balance de lo ocurrido a partir del allanamiento de la parcela de Malloco, el
Almirante José Toribio Merino, integrante de la Junta de Gobierno, advertía que claramente el
MIR no se había extinguido, pero agregaba tranquilizadoramente: “Mientras haya miristas suel-
tos, los vamos a cazar. Y los vamos a cazar para que la gente pueda vivir tranquila y desarrollar
sus actividades en paz”399.
A decir verdad, la “cacería” del MIR parecía estar, a fines de 1975, bastante bien
encaminada. La nutrida participación de eclesiásticos en el incidente de Malloco (la revis-
ta gobiernista Qué Pasa tituló sugerentemente dos reportajes publicados durante esas
semanas “El MIR busca asilo eclesiástico” y “El MIR y la Iglesia siguen en la noticia”400)
no era extraña en un período en que la Iglesia se hallaba profundamente comprometida en
la defensa de las víctimas de la represión, pero de todas maneras da una idea de la preca-
riedad de la “retaguardia social” con que esa colectividad contaba para la defensa de sus
mejores cuadros. Hernán Aguiló, quien debió hacerse cargo de lo que quedaba de la es-
tructura partidaria tras la salida de Pascal y Gutiérrez, recordaría después con amargura:
“en los años 74 y 75 más que desarrollar la resistencia (imposible por las condiciones en
que nos encontrábamos), lo que el MIR hace es tratar de proteger artificialmente a sus
dirigentes, cuadros y militantes de la ofensiva de la DINA, SIFA y otros servicios de inteli-
gencia, cuyo objetivo era desarticular y aniquilar al MIR. Esta ‘protección’ artificial se
realiza con medidas fundamentalmente conspirativas (documentación falsa, arriendo de
casas con fachadas falsas, etc.), pero con muy poco apoyo de masas. Si hubiese existido un
mínimo poder popular antes del golpe, la conspiración se habría realizado con las masas,
no fuera de ellas”401. El precio de la consigna “el MIR no se asila”, al parecer, había resul-
tado más alto de lo esperado.

398
Entrevista a Rodolfo Valenzuela, citada. El enfrentamiento de Malloco fue ruidosamente cubierto
por la prensa oficialista del momento; ver, a modo de ejemplo, Qué Pasa, números 235, de 23 de
octubre de 1975, 237, de 6 de noviembre de 1975, y 238, de 14 de noviembre de 1975. También hay un
relato contextualizado de ese episodio en Cavallo, Salazar y Sepúlveda La historia oculta del régimen
militar, op. cit., capítulo 14. Un testimonio de Pascal Allende sobre ese episodio en “Un combate con
la DINA”, Punto Final Nº 235, marzo de 1991.
399
Qué Pasa, Nº 235, 23 de octubre de 1975.
400
Qué Pasa, Nº 237, 6 de noviembre de 1975, y Nº 238, 14 de noviembre de 1975.
401
Hernán Aguiló “Balance crítico de mi militancia revolucionaria”, op. cit.

178
2. La Operación Retorno
El exilio de Pascal y Gutiérrez habría provocado, según el documento de 1987 antes
citado, “una grave crisis de legitimidad al interior de la dirección”. Al ser cuestionado su
liderazgo por “dos compañeros de la Comisión Política y varios miembros del Comité Cen-
tral”, solo hacia mediados de 1976 Pascal Allende fue reconfirmado como Secretario General
del partido, situación sobre la cual “las bases del partido jamás fueron informadas”402. El
saldo de la ofensiva represiva hasta ese momento, siempre citando ese escrito, era de “casi
un millar de militantes asesinados”. En un tenor algo más sobrio, los informes sobre viola-
ciones a los derechos humanos elaborados en la década de 1990 fijarían el total de miristas
muertos durante la dictadura en 440, lo que de todas maneras, en proporción a su militan-
cia, resulta inmensamente superior al de cualquier otro partido de la Izquierda403. Había
también “otro millar de militantes encarcelados, quienes entre 1975 y 1977 salen en su
gran mayoría fuera del país, juntándose con casi un millar de miristas exiliados en los
primeros años”. Sólo permanece en el país “literalmente un puñado de cuadros y menos
de medio centenar de militantes concentrados en tareas de sobrevida”404. Uno de nuestros
entrevistados, que formaba parte de ese “puñado”, habla de un total de “setenta y tantos
militantes conectados”, en tanto que Hernán Aguiló, Secretario Interior del partido tras
la salida de Pascal Allende, habla de “poco más de un centenar de militantes organizados
en el país”405. Para otro de esos sobrevivientes, Mario Garcés, “lo de Malloco vino a confir-
mar que estábamos siendo víctimas de una ofensiva represiva mayúscula, con efectos
devastadores sobre la estructura”406. En una amarga ironía, la organización que había ci-
frado su legitimidad como vanguardia revolucionaria en su empecinada permanencia en
el país, terminaba con una aplastante mayoría de sus cuadros en el exilio.
El pequeño núcleo que logra mantenerse en Chile bajo la conducción de Aguiló, anti-
guo dirigente del Frente de Trabajadores Revolucionarios (uno de nuestros entrevistados

402
Una de nuestras entrevistadas, Luz Lagarrigue, exiliada por ese tiempo en Argentina, confirma la
existencia de esa crisis, en la que también habría intervenido, desde Buenos Aires, el todavía vivo
Edgardo Enríquez; entrevista realizada el 22 de marzo de 2006.
403
Citado en Arrate y Rojas, op. cit., tomo II, p. 185. Según esa misma fuente, el total de socialistas
muertos en igual período ascendió a 482, el de comunistas a 427, y el de mapucistas a 36. Según
Tomás Moulián, los militantes miristas muertos específicamente entre los años 1973 y 1980 fueron
“más de 250”, en Chile actual. Anatomía de un mito, op. cit., p. 256.
404
“Balance de la historia del MIR chileno”, op. cit.
405
Entrevista a Roberto Ahumada, citada; Hernán Aguiló, “Balance autocrítico de mi militancia revolu-
cionaria”, op. cit. Otra de nuestras entrevistadas, Luz Lagarrigue, aumenta ese número a “más de
trescientos”, pero cabe aclarar que para esos años ella se encontraba fuera del país. Cristián Pérez,
en su artículo “Historia del MIR…”, atribuye a uno de sus entrevistados una cifra no mayor a los
cincuenta militantes, incluyendo los “ayudistas”, op. cit., p. 23.
406
Entrevista a Mario Garcés, citada.

179
habla de la “histórica base madre Miguel Enríquez407”), debe realizar su labor en medio
del acoso represivo y del temor generalizado de los sectores sociales que podrían haberle
brindado apoyo. “Obligados a desarrollar la más estricta práctica conspirativa”, continúa
el informe citado más arriba, “y contando con muy pocos cuadros, no desarrollan una vida
partidaria colectiva y se produce un encapsulamiento que solo comienza a superarse con
la salida de los ex presos de las cárceles”. “Fortalecidos política e ideológicamente” por su
experiencia en prisión, estos últimos habrían impulsado al partido a involucrarse en las
actividades de defensa de los derechos humanos que por aquellos años comenzaban a to-
mar un cariz más público, desarrollando a partir de allí “un proceso de reconstrucción
partidaria y de trabajo de masas”408. Un entrevistado recuerda que la inserción más orgá-
nica del MIR en el “frente de derechos humanos”, primero a título más personal que
estrictamente partidario, correspondió a esos presos políticos que recuperaron su liber-
tad entre 1976 y la ley de amnistía de 1978, y que por la naturaleza de sus penas no debieron
marchar al exilio: “gente que venía saliendo de los campos de concentración y que se
fueron a formar bolsas de cesantes y comités de defensa de los derechos humanos, tam-
bién las familiares de detenidos desaparecidos, donde no existía partido”409. Nacía así el
primer germen, como se verá más adelante, de lo que eventualmente sería el Comité de
Defensa de los Derechos del Pueblo (Codepu).
Quienes vivieron ese difícil período recuerdan la lentitud y la precariedad con que
se generaban las condiciones que les aseguraran lo que en la jerga partidaria se denomi-
naba por aquel entonces la “sobrevida”. Recuerda al efecto Roberto Ahumada: “no
teníamos un ‘territorio de repliegue’ que toda fuerza político-militar necesita para el
combate. Nadie podía abrirte la puerta y refugiarte de la noche a la mañana, no por falta
de empatía ni de solidaridad hacia tu lucha, ni por falta de deseos de libertad. Sencilla-
mente por las consecuencias que para ellos iba a traer ese acto”. Los pocos que sí fueron
capaces de construir tales “territorios de repliegue social” iniciaron desde allí las pri-
meras y tímidas acciones de movilización y protesta. Refugiados detrás de identidades
falsas (“socías”, las llama nuestro entrevistado Roberto Ahumada), ocultos en poblacio-
nes y barrios populares por los escasos “ayudistas” que estaban dispuestos a correr el
riesgo de albergar miristas, los que lograron eludir la persecución y sepultarse en la
clandestinidad fueron poco a poco integrándose a las organizaciones “naturales” de esos
sectores (clubes deportivos, asociaciones juveniles, grupos culturales), o las que fueron

407
Entrevista a Mauricio Ahumada, 12 de enero de 2006. Mauricio Ahumada, actualmente sociólogo,
comenzó a militar formalmente en el MIR en 1980, como parte de la Agrupación de Familiares de
Prisioneros Políticos. Durante los años que aquí se recuerdan todavía era estudiante de la enseñanza
media, y le tocó actuar como “enlace” de su hermano clandestino Roberto Ahumada, también entre-
vistado para este artículo.
408
“Balance de la historia del MIR chileno”, op. cit.
409
Entrevista a Mauricio Ahumada, citada.

180
surgiendo al calor de la propia coyuntura recesiva y dictatorial (bolsas de cesantes,
comedores populares, grupos de defensa de los perseguidos políticos).
Roberto Ahumada relata, a modo de ejemplo, cómo sus dotes futbolísticas le permitie-
ron convertirse en dirigente de un club deportivo en la población donde logró mantenerse
clandestino desde 1973 hasta 1980: “Nos dimos cuenta de que una de las actividades de
sociabilidad popular que continuaba era el fútbol de barrio. Los clubes deportivos comen-
zaron a ser entonces el punto de reunión donde iba a expresarse, en el grito por el gol, en
la forma de relacionarnos, esa fuerza de clase, esa conciencia de clase, esa capacidad po-
lítica que había adquirido nuestro pueblo, de seguir expresándose como sujeto de la
historia”. Desde allí, continúa el recuerdo de ese entrevistado, se promovieron diversas
iniciativas que fueron incorporando al activismo anti-dictatorial a personas inicialmente
paralizadas por el temor (“ ‘a mí no me gusta la política, yo no quiero saber más de políti-
ca’, decían las señoras y los hombres más miedosos”). Surgió así el apoyo solidario a
organismos de defensa de los derechos humanos, los cursos de alfabetización, las obras de
teatro, los comités de reforzamiento escolar para los hijos de los pobladores, los encuen-
tros musicales, etc.410.
Como sucedía con otros grupos de izquierda por aquella época, esta labor encontró un
espacio de acogida en las comunidades eclesiales de base, entre las que el MIR tuvo un
foco bastante fecundo de reclutamiento411. Otro entrevistado, que no militaba en el MIR
pero sí participaba en grupos cristianos de izquierda en poblaciones santiaguinas como
Villa Francia y El Montijo, recuerda la nutrida presencia de pobladores miristas en las
organizaciones de apoyo social que funcionaban bajo el alero de la Iglesia: grupos de sa-
lud, comedores infantiles, y otras por el estilo. “Había pobladores militantes del MIR que
realizaban acciones de concientización para que la gente no se diera por vencida, panfle-
teos, gestos no de resistencia armada, sino de movilizar conciencia”. Evoca especialmente
en ese contexto a la religiosa Blanca Rengifo, posteriormente Secretaria Ejecutiva del
Codepu, quien por aquellos años residía en El Montijo y prestaba servicios paramédicos
(“colocar inyecciones, prestar ayuda solidaria en salud”)412.
Similar fue la experiencia de Mario Garcés, quien sí era militante y vivenció por este
tiempo su reinserción en los frentes sociales. Sus vínculos con la Iglesia le permitieron
llegar a la emblemática Villa Francia, donde bajo la cobertura de un preuniversitario (“de
hecho, logramos poner tres o cuatro estudiantes en la universidad durante el primer año,
tres o cuatro el segundo, lo cual nos dio una recepción muy favorable”), se dedicó a formar
comités de resistencia donde se discutía la coyuntura nacional, se hacían pequeños pan-

410
Entrevista a Roberto Ahumada, citada.
411
Ver, sobre este tema, el artículo “Cristianos en el MIR”, del teólogo Jorge Bascuñán; Punto Final,
Nº 327, 16 al 29 de octubre de 1994.
412
Entrevista a Rodolfo Valenzuela, citada.

181
fleteos, rayados, etc.413. De este modo, a través de los pocos sobrevivientes y de los nuevos
reclutas, se restablecían los vínculos con la base social que el golpe de Estado y la acción
represiva habían en gran medida seccionado, y que tanta falta habían hecho durante los
primeros años. Evalúa al respecto Mario Garcés: “Se estaba produciendo una lenta recom-
posición de la organización popular en el contexto de la Iglesia, y en los barrios. Ese era el
lugar –los grupos juveniles, conjuntos folklóricos, comunidades cristianas de base, agru-
paciones de cesantes– en el cual el propio pueblo estaba reconfigurándose como sujeto,
como actor político”. Precisamente para contrarrestar esos esfuerzos, y como se ha visto
en el segundo capítulo de este libro, también el régimen dictatorial comenzó por ese tiem-
po a desplegar acciones sociales hacia los sectores poblacionales (“Ayuda a la Comunidad”,
“Operativos Cívico-Militares”, “Operación Invierno”, etc.), bajo el alero de instancias como
el “Voluntariado” femenino y la Secretaría Nacional de la Juventud. Denunciando estas
campañas como mero “paternalismo populista”, El Rebelde en la Clandestinidad de no-
viembre de 1978 advertía que con ellas no se buscaba sino “dividir y confundir al movimiento
popular”, amén de vigilar las actividades de resistencia y proteger a las familias de los
informantes y agentes represivos enquistados en los sectores de residencia popular414.
Por debajo de la incipiente reactivación social, en los espacios que el MIR definía
como “legales y semi-legales”, actuaban los “Comités de Resistencia”, órganos pro-
piamente clandestinos que el partido venía promoviendo desde el golpe mismo, y a los
que asignaba la función de articular la “fuerza social revolucionaria” que a futuro
haría posible el derrocamiento de la dictadura. Éstos estaban integrados por no más
de cinco personas, y su labor era orientar las intervenciones más “abiertas” a las que
se refería el párrafo anterior, a la vez que mantener activa la conciencia de los secto-
res populares sobre la necesidad y la viabilidad de desarrollar la resistencia. Para
este último efecto se verificaban acciones de propaganda como panfleteos, reproduc-
ción y distribución de prensa clandestina (como El Rebelde en la Clandestinidad),
rayados murales, pegoteo de consignas en vehículos de la locomoción colectiva, actos
relámpago de conmemoración de fechas importantes para la historia izquierdista y
popular, etc.
No todos los integrantes de los Comités eran miristas: más bien se trataba, al menos
en la intención, de que estos núcleos sirviesen de punto de encuentro entre distintos
partidos y personas sin militancia, para así ir forjando “por la base” la unidad que tan
esquiva se tornaba a nivel cupular. “Es tarea de cada militante de la izquierda y comba-
tiente de la revolución”, proclamaba una “carta abierta” de la Comisión Política de fines
de 1975, “impulsar la constitución de comités de resistencia en el frente donde se traba-
ja, vive o estudia, reuniendo a los militantes de los partidos de izquierda y de las bases

413
Entrevista a Mario Garcés, citada.
414
El Rebelde en la Clandestinidad, Nº 143, noviembre de 1978.

182
demócrata cristianas, y todos aquellos que sin militar en ningún partido están contra la
dictadura. Impulsar la resistencia sindical y la lucha por la defensa del nivel de vida de
las masas. Impulsar la propaganda clandestina y la propaganda armada de la resisten-
cia”415. Se daba incluso el caso, como el de un entrevistado para este artículo, de que
personas que cumplían labores de apoyo a militantes clandestinos se convirtiesen en
Comités de Resistencia “unipersonales”, realizando a título individual acciones de pro-
paganda que ayudaran a levantar la moral de los sectores más golpeados por la política
dictatorial. “Yo hacía panfletos con papel autoadhesivo engomado”, recuerda Mauricio
Ahumada, “escribía con plumones La Resistencia Popular Triunfará, Abajo la Dictadu-
ra, y salía por mi cuenta a pegarlos en autos, en bicicletas, en los baños del colegio”. Allí
donde no se contaba con la fuerza suficiente para generar comités o acciones más colec-
tivas, esta suerte de “micro-agitación” servía a lo menos para romper simbólicamente el
silencio represivo, y para mantener un germen de esperanza sobre la necesidad y la
posibilidad de resistir. Opina Mauricio Ahumada que esto tuvo un evidente valor moral,
en tanto demostró que las condiciones para superar la coyuntura dictatorial podían ser
creadas, “a punta de esfuerzo y abnegación”. Esa sería, a su juicio, una de las principa-
les contribuciones del MIR a las luchas del período416.
Empeñadas en esta lenta y subterránea labor de recomposición política y social, la
dirección interna y la militancia del MIR asistieron al término de la fase de instalación de
la dictadura. Hacia fines de 1976, la prensa y la documentación partidaria señalaban que
el régimen había iniciado un período de “estabilidad relativa”, signada por una también
relativa mejoría en la situación económica, por la generalización en América del Sur de
los gobiernos “contrarrevolucionarios”, y por el “decisivo apoyo que recibe del imperialis-
mo yanqui”. Ello había hecho posibles los primeros gestos de institucionalización de lo
que hasta entonces se había mantenido como una situación eminentemente excepcional,
ejemplificados durante ese mismo año por la dictación de las primeras Actas Constitucio-
nales y la formación del Consejo de Estado, y que culminarían en julio de 1977 con los
anuncios de Chacarillas417. Sin embargo, estimaba el MIR, no debía deducirse de dicho
cambio de coyuntura que la lucha por el derrocamiento de la dictadura perdiera urgencia,
o que las condiciones mundiales no siguieran favoreciendo el avance estratégico del socia-
lismo, como lo evidenciaba el reciente triunfo en Vietnam, los avances revolucionarios en
Laos y Camboya, y las luchas de liberación nacional en las colonias que mantenía Portugal

415
“Carta abierta del MIR a las direcciones y militantes de todos los partidos de la Izquierda y a los
combatientes de la Resistencia”, 11 de septiembre de 1975, op. cit.
416
Entrevista a Mauricio Ahumada, citada.
417
Estos primeros gestos institucionalizadores han sido resumidos por Cavallo, Salazar y Sepúlveda en
La historia oculta del régimen militar, op. cit., capítulo 16; para un estudio en profundidad, ver Carlos
Huneeus El Régimen de Pinochet, op. cit., capítulo 3.

183
en el continente africano. “Los principios del marxismo-leninismo”, sentenciaban, “fla-
mean con más fuerza que nunca en el mundo”418.
Internamente, y pese a la consolidación del régimen dictatorial, también existían algu-
nas señales alentadoras. Durante 1976 se habían verificado las primeras expresiones más
orgánicas y masivas de descontento sindical, motivadas por la caída en los salarios, los altísi-
mos índices de cesantía, y la falta de interlocución entre las organizaciones obreras y las
autoridades de gobierno, amén de la vigilancia policial que sobre aquéllas se ejercía en
virtud del Decreto Ley Nº 198, (de diciembre de 1973), que suspendía las elecciones internas
y restringía las materias que podían tratarse en las reuniones sindicales. Mediante cartas
públicas de protesta, asambleas reivindicativas, y la formación de referentes supra-empresa
claramente disidentes de la política oficial, como el llamado “Grupo de los Diez”, este sector
comenzó a recuperar los niveles de protagonismo que lo habían convertido a lo largo del siglo
XX en un sujeto gravitante dentro del quehacer popular y nacional419.
Entusiasmado por este fenómeno, el MIR dedicaba el primer número de El Rebelde en
la Clandestinidad de 1977 a destacar las proyecciones de una reanimación que decidida-
mente había que estimular. Ella era demostrativa, a su parecer, de que “en el contexto de
las duras condiciones del período contrarrevolucionario, el movimiento de masas, aguijo-
neado ya por tres años de superexplotación y represión, no está aplastado ni resignado
pasivamente a la suerte que la dictadura le impone”. Le preocupaba, sin embargo, que las
acciones desarrolladas no hubieran sido capaces de trascender “el estrecho marco legal
que la dictadura permite”, llamando por lo tanto a la resistencia sindical a avanzar hacia
“formas superiores de lucha”, tales como la amenaza o el castigo a patrones explotadores
y soplones, el sabotaje material (cuidando sí de no provocar “cesantía de trabajadores”), y
actos de propaganda “a través de medios no tradicionales”, tales como las bombas panfle-
teras, las bombas de ruido o el “castigo a los agentes de la DINA y demás servicios de
inteligencia”420.
Resulta muy reveladora esta preocupación del MIR por reinsertarse en un sector que
siempre había reconocido como estratégico, pero en el que nunca había logrado una pre-
sencia muy significativa, y del que prácticamente había desaparecido tras el golpe de
1973. Recuerda al respecto Roberto Ahumada que ser identificado como mirista era en

418
El Rebelde en la clandestinidad, suplemento al Nº 125, marzo de 1977. Ver también El Rebelde en la
clandestinidad, Nº 124, diciembre 1976-enero 1977, y un informe de coyuntura de comienzos de 1977
que se conserva en el Fondo Documental “Eugenio Ruiz Tagle”.
419
Esta reactivación ha sido sintetizada por Arrate y Rojas op. cit., tomo II, ps. 223-226, 244, 250, 255-
256; para un análisis más focalizado en el mundo laboral ver Campero y Valenzuela op. cit., especial-
mente las pp. 252-267.
420
El Rebelde en la clandestinidad Nº 124, diciembre 1976-enero 1977; “Carta abierta del MIR a los mili-
tantes y dirigentes de la izquierda”, Secretariado Interior, 1º de mayo de 1977.

184
aquellos años motivo de despido inmediato, cuando no de algo peor, razón por la cual los
pocos militantes que habían logrado conservar o conseguir empleo formal debían mane-
jarse en la más estricta clandestinidad, casi como meros observadores. Ello no obstante,
su deber revolucionario era hacerse parte de la agitación que comenzaba a renacer, y con
extrema cautela ir insinuando el paso hacia esas “formas superiores de lucha” que el par-
tido trataba de promover. Interviniendo cuidadosamente en las primeras peticiones o
negociaciones colectivas, sin dar ninguna pista sobre su militancia, su orientación era
“buscar un equilibrio entre la lucha economicista y la política, buscar algún beneficio,
algún bono, partiendo por lo más mínimo: pedirle al patroncito si nos regalaba una copa
porque íbamos a hacer un partido de baby-fútbol, hasta llegar a decirle ‘queremos que nos
suba el sueldo’”. De esa forma, sin incurrir en acciones que seguramente derivarían en la
pérdida del empleo, fueron legitimándose algunos dirigentes de base que, en unos pocos
casos, llegaron incluso a ocupar cargos de dirección intermedia en la Coordinadora Nacio-
nal de Sindicatos, primer referente público más nítidamente ligado a la izquierda sindical421.
Durante 1977, la incorporación de otros sectores sociales a la disidencia abierta abrió
nuevos frentes hacia los cuales el MIR interno procuró orientar sus esfuerzos. Uno de ellos
fueron los estudiantes universitarios, que como se vio en el capítulo dos también estaban en
la mira del proselitismo dictatorial, y para quienes ya a mediados de ese año se levantaba un
“pliego mínimo” que invitaba a luchar por “el derecho del pueblo a educarse, el derecho a la
enseñanza integral y científica, el derecho a la libertad, y el derecho a organizarse libremen-
te”. Mayor relieve aun se le dio a las nacientes movilizaciones de los familiares de
detenidos-desaparecidos, cuyo acto fundacional fue la huelga de hambre que mantuvieron
en junio de ese año frente a la sede de la Comisión Económica para América Latina (CE-
PAL), 26 familiares de desaparecidos, en su mayoría mujeres. Esa lucha, declaraba el
Secretariado Interior, demostraba “cómo cada vez mayores sectores de nuestro pueblo des-
echan las ilusiones de la pasividad, y fortalecen el difícil pero único camino de la resistencia
activa contra la dictadura”. Se llamaba por tanto a formar “comités de apoyo a los familiares
de los desaparecidos y presos en fábricas, fundos, minas y poblaciones, reforzando en todos
los frentes la formación de comités por la defensa de los derechos humanos”422 . Se abría así
un nuevo frente de lucha social, en el que el MIR iba a lograr un protagonismo bastante
mayor que el alcanzado, al menos durante estos años, en el sector sindical o el campesino423.
Mientras todo esto ocurría en el interior, la dirección externa tomaba decisiones que
iban a traer profundas repercusiones para el futuro del MIR. Juzgando que la institucionali-
zación del régimen y la incipiente reactivación de la protesta social generaban demandas

421
Entrevista a Roberto Ahumada, citada. Para el nacimiento y carácter de la Coordinadora Nacional
Sindical ver Campero y Valenzuela op. cit., pp. 269-272.
422
Tanto el “pliego estudiantil” como el llamado a apoyar a los familiares de detenidos-desaparecidos
fueron publicados en El Rebelde en la clandestinidad, Nº 128, junio de 1977.
423
Entrevista a Mauricio Ahumada, citada.

185
que la lentitud de la reconstrucción partidista y la imposibilidad de unificar a la izquierda
no permitían satisfacer, el Comité Central en el exilio resolvió que había llegado el momento
de “inyectar fuerzas desde el exterior, recurriendo a la masa de compañeros que había sido
mandada al destierro desde las cárceles, pretendiendo potenciar con ellos la conformación
de fuerzas militares de manera de no debilitar las de por sí débiles estructuras constituidas
en torno al trabajo social y político”424. Un documento posterior recuerda que hacia fines de
1977 el MIR solo mantenía estructuras centralizadas en Santiago y no había sido capaz de
reconstruir los “Grupos Político Militares” que lo habían articulado orgánicamente antes de
1973. “En las provincias”, reconocía el mismo informe, “solo había bases y miembros desco-
nectados”, situación que según el testimonio de Roberto Ahumada ilustraba elocuentemente
“el alicaído estado del partido”425. De ese diagnóstico nació la “Operación Retorno”, conoci-
da en la jerga partidaria como “el Plan 78”. El 5 de octubre de ese año, al conmemorarse el
cuarto aniversario de la muerte en combate de Miguel Enríquez, la Comisión Política plan-
teaba a la militancia en el exilio que “el partido requiere hoy concentrar y centralizar en
Chile, en el frente, el máximo de su capacidad ideológica, de propaganda, el máximo de su
capacidad para el trabajo de masas y de realización de la línea militar”. En lo que un partici-
pante de la Operación Retorno recuerda como “el terremoto que sacudió al MIR en el
exterior”, se afirmaba que no debía seguirse privando al proletariado chileno “de lo que le
pertenece y que hoy necesita para la lucha, para los próximos combates”426.
Pero la idea no era solamente reforzar lo que ya se venía haciendo de manera “natural
y espontánea”. Hernán Aguiló, quien al momento de iniciarse este proceso seguía a cargo
de la dirección interna, señala que junto con aportar a la reconstrucción partidaria, el
Plan 78 se proponía “preparar las condiciones para el desarrollo de los frentes guerrille-
ros y el fortalecimiento de los grupos operativos urbanos y suburbanos, a fin de extender
las acciones de resistencia armada”427. En consonancia con la visión estereotipada del
MIR como un exponente casi obsesivo de “militarismo” político, ésta es la imagen que ha
predominado cuando se evoca la Operación Retorno. Sin embargo, la documentación par-
tidista es enfática al establecer que “el Plan 78 no se reducía a plantear una pura ofensiva
militar, sino que estaba planteado en términos político-militares”428. Más precisamente, su
objetivo estratégico era “avanzar hacia una creciente acumulación de fuerza social, políti-
ca y militar que nos permitiera a largo plazo derrotar a la dictadura desde abajo y establecer
un Gobierno Democrático, Popular y Revolucionario”. A plazo más inmediato, se buscaba
también “empantanar el proceso de institucionalización del nuevo estado dictatorial”, y
estimular la resistencia de masas “combinando las acciones clandestinas con el impulso

424
Comité Memoria Neltume Guerra en Neltume, op. cit., p. 92.
425
“Balance de la historia del MIR chileno”, op. cit.; entrevista a Roberto Ahumada, citada.
426
Comité Memoria Neltume, Guerrilla en Neltume, op. cit., p. 47.
427
Hernán Aguiló “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, op. cit.
428
“Balance de la historia del MIR chileno”, op. cit.

186
de la lucha abierta, ofensiva y directa”. Así, el componente armado no se enfatizaba solo
por su proyección estratégica fundamental, congruente con la línea partidista de “guerra
popular prolongada”, sino igualmente por ser un “factor tácticamente decisivo para re-
montar la presencia política de la resistencia y abrir espacio al desarrollo de la lucha
antidictatorial de masas”429.
En esa óptica, lo prioritario no era necesariamente la constitución de guerrillas
permanentes, sino más bien comenzar con acciones de propaganda armada “menor y mayor”
(objetivo, como se recordará, que se venía planteando desde 1974), para pasar desde allí a
otras de “sabotaje menor” y posteriormente a “acciones operativas guerrilleras”. A cargo
de todo esto estarían las “fuerzas milicianas populares”, unidades formadas a partir de los
frentes de masas y que no tendrían un carácter permanente. Tampoco contarían con equipos
militares, preparación técnica ni armamento, “sino que debían inventar, adecuar o conseguir
sus recursos y medios de lucha aplicando un arte operativo simple, funcional a sus
posibilidades pero que potenciaba una rápida organización y capacidad operativa”. La
posibilidad de apoyarse y fundirse en una “retaguardia social” garantizaría que las milicias
no se desvincularan de los frentes de masas, evitando los problemas de “encapsulamiento”
que tanto daño habían causado en la fase 1973-1975. Sólo una vez consolidadas las milicias,
y precisamente a partir de ellas, pasarían a conformarse las “unidades operativas de
guerrilla urbana y suburbana, y también rurales”, las que eventualmente, una vez que
lograran liberarse espacios territoriales del control dictatorial, derivarían en guerrillas
permanentes. De ese modo, las milicias ocupaban una posición de “bisagra” entre el
accionar político y el militar, manteniendo unidas las dos caras de una estrategia, la de
“guerra popular prolongada”, que el MIR siempre definió como indivisiblemente política
y militar430. Ésa al menos era la teoría.
Es importante consignar que la aprobación del Plan 78 no estuvo exenta de controver-
sia. El tantas veces citado “Balance de la Historia del MIR chileno” de marzo de 1987,
reconociendo la audacia del plan y su capacidad de “galvanizar las fuerzas del partido”,
critica sin embargo la falta de participación en su gestación del conjunto del Comité Cen-
tral, siendo particularmente preocupante la exclusión de los miembros que se encontraban
dentro de Chile. De allí se derivarían, a su juicio, serios problemas de desconocimiento de
la realidad nacional y de magnificación de la reactivación social, más aun cuando, invocan-
do criterios de seguridad, “solo la Comisión Política conoció globalmente todos los aspectos

429
“Síntesis y evaluación de la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”, informe
redactado en septiembre-noviembre de 1985 por sobrevivientes de esas fuerzas; el destacado es mío.
Agradezco a Luz Lagarrigue el haberme facilitado una copia de este importantísimo documento.
430
Esta estrategia, y su incidencia en el diseño de la “Operación Retorno”, están bien sintetizadas en el
capítulo VI del libro Guerrilla en Neltume, que se titula precisamente “El Plan 78”. La condición de
“bisagra” que debían ocupar las milicias ha sido también enfatizada por Mauricio Ahumada, entre-
vista citada.

187
del Plan”. Aun así, los debates sostenidos en el Comité Central Exterior fueron “durísi-
mos”, pues más de la mitad de sus integrantes “tenía fundadas críticas a un plan que
consideraban se basaba en una apreciación exageradamente optimista de las tendencias
políticas en Chile, en un plan que no otorgaba suficiente peso a la necesidad de recons-
truir sólidamente al partido en la lucha antidictatorial de masas, antes de pasar a fases
superiores de lucha”.
La decisión de seguir adelante pese a estas divergencias, y pese también a la desinfor-
mación casi total del partido en el interior, equivalió, en la opinión de este documento, a
que “un pequeño núcleo de dirigentes históricos que tenían acumulado un gran prestigio
y confianza del conjunto del partido, se tomaran la atribución de decidir por sí mismos un
proyecto estratégico”. Esta impresión es corroborada por la entrevistada Luz Lagarrigue,
a la sazón ubicada en las direcciones medias del frente de masas en Santiago, quien re-
cuerda el total desconocimiento de la militancia interior respecto de la apertura del frente
guerrillero431. “Los militantes orgánicos”, complementa Mario Garcés, “nunca nos entera-
mos de que existía una Operación Retorno. Yo me enteré por la prensa cuando ya estaba
fuera del MIR”432. Un grupo de sobrevivientes de las experiencias guerrilleras que se de-
sarrollaron bajo el alero del plan, y que obviamente estaban convencidos de que la política
adoptada había sido la correcta, reconocían sin embargo en retrospectiva que “no hubo
efectivamente un plan definido por el conjunto de la dirección nacional, o un plan que
fuera asumido, conducido e implementado por el conjunto de la Dirección, sino que esta
idea de plan solo quedó reducida a la Comisión Política y el resto de la Dirección solo
conocía aspectos o partes que les tocaban, pero que al no conocer la globalidad del plan,
no ‘ensamblaba’ con una proyección estratégica determinada ni podía influir en la mate-
rialización de las otras partes del plan”433. De esta falta de sintonía, a su juicio, emanaron
situaciones de improvisación, descoordinación y descompromiso que naturalmente iban a
hacer muy difícil el cumplimiento de la ambiciosa tarea.
Sea como fuere, desde fines de 1978 comenzó el retorno clandestino de lo que un docu-
mento partidista cuantificó laxamente como “centenares de compañeros”, lo que permitió,
junto al trabajo de reclutamiento interior, que hacia 1980 el MIR hubiese “triplicado el
número de sus miembros”434. Muchos de los retornados habían pasado por escuelas de
adiestramiento militar en Cuba, y en algunos casos participado activamente en las luchas
revolucionarias que comenzaban a arreciar en Centroamérica, cuyo broche de oro fue el
derrocamiento de la dictadura nicaragüense de Anastasio Somoza. Se suplía así otra de las

431
Entrevista a Luz Lagarrigue 22 de marzo de 2006.
432
Entrevista a Mario Garcés, citada.
433
“Síntesis y evaluación de la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”, op. cit.,
p. 42.
434
“Balance de la historia del MIR chileno”, op. cit.

188
carencias, la falta de formación militar formal, que habían limitado el accionar en ese
plano en épocas anteriores. Como responsable máximo de la reconstituida “Fuerza Cen-
tral” ingresó al país el mítico dirigente Arturo Villabela Araujo (el “Coño Aguilar”),
detenido por las fuerzas de seguridad, como se recordará, en marzo de 1974, y luego envia-
do al exilio. A cargo de la organización de las fuerzas milicianas quedaría Guillermo
Rodríguez, otro “retornado” que escapó posteriormente de manera providencial, al caer
en prisión, de un intento de envenenamiento montado por los organismos de seguridad.
Pero sin duda que el regreso más bullado fue el del Secretario General del partido, Andrés
Pascal Allende, quien desde comienzos de 1979 se constituyó en uno de los objetivos más
buscados por la Central Nacional de Informaciones, sucesora de la temida DINA. Su pre-
sencia en Chile ciertamente inyectó una importante dosis de moral entre la militancia,
quien veía en ella un signo indesmentible del renacer mirista435.
No es éste el lugar para hacer un recuento pormenorizado de las acciones que se desa-
rrollaron en el marco de la Operación Retorno, y que mantuvieron conmocionado al aparato
de seguridad del régimen desde fines de 1979 hasta 1983. Otros autores ya lo han hecho,
aunque sembrando cierta duda sobre su autoría efectiva, que en muchos casos atribuyen a
los propios servicios de inteligencia (La historia oculta del régimen militar), o recurriendo
para los hechos más llamativos a informantes anónimos que no permiten verificar la au-
tenticidad de lo relatado (“La historia del MIR”, de Cristián Pérez). Las fuentes
propiamente miristas identifican como la “primera gran acción dentro de la fase de propa-
ganda armada” al asalto al supermercado Agas de Santiago, verificado en noviembre de
1979. María Isabel Ortega, una “miliciana” que participó en esta operación, declararía
posteriormente que “nosotros desde siempre hemos sostenido que para derrocar a la dic-
tadura, hay que hacerlo con las armas en la mano. Ésta era la primera acción donde
enfrentábamos al enemigo y teníamos que dar el ejemplo y ser consecuentes con nuestros
planteamientos en la práctica misma”. Particularmente inspiradora le había parecido la
presencia en dicha acción del propio Andrés Pascal, lo que hizo “que nos invadiera una
gran confianza, y yo diría que mucho orgullo”. También expresaba su satisfacción por la
protección que les habían brindado los pobladores entre quienes habían buscado refugio,
y confiaba en que experiencias como ésa irían generando “un mayor incremento de resis-
tentes en los Comités de Resistencia, porque desde allí, para todos era claro, se seleccionaba
el contingente para las Milicias”436.

435
“El regreso de Pascal”, Qué Pasa, Nº 434, 9 al 15 de agosto de 1979; ver también Cavallo, Salazar y
Sepúlveda La historia oculta del régimen militar, op. cit., ps. 225, 228-9; Cristián Pérez “Historia del
MIR…”, op. cit., pp. 23-31.
436
Agencia Informativa de la Resistencia, “Extracto de la entrevista que la militante del MIR María Isabel
Ortega Fuentes, concedió a la revista Punto Final”, diciembre de 1980, depositado en el Fondo Docu-
mental “Eugenio Ruiz Tagle”.

189
Durante los meses y años venideros, las acciones de propaganda armada del MIR, eje-
cutadas tanto por las milicias como por la Fuerza Central, incluyeron bombazos, atentados
contra el tendido eléctrico, levantamiento de barricadas, asaltos a bancos (especialmente
renombrado fue el doble asalto a tres sucursales bancarias situadas en la calle Santa Ele-
na, en el sector sur-oriente de Santiago), y tiroteos a cuarteles policiales y de la CNI. Hubo
también operaciones simbólicas, como el ataque a la “Llama de la Libertad” instalada por
la dictadura frente al Palacio de la Moneda, en el cual resultó muerto un carabinero de
guardia; la “expropiación” de un camión de reparto de leche y la posterior distribución de
su carga entre pobladores de La Victoria; o la “recuperación”, desde el Museo Histórico
Nacional, de la bandera ante la cual se había jurado en 1818 la independencia nacional437.
Pero no cabe duda que la más espectacular –y polémica– fue el atentado (el partido habló
de “ajusticiamiento”, por su complicidad en hechos de tortura) perpetrado el 15 de julio
de 1980 en contra del coronel de Ejército Roger Vergara, director de la Escuela de Inteli-
gencia de esa institución, a raíz del cual resultaron muertos ese oficial y sus dos escoltas438.
El recrudecimiento de las acciones armadas del MIR, que tras la muerte del coronel Ver-
gara provocó una verdadera purga en el alto mando de la CNI, derivó en una andanada
represiva que a partir de 1981 logró encarcelar o dar muerte a muchos milicianos y miem-
bros de la Fuerza Central.
Mientras estos hechos ocurrían en Santiago (y en menor medida en los otros grandes
centros urbanos del país), en las montañas de la Araucanía se desarrollaba uno de los
capítulos más emblemáticos de la Operación Retorno: la instalación y posterior desarticu-
lación de una guerrilla permanente en torno a la localidad de Neltume. Como lo relata un
participante en esa experiencia, el “Proyecto K”, parte integrante del “Plan 78”, se propo-
nía “la creación de frentes guerrilleros mediante la conformación de fuerzas de guerrilla
permanente en dos zonas específicas del sur de Chile que reunían las condiciones políti-
cas, sociales, históricas y militares –geográficas y topográficas– para considerarlas
territorios o zonas aptas para realizar planes de esta naturaleza, envergadura y propósi-
tos”439. Las zonas elegidas fueron la cordillera de Nahuelbuta, en la zona costera de Arauco,
y especialmente la montaña aledaña al antiguo Complejo Maderero de Panguipulli, donde
en las semanas posteriores al golpe, como se vio, habían operado algunas fuerzas guerrille-
ras vinculadas al MIR.
A mediados de 1980, y tras un riguroso entrenamiento en Cuba, los integrantes del
“Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro” fueron ingresando a Chile por distintas vías
(aérea, cruzando a pie, en vehículo o a caballo el límite con Argentina), para finalmente

437
Para este último hecho, ver Qué Pasa, Nº 470, 17 al 23 de abril de 1980. Para un recuento más general
de hechos de propaganda armada, El Rebelde en la clandestinidad, Nº 163, julio de 1980.
438
El Rebelde en la clandestinidad, Nº 165, agosto de 1980.
439
Guerrilla en Neltume, op. cit., p. 93.

190
reunirse en los bosques de Neltume bajo la dirección superior del prestigiado militante
Miguel Cabrera (“Paine”). Durante un año se dedicaron a realizar labores de reconoci-
miento, construcción de refugios y depósitos subterráneos (“tatús”), y adaptación general
a las condiciones climáticas, pero ninguna operación propiamente militar. La memoria de
los sobrevivientes y el informe oficial que algunos de ellos elaboraron años después dan
cuenta de una profunda sensación de aislamiento y desconexión con lo que en jerga gue-
rrillera denominaban “el llano”, muy ocasionalmente interrumpida por reuniones más bien
tensas entre “Paine” y la dirección interior (entre otras cosas, se les prohibió terminante-
mente hacer uso del armamento que tras muchas dilaciones se les proporcionó, y de cuya
existencia estaban solo enterados los jefes máximos). En definitiva, la supervivencia del
destacamento y su abastecimiento de víveres y pertrechos quedó esencialmente en manos
de algunos de sus propios integrantes, que debieron permanecer muy a su disgusto en el
“llano”, para formar las redes de apoyo que antes de su llegada habían confiado correrían
por cuenta de las estructuras internas del partido. No fue extraño, por tanto, que la proba-
ble delación de algunos campesinos de la zona desembocara, el 27 de junio de 1981, en la
detección del núcleo guerrillero por una patrulla militar, a lo que siguió una angustiosa
fuga de varios meses que finalmente concluyó con la muerte de casi todos los integrantes
del destacamento, incluido “Paine”. Dramático testimonio de la orfandad de los guerrille-
ros miristas fue la muerte a tiros de José Monsalve (“Camilo”), Patricio Calfuquir (“Pedro”,
segundo jefe del destacamento) y Próspero Guzmán (“Víctor”), todos oriundos de la zona,
delatados por una familia campesina que “Camilo” conocía desde su infancia, y en cuya
vivienda habían buscado refugio440.
Menos trágica que la de Neltume, la experiencia guerrillera de Nahuelbuta (el “Frente
Dos”) no arrojó resultados más exitosos. A los problemas de aislamiento, desinformación,
incomunicación y abastecimiento que afectaron al destacamento que operó en la precor-
dillera de la Araucanía, se agregó aquí un conocimiento del terreno que no se había renovado
desde 1973. Como en el primero de los casos citados, al momento de producirse la inser-
ción de los guerrilleros retornados el MIR carecía de bases partidarias locales (confirmando
que fuera de la capital la rearticulación orgánica era casi inexistente), debiendo reconec-
tarse para tales efectos a militantes que permanecían inactivos desde el golpe de Estado.
Una vez en el monte, se constató que la selva virgen de siete años antes estaba siendo
rápidamente transformada por la acción de las empresas forestales, con todo lo que ello
implicaba para las condiciones de movilidad y ocultamiento. De esa forma, los once guerri-
lleros que en algún momento logró reunir el “Frente Dos” pasaron varios meses recorriendo

440
Nada puede igualar el dramatismo y el sentimiento, pero a la vez el profundo orgullo, con que han
reconstruido la historia del destacamento guerrillero de Neltume los pocos sobrevivientes de esa
experiencia que conforman el “Comité Memoria Neltume”, en el tantas veces citado Guerrilla en
Neltume. Ver también, en un registro más “formal”, el documento ya citado “Síntesis y evaluación de
la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”.

191
senderos y matorrales, sin realizar acción militar alguna. Una vez enterados del infausto
destino de sus compañeros de Neltume, a mediados de 1981 deciden “replegarse” a la
ciudad, siendo tres de ellos detenidos y posteriormente asesinados por fuerzas de seguri-
dad. Para decidir el repliegue, los integrantes del núcleo pusieron especial énfasis en la
carencia de una base social de apoyo “que cubriera las necesidades de la fuerza”441.
Lo ocurrido en Neltume y Nahuelbuta, en el juicio retrospectivo de Hernán Aguiló, no
era sino “la expresión más clara” de que la Operación Retorno había incurrido en el mis-
mo error del período 74-75: “En nuestro afán por intervenir (en general correcto cuando
hay condiciones mínimas de construcción de partido y, sobre todo, de ligazón natural con
el movimiento obrero de masas que se está reactivando), por tratar de revertir rápidamen-
te la correlación de fuerzas, se compulsionó nuevamente al partido en todos los planos,
sobre todo en la intervención armada y en el proceso de constitución de fuerza guerrille-
ra”. Esta disposición, que el antiguo dirigente mirista califica abiertamente de
“voluntarista”, se habría traducido en “la subida inmediata de los compañeros a la zona
montañosa de Neltume, sin que el partido tuviera un desarrollo mínimo en la zona, y sin
una logística y redes mínimas que permitieran su abastecimiento y apoyo”. “La sobrevalo-
ración de las condiciones objetivas (la reanimación del movimiento de masas)”, concluye
Aguiló, “el no tener en cuenta las condiciones reales de construcción del partido y de la
resistencia, y el menosprecio por la capacidad de reacción de la contrainsurgencia, nos
llevó a impulsar ese proyecto antes de tiempo”442.
El mismo juicio es recogido por los autores del documento “Balance de la historia
del MIR chileno”, pero haciéndolo extensivo al accionar miliciano y de la Fuerza Cen-
tral de Santiago: “desde 1981 hasta fines de 1983, el partido no logra dar continuidad a
las operaciones de propaganda armada. Recibe sucesivos golpes represivos que van en-
cuadrando y luego desarticulando el intento guerrillero de Neltume y las fuerzas
centrales de Santiago. A finales de 1983, el saldo eran decenas de militantes que habían
sido asesinados, presos o que se habían visto obligados a exiliarse”. Tal vez para neutra-
lizar esa sensación, el 29 de agosto de 1983 un comando mirista “ejecutaba” al intendente
de Santiago, general de Ejército Carol Urzúa, una acción todavía más desafiante que el
atentado dos años antes contra Roger Vergara. La persecución allí desatada remató po-
cos días después en los enfrentamientos de las calles Fuenteovejuna y Janequeo, donde
murieron, junto a varios otros militantes, los máximos dirigentes del aparato militar del
MIR: Arturo Villabela (el “Coño Aguilar”) y el argentino Hugo Ratier (“José”)443. El

441
“Síntesis y evaluación de la experiencia guerrillera de Neltume y Nahuelbuta, 1980/1981”, op. cit.,
pp. 30-40.
442
Hernán Aguiló “Balance autocrítico de mi militancia revolucionaria”, op. cit.
443
Cavallo, Salazar y Sepúlveda La historia oculta del régimen militar, op. cit., capítulo 40; Cristián Pérez,
“La historia del MIR…”, op. cit., pp. 38-40.

192
MIR sufría así su segunda gran derrota militar en menos de diez años, y la Operación
Retorno concluía en un trágico final.

3. ¿En la senda del “MIR Político”?


Pero no se suponía, según se ha dicho reiteradamente, que el quehacer del MIR duran-
te los años de la Operación Retorno debiera reducirse solo a su faceta militar. Algunos
meses después del golpe de Malloco, según rememora Mario Garcés, Andrés Pascal Allen-
de redactó un documento reconociendo que se había sobreestimado la capacidad de
respuesta del pueblo chileno ante un escenario dictatorial, lo que había llevado al partido
a una situación objetiva de aislamiento frente a los sectores de masas. “Por lo tanto”,
continúa el testimonio de Garcés, “la necesidad principal en ese momento era la de re-
tejer los vínculos con el movimiento popular”444. A mediados de 1980, y con la Operación
Retorno ya en pleno desarrollo, el máximo dirigente mirista insistía en que la guerra a la
dictadura “es más que la lucha militar: es la movilización de toda esa inmensa fuerza
social, política, moral, y también la potencialidad militar que posee nuestro pueblo”. Esa
fuerza y esa potencialidad encontraban su mejor expresión en un “Movimiento de Resis-
tencia Popular” que a esas alturas él ya consideraba un fenómeno indesmentible, del cual
el MIR era apenas un componente más. “A pesar de toda su violencia represiva”, afirmaba,
“la dictadura no pudo destruir el movimiento popular”. Así lo demostraba la reactivación
del “movimiento trabajador, de núcleos de la Izquierda, sectores cristianos, la juventud”,
cuyo descontento se canalizaba abiertamente a través de múltiples formas de lucha: “la
lucha reivindicativa democrática legal y semilegal; la lucha política antidictatorial clan-
destina; las movilizaciones de masas ilegales, que desafían abierta y directamente a la
dictadura”445. Aunque la derrota había durado más de lo presupuestado, el pueblo chileno,
con el MIR entreverado en su vanguardia, se ponía finalmente de pie.
La reconexión mirista con el movimiento de masas, argumentaba Pascal, se había vis-
to potenciada –en otra ironía de la historia– por el propio proceso de institucionalización
que el gobierno militar venía implementando desde mediados de 1977, y cuya culminación
sería el plebiscito constitucional de 1980. El prurito refundacional y continuista que estas
conductas trasuntaban hacía evidente que solo con el derrocamiento de lo que comenzaba
a denominarse la “dictadura militar del capital monopólico”, podrían recuperarse las li-
bertades democráticas y darse término a los sufrimientos del pueblo. “El hecho de que la
burguesía monopólica se vea obligada a apoyarse indefinidamente en un régimen de total
restricción de las libertades políticas, a endurecer su acción represiva, a mantener un
gobierno militar corrupto y desprestigiado”, editorializaba El Rebelde en su edición de

444
Entrevista a Mario Garcés, citada.
445
Entrevista publicada en El Rebelde en la clandestinidad, Nº 163, julio de 1980.

193
agosto de 1980, “no es como pudiera creerse un signo de fortaleza política, sino que, muy
por el contrario, es la más clara demostración de su falta de apoyo popular y de su deterio-
ro”446. Sólo la Resistencia, concluía Pascal, “devolverá la libertad a los chilenos”.
Una carta abierta remitida por esos mismos días a los miembros de la Conferencia
Episcopal de Chile, fechada simbólicamente en el 15º aniversario de la fundación del MIR
y firmada igualmente por Pascal Allende, profundizaba un poco más en el análisis. “La
Resistencia Popular no es”, afirmaba, “como pretende hacer creer la propaganda dictato-
rial, el producto de una confabulación extranjera”. Lejos de ello, el movimiento de
resistencia había surgido “como la respuesta espontánea de nuestro pueblo a la crisis
histórica por que atraviesa nuestra sociedad. Es el producto de la constatación popular,
después de largos años de vida bajo el yugo dictatorial, de que los grupos monopólicos en
el poder y sus aliados militares no tienen el propósito de restituir las libertades democrá-
ticas, ni menos corregir las estructuras de un orden social y económico que condena a los
más amplios sectores del pueblo a una existencia de pobreza, de expropiación injusta del
fruto de su trabajo, de carencia de toda perspectiva real de solución de los graves proble-
mas de cesantía, de falta de vivienda, de salud, de educación que afectan al trabajador y
su familia”447. Vista en esa perspectiva, complementaba editorialmente El Rebelde, la lu-
cha de la Resistencia Popular “se convierte en una cruzada de salvación nacional”.
Trascendiendo incluso las aspiraciones específicas de la clase obrera y de quienes se de-
claraban partidarios del socialismo, en la Resistencia “se encuentran los ingredientes
políticos y morales de una tarea que interesa a las grandes mayorías nacionales que aman
a la Patria y desean verla libre, digna y respetada”. “La tarea histórica fundamental de
nuestro pueblo”, agregaba Pascal, “es hoy la de unir todas sus fuerzas para llevar adelante
la lucha por el derrocamiento de la dictadura y establecer en nuestra Patria una democra-
cia de todo el pueblo”448. “Luchamos”, se reiteraba en la carta a los obispos, “por un nuevo
orden social y económico que descanse en los principios de la justicia social y la solidari-
dad”, y “donde no haya hombres proscritos y despojados de sus derechos ciudadanos”.
Como se ve, la reactivación cada vez más visible de las demandas sociales inducía al MIR
a levantar un discurso más universalista, enfocado no hacia la construcción inmediata del
socialismo, sino hacia la creación de “un régimen democrático, amplio, pluralista, que garan-
tice los derechos sociales y políticos de todo el pueblo”449. Fue precisamente en torno a ese
concepto de “derechos sociales y políticos del pueblo” que se articuló la dimensión más
“social” del accionar mirista durante los años en que se implementaba la Operación Retor-
no. Ya en mayo de 1978, y solidarizando con una huelga de hambre iniciada por familiares de

446
El Rebelde en la clandestinidad, Nº 165, agosto de 1980.
447
“Carta abierta de la Resistencia Popular a los obispos de Chile”, en el Fondo Documental “Eugenio
Ruiz Tagle”.
448
Las dos últimas citas en El Rebelde en la clandestinidad, Nº 163, julio de 1980.
449
Entrevista a Andrés Pascal Allende, op. cit.

194
los detenidos desaparecidos, un comunicado partidista había propuesto una lectura amplia-
da del principio de defensa de los derechos humanos. El derecho a la vida de sus familiares,
proclamaba el MIR, “es también la lucha por el derecho al trabajo, es también la lucha por el
derecho a las libertades sindicales, es también la lucha por el derecho a la libertad de todos
los presos políticos sin ninguna excepción, es también la lucha por el derecho a juzgar a los
culpables de la muerte de miles de obreros, campesinos, empleados y estudiantes, es tam-
bién la lucha por la libertad de prensa, expresión y reunión de las organizaciones del pueblo
y sus partidos políticos, es también la lucha contra los culpables del hambre y la miseria de
nuestro pueblo”450.
Abundando en torno a la misma idea, El Rebelde en la Clandestinidad de octubre de ese
año señalaba que el hecho de no disponer aún de la fuerza suficiente para derrocar a la
dictadura hacía que “nuestra tarea más importante sea organizar más y más comités de
Resistencia clandestina en todos los frentes de masas”. Se identificaba explícitamente
como objetivos de esa acción a la lucha contra el nuevo Código del Trabajo (que el MIR
denominaba sarcásticamente “Código Patronal”); la lucha por el derecho a la vivienda; la
lucha contra el hambre y la cesantía; la lucha por un sueldo mínimo de seis mil pesos; la
lucha por las libertades estudiantiles, la autonomía universitaria y la gratuidad de la ense-
ñanza; “la lucha contra el decreto ley 2247 que monopoliza la propiedad de la tierra en un
puñado de grandes patrones en el campo”; “la lucha por que el gobierno gorila entregue
una respuesta definitiva de los presos desaparecidos”; la lucha contra el soplonaje y la
delación; y “la lucha por el regreso a la patria de todos los exiliados políticos”. En suma,
“nosotros debemos cautelar que sean las necesidades concretas de las masas, la lucha por
sus necesidades, las que creen la conciencia y capacidad política independiente del pue-
blo para derrocar a la dictadura. Respetar los intereses reivindicativos; respetar la
democracia y representación democrática del pueblo; organizar el flujo de las masas como
un gran movimiento de Resistencia Popular, he allí nuestros objetivos”451.
Fiel a su convicción sobre el papel estratégico de la clase obrera en las luchas popula-
res, el MIR otorgó especial prominencia, al menos en el plano discursivo, a la reactivación
del frente sindical. Ésta se había hecho particularmente manifiesta desde el acto celebra-
torio del 1º de mayo de 1978, donde por primera vez todas las organizaciones sindicales no
oficialistas convergieron pública y unitariamente en torno a una convocatoria común. Ese
día, señalan Campero y Valenzuela en su estudio sobre el movimiento sindical bajo la
dictadura, “miles de trabajadores y estudiantes concurrieron a la manifestación oposito-
ra. La policía intervino y se produjo un saldo de 600 detenidos. Un grupo importante logró
refugiarse en una iglesia del centro de la ciudad y allí se celebró un acto en el cual los

450
Carta abierta del Secretariado Interior del MIR, 22 de mayo de 1978, facilitada por el Fondo Docu-
mental “Eugenio Ruiz Tagle”.
451
El Rebelde en la clandestinidad, Nº 142, octubre de 1978.

195
dirigentes del ‘Grupo de los 10’ [referente sindical vinculado a la Democracia Cristiana] y
de la Coordinadora Nacional Sindical se dirigieron a los trabajadores, convocándolos a la
unidad para enfrentar a la Junta Militar”452. Nuestro entrevistado Rodolfo Valenzuela, uno
de los 600 detenidos en la manifestación, recuerda la presencia ejemplarizadora de otro
prisionero con quien compartió la incomodidad del carro celular y el calabozo: el legenda-
rio dirigente Clotario Blest, fundador tanto de la histórica Central Única de Trabajadores,
proscrita tras el golpe de 1973, como del propio MIR. “Haber estado en esas circunstancias
con él”, evoca hoy Valenzuela, “fue para mí un verdadero orgullo”, máxime cuando al ofre-
cérsele su libertad individual, “Don Clota” respondió: “No me muevo de aquí si no nos
vamos todos”453.
Hacia fines de 1978, y tras una serie de “paros de viandas” o actos de inasistencia
masiva a los comedores de la empresa en centros mineros tan relevantes como Chuquica-
mata y El Salvador, el gobierno militar resolvió interrumpir la creciente agitación sindical
disolviendo la Coordinadora Nacional Sindical, allanando numerosas sedes sindicales y
convocando a elecciones para renovar las directivas con apenas dos días de aviso. Amena-
zado por un anuncio de boicot internacional emanado de la central estadounidense
AFL-CIO, resolvió también apresurar la “normalización institucional” del sector a través
de un “Plan Laboral”, a cuyo cargo se puso, en calidad de Ministro del Trabajo, al principal
artífice de las “modernizaciones” que definieron la proyección refundacional del régi-
men, José Piñera454. En ese contexto, el MIR solidarizó con la golpeada Coordinadora
Nacional Sindical, la que “abrió esperanzas a la clase trabajadora y los cesantes del país,
pues se perfilaba como un germen de una nueva central sindical clasista encabezando las
luchas de los trabajadores”. Pese a la arremetida dictatorial, opinaba el partido, lo funda-
mental no estaba perdido: “en cientos de industrias, mucho antes de que viniera la ofensiva
represiva, se habían estado eligiendo delegados por sección y taller que en la práctica son
los verdaderos dirigentes de los trabajadores… Han sido estos delegados por sección que
con el apoyo de sus bases han impulsado paros, presión de las viandas y sabotaje masivo
para exigir mejores remuneraciones; para impedir el despido de los trabajadores, o para
defender a algún dirigente consecuentemente democrático. Estos comités de delegados
por sección no podrán ser disueltos por la dictadura, son comités clandestinos o semiclan-
destinos que han nacido al fragor de la lucha y que seguirán luchando contra los decretos
leyes 2200 y 198 y seguirán exigiendo remuneraciones justas para los trabajadores”455.
Particularmente emblemático de esta tendencia era para el MIR el caso de la indus-
tria textil PANAL, una de las pocas en que la presencia del partido había adquirido un

452
Campero y Valenzuela op. cit., p. 274.
453
Entrevista a Rodolfo Valenzuela, citada.
454
Ibíd., pp. 276-284.
455
El Rebelde en la Clandestinidad, Nº 143, noviembre de 1978.

196
peso más orgánico. En esa empresa, informaba El Rebelde en la Clandestinidad, “la mayor
parte de los trabajadores ganan sueldos mínimos, y sus antiguas conquistas han sido
casi todas arrebatadas. Muchos dirigentes y trabajadores han sido despedidos a lo largo
de estos años por haber intentado organizar la lucha reivindicativa por sus derechos, y
en su lugar se contrata a menos obreros con más bajos salarios”. El descontento acumu-
lado finalmente estalló, en octubre de 1978, en un “viandazo” muy parecido a los de
Chuquicamata o El Salvador, en el que las dirigencias sindicales “apatronadas” fueron
sobrepasadas por “los más combativos de los trabajadores, los militantes de la izquierda
y la Resistencia”, a cuyo liderazgo espontáneo se plegó rápidamente “la mayoría abru-
madora de los trabajadores”. Las concesiones obtenidas como resultado de esa presión,
más la perspectiva de lograr otras mayores, demostraban que “en una semana de acción
podía ganarse más que en años de peticiones”; que “cada vez que una agrupación de
trabajadores conoce en carne propia el lento y negativo camino de la ‘institucionalidad
patronal’ surgen formas de lucha cada vez más masivas y combativas al margen de la
legalidad de la dictadura”; y que “es posible y necesario masificar esas luchas a partir
de los destacamentos de vanguardia de la clase obrera y el pueblo”. En suma: “o los
trabajadores y el pueblo nos sometemos dócilmente a la voluntad de los patrones defen-
dida por la represión, y seguimos aceptando sumisos la superexplotación y la conculcación
de todas nuestras libertades, o tomamos el camino de la lucha por nuestros intereses. En
este segundo caso, que es el camino elegido por Chuquicamata, Huachipato y Panal,
comienza la libertad con la conciencia revolucionaria y democrática que enfrenta deci-
dida a los patrones y la dictadura desde la acción concreta de la lucha por el salario y la
libertad”456.
Ya con el “Plan Piñera” en plena marcha, el Comité Regional Santiago del MIR llamaba a
los trabajadores a aprovechar la reapertura parcial de la negociación colectiva—con todas las
restricciones que la nueva institucionalidad imponía al derecho de huelga—, pero acompañán-
dola de actos de fuerza como viandazos, paros ilegales, sabotaje e incluso propaganda armada.
Para realizar esto último, obviamente debían organizarse de manera clandestina “comités de
resistencia unitarios” al interior de cada fábrica, federación o confederación sindical, y “con la
gente más decidida y combativa”, hacer sabotaje y “amedrentar a los patrones y ejecutivos con
rayados de advertencia, bombas, quema de autos, etc.”457. Un año después, en una columna
titulada “La resistencia sindical”, Hernán Aguiló ampliaba estas orientaciones. “Los sueldos
de hambre”, acusaba, “los altos porcentajes de cesantía, la aplicación de hecho del Plan Labo-
ral que impide a los trabajadores tener un instrumento de presión eficaz para obtener aumentos

456
Ibid.
457
“¡A imponer los pliegos de peticiones a los patrones, con la lucha y acción directa de las masas”,
carta pública del Comité Regional Santiago del MIR, junio de 1979; documento conservado en el
Fondo Documental “Eugenio Ruiz Tagle”.

197
económicos reales, el soplonaje institucionalizado en las fábricas y empresas del Estado, las
elecciones sindicales realizadas bajo la presión de amenazas y despidos, son algunas de las
expresiones de la política laboral de la dictadura”. Esto generaba condiciones favorables, a su
juicio, para consolidar las luchas sindicales, pero siempre y cuando se sacara los conflictos
fuera de la empresa, “impulsando acciones directas de masas tales como huelgas, movilizacio-
nes callejeras, tomas pacíficas de iglesias o embajadas, u otras formas de lucha que la misma
práctica vaya demostrando como posibles”. Para coordinar y concentrar dichas iniciativas, Aguiló
concluía llamando a constituir comités locales que se integraran al “Comité de Defensa de los
Derechos Humanos y Sindicales” que presidía Clotario Blest, y por cierto a desarrollar “una
política ofensiva en lo militar”, a cargo de milicias obreras458.
Las aspiraciones de Aguiló parecieron encontrar eco en una serie de huelgas que se
desarrollaron hacia fines de 1980, y en las que el MIR alcanzó un protagonismo un poco
mayor al habitual en un sector que siempre le resultó bastante esquivo. Una vez más el papel
de vanguardia lo asumieron los operarios de Panal, uniéndoseles ahora sus compañeros tex-
tiles de Promatex y, en la zona de Concepción, los de Caupolicán-Chiguayante. También hubo
actividad huelguística de inspiración mirista en la industria de neumáticos Goodyear, y a
partir de estos núcleos, complementados por trabajadores de Lanera Chilena, Metaltex, Pro-
farma y Madeco, se constituyó el Comité Coordinador de Trabajadores (CCT), instancia
federativa orientada a “agrupar el mayor número de trabajadores del país para enfrentar al
Plan Laboral y a los grandes empresarios”, con la meta inmediata de lograr que “todos los
trabajadores en huelga en un momento dado formen un bloque, impidiendo así los efectos
del Plan Laboral que reduce el poder de negociación de los sindicatos al circunscribir los
conflictos a cada empresa”459 . Nacía así una de las primeras “Organizaciones Democráticas
Independientes” (ODIs), a través de las cuales el MIR intentó impulsar más coordinadamen-
te las movilizaciones en los diferentes sectores de la sociedad.
Según el testimonio de Roberto Ahumada, a quien le cupo participar en su creación, las
ODIs eran instancias encaminadas a crear conciencia, entre los distintos sujetos sociales,
“de cuáles eran sus derechos, y de cuáles podían ser los mejores instrumentos para estable-
cer sus propios órganos y sus propios métodos de lucha”460. Su hermano Mauricio, por su
parte, asimila derechamente las ODIs a los “frentes intermedios” a través de los cuales el
MIR había efectuado su trabajo de masas antes de 1973: el FTR, el MPR, el FER, etc.461.
Como en ese precedente, la función principal de las ODIs era actuar como “bisagras” que

458
El Rebelde en la clandestinidad, Nº 163, julio de 1980.
459
El Rebelde en la clandestinidad, Nº 168, noviembre de 1980.
460
Entrevista a Roberto Ahumada, citada.
461
La historia de estos antiguos frentes intermedios ha sido sintetizada en la segunda parte del texto de
Carlos Sandoval Movimiento de Izquierda Revolucionaria, 1970-1973, op. cit., cuyo encabezado general se
titula “El trabajo político de masas del MIR”; pp. 233-347.

198
hicieran posible “trasladar la política revolucionaria a amplios sectores de masas”. Su deno-
minación de “independientes” habría incluso dado pie a cierto grado de controversia con el
Partido Comunista, en tanto ponía el acento en una presunta desligazón con los partidos
políticos y en una línea de estricta independencia de clase. En rigor, sin embargo, las ODIs
siempre surgían a partir de la confluencia entre militantes orgánicos del MIR y los elemen-
tos “más radicalizados” de cada frente social, los que a su vez visualizaban a tales
organizaciones como su “medio natural de incorporación al partido”. Aun así, en un período
en que pocos partidos de izquierda, a juicio de Mauricio Ahumada, desarrollaban sistemáti-
camente el trabajo de masas, la iniciativa del MIR hizo de las ODIs un ingrediente muy
relevante en la reactivación de sus respectivos espacios sociales, retomando antiguas prácti-
cas de construcción de poder popular y preparando el terreno para las protestas nacionales
de 1983 y 1984462.
Sin embargo, la capacidad de penetración del MIR en el frente obrero, al que, como se
ha insistido, sus propias definiciones programáticas calificaban como prioritario (“la cla-
se obrera”, decía el periódico partidista a propósito de la fundación del CCT, “como siempre
da el ejemplo”463), se mantuvo en un plano más bien modesto. Ya sea porque el ser identi-
ficado como mirista era un preámbulo seguro para la cesantía, como lo recalca el testimonio
de Roberto Ahumada, o porque al partido simplemente le costó mucho reclutar en ese
medio, lo cierto es que las experiencias de Panal y Goodyear terminaron siendo bastante
excepcionales. En un reconocimiento retrospectivo, el documento “Balance de la historia
del MIR chileno” señala que el trabajo sindical era “el que más atrasado estaba en sus
formas de lucha y movilización”464. Buscando alguna explicación para este fenómeno, nuestra
entrevistada Luz Lagarrigue, que en la época que se comenta actuaba como dirigenta in-
termedia de la Comisión de Masas de Santiago, alude a la dificultad del MIR para asimilar
teóricamente los profundos cambios experimentados por la estructura económica y labo-
ral chilena. “No había ninguna capacidad para darse cuenta”, afirma, “que las relaciones
sociales de producción habían cambiado”. Por esa razón, a los nuevos trabajadores y diri-
gentes sindicales no podía llegarse con el discurso izquierdista clásico, pues su propia
experiencia les enseñaba que, en las condiciones imperantes, “lo más peligroso era formar
sindicatos”. Para el MIR, concluye, “el sujeto revolucionario seguía siendo la clase obrera
de Marx”, que sin embargo en Chile estaba rápidamente desapareciendo465.

462
Entrevista a Mauricio Ahumada, citada.
463
El Rebelde en la Clandestinidad, Nº 168, noviembre de 1980.
464
“Balance de la historia del MIR chileno”, op. cit., p. 15.
465
Entrevista a Luz Lagarrigue, citada. La misma observación es realizada por nuestro entrevistado Mario
Garcés, quien recuerda que la militancia interna no recibió ninguna indicación partidista respecto de las
implicancias que estaba teniendo o podía llegar a tener el nuevo modelo de desarrollo en vías de instala-
ción. Él y sus colaboradores más cercanos detectaron las primeras señales sobre la profundidad de este
viraje en escritos de sociólogos y economistas chilenos no miristas que vivían su exilio en México.

199
Tal vez por eso mismo, mucho mejores fueron los resultados obtenidos en el frente
poblacional, donde el 22 de julio de 1980 unas quinientas familias sin casa del sector de La
Bandera protagonizaron lo que la prensa partidista calificó como “la más grande toma de
terrenos en lo que va corrido de la feroz dictadura militar”466. De esa experiencia nació la
COAPO (Coordinadora de Agrupaciones Poblacionales), una ODI de inspiración mirista
que alcanzó bastante más envergadura que el CCT, y que en enero de 1981 encabezó una
segunda y emblemática ocupación de terrenos en la comuna santiaguina de Pudahuel.
Recuerda Roberto Ahumada que los núcleos gestores tanto de la “toma 22 de julio” como
de la COAPO eran mayoritariamente del MIR, pero “eran compañeros muy jóvenes, con
muy poca experiencia de lucha ‘cívica’”, por lo que debían ser asesorados muy de cerca
por cuadros más experimentados, por lo general clandestinos, para emprender las tareas
de organización y dotación de servicios básicos que normalmente, una vez conjurada la
amenaza del desalojo, seguían a la instalación física de los ocupantes. A él mismo le tocó
elaborar un documento titulado “Cómo hacer una toma”, donde se explicaba “cómo orga-
nizar la toma y cómo estructurar la organización una vez ya posesionados del terreno”467.
Por su parte, Luz Lagarrigue reconoce que la inserción mirista fue mucho más relevante
en el frente poblacional, que las circunstancias de pauperización y desempleo masivo ha-
bía tornado mucho más explosivo468. Allí estuvo, como hasta cierto punto ya había sucedido
antes de 1973, uno de los principales “focos de agitación y lucha” con que el MIR enfrentó
la crisis dictatorial de 1982-1984.
Otra experiencia relativamente exitosa fue la que se desenvolvió en el frente estudian-
til, donde ya se apreciaban índices significativos de movilización mirista desde comienzos
de 1978. “Conscientes de la importancia del movimiento estudiantil”, decía una declara-
ción conjunta del MIR y el maoísta Partido Comunista Revolucionario en julio de ese año,
“los sectores más combativos de la Resistencia se esfuerzan en dirigir sus luchas y en unir
esos combates a la lucha general del pueblo chileno contra la dictadura militar, especial-
mente unir el movimiento estudiantil al movimiento obrero”469. Haciendo un balance de
esas primeras movilizaciones masivas, El Rebelde en la Clandestinidad exhortaba a los estu-
diantes “a continuar eligiendo a sus dirigentes, a centros de alumnos o comisiones de
participación estudiantil, emitir proclamas con sus reivindicaciones, coordinando las or-
ganizaciones de escuela para llamar a asambleas sectoriales y generales y salir a unirse a
las luchas de la población y la industria, de los cesantes y los familiares de desapareci-
dos”. Y concluía, haciendo una apelación a la historia: “con sólidas bases organizativas en

466
El Rebelde en la Clandestinidad, Nº 165, agosto de 1980.
467
Entrevista a Roberto Ahumada, citada.
468
Entrevista a Luz Lagarrigue, citada.
469
“Declaración común y plataforma de lucha conjunta del PCR y del MIR en las universidades chile-
nas”, 20 de julio de 1978, documento conservado en el Fondo Documental “Eugenio Ruiz-Tagle”.

200
lo político (los partidos y la Resistencia, existentes), y en lo gremial (los centros de alum-
nos y las comisiones de participación), hay que ganar la calle, revivir las jornadas de lucha
callejera con que generaciones anteriores impusieron la Reforma y la unidad obrero-estu-
diantil”470.
Dos años después, el mismo órgano se complacía en constatar que “el movimiento
universitario está volcando importante cuota de combatividad al movimiento de masas”,
destacando a dicho efecto las movilizaciones realizadas en la Universidad Austral de Val-
divia, la Universidad Federico Santa María de Valparaíso, la Universidad Técnica del Estado,
la Universidad Católica de Santiago, y muy particularmente “el Pedagógico de la Universi-
dad de Chile, conocido como Campus Macul” 471. “Ahí había una política clara, en
estudiantes”, reconoce Luz Lagarrigue; y añade: “y había también un lugar donde reclu-
tar: los ‘cabros’ estaban dispuestos”472. Esta difundida efervescencia y estado de ánimo
rebelde, que a poco andar motivarían una enérgica intervención dictatorial bajo la forma
de una nueva ley de universidades, cobró expresión mirista en la UNED (Unión de Estu-
diantes Democráticos), cuyo fundador y primer dirigente nacional fue el estudiante del
“Pedagógico” Jécar Neghme. A este joven militante mirista, como se sabe, le correspondió
el triste privilegio de ser el último asesinado en dictadura, a pocos días de iniciarse el
gobierno transicional de Patricio Aylwin.
Toda esta acción organizativa, a la que habría que sumar la realizada por las agrupa-
ciones de familiares de víctimas de la represión (también incluidas dentro del rango de las
ODIs), reflejaba la voluntad mirista de masificar la resistencia anti-dictatorial, otorgando
al mismo tiempo visibilidad a los límites que ésta debía encontrar dentro de la institucio-
nalidad vigente. Así lo planteaba abiertamente Pascal Allende en la carta antes citada a
los miembros de la Conferencia Episcopal: “La falta de instrumentos legales para defen-
der sus derechos es lo que vuelca al movimiento de masas, primero a constituir
organizaciones reivindicativas y democráticas no legales [o sea, las ODIs], y luego pasar a
impulsar formas de lucha directas”. Y especificaba: “Si no hay posibilidad legal de acceso
a la vivienda, no nos queda más camino que el ocupar directamente el terreno donde cons-
truir una mejora. Si no hay realmente derecho a una huelga legal efectiva, no nos queda
más camino que recurrir al trabajo lento, al boicot y al sabotaje. Si no hay acceso legal a la
salud, hay que presionar por formas ilegales ocupando policlínicos, agitando directamen-
te el derecho a la atención médica. Si no hay trabajo, si hay hambre, entonces es justo y
necesario expropiar a las grandes empresas monopólicas y repartir alimentos. Y si no te-
nemos defensa legal contra la represión, entonces es nuestro derecho el ocupar templos
para reclamar, hacer huelgas de hambre, organizarnos para defendernos con las armas del
terror represivo y ajusticiar a torturadores y asesinos”. En suma: “Cuando a un pueblo se

470
El Rebelde en la Clandestinidad, Nº 143, noviembre de 1978.
471
El Rebelde en la Clandestinidad, Nº 169, diciembre de 1980.

201
le cierran todos los caminos legales para defender sus derechos, no queda otra posibilidad
que la movilización directa de las masas”.
Para centralizar y dar una conducción más visible a todo este quehacer, y con el propó-
sito inmediato de promover la abstención ante el plebiscito constitucional de 1980473, surge
en esos meses el Comité por la Defensa de los Derechos del Pueblo (Codepu), instancia
semi-legal de inspiración mirista cuya vocería pública quedó en manos de la abogada Fa-
biola Letelier, verdadero símbolo de la defensa de los derechos humanos tanto por su propia
actividad profesional como por su condición de hermana del asesinado Orlando Letelier.
Recuerda Luz Lagarrigue, a quien el MIR comisionó como encargada política y nexo del
Codepu con las direcciones superiores, que esta iniciativa se inspiró en las “Coordinado-
ras de Masas” que habían actuado en los países centroamericanos que a la sazón pasaban
por experiencias revolucionarias, como Nicaragua y El Salvador, y cuya función era articu-
lar la lucha político-social con la más estrictamente militar474. Se veía también al flamante
Comité como un instrumento para la defensa legal de los detenidos que, por su participa-
ción en acciones armadas, no eran acogidos por los organismos vinculados a la Iglesia,
como la Vicaría de la Solidaridad475. Se le asignaba, por último, la tarea de servir de espa-
cio de encuentro entre el MIR y otros sectores de izquierda comprometidos en el proceso
de reactivación política y social, con quienes el partido seguía enfrentando serias dificul-
tades al momento de materializar alianzas más formales. Recuerda nuevamente Luz
Lagarrigue que esa función fue defendida con mucho vigor por quien fuera la primera
Secretaria Ejecutiva del Codepu, la religiosa y militante mirista Blanca Rengifo, pese a las
presiones que más de alguna vez recibió por “teñirlo demasiado de MIR”. A la postre,
según esta testigo, el Codepu aglutinó a las ODIs ya existentes y sirvió de plataforma para
generar otras nuevas, como en los sectores de mujeres (Codem), cristianos o campesinos,
constituyéndose en el lugar desde donde comenzó a definirse, por primera vez de manera
sistemática, una política de masas del MIR476. Las protestas nacionales de 1983-84 pon-
drían a prueba la eficacia con que esto se pudo lograr.
Al clausurarse 1980, Andrés Pascal Allende ponía un colofón a un agitado año llaman-
do desde las columnas de El Rebelde a hacer del que venía el “año del paro nacional por la
libertad y la democracia popular”. “En las bases sindicales y entre muchos dirigentes
sindicales”, aseguraba, “se extiende la idea y el deseo de ir a un Paro Nacional para hacer
frente de conjunto a la dictadura y quebrar el nefasto Plan Laboral”. También entre los

472
Entrevista a Luz Lagarrigue, citada.
473
Para una discusión sobre la fecundidad de la opción abstencionista ante el plebiscito de 1980, y sobre
las razones por las cuales ella no fructificó, ver Tomás Moulian. Chile actual. Anatomía de un mito, op.
cit., pp. 246-252.
474
Entrevista a Luz Lagarrigue, citada.
475
Entrevista a Roberto Ahumada, citada.
476
Entrevista a Luz Lagarrigue, citada.

202
pobladores, continuaba, “se extiende la conciencia de que es necesario unir sus luchas por
la vivienda, la salud, el derecho al trabajo, contra las alzas y el hambre, a las luchas de
otros sectores del pueblo”. Por su parte, “también los estudiantes, en su lucha contra la
intervención y represión militar en las Universidades y por el derecho a la educación po-
pular, vislumbran con interés la participación en un Paro Nacional”. En suma: “El deseo
de ir a un Paro Nacional es una idea que va prendiendo en todos los sectores del pueblo,
porque interpreta la necesidad de las masas populares de unirse y recurrir a formas de
lucha más ofensivas, más eficaces en defensa de sus intereses reivindicativos y de las
libertades democráticas”477. En aval de tan ambiciosas proyecciones se erigían los tres
últimos años de reinserción mirista en los frentes de masas, articulados finalmente en las
ODIs y reunidos bajo la conducción centralizada del Codepu.
Pero como se sabe, 1981 no fue el año del Paro Nacional, y sí el de la proliferación de la
propaganda armada, la muerte de Roger Vergara y la tragedia de Neltume. En la evaluación de
algunos de nuestros entrevistados, eso reveló dónde recaían verdaderamente las prioridades
del MIR, no solo para quienes todavía actuaban desde la “retaguardia territorial” en el exilio,
sino también para la dirección interna encabezada por Pascal Allende y Hernán Aguiló. La
experiencia de las ODIs y del Codepu, dice Roberto Ahumada, fue sobredimensionada por las
direcciones en cuanto al alcance que había adquirido la movilización de masas, juzgándose –
prematuramente– que el momento era oportuno para agregarle “fuerza militar”. Para Mauricio
Ahumada, si bien el trabajo social hecho a partir de esas instancias fue efectivo y comenzó
nuevamente a “enraizar” al MIR en el movimiento de masas, el predominio estratégico del Plan
78, con su énfasis en el desarrollo de la fuerza militar, terminó “descentrando” lo que él aún
considera un promisorio, aunque lento, proceso de construcción de poder popular. Mario Gar-
cés, por último, decide abandonar el partido en el que había militado durante nueve años cuando
siente que los primeros logros de la militancia interna en términos de reinserción social gene-
raban una total discordancia con una dirección cuya lectura de la realidad “seguía siendo
militar”, y se concentraba de manera obsesiva en el desarrollo de la propaganda armada. Es
verdad que esta preferencia era también compartida por muchos de los nuevos reclutas, a quie-
nes el MIR atraía precisamente en virtud de su énfasis en la vía armada. A los jóvenes, dice Luz
Lagarrigue, no los motivaba mayormente el trabajo político o social; “todos querían irse a hacer
la guerra”. Las nuevas generaciones militantes, concuerda Mauricio Ahumada, se incorpora-
ban a las filas miristas en buena medida por su adhesión a ciertas formas y estilos de lucha. Si

477
“Columna del Comité Central” firmada por Andrés Pascal Allende El Rebelde en la clandestinidad,
Nº 169, diciembre de 1980. Las mismas ideas fueron desarrolladas en mayor extensión y profundidad
en una “Carta Pública del MIR” a las direcciones y militantes de los partidos populares, a los dirigen-
tes y luchadores de las organizaciones de masas, y a “todos los demócratas consecuentes”, firmada
por el propio Pascal y fechada el 1º de enero de 1981. Se la puede ver completa en el Fondo Documen-
tal “Eugenio Ruiz-Tagle”.

203
se les trataba de conducir a una lógica más político-social, añade, su reacción era decir “¡Yo no
entré para esto! Entré para el día de mañana ser parte de una fuerza militar”. Así las cosas, no
resultaría fácil atenuar un énfasis, el de la “vía armada”, que había llegado a ser un componen-
te prácticamente indisoluble del “imaginario mirista”. El “alma política” del MIR ciertamente
enfrentaría muy tensionada los desafíos que deparaba la naciente década de los ochenta.

4. Consideraciones finales
Este artículo ha pasado revista a la historia del MIR durante la primera etapa de la
Dictadura Militar, entre el golpe de Estado de 1973 y el afianzamiento institucional de
ésta con la promulgación de la Constitución de 1980. Para el MIR, como se ha visto, el
primero de los hechos indicados marcó una validación de su análisis político previo, y de
las críticas que había prodigado a la izquierda chilena en general, y al gobierno de Salva-
dor Allende en particular. Diluida trágicamente la viabilidad de cualquier “ilusión
reformista”, la dirigencia mirista se dispuso a asumir el liderazgo que la nueva etapa a su
juicio demandaba, y a iniciar la lucha de resistencia que conduciría al triunfo final e
inevitable de la revolución chilena.
En esa tarea, advertía y recalcaba la dirección mirista, la vertiente militar decidida-
mente no se bastaba por sí misma. La lucha debía ser al mismo tiempo militar, política y
social, en tanto que la conformación del futuro ejército del pueblo debía marchar inex-
tricablemente ligada a la unidad política de la izquierda y a la reactivación y potenciación
del movimiento de masas. En la práctica, sin embargo, el acoso represivo y la propia
urgencia de desarrollar una capacidad de resistencia armada, que la historia anterior
del movimiento popular chileno había descuidado, obligaron a priorizar precisamente
ese aspecto del accionar partidista, que tantas veces había sido utilizado para caricatu-
rizar al MIR.
De ese modo, si bien el análisis y el discurso mirista siempre insistieron en la impor-
tancia equivalente de “todas las formas de lucha”, las páginas precedentes han
demostrado que, en la práctica, tendía a prevalecer lo militar. En una primera etapa,
entre el golpe de Estado y el exilio de Andrés Pascal Allende tras el enfrentamiento de
Malloco, el partido debió limitarse básicamente a resguardar la supervivencia física de
sus cuadros, quedando finalmente reducido a un puñado de militantes que logró perma-
necer en el país. Posteriormente, la consolidación de la Dictadura y la recuperación de
ciertos espacios mínimos de disidencia animaron a la Dirección Exterior a implementar
la “Operación Retorno”, cuyo desenvolvimiento marcó una segunda etapa en la historia
mirista de los setenta. Una vez más, el discurso enfatizó la combinación entre lo social,
lo político y lo militar, viéndose los dos primeros aspectos potenciados por la reanima-
ción de las luchas sindicales, poblacionales y estudiantiles, y por la aparición de las
primeras manifestaciones públicas en defensa de los derechos humanos. Pero el tema

204
de las prioridades y las urgencias, más la propia formación que habían recibido los cua-
dros que comenzaron a volver, por lo general clandestinamente, desde el exilio, terminaron
por reproducir el desequilibrio que ya se había insinuado en la etapa anterior. El desti-
no de la experiencia guerrillera de Neltume, y de las llamativas acciones armadas
emprendidas, sobre todo en Santiago, por la reconstituida Fuerza Central, dan cuenta
del tipo de iniciativas miristas que finalmente adquirieron mayor visibilidad. La derro-
ta de éstas, por segunda vez en menos de una década, puso en dramático relieve la
necesidad de prestar mayor atención a la dimensión política y social de la resistencia,
precisamente aquella que la coyuntura crítica de 1982-83 y la explosión de las protestas
nacionales iban a poner en primer plano. Para eso estaban supuestamente los núcleos
de resistencia social trabajosamente reconstituidos a partir de 1977, las ODIs y el Code-
pu, cuya capacidad de acción se vio sin embargo constantemente tensionada por las
demandas del “brazo militar”.
De cara a los 80, el MIR iba a tener que repensar su perspectiva sobre las formas en
que se debía avanzar hacia la revolución chilena, y sobre su propio papel en dicho proceso.
Como lo ha sugerido nuestro entrevistado Mario Garcés en un prólogo a una recopilación
de escritos y discursos de Miguel Enríquez, el MIR tal vez tuvo un cierto grado de “razón
teórica” en su diagnóstico sobre el fracaso de la Unidad Popular. También podrían recono-
cérsele importantes aciertos en su caracterización inicial del régimen militar, y en las
demandas que implicaba enfrentarlo con posibilidades de éxito. Pero sus dificultades para
ser reconocido como el verdadero conductor de la vía chilena al socialismo, dificultades
en definitiva para sintonizar con el estado de ánimo real de las masas y con lo que podía
razonablemente esperarse de su capacidad de reacción, demuestran que no había una equi-
valencia automática entre la razón teórica y la “razón histórica” que estaban dispuestos a
atender los sujetos populares de carne y hueso. La historia popular chilena, plantea Gar-
cés, tal vez tenía más que ver con la formación de redes sociales y la lucha política abierta
que con “irse al monte” o pasar a la clandestinidad. El dilema del MIR, en ese contexto,
era encontrar un justo equilibrio entre la teoría y la experiencia, tarea particularmente
difícil en un momento de cambios estructurales que terminarían por alterar profunda-
mente el rostro de aquella sociedad chilena en que habían nacido y crecido la vieja y la
nueva izquierda478. Durante los primeros siete años de dictadura, ese equilibrio osciló pre-
caria y conflictivamente entre lo político-social y lo militar, con una cierta tendencia al
predominio de lo segundo. En la década que se iniciaba, las “dos almas” del MIR tomarían
el camino de la ruptura. ¿La “razón teórica” devendría finalmente más poderosa que la
“razón histórica”?

478
Prólogo de Mario Garcés al libro editado por Pedro Naranjo y otros Miguel Enríquez y el proyecto
revolucionario en Chile, Santiago, LOM, 2004.

205
IZQUIERDAS Y DERECHAS EN LOS AÑOS SETENTA:
LA REVERSIÓN DE LA HISTORIA
VERÓNICA VALDIVIA ORTIZ DE ZÁRATE

Los estudios incluidos en este texto han pretendido dar una mirada histórica a la evo-
lución de izquierdas y derechas en la década de 1970, con posterioridad al golpe de Estado
de 1973, en un intento por visualizar su evolución conjuntamente. Como ya señalamos, los
conceptos de izquierdas y derechas son interdependientes, toda vez que forman parte de
una realidad histórica común, en la cual las representaciones son más importantes que las
cronologías. Dado que éstas suelen buscar una relación más bien causa-efecto, es decir, un
antes y un después, una reacción, tienden a oscurecer sus verdaderos vínculos. En el caso
analizado, ambas tendencias vivieron la dictadura militar de manera disímil, pero consti-
tuyendo ella el núcleo de sus posibilidades evolutivas y de la naturaleza que tendrían.
Para unos, el golpe significó la pérdida de su vida pública, como la de muchos de sus
exponentes, debiendo replegarse a la clandestinidad, lugar donde transcurriría toda su
existencia a partir de ese momento. Para los otros, significó la derrota de sus enemigos, la
llegada al poder y, por ende, el copamiento del espacio público, por el que en los últimos
siete años habían tenido que competir. Desde el 11 de septiembre, les pertenecería por
completo. Desde ese punto de vista, la trayectoria de ambas tendencias es casi incompara-
ble, pues remitían a realidades absolutamente distintas, donde la interrelación –desde
una óptica convencional– era, en términos prácticos, imposible, al no existir un espacio
común de confrontación y estando una de ellas –la izquierda– acosada por las nuevas auto-
ridades. Más aún, en la clandestinidad la izquierda siguió conservando –dentro de lo posible–
su estructura partidaria, sus orgánicas, mientras que la derecha no, pues la única colecti-
vidad que tenía tal forma para 1973, el Partido Nacional, se disolvió, y los gremialistas
durante estos años no la asumieron. En otras palabras, ni en cuanto a “espacios” ni “apara-
tos”, izquierdas y derechas eran homologables, ni eran comparables su capacidad de
convocatoria social.
Las fases de su existencia en algo parecen coincidir, aunque no del todo. Como se
observa en los estudios presentados, la historia de la izquierda tiene como hitos los años
1975/1976, momento en que los golpes dados por los aparatos represivos del régimen
lograron desarticular sus orgánicas, asesinando a las dos direcciones internas de los
comunistas y penetrando a la Juventud, mientras el MIR se vio obligado a abandonar su
bandera de no asilarse y salir al exilio, luego que sus dirigentes emblemáticos fueron

207
muertos o asesinados, a la vez que el número de militantes disminuyó drásticamente y el
partido fue desarticulado por completo. Luego de esa derrota comenzó una leve recupe-
ración, la que coincidió con el inicio de la reactivación de ciertos movimientos sociales
en Chile y los cambios en las dirigencias en el exterior que permitieron una renovación
de las líneas políticas, en el Partido Comunista, o una insistencia en ellas, en el caso del
MIR, y que parecían mostrar un renacimiento, un mentís a la derrota total que asegura-
ba haberle infligido la dictadura. La izquierda seguía viva. A partir de ese momento, los
comunistas iniciaban la fase final para la articulación de la nueva línea partidista, la
Política de Rebelión Popular de Masas y ulteriormente la creación del Frente Patriótico
Manuel Rodríguez, a la vez que el MIR volvía a implementar una estrategia armada en
Neltume y Nahuelbuta, aunque la primera de ellas aplastada nuevamente, esta vez por
el ejército. En ese sentido, el año de inflexión para la historia de la izquierda parece
haber sido 1978, cuando retomó un cariz más pro-activo, que se expresó en la implemen-
tación del Plan 78 del MIR, los cambios en la subjetividad de los comunistas, la cual
logró revertir el impacto de la represión, pudiendo ingresar al país dirigentes emblemá-
ticos, como Gladys Marín, y retomando un contacto más fluido con las masas.
En el caso de la derecha, la década del setenta estuvo seccionada por la pugna entre
distintos proyectos y pilares ideológicos: liberalismo vs corporativismo. En ese sentido, el
punto de inflexión fue 1977 con el discurso del general Augusto Pinochet en Chacarillas,
toda vez que en ese momento la pugna neoliberal/corporativa empezó a resolverse en impor-
tante medida a favor de los primeros, cuando Guzmán aceptó la existencia de los partidos en
la futura institucionalidad y poco después la idea del sufragio universal, a pesar de los con-
trapesos institucionales que consagró en la Constitución. La idea que esa pugna ya fue decidida
en 1975 con la aplicación del plan de shock del ministro Cauas como sinónimo del triunfo
neoliberal, no es aplicable a la historia de la derecha política, pues el debate ideológico
prosiguió y solo comenzó a resolverse en la fecha que hemos indicado. En ese sentido, igual
que para la izquierda, 1975 fue un año clave, pero no el definitorio en lo que sacudía a las
derechas por esos días, como era la inspiración doctrinaria de la refundación a implementar.
Asimismo, en 1977 los ex nacionales, que habían estado sumergidos en el silencio y alejados
del debate político dentro del régimen, retornaron a él, contradiciendo los postulados del
Anteproyecto Constitucional y reivindicando los valores de una democracia plural. La pri-
mera fase, entonces, habría sido la de mayor debate ideológico al interior de las derechas,
cuestión bastante más resuelta –aunque no del todo– en la segunda fase (1978-1980), cuando
se logró imponer la nueva Carta Fundamental, a la cual adhirió una gran mayoría, a pesar de
sus disidencias. La resolución del debate ideológico determinó, igualmente, la primacía polí-
tica en el sector, quedando los ex nacionales en una posición secundaria y desmedrada, frente
al altivo gremialismo, ya totalmente fusionado con los neoliberales.
La relación entre izquierdas y derechas a lo largo del siglo XX (1938-1964) se desarro-
lló en torno a la capacidad de iniciativa política, especialmente en el terreno programático.

208
En tal sentido, se ha sostenido que la derecha estuvo en una posición defensiva, mientras
que la izquierda estaba a la ofensiva, pues en sus manos –como en el centro político–
estaban los proyectos modernizadores que darían vida al Estado de Compromiso. Esta
disímil posición, se acentuó en los años sesenta y hasta 1973, cuando los proyectos de
reforma estructural coparon las propuestas del centro democratacristiano y de la izquier-
da en su opción por el socialismo, al tiempo que la derecha se veía cada vez más amenazada
por tales propuestas, especialmente durante la Unidad Popular. Esa historia, como queda
en evidencia en estos trabajos, se revirtió en los años setenta, resultando una relación
inequitativa, en la cual la izquierda quedó a la defensiva, mientras la derecha tomó la
iniciativa política y proyectual, pasando a la ofensiva, como ‘dueña de la verdad’.
La vida de la izquierda durante los primeros cuatro años de la dictadura puede ser
caracterizada como a la “defensiva”, en tanto su accionar tuvo que limitarse a la sobre-
vivencia, dada la arremetida de los organismos de seguridad, decididos a destruir por la
fuerza a esas orgánicas. Aunque los trabajos que incluyen este libro no se detienen en
especial en el tema de la represión, ella es el telón de fondo del desarrollo vivido por
este sector, toda vez que el objetivo que se perseguía era su exterminio, su desaparición
del escenario político nacional. De allí los golpes contra las direcciones internas, con la
muerte emblemática del líder mirista Miguel Enríquez en 1974 y del dirigente comunis-
ta, “chino” Díaz, en 1976, y la salida al exilio de toda la dirigencia comunista, como de
los miristas que aún seguían vivos. Durante esos tres primeros años, la izquierda se
limitó a tratar de proteger dentro de lo posible a sus militantes y salvar en algo sus
orgánicas, propósito que se veía enfrentado a la crudeza de una represión sistemática y
racional. Este afán exterminador quedó de manifiesto en el nivel celular que alcanzó,
toda vez que no se limitó, como bien se sabe, a expulsar a sus exponentes de la arena
política, sino a tratar de destruir su relación con cualquier organismo social e incluso la
predisposición a la militancia. Andrés Benavente ha sostenido479 que la dictadura com-
prendió que para debilitar a la izquierda debía desarticular la maraña sindical, pues ese
espacio le había permitido enfrentar con éxito la persecución de González Videla a fines
de los años cuarenta. Ello explicaría el interés del régimen militar por congelar los
derechos sindicales y que posteriormente neoliberalizara su funcionamiento, atomizan-
do la fuerza laboral. Desde nuestro punto de vista, la acción del gobierno en contra de la
izquierda, con apoyo de la derecha, buscaba más que romper sus lazos con los sindicatos,
pues era claro que aquellos eran solo una de sus muchas redes de inserción social. En los
setenta se trató de darle golpes de una gravedad tal como para erradicar no solo las
colectividades, sino cualquier predisposición de las personas a seguir participando en

479
Andrés Benavente “Partido Comunista y sindicalismo politizado: una estrategia de supervivencia”,
Estudios Públicos, Nº 20, 1985.

209
actividades partidistas. Por ello la represión tocó la vida privada de los militantes480, a
esposas, hijos, hermanos, demostrando la suerte que correría quien se atreviera a seguir
actuando activamente en política, como a sus seres queridos, con lo cual se pretendía
acabar con toda posibilidad de renacimiento izquierdista.
No enfatizamos el problema de la represión por un mero afán denunciador, sino porque
en la práctica afectó el funcionamiento partidario y su convocatoria social. El repliegue a la
vida clandestina significó la pérdida de un porcentaje sustantivo de su militancia, tanto
como efecto de la represión (torturados, asesinados, desaparecidos), como por el resultado
del miedo generalizado que se apoderó de la sociedad chilena481, instando a muchos a aban-
donar sus antiguas militancias. Izquierda pasó a ser, al poco tiempo después del golpe, sinónimo
de tortura y muerte. Sólo téngase en consideración, que para mediados de la década y tras la
razzia de 1974-1975, el MIR logró quedar con aproximadamente setenta militantes; casi la
desaparición. Aunque la prensa y documentación clandestina de estos partidos usaban un
lenguaje combativo, de llamado a la lucha, su realidad era fundamentalmente de acoso, una
tentativa permanente por evadir los golpes dictatoriales. Ello debilitó a la izquierda, pues
desarticuló sus orgánicas, desmanteló a sus dirigencias y con ello la puesta en vigencia de
cualquier decisión política. Más todavía, afectó su relación con las bases sociales. Como se
aprecia en los trabajos respectivos, para que un partido pueda sobrevivir en la clandestini-
dad requiere de una red social amplia, que se convierte en su sostén, realidad que encontró
serias dificultades para materializarse. En la clandestinidad se hizo patente el débil desa-
rrollo de masas que tenía el MIR en los tempranos setenta –al menos en la zona central del
país. Aunque durante los años de la Unidad Popular efectivamente contaba con algunos
miles de militantes, su poderío fue magnificado por la propaganda de los medios de comuni-
cación derechistas. Inmediatamente después del 11 de septiembre surgió la verdadera
situación, caracterizada por serias trabas para encontrar lugares seguros para el repliegue.
Como quedó claro, el partido fue aniquilado en sus pocos centros de inserción, especialmen-
te entre los pobladores, quedando algunos militantes desconectados y aislados durante casi
toda la década, rompiéndose la unidad con los frentes de masas. Esta debilidad es la que en
parte explica la limitada respuesta al momento del golpe, la eficacia de los organismos de
seguridad y su capacidad de arremeter contra los miristas. Aunque en el caso de los comunis-
tas, igualmente lograron llegar a todas las direcciones partidarias que quedaron en Chile,
sus dirigentes más importantes sobrevivieron, la orgánica se salvó y lograron rehacer el apa-
rato partidario. Esto, en gran medida, se pudo hacer por la disciplina comunista, el apoyo
externo, pero también porque podía contar con una red social mucho más amplia, tejida a lo

480
Rolando Álvarez “Clandestinos. Entre prohibiciones públicas y resistencias privadas. Chile, 1973-
1990” en op. cit.
481
Norbert Lechner “La sociedad se moría de miedo”, en Los patios interiores de la democracia (Flacso:
1998).

210
largo de setenta años y que en parte sobrevivió en los sindicatos y en las poblaciones. La
política de masas iniciada por Luis Emilio Recabarren a comienzos del siglo XX y continua-
da por sus herederos, ofreció una base de la que carecieron los miristas –con solo seis años
reales de existencia–, como lo reconoció explícitamente Hernán Aguiló. Aún así, entre los
comunistas la caída en materia de militancia fue sustantiva.
Esta realidad de clandestinidad, de amenaza mortal permanente, de ruptura de los
espacios políticos “naturales” y la fragilidad de sus lazos sociales, representaron golpes
mortales para la izquierda aquí estudiada, porque se estaba atacando uno de sus pilares
claves, lo que Guzmán identificaba como la razón de la fortaleza de la izquierda: su
inserción social. La represión y la clandestinidad hicieron trizas los vínculos que unían
a esos partidos –especialmente al Partido Comunista– con sus bases de apoyo, a pesar de
no haberse destrozado todo el tejido social y los comités de resistencia en algo hayan
mantenido su presencia en los sectores populares, aunque la mayoría de las veces al
amparo de la Iglesia Católica o recubiertos de “apoliticismo”. Para la época, la izquier-
da interpretó sus problemas de funcionamiento y los embates partidarios como algo
transitorio, que una vez derrotada la dictadura desaparecerían. Esto en parte se relacio-
nó con su caracterización de la dictadura durante parte importante de la década, ya
fuera como Estado de Excepción, Dictadura Gorila, o Fascista y, por ende, transitoria.
Fue solo al evidenciarse su solidez y proyección al anunciarse la Constitución de 1980,
que ambos partidos comenzaron a tomar conciencia de su real profundidad, de su carác-
ter refundacional. Esta tardanza en comprender la naturaleza del régimen –que no fue
solo suya482– y la brutalidad de éste que impedía mirar un poco más lejos que la sobrevi-
vencia y la rebelión, atentaron contra la comprensión de los efectos de los golpes
recibidos. Desde nuestra perspectiva, ellos eran más profundos de lo que entonces la
mayoría supuso, toda vez que la dictadura logró remecer una forma de hacer política,
cuestión que fue truncada. Desde su origen, la izquierda chilena se desarrolló en el
espacio público y con su integración formal al sistema político en los años treinta fue
estimulada a organizar sus bases de apoyo. La dictadura la obligó a replegarse a un
espacio para el que carecía de práctica –especialmente los comunistas–, el mundo clan-
destino, pero además cercenándole todas sus fuentes de sobrevivencia. Esta nueva
realidad afectó el núcleo de su desarrollo, lo cual dejaría huellas de más largo alcance.
Si bien la izquierda aquí analizada ‘renació’ a partir de 1977, ella ya no era la misma de
cuatro años antes, ni en número de miembros, ni en capacidad de llegada a la sociedad.

482
No debe olvidarse que el concepto de “refundacional” que acompañó a la dictadura pinochetista,
como los análisis acerca del “nuevo tipo de autoritarismo” militar latinoamericano, recién empeza-
ron a aparecer a fines de la década del setenta y especialmente a comienzos de los ochenta. Hasta
entonces, ni la clase política, ni la intelectualidad tenían muy clara la verdadera naturaleza de esos
regímenes.

211
Sobrevivía, que es distinto de vivir. Los cambios estructurales aportarían un grano más
a esa fuerza en decadencia.
En ese sentido, el imperativo de sobrevivir, relegó a un segundo plano la existencia de la
izquierda en tanto proyecto, que era uno de los elementos que le había dado fuerza y legitimi-
dad a lo largo del siglo XX, como alternativa optimista ante el capitalismo. Los rigores de la
clandestinidad obligaron a la izquierda a concentrarse en lo más urgente: la vida de sus
militantes y dirigentes. Tal opción impuesta por la realidad le impidió confrontar el bombar-
deo discursivo y mediático del gobierno como de su adversaria política: la derecha. Mientras
la izquierda estaba tratando de evitar el exterminio, la derecha gremialista y, en un comien-
zo, como hemos visto, la ‘jarpista’, apoyaban a la dictadura frente a las condenas
internacionales por la violación sistemática de los derechos humanos, justificaban la exis-
tencia de los organismos de seguridad y su tarea, los defendían, y colaboraban a la
profundización del imaginario de una izquierda poderosa y peligrosísima en la clandestini-
dad, como lo habrían mostrado el Plan Z o los sucesos de Malloco. Los calificativos de
terroristas, delincuentes, criminales, reforzaban la guerra psicológica iniciada durante la
Unidad Popular. La descalificación de la izquierda, con todo, no era solamente en tanto terro-
rista, sino también en cuanto proyectualmente derrotada, como lo vocearon neoliberales y
gremialistas. El marxismo no solo era una abyección, sino un error superado por la historia,
como supuestamente lo probaba la experiencia chilena. La izquierda fue aplastada por acu-
saciones que no pudo responder y refutar en Chile. La débil sobrevivencia comunista en los
sindicatos y su insistencia en alianzas amplias, revelaban una izquierda que implícitamente
postergaba su proyecto, el socialismo, debido a que su atención después de mediados de la
década estaba centrada en responder a la dictadura, en demostrar su vulnerabilidad, más
que enfrentar temáticamente el proyecto neoliberal. Como se señala en el trabajo respecti-
vo, se hizo una evaluación equivocada de los efectos de su aplicación –la secuela de desempleo
y salarios ínfimos–, creyendo que ellos en sí mismos lo descalificarían, no poniendo especial
énfasis en contestar en el plano proyectual. La política de Rebelión Popular de Masas no
apuntaba a reponer la propuesta socialista, sino a demostrar la vulnerabilidad del régimen,
se instalaba en el plano de la resistencia y no del proyecto.
Es cierto que la izquierda no tenía posibilidad alguna de acceder a los medios de comu-
nicación que le hubieran permitido hacer tal, sin embargo el camino seguido por la política
antifascista de los comunistas y su redirección hacia la rebelión mostraban cuáles eran los
criterios y las reales ‘subjetividades’ que inspiraban la nueva política del partido, mientras
que el MIR, si bien insistió en un futuro socialista, su opción por reponer la vía militar
también antepuso el problema de la resistencia y la rebelión: el medio antes que el fin. La
recuperación de la democracia pasó a ser el tema central de la lucha antidictatorial, más que
la legitimidad del proyecto socialista y su materialización futura. ¿Qué debían pensar las
masas respecto a lo que eventualmente sucedería una vez ‘derrocada’ la dictadura? ¿Se vol-
vería a las nacionalizaciones? ¿Al Estado de Compromiso?, ¿a la Unidad Popular? Parece

212
haber habido una subvaloración del impacto del discurso dictatorial reiterado por años, su
insistencia en la ferocidad de la izquierda como en su fracaso político. Tal monólogo erosionó
parte significativa de la legitimidad y del imaginario optimista que envolvía a la izquierda
antes del 11 de septiembre de 1973. Más aun, cuando volvieron a hacerse presente –Neltume,
acciones de guerra psicológica, tomas de terrenos– lo hicieron en tanto “subversión”, más
que programa. Dado que la respuesta al régimen se insertó en el plano de la resistencia y de
las acciones armadas, la izquierda no pudo encarnar la democracia, a pesar de su defensa de
los derechos humanos y de la centralidad de ellos en cualquier régimen democrático. Esto
fue eficientemente utilizado por la dictadura: rechazar la Consulta de 1978 como la Constitu-
ción de 1980 era “volver al pasado”, con sus atropellos y violencias. En contraposición a esa
“historia de fracaso y crisis”, la derecha, a través del régimen, ofrecía el “milagro económi-
co” y la nueva institucionalidad.
El imperativo de enfrentar a la dictadura entrampó a la izquierda, porque la llevó a
colocarse –en alguna medida–, precisamente en el lugar que deseaba su enemigo: abierta-
mente en la rebelión y su defensa implícita del proyecto de la Unidad Popular. Esto tuvo el
efecto curioso de invertir las posiciones históricas de izquierdas y derechas: la primera
siempre asociada al progresismo, al futuro; la otra, al pasado, a la reacción. Este contexto
de monólogo comunicacional y de una izquierda en las “sombras”, pero reivindicadora del
socialismo, pareció dejarla mirando al pasado, aferrada a la experiencia popular, mientras
la derecha parecía mirar y ofrecer el futuro: la “libertad” del mercado. Por algo se eligió
como slogans del régimen, 1973 como el año de la segunda independencia nacional. El
referente de la izquierda empezó –en el plano nacional, no internacional– a quedar en el
pasado, cualquier futuro ofrecido por ella sería un reflejo de ese pasado, pues si bien el
socialismo estaba teniendo éxito en otras partes del mundo, en Chile había sido derrotado,
demostrándose fehacientemente su error. Como hemos señalado, los comunistas para esos
años enfatizaban la defensa de la democracia y de los derechos humanos como los princi-
pios básicos a defender, más que el socialismo, y aunque el MIR siguió insistiendo en
defenderlo como la utopía, discursivamente se lo asociaba al pasado. Por otra parte, la
derecha que enfrentaban no era la misma de los años sesenta y de la lucha contra la Uni-
dad Popular: los sectores institucionalistas –como Bulnes, Phillips, Subercaseaux– fueron
desplazados y ocuparon su lugar otros exponentes tan jóvenes como los propios izquierdis-
tas –gremialistas y neoliberales–, dotados del mismo voluntarismo, agresividad y sin
conflictos con la represión institucionalizada. Tenían, además, –para fines de la década
del setenta– un armazón teórico renovado con el aporte del neoliberalismo y, por lo tanto,
podían vocearse como modernizadores, agentes del futuro y mostrar a la izquierda como
anquilosada y apegada a un pasado superado, más con el triunfo de Margaret Thatcher en
Inglaterra (1979) y Ronald Reagan en Estados Unidos (1980). Así como la izquierda podía
exhibir como triunfos para el campo socialista a Vietnam y Nicaragua, la derecha también
podía mostrar ejemplos y ufanarse de la revolución neoconservadora que se iniciaba a

213
fines de los setenta. La derecha empezaba a autodefinirse como moderna, aunque la insti-
tucionalidad y el sistema político creado por Guzmán no lo fuera. En medio del “milagro
económico” la izquierda pasaba a representar el pasado, la derecha neoliberal parecía el
futuro. Hubo, por tanto, una reversión del imaginario.
En ese sentido, la decisión comunista de cambiar la línea del partido y optar por la
Rebelión Popular de Masas, como el Plan 78 del MIR, aparentemente representaban la resu-
rrección, la prueba de que la dictadura mentía y la izquierda seguía de pie y dispuesta a dar
la lucha a pesar de la violencia usada en su contra. Pero, ¿era realmente una resurrección?
Como quedó explicado en los capítulos correspondientes, el impacto sobre la izquierda de la
brutalidad del golpe y los inicios de la represión y la ilegalidad provocó un skock emocional,
un profundo sentido de humillación, especialmente claro en los comunistas, que debía rever-
tirse y, en el caso mirista, la reafirmación de sus tendencias militaristas. Así, unos intentaban
leer la subjetividad que invadía a la militancia, nacida al calor de la represión, mientras los
otros creían en la necesidad de insistir en la resistencia e inyectar fuerza externa. En ambos
casos, la experiencia de las dirigencias en el exterior jugó un papel central en las ruta que
seguirían ambas expresiones izquierdistas y que se relacionaba con la posibilidad de la rebe-
lión contra la dictadura, ya fuera rebelión de masas, como de resistencia armada guerrillera.
Estas decisiones supusieron una lectura de la dictadura, como de la coyuntura internacional
y del estado de las masas. Tanto el MIR como el PC llegaban a la conclusión hacia 1978 que la
dictadura no era ni un “Estado de Excepción” ni una “Dictadura fascista” y que tenía visos
de permanecer largo tiempo: la rebelión y la lucha armada empezaban a ocupar un lugar
central, esta vez coincidentemente. Con todo, más que el análisis de la dictadura, lo más
influyente en las opciones tomadas para esas fechas fue la evaluación de la situación inter-
nacional y el supuesto estado de ánimo de las masas. Respecto de lo primero, la izquierda vio
con optimismo la situación que vivía el socialismo en la época, como una etapa que compro-
baba su vigencia, dados sus éxitos en Vietnam e Indochina, Nicaragua, viendo tales
experiencias como pruebas de su razón. Incluso, en el caso de los comunistas, se consideró la
situación en Irán. Sin embargo, las lecturas hechas reflejaban una mirada poco adecuada a la
realidad chilena, por lo que sus resultados tal vez expliquen lo erróneo de sus análisis. En
efecto, los comunistas y los miristas creyeron posible emular las insurrecciones populares
que estuvieron detrás de los éxitos revolucionarios en cada uno de esos países y la derrota de
los intereses imperialistas. No obstante, tales realidades distaban bastante de la chilena y
eran remotamente comparables: en los tres casos, los ejércitos eran casi fuerzas extranjeras,
sostenidas literalmente por Estados Unidos y no instituciones del todo profesionales y con
importantes grados de autonomía, como era el ejército y las fuerzas armadas chilenas. Es
cierto que la influencia ideológica norteamericana en Chile no era despreciable y fue, con-
trariamente, muy importante, pero no era homologable a la situación de la Guardia Nacional
nicaragüense, ni al ejército iraní y mucho menos a la fuerza militar invasora norteamericana
en Vietnam. Por lo tanto, la posibilidad de quebrar a esa institución, como en Irán, o de

214
derrotarla mediante una amplia alianza social insurrecta como en Vietnam o Nicaragua, era
poco realista. El apoyo social al Vietcong y al sandinismo revestía una lucha nacionalista-
antiimperialista, móvil que era capaz de reunir a amplios sectores de la sociedad, como lo
demostraron la mayoría de las revoluciones en el Tercer Mundo en la segunda postguerra.
Las guerras anticoloniales eran nacionalistas, en ese entendido. Igual cosa ocurrió en Irán,
en el cual la mantención del gobierno de la familia Apalevhi provenía de la intervención de
la CIA en 1953, sin considerar, además, el componente religioso que fue el central. En ese
sentido, la esperanza comunista y mirista de una salida dictatorial vía rebelión/insurrección
social según los modelos a la vista, no se acercaba a la realidad nacional.
Es cierto que la Política de Rebelión de Masas, como el Plan 78, no implicaban una
traslación mecánica de esos casos y solo eran vistos como ejemplos, ideas en torno a
las cuales se reflexionaba, pero no se pretendía homologar. No obstante, daban cuenta
de situaciones lejanas respecto de la realidad chilena, tanto en la condición de la
lucha antidictatorial, el carácter de las fuerzas armadas, como en la naturaleza de la
dictadura.
A esta mirada en lo internacional, se sumó la lectura del estado de ánimo general de
la sociedad. La interpretación comunista de que la política de Rebelión Popular de Ma-
sas restañaba el orgullo herido de la izquierda y respondía al estado de ánimo de las
masas, era aplicable, más bien, a la militancia partidaria que al conjunto de la masa
popular y del resto de la sociedad chilena. Efectivamente, la decisión de luchar y res-
ponder a la dictadura, que trasuntaba la nueva subjetividad comunista, devolvía el orgullo
a un partido golpeado ferozmente por la derrota de la Unidad Popular, las acusaciones
de no haberla defendido y la represión dictatorial que logró llegar casi al corazón de la
estructura. La posibilidad de la rebelión y, más tarde, de la lucha armada, permitía vol-
ver a enfrentar al enemigo desde una posición, subjetivamente, más igualitaria y, más
aun, propinarle una sorpresa a la dictadura. En el caso del MIR, la convicción de estar
en los sectores más combativos, podía ser tal vez real, pero ¿era representativo del esta-
do de ánimo general de las masas?. Esta interrogante no pretende dejar la impresión de
un pueblo mayoritariamente proclive a la dictadura, sino tremendamente atemorizado,
una sociedad invadida por el miedo y, por ende, con altos grados de paralización. Hubo
una cierta evaluación optimista de la izquierda detrás de las políticas adoptadas, espe-
cialmente del Plan 78; y entre los comunistas, una mezcla entre el deseo de restañar el
orgullo herido y la crítica a la lectura exitista de la dirigencia del partido, pues para los
“funcionarios” las masas sí estaban deprimidas. En la práctica, ello colaboró a creer
que las bases sociales estaban impacientes por iniciar la insurrección. Aunque efectiva-
mente se habían empezado a reactivar ciertos movimientos sociales, los vinculados a los
derechos humanos como la Agrupación de Detenidos Desaparecidos y posteriormente la
de Presos Políticos; la organización sindical y otros, éstos fueron sobreestimados, inter-
pretándoselos como el inicio de la sublevación general, telón necesario para la

215
implementación de sus decisiones armadas. Sin embargo, los niveles de miedo eran mu-
cho más altos que los imaginados por los militantes activos, quienes habían decidido
voluntariamente enfrentar ese temor y al terror dictatorial y percibían “subjetivamen-
te” la realidad y las posibilidades de éxito desde ese prisma.
No debe perderse de vista que para el período que cubre este libro, la dictadura no
estaba en una situación de fragilidad, sino su estabilidad había ido en ascenso y hacia el
final de él, estaba en pleno auge, a pesar del papel crucial que jugaban el respaldo férreo
de las fuerzas armadas y los organismos de seguridad. La derecha neoliberal y gremialista
fueron los soportes ideológicos que le permitieron al régimen exceder el marco dictatorial
y poner en vigencia un proyecto. La conjunción entre la imposición de ese proyecto de
cambio, con las secuelas consiguientes, y el miedo generado por la indefensión de todo
tipo, afectó la capacidad de politización de las masas. Para 1980, la respuesta ante los
intentos de fortalecer los comités de resistencia y los frentes de masas fue débil en compa-
ración a lo que había sido la sociedad chilena desde mediados de los sesenta, como al
tremendo riesgo que significaba para sus promotores. Es cierto que tres años después la
situación cambiaría en términos de masividad, pero es probable que no se alterara sustan-
cialmente el fondo del problema: la erosión de los vínculos hacia abajo, la relación entre la
orgánica y la base social. Los lazos construidos por la izquierda en décadas y luego de un
trabajo de mucho tiempo, se levantaron en el marco de lo público, de lo aceptado, lo legíti-
mo. En los primeros ocho años de la dictadura, esos soportes fueron socavados, reiterándoles
una y otra vez que ese espacio les estaba vedado, que sus opciones eran inaceptables y
falsas. Una vida equivocada. El terror hizo el resto. Asimismo, para 1980 la clase obrera
empezaba su declinar y las antiguas generaciones de trabajadores, reemplazadas. Los su-
jetos de la revolución empezaban a quedar atrás. ¿Cómo podría la izquierda recuperar la
grandeza y fuerza del pasado?. Había sido herida más profundamente de lo supuesto.
Este cierto abandono de la realidad o percepción parcial de las condiciones objetivas
y subjetivas, en parte se relacionaba –nos parece– con un rasgo histórico en la izquierda
chilena del siglo XX, como era su tendencia auto-referente, reconfirmada en los trabajos
que aquí se incluyen. Era una izquierda concentrada en sí misma, en su propia historia,
obsesionada con auscultarse, descubrir la mejor vía para llegar a la revolución, segura de
su utopía, como lo prueba tanto la trayectoria de sus partidos, como su historiografía483.
Esto atentó contra una mirada desapasionada, fría y analítica de su adversaria, a quien se
miraba estereotipadamente (“momia”, “fascista”, “gorila”) y, por lo tanto, no se tenía cla-
ra noción de cómo enfrentar. Los análisis acerca de la dictadura se referían a ella en tanto
poder militar, más que respecto de la derecha del momento, pues cuando se evaluaba la
coyuntura se la ligaba más a la estabilización del régimen y sus aparatos de poder, y mucho

483
Verónica Valdivia O. de Z “Historia, Derecha y Política”, ponencia presentada al III Encuentro de
Historiografía “Luis Moulian”, octubre de 2004.

216
menos respecto de gremialistas y neoliberales, en tanto actores con clara autonomía. Du-
rante la década del setenta el enemigo era la dictadura y no los civiles que la sostenían y
le ofrecían una plataforma proyectual para convertirse en una alternativa política. Se veía
el instrumento de cambio, más que el cambio mismo. Esta característica auto-referente les
llevó a exagerar su mirada sobre la frustración social y a minusvalorar las transformacio-
nes estructurales que la derecha estaba implementando por entonces y sus efectos a
mediano y largo plazo.
No obstante lo anterior, la tesis de la Rebelión Popular de Masas de los comunistas
efectivamente representaba una renovación teórico-política, como se expuso en el capítu-
lo correspondiente, toda vez que significó un cuestionamiento a la vieja dirigencia del
partido, a los socialismos reales y una propuesta de transformación en la estructura de las
bases partidarias. La nueva tesis implicaba enfrentar el problema del poder y, por lo tanto,
de la conjunción de lo político y de lo militar, lo cual suponía un cambio en la política del
partido, como de la mentalidad de sus militantes y un nuevo socialismo posible. Esta reno-
vación, sin embargo, dado el contexto de la lucha política, hubo de adoptar más la forma de
resistencia y rebelión que de transformación política profunda, atentando contra sus pro-
yecciones futuras.
Estos problemas de la izquierda se enfrentaron a la labor estratégica que por ese mismo
tiempo estaba desarrollando su oponente, la derecha. Mientras la izquierda veía sus fuerzas
debilitadas, la derecha iniciaba su ascenso político. La primera constatación es la clara supe-
ración del problema de competencia que había caracterizado la segunda mitad de los años
sesenta y los primeros de la siguiente:¿quién hegemonizaba el sector? En ese período, como
se ha visto, la derecha era disputada por los Gremialistas, el Partido Nacional, los alessan-
dristas, los nacionalistas ultristas, quienes competían por imponerse sobre los otros y hacer
lo propio en el terreno de la orientación doctrinaria. En la práctica, la derecha oligárquica –
aquella identificada con los conservadores y los liberales dentro del Partido Nacional– se
autodisolvió, a pesar de no estar plenamente convencida de estar haciendo lo correcto, dis-
tanciándose rápidamente de la línea que seguía el régimen, aunque sin plantearse como
oposición, sino como disidencia silenciosa dentro de él. Esta actitud pasiva, de no defender
su derecho a la existencia y a la palabra, corroboró su naturaleza no proyectual y sí residual.
La disolución del Partido Nacional reconfirmó la tendencia a renunciar a disputar el aparato
del poder, que había caracterizado a la antigua derecha, prefiriendo cooptar el cambio. Lo-
grada la derrota socialista, esta derecha no hizo una defensa enérgica y activa de su modelo
político, que a ojos de las autoridades olía a pasado, conformándose con la “pacificación”
llevada a cabo por las fuerzas armadas y la restauración del derecho de propiedad. Aunque
muchos no compartían la oleada fundamentalista que invadió a los nuevos gobernantes, nada
hicieron por revertirla y aceptaron ser desplazados del centro del debate político y reempla-
zados por una nueva generación. En pocas palabras, los años de la Unidad Popular
constituyeron el último aliento de vida de una corriente en estado de descomposición, tras

217
de los cuales se desintegró. Con esto no queremos dejar la impresión de un Partido Nacional
instrumental, como se ha sostenido en numerosas ocasiones, pues creemos que en su momen-
to él sí pretendió constituirse en una alternativa y competir en condiciones de mayor equidad
de lo que lo había hecho nunca. Sin embargo, la convivencia de historias y proyectos distintos
dentro de los nacionales, aunado a una amenaza revolucionaria que requería unidad de ac-
ción, desviaron este rumbo. La vieja derecha se sumó a una batalla a muerte contra la Unidad
Popular, pero tanto su forma de entender la política, como su estilo, no encajaban en un
contexto lleno de soberbia y fundamentalismo, como fue el que dominó en los días y meses
posteriores al golpe cuando empezaron las definiciones. Si bien se deseaba derrotar al expe-
rimento socialista, no se pretendía erradicar toda forma de pensamiento izquierdista y mucho
menos desconocer los aportes del pasado: lo que distinguía esa derecha era, precisamente,
su identificación con el orgulloso pasado histórico nacional, el cual consideraban casi una
obra personal. No era ese, sin embargo, el proyecto país al que aspiraban el general Pinochet
y los oficiales que se situaron a su lado; era, contrariamente, el que debía superarse. La
conjunción entre una propuesta que era la resurrección de un modelo político, al que se
hacía responsable de la crisis vivida, y su tendencia histórica a la no confrontación y sí a la
transacción, terminaron de destruirla. Es posible acusarla de debilidad, al no intentar in-
fluir la senda que tomaría el régimen y conformarse con ser desplazados y aceptar los cargos
en el extranjero que se les ofrecía, alejándolos del debate. No obstante, para enfrentarse a
las nuevas autoridades y seguir la pelea con sus rivales derechistas necesitaban haber tenido
otro estilo, estar dispuestos a una lucha con un oponente al que no veían como enemigo, como
sí ocurrió con la Unidad Popular. Era una derecha que prefería el diálogo y la negociación,
para lo cual en ese momento no había interlocutor ni ambiente. Siendo consistente con su
identidad histórica, esta derecha abandonó el campo de lucha –no porque entregara su pro-
yecto a las fuerzas armadas– y con ello cerró un flanco importante de conflicto al interior del
sector, disminuyendo los contendores.
La vieja derecha fue reemplazada por una nueva generación, nacida en los últimos
años y fogueada en una guerra a muerte contra el socialismo, constituida por vitales jóve-
nes universitarios. Era una derecha con los rasgos necesarios para haber dado una parte
sustancial de la lucha, conservando las energías suficientes para continuarla. Gremialis-
tas y neoliberales eran jóvenes, no valorizaban el estilo de su antecesora –a la cual juzgaban
débil–, sino lo descalificaban y el trauma de la Unidad Popular no los paralizó, sino contra-
riamente los activó. Como se planteó en el capítulo respectivo, la experiencia revolucionaria
les mostró las deficiencias de su sector y lo que debían hacer para superarlas, valorizando
un estilo agresivo, de acción y de movilización social. El gremialismo se entrenó durante
los años de la “Revolución en Libertad” y de la “Vía Chilena al Socialismo” en un nuevo
estilo político, donde la transacción y el acuerdo, que habían caracterizado al Estado de
Compromiso, ya no tenían vigencia, y el escenario de la confrontación asumió un carácter
gremial y salió del Parlamento para trasladarse a la calle y a los distintos organismos

218
sociales. Esta derecha tenía muchas más posibilidades de sobrevivir luego de lo sucedido,
en parte por este estilo. En un comienzo, centrada en el escenario estudiantil, optó por
enfrentar el poderío hasta entonces inconmovible de la Democracia Cristiana en la Uni-
versidad Católica, disputándole la Federación, desafío en el que tuvo éxito y que le abrió
el camino a nuevos espacios de confrontación. En el nuevo estilo destacó un espíritu más
competitivo que cooptador, para lo cual revalorizó la “acción” política, propiamente tal, en
desmedro de las penetraciones cupulares. En ese sentido, interpretó correctamente –aun-
que aún desde el ámbito universitario– la arena política como aquella donde se disputa el
poder. En el estilo incorporó, igualmente, la movilización social, la cual apareció como
crucial para derrotar la fuerza democratacristiana. Aunque en esta primera etapa el Movi-
miento Gremial se desarrolló especial, pero no exclusivamente, en el terreno estudiantil,
este estilo todavía tenía fuertes resabios corporativos. El triunfo y la lucha contra la Uni-
dad Popular le permitieron avanzar otro tanto, al desenvolver en toda su intensidad estos
dos ingredientes del nuevo estilo, esta vez a nivel nacional. Los años de la revolución chile-
na, por lo tanto, ayudaron al nacimiento de una derecha dotada de un nuevo espíritu,
combativamente disciplinado, que valorizaba la relación con las masas que eran las que le
permitían disputar el poder con la dosis de fuerza necesaria.
Este estilo agresivo y voluntarioso se consolidó al alero de la dictadura, la cual le ofre-
ció el soporte necesario, para imponer sus puntos de vista. Su agresividad en la acción
política se expresó –desde la óptica del estilo– en el despliegue de una estrategia comuni-
cacional-discursiva acerca de la izquierda y de la historia de Chile del siglo XX que las
hacían imagen del mal y responsable de la “crisis vivida”. De esa manera, la guerra contra
la izquierda prosiguió, a pesar de que ésta se encontraba en pleno repliegue, enfrentándo-
la como si estuviese realmente presente, aunque se trataba de un monólogo. Si izquierdas
y derechas son interdependientes, ¿cuál era el tipo y escenario de confrontación entre
ellas en esos primeros siete años de la dictadura?. La derecha se “confrontó” con la iz-
quierda, pero con una imagen de ella, no con una competidora real, sino la figura creada
por el discurso gremialista y del régimen. Así, a pesar de la desaparición de la izquierda
del ámbito público, la derecha la mantuvo presente como imaginario aterrador, como si
todavía revistiera un peligro y estuviera allí disputando el poder, lo cual le permitió afinar
ese estilo arrollador, dueño de la “verdad absoluta”. ¿Qué pasó con la importancia de la
movilización social?. En el contexto de un régimen que tenía como una de sus principales
prioridades desactivar a la sociedad, se volvió al corporativismo como tendencia despoliti-
zadora y por tanto, desmovilizadora, concentrada en lo “propio”. Eso no significó, sin
embargo, abandonar la convicción sobre la importancia del vínculo con lo social, sino que
éste fue transformado en “participación” despolitizada. La movilización social adquiriría
una nueva forma, cuestión sobre la que volveremos más adelante. Así, a pesar de no tener
delante un adversario real al que enfrentar, la dictadura anticomunista le permitió a la
nueva derecha confirmar los rasgos de su nuevo estilo. La “guerra contra el mal” era una

219
condición para confirmar las tendencias nacidas en la etapa previa y que marcaban la
diferencia con una antecesora débil, que debía morir. El estilo transaccionista que la ha-
bía caracterizado no tenía cabida, mientras se reconfirmaban las tendencias agresivas,
confrontacionales y de acción. En ese sentido, era una derecha a la ofensiva.
Esta etapa de ascenso político provenía, asimismo, de contar con un proyecto –en rea-
lidad más de uno–, lo que la distinguía de su antecesora y hasta poco antes, rival. Aunque
gremialistas y neoliberales poco después confrontarían sus propuestas, lo determinante
en el recambio generacional que se observó en los años setenta se relacionó también con
la definitiva superación de la carencia histórica que había tenido la derecha en el siglo XX
y que decía relación con la falta de un proyecto modernizador propio e ir a remolque de
sus adversarias. Como hemos expuesto en otra parte 484, coincidimos con esa tesis de Tomás
Moulian, discrepando de la interpretación de Sofía Correa, razón por la cual sostenemos
que efectivamente lo que existió hasta 1965 fue una derecha oligárquica aferrada a un
modelo y estilo político decimonónico, la cual entró al Partido Nacional junto con los na-
cionalistas, de cuya fusión surgió una propuesta ideológicamente ecléctica. La decisión de
derrotar a la Unidad Popular pospuso el problema de la definición programática y doctri-
naria, la que reflotó después del golpe, derivando en la autodisolución y la desaparición
de la derecha histórica, como en el desplazamiento de los sectores nacionalistas identifi-
cados con Sergio Onofre Jarpa. De esa manera, los proyectos ahí incubados no tuvieron
destino. Fue una derecha consumida por la coyuntura histórica. Contrariamente, una de
las fortalezas de la otra derecha nacida en esos mismos años era su potencial proyectual,
dentro del cual resaltaba el neoliberalismo asociado a los economistas de la Universidad
Católica y ex alumnos de la Universidad de Chicago, como el corporativismo de raíz cató-
lica tradicional, reivindicado por el cerebro del Movimiento Gremial de esa misma Casa
de Estudios, Jaime Guzmán. Esta nueva generación derechista estaba provista de un arse-
nal doctrinario que le permitió entrar a escena en 1973 con una propuesta bastante avanzada
en tanto articulación, la cual perfeccionó durante el resto de la década. Al contrario de la
derecha oligárquica –como se observó en el caso de Bulnes y otros–, no pretendía volver al
pasado, sino reemplazarlo por sus nuevas “utopías”, ya fuera la sociedad libre donde reina-
ra el mercado, o la sociedad organizada y despolitizada que ofrecería el corporativismo.
Así, considerando la cuestión del estilo y la existencia de proyecto, la nueva derecha
superaba las dos grandes carencias de su antecesora y se aprestaba a la segunda fase de su
constitución.

484
Verónica Valdivia O. de Z. “Nacionales y gremialistas. El parto de la nueva derecha política chilena”
(inédito), Introducción y cap. 1; Tomás Moulian y Germán Bravo “La debilidad hegemónica de la
derecha chilena en el siglo XX”, D,T, Flacso, 1981; Sofía Correa “Algunos antecedentes del proyecto
neoliberal en Chile (1955-1958), Opciones, Nº X, 1985 y especialmente su libro –revisión de su tesis
doctoral de 1994– Con las riendas del poder op. cit.

220
Si la primera fase del “parto de la nueva derecha política” (1965-1973) atendió a la apari-
ción y constitución de los nuevos exponentes, la segunda fase –en los primeros siete años de
la dictadura– estuvo centrada en el problema del proyecto, de la definición ideológica intra-
derecha: ¿corporativismo o liberalismo, en su versión neoliberal?. El problema del
corporativismo como línea divisoria dentro de la derecha ya estuvo presente en el Partido
Nacional, resolviéndose con el rechazo por parte de la dupla conservadora-liberal después
del golpe, pero mantuvo su actualidad en Jaime Guzmán y los gremialistas. En ese sentido, la
definición político-ideológica más importante de la década del setenta para la derecha fue el
tener que pronunciarse acerca de la gran arremetida ideológica de los años sesenta, el corpo-
rativismo, supuestamente necesario en ese momento como renovación para la coyuntura que
se vivía. La fuerza alcanzada por el corporativismo a comienzos del régimen militar, no obs-
tante, demostró que él era más que una herramienta coyuntural, pues pensaba dar una batalla
ideológica y doctrinaria y que los años siguientes serían de discusión. Esta reaparición del
corporativismo y la definición que debió darse con la derecha económica y al interior del
propio gremialismo, reproducía el debate que se había suscitado dentro de la derecha en las
décadas de 1920 y de 1930, momento en que el corporativismo sedujo a importantes sectores
del conservantismo. Este fue derrotado en los años treinta, cuando la derecha en su conjunto
aceptó el liberalismo como la veta ideológica principal y arrinconó a los grupos corporativos,
los que se refugiaron en los movimientos nacionalistas. El corporativismo era asociado a
“fascismo”, siendo repudiado y quedando remitido a grupos marginales de la política chile-
na o pequeños centros de intelectuales. Tal tentación reapareció en los sesenta, pero convivió
tensamente en la experiencia del Partido Nacional, como hemos visto. La Unidad Popular,
sin embargo, favoreció el auge de los gremios y con ello de las posturas corporativas, lo que
explica su preponderancia a comienzos de la dictadura. Con todo, una vez superada la fase de
indefinición del régimen (1973-1975)485 y optándose en términos económicos por el mercado,
se repuso con toda su intensidad la discusión entre las dos vertientes doctrinarias: derecha
corporativa o neoliberal. Las interpretaciones existentes afirman que el neoliberalismo de-
rrotó al corporativismo y Guzmán –junto con los gremialistas– se neoliberalizó. Nosotros
creemos que el problema fue más complejo.
En el caso del gremialismo es un error ver la unidad neoliberal-corporativa a finales de la
década del setenta, como aseguran la mayoría de los trabajos existentes, porque figuras em-
blemáticas de esa corriente ya pertenecían al Movimiento Gremial de la Universidad Católica
desde fines de los años sesenta, como fue el caso de Miguel Kast, Ernesto Illanes, Cristián
Larroulet, entre otros. La Escuela de Economía –antro de los Chicago desde la década ante-
rior– era uno de los principales bastiones del gremialismo desde 1968 y, por ende, ya los unía
su fuerte sentido antipartidario, una visión jerárquica de la sociedad y la defensa de la
autonomía de los cuerpos intermedios. El neoliberalismo económico no parece haber sido

485
Pilar Vergara, op. cit.

221
completamente antitético con el corporativismo del Movimiento Gremial, por el concepto de
subsidiariedad del Estado y también, probablemente, porque la mayoría de los neoliberales
eran católicos. Esto era así, además, porque el neoliberalismo no era en 1973 un “modelo”
global, sino fórmulas de estabilización económica. En la medida que el neoliberalismo se fue
convirtiendo en un “proyecto”, que involucraba más que el fin de la inflación y la reactiva-
ción de la estructura productiva, para asumir una mirada general sobre la sociedad y la
cultura (una utopía, como afirma Pilar Vergara), se hizo urgente una definición entre ambas
corrientes. Esa batalla ideológica fue perdida por Guzmán, aunque él se concentró en la
definición político-institucional, que fue siempre lo que le interesó: una institucionalidad
jurídica capaz de destruir el marxismo o impedirle una eventual resurrección y penetración
al sistema. Hasta 1980, Guzmán siguió creyendo que la defensa contra el marxismo requería
de algo más que de las “modernizaciones” que supuestamente crearían las condiciones ma-
teriales y culturales para una sociedad autorregulada, como aseguraban los neoliberales,
siendo necesario un aparato jurídico-institucional. Al parecer, Guzmán no creía en la utopía
de los Chicago, de una sociedad despolitizada gracias a la acción del mercado, capaz de dar
vida a un nuevo ciudadano: el consumidor. No debe olvidarse que el tradicionalismo católico
tiene una perspectiva pesimista del ser humano y es posible que el gremialismo desconfiara
de la posibilidad revolucionaria que se autoasignaba el neoliberalismo. En ese sentido, la
institucionalidad consagrada en la Constitución de 1980 no refleja un triunfo total de los
neoliberales y, por lo tanto, una derrota completa del corporativismo de raíz católica. Ella
fue una transacción, una mixtura.
El neoliberalismo quedó plasmado en el área económica, en la subsidiariedad del Esta-
do, en las políticas y consumos culturales –atravesados por la fe en el mercado–, como en las
políticas sociales (salud, educación, previsión). Pero en materia político-cultural, predominó
la línea de Guzmán, como lo testimonia el vínculo reconocido con la Declaración de Princi-
pios de la Junta de Gobierno de 1974, la independencia de los organismos sociales respecto
del Estado y de los partidos, como siempre lo sostuvo el corporativismo antiestatal que de-
fendía. Esto explica que, si bien aceptó el sufragio universal y los partidos, ellos no tendrían
ningún peso en la toma de decisiones reales. Los contrapoderes institucionales (Consejo de
Seguridad Nacional, Tribunal Constitucional, sistema binominal, autonomía de las fuerzas
armadas, partidos políticos sin poder alguno, sino meras corrientes de opinión, Parlamento
debilitado, etc.) convertían la supuesta liberalización del sistema en una ficción. La institu-
cionalidad creada por Guzmán, con ayuda de ex alessandristas (Ortúzar), rechazaba cualquier
vínculo con el liberalismo filosófico, aunque claramente habían atisbos de él. En todo caso,
se trataba a lo más de un liberalismo conservador, refractario al poder de las mayorías y a la
verdadera democracia representativa. Desde ese punto de vista, nos parece, predominó en él
y en quienes lo rodeaban, una perspectiva más bien conservadora. Su aceptación del merca-
do como regulador de la economía y la sociedad no debe considerarse una derrota importante,
porque ese nunca fue el interés primordial de los gremialistas, sino el problema político:

222
autoridad y participación social. El corporativismo que sostenía su pensamiento solo reivin-
dicaba la propiedad privada, pero lo económico no revestía un problema central al que
abocarse, sino la relación entre la autoridad y la sociedad. La cuestión de las jerarquías y las
funciones sociales.
La mixtura neoliberal (respeto a la propiedad privada y a la libertad económica) –
corporativa, permitía a la derecha posar de modernizadora, manteniendo una fuerte dosis
de tradición. Sin duda, el modelo establecido en la Constitución de 1980 reivindicaba el
imaginario de Portales, tanto el conservador como el revisionista. Con respecto al primero
–Alberto Edwards–486, la nueva institucionalidad respetaba el principio de la representati-
vidad, aunque en la práctica lo coartaba sustancialmente y reponía la noción de “autoridad”;
en relación al segundo –Alfredo Jocelyn-Holt–487, tradición y modernidad volvían a imbri-
carse, rechazando una mirada antitética. La aceptación parcial de lo moderno –en este
caso, el liberalismo económico– permitiría cambios importantes, a la vez que el conserva-
durismo político facilitaría un cambio gradual, evolucionista y evitaría rupturas. El
gremialismo, ya fusionado con el neoliberalismo, reponía la dupla liberal-conservadora
que había caracterizado a la derecha histórica.
Esta nueva derecha se parecía a la antigua en otro aspecto, al menos durante los años
que este estudio ha abordado. No era una derecha competitiva. Aunque afirmamos que ese
era uno de los rasgos del nuevo estilo estrenado a fines de los sesenta, para los años poste-
riores al golpe, él retrocedió, toda vez que no hubo oponente real al cual confrontar, pues
la izquierda existía en el espacio de definiciones solo como imaginario y la Democracia
Cristiana carecía de la influencia necesaria en las esferas de poder. La cotidianeidad de la
izquierda transcurría en la clandestinidad y solo adquiría vida en el ámbito público como
fantasma al que exorcizar, para reafirmar ciertas tesis. Pero en materia de competencia
proyectual y de disputa por bases sociales en igualdad de condiciones, la derecha había
dejado de ser competitiva. Su fuerza debía provenir de dos fuentes principales, aunque de
un mismo origen: la naturaleza represiva del régimen, la cual ampararía su omnipotencia,
como su capacidad de persuadir al mismo respecto de sus propias propuestas. En otras
palabras, el éxito de su proyecto no provendría de su triunfo sobre su contendora en un
marco de debate, sino del respaldo que le ofrecían las fuerzas armadas. Así como la vieja
derecha sostuvo sus prerrogativas políticas y sociales, y acrecentó su poder económico,
impidiendo la modernización del sistema agrario, la nueva derecha impondría su proyecto
asegurándose el silencio de la izquierda y en lo posible su desaparición definitiva, como
impidiendo una real influencia ciudadana.

486
Alberto Edwards La fronda aristocrática (Ed. Universitaria: 1977)
487
Alfredo Jocelyn-Holt La Independencia de Chile, op. cit. y El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza
histórica (Planeta: 1997), caps. 4 y 5.

223
Es en este punto que llegamos al eje de la relación de izquierdas y derechas durante la
década del setenta, con posterioridad al golpe. Fue, como se ha visto, una historia inversa,
que alteraba lo que habían sido sus trayectorias en el siglo XX: mientras la izquierda
retrocedía y estaba a la defensiva, la derecha iba en ascenso, pasando a la ofensiva. No
obstante, si la anterior posición había sido el fruto de iniciativas, proyectos y arraigo so-
cial, el ascenso de la derecha en los setenta dependía de la destrucción de la izquierda. A
diferencia del carácter autorreferencial de la izquierda, la nueva derecha observó deteni-
da y acuciosamente a su enemiga en los años de la revolución, sopesando sus debilidades y
fortalezas. Su análisis fue plenamente racional y su accionar, acorde. El diagnóstico hecho
por Guzmán en 1970 acerca del origen de la fuerza de su enemiga coincidió con la evalua-
ción de las fuerzas armadas respecto de la excesiva politización y movilización social,
asociada a los partidos marxistas. La estrecha vinculación entre izquierda y masa era el
problema: tanto la causa de la “politiquería”, como de su crecimiento sostenido y capaci-
dad de conducir a las masas a la revolución, mientras la derecha descubría su débil
capacidad de convocatoria. La historia de izquierdas y derechas en los setenta pasó por el
problema del arraigo social de unos y la fragilidad de los otros. Así, mientras se daban
golpes sucesivos a la izquierda, debilitándola en todos los planos y aislándola de sus bases
de apoyo, para destruir el origen de su vitalidad y poder –su profunda inserción social–, la
derecha intentaba ocupar esos espacios, empezando a construir su relación con la base,
con las masas. La destrucción de la izquierda no era solamente una cuestión ideológica,
sino también un problema de “tiempo”. La izquierda había tardado décadas en crear ese
vínculo; la derecha no podía esperar tanto, debía hacerlo mientras el amparo de las fuer-
zas armadas se mantuviera: la duración del régimen; de allí su indiferencia cómplice frente
a las acciones de la DINA y los otros organismos represivos. Entonces inició su trabajo de
penetración en los sectores populares, con muchas dificultades en esa época, dadas las
profundas desconfianzas existentes. Una futura derecha poderosa, debía derrotarlas. Para
lograr ese primer acercamiento los gremialistas usaron todas las armas a su mano y ocupa-
ron las bases de poder creadas por la dictadura y por ellos mismos: la Dirección de
Organizaciones Civiles, apropiándose de la Secretaría Nacional de la Juventud, como de la
Federación de Estudiantes de la Universidad Católica y luego de la Universidad de Chile.
Más tarde usarían también el Frente Juvenil de Unidad Nacional. Desde el primero de
estos organismos empezaron a construir lealtades a través del trabajo social que hacía esa
repartición, en un contexto de casi desaparición de las federaciones estudiantiles –salvo
la Católica– que históricamente habían desarrollado esa labor, copando los trabajos de
verano, la ayuda en caso de catástrofes y el ofrecimiento de apoyo social. A eso se refería el
diputado Iván Moreira, cuando en medio de la campaña presidencial a fines de 2005, hizo
alusión a su “estilo” de hacer política, metido en el lodo que inundaba a los pobres, o el
senador por esa misma colectividad, Pablo Longueira, al sostener que no iba a regalar al
candidato de Renovación Nacional, Sebastián Piñera, veinte años de trabajo para cons-
truir una derecha distinta.

224
Los primeros siete años de la dictadura fueron la primera fase de la construcción de
una derecha con capacidad de convocatoria entre los pobres, siendo su condición la des-
aparición de aquellos que podían competir más eficientemente en esos terrenos. No habría
derecha con posibilidades de futuro si la izquierda era capaz de rehacer sus lazos sociales
y mantener un proyecto alternativo. El ataque sistemático contra la apuesta socialista
–con las mitificaciones que adquirió– como contra la vida y las orgánicas de esa tendencia
apuntaban a impedir esa resurrección. El discurso diario respecto de los “perdedores”, de
los “terroristas”, como el miedo generado por una cultura de tortura y muerte habrían de
operar como obstáculos insalvables. Si la derecha que crecía en medio de la dictadura en
alguna medida se asemejaba a la vieja derecha –en la dupla programática liberal/conser-
vadora–, distaba profundamente de ella en sus aspiraciones y esfuerzos de convocatoria
social: soñaba con ser popular.
Así, mientras la izquierda trataba de resistir y revertir los golpes dictatoriales, la
derecha precisaba su proyecto, lo ponía en ejecución e iniciaba su lenta pero paciente
introducción al mundo popular. Estas disímiles historias incidirían en sus respectivos
futuros.

225
ÍNDICE

Presentación 9

“Crónica de una muerte anunciada”: La disolución del Partido Nacional, 1973-1980


Verónica Valdivia Ortiz de Zárate 15
1. ¿Revolución nacionalista o democracia autoritaria? 18
2. “Crónica de una muerte anunciada”, 1973-1980 29
Comentarios finales 47

Lecciones de una Revolución: Jaime Guzmán y los gremialistas, 1973-1980


Verónica Valdivia Ortiz de Zárate 49
1. La revolución chilena a los ojos de Guzmán y los gremialistas 54
2. ¿Receso político?: El gremialismo a la captura de los pobres, 1973-1980 64
3. La reconstitución de la dominación: la nueva institucionalidad 88
Comentarios finales 99

¿La noche del exilio? Los orígenes de la rebelión popular en el


Partido Comunista de Chile
Rolando Álvarez Vallejos 101
1. Chilenos en la RDA: entre solidaridad, culpas y disidencias 104
2. El grupo de Leipzig: el desconocido espacio oficial de elaboración teórica 111
3. El “Equipo de Rodrigo”: de “aparato técnico” a “equipo político”.
Los aparatos de inteligencia y la génesis de la “Perspectiva Insurreccional” 121
4. Los primeros pasos de la nueva política o una prehistoria de la
“Rebelión Popular” 146

227
¿Y la historia les dio la razón? El MIR en Dictadura, 1973-1981
Julio Pinto Vallejos 153
1. El MIR no se asila 156
2. La Operación Retorno 179
3. ¿En la senda del “MIR Político”? 193
4. Consideraciones finales 204

Izquierdas y derechas en los años setenta: La reversión de la historia


Verónica Valdivia Ortiz de Zárate 207

228

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