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Estudio y enseñanza del Mapuche

en la era colonial

Es creencia casi general que el estudio y la enseñanza


del idioma araucano es privilegio de los tiempos modernos

y la causa es que los restos literarios sobre el idioma y en


él, son muy escasos. Sin embargo, el estudio de esos res
tos nos prueba que el mapuche, la lengua chilena como
dicen los autores, siempre estudiada y practicada, mu
era

cho más que otros idiomas indígenas. Una de las causas

principales era, sin duda, su grande extensión; el «reino


de Chile» hablaba, con excepción de las islas del Sur, un
solo idioma, mientras otras regiones, tenían infinidad de
idiomas y dialectos; por ejemplo México tiene más de cua
renta idiomas diferentes. Las diferencias del dialecto en

mapuche son insignificantes, menos que el griego entre

el jónico y el dórico.
Así vemos que ya los conquistadores dominan pronto el
idioma y se
expresan con facilidad en él; los comerciantes

adquieren pronto los conocimientos necesarios para tratar


con los indígenas. Pero ante todo eran los misioneros los

que debían posesionarse del idioma, si no querían renun


ciar a la prédica entre los indios.
ENSEÑANZA DEL MAPUCHE EN LA ERA COLONIAL 421

En 1553 llegaron los primeros misioneros franciscanos


a Chile y consta por los cronistas que, entre los primeros,
el P. Torralba predicaba a los indígenas en su idioma, y
el P. Ravanera hablaba perfectamente la lengua de los in

dígenas. Estos fundaron también los conventos de monjas


en Osorno e
Imperial, donde fueron recibidas niñas indí

genas para su educación. De los misioneros dominicos se

distinguió Fr. Juan Salguero por sus conocimientos de la


lengua. También unos cuantos clérigos de las dos dióce-
ses de
Santiago e Imperial eran conocidos por su pericia
en el araucano.

primer obispo de Imperial, Fr. Antonio de San Mi


El

guel, 1564-1589, erigió el primer seminario en Chile, pe


ro luego se levantó una
agria discusión sobre la admisión
de los mestizos. Las tristes experiencias hechas con los
mestizos en el Perú habían motivado una real cédula al

obispo de Cuzco en 1577 que prohibió a los obispos con

ferir órdenes a los mestizos. Pero un año antes, en 1576,


el Papa Gregorio XIII había facultado en una bula a los

obispos de América para dispensar aun la ilegitimidad de


los españoles mestizos, con la condición «que entiendan el
idioma de los indios y sepan hablarlo». El obispo, cons
treñido por las necesidades de su diócesis y confiando en
la palabra del Papa, no dudó en conferir órdenes a unos

cuantos mestizos, lo que le mereció una agria reprensióu


por una real cédula, pero ganó le un buen número de
buenos clérigos y prelados respetables, distinguidos
aun

por su pericia en el idioma del país. Sobre esta base se

comprende el auto solemne del obispo Cisneros de Impe


rial que ordenaba (en 1591) que en adelante todos los pá
rrocos de su diócesis enseñasen y explicasen el catecismo

a los indios en su propia lengua.


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Los primeros documentos del araucano eran los cate


cismos, compuestos por los primeros misioneros, que fue
ron copiados de mano
y así circulaban en el país. Ya el
primer concilio de Lima trató y resolvió esta
(en 1567)
cuestión y como en él estuvo presente el obispo San Mi

guel, es probable que este celoso prelado no tardó en


cumplir en su diócesis con lo ordenado. Pero tomando en
cuenta las grandes dificultades que ofrece esta traducción

en un idioma cuya fonética es tan diferente y que carece


de palabras para expresar las ideas cristianas, compren
demos que estos catecismos muchas veces no satisfacían
las aspiraciones del concilio. Por eso se trató extensa
mente de este punto en el concilio de Lima del año 1583;
se ordenó ante todo que los indios debían ser doctrinados
en su idioma natural; además formó una comisión que re
dactó un catecismo modelo «escogido de muchos catecis
mos
impresos y de mano». Los dos obispos chilenos, que
estaban presentes en el concilio, quedaron obligados a
traducirlo al araucano, y es indudable que lo hicieron con
todo esmero; pero por falta de imprenta tuvieron que ser

copiados a mano
y de ahí proviene que circulaban mu
chas veces «trocadas las palabras y con algunos yerros » ,

como dice el P. Luis de publicó el primer


Valdivia, que
catecismo impreso en araucano (en 1606).
Del mismo padre es la primera gramática impresa.

aunque es probable que antes de esta publicación hayau


circulado «artes» y vocabularios escritos de mano. (V. Bi

bliografía de la Lengua Araucana de don José Toribio


Medina). Esta gramática significa un gran paso adelante,
considerando el estado en que se hallaba la filología en

aquel tiempo, en que «el Nebrija» era la gramática mo


delo. Ciento sesenta años guardó esta «arte y gramática»
ENSEÑANZA DEL MAPUCHE EN LA ERA COLONIAL 423

su
preponderancia, hasta las publicaciones de los P. Fe-
bres, 1764 y Havestadt, 1777, que a su vez dominaron
hasta que el P. Félix de Augusta publicó la gramática
moderna del mapuche.
Otro documento del interés que reinaba en Chile por
la enseñanza del araucano nos da el filántropo fiscal de la
Real Audiencia Alonso Zolórzano, que ejercía el cargo de
protector de los indios, inherente
aquel a
puesto; pidió al
rey que rentase una lengua chilena en San
cátedra de

tiago y que rogase a los obispos de Santiago y Concep


ción que prefiriesen para los beneficios parroquiales a los

que hubieren adquirido el conocimiento del idioma. En


1666 se estableció esta cátedra bajo la dirección de los

jesuítas y eran varios los clérigos que se ordenaron a tí


tulo del idioma. Pero ya en 1692 el presidente Poveda
acusó en una carta al rey a los jesuítas de haber dejado
de leer esta cátedra. El P. Olivares los defiende contra
este cargo, probando que se dejó por falta de asistencia,
pero que la tenían privadamente en su colegio. Efecti
vamente la sínodo diocesana de 1688 nombró a los jesuí
tas examinadores en este ramo, lo que prueba que el es

tudio del idioma no era descuidado.


También en Concepción una real cédula de Marzo de
1697 creó en el colegio de los jesuítas una clase de len

gua araucana para los misioneros. Pero también los pá


rrocos debían saber el idioma, como lo ordena de nuevo

la sínodo de Concepción en 1744.


En Mayo de 1697 contestó el rey la carta del presiden
te Poveda de 1692, en que pide informe como se lee la
cátedra del idioma indio; si no estuviera rentada, «se se

ñale el
luego competente de cuenta de mi real hacienda

y se
provea por oposición en la persona más benemérita»,
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ciertamente prueba de la importancia que la Corte dio a

la enseñanza del idioma.


Pero la misma cédula decretó otra institución impor
tante: la creación de «colegio seminario de los hijos
un

de los indios caciques». Este colegio se fundó en Chillan


en 1700 condieciséis alumnos y funcionó con buenos re
sultados, como lo prueban los informes de la junta de mi

siones, hasta que, con el alzamiento de los indios de 1720,


tuvo que cerrarse por falta de alumnos.
El virrey del Perú, Amat, antes presidente de Chile,
envió en 1774 un dictamen a la Corte, que le había con

sultado sobre los medios de la pacificación, en que acon

sejó el restablecimiento del colegio de hijos de caciques.


El rey aceptó el dictamen con la modificación «que no
sólo se ha de admitir e instruir en el colegio a los hijos
de caciques, sino también a los comunes y ordinarios de
la ínfima clase para que todos logren del beneficio». El

presidente Jáuregui fundó el


con
colegio
algunos hijos
de caciques en Santiago en 1777, donde funcionó «con
bastante gasto y poco aprovechamiento de los colegiales
más de diez años». El presidente Benavides aconsejó en
carta al rey en 1786, el traslado de este colegio a Chillan,

lo que se efectuó también el mismo año bajo la dirección


de los padres franciscanos.
Esta ligera reseña prueba que la era colonial mostró
vivo interés por la enseñanza del mapuche, y si bien es
verdad que fueron motivos científicos los que lo des
no

pertaron, por eso no deja de ser una gloria para Chile que
en su
capital se
leyese una cátedra del mapuche.

Fr. Jerónimo de Amberga,


Mis. Cap.

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