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Las ideas políticas tienen su propia temperatura. Hay conceptos políticos calientes que queman
la boca y posiciones políticas frías que hielan el corazón. En política se da una combinación
aleatoria de pasión y razón, y alternancias de predominio según escenarios o coyunturas. El
buen debate político es difícil porque implica un esfuerzo por clarificar razones, sentimientos y
afectos que, especialmente en momentos de excepción, pocos están dispuestos a realizar. Y en
este momento, en España, asistimos a una pugna entre patriotas y cierto tipo de nacionalistas
que valdría la pena desenredar políticamente. ¿Dónde reside la diferencia entre unos y otros?
Los clásicos definían el amor político del patriotismo como una convicción de la necesidad de
la libertad y de la defensade las instituciones que la hacen posible. Una libertad compartida
como base de la igualdad y la justicia social para todas las personas que conviven en sociedad.
Por tanto, patriota es quien defendiendo la libertad y el derecho colectivo frente a cualquier tipo
de tiranía defiende su propia libertad. La patria es la garantía de la soberanía popular y la
afirmación de la autonomía personal. La gramática del patriotismo expresa la amistad para con
los conciudadanos, sean como sean y piensen lo que piensen, y el deseo de que nadie sea
oprimido, explotado o excluido de la comunidad política y del bien común. El patriota habla de
democracia, o si se prefiere, habla democracia.
En contraposición, el lenguaje del nacionalismo, sobre todo aquel que tiende a identificar el
Estado con el espíritu unificado de un pueblo único, homogéneo culturalmente y puro
étnicamente, se expresa en binario: ellos/nosotros. El nacionalismo alude a una pureza que es
simple eliminación de las diferencias por negación de aquellos a quiénes clasifica como malos,
peligrosos, prescindibles. No obstante, como decía el John Wilkins de Borges, no existe
clasificación posible del universo que no sea arbitraria y conjetural. Y ello porque ni siquiera
sabemos a ciencia cierta qué cosa es el universo y cabría sospechar, incluso, de si existe un
universo en el sentido orgánico y unificador que destila esa palabra. Algo parecido acontece en
las arbitrarias y caprichosas clasificaciones y rangos propias del nacionalismo. Quizás la
preminencia étnica, racial o de genero que defiende es solo otra cortada para dar continuidad a
la dominación y explotación de unos sobre otros. El nacionalismo intenta disimular su fría
lógica de cálculo estatal camuflándose en ardientes apelaciones a un sentimiento nacional.
¿Qué clase de amor a la patria practican los discursos nacionalistas excluyentes? ¿Se trata de
amor a España o más bien preocupación por sus propios intereses, que identifican con una
España que consideran de su propiedad? La respuesta a estas preguntas requiere de una nueva
categoría que agrupe a los partidos que he definido como hijos putativos de Aznar:
nacionalistas del dinero. Nacionalistas escandalizados ante la supuesta pérdida de identidad o
de valores culturales esenciales, pero que en realidad están preocupados por la pérdida de su
poder e influencia. Nacionalistas del dinero que cacarean su orgullo nacional, pero demuestran
su falta de patriotismo callando tanto ante la corrupción de su país como ante la desigualdad
económica y política de sus conciudadanos. No, definitivamente no son patriotas. Por eso sus
ideas nos hielan el corazón.