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e+v inicio marzo~abril 2019_evangelio y vida 08/01/19 09:04 Página 1

EvangeliO yVida

Comentarios a los evangelios de


marzo (por José Luis Rodríguez Vázquez,
Profesor y misionero laico de San Luis Potosí)
abril (por P. Silviano Calderón S., cm)
2019

Ciudad de México
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EvangeliO yVida
Cuadernos bimestrales


con reflexiones sobre el evangelio de cada día

Dirección: Silviano Calderón Soltero, cm


Parroquia Medalla Milagrosa
Ixcateopan 78, Col. Vértiz Narvarte,
03600 Benito Juárez, CDMX
silvianocm@yahoo.com.mx
Diseño: Miguel Ángel Díaz Lagunas
Administración: Jesús Arzate Macías, cm
Seminario Vicentino
Av. San Fernando 154
14000, Tlalpan, CDMX
Tel. Fijo: (55) 5573 2947
Celular: 55 7617 5041
jesusarzate_m@yahoo.com.mx

Depósito de donaciones en:


Banamex, Sucursal 241, Tlalpan,
N° de Cuenta: 7 9 6 8 2 1 3
a nombre de: Jaime Reyes M.
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La moneda falsa
(reflexión para la Cuaresma)

Hace unos días, arreglando papeles, encontré


una de esas historias que solía leer en la juventud.
El texto me golpeó dos veces de forma contundente;
de esos golpes que te sitúan ante una realidad y
que te hacen entender mejor las cosas. Sobre todo
me hizo reflexionar respecto a lo que me gustaría
vivir en esta cuaresma. La historia es la siguiente:
Había un viejo sufí que se ganaba la
vida vendiendo toda clase de baratijas.
Parecía como si aquel hombre no tuviera
entendimiento, porque la gente le pagaba
muchas veces con monedas falsas que él
aceptaba sin ninguna protesta.
Cuando le llegó la hora de morir, alzó sus ojos al
cielo y dijo: "¡Oh, Señor! He aceptado de la gente muchas
monedas falsas, pero ni una vez he juzgado a ninguna
de esas personas en mi corazón, sino que daba por
supuesto que no sabían lo que hacían. Yo también
soy una falsa moneda. No me juzgues, por favor."
Y se oyó una voz que decía: "¿Cómo es posible
juzgar a alguien que no ha juzgado a los demás?"
Muchos pueden actuar amorosamente. Pero es
rara la persona que piensa amorosamente.
Me golpeó primero lo que dice el sufí gritando
al cielo: “Yo también soy una falsa moneda”. Me
sentí directamente aludido.
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¿Que hay en mí de “falsa moneda”, de


“fraude”? ¿Soy verdaderamente lo que digo ser,
lo que aparento ser, aquello a lo que Dios me
ha llamado?
Entonces comprendí que esta cuaresma se
me ofrece como un camino hacia la autenticidad,
como un viaje al desierto. Jesús definió con
claridad su misión cuando pasó esos cuarenta
días en el desierto, su “cuaresma”.
En el desierto deberé encontrarme con lo que
realmente soy. Frágil, sin más seguridades que
el amor infinito de Dios quien confía en mí y
me pide confiar en Él y caminar. Ir a lo profundo
del desierto para llegar a lo esencial, a lo que es
fundamental en mi vida y en el proyecto que
Dios tiene para mí. Para limpiar mi mirada y
ver lo que soy y lo que estoy llamado a ser. Sin
más seguridades que el amor de Dios; sin
justificaciones, sin miedo.
Ir al desierto (por el camino de la oración, de
la escucha sincera de la Palabra, de la reflexión,
del discernimiento) para poner las cosas en su
sitio: ¿Qué actitudes, valores, entusiasmos he
ido dejando por el camino de la vida? ¿He
perdido la frescura de la fe, la confianza del
niño, los sueños del joven? ¿Cómo podría
recuperar todo aquello que me hacía vivir la
vida con más alegría, con menos complicaciones,
con más ilusión? ¿Tal vez deba sacudir ese polvo
que se nos pega siempre al andar por los caminos
y que le va quitando brillo y transparencia a
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nuestra vida, la cual poco a poco va reflejando


menos la luz del evangelio y los valores del Reino?
¿El cansancio, las desilusiones, el conformismo
están opacando mi visión esperanzada hacia el
futuro, hacia el horizonte?
Ir al desierto para
lavar mi mirada en el
manantial del amor de
Dios y poder ver con
sus ojos, sin el filtro de
mi egoísmo. Poder mirar
lleno de realismo y
también de esperanza
mi falta de autenticidad, los ángulos
“fraudulentos” de mi vida. Poder mirar con
realismo, pero también con esperanza que todo
esto que ha pasado en mí no tiene la última
palabra; que puedo recomenzar mil veces porque,
si mi nombre es “falsedad” e “incongruencia”,
el nombre de Dios es “Misericordia”.
De esta forma, la cuaresma se convierte para
mí en la posibilidad de un verdadero camino
pascual hacia la autenticidad de mi vida. “Ser
o parecer, ésa es la cuestión”.
Luego viene la conclusión de la historia con
que comenzábamos y me conecta un segundo
golpe, que ahora es casi un knock out:
“Muchos pueden actuar amorosamente. Pero es
rara la persona que piensa amorosamente.”
¡Qué desafío tan grande!, ¡que grados altísimos,
inexplorados por mí, a los que estoy llamado
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en mi seguimiento y configuración con


Jesucristo! ¡Qué baño purificador tan profundo
necesito para llegar a esa salud de espíritu y
pureza de corazón!
Estoy llamado no sólo a actuar amorosamente
(que ya sería mucho para mí), sino a “pensar
amorosamente”. ¿Cómo alcanzar estos extremos
insospechados del amor? ¿Cómo llegar, no sólo
a actuar, sino a pensar, a mirar y a sentir
bondadosamente?
Tengo que limpiar mi mirada en el manantial
del amor de Dios; tengo que lavar mis
pensamientos y mi corazón en su misericordia.
Porque el amor nace en el corazón y se
expresa, primero, en la mirada y
los pensamientos. Luego tiende
puentes para llevarme al prójimo,
tomando formas distintas: caridad,
solidaridad, cercanía, perdón,
paciencia, acogida, escucha…
¡Qué hermoso desierto puede ser
mi cuaresma! Un desierto que se
puede ir llenando de flores para que la Pascua
del Señor me encuentre un poco florecido, más
auténtico y verdadero

P. Silviano C. c.m.

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L D
“ o que ios unió, que no lo separe el hombre”
Sir 6, 5-17; Sal 118; Mc 10, 1-12.

En el contexto histórico de Jesús, como en otras


tantas culturas –como actualmente algunas dolorosas
realidades lo presentan– se exigía el sometimiento
total de la mujer al varón. El planteamiento llega
hasta Él: “¿Puede el hombre repudiar a su esposa?”.
La respuesta de Jesús desconcierta. Si tal acto está
en la ley, fue debido a la “dureza del corazón”
de los varones y el falso pensamiento de

marzo
superioridad, porque el proyecto original de
Dios fue crear al hombre y a la mujer para que
fueran “una sola carne”. Los dos están llamados
a compartir el amor, la intimidad y la vida entera,
con igual dignidad y en comunión total.
Si la primera lectura nos da pistas sobre

• vierne • 2019
cómo generar, valorar y conservar a nuestros amigos
–para hacerlos invaluables–, recordándonos que “las
palabras dulces y un lenguaje
amable favorecen las buenas
relaciones”, el mensaje de
Jesús está dirigido a atacar la
“dureza del corazón” que
atenta contra la mujer,
aunque las leyes de los
hombres lo permitan.
Por eso es necesario decir con el salmista: “Señor,
guíame por la senda de tu ley”, porque las leyes de
los hombres son imperfectas.
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2 • marzo • sábado • 2019


Sir 17, 1-13; Sal 102; Mc 10, 13-16.
“De los que son como ellos, es el Reino de Dios”
Mientras que la primera lectura nos pone en
perspectiva respecto de nuestro origen y participación
de la divinidad, el Evangelio nos dirá cómo hacer
efectiva esa participación para alcanzar el reino de
Dios.
El Eclesiástico nos dice que el Señor creó al hombre,
“lo revistió de una fuerza semejante a la suya y lo hizo
a su propia imagen, [dándole] el poder de discernir
y un corazón para pensar”. Pero ¿en que pudiéramos
parecernos nosotros a Dios, que es perfección y
plenitud? Santo Tomás de Aquino escribirá en su
Summa Theologiae que somos
imagen y semejanza de Dios
“en cuanto poseemos la libertad
de elegir y tenemos poder
sobre nuestras acciones”.
Jesús, máximo ejemplo de
libertad y acción, nos propone
optar por el Reino, siendo
como niños –“Vuele bajo, porque abajo está la
verdad” cantaría Facundo Cabral refiriéndose a
este pasaje– y la sentencia de Jesús es dura: “el que
no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará
en él”.
Seamos como niños –sin infantilizarnos– y cantemos
agradecidos que “La misericordia de Dios dura por
siempre”.
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3 • marzo • domingo • 2019


Sir 27, 5-8; Sal 91; 1 Cor 15, 54-58; Lc 6, 39-45.
“La boca habla de lo que está lleno el corazón”
En medio de la sociedad judía, sometida a las
leyes de lo puro y lo impuro, Jesús introduce un
principio revolucionario para aquellas mentes:
“Nada que entre de fuera hace
impuro al hombre; lo que sale de
dentro es lo que hace impuro”.
El pensamiento de Jesús es claro:
el hombre autentico se construye
desde dentro, desde el “corazón”,
ese lugar secreto e íntimo de nuestra
libertad donde no nos podemos engañar
a nosotros mismos. Y si “la boca habla de lo que está
lleno el corazón”, entonces hemos de alimentar éste
con lecturas, películas, música, conversaciones, que
nos edifiquen como personas.
“El árbol bien cultivado se conoce por sus frutos
y el corazón del hombre por la expresión de sus
pensamientos” dirá la primera lectura. Podemos
adornarnos con cultura e información, podemos
hacer crecer nuestro poder con ciencia y técnica,
pero si nuestro corazón y pensamientos no tienen la
capacidad de amar, nuestro futuro no será más
humano. “El que es bueno, de la bondad que atesora
su corazón saca cosas buenas y el que es malo saca
cosas malas”. Tal vez sea momento de cuestionarme
¿Cuánta bondad hay en mi corazón y cómo la
expresan mis pensamientos y palabras?
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4 • marzo • lunes • 2019


Sir 17, 20-28; Sal 31; Mc 10, 17-27.
“Ve y vende lo que tienes y sígueme”

E
l relato del Evangelio está narrado con
intensidad especial. Jesús se pone en
camino hacia Jerusalén, pero antes de
que se aleje de aquel lugar, llega
“corriendo” un desconocido que “cae
de rodillas” ante Él para retenerlo. Lo necesita
urgentemente. No es un enfermo que pide
curación, no es un leproso que implora
compasión. Su petición es otra, necesita
orientar su vida: “¿Qué haré para heredar la vida
eterna?”. No es una cuestión teórica, sino
existencial. No habla en general; quiere saber
qué ha de hacer él personalmente. Ha cumplido
desde pequeño los mandamientos pero aun así
se siente incompleto.
Jesús entiende su insatisfacción y le invita a
orientar su vida desde una lógica nueva: “Una
cosa te falta”. Lo primero es no vivir agarrado a
los bienes materiales –“vende lo que tienes”–,
lo segundo ayudar a los pobres –“dales tu
dinero”– y por último “ven y sígueme”. El
hombre “frunce el ceño y se marcha pesaroso,
porque era muy rico”.
Tal vez nosotros tengamos poco o mucho
dinero, pero ¿no será también nuestra experiencia?
¿No nos faltará el amor práctico a los pobres?
¿No nos faltará la alegría y la libertad de los
seguidores de Jesús?
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5 • marzo • martes • 2019


Sir 35, 1-15; Sal 49; Mc 10, 28-31.
“Recibirán cien veces más en esta vida”

E
n la continuación del relato evangélico
del hombre rico al que le cuesta
desprenderse de sus bienes, los
discípulos han quedado con un serio
cuestionamiento: ¿entonces quién podrá
salvarse? La respuesta de Jesús es que para
Dios no hay imposibles, Pedro inmediatamente
trata de asegurar los pasajes para el Reino:
“Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo
y te hemos seguido”. No es un curarse en
salud, no es un reclamo, es el Pedro humano
que espera recibir su recompensa por el
trabajo. Jesús es contundente, el que trabaja
por el Reino, tendrá fruto en esta vida y en la
otra.
“El que guarda los mandamientos ofrece un
sacrificio de acción de gracias” dirá la
primera lectura y “recibirá el ciento por uno
en esta vida, junto con persecuciones; –que
las cosas no son de gratis– y en el otro mundo
la vida eterna” completará el Evangelio.
Definitivamente, cuando nos encargamos de
las cosas de Dios, Él se encarga de las nuestras;
cuando trabajamos por el Reino, Él reina en
cuanto trabajamos. Desentendámonos entonces
un poco de las seguridades materiales para
así poder cantar con el salmista: “Dios salva
al que cumple su voluntad”.
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6 • marzo • Miércoles de Ceniza • 2019


Jl 2, 12-18; Sal 50; 2 Cor 5, 20-6, 2 Mt 6, 1-6 16-18.
“Tu padre que ve lo secreto, te recompensará”
Este día, la iglesia inicia la Cuaresma, tiempo de
reflexión, oración y reconciliación para preparar la
celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de
aquél que da sentido a nuestra fe.
La bienvenida a este tiempo la dan las primeras
lecturas: “Enluten su corazón y no sus vestidos” dirá Joel,
“Aprovechen este tiempo favorable para reconciliarse
con Dios” dirá la segunda de Corintios.
En el Evangelio Jesús, con su característico estilo,
nos ofrece pautas muy concretas. Si hacemos cosas
que agraden a los hombres pero no a Dios, recibiremos
la recompensa de éstos y no de Aquel. En cambio, si
queremos la recompensa divina, tendremos que
hacer cosas que agraden a Dios, aunque los hombres
ni se den cuenta, ni se lo imaginen. “Que tu mano
izquierda no sepa lo que hace tu derecha”. Las obras
de piedad y misericordia
que pretendemos, han de
quedar en el ámbito de la
rendición de cuentas
entre Dios y el pecador.
“Y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”.
Cuanto más necesitado me reconozco de su amor
y su perdón, más hondo cala el canto de David en el
Salmo 50: “Misericordia, Señor, hemos pecado”.
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7 • marzo • jueves • 2019


Deut 30, 15-20; Sal 1; Lc 9, 22-25.
“El que pierda su vida por mí, la salvará”
En una reflexión anterior, decíamos que Santo
Tomás de Aquino escribía en su Summa Theologiae
que somos imagen y semejanza de Dios “en
cuanto poseemos la libertad
de elegir y tenemos poder
sobre nuestras acciones”.
Las lecturas de hoy ponen
en juego esta capacidad de
elección.
En la primera lectura, la dureza del Deuteronomio
nos presenta: “Hoy pongo delante de ti la vida y la
felicidad, la muerte y la desdicha […], la bendición
y la maldición.”
¿Quién puede elegir la muerte, la desdicha o la
maldición? se pudiera pensar. Y sin embargo, muchas
de nuestras decisiones están más encaminadas a
esto que a la vida y la felicidad.
Curiosamente, es mucho más fácil hacer el mal
que el bien. Por eso la propuesta de Jesús no es
nada sencilla. Implica que, si lo elegimos a Él,
tenemos que renunciar incluso a nosotros mismos,
renunciar a querer salvar nuestra propia vida y a
perderla por Él para poderla ganar. Tal vez para
llegar al supremo grado de Pablo cuando dice: “Ya
no vivo yo, es Cristo quien vive en mi”.
Con ese anhelo cantamos con el salmista:
“Dichoso el hombre que confía en el Señor”.
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8 • marzo • viernes • 2019


Is 58, 1-9; Sal 50; Mt 9, 14-15.
“Cuando les quiten al esposo, entonces ayunarán”
En un mundo donde la función del ayuno ha ido
perdiendo valor entre nuestra comunidad cristiana,
vale la pena recordar las palabras del Papa Emérito
Benedicto XVI: “Privarnos por voluntad propia del
placer del alimento y de otros bienes materiales,
ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos
de la naturaleza debilitada por el pecado original,
cuyos efectos negativos afectan a
toda la personalidad humana.”
En la primera lectura, Isaías
criticará el ayuno sin sentido, el
ayuno hipócrita que se hace por
cumplir y que no tiene frutos. Por
su parte Jesús pondrá énfasis en
un ayuno efectivo (“Misericordia
quiero y no sacrificios”), que consiste en “Soltar las
cadenas injustas, dejar en libertad a los oprimidos,
compartir el pan con el hambriento, albergar al pobre
sin techo, cubrir al desnudo”. Para que entonces, sólo
entonces, despunte la luz de la aurora.
Esta cuaresma es una buena oportunidad para
hacer efectivo el ayuno que le gusta a Dios y al mismo
tiempo, ir construyendo personas, familias y
comunidades más justas y solidarias, donde brille la
luz de la aurora. “A un corazón contrito, Señor, no lo
desprecias”.
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9 • marzo • sábado • 2019


Is 58, 9-14; Sal 85; Lc 5, 27-32.

“No son los sanos los que necesitan del médico”

d
esde el Miércoles de Ceniza, que abrió la
puerta de la Cuaresma, las lecturas nos han
invitado a pensar éste como un tiempo
propicio para una práctica efectiva de la
misericordia.
El profeta Isaías sigue dando pistas: “Si ofreces
tu pan al hambriento y sacias al que vive en la
penuria, tu oscuridad será como el mediodía”.
En un momento en el que nuestra vida está tan
llena de oscuridades, tan necesitada de la luz que
se alza sobre las tinieblas, el tiempo de Cuaresma
es una buena propuesta de oración y acción.
En el Evangelio encontramos a un Jesús
categórico que con un “Sígueme”, se le presenta a
Mateo (un pecador público) como opción para su
vida. La posición social de Leví era equivalente a
un ladrón, que roba el dinero de los pobres a través
de los impuestos y de sobornos. Cuando los
fariseos reprochan la actitud de Jesús, de reunirse
con este tipo de gente, salta la alegoría del médico
(del que tienen necesidad los enfermos), del Dios
que busca al pecador para llevarlo de las tinieblas
a la luz.
Es tiempo de pedir a Dios que ilumine las
oscuridades de mi historia, que lleve mi oración a
la acción y que me conceda, como canta el salmista,
“Seguir fielmente sus caminos”.
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go
10 • marzo • 1 domin de cuaresma • 2019
er

Deut 26, 4-10; Sal 90; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13.


“El Espíritu llevó a Jesús al desierto; ahí fue tentado”
El relato del Evangelio nos presenta las tres
tentaciones de Jesús en el desierto, que siguen
siendo las tentaciones de nuestro desierto.
En la primera Jesús se niega a usar a Dios para
satisfacer su propia hambre, dejando claro que no
es lo único que lo alimenta. Yo, ¿Alguna vez en mi
desierto, usando el nombre de Dios o pisando a
algún hermano, me he aprovechado para satisfacer
mis necesidades?
En la segunda tentación, Jesús renuncia a tener
“poder y gloria” a costa del sometimiento a alguien
que no sea Dios. ¿Cuántas veces yo sí, he decidido
someterme a intereses del mundo para obtener algo
de poder?
En la tercera tentación, Jesús rechaza el triunfalismo
y el éxito fácil, no tentará a Dios. ¿Acaso en mi
desierto, algunas veces no he
usado su nombre o el de su
Iglesia, para conseguir reputación,
renombre y prestigio? ¿Y cómo
puede vencer el cristiano estas
tentaciones? La respuesta la
tiene la carta a los Romanos:
“Confiesa con tu boca que Jesús
es el Señor y cree con tu corazón
que Dios los resucitó de entre los muertos”. En el
desierto de nuestra vida clamemos con el salmista:
“Tu eres mi Dios y en ti confío”.
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11 • marzo • lunes • 2019


Lev 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mt 25, 31-46.
“Lo que hicieron con uno de ellos, conmigo lo hicieron”
En la primera lectura, el Levítico nos invita a la
rectitud: “Juzga a tu prójimo con justicia”.
Generalmente en mis juicios hacia los demás lo
que menos prevalece es la justicia y la compasión,
pero cuando el juicio es hacia mí, la cosa cambia.
El Evangelio nos muestra que el proyecto del
Reino de Dios propuesto por Jesús,
está volcado hacía aquellos que más
lo necesitan. Es incapaz de pasar de
largo. Ningún sufrimiento le es ajeno.
Para él la compasión es lo primero.
Es la única forma de parecernos a
Dios. “Sean misericordiosos como
el Padre celestial es misericordioso”.
Por estas razones, no nos debería extrañar que,
al hablar del juicio final, Jesús presente la compasión
como el criterio último y definitivo que juzgará
nuestras vidas. El evangelista no se detiene
propiamente a describir los detalles de un juicio,
pero nos arroja luz para ver que solo hay dos
maneras para reaccionar ante los que sufren:
Nos compadecemos y les ayudamos o nos
desentendemos y los abandonamos.
Nuestra vida se está jugando ahora mismo, no
es necesario esperar ningún juicio, ahora nos
estamos acercando o alejando de los que sufren.
“Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”.
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12 • marzo • martes • 2019


Is 55, 10-11; Sal 33; Mt 6, 7-15.

“Ustedes oren así ”


Las lecturas del día, además de darnos una catequesis
sobre la forma de dirigirnos al Padre con la oración por
excelencia que es la enseñada por Jesús, nos muestran
la fuerza de la palabra que sale de Dios y que comparte
con los hombres.
A través del profeta Isaías, queda de manifiesto que
la palabra que sale de la boca de Dios no regresa a él
estéril, “sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple
mi voluntad”. Esta es la misma
Palabra que luego de hacerse
“hombre y habitar entre nosotros”,
nos comparte su palabra para
relacionarnos con Dios.
En el Evangelio, Jesús recomendará
no hablar mucho, “como hacen
los paganos: ellos creen que por
mucho hablar serán escuchados”,
critica así la palabrería e invita a
la palabra efectiva y afectiva. La
palabra efectiva y el silencio son elementos importantes
de la oración, pero también de la acción.
En este pasaje, Jesús nos da las recomendaciones
para dirigirnos al Padre, haciendo las peticiones que
honran su gloria y su poder y las peticiones que nos
auxilian en el caminar de la vida humana. Tenemos así
la certeza de que: “El Señor libra al justo de todas sus
angustias”.
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13 • marzo • miércoles • 2019


Jon 3, 1-10; Sal 50; Lc 11, 29-32.
“No se les dará otra señal, que la del profeta Jonás”
¡Arrepentimiento! Resuena en las lecturas de hoy.
Jonás es enviado por segunda vez –la primera intentó
huir y terminó en el vientre de la ballena– a predicar
arrepentimiento en la “insensata Nínive”, como la
llamaría el griego Focílides. Nínive, capital del
imperio Asirio, se había convertido también en capital
de la violencia, la crueldad y la deshonestidad –cuánta
semejanza con nuestros contextos actuales–. Ahí es
enviado Jonás a predicar ayuno y arrepentimiento. La
misericordia de Dios se manifiesta y suspende la
destrucción prometida.
En el Evangelio, Jesús retoma
la referencia y reprocha estar
entre “una generación malvada”,
que no conforme con serlo, pide
señales. La señal es Él mismo:
“Así como Jonás fue un signo
para los ninivitas, también el
hijo del hombre lo será para
esta generación”.
A los ninivitas, les bastó la predicación de Jonás
para transformar su forma de vivir; nosotros hemos
escuchado el mensaje, conocido al mensajero y con
todo, no hemos cambiado nuestras formas violentas
y deshonestas de vivir. ¿Qué otra señal necesitamos,
para transformar nuestra vida y nuestro entorno?
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14 • marzo • jueves • 2019


Est 4, 17ss; Sal 137; Mt 7, 7-12.

‘‘P
“Todo el que pide, recibe”
idan y se les dará”, dice Jesús en el
Evangelio, porque “todo el que pide
recibe”. Parece sencillo solo pedir. El
asunto no es pedir, sino “qué” pedir y
“cómo” pedirlo.
Escribe Santiago (4, 2-3): “En realidad, ustedes
no tienen porque no piden. Y si piden algo, no
lo consiguen porque piden con la mala intención
de derrocharlo después en sus placeres”. Tiene
razón Santiago, antes de hacer nuestras
peticiones a Dios, hemos de revisar si lo que
estamos pidiendo es para gloria de Dios,
crecimiento nuestro y ayuda a los demás, o
solo responde a un interés egoísta. Pensemos
¿Qué fue lo último que le pedí a Dios?
Si revisamos el “qué”, vayamos ahora al
“cómo”. Escuchamos en la primera lectura la
oración de Esther, luego de tres días de ayuno
junto con su pueblo –por el que va a abogar
ante Asuero–, sabiendo que lo que va a hacer
es jugarse el todo por el todo, porque va a
presentarse ante el rey sin su permiso, y esto
estaba penado con la muerte. Pensemos ¿Cómo
fue mi última petición a Dios?
Cuando hemos tenido la capacidad de revisar
la motivación de nuestras peticiones y confiamos
en el Padre Bueno, podemos decir con el salmista:
“De todo corazón te damos gracias, Señor”.
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15 • marzo • viernes • 2019


Ez 18, 21-28; Sal 129; Mt 5, 20-26.
“El que se irrita contra su hermano, será condenado”
Nuestro Dios es un Dios de misericordia, de
múltiples oportunidades para rectificar el camino.
“¿Acaso quiero yo la muerte del pecador y no más
bien que enmiende su conducta y viva?”, escuchamos
en Ezequiel. “Perdónanos Señor y viviremos”,
cantará el salmo. Pero nuestras necedades nos
llevan a seguir haciendo el mal, aunque no lo
vemos, porque creemos que el mal solo se refiere
a acciones como matar. Por eso Jesús pondrá las
cosas en claro diciendo que: “Todo aquel que se
irrita contra su hermano será condenado, y el que
lo insulta, será castigado”.
La muerte que causamos
también se refiere a las
palabras que decimos y
a los malos tratos que
damos. Por eso la
recomendación de Jesús
será primero la reconciliación y después la
ofrenda.
Santa Luisa de Marillac en una de sus cartas a
las Hijas de la Caridad recomienda: “Si una
hermana está triste, si tiene un carácter melancólico
o demasiado vivo, su hermana, que debe amarla
como a sí misma, ¿podrá enfadarse por ello,
hablarle de mala manera, ponerle mala cara?
Cómo hay que guardarse de todo esto y más bien
pensar que pronto, necesitará que ella observe
con usted la misma conducta”.
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16 • marzo • sábado • 2019


Deut 26, 16-19; Sal 118; Mt 5, 43-48.
“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores”
Cuando Jesús habla del amor a los enemigo, no
está pensando en un sentimiento de afecto y
cariño hacia ellos, menos aún en una entrega
apasionada, sino en una relación radicalmente
humana, de interés positivo para la persona.
Tal es el pensamiento de Jesús: la persona es
humana cuando tiene el amor en la base de su actuar.
Es humano el que descubre y respeta la dignidad
humana del enemigo, por muy desfigurada que
pueda aparecer ante nuestros ojos.
Este amor universal, motor del Reino alcanza a
todos, busca el bien de todos, sin excepciones.
Esta es la aportación más positiva y humana del
cristianismo en nuestras sociedades violentas.
Este amor al enemigo parece casi imposible en
los ambientes de crispación y polarización que
sufrimos. Solo recordar la sentencia evangélica
puede resultar irritante. Y sin embargo, es necesario
vivirla si queremos vernos
libres de la deshumanización
que generan el odio y la
violencia. Amar a los enemigos
no significa tolerar las
injusticias y abandonar la
lucha contra el mal. Hay que
combatir el mal sin violencia, sin pisotear los
derechos del otro, para poder cantar: “Dichoso el
que cumple la voluntad del Señor”.
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17 • marzo • 2° do
mingo de cuaresma • 2019
Gen 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Flp 3, 17-4, 1; Lc 9, 28-36.
“Este es mi hijo amado. Escúchenlo”
En la cumbre de una “montaña alta”, los
discípulos más cercanos tienen la experiencia de un
Jesús “transfigurado”. Le acompañan dos personajes
legendarios de la historia de Israel: Moisés, el gran
legislador y Elías, el profeta de fuego. Los dos
personajes, que representan la ley y los profetas, no
emiten mensaje alguno. Solo vienen a “conversar”
con Jesús: solo éste tiene la última palabra.
Pedro no ha entendido. Propone
hacer “tres chozas”, una para
cada uno. Pone a los tres en el
mismo plano. No ha captado la
novedad de Jesús. La voz surgida
de la nube, aclara las cosas: “Este
es mi hijo amado. Escúchenlo”.
Vivir escuchando a Jesús es una
experiencia única y es la que
funda nuestra fe. Por fin escuchamos
a alguien que dice la verdad,
porque es la verdad.
Una comunidad se va haciendo cristiana cuando
va poniendo en su centro el Evangelio. Ahí se juega
nuestra identidad. Es un hecho social humanizador
que un grupo de creyentes escuchen juntos el “relato
de Jesús”. Cada domingo podemos sentir su llamada
a mirar la vida con ojos diferentes, más misericordiosos,
y a vivirla con responsabilidad de forma que logremos
un mundo diferente, más vivible.
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18 • marzo • lunes • 2019


Dn 9, 4-10; Sal 78; Lc 6, 36-38.

“Perdonen y serán perdonados”

‘‘P
erdónanos Señor, hemos pecado”,
confiesa Daniel en la primera lectura.
“Perdona nuestras ofensas”, suplicamos
nosotros en la oración del “Padre
Nuestro”. Queremos compasión y
misericordia para nuestras faltas, pero para el que
las comete contra nosotros, pedimos el castigo
cruel. Conociendo nuestra condición humana,
Jesús recomendará: “No condenen y no serán
condenados, perdonen y serán perdonados”. ¡Qué
difícil es el perdón!
La primera decisión del que perdona es no
vengarse. La venganza es la respuesta casi instintiva
que nos nace cuando nos sentimos heridos o
humillados. Buscamos compensar nuestro
sufrimiento haciendo sufrir a quien nos ha hecho
daño. Para perdonar, es importante no gastar
energías en imaginar nuestra revancha, no alimentar
el resentimiento, no permitir que el odio se instale
en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se
nos haga justicia; el que perdona no renuncia a sus
derechos, pero también tenemos la obligación de
irnos curando del daño hecho. Para perdonar es
necesario compartir nuestros sentimientos y orar
con el salmista: “No nos trates Señor como merecen
nuestros pecados”.
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19 • marzo • martes San José • 2019


2 Sam 7, 4-5. 12-16; Sal 88; Rom 4, 13-22; Mt 1, 16-24.
“José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”
En este día en que la iglesia celebra la importante
figura de San José, vale la pena retomar una de las
reflexiones del Papa Francisco: “aquel que obedien-
temente dijo Sí a la encomienda de Dios”.
Cuando María vuelve de visitar a su prima Santa
Isabel, José descubrió que estaba embarazada, y se
desata una lucha en su interior. Dice el Papa
Francisco: “José luchaba en su interior. En aquella
lucha sentía la voz de Dios que le decía: ‘Levántate’,
ese ‘levántate’ que tantas veces, al comienzo de una
misión, podemos leer en la
Biblia. ‘Levántate, toma a María
y llévala a tu casa. Hazte cargo
de la situación, haz frente a esta
situación y ve adelante’. La
reacción de José fue ejemplar:
no fue junto a sus amigos a
confortarse, no fue al psiquiatra
para que interpretase su sueño.
No: él creyó. Y fue adelante.
Afrontó la situación. Y todo esto sin decir una
palabra. En el Evangelio no hay ninguna palabra
dicha por San José. El hombre del silencio, la
obediencia silenciosa”.
En un mundo que devalúa y confunde cada vez
más la imagen del varón y la paternidad, la figura de
San José es un referente obligado, concreto y vigente
de imitación.
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20 • marzo • miércoles • 2019


Jer 18, 18-20; Sal 30; Mt 20, 17-28.
“Lo condenarán a muerte”
Las lecturas del día nos presentan lo “peligroso” que
resulta serle fiel a Dios. Jeremías clama al Señor
porque está cerca de ser objeto de difamación:
“Ellos dijeron: ¡Vengan, tramemos un plan contra
Jeremías, inventemos algún cargo contra él!” y en su
desesperación cuestiona si el bien se paga con mal
como “para que me hayan cavado una fosa”.
En el Evangelio, Jesús va adelantando a sus
discípulos lo que ha de sufrir por causa de su
predicación. Les dice que el hijo del hombre será
llevado a las autoridades: “Ellos lo condenarán a
muerte, lo entregarán para que sea
maltratado, azotado y crucificado
pero al tercer día resucitará”.
Algunos discípulos no entienden
la magnitud del “riesgo”. Y tan no lo
entienden, que la madre de dos de
ellos intenta asegurar el lugar de sus
hijos en el Reino, provocando el
enojo de los otros diez.
Parece que mientras el Maestro
les va mostrando lo que hay que
padecer por causa de la justicia, un
par de sus seguidores están perdidos en sus propios
intereses. ¿No seré acaso uno de esos despistados
que está buscando un lugarcito cómodo en el cielo
sin dimensionar lo que implica trabajar por el Reino?
“Sálvame, Señor, por tu misericordia”.
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21 • marzo • jueves • 2019


Jer 17, 5-10; Sal 1; Lc 16, 19-31.
“No harán caso ni aunque resucite un muerto”
Conocemos la parábola. Un rico despreocupado,
ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo
al que “nadie da nada”. Dos hombres distanciados
por un abismo de egoísmo e indiferencia.
Pongamos atención en el pensamiento de Jesús.
El rico del relato no es descrito como un explotador
que oprime a sus trabajadores.
No es ese su pecado. El rico es
condenado sencillamente porque
disfruta despreocupadamente su
riqueza sin acercarse al pobre Lázaro.
Esta es la convicción profunda de
Jesús, cuando la riqueza no hace
crecer a la persona, sino que la
deshumaniza, la hace indiferente
ante la desgracia ajena.
En nuestra sociedad crece cada
vez más la apatía o falta de sensibilidad ante el
sufrimiento del otro. Evitamos en lo posible el
contacto con los que sufren. Nos molesta la
presencia de un niño mendigo en nuestro camino,
nos inquieta el encuentro con un enfermo
terminal. No sabemos qué decir ni cómo actuar.
Es mejor tomar distancia.
El Señor nos ha bendecido con algunos recursos
materiales, que deberían ser puestos al servicio del
dolor ajeno, como forma de agradecimiento a Dios
y muestra de solidaridad con el hermano.
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22 • marzo • viernes • 2019


Gen 37, 3-4. 12-13. 17-28; Sal 104; Mt 21, 33-43. 45-46.
“Este es el heredero, vamos a matarlo”

E
n las lecturas de hoy predominan las
intenciones de asesinato contra hombres
inocentes. El Génesis nos descubre las
intenciones de los hermanos de José:
“Ahí viene ese soñador. Démosle
muerte”. Su pecado es ser el favorito de su
padre, lo que provoca el odio de sus hermanos.
Al grado de ni siquiera dirigirle el saludo.
En el Evangelio se nos presenta la parábola
de los “viñadores asesinos”, que puede ser la
más dura crítica lanzada por Jesús contra los
líderes religiosos de su pueblo. Los trabajadores
llegan a sentirse dueños del campo y están
dispuestos a matar a quien se oponga, así sean
otros siervos o el mismo hijo del dueño.
Aunque pensemos que esta parábola tan
amenazadora vale para el pueblo del Antiguo
Testamento, la parábola también habla de
nosotros. De las veces en que como hombres y
mujeres de iglesia nos hemos sentido dueños
de la viña. De las veces en que como pastor,
como líder de grupo eclesial o simplemente
como creyente, he tenido la soberbia de creer que
el Evangelio es solo mío y veo como amenaza
a todo aquel que vive más intensamente que yo
la novedad de la Palabra, simplemente porque
no es de los míos.
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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto


a la vida” Miq 7, 14-15. 18-20; Sal 102; Lc 15, 1-3. 11-32.
Jesús no quería que las gentes de Galilea sintieran
a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo
experimentaba como un padre increíblemente
bueno y así lo trasmite en la parábola del “Hijo
Pródigo”. Dios es un padre que no piensa en su
propia herencia, respeta las decisiones de sus
hijos, no se ofende cuando uno pide su herencia.
Lo ve partir de su casa con
tristeza pero no lo olvida.
Aquel hijo siempre podrá
volver a casa sin temor
alguno. Cuando un día lo ve
venir hambriento y humillado,
el padre se conmueve y corre
al encuentro de su hijo, lo
abraza y lo besa.
No le reprocha, no le pone condiciones para
23
aceptarlo de nuevo, no le impone castigo alguno, • marzo • sábado • 2019
no le pide explicaciones. Lo ama profundamente,
nunca ha dejado de amarlo.
Llama la atención la actitud del hijo mayor al
enterarse del suceso. No le causa ninguna gracia.
Ese hijo nos interpela a quienes creemos estar
cerca de Dios por pertenecer a una comunidad de
creyentes. Cuándo un hermano alejado intenta
acercarse, ¿levantamos barreras o tendemos
puentes? ¿Le ofrecemos amistad o lo miramos con
recelo? Probablemente olvidamos que: “El Señor
es compasivo y misericordioso”.
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er omingo de cuare
24 • marzo • 3 d sma • 2019
Ex 3, 1-8. 13-15; Sal 102; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9.
“Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”
El relato de la higuera es breve y claro. Un
propietario tiene plantada en medio de su viña una
higuera. Durante tres años ha buscado su fruto.
Año con año, la higuera lo defrauda, sigue estéril.
La decisión es sensata. Si la higuera no produce
fruto y está absorbiendo inútilmente las energías
del terreno, lo más razonable es cortarla. “¿Para qué
va a ocupar un terreno en balde?”. Con todo, el
viñador propone hacer todo lo posible por salvarla,
aboga por otra oportunidad para la higuera.
La parábola ha sido contada para hacer reaccionar
nuestras conciencias. ¿Para que una higuera sin fruto?
¿Para que una vida estéril sin
creatividad? ¿Para que una fe
sin el seguimiento práctico de
Jesús? ¿Para qué preocuparnos
de “ocupar” un lugar importante
en la sociedad o en la iglesia si
no la transformamos con nuestra
vida? ¿Para qué se va a ocupar un terreno baldío?
¿Qué sentido tiene participar de la creación si no
contribuimos a construir un mundo mejor? Criar a
un hijo, cuidar a los padres ancianos, cultivar la
amistad, apoyar a una persona necesitada, no es
“desaprovechar la vida”, es vivirla plenamente.
Hagámoslo antes que vuelva el dueño de la viña. Y
en tanto cantemos: “El Señor es compasivo y
misericordioso”.
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“Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”


Is 7, 10-14; Sal 39; Heb 10, 4-10; Lc 1, 26-38.
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• marzo • lunes Anunciación del Señor • 2019


“Alégrate”. Es lo primero que María escucha de Dios,
y lo primero que hemos de escuchar nosotros. “Alégrate”:
esta es la primera palabra de Dios a toda criatura. En
estos tiempos llenos de problemas, que a nosotros nos
parecen de incertidumbre, de oscuridad, de dificultades,
lo primero que se nos pide es no perder la alegría. “Estén
siempre alegres en el Señor, se los repito, estén alegres”,
recomendará San Pablo. “No se puede ser cristiano sin
alegría” dirá el Papa Francisco. Sin alegría, la vida se
hace más difícil.
“El Señor está contigo”, dice
el saludo del ángel. La alegría a
la que se nos invita no es un
optimismo forzado ni un
autoengaño fácil. Es la alegría
que nace en quien se enfrenta
a la vida con la convicción de
que no está solo. Una alegría
que nace de la fe. Dios nos
acompaña, nos defiende y busca
siempre nuestro bien. Podemos
quejarnos de muchas cosas, pero nunca podremos decir
que estamos solos. Junto a nosotros va nuestro Dios.
Este tiempo de Cuaresma, en el que libramos batallas
contra nuestras propias debilidades, también es tiempo
de estar alegres al sentirnos acompañados y decir junto
con María: “Aquí estoy señor para hacer tu voluntad”.
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26 • marzo • martes • 2019


Dn 3, 25; Sal 24; Mt 18, 21-35.
“No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete”

E
n el Evangelio de hoy, Pedro se acerca a
Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace
representando al grupo de seguidores:
“Si mi hermano me ofende, ¿Cuántas
veces le tengo que perdonar?, ¿hasta
siete veces?”. Pedro ha escuchado a Jesús
hablar sobre la misericordia de Dios, conoce su
capacidad de comprender, disculpar, perdonar.
También él está dispuesto a perdonar “muchas
veces”, pero ¿no hay un límite?
La respuesta es contundente: “No te digo
siete veces, sino hasta setenta veces siete”; has
de perdonar siempre, en todo momento, de
manera incondicional.
¿Qué está sugiriendo Jesús? A veces
pensamos ingenuamente que el mundo sería
más humano si todo estuviera regido por el
orden, la estricta justicia y el castigo a los que
actúan mal. Pero, ¿no construiríamos así un
mundo más tenebroso? ¿Qué sería de nosotros
si Dios no supiera perdonar?
La negación del perdón nos parece a veces la
reacción más normal y hasta la más digna ante
la ofensa. Sin embargo, esto no nos humaniza.
Una pareja sin mutuo perdón se destruye, una
familia sin perdón es un infierno, una sociedad
sin compasión es inhumana.
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27 • marzo • miércoles • 2019


Deut 4, 1. 5-9; Sal 147; Mt 5, 17-19.
“No vine a abolir la ley, sino a darle cumplimiento”
Jesús es un ser histórico que crece en medio de
un pueblo, una religión y cultura concretos. Es un
verdadero israelita, que piensa y se expresa en su
lengua y sigue las costumbres y los usos de su
ambiente. Como israelita es heredero fiel de la
Antigua Alianza. Poco después de su nacimiento
fue circuncidado según el rito, entrando así
oficialmente a ser parte del pueblo de la Alianza.
El Evangelio de la infancia, narra que “sus padres
iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua”
(Lc 2, 41), expresión de su fidelidad a la ley y a la
tradición de Israel. Es decir, Jesús es un hombre
que conoce y respeta las leyes, pero no puede
aceptar el legalismo de sus contemporáneos.
Las leyes están hechas por los hombres pero,
paradójicamente, éstas mismas los han ido
deshumanizando. Jesús viene a
dar cumplimiento a las normas
dictadas por Dios.
Los mandamientos son una
vía de crecimiento si se cumplen
como están propuestos. Son
instrumentos que favorecen la
rehumanización del que los pone en práctica y la
construcción sensible y solidaria de la sociedad
que los acoge. Son normas de carácter universal
que, de cumplirlos, nos harán grandes en la tierra
y en el cielo.
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28 • marzo • jueves • 2019


Jer 7, 23-28; Sal 94; Lc 11, 14-23.
“El que no está conmigo, está contra mi”
En el Evangelio de hoy, Jesús aparece expulsando
demonios, lo cual admira a muchos y hace dudar a
otros tantos. Jesús lo hace como prueba de que el
Reino de Dios ha llegado y dará luego esta potestad
a sus discípulos.
Ante las voces que, para ponerlo a prueba, “piden
un signo que viniera del cielo”, Jesús es radical. Es
necesario tomar partido. No se puede estar con Dios
y con el diablo, no se puede ser cristiano a medias
tintas. “El que no está conmigo, está contra mí”,
sentenciará para zanjar la situación. Y es que la
lucha contra el mal no admite divisiones.
El demonio es mucho más que una figura mítica
con cuernos y cola, es una fuerza que veladamente
está cada día intentando
que nos apartemos del
camino. La mayoría de las
veces aparece de la forma
más sugerente, sutil y
solapada.
Pensar por ejemplo que sinónimo de «carácter»
es dejarse llevar por el mal genio, que «tener
personalidad» es no ceder, que «dignidad» es igual
a soberbia o que la «fidelidad» a la pareja es algo
carente de aventura, son muestras de las luchas
diarias que libramos. Para vencer es necesario estar
y hacernos uno con Jesús.
“Señor, que no seamos sordos a tu voz”.
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29 • marzo • viernes • 2019


Os 14, 2-10; Sal 80; Mc 12, 28-34.
“Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo…”
A lo largo de los relatos evangélicos, son comunes
los diálogos entre Jesús y sus detractores, pero en
este pasaje encontramos a un escriba al que el
mismo Jesús dirá: “No estás lejos del Reino de los
cielos”. ¿Qué es lo que acerca a este hombre al
Reino? Los escribas hablaban de 613 mandamientos
contenidos en la Ley, ¿Cómo orientarse en una red
tan complicada de preceptos y prohibiciones? De
ahí la pregunta sobre el mandamiento principal.
Jesús no se la piensa dos veces: “El primero es:
amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con
toda tu alma. El segundo es: amarás a tu prójimo
como a ti mismo”. Para Jesús estos mandamientos
son inseparables. No puedes amar a Dios y
desentenderte del prójimo.
Quien verdaderamente ama a Dios, sabe que no
puede vivir en una actitud de indiferencia,
despreocupación u olvido de los demás. La única
postura humana ante cualquier persona que
encontramos en nuestro día a
día es amarla. Tenemos que
actuar ante cada persona,
buscando positivamente el bien
que queremos para nosotros. En
estos tiempos en que todo se
cuestiona, hay algo incuestionable: El hombre es
humano cuando vive amando a Dios y a su prójimo.
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“El publicano regresó a casa justificado, el


fariseo no” Os 6, 1-6; Sal 50; Lc 18, 9-14.
La parábola de los dos hombres que “suben al
templo a orar”, es conocida y desconcertante. Los
dos comienzan su plegaria con la misma invocación:
“¡Oh Dios!”, sin embargo la forma de presentarse y
el contenido de su oración, es muy diferente.
El fariseo ora “erguido”. Se siente seguro ante Dios.
Ha cumplido todo lo que le pide la ley. Habla de sus
ayunos y sus diezmos pero no de sus actos de
caridad. Le basta su vida religiosa.
El publicano en cambio, entra al templo pero “se
queda atrás”. No merece aquel lugar sagrado. “No se
atreve a levantar los ojos al
cielo”. Siente de verdad su
pecado.
La conclusión de Jesús es
revolucionaria. El publicano no
ha podido presentar a Dios
ningún mérito, pero ha hecho
lo más importante: acogerse a
su misericordia. El fariseo en
cambio ha salido como entró.
Los cristianos corremos el
riego de pensar que “no somos como los demás”. La
iglesia es santa, pero los que la conformamos
luchamos siempre contra el pecado. Al acercarme a
mi oración ¿lo haré como el fariseo o como el
publicano? Cantará el salmo: “Misericordia quiero, no
sacrificios, dice el Señor”.

30 • marzo • sábado • 2019


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31 • marzo • 4° do
mingo de cuaresma • 2019
Jos 5, 9. 10-12; Sal 33; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32,

c
“Dame la parte que me toca de la herencia”
omo en ninguna otra parábola, en ésta,
Jesús nos hace profundizar en el misterio
de Dios y en el misterio de la condición
humana. La parábola del “padre bueno o
padre providente”.
En el relato, el hijo menor dice a su padre:
“Dame la parte que me toca de la herencia”. Al
reclamarla, está pidiendo de alguna manera la
muerte de su padre. Quiere ser libre, romper
ataduras. El padre accede a su deseo sin decir
palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es también ésta nuestra situación actual?
Muchos en nuestra sociedad quieren verse
libres de Dios, ser felices sin la presencia de un
Padre eterno en el horizonte. Hemos pugnado
en los gobiernos y en las escuelas para que Dios
desaparezca de la sociedad y de las conciencias.
Nos molesta su presencia. Y lo mismo que en la
parábola, el Padre guarda silencio. No coacciona
a nadie.
Y como consecuencia del “respetuoso
alejamiento” que le hemos solicitado a Dios, se
nos desencadena el vacío interior y el hambre
de amor. Algo nos falta, nuestro corazón está
insatisfecho. Cuando caemos en cuenta, nos
arrepentimos, volvemos a Dios y cantamos con
el salmista: “Haz la prueba y verás qué bueno es
el Señor”.
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e+v abril 2019_evangelio y vida 03/01/19 22:14 Página 39

E
“ l hombre creyó y se puso en camino”
Is 65, 17-21; Sal 29; Jn 4, 43-54.
En el evangelio de hoy Jesús cura a un muchacho,
hijo de un funcionario. Quien aparece es el papá,
pidiendo a Jesús un milagro; él y su fe son los
protagonistas, porque lo que se nos cuenta es
el proceso de fe de este hombre:
–Primero, es alguien que pide un milagro

abril
para creer, no hay fe, hay necesidad de creer.
–Luego, hay un inicio, cuando Jesús le dice que su
hijo está curado, cree y se pone en camino hacia
su casa. Hay un deseo de que sea verdad lo
que Jesús le ha dicho; cree, pero todavía tiene
que convencerse de que la palabra de Jesús es eficaz.

• lunes • 2019
–Finalmente se nos dice que, viendo ya a su hijo
sano y salvo, “cree él con toda su familia”, aquí está
la fe verdadera como confianza, alegría, certeza de
la vida que hay en Jesús. Y su fe se contagia a los
suyos, convoca a los otros a adherirse también a
Jesucristo. Es entonces cuando de verdad “se pone
en camino”; para seguir a Jesús
y buscar rumbos nuevos para
su vida.
Creer es ponerse en camino
para encontrar la vida verdadera
en Jesús. Somos caminantes, no nos
conformamos, no nos detenemos,
caminamos siempre hacia lo
nuevo, hacia lo profundo, hacia
lo comprometido de una vida
guiada por Jesucristo.
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2 • abril • martes • 2019


Ez 47, 1-9; Sal 45; Jn 5, 1-16.
“Mira que estás sano. No vuelvas a pecar”
Treinta y ocho años llevaba enfermo este paralítico,
y no había perdido la esperanza. Junto a la piscina
de Siloé buscaba el milagro de su curación, sin
conseguirlo. ¿Cómo lo iba a conseguir si cada
enfermo veía para sí mismo? cuando se agitaban
las aguas todos corrían, como en competencia
olímpica y sólo uno lograba ser el primero, y se
iría contento a celebrar su curación.
Se habían visto muchos milagros en la piscina,
pero nadie había visto el milagro de la compasión
y la solidaridad… hasta que llegó Jesús, miró al
paralítico y se dio cuenta que, con las reglas
establecidas, éste nunca lograría la curación. Y
cambió las reglas: no necesitas competir, ni entrar
a esa agua turbia de la
piscina; por mi medio
Dios te ofrece gratis la
salud y la posibilidad de
una vida renovada. Levántate
y camina.
–¡Pero es sábado! (dirían los fieles cumplidores
de las frías reglas). ¡Ni tú puedes curar, ni él puede
cargar su camilla!
–Pues bien (podría haberles respondido Jesús),
el sábado es un buen día para mostrar amor y
compasión a los débiles y enfermos… y el lunes, y
el jueves también.
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3 • abril • miércoles • 2019


Is 49, 8-15; Sal 144; Jn 5, 17-30.
“Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”
Ante el reclamo que hacen por hacer curaciones
en sábado, Jesús les responde: “Mi Padre trabaja
siempre y yo también trabajo… yo hago lo que veo
hacer a mi Padre… lo que hace Él, lo hago yo.”
¿Y qué había hecho? Había
sanado al paralítico de la piscina
de Siloé, se había compadecido
de él.
En este sentido Jesús es el
reflejo del Padre; con su vida y
sus palabras nos va descubriendo
y describiendo el misterio de Dios, su ser profundo
y su proyecto definitivo para los hombres.
Lo que más escandaliza a los judíos es la
familiaridad que Jesús muestra con Dios: “lo llama
su Padre”, como si fueran iguales. Esta familiaridad
le viene a Jesús no sólo de su origen, sino también
de su continua oración, de hablar con el Padre y
de escucharlo, descubrir Su mano providente en
cada paso.
¿Qué tan familiarizado estás con Dios? ¿Para ti
es una presencia lejana, ausente y vacía? ¿O es una
presencia viva, apasionada, cercana, real? ¿Cómo
le hablas a Dios: como un viejo conocido y amigo
o como a un extraño impertinente e inoportuno?
Él te conoce más que tú mismo, te ama más que
nadie. No pierde ni un paso de tu vida… “Es más
íntimo a ti que tu propia intimidad.”
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4 • abril • jueves • 2019


Ex 32, 7-14; Sal 105; Jn 5, 31-47.
“Ustedes no quieren venir a mí para tener vida”
No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Este refrán podría resumir el pasaje del evangelio
de hoy. Los dirigentes judíos han visto que Jesús
faltó a la ley del sábado al curar al paralítico. Y
lo cuestionan y lo condenan.
Jesús les responde con el discurso de hoy: Juan
el Bautista dio testimonio de él y las obras que
hace lo acreditan como quien actúa con el poder
y la misericordia de Dios; la Escritura, Moisés,
ya habían hablado sobre él. Pero los judíos sólo
miran a alguien que no respeta la Ley.
Como en aquel experimento en que sentaron
a varias personas frente a un inmenso muro
blanco que tenía una pequeñísima
mancha negra, y les preguntaban
¿qué es lo que ves? Todos respondían:
“Veo una mancha negra”. Sólo uno
respondió: “Veo un inmenso y
hermoso muro blanco”.
–En tu vida, llena de milagros y
bendiciones: ¿ves sólo la mancha
negra de un problema, una pérdida, una
tristeza?
–En tus hermanos, esposo(a), hijos(as),
papás, compañeros de trabajo… ¿qué es lo que
más llama tu atención: el inmenso muro blanco
de su vida que es un regalo para ti, o la
manchita negra?
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5 • abril • viernes • 2019


Sab 2, 1. 12-22; Sal 33; Jn 7, 1-2. 10. 25-30.
“¿Conque me conocen y saben de dónde vengo?”

J
esús va a Jerusalén para la Fiesta de las
Chozas. Ya no volverá a Galilea, hasta
después de la resurrección. Hay mucha
gente, es una fiesta importante. Algunos
entre los visitantes lo van reconociendo:
“¿Será el Mesías?... No, a éste lo conocemos” –¿Me
conocen?, les dice Jesús.
¿Lo conocemos?
Pienso en el poco interés que muchos tenemos
por profundizar el conocimiento de Jesús, la
historia de su pueblo, la vida de su tiempo, el
sentido de sus palabras y de sus gestos. ¡Cuánta
resistencia para asistir a las charlas de preparación
a los sacramentos! ¡Qué pocos nos comprometemos
en un grupo de reflexión o de trabajo en la
parroquia!
Y no sólo se trata del conocimiento intelectual,
está el “conocimiento desde el corazón”, que
significa sintonizar mi vida con la suya, escuchar
desde el corazón, desarrollar esa intimidad de vida
con Jesús que sólo da la oración, la escucha
atenta.
¿Qué hacemos para conocerlo más y mejor?
¿Cómo profundizamos en nuestra intimidad con
su corazón, con sus pensamientos, con sus sueños?
¿Qué hacemos para saber lo que tiene para
nosotros, lo que desea de nosotros, lo que espera
de nuestra vida?
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6 • abril • sábado • 2019


Jer 11, 18-20; Sal 7; Jn 7, 40-53.
“Jamás hombre alguno habló como este hombre”
Los guardias que habían sido enviados por los sacerdotes
y los fariseos a detener a Jesús, quedan fascinados al
escucharlo. Llevaban lanzas, espadas, cadenas para
sujetarlo… todo lo rindieron ante Jesús y regresan con las
manos vacías. Ante los reclamos de sus jefes sólo pudieron
decir: “Nadie ha hablado como ese hombre”.
¿Y cómo hablaba Jesús? Sabemos que no lo hacía con
elevada elocuencia, que no usaba ningún truco de oratoria
para impresionar a sus oyentes, ni citaba a famosos
escritores en sus discursos. Hablaba
sencillo, usaba muchas imágenes y
comparaciones que entendían bien los
pastores, los campesinos, los pescadores,
las amas de casa.
¿Y de qué hablaba Jesús? Hablaba
sobre todo del amor de Dios y del
proyecto que tiene para el mundo.
Hablaba de algo nuevo que estaba
naciendo, algo pequeño como una semilla de mostaza, pero
que iba a ser capaz de transformar el mundo como un
tsunami de paz, de justicia y de esperanza para todos, pero
sobre todo para los pobres.
No sabemos qué sucedió con esos guardias, ni hasta
dónde llevaron su asombro por las palabras de Jesús, pero
me gustaría preguntarte: ¿Qué efecto causan en ti las
palabras del Evangelio? ¿Te llena de fascinación y asombro
la sencillez y profundidad de las palabras de Jesús? ¿Te
invitan a dejar guiar tu vida por ellas?
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7 • abril • 5° dom
ingo de cuaresma • 2019
Is 43, 16-21; Sal 125; Fil 3, 8-14; Jn 8, 1-11.

U
“Tampoco yo te condeno”
na mujer sorprendida en adulterio tenía que
morir apedreada, según la Ley. ¿Se atreverá
Jesús a contradecir tal práctica?
Para ponerlo en un dilema y desacreditarlo
ante los cumplidores de la ley, los fariseos y
escribas le ponen delante a una mujer adúltera. La
llevan arrastrando, como si fuera una cosa, sólo un
pretexto, un palo para golpear con él la fama de Jesús.
Jesús tiene delante la turba acusadora, a sus pies, en
el piso a la mujer. ¿Qué hace, qué responde?
–Primero se postra él mismo en el suelo, a la altura
de la mujer, una postura de cercanía, de protección;
le dice que esté tranquila, que hay por lo menos uno
que la defenderá, que la cuidará, que no está sola.
–Luego, dirigiéndose a los acusadores, les recuerda
que el único juez es Dios, porque él es el único santo
y fiel, porqué él se mueve sólo por amor. Quien esté
libre de pecado, de infidelidad, y quien esté lleno sólo
de amor, como Dios… que comience la lapidación.
Nadie es capaz de tirar ni una piedra. ¡Por lo menos
en eso son sinceros!
–Finalmente Jesús despide a la mujer, libre, perdonada,
salvada, dignificada. Pero con una recomendación:
“no vuelvas a pecar”. Jesús no niega el pecado de la
mujer, lo que quiere es que entendamos la profundidad
de la misericordia de Dios.
“Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta
y viva” (Ez 18, 23).
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“Yo soy la luz del mundo”


Is 65, 17-21; Sal 29; Jn 8, 12-20.
San Juan comienza su evangelio declarando que
Jesús es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre”
(Jn 1, 9). Quien le sigue, no camina en tinieblas. Jesús
lo declaró varias veces, como en el texto de hoy.
¿Qué significan para ti estas palabras?
La luz permite ver las cosas. La luz orienta, guía. La
luz quita el miedo y la confusión de la oscuridad,
pone al descubierto la verdad; da seguridad al
caminar, muestra el camino, evita que nos perdamos.
¿Quieres que te diga lo que significan para mí
las palabras de Jesús?
Significan que cuando pienso en él y escucho sus
palabras todo se me ilumina. Significan que,
mirándolo a él, sé por dónde caminar, me siento
seguro, acompañado en mi camino. Significan que
él, su evangelio, me descubren la verdad de las
cosas, de mi vida, del mundo, y me revela también
la mentira y engaño del pecado, de la injusticia,
del egoísmo. Significan que este mundo sería muy
distinto si todos nos dejáramos invadir por Jesús y
su mensaje y su ejemplo. Todo sería más claro y
luminoso en la vida. Todo sería más auténtico.

8 • abril • lunes • 2019


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9 • abril • martes • 2019


Num 21, 4-9; Sal 101; Jn 8, 21-30.

‘‘E
“Yo hago siempre lo que le agrada a mi Padre”
l que me envió está siempre conmigo y
no me deja solo”, “mi Padre dice la
verdad, y lo que escuché de él, es lo que
digo al mundo…” También dice Jesús
estas frases en el texto de hoy. Todas
ellas nos descubren una verdad fundamental:
Jesús es el rostro humano de Dios, su verdad
definitiva, su palabra encarnada en el mundo
para dar fecundidad a la vida del hombre,
posibilidades reales y eficaces de encontrar
dicha en este mundo, y la salvación eterna.
En otra ocasión Jesús dijo: “Yo soy la puerta”.
En eso pienso al escucharlo hoy. Jesús es puerta
que, al abrirse, nos introduce a un horizonte
infinito de amor y acogida que son los brazos del
Padre.
¿No has experimentado volver a la casa
paterna después de algún tiempo y, apenas cruzar
la puerta, sientes que ahí hay parte de ti? Una
atmósfera familiar que te transporta a tus raíces:
los olores, los muebles, las fotos en la pared…
Sientes como un vientre que te acoge y unos brazos
que te reciben y quisieras no dejarlos nunca.
En Jesús, en su vida y su evangelio, vuelves a
la casa paterna, esa atmósfera acogedora donde
te sientes libre, amado, dignificado. Te sientes
verdaderamente hijo.
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10 • abril • miércoles • 2019


Dn 3, 14-20. 49-50. 91-92; Dn 3; Jn 8, 31-42.
“La verdad los hará libres”
Hace algún tiempo se
publicó en México un libro
titulado País de mentiras. Se
refiere al nuestro, en donde parece que toda
la cultura nacional está permeada por la mentira:
“en México se miente, siempre nos han mentido,
todo el tiempo y sobre todos los asuntos”. En
ocasiones tengo la sensación de que la simulación
y la mentira se han establecido como sistema
vertebral de la vida pública (y a veces privada) de
nuestro país: desde la evasión de impuestos, las
promesas de políticos, los alegatos y sentencias
judiciales, los noticieros televisados en hora estelar...
¿Y cuando la mentira se establece como método,
como rostro de una persona? ¡Qué esclavitud!
Tener que aparentar, tener que simular, y ser
consistente y coherente siempre con la mentira.
¿Cómo nos llevamos con la sinceridad y la
honestidad? ¿Cómo nos llevamos con la valentía y
la madurez de reconocer los errores, de asumir las
consecuencias de nuestros actos? ¿Cómo nos
llevamos con el respeto a las personas que queremos,
de suerte que no las engañemos, que no finjamos,
que no simulemos nada ante ellas?
La verdad nos hará libres.
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11 •abril • jueves • 2019


Gn 17, 3-9; Sal 104; Jn 8, 51-59.
“Quien cumpla mi palabra, no sufrirá jamás la muerte”
¡Qué promesa tan maravillosa! ¡Qué recompensa
tan desproporcionada! Ser fieles a su palabra, para
no sufrir jamás la muerte. Es como comprar un
boleto de una rifa que da como premio muchos
millones de pesos. El boleto cuesta un peso y se te
asegura que es el único número, no hay más que
el tuyo, seguro te vas a ganar el premio. ¿Entrarías
tú a la rifa? ¡Yo por supuesto que sí!
Cumplir su palabra… ¿Y cuál es su palabra? Creo
que todo el evangelio de Jesús se podría resumir
en un versículo: “Éste es mi mandamiento: que se
amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15, 12).
En la primera lectura de hoy escuchamos a
Yahvé prometiendo algo parecido a Moisés:
“Camina en mi presencia y sé honrado, y haré que te
multipliques sin medida” (Gn 17, 1-2).
Dios todo lo da sin medida
y acepta la pobre medida de
nuestra respuesta. Tanta ge-
nerosidad, tanto amor des-
medido, nos piden una
respuesta más generosa, más
comprometida.
Decía San Agustín que “la
medida del amor, es amar sin
medida”. No le pongas límites a tu respuesta a
Jesús. Lleva su palabra a la práctica.
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12 • abril • viernes • 2019


Jer 20, 10-13; Sal 17; Jn 10, 31-42.
“Y muchos creyeron en él”
Jesús mostró una conciencia muy clara de ser Hijo
de Dios y nos habló de la relación especialísima que
tenía con su Padre. Los dirigentes judíos no
entendieron nada. Hoy los vemos en el evangelio
acusándolo de blasfemo “porque siendo sólo un
hombre, te comparas con Dios”.
Sin embargo, muchos creyeron en él y lo aceptaron.
Seguramente gente más sencilla en su fe, menos
complicada en sus razonamientos; por lo mismo,
más sensible a la sorpresa de Dios. Veían a Dios
actuar en favor de ellos a través de la
persona de Jesús. Experimentaban
la misericordia de Dios en las
palabras acogedoras de Jesús, en sus
gestos bondadosos, en su interés
por ellos, por sus enfermedades, por
sus pecados, por su pobreza y
marginación.
La fe de los sencillos que acogen
la sorpresa de Dios en Jesús no
significa que eran irracionales, significa que tenían
un corazón más sensible y más dispuesto. Y se
abrieron al misterio de la misericordia de Dios
que los abrazaba y acariciaba en Jesucristo. Y
descubrieron la verdad de Dios pronunciada por la
Palabra hecha carne.
Los dirigentes se quedaron con su apego a la ley
y a la tradición. Los sencillos se quedaron con Jesús.
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13 • abril • sábado • 2019


Ez 37, 21-28; Jer 31; Jn 11, 45-56.
“Es mejor que muera uno solo por el pueblo”

d
espués de que Jesús resucitó a su amigo
Lázaro se desató una gran persecución
en su contra, pues se temía una revuelta
por tantos seguidores que se unían a
Jesús, y temían una represión por parte
de Roma. Deciden darle muerte animados por
Caifás, sumo sacerdote, quien dijo aquello de
que “es mejor que uno muera y no toda la nación”.
Y el mismo evangelio amplía lo dicho por Caifás:
Jesús moriría “no sólo por la nación, sino para
reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos”.
Ya no son las doce tribus de Israel las que son
rescatadas y congregadas en un camino de
salvación, son (somos) “todos los hijos de Dios”,
todos los que acogemos a Dios como Padre
nuestro y a Jesucristo como hermano y Señor.
¿Conocen ustedes la fábula del burro que tocó
la flauta por accidente? Pues siempre la recuerdo
cuando pienso en Caifás (con perdón de los señores
burros). Exactamente describe el significado de
la vida y la muerte de Jesús, en quien Dios tiende
la mano a todos sus hijos para congregarlos en
torno a la mesa de la vida plena, de la salvación,
como lo hacen un padre y una madre con los
suyos al final de la jornada. Un mundo como
una gran mesa fraterna y solidaria, en torno al
pan que da la vida.
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o
14 • abril • Doming de Ramos • 2019
Is 50, 4-7; Sal 21; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56.
“Tienen a Moisés y a los profetas. Que los escuchen”
Hoy se lee en la liturgia la pasión de nuestro
Señor según san Lucas. Quisiera fijarme más en el
acontecimiento que celebramos, la entrada de
Jesús a Jerusalén, narrada en Lc 19, 29-40; Mt 21, 1-11
y Mc 11, 1-11.
Con esta llegada a Jerusalén Jesús inicia la última
etapa de su vida terrena. Y nosotros comenzamos
la Semana Santa.
Jesús va montado en un burrito, como un Rey
humilde y bondadoso. La tradición lo imagina
montado en un burrito antes de nacer, en el vientre
de María, camino de Belén. Ahora, en el momento
de enfrentar su destino final, también aparece
montando un burro,
camino del nacimiento
de un nuevo mundo,
del nuevo destino del
hombre, que se abrirá
definitivamente con su
muerte y resurrección.
El pueblo lo recibe como mesías, Hijo de David.
Y no se imaginan el camino que este Siervo de Dios
seguirá para restablecer el reinado de Dios.
Le gritan ¡Hosana!, que significa “sálvanos, por
favor”. Y en ello se unen a las voces de todas las
generaciones anteriores y de todos los desposeídos
de los siglos que han gritado y gritan: ¡Sálvanos,
por favor!
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15 • abril • Lunes Santo • 2019


Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12, 1-11.
“La casa se llenó del olor del perfume”
Es una escena conmovedora: Hacía unos días que
Jesús había llamado a Lázaro de la muerte a la vida,
ahora hay un banquete en su casa, el banquete de
la vida recuperada, y Jesús es el invitado de honor,
por supuesto. En medio de la fiesta hay un presagio,
María (la que había “escogido la mejor parte”) unge
los pies de Jesús con perfume, anuncio de su
próximas muerte y sepultura. Y el olor delicioso
envuelve toda la casa.
Hacía poco, un olor a muerte
había salido del sepulcro de
donde salió vivo Lázaro; dentro
de pocos días el olor a muerte y a
sangre también nos envolverá.
Así como la unción de María a
Jesús fue un presagio de su
muerte, el perfume que se di-
funde por todo el ambiente es un
presagio de la vida que brotará,
renovada y florecida, en la resurrección. Es un
anuncio de lo que habrá más allá de la muerte de
Jesús y de la nuestra: un perfume delicioso de vida
eterna en la comunión más perfecta con Dios.
A Jesús le esperan días terribles de sufrimiento,
humillación y derrota. Pero también, lo sabemos,
vendrá luego la victoria definitiva de la vida, el
perfume delicioso de la eternidad.
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16 • abril • Martes • 2019


Is 49, 1-6; Sal 70; Jn 13, 21-33. 36-38.
“Uno de ustedes me entregará”

E
n un momento de la Última Cena, Jesús
anunció la traición de uno de los Doce.
Está conmovido, dice el evangelio que “se
estremeció por dentro” al decirlo.
¿Cómo no te va a estremecer la traición
de uno de tus amigos, a quien llamaste con amor e
instruiste con paciencia? ¿Cómo no te va a doler en el
alma el abandono de uno de tus más queridos amigos?
Y te duele no sólo por ti, sino sobre todo por él, por
Judas, quien sale del cenáculo a consumar la entrega y
es envuelto por la oscuridad: “Después de recibir el
bocado, Judas salió. Era de noche”. Es intrigante esta
referencia a la noche, como si el evangelista nos
indicara que deja la luz y el calor de la comunión
contigo para entregarse al poder de las tinieblas y
entrar en lo incierto, en lo confuso, en el reino del
desamor.
Es esto lo que te estremece, Jesús. La ceguera del
discípulo que vive ante la claridad de tu vida y tu
mensaje y no lo mira; su sometimiento a la traición, a
la ambición; o su derrota ante la desilusión porque no
entiende ni acoge tu mensaje de amor.
Y todavía hoy te sigue estremeciendo y doliendo la
ceguera nuestra y la facilidad con que nos dejamos
envolver por la oscuridad de nuestra ambición y
resentimientos, de nuestro egoísmo e injusticias, de
nuestra falta de adhesión a tu evangelio de amor.
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17 • abril • Miércoles Santo • 2019


Is 50, 4-9; Sal 68; Mt 26, 14-25,
“Mi hora está próxima”
De nuevo Judas, y de nuevo su traición. Es un hecho
desconcertante: ¡Uno de los amigos más íntimos de
Jesús lo traiciona y lo entrega a las autoridades! Nos
cuesta creerlo.
No sabemos sus razones,
pero sí sabemos que Jesús
conocía sus intenciones y que
hasta el último momento lo
invitó a permanecer con él, a
confiar. En la cena le ofrece
un bocado de su mismo plato. Es éste un gesto de amistad,
de intimidad. Jesús le está diciendo: –Te amo a pesar de
todo, te invito a participar de mi amistad, a permanecer
junto a mí. Te acojo, te perdono… pero eres libre.
Y Judas toma la decisión y sale.
Este hecho nos advierte sobre dos cosas:
–Sobre nuestra fragilidad e inconsistencia como
discípulos. Nos recuerda que no estamos exentos de
traición y de abandono, de confusión y oscuridad
(¿cuántas pequeñas traiciones consumamos a lo largo
de la vida?) y que debemos reiterar siempre nuestra
adhesión a Jesús y fortalecer todos los días nuestra
relación con él (la oración, los sacramentos, la práctica
del amor fraterno nos ayuda).
–También nos recuerda que la mano de Jesús siempre
estará tendida, con un bocado de su propio plato,
asegurándonos su amistad y su fidelidad por siempre.
“A pesar de todo te amo, te quiero junto a mí”.
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18 • abril • Jueves Santo • 2019


Ex 12, 1-6. 11-14; Sal 115; 1 Cor 11, 23-26; Jn 13, 1-15.
“Y se puso a lavarles los pies a sus discípulos”
Durante la última cena, en el lugar en que los
Evangelios Sinópticos nos narran la institución de la
Eucaristía, San Juan coloca esta escena del lavatorio de
los pies.
La narración es solemne y profunda: “Sabiendo Jesús
que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos, los amó hasta el extremo…” Advertimos
que este gesto de Jesús encierra
todo el significado de su vida y
de su próxima muerte, que es la
clave para llegar a la comprensión
auténtica de su misión y de su
proyecto para el hombre. Lavar
los pies, un gesto tan humilde,
propio de siervos, de esclavos,
se convierte en la síntesis de
todo el misterio de Jesús.
Al final, el mismo Jesús nos lo
explica: “Si yo, que soy maestro y
señor, les lavo los pies, también
ustedes deben lavarse los pies unos
a otros.”
–Esto que hice hoy es lo que he hecho toda mi vida, es como
he vivido siempre y es la única manera de vivir con sentido y
con provecho. Es lo que deseo para ustedes.
Que toda nuestra vida, hermanos, se pueda resumir
en ese gesto de lavar los pies a los demás. Para que
nuestra vida tenga sentido, como la de Jesús.
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19 • abril • Viernes Santo • 2019


Is 52, 13-53, 12; Sal 30; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1-19, 42.
“Todo está consumado”
En la liturgia de este día leemos la
Pasión de nuestro Señor según San
Juan. No debería hacer falta ningún
comentario. Sólo necesitamos acercarnos
hoy a la Palabra y caer de rodillas:
–Llenos de terror ante el atrevimiento
del hombre, que asesina cruel e
injustamente al Santo; que le quita la
vida a Aquel por quien fueron hechas
todas las cosas; que se atreve a juzgar,
condenar y matar a su Señor. Hombre
insensato que, como al principio, quiere ser más
grande que su Dios.
–Llenos de gratitud hacia Jesús, que asume el
sufrimiento y la muerte libremente, por amor, como
clave para destrabar el callejón sin salida a donde
llevan el odio, el egoísmo y la injusticia en el mundo.
Entregar la vida por amor se muestra como el único
camino que abre horizontes y que libra al mundo de
las garras del mal, del odio y de la ambición.
–Llenos de esperanza también. Cuando el soldado
atraviesa con la lanza el corazón del crucificado brota
sangre y agua. Y entonces se nos revela que en la cruz
se abre una puerta infinita a la esperanza. Una fuente
de vida inagotable que brota del amor inmenso de
Jesús. No todo está perdido.
“Por sus santas llagas, todos hemos sido curados”.
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20 • abril • Sábado Santo • 2019


Hoy la Iglesia vela junto al sepulcro del Señor, esperando
su resurrección.
Se alejó nuestro Pastor, fuente de agua viva.
Un gran silencio envuelve la tierra, una gran
soledad.
Duerme y descansa en paz, Jesús Nazareno.
Dios, tu defensor, va a restituirte el honor que
los hombres te arrebataron.
Estás ahora acostado en el lecho de la tierra;
duerme y descansa en paz, que mañana Dios te
despertará para que amanezca la alegría de tu
corazón vivo.
Descansa en paz y duerme ahora.
Y mañana... enséñanos a
todos el sendero de la vida;
llénanos, con tu presencia, de
alegría para siempre.
Pero ahora, duerme y
descansa en paz.
Nosotros procuraremos
lavar un poco más el corazón,
preparándolo para recibirte
y escuchar tu voz.
Mañana... tómanos de la
mano a todos, levántanos,
dinos: “Despiértense, los que
duermen, levántense de entre
los muertos, que yo seré su
luz”.
Que tu sueño, Señor, nos
saque del sueño del abismo.
Francis Pastor
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21 • abril • Dom
ingo de Pascua • 2019
Hech 10, 34. 37-43; Sal 117; 1 Cor 5, 6-8; Jn 20, 1-9.
“Entonces entró el otro discípulo; vio y creyó”
Es la mañana de resurrección. El mundo se
despierta nuevo, como en el primer día de la
creación. El sol rompe la telaraña que la noche
había tejido, manto de oscuridad y de muerte,
de desesperanza y soledad.
¡La tumba está vacía!
Jesucristo fue levantado por su Padre, como
el sol se levantó esta mañana, y ahora brilla
como Señor del mundo y de la historia. Ahora
es la Pascua la que dará dinamismo al mundo,
la que lo hará caminar. No será la muerte, ni las
tinieblas del mal, sino la luz, la vida y el amor,
las que tienen la última palabra.
Porque la Pascua es una manera nueva de ver,
abrazar y construir el mundo; una manera
nueva de hacer la historia desde la luz siempre
nueva y recién hecha del día luminoso de la
Resurrección. Hermanos, que el Amor y la Vida
sean la última palabra en el libro de la historia
de todos los pueblos de la tierra; que la luz sea
su único destino;
que la paz y la
fraternidad sean el
camino.
¡Porque no hemos
nacido para el odio! La Pascua de Jesucristo nos
levanta, nos libera, nos capacita para apropiarnos
del destino de luz y de esperanza para el que
vinimos a la vida. ¡Feliz Pascua!
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22 • abril • lunes de pascua • 2019


Hech 2, 14. 22-23; Sal 15; Mt 28, 8-15.
“Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Alégrense!”

E
s la mañana de resurrección. Las mujeres
fueron al sepulcro y lo encontraron
abierto y vacío. Un ángel les anuncia que
no van a encontrar ningún cadáver, que
Jesús resucitó. Luego Jesús les sale al
encuentro con una palabra: ¡Alégrense! Ellas no
hablan, lo único que aciertan a hacer es abrazarse
a sus pies, postradas.
Lo tocan, es él, está vivo, el corazón reverdece
después de tanto dolor y desesperanza de los días
anteriores. Los proyectos reviven, el sentimiento de
abandono, de soledad desaparecen. Postradas, a
los pies de Jesús, renacen estas discípulas, y renacen
todos los discípulos, y toda la humanidad.
Una sola palabra para esta Pascua: ¡Alégrense!
Y una sola actitud ante el misterio de la
resurrección: Postrarse a los pies de Jesús y ahí,
tocando la tierra, sentir que nos salen raíces, y
que crecemos, y que nos brotan en el corazón
flores, y de las flores, frutos; y que cantan los
pájaros y la vida se llena de colores.
Abrazados a esos pies encontraremos nuestra
consistencia, la vida resucitada de Jesús nos
inundará. Y florecerá la nuestra, y dará frutos, y
tendrá rumbo, y encontrará su plenitud.
Abrazados a esos pies de Cristo resucitado.
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23 • abril • martes de pascua • 2019


Hech 2, 36-41; Sal 32; Jn 20, 11-18.
“Jesús le dijo: María”
Seguimos en la mañana de la Resurrección.
María Magdalena es la primera en ver a Jesús.
Pensando que era el jardinero, lo reconoce cuando
Jesús pronuncia su nombre.
María Magdalena sabía reconocer esa voz, como la
oveja reconoce la voz de su pastor. Notaba con qué
delicadeza la llamaba Jesús, y con cuánto amor.
No estás equivocada, María, es la voz de Jesús y es
en verdad un extraordinario jardinero. Ha cultivado
tu corazón roto, logrando que de
él naciera el amor más grande y
puro por su Señor, el amor como
una flor bella, de perfume
delicioso. Él sembró en ti la
semilla de su Palabra. Y tú fuiste
tierra buena, que se dejó atrapar
por el entusiasmo del Reino. Y te
uniste a su causa, caminaste con Él,
y sufriste con su Vía Crucis y tu
corazón también fue traspasado
de dolor por su muerte.
Y ahora Él te sale al encuentro, vivo, resucitado. Y
toda tu vida reverdece, como un jardín con las primeras
lluvias. Fuiste tierra fecunda, María Magdalena. Y
tuviste al mejor jardinero.
Enséñame a dejarme cultivar por Él, a dejarme
fascinar por su proyecto. Y que mi vida, como la tuya,
florezca con una primavera eterna.
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24 • abril • miércoles de pascua • 2019


Hech 3, 1-10; Sal 104; Lc 24, 13-35.
“Mientras caminaban Jesús los alcanzó
y se puso a caminar con ellos”
“Aquel mismo día…” dos discípulos iban a un pueblo
llamado Emaús. Seguimos en el día de la Resurrección.
Toda la semana es un eco, una reverberación del
acontecimiento grandioso de la Resurrección de Jesús.
Conocemos la escena, hermosa, del caminante que
alcanza a los discípulos y camina con ellos, y les hace
arder el corazón. Es primero el corazón que reconoce
la presencia viva de Jesús, después serán los ojos,
cuando lo vean partir el pan.
Jesús caminando con los discípulos, explicándoles la
Palabra, haciéndoles revivir el corazón, entregándoles
el Pan, alimento esencial para el camino de la vida,
llenándolos de fuerza para correr, desandar el camino
de la desesperanza y volver a la comunión de los
Apóstoles a dar testimonio de su experiencia única,
íntima con Jesús. Todo eso fue y es la Pascua.
Cristo sale de la tumba para irse a recorrer los
caminos; todos los caminos, de todos los tiempos. Y
acompañando a los peregrinos –que somos nosotros–
les da su palabra y su pan para que el corazón viva y
renazca la esperanza y vuelvan las fuerzas para correr
y gritar que la Vida ha renacido.
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25 • abril • jueves de pascua • 2019


Hech 3, 11-26; Sal 8; Lc 24, 35-48,
“Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo”
El mismo día, los discípulos están reunidos;
inquietos, desconcertados. Han recibido la noticia
del sepulcro vacío que les llevaron de las mujeres.
Pedro mismo había ido a cerciorarse del hecho. Ahora
comentan la experiencia de los discípulos de Emaús...
y en eso, Jesús se presenta con
su saludo pascual: “La paz esté
con ustedes”.
No podían creer. Sentían
una mezcla de miedo, gozo y
asombro. Entonces Jesús les
mostró las manos y los pies.
¿Qué vieron los discípulos?
Vieron las heridas de los clavos. El Resucitado
seguía siendo el Crucificado. La muerte no fue
negada sino asumida, formaba parte de su misterio
de Salvación
Pascua significa “paso”, es un proceso, un dinamismo:
muerte ~ vida, oscuridad ~ luz, derrota ~ triunfo.
Pascua es como el camino que sube la montaña,
lleno de esfuerzo y de sacrificio, pero que te lleva
más cerca del sol, donde habitan las nubes y el aire
es más transparente.
La Pascua de Cristo tiene que ser nuestra pascua,
debemos apropiárnosla. Que tu vida y la mía tenga
ese movimiento; que tenga esa dirección del camino
que sube la montaña.
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26 • abril • viernes de pascua • 2019


Hech 4, 1-12; Sal 117; Jn 21, 1-14.

“Al amanecer Jesús estaba en la playa”


Es la tercera aparición de Jesús a sus discípulos,
según San Juan. Todo sucede a orillas del lago de
Galilea… como al principio, cuando fueron llamados
a seguir a Jesús.
La atmósfera es deliciosa. Jesús ha hecho la
fogata en la arena y ha preparado pan y pescado, y
los llama en torno, “vengan a comer”, les dice.
Están cansados, malhumorados por la noche
inútil sin pesca; la vida, el futuro, han perdido razón
sin el Maestro. Sin embargo el Resucitado los volvió
a reunir en torno a él, y ahí, en esta reunión íntima,
recuperan las fuerzas y la comunión, y la fe y la
esperanza, y la confianza en el proyecto de Jesús.
Vuelven los ánimos, la alegría, la pasión por el Reino
de Dios, las ganas de seguirlo a Él,
ahora sí, hasta darlo todo.
En torno a Jesús resucitado se
rehace el hombre cansado y vacío,
se forma la Iglesia y renace el futuro.
En torno a Jesús resucitado se abre la
vida del hombre al horizonte infinito
de su vocación, de su destino. En torno
a esas brazas de la playa volvieron la fe y
la esperanza de la humanidad. De ahí se
levantarán los discípulos –todos nosotros– para
reemprender el camino hacia la luz verdadera.
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27 • abril • sábado de pascua • 2019


Hech 4, 13-21; Sal 117; Mc 16, 9-15.
“Vayan por todo el mundo”

T
erminamos la Semana de Pascua, que es
una continuación de aquella mañana
luminosa de resurrección. Y lo hacemos
con una síntesis que hace San Marcos de
las apariciones del Resucitado.
Primero se aparece a María Magdalena, luego
a los discípulos de Emaús y finalmente a los once
Apóstoles (recordemos que Judas ya no está). La
experiencia se va abriendo poco a poco, primero
una persona, luego dos, luego once. Y desde los
Apóstoles, la experiencia de esa vida florecida
de Jesús se ofrecerá a todos los hombres. A ellos
hoy les pide Jesús: “Vayan por todo el mundo”,
compartan su experiencia de vida renovada a
todos, cuéntenles la Buena Nueva, la mejor
noticia jamás escuchada: Dios los ama y en Cristo,
a quien ha resucitado, les ofrece su mano generosa,
tierna y fuerte para sostenerlos, acariciarlos,
conducirlos en el camino de la vida.
Vayan por el mundo y llénenlo de flores y de
perfume con la noticia de la Pascua y con la
presencia de Jesús resucitado. La Vida se ha
enseñoreado del mundo; la muerte y la oscuridad
fueron derrotadas; venció el amor y la luz.
En Jesús nos esperan la claridad y la paz. Es la
noticia que recibimos y que se nos pide compartir.
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28 • abril • 2° do
mingo de pascua • 2019
Hech 15, 12-16; Sal 117; Ap 1, 9-11. 12-19; Jn 20, 19-31.
“A los ocho días estaban de nuevo reunidos”
El evangelio de hoy nos cuenta dos apariciones de
Jesús a los Apóstoles, primero sin Tomás y ocho días
después (un día como hoy), ya con Tomás presente.
La primera de ellas es como un Pentecostés,
porque Jesús, después de saludarlos (“la paz esté con
ustedes”), “sopló sobre ellos y les dijo –Reciban el
Espíritu Santo”.
No podemos dejar de remontarnos al día de la
creación, cuando Dios sopló sobre el hombre inerte
su aliento de vida. Estamos, pues, ante una nueva
creación, la creación del “hombre nuevo”, que surge
del aliento (el Espíritu) de Cristo Resucitado.
El Espíritu “hace nuevas todas las cosas”, ilumina,
calienta, transforma, modela, configura. El Espíritu,
que dará fuerza a esos once hombres llenos de
miedo y tristeza, es el que
a ti y a mí nos impulsa en
la vida, como el viento,
golpeando las velas
suavemente, mueve la
barca en medio del mar. Y
la lleva a puerto seguro, a
su destino.
Que ese Espíritu infundido en nosotros y que
procede del aliento original del Resucitado, nos
impulse en medio de este océano que es la vida, y
nos dirija con suavidad al puerto seguro que es la
vida enriquecida con la presencia viva de Jesús.
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29 • abril • lunes • 2019


Hech 4, 23-31; Sal 1; Jn 3, 1-8.
“¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?”

E
s un diálogo hermoso y profundo el de
Jesús con Nicodemo. Jesús le dice que,
para entrar en la dinámica del Reino de
Dios, tiene que nacer de nuevo. Entonces
viene la pregunta de Nicodemo: ¿Cómo
nacer siendo viejo?
¿Cómo creer en el amor si tu corazón está roto,
o endurecido o marchito? ¿Cómo correr y saltar
por la vida si tu esperanza se ha apagado, si tus
planes se han frustrado uno a uno? ¿Cómo creer
que la vida es un regalo precioso si lo único que
valoras es llenarte de cosas, que terminarán
aplastándote? ¿Cómo soñar un futuro dichoso
para todos si sólo miras tu propio provecho y
bienestar?
Si tu corazón está viejo y tus músculos atrofiados;
si tu esperanza no brilla por ningún lado, si no
tienes sueños ni te saltan las lágrimas de gozo
ante el milagro de la vida… entonces estás viejo,
no importa la edad que tengas.
¿Cómo nacer siendo viejo? –Tienes que nacer
del agua y del Espíritu; dejar que el Espíritu Santo
(quien ya vive en ti) te inunde como un tsunami
de luz, de gozo, de vida nueva. Entonces habrás
renacido y el Reino de Dios tendrá en ti a un
aliado, un obrero que trabajará sin cansarse en la
construcción de la civilización del amor.
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30 • abril • martes • 2019


Hech 4, 32-37; Sal 92; Jn 3, 7-15.

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,


para que quien crea en él no muera, sino tenga vida
eterna”. Estas palabras de Jesús a Nicodemo nos dan el
significado completo del misterio de su vida, muerte y
resurrección.
–Primero, es un misterio de amor. Del amor de un
Dios atento a sus hijos, sensible a su dolor y confusión,
por eso les ofrece, en Jesús, su amor y salvación. Jesús
es el Hijo entregado, para que en su vida, su muerte y su
resurrección, todos encontremos el camino de regreso
a la casa del Padre, encontremos
vida eterna.
–Segundo: la única condición
para acceder a este misterio
de amor manifestado en
Jesucristo, es “creer en él”
para no morir y tener vida
eterna.
Estaremos de acuerdo en
que aquí, el “creer en él” no se
refiere sólo a aceptar doctrinas,
como un mero acto de la
mente. Es mucho más.
Creer en Jesús significa, dejarnos atrapar por el
misterio de amor que lo envuelve. Acoger su proyecto
de un mundo transformado por el amor, como nuestro
propio proyecto de vida, para que este mundo y nuestra
propia existencia vayan encontrando el camino hacia
una vida plena, eterna. Déjate atrapar por este misterio
de Amor.
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