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cuadernos del claeh ∙ Marisa Silva Schultze ∙ Panorama historiográfico de los noventa ∙ Pp.

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Panorama historiográfico de los noventa


Historiographical outlook in the ‘90s

Marisa Silva Schultze*

* Profesora de Historia y novelista. Resumen


Egresada del Diploma en Investi- En este artículo se pretende esbozar un breve panorama
gación en Historia Contemporá- de la producción historiográfica de los noventa en Uru-
nea del claeh. Docente del Con- guay. Se proponen cinco ejes temáticos para dar cuenta
sejo de Educación Secundaria. de algunas importantes novedades así como también
 escribi@adinet.com.uy de algunos vacíos y nudos problemáticos. Se formulan,
finalmente, algunas reflexiones sobre los complejos
recibido: [25.9.2016] asuntos que desafiaron el oficio de ser historiador en
aceptado: [17.10.2016] aquellos años.
Palabras clave: historiografía, historiador, Uruguay

Abstract
This article aims to outline a brief overview of the his-
toriographical production of the nineties in Uruguay.
Five core ideas are proposed to describe some important
developments of that period as well as to show gaps and
problematic knots. Some reflections on the complex is-
sues that challenged the job of being a historian in those
years are finally formulated.
Keywords: historiography, historians, Uruguay

Puede considerarse que, para la historiografía uruguaya,


la década de los noventa comienza en 1989, con la pu-
blicación del tomo 1 de la Historia de la sensibilidad en
el Uruguay. La cultura «bárbara» (1800-1860), de José
Pedro Barrán (Barrán, 1989). Como veremos más adelan-

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te, este libro constituyó una verdadera revolución historiográfica. Escribe la historiadora
Milita Alfaro (2010): «Aunque la apreciación pueda resultar polémica —me consta que
para algunos colegas lo es—, creo firmemente que, a nivel local, el giro que le imprimió
Barrán a la disciplina en el 89 tuvo y sigue teniendo alcances verdaderamente revolu-
cionarios». Esta obra abrió una multiplicidad de territorios a explorar por la comunidad
de historiadores, renovó radicalmente la elección de objetos de estudio y amplió creati-
vamente el universo heurístico. Inscripta en una renovación general de la historiografía
en Europa y en nuestra región, la investigación de José Pedro Barrán cambió el modo de
hacer Historia en Uruguay.1
También 1989 fue un año importante con relación a la producción historiográfica so-
bre el pasado reciente. Ese año se ratificó —a través de un plebiscito— la Ley de Caducidad
de la Pretensión Punitiva del Estado, hecho histórico que tuvo importantes consecuencias
en la sociedad uruguaya y, por lo tanto, también en la academia. Uno de los elementos claves
de la década de los noventa, en particular de su primera mitad, lo constituyen las escasas
investigaciones sobre el pasado reciente.2 Diversas razones convergieron, seguramente,
en este fenómeno que deja al descubierto, por un lado, la importancia decisiva que tiene
el presente en el oficio de los historiadores y, por otro lado, el complejo entramado desde
el cual una sociedad se pregunta sobre sí misma y sobre su pasado.
La fecunda conmoción epistemológica que promovió la obra de Barrán, el retrai-
miento académico en la investigación sobre el pasado reciente y el empuje renovador
que —como veremos— se produjo en la historia económica son los tres elementos claves
en el panorama historiográfico uruguayo de los noventa.

1 Para un análisis de esta obra en particular de José Pedro Barrán, véanse Devoto (2009) y Cosse (2013).
2 Importa señalar que entre 1985 y 1989 aparecieron un conjunto de trabajos de historiadores sobre el pe-
ríodo de la dictadura. Es posible afirmar, por lo tanto, que 1990 marca una disminución en la producción
historiográfica sobre el pasado reciente, paréntesis que comenzará a cerrarse hacia mediados de la déca-
da. Algunas de las obras historiográficas aparecidas entre 1985 y 1989 son: Selva López Chirico, El Estado
y los Fuerzas Armadas en el Uruguay del siglo xx, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1985; Ca-
rina Perelli y Juan Rial, De mitos y memorias políticas, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1985;
Rosa Alonso Eloy y Carlos Demasi, Uruguay 1958-1968. Crisis y estancamiento, Montevideo: Ediciones de
la Banda Oriental, 1986; Óscar Bruschera, Las décadas infames: análisis político, 1967-1985, Montevideo:
Linardi y Risso, 1987; Gerardo Caetano y José Rilla, Breve historia de la dictadura, Montevideo: Ediciones
de la Banda Oriental, 1987; François Lerin y Cristina Torres, Historia política de la dictadura urugua-
ya, 1973-1980, Montevideo: Ediciones del Nuevo Mundo, 1987; Martha Machado y Carlos Fagúndez, Los
años duros: cronología documentada, 1964-1973, Montevideo: Montesexto, 1987; Gonzalo Varela, De la
república liberal al Estado militar, Montevideo: Nuevo Mundo, 1988; Carlos Zubillaga y Romeo Pérez, La
democracia atacada, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1988; Jorge Chagas y Jorge Tonarelli, El
sindicalismo bajo la dictadura, 1973-1984, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1989.

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A medida que la década avanza, se pueden constatar algunas novedades, muchas de las
cuales implicaron una ampliación del universo de los historiadores: nuevas preguntas sobre
etapas históricas ya estudiadas, nuevos sujetos por investigar y nuevos asuntos y problemas.
Estas innovaciones implicaron una apertura hacia un conjunto de fuentes poco frecuenta-
das hasta entonces y un creciente interés en períodos históricos más cercanos al presente.
La apertura hacia centros de interés que hasta entonces no habían sido valorados
por los historiadores promovió una significativa renovación metodológica. Los cambios
en los enfoques históricos y la creatividad en la elección de los objetos de estudio condu-
jeron —con cierta fluidez— al trabajo interdisciplinario, que fue precisamente uno de los
signos fundamentales de los noventa.
Los historiadores comenzaron, en esos años, a percibirse como integrantes de una
comunidad cada vez más profesionalizada. Esta novedad se procesó en el contexto de
las dificultades de la reorganización institucional de la Universidad de la República en el
período de la restauración democrática. Los encuentros y desencuentros de universitarios
atravesados por diversas experiencias vividas durante la dictadura, los retrasos provenientes
de ese largo paréntesis que significó la intervención de la Universidad de la República y la
urgencia de una actualización institucional funcionaron como marco de una progresiva
profesionalización. Esta, a su vez, encontró sus límites en los escasos posgrados existentes,
en la falta de recursos materiales y en la ausencia de un sistema nacional de investigadores.
Por otra parte, en la década de los noventa, por diferentes motivos, los historiadores urugua-
yos —en cuanto colectivo— intensificaron sus relaciones con historiadores de otros países,
fenómeno que seguramente tuvo repercusiones en sus trayectorias como investigadores.3
Resulta interesante el hecho de que este fuerte sentido de pertenencia profesional
fue concomitante con un énfasis muy fecundo en el diálogo y el trabajo interdisciplinario,
especialmente con las ciencias políticas, pero también con el psicoanálisis y el conjunto
de ciencias sociales.
La Universidad de la República (Udelar) pasó, durante esa década, a ser el principal
ámbito de producción de conocimientos historiográficos. Los espacios institucionales
fueron, entonces, la Facultad de Humanidades y Ciencias (en particular el Centro de
Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos y el Centro de Estudios Interdisciplinarios
del Uruguay, fundados en 1985) y el recién creado Departamento de Historia Política en
la nueva Facultad de Ciencias Sociales. También el Departamento de Historia Económica

3 En cuanto a las relaciones entre historiadores uruguayos y de otros países se puede destacar como un he-
cho importante la realización de las V Jornadas Interescuelas y la I Jornadas Rioplatenses Universitarias
de Historia, celebradas en setiembre de 1995 en la Facultad de Humanidades y Ciencias, en las que parti-
ciparon, además de historiadores y estudiantes uruguayos, historiadores de Argentina, Brasil, Chile, Perú,
México, España e Israel. Asimismo, numerosos historiadores extranjeros fueron invitados por el Claeh a
dar conferencias y a integrar el plantel docente de los cursos de posgrado en Historia Contemporánea.

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en la Facultad de Ciencias Económicas y el Departamento de Historia en la Facultad de


Arquitectura promovieron numerosas investigaciones.
Los centros privados, que durante la dictadura habían ocupado un lugar fundamental
en la producción de conocimientos en ciencias sociales, comenzaron a dejar de cumplir
esa función. No obstante, el posgrado en Investigación en Historia Contemporánea que
inauguró el Claeh en 1997 resultó fermental. La incorporación de destacados investigado-
res uruguayos, argentinos y brasileros en el plantel docente y la creación de seminarios y
espacios de debate formaron a numerosos historiadores, alguno de los cuales comenzarían
a publicar sus obras en la década siguiente.
Muchos de los rumbos que se anunciaron en los noventa se desarrollarían plenamente
en las décadas siguientes. Los últimos años del siglo xx fueron, para la historiografía uruguaya,
más importantes por lo que aportaron de novedoso que por la abundancia de la producción
proveniente de la academia. Algunas rupturas y discontinuidades respecto a los sesenta y los
setenta, algunos giros radicales en el modo de concebir el universo por investigar y algunas
revisiones de la historia clásica —tanto en el plano político como en el económico— antici-
paron una nueva etapa que, si bien comenzó en los noventa con la publicación de trabajos
fundamentales, se plasmaría en las primeras décadas del siglo xxi en la emergencia de nu-
merosas y relevantes obras, así como en la consolidación de una comunidad de profesionales
que convertirían aquellas novedades en consistentes proyectos de investigación.
En la década de los noventa pueden constatarse cinco grandes líneas de investiga-
ción, campos de conocimiento o ejes temáticos. La irrupción, en primer término, de una
historia sociocultural en la que se explora el territorio de lo subjetivo, se focaliza en las
relaciones entre lo público y lo privado en cada período histórico y se transita cada vez más
hacia un universo temático en el que afloran sujetos que dejan de ser paisaje o contexto
para convertirse en objetos de estudio.
En segundo lugar, se puede considerar la existencia de una nueva historia política que
comienza a fines de los ochenta y que retransitará por el pasado con nuevas preguntas y
nuevos problemas, revalorizando la política como un territorio de especificidades propias.
En tercer lugar, se constata que la historia económica ha ampliado sus escenarios. En
el relevante conjunto de obras socioeconómicas que aparecen en la década se advierten
originales metodologías de abordaje, una renovada amplitud para la elección de fuentes
y algunos cruzamientos con la incipiente historia de las mentalidades, novedades que,
en su conjunto, producen enfoques particularmente significativos.
En cuarto lugar, es preciso señalar el surgimiento de un campo de conocimientos al
que se puede denominar historia del trabajo, en el que se buscan fuentes no tradicionales
y se investigan las relaciones sociales con nuevas miradas, vinculadas algunas de ellas con
la historia de las mentalidades y con la historia de las mujeres.
Y, por último, se observa la existencia de algunas obras historiográficas sobre el
pasado reciente —especialmente en la segunda mitad de la década— que se convertirán
en un valioso antecedente de las profusas investigaciones posteriores al año 2000.

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Debe advertirse que los cinco campos de investigación se señalan solo a los efectos
del análisis, pues no son ámbitos fuertemente delimitados, sino más bien territorios se-
parados y unidos por fronteras difusas y movedizas.

Historia sociocultural
La aparición de los dos tomos de Historia de la sensibilidad en el Uruguay, de José
Pedro Barrán (1989, 1990), fue un hito historiográfico: por la originalidad del objeto de
estudio en la historia de la historiografía uruguaya, por la metodología con la que se realizó
la investigación, por las reflexiones sobre el oficio de historiador que surgen de la propia
obra y por los problemas teóricos que dejó planteados. A esta investigación se le agregaron,
unos años después, los tres tomos de Medicina y sociedad en el Uruguay del Novecientos
(1992, 1993, 1995) y La espiritualización de la riqueza (1998). En su conjunto, la producción
de José Pedro Barrán en los años noventa constituyó —como lo han señalado importantes
historiadores— el mayor aporte historiográfico de las últimas décadas.4
Si bien no se ha investigado aún sobre las relaciones entre las producciones histo-
riográficas y la comunidad de lectores en aquellos últimos años del siglo xx, es posible
afirmar que, a partir de la notable y excepcional recepción de la Historia de la sensibilidad,
se conformó un público lector de los libros de Barrán que, trascendiendo las fronteras
disciplinarias y los ámbitos profesionales, esperaba y leía sus obras. La existencia de esa
comunidad de lectores constituye, en sí misma, un fenómeno que da cuenta de algunas
características de una parte de la sociedad uruguaya de ese período.5
Este giro historiográfico se produjo en el contexto de los cambios políticos y tecnoló-
gicos en el mundo y del empuje de las nuevas corrientes historiográficas en Estados Unidos,
Europa y América Latina. A su vez, en lo que tiene que ver con el contexto nacional, es
preciso señalar el impacto de la dictadura, las condiciones de su salida, las características
de la restauración democrática, los intensos debates culturales de la segunda mitad de los
ochenta y los primeros signos de la posmodernidad.
Si antes el universo historiográfico era el de lo público, lo institucional y lo estatal, a
partir de la obra de Barrán la intimidad, lo privado y lo subjetivo se convierten en posibles
territorios a transitar por el historiador. Otros asuntos pueden alumbrar sobre el pasado de

4 Para una profundización sobre la recepción en el ámbito académico de las obras de J. P. Barrán en la
década de los noventa véase Cosse (2013).
5 Parece ineludible asociar esta recepción de la Historia de la sensibilidad con la que tuvo la novela ¡Berna-
bé, Bernabé!, de Tomás de Mattos. Esta doble recepción podría dar cuenta de un particular interés de una
parte del público uruguayo por mirar aquello del pasado que nunca se había jerarquizado y por explorar
—después de terminada la dictadura— los territorios de la subjetividad y la interioridad.

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modo tal que este ya no aparece como una unidad homogénea: las fiestas, la enfermedad,
la sexualidad, la muerte, el amor, la culpa, el juego. Comienzan a ser relevantes para los
historiadores relaciones sociales que hasta entonces no se habían considerado de interés:
hijos-padres, alumnos-maestros, vivos-muertos. La investigación sobre el poder se desplaza
de lo político-partidario-estatal a una diversidad de actores que ejercen —en una hasta
entonces invisible pluralidad de dimensiones— distintos poderes en la sociedad uruguaya. 6
El carácter removedor de este lugar desde donde investigar cualquier período históri-
co promovió un debate sobre la relación entre lo cultural y lo económico-social, y abrió así
un campo de conocimientos con complejos desafíos e inéditos problemas. Como plantea
Milita Alfaro: «[…] la historia cultural es fundamentalmente una mirada, una forma de
interrogar al pasado, una determinada manera de hacer historia» (Alfaro, 2012, p. 174).7
Por lo tanto, lo que provocó la obra de Barrán no fue solo una apertura hacia objetos de
estudio impensados décadas atrás. A partir de ella se fundó un lugar desde donde mirar
la historia del Uruguay. En este sentido es que se puede considerar que el programa de
investigación de José Pedro Barrán fue el punto de partida de un nuevo modo de hacer
Historia y no solo la creación de una determinada corriente historiográfica.8
La colección Historias de la vida privada en el Uruguay, obra dirigida por el propio
Barrán, junto con Gerardo Caetano y la antropóloga Teresa Porzecanski, resulta relevante en
el panorama historiográfico de los noventa. Tributaria del modelo francés, se destaca por su
enfoque multidisciplinario, así como por lo novedoso de los objetos de estudio trabajados.
Historiadores e investigadores provenientes de varias disciplinas, abordaron la dimensión
privada de nuestra historia entre 1770 y 1990 (Barrán, Caetano y Porzecanski, 1996, 1997).
La investigación de Milita Alfaro (1991, 1998) sobre el carnaval consolidó el giro
historiográfico de José Pedro Barrán. Su originalidad consistió en convertir a la principal
fiesta popular uruguaya en un objeto de estudio a partir del cual analizar, en determinado
período histórico, los diversos disciplinamientos y también las sutiles resistencias, las
complejas relaciones de poder, las relaciones menos visibles y, sin embargo, constituyentes
del orden social. Si Barrán estimulaba, a través de su obra, a concebir nuevos modos de
hacer Historia, la investigación de Milita Alfaro fue pionera, precisamente, en empezar a
hacer Historia de una manera radicalmente diferente.
Resulta importante mencionar también algunas investigaciones que aparecieron
en los noventa y que anunciaron la creación de campos de conocimiento en los que se
aborda la relación entre lo público y lo privado. La secularización uruguaya, de Gerardo
Caetano y Roger Geymonat (1997), es un ejemplo de este universo temático. En esta obra

6 Es interesante al respecto el análisis del Álvaro Díaz Berenguer (2013, p. 217).


7 Véase este artículo de Alfaro para una profundización sobre la historia cultural en Uruguay.
8 Milita Alfaro caracteriza con mucha precisión lo que ella denomina la revolución del 89. Véase Alfaro (2010).

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se revisan las relaciones Estado-religión y se problematiza la delimitación entre la esfera


pública y la privada a partir de la progresiva privatización de la esfera religiosa.
La religiosidad de los uruguayos, precisamente, surge como nuevo objeto de estudio.
Las obras de Carlos Zubillaga, Mario Cayota, Roger Geymonat y Alejandro Sánchez cues-
tionan algunas visiones de la historia tradicional vinculando, desde otras perspectivas, la
religiosidad con las corrientes inmigratorias italianas y españolas (Zubillaga, 1994, 1997;
Cayota, 1994; Geymonat, 1994; Sánchez y Geymonat, 1996).
Estos trabajos pueden ser considerados relevantes también por su perspectiva
regional y su focalización en actores históricos hasta entonces escasamente estudiados.9
La investigación de Isabella Cosse y Vania Markarian Memoria de la historia: una
aproximación a la construcción de la conciencia histórica nacional (Cosse y Markarian,
1994) se propone trabajar sobre las creencias y los sentimientos de los individuos acerca de
su pasado. La relación entre memoria y nación como objeto de estudio adquiere particular
resonancia en una década caracterizada, precisamente, por una relación problemática de
la sociedad uruguaya con su pasado.

Historia política
Desde fines de los ochenta, en el contexto de la recuperación de la democracia en
el país, cobró un importante impulso la historia política. El punto de partida de esta reno-
vación de la narrativa política fue un texto fundamental de la historiografía uruguaya: La
partidocracia uruguaya. Historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos (Caeta-
no, Rilla y Pérez, 1987).10 La relevancia de la hipótesis que se formula —la centralidad de
los partidos políticos—, así como su enfoque interdisciplinario, permiten concebir que a
partir de ese texto se produjo, de hecho, una refundación de la historia política uruguaya.11
La irreductibilidad de lo político a otras dimensiones, la noción de larga duración
para analizar el rol central de los partidos políticos en la historia uruguaya, la novedad que
significaba la jerarquización de la teoría para el oficio del historiador fueron algunos de los
elementos que definieron, por un lado, el final de una historiografía política determinada
por la visión de Pivel Devoto y, por otro, supusieron un interesante cuestionamiento a los
presupuestos de lo que había sido la Nueva Historia en la década de los sesenta.

9 Sobre un análisis específico de este campo de investigación véase Sansón Corbo (2010).
10 Este artículo se complementa con otro de los mismos autores: Caetano, Rilla y Pérez (1989).
11 Resulta particularmente enriquecedor leer dos textos sobre esta temática, ambos en la revista Contem-
poránea: Demasi (2012) y la entrevista a Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez (Bruno, Duffau y
Ferreira, 2012).

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La política recobró su interés como objeto de estudio para los historiadores y, desde
nuevas preguntas, volvieron a trabajarse viejos asuntos. Un ejemplo de ello es la obra
de Gerardo Caetano La República conservadora (Caetano, 1992, 1993). La investigación
remueve los cimientos mismos de la historia política del período que abarca, tanto en lo
referido a la periodización como a las categorías analíticas que propone. Otro enfoque
que también aporta una visión renovada sobre las primeras décadas del siglo xx se pre-
senta en la obra de José Rilla La mala cara del reformismo. Impuestos, Estado y política en
Uruguay, 1902-1916 (Rilla, 1992).12
El cruce entre historia cultural e historia política generó interrogantes que buscaron —en
las intersecciones entre lo político, lo social y lo cultural— investigar a los mismos actores
con otras miradas y en renovados escenarios o, también, reconocer a otros protagonistas que
habían permanecido invisibilizados en la historiografía clásica. La concepción de algunos
historiadores sobre la especificidad de lo político permitió problematizar las relaciones entre
economía y política con importantes investigaciones. Este es el caso de la obra de Gerardo
Caetano y Raúl Jacob sobre el terrismo, que aporta elementos relevantes sobre un período
poco investigado hasta entonces por la historiografía (Caetano y Jacob, 1989, 1990, 1991).
Es importante destacar que, en los noventa, la década del treinta se convirtió en uno
de los períodos más investigados por la historiografía. Se puede leer este significativo interés
por el período como una búsqueda —posdictadura de los setenta— para conocer y entender
el primer Uruguay no democrático del siglo xx en un contexto internacional marcado por
el ascenso de gobiernos autoritarios. Además de la obra ya mencionada, un equipo de his-
toriadores (Oribe Cures, Nelly da Cunha, Mónica Maronna, Ana María Rodríguez Ayçaguer,
Rodolfo Porrini, Juanita Paris, Esther Ruiz) provenientes del Departamento de Historia de la
Facultad de Humanidades y Ciencias publicó algunas investigaciones que abordan diversos
aspectos de este período, con lo que se generó una relevante acumulación historiográfica
sobre la década del treinta (Porrini, 1994; Cures et al., 1994; Cures et al., 1998).
En relación con la historia de la izquierda,13 importa destacar la obra de Fernando
López D’Alessandro (1992) y el ensayo ineludible sobre esta temática de Gerardo Caetano,
Javier Gallardo y José Rilla (1995).
Una de las mayores novedades de la historia política fue su diálogo con las otras
ciencias sociales, en particular con las ciencias políticas. De ese trabajo interdisciplinario
que desafía a la historia tradicional surgirían fronteras que serían cada vez más porosas

12 Esta obra de José Rilla, así como La República conservadora de Gerardo Caetano, provienen de un progra-
ma de investigación histórica dirigido por Carlos Zubillaga en el Claeh desde comienzos de los ochenta.
13 En estos años aparecen también varias biografías cuyos autores son periodistas, que por su seriedad y
profundidad se constituyeron en importantes fuentes para el futuro trabajo de los historiadores. Este es
el caso, por ejemplo, de Samuel Blixen, Seregni, la mañana siguiente, Montevideo: Ediciones de Brecha,
1997, y de Miguel Á. Campodónico, Mujica, Montevideo: Fin de Siglo, 1999.

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entre las diferentes disciplinas, aunque no siempre los tránsitos serían fluidos ni los in-
tercambios recíprocos.
En la década de los noventa aparecieron numerosos e importantes ensayos y obras
provenientes de las ciencias políticas, la sociología, la semiótica, la psicología y otras dis-
ciplinas, que operarían como insumos y estímulos para el gran impulso historiográfico
de la primera década del siglo xxi.
La relación entre historia y ciencias sociales se vio reforzada en la década de los
noventa a partir de la creación de la Facultad de Ciencias Sociales y, en particular, por
el hecho de que desde 1991 el Instituto de Ciencia Política fue uno de los cinco departa-
mentos de dicha Facultad.
Las miradas de larga duración y el redescubrimiento de lo político como un territorio
en el que se anudan discursos, representaciones y símbolos potenciaron la creación de
un campo de conocimiento que, sin embargo, en esta década no logró plasmarse en un
vasto programa historiográfico.

Historia económica
En esta vertiente historiográfica se destacan algunas novedades y algunos vacíos. Como
se verá más adelante, la historia económica presentó en esta década un dinamismo propio,
que tendría como fruto una acumulación de conocimientos particularmente relevante.
En cuanto a las carencias, María Inés Moraes advierte sobre

[…] la virtual desaparición de la historia rural del programa actual de investigación


histórica. Por un lado, la investigación en historia rural parecería que mantiene,
ante los ojos de los historiadores más jóvenes, una adscripción férrea al campo de
una historiografía «tradicional», visión que desalienta a quienes están deseosos
de explorar los nuevos métodos de la microhistoria o incursionar en la «nueva
narrativa». Por otro lado, quienes se avienen al ejercicio sistemático de los mé-
todos y conceptos específicos de la historia económica se enfrentan a una suerte
de «sentido común» académico por el cual parecería que el agro es cosa juzgada,
sea porque ya nadie le increpa la responsabilidad de una crisis nacional, sea por-
que su peso en el producto bruto interno ha disminuido sin pausa en las últimas
décadas, sea porque ya no muestra un estancamiento de 40 años de historia, sea
porque se considera que ya está estudiado todo cuanto debía estudiarse sobre el
agro uruguayo. (Moraes, 1999)

Es preciso mencionar, por su excepcionalidad en este panorama reseñado, la obra de


Julio Millot y Magdalena Bertino (1991, 1996), quienes cuestionan con solvencia y evidencia
empírica algunas de las tesis clásicas de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum. Es importante

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destacar en esta investigación, además, la innovación metodológica que significó en Uru-


guay el uso de los métodos cuantitativos en el análisis histórico-económico. Señala Moraes:

Posicionada en un marco teórico pos-dependencia, fuertemente tributaria de la


historiografía europea marxista sobre «las transiciones», la obra de Julio Millot y
Magdalena Bertino marca un tardío pero necesario aggiornamento de la historio-
grafía económica rural uruguaya. (Moraes, 1999)

En cuanto a la historiografía rural, se puede señalar que no hubo una renovación de


fuentes, como tampoco la hubo en términos espaciales, pues siguió siendo una historio-
grafía nacional. Siguió siendo también una historia ganadera: la agricultura no mereció
especial atención de los historiadores.
En relación con otros aspectos de la economía (la industria, las organizaciones cor-
porativas de los empresarios, la banca), la historia económica en la década de los noventa
vivió una fuerte renovación. Creación de campos del conocimiento, enfoques originales,
nuevos objetos de estudio, vinculaciones de la historia económica con la historia cultural y
la política, ampliación de las fuentes trabajadas son algunos de los importantes cambios que
marcan uno de los fenómenos más interesantes de la historiografía uruguaya del período.
Uno de los historiadores que llevaron adelante esta innovación fue Raúl Jacob, quien
realizó un extenso plan de investigación centrado en el primer proceso de industrialización,
la banca y otros sectores fundamentales de la economía del país. Entre otras obras, publicó
en 1996 La valija del tío Hugo, que por su enfoque, su objeto de estudio, su estilo literario
y su metodología resulta una obra innovadora y marca un hito en la historia económica
(Jacob, 1991a, 1991b, 1991c, 1995, 1996).14
Resulta asimismo innovadora la obra de Alcides Beretta Curi, en parte en colabora-
ción con Ana García Etcheverry (Beretta Curi, 1996, 1998; Beretta Curi y García Etcheverry,
1995). Sus investigaciones se ubican, precisamente, en ese inexplorado territorio fronterizo
entre la historia económico-social y la historia cultural y aportan, además, una mirada que
vincula la historia económica del país con la americana y la europea.
Se deben señalar también las obras realizadas por Luis Bértola (2000), que jerarqui-
zan las técnicas econométricas, y los continuados aportes de Juan Oddone (1990), que
destacan la relevancia de los factores internacionales en la economía. Lucía Sala de Tourón
y Rosa Alonso (1991) prosiguieron con los enfoques marxistas que venían desarrollando
desde antes de la dictadura. Por su parte, Benjamín Nahum, uno de los principales histo-
riadores uruguayos, publicó dos obras en esta década y en este campo del conocimiento
(Nahum, 1995, 1998).

14 Importa también destacar el espacio institucional creado por este historiador para la investigación de la
historia económica: Pihesuc.

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Importa, por fin, mencionar la importancia que comienzan a adquirir los estudios
de demografía histórica llevados adelante por Adela Pellegrino y Santiago González
Cravino (1995).

Historia del mundo del trabajo


Otra de las líneas de investigación en esta década fue el mundo del trabajo.15 Por un
lado, se amplió el universo estudiado, por cuanto no solo se construyeron historias de los
sindicatos, sino que también se buscó comprender el conjunto de relaciones sociales que
se establecen en torno al trabajo —alimentación, vivienda, ocio, redes personales, salud,
educación, pautas culturales—. Hubo, a su vez, una renovación en cuanto a las fuentes, que
buscó dar cuenta de la complejidad del mundo laboral. Por otro lado, en la segunda mitad
de los ochenta comenzó una reflexión historiográfica sobre este campo de investigación
tanto en el plano teórico como metodológico (véase Balbis, 1989).
El conjunto de la obra de Carlos Zubillaga y Jorge Balbis, en particular los cuatro tomos
de la Historia del movimiento sindical uruguayo,16 marca un hito en la historiografía sobre el
mundo del trabajo en el período posterior a la dictadura. El análisis de la prensa obrera, la
preocupación por elaborar una historia desde abajo, la importancia de la memoria popular
son enfoques fundantes de un nuevo modo de investigar la historia de los trabajadores. Este
abordaje sería posteriormente explorado y ampliado por otros historiadores.17
Por su parte, Universindo Rodríguez Díaz (1989, 1994) aporta un enfoque singular
de las primeras décadas del siglo xx al focalizar su investigación en el papel protagónico
jugado por los trabajadores en la conformación del Uruguay moderno. El historiador
analiza no solo la construcción de las organizaciones sindicales, sino también la relación
de éstas con el Estado, la participación de los trabajadores en las actividades sociales y
culturales, su búsqueda de alternativas para cambiar el sistema social vigente.
El aporte de Yamandú González Sierra (1994; 1991, 1992, 1998) resulta significativo
tanto por sus objetos de estudio como por lo novedoso de algunas de las fuentes con las
que trabajó. Investigó a los asalariados y sindicatos rurales, se enfocó en los orígenes del
asociacionismo de los trabajadores del siglo xix y fue, además, uno de los primeros his-
toriadores en estudiar la clase obrera desde la perspectiva de género.18

15 Para un análisis historiográfico profundo sobre la historiografía en las últimas décadas sobre el mundo
del trabajo véase Porrini (2004, 2016).
16 Véanse Zubillaga y Balbis (1985, 1986, 1988, 1992) y Zubillaga (1996).
17 En el apartado sobre historia política se mencionaron algunas obras que incluyen importantes aportes
con relación al mundo del trabajo del historiador Rodolfo Porrini.
18 Para una profundización sobre su obra véase Porrini (2010).

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Uno de los nuevos modos de hacer historia que comenzaron a vislumbrarse en esta
década se puede advertir en los cruces entre la historia de los trabajadores y un enfoque
historiográfico que se centra en la historia de las mujeres.19 Las obras de Silvia Rodríguez
Villamil (1992) y Graciela Sapriza (1993) resultan reveladoras de la creciente preocupación de
los historiadores por investigar sobre actores que hasta entonces habían sido invisibilizados.20

El pasado reciente21
La ratificación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, en 1989,
tuvo como consecuencia en el ámbito académico un significativo retraimiento de las
investigaciones históricas sobre el pasado reciente que habían comenzado a producirse
en la segunda mitad de los ochenta (Caetano y Rilla, 1987).
Entre los escasos trabajos historiográficos que aparecieron en el primer lustro de
la década se encuentra El fin del Uruguay liberal, de la colección Historia del Uruguay
dirigida por Benjamín Nahum (Nahum, Frega, Maronna y Trochon, 1990) y Los años
oscuros: cronología documentada, 1973-1979 (Machado Ferrer y Fagúndez Ramos, 1991).
En 1994, Silvia Dutrénit Bielous publicó El maremoto militar y el archipiélago par-
tidario: testimonios para la historia reciente de los partidos políticos (Dutrénit Bielous,
1994). En la línea de la centralidad de los partidos en nuestra historia, esta investigación
jerarquiza las fuentes orales y resulta un aporte relevante para el conocimiento del papel
de los partidos durante la dictadura. La obra generó, además, fuentes públicas y éditas
que serían imprescindibles para investigaciones posteriores.
También en ese año apareció ¿Qué hacía usted durante el golpe de Estado?, de Álvaro
Rico (1994). El objeto de estudio elegido convirtió a este libro en un antecedente de varias
obras fundamentales del mismo autor en la década siguiente, en las que trabajaría sobre
los discursos generados por el Estado y las relaciones entre cultura y política.
En 1995, se publicó Uruguay, cuentas pendientes: dictadura, memorias y desmemorias
(Rico, 1995). Los fermentales postulados de algunos de los artículos compilados en este
libro —en particular los desafíos planteados por Carlos Demasi, Hugo Achugar y Álvaro
Rico— permiten considerar que esta obra marca una inflexión, por cuanto abre una

19 El Grupo de Estudio sobre la Condición de la Mujer en Uruguay (Grecmu) fue un importante espacio
que impulsó a través de numerosas publicaciones la investigación historiográfica sobre el papel de las
mujeres en la historia del país.
20 Debe señalarse que en la segunda mitad de los ochenta habían aparecido varias obras vinculadas al mo-
vimiento sindical. Este es el caso, entre otros de D’Elía y Miraldi (1985).
21 Para un exhaustivo análisis sobre las investigaciones vinculadas al pasado reciente desde los sesenta has-
ta el 2012 (no solo de las obras historiográficas), véase Marchesi y Markarian (2012).

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nueva etapa en la que, gradualmente, en la segunda mitad de los noventa, comenzarán a


aparecer nuevas investigaciones.
En 1996, la investigación de Isabella Cosse y Vania Markarian puede ubicarse en
la frontera entre la historia política y la historia cultural (Cosse y Markarian, 1996). Esta
obra resulta pionera porque fue una de las primeras miradas sobre el pasado reciente
que construyó un objeto de estudio en sí mismo innovador y propuso una mirada poco
transitada en la historiografía clásica. La investigación se centra en la política cultural de
la dictadura y en sus usos del pasado. Inaugura, así, un modo de pensar la dictadura como
un fenómeno complejo, que permite un amplio abordaje que va más allá de los límites
específicos de la represión.
Otra obra que es preciso mencionar es el Uruguay de la dictadura (Nahum et al., 1996).
Dirigido y coordinado por Benjamín Nahum, este libro se compone de un conjunto de artí-
culos de especialistas que abordan, por primera vez y de forma colectiva, algunos aspectos
del pasado reciente, no solo del período que comienza con el golpe de Estado de 1973.
A estas obras cuyos autores son historiadores profesionales deben agregárseles
trabajos vinculados con la historia económica, la memoria, el testimonio y diversas obras
provenientes del periodismo, que adelantándose incluso al trabajo académico abordaron
por primera vez algunas temáticas fundamentales sobre el período dictatorial y sus pro-
tagonistas (Caula y Silva, 1986). Entre ella debe destacarse el ineludible texto de Alfonso
Lessa Estado de guerra (Lessa, 1997).
Por otra parte, a mediados de los noventa se conformó una red de intelectuales cuyo
fecundo diálogo interdisciplinario se plasmó en buena medida en la colección Desafíos
de la editorial Trilce. Este conjunto de análisis, reflexiones y enfoques sobre el pasado
reciente se constituiría en la base conceptual sobre la que se proyectaría el gran impulso
historiográfico de la década siguiente.22
La riqueza y el enfoque removedor de estos ensayos, la seriedad y la profundidad de
algunas investigaciones periodísticas y los numerosos e innovadores trabajos provenientes
de las ciencias políticas23 contrastan, en esta década, con las escasas investigaciones histo-
riográficas provenientes de la academia, asunto que en sí mismo da cuenta de un nudo pro-
blemático en la producción historiográfica de los noventa en relación con el pasado reciente.

22 Algunos de ellos fueron Marcelo Viñar y Maren Ulriksen de Viñar, Hugo Achugar, Daniel Gil, Edmundo
Gómez Mango, Fernando Andacht.
23 Algunos de estos textos provenientes de las ciencias políticas que se publicaron en la década de los no-
venta son: Francisco Panizza, Batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay
batllista, Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1990; Aldo Solari, Uruguay, partidos políticos y
sistema electoral, Montevideo: El Libro Libre, 1998; Luis E. González, Estructuras políticas y democracia en
Uruguay, Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria, 1993; Luis Costa Bonino, La crisis del sistema
político uruguayo, Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria, 1995.

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Historia del arte


En los años noventa comenzó una importante acumulación historiográfica en el
ámbito de la historia del arte.24 En particular deben destacarse la Historia de la pintura de
Gabriel Peluffo (1999, t. 2) y los aportes de Alicia Haber (1997).25 Asimismo resultan rele-
vantes las investigaciones sobre arquitectura y urbanismo.26 Los trabajos de Jorge Moreno
Tonelli (1992), Mariano Arana, Susana Antola, Cecilia Ponte, Liliana Carmona y Salvador
Schelotto, entre otros, aportan a la construcción de una mirada que percibe la ciudad y
su arquitectura como un texto donde leer signos claves del proceso histórico nacional.

Academia y público
Es preciso, por último, mencionar en este panorama historiográfico algunas obras
de divulgación que constituyeron un importante puente entre la academia y el público.
Las obras de Benjamín Nahum Manual de historia del Uruguay (1993) y Breve historia
del Uruguay independiente (1999) fueron un relevante y exitoso esfuerzo de relacionar la
acumulación historiográfica con la educación formal y con el público en general.
El otro texto importante en la relación academia-público es Historia contemporánea
del Uruguay. De la Colonia al Mercosur, en el que Gerardo Caetano y José Rilla buscan,
a través de un formato particularmente creativo, plantear una visión global y multifacé-
tica de nuestra historia (Caetano y Rilla, 1994). Además del texto escrito por los autores,
el libro se integra con fragmentos de textos de otros historiadores e intelectuales sobre
diversos temas, numerosos documentos, breves biografías y un conjunto de cuadros con
indicadores sobre la economía, la política y la sociedad uruguayas.
También con relación a la comunicación desde la academia hacia los lectores —que
cada vez se interesaron más por los asuntos del pasado— es necesario mencionar los seis
volúmenes de Los tiempos de Artigas, de Ana Ribeiro (1999).

24 Es importante en relación con la historiografía del arte en esta década considerar que en Buenos Aires se
estaba operando un fuerte impulso renovador que seguramente afectó a nuestro país.
25 Además de los múltiples artículos suyos en diversas publicaciones en Uruguay y su participación en las
Jornadas del Centro de Investigadores de las Artes (caia) en Argentina, se debe destacar su artículo «De
la circunspección a la explosión de la intimidad», en Barrán, Caetano y Porzecanski (1997).
26 Es importante señalar el aporte que en este plano hizo durante las décadas anteriores Aníbal Barrios Pin-
tos. En la década del noventa, en colaboración con Washington Reyes Abadie, elaboró la serie Los barrios
de Montevideo para la Intendencia de Montevideo.

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Ser historiador en los noventa


¿Qué preguntas le hicieron al pasado los historiadores de los noventa? ¿Qué preguntas
no le hicieron? ¿Cuáles fueron los pasados de aquellos que hicieron historia en esos años?
Elaborar un sintético panorama historiográfico de esta década remite a interrogar-
se sobre el oficio del historiador en un tiempo que, en múltiples aspectos, tuvo ciertas
especificidades que atravesaron a cada historiador en particular y a la comunidad pro-
fesional en su conjunto.
Un complejo entramado de fenómenos confluyó y condicionó la tarea de pensar el
pasado desde un presente que arrollaba con sus cambios las fronteras del siglo y dibujaba
con rapidez la transición de una época a otra. En los noventa estaban comenzando a nacer
varios pasados: el del siglo xx, el de la Guerra Fría, el del socialismo, el de las dictaduras de la
región, el de un modo de estar en el mundo. Fueron tiempos en los que el presente absorbía
cierto monto de energía analítica y una cierta orfandad de herramientas instalaba a los inte-
lectuales en diversas variantes de la perplejidad. ¿Alcanzó esta perplejidad a los historiadores?
En el Uruguay, un plebiscito refrendó una ley que planteaba la caducidad de la
pretensión punitiva del Estado. Este resultado, en el plano simbólico, fue interpretado
colectivamente como el triunfo del olvido, como si la sociedad uruguaya se hubiera pro-
nunciado por no querer conocer ni mirar su pasado reciente. ¿Qué vivencia el historiador
sobre su oficio cuando se siente inmerso en una sociedad a la que se le plantea el falso
dilema de no recordar el pasado para poder construir el futuro?
A los cambios del mundo y del país se le sumaron, además, las vertiginosas y múlti-
ples revoluciones historiográficas que se producían fuera de fronteras y que iban llegando
—por una u otra vía— al Uruguay. En el prólogo a Pierre Nora en Les lieux de mémoire,
José Rilla cita a Gérard Noiriel:

Desde hace algunos años, los giros y las revoluciones historiográficas se suceden
a un ritmo vertiginoso. Tras el lanzamiento de la Nueva Historia a fines de los se-
tenta se ha anunciado el «giro lingüístico», después un «giro crítico», la llegada de
una «nueva historia intelectual», luego una «nueva historia cultural», un «nuevo
historicismo», una «historia filosófica de las ideas», «otra historia social», «otra
historia de lo político», una «historia de lo cotidiano», una «egohistoria» e incluso
una «alterhistoria». (Rilla, 2008, p. 7).

¿Desde dónde hacer Historia? ¿Qué rupturas o quiebres o revoluciones personales


se tramitaron en cada objeto de estudio por elegir, en cada fuente nueva por descubrir,
en cada hipótesis por investigar? ¿Qué entusiasmos despertaron los nuevos rumbos de la
disciplina? «La historia de la sensibilidad —el primer tomo acababa de salir— nos había
fascinado. Era posible hacer esa historia en Uruguay», escribe Isabella Cosse (2013, p. 191).
En esa posibilidad que vislumbra, siendo estudiante de la Facultad de Humanidades y

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Ciencias, quien años después se convertirá en una de las principales historiadoras de la


nueva generación podrían resumirse algunos de los efectos más estimulantes de la revo-
lución historiográfica de los noventa.
Paradójicamente, el pasado —escribe Eric Hobsbawn— sigue siendo la herramienta
analítica más útil para enfrentarse al cambio constante, aunque de una forma totalmente
nueva (Hobsbawn, 1998). Los historiadores uruguayos de los noventa fueron capaces de
percibir incertidumbres allí donde ya había verdades establecidas sobre determinados
períodos históricos (en particular sobre las primeras décadas del siglo xx). Inventaron
preguntas, formularon hipótesis, crearon relaciones, definieron objetos de estudio inéditos,
ampliaron su universo heurístico. Continuaron el diálogo interdisciplinario (comenzado
en los centros privados durante la dictadura), lo cual supuso reacomodos teóricos y corri-
mientos hacia territorios fronterizos no siempre muy nítidos. Y, particularmente, a partir
de la obra de José Pedro Barrán crearon un nuevo lugar desde donde mirar el pasado o,
mejor dicho, los pasados de un Uruguay que, a partir de las novedades historiográficas
de los noventa, no fue ya el mismo.
No obstante, la historiografía de los noventa revela significativos silencios y dificulta-
des que vinculan lo producido y lo no producido por los historiadores con la historia del país
y del mundo, de modo tal que la historiografía misma se transforma en un objeto de estudio
para aquellos que indaguen sobre aquellos años. La escasa atención a la segunda mitad
del siglo xx, en particular a la historia política de ese período, constituye probablemente
el mayor nudo problemático, aunque seguramente no sea el único. Una historia nacio-
nal todavía excesivamente montevideana, una historia económica rural exclusivamente
ganadera, una historia enfocada de modo apenas incipiente en la diversidad de actores
colectivos son algunos de los límites que se pueden vislumbrar. También funcionaron
como fronteras de la disciplina las fronteras geográficas, pues, salvo algunas excepciones,
los historiadores miraron escasamente a la región y el continente en clave comparativa.
Algunos interesantes impulsos de fines de los ochenta, plasmados en diversas publi-
caciones, parecieron, si no detenerse, frenarse en su amplitud y creatividad. Es probable
que las novedosas producciones de los politólogos, los removedores ensayos provenientes
de los estudios culturales y las interesantes investigaciones periodísticas hayan provocado
una cierta lentitud y desacomodo en el oficio, lo cual llevó a que la Historia, como tal,
tuviera dificultades para ocupar su lugar desde su especificidad disciplinar.
La creación de nuevos espacios académicos para investigar historia anunciaba que
esta dificultad se superaría pocos años después, tal como efectivamente ocurrió y como lo
demuestra el gran impulso historiográfico producido en los primeros años del siglo xxi. Si
la década de los noventa estuvo marcada por una revolución historiográfica y por algunos
contundentes vacíos, también podría afirmarse que fue la década en la que se gestó el
aluvión de producciones posteriores al año 2000.
A su vez, la densidad de los cambios finiseculares y las consecuencias de la experien-
cia del terrorismo de Estado provocaron un renovado interés en el pasado por un público

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cuadernos del claeh ∙ Marisa Silva Schultze ∙ Panorama historiográfico de los noventa ∙ Pp. 165-185 181

que trascendía el círculo habitual de lectores de historia. No son ajenos a este clima el
auge de la novela histórica y la creación, en 1995, del Día del Patrimonio.
El descubrimiento de la importancia de la dimensión subjetiva en los procesos
históricos, la necesidad de encontrar en el pasado claves para reubicarse en el movedizo
presente, la incipiente emergencia de algunas memorias sobre la dictadura, el papel
histórico jugado por varios actores no tradicionales en las últimas décadas, los cambios
mediáticos, entre otros, son factores que podrían explicar el nuevo lugar que el oficio
de historiador tuvo en la sociedad uruguaya. Este fenómeno se expresa, por ejemplo,
en la aparición sistemática de algunos historiadores en los medios de comunicación,
en la amplitud de la comunidad de lectores creada a partir de los libros de Barrán, en
la difusión masiva de algunos libros ya mencionados en este artículo —estimulada
por el relevante papel jugado por ciertas editoriales—, en la recepción que tuvieron
los fascículos sobre Artigas de Ana Ribeiro, en el otorgamiento de premios como el
Bartolomé Hidalgo a obras históricas; en suma: en nuevos puentes de comunicación
entre la academia y la sociedad.
Ser historiador en los noventa implicó también ser un historiador en la ya con-
solidada aldea global. Esto significó una relación más estrecha y fluida con historia-
dores de otros países, en particular de la región. Conocieron y se dieron a conocer,
leyeron y fueron leídos fuera de fronteras. Los historiadores uruguayos estuvieron
inmersos en el pujante desarrollo intelectual de Argentina y Brasil; participaron fre-
cuentemente, a través de exposiciones y artículos, en jornadas y debates en Buenos
Aires; estrecharon lazos, a veces incluso personales, con las principales figuras de
la academia de la otra orilla platense.
Década, entonces, de contrastes y fenómenos contradictorios, de impulsos pero
también de frenos en una producción que supo de importantes novedades y también de
sintomáticos silencios. Década que se inicia con una revolución en el modo de hacer his-
toria y se cierra con procesos todavía poco visibles, pero en los que ya se estaba gestando
y anunciando el gran impulso historiográfico de comienzos del siglo xxi.

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