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SELECCIÓN DE LECTURAS

Titulación: Doble Grado en Geografía y Gestión del Territorio e Historia


Asignatura: Metodología Arqueológica
Grupo: Único
Profesores: Francisco J. García Fernández
Luis G. Pérez Aguilar

HERDER Y EL CONCEPTO DE CULTURA

HERDER, J.G. (2007): Filosofía de la Historia para la educación de la Humanidad,


Buenos Aires [1ª ed. 1774].

¡Y otra vez esa necedad de desprender la única virtud egipcia del país, del tiempo
y de la juventud del espíritu humano y medirlo con la vara de una época distinta! Si,
como ya se ha mostrado, el griego pudo haberse equivocado de tal manera acerca del
egipcio, y el oriental pudo haber odiado al egipcio, me parece que el primer pensamiento
tendría que ser el de imaginárselo exclusivamente en su lugar, pues de lo contrario se
vería, máxime desde Europa, una deformación grotesca. La evolución se inició en el
Oriente y en la infancia, y por supuesto la religión, el temor, la autoridad y el despotismo
siempre tuvieron que constituir el vehículo de la educación, pues con el niño de siete
años tampoco se puede razonar aún como con el anciano y el hombre maduro. Por eso
también ese vehículo de la cultura tuvo que provocar, según nuestra opinión, cierta
dureza exterior, a menudo molestias y malestares que no son más que rencillas entre
muchachos y guerrillas entre cantones. Podrás derramar toda la hiel que quieras contra la
superstición egipcia y la autoridad sacerdotal tal como lo hizo por ejemplo ese gentil
Platón de Europa que pretende plasmar todo de acuerdo al modelo griego; todo estaría
muy acertado, todo muy bien si la cultura egipcia hubiera estado destinada a tu país y
para tu época. Es cierto que el mantillón del niño le queda corto al gigante, y que al
joven junto a la novia le resulta repelente el encierro de la escuela. Pero mira. También tu
hábito talar le queda grande a aquél ¿y no ves, tú, que conoces algo del espíritu egipcio,
que tu experiencia cívica, tu deísmo filosófico, las frivolidades, el tráfico en todo el
mundo, la tolerancia, la cortesía, el derecho de gentes y como quiera que se llame, todo
eso haría del niño un miserable joven aventajado? Tenía que estar encerrado; había que
mantener cierta privación de conocimientos, sentimientos y virtudes para desarrollar lo
que había en él, y que ahora, en la serie de sucesos mundiales, sólo podía desarrollar ese
país y ese lugar. Por lo tanto esas desventajas le significaban ventajas o males inevitables,
así como lo son el contacto con ideas extrañas para el niño y las correrías y la disciplina
escolar para el muchacho. ¿Por qué quieres desplazarlo de su lugar, de su edad; matar al
pobre muchacho? ¡Qué grande es la biblioteca con libros de esa especie! Otras veces los
egipcios son presentados demasiado viejos. ¡Y cuánta sabiduría se infiere de sus
jeroglíficos, sus comienzos artísticos, sus organizaciones policiales! De pronto se los
desprecia frente a los griegos sólo porque fueron egipcios y no griegos, como lo hacían
casi todos los admiradores de Grecia cuando regresaban a su país de predilección.
Injusticia evidente.
El mejor historiador del arte antiguo, Winckelmann, juzgó muy bien las obras de
arte egipcias, pero evidentemente según la escala griega, por lo tanto negativamente y en
nada de acuerdo a su naturaleza e índole peculiar. Casi cada frase de esta obra maestra
trasluce lo evidentemente unilateral y falseado. Lo mismo hace Webb cuando opone la
literatura egipcia a la de los griegos; y tantos otros que han escrito sobre las costumbres
y la forma de gobierno egipcias con espíritu demasiado europeo. A los egipcios casi
siempre se los considera desde Grecia, es decir desde una perspectiva exclusivamente
griega. ¿Les podría ocurrir algo peor? Pero, querido griego, pretendes que esas estatuas
tengan que ser nada menos (como podrías descubrirlo en todo) que modelos de las bellas
artes de acuerdo a tu ideal, llenas de encanto, acción y movimiento, de todo lo cual nada
sabía el egipcio, o lo cual ni respondía a su finalidad. Eran momias, recuerdos de padres
muertos o antepasados, con toda la precisión de sus rasgos faciales, tamaño, de acuerdo
a cien reglas establecidas a las que estaba sujeto el muchacho, es decir precisamente sin
ningún encanto, sin acción, sin movimiento, en postura yacente con las manos y los pies
cargados de paz y de muerte – ¡eternas momias de mármol! Mira: era eso lo que debían
ser, y lo que son en efecto. Lo son en la técnica suprema del arte, en el ideal de su
intención. ¡Cómo se malogra tu hermoso afán crítico! Si con un vidrio de aumento
agrandaras diez veces al muchacho a la estatura de un gigante y lo iluminaras, no habría
nada que explicar en él; habrá perdido su dimensi6n de muchacho, pero no por eso será
un gigante.

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