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Y dos mundiales después esta insuperable poetización del factor místico recuperado por
el fútbol celeste desde que el maestro Tabárez diseñó un proceso enraizado en la grandeza
del arquetipo oriental que subyace indoblegablemente bajo nuestra endémica aridez
cultural, sigue más vigente que nunca.
Y nuestro pueblo ha vuelto a sentirse unificado bajo un símbolo purificador como sucedió
en el enclave fundacional del Ayuí, donde aprendimos, hace más de dos siglos, que La
Patria es la naturaleza, es la religión, es la vida misma de la vida, es el hogar supremo,
el instinto de los instintos, la condición misma de nuestra dicha. La Patría es una síntesis
del Universo y una rama de la humanidad. Es algo dulce, etéreo, arrullador, alado,
invisible, personal, colectivo, insustituible, único porque la Patria nace con nosotros o
más bien dicho, la Patria somos nosotros mismos.
Esta definición pertenece a Julio Herrera y Reissig, que ya a principios del 900 prohibió
que la uruguayez hipócrita le pisara el altillo donde se atrevió a soñar con una Poesía
Grande.
Y fue precisamente el fútbol, al ser capaz de aunar la gracia de orfebrería del barroco
mestizo con la garra del comunismo jesuítico-guaraní que inspiró al Protector, el que
supo pintarle la cara al mundo de celeste.
Lo que no explica este sabio que no sabe nada (Sabina dixit) es por qué
los únicos rioplatenses que ganaron cuatro títulos mundiales entre el 24 y el 50 fueron los
que llevaban la indomabilidad artiguista en el ADN del inconsciente comunitario.
Y pensar que alcanzaría nada más que con recordar la batalla de Guayabo para entender
la salvaje fe cósmica que hizo que los artigos en pelotas aplastaran a los miliquitos de
línea que arreaba Dorrego.
Una semana antes de viajar al Brasil el Negro Jefe fue a hablar con su referente-ídolo
Lorenzo Fernández (un impecable y terrible raspador-gambeateador), y el Gallego lo
descorazonó advirtiéndole que la artesanía y la orfebrería técnica ya no eran patrimonio
del Río de la Plata.
Y Obdulio sabía muy bien, además, como líder huelguista, que la corrupción dirigencial
iba transformando a la tacita de plata donde todavía se jugaba gran fútbol en un
herrumbradísimo astillero onettiano.
Entonces no hubo más remedio que asumir que no solamente los macacos nos iban a jugar
de igual a igual y prepararse para concretar, a pura calidad y a pura garra artiguista, la
mayor hazaña de la historia del fútbol.
Hace muy poco tiempo que Pelé dijo en sus memorias que si Inglaterra era la madre del
fútbol, Uruguay era el padre.
Artiganes o pierdas.