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Los trece Manifiestos literarios

venezolanos reunidos en este


volumen y compilados por
Juan Carlos Santaella, habían
permanecido dispersos y casi
olvidados; ahora los lectores y
estudiosos dispondrán de una
documentación que permitirá
un mejor y más claro
entendimiento del fenómeno
literario venezolano en
aproximadamente el lapso de un siglo,
abarcando desde los primeros movimientos
renovadores —Cosmópolis, La alborada,
Viernes— que, como señala Santaella en
su prólogo, tuvieron ‹‹la difícil misión de
adjudicarle al hecho literario, una
considerable y respetuosa posición dentro
del espacio intelectual de su tiempo››; hasta
movimientos contemporáneos como Sardio,
El techo de la ballena y Tráfico. Estos
manifiestos, editados en 1986 por la
Fundación La Casa de Bello y cuyo número
se amplió para esta nueva edición, no sólo
permiten conocer las posiciones estéticas y
los cambios formales de la poesía y la
narrativa venezolana, también nos brindan
un panorama de la posición de los
intelectuales respecto al país y al tiempo
que les tocó vivir.

Este libro ha sido digitalizado por Juan Carlos Santaella (Caracas, 1956) es
Víctor José Betancourt Yéndez uno de nuestros más consecuentes
cuando cursaba Literatura Venezolana II ensayistas jóvenes. Ha publicado diversas
en el Semestre II-2016 (UDO- Sucre) colecciones de ensayos: Reescrituras
con la finalidad de facilitar la reproducción (1983), La lámpara encendida (1986), y La
virtual de tan magistral libro y así pueda ser literatura y el miedo y otros ensayos (1991);
bajo nuestro sello publicó El sueño y la
aprovechado por todo aquel interesado en
hoguera (1991) y es compilador además,
seguir conociendo la literatura de nuestro país.
del volumen Julio Garmendia ante la crítica.
DOCUMENTOS

Con el propósito de agregar obras


que contengan un perdurable valor
testimonial, esta colección ofrece un
amplio espectro temático que va
desde crónicas y reportajes, hasta
colecciones de artículos sobre una
materia determinada; y desde
biografías o entrevistas, hasta el
mundo íntimo de diarios o
correspondencias.
PARA UNA RETORICA DE LA PERSUASIÓN

1. La utopía iconoclasta
LOS TRECE manifiestos literarios que hoy reproducimos íntegramente, han sido ordenados
de manera cronológica, con el objeto de revelar su importancia estética e ideológica dentro
del panorama de la literatura venezolana de este siglo. Hasta el momento, estos valiosos
materiales habían permanecido dispersos y casi olvidados, a excepción de aquellos que por
su cercanía y relación con ciertos procesos culturales de repercusiva importancia,
continuaron siendo destacados puntos de referencia. Ahora, cuando podemos ver agrupados
estos manifiestos, estamos seguros que los lectores y estudiosos de nuestros procesos
culturales, dispondrán de una documentación que permitirá un mejor y más claro
entendimiento del fenómeno literario venezolano en aproximadamente el lapso de un siglo.

A través de los manifiestos literarios se perfila con mayor nitidez el verdadero sentido
estético y conceptual de determinados quehaceres literarios. En éstos, las tenencias, los
gustos y orientaciones creativas, han hallado, en una forma muy sui generis que
particulariza el manifiesto, la mejor manera de llevar a cabo un programa conceptual que
abarca, la mayoría de las veces, aspectos filosóficos, estéticos y políticos. Todo manifiesto
lleva implícitas estas tres categorías, porque está demostrado que, tanto en la práctica como
en la teoría, el proyecto-manifiesto proclama un ‹‹credo filosófico, una estética y una línea
política››. De esto se deriva que todo manifiesto tenga o posea tanto un discurso especifico
como una función determinada; ambos aspectos relacionados con las sustentaciones
teóricas que los mismos proponen en los asuntos ya referidos. Al inscribirse dentro de un
determinando contexto histórico, todo manifiesto se nutre de una serie de circunstancias
—llamémoslas ideológicas— que logran definir muy bien la plataforma sobre la cual se
fundamenta el carácter programático de aquél. Por tal razón, un manifiesto se puede definir
como un texto que ‹‹toma violentamente posición y establece, entre un emisor y sus
interlocutores, una relación directa››1. Esta relación es clara, firme y se demuestra en el

1
Claude Abastado. ‹‹Introduction a l’analyse des manifestes››. En: Littérature. Revue Trimestrielle, Nº 39,
París, octubre 1980, pág. 4.

3
amplio sentido polémico que constituye el discurso conceptual del manifiesto, en torno a
los ejes motivacionales que impulsan el acto fundador de los sujetos que deciden escribirlo.
Por otra parte, los manifiestos —y esta selección así lo demuestra— son perfectamente un
hecho de ‹‹legitimación y de conquista de poder: poder simbólico, moral e ideológico››2.
Observamos en ellos, claramente, las intenciones de sus autores, cuando casi siempre tratan
de legitimar un acto que intenta involucrarse dentro de un orden de poder, que es,
expresamente, moral e ideológico, al buscar convencernos de la validez absoluta de sus
planteamientos teóricos. De allí que casi todos los manifiestos literarios insistan en
proclamar un tono pedagógico o didáctico con respecto a los asuntos que se debaten dentro
de los mismos. Existe una verdad del manifiesto en la que se cree incondicionalmente y por
la cual se desplaza todo un orden de ideas y nociones que se pretenden compartir con un
supuesto interlocutor.

Podríamos definir concretamente un manifiesto, como un texto especifico publicado en un


diario o revista, a nombre de un movimiento filosófico, artístico, literario o político. En tal
sentido recordamos, por ejemplo, en la historia literaria y política mundial, los manifiestos
simbolistas, futuristas, dadaístas, surrealistas, ultraístas, nadaístas, el famosos Marx y
Engels y otras proclamas de similar propósito. Todos, como ya hemos dicho, tienen una
función determinada y constituyen un discurso que, tanto en su forma como en su
contenido, ofrecen un plan de acción estético, conceptual y enfatizan el propósito de
solventar un carácter problemático y decididamente polémico. Estas características son, en
conjunto, comunes en casi todos los manifiestos que se han escrito a lo largo y ancho de la
historia. En ellos, repito, impera un sentido ideológico que, por lo general busca romper con
cierto orden de valores consagrados. Este orden no sólo es ideológico, sino también
estético, por cuanto las nociones estéticas circunscriben, lógicamente, dentro de contextos
históricos que generan idas y procedimientos que se establecen en una manera particular de
concebir los fenómenos literarios y artísticos. Un manifiesto existe por reacción contraria a
una ideología dominante, a unos valores morales y estéticos preestablecidos a los que se
quiere rebatir y sustituir, si es posible, por una nueva concepción de tales aspectos. Por
supuesto que estos programas estéticos son susceptibles, en la práctica, de penetrantes y

2
Ibid., Pág. 6.

4
agudas contradicciones. Todo manifiesto tiene dos momentos importantes, un de fundación
y otro de negación. En un principio, las ideas que se afianzan en su redacción original son
coherentemente homogéneas, pues existe un acuerdo tácito entre sus autores que los obliga
a sostener, desde un punto de vista ético, una línea clara y comprometida. Este sería, sin
duda, el instante de fundación, de afirmación teórica del manifiesto. El momento de
negación, por el contrapartida, es posterior; surge cuando, en el seno del grupo que
compone el programa esencial del manifiesto, comienzan a revelarse actitudes y conductas
individuales y hasta colectivas que siembran el espíritu de la contradicción en el hasta ese
momento, programa orgánico del grupo. Un claro ejemplo de lo dicho, se demuestra en el
movimiento que representó el grupo surrealista, donde se produjo una ruptura entres sus
miembros por causas políticas y estéticas de consecuencias definitivas. Esta es la gran
paradoja de los manifiestos literarios; una paradoja, como dice Anne-Marie Pelletier3,
‹‹institucional››, porque comienzan por ser un proyecto anti-institucional para terminal
convertidos en institución, es decid, en norma, dogma y religión.

Otro aspecto importante relativo a la constitución interna de los manifiestos, se refiere a la


naturaleza histórica de los mismos, es decir, al grado de filiación que ellos pueden
establecer con un contexto especifico. Al respecto, Claude Abastado señala que ‹‹un
manifiesto, sea político, filosófico o estético, no se podría interpretar fuera de un contexto
histórico que condiciona su producción, su recepción y su sentido››4. Sobre este rango
especial no cabría duda en afirmar que, en efecto, existen elementos que impulsan y
condicionan la aparición, en un determinado momento, de lo que solemos denominar un
manifiesto o una proclama literaria. Su razón de ser tiene sus bases en las circunstancias
estéticas, políticas, económicas y filosóficas de su tiempo. Diría, en resumidas cuentas, que
un manifiesto literario es el resultado inmediato de una serie importantísima de causas que
harán posible la cristalización de un discurso, de una escritura y, sobre todo, de un gesto
contundente que impondrá la forma y los atributos programáticos que, a fin de cuentas,
todo manifiesto desea instaurar. Los ejemplos, a través de los manifiestos que ahora se
producen, revelan, con abundante claridad, este hecho específico. En ellos está explícito un

3
‹‹Le paradoxe institutionnel du manifeste››. En: Littérature. Revue Trimestrielle, Nº 39, París, octubre 1980,
pág. 17.
4
Ver nota 1. Pág. 5.

5
acto de fundación, predeterminado por una serie de elementos históricos que hicieron
posible su existencia. Estudiarlos o interpretarlos al margen de este marco histórico dentro
del cual ellos han fraguado su sentido, significaría eliminarles lo que por derecho les
pertenece, vale decir, su contemporaneidad absoluta y definitiva. En consecuencia,
perderían poder de representación simbólica, ausentes y sin voz propia, dentro de una
vanguardia que les exige, a cualquier nivel, una relación estrecha con las pasiones, las
fuerzas, las corrientes y los impulsos imaginarios que le sirven de plataforma histórica.

Si la literatura es un espacio privilegiado para hacer una lectura imaginaria de la sociedad y


del individuo, esta lectura encuentra en los manifiestos literarios una de sus mejores cartas
de presentación. Un manifiesto revela, desde distintos ángulos, las formas en que la
sociedad, el arte y el individuo penetran en ese discurso concreto para efectuar desde allí,
una especie de traducción simbólica de aquellos hechos reales. Por intermedio de los
manifiestos literarios, podemos perfectamente conocer el grado de vinculación imaginaria e
ideológica que sus protagonistas han deseado establecer con el ámbito histórico dentro del
cual ejercen su práctica estética o política. Desde luego que esta vinculación no es inocente
y equilibrada; antes, por el contrario, los nexos originarios por esta curiosa relación existen,
al parecer, sobre una base conflictiva que refleja —y este es el punto crucial— una evidente
crisis de la ‹‹Institución literaria›› a la cual ellos pertenecen. ¿Qué se entiende por crisis de
la Institución literaria y en especial sobre esta ‹‹crisis›› ambientada en la literatura
venezolana contemporánea? Cuando revisamos otras historias literarias diferentes a la
nuestra, vemos en seguida que la manera como ellas han subsistido dentro del clima
institucional de sus países, se corresponde con un evidente principio de crisis ideológica
que tiene como principal protagonista, al escritor y sus terribles contradicciones morales,
estéticas y políticas con la sociedad que le ha servido de punto de partida. En este sentido y
no en otro debemos hablar de crisis de la Institución literarias, entendiendo por tal ese
complejo sistema de relaciones morales económicas que fluctúan entre lo literario
específicamente y las instituciones públicas. En este sistema amplio de correspondencias,
vínculos, rechazos y tomas de posición, van a entrar en juego factores condicionantes de
esta crisis entre los cuales están los de carácter social que, a su vez, determinarán por
último ciertos lineamientos estéticos concebidos dentro del ejercicio individual de una
cierta práctica de escritura. La literatura no puede estar al margen de un orden jurídico-

6
político, por llamarlo de alguna manera, que se coloca dentro de un sistema de ‹‹producción
y consumo››. Esta espantosa mecánica crea una actitud existencial en el escritor muy
desfavorable, en el sentido de que su obra entra en un juego contradictorio y dependiente
que involucra al público, a los lectores, a los editores, a los medios de comunicación y a la
crítica, con la finalidad de constituirse una estructura de intercambios diversos. Estos
intercambios forman, de manera lenta y a veces violenta, una crisis que pone en evidencia a
la literatura dentro de una situación indefensa y desesperada. Abastado insiste en que ‹‹la
situación material y moral de los escritores, su poder real o imaginario, las tensiones entre
sus aspiraciones y los valores sociales dominantes, suscitan una conciencia de grupo y
segregan una ideología con sus creencias, sus representaciones míticas, sus ritos››. De esta
apreciación se puede desprender por analogía que, efectivamente, los manifiestos literarios,
su origen, constitución y efectos, responden en última instancia a esas tensiones sociales y a
esas elecciones estéticas surgidas en el interior e circunstancias históricas bien precisas. De
allí nacerá todo un movimiento de grupos literarios que intentarán ofrecer algunas
respuestas estéticas y políticas a esa crisis que siempre ha encarnado la literatura como
Institución.

Los efectos de esta crisis de la Institución literaria en Venezuela se han hecho sentir
invariablemente. En primer lugar, tendríamos que reconocer honestamente que esto que
suele llamarse a secas ‹‹Institución literaria››, no ha existido como tal en ningún período de
la vida literaria nacional. El carácter de institución que de manera muy vaga hemos
percibido en algunos peculiares momentos, no ha sido otra cosa que una vaporosa ilusión
literaria que a ratos hemos confundido con ‹‹círculos literarios››, ‹‹parnasos››, evangélicas
asociaciones de amigos de la literatura, ‹‹capillas literarias›› y otras cofradías marginales
del quehacer literario cotidiano. En el siglo XIX, la literatura fue de todo menos eso:
literatura. A ratos, nuestros poetas y prosistas se confunden con estadistas, guerreros,
diplomáticos y caudillos. Otra veces, esta literatura fecunda en el exilio y cuando más
adquiere fisonomía y rango de excéntricas actitudes territoriales. La única institución que
tuvo en el siglo XIX verdadera relevancia, fue la guerra y sus ulteriores consecuencias
políticas. La literatura o lo literario fue —como tal vez sigue siendo— una criada sumisa y
exquisita, experta en acompañar los banquetes oficiales de los gobernantes de turno. Si en
otros países la crisis de la institución literaria formó toda una mitología en torno a la

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literatura (el poeta maldito, dandismo, elitismo, el héroe, lo decadente, etc.) que, mal que
bien, contribuyó a crear y a fortalecer una imagen de la literatura de inigualables
condiciones estéticas y socio-culturales, en latinoamérica, en cambio, esta mitología
anduvo por caminos absolutamente opuestos. Diríamos que la mitología literaria americana,
surge acompañando a las diatribas políticas, al lado de los directores, en la intimidad
presidencial, en los rituales oficiales y en una bohemia destructora y suicida. Su crisis no es
otra que la surgida de un pobrísimo estatuto social que el país político y el país económico,
le adjudicaron por convenida ignorancia. Sin embargo, esta singularidad hizo posible que
brotaran ciertos movimientos literarios que, no obstante su origen extracontinental, al
menos propiciaron una conciencia literaria, en las primeras cuatro décadas de este siglo,
que deseaba superar los limites parroquialismos y aquel destino fraudulento del
insoportable y aterciopelado siglo anterior.

Será pues, en este nuevo ciclo, bajo un cielo distinto y a todas luces impulsado por sólidas
corrientes artísticas, que nuestra literatura intentará fortalecerse como institución. De esos
iniciales movimientos renovadores surgen los primeros manifiestos literarios, tales como
Cosmópolis, La alborada, Válvula y Viernes, los cuales tendrán la difícil misión de
adjudicarle al hecho literario, una considerable y respetuosa posición dentro del espacio
intelectual de su tiempo. Estos manifiestos literarios poseerán características singulares,
según las circunstancias en que ellos nacen; pero, sin embargo, cada uno ofrecerá un
programa de acción basado en sus propias convicciones y lineamientos éticos y estéticos.
Todos poseen en común, el hecho de que son o proponen ‹‹una teoría militante del poder
simbólico››, ya que ellos sugieren una interpretación de la realidad literaria que es, al
mismo tiempo, una fehaciente impugnación simbólica de la misma. Un manifiesto es una
toma de posición con respecto a ciertos hechos e ideas relativas a un hacer concreto de la
literatura. Por lo tanto, este compromiso implica, a su vez, la elaboración meticulosa de una
teoría, de una poética —si llega el caso— y de un discurso que será preciso convertido en
una escritura militante con el objeto de ganar legitimidad y poder de convencimiento. En
otros momentos y en otros casos, el manifiesto adquirirá un sentido polémico-didáctico,
como ciertamente lo fue el Manifiesto de renovación de la Escuela de Letras en mayo de
1969. Algunos más, como Sardio, El Techo de la ballena y Trópico 1, oscilaran mejor entre
aferradas vertientes estéticas y políticas, con la finalidad de imprimirle a su acción o a su

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práctica literaria un sentido más orgánico con respecto a cierta visión de los fenómenos
sociales que la literatura debe mostrar. Con Guillo y Tráfico, la poética del manifiesto
retomará antiguos esplendores irreverentes. En el primero, lo paródico-discursivo sirve
como elemento impactante y desacralizador, que busca producir una reacción incómoda en
el lector. En el segundo, las huellas de un genuino rastro neo-realista, traza una escritura
que intenta incitar un honesto debate sobre la contemporaneidad poética venezolana. En fin,
todos apuntan, indefectiblemente, hacia un discurso de poder que requiere se insertado en
un contexto literario vinculado con las transformaciones y avatares de su propio tiempo
histórico.

2. La rebelión silenciosa
En los últimos tiempos, el papel que ha desempeñado el intelectual venezolano es de una
asombrosa intrascendencia. En un país culturalmente problematizado al máximo, la
configuración ética del intelectual se presenta dentro de unas características muy
significativas, que lo singularizan como un ser de escaso poder contestatario. Las diversas
transformaciones económicas y políticas que en el país se han operado a partir de 1958,
incidieron considerablemente en el espíritu y el pensamiento de numerosos intelectuales.
Tales efectos socio-culturales, crearon una plataforma ideológica desde la cual el intelectual
pretendió ganar un espacio y conquistar en vano un poder simbólico al que jamás pudo
tener un real acceso. Por diferentes razones, la vida intelectual venezolana, ya desde
mediados del siglo XIX, se definió como una sucesiva concatenación de fracaso y derrotas
individuales originadas, en su mayor parte, por el exiguo rol que las instituciones públicas y
privadas a los nunca bien ponderados hombres de letras. Nuestros intelectuales siempre
permanecieron a la sombra de oscuros o luminosos gobiernos, participando en una
contienda cívica la mayoría de las veces irreverente y, en consecuencia, poco fecunda.
Ningún valor, excepto el ornamental, tuvo y aún posee, eso que pudiéramos llamar ‹‹la
inteligencia venezolana››, pues desde períodos históricos relativamente cercanos a la
contemporaneidad cultural la figura de este hombre de letras ocupó, dentro de la jerarquía
social del país, un estatus marginal y un lugar de cuarta categoría. El tema en cuestión no es
nuevo. Algunos observadores agudos de este problema, como Picón-Salas, Uslar Pietri y
Juan Liscano, entre otros, expresaron en artículos, conferencias y entrevistas, los dones y

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miserias del intelectual venezolano en casi todos los ámbitos sociales donde éste manifestó
una presencia activa o generó alguna respuesta en el orden de la creatividad y el
pensamiento.

Sin duda, el intelectual venezolano se ha desplazado de manera muy notoria en estos


últimos cincuenta años de vida republicana. Las estructuras sociales, a través del paso de
formas de gobierno muy heterogéneas, engendraron tipos específicos de pensamiento que,
en definitiva, respondían al orden político establecido. Este orden fue, asimismo, rechazado
de manera contundente, colocándose el intelectual en una posición de frontal disidencia
política con respecto al poder que encarnaba en esos momentos el Estado. Muestra de ello
fue la presencia subversiva que durante los años sesenta esgrimieron aquellos grupos
denominados como ‹‹la izquierda cultural venezolana››. De todas maneras, lo ocurrido en
ese particular y contradictorio período fue una expresión contundente de lo que siempre ha
representado el intelectual en un país como el nuestro, en tanto ellos personifican una
presencia vaga, a veces decorativa, a veces mítica, pero siempre viva entre los bastidores
políticos de un escenario público en perenne pugna cultural. A diferencia de otros países
hispanoamericanos como España, México y Argentina, donde el intelectual goza de un
relativo respeto, al menos en lo concerniente a la edición de sus obras y a la promoción
constante de éstas, no ocurre lo mismo en Venezuela, donde nunca se han producido
legitimas condiciones culturales para que los escritores disfruten de un espacio intelectual
digno y puedan disponer de interlocutores inteligentes. Por supuesto que semejante asunto
obedece a causas más difíciles y son varios los factores que condicionaron esa paulatina
minimización del intelectual venezolano. Una de ellas tiene su origen, a mi modo de ver, en
la ausencia de una robusta tradición cultural desde la cual pudiera haberse conformado un
pensamiento vigoroso y consecuente, capaz de producir todo un movimiento intelectual de
coherentes aspiraciones universales. El siglo XIX produjo en verdad intelectuales notorios
y deslumbrantes, como Andrés Bello, Juan Vicente González, Fermín Toro, Rafael María
Baralt, Cecilio Acosta, Lisandro Alvarado y Simón Rodríguez entre otros. Pero su reducido
campo de acción o la fuerza que produjeron sus obras y su pensamiento, se quedó a medias
dentro de los avatares turbulentos de un país sumido en guerras intestinas dirigidas,
además, por libérrimos caudillos enfermos de poder y de gloria. Esta tradición, pobre y
mezquina, se extiende hasta nuestros días y hoy es perfectamente visible en la frustración y

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la amargura de nuestros más importantes creadores. Si en algunos momentos el intelectual
venezolano se reveló contra el orden social y político imperante, esta fue, sin duda, una
rebelión silenciosa. Oculta en los intersticios de un oficio casi maldito, cuyas íntimas
satisfacciones sólo incumbieron a una reducida élite o, a lo sumo, permanecieron en la
contemplación solitaria de sus propios creadores. A veces suponemos que si por fortuna
este país le hubiera brindado al pensamiento la posibilidad de establecer un diálogo justo y
permanente con sus habitantes, otros fueran, sin discusión, los vínculos afectivos existentes
en la actualidad. El irrespeto, de hecho, se habría convertido en solidaridad y la soledad —
que no es la soledad inevitable del creador— obtendría una resonancia efectiva en esos
lazos que, por intermedio de la palabra, se fortalecen en la comunicación colectiva.

Mariano Picón-Salas fue lo suficientemente lúcido como para captar este fenómeno en toda
su trágica dimensión. En uno de sus más importantes libros titulado Compresión de
Venezuela y en un capítulo fundamental del mismo (‹‹Proceso del pensamiento
venezolano››), señalaba Picón que ‹‹Venezuela no sólo ha devorado vidas humanas en las
guerras civiles, en el azar sin orden de una sociedad violenta, en convulsionado devenir
sino también marchitó —antes de que fructificaran bien— grandes inteligencias››. En otro
momento advertirá, con una estupenda ironía, que los intelectuales venezolanos ‹‹solieron
(y suelen todavía) llamarse orfebres, coleccionistas de adjetivos, optimistas y alabadores
profesionales››. La situación, desde ese punto de vista, no ha cambiado mucho y creo que
no hay demasiadas diferencias entre las reposteriles funciones de los intelectuales en torno
al encanto ilustrado de Guzmán Blanco y las que hoy muchos de estos exhiben alrededor de
los gobiernos medianamente ilustrados de la democracia venezolana. En este marco
político, de supuesta participación cultural que el sistema democrático enarbola con
relación a todas las expresiones del espíritu, el intelectual luce como un ser construido de
una vaporosa vulnerabilidad ante las presiones que los propios regímenes políticos ejercen
sobre su particular condición. Algunos de los manifiestos literarios, a los que ya hemos
hecho referencia, reflejan este estado de indefensión, de fragilidad social que el escritor
muestra ante los caprichos y las ignorancias del poder político. Por ello mismo, estos
manifiestos se convierten en documentos que no solamente nos permiten ver el grado de
implicación estética de sus miembros con relación al hecho poético o narrativo, sino, al
mismo tiempo, dejan medir las distancias que acercan o alejan a estos intelectuales de las

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estructuras políticas y las instituciones públicas, sus nexos con el poder, su intolerancia o su
claudicación ante las seducciones ideológicas.

Estos comentarios sobre el sentido que encierran los manifiestos en sus diferentes aspectos
y, a su vez, el papel que dentro de los mismos ha despeñado el intelectual venezolano en su
relación imaginaria, simbólica, mítica y real con las instituciones sociales, nos sirve, de
hecho, para presentar por primera vez estos trece documentos literarios. Por tal razón, juzgo
oportuno haber situado teóricamente dicho fenómeno, porque nos permitirá comprender
cuáles bases estéticas, filosóficas, morales y políticas se fundan estos manifiestos. En
nuestro país, la historia literaria es una relación plural de obras, tendencias y autores
históricamente corta. Somos un pueblo aún muy joven, con una historia política y social de
escasos dos siglos de constitución definida. Nuestras letras, por tanto, han surgido dentro de
esa atropellada vida política nacional que nos ha caracterizado. En medio de los azares y los
conflictos de un país complejo y problemático, ha surgido una literatura que siempre ha
aspirado, de alguna forma, a emprender, casi en secreto, correspondencias imaginarias con
el calor turbulento de la historia. Las correspondencias entre nuestra literatura y la historia
social por la que aquella se ha desplazado tiene una cantidad considerable de puntos en
contacto y estos trece manifiestos así lo demuestran, dejando ver muy claro estas
asociaciones, estos vínculos inexorables. Desde el surgimiento del grupo Cosmópolis, en
1894, hasta la aparición del grupo Tráfico, en 1981, podemos verificar esta constante,
podemos, de una vez, establecer ese puente real también imaginario con un país forjado en
el batallar incesante de sus obras, de sus escritores y de sus artistas. Por último y tal como
lo dijéramos al inicio, estos manifiestos, su recopilación y anotación, contribuirán, tanto en
sus aspectos teóricos, historiográficos y críticos, a un mejor y más completo conocimiento
de los procesos literarios venezolanos operados a partir de esa suma de relaciones y miradas
individuales y grupales que constituyen en sí la misión intelectual de la proclama literaria.

Vaya mi agradecimiento a todos aquellos que me facilitaron los materiales y los textos
utilizados para la presente edición. En especial a la sugerente y atenta receptividad de Oscar
Sambrano Urdaneta, quien en su momento apoyó esta compilación y su primera edición en
la ‹‹Colección Anauco›› de las ediciones de la Casa de Bello.

Juan Carlos Santaella


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COSMÓPOLIS

EL PRIMER NÚMERO de Cosmópolis apareció el 1° de mayo de 1894. La vida de esta


revista, que se prolongó hasta julio de 1895, se resume en su total de doce entregas, lo cual
indica un período de publicación bastante corto. Sin embargo, la influencia que ejerció en
su época fue considerable porque en ella se concretizaron tendencias fundamentales del
momento. Sus redactores —Pedro-Emilio Coll, Pedro César Dominici y Luis Urbaneja
Achelpohl— establecieron un diálogo, o ‹‹charloteo››, bastante polémico y animado que
sirve como presentación editorial de la misma.

Es importante anotar que esta conversación sostenida por estos tres escritores, permite ver
claramente el espíritu de confrontación literaria que en ese entonces caracterizaba a
nuestro país. Así, observamos dos tendencias, convergentes en ese instante, que darán
lugar a incansables discusiones entre muchos intelectuales. Estas dos posiciones o
tendencias era, en primer lugar, el convencimiento de que la literatura debía ser
profundamente nacional, como un fiel reflejo de nuestra idiosincrasia y de nuestra realidad
histórica y social, y en segundo término, la aspiración a la universalidad, es decir al
cosmopolitismo. Pese a que Coll, Urbaneja y Dominici logran coincidir en muchos
aspectos de este diálogo, los tres, en realidad, tomarán caminos diferentes y opuestos.
Urbaneja Achelpohl será el más enconado defensor de la narrativa regionalista; Dominici
hará una literatura, como han dicho los críticos, preciosista, de corte europeizante, y Coll
definirá su trabajo con una obra muy notable, demostrando ser uno de los escritores más
talentosos de la literatura de Venezuela.

13
CHARLOTEO
(En la redacción)

COLL. —Queridos cofrades, estamos solos, nadie nos oye y podemos hablar con
franqueza. ¿Qué suerte auguran ustedes a nuestro periódico, cuyo bizarro título de
Cosmópolis impreso en letras rojas en la portada, alegra el espíritu y atrae como un pecado
que diría Barbey d’Aurévilly?

DOMINICI. —Yo creo que debemos recordar el medio ambiente en que vivimos: aquí está
atrofiado el espíritu por la indiferencia, pueden contarse las personas que leen un drama de
Ibsen o una estrofa de Paul Verlaine; si a esto se agrega que nuestro periódico va a estar
redactado en tres jóvenes, y sobre todo, por tres jóvenes que no andan con los hombros
levantados, ni hablan con la superioridad de los enciclopedistas, comprenderéis fácilmente
que no lo leerá nadie. ¡Perteneceremos a una generación estéril, según el vaticinio de un
profeta moderno! Sin embargo, lucharé con vosotros, pero eso sí, me convertiré en un joven
pálido, de frente sudorosa, viviré entre las sombras, esperando siempre la agonía de nuestro
hijo enfermo, pensando en las flores mustias que colocaré sobre su cuerpo cuando los
arrojemos desde las rocas del Taigete, esa hecatombe de los niños débiles.

URBANEJA. —¡Calla!, ¡calla…! Temes el medio ambiente; de antemano libras la muerte


del hijo de nuestros sueños. Mal haces. Te atormenta la indiferencia de las almas. Tiemblas
por ti y por nosotros, tres adolescentes con aspiraciones de cíclopes. Eres un diablo de
neurótico.

Escucha.

Siempre he creído, que las masas se conmueven; que las conciencias que aletarga la
indiferencia, tienen horas, instantes en que una sensación que parece incompatible con el
medio, pero que viene trabajada por una evolución latente, las precipita en una vida nueva.

Pues bien, ahí está. La evolución ha comenzando, antes de nosotros unos buenos
trabajadores dejaron los cimientos y en nosotros será sensible el medio. Si éste es incapaz
viene el ensanche. El feto hace el claustro materno. Nosotros aportamos sensaciones

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nuevas; educados en las páginas de Ibsen y Verlaine, traemos la nota característica de la
revolución actual; la ley del progreso es nuestra cómplice.

Sí; el medio actual literario parece ajeno a las innovaciones y eso porque lleva vida de
remanso; es un mar adormecido sobre el cual cruzan gaviotas. Que no se atreven bajo la
inmensa lámina de un cielo plomizo, a lanzar su grito resonante, entre el roncar del trueno y
la epopeya del rayo.

Pero a gente nueva, horizontes amplios. A sangre joven, escozores en la piel. Lucha sin
tregua.

Amamos el arte; nos alimentamos en los nuevos principios; vemos la expresión artística del
momento.

Con Ibsen en el drama.

Con Goncourt, Zola, Daudent en la novela.

Con Taine y Bourget la crítica verdad, la que estudia el temperamento en las páginas de la
obra, la que ha abofeteado la retórica y reventado los clarines.

Con Paul Verlaine, el verso: el que tiene cabrilleo joyante, vahos de carne, al través de
nupcial velo, con aromas de blancos azahares y pureza mística de cálices y de hostias…

COLL. —Calma, señores, calma. Creo que toman ustedes el asunto demasiado en serio; n
vale la pena de acalorarse y de gritar como energúmenos.

Querido Urbaneja, desciende de tu torre de marfil si no quieres que te crea un Don Quijote.
Dominici, amigo mío, desarruga el seño y ponte alegre como en os tiempos en que aún
creías en la felicidad.

Hablemos como gente formal; os aseguro que si alguien nos oyera formaría muy mala
opinión de nosotros: el uno con sus filípicas al público a quien no debemos decir ciertas
verdades, porque por ahora lo necesitamos, y el otro con su pirotecnia de palabras y su
imaginación de tarascones. No nos forjemos negras ideas, ni tampoco azules ilusiones;

15
ensayemos una vez más el propósito, varias veces abortado, de un periódico literario,
contando con el apoyo de nuestros compañeros, de esos que alguien desdeñosamente ha
llamado la ‹‹bohemia››. Si en la lucha salimos vencidos creo que no tendremos de qué
avergonzarnos.

En este periódico, como lo indica su nombre, tendrán acogida todas las escuelas literarias,
de todos los países. El cosmopolitismo es una de las formas más hermosas de la
civilización pues que ella reconoce que el hombre rompiendo con preocupaciones y
prejuicios, reemplaza la idea de Patria por la de Humanidad.

La literatura ha hecho a favor de la confraternidad humana más que todas las intrigas
diplomáticas; los paisajes más lejanos se conocen, se acercan y simpatizan por el libro y el
periódico; las ideas viajan de una nación a otra sin hacer caso de los empleados de aduanas,
ni de los ejércitos fronterizos, las razas se estrechan, y la Paz se impone.

A la corriente literaria entre Francia y Rusia débese en primer lugar la unión de esos dos
simpáticos pueblos. Zola y Tolstoi han sido los predecesores de esa alianza que
desconcierta a la Alemania: el maestro formidable, el cantor épico de Germinal da la mano
por sobre Bismarck al conde-mujick, que en el fondo de la mística Rusia hace zapatos y
libros inmortales.

En la América toda un soplo de revolución sacude el abatido espíritu, y la juventud se


levanta llena de entusiasmo. Rubén Darío, Gutiérrez Nájera, Gómez Carrillo, Julián del
Casal y tantos otros dan vida a nuestra habla castellana, y hacen correr calor y luz por las
venas de nuestro idioma que se moría de anemia y parecía condenado a sucumbir como un
viejo decrépito y gastado.

Nosotros, hijos de una misma madre, permanecíamos desconocidos unos de otros pero
ahora gracias a la literatura y a los periódicos que surgen en todas las Repúblicas españolas,
nos saludamos como hermanos, nos conocemos y estamos alegres como en plena luna de
miel.

Amigos míos, tratemos de llevar a cabo nuestra idea, ella no es solamente una buena idea
sino también una buena acción.

16
DOMINICI. —Cuidado como concluimos a lo Ragnar – Lodbrog, asesino por avispas y
serpientes venenosas, entonando nuestro canto de muerte, recordando las llanuras de
Nortumra, creyendo que vamos a beber el hidromiel de la gloria. Pero dejemos la filosofía
ya que nos hemos metido a periodistas, y hablemos en serio, aunque es mejor hablar en
risas.

Fundemos una sección de crítica, no para criticar a nuestros compañeros de bohemia, no;
nosotros los jóvenes podemos escribir disparates y ridiculeces, pero no le es permitido a
esos literatos de alta fama, y que tanto nos desdeñan, presentarse con tonterías de
principiantes o dislates de colegiales. ¡Otra cosa seremos mansos con los mansos, soberbios
con los soberbios e indiferentes con los indiferentes, no admitiremos pseudónimos,
colaborarán los que nosotros invitemos, en fin, haremos lo que hacen todos los que se
meten a redentores, morir crucificados por las hablillas, dimes y diretes de los eternos
charlantes de oficio…! hasta que mueras tú, producción volcánica de nuestros cerebros,
ráfagas nerviosas de esa savia fecunda que se llama Juventud, asilo de los sueños, espiga de
oro que formas la ilusión.

URBANEJA. —Charlotea que charlotea. Nos hemos despepitado. El uno con sus presagios
fúnebres; el otro con su vehemencia socialista, con su lirismo democrático; a fuerza de
amar a Tolstoi le vibran los nervios; desaparece el nombre de patria y queda humanidad:
arte universal; la santa y última expresión de la confraternidad artística. Pero, diablos —
admito el programa siempre que vibre en él la nota criolla.

¡Regionalismo! ¡Regionalismo! ¡Patria! Literatura nacional que brote fecunda del vientre
virgen de la patria; vaciada en el molde de la estética moderna, pero con resplandores de
sol, de sol el trópico, con belleza ideal de flor de mayo, la mística blanca, blanca, con
perfume de lirios salvajes y de rosetones de montaña, con revolotear de cóndor y cabrilleo
de pupilas de hembra americana.

Sí, a la lucha. A la lucha.

Enarbolando nuestro lábaro, el símbolo de nuestro sueño, azul pálido, donde resaltan de
relieve en encendidas letras rojas, Cosmópolis, emprenderemos la ruta de las meritorias

17
peregrinaciones; no nos detenga el dolor de las indiferencias, el sarcasmo de los ídolos de
arcilla.

El batallar fortalece las almas.

A trabajar. A trabajar.

(Telón rápido)

Cosmópolis. Nº 1, 1-5-1894, pp. 1-3.

18
LA ALBORADA
EL PRIMER NÚMERO de La Alborada aparece el 31 de enero de 1909 y el último, el 28
de marzo del mismo año. En total fueron ocho entregas consecutivas. Venezuela vivía
entonces una feroz tiranía que estaba centrada en la figura del caudillo Cipriano Castro,
hombre disoluto que detentó el poder basado en la fuerza, la corrupción y en la entrega
incondicional de nuestra economía a potencias extranjeras. En medio de tales
circunstancias, surge un nuevo grupo de intelectuales jóvenes preocupados por el destino
político del país y sus vergonzosos males del momento. De la formación del grupo La
Alborada nos refiere Julio Rosales, en un discurso pronunciado en 1959 en homenaje a
Rómulo Gallegos titulado ‹‹Evocación de La Alborada››, que esta revista ve la luz pública
bajo la dirección inicial de Enrique Soublette y Julio Planchart.

Luego, para el segundo número, que aparece el 14 de febrero del mismo año, se
incorporan a la redacción Rómulo Gallegos y el propio Julio Rosales, para que una
semana después integrase completa y definitivamente el equipo la figura de Salustio
González Rincones. Es así como se completa un círculo de preocupados escritores a los
que unía, principalmente, una estrecha solidaridad que tenía como fin supremo la fe en un
destino patriótico más independiente y honesto.

‹‹Los alborados —dice Rosales— hicimos de la circunspección un ideal de grupo; escudo


para proteger contra el desbarajuste guachafitero del logrerismo y la adulancia,
ejercicios, en pugna e competencia, en todo el pavés de la República con el juramento
tácito de mantener en alto la antorcha de la decencia ciudadana, cimentada en la decencia
de la vida individual››. El editorial que encabeza el número 1 de La Alborada, da cuenta
detalladamente de las intenciones confrontativas del grupo y su tono sincero lo cataloga
como un verdadero manifiesto.

19
NUESTRA INTENCIÓN
Salimos de la oscuridad en la cual nos habíamos encerrado dispuestos a perderlo todo antes
que transigir en lo más mínimo con los secuaces de la Tiranía. Muchos de nosotros hemos
estado a punto de ahogarnos bajo la presión de aquella negra atmósfera, pero nunca de
ceder un ápice de nuestra integridad, hemos de hacer mucho hincapié en esto. Nuestro
oscuro pasado nos ha robustecido, nuestro silencio nos da derecho a levantar la voz; puesto
que hemos sido víctimas podemos ser acusadores.

Al comenzar, acaso estamos un tanto deslumbrados; pero diremos las primeras palabras
cerrando los ojos, concentrándonos en los recuerdos. Desde nuestra oscuridad pudimos
seguir con dolor y odio serenos la bancarrota de la Patria, y cada vez que la necesidad de
expansión nos torturó, pensamos en el lejano día en que, aunque fuera sombre un montón
de escombros, pudiéramos decir a los esclavos desmandados ‹‹Nosotros lo hemos visto
todo desde nuestro rincón; no hemos perdido el menor detalle del pillaje; como no
podíamos hablar ni movernos, teníamos todas nuestras actividades en los ojos y mirábamos
intensamente. Ahora que nos toca hablar, no os cerréis los oídos porque nos veremos en el
caso de rompéroslo; no os ocultéis debajo de la tierra, porque os sacaremos y os alzaremos
hasta la pistola, gritando a los cuatro vientos nuestra acusación. Será la última oportunidad
que os presente de estar por encima de nosotros››.

Esto pensábamos entonces, porque bajo la opresión no se puede soñar sino con la represión;
una vez desahogados hemos recordado que no todos eran victimarios, y que también las
víctimas necesitan atención: el remedio es tal vez más urgente que la venganza o el castigo.

El Azar, oportunamente secundado por el Pueblo, preparó la reacción de la Patria; la


sacudida fue general; hasta los más remotos unieron sus voces al espontáneo clamoreo, y
cada cual, al ver apuntar en su horizonte la alborada de esperanza, sintió como si despertara
de un sueño de cien años. Hubo emociones que ya nadie recordaba haber sentido, y
arrebatos, de los que días antes nadie se hubiera creído capaz. En la hora del despertar todos
nos unimos para el entusiasmo; ahora que la alborada empieza a poner luz en todas partes y
a evidenciar cavernas, en las que aún pueden quedar rezagados muchos restos del pasado:
es necesario serenarse, recogerse en sí mismo y atender resueltamente el absoluto

20
saneamiento del ambiente. La causa desapareció con el principio de su cohesión —¿es que
alguien lo ha puesto en duda?— el Pueblo ha despertado y no es fácil que convenga en
volver a dormirse; sin embargo algo nos queda todavía del pasado. Los nueve años de
satrapía, no pudieron menos de infiltrarnos profundamente el tósigo, y así como quedaron,
por ejemplo, en la plena luz, los absurdos monumentos que levantaron los esclavos del
Sátrapa, así en la oscuridad de las conciencias persiste la desmoralización infundida por los
mismos, para poder afincar bien el trono de su señor.

No se necesita ser muy perspicaz para distinguir a trechos los inicios de la nefasta herencia:
a veces asoma en la prensa una palabra, una rase hiperbólica, en la cual puede verse el
espectro de aquella literatura de rufianes encumbrados; todavía sobreviven algunas
reputaciones de aquellas que se elaboraban artificialmente para galardonar al que superara a
todos en vileza. Además, aun habiendo desaparecido la causa, el daño existe, y debe
pensarse muy seriamente en él. No es fácil, pongamos por caso, hacer que un hombre
habituado a medrar a costa de todo, se decida a pensar que no se trata de él sino del País;
que no hemos reaccionado para enriquecerlo a él, sino para salvar a la Nación, hasta es muy
posible que el tal egoísta, se llene de asombro al oír hablar de un ideal, que en nada se
relaciona con su escarcela. A éste y a los de su ralea, es preciso señalarlos con tanta
persistencia, que se les obligue a hundirse para siempre. Hay que descender también a
todos los horrores, efectos de la misma causa; se debe llevar valerosamente la atención a
esa miseria oscura y callejera que se libra a todos los excesos, prostituyéndose, robando,
asesinando. Es menester acudir a todo, porque la infección ha sido general.

El actual Gobierno, en una de sus primeras manifestaciones, ha dado con la gran frase de la
propaganda: ¡Ahora o nunca!

Cierto es; lo que ahora no se haga, no sé podrá hacer más tarde… ¡y jamás se hará!

Queremos, tenemos necesidad de hacer; ojalá la suerte nos dé vida para cumplir con
nuestras intenciones. No pensamos negar que haya una mira subjetiva en nuestra empresa:
hemos acumulado actividades y nos encontramos en la precisión de espaciarlas; aspiramos
a tomar, siquiera sea una pequeña parte en la tarea de redención y de justicia. En cuanto a
proventos materiales… todavía no hemos tenido tiempo de pensar en ellos.

21
Al comenzar nuestra faena, bajo la clara luz de la Alborada, resumiendo todo nuestro
programa en la noble frase del poeta argentino Sustituir la noche por la aurora,
presentamos nuestro respetuoso saludo al pueblo de Venezuela, al Gobierno Nacional y a
toda la prensa del país.

Ahora, comencemos.

La Alborada. Nº 1. 31.-1.-1909, pp. I-II.

22
VÁLVULA
EN 1928, LA JOVEN generación que en ese entonces comenzaba a surgir descubre la gran
renovación estética que estremecía a Europa desde 1910. Algunas tendencias importantes
como el Cubismo, el Futurismo, el Ultraísmo y el Dadaísmo, se lograron convertir,
entonces, en la guía de los escritores y artistas de una Venezuela hasta ese momento
profundamente agraria y provinciana. Nuestro país era, efectivamente, una tímida nación
que reposaba sobre sus extensas haciendas de caña y café, manteniendo una estructura
económica y social marcadamente colonial.

Como era de esperarse, esta rebelión literaria —si se la puede llamar así— desembocará
en la insurgencia política. Será esta la primera vez, desde su llegada al poder político, que
un movimiento iconoclasta reaccionará contra la dictadura del terrible Juan Vicente
Gómez. El presidente editorial, que bien vale un extraordinario manifiesto, solamente se
circunscribe a expresar y a exponer tan sólo la revuelta estética. Como podremos
observar, los mecanismos de que se valen sus redactores para enfatizar aspectos
concomitantes con la realidad social de aquel momento, son la sugerencia y el juego
metafórico, como flechas que apuntan directamente hacia un futuro de justicia y verdad.

Válvula salió a la luz pública una sola vez, en enero de 1928. Sin embargo, en sus páginas
aparecieron las firmas de quienes, más adelante constituyeron la llamada ‹‹generación de
1928››. Estos escritores fueron Arturo Uslar Pietri, Carlos Eduardo Frías, Antonio Arráiz,
Miguel Otero Silva, Fernando Paz Castillo, Nelson Himiob, José Antonio Ramos Sucre,
Juan Oropeza, José Salazar Domínguez, Pedro Sotillo y José Nucete Sardi, entre otros.

23
SOMOS UN PUÑADO DE hombres jóvenes con fe, con esperanza y sin caridad. Nos
juzgamos llamados al cumplimiento de un tremendo deber, insinuado e impuesto por
nosotros mismos, el de renovar y crear. La razón de nuestra obra la dará el tiempo.
¡Trabajaremos compréndasenos o no! Bien sabido tenemos que se pare con dolor y para
ello ofrecemos nuestra carne nueva. No nos hallamos clasificados en escuelas, ni rótulos
literarios, ni permitiremos que se nos haga tal, somos de nuestro tiempo y el ritmo del
corazón del mundo nos dará la pauta.

Por otra parte, venimos a reivindicar el verdadero concepto del arte nuevo, ya bastante
maltratados de fariseos y desfigurado de caricaturas sin talento, no infamado de manera
fácil dentro de la cual pueden hacer figura todos los desertores y todos los incapaces.

El arte no admite definiciones porque su libertad las rechazas, porque nunca está
estacionario como para tomarle el perfil. El único concepto capaz de abarcar todas las
finalidades de los módulos novísimos, literarios, pictóricos musicales, el único, repetimos,
es el de la sugerencia.

Su último propósito es sugerir, decirlo todo con el menor número de elementos posibles (de
allí la necesidad de la metáfora y de la imagen duple y múltiple), o síntesis, que la obra de
artes, el complejo estético, se produzca (con todas las enormes posibilidades anexas) más
en el espíritu a quien se dirige que en la materia bruta y limitada del instrumento.

Aspiramos a que una imagen supere o condense, al menos, todo lo que un tratado denso
pueda decir a un intelecto. A que cuatro brochazos sobre un lienzo atrapen más
trascendencia que todos los manuales de dibujo de las pomposas escuelas difuntas. A que,
en música, una sola nota encierre íntegro un estado de alma.

En resumen, a dar a la masa su porción como colaboradora en la obra artística, o a que la


obra de arte se realice en el espíritu con la plenitud que el instrumento le niega.

Nuestra finalidad global ya está dicha: Sugerir.

Sabemos que la rancia tradición a de cerrar contra nosotros, y para el caso ya esgrime una
de esas palabras tan pegajosas: Nihil novum subsolé. Como luchadores honrados nos gusta

24
conceder ventaja al enemigo; aceptemos a priori que no haya nada nuevo, en el sentido
escolástico del vocablo, pero en cambio, y quién se atreverá a negarlo, hay mucha cosa
virgen que la luz del sol no ha alumbrado aún. ¡Queda en pie la posibilidad del hallazgo!

Abominamos todos los medios tonos, todas las discreciones, sólo creemos en la eficiencia
del silencio o del grito. Válvula es la espita de la máquina por donde escapará el gas de las
explosiones del arte futuro. Para comenzar: creemos, ya es una fuerza; esperemos, ya es un
virtud, y estamos dispuestos a torturar las semillas, a fatigar el tiempo, porque la cosecha es
nuestra y tenemos el derecho de exigirla cuando querramos.

Somos un puñado de hombres jóvenes con fe, con esperanza y sin caridad.

Válvula. Número único, enero de 1928.

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REVISTA NACIONAL DE CULTURA
LA APARICIÓN DE LA Revista Nacional de Cultura constituye un hecho vital
trascendencia en la vida cultural venezolana. Las razones son suficientemente claras, pues
una vez que fallece Juan Vicente Gómez, en 1935, después de mantener durante 27 años a
nuestra nación bajo una dictadura implacable, se abren de nuevo las fronteras de la vida
política y social. En esos momentos trascendentales comienzan a volver del exilio notables
intelectuales que habían sido perseguidos, como Rómulo Gallegos y Mariano Picón-Salas,
además de muchos políticos, estudiantes y sindicalistas.

En ese momento y en medio de la tan deseada ‹‹reconciliación nacional››, Rómulo


Gallegos acepta ser Ministro de Educación y, a su vez, Picón-Salas inicia su carrera como
fervoroso y consecuente propulsor de la cultura venezolana. Es entonces, en noviembre de
1938 y bajo la iniciativa de este último, que aparece el primer número de la Revista
Nacional de Cultura, órgano, en su principio, del Instituto Nacional de Cultura y Bellas
Artes, y posteriormente del Consejo Nacional de la Cultura. Son ya más de cincuenta años
de fructífera vida que se traducen en un total, hasta la fecha, de 260 números.

El primer número contiene un editorial escrito por el propio Picón-Salas, cuya


importancia testimonial merece reconocerlo como un indiscutible manifiesto.

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CUANDO EN los primeros días de 1936 despertó la conciencia civil venezolana hasta
entonces agobiada bajo un pesado silencio político, surgió y se repitió una palabra en que
los hombres de Venezuela afirmaron su amor a la tierra, su ansiedad de recuperar una
potente tradición histórica, de abonar y preparar el suelo nativo para una nueva empresa de
Cultura y Justicia. Se habló y se dijo que era necesario redescubrir Venezuela ante la
emoción activa y fecundad de muchos venezolanos que no la conocían bien. Desde la
modesta y lejana escuela rural hasta el taller del artista o el laboratorio universitario hay
muchas gentes que ahora quieren enfrentarse con el misterio y la esperanza de su país. Y
sólo de esta amorosa inmersión en lo venezolano saldrá la Patria nueva y próspera, la patria
preparada y pacificada para la concordia y bienestar de los hombres y la equidad de las
instituciones. La tierra es grande y poderosamente virginal como para albergar las
multitudes de mañana, los sembrados, los canales y las villas que todavía no han nacido. En
un mundo intoxicado de odios, los suramericanos podemos ser aún generosos porque el
provenir se nos presenta como espacio por colmar, como naturaleza joven. Y desde estas
montañas nuestras, algunos grandes venezolanos ansiosos, los que a través de los llanos y
los Andes subieron hasta el techo del Continente, hasta las cumbres del Alto Perú
conduciendo la libertad de América, nos fijaron un derrotero moral, un espíritu de
perduración en la Historia. Tempranamente combatimos y padecimos por las ideas, por los
grandes sentimientos universales. Y fue acaso la fuerza de aquella tradición venezolana la
que nos hizo morir del todo cuando sobre el horizonte de la patria pasaron y permanecieron
tantos dolores y presagios. Cuando no podíamos convencer a los vivos, dialogábamos con
los muertos.

El pasado —ahora lo sabemos— puede ser no sólo culto mortuorio sino revisión y
rectificación de la existencia colectiva; germen capaz de reverdecer en nuevas creaciones.
Sentida como voluntad y como conciencia, la Historia trata de fortalecer y recobrar sus
valores positivos. Y aun hubo pueblos que perdidos y aletargados en el retroceso y la
decadencia volvieron a encontrarse por el camino vivificante de su tradición. A la voz de
los grandes muertos se agrega entonces —en eslabón y continuidad histórica— la de los
grandes vivientes; de los que quieren imprimir el signo de su ideal, su esfuerzo, sus sueños,
su voluntad realizadora, en el patrimonio moral colectivo.

27
Aquí estamos, desde las páginas de esta revista en emocionada contemplación y búsqueda
de Venezuela. Vasta de geografía, posible e inagotable de inéditos recursos, variada en el
paisaje natural y humano, en ella también quieren germinar las fuerzas del espíritu.
Algunos hombres se han puesto ahora a mirar a su pueblo. Quieren conversar con él y
extraerle en lenguaje claro el mensaje y la inquietud presente; verlo y encontrarlo con amor
en el alto regocijo y la diafanidad de quien ha comprendido. Porque es una labor que aspira
al servicio común; porque trata de reunir lo que está disperso, porque pide ante el hombre,
el tema, la expresión venezolana el más atento y entusiasta examen, quisiéramos cumplirla
con virtud de modestia. Y se ofrece y acoge a quien supo ver y definir una realidad
venezolana; a quien sintió su tierra como llamado, mandato, fascinación.

Revista Nacional de Cultura. Nº 1, noviembre de 1938, pp. 1-2.

28
VIERNES
ENTRE LOS AÑOS 1938 Y 1941, dentro de la larga y difícil renovación que vivía
Venezuela después de una brutal dictadura, surge el grupo literario Viernes. Como todo
grupo de características irreverentes, fue exaltado por unos y combatido y perseguido por
otros. De todas formas, Viernes contribuyó sustancialmente a elevar los niveles
intelectuales de nuestra literatura y en especial la poesía, incorporándose a
planteamientos y corrientes universales de disímiles procedencias.

Este grupo logró nutrirse de varias corrientes, desde el romanticismo metafísico alemán, el
lakismo inglés, hasta el surrealismo. Por esta razón, el manifiesto de Viernes revela, a
través de sus planteamientos, el carácter esencialmente estético del movimiento y su
entusiasta vocación universalista. Este manifiesto fue redactado por el poeta Pablo Rojas
Guardia, y se publicó en el número 1 de la revista del mismo nombre del grupo. Viernes
fue un grupo renovador que permitió, a través de sus publicaciones, que se conocieran
poetas de enorme significación pero relativamente desconocidos en estas tierras, como
Rilke, Hölderlin, Novalis, Rimbaud, Valéry, Eliot, entre otros. Quizás por esta causa, la
poesía venezolana adquiere, a partir de la presencia de Viernes, un carácter más
introspectivo y metafísico. Viernes estuvo integrado, aparte de Pablo Rojas Guardia, por
Rafael Olivares Figueroa, Vicente Gerbasi, Pascual Venegas Filardo, Luis Fernando
Álvarez, José Ramón Heredia, Oscar Rojas, Fernando Cabrices, Ángel Miguel Queremel y
Otto De Sola.

29
LIMINAR
VIERNES, ES DECIR, víspera del reposo. Antiguamente, antelación del año séptimo
cuando se dejaban descansar las viñas. Hoy, día del rumor, de la prisa, premura, afán por
estar listos para el sábado, ese sábado, mañana, cuando ya estemos tranquilos y otros
vengan al juicio de nuestros actos.

Viernes es un grupo sin limitaciones. Y esta —viernes— una revista que expone poesía; y
que se expone. Aquí se encuentran y se reencuentran las excelencias de dos generaciones.
Porque cuando otros países insisten, todavía, en plantear ‹‹el pleito de las generaciones››
nosotros, que tenemos prisa por salir del atolladero, resolvemos el problema así: de una
‹‹peña›› —viernes— cordial pero intrascendente, hicimos un ‹‹grupo›› —viernes—
interventor de la cultura. Que se identifica con la-ro-sa-de-los-vien-tos.

Todas las direcciones. Todos los vuelos. Todas las formas.

(¿Acaso sé yo las normas de mis compañeros?).

Hemos compartido muchas albas porque aprendimos a tocar las puertas de la noche. Nos
repartimos, sin egoísmos, la luna. Estamos paladeando la geografía del Continente con un
propósito. Nuestra poesía es inevitable.

Personalmente queremos advertir que en esta mesa —viernes— hemos compartido, y


compartiremos, el pan y el vino. Muy a pesar de que por esta mesa —viernes— pasan
ideologías distintas. Dicho sea sin trascendencia.

Ojalá este Viernes sea la víspera definitiva del gran reposo —ya en marcha hacia lo
continental— de lo venezolano.

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CONTRAPUNTO
CONTRAPUNTO, GRUPO heterogéneo de escritores, pensadores y artistas plásticos,
florece entre 1946 y 1949. Fundaron una revista con el mismo nombre, cuyo primer
número salió en marzo de 1948.este órgano divulgativo acogió colaboraciones de personas
de diferentes generaciones, pero en él escribieron, con carácter de preferencia, jóvenes
escritores de una misma edad o promoción literaria. Muchos insisten en definir a
Contrapunto como una generación, al contrario de Viernes que llegó a ser un grupo. Esta
revista, como tantas otras, tuvo una vida limitada y sus fundadores fueron Andrés Mariño
Palacio y Héctor Mujica. Otros escritores integrantes del grupo Contrapunto fueron José
Ramón Medina, Eddie Morales Crespo, Pedro Díaz Seijas, Antonio Márquez Salas, Alí
Lameda, Ernesto Mays Vallenilla, José Melich Orsini y Luz Machado.

La revista Contrapunto estuvo definida por un sentido intelectual bastante amplio y en


cierta medida general con respecto a los temas que eran abordados en la misma. Su interés
fundamental residió en promover y difundir nuevas expresiones dentro de la literatura
contemporánea, tales como el existencialismo y el psicoanálisis, y dio a conocer autores
bastante ignorados ene se momento en nuestro país como Thomas Mann, Aldous Huxley,
Antoine de Saint-Exupéry, Jean Giono, Hermann Hesse, Willian Faulkner, John Dos
Passos, Martin Heidegger, Sinclair Lewis. Prueba de ello lo constituye el editorial que
ahora presentamos.

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RAZÓN DEL CONTRAPUNTO
TODA GENERACIÓN TIENE una hora en la que se siente a sí misma como eterna, una
maravillosa hora en la que parece que entre ella y la divinidad todo lo demás es apenas
envoltura. Es una hora de mesianismo en la que los hombres alargan los brazos hacia el
cielo para arrancar puñados de estrellas con que encender los caminos, y está bien es esta
hora que saqueen la historia y que contra el pavor de las muchedumbres asidas a las secas
palabras, levanten un mensaje profético. Entonces tal vez haya necesidad de escribir un
manifiesto. Pero no es éste ahora el caso de nosotros.

Hartos de oír inventar generaciones —que sólo sirven para comodidad didáctica de los que
ven Historia como distracción del compromiso ineludible que todo hombre tiene con su
tiempo— nosotros no caeremos en el vicio de presentarnos como una nueva generación.
Hartos también de los cenáculos y peñas literarias, que entre nosotros son refugio
obligatorio de desganados y vagotónicos, estamos muy lejos de pretender limitarnos en la
fórmula de un nuevo grupo intelectual.

Tenemos, sin embargo, algún motivo serio para encontrarnos reunidos aquí. De ese vértigo
espiritual que da el asomarse a esos vacíos dejados por tantas generaciones venezolanas que
no quisieron o no pudieron expresarse, de ese terror que causa escuchar tanto silencio
acumulado en la historia cultural del país, de ese desasosiego que trae no conocer las
intenciones de esos múltiples llamados que una cultura en crisis hace a nuestro
desprevenido continente americano, de todo esto, y de mucho más que aún corre en secreto
por nosotros, surgió esta revista.

Y como la primera obligación de los editores de una nueva revista es darse cuenta exacta de
la empresa en que se han comprometido, creemos que nuestro primer editorial debe ceñirse
a precisar el alcance de esta empresa. Una revista parece que de inmediato nos sugiere, ya
en la propia palabra, la tarea de intentar una nueva vista, una revisión de lo anteriormente
visto y por consiguiente, nos compromete con la historia. De la necesidad de esta tarea no
puede dudar nadie que se asome con alguna seriedad a cualquier sector del espíritu
nacional. Y si la crisis de nuestra nacionalidad, la indefinición de su patrimonio ético-
histórico, la falsa actitud renovadora convertida casi en la única constante de nuestra

32
historia, halla una fácil explicación en la crisis mundial —puesto que toda historia es en
definitiva historia universal—, ella nos revela todavía algo más grave, más dramático, y
recaba seriamente la atención de las nuevas promociones venezolanas: porque más que un
sentido del futuro y una complexión de ánimo abierta para el progreso, el hombre de la
historia venezolana está acusando su falta de espíritu constructivo. Porque es aparición
común en nosotros superar esta postura negativa y empañarnos en una labor positiva, que
amplíe las perspectivas de nuestra cultura y lleve hasta el hombre americano las intenciones
universales que tan duramente expresan el mundo de nuestros días.

Y también, porque pensamos que, más allá de esas pequeñas costumbres con que los demás
han ido construyendo nuestras personas, hay algo que nos confunde en la voluntad de no
eludir los problemas humanos, de sacudir de nuestras ropas tanta mentira y tanta cobardía
con que la muchedumbre doblada, humillante, asquerosamente resignada, trata de tolerarse
a sí misma; porque aspiramos a que no se le soborne al hombre su orgullo; porque s tan
triste la conformidad de algunos y tan vergonzoso ver que no les sacude de pronto todo el
cuerpo un gesto de rebeldía; por todo eso, estábamos congregados aún antes de emprender
esta tarea editorial.

Pero motivos más hondos, que van más allá de nuestra condición personal, que se enraízan
casi en la historia de la sociedad venezolana, hacen de nuestra faena, más que un capricho
loable, una necesidad histórica. Cancelado con la dictadura un sombrío período e la vida
venezolana, comprometidos por fin definitivamente en una democracia que comienza a
tener conciencia de la intangibilidad de sus derechos —a tal punto que ya casi ha olvidado
su origen reciente—, asistiendo al surgimiento de la vida económica del país, a una
estructuración social cada vez más definida, a una creciente universalización e nuestra
cultura, no es posible mirar hacia el pasado con los mismos ojos de ayer. Aun por encima
de nuestra voluntad, las grandes fuerzas volitivas de la historia han decidido ya que nuestra
actuación debe ser diferente, ¡cuidado!, no decimos mejor ni peor. Los calificativos no
cuentan todavía para nosotros.

Con respecto a las pasadas generaciones venezolanas procuraremos fidelidad a nuestra


conciencia histórica. Pero, precisamente porque amamos el pasado nos resistiremos a
hacerlo anacrónico. Nadie como el propio corazón humano sabe que ella muestre su vigor
33
por sí misma. Ésta y sólo ésta, será nuestra actitud frente a los hombres que en la lucha por
conquistar para el espíritu estas tierras inéditas nos dejaron la cultura que ahora
disfrutamos.

Contrapunto hemos llamado esta revista, porque ella será una discusión generosa sobre los
objetivos de esta contienda que debe realizar la cultura venezolana en sus próximos años.
Una discusión generosa entre las más variadas concepciones ideológicas y estéticas.

Por el espíritu abierto a todas las señales con que se expresa el mundo desde su intimidad y
no por una respuesta común, hemos cerrado filas en esta revista. Nuestro único sectarismo
será el de permanecer fiel a la realidad espiritual del presente. Por muy piadosas que las
mentiras sean, la verdadera salvación del hombre está más allá de esa piedad, en el a veces
rudo y doloroso encuentro con la verdad humana.

Contrapunto. Nº 1, marzo de 1948.

34
CANTACLARO
EL GRUPO QUE CONFORMA Cantaclaro comienza sus actividades literarias en el
momento que se cierne sobre Venezuela una prolongada tiranía de procedencia castrence.
El primer y único número de Cantaclaro aparece en 1950, dos años después de ser
derrocado Rómulo Gallegos, el primer presidente elegido en Venezuela por la vía del
sufragio universal. Como era de esperarse, este primer ejemplar fue recogido por la
policía porque mostraba orgullosamente en la portada una fotografía de Gallegos y
además una nota de sincera adhesión a su persona. El consejo de redacción estuvo
formado entonces por Miguel García Mackle, Jesús R. Zambrano y José Francisco Sucre
Figarella. El manifiesto que a continuación presentamos acepta e manera irrestricta el
compromiso político y, en un plano estético, la aceptación de la tradición nacional, el
americanismo creador.

Desde luego, la gente que integraba Cantaclaro fue dispersada por la represión política
existente en esos días. Algunos de ellos sufrieron torturas y castigos carcelarios.
Posteriormente, han continuado en la literatura e incursionado en la política.

35
LOS TRES PUNTOS DE CANTACLARO
LA REVISTA Cantaclaro, órgano de un grupo de jóvenes intelectuales, inserta en esta su
primera entrega, que inicia el año de 1950, su Manifiesto de tres puntos básicos que tratan
de la estructura y el espíritu del grupo, de la concepción del Arte y del artista y de la
ubicación y proyección del intelectual americano y los cuales pueden sintetizarse
respectivamente así:
1) Cantaclaro es un grupo de intelectuales revolucionarios, progresistas e integrales.
2) Cantaclaro cree en un Arte del hombre y para el hombre.
3) Cantaclaro cree en la personalidad cultural de América.

Estos tres puntos los desglosamos en diferentes aspectos que pretenden analizar la hechura
general del grupo, que es dinámico y amplio tanto como lo exigen su momento histórico y
su naturaleza ideológica.

1) De la estructura y espíritu del grupo:


a) El grupo de la revista Cantaclaro participa de una orientación izquierdista
democrática militante, pues, en esta hora en que la salvación de la democracia y del
mundo depende de que las fuerzas progresistas de la sociedad consoliden sus
posiciones, no se concibe como factor de utilidad social a aquel intelectual que se
presta a los intereses de la reacción o que permanece al margen de las grandes
jornadas sociales del pueblo.
b) El intelectual está en la obligación de ejercer la pedagogía social, a tiempo con su
época y compenetrado de la realidad de su medio. La gran función histórica de los
intelectuales está en dirigir bien a los grupos humanos que los inducen a hacer Arte
o a discurrir acerca de los problemas de la inteligencia y de la sociedad.
c) Concebimos la obra de un artista, de un escritor, de un intelectual cualquiera, como
la realización integral del hombre en una expresión total de su inteligencia y los
hechos prácticos de sus relaciones con la sociedad, de tal suerte que el pensamiento
y la acción son para nosotros un sólo hecho continuo. Como consecuencia de lo
anterior, la revista Cantaclaro reconoce el mérito de aquellos intelectuales que
responsables ante su obra y consecuentes con su pensamiento, tienen una trayectoria
vertical como hombres de ideas y una actitud ejemplar como ciudadanos.

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2) De la concepción del arte y del artista:
a) El arte debe ser una traducción del hombre y su drama humano. No hay cabida en
nosotros para el Arte que abstrae los valores universales de la humanidad, para dar
paso a formalismos y liviandades o a limitaciones de sistemas de cualquier índole.
b) El artista no está más allá de la tierra ni del universo. Vive y siente con nosotros. No
desconoce su realidad de artista pero no puede despreciar la realidad del mudo
humano, natural y cósmico que circunda.
c) Como el arte y el artista significan respectivamente una función y un atributo del
hombre, en calidad de tales deben contribuir a robustecer con su aliento aquellas
actividades que pretenden abarcar nuestra realidad vital, determinando una
transformación favorable al progreso social o cultural de la humanidad.
3) De la ubicación y proyección del intelectual americano:
a) El intelectual americano debe comenzar por no despreciar la tradición nacional que
se refleja a través de una visión ejemplar de la Historia, del Arte, de los valores
espirituales del pueblo, porque esa trayectoria es nuestra razón misma de existencia
como pueblos que tratan de alcanzar una personalidad cultural y una definitiva
autonomía nacional.
b) Como quiera que en términos generales los pueblos iberoamericanos tienen una
fisonomía semejante tanto en lo cultural y económico como en lo social y lo
político, debemos hacer extensiva nuestra actitud nacional dinámica y generosa a
todos los pueblos que nos son familiares en el territorio de América, guardando las
limitaciones superficiales que impone la necesidad del propio florecimiento de cada
país.
c) Luego, el universalismo debe ser para el intelectual americano un medio eficaz e
descubrir y divulgar nuestra propia fisonomía humana, que por humana y universal
en sí misma, participa de inquietud y vastedad ecuménicas y de afirmación telúrica.
Es universalismo de revelación y justificación americanas, que no de genuflexión
cultural de nuestro hombre ante la hechura que nos ofrecen otras latitudes del
pensamiento universal.

Cantaclaro. Número único, 1950.

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SARDIO
1958 FUE UN AÑO políticamente decisivo para la vida social venezolana. Después de una
década de gobierno represivo y arbitrario, sucumbía el actor principal de esa terrible y
larga dictadura: Marcos Pérez Jiménez, quien con Delgado Chalbaud había derrocada el
gobierno constitucional de Rómulo Gallegos. De una manera similar a 1935, el pueblo
entero se lanzó a la calle para recuperar sus derechos civiles usurpados por la tiranía e
inicial un proceso de apertura democrática. Fruto de este estado de cosas, la juventud
estuvo completamente radicalizada en la lucha clandestina contra la dictadura y,
consecuentemente, se volcaba ahora a una revisión de valores que comprendían los
aspectos políticos, culturales, humanos y sociales.

De esta juventud surgió un grupo de escritores que quisieron expresar los sentimientos
generales de su generación a través de una revista: Sardio. Como en otros períodos, Sardio
fue una generación cuya finalidad de ideas e intereses intelectuales, propició un espacio
cultural insistentemente polémico y cuestionador. El grupo estaba integrado por Adriano
González León, Luis García Morales, Guillermo Sucre, Gonzalo Castellano, Elisa Lerner,
Salvador Galmandia, Rómulo Aranguibel, Rodolfo Izaguirre, Edmundo Aray, Francisco
Pérez Perdomo, Efraín Hurtado, Héctor Malavé Mata y Antonio Pasquali, entre otros. El
primer número de la revista del grupo aparece en 1958 y el último en 1961. Fueron en
total ocho números. En el Nº 1 (mayo-junio de 1958) y en el Nº 8 (abril-mayo de 1960),
aparecen publicados dos textos en los que se plantea, de manera propia, la posición
estética y política del grupo Sardio.

Han pasado más de treinta años y sin embargo esos planteamientos siguen, en cierta
medida, siendo válidos, porque en ellos impera una actitud que hoy por hoy se reivindica
desde todas las posiciones intelectuales del país, a saber, el distanciamiento el pasado, el
compromiso político y la vocación universal con respecto a la literatura.

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TESTIMONIO
NADIE QUE NO SEA militante permanente de la libertad puede sentir la portentosa
aventura creadora del espíritu. Ante el peso de una historia singularmente preñada de
inminencias angustiosas, como la de nuestros días, ningún hombre de pensamiento puede
eludir esa militancia sin traicionar su propia, radical condición. Las hasta hace poco
imperantes categorías del esteticismo resultan hoy demasiado estrechas y asépticas. Ser
artista implica tanto una voluntad de estilo y un ejercicio del alma como una reciedumbre
moral y un compromiso ante la vida. No se vive, ni se deja vivir, impunemente. Es
menester quemarse un tanto en el fuego devorante de la historia. Cuanto revele la huella del
hombre ha de ser responsable de un camino. Y quienes asuman posición en el mundo de la
cultura han de ser sensibles también a las urgentes esperanzas de su época.

Sería vana toda postura idealista para resolver los convulsionados problemas que nos
impone la política. Ya ésta ha dejado de ser tabú o amenazante minotauro, para convertirse
en vasto dominio de la inteligencia y del alma de los pueblos. Todos los órdenes de la vida
humana reciben su influjo, para bien o para mal, pero en todo caso para determinar su
destino. Ser político equivale tanto como ser hombre. Toda indolencia es propicia a la
esclavitud y a la humillación del espíritu. Quienes soslayan esta verdad olvidan que ciertas
fuerzas oscuras, desencadenadas un momento dado sobre la historia, quebrantan siempre la
dignidad de toda creación. Por ello es que cultura y tiranía son radicalmente incompatibles.
Las dictaduras son algo más que la ciega imposición del instinto o de la codicia. Ellas
surgen como la fundamental negación de la esencialidad humana y de la inteligencia.

Ante la imperiosa reconstrucción que reclama nuestro país después de la abismante década
de la pasada dictadura, Sardio se declara solidario irreductible de tales principios. Creemos
haber asimilado en profundidad la invalorable experiencia de los últimos años. Pero si ayer
fuimos militantes y activistas en la excepcional aventura de la Resistencia nacional, hoy
sólo aspiramos, sin abandonar personales compromisos civiles, a asumir actitud crítica y
orientadora en medio de la vertiginosa dinámica de recuperación que es actualmente la
patria. No pretendemos ser políticos dirigentes, pero si aceptar nuestra obligante condición
de escritores y artistas. Impugnamos la tradicional demagogia de ciertos intelectuales que
aún recurren al convencionalismo y a la sensiblería para impresionar a desprevenidos y

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abordar posiciones influyentes. Todo arribismo es traición a la cultura. La inteligencia es
compromiso más grave y dramático. El intelectual es un ser admonitorio y polémico, capaz,
en ocasiones, de ir contra la corriente a fin de señalar abismos e injusticias. La política, por
otra parte, ha dejado de ser simple juego proselitista o tácita acomodaticia, y adquiere las
dimensiones de una ciencia lúcida apta para informar de conciencia al pueblo. Toda retórica
esta hoy en descrédito. Los mismos partidos políticos se han visto obligados a abandonar
viejos fetichismos y el gregarismo por la simple emotividad, y ya se perfilan como
ideologías actuantes y definidas. Estamos ante una realidad que requiere de estudio y
disciplina y no vaga imprecaciones sin sentido.

Pero si reconocemos el advenimiento de un nuevo estilo político en nuestro país, no


queremos dejar de puntualizar ciertos hechos. Declaramos que la libertad no es puro goce
indiscriminado de derechos civiles, sin orientación ni objetivos. Si ella es la suprema
aspiración universal de nuestro tiempo, debe fundarse en una sólida independencia
económica de las naciones extranjeras. Reclamamos, con plena conciencia, una política
económica más audaz y nacionalista que salve para la patria los grandes recursos de nuestro
patrimonio material. De ello habrá de derivarse la definitiva conquista de nuestra soberanía
en el plano mundial, tantas veces amenazada por el imperialismo del Norte.

La libertad no puede ser tampoco engañosa entelequia a la cual vayan a sacrificarse


imperativos más urgentes y concretos. Si ella debe ser concepto dinámico que habitúe al
hombre al reino de su potencia interior y de su dignidad de ser sobre la tierra, no puede
eludir la felicidad material y social de los pueblos. Conjugar en un armonioso sistema de
coordenadas todos estos planos es objetivo determinante de la Democracia. La libertad no
se justifica sino en la medida en que hace realidad esa conjunción.

Nos declaramos afiliados también a un humanismo político de izquierda que lleve a los
vastos sectores desasistidos de país una educación racional y democrática y que incorpore a
nuestro pueblo al goce profundo de los grandes valores del espíritu. La cultura no puede
seguir siendo privilegio de élites ni de clases. Para asumir la gravedad de nuestro destino
histórico requerimos de la presencia de un pueblo luminoso y creador, sensible al imperio
de las ideas y de la verdad.

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Paralelamente a estas posiciones, Sardio no puede olvidar el compromiso que se ha trazado
frente a la cultura nacional. No seremos demasiado enfáticos, pues todo énfasis revela
vacilación e intolerancia. No confundimos universalidad con cosmopolitismo, pero se nos
hace evidente que el exceso de color local, con todas sus derivantes, ha viciado de raíz gran
parte de nuestras manifestaciones artísticas. Así como condenamos cualquier esteticismo,
condenamos también cualquier nacionalismo exacerbado y arrogante. Respetamos en el
folklore y en nuestras mejores tradiciones el alma esclarecida del pueblo, pero nos parece
que ciertos artistas han insurgido en una suerte de depredadores irreverentes de ese
patrimonio. Asimismo toda esa literatura de esquemas y de soluciones preconcebidas nos
resulta insustancial. Si la profecía se resiente ya de anacronismo, más anacrónica se hace
esa postura de estetas redentores que algunos, por comodidad, suelan adoptar. Exaltamos en
la literatura y en el arte su propia plenitud inalienable. La función social y humana la
cumplen en tanto que cauces de creación y nunca como simples escafandras de una
conducta parcializada. El hombre de hoy está volcado hacia una experiencia más vasta y
compleja, que sería inútil simplificar con limitaciones regionales o partidistas, y está urgido
por anhelos profundos de universalidad. Orientados hacia esa gran experiencia es como
debemos tratar los problemas nacionales. Es imperioso elevar a perspectivas más
universales los alucinantes temas de nuestra tierra. La anécdota, el paisajismo, la visión
pintoresca de la realidad, no son más que fraudes a los requerimientos de la época.
Debemos alimentar una firme voluntad de estilo, una vigilante dedicación al estudio y una
ideología más original y moderna. Nuestra cultura ayuna de ideas y problemas, como si aún
viviéramos en una Arcadia de imperturbables regocijos. Hay que poner de relieve una
conciencia rigurosa, estremecida de lucidez y de exigencias. La ingenuidad y la
improvisación deben estar distantes de nuestros propósitos. Sin hacer alardes de
modernidad mal entendida y sin olvidar a nuestros grandes maestros, nos sentimos asistidos
por una nueva visión y una distinta sensibilidad. No aspiramos a crear escuelas de
iluminados; sentimos desprecio por tales pretensiones. Pero sí queremos reiterar el espíritu
polémico que nos anima. Si algo es alarmante entre nosotros es la ausencia de debates sobre
los problemas y motivaciones de la creación, la ausencia de análisis objetivos al juzgar la
obra del artista. Vivimos en medio de prejuicios y cofradías. Nos falta meditación,
trascendencia. Nuestra escala de valores, está regida por la timidez y la complacencia. Pero

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la cultura es algo más que el juego deleitoso de gentes que se rinden mutua pleitesía. Ella es
expresión de la historia, espejo de los júbilos y de las tribulaciones del hombre. El reino
inquebrantable de la verdad.

Sardio. Nº 1, mayo-junio de 1958, pp. 1-3.

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TESTIMONIO. LAS CONSTANTES DE NUESTRA GENERACIÓN
ACASO ESTA NUEVA entrega requiera una definición más radical y exigente de nuestra
revista; pero no una altisonante y pretenciosa formulación de principios, postura vagamente
teórica que no ha dejado de proliferar en nuestra literatura, sino un lúcido y ya definitivo
esclarecimiento de motivaciones, esfuerzos creadores y tentativas ideológicas que la nutren
y definen. El hecho de que sobre ella —o contra ella— críticos incipientes, pretendidos
sociólogos de la cultura y otros desvaídos representantes de una inteligencia ya destituida o
por derrumbarse, expresa o veladamente, al sombrío rescoldo de sus frustraciones o de sus
eventuales intereses, se hayan prodigado para calificarla con los adjetivos más
contradictorios e inexactos, es ya razón para dilucidar lo que algunos, obstinadamente, se
resisten a comprender: que constituimos una generación consciente de su destino, poseída
por una voluntad de trascendencia, fiel a las verdades y dramáticas constantes del tiempo
que le ha tocado vivir y en él enraizada y comprometida, dispuesta a redimir por ejercicio
del espíritu y de la verdad lo que otras generaciones parecen haber sacrificado por la
negligencia y las pequeñas ambiciones; que somos un grupo de escritores y artistas para
quienes la creación es combate con el destino o con la historia y no esa farsa creciente que
es la cultura en nuestro país. Así, radicales y obligadamente solitarios, en nada nos desvela
el que se nos califique de sectarios, elitescos o aristocratizantes, presuntas categorías que
sólo revelan la mediocridad irredimible de la crítica y que en modo alguno pueden
neutralizar nuestros propósitos iniciales. Y no por creernos invulnerables o asistidos de esa
gracia que coloca a algunos ‹‹más allá del bien y del mal››, al contrario, por sentirnos muy
vivos y actuantes dentro de la dinámica de las ideas, es por lo que ahora respondemos a
esos desventurados juicios con que se ha pretendido sellarnos o condenarnos.

El supuesto sectarismo de nuestra generación no tiene otro origen que el mismo clima
menguado de la cultura nacional. Ante la lamentable medianía que parece regir nuestro
destino creador, hemos sido no ya sectarios pero si exigentes e implacables. Con una
verticalidad inédita en nuestra literatura y en nuestro arte, hemos sido radicales y
polémicos, sin que en nuestros juicios y valoraciones hayan intervenidos extraños designios
o deliberadas intolerancias. Y al comprometernos con una posición en la historia del país,
hemos puesto de relieve, con ánimos de ser vigilantes, la crisis aparatosa de nuestra
inteligencia. La literatura se nos dio como un arma de combate, como ejercicio de una
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personalidad libérrima e incontaminada de requiebros o de eufemismos. Y el acto de
creación ha sido para nosotros algo más que un acto gratuito, algo más que el alarde de un
espíritu desprovisto de compromisos y exigencias de su tiempo. Y sin aspirar a
convertirnos en sepultureros de otras generaciones, sin negar valores individuales, de esos
que la crítica suele llamar, no sabemos en base a cuales perspectivas ‹‹valores
consagrados››, hemos afirmado que nuestra cultura padecía la gratuidad de su propia
trascendencia, que más parecíamos una Arcadia de imperturbables regocijos que un país
dominado por el drama de sus verdaderas motivaciones y apasionantes dilemas y que
nuestro precario sistema de juicios y valores estaba regido por la banalidad, la timidez,
cuando no la complacencia calculada. Y condensábamos nuestro criterio en esta última
frase del testimonio del primer número: ‹‹La cultura es algo más que el juego deleitoso de
gentes que se rinden mutua pleitesía. Ella es expresión de la historia, espejo de los júbilos y
de las tribulaciones del hombre. El reino inquebrantable de la verdad››.

Que las pasadas generaciones, como tales y no como tránsito en ellas de grandes
individualidades, abandonaron el mundo de nuestra cultura a un dudoso juego de intereses
personales, de caprichos y de mistificaciones y que no supieron recrear a plenitud la
avasallante y siempre desasosegada realidad de nuestra existencia o de nuestra historia, lo
viene a demostrar el mismo desarrollo de la vida venezolana en todas sus manifestaciones.
Poseídos por una extraña y nada envidiable capacidad de mimetismo, la mayoría de
nuestros escritores y artistas han rendido fiel tributo a la cortesanía intelectual o a ese otro
devorante minotauro del oportunismo político o del bienestar egoísta, olvidando lo que
debe ser único imperativo del espíritu: una vasta y penetrante comunicación con el
universo, los sueños, la grandeza y aun la miseria del hombre. Antes que seres queridos por
una vocación o por las determinantes de la inteligencia, hemos tenido a todo lo largo de
nuestra cultura pequeños aprendices de ‹‹mandarines››, extenuados aspirantes de una ama o
de una fortuna que paradójicamente siempre se les ha negado. Con una irresistible
seducción por el prestigio superficial o por una gloria aldeana, se embriagaron con elogios
mutuos y acomodativos, hasta el punto de que hicieron arte e institución de esa
despreciable y ya proverbial ‹‹política literaria››.

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Pero hemos sido nosotros, los de la nueva generación, quienes hemos padecido esa
regocijada demagogia que ha señoreado en la cultura venezolana. Y, así, con precarias
referencias en el pasado y generalmente privados de la enseñanza de verdaderos maestros,
hemos sido una generación sacudida por el drama de la soledad y nos hemos sumergido en
el abismante mundo de la creación con una actitud exigente e irreductible, como si nadie o
muy pocos nos antecedieran. Y como nuestras ideas no eran para el simple comercio en
apacibles intimidades burguesas, en las que alegremente se suele destruir obras y esfuerzos
auténticos con el mismo desparpajo con que luego se exaltan e inciensan públicamente,
hemos expresado sin equívocos ni delicuescencias nuestra actitud. No hemos sido
intolerantes ni extremistas por sistema. Si alguna vez hemos querido esclarecer posiciones,
no lo hemos hecho por puro deleite o goce en la destrucción o por abordar miserables
sitiales de dominio. Por el contrario, hemos desterrado tales escorias morales. El
inconformismo y la exigencia han comenzado por nosotros mismos y jamás hemos
claudicado con el intercambio de halagos y requiebros entre los de nuestra generación.
Acaso otros, por parecer estimulantes y generosos, pero en el fondo por labrarse se
deleznable y temerosa seguridad intelectual, hayan comerciado con alabanzas hipócritas e
idolatrías. Una creciente e insobornable sinceridad ha sellado hasta hoy cuanto hemos
escrito y expresado. Y si hemos sostenido debates alrededor de problemas de nuestra
cultura, creemos que ello más que defecto es rasgo imperioso de una personalidad. Pero en
un país donde la inteligencia ha vivido secularmente bajo signos de lo acomodaticio, hemos
visto con desdén a esos seres que jamás han pronunciado un ‹‹no›› tajante y definitivo o
que nunca han tenido arrojo de ser sinceros, aunque esa sinceridad hiera o quebrante
instituciones, verdades reveladas, regocijados prestigios y demás virginidades.

Por otra parte, en nuestra revista y en todo cuanto hemos publicado fuera de ella, hemos
exaltado sin mezquindad, pero también sin complacencia, valores que sentimos como
verdaderos e influyentes, como Rómulo Gallegos, Alejo Carpentier, Vicente Gerbasi. De
Pablo Neruda, más allá de nuestras diferencias, hemos reconocido la dominante grandeza
de su poesía en Residencia en la tierra y Canto General. Así como hemos acogido textos
invalorables de Mariano Picón-Salas, Juan Liscano, Miguel Ángel Asturias, Gonzalo Rojas,
e igualmente traducciones de figuras esenciales del pensamiento universal. Buen

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testimonio, todo ello, de que nuestro sectarismo ha sido más bien jerarquización y límites
impuestos al arribismo y al fraude intelectual.

Finalmente, quienes pretenden desahuciarnos para la historia o para la militancia en las


vastas y crecientes transformaciones sociales o ideológicas, al calificarnos de elitescos o de
aristocratizantes, premeditadamente olvidan la permanente y nunca soslayada firmeza
cívica con que hemos defendido la soberanía de nuestro pueblo o la rotunda claridad con
que hemos acusado los asfixiantes intereses colonialistas que se han cernido y se ciernen
aún sobre nuestra historia y nuestra cultura. Y esto que ha sido actitud combativa en el
plano nacional, lo hemos sabido proyectar también a la situación continental y aun mundial.
Sensibles a todos los movimientos en que el hombre ha dejado testimonio inquebrantable
de la libertad de su espíritu o de la grandeza de su sacrificio, al producirse el triunfo de la
Revolución Cubana, enero de este año, la saludamos como la esperanza más vigorosa e la
hoy renaciente democracia latinoamericana, así como expresamos nuestro enfático repudio
a la amenaza de intervención armada sobre nuestro país por parte del poderío yanqui, en
momentos en que la temeraria visita del vicepresidente Nixon desencadenaba una profunda
protesta del pueblo venezolano contra el imperialismo de Norte. Y solidarios con los
movimientos de liberación nacional, insertamos en el número 2 de nuestra revista textos
que ninguna otra revista del país se tomó el trabajo de publicar: los de Georges Arnaud y
Jacques Verges sobre el escalofriante y patético caso de Djamila Bouhiren, la joven
combatiente de la resistencia argelina, y el testimonio no menos elocuente y acusador de
Henri Alleg: La Question, grandioso alegato de otro combatiente al lado de Argel, torturado
y escarnecido por los oficiales del ejército francés. Y, deliberadamente, dejemos de
mencionar la personal actuación que nos tocó jugar a cada uno de nosotros en la resistencia
nacional durante la década de la última dictadura, responsabilidad que acaso no asumieron
muchos de los que hoy aspiran a juzgarnos.

He aquí las verdaderas constantes, la constancia y la tenacidad de nuestra generación. No


aparentamos de intocados ni creemos habernos purificado en aguas lustrales, pero vivimos,
actuamos y creamos a imagen y semejanza de nuestras vidas, con toda la enigmática y
contradictoria grandeza de nuestras vidas. Así comprometidos o incitados, difícilmente
caeremos en ese eclecticismo impotente o en esa conformidad beatífica a que se nos quiere

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reducir cuando, con una concepción simplista de la historia, se promulga que toda rebeldía
se desvanece con el tiempo, que todo se mueve con una suerte de circulo vicioso en el que
los que hoy niegan mañana serán a su vez negados. Aun ante sobrecogedoras y fatales
perspectivas, y como no nos sentimos simples rebeldes por mocedad o imprevisión,
aspiramos a seguir fieles a nuestra indeclinable actitud original.

Sardio. Nº 8, abril-mayo de 1960, p. 1-3.

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EL TECHO DE LA BALLENA
LOS AÑOS SESENTA CONSTITUYEN un período, desde el punto de vista político y
cultural, de intensas confrontaciones. Es en este marco de revisiones, polémicas y, en
cierto modo, subversión literaria, que surge un grupo como El Techo de la Ballena. Sus
integrantes provenían, en su mayor parte, del grupo literario Sardio. El principal animador
de este peculiar grupo fue el poeta Caupolican Ovalles, quien constituyó un polémico
equipo de escritores y pintores. Junto a Ovalles, estuvieron también Juan Calzadilla,
Edmundo Aray, Adriano González León, Francisco Pérez Perdomo, Carlos Contramaestre,
Efraín Hurtado, Dámaso Ogaz, Daniel González, entre otros.

Como todo grupo literario, El Techo de la Ballena representa una generación que irrumpe
en momentos en que se cierne sobre el país un marcado clima de incertidumbres políticas,
y ellos, de alguna forma, no dejaron de manifestar sus opiniones al respecto. Redactaron
tres manifiestos que aparecieron sucesivamente en una revista que tenía por título Rayado
sobre el Techo. El primero de estos, ‹‹Para la restitución del magma››, fue publicado el 24
de marzo de 1961; el segundo aparece en el número 2 de la misma revista correspondiente
a mayo de 1963, y el tercero tiene como título ‹‹¿Por qué la Ballena?››, Firmado por
Adriano González León. La reproducción de estos tres textos son una muestra clara del
vigor de planteamientos estéticos e ideológicos expuestos con bastante agresividad y que
definen el carácter fundamentalmente polémico del grupo.

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PARA LA RESTITUCIÓN DEL MAGMA
ES NECESARIO restituir el magma la materia en ebullición la lujuria de la
lava colocar una tela al pie de un volcán restituir el mundo la lujuria de la
lava demostrar que la materia es más lúcida que el color de esta manera lo amorfo
cercenado de la realidad todo lo superfluo que la impide trascenderse
supera la inmediatez de la materia como medio de expresión haciéndola no
instrumento ejecutor pero sí médium actuante que se vuelve estallido impacto
la materia se trasciende la materia se trasciende las texturas se
estremecen los ritmos tienden al vértigo eso que preside al acto de crear que es
violentarse-dejar constancia de que se es porque hay que restituir el magma en su
caída… el informalismo lo reubica en la plena actividad del crear restablece
categorías y relaciones que ya la ciencia presiente porque el informalismo también tiene
su hongo el toque de una materia arbitraria que corre hasta los ojos más incrédulos
es una posibilidad de creación tan evidente y tan real como la tierra y la piedra que
configuran las montañas porque es necesario restituir el magma la materia en
ebullición la prótesis de Adán.

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EL GRAN MAGMA
BAJO TODA ESTRUCTURA que pretenda encerrar una dinámica existe ya un gran
germen de ruptura
tenemos menos capacidad para organizar esto es evidente
que para vivir vivir es urgente
de ahí que la ballena para vivir no necesita saber zoología

el techo de la ballena está fundado en la plena lucidez incontrolable del orgasmo


que sólo los insomnios verifican porque la ballena es el único prisma válido es el
único prisma que tiene su barbarie

pocas realidades son tan emocionantes como un hombre que rompe todas las liturgias del
lenguaje el techo de la ballena es más que un hombre

bajo su ligamen todas las cosas tendrán un punto de unión con lo inasible tal es el
sentido que se descubre en lo que la ballena ha devorado en la piel de la iguana en
la superficie de la pintura devorada por su propia materia los almanaques no registran todo
lo que puede decirse acerca de la ballena

es el hombre cósmico exigiendo su grito es un gesto es una actitud el techo de


la ballena al igual que los cantantes de moda gozará de una extraordinaria popularidad

el techo de la ballena es un animal de piedra que resucita


el mundo para bienestar de sus huéspedes
el techo de la ballena reina entre los amantes freneticos
dueño de una irreconquistada materia
Rayado sobre el Techo. Nº 1, 24-3-1961.

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EL SEGUNDO MANIFIESTO
A DOS AÑOS DE EXISTENCIA, El Techo de la Ballena, reo de putrefacción, se declara
incontaminable, o mejor, su propia putrefacción es el antídoto que se requiere para repeler
el asalto de tantos gérmenes que lesionan el derecho a gritar y ponerse panza al sol en los
912.050 kilómetros cuadrados venezolanos. Y a los dos años es inútil pensar que la Ballena
tome otra ruta que no sea la del rechazo constante —hasta que su vigilancia cetácea lo
considere necesario— de toda la banal cortesía y abaniqueo de señoritas que ha sido el
rostro de nuestras letras y nuestra pintura.

Desde los 3 m. por 5 de los garajes donde nos hemos refugiado se ha expandido una grasa
plástica (oleoum magnae), según decía Tircio (o residuos de X-100 y Esso-Motor-Oil,
encantador patrimonio que nos otorgan las compañías explotadoras) para embadurnar bellas
costumbres de nuestra pintura, comenzando por todo el paisajismo tradicional con el que
señores gotosos paseaban desde sus habitaciones del Country o Valle Arriba por el Cerro
del Avila, hasta pasar por u realismo barato de muchachitos barrigones con latas de agua o
‹‹revolucionarios›› empuñando un fusil parecidos a policías, que alegran igualmente el
candor cristiano de los señores del Country y del gobierno, dispuestos a comprar esos
cuadros como si se tratara de una labor de ‹‹Charitas›› o de ‹‹Fe y Alegría››. Así, hasta
llegar a los rezagados de la geometría, dándose golpes contra los muros de la ciudad y
buscando rápidamente asilo en las tajadas de la consagración, cosa que según ellos podía
permitirles administrar premios, ser bien pagados o viajar a París. Estas tres posiciones
lesionadas por la grasa ballenera, no disfrutan por sí solas de los golpes del cachalote: hay
una cuarta categoría de pintores sueltos, danzando en la cuerda floja de amistades
influyentes y grupos de café, avanzando rápidamente hacia un academismo astroso y que
pretenden justificar su individualismo insubstancial en frases odiosamente hechas como ‹‹lo
que cuenta es la obra realizada››, ‹‹hay que hacer un trabajo concreto››, ‹‹esta exposición es
mi mensaje y no las payasadas de grupo››.

Hacemos un aparte, porque este último sector es el que ayuda a la Ballena a precisar su
natación. Los otros bandos están demasiado señalados, adornados con flores como el señor
López Méndez, atestados de demagogia como el Taller de Arte Realista confundidos como
Alejandro Otero, quien desvirtúa su gran tensión creadora en un gesto a ultranza de

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incorporación del objeto, con el propósito de alarmar, cuando ya en nuestro país, después
de Contramaestre, para lograrlo sería necesario presentar un hombre apuñalado contra un
cuadro. Volvemos al último bando, para afirmar frente a él la necesidad de la investigación
y la experimentación, único camino que puede mantener en una permanente vitalidad
nuestro provinciano universo plástico, sobre todo cuando cuatro o seis galardones bastan
para dejar fuera de ruta muchas vocaciones que se hubieran hecho más fructíferas mediante
una permanente reinvención de su trabajo creador. Sentirse satisfecho por un premio oficial
o por lograr la concurrencia a representaciones internacionales, es un pobre alimento que
aniquila la tarea del artista cuando no la vida. Es ingresar en ese trágico desfile de
cadáveres vivientes que ya han formado nuestros escritores, desquiciados en su mayor parte
por la burocracia como en el caso de Viernes, aletargados por las relaciones públicas como
en el caso Contrapunto, domesticados por un compromiso absurdo como en el caso de los
escritores oficialistas. ‹‹La poesía es un hecatombe, un sálvese quién pueda››, decía Breton.
Por ello la responsabilidad es de vida o muerte, hasta extraer las consecuencias últimas.
Utilizarla para convertirse en hijo predilecto de un pueblo del interior es un caso que oscila
entre la ingenuidad y la traición. Hacer de la creación novelística, aun con la solvencia del
dominio sobre el instrumento, como en el caso de Gallegos, una especie de muro de
protección contra los requerimientos de una narrativa más ágil y renovada, no es sino
sucumbir en un pobre magisterio del cual se aprovechan los políticos oficialistas para
provocar las lágrimas. Y manejar los cánones de ciertos dogmatismos ideológicos, agitar
todas las minucias de una preceptiva tiñosa, como en el caso de Crítica contemporánea, es
ahogar el empuje revolucionario en una sospechosa serenidad profesoral.

El Techo de la Ballena cree necesario ratificar su militancia en una peripecia donde el


artista y el hombre se jueguen su destino hasta el fin. Si para ello ha sido necesario rastrear
en las basuras, ello no es sino consecuencia de utilizar los materiales que un medio
ambiente, expresado en términos de democracia constitucional, nos ofrece. Nuestras
respuestas y nuestras acciones surgen de la misma naturaleza de las cosas y de los
acontecimientos, como claro ejercicio de la libertad, clave para la transformación de la vida
y la sociedad que aun estadio superior no puede detenerse y a cuya perfección o
hundimiento también continuaríamos contribuyendo. De allí que n funcionen imposiciones
de ningún género y no es por azar que la violencia estalle en el terreno social como en el

52
artístico para responder a una vieja violencia enmascarada por las instituciones y leyes sólo
benéficas para el grupo que las elaboró. De allí los desplazamientos de la Ballena. Como
los hombres que a esta hora se juegan a fusilazo limpio su destino en la Sierra, nosotros
insistimos en jugaros nuestra existencia de escritores y artistas a coletazos y mordiscos.

Rayado sobre el Techo. N° 2, mayo de 1963.

53
¿POR QUÉ LA BALLENA?

¿POR QUÉ LA BALLENA?, preguntó alguien con esa irritante necesidad reflexiva que
muestra a veces quien, justamente, no tiene cómo explicarse para qué ha nacido.

Y es que hay una manera de justificar el hecho de no tener respuestas, jugando


pomposamente, profesoralmente o con falsa ingenuidad, en medio del vacío, con el
quehacer de los demás. En el disparadero mental de nuestra cultura, en medio de esta salsa
musgosa de país sometido y vejado, en esta especie de muladar de los grandes consorcios,
es quizás lo menos esperar actitudes semejantes. Ante la revelación de la propia
impotencia, de la inutilidad creadora o de la falta de audacia para cortar un camino,
refugiarse en los tradicionales mecanismos del pensamiento, balbucear como aldeano
cuando se pretende ser universal, gastar las malas mañas del burgués cuando se quiere ser
revolucionario, no es ni siquiera sorpresivo sino más bien un acomodo dentro del mentidero
general en que nos hemos debatido.

De allí que cualquier empresa riesgosa aparezca sin ajuste en los astilleros de una lógica
aburridamente cotidiana. De allí que alguien pregunte por qué la ballena, elemento austral o
boreal, y no un caimán, tan vivo y bien criadito en nuestros paraísos tropicales. Esto para el
teórico, que desea que la realidad sea la realidad, aunque se niegue a buscarla por todos sus
costados. Pero también, y con el mismo espíritu de mediatización, para el ama de casa a
quien le es mucho más fácil echar a freír en la sartén un pargo que un cachalote.

No vamos a dar respuesta pura y simple. Siempre hemos odiado la voracidad de los
interrogativos, y un examen es un examen, llévese a cabo en el aula, en el café o en la
Dirección General de Policía. A la manera de los torturados provistos de oraje y hombría
‒¡tantos hubo en los últimos años! ‒ no vamos a cantar. Y la manera de los malos alumnos,
ante la maliciosa pobreza del cuestionario, nos vamos a copiar: Uno puede reconstruirse a
sí mismo, ingerir el agua de su propio surtidor. Solamente esa onda que ha ido quedando
detrás de nuestro Techo durante estos tres años de difícil y activa natatoria, puede rendir
testimonio. Si se desea saber algo, allí está la ruta marcada, con el insinuante misterio de

54
los fuegos de San Telmo, la solitaria instancia de matar a que provee el albatros o los
pedazos todavía brillantes de cualquier huracán por las aguas del Caribe.

Sobre la superficie, en la huella de esa peripecia, está ardiendo aún la mecha de un


dispositivo polémico, colocado a veces con métodos terroristas, como jamás se había hecho
en la pacífica y respetuosa fábrica de nuestras artes y nuestra literatura. Para tanta seguridad
ponzoñosa, para tantos tejes y manejes, para el esteticismo anquilosador que sólo admite la
<<obra realizada>> o para la seguridad tapizada de los dogmáticos, fue necesario, en un
momento dado, la estrategia del sabotaje. Ello volvió locos a los pescadores razonables. El
golpe de aleta que trastocó el curso tradicional de la pelea, desmembró viejas armazones a
las que no se les había desnudado con suficiente fiereza y desorientó a los que con vocación
para el cambio, manejaban, para lograrlo, métodos ya aletargados por el orden que se
pretendía minar. Y es que en la tarea de cambiar la vida y transformar la sociedad, el uso
mecánico de las recetas nada podía conseguir porque justamente se trataba de una cuestión
dialéctica: para un determinado momento y un determinado país, los recursos de lucha
obedecen a una necesidad5.

Necesidad de la acción: de una poesía y una pintura acción. Poblar, despoblar, declararse en
huelga, santificar los niples, tirar las cosas a la calle. Una aventura en la cual el propio
riesgo de la consumición del artista es en sí valedero como quehacer estético y humano.
Actividad y pasión al rojo vivo, porque el trabajo paciente y el llamado buen juicio sólo han
servido para conducir a la academia, a los decanatos, a la administración o al disfrute del
buen padre de familia. No afirmaríamos, sin embargo, que en el camino recorrido hemos
apresado toda la verdad. Ello sería justamente negar los propósitos iniciales de El Techo de
la Ballena6. Nadie puede manipular fría y groseramente el patrimonio de lo cierto. Pero
emprender su búsqueda con temor a las malas aguas, sin sentirse tentado por la carga de
hallazgos y nuevas riquezas que ofrece un extravío, es moverse protegido por salvavidas y
deseo de aprehender las cosas por la sola mitad.

Una simple navegación por el agua botada o los desechos dejados por la Ballena, significa,
al menos para nosotros, el encuentro con una certidumbre: la pintura y la poesía en nuestro

5
VER <<Segundo Manifiesto>>, parte final, Rayado sobre el Techo, N° 2, mayo 1963 (Nota de A. G. L.).
6
VER Rayado sobre el Techo, N° 1, marzo 1961 (Nota de A. G. L.).

55
país no podrán seguir siendo un manso escalonamiento de honores, que solo obtienen
impunemente, pues no hay vías pacíficas que permitan el llamado disfrute de la
consagración. Todos los títulos, los documentos, los apellidos, las influencias, los
conciliábulos, los premios, prodúzcanse ellos en las escuelas universitarias, en los museos,
o en las casas de los mecenas, no adquieren por eso su única solvencia y están sometidos a
una vigilante línea de fuego. De este soplo perturbador, introducido en un medio beato y
conformista, de no haber otras realizaciones, El Techo de la Ballena extrae su orgullo vital.
Y de allí parte una posibilidad aproximativa hacia un mundo más amplio como el de
América Latina. Sometidos por igual al fraude, al robo y la alienación, igualmente
hostigados por los infantes de marina y las compañías petroleras o bananeras, en todos los
países se cumple por igual un proceso de imbecilización y trampa a la cultura, del cual son
culpables los entreguistas y los serviles, por sobradas razones, y aquellos que han creído en
la fuerza intocable de los dogmas.

Atento a las transformaciones ideológicas operadas en el mundo, arremetiendo al mismo


tiempo contra los tradicionalistas y los sectarios. El Techo de la Ballena se ha plegado a
una actividad más atenta del hombre: esa actividad que aún produciéndose en el mundo
capitalista o en el mundo del subdesarrollo, implique un golpe abierto de rechazo o
denuncia, una exigencia de transformación. El Techo de la Ballena reconoce en las bases de
su cargamento frecuentes y agresivos animales prestados a dadá y al surrealismo. Así como
existen en sus vigas señales de esa avalancha acusadora de los poetas de California. O
como habita en los palos de su armazón un atento material de los postulados dialécticos
para impulsar el cambio. Ello es precisamente la razón de estar en pie, persiguiendo los
vendavales.

Pero igualmente advierte que en toda la estructura y el andamiaje priva una circunstancia
venezolana, desmelenada, imprecisa acaso, pero provista del coraje requerido en la
necesidad de afirmarse. Acá, por especiales razones, como en toda América Latina, nada de
lo que en letras y artes nuevos se ha realizado nos puede ser extraño. Los métodos de
trabajo, la ampliación de fronteras, las vigorosas empresas cumplidas en otras latitudes, nos
prestan, como en la ciencia o la política, un amplio escenario de investigación, en el cual se
cumplen afirmaciones o rechazos de acuerdo con nuestras evidencias. Ponerse de espaldas

56
es pura y simplemente jugar al avestruz. Entrar con nuestros propios ropajes, para
vigorizarnos, en la gran ola universal, es dotar a nuestra condición de artistas y escritores de
la única veta que puede provocar la trascendencia: saberse cultivadores de una nueva tierra,
con hojas y frutos venenosos o insólitos, pero no ya un producto servil de imitadores de
huertos bien cuidados en Europa... o pobres parceleros de verduras a quienes las plagas, los
desinfectantes folklóricos o el arado con bueyes les han clavado el subdesarrollo en el alma.

¿Por qué la ballena? Por eso justamente. Porque hubiera sido fácil elegir el caimán. O
porque hubiera sido de señoritos estetas elegir hipocampo. Y también porque la ballena está
en medio de la bondad y del horror, sujeta a todo las las solicitaciones del mundo y el cielo,
con su vientre dignísimo que se ríe de Jonás y engulle un tanquero de petróleo, toda
extendida de uno a otro extremo de la tierra, que casi es la tierra misma o es pájaro
minúsculo que picotea su diente careado en el cual nadan los peces. Esa amplitud natatoria,
ese deslizarse frenético, que nos permite negarnos en su comienzo a contestar, y concluir
contestando, porque, a pesar del odio al inquisidor, teníamos suficientes respuestas para
anular su deleznable pregunta. Ese empuje hacia lo desconocido que puede acrecentarnos la
razón de vivir y contaminar los instrumentos de una substancia corrosiva que cambie la
vida y transforme la sociedad.

Rayado sobre el Techo. Nº 3, págs. 3-4.

57
TROPICO UNO

EN 1964 SURGE el grupo y la revista Trópico Uno, cuyo trabajo y actividad literaria se
inscribe dentro de las circunstancias literarias y políticas del momento. Insertos en un
clima social de fuertes tensiones ideológicas, este grupo elabora una práctica cultural muy
concreta que intentará responder, a través de la poesía, a los desafíos sociales del
momento. Iconoclastas e irreverentes, sus puntos de vista sobre literatura y el arte se
colocan al márgen de otras proposiciones con el objetivo de acentuar un estilo y un
pensamiento diametralmente distinto. Su desconfianza con respecto a los discursos
habituales sobre el hacer literario, su <<furiosa intransigencia>>, tal y como ellos
recalcaban, revela con enorme claridad la plataforma crítica que les servía de medio
expresivo para dar a conocer sus convicciones y postulados. Como tales, no crearon una
<<poética>> especial, ni siquiera intentaron transformar aspectos relativos al lenguaje
poético, sino tal vez mejor desearon calibrar sus palabras de acuerdo al clima político que
la violencia venezolana y latinoamericana de aquellos años, demandaba con arrolladora
fuerza. Su escenario clave fue el oriente del país y en Puerto La cruz, poetas como Gustavo
Pereira, Lira sosa, Eduardo Lezama, a. E. acevedo, entre otros, constituyeron un equipo
entusiasta y heterogéneo. En el primero y el segundo número de la revista aparecen dos
editoriales que considero deben tomarse como un manifiesto, pues en ambos hay
suficientes elemntos teóricos que traducen, en efecto, una tma clara de posición con
respecto a cuestiones de carácter literario y ético. Si bien su redacción no fue pensada,
imagino, en términos estrictos de un <<manifiesto>>, no obstante sus enunciados
apuntan, evidentemente, hacia el tono de todo manifiesto literario.

58
TRÓPICO UNO - Nº 2

Septiembre - Octubre 1964

1) DEBIDAMENTE establecidos los contactos TRÓPICO UNO afirma su furiosa


intransigencia en favorde crear la atmósfera subversiva que, hoy por hoy, el hecho
poético reclama en nuestro país.

2) NO se trata de solazar a los Culpables con fuegos de artificio verbales.

3) NI mucho menos determinar supuestas zonas francas del espíritu cuando lo que se
requiere son territorios libres de prevaricadores y de augures de la entrega
abominable.

4) DESCALIFICADA como está la vida exclusivamente literaria y la existencia


gratuita.

5) EN un mundo que nada tiene de gratuito.

6) TRÓPICO UNO rechaza el simulacro de autoridad artística, literaria u otra, al cual


supuestamente debemos estar sometidos.

7) LA irrupción flagrante de TRÓPICO UNO coincide con un período de


fermentación y de descomposición, de desgarramiento y de desprecio.

8) BAJO tales influjos se legitima nuestra precaria condición.

9) Y se exalta la necesidad de ser cada vez más agresivos.

59
MANIFIESTO DE RENOVACIÓN DE LA ESCUELA DE LETRAS

EL MANIFIESTO de renovación de la Escuela de Letras de la Universidad Central de


Venezuela, redactado en 1969, fue un polémico y extraordinario documento que se
propuso, fundamentalmente, efectuar una profunda, audaz y sincera revisión de los
lineamientos académicos que hatsa esa fecha habían imperado en los pensum de estudios
literarios en esa importante Escuela universitaria. Impregnado de un espíritu de
cuestionamientos, discusiones y debates que apenas un año atrás movieron a las fuerzas
estudiantiles de países como Francia y México en la búsqueda de un definitivo cambio en
las estructuras políticas y educativas, este manifiesto venezolano logró transformar los
viejos esquemas anquilosados y represivos de la antigua concepción curricular de la
Escuela de Letras. Fueron días de intensos y violentos debates donde se colocaron en el
banquillo de los acusados, tanto a profesores, coordinadores, directores y alumnos.
Ninguno fue perdonado y de ese juicio implacable, surgió un documento de gran
importancia que terminaria originando, por suerte, un nuevo esquema educativo vbasado
en la libertad y en una concepción de la literatura o de la enseñanza literaria, que
respondiera tanto al rigor de lo aprendido como al placer de lo estudiado. Dentro de este
grupo de manifiestos literarios, el de la Escuela de Letras es el único que ofrece
características singulares, por tratarse de un manifiesto que involucra aspectos
pedagógicos vinculados directamente a una gran comunidad, como es la Universidad
Central. Dos décadas después, el alma de este manifiesto pudiera contrastarse con la
actual realidad literaria del país. Lo que ocurre es que la década del sesenta fue, sin duda,
la gran década, cuyos contenidos son, en este momento, irrepetibles. El texto original
escrito y reproducido mimeografiadamente, contiene múltiples aspectos que lo convirtieron
en un extenso documento. Por tal razón, hemos preferido transcribir de él un extracto
donde está lo más importante del sujeto discutido en cuestión.

60
MANIFIESTO DE RENOVACIÓN DE LA ESCUELA DE LETRAS

Mayo de 1969

HEMOS LLEGADO al problema. ¿Qué es para la Escuela de Letras la Literatura? De


inmediato, algo que está en los manuales, pues aquí cuando se leen las obras hay que
atenerse a los comentarios librescos de las obras (hay excepciones, sí, son los gafos).
Luego, algo que no está en ninguna parte, puesto que las deducciones tautológicas no dejan
ver la cola de su inmensa paradoja vengativa. Finalmente, algo que que está en todas partes
menos en una: la Escuela de Letras, pues uno empieza a sentirla apenas toca la Plaza
Venezuela a las nueve de la noche, harto, desesperado y triste.

La orientación de la Escuela, si es posible referirla a algún criterio intelectual, es


básicamente siglo XIX. Una manía interpretativa positivista asfixia las materias más
importantes: Introducción a la Literatura, Literatura Venezolana, Literatura
Hispanoamericana, literatura Española, Teoría Literaria. Todo debe encajar en el
realismo: fotográfico, realismo documental, realismo dinámico, realismo socialista,
realismo histórico, realismo impresionista, realismo expresionista, realismo social, realismo
tradicional, realismo reformista, realismo interpretativo, realismo naturalista, realismo
crítico, realismo experimental, realismo intuido, realismo mágico, realismo fantástico. Es
que en Letras todavía se analiza según el patrón forma-contenido. Todavía se pretende
<<analizar>>, lo que revela que los profesores leyeron mal el clásico texto de Sartre, pues
si se dejaron impresionar por lo del <<compromiso>> pasaron por alto lo de la esencia del
pensamiento burgués. Consideren ustedes esta pieza cuyo sentido, originalidad y necesidad,
si lo tiene, ha podido resumirse en cuatro líneas:

<<Cerrado y agotado el movimiento modernista dentro de sus propias limitaciones, el


postmodernismo representa por una parte el rechazo a los excesos esteticisas, y por la otra
integración de esas mismas conquistas a una nueva perspectiva de la realidad. Si e cierto
que dentro del plano puramente literario se da un cansancio de las formas, no lo es menos
que una nueva realidad política, económica y social va a exigir al escribir una nueva

61
posición. Históricamente son grandes los cambios y convulsiones que condicionan al
escritor de este tiempo: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, el fenomeno de
expansión imperialista, la Revolución Mexicana, la Guerra del Chaco, la Guerra Civil
Española. Estos acontecimientos van a significar una preocupación cada vez más honda
por los problemas nacionales y la necesidad de una afirmación cada vez más diferenciada y
consciente. De algún modo, frente a la riqueza de formas del modernismo, la realidad
parece ahora sobrepasar los medios expresivos en una verdadera confrontación del escritor
con su medio. Sin embargo, este proceso tampoco se da de golpe, ni de manera igual en la
poesía y en la narrativa. La narrativa va a ser más decidida en su rechazo al modernismo y
se va a afiliar de nuevo a una vena realista tradicional, enriqueciéndola, e incorporando una
visión de la realidad más objetiva y crítica. En la poesía el fenómeno se da de distinto
modo. Se afilia antes a los movimientos vanguardistas europeos, conservando una carga
modernista mucho más fuerte, que no logrará una verdadera expresión auténtica y original
sino bien entrado el siglo XX. Es por eso por lo que en cuanto a poesía se refiere, el
postmodernismo no ofrece una serie de movimientos definidos y estructurados sino, como
ya se ha dicho, es un contínuo proceso de afirmación de nuevos modos, y de búsquedas de
adecuación de los elementos heredados con la nueva realidad, cada vez más exigente>>.

(Transcripción fidedigna de una exposición oral)

Aparte de que no entendemos cómo <<la realidad>> en un período histórico puede ser más
exigente que en otro, tomen nota de la imposibilidad de caracterizar un fenómeno que no
se ofrece a sí mismo como <<movimiento>>. Nuestros profesores aspiran a ficharlo todo,
quisieran convertir la literatura en una colección de estancos. Por eso les resulta imposible
acercarse a lo contemporáneo ‒es decir a nosotros‒ y la poesía ‒es decir nuestras ganas‒ se
les convierte en el pantano en que finalmente perecen. El fragmento copiado de una
magnífica imagen del espíritu que informa a la Escuela de Letras: pésima coordinación,
repeticiones, inelegancia, vocabulario pobre, sed de abstracción, división incalificable de os
géneros, lugares comunes... Nótese finalmente la obsesión de la realidad, esa que a veces
produce verdaderos delirios interpretacionistas:

62
<<Podemos concluir que El hombre de hierro no existe sin su protagonista, pero
debemos saber en qué medida sustenta su propia esencia por sí mismo o está
sustentado por el mundo de ficción que lo rodea. Esto incluye el proceso recíproco
realidad-real y realidaddel novelista y su visión. El problema del super o infra
hombre que es lo que se destaca en la obra, debe relacionarse con el proceso
anterior, y si llegamos a la conclusión de que la novela está sustentada por el
protagonista (pero, ¿cómo producto del medio social o como invención del
novelista?), si la novela que centra la atención y el desarrollo episódico en el
personaje se detiene fundamentalmente en lo psicológico, tendremos una novela que
tiene hacia el psicologismo.
¿Será eso realismo?
¿Pero es que el naturalismo centra su atención en el personaje y construye novelas
alrededor del super o infra hombre? ¿O son las piezas de la maquinaria social
mucho más marcadas?
En el supuesto de la construcción novelesca alrededor del personaje, tendríamos
que concluir en que la aleja del naturalismo>>.
(Transcripción fidedigna de una exposición oral).

Pero la realidad, profesores, comienza para nosotros por lo que Uds. hacen diariamente,
intelectualmente. Y ante tales esfuerzos uno se acuerda de Diógenes, el cínico, quien <<se
admiraba de los gramáticos que se escudriñan los trabajos de Ulises e ignoran los
propios>>.

Un golpe de dados jamás abolirá el azar dice más sobre la poesía moderna que se nos pide
leer, y Rubén Darío dejaría de oscilar entre el <<americanismo>> y el <<exotismo>> si lo
concibiéramos al fin como poeta, ese borracho que dejó para nosotros el auténtico mensaje:

<<ama tu ritmo y ritma tus acciones>>.

<<La realidad>> y <<La historia>> son en Letras las categorías imprescindibles. Nuestros
profesores parecen no haberse dado cuenta de que el pensamiento histórico ha entrado en
franco desprestigio desde que Europa es nada más que una ínfima parte del mundo. Cómo
aplicar criterios históricos al estudio de San Juan de la Cruz; sí, para <<situarlo>>, pero

63
situarlo no es escucharlo. El San Juan de los profesores no respira, agobiado por las
<<influencias renacentistas>>; el nuestro escribió:

Modo para no impedir al todo:

1. Cuando reparas en algo


dejas de arrojarte al todo.
2. Porque para venir del todo al todo
has de negarte del todo en todo.
3. Y cuando lo vengas todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer.
4. Porque si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro.

Porque, profesores, para nosotros se trata precisamente de arrojarnos al todo.

Lo que nos importa de la literatura, es lo que ya no es Literatura; nos interesa sólo lo que se
desprende del acaecer temporal. Sabed, profesores de Letras, que un antropólogo tiene
veinte años diciendo, que si trabaja en sociedades no históricas, es porque en ellas las leyes
del espíritu se manifiestan ccon casi absoluta libertad. Sabed que el arte es revelación más o
menos disimulada de esas leyes.

Pero Uds. pretenden en lo desconocido creyendo que vuestra palabrería, que ni siquiera es
forma de desconocimiento, es Conocimiento. Autosuficiencias, racionalidad,
sensatez=sueldos y más sueldos. No les envidiamos esa seguridad en Uds. mismos, pues
ese es el camino más corto hacia la superficialidad:

<<Celimena es una persona que discute con gracia y con argumentos. Es realmente
muy dialéctica. Entre Celimena y Alcestes no hay mucha diferencia al hablar mal y
criticar a la gente, aun cuando él cree lo contrario.
Cuando se anuncia la llegada de los marqueses, Alcestes amenaza con irse pero ella
insiste en que se quede aun cuando ella sabe qué es lo que se dirá allí y le pide que
no se vaya.

64
Pero al darse cuenta de que él odia tanto a los marqueses, le permite irse. Hay un
personaje en la obra a quien Molière odia que es Arsinrè, que se parece a Celimena,
pero que se le opone al mismo tiempo. Eliante, hasta cierto punto se opone a
Celimena ya que s más reservad, menos coqueta, menos brillante y sensible,
honesta, sincera y pura. Tiene un poquito de eso qu caracteriza a Celimena>>.
<<La palabra instrumenta uno de los caracteres primordiales de la condición
humana: proyectarse en imágenes hacia un mundo vicario e icástico pero no menos
importante que el mundo de la percepción. Parece ser un carácter básico e
irrenunciable; casi un instinto tan vehemente como el sexual o el egocéntrico (!).
Este mundo ecástico y vicario, pero no menos importante que el mundo empírico no
sustituye la realidad sin que se integra en ella para enriquecerla. Es un símbolo
literario que subsume la experiencia individual para convertirse en experiencia
colectiva humana; se troquela un estímulo de conducta o una satisfacción espiritual
de índole elevada. De aquí el carácter enriquecedor y catártico de la literatura>>.
(Apuntes fidedignos de una clase de Literatura Francesa y fragmento de la obra
Introducción de crítica literaria. P. 18-19 de Segundo Serrano Poncela).

Como se ve, nada mejor, ni siquiera distinto, de lo que se nos dijo en bachillerato. El nivel
de la Escuela de Letras es sencillamente liceísta, tanto por los métodos de enseñanza
predominantes, como por su idea de literatura. Aquí se nos ha dicho que Rayuela es una
<<novela frustrada>>, opinión tan deplorable como ocurriría sí un cohete espacial fuera
confiado a un piloto de la Primera Guerra. Nosotros entre tanto podríamos demostrar a los
profesores todo lo que de Darío hay en Góngora (sic), cosas que no hemos aprendido aquí
sino a pesar de pasárnosla aquí.

Estamos convencidos de que el asunto de una Escuela de Letras en la segunda mitad del
siglo XX y en este carácter de tercer mundo, y no habiendo cumplido siquiera la obligación
de habilitarnos con el don de una bella retórica, de impartidos conocimientos ni
información aun dentro de cualquier canon atrasado, tiene que ser la definitiva certeza de
que la vitalidad estallante en nosotros, de que nuestras potencias latentes, de que nuestra
actitud de fecunda al mundo, todo en que consiste propiamente la imaginación, constituyen
las únicas materias que podrían embargo nuestra atención transidas entre el imperativo

65
individual de ser superiores y el deber de ayudar a los otros a ser superiores. Podemos e
incluso queremos prescindir de La palabra <<imaginación>>, pues simplemente estamos
refiriéndonos a nuestro impulsó joven, a todas nuestras ilusiones con relación al brillante
prestigio de lo universitario, a nuestra pureza, que año tras año, y generación tras
generación, no han terminado más que en el holocausto convencional.

A veces ‒siempre‒ hemos llegado, mucho más que como tablas risas adolescentes, mucho
más que con sueño, que con el ideal, con nociones, con conocimientos y aun con
confirmaciones de carácter y verdaderos ilustres cultos, adelantadísimos, excepcionalmente
modernos, verdaderamente bien encauzados según los más inequívocos criterios que
proveen el rigor científico y la penetración sensible, y nos hallamos ‒¡en la Universidad!‒
con la sola e inevitable obligación de tener que hacernos los ignorantes, porque los
profesores, desde su detenido tiempo histórico ‒Peonía, María, irresponsabilidad
americana de Darío, lo histórico y lo ficticio en el Poema del Mio Cid, la preceptiva de
Boileau, los resúmenes de la Ilíada y la Odisea, falta de solidez ideológica de Pavese‒, no
pudieron ser alcanzados por la intuición de que el surrealismo tiene la más completa y
humana razón cuando condena vertiginosamente ya no nada más a la literatura y el arte ‒la
estética se salva sólo mediante la destrucción de la estética‒, sino a toda la cultura
occidental precedente que aún en el desastre anímico general de la entre-guerra continuó
desarrollando los efectos que produjeron o permitieron la segunda catástrofe mundial. No
pudieron concebir la idea de que más valía para nuestros pobres países, igual que para
Europa, impartir el conocimiento de autores y obras que se referían a la aspiración de otra
vida y para nosotros de alguna, como D.H. Lawrence, esa vasta cátedra sobre la libertad, la
redención social, la salvación individual y sobre el fracasó de todo apegamiento libresco.
No pudieron concebir que ‒aun legalizando la asfixia literaria‒ lo saludable
universitariamente y en Venezuela, en el sentido de la crítica, de la narrativa, no era la
repetición y la perpetuación de la enseñanza sobre crítica y narrativa venezolana ni
hispanoamericana, sino la ejecución del saltó que permitiera ofrecer a la juventud lo más
moderno, lo más fidedigno, en el sentido de las formas expresivas, del apocalipsis social y
de la concepción de la esperanza nuevamente.

66
No pretendemos convencer. Damos por concluido el tema declarando que consideramos
enormemente despreciables los criterios de quienes han perdido todo contacto real con la
calle, pretenden reconocer lo que nació, nace en este momento y nacerá siempre en la calle;
nos negamos arbitrariamente a creer que la literatura tenga algo que decir a quienes han
invertido sus mejores años en el dudoso negocio del escritorio a tiempo completo.

Que no se nos vuelva con el cínico argumento (escuchado aquí más de una vez) según el
cual nadie nos ha obligado a estudiar en la Escuela de Letras, pues éste, aparte de aducir la
misma jerarquía de la respuesta que nos manda a Cuba cada vez que decimos creer en el
socialismo, se funda la idea ‒para nosotros asquerosa‒ de que el mundo en que vivimos
compensa todas sus porquerías con un cierto margen de libertad individual. Estamos aquí
porque, como se dice, NO TENEMOS MÁS REMEDIO. La expresión popular es, verlo
bien, un eufemismo: en realidad no tenemos ningún remedio, y nadie nos obligará a captar
como tales a <<la mejor nota>>, al <<graduarse>>, o al ingresar al escalafón burocrático.
Estamos aquí bajo la misma presión fatalista con que estaríamos en otra parte, pues
creemos firmemente en que la esencia de lo social que nos rige es esta fatalidad.

Ni siquiera aprenderemos a escribir. En última instancia el pleito, liberador, anti-


imperialista o como deba llamarse, se libra para un estudiante de Letras en un terreno muy
específico: el del lenguaje. Resumido, nuestro criterio sobre este asunto pasa por cuatro
etapas:

a. El lenguaje académico: en líneas generales el profesorado de Letras carece de


conciencia expresiva. Comparen ustedes el lenguaje del Profesor Rosenblat con el
lenguaje del Profesor Serrano Poncela y registren todo lo que va de la propiedad y
exactitud al artificio y la retórica. Comparen el empleado por el Profesor Carrera
con el empleado por el Profesor Díaz Solís cuando examinan un poema y
sorpréndanse por la distancia que hay desde el esquematismo y la repetición hasta
la flexibilidad y la novedad. Hasta cuándo <<el don fabulatriz>> (sic), hasta
cuándo <<Las realidades concretas diferenciadoras>>. El problema es grave,
puesto que bajo la rigidez e impropiedad expresiva se oculta una supina pobreza
de ideas. Y salvando ‒y eso por mera comparación y no absolutamente‒ a los
Profesores Rosenblat y Díaz Solís nosotros nos hallamos en está Escuela un sólo
67
Profesor que manifieste claramente entender que nuestra arma de trabajo es el
lenguaje. ¡Escuela de Letras, enseñar a la Universidad que en toda idea hay una
lámina de fuego que la traspasa y toma cuerpo y es un hombre hablando!
b. El lenguaje estudiantil: es un lugar común decir que los estudiantes de Letras se
enfrentan con enormes dificultades a la hora de redactar dos cuartillas. ¿Qué se
gana con repetir que los estudiantes <<son brutos>>? Sí, se gana aliviarse
responsabilidades. Pero es que si no sabemos escribir es, además, porque creemos
que Uds., profesores, tampoco saben hacerlo; nos resistimos a escribir como
ustedes por la sencilla razón de que no pensamos como ustedes. En esto hay que
ser tajantes, y alertamos a nuestros compañeros contra argumentaciones sutiles. En
esencia, aparte de limitado y abstractizante, el lenguaje de la Escuela de Letras es
conminatorio y punitivo. En este terreno funciona la misma camisa de fuerza de
que hablabámos a propósito de la orientación ética de la Escuela. A uno de
nosotros se le dijo una vez, en un Seminario de Literatura Venezolana, que a la
Escuela de Letras no se viene a <<aprender a escribir>>. Aparte de que no
entendemos cómo entonces se puede desaprobar a un alumno <<porque no sabe
redactar>>, semejante afirmación constituye un barbarismo que pone a descubierto
la naturaleza real de esta Escuela. No, profesores no se trata de si se dijo o no se
dijo para que nosotros lo supiéramos: a la Escuela de Letras, en efecto, no se viene
ni siquiera a aprender a escribir, y todavía no sabemos a qué se viene.

***

Breve interpolación para aclarar nuestro programa renovacionista

No nos hacemos la menor ilusión de que esto mejore. No son los programas sino las
cabezas lo que hay que cambiar. Pero cambiar es término suave. Nos gustaría tener a mano
algo que no perdone. Algo que no admita el aplauso, ni la satisfacción de <<haberlo
dicho>>, ni palabras con <<estructura>>, o ver progresar en los gestos de Adelaida una
tendencia que falsamente acabará con su gaguera. Es como mucho pedir. Letras debería
salir de las aulas sin petición de garantía alguna. El profesor Mays Vallenilla no tendría

68
entonces a quién disparar desde El Nacional. Y nosotros nos someteríamos gustosos a la
tiranía de esos ojos que en los pasillos se apagan queriendo incendiarlo todo.

***

b) Arma de trabajo, hemos dicho. La frasecita es vulgar, pero con ella apuntamos a algo
que nos parece más importante que todo lo anterior. Sin conciencia del lenguaje, ¿qué
podríamos hacer los letrados, QUE ESTÁN HACIENDO USTEDES LOS
PROFESORES DE LETRAS, por rescatar que país de la enajenación cultural?
Porque, a lo sumo, vuestra actitud consiste en cerrarse sobre un lenguaje muerto. Y
para nosotros la televisión es más inquietante y propone más que Rómulo Gallegos, a
pesar de vuestra palabrería. La sociedad oficial venezolana (que es casi toda nuestra
sociedad, incluída en ella la Escuela de Letras) maneja un lenguaje prestado. ¿Por qué
el Profesor Rosenblat no abandona su cancha académico-temerosa y se dedica con
nosotros, pues sabemos que él sí podría hacerlo, a incorporar como es debido, es decir
apropiándonos de él, todo el bombardeo sintáctico con que se nos estafa a diario
mediante la variedad de los discursos oficiales, la prosodia de las agencias noticiosas,
las revistas y los animadores de T.V.? Estamos entregando lo que nos queda de
espiritualidad, Renny Ottolina es el venezolano más representativo, en la Escuela de
Letras hablamos cuando más como libros malos. Pero ustedes, Profesor Rosenblat y
profesores todos del Instituto de Filología, optan enconarse en la conservación de una
relativa autonomía profesional y de un prestigio reacio a soportar la más ligera
revisión.

c) Habla ficticia: país ficticio. Pero está ‒nuevamente‒ la calle, están quienes no tienen
país y se niegan a tenerlo, quienes no se acomodan a los formulismos de un lugar
político, no se entibian la lengua entre las hojas de los tranquilizantes libros. ¡Cómo
podrían ustedes reconocernos, señores profesores de Letras, ustedes que viven bajo el
temor de perder un sitio en el estacionamiento de la Biblioteca, ustedes que ni
siquiera saben caminar! Lo que la Escuela de Letras debió habernos enseñado es que
de esa lengua sin patria nacieron la épica y Cervantes, y es la de Quevedo, la de San

69
Juan ‒cuando quieran se lo demostramos‒, la de Darío ‒igualmente‒, y la de Vallejo
y Llama Lima ‒igualmente‒. Y, decididamente, ésa es la lengua de todos aquellos a
quienes ustedes no conocen sino <<de nombre>>: Novelas, Sabe, Rimbaud,
Lautréamont, Whitman, Artaud... Y ésa será la lengua de quienes nos Nos expresen
en el futuro, si llegara a haberlo. Sí, señores Profesores, nos matará el poderoso hastia
de los cafetines y los diez mil Viñedos mientras en las aulas no se nos permita.
VIBRAR. Allá hablamos, aquí nos enmudecemos. Peros nos hemos escapado:
Ustedes no comprenden nada.

Caracas, Ciudad Universitaria, mayo de 1969.

FIRMAN:

Ángel Eduardo Acevedo Enna Olivar


Michaelle Ascensio Silvio Orta Cabrera
Oscar Díaz Punceles Alicia Párraga
Zoraida Jiménez Francesca Polito
Jaime López-Sanz Margarita Recagno
María Teresa Novo Bélgica Rodríguez

70
GUILLO

DESDE COMIENZOS DE SIGLO, Maracaibo mantuvo una constante y fervorosa


actividad artística literaria. Podría decirse, incluso, que esta importante region del país
fue pionera en lo concerniente a ciertos oficios culturales, como el cine y la actividad
literaria. Aún se recuerdan a los grupos <<Seremos>> y <<Apocalipsis>>; el primero,
del cual se dice que escribieron un manifiesto que hasta la fecha resuelta inencontrable, y
del segundo sí existen, por su contemporaneidad manifiesta en las figuras de Hesnor
Rivera y César David Rincón, firmes rastros de su trabajo literario. El grupo literario
Grillos se inserta dentro de esta vasta tradición de escritores preocupados por fundar un
espacio para la creación y el diálogo permanente. Lo que se ha solido denominar, de
forma muy concreta, la cultura marina, no ha sido otra cosa que una especial manera
como sus artistas y escritores ven la realidad particular de su región. Efectivamente, el
Zulia posee unas características muy peculiares, tanto en su historia como en su oralidad,
cuyos rasgos se destacan en las indagaciones narrativas y poéticas efectuadas en buena
parte por muchos de sus creadores. En este manifiesto se pone en evidencia esta visión
paródica y a ratos irónica de esos elementos populares que se perciben en el ámbito
cultural del Zulia. La gente de Guillo prefirió apelar al sentido d lo burlesco en
concomitancia con lo literario, para producir un efecto desacralizador con respecto a los
valores elitescos que la <<otra>> cultura literaria ofrece y vende. Sus integrantes fueron
César Chirinos, Oscar González Bogen, Edgar Queipo y Ángel Peña. Los cuatro firman un
curioso manifiesto en 1974 que es, sí duda, una franca impugnación del discurso
convencional del manifiesto clásico. Diríamos, inclusive, que es una especie de <<contra
manifiesto>>, un texto que se parodia incansablemente a sí mismo.

71
MANIFIESTO GUILLO

CUANDO EL POLIEDRO MONTÉ la Foreman vs Norton para culturizar la Cultura


Venezolana o para remozar su elitesco compromiso clasista, la generación GUILLO estará
ocupada en traer de las Playitas 30 huracales para sepultar las víctimas de los holocaustos
constitucionales acaecidos en los últimos 400 años. Por esas Doras tristes, por las Carmina
desahuciadas, por las nobles Bidaura que le dieron la vuelta a la manzana, dando colitas en
los cisternas del Aseo Urbano, la Cultura GUILLO, que hoy renace de las cenizas como un
Fénix fulequipo, pagó un rescate de 40 medios, 20 reales, 10 bolívares. Pero ese
desembolso exagerado -que es el mismo desembolso de Enrique León para fabricar un rey
shakespereano- queda totalmente cubierto y resuelto cuando esas niñas de bien y de mal
monten el espectáculo macabro de sus culpas, sin escrúpulos ni prejuicios, como un reto
descarnado a sus detractores monstruosos. A dos cuadras de lo que fuera La Borinqueña
hasta los años 50, esa fábrica de galletas que servía para que el Niño Jesús le pusiera a uno
un real de <<Recortes>> los 24 de diciembre, con la venia de Daniel Santos, Panchito
Rizet, Los Panchos, Toña La Negra y el poeta Agustín Lara, circularemos maniáticamente,
pasando su medallas, que son los logros progresivos de nuestra Democracia. Cora, Edilia,
Felicita, Irma que empataban sus fracasos a las Cenizas de María Luisa Landín, en
Complacencia de Ondas del Lago y Ecos del Zulia, o Un Siglo de Ausencia con Los
Panchos. Bach está vez quedará por debajo de Julio Jaramillo. Mala leche. El refrigerante
con su un 1/4 de molde de hielo <<El Toro>> en sus tripas, que será la fuente donde el
público asistente saciará su sed, podría dar el todo de la clave para medir nuestros
principios anticonstitucionales. ¿O será más bien el Concierto de música guajira a cargo del
artista Sompa, que posteriormente daremos? ¿O el conferencista de Borojo Cigisbaldo? ¿O
el practipédico Francisco Torres con su cargamento de guarachas de la década del 40?
Ellas, Las Quirúrgicas, que abrirán las puertas de nuestra Casa, desorientaron los reflejos de
Clodomiro Pelayo de la Pluma en las barras de las Folías. Apellidos que templaron sus
noblezas en solares húmedos y que hoy no son sino carretilleros de caujiles en el mercado
que hubiera podido llamarse Las Cayenas o de las Cayenas, de acuerdo al Catastro y la
brújula del legendario Kuruvinda. En esa casa colonial de la calle Pacheco, la frescura de

72
los purias públicos que sin miramiento alguno ni mediastintas bajan desde su talento
endurecido a la misma calle de las Cayenas, imponiendo la imagen lúcida de sus traumas a
objeto de que la voluntad y la fe sean los derroteros. Por ejemplo, artistas que habiéndose
encontrado a sí mismos y con las herramientas de su soledad, su rebeldía y su
marginamiento, que no han podido canalizar ese asimismo como mensaje y que en la
Sociología de los géneros aparecen con epítetos y mariposeos estructuralistas, ¡aquí sólo
tienen que gritar esta boca es mía y punto! Sin papeleo ni test curricular. Lunar y su museo
aristocrático siglo quince, que oiga libremente, olfatee y vea la hoja de almendrón que le
interrumpe su hora canicular ante el paisaje terrible de la Cabinas Uno. Que se olviden de
GUILLO esos referentes facilistas que creyéndole rendir culto a la estética y la sintaxis, lo
que hacen es rendirle pleitesía al Compendio de cómo coger un cóctel de Manuel Antonio
Carreño o un té; obligando así a los <<cerdos>> que buscan su dieta en el itinerario del
Relleno a subir, subir y subir hasta la plataforma de su sabiduría, y tenerlos así patitas con
manos. Nunca hicieron nada con las manos ni con los pies ni con la cabeza, todo lo hanec a
través de sus inversiones lloronas de café y libro, estereotipadas en el que ellos no tienen la
culpa de ser unos iluminado y mucho menos de que el pueblo no los entienda. Así mismo
queremos dejar constancia de que no habrá cabida para los fetiches constitucionalmente
registrados en las Páginas Amarillas del directorio Nacional. Si algo tienen que
reprocharnos las fuerzas vivas tanto regionales como nacionales, es el delito de a la chica
callando, también legalmente registrado ante la Notaría Pública. Eso quizás se deba a
GUILLO no es el policía nacional del arte y la literatura (para ello están los Estados Pilotos
presupuestados en las partidas de los Ministerios respectivos); somos única y llanotamente
el enlace entre imaginación e imaginación. No habrá ni tendremos ideas sino ideas
totalmente concluidas, ni una pieza por fuera <<para cuando tenga tiempo>>. Las
consignas o logotipos ni siquiera serán piénselo ayer y hágalo mañana, sino ya está
acabado. Para nosotros es importante y trascendental que un carcomido pueblo de mar,
mejor dicho, que en las cocinas de sus mediaguas, escondan violines Stradivarius y que
esos violines salgan a desempolvarse de lustro a lustro, cuando Abraham recibe en su
Borojó visita de Maracaibo. Inmediatamente lo que vuela es el himno de la nación de
Caquetía que Carlos Quinto vendió exactamente por 586.666 educados a los corredores de
bolsa alemanes. Aun más importante que ir de la mano de Shubert a las salas acústicas

73
apertrechadas con telón de fondo. El antiguillo a ultranza, en su retórico egoísmo
recalcitrante nos exigirá cada día más y más, mas nosotros no vacilaremos en complacerlo,
eso sí: no tanto como para alcanzar la quinta esencia. Habrá individuos que dirán que nos
olvidamos de invitar al bonche a la Oleoducto y la Tubería y tendrán razón, sólo que ellas,
habiendo prendido cigarrillos luky strike con billetes de 100 Bs. no se encontrarán en un
basurero ni mucho menos querrán ser vendidas a medio kilo, como un plástico cualquiera.
Daniel Santos esperando a que se pongan más baratas, esperando se quedará a menos que
quiera ir a buscarlas al Hijo de la noche al otro lado del lago.

Ángel Peña Oscar González Bogen

César Chirinos Edgar Queipo P.

Maracaibo 29-3-74

74
TRÁFICO

EN EL PERIODO COMPRENDIDO entre 1980 y 1981, surge, con un polémico y


acentuado interés confrontativo, un grupo de escritores jóvenes ‒fundamentalmente
poeta‒ perteneciente a las últimas promociones literarias del país. Este grupo, cuyo
nombre es tomado expresamente del calor intenso y bullicioso de lo urbano, de la ciudad,
de humo de las calles y avenidas, irrumpe violentamente en el hasta cierto punto
aletargado panorama literario venezolano, con una cantidad de proposiciones estéticas y
culturales muy cercanas a lo que bien podríamos definir como un <<realismo crítico>>
poético.

La constitución de este grupo se logra cristalizar después de un importante intercambio de


opiniones y discusiones que florecieron en el espacio e algunas publicaciones, tales como
el diario El Nacional y la revista Zona franca, desde donde se abrieron inicialmente las
polémicas que luego desembocarían en la formación propiamente del trafico. Vale resultar
que, hasta ese momento, no se habían producido, en un intervalo de diez años
aproximadamente, las discusiones que este grupo de poetas logran desencadenar a
propósitos de una nueva manera de entender la poesía y el papel ético que debería jugar
la misma en el interior de lo que ellos consideraban un <<nuevo>> espacio intelectual
venezolano. <<Con Tráfico –dicen‒ salimos del esencialismo y, como hemos dicho, nos
reconocemos en la historia>>. En otro momento dirán también: <<estamos hartos de
combinatorios infinitas de palabras que se frotan para arrancarse chispas que no pasan de
ser un fuego fatuo. Repetimos: contra el signo, el craso signo icónico del texto, optamos
por la voz, por la interlocución que pone a circular el poema en el circuito de un dialogo
concreto, no con un lector sin rostro, sino con los hombres y mujeres (…) que han perdido
la costumbre de escuchar a sí mismo en el vértice unánime de la voz del poeta>>.

Este grupo estuvo integrado por Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, Igor Barreto,
Rafael Castillo Zapata, Miguel Márquez y Alberto Márquez. De todos ellos, es tal vez
Rojas Guardia quien logra llevar a un máximo las discusiones teóricas y conceptuales que
muy pronto se concretizan en la redacción de manifiesto que ahora reproducimos en su

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totalidad. Por tal razón, el grupo Tráfico viene a ser, prácticamente, el último eslabón
literario en esa ya la larga cadena de manifiestos, grupos y programas literarios que se
producen en el amplio devenir de un siglo de literatura venezolana. Con ellos concluye por
el momento un ciclo complicado de discusiones en torno a los problemas que encierra hoy
la poesía y, al mismo tiempo, se abre otro ciclo, diferente, cuya particularidad reside en el
hecho de mirar muestra poesía con actitudes y puntos de vista más universales, más
críticos y, desde luego, menos convencionales.

76
MANIFIESTO

Sí, Manifiesto

VENIMOS DE LA NOCHE y hacia la calle vamos. Queremos oponer a los estereotipos de


la poesía nocturna, extraviada en su oficio chamánico de convocar a los fantasmas de la
psique o de lanzar hasta la náusea el golpe de dados del lenguaje, una poesía de la higiene
solar, dentro de la cual el poeta regresa al mundo de la historia, al universo diurno de la
vida concretísima de los hombres, en cuyo orbe cotidiano ningún fantasma enfermo
moviliza más fuerza que el horror o la belleza encontrables en una acera cualquiera, y
ningún aristocrático golpe de dados del verbo podrá abolir jamás el sabor sanguíneo de
todas las palabras de las tribu.

Sí, Manifiesto

Representa una postura que, por inaudita que parezca en esta Venezuela de 1981 ‒donde la
individualidad y la disgregación son el imperio sustentador de ese otro imperio, el real:
económico, político, cultural‒, quiere asumir la responsabilidad de ser la expresión del
movimiento Tráfico. ¿Qué buscamos?: poesía. Y aquí está el dilema: inmersos en un
ámbito cultural donde el poeta, lo poético, la poesía y el poetizar tienen una caracterización
determinada, y por lo tanto normativa, lo que proponemos, no estando identificados con los
parámetros de la estética imperante es –desde el punto de vista de nuestro contexto
histórico inmediato‒ una nueva manera de entender la poesía.

Con Tráfico salimos del esencialismo y, como hemos dicho, nos reconocemos en la
historia: menos mal que nadie puede calificar de << esencial>> el tráfico; pasajeros, somos
poetas de transición, como toda poesía es de transición, sólo que algunos siguen aspirando a
esa especie de galardón que significa conquistar, con la palabra esencial, la salida de la
historia, el supuesto hallazgo de la eternidad. Pasajeros transitorios, diurnos, poetas: nuestra
propuesta nace de una necesidad poética –política- histórica, la necesidad que atraviesa
nuestra Venezuela de hoy, confundida entre el marasmo y el derroche, entre el lujo fastuoso

77
y las carencias apremiantes de la capa marginal. El silencio y el juego textualista no pueden
ser una respuesta critica a nuestro medio, en última instancia constituyen posturas que, si no
de manera consciente al menos en forma disfrazadamente ideológica, le hacen el juego a
nuestra democracia petrolera.

La poesía que propugnamos servirá, en cambio, de percusión para enseñarle a la


<<Armonía>> la inclemencia de la súplica en los botiquines del centro. Se trata de fundirle
la caja en el Gran Prix de Caricuao, hacer estallar los radiadores de las letras a 250 km. p/h.
Reclamarle al cinetismo textual la burguesía óptica con la que pretende erigirse
<<críticamente>> sobre una ciudad que se divierte, desde las mesas de Sabana Grande,
con l ingeniosa geometría de los cultos. Nuestra calle no se complace con estos juegos de la
noche ni tampoco en el silencio.

Los trapecistas de la imaginación suspiran por mantenerse en la <<realidad>> descrita por


la ruta de sus acrobacias, en la medida que se olvidan de la portentosa carpa de la historia
bajo la cual se desplazan. En el circo el mago es rey basta un esotérico gesto para que
proliférenlos pañuelos (los duendes, la súbita aparición de los espíritus).

Pero, magos: ¿hasta cuándo el engaño? Frente a ustedes surge nuestra mirada realista (no es
un realismo inocente, de ojo adánico, de <<inocencia objetal>> y cosas por el estilo). Una
mirada para la cual el poema traduce los olores más intensos de la calle. Un realismo, sí,
pero realismo crítico. No queremos desobjetivar nuestras palabras, desdibujar nuestro
paisaje, nuestra circunstancia histórica concreta, por cansados aquelarres. Además, ya lo
sabemos todos: cuando se han ido los espectadores, cuando la carpa se hace alta, no hay
hechizo: el elefante es el elefante, los conejos son conejos, el trapecista es español, el mago
vuelve al camerino. Los circos cierran a las seis.

Si hemos hablado de una nueva manera de entender la poesía, nos referimos también a otro
tipo de poeta. Para nosotros ser poetas representa salir, en éxodo conciente, del monólogo
dentro del cual quiere encerrarse buena parte de nuestros compañeros de generación.
Creemos que en poesía no es la rotación de los signos en el texto lo que constituye la clave
estética del poema, sino la forma en la que accede al oído de los otros la voz de una
experiencia humana. Estamos hartos de combinatorias infinitas de palabras que se frotan

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para arrancarse chispas que no pasan de ser un fuego fatuo (sí, infatuado en su aspiración
de hacernos creer que es el Fuego). Repetimos: contra el signo, el craso signo icónico de
texto, optamos por la voz, por la interlocución que pone a circular el poema en el circuito
de un dialogo concreto, no con un lector sin rostro, sino con hombres y mujeres que en la
fábrica y el rancho, la escuela y el cuartel, la universidad o la oficina, han perdido la
costumbre (costumbre secular que extravió el rumbo) de escucharse a sí mismo en el
vértice unánime de la voz del poeta. Este último siempre fue, antes de que la modernidad
nos dejara hablando solos, el intérprete de vivencias colectivas, aquel cuya palabra
congregaba los ecos de la ciudad y los caminos. En América Latina, sobre todo, ¿Qué
escandalosa <<profecionalización>> del oficio poético quiere separarnos ahora de la más
entrañable tradición moral de nuestras letras: la que concibe a la palabra como la quería
Martí, echándose a la suerte de compartir su canto con los oprimidos de la tierra?

A una poesía que se ufana en la <<gloriosa inutilidad>>, en la <<casta ineficacia>> que


demasiados hombres confunden con la naturaleza misma del espíritu, deseamos oponer
también, sin miedo al barrio impuro del cual sale toda la epopeya espiritual de los hombres,
la exigencia de una poesía que sirva, repleta de una contundente eficacia, la misma que
ostentan un vaso, un arma o un automóvil, porque el arte empieza allí donde los hombres
necesitan responder desde la plenitud de su conciencia a las exigencias de la situación
particular, y no después, allí donde la cotidianidad dicen que termina y nace el reino
abstracto –mármol y alabastro‒ de una trascendencia <<noble>> dentro de la cual sólo cabe
una <<gratuidad>> que ya no acompaña a nadie en la tarea diaria de vivir, que ya no
formaliza las experiencias del hombres común, que ya no constituye sino un vasto silencio
donde bostezan el vacio o la <<oquedad metafísica>>. Nos empeñamos, así, en promover
una poesía necesaria, que nuestros interlocutores perciban como palabra de uso y
compartida, palabra para cual toda transcendencia anémica, dispéptica, se disuelve ante el
poder de convocación que sube, por ejemplo, de las rocolas de los bares, palabra que tiene
mucho que aprender de la importancia con la que la línea exactísima de un hit congrega el
gozo del stadium, haciendo levantar un eco humano que, en el fondo de los fondos, se
parece al llanto o a la risa que todavía allá, en pleno siglo XII, podían recoger de su
auditorio los versos de Berceo.

79
Por esto mismo, frente a la lirica de la subjetividad absoluta, y en este sentido cada vez más
-abstracta, lirica cerebral de un eterno laboratorio de palabras en las que la situacionalidad y
la carnalidad afectiva son mero vidrio de probeta –irreconocibles ya para sí misma‒,
levantamos la causa de una poética que se atreva a explorar a fondo, sin bata ni guantes de
químico incontaminado, pero también sin flux y sin corbata, la sentimentalidad que
exhibimos frente al mundo nosotros, los bastardos latinoamericanos, los salvajes periféricos
de Occidente: nuestra sentimentalidad de telenovelas y de ranchera, nuestro viejo bolero
emocional, nuestro tango impenitente, el patetismo que nos brota en procesión de Viernes
Santo o en reyerta de taberna, la cursilería que se entreteje con la red social de nuestra
manera específica de vivir el afecto. De este modo, asumimos el horror que siente la poesía
tradicional frente a nuestro sentimentalismo hibrido, mestizo de puro guaguancó o quena
indígena, con la ironía desdeñosa que nos inspira toda la discreción burguesa,
quirúrgicamente fría para sentir relaciones viscerales con el mundo pero implacablemente
<<racional>> a la hora de expoliar lo que no siente.

Contra la mampostería intelectualista que sostiene el mito del poeta solitario, tan caro a una
modernidad que no sabemos por qué debe ostentar para nosotros el carácter de un
paradigma único, insurgimos con nuestra apuesta por una poesía solidaria, repleta de
humanidad latinoamericanísima, gozosa o doliente, una poesía que no teme subirse al
último sector del cerro donde termina el barrio y no llega jamás la policía, así tenga que
pagar peaje al pie de la escalera, como corresponde; una poesía que no se asustará ante la
tarea de embadurnarse de salsa y de cerveza en el afinque; una poesía que buscara a los
hombres de San Fernando o El Callao donde estén y como estén, sin exigirles que se
presenten a la cita del poema con el traje <<primitivo>>, <<telurista>>, o ya neciamente
<<mágico>> con el cual los disfrazaron las poéticas que sólo se veían a si misma cuando
pretendieron mirar de frente a aquellos hombres; una poesía que intentando recuperar,
como después de un largo entumecimiento gestual, los hábitos del habla y los ademanes
concretos de las muchedumbres que nos rodean, opta por los grandes espacios donde tanto
narcisismo verbalista se revela pigmeo de la inteligencia y de la sensibilidad y del lenguaje:
los espacios por los que la poesía pueden oxigenarse de disonancias y de miseria
irreductible, de sociología y de política, de economía y de historiografía, de giro de lengua
oral y de estribillo musical, de estadística y argot de suburbios. Poesía, entonces, situada en

80
el centro hirviente de la vida social y no en los desiertos ontológicos donde proliferan
<<breviarios de la podredumbre >> (ah, el Cioran que hoy tanto acaricia el masoquismo de
la pequeña burguesía intelectual) y ojerosas <<culturas del desengaño>> para la cuales la
esperanza es un compañero cadavérico, muerto de bruces en una calle cualquiera a finales
de los sesenta.

Nosotros creemos que la vieja consigna de Vallejo mantiene: si aquel cadáver, ay, sigue
hoy muriendo ante nuestros ojos impotentes, sólo será la masa compacta de los expoliados
la que lo resucite desde el único lugar donde es posible concebir el vértigo radical de las
transformaciones: desde abajo, desde la base. Cuando aquel Lázaro se levanto otra vez de
su sepulcro, para movilizar, como hace dos décadas, las aspiraciones populares del país,
nosotros sabremos que la poesía, la poesía concreta y no la virtuosista de los textos, estará
gobernando la insurgencia. Mientras tanto, en esta hora incolora, a menudo nauseabunda,
de la democracia petrolera, sólo nos queda sincerar al máximo la relación del poeta con
Venezuela. Y que sucede que, en épocas inmediatamente anteriores (allí tenemos a la
generación de1958, por ejemplo), el trabajo poético en nuestro país actuó sobre el fondo de
un distinguido camuflaje. Poetas que en sus actitudes públicas mostraban un franco
compromiso ético con la exigencia del cambio social, eligieron, sin embargo, para la voz de
sus poemas las modulaciones más esencialista de la lírica de la modernidad: la lírica que,
nacida en parte como respuesta esteticista al mundo comercializado y banal de la burguesía,
trabajaba no obstante secretamente a su favor, porque hablaban desde su marco
gnoseológico profundo y con sus categorías. Se dio así el caso de que una peligrosa
confusión, una trampa ideologizante vino a ocultar las verdaderas cartas con las que el
poeta apostaba su palabra en el juego social de la cultura: Mallarme fingió darle la mano a
Marx, la opción rimbaudiana de <<cambiar la vida>> se olvido de la matriz elitesca de la
que había salido (y dentro de la cual aún pernoctaba su nostalgia de transformación) y
pretendió que su causa poética podría conjugarse, sin más, con los paradigma sociales y
políticos de aquella marea de obreros, desempleados, liceístas, universitarios medios,
marginales, que se enfrentaba a la represión gubernamental en las calles y avenidas. El
lenguaje de esa élite poética había pagado demasiado tributo al idioma de una modernidad
por esencia aristocratizante: la pequeña burguesía intelectual radicalizada que entonces
quiere contribuir a la toma del poder para las masas no se sincera como tal ante esas

81
mismas masas en el desamparo del poema. Disfraza su equivocidad, la artificialidad de su
intento de integrar el arte y la vida sobre la base de la trampa modernizante, universalista y
elitesca, con la magnificencia de su barco ebrio que zarpa al viaje sin regreso de la alquimia
del verbo y la magnetización recíproca de todas las vocales, al final del cual, ya lo sabemos,
espera la Abisinia donde el poeta convertido en comerciante hace el saldo de su asimilación
definitiva al universo burgués. Nosotros no queremos, pese a la aparente magnitud que
representa formular esta herejía, el destino de Rimbaud: no queremos que nuestra
intervención en la comuna –la cual, a pesar de todas las derrotas, nos siguen convocando‒
sea una simple escaramuza pequeño burguesa que termine en viaje de negrero, en
escepticismo contante y sonante, en ebriedad que ya no ostenta el arma de los
anticonvencionalismos sino que deviene ocasión de confraternidad con el Poder. Queremos
para nosotros, para la vocación poética en Venezuela, un resultado diferente; por eso
elegimos sincerar desde ahora mismo la voz de nuestros poemas y decimos que, no
pudiendo asumir como nuestro –porque sonaría a eterna impostación en nuestros textos‒ el
timbre vocal de un proletariado, de un campesinado, de una población marginal de los que
nos separo la sociedad clasista a través de familia, colegios y universidades, queremos y
debemos hablar en nuestra obra como lo que efectivamente somos: hijos de una clase media
cuyos paradigmas vivimos mitad como cómplices y mitad como renegados.

Venimos de la noche y hacia la calle vamos.

Zona Franca, III Epoca, N° 25, julio-agosto de 1981, pp, 7-9.

82
PARA UNA RETORICA DE LA PERSUASIÓN................................................................. 3
1. La utopía iconoclasta ...................................................................................................... 3
2. La rebelión silenciosa ..................................................................................................... 9
COSMÓPOLIS ..................................................................................................................... 13
CHARLOTEO .................................................................................................................. 14
LA ALBORADA .................................................................................................................... 19
NUESTRA INTENCIÓN ................................................................................................. 20
VÁLVULA ............................................................................................................................. 23
REVISTA NACIONAL DE CULTURA ................................................................................. 26
VIERNES .............................................................................................................................. 29
LIMINAR ......................................................................................................................... 30
CONTRAPUNTO .................................................................................................................. 31
RAZÓN DEL CONTRAPUNTO ..................................................................................... 32
CANTACLARO ..................................................................................................................... 35
LOS TRES PUNTOS DE CANTACLARO..................................................................... 36
SARDIO ................................................................................................................................ 38
TESTIMONIO .................................................................................................................. 39
TESTIMONIO. LAS CONSTANTES DE NUESTRA GENERACIÓN ........................ 43
EL TECHO DE LA BALLENA ............................................................................................. 48
PARA LA RESTITUCIÓN DEL MAGMA .................................................................... 49
EL GRAN MAGMA ........................................................................................................ 50
EL SEGUNDO MANIFIESTO ........................................................................................ 51
¿POR QUÉ LA BALLENA? ............................................................................................ 54
TROPICO UNO .................................................................................................................... 58
TRÓPICO UNO - Nº 2 ..................................................................................................... 59
MANIFIESTO DE RENOVACIÓN DE LA ESCUELA DE LETRAS.................................... 60
MANIFIESTO DE RENOVACIÓN DE LA ESCUELA DE LETRAS .......................... 61
GUILLO ................................................................................................................................ 71
MANIFIESTO GUILLO .................................................................................................. 72
TRÁFICO .............................................................................................................................. 75
MANIFIESTO .................................................................................................................. 77

83

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