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Febrero 2015
En nuestro país han existido -y existen- colectivos, grupos étnicos y
sociales cruelmente marginados y segregados por nuestra sociedad
“avanzada” y “civilizada”, que han sido afectados por un fuerte
desamparo social, una cruel miseria, un importante vacío cultural y unas
míseras condiciones de vida. Esto ha supuesto, sin lugar a dudas, el
caldo de cultivo idóneo en el que creció la pequeña y mediana
delincuencia. Esta realidad no suponía necesariamente “criminalizar” a
los colectivos o grupos de los que provenían aquellos denominados
“gitanos”, “negros” o “quinquis”… como se decía habitualmente… pero
que todavía hoy sigue “sonando”.
En este contexto, el argot surge como una lengua propia, como una
especie de autoafirmación del colectivo al que se pertenece y que
confiere un cierto “poder” entre quienes lo ejercen, dejando al margen a
quienes no lo entienden o comparten. No es un producto misterioso o
esotérico, sino algo necesario para defenderse y sobrevivir
-especialmente- en el interior de las cárceles.