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INSTITUCIONES POLÍTICAS, ELECCIONES,

SISTEMAS ELECTORALES, PARTIDOS Y ELITES POLÍTICAS


DR: MANUEL ANTONIO GARRETÓN

UNA APROXIMACIÓN A LA MATRIZ SOCIOPOLÍTICA Y A LAS TENSIONES


POLÍTICO-CULTURALES EN CHILE Y URUGUAY; 1960-1973

MATHIAS ORDENES DELGADO

TEMUCO, 18 DE ENERO DE 2011

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ÍNDICE

PÁGINA

BREVE FICHA TÉCNICA DEL AUTOR 3


RESUMEN Y PALABRAS CLAVES 3

INTRODUCCIÓN 4

POR QUÉ CHILE Y URUGUAY 6

MATRIZ SOCIO-POLÍTICA ESTATAL-NACIONAL-POPULAR Y


MODELO SOCIO-CULTURAL EN TENSIÓN; CHILE Y URUGUAY, 1960-1973 9
El modelo socio-cultural 13
Chile y Uruguay, una aproximación a las tensiones político-culturales 14

UN ÁMBITO DE TENSIÓN POLÍTICO-CULTURAL, LA NUEVA CANCIÓN LATINOAMERICANA 20


Utopía cantada y represión 23

CONCLUSIONES 28

ANEXOS

1. EL CONTEXTO POLÍTICO, 1960-1973: LOS ACTORES, LAS FUERZAS Y EL GOLPE 30


URUGUAY 30
CHILE 36

2. CANCIONES CITADAS 47

BIBLIOGRAFÍA 52

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BREVE FICHA TÉCNICA DEL AUTOR: Mathias Ordenes es Profesor de Estado en Historia
Geografía y Educación Cívica y Master en Ciencias Sociales Aplicadas; ambos cursados
en la Universidad de La Frontera, Temuco. Actualmente se encuentra cursando el Programa
de Doctorado en Procesos Sociales y Políticos en América Latina, ARCIS. Su labor
profesional la ejerce en la Universidad San Sebastián de Puerto Montt como docente en la
carrera de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales.
RESUMEN: En la década del 60 y comienzos del 70 el Estado chileno y uruguayo
enfrentaban la etapa final de un proceso de transformación política, económica y cultural
iniciado a comienzos del siglo XX, que algunos autores definen como la MSP estatal-
nacional-popular democrático-partidista. La aparición de la Nueva Izquierda, los grupos
armados, el Frente Amplio y la Unidad Popular, en el contexto de la Guerra Fría y la
Revolución Cubana, son los fenómenos políticos más característicos del período. Luego
vinieron los golpes de Estado, en 1973, en ambos países.
En momentos previos a los golpes de Estado, existieron una serie de fenómenos que
pusieron en tensión la MSP, entre ellos, el programa político-cultural de izquierda, que
buscaba penetrar en las clases subalternas para difundir sus metas y alcanzar las utopías
revolucionarias. La Izquierda entendió que la transformación cultural era clave para
alcanzar la etapa revolucionaria. En este contexto surge la Nueva Canción Latinoamericana,
como un aspecto perceptible y de amplia aceptación popular del programa político-cultural
de Izquierda.
Los ejemplos que se presentan muestran la lógica de las relaciones establecidas
entre tres tipos de actores sociales, cantores populares, movimientos sociales y elites
políticas. La Derecha y el Centro no idearon un programa artístico-cultural tan extenso e
invasivo como el de Izquierda, aunque lo intentaron, pusieron su mirada en algo más
“eficiente”, la represión y la violencia para proteger sus intereses de clase y el sistema
capitalista, métodos que operaron incluso antes del los autoritarismos burocrático-militares.
Chile y Uruguay presentaron particularidades respecto al resto de América Latina y entre sí,
éstas se analizan para entregar algunas conclusiones sobre la MSP, el modelo socio-cultural
y las tensiones político-culturales.
PALABRAS CLAVES: Matriz socio política, estatal-nacional-popular democrático-partidista;
tensiones político-culturales; Nueva Canción Latinoamericana.

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INTRODUCCIÓN
El análisis desarrollado a partir del enfoque que entrega la matriz sociopolítica
(MSP), permite explicar las transformaciones sociales a partir de la interrelación de
múltiples variables que dan lugar a procesos que ocurren de manera simultánea, y que
inciden en la configuración de las sociedades, su cultura, su economía y su sistema político.
En otras palabras, la MSP brinda una perspectiva holística a procesos políticos que no
pueden ser explicados por teorías unicausales (Garretón et al., 2004). Esto facilita pasar de
la política a la economía y a la cultura de manera flexible, cuestión que no permiten otros
tipos de análisis. En este sentido, también brinda la posibilidad de comprender las
imbricaciones entre proyectos políticos y proyectos culturales, y las tensiones sociales que
surgen de estas imbricaciones.
El objetivo de este trabajo es entregar una aproximación al análisis de las tensiones
político-culturales surgidas en la MSP en Chile y Uruguay, desde la década del 60 hasta los
golpes de Estado en 1973; especialmente las tensiones político-culturales que involucraron
a la Nueva Canción Latinoamericana.
En la década del 60 y comienzos del 70 el Estado chileno y uruguayo enfrentaban
la etapa final de un proceso de transformación política, económica y cultural iniciado a
comienzos del siglo XX. La industrialización por sustitución de importaciones, la inclusión
de las capas medias y bajas en las reformas electorales y un Estado benefactor de tipo
Keynesiano, que se venían desarrollando con más fuerza a partir de la crisis del 29, se ven
afectados por una serie de fenómenos propios del 60 y comienzos del 70: a) la Revolución
Cubana en el contexto de la Guerra Fría, que abrió el camino a la aparición de la Nueva
Izquierda y la guerrilla; b) el deterioro económico marcado por la inflación; C) la
reconfiguración de las fuerzas políticas con la llegada al poder de la Unidad Popular en
Chile y la formación del Frente Amplio en Uruguay; D) la maduración de los antiguos
movimientos sociales obrero-campesinos; E) la aparición de la Nueva Canción
Latinoamericana, que intentó expresar el proyecto político-cultural de la Izquierda; y F) la
violencia y la aparición de los autoritarismos burocrático-militares.
En primer lugar se responde a una pregunta ¿por qué Chile y Uruguay?; luego se
analizan los fenómenos recién mencionados dentro del marco que brinda la MSP, para,
finalmente, centrarnos en las tensiones político-culturales del período, en especial aquellas

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que tuvieron relación con los proyectos de la Nueva y vieja Izquierda, como es el caso de la
canción popular. Los casos que se analizan consideran, por un lado, cómo los cantores
populares presentaron y promovieron por medio de la letra de sus canciones, actitudes y
respuestas revolucionarias frente a lo que consideraban la lucha clase; y por otro, la
violencia que la Derecha ejerció contra los representantes de la cultura popular. Los
ejemplos muestran la lógica de las relaciones establecidas entre tres tipos de actores
sociales, cantores populares, movimientos sociales y elites políticas. No se consideran a los
músicos como artistas aislados, cuya producción se da en un vacío o dentro de un contexto
que los influye de forma unidireccional, sino como productores culturales en constante
diálogo y negociación entre sí y con sus vínculos sociales. Se ha considerado útil incluir un
anexo, “El contexto político, 1960-1973: los actores, las fuerzas y el golpe”.
Según entendemos, los movimientos sociales del período consideraron que la
transformación cultural era clave para alcanzar la trasformación capitalista. Las canciones
populares transmiten códigos que se esperaba fueran interpretados por el mundo popular y,
a su vez, buscaron la construcción de articulaciones que facilitaran un diálogo entre los
cantores, como representantes de la Izquierda, y las clases subalternas. Por ello, este tipo de
canción se inserta dentro de un proyecto, como elemento que busca construir
transformaciones culturales.
Como se indicó, entregamos solamente una aproximación a las tensiones político-
culturales del período, ya que existen aspectos que escapan a nuestro análisis y que sería
importante considerar en otros trabajos, como el análisis del programa cultural de la Unidad
Popular y del Frente Amplio (si es que este último se planteó uno) y un análisis más
profundo del repliegue político-cultural de la Derecha dentro de sus líneas filofascistas más
duras, como los Escuadrones de la Muerte y Patria y Libertad en Uruguay y Chile
respectivamente, entre otros aspectos.
De todas formas, el movimiento social que giró en torno a la canción popular,
conocido como la Nueva Canción latinoamericana, no ha sido suficientemente estudiado, a
pesar que esta música se encuentra en la memoria colectiva e incluso está presente en la
vida cotidiana de muchos latinoamericanos, lo que hace relevante un trabajo de este tipo,
más aún si considera su vinculación con los procesos políticos más visibles del siglo XX.

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POR QUÉ CHILE Y URUGUAY
Los casos de Chile y Uruguay presentan características comunes. En términos
socioestructurales, los dos países alcanzaron a mediados del siglo XX altos niveles de
desarrollo social, en el marco de sociedades tempranamente urbanizadas y modernizadas.
Los niveles de ingreso por habitante, los niveles de cobertura educativa, las tasas de
mortalidad infantil, los niveles de esperanza de vida, así como los porcentajes de población
que habitaban en zonas urbanas, eran notoriamente superiores en estos países en relación a
la media de los países de la región (véase cuadro 1). Uruguay, Argentina y en algunos
indicadores Venezuela, presentan cifras más altas que Chile, lo que demuestra el carácter
más temprano de sus procesos de modernización social completado a comienzos de los 60.

Cuadro 1: Indicadores de desarrollo social en América Latina 1950-1960

Fuente: Naciones Unidas “Estimates and projections of urban, rural and city populations,

6
1950-2025: the 1982 Assessment”, New York, 1985; en Alegre, 2007; p. 92.

Estos procesos de modernización fueron acompañados de la construcción de


regímenes de bienestar distintivos en materia regional. En este sentido Argentina, Uruguay
y Chile, presentaron sistemas de protección social con rasgos universalistas en
determinadas áreas sectoriales, caracterizados por los altos niveles de cobertura y
beneficios (Alegre, 2007). En seguridad social, educación y salud, estos países contaron
con niveles de cobertura por encima del promedio regional (Alegre, 2007). Como muestran
los datos, tanto los niveles de población cubierta por la seguridad social como el porcentaje
de personas cubiertas por vacunación, así como los niveles de matriculación y
analfabetismo muestran diferencias significativas importantes entre estos tres países, en
relación al resto de los países de la región (Alegre, 2007). De los tres países señalados las
cifras son más significativas en Chile y Uruguay (ver cuadro 2).

Cuadro 2: Indicadores de cobertura de los regímenes de bienestar en AL 1980

Fuente: Filgueira, 1999, en Alegre, 2007, p. 93.

Así mismo, más notoriamente que en la mayoría de los países latinoamericanos, el


sistema de protección social en Chile y Uruguay estuvo acompañado por importantes

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procesos de movilización social de sus sectores populares y medios. Más allá de las
particularidades, estos países se caracterizan por tener movimientos sociales que
dispusieron de amplios recursos para actuar organizadamente.
Los índices de concentración sindical y de afiliación sindical así parecen
demostrarlo (véase cuadro 3). Chile presenta tasas de filiación sindical muy por encima de
la media regional (35%). Uruguay, por otra parte, presenta niveles de concentración
sindicales iguales a los máximos regionales, incorporando a más del 70% de la fuerza de
trabajo (Roberts, 2002). Estas cifras sólo son superadas con notoriedad por Argentina.

Cuadro 3: Indicadores de movilización de sectores subalternos 1970-1995

Fuente: Roberts, 2002, en Alegre, 2007, p. 92.


* Índice estimado sobre el porcentaje de trabajadores organizados que pertenecen a una confederación
sindical nacional. Da 1 cuando los sindicatos incorporan menos del 40% de fuerza de trabajo, 2 cuando
incorporan entre el 40% y el 70% y 3 cuando incorporan más del 70%.
Por último, el caso uruguayo, por el tipo de patrón de incorporación de los sectores
subalternos al sistema de partidos (partidocrático-clientelar) tuvo un proceso de

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movilización de tipo electoral (activando a sectores sociales medios y bajos en procesos
electorales) más que de tipo social. En el caso chileno, en cambio, los procesos de
incorporación se hicieron mediante la activación de sectores definidos a partir de ciertas
categorías sociales (obreros, campesinos), articulados bajo formatos organizacionales con
distintos niveles de institucionalización (Collier y Collier, 1991; Rueschemeyer, et al.,
1992).
En definitiva, ambos países a mediados del siglo XX presentaban cifras similares al
igual que satisfactorias dentro de una etapa caracterizada por el Estado desarrollista y la
movilización social. A pesar que tales cifras sólo en algunos indicadores son igualadas e
incluso superadas por Argentina y Venezuela, el caso chileno y uruguayo presentan otras
particularidades que vale la pena estudiar en forma aislada.
Tras años de movilización social y la influencia cada vez más significativa de una
Izquierda más extrema, en 1973 ambos países experimentaron la llegada de un gobierno
autoritario burocrático militar por la vía del golpe de Estado (ver anexo 1.). En los 60 y
comienzos de los 70 el movimiento obrero en Uruguay y obrero campesino en Chile había
generado gran adherencia y participación por parte de las capas medias y populares, a la
vez que logró construir un discurso y un proyecto utópico que se expresó dentro los
partidos y sindicatos, pero también en distintas formas de expresión cultural como la
música y canción popular, el muralismo y la poesía. Quienes militaron en seno del
movimiento social entendieron que la transformación cultural, por la vía de la promoción
de una cultura popular izquierdista, era clave para alcanzar la utopía de la transformación
capitalista. Llegado los gobiernos autoritarios en ambos países, se persiguió y reprimió no
sólo a la extrema izquierda y la organización social, sino que también a la cultura popular
izquierdista generada en su propia base social. Lo mismo se repetiría pronto en otros países
de América Latina.

MATRIZ SOCIO-POLÍTICA ESTATAL-NACIONAL-POPULAR Y MODELO SOCIO-CULTURAL

EN TENSIÓN; CHILE Y URUGUAY, 1960-1973


El concepto de matriz sociopolítica (MSP), abordado por las ciencias sociales,
supone que una sociedad se define a partir de la particular configuración de las relaciones
entre Estado, régimen y partidos políticos y sociedad civil o base social. La matriz de

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constitución de la sociedad o MSP, intenta explicar cómo la conducción social, en
determinado momento, funciona bajo ciertas reglas de juego determinadas en gran medida
por el régimen político. Esta matriz comprende la relación entre Estado, el sistema de
representación o estructura político-partidaria (que es donde se agrupan las demandas
globales y de reivindicaciones políticas de los sujetos y actores sociales), y la base
socioeconómica y cultural de éstos (que constituye el espacio de participación y diversidad
de la sociedad civil). La mediación institucional entre estos elementos es lo que llamamos
el régimen político. La perspectiva indicada centra el análisis en los actores, su constitución
e interacción (Garretón, et al, 2004, pp. 16 y 17).
Chile y Uruguay al igual que muchos países de la región asistieron desde principios
del siglo XX hasta la década de los 80, siendo más notorio desde el 30 como reacción a la
crisis de 1929 (Garretón, 2009), a la configuración de una MSP llamada “Estado-céntrica”
o “Estatal-nacional-popular”, que para el caso de ambos países es también democrática-
partidista (Garretón, 2000, p. 149). Esta MSP se caracterizaba por un Estado que
desempeñaba un papel central como símbolo de unidad, asignador de recursos, referente de
la acción colectiva y articulador de la política social. Es una imbricación entre política y
sociedad civil, incluida la economía, con un rol preponderante y articulador del sistema de
actores políticos o sistema partidario en torno al Estado.
Lo nacional comprende la afirmación de la identidad de una comunidad que se va
haciendo con el trabajo y las luchas de sus actores representativos en el campo político.
Ello significa un esfuerzo de incorporación social amplia y la búsqueda de resolución de
conflictos en el marco institucional, y no por la fuerza o la coerción y exclusión (Garretón,
2000 y Garretón, et al, 2004).
La acción social durante el desarrollo de esta matriz estaba subordinada a la política
y, en este marco, los partidos políticos tuvieron enorme importancia en la intermediación
entre la sociedad civil y el Estado. El modelo de desarrollo durante gran parte del desarrollo
de esta matriz se basó en la sustitución de importaciones, adquiriendo la industria nacional
un papel fundamental (Garretón, 2000 y Garretón, et al, 2004).
La estrategia para enfrentar la crisis del 29 fue la aplicación de un modelo de
industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que implicó la disminución de las
importaciones, combinada con políticas de expansión de la demanda interna y el control del

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tipo de cambio. Se abandonó el patrón oro y se implementó una serie de medidas destinadas
a fortalecer la producción y demanda nacional frente al cierre de los mercados
internacionales, aplicando una elevación en las cuotas y aranceles, se desincentivó la
importaciones de vienes de consumo junto con políticas monetarias y fiscales anticíclicas.
El modelo ISI implicó el desarrollo de una industria nacional bajo el fomento y el
desarrollo del Estado, mediante instituciones que generaron una alianza entre un “Estado
empresario” y de “compromiso” y un sector privado fuertemente subsidiado. La aplicación
de estas medidas fue, en primera instancia, una respuesta natural de repliegue económico
frente a la crisis del 29. Sin embargo hacia fines de la II Guerra Mundial, la profundización
de este tipo de medidas se fe reforzada por la aparición de una ideología latinoamericanista
fundada en la teoría del desarrollo o estructuralismo centro-periferia impulsado por la
CEPAL a mediados de los 40.
En Chile, a diferencia del Uruguay, al modelo de industrialización por sustitución de
importaciones, al Estado benefactor de tipo Keynesiano y a la inclusión de las capas medias
y bajas en las reformas electorales, se sumó en los 60 la reforma agraria (que no estuvo
presente en Uruguay por la falta de presión social y por la baja densidad de la población
rural).
Uruguay en los 60 enfrentó una etapa crisis de las reformas capitalistas (iniciadas a
comienzos de siglo con la presidencia de José Batlle y Ordóñez), y a partir de
1971, una crisis de dirección política del Estado, que concluyó en 1973
en un golpe de Estado (ver anexo 1. Uruguay); lo que llevaría a un
cambio de la MSP estatal-nacional-popular con la aplicación del modelo
neoliberal. Por un lado, el deterioro económico marcado por la inflación; y por otro, la
aparición de la guerrilla tupamara encabezada por una intectualidad de Izquierda radical,
que desequilibra tanto a la Izquierda conservadora como a los dos partidos históricos en el
poder, el Partido Colorado y el Partido Nacional, llevaron a la sociedad a un doble estado
de crisis, económica y de conducción de Estado.
El Estado chileno también enfrentó en la década del 60 y comienzos del 70 dos
crisis (ver anexo 1. Chile), que al igual que en Uruguay, llevarían a un
golpe de Estado en 1973 y a un cambio de la MSP estatal-nacional-
popular con la aplicación del modelo neoliberal: “una crisis del tipo de

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capitalismo dependiente, que se estaba demostrando cada vez más incapaz de asegurar la
base económica para un creciente proceso de democratización social que incluía en sus
últimas etapas al campesinado”; y también “una crisis del Estado, tanto de hegemonía como
de dirección política táctica, puesto que el centro político había perdido la capacidad de
representar en su conjunto los intereses capitalistas” (Garretón y Moulian, 1983, p. 30).
En Chile la MSP estatal-nacional-popular fue afectada por los conflictos
entre las distintas fuerzas políticas de Derecha, Centro e Izquierda; por un desgaste
económico y de desarrollo de las reformas capitalistas y, desde el 70 al 73, por un Gobierno
de Izquierda socialista, la Unidad Popular, que sufrió la presión de los intereses capitalistas
nacionales y extranjeros (Garretón y Moulian, 1983). De esta forma las crisis fue en Chile
más profunda que en Uruguay.
En Chile, con bastante más notoriedad que en Uruguay, el quiebre institucional
producido por el golpe militar de 1973, inicia un proceso de descomposición de la MSP
(entre otros atures para el caso de Chile, Garretón, 2000 y 2009, y para el caso de Uruguay,
Alegre, 2007, Luna, 2004, Moreira, 2004). En Chile no sólo se reprimió toda actividad
social y cultural derivada de la acción política, sino que también se propició la destrucción
del modelo de Estado. Asimismo, se introdujo una visión distinta respecto al modelo de
desarrollo del país, que liberalizaba la economía y privatizaba el sector público. En este
escenario el aparato estatal chileno, el gran proveedor de certezas sociales, se reduce
cediendo terreno al mercado.
En Uruguay si bien durante el régimen militar (1973-1985) burocrático-autoritario
se desarrollaron reformas de llamada “primera generación” (programas de estabilización
macroeconómica, liberalización financiera, reforma impositiva), el país no avanzó en
reformas estructurales de su Modelo de Sustitución de Importaciones (MSI) (Moreira,
2004). El impulso reformista fue emprendido después del régimen, desde la segunda mitad
de los 80, por los propios partidos tradicionales de orientación policlasista que, a comienzos
del siglo, habían construido el Estado de bienestar e incorporado bajo amplias redes
clientelares a los sectores populares urbanos (Collier y Collier, 1991). Sin embargo, a
diferencia de las transformaciones regionales y sobre todo las de Chile, Uruguay adoptó un
tono claramente más ecléctico en su patrón de reformas (Filgueira y Papadópulos, 1997;
Filgueira y Filgueira, 1997). El gasto público se ha mantenido en altos niveles, teniendo

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crecimientos sostenidos en áreas como la seguridad social. Algunas reformas institucionales
(como la educación) adoptaron un claro perfil estatista; la seguridad social adoptó un
régimen mixto en donde se mantenía la participación del Estado; finalmente el programa de
privatizaciones de los principales servicios públicos fue bloqueado y terminó fracasando
con los gobiernos de izquierda (Alegre, 2007).

El modelo socio-cultural
La MSP estatal-nacional-popular (también democrática-partidista para el caso de
Chile y Uruguay), como hemos mencionado, estaba ligada a un amplio referente cultural
centrado en un proyecto “de base nacional y en una visión de cambio social radical que
impregnaba de connotaciones revolucionarias la acción política” (Garretón, et al, 2004, p.
36). Este proyecto y esta visión estaban asociados con un tipo de acción social
caracterizada con un Movimiento Social Central (MSC) nacional-popular, que definía un
conflicto central y se orientaba hacia un cambio social global. Los movimientos sociales
históricos a pesar se sus particularidades eran parte de este MSC abarcador, que era
modernizante, desarrollista, nacional y orientado hacia el cambio sistemático, “mientras se
referían al ‘pueblo’ como único sujeto histórica válido” (Garretón, et al, 2004, p. 36). El
movimiento social emblemático, en términos simbólicos, de la matriz estatal-nacional-
popular fue en un comienzo el de los trabajadores urbanos. Este liderazgo se veía coartado
en ocasiones por los compromisos que los trabajadores alcanzaban en determinados
momentos con el Estado o con los empleadores, lo que mitigaba su potencial
revolucionario. Especialmente en los años 60, y generalmente bajo la forma de la guerrilla,
otros movimientos (urbanos, estudiantes, religiosos, partidos políticos radicales y
especialmente campesinos) pretendieron asumir el liderazgo del MSC (Garretón, et al,
2004, p. 37).
Las características principales del MS eran de dos tipos, a pesar de estar compuesto
de diversos actores y movimientos concretos diferentes. El MSC poseía una alta carga
simbólica, convocaba al cambio social global y también a responder a demandas sociales
concretas. Su otra característica era su apoyo en el Estado para satisfacer sus demandas,
siendo éste su interlocutor y la institución-espacio a transformar para realizar las
transformaciones fundamentales (Garretón, et al, 2004, p. 37).

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Mientras ocurrían estas clases de politización y estatismo, las orientaciones
culturales de clase media permanecieron dominantes, en un contexto de procesos de
modernización caracterizados por creciente industrialización, urbanización e integración
social. Las beneficiarias y la base social más próxima del modelo de desarrollo eran las
clases medias. La modernización “descansaba en premisas racionalistas y en la
industrialización y destacaba el valor de la educación espacialmente el de las escuelas
públicas como instrumento para la movilidad social” (Garretón, et al, 2004, p. 37).
“La cultura reflejaba o reforzaba la organización social, política o económica
predominante. La cultura no era una esfera separada o autónoma de la actividad
humana. El estado desarrollista promovía una política cultural democratizadora por
su dimensión social y de contenido educacional dirigida a las clases medias. El
estado intentaba integrar a la población, espacialmente a los sectores urbanos y “al
pueblo”, un tipo de cultura de clase media que antes había sido patrimonio de las
elites. El estado trataba de promover este tipo de cultura especialmente a través de
su aparato educacional y de sus esfuerzos de extensión y difusión” (Garretón, et al,
2004, p. 38).

A comienzos de los 60 la dimensión cultural latinoamericana se tornó más


ideológica, “incorporó más referentes a lo popular, por ejemplo, apoyándose en el folclor
urbano y en las artesanías populares. Las universidades, por ejemplo, además de sus tareas
de desarrollo educacional o científico-tecnológico, se convertían más y más en escenarios
de participación ciudadana y de movilización social y política. El marxismo, especialmente
en sus versiones estructural y leninista, era la ideología predominante especialmente de los
intelectuales progresistas y los militantes políticos” (Garretón, et al, 2004, p. 38).
“En general la preocupación por las relaciones de género, las etnias, la
identificación regional o las demandas individuales relacionadas con mayor secularización
y modernización no produjeron agrupaciones autónomas de actores sociales; estas
estuvieron, más bien, subordinadas a las dimensiones sociopolíticas o económicas de la
matriz sociopolítica predominante” (Garretón, et al, 2004, p. 38).

Chile y Uruguay, una aproximación a las tensiones político-culturales


El Estado desarrollista en Chile y Uruguay favoreció la formación de un sistema
político democrático-partidista de amplia aceptación abanderaría con preponderancia de la
clase media como cultura dominante. Sólo pasaron a la clandestinidad los movimientos
guerrilleros como el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en Uruguay (desde

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1966) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria en Chile (en 1969). Pero la
participación de un electorado multicolor formaba parte de un sistema de partidos que
operaba bajo inestables alianzas. Ello provocaba inadecuaciones y contradicciones que
obligaban a la conformación de estrechos acuerdos políticos y frágiles alianzas, ya que se
gobernaba sin la mayoría en el Congreso. Para el caso chileno Moulian señala que
“El sistema presidencialista no tenía flexibilidad para adecuarse a los dos
problemas endémicos de la política chilena desde 1932, la distribución proporcional
y la estructuración con polaridad. Estas condiciones hacían muy difícil la
construcción de mayorías. Ningún partido fue predominante, no tuvo la capacidad
de concentrar la cantidad de votos suficientes (con excepción de la Democracia
Cristiana en 1965), y la constitución flexible de alianzas estaba bloqueada por las
barreras coalicionales. Como consecuencia de ello la mayor parte de los presidentes
debieron resignarse con gobernar mediante transacciones y compromisos”
(Moulian, 1993, p. 68).

Lo mismo puede decirse para el caso uruguayo donde históricamente los presidentes
y demás magistraturas no gobernaron con votaciones sobre el 25%.
Las coaliciones más emblemáticas en el Chile de los 60 fueron el Frente de Acción
Popular (línea de apoyo obrera-campesina del Partido Comunista (PC) y Partido Socialista
(PS) a la candidatura de Allende en el 64) y la Unidad Popular (coalición de izquierda en
apoyo a la candidatura de Allende en el 70, compuesta por el Partido Comunista, Partido
Socialista, Partido Radical (PR), Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), Acción
Popular Independiente (API) y Partido Socialista Demócrata (PSD) y el Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (MIR). Mientras que en Uruguay lo fue el Frente Amplio en 1971
(compuesto por un número significativo de partidos de izquierda, centro y elementos
escindidos del Partido Colorado y Partido Nacional) (ver anexo 1.).
Al sistema democrático-partidista y a la preponderancia de la clase media como
base del sistema electoral, se sumó en los 60, dentro del contexto de la guerra fría, la
Revolución Cubana, que inspiró la formación de grupos guerrilleros de izquierda más
radical, que desconfiaban del sistema electoral como medio para alcanzar la transformación
del “Estado burgués”.
La frustración por parte importante de la Izquierda chilena por la derrota de
Salvador Allende en 1964, y la percepción del éxito de las transformaciones revolucionarias
en Cuba, más la emergencia de grupos guerrilleros en América Latina, crearon las
condiciones para que ex miembros de la Federación Juvenil Socialista (FJS), que se habían

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retirado de la colectividad en 1963 por la “derechización” de la campaña de Allende,
constituyeran la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM). Unidos a ex militantes de las
Juventudes Comunistas (JJ.CC.), junto con algunos trotskistas que eran viejos cuadros de la
Izquierda Comunista, se reunieron para crear un nuevo grupo, el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) en 1965.
También se separaron hacia la Izquierda, pero menos radical, un importante grupo
de jóvenes del Partido Demócrata Cristiano, quienes defraudados de la “Revolución en
Libertad” del presidente Fray, a partir del 69 formaron el Movimiento de Acción Popular
Unitaria (MAPU) y la Izquierda Cristiana (IC). La consigna central del MAPU tras
el triunfo de Salvador Allende en septiembre de 1970, refleja y resume
su programa a corto y largo plazo, la construcción revolucionaria y
socialista: “A convertir la victoria en poder y el poder en construcción
socialista”.
Según la concepción del MAPU, la “democracia burguesa” sería
reemplazada por el poder del pueblo (demos) y éste llevaría a la
construcción de una sociedad distinta, el socialismo, que se presentaba
como una forma ideal de gobierno y de construcción de la convivencia
social, con plena participación del pueblo. Este proceso de cambios se
llevaría adelante dentro de la lógica institucional del régimen capitalista
(Ruiz, 2009, p. 2).
En Uruguay el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) fue
similar a la composición de la extrema Izquierda en Chile. En sus comienzos ésta corriente
había recibido un fuerte impulso del anarquismo y el trotskismo. Posteriormente incorporó
tendencias de diversos orígenes, como elementos de formación demócrata-liberal, cuyas
concepciones se habían radicalizado, y líneas de pensamiento de filiación católica con la
teología de la libración. “Se puede decir que esta corriente estaba integrada por la mayoría
de los sectores intelectuales no pertenecientes al partido comunista” (Costa, 1985, p. 39).
En 1962 el Partido Socialista pierde toda representación parlamentaria y se fracciona. En
una de esas fracciones se encuentra el origen del MLN-T (Costa, 1985, p. 39).
Tanto en Chile como en Uruguay la composición social de estas corrientes, que se
conocen en términos genéricos como Nueva Izquierda, puede definirse como

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predominantemente “pequeño-burguesía ilustrada e idealista”. Nacidos bajo la matriz
estatal-nacional-popular, generalmente dentro de los espacios que brindaban las
universidades públicas, estos grupos de clase media se sintieron con la misión de provocar
los cambios político-económico-culturales necesarios para enfrentar la tarea revolucionaria.
Su programa contemplaba un cambio revolucionario a escala regional que incluía, en
algunos casos como el MIR y MLN-T, el uso de las armas.
La izquierda más radical pretendía construir una nueva MSP ya que la existente,
como hemos señalado, se centraba en el Estado desarrollista y en la democracia-partidista,
mientras que la revolución exigía la transformación completa del Estado para la
instauración del socialismo. En definitiva, buscó transformar el orden político formal.
Por su parte, la Izquierda tradicional, conformada por el PC y el PS, mantiene el
interés por preservar el orden institucional, pero se encuentra dividida ideológica y
funcionalmente (Garretón y Moulian, 1983, pp. 139 y 140). La evolución ideológica del PC
estaba determinada en gran parte por la III Internacional y, más tarde, por la línea de PCUS,
por lo que el PC no postuló el socialismo inmediato o próximo. El PC planteaban un frente
político que agrupara “al mayor número de fuerzas posibles y su concepción estratégica era
rigurosamente gradual” (Garretón y Moulian, 1983, p. 140).
Por su parte, el PS más que un partido obrero era un partido popular, que vinculaba
clase obrera con sectores profesionales y de pequeña burguesía. El PS busca desarrollar una
nueva concepción respecto a la revolución chilena y latinoamericana y rechaza el
estalinismo lo que acentúa su distancia frente al PC (Garretón y Moulian, 1983, p. 141) (ver
anexo 1. Chile). De todas formas, ambos partidos eran defensores de la institucionalidad.
Manuel A. Garretón señala que en Chile la función intelectual crítica en la década
de los 60 tuvo ciertas características básicas: a) se ubica fundamentalmente en el ámbito
políticos y desde ahí se proyectaba a las otras esferas, especialmente la socioeconómica; b)
se vinculaba a las universidades y, sin despreciar la importancias del arte y de la literatura,
especialmente a las Ciencias Sociales; y c) “como en consecuencia de las dos anteriores es
que fundía en cada caso las dimensiones analítica y profética en planteamientos de fuerte
contenido ideológico, cuyas orientaciones predominantes, aunque no exclusivas, eran sobre
todos de orden marxista o cristiano” (Garretón, 2000, p. 144). Creemos que estas
características son homólogas para el caso de Uruguay.

17
En América Latina la Izquierda desde sus inicios ejerció su acción política de la
mano con la construcción de una identidad de tipo popular. Identidad que logró desarrollar
más profunda y ampliamente que los partidos de la Derecha y el Centro dentro de sus
propios núcleos sociales. Ya en los 60 con gran notoriedad los mitins, los festivales y las
marchas, cada vez más comunes, estaban cargados de la cultura popular rural y urbana. En
los partidos y en los sindicatos no sólo se hablaba de “pura política”, había concursos de
belleza, talleres de cocina para las dueñas de casa, trabajo comunitario para los más
jóvenes, campeonatos de fútbol, etc.; todo cuanto pudiera “representar” y unir a las clases
subalternas (Tinsman, 2009). Para la candidatura de Allende con la Unidad Popular, más
que nunca los barrios de Santiago y otras ciudades, incluso pequeños pueblos y sectores
rurales, bulleron de colores, música y ruido, traídos por el Ballet Popular, los conjuntos y
solistas populares, los muralistas y grupos de teatro generalmente aficionados (Jara, 2007,
pp. 123-152). Algo similar ocurrió en Montevideo con la candidatura del Frente Amplio.
Pero esa “identidad cultural-popular” fue una construcción paulatina, que se planteó como
parte fundamental y básica del proyecto revolucionario; por ello hablamos de proyecto y de
programa cultural de Izquierda.
La Nueva Izquierda entendió, como lo había hecho la Izquierda tradicional, que la
dirección y el cambio cultural de las clases populares eran claves para llevar a cabo la
revolución socialista, a pesar que se mostró contraria a la tradición partidista-democrática-
electoraria, dando la espalda a la izquierda tradicional que acusaba de “reformista”.
Acusaba también al sistema electoral y a los gobiernos de cómplices y responsables de la
pauperización de las clases populares, de las crisis económicas y del imperialismo
capitalista.
Con el uso de elementos artístico-culturales, la Izquierda en general fue tanto o más
incisiva, militante e invasiva en la penetración de las clases subalternas, llevando el
discurso revolucionario, de lo que fueron con estos mismos elementos los partidos de
Centro y Derecha, ya sea para mantener, reformar o proteger el sistema político. Su
propuesta requería de la transformación y “concientización” de obreros, pobladores y
campesinos.
Los conflictos político-culturales en Chile y Uruguay en el período 1960-73,
arrancan en gran medida, por un lado, de la capacidad de la Izquierda y de la Nueva

18
Izquierda por sumar adherentes y luchar por sus objetivos de transformación social; y por
otro lado, de la capacidad de reacción del Centro y la Derecha tradicional frente a los
desequilibrios de fuerza provocados por los sectores de Izquierda en las bases sociales de la
clase media y sectores bajos.
Como se muestra más adelante, la forma en que la Derecha y el Centro resolvieron
estos conflictos fue por medio del uso de la violencia, más que con el uso de elementos
artístico-culturales para expresar sus ideas y contrarrestar al proyecto cultural de la
Izquierda. Ya en dictadura era legítima la aplicación de la doctrina de seguridad del Estado
y la represión del enemigo interno. Las violaciones a los Derechos Humanos, necesarias
para evitar la acción o la instauración del comunismo, fueron vistas como un daño colateral
o un sacrificio menor a favor de la defensa del capitalismo.
Las tensiones político-culturales abarcaron un amplio espectro de viejas y nuevas
dicotomías, según las acciones de los sujetos para lleva a cabo sus programas utópicos y la
reacción de la elite. Por ello vemos conflictos campo-ciudad, obrero-campesino, obrero-
estudiantil, obrero-empresario, patrón-campesino, nacional-internacional imperialista.
Como señalan Manuel A. Garretón y otos autores: “La acción social estaba subordinada a la
política, lo que se manifestaba en el fortalecimiento de los actores políticos movilizados sin
considerar su grado de representación. La gente apoyaba la acción colectiva cuando
deseaba presionar por demandas sociales siempre que esa acción colectiva estuviera
organizada y orientada políticamente” (Garretón, et al, 2004, p. 25). Sin duda, esa acción
social contaba con un repertorio cultural rico en cuanto a las identidades sociopolíticas que
representaba y pretendía construir.
Las tensiones político-culturales se expresaron en espacios privados y públicos
–para este último como diría Gabriel Salazar, “en las grandes alamedas” (2006)-,
potenciadas por la industria y los medios de comunicación cada vez más masivos. En el
espacio público fueron visibles y audibles no sólo en las protestas y huelgas públicas, sino
que también en el folclore, la música y canción popular, el muralismo, juntas de vecinos,
universidades, el Partido, etc. En el espacio privado se expresaron en distintos tipos de
relaciones: patrón-empleado, sea este obrero o campesino, entre los propios obreros y,
como demuestran estudios recientes, aún en las relaciones conyugales de género y
sexualidad (Tinsman, 2009).

19
Las tensiones político-culturales estuvieron mediadas por el régimen político
presidencialista democrático-partidista. Incluso la guerrilla en algún momento se mostró,
aunque con suspicacia, proclive a algún candidato, como el apoyo brindado por los
Tupamaros al candidato del Frente Amplio, Líber Seregni, en 1971. Lo mismo hizo el MIR
con el candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende.
Era imposible que estas tensiones escaparan del régimen político. La mayoría de los
actores que formaban las bases sociales, entendían que en las urnas y dentro del Partido
estaba la esperanza de la solución a sus demandas. Cuando el nuevo régimen, autoritario-
burocrático-militar, se tomó el poder las tensiones político-culturales cambiaron de giro
ajustándose al nuevo contexto exigido por el régimen; entonces vino la represión, el exilio,
nuevas formas de resistencia y, sobre todo, la desintegración de la mayoría de ellas. Los
autoritarismos modificaron tanto el régimen político como la cultura popular.
Para entender, por una parte, los métodos utilizados por la Izquierda en su búsqueda
de transformación cultural de las clases populares con objeto de alcanzar sus proyectos; y,
por otra parte, las tensiones sociales generadas de esos intentos, se debe centrar el análisis
en los actores, en sus utopías, programas políticos y espacios sociales; de ahí pasar al
Estado y a la economía, sin desprendernos de los regímenes políticos y del complejo
contexto histórico.
A continuación se presenta una aproximación a las tensiones político-culturales
generadas en torno a lo que podemos definir como una herramienta utilizada por la
Izquierda en su búsqueda de la transformación cultural, la canción popular. Para ello, nos
situamos en períodos preautoritarismos hasta el inicio de ellos.

UN ÁMBITO DE TENSIÓN POLÍTICO-CULTURAL, LA NUEVA CANCIÓN LATINOAMERICANA


A fines de los 50 se desarrolla en América Latina un tipo de canción popular de
protesta social que tuvo su máxima expresión en los años sesenta y setenta, y continúa
desarrollándose hasta hoy pero con menores bríos, llamada “Nueva Canción
Latinoamericana”. Es un género de creación poética y musical que pronto se conectó a la
Revolución Cubana (1959), con claros objetivos ideológicos, haciendo propaganda masiva
del optimismo por el triunfo de Fidel Castro y el Che Guevara en Cuba. Buscaba crear
conciencia, especialmente en la clase media y obrera, de la necesidad de un cambio radical

20
de las estructuras socioeconómicas, presentando temas relacionados con la lucha de clases,
la represión militar o la desigualdad social. Buscó fomentar un sentido de unidad e
identidad latinoamericana en torno al objetivo común de transformación social; había que
“despertar” y movilizarse políticamente a los sectores populares contra la élite y los
intereses de las corporaciones multinacionales, en particular las norteamericanas.
La mayoría de estas canciones han sido escritas por intelectuales y artistas de clase
media, muchos de ellos universitarios. El género se desplegó principalmente en el Cono
Sur, pero ha sido cultivado en gran parte de América hispana, por lo que existe una Nueva
Canción en un número importante de países, como la Nueva Canción Chilena, la Nueva
Canción Mexicana, Salvadoreña, etc.
Como una forma de construir la identidad latinoamericana, los músicos e
investigadores trabajaron aspectos propios de la música continental, incorporando
instrumentos y ritmos de toda el área hispanoamericana. La mayoría de los solistas y
conjuntos en cada país, se abrieron a géneros de toda América como la baguala, la zamba,
el joropo o el huayno. La música andina cobró inédita fuerza, mezclando instrumentos del
altiplano, el bombo legüero (Argentina), el tiple (Colombia), el rondador (Ecuador), el
cuatro (Venezuela), el banjo y la guitarra eléctrica por igual.
Con la novedosa singularidad de una hermosa poesía expresada en lenguaje sencillo,
la Nueva Canción visibilizó la vida cotidiana, las miserias y necesidades de los sin techo,
los sin tierra y los apatronados; esa recreación de los espacios públicos y privados de
obreros y campesinos, penetró fácilmente en el oído y las mentes de las clases subalternas.
El venezolano Alí Primera es un ejemplo clásico. Cantautor de protesta, opuesto a la
comercialización, creador e investigador de tradiciones musicales de su tierra. Como
miembro del Partido Comunista venezolano, interesado en un programa político de
izquierda, sus discos fueron censurados en varios países. Soledad Bravo es otra
representante de la Nueva Canción Venezolana que ha tenido considerable difusión
internacional.
En Argentina la Nueva Canción tuvo una presencia considerable, con cantautores
tan reconocidos como Horacio Guaraní, Facundo Cabral, Alberto Cortez y Atahualpa
Yupanqui. Una destacada de la Nueva Canción Latinoamericana fue la cantante Mercedes
Sosa, “la Negra”. Fue originaria de San Miguel de Tucumán, zona norte de Argentina

21
donde predomina la población mestiza y de ascendencia indígena, ha llevado los temas más
populares a todas partes del continente americano y europeo.
La “Nueva Trova” es la versión cubana de la Nueva Canción Latinoamericana.
Apareció a mediados de los años sesenta, como expresión de la alegría y el orgullo juvenil
por los cambios revolucionarios en Cuba y la solidaridad con las luchas por la justicia
social en otros países latinoamericanos. Se estableció como movimiento a partir de un
concierto de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola en La Habana, en 1965. Otros
trovadores que han alcanzado fama internacional son Sara González, Vicente Feliú y
Amauri Pérez.
Volviendo a los casos que nos interesan; la Nueva Canción Chilena también ha
tenido un desarrollo extraordinario desde sus inicios a fines de los 50, siendo más
importante en los 60 hasta comienzos de los 70. Su proyección se debe, especialmente, al
trabajo inicial de Violeta Parra y el conjunto Cuncumén. Las obras son de gran belleza
poética y sus figuras altamente representativas, como Violeta Parra, Inti-Illimani,
Quilapayún y Víctor Jara. Todos ellos contribuyeron de manera importante en el proceso
de elección del candidato socialista Salvador Allende en 1970, así como en el desarrollo de
su programa de gobierno.
“Aquel tipo de música surgido de las peñas formaba parte de un movimiento
social y político que se identificó con ella. Cumplía una función como arma en la
lucha revolucionaria y, como dijo Víctor –refiriéndose a Víctor Jara-: ‘Un artista, si
es un auténtico creador, es un hombre tan peligroso como un guerrillero, porque su
poder de comunicación es mucho’” (Jara, 2007, p. 130).

Cuando la junta militar tomó el poder en 1973, algunos representantes de la Nueva


Canción Chilena fueron asesinados, y otros se exiliaron en Europa. Los sobrevivientes,
regresaron a Chile a fines de los 80. Nuevos grupos y solistas siguen cultivando con gran
creatividad y éxito este género, con particular énfasis en la instrumentación indígena
andina.
La Nueva Canción Uruguaya también se inició a fines de los 50 y rápidamente
adquirió gran aceptación por parte de los sectores populares. Como ya en los 60 la gran
mayoría de los músicos populares se identificaban o pertenecía a partidos de Izquierda,
igual que en muchos países de América Latina, usaban la música como herramienta cultural
para el cambio social. Por citar a los más connotados, Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa,

22
Tabaré Etcheverry y José Carbajal, se destacaron porque escribieron y cantaron canciones
políticamente comprometidas.

Utopía cantada y represión


La Izquierda y Nueva Izquierda encontraron en la canción popular una herramienta
que les permitió tocar las sensibilidades más profundas de las clases subalternas. La Nueva
Canción sirvió de vínculo entre la joven intelectualidad universitaria politizada, portadora
de la ideología, y las clases trabajadoras urbano-campesinas. La letra utilizó códigos,
hermoseados con música y poesía, comprensibles por parte de los excluidos, cumpliendo
así una función pedagógica de concientización social, lo que fue favorecido por una
industria cultural de alta divulgación. Cuando vinieron las dictaduras no sólo buscaron
desarticular el sistema político formal, sino que también, desestructurar las
transformaciones culturales logradas por la Izquierda y así eliminar las tensiones político-
culturales; un claro ejemplo de ello es lo ocurrido con la canción popular.
La lista de cantores y cantoras populares en ambos países es significativa, también
lo son sus apasionadas vidas y sus luchas antes y luego de las dictaduras, por lo que no
podemos describir y analizar a un gran número de ellos, que sin duda, representaron más
que un período, fueron punta de lanza en la construcción de la cultura popular
latinoamericana.
La mayoría de los músicos populares Uruguayos en los 60 se identificaba o
pertenecía a partidos de izquierda. En este país la canción popular reflejó las posiciones
polarizadas del Partido Comunista y el Movimiento 26 de Marzo, identificado con la
guerrilla tupamara; por lo que la forma y el sentido de la revolución presentó en las letras
de estas canciones énfasis distintos, dependiendo de si eran creadas en la Izquierda
tradicional o en la Nueva Izquierda. La actitud hacia la violencia, como medio para lograr
la revolución, constituyó la división ideológica más significativa en el Uruguay pre-
dictatorial, quedando expresado en la música popular.
Aunque hemos nombrado otros autores, los uruguayos Daniel Viglietti (nacido en
1939) y Alfredo Zitarrosa (1936-1989) representaron con más claridad las dos posiciones
de la Izquierda a las que hemos hecho mención, a la vez que fueron de gran aceptación y

23
divulgación popular. Los dos cantautores recorrieron caminos ideológicos opuestos, por lo
que de formas distintas escribieron y cantaron canciones políticamente comprometidas.
Viglietti comenzó desde el comunismo pero ya a fin de los 60 apoyaba al
movimiento guerrillero de los Tupamaros y más adelante se identificó con el anarquismo.
Zitarrosa, por su parte, entró a la Izquierda por el anarquismo, para luego afiliarse al PC.
En una entrevista Viglietti identificó la causa política como prioridad en su música de la
época (Benedetti, 1987, p. 82), mientras que Zitarrosa explica que su música surge de
“motivaciones internas” (Pellegrino, 1999, p. 156). Estas diferentes perspectivas señalan
dos actitudes comunes frente al arte comprometida, una que da prioridad a la causa política
y usa la música como vehículo de movilización y la otra que da prioridad a la inspiración
interna del artista que en su música expresa la interpretación de una situación política
específica.
Los dos cantautores fueron duramente reprimidos por la dictadura, aunque de
formas diferentes. Viglietti en el comienzo de los 60 fomentaba la revolución armada,
directamente llamando a la violencia en sus canciones. De formación formal como músico,
innovaba utilizando géneros e instrumentos tradicionalmente asociados con la lucha
armada, como la marcha acentuada con el uso de instrumentos de metal. La canción “Solo
digo compañeros” es un claro ejemplo de esta tendencia (ver anexo 2.1.).
En 1971, momento en que “Solo digo compañeros” fue editada, Uruguay estaba en
pleno conflicto político, participando de un proceso que desembocó en la
institucionalización de un régimen militar autoritario, producto de las tensiones entre los
grupos armados, los partidos tradicionales y el Frente Amplio. Estudiantes y guerrilleros
habían sido asesinados, encarcelados y torturados, por lo que esta canción se puede
entender como un tributo a “aquéllos que cayeron” y un llamado a las armas para “los que
están vivos” “y ponen la mira sobre el enemigo”. El ritmo de esta canción recuerda una
marcha militar y subraya el ambiente de lucha. La letra no nombra a los caídos lo que
refleja la actitud del movimiento armado de no victimizar a los individuos. A diferencia de
los movimientos por los derechos humanos que surgieron más tarde e hicieron hincapié en
la identificación de individuos (Markarian, 2003), estos mártires eran como todos, parte de
un pueblo unido, sus muertes un sacrificio considerado justo dentro de la lucha armada. La

24
muerte en la lucha armada fue considerara como un acto loable por su capacidad redentora
de la miseria humana.
Cuando Viglietti nombró a algún caído, lo hizo porque éste era una figura
emblemática y el pueblo debía seguir su ejemplo, como en “Camilo Torres” (ver anexo
2.2.).
El 14 de abril de 1972 los Tupamaros habían asesinado a paramilitares de los
conocidos Escuadrones de la Muerte. El mismo día las autoridades respondieron matando a
ocho Tupamaros y simpatizantes del Movimiento 26 de Marzo. Al día siguiente, y en base a
estos acontecimientos, el presidente obtuvo autorización para declarar un “estado de guerra
interna” en que los derechos civiles fueron severamente restringidos. El 17 de abril de 1972
miembros del Ejército invadieron una sede del PC uruguayo, matando a ocho miembros.
Así se llevó a cabo en los siguientes siete meses la desarticulación del movimiento
tupamaro a través de una guerra explícita. “La canción quiere” de Zitarrosa se refiere a los
acontecimientos del 17 de abril (ver anexo 2.3.).
Zitarrosa, con un pensamiento distinto a Viglietti, en “La canción quiere” brinda
homenaje a los militantes caídos y nombra, de entre ellos, a cuatro comunistas acecinados
por el Ejército. Pero lo más notable de la letra es que hace una invitación a la lucha sin las
armas. En memoria a los caídos, a quienes llama “la carne horadada”, señala que “la vida
más amada”, es “la desarmada”. Con una inspiración poética muy significativa, a cambio
de las armas propone, en términos simbólicos, el canto del pueblo; “Fruto maduro del árbol
del pueblo” “la canción mía siempre porfía”. En canciones de la época y posteriores,
Zitarrosa repite su exhortación contra las armas y la violencia sin dejar de denunciar las
injusticias sociales y políticas del régimen.
En síntesis, Viglietti ideologizado e inspirado en la utopía de la Nueva Izquierda,
cree que el pueblo debe entender que la revolución se logra por la vía de las armas, lo que
requiere sacrificios de sangre. Zitarrosa, en cambio, con una mirada desde el PC reivindica
la no violencia mientras reclama por las injusticias sufridas por el pueblo.
Viglietti fue detenido y encarcelado en mayo de 1972, liberado bajo fuertes
presiones nacionales e internacionales y exiliado poco tiempo después (Benedetti, 1987, pp.
40 y 41). Zitarrosa siguió sus actividades de cantautor en Uruguay a pesar de la censura
constante, dos allanamientos en su casa y una detención de veinticuatro horas. Se exilió en

25
1976 cuando, a causa de la censura, fue imposible su actuación en público y la difusión de
sus canciones.
Las diferencias en la represión de estos dos cantautores no se pueden atribuir a una
casualidad, es sabido que el aparato represivo uruguayo se aplicaba en forma selectiva,
basándose en leyes generales que podían justificar muchos tipos diferentes de represión
(Gabay, 1988). Sin embargo, el hecho de que Zitarrosa continuara en el país por más
tiempo que Viglietti, le permitió penetrar de mejor forma en la memoria colectiva hacia ese
tipo de canciones y en la línea evolutiva de la música popular uruguaya.
La Nueva Canción Chilena mostró diferencias respecto a la uruguaya; la violencia
y el uso de las armas, entre líneas o en forma explícita, estuvo presente en canciones
creadas por cantores populares pertenecientes a la Izquierda tradicional. La Nueva Canción
Chilena fue conformada en su mayoría por miembros activos del PC, como Quilapyun,
Víctor Jara y los Parra, ellos en sus letras mostraron cierta simpatía por la Nueva Izquierda.
Un ejemplo claro es la canción con que Víctor Jara ganó el Primer Festival del la Nueva
Canción Chilena, organizado por la Vicerrectoría de Comunicaciones de la Universidad
Católica en 1969, “Plegaria a un labrador”. Con toda razón, por su fuerza poética y un
llamado entre líneas al uso de las armas, El Mercurio calificó la canción de “explosiva”
(Jara, 2007, p. 137). Esta “plegaria” simboliza -parafraseando el mensaje bíblico-cristiano,
cuestión que le otorga un sentido de trascendencia notable- la petición de la clase obrera
hacia los peones e inquilinos, que se unan para llevar a cabo la revolución armada;
“Levántate y mírate las manos”, “para crecer, estréchala a tu hermano”, “limpia como el
fuego el cañón de mi fusil”, “juntos iremos unidos en la sangre” “ahora y en la hora de
nuestra muerte”. “Amén” (ver anexo 2.4.).
Los cantores populares chilenos se mostraron bastante “permeables”, no expresaron
diferencias significativas en cuanto a la defensa de los proyectos de la Nueva o de la vieja
Izquierda. Fueron más explícitos en la crítica hacia la injusticia, la desigualdad social y la
necesidad de la revolución, que el camino a seguir para llevar ésta acabo. No hubo
divisionismos entre los cantores producto de los partidos, grupos e ideas que representaban.
Mayormente quedaron al margen las diferencias, como el uso de las armas como medio
para alcanzar la revolución, cuando la Nueva y vieja Izquierda se unieron en apoyo a la UP.
Es significativo que Ángel Parra haya creado el himno del MAPU, “Banderas Rojas y

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Verdes”, que Quilapayún haya hecho el del MIR, “Trabajadores al Poder”, y que Víctor
Jara y Quilapayún compusieran “Venceremos”, marcha oficial en la campaña de la UP.
La UP se apoyó en gran medida en el grupo de artistas identificados con la Nueva
Canción Chilena. El tono de denuncia de sus canciones en los años precedentes fue
cambiado por la esperanza en la construcción de un Chile nuevo, alcanzando en el disco de
Inti Illimani “Canto del Programa” su más clara expresión (Rolle, 2002). También los
cantores respondieron a la contingencia con canciones que comentaban la vida política
nacional con letras de denuncia, sátira incluso la advertencia y la amenaza.
Junto a la unidad estuvo también muy presente en la canción popular un sentido de
optimismo y esperanza incluso en los momentos más difíciles. En septiembre de 1972 la
Central Unitaria de Trabajadores convocó a una masiva concentración para mostrar apoyo
al Gobierno de la UP. La concentración obrera fue planeada por el movimiento popular bajo
la idea de “defender lo que se ha conquistado”. Para esa ocasión Ángel Parra compone el
canto “Cuando amanece el día” (ver anexo 2.5.).
Ese sentido de optimismo sumado a la unidad en tiempos de la UP, no sólo de
cantores sino de muchos otros artistas gran parte de ellos aficionados y anónimos,
constituyó una “bomba” que caló hondo en la cultura de las clases populares, cuyos efectos
la Derecha y el Centro no contrarrestaron con las mismas armas. Éstos no contaban con un
proyecto cultural profundo, extenso y de fácil aceptación por parte de las clases subalternas
como la Izquierda, sin embargo, también usaron el arte y la canción popular como
contraofensiva. La Derecha y la Democracia Cristiana, aliadas durante gran parte del
gobierno de Allende, recurrieron a temas marciales de la tradición chilena, como himnos
tradicionales de las Fuerzas Armadas y también a las parodias. Significativa es la
transformación que hicieron de la letra del famoso tango “Los muchachos antes no usaban
gomina”, por “Los muchachos antes comían gallina” aludiendo a la situación de
desabastecimiento en la UP. Claudio Rolle (2002) señala que esa versión satírica
proveniente del mundo de la Democracia Cristiana, se complementaba con la parodia de
temas sacados del film infantil “Chity Chity Bang Bang” o de la comedia musical “Hello
Dolly” adoptados por la Derecha para tratar el tema de la presencia de los interventores o el
desabastecimiento.

27
Pero la respuesta más “eficiente” de la Derecha fue la violencia, “con menos música
y más acción” vinieron las amenazas e intentos de secuestro contra los cantores y artistas
populares incluso entes del autoritarismo militar. Los asesinatos, torturas, prisiones y
exilios de los cantores una vez llegado el golpe, son parte de una historia bastante conocida.
El asesinato de Víctor Jara fue una señal clara de que comenzaba, en septiembre de 1973,
un período macabro para la Nueva Canción Chilena.

CONCLUSIONES
Los vínculos entre resistencia político-cultural, movimientos sociales y represión, se
pueden analizar a través de dinámicas de interacción que comprenden aspectos del mundo
político que trascienden a la vida cotidiana, como los proyectos culturales de los sectores
políticos. Estos proyectos se estructuran en base a significados, como el significado que se
le atribuye a la vida, la muerte, la lucha de clases, la lucha armada, al pueblo, etc. Las
canciones anteriormente expuestas y analizadas, constituyen un fragmento, una pequeña
mirada sobre cómo la música popular expresó las utopías de izquierda. La Nueva Canción
Latinoamericana refleja, entre otros aspectos, el debate que se desarrolló sobre la forma y el
significado otorgado a la revolución según los proyectos de izquierda.
Desde la década del 60 hasta el 73, en Chile y Uruguay, la elite no elaboró
significativamente un programa artístico-cultural contrarrevolucionario que pudiera servir
para reafirmar el conservadurismo en las relaciones patrón-trabajador, sea este campesino u
obrero. Tampoco utilizó medios artístico-culturales eficientes que le permitieran
contrarrestar la cultura popular del programa izquierdista. Su contraofensiva escasamente
utilizó las misas “armas” empleadas por la Izquierda. La Derecha reacciona con una lógica
distinta a la Izquierda. Como su interés no estaba en ello, sino en la protección de la
propiedad privada y en sus intereses de clase, no se plantó un programa cultural de
dominación de las clases subalternas de acuerdo al contexto histórico. Más “eficiente” para
la Derecha fue optar por la violencia y represión de los cantores y artistas populares, que
por el uso de elementos artístico-culturales como medios de propagación de ideas. Así
primero aparecieron movimientos juveniles filofascistas dentro de sus núcleos más duros,

28
como Patria y Libertad y los Escuadrones de la Muerte en Chile y Uruguay
respectivamente, y luego vinieron los golpes de Estado.
En ambos países la violación a las garantías constitucionales y la lucha armada
contra la Izquierda comenzó antes que la dictadura militar. En 1972 se declaró en Uruguay
el estado de guerra interna, el cual reprimió tanto a la Nueva como la vieja Izquierda. De
esta forma -como señalan los autores citados-, en un acto violento de repliegue y contra
ataque, la elite prefirió destruir el sistema democrático para defender la propiedad privada y
lo que amenazaba su estabilidad como clase. Al no plantearse otra alternativa usó su vieja
fórmula del disciplinamiento, dando latigazos al “roto” y al “gaucho”; el populacho alzado
de Chile y Uruguay respectivamente.
En ambos países la MSP fue tensionada no solamente por las crisis económicas, las
deficiencias en el sistema político-partidista, la violencia política y los cambios en las
correlaciones de fuerza, sino también por el programa político-cultural de izquierda. Lo
interesante es que la última tensión señalada, por una parte, se gestó dentro de una
intelectualidad que pertenecía a la base social que daba mayor sustento a la matriz estatal-
nacional-popular democrático-partidista, los sectores medios; y por otra, es el aspecto
visible, perfectamente tangible que presentó la utopía revolucionaria en el arte y la cultura,
donde podía ser transmitida con una singularidad muy especial por los artistas.
Los grupos de clase media que formaban la Izquierda fueron capaces de hacer el
puente entre la utopía y las clases subalternas por medio del arte y la cultura. Se sintieron
con la misión de provocar, en una primera etapa, los cambios político-culturales necesarios
para enfrentar, en una segunda etapa, la tarea revolucionaria. A pesar que emprendieron,
como señalamos, por medio de la elaboración de un proyecto cultural-popular la primera
etapa, no lograron pasar a la segunda etapa y alcanzar sus objetivos revolucionarios, debido
a las tensiones sociales, políticas y económicas provocadas, en el contexto histórico, dentro
de la MSP; cuya envergadura estaba, como la misma Izquierda posiblemente lo entendía,
más allá de lo puramente político-cultural. Si bien la Izquierda fue eficiente en penetrar en
las clases populares por medio de la canción comprometida, no lo fue, como es sabido, en
alcanzar sus objetivos finales.

29
ANEXOS

1. EL CONTEXTO POLÍTICO, 1960-1973: LOS ACTORES, LAS FUERZAS Y EL GOLPE

URUGUAY
En la década de 60 Uruguay enfrentaba una etapa de reforma capitalista iniciada a
comienzos del siglo XX con la presidencia de José Batlle y Ordóñez. Un largo
proceso de industrialización por sustitución de importaciones, la inclusión de las capas
medias y bajas en las reformas electorales y un Estado benefactor de tipo Keynesiano, que
se venían desarrollando con más fuerza a partir de la crisis del 29, se ven afectados por dos
procesos propios del 60: el deterioro económico marcado por la inflación y la aparición de
la guerrilla a cargo de una intectualidad de Izquierda radical, que desequilibra tanto a la
Izquierda conservadora como a los dos partidos históricos en el poder, Partido Colorado y
el Partido Nacional.
Desde los años de la Independencia se fueron configurando en Uruguay dos fuerzas
políticas, prácticamente inmutables hasta la década del 60, el Partido Colorado y el Partido
Nacional (Blanco). El primero más liberal, de tendencia anticlerical y ligado a los intereses
urbanos. El Colorado fue considerado un partido predominante al ganar las elecciones
desde 1868 hasta 1958. Mientras que el Partido Nacional más conservador y de mayor
inserción en el medio rural. De todas formas, los dos partidos eran policlasistas, abarcando
un amplio espectro ideológico. Al margen quedaba la existencia de partidos menores, que
en el caso del Partido Socialista y de la Unión Cívica remontan sus orígenes a principio de
siglo, que no son considerados de relevancia para los esquemas de análisis sino hasta la

30
aparición del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (en adelante MLN-T o
Tupamaros) y la formación del Frente Amplio.
Los intelectuales uruguayos, casi en su totalidad, habían dejado de pertenecer a los
partidos tradicionales a partir de mediados de siglo. En un ensayo escrito en 1953 sobre la
clase intelectual uruguaya, se decía que para ellos “Blancos y Colorados no existían ni
habían existido, ni siquiera como hecho a tener en cuenta, a estudiar, a superar” (Ares Pons,
1968, p. 47). Esta ausencia notoria de los intelectuales en los partidos tradicionales tenía,
como lógica consecuencia, que la Izquierda los contaba con una altísima proporción entre
sus filas. Más evidente resulta esta afirmación si se tiene en cuenta que todos los partidos
de Izquierda reunidos no habían logrado el 10% de los votos antes del año 1971 (Costa,
1985, p. 38).
La fuerte participación de los intelectuales en los partidos y movimientos de
Izquierda, impregnó en estas agrupaciones políticas sus virtudes y defectos. El MLN-T no
escapó a la regla, si bien desarrolló características particulares por las exigencias de su
actividad clandestina (Costa, 1985, p. 38).
El MLN-T es considerado heredero intelectual de una corriente nacida entre los
años 1943-44 en el ámbito estudiantil, que se denominó “tercera posición”. Durante la
Segunda Guerra Mundial, los centros estudiantiles agrupados en la Federación de
Estudiantes Universitarios del Uruguay, se pronunciaron en una línea antifascista contra la
dirección anglosajona y rusa de la guerra. Para distinguirse de los fascistas y de los
aliadófilos, los componentes de esta nueva tendencia adoptaron el lema de “Tercera
Posición”. Esta tendencia tenía su “epicentro intelectual” en la federación de estudiantes y
en el semanario “Marcha”. La composición social de esa corriente podía definirse como
predominantemente “pequeño-burguesía ilustrada e idealista” (Ares Pons, 1968, p. 61). En
sus comienzos esta corriente había recibido un fuerte impulso de sectores de la extrema
Izquierda, el anarquismo y el trotskismo. Posteriormente incorporó tendencias de diversos
orígenes, elementos de formación demócrata-liberal cuyas concepciones se habían
radicalizado, y líneas de pensamiento de filiación católica con la teología de la libración.
“Se puede decir que esta corriente estaba integrada por la mayoría de los sectores
intelectuales no pertenecientes al partido comunista” (Costa, 1985, p. 39).

31
En 1959 la revolución cubana despertó el apoyo unánime de la esta clase intelectual,
con cierto declive tras las ejecuciones llevadas a cabo por el gobierno revolucionario. En
los 60 estos grupos se comprometieron en diversas fórmulas políticas con resultados
electorales desastrosos. En el año 1962 el Partido Socialista pierde toda representación
parlamentaria y se fracciona. En una de esas fracciones se encuentra el origen del MLN-T
(Costa, 1985, p. 39). El por un lado los Tupamaros recibieron ciertas peculiaridades de los
intelectuales que lo nutrían, y por otro, su práctica encontraba un eco más general en los
sectores medios ilustrados (Ares Pons, 1968, p. 34).
“Una de las características más salientes el MLN en su primera etapa fue justamente
la alta calidad técnica de sus acciones y sus toques de sutileza o incluso humor” (Costa,
1985, p. 40). No es difícil reconocer en este refinamiento a una “intelectualidad
aristocrática que siempre se sentía más cómoda exhibiendo su ingenio y su destreza que su
fuerza”. De hecho, la dirección “antigua” del MLN-T estaba compuesta por estudiantes de
leyes, artistas plásticos e ingenieros (Costa, 1985, p. 40).
Ya a inicios de los 50, los autores destacan en el Movimiento una apertura hacia los
valores religiosos y una conciencia latinoamericana, que van a combinarse posteriormente
con las influencias de la revolución cubana. Todo ello vino a estimular un nacionalismo
latinoamericanista dentro de la búsqueda de un programa latinoamericano estratégico.
Posteriormente el “guevarismo” va a impulsar los valores religiosos en una mística
revolucionaria que buscará la creación de un “hombre nuevo” para una nueva sociedad
(Costa, 1985, p. 41). Con todo, los Tupamaros no se volcaron a la opción guerrillera sino
hasta que la situación política comenzó a cambiar a fines de los 60.
En 1968, una semana después de asumir la presidencia Jorge
Pacheco Areco, el gobierno sacudiría la opinión del país al declarar fuera
de la ley a varios grupos políticos (Partido Socialista, Federación
Anarquista, MRO, MIR y MAPU), y clausurar dos periódicos
“izquierdistas”, “Epoca” y “El Sol”. La acción ruidosa y escandalizadora
de Pacheco estuvo motivada por la actitud de estos grupos que hicieron
una declaración de fe pública revolucionaria a través de esos medios, y
también por la necesidad del nuevo Presidente de ahuyentar la imagen
blanda que presentaba al comenzar su gestión (Costa, 1995, p. 166).

32
En junio del mismo año se implantaron las Medidas Prontas de
Seguridad, instrumento que otorgaba facultades excepcionales al
Ejecutivo, “como paso previo a la implementación de un drástico plan de
estabilización, con congelamiento de precios y salarios, que se proponía
atacar una inflación que había llegado al 135% el año anterior” (Costa,
1995, p. 166). Las consecuencias sociales del severo ajuste económico se
mostraron en una multiplicación de las huelgas, ya muy numerosas
desde el mes de abril. El clima de violencia callejera llegaría a niveles
desconocidos hasta entonces en Uruguay. A las huelgas y movilizaciones
sindicales se sumaron masivas manifestaciones estudiantiles. La
represión policial, utilizada por el gobierno de Pacheco, completaba el
panorama de tensión social que sería característico de este período
(Costa, 1995, p. 166).
En 1968, en este contexto de mutación de la vida política
uruguaya, las acciones de la guerrilla urbana comenzarían a cobrar
auge. No todavía en forma de ataques frontales a objetivos militares,
sino en un particular estilo en el cual se trataba de poner en ridículo a
las fuerzas policiales y se difundían públicamente los manejos
financieros oscuros de miembros de la clase política.
En este ambiente el MLN-T, la principal organización de oposición
armada, se orientó hacia una progresiva militarización. El duelo,
novedoso, entre un gobierno de corte autoritario y un movimiento
clandestino que mostraba en un principio “más ingenio que violencia,
captó el interés público, y contribuyó a opacar aún más el juego político
tradicional, que se mostraba desde hacía mucho tiempo insustancial y
tedioso” (Costa, 1995, p. 167).
El alto grado de conflictividad social y la amenaza que percibían muchos sectores
políticos de un Ejecutivo extralimitado en sus funciones, sumado, dicen los analíticos, a la
experiencia atrayente del triunfo de la Unidad Popular en Chile, comenzó a promover
ciertos movimientos interpartidarios con vistas a la formación de un frente opositor (Costa,
1995, p. 168). En el mes de octubre, alrededor de un mes después del triunfo Salvador

33
Allende en Chile, se produjo el primer llamado a la conformación de una suerte de frente
popular, el Frente Amplio.
Los partidos tradicionales, Blanco y Colorado, se habían alternado en el poder
(gobiernos blancos de 1959 a 1967 y colorados de 1967 a 1973) y se fraccionaron. La
Izquierda se unificó y surgió así el Frente Amplio en 1971. El Movimiento Tupamaros
mantuvo una posición defensiva debido al surgimiento del Frente, que participaría de las
elecciones a realizarse en noviembre del 71. El MLN-T difundió un mensaje de “apoyo
crítico” al Frente y esperó, en un clima de relativa calma, el resultado de las elecciones
(Costa, 1995, p. 193).
Los enfrentamientos sociales se hicieron más dramáticos en 1971.
En síntesis, la escalada de violencia entre la guerrilla tupamara y las
fuerzas policiales o parapoliciales produjo numerosas víctimas. La
respuesta del gobierno fue encargar a las fuerzas armadas la responsabilidad de la lucha
antiguerrillera. Esa trascendente decisión tuvo, sin embargo, poca repercusión en medio de
la fervorosa campaña electoral. Desde el MLN-T se había puesto en práctica
una táctica más directamente terrorista de atentados y secuestros,
vinculada sin duda a la crisis interna derivada de la pérdida de sus
cuadros políticos, presos desde el año anterior (Costa, 1995, p. 168).
“El descrédito de la clase política y la permanencia de altos
niveles de conflictividad social darían pie a la entrada en escena
de las Fuerzas Armadas. Activado políticamente por Pacheco, el
ejército sería también, entre 1968 y 1971, un instrumento de
poder compensatorio para esgrimir frente al parlamento.
El conflicto social, además de alimentar las medidas de
excepción, proporcionaba un terreno sumamente fértil para el
crecimiento de la guerrilla tupamara que, creada varios años
antes, sólo pudo afirmarse y desarrollarse en las condiciones muy
especiales que le ofrecía el gobierno de Pacheco. El estado
permanente de conmoción iría haciendo prosperar los
movimientos mejor adaptados al as situaciones de violencia. Los
grupos armados, guerrillas y militares, pero también las fuerzas
políticas menos democráticas, las que tenían doctrinas y discursos
más eficaces para enfrentar una lógica de guerra” (Costa, 1995, p.
257).

34
En un diálogo mortífero de acciones y represalias, una
organización parapolicial autodenominada “Escuadrón de la muerte”
había secuestrado y asesinado a varias personas vinculadas a la
guerrilla. Otros atentados, de diverso tipo, se producían contra personas
y locales relacionadas con movimientos sociales o partidos. Lo más
relevantes del 71 fue la fuga masivas de todos los militantes, hombres y mujeres, de la
organización presos hasta entonces, conseguida a través de túneles hechos desde la red
cloacal de Montevideo (Costa, 1995, p. 193).
Los resultados electorales fueron favorables al candidato oficialista Juan María
Bordaberry que llegó a la presidencia con 22% de los votos. El 1 de marzo de 1972 asumió
el cargo en medio de un ambiente oscurecido por denuncias de fraude presentadas por el
Partido Nacional. El Frente Amplio, por su parte, con menos del 20% de los votos, se sintió
defraudado en sus expectativas electorales. Así 1972 se inició en medio de pronósticos
sombríos. El nuevo gobierno era minoritario en el Parlamento y considerado por amplios
sectores como ilegítimo. A lo anterior se sumaba un estancamiento económico en 1971 y
una franca depresión en 1972, que contrastaba con un relativo crecimiento en los años 69 y
70.
En ese contexto, la dirección tupamara concibió un plan de ofensiva generalizada y
de enfrentamiento directo con las fuerzas armadas. El 14 de abril de 1972 el Movimiento
realizó una serie de atentados sangrientos contra integrantes del “Escuadrón de la muerte”.
Estos atentados fueron respondidos por procedimientos igualmente cruentos de parte de las
fuerzas armadas, con el saldo de varios muertos.
La llegada al poder de Bordaberry se daría entonces en medio de circunstancias que
empujaban a la ruptura del sistema.
“Los militares estaban ya convertidos en figuras políticas centrales, una junta de
Comandantes en Jefe difundía sus propios comunicados y opiniones sobre la
situación del país. Los datos económicos se mostraban especialmente adversos. La
autoridad presidencial era mínima, al haber sido electo con los votos cosechados por
Pacheco en su campaña reeleccionista y, por añadidura, en medio de denuncias de
fraude. El Parlamento, ubicado en esa legislatura en una sensibilidad
particularmente radical, no era el mejor complemento para un Presidente
ultraconservador. Las reglas de juego electorales, que tendían a dejar al Presidente
sin apoyo parlamentario, mostrarían su inadecuación de una manera mucho más
clara al quebrarse el bipartidismo” (Costa, 1995, p. 258).

35
A estos datos que evidenciaban las fuerzas centrífugas que actuaban en el sistema
político, se sumó la guerra interna, después de la ofensiva tupamara en 1972. Esa
circunstancia desplazó del centro político a los partidos y al Parlamento, que ofrecieron,
“todo el poder a los militares” para combatir la guerrilla (Costa, 1995, p. 259).
Las Fuerzas Armadas, disponiendo del uso casi irrestricto de la fuerza, fueron
consolidando una autonomía cada vez mayor con respecto del poder civil. Si bien ya se
observaba cierto grado de autonomía en los mandos militares a partir de la formación de la
Junta de Comandantes en Jefe, sería en los primeros seis meses de la guerra interna, durante
el gobierno de Bordaberry, que los militares irían dando forma a sus planes políticos
propios. El papel del Presidente Bordaberry en este proceso fue fundamental, más por
omisión que por acción, dado que, según varios testimonios, “había delegado totalmente el
poder decisorio en lo concerniente a los temas castrenses y policiales a los mandos
militares” (Costa, 1995, p. 259).
Después de ser desmantelada la guerrilla, en setiembre de 1972, Bordaberry estimó
oportuno que las Fuerzas Armadas volvieran a los cuarteles. El primer intento de retomar el
control de los militares generaría la crisis de octubre de 1972. “Una pulseada perdida por
Bordaberry, que marcaría la autonomización definitiva de las Fuerzas Armadas. El segundo
intento, ya demasiado tardío, en febrero de 1973, desembocaría en el asalto, por parte de los
militares, del Poder Ejecutivo” (Costa, 1995, p. 259).
“La crisis de octubre desarrolló en medio de la indiferencia general, y el
golpe de febrero tuvo el apoyo expreso de los partidos de Izquierda, la central
sindical, y la complacencia de la mayor parte de la población, además de la apatía
de la mayoría abrumadora de líderes y fuerzas políticas.
Cuando el 27 de junio de 1973, los tanques rodearon el Palacio Legislativo y
el Presidente decretó la disolución del Parlamento, las fuerzas políticas de oposición
y los sindicatos se movilizaron y se desencadenó una huelga general para enfrentar
el golpe de Estado. Rápidamente se distinguieron los campos, los que defendían el
régimen democrático, partidos y sindicatos, y los que lo atacaban: Bordaberry y los
militares” (Costa, 1995, p. 259).

CHILE
En la década de 60 el Estado chileno enfrentaba una etapa de reforma capitalista
más profunda que en Uruguay, ya que al proceso de industrialización por sustitución de
importaciones, a la inclusión de las capas medias y bajas en las reformas electorales y al
Estado benefactor de tipo Keynesiano, se sumaba la reforma agraria (que no estuvo

36
presente en Uruguay por la falta de presión social y por la baja densidad de la población
rural); y, desde el 70 al 73, un Gobierno de Izquierda socialista, la Unidad Popular.
En cuanto al sistema político presidencialista, Manuel A. Garretón, Tomás Moulian
y Arturo Valenzuela (Garretón y Moulian 1983, Moulian, 1993 y 2006, Valenzuela, 1988)
han señalado que el país enfrentaba grandes problemas ya desde 1932, que se fueron
agudizando hasta el golpe de Estado en el 73: “a) una deficiente arquitectura institucional,
b) una conflictiva estructuración de las adhesiones políticas, en un espectro con partidos
clasistas en las dos puntas y un fuerte partido intermedio y c) una fuerte situación de
multipartidismo proporcional” (Moulian, 1993, p. 68). Ello provocaba inadecuaciones y
contradicciones que obligaban a la conformación de estrechos acuerdos políticos y frágiles
alianzas, ya que se gobernaba sin la mayoría en el Congreso.
“El sistema presidencialista no tenía flexibilidad para adecuarse a los dos
problemas endémicos de la política chilena desde 1932, la distribución proporcional
y la estructuración con polaridad. Estas condiciones hacían muy difícil la
construcción de mayorías. Ningún partido fue predominante, no tuvo la capacidad
de concentrar la cantidad de votos suficientes (con excepción de la Democracia
Cristiana en 1965), y la constitución flexible de alianzas estaba bloqueada por las
barreras coalicionales. Como consecuencia de ello la mayor parte de los presidentes
debieron resignarse con gobernar mediante transacciones y compromisos”
(Moulian, 1993, p. 68).

Pese a lo anterior, el sistema funcionó adecuadamente mientras mantuvo propensión


coalicional. Pero las cosas comenzaron a cambiar en el contexto de la guerra fría, la
Revolución Cubana y los conflictos y tenciones de clase; y “esta tendencia se fue perdiendo
en la medida en que los partidos principales se fueron ideologizando, capturados por el
ethos historicista de la década del sesenta” (Moulian, 1993, p. 69).
La debilidad de la clase media y baja, que no pueden asegurar una conducción
política directa debiendo contentarse con una política defensiva, sin crear un bloque
defensivo sino hasta 1964, obligó que ejercieran su influencia en la política por medio de
los siguientes medios:
“a) la utilización del poder parlamentario para morigerar los problemas de los
sucesivos gobiernos reformistas; b) participación minoritaria en esos gobiernos,
siempre como sustitutos del bloque de centro Izquierda desagregado; c) influencia
ideológica dentro del Partido Radical, que fue hasta 1958 la organización centrista o
hegemónica; d) mantención de aparatos autónomos de reproducción de la sociedad
civil (instituciones educativas, organizaciones corporativas, medios de
comunicación, etc.)” (Garretón y Moulian, 1983, p. 25).

37
En 1964 el reformismo capitalista cambia de dirección política a manos de la
Democracia Cristiana (en adelante DC) que intenta un proyecto de modernización. Pero la
búsqueda de la modernización industrial, que implicó una favorable mejora tecnológica,
monopolización e internación de la economía, provocó un distanciamiento de la DC con
sectores de la burguesía industrial. Ese mismo distanciamiento se produce respecto a los
sectores latifundistas debido a la reforma agraria (Garretón y Moulian, 1983, p. 26). Ambos
sectores conformaban tradicionalmente la Derecha a través del Partido Nacional, la cual
buscaría un camino propio, la “intervención miliar”, a partir de la crítica al sistema político-
democrático que es visto como un freno al desarrollo capitalista (Garretón y Moulian, 1983,
p. 26).
La incapacidad de la DC de representar a los sectores predominantes y la
deslegitimación del capitalismo, “constituyen dos resultados importantes del período 1964-
70. A ello se agrega el desencanto de los sectores populares expresados en una Izquierda
cada vez más crítica y polarizada por las insuficiencias del reformismo” (Garretón y
Moulian, 1983, p. 26).
Desde el 1932 la estabilidad del sistema se había basado en gran medida en el rol
pendular jugado por el centro político hasta 1964, permitiendo el equilibrio de las fuerzas
políticas al constituir un “dialogo” Izquierda-Derecha, por la vía del centrismo gobernante.
“Ese papel pendular permitió la estabilidad, aún cuando la Izquierda que era una fuerza
ideológicamente antisistema, fuera consolidando su importancia política y constituyera la
unidad entre socialistas y comunistas”, (Garretón y Moulian, 1983, p. 28).
El hecho que el centro pareciera para la Izquierda como una fuerza que se
presentaba disponible, con la que era posible conformar alianzas, constituía uno de los
factores de incorporación de la Izquierda al poder, al favorecer su viabilidad dentro de éste.
Por otro lado, “el rol pendular del Centro hacía soportable para la Derecha la participación
política de la Izquierda, incluso hacía tolerables las alianzas de ésta con el Centro, porque
estaba comprobado que la naturaleza ideológica y política de este último le otorgaba a esas
alianzas un carácter transitorio” (Garretón y Moulian, 1983, p. 29). De hecho, eso había
ocurrido en 1938, 1942 y 1946 (Garretón y Moulian, 1983, p. 29).

38
La DC, al asumir el Gobierno en 1964, entra a modificar el papel tradicional del
centro político. Mientras el Partido Radical era, desde 1938, una institución pragmática que
no buscó fundar un nuevo orden social, la DC estaba comprometida con lo que creía una
misión histórica, se sentía portadora de la revolución; “esas convicciones generaron una
profunda inadecuación de la Democracia Cristiana a las funciones de centro político
(Garretón y Moulian, 1983, p. 29).
La DC fue empujada por sus pretensiones mesiánicas al aislamiento político en su
intento de llevar a cabo su programa reformista denominado, Revolución el Libertad, el
cual contemplaba una profundización de la Reforma Agraria, que hasta el momento era más
bien un fenómeno marginal. Fracasó en sus pretensiones de absorber la base de la Derecha,
tratando de aprovechar su pánico a la Izquierda para movilizarla en una nueva dirección
ideológica, y de absorber la base política de la Izquierda, mediante una política
redistributiva y de reformas sociales (Garretón y Moulian, 1983, p. 29). Debido al desgaste
electoral por parte de la DC, expresado en los resultados de los comicios municipales de ese
año, y los problemas surgidos en la política económica, a causa de un desfase entre los
niveles previstos y los niveles reales de alza de las remuneraciones y de inversión privada,
el Gobierno Demócrata Cristiano vio estrecharse aun más su margen de maniobra y
negociación política (Garretón y Moulian, 1983, p. 29). Huérfano de una base orgánica de
compromiso con la Izquierda, por sus compromisos cada vez mayores con el sistema
capitalista, e imposibilitado de buscar la alianza con la Derecha, “morigerando su política
agraria, por no exacerbar sus contradicciones internas o por mantenerse como alternativa
autónoma, el Gobierno DC opta por sacrificar los aspectos innovadores o reformistas de su
programa” (Garretón y Moulian, 1983, p. 29).
Así las cosas, en 1970 la sociedad chilena experimentaba una crisis parcial de la que
el proyecto político de la Unidad Popular (en adelante UP) es un intento de superación.
“Había una crisis del tipo de capitalismo dependiente, que se estaba
demostrando cada vez más incapaz de asegurar la base económica para un creciente
proceso de democratización social que incluía en sus últimas etapas al campesinado,
y también había una crisis del Estado, tanto de hegemonía como de dirección
política táctica, puesto que el centro político había perdido la capacidad de
representar en su conjunto los intereses capitalistas, y puesto que estos se aferraban
a un ilusorio retomo a la Derecha, ilimitada por una larga táctica de política
defensiva, e incapaz de un proyecto nacional. Por otra parte, el centro quedaba

39
aislado de una Izquierda con proyecto político propio de transformación global de la
sociedad” (Garretón y Moulian, 1983, p. 30).

La asimetría entre un capitalismo atrasado y una democracia cada vez más


aglutinadora parecía llegar a su fin, pues “el ritmo de crecimiento económico no seguía el
ritmo de las demandas y de la movilización”. La Derecha alzaba voces que llamaban a
sacrificar la democracia en aras del desarrollo, desprestigiándola con el nombre de
demagogia (Garretón y Moulian, 1983, p. 31).
“La crisis del desarrollo capitalista dependiente y del Estado de compromiso
en Chile parecía ofrecer sólo dos alternativas viables. Por un lado, la reversión de
los procesos de democratización y el impulso a la dinámica de la acumulación
capitalista sin la interferencia de los elementos democráticos participacionistas o
redistributivistas. Este era el intento de alternativa de la Derecha, que no puede
imponerse en ese momento debido a la legitimidad del régimen político, y es
también el intento del régimen autoritario militar, a partir de septiembre de 1973,
una vez culminada la crisis de legitimidad. Por otro lado, la reversión del esquema
de desarrollo capitalista, alterando los contenidos de clase del sistema de
dominación, pero manteniendo vigente y desarrollando el proceso de
democratización en su doble aspecto de tendencias igualitarias y régimen político.
En eso consiste el proyecto sociopolítico de democratización no capitalista,
intentado por las fuerzas de Izquierda agrupadas en la Unidad Popular,
conceptualizado como transición al socialismo o vía chilena al socialismo. El
contenido del proyecto social de la UP recogía las aspiraciones desarrolladas
durante años de movimiento popular y de otros sectores de la sociedad, y parecía
una solución posible a la crisis del social y económica” (Garretón y Moulian, 1983,
p. 31).
Pero el contenido del proyecto político y social del Gobierno de Allende, la Vía
Chilena al Socialismo, estaba en contradicción con los intereses de determinados sectores
capitalistas nacionales y extranjeros. El carácter del la lucha política entre esos dos bloques
está dado entonces por el enfrentamiento entre los intentos de realización del programa por
parte del Gobierno y los de su anulación o eliminación, por parte de la Derecha. (Garretón y
Moulian, 1983, p. 31). Pero la lucha política se inscribe en un marco de legitimidad
histórica del régimen político democrático-presidencialista. Y esta legitimidad es la que
impide la totalización de la crisis en 1970. Hablamos de crisis parcial de la sociedad, por
cuanto el régimen político no está en crisis y mantiene su legitimidad (Garretón y Moulian,
1983, p. 32).
La DC no puede llegar a un compromiso con la UP y se resiste a la alianza de la
Derecha durante un tiempo, porque quiere preservar sus intereses políticos de largo plazo.

40
“Cede a las presiones centrífugas que tratan de arrancarla de la posición de centro
fluctuante cuando ya era demasiado tarde para imponer un diseño que preservará su
condición de actor político significativo (Garretón y Moulian, 1983, p. 133).
La DC después de haber sido desde su fundación el partido de una elite católica
preocupada por la cuestión social y la búsqueda de separar a la masa católica
conservadorismo, se empieza a convertir desde 1958 en un partido que sin perder esa
definición ideológica, pretendía atravesar todas clases y grupos de la sociedad tanto desde
el punto de vista de la militancia como de las esferas de influencias social y electoral. De
hecho, consigue este carácter nacional sólo de modo parcial sin dejar nunca de expresar,
ideológica y socialmente principalmente a las capas medias (Garretón y Moulian, 1983, p.
134).
Una de las calves del aislamiento político con que termina su período, “residen en la
asimetría entre un acusado sentido de misión histórica y de alternativa de poder de largo
plazo y de la absoluta ausencia de una estrategia razonable para realizar esa vocación o para
permitirle quebrar el esquema de tres fuerzas donde necesariamente tenía que caer en una
de dinámica de negociación” (Garretón y Moulian, 1983, p. 135).
Por su parte, la Derecha tuvo conformarse a partir de 1938 “a una política defensiva,
diferenciándose del centrismo, porque este expresaba la dirección de otros grupos, pero
manejando una política pendular de acercamiento-distancia” (Garretón y Moulian, 1983, p.
136). Con esto, no declaró la guerra frontal a los partidos por lo menos hasta 1964, y
tampoco busca fusionarse con ellos, manteniendo así una representación política de las
clases dominantes.
Este fenómeno tiene estrecha relación con la naturaleza de las calases representadas
en los partidos de Derecha, en cuyo interior era significativo el peso de la clase latifundista.
Esta significación estaba relacionada, entro otros, con dos factores:
“a) la vinculación entre capital financiero, industrial, comercial y latifundista
que otorgan a esas clases un carácter indiferenciad; b) con la importancia social y
política del campo. Las relaciones sociales agrarias le permitían al hacendado el
manejo de una base social propia y, a través del sistema de clientelaje rural, el
acceso a lo votos que manejaban los caciques rurales” (Garretón y Moulian, 1983, p.
136).

Esta política entra en crisis entre 1964 y 1970 porque el reformismo centrista de la
DC es muy diferente al tradicional. “Se niega a jugar una política de negociación que

41
permitiera, por parte de la Derecha, una estrategia de acomodación y ajuste; trata de
quebrar el bloque político latifundario-burguesía, dándole a la reforma agraria y a la
sindicalización campesina el carácter de factores de expansión capitalista; pretende con eso,
y con medidas de modernización económica, atraer al conjunto de las bases sociales de la
Derecha” (Garretón y Moulian, 1983, pp. 137 y 138).
La experiencia del período 1964-70 produce la resurrección política de la Derecha, a
través de la fusión de los viejos partidos históricos, el Conservador y el Liberal, en el
Partido Nacional, lo que obliga a algunas sustituciones y recambios dentro de su elite
política, y la influencia ideológica dentro de la nueva organización del nacionalismo. “Esa
resurrección revela la intención de superar el esquema clasista que había tenido la acción de
la Derecha” (Garretón y Moulian, 1983, p. 138). Intenta recuperar la capacidad de dirección
de las clases medias, haciéndose portadora de un esquema que busca reorientar las
expectativas de cambio: “recuperación de la decadencia provocada por el estatismo
exagerado, por el populismo y por la falta de autoridad” (Garretón y Moulian, 1983, p.
138).
Ello se cristaliza en la creación de la Nueva República, propuesta política de su candidato
en 1970.
En el Gobierno de la UP la Derecha comienza a buscar las condiciones de la alianza
con la DC, a través de tentativas que, como el Frente de Ideas, caen en terreno todavía
estéril. En las elecciones complementarias de un Senador y las municipales en Valparaíso
en 1971, demuestran que está dispuesta a hacer sacrificios políticos de corto plazo,
cediéndole el campo a la DC, en función de los objetivos generales. “La Derecha no
antepone nunca sus intereses políticos ante sus intereses de clase. Para atraer a la DC está
dispuesta a cualquier concesión, así como más adelante está dispuesta a renunciar a la
participación política, conformándose con la dominación militar y autodisolviéndose como
organización política” (Garretón y Moulian, 1983, pp. 138 y 139).
Hasta diciembre de 1971 la Derecha, sin contactos castrenses orgánicos, realiza una
estrategia de anulación del Gobierno a través de una ofensiva política continua, pero a
partir de ese momento hace explícita su estrategia cuya única salida era el derrocamiento de
Allende (Garretón y Moulian, 1983, p. 138). Así conduce la situación a una salida extra
institucional. La Derecha se mueve en la lógica de clase.

42
“A través de los gremios patronales de grandes industrias y comerciantes y a
través de la coordinación de la Confederación de Producción y Comercio, dirigida
por personeros ligados al gran capitalismo, la Derecha logra dirigir políticamente a
las organizaciones gremiales patronales y profesionales de capas medias. De nuevo
allí la Derecha tiene una gran ventaja política frente a la DC, puesto que en la
decisión de esta siempre priman los intereses políticos ante los intereses de clase. A
la primera no le importa tano como a la DC la competencia por la dirección de la
ofensiva, sino que busca desencadenarla por cualquier medio, importándole quien
capitaliza sólo en términos del objetivo el derrocamiento de Allende. Para ella no
tiene importancia los intereses organizacionales pues está volcada íntegramente
hacia la defensa del capitalismo” (Garretón y Moulian, 1983, p. 138).

La Izquierda también se mueve en una lógica de clases, en la medida que estructura


su política en función del socialismo, ya sea porque lo cree próximo, porque piensa el
período como comienzo de un tránsito ininterrumpido o porque se impone la tarea de
preparar las condiciones. En todo caso, en ella se mantiene el interés por preservar el orden
político formal. (Garretón y Moulian, 1983, pp. 139 y 140). Pero la Izquierda se encuentra
dividida ideológica y funcionalmente, siendo más significativos el Partido Comunista y el
Partido Socialista (PC y PS).
La evolución ideológica del PC estaba determinada en gran parte por la línea de la
III Internacional y más tarde, por la línea de PCUS. Después de la guerra asumió las críticas
soviéticas al broderismo y fustigó las políticas conciliadoras. Cuando a causa de la guerra
fría y la bipolaridad, los soviéticos desarrollaron la teoría del papel predominante de la
contradicción imperialista, la cual subordinaba las contradicciones con las burguesías
nacionales, el PC definió la línea del Frente Democrático Liberación. Cuando se aprobó la
teoría del tránsito pacífico, el PC hizo suyas tales tesis. El PC no postula el socialismo
inmediato o próximo. “Los comunistas planteaban un frente político amplio que agrupara al
mayor número de fuerzas posibles y su concepción estratégica era rigurosamente gradual”
(Garretón y Moulian, 1983, p. 140).
“La tesis sobre el socialismo y la preocupación por vincular las etapas democráticas
de la revolución en el socialismo provienen principalmente de PS. En su evolución interna
a este respecto juega un papel importante la Revolución Cubana y las teorías desarrolladas
a partir de ella” (Garretón y Moulian, 1983, p. 141). El PS, más que un partido obrero era
un partido popular, que vinculaba clase obrera con sectores profesionales y de pequeña
burguesía.

43
“Desde el principio la competencia por una masa electoral común, la
influencia trotzkista en el interior del PS que se ejerce a través de algunos
intelectuales que fueron muy significativos en la primera época y el hecho de
representar a bases sociales diferentes, polarizan la relación entre ambas fuerzas. El
PS busca desarrollar una nueva concepción respecto a la revolución chilena y
latinoamericana y rechaza el estalinismo lo que acentúa su distancia frente al PC.
Pero al no construir una visión unitaria y sistémica, impedido por la atomización
interna, por la pluralidad de tendencias que lo constituyen y por una racionalidad
más expresiva que instrumental, pierde la especificidad inicial y su discurso es sólo
una variación un poco más izquierdista” (Garretón y Moulian, 1983, p. 141).

Desde el 64 en el PS se crearon condiciones para que las tesis sobre el carácter


armado y socialista sobre la revolución tuvieran decisiva influencia interna. “En un país
donde la Izquierda había ensayado desde 1938 muchas formas de alianza y de compromiso
político, la Revolución Cubana aparece como la demostración de las posibilidades de la
lucha armada y de la necesidad de una rápida transformación de la revolución democrática
en socialista” (Garretón y Moulian, 1983, p. 142).
Vinculado a lo anterior, está el rol que juegan en la última evolución ideológica de
la Izquierda los grupos escindidos del reformismo demócrata cristiano a finales de los 60 y
comienzos de los 70. Su aporte inicial se expresa en la discusión del programa de la UP,
pero estos grupos ceden a la tentación de buscar su legitimidad en la alternativa a los
grandes partidos populares. Al corto plazo “su potencial innovador es reducido a un
discurso que expresa las contradicciones de una elite que busca un hueco político en un
proceso de movilización de masas”. (Garretón y Moulian, 1983, p. 143).
El desarrollo anterior llevó a un problema de vació teórico-ideológico de la
Izquierda. “La evolución de la crisis del régimen político es el resultado de la lucha política
y de clases que se constituye en torno a la realización del programa de la UP” (Garretón y
Moulian, 1983, p. 143).
Estas contradicciones o diferencias de línea tenían una base histórica, “expresada
antes de la constitución de la UP en la oposición de la línea del Frente de Trabajadores del
PS y de la línea de apertura al centro radical del PC” (Garretón y Moulian, 1983, p. 144).
A la ausencia de una teoría adecuada a las características del proceso, se sumó la
existencia de un proceso de polarización ideológica interna durante el período del Gobierno
UP, cuyo resultado es la atomización y dispersión política. La conducción del Gobierno de
la UP presenta un doble aspecto contradictorio, “de coherencia y claridad en lo que se

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refiere a la concepción general del proyecto político y su viabilidad”, por un lado, “y de
pragmatismo para impedir las rupturas del bloque político”, por otro (Garretón y Moulian,
1983, p. 145).
“Su acción a parece desgarrada entre estos planos. Históricamente esto tiene
sus raíces en el rol que juega la expresión pública de la alianza comunista socialista.
Su racionalidad de acción le acerca al PC pero tiene legitimidad histórica dentro del
PS, aún cuando esto último no se cumpla siempre en los niveles más altos de
dirección. Pero ello mismo le impide ejercer acciones decisivas en el dominio
interno de ambas organizaciones. Su conducción tiene entonces más el carácter de
resultante de un campo de fuerzas que de eje que asegure un liderazgo efectivo”
(Garretón y Moulian, 1983, p. 145).

Durante su primer año la Unidad Popular fue capaz de poner en práctica una parte
importante de su programa. La creación del Area de Propiedad Social, la profundización de
la reforma agraria, la implementación de mecanismos masivos de redistribución. Eso se
había traducido en resultados electorales positivos en la elección municipal de abril de
1971. Junto a ello se comenzaron a evidenciar problemas serios. No estaba claro como
podría cumplirse el resto del programa dentro del sistema institucional existente.
Sectores de la extrema izquierda lo percibieron y se pusieron con decisión a
impulsar un proceso de movilización de masas, con objeto de profundizar el paso al
socialismo. En los campos y ciudades empezaron las tomas de tierra. Lo mismo ocurrió con
fábricas que se pusieron en manos de los trabajadores que reclamaban la propiedad social.
Este tipo de movilización social vino a profundizar y acelerar el programa de la UP que
apostaba por un proceso gradual a más largo plazo. Al Gobierno no le quedó más que
legitimadar las tomas con objeto de mantener el apoyo social.
Mientras el flanco de la Izquierda comenzaba a erosionar la posición de los sectores
moderados de la UP que lideraban el Gobierno, existe un importante acercamiento que
empieza a tener la DC con la derecha, que transforma en imposible el acuerdo DC-UP. Pero
más importante todavía fue el desarrollo de un movimiento social-gremial de oposición
planificado por la derecha y el centro.
En octubre de 1972 un pequeño grupo de camioneros de Aysen iniciaron un
movimiento de protesta, preocupados por los efectos que tendría la anunciada creación de
una empresa estatal de transportes. Esta acción local logró lo que ninguna de las iniciativas

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de los partidos de izquierda y derecha había conseguido: la formación de un gran
movimiento, comprometido en la tarea de derribar al gobierno de la Unidad Popular.
Esta movilización logró paralizar el país, provocando una reacción por parte de las
fuerzas que apoyaban a Allende, en las barriadas poblacionales que rodeaban Santiago se
constituyeron los llamados “cordones industriales”. Se trataba de organizaciones afirmadas
en instituciones locales (juntas de vecinos, instituciones deportivas, etc), que se habían
formado para defender al Gobierno de la amenaza representada por el paro, para poner a
funcionar las industrias que les daban trabajo.
El presidente Allende sitió que la situación se estaba descontrolando. Con una
economía por los suelos y una sociedad fisurada parecía muy difícil defender el camino
evolutivo y democrático de construcción del socialismo según el proyecto de la UP.
Allende estaba al tanto que las fuerzas del socialismo democrático podían ser
superadas por un movimiento de masas controlado por los sectores más ultristas de la
Izquierda, o bien debido a la acción contrarrevolucionaria de una derecha golpista. ¿Qué
hacer para evitar una salida violenta a la crisis que vivía el país? El presidente tuvo que
apelar a la medida que ningún mandatario de vocación republicana querría usar.
El 2 de noviembre de 1972 Allende tomó la decisión de combatir el vacío de poder
que se había creado sacando a los militares de sus cuarteles. Se había interrumpido una
larga tradición de prescindencia política. El nuevo gabinete cívico-militar asumió la misión
de impulsar las decisiones que necesitaba el país, pero que un presidente de izquierda
estaba impedido para adoptar. Se aplicó mano dura contra los gremios huelgistas, lo que
permitió terminar con el paro. Se detuvo las tomas ilegalidades. Se restablecieron los
sistemas de distribución del país, lo que permitió solucionar en parte el problema del
desabastecimiento. Junto con eso, se organizó la elección parlamentaria que debía
celebrarse en marzo del año siguiente.
Existían factores que hacían posible el sometimiento de las FFAA al poder civil, así
como otros que debilitaban esa subordinación, de todas formas, Allende debía preveer el
giro que tomarían las FFAA, y tenía también que reclutar fuerzas.
“Entre los factores que hacían posible el constitucionalismo ideológico y el
sometimiento al poder civil de las FFAA, pueden señalarse: a) el fracaso de los
militares como alternativa política cada vez que intentaron serlo entre 1927 y 1931,
o en 1932; b) la capacidad del sistema político para resolver los conflictos sin
recurrir a soluciones extra institucionales; c) la unidad ideológica de la elite política,

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desde conservadores a comunistas, la necesidad de preservar al sistema de la
intervención militar; d) el enclaustramiento de las FFAA en un mundo militar, lo
que hacía difícil la constitución de alternativas políticas o la difusión de un consenso
político; e) por parte de la Derecha, el recuerdo del carácter progresista o
izquierdizante de las intervenciones militares más significativas”.
“Sin embargo, existían factores que debilitaban la subordinación de las
FFAA al poder civil, algunos de los cuales se manifestaron en 1969, en una rebelión
militar de carácter parcial o localizado, cuyos objetivos explícitos eran de naturaleza
gremial. Los que nos parecen más relevantes son los siguientes: a) el hecho de vivir
tanto personal como institucionalmente, en una situación de escasez relativa de
recursos, acentuada en los últimos gobiernos, y de estatus disminuido; b) la
dependencia tanto individual como institucional del poder político, que hacía actuar
a las FFAA como grupo de presión dentro del sistema de negociación; c) la
existencia de una disonancia entre la imagen pública y la imagen institucional. Los
militares se sentían como una encarnación de la Patria y eran tratados como
burocracia estatal por los políticos o incomprendidos por el ciudadano corriente”
(Garretón y Moulian, 1983, pp. 146 y 147).

Al acceder Allende al gobierno se modifica la situación militar al otorgarles mejores


remuneraciones y más recursos, también valora públicamente su función tratando de
vincular sus cuadros a responsabilidades gubernamentales en empresas fiscales (Garretón y
Moulian, 1983, p. 147).
Sin embargo, al margen de las condiciones políticas en que se desarrolló el
Gobierno, los siguientes factores deben considerarse determinantes en la relación de las
FFAA con la UP:
“a) el reclutamiento selectivo sociablemente, predominantemente de capas
medias y, en ciertos casos de hijos de familias, unido a la compatibilidad entre
algunos ejes de la socialización militar y la ideología de las capas medias, por
ejemplo, la concepción naturalística del orden; b) los vínculos entre los militares y
los sectores de latifundistas y empresarios durante su paso por las guarniciones de
provincias; c) la influencia norteamericana creciente en las FFAA en lo que se
refiere a las modernas doctrinas de Seguridad Nacional respecto a la subversión y el
enemigo interno” (Garretón y Moulian, 1983, p. 147).

La socialización de este último factor, el más importante, “fortaleció las


concepciones mesiánicas de las FFAA y rompió el enclaustramiento en que vivían a nivel
nacional durante un largo período” (Garretón y Moulian, 1983, p. 148). Se preparaba el
camino para la implementación de un proyecto político de las FFAA, las que ven en tales
concepciones los elementos necesarios para formular su proyecto. Estas concepciones

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operaron como alternativas frente la crisis e intervinieron en la arena política como fuerza
decisiva (Garretón y Moulian, 1983, p. 149).
“Una vez asegurada la unidad de las FFAA en torno a una alternativa propia
de poder, no habrá mucho margen para la articulación del nuevo sistema de
dominación. En efecto, la polarización de la lucha política, el anulamiento de uno de
sus polos, la desaparición del centrismo como actor significativo y la consolidación
ideológica del modelo autoritario en el liderazgo del bloque opositor y de sus
sectores radicalizados –además de los factores estructurales de la crisis- permiten
entender la naturaleza que adquiere el nuevo proyecto político desde el momento
mismo del derrocamiento de Allende y la ruptura del sistema político vigente”
(Garretón y Moulian, 1983, p. 149).

2. Canciones citadas

2.1. “Solo digo compañeros”


De Daniel Viglietti

“Escucha, yo vengo a cantar


por aquellos que cayeron.
No digo nombre ni seña,
sólo digo compañeros.

Y canto a los otros,


a los que están vivos
y ponen la mira sobre el enemigo.

Ya no hay más secreto,


mi canto es del viento,
yo elijo que sea
todo movimiento.

No digo nombre ni seña,


sólo digo compañeros.
Nada nos queda y hay sólo
una cosa que perder.

Perder la paciencia
y sólo encontrarla
en la puntería,
camarada.

Papel contra balas


no puede servir,
canción desarmanda

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no enfrenta a un fusil.

Mira la patria que nace


entre todos repartida,
la sangre libre se acerca
ya nos trae la nueva vida.

La sangre de Túpac,
la sangre de Amaru,
la sangre que grita
libérate, hermano”.

2.2. “Camilo Torres”


De Daniel Viglietti

“Donde cayó Camilo


nació una cruz,
pero no de madera
sino de luz.

Lo mataron cuando iba


por su fusil,
Camilo Torres muere
para vivir.

Cuentan que tras la bala


se oyó una voz.
Era Dios que gritaba:
¡Revolución!

A revisar la sotana,
mi general,
que en la guerrilla cabe
un sacristán.

Lo clavaron con balas


en una cruz,
lo llamaron bandido
como a Jesús.

Y cuando ellos bajaron


por su fusil,
se encontraron que el pueblo
tiene cien mil.

49
Cien mil Camilos prontos
a combatir,
Camilo Torres muere
para vivir”.

2.3. “La canción quiere”


De Alfredo Zitarrosa

Fruto maduro del árbol del pueblo


la canción mía siempre porfía
Puede morir pero quiere
cantarle solo a la vida, que no la olvida
No tiene miedo a la bala, ni a la bomba
ni al infierno, canta pudiendo
Lleva en las manos heridas, una flor
con una espina, agua y harina
Canto del pueblo que ama,
también canta por dinero, como un obrero
Sombra de Ganzio y de Mora,
de Fernández, de Mendiola, no canta sola
Quiere ser flor y se cierra como un puño,
que le ciude, eso me pide
Nombra la carne horadada,
de la vida más amada, la desarmada
Fruto maduro del árbol del pueblo
la canción mía siempre porfía
Quiere ser flor y se cierra como un puño,
que la ciude, eso me pide”.

2.4. “Plegaria a un labrador”


De Víctor Jara.

“Levántate y mira la montaña


de donde viene
el viento, el sol y el agua,
tú que manejas el curso de los ríos,
tú que sembraste el vuelo de tu alma.

Levántate y mírate las manos


para crecer, estréchala a tu hermano,
juntos iremos unidos en la sangre,
hoy es el tiempo que puede ser mañana.

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Líbranos de aquel que nos domina
en la miseria;
tráenos tu reino de justicia
e igualdad;
sopla como el viento la flor de la quebrada,
limpia como el fuego el cañón de mi fusil;
hágase por fin, tu voluntad
aquí en la tierra;
danos tu fuerza y tu valor
al combatir,
sopla como el viento la flor de la quebrada,
limpia como el fuego el cañón de mi fusil.

Levántate y mírate las manos


para crecer, estréchala a tu hermano,
juntos iremos unidos en la sangre,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén”.

2.5. “Cuando amanece el día”


De Ángel Parra

“Cuando amanece el día digo


que suerte tengo de ser testigo
cómo se acaba con la noche oscura
que dio a mi tierra dolor y amargura

Y ahí veo el hombre


que se levanta, crece y se agiganta
que se levanta crece y se agiganta
[...]

Cuando amanece el día pienso


en el mitin de las seis en el centro
donde estará todo el pueblo gritando
¡a defender lo que se ha conquistado!”

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