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Pontificia Universidad Católica

Facultad de Filosofía
Instituto de Estética
Crítica Literaria

Crítica Impresionista

Profesora: Patricia Espinoza


Estudiante: Diana Rivera M.
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La imagen masculina paterna y la pérdida de la inocencia

Eran las 21.00 hrs, yo estaba en la cocina comiendo con mi hermano y madre, mientras nos
sentábamos a comer, recuerdo que ellos se rían de una anécdota que en este momento no
logro precisar, cuando de repente sentí como se estacionaba mi padre al llegar a la casa, sentí
cómo se bajaba lentamente del auto, cómo caminaba con más peso en sus pies de lo habitual.
Ese día, en esa llegada, él se demoró más tiempo del acostumbrado en sacar las llaves de su
terno y sostuvo más segundos de lo normal el giro de la cerradura, ese día, apretó con más
fuerza la manilla de la puerta. Ese día extrañamente yo percibía todos los sonidos de sus
acciones más amplificados, ese día yo intuía que algo le había sucedido. “Lo despidieron de
su trabajo”, pensé. “Ojalá no sea eso”, deseé. Pero mi intuición acertaba.

Mi padre cuando entró a la cocina, se quedó parado mirándonos, mientras nosotros sentados
en el comedor de diario lo observamos y le sosteníamos su mirada de vuelta. Las risas de la
anécdota cesaron, el silencio de la casa se intensificaba. Sus ojos confirmaban mi sospecha,
yo era adolescente y sabía perfectamente lo que implicaba que mi papá, el único sostenedor
de la casa, se quedara cesante. “Familia, tengo que contarles algo”, nos dice en un tono
demasiado formal. “Me acaban de despedir”. Sorprendidos, ninguno de nosotros atinaba a
decir nada, todos teníamos los ojos muy abiertos y respirábamos por la boca. Ni mi madre,
ni mi hermano, ni yo entendíamos qué había sucedido. Fue un despido masivo.

Al leer “Que vergüenza” de Paulina Flores no pude evitar conectarme con un sin número de
recuerdos propios. Mis historias personales son a la vez, tan distintas y también, tan
parecidas. Su parecido es extraño, son narraciones que evocan las historias propias. Cada
relato que cuenta su libro, inspira lugares comunes de una generación de chilenos y a la vez,
revela cosas nuevas. Un tema que para mi cruzó el libro fue el de la cesantía y el de la imagen
paterna. Quizás es el tópico que yo me detuve a leer más detenidamente ya que muchas de
las historias o las he vivido o las he presenciado como espectadora en la vida de otros.

El primer capítulo que lleva el mismo nombre del libro, habla de la imagen paterna de Pía y
Simona, un hombre que pierde el trabajo y anda con ellas acuestas buscando un nuevo nicho
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laboral. A raíz de esta primera historia, recordé la penúltima vez que mi padre había perdido
su trabajo. De cierta forma, el libro me hizo reflexionar sobre cómo a un padre le da
vergüenza no ser el “proveedor oficial de la familia”, un rol muy patriarcal y común en la
generación de mis padres.

Ya en las siguientes historias se me pierde el tema de la cesantía, pero si veo deambular a un


padre soltero con su hija, que flirtea con Teresa, una mujer que desde niña juega a ser otra
que no es. Después, me vuelvo a reconectar con mi infancia, cuando en el tercer relato sobre
Talcahuano hablan sobre un grupo musical muy escuchado por mi y mi hermano:
“Escuchaban un casete mío de Los Tres. Oí como reían y cantaban «quién es la que viene
ahí, tan bonita y tan gentil».” (54). Un casete que yo también alcance a tener y a escuchar en
un personal stereo.

El libro de Paulina Flores genera un extraño viaje retro, los referentes musicales y visuales,
las anécdotas y relaciones de vecindario, vacaciones en la Serena, la cesantía del padre,
padres que se definen solo por su quehacer laboral y que les cuesta sostener una relación
padre-hijos más emocional. Una obra que transita por narradores tanto masculinos como
femeninos, que narra historias de amigos que desean robar instrumentos de la Iglesia
evangélica e historias familiares complicadas, infidelidades, soledades…

Durante mi lectura me dediqué a recopilar y subrayar distintas imágenes, tan antiguas, tan
ajenas y, a la vez, tan propias. Recordar el famoso letrero de Monarch: “Por arriba resaltaba
la publicidad de calcetines Monarch. Pantorrillas de neón. Cuando era chica y viajaba en
micro con su mamá, ese cartel le avisaba que estaba lejos de casa. ” (33) Una idea que es es
tan cercana y lejana, pero que me hizo pensar en la cantidad de veces que al volver del litoral
central mi padre tomaba la avenida con ese famoso letrero luminoso. Para mi realizar ese
recorrido, y ver a Monarch era volver a la rutina de Santiago, después de una escapada
familiar.

Luego, quedarme detenida con un referente cinematográfico tan odiado por mi, pero que me
recuerda por qué nunca he sido muy fanática del cine de terror. La idea del asesino, del
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hombre que perturba el sueño de las niñas, de la niñez como un estado de vulnerabilidad
sobre todo si se es una mujer. “Luego de que Freddy ha intentado matarte en todos tus
sueños, vas y te encierras a tomar un baño a la luz de las velas. Pero ahora entiende su
verdadera complejidad: ocurre que todas las protagonistas también tenían madres, madres
como la suya, que al verlas tan perturbadas les sugerían un baño. «Anda, prepárate un baño
y olvídate del asesino ese».” (82)

A medida que voy leyendo y voy escribiendo estas mismas palabras, pienso que Paulina
Flores escribe realizando puentes o conexiones con aquellos roles que marcan con su
presencia la vida de varias mujeres. Lo que me hace intuir, que no sólo yo soy capaz de
enganchar con una lectura como esta. Quizás porque la mayoría de las sujetas femeninas que
conozco, tenemos vivencias marcadoras con hombres como el padre, o con el miedo al sujeto
masculino que se presenta estereotipadamente en el cine de terror, o han sentido miedo frente
al conocimiento de la existencia de los violadores o la idea de ser violada. “Después de
enterarse de lo de don Osvaldo, dejó de creer en el viejito pascuero y pasó a creer en los
violadores. Ninguna figura tuvo tanta presencia en su infancia como los violadores. ” (93)

La pérdida de la inocencia, también es un tópico que va ligado a las escenas que relata “Que
vergüenza”. El entender en la niñez que el padre queda cesante o es humillado por la madre,
o sostiene relaciones sexuales con personajes distintos de la madre, el deducir porque un
padre se ausenta, se deprime al borde del suicidio o termina en la cárcel. La noción de
consciencia, del ingreso mental al territorio adulto siendo tan solo un niño, también es una
dimensión que me identifica y que haría vibrar a todos aquellos que de un minuto a otro,
ocurriendo una determinada anécdota en sus vidas han sentido esa extraña frontera, en la cual
dejaron de ser infantes para envejecer el alma abruptamente y volverse más conscientes.

“No era la primera vez que mi papá quedaba cesante, pero sí la más dramática.” (107)
“Durante mucho tiempo pensé que de haberme separado de mi madre me habría
entrampado en una mentira tras otra, viviendo la historia de otro, una que no me
correspondía.” (178) Son imágenes que he vivido, imaginado y que el libro me ha hecho
recordar y repensar. Como niña o adolescente me he sentido vagando y diciendo mentalmente
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esas mismas palabras, con una estructura diferente a la de Paulina Flores, pero tan similares
en contenido y sensación. Recomiendo la lectura, pero no a todo el mundo, solo a aquellos
que siente que la imagen masculina paterna y la pérdida de la inocencia tienen algo que
contarles de su propia historia.

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