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México 2030.

Estado Promotor
Dr. José Enrique Mendoza Méndez

Introducción

La configuración de un Estado Promotor del desarrollo que tenga una perspectiva de largo
plazo, y que tomé en cuenta los graves problemas socieconómicos y ambientales, requiere
de un diagnóstico adecuado sobre cuáles han sido las funciones que el Estado ha asumido
en la economía durante los últimos cuarenta años. Solamente teniendo un balance del
entorno económico en que ha operado, se pueden construir los objetivos, las grandes líneas
de acción, los programas gubernamentales, la política económica, las políticas públicas y
el marco institucional que conduzcan al desarrollo.

La globalización y la financierización han marcado la pauta para las transformaciones de la


participación del Estado en la economía. Actualmente tenemos un Estado “mínimo” que
realiza recortes en su gasto y que se compromete con el equilibrio fiscal, que ha
implementado Asociaciones Público Privadas para la generación de infraestructura, que
desmonta el Estado de Bienestar, que renuncia a la inversión productiva y realiza un gasto
mínimo en desarrollo científico y técnico, y que también impulsa la desregulación de los
mercados.

Por una parte la globalización, entendida por Dunning como la creciente interdependencia
de los países a escala mundial, a través del volumen creciente y variedad de transacciones
transfronterizas en bienes y servicios, flujos internacionales de capital y transferencia de
tecnología (Dunning, 2000:6, citado en Guillén, 2007), obliga al Estado a la promoción
de cadenas globales de valor y a integración con las distintas regiones económicas del
mundo. La globalización es una realidad insoslayable.

Por su parte, la financiarización, según Epstein, se refiere a la creciente importancia de los


mercados financieros, los motivos financieros, las instituciones financieras y las elites en la
operación de la economía y de las instituciones de gobierno, tanto a nivel nacional como
internacional” (Epstein, 2005:03).

El regreso a la hegemonía de las finanzas implicó el abandono de las políticas de cuño


keynesiano y marcó la pauta de las denominadas políticas de cambio estructural aplicadas
a escala mundial con fundamento en el pensamiento monetarista: apertura comercial,

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movilidad internacional de capitales, reconfiguración del papel de Estado y la destrucción
del Estado de bienestar.

Este texto busca dilucidar cuál sería la dinámica y articulación de un Estado Promotor del
desarrollo, y para ello se realiza un diagnóstico de su papel en la economía dados los
procesos de globalización y financierización antes referidos. A partir de este balance se
establece dos puntos fundamentales de presente propuesta: recuperar el Estado de
Bienestar e impulsar la competitividad sistémica en México, como herramientas para
mejorar las condiciones de vida de la población.

En este documento se trabaja con la siguiente hipótesis: un Estado Promotor del desarrollo
en México, considerando la globalización, la financierización y las características de los
países en desarrollo, puede retomar los principios del Estado de Bienestar e impulsar la
competitividad sistémica, para promover un crecimiento económico sostenido y
sustentable, con estabilidad macroeconómica, con equilibrios en el sector externo, que
aspire a mayores niveles de empleo formal e impulse la recuperación del poder adquisitivo
de los salarios y que, a su vez, contribuya a la igualdad en la distribución del ingreso.

Este documento consta de siete apartados. En primer lugar, se analizan las


transformaciones del papel del Estado en la economía desde la implementación del modelo
de Industrialización por sustitución de importaciones (ISI) hasta la presente etapa de
apertura y desregulación. Posteriormente, se revisa el debate teórico sobre la participación
del Estado en la economía. En tercer lugar, se analiza cuál es el impacto de los
inversionistas institucionales y de la banca global en el funcionamiento del Estado.
Posteriormente, se realiza un diagnóstico de cómo opera la economía mexicana
actualmente y cuáles son sus limitantes. Un quinto apartado trata sobre la propuesta de
reconstruir el Estado de Bienestar e impulsar la competitividad sistémica, como
herramientas para acceder al desarrollo. Por último, se presentan algunas reflexiones.

I. La transición en México

En México se implementó el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones


(ISI) que desde los años cuarenta del siglo XX abrió la puerta para que los países en
desarrollo abastecieran sus propios mercados y produjeran productos industrializados para
la exportación.

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En el modelo ISI, la participación del Estado mexicano buscaba que la expansión del
mercado interno permitiera superar la restricción externa al crecimiento. El impulso a la
industria manufacturera requirió de aranceles, licencias que restringían las importaciones,
exenciones y subsidios fiscales, el establecimiento de empresas públicas en sectores
estratégicos, así como la provisión de energía e infraestructura a precios subsidiados.

El modelo ISI registró su mayor auge durante el periodo denominado “Desarrollo


Estabilizador”, entre 1958 y 1970, una etapa de crecimiento sin inflación. Sin embargo, a
principios de los setenta el modelo empezó a mostrar claros signos de agotamiento, dado
el rompimiento del marco institucional en el que operaba. La economía mexicana transitó
hacia una etapa de alto crecimiento con fuertes desequilibrios macroeconómicos e inflación,
y el gasto público expansivo que se convirtió en eje de la política económica. Por el lado
del sector externo, aumentó el déficit en cuenta corriente y se registraron dos grandes
devaluaciones en 1976 y 1982.

Desde la perspectiva de los economistas del FMI, la intervención del Estado en la economía
había propiciado la crisis de balanza de pagos en que había estado sumido el país desde
1976, en particular, para ellos, el crecimiento del déficit presupuestal y la reglamentación
del tipo de cambio fueron los principales elementos desestabilizadores. (Guillen, 1992: 35)

El modelo de apertura y desregulación se implementó desde principios de los años ochenta


en México y se fundamentó en varios puntos: el avance en la reforma del Estado que
buscaba reducir el “tamaño” de su participación por medio de la privatización, la
desregulación y la liberalización económicas; el impulso a la apertura comercial y al libre
movimiento de capitales; el establecimiento de finanzas públicas equilibradas para
garantizar la estabilidad macroeconómica, entre otros.

Álvarez afirma que a poco más de dos décadas del modelo de apertura y desregulación,
los resultados son poco satisfactorios y configuran “cambio estructural paradójico”, pues
las importaciones han crecido más rápido que las exportaciones; prevalece una elevadísima
concentración del comercio exterior con Estados Unidos; se presenta la ruptura de
numerosos encadenamientos industriales; crece el peso de las finanzas sobre el PIB y
disminuye la respectiva participación industrial, deformando la composición del producto
total. (Álvarez, 2007:14)

Bresser-Pereira afirma que con el arribo del neoliberalismo se buscó un Estado “mínimo”:
i) que abandonara la producción de bienes de infraestructura; ii) que desmontara al Estado

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de Bienestar; iii) que renunciara a la inversión productiva y el desarrollo tecnológico y
científico y iv) que renunciara la regulación de los mercados. (Bresser-Pereira, 2009: 86)

A más de tres décadas de la implementación del modelo de desregulación y apertura es


importante evaluar qué tanto el mercado por sí mismo produce crecimiento económico con
eficiencia y equidad. De acuerdo con Cordera y Perrotinni (2016), la política económica y
social inspirada en la creencia del libre mercado ha generado: a) altas tasas de desempleo,
subempleo y empleo informal; b) una flagrante y creciente desigualdad en la distribución
del ingreso y la riqueza; y c) frecuentes espasmos de inestabilidad de los mercados de
capital, seguidos de recesiones económicas y crisis financieras sistémicas. (Cordera y
Perrotini, 2016: 07)

II. Debate teórico sobre la participación del Estado en la economía


En la economía existen distintos enfoques para abordar las funciones del Estado. Desde
una perspectiva monetarista, el Estado debe ser guardián de las libres fuerzas del mercado,
manteniendo un presupuesto equilibrado y una política monetaria contra cíclica. En el
enfoque keynesiano, el Estado debe ser administrador de la demanda efectiva y con ello
del nivel de producción. Por otro lado, en el enfoque estructuralista el Estado debe asumir
el papel de planificador y promotor del desarrollo y de la industrialización, pero respectando
el mecanismo de mercado.

El consenso económico y social keynesiano implementado después de la Segunda Guerra


Mundial, descansó en una macroeconomía comprometida con el pleno empleo y la
reducción de la inflación y en la implementación del Estado de Bienestar, donde el gobierno
se comprometía a suministrar bienes y servicios (educación, salud, vivienda, seguridad
social, entre otros) esenciales para el bienestar humano.

Durante la época dorada del capitalismo en la segunda posguerra, el Estado de Bienestar


estuvo asociado al crecimiento económico, el aumento de la participación de los salarios
en el ingreso nacional y a la reducción del desempleo.

Posteriormente, bajo la aplicación de los principios monetaristas y de la escuela de las


expectativas racionales, se implementaron los principios de Estado mínimo, que impulsara
la “eficiencia del mercado” y contrarrestarán las fallas de gobierno.

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Kaplan afirma que durante la globalización el Estado encuentra nuevos factores limitantes:
i) el nuevo orden internacional; ii) la tercera revolución industrial y científico tecnológica; iii)
la transnacionalización; iv) la nueva división mundial del trabajo; v) el proyecto político de
la globalización; y vi) el modelo de crecimiento neocapitalista periférico. (Kaplan, 2004: 213)

El pobre desempeño económico y el crecimiento de la desigualdad en las economías


latinoamericanas en las últimas tres décadas, hacen fundamental pensar en un Estado
Promotor del desarrollo, que participe en la capacitación y protección de las personas, y
que impulsé la integración de cadenas de valor.

III. Estado y financierización

De acuerdo con Chesnais (2003), la era neoliberal está sustentada en un régimen


mundializado de dominación financiera, un nuevo modo de funcionamiento sistémico del
capitalismo mundial, resultado del proceso de desregulación y liberalización emprendido
por Estados Unidos y el Reino Unido, a finales de la década de los setenta

La globalización neoliberal ha sido activa y directamente impulsada por los Estados, tanto
en los centros como en la periferia. Aunque éstos han visto reducidos sus márgenes de
acción en cuanto a la definición de su política económica (monetaria, cambiaria y fiscal,
entre otras), están muy lejos de ser las “victimas” de los mercados financieros globales.
Más bien, el Estado ha sido uno de los principales instrumentos utilizados para defender
los intereses comprometidos con la financierización.

Guillén afirma que los estados nación aunque han mermado su capacidad para defender
los intereses nacionales, están lejos de ser un esqueleto vacío de poder. Por el contrario,
los intereses de los imperialismos, en particular el norteamericano, se expresan como
nunca antes, en lo que queda de las burguesías nativas. Los intereses de los capitales
globalizados se han internalizado mediante su asociación con los capitales nativos. Los
estados nación sólo expresan los intereses de esos bloques de poder globalizados (Guillén,
2007)

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Estos bloques de poder inciden directamente sobre la reconfiguración del Estado, y son los
beneficiarios de mayores espacios de control económico y social. Al respecto, Marcos
Kaplan argumenta1:

“… grandes empresas y grupos dominantes aceptan el intervencionismo del Estado de


manera condicional y transitoria, pero transfieren los problemas y costos de las situaciones
normales, de las coyunturas y crisis, al tiempo de que le niegan los recursos para su
funcionamiento regular y eficiente…” (Kaplan, 2004:228)

Bajo el marco de estos intereses, se ha configurado el Estado neoliberal, que se caracteriza


por un Estado adelgazado y desmantelado, por la reducción del gasto público, la
disminución del personal burocrático, de las inversiones y actividades productivas, y de la
seguridad social, por un proceso de privatización de empresas públicas y la reingeniería y
reestructuración de las actividades públicas, y por la reducción de su papel como Estado
benefactor.

Kaplan afirma que el Estado latinoamericano está doblemente erosionado, en su soberanía


y en su capacidad de intervención por varios factores, como la transnacionalización, el
crecimiento suficiente e incierto, las crisis y la descomposición económica, la polarización
y la disolución sociales, la desestabilización y conflictividad políticas, y por la segmentación
de las sociedades.” (Kaplan, 2004:227)

Sin embargo, este desgaste es resultado de perseguir los mismos intereses del bloque en
el poder, es decir, el Estado se transforma en un instrumento para recomponer la
acumulación y, dado el contexto de la financierización, sus actividades son encauzadas
hacia el rentismo financiero.

El capital financiero especulativo internacional se convierte en una megafuerza, que a


través de la tecnología telemática, interconecta y canaliza masas inmensas de flujos
financieros. Los mercados evalúan y revelan las políticas de los países, los gobiernos son
presionados para implementar políticas monetarias, fiscales y salariales de solidez
aceptada. Los poderes soberanos de los estados se ven una vez más afectados. El
mercado financiero mundial electrónicamente integrado plantea un problema de

1
Marcos Kaplan no utiliza la financiarización como marco de análisis, pero aporta importantes reflexiones
sobre el Estado, que pueden enriquecer este texto.

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gobernabilidad a los países, a los Estados y a las empresas, a las clases e instituciones
sociales, y al orden mundial. (Kaplan, 2004: 239)

En América Latina, se transitó de un modelo ISI con fuerte proteccionismo estatal, hacia
una industrialización orientada a la exportación y a la atracción de inversión extranjera, con
amplia apertura comercial y financiera. La denominada reforma del Estado, es utilizada
para “…garantizar la renegociación y el pago de la deuda, el saneamiento de las finanzas
públicas, el control de la inflación, la aplicación de rígidas políticas monetarias, crediticias y
fiscales”. (Kaplan, 2004: 228)

En América Latina, el tránsito hacia el modelo neoliberal permitió una recomposición del
”bloque de poder dominante” , en la que confluyeron los intereses del capital financiero
internacional, las ETN y los grupos internos que reconvirtieron sus empresas hacia el
mercado externo. El Consenso de Washington expresó un compromiso político entre el
capital financiero globalizado del centro estadounidense y las élites internas de América
Latina. Ambos buscaban salir de la crisis y recomponer la acumulación de sus capitales
(Guillén, 2007: 139).

En las economías latinoamericanas tenemos un Estado que invierte poco en lo productivo


y un poco más en lo social, pero esa inversión es de tipo asistencialista, y comparada con
el costo financiero de la deuda pública, es marginal. (Salama, 2008: 130).

En un régimen de acumulación con predominio financiero, el mercado es incapaz de reducir


la pobreza por sí solo, se requiere la acción del Estado para procurar la igualdad en la
distribución del ingreso. Desde el punto de vista económico, mejorar los ingresos de las
familias pobres permitiría dinamizar el mercado interno, lo cual debe estar acompañada de
una política industrial que halle nuevos nichos de mercado y procure el desarrollo
tecnológico (Salama, 2008: 154).

La tendencia al estancamiento de las economías latinoamericanas reclama una mayor


intervención del Estado. Ante la crisis actual, las imposiciones internacionales han
cambiado, los países en desarrollo tienen la oportunidad de valorizar su capital por medio
de la expansión de los mercados internos, y el principal responsable de revitalizarlos es el
Estado.

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III. Contexto internacional
A una década de que estalló la Gran Crisis Financiera Mundial, la gran mayoría de los
países no han recuperado su trayectoria de crecimiento. El diagnóstico de la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés)
2017, es relevante:

“La falta de una recuperación en los países desarrollados y la renovada volatilidad de los
flujos mundiales de capitales han limitado el crecimiento en los países en desarrollo…, en
general la recuperación rápida de la crisis financiera de 2008, ha dado paso a una
desaceleración persistente desde 2011” (UNCTAD, 2017: 5)

Incluso en países como China e india continúan con cierto dinamismo, existen graves
riesgos de desaceleración, según ese informe.

Resulta importante mencionar los diagnósticos que se han realizado de la crisis en los
Estados Unidos, principalmente por ser la potencia hegemónica, cuya moneda es necesaria
para las transacciones financieras y comerciales a nivel internacional, por haber asumido
el papel de consumidor de última instancia global y por ser el principal socio comercial de
México.

Palley menciona tres perspectivas sobre la crisis financiera en los Estados Unidos: a) la
posición radical neoliberal “hipótesis del fracaso de gobierno”, la crisis es resultado de una
política monetaria excesivamente laxa y la intervención con fines políticos del gobierno en
el mercado inmobiliario; b) la visión neoliberal moderada “hipótesis del fracaso de mercado”,
la crisis es resultado de la inadecuada regulación del sistema financiero y c) la visión
keynesiana o “hipótesis de destrucción de la prosperidad compartida”, la cual afirma que la
crisis es resultado del paradigma económico neoliberal aplicado durante los últimos 30 años
( Palley, 2016: 104)

Para los sectores que sostienen la “hipótesis de destrucción de la prosperidad compartida”,


la solución es reemplazar el neoliberalismo con un “paradigma estructural keynesiano”,
reemplazar la globalización corporativa con la globalización controlada, restaurar el
compromiso con el pleno empleo, sustituir la agenda neoliberal antigobierno con una
agenda social de gobierno democrático y sustituir la flexibilidad laboral en los mercados de
trabajo, con una agenda laboral solidaria. (Palley, 2016: 116)

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Dadas las características de los países en desarrollo, estructuralmente heterogéneos, con
exportaciones con alto contenido importado, sin moneda hegemónica, con restricción
externa al crecimiento y dependientes de flujos mundiales de capital, la estrategia del
“paradigma estructural keynesiano” es relevante, pero debe tomarse con precaución.

En el informe de la UCNCTAD se afirma que después de la crisis prevalece una tendencia


mundial al estancamiento y que los Estados Unidos no han recuperado su papel como
principal motor de la demanda mundial, recibiendo importaciones de todo el mundo y
acumulado grandes déficits por cuenta corriente. A su vez, el dólar servía como moneda de
reserva mundial, acumulaba flujos de capital y financiaba el balance en cuenta corriente y
las salidas de capital. Desde 2013, las economías desarrolladas han acumulado superávits
en la cuenta corriente y no pueden estimular la demanda mundial. (UNCTAD, 2017)

Un aporte interesante del informe de la UNCTAD (2017) es la necesidad de medidas


coordinadas para garantizar una expansión de la demanda a nivel mundial y lograr un
crecimiento inclusivo. De este modo, se evitaría el castigo del capital monopólico financiero
por romper con los principios ortodoxos de las finanzas públicas.

IV. La economía mexicana 2017


A más de tres décadas de la implementación del modelo de desregulación y apertura, la
economía mexicana presenta una serie de contrastes. Por una parte, tenemos sectores
productivos con una presencia arraigada en los mercados internacionales y estabilidad
macroeconómica. Sin embargo, se registra un crecimiento económico estancado,
insuficiente generación de empleos formales, una creciente polarización en la distribución
del ingreso, entre sectores y regiones, niveles antagónicos de productividad y
competitividad entre las empresas, alta dependencia tecnológica y de inversión extranjera,
pérdida del poder adquisitivo de los salarios y rezagos en los niveles de educativos de la
población.

En primer lugar, el modelo de apertura y desregulación en México no ha generado una


dinámica de crecimiento sostenido. En los últimos 30 años el PIB creció apenas a una tasa
promedio anual de 2.2% y el PIB per cápita prácticamente permaneció estancado.

Además, el crecimiento económico se ha hecho dependiente de factores externos, como la


demanda del mercado estadounidense y el financiamiento externo. Al promoverse

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exportaciones bajo la base de una estructura industrial débil, los insumos importados
desplazan a la economía nacional.

En México el dinamismo del sector exportador, por su alto contenido importado, no se


tradujo en mayor crecimiento económico, mientras que el mercado interno se ha mantenido
estancado y desvinculado de la producción industrial, estrangulando, principalmente, a los
pequeños y medianos empresarios.

Asimismo, el modelo de apertura y desregulación, se caracteriza por una creciente y


elevada necesidad de divisas, tanto para financiar el déficit en cuenta corriente como para
mantener las reservas internacionales.

En este contexto, la política fiscal articulada bajo el principio de las finanzas equilibradas,
se ha subordinado a los objetivos de la estabilidad macroeconómica. Durante esta etapa,
como se ha mencionado, el Estado disminuyó su participación en la economía, impulsó un
proceso de privatización de las empresas públicas; realizó importantes recortes en el gasto
primario; disminuyó los subsidios sobre los precios y tarifas de los bienes públicos; impulsó
una reforma fiscal basada en impuestos indirectos y transformó sus mecanismos de
financiamiento.

El resultado de la implementación de las políticas del Consenso de Washington en América


Latina, a cuya imposición contribuyó la crisis de deuda de los años ochenta, ha sido el
acuerdo para mantener el superávit primario (excluyendo el pago de intereses), incluso en
épocas de recesión. En particular, el superávit fiscal primario y la apertura de la cuenta de
capital, han generado un entorno que ha limita la inversión pública. (Vernengo, 2004:334)

En América Latina, el Estado perdió su capacidad de intervención y de realizar políticas


contracíclicas. Las necesidades de la estabilización económica determinan que los
gobiernos se vean obligados a gastar más durante el boom y menos durante la recesión.
En particular, el gasto público ha quedado rezagado con relación a las necesidades
sociales, y no sólo eso, sino con respecto a los montos que se ejerce en otros países de
América Latina.

En síntesis, en México se registra un crecimiento bajo pero estable, un control de la inflación


que está principalmente ligado al manejo del tipo de cambio, unas finanzas públicas
equilibradas pero regresivas, continuos recortes sobre el gasto social y la necesidad de
asumir una creciente deuda pública interna con fines de regulación monetaria.
Paradójicamente contamos con un cuasi equilibrio fiscal y una creciente deuda pública.

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Por último, es necesario mencionar el riesgo de la ruptura del Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN), enarbolado por el Gobierno Trump. El TLCAN se ha
consolidado como el motor del modelo de apertura y desregulación y a él están ligados una
parte importante de los empleos en México.

V. Estado de Bienestar y competitividad sistémica para el desarrollo

Los gobiernos de América del Sur, que han intentado implementar un modelo distinto al de
desregulación y apertura, deben de estar conscientes de las limitantes que tienen en cuanto
al control de variables fundamentales para su futuro económico, como las variaciones en
las tasas de interés de los Estados Unidos, los precios de las materias primas (los mercados
de commodities) y los movimientos de los fondos de cobertura. (UNCTAD, 2017)

La tendencia al estancamiento de las economías latinoamericanas reclama la presencia de


un Estado Promotor del desarrollo. Ante los efectos de la Gran Crisis Financiera Mundial,
las imposiciones internacionales han cambiado, los países en desarrollo tienen la
oportunidad de valorizar su capital por medio de la expansión de los mercados internos, y
el principal responsable de revitalizarlos es el Estado.

Un modelo económico alternativo, que supere los rezagos antes referidos, sólo será posible
estableciendo un Estado Promotor del desarrollo, que retome los principios del Estado de
Bienestar y que impulse la promoción de las empresas utilizando el enfoque de la
competitividad sistémica. Ambas deben ser consideras como herramientas que permiten
un fin superior: mejorar los niveles de vida y reestablecer la paz social.

Encontrar la fórmula entre Estado y Mercado que permita mejorar las condiciones de vida
de la sociedad.

En primer lugar, Cordera afirma que: “El Estado de Bienestar supone un modelo de gobierno
que asume la protección de los ciudadanos con base en los principios de igualdad
económica, distribución equitativa de la riqueza y responsabilidad pública de suministrar los
bienes y servicios esenciales (educación, salud, vivienda y alimentos) esenciales para el
bienestar humano en general. (Cordera y Perrotini. 2016: 07)

Según Atkinson (2015), el Estado de Bienestar es un corolario económico, social y político,


desde luego no lineal, de la Revolución Industrial Inglesa, de las globalizaciones

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capitalistas y sus crisis y movimientos socialistas del siglo XIX.” (Atkinson, 2015:264-266
citado en Cordera y Perrotini, 2016: 07)

El Estado de Bienestar no pone en riesgo la estabilidad macroeconómica, cuando la


economía no se encuentra trabajado al 100% de su capacidad instalada, cuando el Estado
recupera su capacidad de financiamiento del crecimiento a través del banco central, como
en los Estados Unidos, cuando prevalecen unas finanzas públicas progresivas y cuando se
llegan a acuerdos a nivel internacional para reestablecerlos.

Como lo sostienen Cordera y Perrotini (2016): “La crisis fiscal del Estado es consecuencia
de la política monetaria antiinflacionaria que produjo la Gran Moderación, el rescate del
Estado como prestamista de última instancia para suministrar liquidez, rescatar y
recapitalizar al sistema bancario en quiebra, la adquisición de los activos tóxicos- con cargo
a los contribuyentes.“ (Cordera y Perrotini, 2016: 20)

Un Estado Promotor del desarrollo debe recuperar su capacidad de gasto, es decir debe
buscar que haya una sistema de pagos nacionales, que el Banco de México financie el
crecimiento económico y que se reestablezca la banca de desarrollo.

Bajo el principio de las finanzas públicas equilibradas y recortes del gasto público, el Estado
ha dejado de cumplir con su tarea de promover el desarrollo económico. La política fiscal
restrictiva ha contribuido al estancamiento económico, al no generar espacios de
rentabilidad para la inversión productiva y al contraer la demanda agregada. Por lo tanto,
es necesario que el gasto público reactive al mercado interno, y principalmente, que retome
su papel contracíclico.

Por otra parte, la competitividad es la capacidad que tienen las empresas para ganar o
conservar su participación en el mercado, que tan exitosas pueden ser las empresas
comercializando sus productos y alcanzado ciertos niveles de rentabilidad.

Michael Porter en su obra “La ventaja competitiva de las naciones”, sentó las bases para
analizar los componentes de la competitividad. Desde un enfoque a nivel empresa,
solamente se puede incursionar en los mercados internacionales cuando se cuenta con
ventajas en el desarrollo de sus productos y procesos, y por lo tanto de la productividad.
(Porter, 1991)

El eje de la competitividad se encuentra en la productividad. Porter afirma la productividad


detona la competitividad, pues las empresas al mejorar sus procesos pueden tener mayores

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ventas a un mejor precio. En este enfoque el gobierno puede incidir en las ventajas
competitivas, propiciando la eficiencia económica. (Porter, 1991)

En el enfoque de competitividad sistémica el Estado, junto con actores sociales, deben


realizar políticas de apoyo a la competitividad empresarial. Esto no se circunscribe a la
estabilidad macroeconómica, se requieren trasformaciones estructurales y planificación
para que la competitividad se desarrolle. También resulta primordial que el Estado dote de
la infraestructura especializada a los sectores de manera oportuna, por ejemplo, capital
humano y tecnología. (Esser et al, 1996)

Esser et al (1995) afirman que la competitividad sistémica es resultado de la interacción


compleja y dinámica entre cuatro niveles económicos y sociales de un sistema nacional:

i) “el nivel micro, en que la empresas buscan simultáneamente eficiencia, calidad


, flexibilidad y rápidez de reacción, estando muchas de ellas articuladas en redes
de colaboración mutua;
ii) nivel meso, la formación de un entorno capaz de fomentar, completar los
esfuerzos de las empresas, correspondiente al Estado y los actores sociales,
que realizan políticas de apoyo específico fomentan la formación de estructuras
y articulan los procesos de aprendizaje a nivel de la sociedad;
iii) nivel macro , que ejerce presiones mediante exigencias de desempeño; y por
último,
iv) nivel meta, La capacidad de una sociedad para la integración y acción
estratégica- que se estructura con sólidos patrones básicos de organización
jurídica, política y económica, suficiente capacidad social de organización e
integración y capacidad de los actores para la integración estratégica.” (Esser et
al, 1995: 39) (véase el esquema 1).

El factor clave está en la presencia del Estado para generar condiciones de competitividad
y desarrollo humano. Los gobiernos deben tener en claro los objetivos, instrumentos e
impactos de las políticas públicas que deseen instrumentar, así como de las capacidades
productivas de las regiones.

En el actual contexto de la globalización, el Estado debe buscar el desarrollo como un fin,


e impulsar a la competitividad como un medio, haciéndose de las instituciones que regulen,
estabilice y regulen el mercado para que sea posible impulsar el desarrollo. (Ordoñez,
2011:14)

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Chang afirma que el problema común de las todas las economías en proceso de
modernización aplicaron Políticas Industriales, Comerciales y Tecnológicas (PICT) para
promover el desarrollo económico. El problema común que enfrentaban estas economías
es que el tránsito hacia actividades de mayor valor agregado no se realizaba de manera
“natural”. Las PICT eran necesarias para socializar el riesgo de las industrias nacientes y
su éxito estaba basado en su capacidad de adaptación a condiciones cambiantes. (Chang,
2011: 196)

Esquema 1

Factores determinantes de la competitividad sistémica

Fuente: Esquema tomado de Esser, Klaus; Hillebrand, Wolfgang ; y Messner, Dirk


(1996), “Competitividad sistémica: nuevo desafío para las empresas y la política”,en
Revista de la CEPAL,Nº 59, Santiago, pág. 41

Reflexiones finales
Los efectos de la Gran Crisis Financiera sobre el crecimiento económico mundial, pone en
duda la viabilidad de los modelos de desarrollo basados en el libre mercado. Algunos
países avanzados han apostado por la austeridad (recortes en el gasto público) y por
acumular superávits en la cuenta corriente, pero esto no abona a la recuperación de la
demanda mundial.

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Asimismo, la austeridad ha sido el camino de la mayoría de las economías emergentes,
que deben de hacer frente a desequilibrios fiscales y deudas crecientes.

Durante la financierización, la intervención del Estado en la economía ha estado dirigida


hacia la preservación de las rentas del capital monopólico financiero: recortando su gasto
social (salud, educación y vivienda) y en infraestructura, impulsando un proceso de
privatización de empresas paraestatales, y generando un creciente pago de intereses de
deuda pública. En este sentido, la configuración del gasto público, dadas las necesidades
de gestión de las monedas en el contexto de un sistema financiero global, desregulado y
con predominio del mercado de capitales, ha mantenido el estancamiento económico y
contribuye a la concentración del ingreso.

Habría que preguntarse hasta qué punto las fuerzas del mercado producen por sí solas
crecimiento económico con eficiencia y equidad. Cordera y Perrotini aseveran que “… la
desregulación en los mercados de trabajo y capital sólo ha contribuido al desempleo masivo
y a la inestabilidad financiera, el comercio internacional basado en las ventajas
comparativas ha alentado desequilibrios en el balance comercial y auges insostenibles en
los commodities (soja, cobre, petróleo, etcétera),…”, entre otros impactos. (Cordera y
Perrotini, 2016: 22)

Dado el actual contexto internacional de estancamiento de la demanda mundial, tal como


lo afirma la UNCTAD (2017), se necesitan esfuerzos significativos, sostenibles y
coordinados en la para la expansión de los salarios y el gasto público y así reestablecer el
crecimiento económico. Esta acción coordinada a nivel internacional permitirá evitar la fuga
de capitales, la devaluación de la moneda y la amenaza del incremento de la inflación
(UNCTAD, 2017: 28)

Pasar a una economía inclusiva requiere “… una agenda amplia y exigente que afronte las
asimetrías mundiales y nacionales en la movilización de recursos, los conocimientos
técnicos, el poder de mercado y la influencia política, causadas por la hiperglobalización,
que generan y perpetúan resultados excluyentes “ (UNCTAD, 2017: 28)

En ese sentido en el presente trabajo se propone, partiendo de los resultados excluyentes


de la globalización económica y tomando en cuenta los intereses de la financierización,
establecer un Estado Promotor del desarrollo que reestablezca los principios del Estado de
Bienestar, pero que a su vez impulse la competitividad sistémica de las empresas.

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Reestablecer el Estado de Bienestar, implica garantizar a la sociedad un conjunto bienes
y servicios públicos que permitan un mínimo de bienestar. Esto resulta primordial, después
de tres décadas de una mayor polarización en la distribución del ingreso y la riqueza, y la
falta de empleos formales para grandes segmentos de la población mexicana.

Del lado de las empresas, el enfoque la competitividad sistémica puede abonar a la


coordinación de los programas de gobierno, las políticas económicas, las políticas públicas
y eficacia a nivel institucional, para así articular oportunidades de crecimiento en los
mercados internos y externos.

Esta competitividad debe ser vista como un medio para alcanzar un fin: una forma de
acceder a mayores niveles de productividad y garantizar mejoramiento de la calidad de vida
de la población mexicana.

La presente propuesta no implica regresar al proteccionismo, sino buscar en la


globalización una inserción dinámica que impulse el crecimiento económico con generación
de empleos formales, pero que también abone en la equidad en la distribución del ingreso
y a mejorar los niveles salariales.

Además resulta fundamental considerar el conocimiento, la competencia y el sistema de


comercio multilateral como bienes públicos, que permitan alcanzar los Objetivos del
Desarrollo Sostenible. (UNCTAD ,2017)

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