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UNIVERSIDAD AUTONOMA DE BUCARAMANGA

Grupo de investigación “Violencia, Lenguaje y Estudios culturales”


Semillero “Sujeto y Psicoanálisis”
Texto: La arqueología del saber / Autor: Michel Foucault
Apartado II: “Las regularidades discursivas”. Relatoría del capítulo I: “Las unidades
del discurso”.
Por: Sebastián Patiño Villegas

“Se trata de reconstituir otro discurso, de recobrar la palabra


muda, murmurante, inagotable que anima desde el interior la
voz que se escucha, de restablecer el texto menudo e invisible
que recorre el intersticio de las líneas escritas y a veces las
trastorna”
Michel Foucault

En este primer capítulo Foucault puntualiza los conceptos que pretende estudiar dentro del
marco de las regularidades discursivas. Estos son: discontinuidad, ruptura, umbral, límite,
serie y transformación, los cuales plantean a todo análisis histórico problemas teóricos.
Según el autor, dicho estudio precisa realizar un trabajo que permita liberarse de un
conjunto de nociones que diversifican el tema de la continuidad: en primer lugar, la tradición,
la cual otorga un estatuto temporal que autoriza a aislar las novedades sobre un fondo de
permanencia, y a transferir su mérito a la originalidad. Por otro lado se encuentran las
nociones de influencia, como desarrollo y evolución, que suministran un soporte a los hechos
de transmisión y comunicación y permiten reagrupar una sucesión de acontecimientos
dispersos al establecer un principio de coherencia y el esbozo de una unidad futura. En este
sentido, antes de todo examen efectuado al interior del mundo de los discursos será
necesario revisar aquellos cortes o agrupamientos que se admiten de ordinario, con el fin de
sobreponerse a la sujeción de un método y de dar lugar a un análisis enunciativo que opere
a través de hipótesis retrospectivas.
A partir de lo anterior Foucault dirá que las unidades definidas que hay que mantener en
suspenso y que se nos imponen de manera más inmediata son el libro y la obra. En el
momento en que se analiza la humanidad del libro, se advierte que no bien se la interroga
pierde su evidencia, su unidad material se hace débil y accesoria; se trata siempre de una
unidad variable y relativa que se construye a partir de un campo complejo de discursos. En
el caso de la obra, ésta se suele suponer definida por cierta función de expresión, cuando en
realidad entraña una operación interpretativa que no permite considerarla como unidad
inmediata, cierta u homogénea. Una última precaución para continuar con el trabajo de
liberación del circuito de continuidades irreflexivas hace referencia a la renuncia de dos
temas: en primer lugar, la irrupción de un acontecimiento verdadero, según el cual más allá
de todo comienzo aparente hay siempre un origen secreto que no se puede captar del todo
en sí mismo. Por otro lado, está el del discurso manifiesto, que indica que todo discurso
reposaría sobre un “ya dicho”, que sería equiparable a un “jamás dicho”, o dicho de otra
manera, que el discurso manifiesto no es más que una presencia represiva de lo que no dice.
Para Foucault, el emprendimiento de este trabajo que dejaría en suspenso todas estas formas
previas de continuidad y todas esas síntesis que no problematizamos, tiene por objetivo
sacudir la quietud con la cual se las acepta, dar cuenta de que son siempre el efecto de una
construcción cuyas reglas se trata de conocer y cuyas justificaciones hay que controlar para
definir en qué condiciones y en vista de que análisis, ciertos son legítimos y ciertos no, de
manera que se puedan llevar a un espacio más general que permita elaborar su teoría. Así,
una vez suspendidas las formas inmediatas de continuidad, se mostrará todo un dominio
constituido por una multiplicidad de acontecimientos en el espacio del discurso en general.
No obstante ―señala Foucault―, tal clase de análisis discursivo difiere del análisis de la
lengua. El análisis del discurso, orientado por la pregunta: ¿Cuál es, pues, esa singular
existencia, que sale a la luz en lo que se dice, y en ninguna otra parte?, se encarga de realizar
una descripción del discurso que trata a su vez de captar el enunciado en la estrechez y
singularidad de su acontecer, esto es, de determinar las condiciones de su emergencia, de
fijar sus límites de la manera más exacta y de establecer sus correlaciones con los otros
enunciados que pueden tener vínculos con él, mientras que el análisis de la lengua se da a la
tarea de interrogarse por las reglas que constituyen un enunciado y por aquellas a partir de
las cuales podría construirse otros enunciados semejantes.
Esta brecha que se configura entre la instancia del acontecimiento enunciativo y la lengua
y el pensamiento, abre la posibilidad de captar otras formas de regularidad, otro tipo de
conexiones. No es por tanto un aislamiento que no se puede superar, o que encierre la
instancia del acontecimiento sobre sí mismo, sino una liberación que permite describir en
ella y fuera de ella juegos de relaciones. Las unidades discursivas deben entonces ser
rastreadas a partir del análisis de su coexistencia, de su sucesión, de su transformación
independiente, no antes sin advertir que es preciso aceptar un corte provisional, un dominio
ante el cual no tendrá lugar el engaño si se tiene presente dos hechos fundamentales: que el
análisis de los acontecimientos discursivos no está limitado a semejante dominio y que, el
corte de este mismo dominio no puede considerarse como definitivo ni absolutamente
valedero.

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