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El punto en común de estas dos obra es el campo de estudio que inauguran, y sus
consecuencias sociológicas. La sociología tradicionalmente se había ocupado del "orden social",
de la vida social en su conjunto y de sus normas generales, de los derechos, de los lazos sociales,
del Estado, etc (los sociólogos marxistas habían desarrollado una sociología crítica, pero
también desde perspectivas globales, y en muchos casos simplificando la obra de Marx en un
economicismo barato).
Foucault concede una gran importancia a los lugares. En este capítulo comienza
precisamente hablando de los leprosarios y de su desaparición al final de la Edad Media en
occidente. Como veremos, que la lepra y la figura del leproso desparezcan no implica que
ocurra lo mismo con la estructura de la exclusión que residía detrás. De hecho reaparecerá tres
siglos más tarde. Lo que Foucault va a hacer es mostrar cómo se articulan a lo largo de la
historia discursos diferentes sobre la locura con prácticas de encierro, de exclusión, mostrando
que las concepciones de la locura cambian, y lo que hay detrás de cada una de ellas.
La "Stultífera Navis", la Nave de los Locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo
del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales flamencos. Los
locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaroso
del agua (símbolo de purificación). La figura del loco es importante en el siglo XV: es
amenazador y ridículo, muestra la sinrazón del mundo y la pequeñez humana, recuerda el tema
de la muerte, muestra a los humanos una alegoría de su final seguro. La demencia es una señal
de que el final del mundo está cerca. El loco, en esta época, está vinculado a un saber oscuro.
Poco a poco cambia el antiguo panorama amenazador del loco, su fluir un la barca
incontrolada. El espacio del Hospital es crucial en este cambio; el loco es ya retenido entre las
cosas y el mundo, y encerrado, a comienzos del siglo XVII. La experiencia clásica de la locura
se está forjando. La locura está entre nosotros, dócil y visible.
Los desocupados y mendigos son también recluidos, con la novedad de que se extraerá
de ellos trabajo productivo. Además de disimular la miseria social, se aprovechaba como mano
de obra. El criterio de trabajo y de ociosidad justifica inicialmente el espacio de la reclusión. En
la ley del trabajo hay una trascendencia ética; los locos son identificados con la ociosidad, con
la inutilidad social. Pero sobre todo es el criterio moral el que anima esta condena: el taller de
trabajo forzado es una institución moral, encargada de castigar una ausencia ética. El criterio
de productividad desaparece a lo largo del siglo XVII para dejar al descubierto el carácter
represivo de estas instituciones de encierro: la moral es aquí administrada, como en otros sitios
el comercio o la economía.
El edicto de creación del Hospital General es muy claro a este respecto: considera a “la
mendicidad y la ociosidad como fuentes de todos los desórdenes”.[5] Es muy significativo que
“desorden” siga siendo la palabra que usan los siquiatras. El mismo manual DSM se lee en
inglés Diagnostic and statistical manual of mental disorders y hay siquiatras que traducen esta
última palabra como “desorden” en lugar de “trastorno”. Como el siglo XVII marca la línea en
que se decidió encerrar a un grupo de seres humanos, sería erróneo creer que la locura esperó
pacientemente por siglos hasta que algunos científicos la descubrieron y se encargaron de ella.
Asimismo, sería erróneo creer que hubo una mutación espontánea en la que los pobres,
inexplicable y súbitamente, enloquecieron.
Una mujer de dieciséis años cuyo marido se llama Beaudoin publica abiertamente que jamás
amará a su marido, que no hay ley que se lo ordene, que cada quien es libre de disponer de su
corazón y de su cuerpo como le plazca, y que es una especie de crimen dar el uno sin el otro.[6]
Aunque la mujer de Beaudoin era considerada insensata o loca, las etiquetas de entonces
para encarcelar no tenían connotación médica alguna. Las conductas se percibían bajo otro
cielo, y el encierro era un asunto arreglado entre las familias y la autoridad jurídica sin
injerencia médica. Se encerraba al “mendaz”, “ocioso”, “depravado”, “hechicero”, “imbécil”,
“pródigo”, “impedido”, “alquimista”, “desequilibrado”, “venéreo”, “libertino”, “disipador”,
“blasfemo”, “hijo ingrato”, “padre disipado”, “prostituída” y al “insensato”. En los registros
puede leerse que las fórmulas de internamiento también decían cosas como “hombre muy
malvado y tramposo” o “alegador empedernido”. Francia tuvo que esperar hasta 1785 para
que una orden médica interviniera en el encierro de toda esta gente: práctica que
posteriormente cobró forma con Pinel. Como dije, del apartarse de la norma social surgiría el
gran tema de la locura en el siglo XIX, como veremos al hablar de Tocqueville y John Stuart
Mill al final de este libro. Es a partir de aquí de donde debemos entender la ulterior clasificación
de Kraepelin, Bleuler y del DSM de los siglos XX y XXI.
Gran cachet y pequeño cachet
Una lettre de cachet puede ser enviada directamente por el feudo — carta de «gran
cachet». Es típicamente el caso de encarcelamientos políticos como el de Voltaire o de Diderot.
Aquí Foucault aborda las formas concretas en las que el pensamiento clásico (XVII y
XVIII) ha conocido la locura.
I. Manía y melancolía.
2. Estas cualidades tienen una dinámica: el frío y la sequedad entran en conflicto con el
temperamento.
4. Circunstancias de la vida pueden modificar las cualidades; por ejemplo, el ocio hace
transpirar menos al cuerpo y retiene humores y calores perjudiciales.
Poco a poco se van asimilando estas dos enfermedades, como variedades de "una
constitución morbífica de los espíritus". A lo largo de la época clásica van entrando en el terreno
de las enfermedades mentales, su posible origen orgánico queda olvidado.
La histeria es ardiente para la medicina de esta época, se produce por el flujo de vapores cálidos.
En cambio, la humedad en los vapores internos, el enfriamiento de las fibras se asocia a la
hipocondría. No se consigue clasificar a estas dos enfermedades con claridad. En el caso de la
histeria, son valores morales los que se vinculan a valores orgánicos. Según se va abandonando
la explicación orgánica (útero, matriz, estómago, etc) la histeria va entrando en el mundo de la
locura para la medicona.
El siglo XIX inventa métodos morales: miedo como castigo, alegría como recompensa,
humillación: con ello se inscribe a la locura en el juego de la culpabilidad. La psicología a partir
de aquí se organiza en torno al castigo. La locura se basa en la falta, en el error moral; para
atacar esta sinrazón se utilizan tres formas: el despertar, la realización teatral y el retorno a lo
inmediato.
A comienzos del siglo XIX una queja se generaliza entre los psiquiatras: se mezcla en
el mismo sitio a los locos y a los criminales. Una nueva conciencia de la locura surge de la
experiencia del confinamiento. En él se dan motines, quejas, luchas que trascienden
políticamente.
No es una actitud humanitaria hacia los locos lo que hace que se les diferencie dentro
de los internados: la mezcla es una injusticia para los otros internos. La locura se individualiza
cada vez más. Como hemos visto, desde el espacio inicial del medioevo, caótico, donde se
mezclaban locos y cuerdos, o donde navegaba la nave de los locos, se han ido produciendo
prácticas de separación cada vez más refinadas hacia la locura.
En Pinel no se trata de una segregación religiosa; es más, la religión puede ser tratada
como un objeto de la medicina, como causa de la locura. Pinel trata de reducir las formas
imaginarias, de domesticar al loco en la dócil fidelidad a la naturaleza. Se pretende una
uniformidad moral, que haya una continuidad ética entre el mundo de la locura y el de la razón,
por duras legislaciones en tres medios:
1. El silencio: se pide a los vigilantes y a los otros alienados que no hagan caso al que
delira, para que así se enfrente con el ridículo del abandono, de la soledad.
3. El juicio perpetuo: un tribunal continuo juzga a los locos con aire temible; se convierte
a la medicina en justicia: puede castigar y juzgar. El loco se sabe vigilado, amenazado por un
aparato que funciona dentro del manicomio, se busca el arrepentimiento. Estas propiedades
fundan la psiquiatría moderna, y su carácter pervive en la actualidad. El médico es juez y
norma moral (no conoce realmente la enfermedad, sino que la domina).
Los mitos de la objetividad científica van ocultando (no suprimiendo) el sustrato moral
en que nace y se desarrolla la psiquiatría.
GOFFMAN Y LAS INSTITUCIONES TOTALES
"Sobre las características de las instituciones totales". En Internados, pp. 15 - 132. Ed.
Amorrortu. Gofman clasifica las instituciones totales de nuestra sociedad en cinco grupos:
2. Las de cuidado de personas que no pueden cuidarse a sí mismas y además son una
amenaza para la comunidad: hospitales de enfermos infecciosos, los manicomios y los
leprosarios.
Goffman caracteriza las instituciones totales como una ruptura de las barreras que
separan los ámbitos de dormir, jugar y trabajar:
- Las diversas actividades obligatorias se integran en un solo plan racional, para los
objetivos de la institución.
Un aspecto que señala Goffman con mucho detalle es el de las agresiones al yo, cómo se
mortifica habitualmente y por distintos procedimientos la identidad subjetiva del interno:
anulación del rol social, obediencia ciega, humillaciones en el trato con los superiores,
desposeimiento de posesiones u objetos personales, uniformización, alimentación reglada,
imperativos de confesar la vida privada en público, contaminaciones, control de movimientos
(inmovilización, celdas especiales), violaciones de la intimidad, castigos y amenazas, malos
tratos, etc. Goffman analiza los efectos devastadores que todos estos rituales de agresión tienen
sobre el yo. En el caso de los enfermos mentales, se comprende rápidamente que estas
estrategias no pueden ser beneficiosas para la salud mental, sino todo lo contrario.
El autor expone las diferentes tácticas que adoptan los internos para adaptarse a esa
nueva situación de control: regresión, intransigencia, colonización, conversión, etc. También
describe la situación del personal laboral, y el desfase continuo entre ambos mundos, y las
ceremonias institucionales, una serie de rituales de apariencia cara al exterior, o entre reclusos
y vigilantes.
Otro aspecto interesante es el del desfase entre los presuntos fines de las instituciones
totales y la realidad. Entre los fines se puede señalar el logro de algún objetivo económico, el
tratamiento médico o psiquiátrico, la purificación religiosa, la protección de la comunidad
contra la contaminación (moral y física), inhabilitación, retribución, intimidación y reforma,
etc. Como se puede ver, la presunta "curación" del loco y la "rehabilitación social" del preso,
no se producen en estas instituciones.
Una característica común de los trabajos de Foucault y los de Goffman es el interés por
lo local, la mirada microscópica. En oposición a las grandes teorías sociológicas de carácter
global (Marx, Weber, Durkheim, etc), estos autores describen con detalle discursos, prácticas,
ritos sociales, sin elaborar una teoría trascendental de la historia o de la sociedad, sino
mostrando el cinismo de unas sociedades que se dicen libres y practican el despotismo en lugares
que ocultan a la investigación y a la opinión pública (nada más difícil que investigar las cárceles
españolas, por ejemplo).
En Goffman encontramos también esa mirada minuciosa, que algunos han criticado
como banal o superflua, pero que en realidad muestra con lucidez la hipocresía de nuestras
sociedades o la injusticia de las instituciones, el carácter de máscara de nuestra vida en sociedad,
el significado de los rituales en público y en los internados.
Reseña:
Foucault busca las causas de la locura en el ámbito material y contingente de una
experiencia históricamente constituida, conformada por prácticas institucionales, procesos
socio-económicos y formas de discurso, de cuya confluencia surge la figura cultural de la
enfermedad mental. De esta forma, Foucault nos ofrece una génesis de las prácticas sociales y
discursos que han constituido las condiciones de posibilidad de las diferentes formas de
subjetividad desde las que se ha entendido la locura. Al mismo tiempo, estas prácticas sociales
y discursos determinan en qué condiciones algo puede llegar a ser objeto de conocimiento,
explican cómo se ha llegado a considerar algo que es necesario conocer, a qué recorte ha sido
sometido y qué parte de él ha sido considerada y cuál ha sido rechazada. Así pues, para
Foucault, la historia de la locura en su constitución como objeto de conocimiento desmiente que
se trate de una entidad natural y nos plantea que es construida socialmente. El de Foucault no
es uno más de esos discursos expertos que desde la época clásica han silenciado a la locura en el
preciso instante en que la han constituido en objeto de conocimiento y por tanto se han otorgado
el derecho de hablar por ella; discursos que constituyen un monólogo de la razón sobre la
sinrazón que acabó con el diálogo que la razón mantenía con la sinrazón en el renacimiento,
cuando existía una conciencia crítica de la locura. Si bien es cierto que en el renacimiento existía
la nave de los locos, práctica según la cual se expulsaba a los locos en barcos que recorrían los
ríos de Europa, la conciencia crítica era una forma de subjetividad que experimentaba a la
locura como aquello que denunciaba las insensateces de las costumbres que la gente
consideraba racionales y correctas. A esta forma de conciencia le siguió la conciencia práctica,
que recluye a la locura en un lugar de encierro, en nombre del orden social y laboral. La
discontinuidad existente entre estas formas de experienciar la sinrazón, es lo que da pie a
Foucault para desenmascarar el mito del progreso inexorable de la razón, subyacente a la
ciencia actual en general y pilar fundamental de la psicología en particular. El de Foucault no
es uno más de esos discursos expertos que desde la época clásica han silenciado a la locura en el
preciso instante en que la han constituido en objeto de conocimiento y por tanto se han otorgado
el derecho de hablar por ella; discursos que constituyen un monólogo de la razón sobre la
sinrazón que acabó con el diálogo que la razón mantenía con la sinrazón en el renacimiento,
cuando existía una conciencia crítica de la locura. Si bien es cierto que en el renacimiento existía
la nave de los locos, práctica según la cual se expulsaba a los locos en barcos que recorrían los
ríos de Europa, la conciencia crítica era una forma de subjetividad que experimentaba a la
locura como aquello que denunciaba las insensateces de las costumbres que la gente
consideraba racionales y correctas. La importancia de Historia de la locura es precisamente
que no se trata tanto de una historia de la locura en sí misma cuanto de una historia de las
experiencias límite, esas que amenazan a la razón con hacerla aparecer abiertamente en su
arbitrariedad y contingencia con respecto a aquello en relación a lo cual toma su sentido
(condiciones socio-económicas, prácticas discursivas e institucionales, la misma sinrazón, en
relación a la cual se define…). Así, vemos que en el momento del Gran Encierro, la locura es
una más de esas experiencias límite. Los locos son excluidos junto con el resto de las figuras de
la sinrazón -el ladrón, el mendigo, la puta, el libertino- al constituir cada una de ellas una
específica amenaza para los pilares fundamentales de la racionalidad moderna: el sistema
económico-productivo naciente -el capitalismo-, la moral, la religión… El saber (el
conocimiento médico-psiquiátrico), para evitar los peligros de estas amenazas, no puede
renunciar a objetivar cuanto incluye en el mundo de lo representado, dentro de los límites de lo
que es pensable, mientras en el mismo gesto excluye al espacio social de lo abyecto aquello que
no puede ser pensado o enunciado sin traspasar dichos límites, sin traspasar lo que en un tiempo
y lugar determinados es dado pensar. Precisamente en este aspecto de su pensamiento es donde
más se dejan notar las resonancias Heideggerianas y la influencia de Nietzsche. Éste último
considera que “las condiciones de la experiencia y las condiciones del objeto de la experiencia
son totalmente heterogéneas.” Ello supone que no hay en el conocimiento una adecuación al
objeto, una relación de asimilación sino que hay, por el contrario, una relación de distancia y
dominación. “Así el carácter perspectivo del cono-cimiento no deriva de la naturaleza humana,
sino siempre del carácter polémico y estratégico del conocimiento. Se puede hablar del carácter
perspectivo del conocimiento porque hay batalla y porque el conocimiento es el efecto de esa
batalla.” paulatina medicalización del encierro culmina con la formación del primer discurso
psiquiátrico moderno: el alienismo. Y el discurso médico-psiquiátrico constituye esta
justificación, que consiste en decir que se recluye a los locos no como una forma de impedir sus
desórdenes y mantener la paz social sino por su propio bien, esto es, como una medida
terapéutica indispensable. Así pues, la locura no fue considerada enfermedad hasta finales del
XVIII. Este proceso es paralelo al de la integración de dos formas de conciencia escindidas hasta
el momento (1794): la conciencia práctica que excluye en nombre del mantenimiento del orden
social, moral y laboral y la conciencia analítica que permite un conocimiento supuestamente
objetivo y objetivador de la locura. Ambos procesos convergen en la institución del encierro, y
constituyen la culminación definitiva del establecimiento del encierro como terapia. esta
alturas la influencia de Descartes y su Razón es ya un hecho ampliamente extendido en
Occidente y la perspectiva histórica que nos ofrece Foucault nos da pie a entender la misma
escisión entre razón y sinrazón como un producto cultural. Para Descartes sólo una cosa
permanece cuando ponemos todo en duda: la certeza de que hay un yo que está dudando,
pensando. La base para el alma humana era el reconocimiento de que “pienso, luego existo”, lo
que marca una profunda escisión entre la razonable duda humana y la animalidad atribuida al
loco. La locura es la condición de imposibilidad del pensamiento. Por tanto, la consecuencia es
que si no pienso, no existo. Estas son las ataduras conceptuales que junto con las institucionales
recluyeron/excluyeron a la locura. Esta imagen de la mente autosuficiente es también la imagen
de la mente como algo individual, considerada como un algo indivisible y separado, lo que sienta
las bases para la internalización de la locura en el sujeto provocada por la medicalización de la
locura.