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A comienzos de los años 60 (en concreto en 1961) se producen dos acontecimientos

simultáneos en el mundo se la investigación social; se trata de la aparición de dos libros sobre


el internamiento psiquiátrico, Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault, e
Internados: ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, de Erving Goffman.

Las dos obras tienen planteamientos teóricos diferentes. Foucault parte de la


articulación de prácticas del decir (discursos sobre la locura a través de la historia) y del hacer
(formas de internamiento) para conocer con qué criterios (de castigo, de moral, de pecado, de
falta, de error, de animalidad, de "liberación", etc) se ha ido delimitando la locura a lo largo de
la historia. También muestra la arqueología de la psiquiatría, en qué condiciones y con qué
intereses ocultos nace esta ciencia en el siglo XIX. Es una historia de los límites, de cómo una
cultura rechaza algo convirtiéndolo en lo Exterior y encerrándolo. Es una historia de la
producción de lo marginal, de la individualización progresiva de la locura como algo específico
y apartado de la razón.

El libro de Goffman se sitúa en la actualidad, observando minuciosamente los


comportamientos sociales de interacción que se dan en una institución total como el manicomio
desde dentro, viviendo allí como investigador. Así podrá describir los procesos de agresión al
yo como identidad subjetiva que se dan en estas instituciones, la pérdida injustificada de
derechos para los internos, la dudosa efectividad terapéutica de los manicomios, las
representaciones de reclusos y funcionarios en la escena social del internado, etc.

El punto en común de estas dos obra es el campo de estudio que inauguran, y sus
consecuencias sociológicas. La sociología tradicionalmente se había ocupado del "orden social",
de la vida social en su conjunto y de sus normas generales, de los derechos, de los lazos sociales,
del Estado, etc (los sociólogos marxistas habían desarrollado una sociología crítica, pero
también desde perspectivas globales, y en muchos casos simplificando la obra de Marx en un
economicismo barato).

La obra de Foucault y la de Goffman suponen una sociología de y desde los márgenes,


sobre esos lugares aislados de la sociedad donde sobreviven el despotismo, la agresión, la
pérdida de los derechos civiles, donde se produce la anormalidad y se justifica el encierro. Esta
sociología crítica se preocupa por lo local (no por lo global), y sus consecuencias son
importantes. Muestran cómo las modernas, progresistas y democráticas sociedades
occidentales son capaces de mantener muchas instituciones de carácter represivo, cuya
finalidad no es fácil de justificar. En el caso de Foucault, inscribe la psiquiatría dentro de una
estrategia más general de saber-poder, cuyos valores morales sobreviven camuflados tras el
discurso de un saber científico. Goffman crea el concepto de "institución total", y describe
lúcidamente la violencia que hay implícita en este tipo de espacio.

HISTORIA DE LA LOCURA EN LA EPOCA CLASICA

CAPITULO I: "STULTIFERA NAVIS"

Foucault concede una gran importancia a los lugares. En este capítulo comienza
precisamente hablando de los leprosarios y de su desaparición al final de la Edad Media en
occidente. Como veremos, que la lepra y la figura del leproso desparezcan no implica que
ocurra lo mismo con la estructura de la exclusión que residía detrás. De hecho reaparecerá tres
siglos más tarde. Lo que Foucault va a hacer es mostrar cómo se articulan a lo largo de la
historia discursos diferentes sobre la locura con prácticas de encierro, de exclusión, mostrando
que las concepciones de la locura cambian, y lo que hay detrás de cada una de ellas.

La "Stultífera Navis", la Nave de los Locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo
del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales flamencos. Los
locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaroso
del agua (símbolo de purificación). La figura del loco es importante en el siglo XV: es
amenazador y ridículo, muestra la sinrazón del mundo y la pequeñez humana, recuerda el tema
de la muerte, muestra a los humanos una alegoría de su final seguro. La demencia es una señal
de que el final del mundo está cerca. El loco, en esta época, está vinculado a un saber oscuro.

Esta concepción va cambiando con el tiempo. En el mundo literario, la locura sirve de


sátira moral: la presunción (el loco se da atributos que no posee), el castigo (la sinrazón le
sobreviene por los excesos de la pasión), la verdad por la doble mentira... Se la empieza a
considerar irónicamente, como un mundo de ilusiones, como una figura conocida y menos
temible.

Poco a poco cambia el antiguo panorama amenazador del loco, su fluir un la barca
incontrolada. El espacio del Hospital es crucial en este cambio; el loco es ya retenido entre las
cosas y el mundo, y encerrado, a comienzos del siglo XVII. La experiencia clásica de la locura
se está forjando. La locura está entre nosotros, dócil y visible.

CAPITULO II. EL GRAN ENCIERRO

La locura va a ser silenciada en la época clásica. En el siglo XVII se crean grandes


internados. En ellos se mezclan locos, pobres, desocupados, mozos de correccional... En contra
de lo que podemos pensar, el Hospital General (París) no tiene ninguna relación con lo médico;
es una instancia de orden, de orden burgués y monárquico, vinculada a la justicia. Instituciones
de encierro proliferan por toda Europa en esta época, la práctica del encierro se generaliza,
animada por la condenación de la ociosidad (no por criterios de curación), por imperativos de
trabajo. La patria de la locura será el confinamiento, a partir de estas prácticas de encierro.

Los desocupados y mendigos son también recluidos, con la novedad de que se extraerá
de ellos trabajo productivo. Además de disimular la miseria social, se aprovechaba como mano
de obra. El criterio de trabajo y de ociosidad justifica inicialmente el espacio de la reclusión. En
la ley del trabajo hay una trascendencia ética; los locos son identificados con la ociosidad, con
la inutilidad social. Pero sobre todo es el criterio moral el que anima esta condena: el taller de
trabajo forzado es una institución moral, encargada de castigar una ausencia ética. El criterio
de productividad desaparece a lo largo del siglo XVII para dejar al descubierto el carácter
represivo de estas instituciones de encierro: la moral es aquí administrada, como en otros sitios
el comercio o la economía.

La locura es percibida en relación a la pobreza, a la incapacidad para trabajar, a la


falta de valores éticos. La Razón y la moral funcionan como criterio de exclusión, y van a
fundamentar la práctica del confinamiento. La antigua libertad de la locura acaba en la edad
clásica entre cuatro paredes.

El edicto de creación del Hospital General es muy claro a este respecto: considera a “la
mendicidad y la ociosidad como fuentes de todos los desórdenes”.[5] Es muy significativo que
“desorden” siga siendo la palabra que usan los siquiatras. El mismo manual DSM se lee en
inglés Diagnostic and statistical manual of mental disorders y hay siquiatras que traducen esta
última palabra como “desorden” en lugar de “trastorno”. Como el siglo XVII marca la línea en
que se decidió encerrar a un grupo de seres humanos, sería erróneo creer que la locura esperó
pacientemente por siglos hasta que algunos científicos la descubrieron y se encargaron de ella.
Asimismo, sería erróneo creer que hubo una mutación espontánea en la que los pobres,
inexplicable y súbitamente, enloquecieron.

Encarcelar a las víctimas de la ciudad fue un fenómeno de dimensiones europeas. Una


vez consumado el Gran Encierro del que habla Foucault, los censos de la época sobre los
prisioneros que no habían roto la ley dieron cuenta del tipo de gente que eran: ancianos que no
podían cuidarse por sí mismos, epilépticos repudiados por sus familias, gente deforme, gente
con enfermedades venéreas e incluso prisioneros por cartas del rey. Este fue el procedimiento
de encierro más difundido desde los 1690, y los peticionarios de la lettre de cachet eran los
familiares o los parientes más próximos de quien se encarcelaba. El caso más sonado de
encarcelamiento en la Bastilla por lettre de cachet fue el de Voltaire. Hubo casos de insensatas
o “muchachas incorregibles” que fueron internadas. “Insensato” era una etiqueta que
correspondería más o menos a lo que en el siglo XIX se llamaría “insanía moral” y que
actualmente equivale al oposicionismo adolescente o “negativismo desafiante” del DSM.
Quisiera ejemplificarlo con un solo caso del siglo XVIII:

Una mujer de dieciséis años cuyo marido se llama Beaudoin publica abiertamente que jamás
amará a su marido, que no hay ley que se lo ordene, que cada quien es libre de disponer de su
corazón y de su cuerpo como le plazca, y que es una especie de crimen dar el uno sin el otro.[6]

Aunque la mujer de Beaudoin era considerada insensata o loca, las etiquetas de entonces
para encarcelar no tenían connotación médica alguna. Las conductas se percibían bajo otro
cielo, y el encierro era un asunto arreglado entre las familias y la autoridad jurídica sin
injerencia médica. Se encerraba al “mendaz”, “ocioso”, “depravado”, “hechicero”, “imbécil”,
“pródigo”, “impedido”, “alquimista”, “desequilibrado”, “venéreo”, “libertino”, “disipador”,
“blasfemo”, “hijo ingrato”, “padre disipado”, “prostituída” y al “insensato”. En los registros
puede leerse que las fórmulas de internamiento también decían cosas como “hombre muy
malvado y tramposo” o “alegador empedernido”. Francia tuvo que esperar hasta 1785 para
que una orden médica interviniera en el encierro de toda esta gente: práctica que
posteriormente cobró forma con Pinel. Como dije, del apartarse de la norma social surgiría el
gran tema de la locura en el siglo XIX, como veremos al hablar de Tocqueville y John Stuart
Mill al final de este libro. Es a partir de aquí de donde debemos entender la ulterior clasificación
de Kraepelin, Bleuler y del DSM de los siglos XX y XXI.
Gran cachet y pequeño cachet

Una lettre de cachet puede ser enviada directamente por el feudo — carta de «gran
cachet». Es típicamente el caso de encarcelamientos políticos como el de Voltaire o de Diderot.

También puede ser enviada a petición de un particular — es la carta de «pequeño


cachet». Así, el propio Voltaire solicita una lettre de cachet para que una mujer que escandaliza
en el vecindario sea detenida. Esa intervención está dedicada teóricamente para pequeños
delitos, excluyendo crímenes. Se solicita a menudo para cinco categorías principales:

 Por locura e irresponsabilidad, por ejemplo, un marido o esposa pródiga que


dilapida su fortuna contra los intereses de sus herederos.
 Por excesos juveniles, para proteger el honor de alguna persona.
 Por libertinaje, para proteger el honor de la familia; por ejemplo, el Marqués
de Sade fue encarcelado (1777-1790) por una lettre de cachet obtenida por su rica e
influyente suegra.
 Por un matrimonio desigual (típicamente entre la nobleza y el pueblo) que
también deshoraba la familia.
 Por delitos o crímenes más graves.

CAPITULO III: LOS INSENSATOS

El espacio del correccional agrupa a licenciosos, blasfemos, libertinos, criminales,


alienados... Todo esto es denominado sinrazón, pero dentro de este ámbito confuso se va
diferenciando como algo específico la locura, los insensatos. De ellos se va a hacer un espectáculo
público, con visitas organizadas. De toda la población amplia de la sinrazón, que era encerrada
con secreto, con verguenza, se hace excepción con los locos, y son mostrados.

La locura es señalada, marcada, como escándalo (no como enfermedad). Se la mira,


como un animal de zoológico, como un objeto, algo no humano. El criterio de animalidad marca
la locura en el siglo XVIII. Es el grado cero de la naturaleza humana: el loco no es un enfermo,
es un animal. Por tanto, la doma y el embrutecimiento son los métodos para su dominación. Las
prácticas inhumanas de los internados (latigazos, palizas, encadenamientos, maltratos de toda
índole) se justifican por esa libre animalidad de la locura, donde el hombre ya no existe.
También esto sirve de ejemplo moral: interesa señalar la locura como ejemplo de en
qué puede convertirse el hombre inmoral, desde el punto de vista cristiano. Es una caída en lo
animal, y por tanto el loco es culpable.

El fondo de la sinrazón es lo esencial para la época clásica a la hora de definir la locura,


es el espacio que la hace posible. Es como si la Razón marcara el borde entre dos espacios:
dentro están los hombres razonables; todo lo no racional queda excluido, fuera del mundo
social, recluido en el asilo.

CAPITULO IV: FORMAS DE LA LOCURA

Aquí Foucault aborda las formas concretas en las que el pensamiento clásico (XVII y
XVIII) ha conocido la locura.

I. Manía y melancolía.

La noción de melancolía en el siglo XVI estaba formada por ciertos síntomas,


consistentes en todas las ideas delirantes que puede uno tener de sí mismo.

El sistema causal de la melancolía se basa en un humor negro que hay en el cerebro. Lo


que Foucault resalta es que estas definiciones no parten de una observación rigurosa. El debate
sobre el humor melancólico, frío y seco, se puede resumir en cuatro puntos:

1. La causalidad de las sustancias es reemplazada por el estudio de las cualidades, que


se transmiten del cuerpo al alma sin soporte.

2. Estas cualidades tienen una dinámica: el frío y la sequedad entran en conflicto con el
temperamento.

3. El conflicto puede nacer dentro de la misma cualidad.

4. Circunstancias de la vida pueden modificar las cualidades; por ejemplo, el ocio hace
transpirar menos al cuerpo y retiene humores y calores perjudiciales.

La lógica secreta de las cualidades marca la noción de melancolía. Además es una


unidad simbólica formada por: - longuidez de los fluidos, - oscurecimiento del espíritu, -
viscosidad de la sangre, - espesor de los vapores, - viscosidad en los órganos.
Esta unidad no es conceptual ni teórica, sino sensible.

La manía se contrapone a la melancolía. El maníaco es impetuoso, tenso,. La causa de


estos males se encuentra en movimientos de espíritus animales: lentos en la melancolía, rápidos
en la manía. En general son mitos explicativos, no demostrados científicamente; sin embargo
son los antecedentes directos de la psicología moderna. Manía y melancolía se contraponen
como dos manifestaciones de una misma enfermedad. En todo caso, son temas imaginarios los
que organizan las explicaciones: es una estructura perceptiva lo que se forma en los siglos XVII
y XVIII, no un sistema conceptual o un conjunto sintomático.

No se ha partido de la observación para llegar a a imágenes explicativas, sino al revés,


lo imaginario determina la significación de los síntomas.

II. Histeria e hipocondría.

Poco a poco se van asimilando estas dos enfermedades, como variedades de "una
constitución morbífica de los espíritus". A lo largo de la época clásica van entrando en el terreno
de las enfermedades mentales, su posible origen orgánico queda olvidado.
La histeria es ardiente para la medicina de esta época, se produce por el flujo de vapores cálidos.
En cambio, la humedad en los vapores internos, el enfriamiento de las fibras se asocia a la
hipocondría. No se consigue clasificar a estas dos enfermedades con claridad. En el caso de la
histeria, son valores morales los que se vinculan a valores orgánicos. Según se va abandonando
la explicación orgánica (útero, matriz, estómago, etc) la histeria va entrando en el mundo de la
locura para la medicona.

La enfermedad circula por el cuerpo, pero se diferencian distintos tipos de cuerpos. La


simpatía, la continuidad corporal en la transmisión nerviosa es la clave de las enfermedades
nerviosas.

A finales del XVIII esto va a cambiar. El enfermo ya no es inocente, el tema de la culpa,


de la falta moral va permitir que la histeria ingrese ya en la locura. La psiquiatría se funda en
este tipo de valoraciones.

CAPITULO V. MEDICOS Y ENFERMOS


La terapéutica de la locura no se aplicaba en los hospitales, pues su función era aislar,
no corregir. Sin embargo, sí se da en la época clásica un tratamiento para sanar las fibras
nerviosas del loco, centrándose en el cuerpo.

1. La consolidación: la locura es un compuesto de debilidades. Por ello, se emplean


métodos de fortalecimiento: aceite de ámbar, cueros quemados, hierro (¡comer limaduras de
hierro!), etc. Los efectos de esta terapia no se verifican, es como si la fuerza se transmitiera por
contacto, directamente a las fibras.

2. La purificación: la idea de purificación total lleva a proponer como terapias la


transfusión de sangre, el uso de medicamentos que previenen la corrupción, producir
quemaduras en la piel (por donde saldrán los vapores corruptos), inocular la sarna al enfermo,
el uso del jabón (incluso comérselo directamente), el vinagre, etc.

3. La inmersión: la idea de purificación por el agua unida al efecto de modificación de


las cualidades corporales que proporciona, avala el uso de los baños en la curación de la locura.
Con el tiempo, tendrá todas las cualidades y valores posibles, de forma que en el siglo XIX ya
casi no se empleará.

4. La regulación del movimiento: la locura es agitación de los espíritus, movimiento de


fibras. Hay que suscitar en el enfermo un movimiento regular y real. El viaje por mar,
tratamientos en máquinas de centrifugado, y otras técnicas intentarán hacer volver al loco al
orden natural del mundo.

El siglo XIX inventa métodos morales: miedo como castigo, alegría como recompensa,
humillación: con ello se inscribe a la locura en el juego de la culpabilidad. La psicología a partir
de aquí se organiza en torno al castigo. La locura se basa en la falta, en el error moral; para
atacar esta sinrazón se utilizan tres formas: el despertar, la realización teatral y el retorno a lo
inmediato.

Para Foucault es importante que la reducción que ha operado la época clásica en la


sinrazón percibiéndola de forma estrictamente moral será el núcleo de todas las concepciones
que el siglo XIX hará valer como científicas, positivas y experimentales. La psicología nace
separando a la locura de la sinrazón, marginándola como algo insignificante.

CAPITULO VI. EL GRAN MIEDO


En el siglo XVIII el loco aparece como personaje social de nuevo; circulan por las calles
de París charlatanes que desvarían, tontos, personajes incomprensibles para la razón.El miedo
adquiere una doble dirección: miedo a ser internado, al encierro (Sade), y miedo a que de las
casas de confinamiento se extienda una locura contagiosa. La sociedad identifica la locura con
un mal que se puede difundir por las calles, por el aire, que contagiará a la población. Es este
tipo de queja fantasmagórica lo que anima la persecución de la locura (no un pensamiento
médico riguroso).

El miedo a la locura desarrolla una serie de tópicos: la locura puede


sobrevenir por un exceso de libertad, o por un exceso en el sentimiento religioso, o en el estudio;
es decir, elementos del medio social pueden conducir a la locura; ésta no es ya (mediados del
siglo XVIII) esa animalidad ajena a lo humano, sino una posibilidad en lo inmediato de la vida
social.

CAPITULO VII. LA NUEVA SEPARACION

A comienzos del siglo XIX una queja se generaliza entre los psiquiatras: se mezcla en
el mismo sitio a los locos y a los criminales. Una nueva conciencia de la locura surge de la
experiencia del confinamiento. En él se dan motines, quejas, luchas que trascienden
políticamente.

No es una actitud humanitaria hacia los locos lo que hace que se les diferencie dentro
de los internados: la mezcla es una injusticia para los otros internos. La locura se individualiza
cada vez más. Como hemos visto, desde el espacio inicial del medioevo, caótico, donde se
mezclaban locos y cuerdos, o donde navegaba la nave de los locos, se han ido produciendo
prácticas de separación cada vez más refinadas hacia la locura.

Se establecen medidas para evitar un confinamiento prolongado de mendigos y


ladrones, pero se insiste en la necesidad de encerrar a los locos, que además envilecen a los que
les acompañan.

CAPITULO VIII. NACIMIENTO DEL ASILO


La leyenda de que Pinel y Tuke introdicen la filantropía en la psiquiatría merece una
revisión. La presunta "liberación" de los alienados esconde otro significado: la religiosidad de
Tuke hace que separe a los locos porque son un mal ejemplo para otros espíritus; a su vez, una
vida religiosa para los locos les devolverá al orden, la religión vigila desde la razón para refrenar
a la locura (no para curarla). Se coloca al loco en un ámbito moral, para que se vigile a sí mismo
en la amenaza de la ley y de la falta. El miedo es fundamental en el tratamiento de los locos. Se
organiza al loco en una conciencia de sí mismo; nueva vuelta de tuerca del encierro: reclusión
dentro de la propia conciencia, del propio sentimiento de culpa. La libertad física de "El Retiro"
de Tuke es paralela a un constreñimiento moral mayor y más eficaz. Es decir, la locura es
dominada (no liberada).

En Pinel no se trata de una segregación religiosa; es más, la religión puede ser tratada
como un objeto de la medicina, como causa de la locura. Pinel trata de reducir las formas
imaginarias, de domesticar al loco en la dócil fidelidad a la naturaleza. Se pretende una
uniformidad moral, que haya una continuidad ética entre el mundo de la locura y el de la razón,
por duras legislaciones en tres medios:

1. El silencio: se pide a los vigilantes y a los otros alienados que no hagan caso al que
delira, para que así se enfrente con el ridículo del abandono, de la soledad.

2. El reconocimiento en el espejo: la locura debe mirarse a sí misma, se dice a un loco


que mire lo ridículo de la actitud de otro loco; el primero cae en la cuenta y lo desprecia. Se
persuade al loco de que está loco para que se avergüence de ello, para que se sienta ridículo al
mirarse en los otros.

3. El juicio perpetuo: un tribunal continuo juzga a los locos con aire temible; se convierte
a la medicina en justicia: puede castigar y juzgar. El loco se sabe vigilado, amenazado por un
aparato que funciona dentro del manicomio, se busca el arrepentimiento. Estas propiedades
fundan la psiquiatría moderna, y su carácter pervive en la actualidad. El médico es juez y
norma moral (no conoce realmente la enfermedad, sino que la domina).

Los mitos de la objetividad científica van ocultando (no suprimiendo) el sustrato moral
en que nace y se desarrolla la psiquiatría.
GOFFMAN Y LAS INSTITUCIONES TOTALES
"Sobre las características de las instituciones totales". En Internados, pp. 15 - 132. Ed.
Amorrortu. Gofman clasifica las instituciones totales de nuestra sociedad en cinco grupos:

1. Las de cuidado de las personas incapacitadas e inofensivas: hogares de ancianos,


ciegos, huérfanos, etc.

2. Las de cuidado de personas que no pueden cuidarse a sí mismas y además son una
amenaza para la comunidad: hospitales de enfermos infecciosos, los manicomios y los
leprosarios.

3. Las que protegen a la comunidad de personas que atentan deliberadamente contra


ella: cárceles, presidios, campos de trabajo, etc.

4. Las de carácter laboral: cuarteles, barcos, campos de trabajo, colonias, servicio en


mansiones señoriales.

5. Los refugios del mundo, para formación de religiosos: abadías, monasterios,


conventos, etc.

Goffman caracteriza las instituciones totales como una ruptura de las barreras que
separan los ámbitos de dormir, jugar y trabajar:

- Todos los aspectos de la vida se desarrollan en el mismo lugar y bajo la misma


autoridad.

- Cada etapa de la vida diaria de un miembro de estas instituciones se lleva a a cabo en


compañía de un gran número de otros, con el mismo trato y para hacer juntos las mismas cosas.

- Todas las actividades de la vida diaria están estrictamente programadas, en una


secuencia que se impone desde arriba por normas explícitas y por un cuerpo de funcionarios.

- Las diversas actividades obligatorias se integran en un solo plan racional, para los
objetivos de la institución.

Es decir, en estas instituciones se manejan las necesidades humanas mediante la


organización burocrática de conglomerados humanos indivisibles. Se da una escisión básica
entre internados (la gran mayoría) y supervisores. Los primeros tienen limitado el contacto con
el exterior, y se sienten inferiores, débiles, culpables, etc, mientras que los superiores, como su
nombre indica, se sienten por encima, dominando a los reclusos. La información sobre éstos
está también restringida y controlada por una minoría.

Un aspecto que señala Goffman con mucho detalle es el de las agresiones al yo, cómo se
mortifica habitualmente y por distintos procedimientos la identidad subjetiva del interno:
anulación del rol social, obediencia ciega, humillaciones en el trato con los superiores,
desposeimiento de posesiones u objetos personales, uniformización, alimentación reglada,
imperativos de confesar la vida privada en público, contaminaciones, control de movimientos
(inmovilización, celdas especiales), violaciones de la intimidad, castigos y amenazas, malos
tratos, etc. Goffman analiza los efectos devastadores que todos estos rituales de agresión tienen
sobre el yo. En el caso de los enfermos mentales, se comprende rápidamente que estas
estrategias no pueden ser beneficiosas para la salud mental, sino todo lo contrario.

El autor expone las diferentes tácticas que adoptan los internos para adaptarse a esa
nueva situación de control: regresión, intransigencia, colonización, conversión, etc. También
describe la situación del personal laboral, y el desfase continuo entre ambos mundos, y las
ceremonias institucionales, una serie de rituales de apariencia cara al exterior, o entre reclusos
y vigilantes.

Otro aspecto interesante es el del desfase entre los presuntos fines de las instituciones
totales y la realidad. Entre los fines se puede señalar el logro de algún objetivo económico, el
tratamiento médico o psiquiátrico, la purificación religiosa, la protección de la comunidad
contra la contaminación (moral y física), inhabilitación, retribución, intimidación y reforma,
etc. Como se puede ver, la presunta "curación" del loco y la "rehabilitación social" del preso,
no se producen en estas instituciones.

CONCLUSION: MICROSOCIOLOGIA DEL DESPOTISMO

Una característica común de los trabajos de Foucault y los de Goffman es el interés por
lo local, la mirada microscópica. En oposición a las grandes teorías sociológicas de carácter
global (Marx, Weber, Durkheim, etc), estos autores describen con detalle discursos, prácticas,
ritos sociales, sin elaborar una teoría trascendental de la historia o de la sociedad, sino
mostrando el cinismo de unas sociedades que se dicen libres y practican el despotismo en lugares
que ocultan a la investigación y a la opinión pública (nada más difícil que investigar las cárceles
españolas, por ejemplo).

De esta forma, Foucault va a revolucionar el estudio del poder, al cuestionar la visión


tradicional que otorgaba al éste un lugar fijo, visible, singular, jerárquico, identificado con el
Estado o la política de gobierno, inmóvil. El estudio de Foucault de la medicina, la psiquiatría,
las cárceles, la historia de la sexualidad, la arqueología del saber, inaugura una visión reticular
y plural del poder, que promueve la producción de discursos en distintos ámbitos (hablar del
sexo de uno mismo, configurar la figura del delincuente, del loco, del pervertido, confesar todo
lo que uno piensa a distintos expertos en salud mental, etc). El poder ya no estará localizado en
un lugar concreto, sino que será el conjunto de estas prácticas que nos constituyen en sujetos
morales, o en sujetos de deseo, o en objetos de la ciencia, sin una finalidad última ni un motor
de la historia.

En Goffman encontramos también esa mirada minuciosa, que algunos han criticado
como banal o superflua, pero que en realidad muestra con lucidez la hipocresía de nuestras
sociedades o la injusticia de las instituciones, el carácter de máscara de nuestra vida en sociedad,
el significado de los rituales en público y en los internados.

Reseña:
Foucault busca las causas de la locura en el ámbito material y contingente de una
experiencia históricamente constituida, conformada por prácticas institucionales, procesos
socio-económicos y formas de discurso, de cuya confluencia surge la figura cultural de la
enfermedad mental. De esta forma, Foucault nos ofrece una génesis de las prácticas sociales y
discursos que han constituido las condiciones de posibilidad de las diferentes formas de
subjetividad desde las que se ha entendido la locura. Al mismo tiempo, estas prácticas sociales
y discursos determinan en qué condiciones algo puede llegar a ser objeto de conocimiento,
explican cómo se ha llegado a considerar algo que es necesario conocer, a qué recorte ha sido
sometido y qué parte de él ha sido considerada y cuál ha sido rechazada. Así pues, para
Foucault, la historia de la locura en su constitución como objeto de conocimiento desmiente que
se trate de una entidad natural y nos plantea que es construida socialmente. El de Foucault no
es uno más de esos discursos expertos que desde la época clásica han silenciado a la locura en el
preciso instante en que la han constituido en objeto de conocimiento y por tanto se han otorgado
el derecho de hablar por ella; discursos que constituyen un monólogo de la razón sobre la
sinrazón que acabó con el diálogo que la razón mantenía con la sinrazón en el renacimiento,
cuando existía una conciencia crítica de la locura. Si bien es cierto que en el renacimiento existía
la nave de los locos, práctica según la cual se expulsaba a los locos en barcos que recorrían los
ríos de Europa, la conciencia crítica era una forma de subjetividad que experimentaba a la
locura como aquello que denunciaba las insensateces de las costumbres que la gente
consideraba racionales y correctas. A esta forma de conciencia le siguió la conciencia práctica,
que recluye a la locura en un lugar de encierro, en nombre del orden social y laboral. La
discontinuidad existente entre estas formas de experienciar la sinrazón, es lo que da pie a
Foucault para desenmascarar el mito del progreso inexorable de la razón, subyacente a la
ciencia actual en general y pilar fundamental de la psicología en particular. El de Foucault no
es uno más de esos discursos expertos que desde la época clásica han silenciado a la locura en el
preciso instante en que la han constituido en objeto de conocimiento y por tanto se han otorgado
el derecho de hablar por ella; discursos que constituyen un monólogo de la razón sobre la
sinrazón que acabó con el diálogo que la razón mantenía con la sinrazón en el renacimiento,
cuando existía una conciencia crítica de la locura. Si bien es cierto que en el renacimiento existía
la nave de los locos, práctica según la cual se expulsaba a los locos en barcos que recorrían los
ríos de Europa, la conciencia crítica era una forma de subjetividad que experimentaba a la
locura como aquello que denunciaba las insensateces de las costumbres que la gente
consideraba racionales y correctas. La importancia de Historia de la locura es precisamente
que no se trata tanto de una historia de la locura en sí misma cuanto de una historia de las
experiencias límite, esas que amenazan a la razón con hacerla aparecer abiertamente en su
arbitrariedad y contingencia con respecto a aquello en relación a lo cual toma su sentido
(condiciones socio-económicas, prácticas discursivas e institucionales, la misma sinrazón, en
relación a la cual se define…). Así, vemos que en el momento del Gran Encierro, la locura es
una más de esas experiencias límite. Los locos son excluidos junto con el resto de las figuras de
la sinrazón -el ladrón, el mendigo, la puta, el libertino- al constituir cada una de ellas una
específica amenaza para los pilares fundamentales de la racionalidad moderna: el sistema
económico-productivo naciente -el capitalismo-, la moral, la religión… El saber (el
conocimiento médico-psiquiátrico), para evitar los peligros de estas amenazas, no puede
renunciar a objetivar cuanto incluye en el mundo de lo representado, dentro de los límites de lo
que es pensable, mientras en el mismo gesto excluye al espacio social de lo abyecto aquello que
no puede ser pensado o enunciado sin traspasar dichos límites, sin traspasar lo que en un tiempo
y lugar determinados es dado pensar. Precisamente en este aspecto de su pensamiento es donde
más se dejan notar las resonancias Heideggerianas y la influencia de Nietzsche. Éste último
considera que “las condiciones de la experiencia y las condiciones del objeto de la experiencia
son totalmente heterogéneas.” Ello supone que no hay en el conocimiento una adecuación al
objeto, una relación de asimilación sino que hay, por el contrario, una relación de distancia y
dominación. “Así el carácter perspectivo del cono-cimiento no deriva de la naturaleza humana,
sino siempre del carácter polémico y estratégico del conocimiento. Se puede hablar del carácter
perspectivo del conocimiento porque hay batalla y porque el conocimiento es el efecto de esa
batalla.” paulatina medicalización del encierro culmina con la formación del primer discurso
psiquiátrico moderno: el alienismo. Y el discurso médico-psiquiátrico constituye esta
justificación, que consiste en decir que se recluye a los locos no como una forma de impedir sus
desórdenes y mantener la paz social sino por su propio bien, esto es, como una medida
terapéutica indispensable. Así pues, la locura no fue considerada enfermedad hasta finales del
XVIII. Este proceso es paralelo al de la integración de dos formas de conciencia escindidas hasta
el momento (1794): la conciencia práctica que excluye en nombre del mantenimiento del orden
social, moral y laboral y la conciencia analítica que permite un conocimiento supuestamente
objetivo y objetivador de la locura. Ambos procesos convergen en la institución del encierro, y
constituyen la culminación definitiva del establecimiento del encierro como terapia. esta
alturas la influencia de Descartes y su Razón es ya un hecho ampliamente extendido en
Occidente y la perspectiva histórica que nos ofrece Foucault nos da pie a entender la misma
escisión entre razón y sinrazón como un producto cultural. Para Descartes sólo una cosa
permanece cuando ponemos todo en duda: la certeza de que hay un yo que está dudando,
pensando. La base para el alma humana era el reconocimiento de que “pienso, luego existo”, lo
que marca una profunda escisión entre la razonable duda humana y la animalidad atribuida al
loco. La locura es la condición de imposibilidad del pensamiento. Por tanto, la consecuencia es
que si no pienso, no existo. Estas son las ataduras conceptuales que junto con las institucionales
recluyeron/excluyeron a la locura. Esta imagen de la mente autosuficiente es también la imagen
de la mente como algo individual, considerada como un algo indivisible y separado, lo que sienta
las bases para la internalización de la locura en el sujeto provocada por la medicalización de la
locura.

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