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CONTRIBUCIONES EMPIRICO-ANALITICAS Y CRITICO-SOCIALES EN LA

CONSTRUCCIÓN DE POLITICAS PUBLICAS DE COMPETITIVIDAD Y


BIENESTAR DEL SECTOR AGRICOLA

Reconociendo “las posibilidades que las propuestas de investigación han tomado


en las ciencias naturales y en la modelación matemática para comprender
elementos importantes de los fenómenos sociales y humanos” (Herrera, 2013);
como las opacidades que se descubren en la perspectiva crítica de la acción
social; cuya posibilidad ha sido la de acentuar la “conexión que debe existir entre
la praxis social de carácter emancipador y la producción de conocimiento social,
cultural y educativo” (Herrera, 2013); siendo la más pertinente para dilucidar los
fenómenos de la injusticia y la exclusión social. Es oportuno, con motivo del
diseño investigativo de uno de los proyectos propuestos en el marco del
Doctorado en Ciencias Sociales Niñez y Juventud del CINDE y la Universidad de
Manizales, denominado “Competitividad en el sector cafetero y sus relaciones con
el bienestar de las familias productoras del grano en el Departamento del Huila”;
establecer los aportes epistemológicos desde la teoría crítica que iluminarían el
proceso investigativo de la problemática, por tradición intervenida desde la
perspectiva positivista, que se fortalece bajo el sustento de la exegética del
conocimiento experto. Más aún, cuando la experticia se alinea a regulaciones
supranacionales y que responde explícitamente a las recomendaciones de
organismos multilaterales del contexto internacional para cumplir con metas de
desarrollo económico y social, garantes de la estabilidad y la generación de
ingresos requeridos para intervenir de manera directa los índices de vulnerabilidad
y pobreza.

Michel Foucault deja ver la importancia del poder disciplinario de la experticia


sobre la formación y orientación de la sociedad moderna. De hecho, el
conocimiento experto o experticia se refiere al origen de un conocimiento
confiable, habilidad o técnica, ampliamente reconocido por pares en una persona
que lo posee, y a la cual se le concede por el público en general status y
autoridad. El experto es una persona bien informada, experto en un determinado
campo de conocimiento o práctica. (Ericsson et al., 1991, 2006). Esto ha sido
consecuencia de la división del trabajo, que trajo al mundo de las organizaciones
un sinnúmero de experiencias que han obligado a las Universidades a formar
nuevos profesionales con currículos estandarizados, formando una nueva clase
trabajadora fundamentada en una sociedad del conocimiento como parte de todo
un sistema de gestión nacional alejado de la problemática de las comunidades
locales. (Sullivan; 1995;98). De ahí que los profesionales se han convertido en los
principales actores de la historia de los siglos XX y XXI, sirviendo como puentes
entre las comunidades locales y el sistema nacional, dirigentes que agencian las
prácticas y valores cosmopolitas que penetran la vida local (Sullivan; 1995;60).
Cuyos conocimientos están fundamentados “en el marco de una teoría
estrictamente experimental donde el concepto de sistema no puede tener otro
cometido que designar de modo formal el plexo interdependiente de funciones que
a su vez se interpretan como relaciones entre variables del comportamiento social”
(Habermas, 1988).

Debido a que la teoría analítica de la ciencia se propone por la unificación de la


ciencia: “una concordancia fáctica entre las hipótesis legaliformes deducidas y las
regularidades empíricas que es en principio contingente, y permanece como tal
externa a la teoría. Se considera inadmisible toda reflexión que no se conforme
con eso” (Habermas, 1988). De esta manera, la teoría de la competitividad parte
de estos principios empírico-analíticos enfocándose por medir la capacidad de las
economías para sostener y aumentar la participación en los mercados
internacionales, generando un impacto en el mejoramiento del nivel de vida de la
población, a través de sólidos esfuerzos fundamentados en el aumento de la
productividad (Porter, 1990). Pero las teorías que definen la calidad de vida no son
resultado exclusivo de los planes de competitividad; ya que es objeto de interés de
diferentes disciplinas y ciencias sociales. “Indagar acerca de que los ciudadanos
vivan bien tiene que ver con alcanzar el desarrollo de ciertas capacidades
humanas que les permita llevar una vida plena…Calidad de vida es un área que
merece atención por las facetas que abarca, por su interdimensionalidad y por la
incertidumbre que lleva implícita, por lo que se demanda su abordaje desde el
paradigma epistemológico de la complejidad.” (Guevara, 2010). Por consiguiente,
en “el ámbito de la naturaleza, la trivialidad de ciertos conocimientos verdaderos
no llega a cobrar ningún peso; pero en las ciencias sociales se produce esa
venganza del objeto cuando el sujeto implicado en el conocimiento queda
apresado precisamente por las coacciones de la esfera que trata de analizar”
(Habermas, 1988).

En contraposición, la creciente obsesión en las naciones mas avanzadas por la


competitividad internacional, debería ser vista no como una cuestión de acierto
sino como una apreciación sostenida a pesar de la evidencia que se impone en
sentido contrario. Mas aun, este es un punto de vista que la gente quiere a todas
luces sostener (un deseo de creer) que se refleja en una marcada tendencia de
aquellos que predican la doctrina de la competitividad para sustentar su caso con
descuidada y defectuosa aritmética (Krugman, 1992). Toda una estructura de
servicios de consultoría sobre competitividad soportada en expertos
"geoeconomistas" y diestros teóricos del comercio han aflorado desde Washington
apoyados en Harvard. Muchas de estas personas que han diagnosticado los
problemas económicos de América, están ahora en las más altas instancias de la
administración pública formulando la política económica y comercial para los
países en vía de desarrollo.

Mientras que los profesionales se han considerado como competentes, confiables,


responsables, honestos y leales; son muchos quienes los consideran arrogantes,
exclusivos, egoístas, avaros y arribistas tratando a los demás como
“aficionados”… No sólo están acusados de falta de soluciones adecuadas a la
diversidad de intereses de la sociedad en su conjunto, sino que han sido acusados
de usar su autoridad y métodos profesionales para amortiguar las élites
económicas y políticas frente a los problemas de los más vulnerables. (Wineman
1984; McNeil 1987, Illich 1989). Esto ha permitido a los eruditos activistas de
varios movimientos sociales, invitar a la reconstrucción de las profesiones, para
avanzar hacia la responsabilidad social y el compromiso público a pesar de las
condiciones técnicas y estructurales subyacentes. Permitiendo reconocer que los
nuevos líderes profesionales, deberían aprender a combinar las técnicas
científicas con una nueva responsabilidad social corporativa al servicio de la
sociedad., abriendo espacios para redireccionar las prácticas de formulación y
evaluación de políticas públicas; hoy cuestionadas por un sentido egoísta propio
del conocimiento experto, hacia la demanda de acciones de participación
ciudadana y por supuesto de comprensión de dichas dinámicas para la
democratización política.

“Se puede decir que la requerida coherencia del planteamiento teórico con el
proceso social global al que pertenece la propia investigación sociológica, remite
asimismo a la experiencia. Y así es, pero las ideas de este tipo proceden en último
término del fondo de una experiencia pre-científicamente acumulada que todavía
no ha eliminado de sí como elemento puramente subjetivo el cuerpo de
resonancia que es el entorno social centrado en términos biográficos, es decir, la
formación adquirida por el sujeto entero” (Den Haag, 1962). Esta experiencia
previa de la sociedad como totalidad guía el diseño de la teoría en la que se
articula y a través de cuyas construcciones puede ser controlada de nuevo
mediante experiencias (Habermas, 1988).

Para dilucidar un diseño investigativo en la dialéctica del interés crítico social, es


importante revelar que la agricultura ofrece uno de los mejores escenarios para la
aplicación de políticas públicas en pro de la competitividad y el bienestar de las
regiones de Colombia, que contribuyen a dinamizar el desarrollo económico. “Ello
exige una nueva reflexión acerca del rol del sector agrícola en los procesos de
desarrollo económico y de las políticas públicas necesarias para estimular dichos
procesos” (Sotomayor, Rodríguez y Rodrigues; 2011; 13). Más aún cuando
“grandes propiedades agroexportadoras postcoloniales de América Latina, África
del Sur y del Sudeste de Asia, hoy bien equipadas y muy productivas, disponen de
millones de hectáreas poco costosas y de mano de obra campesina sin tierra -la
más barata en el mundo-” (Sotomayor, Rodríguez y Rodrigues; 2011; 43), que dan
lugar a que los precios internacionales se establezcan a niveles por debajo del
costo de producción de productos agrícolas cultivados por la mayor parte del
campesinado del mundo, limitándolos a generar un ingreso digno para vivir,
invertir para el mejoramiento de su prácticas de producción o desarrollarse
integralmente como seres humanos.

En este sentido, “la existencia de orientaciones estratégicas claras y compartidas


por todos los actores es esencial para el éxito de los actuales dispositivos de
política” (Sotomayor, Rodríguez y Rodrigues; 2011; 89). Para ello es necesario
tener en cuenta una visión tanto sistémica como dialéctica que permita
dimensionar las ventajas y desventajas de cada agricultura del orden nacional,
regional, sectorial incluso veredal, pretendiendo que en su estudio se conciba el
sentido de totalidad social en Adorno, el que se produce y reproduce en virtud de
los momentos particulares, fuera de la intelección del todo, como reciprocidad
cognoscible con el sistema de desarrollo propuesto desde la modernidad de la
economía política que hoy promueve la participación ciudadana en la construcción
de políticas públicas. A pesar de que “el acontecer social es entendido como un
plexo funcional de regularidades empíricas; en los modelos a que se ajustan esas
ciencias sociales las relaciones entre magnitudes covariantes se consideran en su
totalidad como elementos de un contexto interdependiente”(Habermas, 1988).

Entonces, hay que llevar la experticia profesional a contribuir en la participación


democrática y las deliberaciones públicas. Es lo pertinente de llevar las políticas
públicas a un debate participativo. En este sentido, la participación ciudadana y la
deliberación pública son hoy temas de moda, tanto en la teoría política y las
prácticas de gobierno. El compromiso público ha llegado a ser de cierta manera,
dominante en la teoría política, y se ha convertido en la teoría de la gobernanza
como “la mejor práctica''. Existe la consideración que la participación ciudadana va
más allá de la deliberación, ya que involucra un amplio rango de actividades como
votar, liderar campañas, firmar peticiones, hacer lobby, hacer cartas dirigidas a los
periódicos, gestionar recursos, crear las bases para la movilización, marcha de
protesta, ir a la huelga, incluso lanzar a veces piedras a la policía. Entre todas
estas actividades la deliberación tiene un estatus especial; se puede considerar
como la norma más justa y básica para la participación (Bohman and Rehg 1997).
La deliberación es un pilar fundamental de un gobierno democrático que se ocupa
de los asuntos urgentes y de interés de los afectados. Esta oportunidad conduciría
a que el proceso de investigación constituido por los sujetos, pertenezca, en virtud
de las propias acciones del conocimiento, a la confabulación objetiva cuyo
conocimiento se busca. “Esta creencia supone, obviamente la sociedad como
totalidad y presupone, también, unos sociólogos que se reflejan a partir de su
interrelación” (Habermas, 1988).

En el análisis de la coyuntura agrícola nacional además del reconocimiento de


indicadores económicos y de producción para establecer lineamientos que
permitan consolidar la formulación de políticas públicas para la competitividad,
debería considerar las implicaciones del desarrollo humano en las zonas de
producción, con el propósito que las políticas procuren efectivamente por orientar
programas de bienestar dirigidos hacia las familias campesinas. Se entiende por
desarrollo humano, “la expansión de las libertades y las capacidades de las
personas para llevar el tipo de vida que valoran y tienen razones para valorar.
Ambas nociones —libertades y capacidades— son más amplias que la de las
necesidades básicas. En otras palabras, se trata de ampliar las opciones
(Klugman et al; 2011; 14)”.

A cambio de un retículo hipotético-deductivo de proposiciones, aquí hay que


apelar por una explicación hermenéutica del sentido. Por ejemplo, podemos
valorar la biodiversidad, o la belleza natural, independientemente de si aportan o
no a nuestro nivel de vida. “En lugar de una correspondencia biunívoca de
símbolos y significados, aquí hemos de partir de categorías inicialmente
preentendidas de forma confusa que van cobrando progresivamente
determinación según el puesto que lleguen a ocupar en el desarrollo del todo. Los
conceptos de tipo relacional quedan sustituidos por conceptos capaces de
expresar juntamente sustancia y función” (Habermas, 1988).

Para llevar una “buena vida” se requieren fines y estos fines pueden ser valiosos
no solo en sí mismos, sino también como medios. Como se argumenta desde el
PNUD, el aumento de la producción y la riqueza es simplemente una acción
estratégica, pues el propósito del desarrollo tiene que ser el bienestar de los seres
humanos. En otras palabras el bienestar como calidad de vida involucra el nivel
de prosperidad humana presente en una sociedad, “resulta área de interés para
cualquier disciplina de las ciencias sociales que intente medir o evaluar cómo le va
a la gente. Al considerarla es necesario no solo identificar la cantidad de dinero
que tienen las personas, sino también saber de su expectativa de vida, su salud,
servicios médicos a que pueden acceder, disponibilidad y calidad de su educación,
trabajo, derechos que tienen y los que efectivamente les son respetados,
privilegios legales y políticos que disfrutan, cómo están estructuradas las
relaciones familiares y de género, y cómo la sociedad les permite imaginar,
maravillarse y sentir emociones como el amor y la gratitud” (Nussbaum, 2010).
La Organización Mundal de la Salud define la calidad de vida como la percepción
de los individuos de su nivel de vida en el contexto de un sistema cultural y de
valores en el cual viven y su relación con sus logros, expectativas, estándares y
preocupaciones. Es un concepto amplio que esta afectado de una manera
compleja por la salud física, el estado psicológico, el nivel de independencia, las
relaciones sociales, las creencias personales y la relación con los elementos
esenciales del entorno de una persona. (OMS, 1998). A su vez, el concepto
dialéctico de sociedad como totalidad exige que los instrumentos analíticos y las
estructuras sociales se engranen entre sí como ruedas dentadas. Junto a esto “la
anticipación hermenéutica de la totalidad ha de acreditarse en términos más que
instrumentales, ha de probarse correcta en el curso de la explicación justo como
un concepto adecuado a la cosa, mientras que en relación con el retículo que el
concepto de sistema presupone, lo más que podemos decir es que la pluralidad de
los fenómenos se le ajusta” (Habermas, 1988).

Así pues, las políticas públicas tienen como objetivo crear y mantener el
mejoramiento de las condiciones sociales de los ciudadanos. Hay muchas ideas
sobre lo que tiene que mejorarse y que pueden orientar el diseño de las políticas
públicas (Por ejemplo: Las políticas de reducción de la pobreza dependen de que
tan bien se ha definido el concepto de pobreza). Sin embargo, los enfoques del
desarrollo que buscan mejorar la economía nacional, los recursos de la gente o su
utilidad, deben estar alineados al discurso del desarrollo humano que argumenta
que el bienestar de los seres humanos debe mejorar. (Alkire and Deneulin; 2009;
3).

El informe mundial de desarrollo humano del año 2011 dirigido por el Programa de
las Naciones Unidades para el Desarrollo (PNUD), ubicó a Colombia en el puesto
87 subiendo un puesto con relación al 2010 y formando parte de la categoría de
Desarrollo Humano Alto, con un índice de 0,710/1 como promedio de sus avances
por poseer una vida larga y saludable (Esperanza de vida al nacer = 73,7 años);
conocimientos (Años promedio de escolaridad = 7,3 años + Años esperados de
escolarización = 13,6 años) y nivel de vida digno (Ingreso Nacional Bruto per
cápita = PPA US$8.315 constantes de 2005). Este índice para Colombia tiene una
tendencia de crecimiento desde el año 1980, aunque desde 2009 su tendencia de
crecimiento no ha sido significativa (0,702, 0,707 y 0,710 respectivamente para el
2009, 2010 y 2011).

Igualmente, el índice de desarrollo humano ajustado por la desigualdad que da


cuenta de las desigualdades de las dimensiones del desarrollo humano baja a
0,479/1, clasificando a Colombia al puesto 111 ya que se pierde el 13,7% del
indicador de la esperanza de vida al nacer; 22.8% menos en el índice de
educación y 53.9% menos en el índice de ingresos. (Klugman et al; 2011).

De hecho, el índice de pobreza multidimensional para Colombia en el 2010 es


igual a 0,022 que identifica a 40,9% de pobres sobre el total de habitantes, 6.4%
de habitantes en riesgo de sufrir pobreza y 1,1% en condiciones de pobreza
extrema. Y el 45.5% de los habitantes por debajo de la línea de pobreza calculada
sobre el ingreso per cápita.
Alikire y Foster (2008) desde el programa de la Universidad de Oxford conocida
como Iniciativa para el Desarrollo Humano y la Pobreza (OPHI) han desarrollo el
enfoque de medición de la pobreza multidimensional el que:

“Ha prestado mucha atención al paso de la agregación en la medición de la pobreza,


a través del cual se combinan los datos en un indicador general de pobreza
multidimensional. Las contribuciones principales han desarrollado una variedad de
mediciones multidimensionales de la pobreza y han clarificado los axiomas que son
satisfechos, principalmente extendiendo de maneras nuevas e interesantes las
mediciones y los axiomas unidimensionales de pobreza que están bien establecidos.
Sin embargo, cada técnica de agregación depende de un paso anterior: el de la
identificación. Este paso debe establecer quiénes son los individuos en situación de
pobreza. Lastimosamente se ha prestado una atención considerablemente menor a
este componente importante de la metodología de la medición de la pobreza” (Alkire y
Foster; 2008; 2).

De esta manera, las mediciones de pobreza multidimensional están relacionadas


con el enfoque de capacidades de Amartya Sen, en la medida en que proporciona
información con exactitud para reducir las privaciones de capacidades sociales en
los seres humanos.

Para los estudios relacionados con la formulación y evaluación de políticas


públicas de competitividad y bienestar “las ciencias sociales tienen que asegurarse
de antemano de la adecuación de sus categorías al objeto, porque los; esquemas
de ordenación a que se ajustan (sólo contingentemente) magnitudes covariantes,
yerran nuestro interés por la sociedad. No cabe, duda de que las relaciones
institucionalmente cosificadas quedan recogidas como otras tantas regularidades
empíricas en los retículos de; estos modelos científicos; y también es cierto que un
saber empírico analítico de este tipo puede capacitarnos para hacer uso de
determinadas relaciones de dependencia y controlar técnicamente ciertas
magnitudes sociales como controlamos la naturaleza. Pero en cuanto nuestro
interés cognoscitivo apunta más allá de la dominación de la naturaleza, es decir,
más allá de la manipulación de ámbitos naturales o cuasinaturales, la indiferencia
del sistema frente a su ámbito de aplicación se trueca en una falsificación del
objeto” (Habermas, 1988).
No obstante, teóricos sociales y políticos prominentes han argumentado que las
posibilidades y beneficios de la participación están seriamente limitados por la
complejidad tecnológica y social. Zolo (1992), Habermas (1996), y Offe (1996),
por ejemplo, sostienen que la complejidad actual hace prácticamente imposible la
democracia y la participación. En cualquier aspecto es una alternativa restringida.
En efecto, mientras que los teóricos anteriores señalaron el problema de la
complejidad técnica, otros ven hoy la complejidad social y política como toda una
problemática para la participación, dada la fragmentación de la estructura
democrática.

Las grandes corporaciones empresariales o los gobiernos burócratas no podrían


tomar decisiones democráticas. Aunque las democracias han mantenido la
promesa de educar a la ciudadanía en los asuntos públicos, la mayoría de los
gobiernos tienen un gran número de ciudadanos desinformados y desinteresados
en estos temas. Otros amplían el argumento en contra de la participación, al
observar, que es un proyecto de izquierda impuesto a una ciudadanía que prefiere
dejar los problemas complejos a sus líderes electos (Hibbing y Theiss-Morse 2002;
Posner 2003). El ciudadano podrá seguir expresando su punto de vista en un
mundo dominado por un Estado Centralizado que se guía en gran parte por las
opiniones de expertos en política públicas y administrativas, comités de
asesoramiento profesional, especialistas en tanques de pensamiento, personal de
políticas públicas del gobierno, consultores académicos y similares.

El ciudadano podrá seguir expresando su punto de vista en un mundo dominado


por un Estado Centralizado que se guía en gran parte por las opiniones de
expertos en política públicas y administrativas, comités de asesoramiento
profesional, especialistas en tanques de pensamiento, personal de políticas
públicas del gobierno, consultores académicos y similares.

La relación entre ciencia y práctica descansa, igual que la relación entre teoría e
historia, en una estricta separación entre hechos y decisiones: la historia, lo mismo
que la naturaleza, carece de sentido, pero podemos sentar un sentido por decisión
y tratar enérgicamente de irlo imponiendo en la historia con ayuda de técnicas
sociales de carácter científico.

Pues es esta totalidad y el movimiento histórico de esta totalidad los que producen
las contradicciones reales, provocando reactivamente las interpretaciones que
orientan el empleo de técnicas sociales para la consecución de fines, en
apariencia libremente elegidos.

Sólo en la. medida en que las intenciones prácticas de nuestro análisis histórico
global, sólo en la medida, pues, en que los puntos de vista rectores de esas
«interpretaciones generales» generosamente admitidas por Popper, escapen de la
pura arbitrariedad y puedan por su parte legitimarse dialécticamente a partir del
contexto objetivo, podemos esperar orientación científica en nuestra acción
práctica.

En este aspecto, entre las ventajas, pero también entre las obligaciones de una
ciencia social crítica, figura el que ésta se deje plantear sus problemas a partir del
objeto mismo: «Haríamos de la ciencia un fetiche si separásemos sus problemas
inmanentes de los reales que se reflejan pálidamente en los formalismos de ella»
(Adorno).

NEUTRALIDAD VALORATIVA

Así, la discusión de la relación entre ciencia y praxis nos lleva necesariamente a la


quinta y última cuestión en que diverge la auto-comprensión de estos dos tipos de
ciencia social: al problema de la llamada neutralidad valorativa de la investigación
histórica y teorética.

Ciertamente que la restricción a consideraciones metodológicas, es decir, la


eliminación metódica de mucho de aquello que vendría al caso, con que el
absolutismo lógico funda su validez, plantea dificultades a la dialéctica; ésta no
puede legitimar su propia validez dentro de una dimensión que a limíne queda por
debajo de ella -no puede ser demostrada a manera de principios, su prueba sería
únicamente la teoría misma una vez desarrollada.

El postulado de la neutralidad valorativa se basa en una tesis que siguiendo a


Popper puede formularse como dualismo de hechos y decisiones.

Por el contrario los enunciados con que aceptamos o rechazamos, aprobamos o


recusamos normas sociales son «posiciones» que no pueden ser empíricamente
ni verdaderas ni falsas. Aquellos juicios tienen por base el conocimiento, éstos la
decisión. Ahora bien, como, según lo supuesto, el sentido de las normas sociales
no depende de las leyes fácticas de la naturaleza ni éstas de aquél, el contenido
normativo de los juicios de valor no puede deducirse en modo alguno del
contenido descriptivo de las constataciones de hecho ni, a la inversa, el contenido
descriptivo puede deducirse del normativo.

Al dualismo de hechos y decisiones responde en términos de lógica de la ciencia


la separación de conocimiento y valoración, y en términos metodológicos la
exigencia de reducir el ámbito de los análisis científicos a las regularidades
empíricas constatables en los procesos naturales y sociales.
Los pronósticos científicos acerca de la covarianza que por lo general cabe
esperar entre determinadas magnitudes empíricas permiten, supuestos unos
determinados fines, una racionalización en la elección de los medios. Los fines,
por el contrario, descansan en una aceptación de normas y no son susceptibles de
control científico.

De este postulado de neutralidad valorativa extrae el clásico pasaje de


Wittgenstein la siguiente consecuencia: «Sentimos que aunque estuviesen
respondidas todas las posibles cuestiones científicas, nuestros problemas vitales
ni se habrían tocado todavía» .

El dualismo de hechos y decisiones nos obliga a limitar el conocí miento aceptable


al procurado por las ciencias experimentales estrictas y con ello a eliminar del
horizonte de la ciencia en general las cuestiones relativas a la práctica de la vida.
Mas este lindero, trazado en términos positivistas, entre conocimiento y valoración
designa menos un resultado que un problema.

El conocimiento sujeto a un control científico no es completado, sin más, por un


conocimiento intuitivo.

Una tesis de acuerdo con la cual las decisiones relevantes en el orden práctico
vital, tanto si consisten en la aceptación de unos principios, en la elección de un
proyecto histórico-vital o en la elección de un enemigo, no pueden ser jamás
sustituidas por cálculo científico o siquiera racionalizadas. Ahora bien, si los
problemas prácticos – eliminados de un conocimiento reducido al científico
experimiental- son segregados así del ámbito de poder de las controversias
racionales, si las decisiones concernientes a los problemas de la praxis vital han
de ser liberados de cualquier posible instancia de racionalidad obligatoria, no hay
que maravillarse de que surja un último y desesperado intento: asegurar por vía
institucional una decisión previa socialmente vinculativa mediante el regreso al
clausurado mundo de las imágenes y de las potencias míticas (Walter Broker).
Esta complementación del positivismo mediante la mitología no carece de cierta
necesidad lógica – como han demostrado Adorno y Horkehimer-, necesidad cuya
abismal ironía sólo la dialéctica podría salvar en un franca risotada.

La tentativa de Popper de mantener su racionalismo a resguardo de las


consecuencias irracionalistas que pudiera tener la fundam entación decisionista
que Popper se ve obligado a darle, la profesión de fe racionalista de Popper en
favor de una praxis política guiada por la ciencia, parte de un cuestionable
presupuesto que Popper comparte con el «Quest for Certainty» de Dewey y con el
pragmatismo en general: que el que los hombres puedan dirigir racionalmente su
propio destino es algo que sólo tiene que ver con el uso de técnicas sociales. La
cuestión es si esta administración racional del mundo coincide en verdad con la
solución de las cuestiones prácticas que históricamente se nos plantean.

Las hipótesis lógicamente correctas muestran su viabilidad empírica cuando se las


confronta con la experiencia. Pero en rigor Jos enunciados teoréticos no pueden
comprobarse directamente mediante una experiencia; por objetiva que sea, sino
sólo por medio de otros enunciados. Las vivencias o percepciones no son
enunciados, sino que a Jo sumo pueden expresarse en enunciados de
observación.

Pues si no queremos aceptar el presupuesto históricamente superado del viejo


sensualismo de que los datos sensibles elementales nos están dados de forma
intuitiva e inmediatamente evidente, tampoco la certeza sensible protocolizada
proporciona una base lógica- mente satisfactoria para la justeza de nuestras
teorías científico-experimentales.

Una solución alternativa es la que ofrece Popper en conexión con su teoría


general de la falsación.

Las hipótesis legaliformes pueden a lo sumo confirmarse indirectamente


sometiéndolas al mayor número posible de intentos de falsación.

La simple constatación de que aquí hay un vaso de agua no podría demostrarse


mediante una serie finita de observaciones, ya que el sentido de tales expresiones
generales como «vaso» o «agua» consta de suposiciones acerca de un
comportamiento regular de los cuerpos.

Más aún, en la medida en que lo percibido tiene en general un sentido claro, ese
significado sólo puede concebirse como suma de los hábitos que en él se
acreditan: «for what a thing means is simply what habits it involves».

En el proceso de observación todos los observadores implicados en las tentativas


de falsar determinadas teorías tienen que llegar a un consenso provisional y en
todo caso revocable acerca de los enunciados de observación relevantes. Este
acuerdo descansa en último término en una decisión, no puede imponerse ni
lógica ni empíricamente. También está incluido en la cuenta el caso límite: si un
día resultase imposible que los implicados pudiesen llegar a tal acuerdo, esto
supondría un fracaso del lenguaje como medio de entendimiento general.
Este inevitable círculo (Gadamer) en la aplicación de reglas constituye un indicio
de la inserción del proceso de investigación en un contexto que por su parte ya no
puede explicitarse en términos empírico-analíticos, sino solamente en términos
hermenéuticos. Los postulados del conocimiento estricto silencian, no obstante, la
precomprensión no-explícita que no pueden menos de presuponer; toda una
venganza del desgajamiento de la metodología respecto del proceso de
investigación real y de sus funciones sociales.

El proceso de investigación es una institución de hombres que actúan


conjuntamente y que comunican entre sí; como tal determina a través de la
comunicación de los investigadores qué puede pretender ser teóricamente válido.
La exigencia de observación controlada como base para las deeisiones acerca de
la justeza empírica de hipótesis legaliformes presupone ya una pre-comprensión
de determinadas normas sociales. Pues no basta con conocer el fin específico de
una investigación y la relevancia que una investigación pueda tener para
determinadas hipótesis; antes bien, hay que haber entendido el sentido del
proceso de investigación en conjunto, para poder saber a qué se refiere la validez
empírica de los enunciados básicos en general –así como el juez tiene que haber
entendido previamente el sentido de la judicatura como tal-.

La «decisión», de que habla Popper, acerca de la aceptación o rechazo de


enunciados básicos se ve afectada de la misma precomprensión hermenéutica
que rige la autorregulación del sistema de trabajo social.

El control de las reglas técnicas por el éxito que procuran tiene su medida en las
tareas establecidas con el sistema del trabajo social, lo que quiere decir, en tareas
convertidas en socialmente vinculantes, en normas acerca de cuyo sentido ha de
haber consenso para que los juicios acerca del buen o mal suceso puedan
considerarse intersubjetivamente válidos. El proceso de investigación atenido a
preceptos empírico-analíticos no puede remontarse por detrás ele esta referencia
práctica; se la presupone siempre hermenéuticamente.

Ese interés, convertido en algo obvio, pasa a segundo plano al no tematizárselo


ya, de modo que una vez absorbido en el enfoque cognitivo global, puede
desaparecer de, o sumergirse en el fondo de, la conciencia de los implicados en el
proceso de investigación.

El que la referencia práctica del conocimiento al trabajo en el marco de una visión


mecanicista del mundo se implantara precisamente entonces, en la época que los
historiadores de la Economía llaman período de la manufactura; el que desde
entonces una forma específica de conocimiento consiguiera un reconocimiento
universal y, en la autocomprensión positivista de las ciencias, hoy predominante,
un reconocimiento exclusivo, históricamente guarda relación con otra tendencia
evolutiva de la moderna sociedad burguesa.

Al cabo el proceso de investigación aparece ante sí mismo como algo que sólo
tuviera que ver con nexos funcionales de magnitudes covaríantes, con leyes
naturales, en vista de las cuales nuestra aportación espontánea hubiera de
limitarse a «conocerlas» desinteresadamente y sustrayéndonos a todo interés
práctico, es decir, en actitud teorética.

El postulado de la neutralidad valorativa testifica que los procedimientos empírico-


analíticos no pueden darse a sí mismos razón de la referencia práctica en que
objetivamente están insertos. En el seno de una referencia práctica fijada en
términos de lenguaje ordinario y estampada en normas sociales experimentamos y
enjuiciamos a las cosas y a los hombres en vista de un sentido específico en que
el contenido descriptivo y el normativo, indivisos, dicen tanto acerca de los sujetos
atenidos a ella, como acerca de los propios objetos experimentados: los «valores»
se constituyen dialécticamente en la relación entre ambos.

La neutralidad valorativa nada tiene que ver con la actitud teorética en sentido
clásico; responde, por el contrario, a una objetividad de la validez de enunciados
que viene posibilitada -y que se consigue por la limitación a un interés cognoscitivo
técnico.

Esta limitación no suprime la vinculación normativa del proceso de investigación a


motivos de la práctica social; antes bien se limita a entronizar frente a todos los
demás, y sin discutirlo, un determinado motivo.

Sólo así pueden las ciencias sociales desembarazarse de esa ilusión tan llena de
consecuencias prácticas, consistente en suponer que el control científico sobre
ámbitos sociales, con el resultado de una emancipación respecto a las coacciones
sociales cuasi-naturales es posible en la historia de la misma forma y con los
mismos medios de una capacidad de control generada por la ciencia, como lo ha
sido ya en efecto frente a la naturaleza.

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