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y completamente auténticos, no sólo en la vida, sino hasta en sus mo-
mentos postreros» (2). Por otra parte, las; predilecciones de nuestro
autor se detienen generalmente en aquellos aspectos de la realidad que
más se parecen a la fantasía.
INFLUENCIA DE DOSTOYEVSKI
(2} Sexo y tradición en Roberto Arlt, Editorial Futuro, Buenos Aires, 1965,
página 9.
(3) «Reportaje a Roberto Arlt», La literatura argentina, Buenos Aires, agosto
de 1929, p. 8.
(4) RAÚL LARRA: Roberto Arlt, el toturado, Editorial Futuro, Buenos Aires,
1950, nota 2, p. 28.
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manto de tristeza que cubre de desventuras su existir. Es, por lo tanto,
imposible imaginar a Erdosain, protagonista de Los siete locos, actuando
como Demetrio. Y esto no es concebible porque Erdosain no es un
apasionado, sino un débil, un hombre en quien los deseos y anhelos
carecen de intensidad y empuje que motive la acción, la cual cons-
tituye el dinamismo vital que precisa la orientación de una vida.
Si bien aspira a la felicidad, su aspiración se diluye en sueños des-
cabellados. Como consecuencia de que ninguna potencia espiritual se
sobrepone a otra surge el equilibrio que lleva a la inestabilidad e irre-
gularidad, que lo conduce por una línea tortuosa sin rumbo fijo. Si tu-
viese la felicidad a su alcance la hubiera rechazado, con seguridad.
No todos estos personajes se abandonan inconscientemente a la di-
solución de su destino sin objeto, por lo contrario, suelen advertir su
orfandad espiritual y el terrible vacío de sus almas.
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la siento yo, pero en mí hay una alegría, una especie de inconsciencia
llena de alegría» (6).
Todos sus personajes están dotados de un aire especial que los
identifica como surgidos' de una misma pluma; factor que en modo
alguno constituye desmedro de su obra ni le resta mérito literario,
siendo éste un fenómeno que comparten muchos escritores (7). Es pro-
bable que la explicación de esto se halle en el hecho de que la téc-
nica de la caracterización de Arlt gira en torno a un preciso núcleo
de ideas: la angustia, el silencio de Dios, la soledad, la pureza en
la mujer, la búsqueda de la felicidad, y en lo social, la crítica de íos
defectos de la moral burguesa. Todos los personajes parecen llevar en
sí un germen de muerte, que se agranda por momentos hasta colmarlos,
física y espiritualmente. Son la negación de la vida, ansiosos de lo
infinito, apóstoles del terror, que en su pureza macabra anulan lo
mejor de sí mismos (8).
Y lo habitual es que el lector desprevenido considere esos fronte-
rizos disconformistas y sus urdimientos tenebrosos como productos ex-
clusivos de la fantasía del novelista. Pero en realidad casi todos los
elementos imaginativos de sus novelas1 responden a una raíz terrestre
y palpable de origen experiencial. £Uy una especie de «leit motiv» de
temas que aparecen en cada recodo, lo cual indica un bagaje de ante-
cedentes vivos.
Tenemos el ejemplo de Erdosain, personaje de Los siete locos y
Los lanzallamas, quien sueña con un episodio que luego se convertirá
en tema principal de El amor brujo, y en el cual se supone una ex-
periencia netamente personal del autor.
Los conflictos familiares y la interrelación de caracteres establecida
en el hogar de Arlt, son volcados por el autor en sus novelas. Así
vemos que, en el caso de aparecer un padre en su obra —en general
los grupos familiares son presididos por viudas dentro de sistemas más
o menos1 matriarcales— éste desempeña un papel negativo para con
los hijos. Esto se entiende ante la incomprensión, áspero trato e incli-
nación autoritaria de que fue objeto por parte de su propio padre,
y que produjo en él un fuerte resentimiento que según Max Scheler
estaba «ligado a una actitud especial en la comparación valorativa de
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uno mismo con los demás» (9). Es fácil comprender en estos términos
por qué ninguno de los protagonistas de las novelas de Arlt asume
Ja paternidad, a excepción de Balder en el El amor brujo, que si bien
tiene un hijo siente total indiferencia hacia él.
METAFÍSICA Y AFLICCIÓN
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ñera que a través de sus escritos se deja percibir con toda claridad
el estado espiritual de Arlt, con toda su torturante angustia. La relativa
falta de sofisticación estética e ideológica de este «autodidacto infati-
gable», como lo ha llamado Juan Carlos Ghiano (ra), confirma que
sus planteos metafísicos son más bien auténticos que adquiridos. El
carácter autobiográfico de su obra revela, además, que el novelista
tenía plena conciencia de su desasosiego interior y que de no haberse
dado circunstancias favorables a lo que Federico' Peltzer llama su «an-
gustia existencial» (13), él mismo las hubiese buscado. Hay un excelente
testimonio del grado de autocomprensión que lo caracterizó; se trata
de una carta a su madre en que afirma, a propósito de Los siete locos:
«Lo grande de este libro es el dolor que hay en Erdosain. Piense
usted que ese gran dolor no se inventa, ni tampoco es literatura.
Piense que yo mismo puedo ser Erdosain» (14).
de que proceden y del momento económico que viven. Todos ellos devienen de la
pequeña-burguesía, son hombres sacudidos por la confusión de la posguerra, y
viven los prolegómenos de la crisis mundial del año 1929». Por su parte, N i r a
Etchenique, al examinar los personajes de Los siete locos (Roberto Arlt, Editorial
La Mandragora, Buenos Aires, 1962, p. 51), llega a la conclusión de que tras u n a
rápida y eficaz definición de su identidad física y social aparente, el novelista, al
enfrentarse con sus almas, se encuentra con que «se le escapan de las manos y
aparece la distorsión. Entonces es cuando los deja caer por la pendiente del horror,
cuando los ejemplariza con ferocidad hasta convertirlos en u n a galería patológica.
Por eso no es verdad que esté relatando una realidad conocida».
(12) «Mito y realidad de Roberto Arlt», Ficción, núm. 17, Buenos Aires, enero-
febrero de 1959, p. 8.
(13) «Dios en la literatura argentina", Señales, núm. 12.6, Buenos Aires, no-
viembre-diciembre de 1960, p. 34.
(14) La carta que aquí se transcribe en parte puede leerse en RAÚL LARRA:
Roberto Arlt, el torturado, p. 41.
{15) ROBERTO A B L T : El fabricante de fantasmas, Editorial Futuro, Buenos
Aires, 1950, p. 14.
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«Lo queremos á Dios, lo necesitamos a Dios. No me explico cómo
lo han podido asesinar a Dios. Pero nosotros lo resucitaremos.. Inven-
taremos unos dioses hermosos... supercivilizados... ¡Y qué otra cosa
será entonces la vida!» (16). Análoga desilusión nos ofrecen los fre-
cuentes reproches que se hallan en Los lanzallamas. Por otra parte,
de acuerdo a la ambigüedad mencionada anteriormente, en oposición
a todo esto, el novelista nos da fehacientes muestras de su optimismo,
cuando en Los lanzallamas hace decir a Ergueta: «Desde el momen-
to en que se piensa en El con deleite, El existe» (17).
En lo que se refiere al alma, Artl tiene una concepción dualística.
Alude, en El amor brujo, a la «diabólica química de los sentimientos»,
fenómeno' que se contrapone a su noción del ser humano como una
«máquina química». Aunque aparenta admitir la existencia del alma,
Arlt no la considera sustancia inmortal. En El amor brujo nuevamente
se introduce una ambigüedad en el pensamiento de Arlt. En este
caso parece inclinarse a aceptar la supervivencia del espíritu, cuando
el protagonista, Balder, explica al Fantasma de la Duda: «Yo soy
un alma. Un alma embrutecida en un cuerpo terrestre que a momentos
quiere morirse para escapar de esta prisión» (18). También el «Astró-
logo» de Los siete locos habla del olvido del cuerpo mediante la su-
peración del alma (19).
Arlt nos presenta al hombre como elemento, o bien víctima, de
una gran problemática de la existencia. Su condición típica es la de
la deshumanización, o sea el total embrutecimiento del espíritu en
consecuencia de los conflictos vitales que repercuten sobre él, predo-
minando entre ellos el de la voluntad ciega e incontrolable. En el
cuento «Las fieras» leemos: «Todos estamos conscientes que en un mo-
mento dado de nuestras vidas, por aburrimiento o angustia, seremos
capaces de cometer un acto infinitamente más bellaco que el que no
condenamos. A decir la verdad, aploma a nuestras conciencias un sen-
timiento implacable, quizá la misma fiera voluntad que encrespa a las
bestias carniceras en sus cubiles de los bosques y las montañas» {20),
Y más adelante, «el hombre en sí es un misterio inexplicable, un
nervio aún no clasificado, roto en el mecanismo de la voluntad» (21).
Son numerosísimas las referencias a la muerte, tanto en los relatos
cortos como en las novelas. Mientras en otras cuestiones hemos adver-
(16) ROBERTO A R L T : LOS siete locos, Editorial Losada, Buenos Aires, 1958, p. 254.
(17) ROBERTO A R L T : LOS lanzallamas, Colección Claridad, Buenos Aires, 1931,
página 140.
(18) ROBERTO A R L T : El amor brujo, en Novelas completas y cuentos, prólogo
de Mirta Arlt, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1963, p. 127,
(19) Los siete locos, p. rírj.
(20) Novelas completas y cuentos, tomo III, pp. 286-287.
(11} Ibíd., p. 288.
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tido cierta ambigüedad en el pensamiento de Arlt, en cuanto a la
muerte adopta consistentemente una actitud que nos hace pensar en
Unamuno. Por ejemplo, en el tercer capítulo de El juguete rabioso
lamenta: «Sin embargo, algún día moriré, y los trenes seguirán cami-
nando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien
muerto..., muerto para toda la vida. ¡Ah si se pudiera descubrir algo
para no morir nunca, vivir aunque fuera quinientos años!» (22). En el
relato «Escritor fracasado» se descubre el velo del problema teleológico
nuevamente recordando al autor de Del sentimiento trágico de la
vida: «¿Para qué afanarse eri estériles luchas, si al final del camino
se encuentra como todo premio un sepulcro infinito y una nada infi-
nita» (23).
Finalmente, queda por comentar otro motivo esencial en el pen-
samiento de Arlt: el modo de encarar el problema de la felicidad.
La ambigüedad a que he aludido antes se vuelve a manifestar aquí.
En efecto, habiendo negado reiteradamente la existencia de Dios, Arlt
pasa a intuir su existencia en la felicidad. De acuerdo a esto, en las
páginas finales de El juguete rabioso leemos:
«—Y saber que la vida es linda me alegra, parece que todo se llenara
de flores... dan ganas de arrodillarse y darle las gracias a Dios por ha-
bernos1 hecho nacer.
—¿Y usted cree en Dios?
—Yo creo que Dios es la alegría de vivir. ¿Si usted supiera? A veces
me parece que tengo un alma tan grande como la iglesia de
flores...» (24).
El autor nos propone dos tipos de felicidad. Una es la felicidad
transitoria e imperfecta, que no prospera y se encuentra dentro del
plano de lo temporal y finito, y la otra es la entendida como virtud,
de acuerdo al pensamiento aristotélico en que la felicidad se encuentra
íntimamente ligada a la ética.—ROBERT M. SCARI (University of
California. DAVIS, Calif. 95616).
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