En el marco de conflicto armado que se vivió en nuestro país, en nuestra ciudad y específicamente en nuestra universidad en la década de los noventa, entre 1998 y 2006 en el cual fueron asesinados, torturados y exiliados estudiantes, profesores y trabajadores por el solo hecho de tener una posición ideológica y acciones democráticas en defensa de la educación pública fueron declarados objetivo militar por el paramilitarismo. La organización estudiantil Alma Máter, que en este entonces venía siendo objeto de seguimiento y amenazas desde finales de los 90 por sus acciones de denuncia de la corrupción, la presencia paramilitar y el clientelismo en la Universidad del Atlántico, pasó de ser víctima de amenazas a ver cómo fueron asesinados sus miembros. Uno de los hechos que marcaron la tragedia de este grupo ocurrió el 4 de febrero de 2000 en la sede de la organización estudiantil, una oficina ubicada al interior de la antigua sede de la Universidad del Atlántico, cuando explotó un artefacto y le causó la muerte a José Luis Martínez Castro y a Adolfo Altamar Lara. Ese día todos los organismos de seguridad salieron a decir, que esa tragedia la había causado la manipulación de ‘papas’ explosivas. Dicha versión nunca se pudo comprobar y hoy se tiene suficiente información para decir que todo se originó en un artefacto no convencional colocado allí por los mismos criminales que desarrollaron este plan de exterminio y que hoy siguen libres en la calle. Es increíble como este asedio por parte de los paramilitares daño familias enteras, el futuro de estudiantes y la tranquilidad de trabajadores, los cuales solo encontraron la salida con la muerte. Muchas fueron las víctimas de estos grupos, los cuales lograron su cometido y salieron librados de ello, los resultados de las investigaciones son pocos y las autoridades no han procesado por estos hechos a los autores intelectuales, tampoco se tiene claridad sobre los motivos por los cuales se ensañaron con los estudiantes críticos de la administración de ese entonces en la Universidad del Atlántico, en cabeza del cuestionado rector Ubaldo Meza Ricardo. No todas las víctimas de esta época de violencia que se vivió dentro del alma mater pertenecían a algún grupo estudiantil, como es el caso de Alexander acuña, estudiante de la universidad el cual estaba en el momento y lugar equivocado, justamente cuando los paramilitares montaron un comando de ajusticiamiento clandestino en lo que hoy en día se conoce como parque central, su padre Gabriel acuña relata lo siguiente: “Alexander ese día desapareció. Se paró en el sitio equivocado, no me hizo caso de salir por la carrera 41, se paró en ese Parque Central y se lo llevaron”, el estudiante apareció al día siguiente muerto en las playas de Turipaná por unos pescadores del sector, al igual que los estudiantes del grupo estudiantil, por Alexander y lo que le sucedió nadie respondió. Al igual que los estudiantes, los docentes y trabajadores del plantel educativo fueron víctimas de amenazas por parte de estos grupos terroristas, esta situación se presentó en parte por lo complicado del cargo de dirección en una universidad sumida en el caos, pero, principalmente, porque hombres y mujeres que ocuparon el cargo de rector de la Universidad del Atlántico fueron víctimas de amenazas, con la intención de amedrentarlos y hacerlos renunciar, en lo que pudo significar una estrategia por tratar de evitar o detener las medidas que buscaban frenar los actos de corrupción, como es el caso del ex rector Ubaldo Enrique Meza, quien recibió amenazas y fue víctima de un atentado en su hogar; el rector encargado Juan Romero Mendoza fue amenazado, y la rectora encargada Yolanda Martínez Manjarrez sólo estuvo al frente de la institución por un poco más de un día, debido a las amenazas hacia su hijo y a su persona. Como consecuencia de todo lo anterior, se produjo un clima tenso en la institución, haciendo coincidir a los distintos actores afectados (profesores, estudiantes, trabajadores administrativos) que, frente a las irregularidades e incertidumbres, respondieron con la movilización social. Acciones de hecho como paros, plantones y bloqueos, se hicieron recurrentes. Estudiantes y profesores cuyo activismo era energético fueron relacionados por parte de las fuerzas policivas del Estado como supuestos colaboradores de grupos guerrilleros, y señalados, a su vez, como objetivos militares por parte de los grupos paramilitares. En un informe que entregó la policía metropolitana en el marco del proceso que se abrió por rebelión a los estudiantes Reynaldo Serna, Humberto Contreras y Owen Daza por la protesta del mes de enero del 2000, se señaló que los movimientos estudiantiles que actuaban al interior de la Universidad Atlántico estaban adscritos a diversos grupos insurgentes. Al vincular a los estudiantes con los grupos guerrilleros, igual que se hizo más tarde con los profesores y demás empleados de la institución, se les estigmatizó. El estigma significó para muchos la muerte social y moral al diluirse su identidad de individuos críticos y pensantes (docentes y estudiantes) en las figuras de “guerrilleros” y “subversivos”, haciendo que se legitimaran sobre ellos las acciones de represión. El estigma impuesto desde la presunción de combatientes de las guerrillas, borró la línea entre el campo educativo y el campo en donde se llevaba a cabo la guerra. Quienes hacían parte de la Universidad pasaron a ser considerados actores dentro del conflicto armado, inmersos en sus dinámicas, incluidos los actos de ofensa por parte del bando contrario. De esta forma, entendemos que el acto de señalamiento y estigmatización dio pie para que se ejerciera la violencia sobre quienes se consideraban actores activos del conflicto, que en el caso de la Universidad del Atlántico fueron sus organizaciones sociales y sindicales.