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net/publication/40935529
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1 author:
Luis González-Vaqué
China-European Union Food Law Working Party
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1. INTRODUCCIÓN
Ciertamente, cuando, hace diez años, nos planteábamos idéntica cuestión (1), difícilmente podíamos imaginar
el enorme desarrollo que, en la práctica, esta disciplina jurídica iba a tener, especialmente en nuestro país (2).
Sin embargo, la pregunta puede parecer de nuevo oportuna, en especial porque la doctrina se ha ocupado poco
de este tema, probablemente por estar más «preocupada» en articular soluciones concretas para los
numerosos problemas a los que la sociedad, también en curso de sufrir una notable transformación, debía
hacer frente.
Justamente gracias a este importante desarrollo legislativo que la normativa sobre el consumo ha
experimentado, es posible ahora replantearse la cuestión que sirve de título a nuestro trabajo, ya que, si en
1981 hablar de la especificidad del Derecho del consumo era pura entelequia, en la actualidad esta especialidad
jurídica —autónoma, o no— cuenta ya con un nutrido «contenido» de disposiciones, a todos los niveles...
2. CONSIDERACIONES TERMINOLÓGICAS
Pero, antes de seguir adelante, es preciso plantearse igualmente la cuestión de si es válida todavía la expresión
«Derecho del consumo» o bien sería mejor utilizar «Derecho de los consumidores» o cualquier otro título similar
que subrayara debidamente la importancia de los sujetos {a la vez «activos» y «pasivos») de esta disciplina
jurídica. Paradójicamente, el mayor inconveniente que la utilización de «Derecho de los consumidores»
presenta resulta de la facilidad de que se confunda con el concepto de «derecho» o «derechos subjetivos» de
los consumidores, en la esfera en que se determina lo que es debido, con relación a los intereses de los otros, y
se permite exigir algo porque es justo [conforme a derecho (¡y ésta es otra acepción de la palabra!)].
Sin embargo, puesto que nosotros, al referirnos al Derecho del consumo, lo que queremos significar es que éste
puede considerarse como una de las diversas ramas en las que se divide el Derecho, según de que esfera de
relaciones humanas se ocupa, deberemos seguir prefiriendo esa expresión...
(1) Véase: GONZÁLEZ VAQUÉ, «El Derecho de consumo: ¿Una disciplina jurídica autónoma?», Alimentaria, n.9 125, septiembre de 1981,
pp. 19 ss
(2) En el resto de los países europeos, e incluso en los Estados Uni dos, este desarrollo ha sido —en la década de los «ochenta»— más
lento, aunque es justo reconocer que se partía de una situación clara mente más favorable.
12
3. OBJETO Y DEFINICIÓN DE DERECHO DEL CONSUMO
Como ya indicábamos en el artículo citado en la nota 1, es un principio generalmente aceptado que los
consumidores tienen necesidad de protección: sin embargo, las reglas tradicionales del Derecho no cumplen
satisfactoriamente esta necesidad más que de una forma parcial. Así, por ejemplo, en virtud del principio de la
autonomía de la voluntad, los consumidores se encuentran a menudo obligados por contratos que se ven
forzados a aceptar, a pesar del desequilibrio de las recíprocas prestaciones. La mayoría de las soluciones que
el Derecho clásico prevé (el consentimiento, la garantía por vicios ocultos, etc.) son de escasa utilidad para los
consumidores, especialmente debido a la dificultad de la prueba, a los elevados costes de las acciones
judiciales, etc.
Para asegurar a los consumidores una verdadera protección ha sido preciso elaborar, con tanta paciencia como
imaginación, reglas específicas, o «adaptar» las existentes a las circunstancias: la prohibición de producir y
comercializar productos peligrosos o defectuosos, la obligación de facilitar información sobre precios,
cantidades, cualidades o composición, la garantía de un equilibrio de las prestaciones contractuales, la
prohibición de la publicidad engañosa y de los sistemas comerciales agresivos (o, eventualmente, la articulación
de sistemas que permitan a los compradores el desistimiento), etc. Todas estas reglas se caracterizan por su
carácter «macrojurídico» (3), es decir, que se toman en consideración los fenómenos en masa y no únicamente
cada contrato de forma aislada. De este modo se protegen, de forma general, los intereses «colectivos» de los
consumidores, mientras que el interés «individual» de cada consumidor es protegido «por la vía de la
consecuencia» (4). Son precisamente estas «reglas» las que se integran en lo que consideramos «Derecho del
consumo».
De todos modos, la proliferación de reglas «protectoras» podría, en caso de exceso, presentar algunos
inconvenientes. Por una parte no es aconsejable «inundar» el ordenamiento jurídico con una multitud de textos
que corren el peligro de no ser aplicados, o que, si lo son, pueden llegar a paralizar la actividad económica en
general. Por otra parte, seria igualmente peligroso dar a los consumidores la impresión de que la ley les protege
en todas las circunstancias y difundir así entre ellos la mentalidad de personas asistidas (es decir, de
incapacitados o incapaces) a las que «no hace falta mantener la más mínima medida de autoprotección...» (5).
Este es un razonamiento que no debe ser subestimado: existe un cierto consenso en que, para reequilibrar las
relaciones entre los diversos interlocutores sociales y económicos, es quizás tan importante modificar los
comportamientos de los consumidores como multiplicar las reglas jurídicas que las regulan. En este sentido, a
todos los niveles, se considera que la información y la educación son las mejores «armas» para defender al
consumidor. De algún modo lo que se propugna es que los consumidores participen activamente en su
«protección», lo que —como acabamos de señalar— es una cuestión de formación, y, por tanto, de evolución
de las conductas.
Todos estos argumentos no deben servir, a sen-sí; contrario, para negar la utilidad (o incluso la «necesidad»)
de las reglas del Derecho del consumo.
13
(3) Véase CARBONNIER, «Flexible droit», 6.- ed. Librairie Genérale de droit et de jurisprudence, París, 1988, 382 pp.
(4) Véase el artículo citado en la nota 1, p. 79.
(5) Ibídem.
Su hipotética desaparición dejaría a los consumidores sin defensa ante los abusos del poder económico de los
que, a menudo, son víctimas. En nuestra opinión, es una cuestión de medida: las reglas protectoras siendo
como son eficaces, no deben ser ni demasiado numerosas, ni demasiado restrictivas (6).
De este modo llegamos a la que podría ser nuestra «primera» conclusión: las reglas que protegen a los
consumidores son la esencia del Derecho del consumo.
En cuanto a la definición de esta especialidad jurídica, ya en 1981 hacíamos referencia a dos concepciones,
coincidentes en gran parte, pero diversas al fin:
— en una primera acepción, el Derecho del con sumo sería el conjunto de reglas aplicables a los actos de
consumo, o lo que es lo mismo, aplicables a las relaciones entre profesiona les (7) y consumidores;
— en una segunda hipótesis, el Derecho del consumo consistiría en el conjunto de reglas que tienen por
finalidad proteger a los consu midores.
En cualquier caso no resulta fácil elegir entre estos dos conceptos, a pesar de encontrarse muy próximos el uno
del otro. Limitarse al primero entrañaría eliminar del Derecho del consumo las reglas que, aplicándose a las
relaciones entre productores o distribuidores, tienen sin embargo como finalidad última proteger a los
consumidores: tal es el caso, por ejemplo, de las que se refieren a mantener y desarrollar la competencia.
Aceptar únicamente la segunda noción conduciría, por el contrario, a excluir las normas que no tienen como
objetivo proteger a los consumidores, pero que afectan sus relaciones con los profesionales: las relativas a la
carga de la prueba o a la atribución de competencias, por citar algunas. Además, tampoco debemos olvidar que
no es siempre fácil determinar cuál es la finalidad de todas y cada una de las reglas jurídicas en vigor.
(6) Como recuerda CARBONNIER en la obra citada en la nota 3 (p. 14), en el curso de la Revolución francesa —y, sin duda, bajo la
influencia de ROUSSEAU—, se consideró que la abundancia de leyes era uno de los síntomas de una civilización corrompida, y que el
retorno a la «edad de oro- sólo se lograría con la «déjuridicisation» de la sociedad... Curiosamente, a finales del siglo xx la deregulation
propone de nuevo esta tesis, por supuesto, con ciertos matices.
(7} Los «profesionales» son las personas físicas o jurídicas, públicas o privadas, que facilitan bienes o servicios en el ejercicio de una
actividad habitual [véase CALAIS-AULOY, «Propositions pour un code de la consommation (rapport de la commission pour la codification au
Premier ministre)", La Documentaron Frangaise, 1990, p. 39]
Por ello opinamos que es preciso «fundir», en cierto sentido, ambos conceptos, de modo que podamos
referirnos al Derecho del consumo no sólo en el caso de reglas aplicables a las relaciones entre consumidores y
profesionales, sino también cuando se trate de aquellas que tienden a proteger a los consumidores, incluso si
no regulan específicamente dichas «relaciones».
14
4. LOS CONCEPTOS DE «CONSUMO» Y DE «ACTO DE CONSUMO»
«Consumo» —como «consumidor»— es un término que el Derecho ha tomado prestado de las Ciencias
económicas, por lo que es preciso referirse a esta disciplina para poder comprender su significado (8). Para los
economistas el consumo constituye el último eslabón del proceso económico, aquel en el que los bienes
económicos se utilizan para la satisfacción de las necesidades (9). El consumo se distingue pues de la
producción, que se sitúa en etapas anteriores, y consiste en recoger, transformar y repartir bienes (10). Por otro
lado, el consumo se diferencia también del ahorro: el primero consiste en utilizar los ingresos para la
satisfacción inmediata de las necesidades, el segundo en conservarlos para las necesidades futuras.
Hemos de destacar, de todos modos, que, probablemente, debido a ese origen «económico» del concepto, al
Derecho interesan sólo determinados aspectos del mismo. Así, por ejemplo, si nos referimos a la noción que de
«acto de consumo» tiene un jurista, ésta difiere de la de un economista y, sobre todo, de las que puedan tener
un médico, un biólogo, etc. En el caso específico de los alimentos, también por ejemplo, para un jurista el acto
de consumo es un acto jurídico (un contrato, casi siempre) que permite obtener
un bien o un servicio para satisfacer una necesidad personal o familiar (11).
(8) Parece que no fue hasta el siglo xvm cuando el verbo «consu mir" adquirió su actual significado (véase OURLIAC, Ann Toulouse, 1979,
p. 222).
(9) Consumir, del latín consumere {compuesto con súmete), signifi ca "terminar» y precisamente en el consumo finaliza la larga cadena del
proceso económico (véase CALAIS-AULOY, Droit de la consomma- tion, Dalloz, París, 1980, p. 1).
(10) En este sentido los «bienes de producción- se distinguen de los «bienes de consumo".
(11) Esta «definición» corresponde más o menos a la tesis propuesta por GHESTIN (Le contrat, LGDJ, París 1980, n.5 59): «el consumidor
es el adquirente no-profesional de bienes de consumo destinados a su uso personal"-
Comprar los productos alimenticios para nuestro sustento, solicitar asistencia médica, adquirir un
electrodoméstico, alquilar un piso, comprar un coche, asegurarse, viajar, tomar prestado dinero para hacer
frente a todos estos gastos, son algunos ejemplos de «actos de consumo», y, por supuesto, habríamos podido
citar otros muchos. En cualquier caso, debemos subrayar que al jurista interesa menos el «consumo»
propiamente dicho (comer el alimento, utilizar el coche, etc.) que el acto perfeccionado con el fin de realizarlo
(comprar el producto alimenticio, alquilar el coche, etc.).
En este contexto, cabe hacer una doble reflexión:
— existe una relativa diferencia de perspectivas entre el jurista y otros especialistas interdisciplinariamente
interesados en el consumo: por ejemplo, parece difícil que un médico o un biólogo acepten que el «consumo»
de leche se realiza —jurídicamente— en el momento en que se adquiere una botella de dicho pro ducto;
— sin embargo, tampoco es cierto que el interés del jurista se limite exclusivamente al perfec cionamiento
contractual, en los términos que acabamos de mencionar; otro ejemplo nos permitirá explicarlo mejor: si, como
conse cuencia de beberse la leche contenida en la botella a la que nos referíamos en el párrafo anterior, un
individuo es objeto de una intoxi cación alimentaria, el jurista se interesará in mediatamente por los efectos
15
jurídicos del correspondiente daño en la salud y seguridad del consumidor, refiriéndose tanto al acto jurí dico
propiamente dicho, como a la ingestión de la citada leche y a las condiciones en las que ésta se realizó, relación
causa-efecto, etcétera.
A fin de completar este análisis de los denominados «actos de consumo» añadiremos también que éstos se
refieren a un muy amplio ámbito jurídico:
— no cabe limitarlos a los bienes de consumo, es decir, a los productos que «desaparecen» tras su empleo
(12): ciertos bienes duraderos (el automóvil, la vivienda, etc.) pueden ser igualmente considerados como
objetos «de consumo»;
— tampoco debemos referirnos solamente al consumo de los «bienes muebles»: numerosos «actos de
consumo» tienen por objeto bienes inmuebles (13);
— muy a menudo, el consumo se refiere tam bién a las prestaciones de servicios que pue den ser «materiales»
(limpieza, reparaciones, etc.) o «intelectuales» (servicio médico, asesoramiento jurídico, etc.); y
— finalmente, un acto de consumo no es nece sariamente un contrato de Derecho privado: la utilización de un
servicio público, con un fin personal o familiar, es, sin duda alguna, un claro ejemplo de ello [correos, teléfono,
segu ridad social (14), etc.].
Para terminar señalaremos que el «acto de consumo» se opone al acto que podría calificarse de «profesional»
y que es el realizado para satisfacer las necesidades de una empresa, de una explotación económica o de un
profesional independiente. Comprar para revender no es, evidentemente, un «acto de consumo». En este
contexto, adquirir para «utilizar» no es tampoco un acto de consumo (15) si la «utilización» en cuestión es
profesional. Así, por ejemplo, si una sociedad o un comerciante compran material, un agricultor adquiere aperos
de labranza, o un médico equipa su consultorio, no realizan «actos de consumo» (16)...
16
5. LA NOCIÓN DE «CONSUMIDOR»
5.1. GENERALIDADES
Los «actos de consumo», a los que acabamos de referirnos, tienen siempre como protagonista al consumidor,
que es la persona que consume, que realiza estos «actos»... Es decir, el que compra los alimentos, hace
reparar un coche, pide un préstamo, etc. Este consumidor «jurídico» está normalmente «rodeado» de
consumidores «materiales»: los miembros de su familia, las personas que conviven con él y utilizan habitual-
mente los bienes y servicios aportados.
Por esta razón es de capital importancia identificar y definir la noción en cuestión. Afortunadamente, el
excelente trabajo realizado por Botana García —y recientemente (17) publicado en Estudios sobre Consumo
(18)— precisamente sobre el tema de la «Noción de consumidor en el Derecho comparado», nos permite
concentrarnos en el análisis de dicha noción en el ámbito de la CEE (19) y, en especial, en la jurisprudencia del
Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE), sin adentrarnos en el estudio exhaustivo de la
materia por lo que se refiere a las legislaciones nacionales, doctrina, etc.
Lo que sí haremos —antes de sumergirnos en el análisis del ordenamiento comunitario (véase el siguiente
apartado)— es recordar brevemente cuál es la situación en España.
En nuestro país, como es sabido, el artículo 51.1 de la Constitución de 1978 dispone que «los poderes públicos
garantizarán la defensa de los consumidores y usuarios, protegiendo, mediante procedimientos eficaces, la
seguridad, la salud, y los legítimos intereses económicos de los mismos» (20).
(16) En algunos casos un «acto» puede tener, a la vez, una finalidad profesional y personal o familiar (ejemplo: la adquisición de un
automóvil por un médico rural).
(17) El presente artículo fue redactado en el curso del primer semes tre de 1991 y completado durante el mes de julio de ese mismo año.
(18) N.918. agosto de 1990, pp. 51 ss.
(19) Que, por obvias razones, nos interesa particularmente.
(20) Se prevé también que «los poderes públicos promoverán la in formación y la educación de los consumidores y usuarios, fomentando
sus organizaciones y oirán a éstos en las cuestiones que puedan afectar a aquéllos, en los términos que la ley establezca» (art. 51.2).
En este marco se adoptó, en 1984, la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios (LGDCU),
Ley 20/1984, publicada en el BOE n.° 176, de 24 de julio de ese año, cuyos artículos 1.2 y 1.3 se refieren a la
noción de consumidor (o usuario) «a los efectos de esta Ley». En dichas disposiciones se establece lo
siguiente:
«1.2 [...] son consumidores o usuarios las personas físicas o jurídicas que adquieren, utilizan o disfrutan como
destinatarios finales, bienes muebles o inmuebles, productos, servicios, actividades o funciones cualquiera que
sea la naturaleza pública o privada, individual o colectiva de quienes los producen, facilitan, suministran o
expiden.
17
»1.3 No tendrán la consideración de consumidores o usuarios quienes sin constituirse en destinatarios finales,
adquieran, almacenen, utilicen o consuman bienes o servicios, con el fin de integrarlos en procesos de
producción, transformación, comercialización o prestación a terceros».
No hemos de olvidar, además, que casi todas las Comunidades Autónomas se han reservado la competencia
relativa a la protección del consumidor en sus Estatutos de Autonomía —ciertamente, según diversas
modalidades (21)— [véase, para completar este apartado, el artículo de Botana García citado más arriba, pp. 57
ss. (22)¡.
(21) Véase el «apéndice» de nuestro artículo «Tribunal Constitucio nal: sentencia relativa a a inconstitucionalidad de determinados artícu los
de la LGDCU», Alimentalex, n.B 1. junio de 1989, pp. 281 ss.
(22) Y también BERCOVITZ, "La protección de los consumidores en el Derecho español», Estudios sobre Consumo, n.B 1,1984, pp. 55 ss.
(23) Fue necesario esperar a 1973 para el que se considera —a ni vel europeo— el primer acto jurídico solemne que se refiere a la figura
del «consumidor-: la Carta de protección del Consumidor del Consejo de Europa (aprobada por la Asamblea Consultiva del Consejo de Eu
ropa por Resolución n." 543, el 17 de mayo de 1973).
Y, efectivamente, la creación de la Comunidad ha tenido una notable repercusión en la vida cotidiana de los
consumidores:
— el mercado comunitario ha conseguido que los compradores gocen de una mayor posibilidad de elección en
lo que se refiere a bienes y servicios, gracias a la eliminación de barre ras aduaneras;
— la política agraria común hace posible —según lo previsto en el Tratado— la seguridad de los
abastecimientos y ofrecer al consumi dor suministros a precios razonables;
— las disposiciones comunitarias relativas a la competencia prohíben las prácticas desleales que puedan influir
en los precios;
— la apertura de la Comunidad al mundo ha su puesto una reducción del arancel aduanero común, la
celebración de acuerdos de libre cambio con otros países europeos, así como la de acuerdos de cooperación
con numero sos Estados del Tercer Mundo, entre ellos los del Mediterráneo, los de África, los del Caribe y los
del Pacífico... (de ahí que se hayan creado aún más posibilidades de elección).
De todos modos, en 1975, se adoptó un primer programa de protección y de información al consumidor. Con
este motivo, el Consejo de Ministros de la Comunidad subrayó la necesidad de desarrollar y proteger cinco
derechos fundamentales: el derecho a la seguridad y a la salud, el derecho al resarcimiento por daños, el
18
derecho a la protección de los intereses económicos, el derecho a la representación, el derecho a la información
y a la educación. (La adopción, en mayo de 1981, de un segundo programa confirmó las orientaciones dadas en
el primero, así como la necesidad de tener en cuenta los intereses del consumidor en las diversas políticas
comunitarias).
No obstante, dado que los programas de acción no obtuvieron «unos resultados a la altura de las intenciones
expuestas» (24), la Comisión decidió, en 1985, dar un nuevo impulso a su política del consumidor. Un año más
tarde, en 1986, la adopción del Acta Única, por la que se revisan los tratados europeos, sentó los principios
básicos y de procedimiento para la consecución, de un verdadero mercado «único» (25). El Acta Única prevé la
eliminación de los últimos obstáculos a los intercambios de bienes y servicios entre los países comunitarios y de
esta manera un nuevo aumento de las posibilidades de elección a disposición de los consumidores, así como
ahorros considerables debidos a la reducción de los costes de producción, distribución, etc., y al incremento de
la competencia. Igualmente prevé que, en caso necesario, se adopten medidas de protección tomando como
base un nivel elevado de protección del consumidor.
Ante las perspectivas de este mercado «único», en 1989 el Parlamento Europeo y el Consejo de Ministros de la
Comunidad se pronunciaron a favor de nuevos progresos de la política comunitaria del consumidor, mediante
resoluciones en las que se inspiró un nuevo plan trienal de acción para 1990-1992 (26) [del que tampoco nos
ocuparemos aquí con detalle, ya que lo que nos interesa primordialmente es la evolución de la que ha sido
objeto, hasta la fecha, el concepto de consumidor en el ordenamiento comunitario (27)].
En este sentido, no queremos dejar de mencionar que la protección de los intereses económicos de los
consumidores, así como de su salud y seguridad, constituyen el núcleo de un cierto número de directivas que, a
la vez que intentan garantizar un elevado nivel de protección del consumidor para evitar que sea víctima de las
disparidades entre las legislaciones nacionales, contribuyen de manera relevante a la liberalización de los
intercambios. Destacan entre estas disposiciones las siguientes de carácter «general»:
— la Directiva 87/102/CEE, de 22 de diciembre de 1986, relativa al «crédito al consumo»
(DOCE n.º L 42, 12 de febrero de 1987, P- 48);
(24) Véase GAILLARD, CAHREAY y LEE, Le Marché Unique Européen, capitulo III, -La protection du consommateur», A. Pedone, París,
1989, pp. 68 ss; y también BERGKAMP, «Food regulation and consumer protection: an overview» (I y II), World Food Regulation Review,
vol. 1, n.B 1, junio de 1991, pp. 14 ss., y n.B2, julio de 1991, pp. 12 ss.
(25) En realidad el calificativo previsto en el Acta Única (y, por consi guiente, el que figura en el Tratado CEE modificado} es el de mercado
«interior». Sin embargo, se ha generalizado el empleo de la expresión mercado «único», probablemente más sugestiva (\Vox populi...\).
(26) En efecto, con objeto de valorizar los derechos del consumidor en la Europa sin fronteras de 1993, la Comisión publicó, en marzo de
1990, un plan trienal de acción (1990-1992) tendente a completar de forma considerable las iniciativas ya adoptadas (con este motivo se
han tenido en cuenta cuatro aspectos prioritarios: la representación del consumidor, su información, su seguridad y sus transacciones).
(27) Y, en su caso, sus perspectivas inmediatas.
19
— la Directiva 84/450/CEE, de 10 de septiembre de 1984, en materia de «publicidad engañosa» (DOCE Nº L
250, 19 de septiembre de 1984, p. 17);
— la Directiva 85/734/CEE, de 25 de julio de 1985, en materia de «responsabilidad por los daños causados
por productos defectuosos» {DOCE Nº L 210, 7 de agosto de 1985, p. 29); y
— la Directiva 88/314/CEE, de 7 de junio de 1988, relativa «a la protección de los consu midores en materia de
indicación de los pre cios de los productos no alimenticios» (DOCE n.º L192, 1 de julio de 1987, p. 49).
A estas disposiciones debe añadirse toda una serie de directivas sectoriales de armonización relativas a los
productos alimenticios (28), farmacéuticos, cosméticos, etc., en las que tanto los criterios relativos a la
protección de la salud y la seguridad de los consumidores, como los referentes a la defensa de sus intereses
económicos son fundamentales.
En este contexto, el análisis del Derecho comunitario ha permitido a Mattera (29) concluir que «el concepto de
"consumidor" que se desprende de [..,] [sus] disposiciones [...] abarca a toda persona física, "no profesional",
que adquiere bienes o servicios para su consumo final, con objeto de satisfacer necesidades personales o
familiares».
Por lo que se refiere a la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, empezaremos
señalando que el TJCE, como es lógico, ha ido ocupándose de los temas relativos a la defensa de los
consumidores y usuarios a medida que éstos se integraban en el acervo comunitario.
(28) En este campo el principio básico de la protección del consumi dor ha inspirado, desde siempre, la labor del legislador: así, por ejem
plo, las primeras directivas comunitarias, adoptadas a comienzos de la década de los sesenta, que se referían al empleo de ciertos aditivos
(empezando por los colorantes. Directiva de 23 de octubre de 1962; los conservantes, Directiva de 5 de noviembre de 1963, etc.) estaban
destinadas específicamente a proteger la salud del consumidor.
(29) Véase, de dicho autor El Mercado Único Europeo: sus reglas, su funcionamiento, Cívitas, Madrid, 1991, p. 763.
Esta lenta y matizada aparición del concepto de «consumidor» en la jurisprudencia comunitaria ha sido mal
interpretada por algunos autores. Se ha llegado, por ejemplo, a afirmar que el TJCE se ha limitado a elaborar
una noción de consumidor «informado» [es decir, que cuenta con toda la información necesaria para protegerse
adecuadamente (?)], ignorando la concepción «clásica» de consumidor y, por lo tanto, la de «protección del
consumidor» (30). Si así fuera, dicho «nuevo» concepto de consumidor entraría en conflicto con el que se
contempla en la mayoría de los ordenamientos jurídicos internos de los Estados miembros (31).
En nuestra opinión esta polémica no es más que una (¿falsa?) extrapolación de la crítica de la que suele ser
objeto la jurisprudencia Cassis de Dijon sentada por el TJCE.
Ciertamente, en el ámbito del Derecho comunitario, la noción de protección de los consumidores ha sido
introducida con cierto retraso (no mayor que el de algunos Estados miembros), pero ha de reconocerse al TJCE
el mérito de haber elevado el rango del correspondiente objetivo al nivel de una «exigencia imperativa», no
prevista en el artículo 36 (32) (que sólo se refiere, en este ámbito, a «la protección de la salud y vida de las
personas...»),
20
Este hecho es de capital importancia ya que, como ha reiterado igualmente el TJCE, los obstáculos a la libre
circulación de mercancías derivados de las disparidades entre las disposiciones nacionales sólo pueden ser
aceptados si las medidas en cuestión:
— son necesarias (33) para satisfacer «exigencias imperativas» (entre las que, como acabamos de decir,
destaca la «protección de los consumidores»»);
(30) Véanse, por ejemplo: HAUSCHKA, «Lauterkeitsrecht und Ver- brauscherschutz zwischen nationalem Regelungsanspruch un der
Rechtsptrechung des Europáischen Gerichtshofs», Zeitschrift für Ver- gleichende Rechtswtssenschaft 1990, p. 183, y DANNECKER y
APPEL, «Auswirkungen der Vollendung des Europáischen Binnenmarktes auf den Schutz der Gesundheit un der Umwlt», ibidem, p. 149.
(31) Véase BARENTS, «The image of the consumer in the cas law of the European Court», EFLR, n.- 1, noviembre de 1990, pp. 6 ss.
{32) Ni de los artículos 56 ó 66 del Tratado.
(33) Es decir, apropiadas y no excesivas en relación con la exigencia perseguida (criterio de proporcionalidad). Así, por ejemplo, no podría
estimarse justificada una norma nacional que, para garantizar una «exigencia imperativa», como la protección del consumidor, de la salud o
del medio ambiente, provocase perturbaciones en los intercambios de un alcance o gravedad «desproporcionados» en relación con el
«nivel de protección» efectivamente conseguido (véase la obra de MATTERA citada en la nota 29, p. 295).
(34) Es decir, constituyen a la vez el medio más adecuado y menos restrictivo para los intercambios.
(35) U «objetivo de interés general". La Comisión había utilizado las expresiones: «objetivos legítimos y dignos de protección- u '-objetivo
que se [enmarca] en la facultad de los Estados miembros para adop tar normativas de comercio».
21
(36) Por consiguiente, no pueden cubrir más que hipótesis no económicas.
(37) Véase, por ejemplo, OLIVER, Free movemenet of goods in EEC under anieles 30 to 36 of the Fióme Treaty, The Eastern Press Ltd.,
London Reading, 1982, 1984 y 1989.
(38) Véase la obra citada en la nota 29, p. 300.
(39) El Tratado no afecta, en principio, al poder de los Estados miembros para legislar en el marco de sus prerrogativas internas (principio
de las competencias «residuales», o «no transferidas» se gún una terminología menos -agresiva»), siempre y cuando las nor mas
adoptadas sean aplicables sin distinción alguna (tanto desde el punto de vista formal como en cuanto a sus efectos) a los productos
nacionales y a los importados.
El TJCE confirmó esta interpretación en la sentencia Artículos de joyería, de 17 de mayo de 1981 (41), al
afirmar que, por su condición de excepción, el artículo 36 debe ser interpretado restrictivamente y que, por
tanto, «las excepciones enumeradas en dicho artículo no pueden aplicarse a supuestos distintos de los
taxativamente previstos». Ahora bien, ni la protección del consumidor ni la lealtad en las transacciones
comerciales figuran entre las excepciones contempladas en el artículo 36. No obstante, pueden invocarse estos
intereses «en el marco del artículo 30» con objeto de «comprobar si permiten negar la existencia de una medida
de efecto equivalente a una restricción cuantitativa» (42).
De todos modos, hemos de reconocer también que es verdad que, pese a consagrar la protección del
consumidor (43) como «exigencia imperativa», el TJCE ha ido estimando excesiva, con relación al artículo 30
del Tratado CEE, la casi totalidad de las disposiciones nacionales objeto de sus sentencias que, en opinión de
los Estados miembros, pretendían proteger al consumidor (o garantizar la lealtad de las transacciones
comerciales).
En efecto, el TJCE ha considerado reiteradamente que este objetivo puede garantizarse con igual eficacia por
medios menos restrictivos para la libertad de circulación de las mercancías, como por ejemplo, «una
información satisfactoria del consumidor» a través, concretamente, de un «etiquetado adecuado», o de una
designación correcta y lo suficientemente explícita.
(40) Y no incluyen más que supuestos no económicos (véase MA- RÉNCO, «Pour une interprétation tradicionelle de la notion de mesure
d'effect équivalant á une restriction quantitative», Cabiers de Droit Eu- ropéen, n.93-4, 1984, pp. 291 ss).
(41) Asunto 113/80, RJTJB, 1981, p. 1625.
(42) Ibídem, "motivos», n.s 7, 8 y 9.
(43) Lo propio ha sucedido con la lealtad de (as transacciones co merciales, estrechamente vinculada a la defensa de los intereses de los
consumidores (¿o integrada en la misma?).
En este contexto, en contra de lo mantenido por ciertos Estados, que alegaban la necesidad de garantizar el
respeto de «tradiciones seculares, hábitos, representaciones y anhelos legítimos del consumidor», confundido e
inducido en error por los productos de otros Estados miembros que se presentan bajo la engañosa apariencia
de productos similares a productos nacionales conocidos y apreciados, pero diferentes a éstos en su
composición, envasado, forma, etc., el TJCE ha establecido que:
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— «[...] ninguna consideración ligada a la protección al consumidor nacional aboga en favor de una regla que
impida a éste conocer [un producto fabricado] de acuerdo con una tradición diferente de otro Estado
miembro...» [«motivo» Nº 8 de la sentencia De Kikvorsch, de 17 de marzo de 1983 (44)]; y
— «las representaciones de los consumidores, que pueden variar de un Estado miembro a otro, son asimismo
susceptibles de evolucio nar con el tiempo en el interior de un mismo Estado miembro. El establecimiento de un
mercado común es, por otra parte, uno de los factores esenciales que pueden contribuir a dicha evolución [...].
La legislación de un Es tado miembro no debe servir para cristalizar determinados hábitos de consumo y para
consagrar una ventaja adquirida por las in dustrias nacionales que procuran satisfacer los» [«motivo» n.- 32 de
la sentencia Cerveza alemana, de 12 de marzo de 1987 (45)]
En el ámbito del Derecho alimentario (que, a su vez, puede considerarse integrado en el Derecho del consumo)
es pues evidente que, a nivel comunitario, un Estado no puede justificar, por causas relacionadas con la
protección del consumidor, una prohibición absoluta de venta de un producto alimenticio legalmente fabricado
en un Estado miembro de la Comunidad porque no cumpla las reglas de composición o de producción vigentes
en su territorio nacional. Cabe destacar que dicha prohibición atentaría a la libertad de «elección» del
consumidor, que no tiene porque considerarse ajena a sus derechos como tal...
En este sentido, en la Comunicación interpretativa de la Comisión «relativa a la libre circulación de los
productos alimenticios en la Comunidad», de 24 de octubre de 1989 (46), se especifica:
«Según se desprende de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia, sólo la necesidad de proteger la salud y la
vida de las personas y los anímales o la de proteger las especies vegetales puede justificar la prohibición
absoluta de comercializar un producto alimenticio. Por esta razón la Comisión concede especial prioridad a la
regulación comunitaria de las cuestiones relativas a la protección de la salud. Aunque, en principio y en
ausencia de una normativa común o armonizada, son tos Estados miembros quienes han de regular, dentro de
sus respectivos territorios, todo cuanto se refiere a la producción, la comercialización, el consumo, el etiquetado
y la denominación de los productos, las medidas que adopten no pueden suponer en ningún caso un obstáculo
para el comercio intracomunitario.
«Los Estados miembros están obligados a respetar ciertas exigencias de la libre circulación de mercancías que
derivan del Tratado CEE y que se exponen más adelante [...]. Por lo que respecta a la protección de los
consumidores contra el engaño y a la lealtad de las transacciones comerciales, puntos que constituyen
exigencias imperativas de acuerdo con la jurisprudencia del Tribunal de Justicia, pueden garantizarse por
medios que sean menos perjudiciales para los intercambios que la prohibición de comercialización y, en
particular, mediante la colocación de un etiquetado que garantice una correcta información a los consumidores y
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evite así cualquier riesgo de confusión: en esta materia, por tanto, se trata principalmente de garantizar que los
productos alimenticios estén provistos de un etiquetado adecuado y que no se obstaculice indebidamente su
libre circulación» (47).
Debe quedar bien claro que tanto la Comisión, como el TJCE, se están refiriendo a la «protección del
consumidor», según un concepto «clásico» de éste. Como ya hemos señalado, la información no es más que
«otra» forma de proteger al consumidor, probablemente, en muchos casos «la» más eficaz (véase el epígrafe
n.- 3).
Por ello, la constante jurisprudencia del TJCE, matizada y «mejorada» cuando ha sido preciso [véanse, por
ejemplo, las sentencias Smanor (48) y Deserbais (49)] debiera servir para devolver la confianza a los autores
que han manifestado una cierta inquietud por las eventuales consecuencias que podrían derivarse de una
aplicación excesiva de estos principios, aplicación que hubiera podido favorecer la proliferación de productos de
menor calidad o de imitaciones, y que los productos se midieran por el rasero más bajo (50).
Además, más de diez años de experiencia en la aplicación de la jurisprudencia Cassis de Dijon muestran que
los argumentos de este tipo, que se amparan en las características cualitativas de un producto, se basan, a
menudo, en concepciones subjetivas y, a veces, arbitrarias del concepto de «calidad» (51)...
Y es que, en definitiva, en el ámbito de dicha jurisprudencia (52) no se ha descuidado la protección del
consumidor, sino que el TJCE ha confirmado la importancia de asegurar al consumidor su libertad de elección
como parte integrante de esa protección, frente a disposiciones restrictivas, generalmente resultado de un
enfoque anticuado (e ineficaz) de la misma.
Esperemos que, después de 1992, lo siga haciendo: sólo así lograrán los consumidores aprovechar todas las
ventajas del mercado único...
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(50) Véase, por ejemplo, CAPELLI, "Les malentendus provoques par l'arrét sur le "Cassis de Dijon"», Revue du Marché Commun, 1981, p.
443.
(51) Véase GONZÁLEZ VAQUE, "Aspectos jurídicos y sociológicos de la información sobre alimentos», ponencia presentada al seminario
sobre Alimentación y salud: el papel de los medios de comunicación. organizado por la Universidad Internacional Menéndez Peiayo, Barce
lona, julio de 1991, 19 pp.
(52) El habernos concentrado en la jurisprudencia Cassis de Dijon (la más controvertida, con relación a los temas que nos interesan) no
significa que el TJCE, cuando ello es necesario, no se ocupe de la aplicación, interpretación, etc., de las disposiciones comunitarias di
rectamente relacionadas con la defensa de los consumidores. Véase, sin ir más lejos, la sentencia Di Pinto, de 14 de marzo de 1991,
asunto C-361/89 (DOCE n.° C 92, 10 de abril de 1991, p. 11), en la que el TJ CE tuvo ocasión de referirse al concepto de «consumidor»
previsto en la Directiva 85/577/CEE del Consejo, de 20 de diciembre de 1985, re lativa a la protección de los consumidores en el caso de
contratos ne gociados fuera de los establecimiento comerciales.
— del Derecho económico que tiene unos lími tes más amplios [se considera el Derecho de las «relaciones
económicas» (53)] y, por tan to, incluye al propio Derecho del consumo junto a otras materias;
— del Derecho de la competencia, aunque coin cida en gran parte con el Derecho del consu mo debido a que la
competencia entre las empresas y la protección de los consumido res están muy relacionadas (54), en el senti
do de que ciertas materias hacen específica mente parte del mismo (competencia desleal, propiedad industrial,
etc.) y otras correspon den fundamentalmente al citado Derecho del consumo (regulación de determinados con
tratos suscritos por los consumidores, etc.);
— del Derecho de la distribución —prácticamen te ignorado en nuestro país pero que en otros Estados
europeos se refiere a las actividades de intermediación entre la producción y el consumo (55)— que se sitúa
teóricamente en el mismo límite del Derecho del consumo, aunque, desde la perspectiva de las relacio nes y
contratos se detectan algunas coinci dencias puesto que las normas destinadas a proteger a los consumidores
se aplican fre cuentemente a las actividades de distribución (por ejemplo, las reglas prohibiendo ciertos
métodos comerciales agresivos); y
— del Derecho del medio ambiente, que se ins pira en la misma «filosofía» que el Derecho de consumo, pero
que, en su contenido, se distingue de este último. Sin embargo, son posibles ciertas «coincidencias»: así, por
ejemplo, la contaminación del agua es, a la vez, un problema ecológico y de consumo.
(53) Véase CHAMPAUD, Contribution á la définition du droit économique, 1967, capítulo 215. Nótese que e! autor, pese a utilizar un con
cepto amplio de Derecho económico, no se refiere a las relaciones en tre empresas y consumidores; silencio característico: los
consumidores, en 1967, no eran considerados como partenaires económicos.
(54) Véase BERLIOZ, -Les rapports entre le droit de la concurrence et le droit de la consommation», Bevue Suisse du Droit International de
la Concurrence, mayo de 1980, pp. 13 ss.
(55) Véase MOUSERON. Droit de la distribution, Librairies Techniques, 1975.
En este contexto, los consumidores pueden contribuir a la protección del medio ambiente; por ejemplo,
orientando sus preferencias hacia productos cuyas características y métodos de fabricación sean más
«respetuosos» con nuestro entorno. Por su parte, las empresas tienden también cada vez más a tener en
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cuenta la creciente sensibilidad de los consumidores con relación a la ecología [aunque, en este sentido las
industrias de pinturas, aerosoles y detergentes son las más afectadas, el sector alimentario está también
interesado en esta materia, especialmente para reducir la importancia de los residuos urbanos (los envases y
embalajes representan un 80% del volumen de las basuras en cuestión), cuyo constante crecimiento es el
origen de continuos atentados al medio ambiente...] (56).
(56) En este contexto proliferan las etiquetas ecológicas (el «ángel azul" en Alemania, -NF Environment» en Francia, etc.), lo que ha lle
vado a la Comisión a presentar un proyecto comunitario.
(57) Nótese que el articulo 5.1 de la Constitución española habla precisamente de "procedimientos eficaces», para proteger -la seguri dad,
la salud, y los legítimos intereses económicos» de los consumidores.
Y es que, por otro lado, la «efectividad» del Derecho constituye un tema tan importante como olvidado por la
doctrina... No debe sorprendernos pues que sea difícil encontrar referencias al mismo en la mayoría de los
manuales de técnica jurídica: apenas alguna definición (58) «perdida» en las páginas, de algún antiguo
diccionario jurídico, nos recuerda la «existencia» de este concepto. Concepto que no se considera,
paradójicamente, «jurídico», ya que «no pertenece a la definición de regla de Derecho» (59), ni califica una
situación jurídica o tiene propiamente efectos jurídicos. Por el contrario, la efectividad se refiere, por un lado, a
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un «hecho» verificable, es decir, a la real aplicación de una regla o reglas jurídicas, susceptible de alcanzar
distintos «niveles» (puesto que la efectividad nunca es total), y, por otro, a los «efectos» prácticos de la (s)
medida (s) en cuestión sobre los comportamientos sociales.
No obstante, más que la efectividad es la «falta» de efectividad lo que fundamentalmente nos preocupa a los
juristas, y esto es especialmente cierto en el ámbito del Derecho del consumo. En este caso particular nos
resultará muy útil referirnos a la noción de «no-Derecho», elaborada por Carbonnier (60), que, en principio,
podría definirse como «la ausencia de Derecho en un determinado número de relaciones humanas en las que el
Derecho tendría teóricamente que imponerse...»
{58) Como la que la identifica con «el carácter de una regla jurídica que produce el efecto deseado, que se aplica realmente- o como "el
nivel de realización, en las prácticas sociales del Derecho».
(59) Véase CARBONNIER. «Effectivité et ineffectivité de la regle de droit», L'Année sociologique, 1957-1958 (reproducido en la obra citada
en la nota 3, pp. 99 ss.).
(60) Este autor, por supuesto, se refiere al non-droit (véase la obra citada en la nota 3, capítulo II, pp. 24 ss.).
Más que perdernos en mayores disquisiciones nos limitaremos —como es nuestra costumbre— a facilitar
algunos ejemplos de lo que Carbonnier denomina «non-droit», «no-Derecho» para nosotros, y de preferencia
referidos al ámbito que, en principio, debiera cubrir el Derecho del consumo.
Este «no-Derecho» es, a menudo, resultado de la «autoneutralización» del propio Derecho, es decir de una
pura contradicción:
— en algunos casos la exigencia de la prueba excluye del derecho (de su aplicación) todo lo que no puede ser
aprobado (61), y es evi dente que, en un gran número de hipótesis (la venta al por menor de productos de con
sumo, el descubrimiento de objetos extraños en los alimentos o bebidas envasadas, des pués de su apertura,
etc.), la prueba es prác ticamente imposible;
— en otros la exigencia de la intervención hu mana para la realización de un determinado acto jurídico plantea
situaciones «límite» (la venta mediante máquinas automáticas, el empleo de «cajeros» informatizados, etc.);
— el destino de los productos puede igualmente dar lugar a un fenómeno de «no-Derecho» (la exención de
control para los productos desti nados a la exportación, vigente, hasta hace no mucho, en algunos países...);
— la inexistencia de métodos de control fiables hace que, en ciertos casos, se prefiera prohibir, declarar
«ilegal», un tratamiento o proce so de producción inocuo (la irradiación de alimentos es un ejemplo «clásico»...);
— el carácter benévolo de una relación (el transporte en un vehículo particular de amigos, «autoestopistas»,
etc.); y
— el escaso valor de los daños y perjuicios cau sados (... y los considerables gastos en que se incurriría para
reclamarlos).
Como se deduce de la heterogeneidad de los supuestos enumerados (62), se trata de una temática muy
compleja, cuya incidencia y alcance es realmente imposible de evaluar. Aunque, en estos últimos años, gracias
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a diversas iniciativas (los small claims courts y el arbitraje, por ejemplo) se han paliado muchos de los efectos
negativos de estas situaciones anómalas (63), mejorando ese «nivel» de efectividad del Derecho del consumo
al que, más arriba, hemos hecho alusión.
Sin embargo, queda también en este campo mucho camino por recorrer.
(61) ídem est non esse aut non probarí...; ¡este "non esse» merece cierta reflexión!
(62) Y sobre los que, seguramente, la doctrina se pronunciaría igual mente de una forma heterogénea y contradictoria.
(63) Pero no infrecuentes.
8. CONCLUSIONES
Una vez superados los límites de espacio que nos habíamos impuesto antes de empezar, debemos concluir —
como hace una década— que es difícil aislar con un mínimo de coherencia un sector, un sistema de reglas, del
ordenamiento jurídico, atendiendo a su objetivo (proteger a los consumidores) y aplicación a determinados
actos (los de consumo). Y aunque pudiéramos forzar esta reducción, empleando unos criterios aparentemente
fáciles de identificar a nivel académico o doctrinal, pero que, en la práctica, resultan tan discutidos como
discutibles, lo que acotaríamos dentro* de él seguiría sin tener la necesaria unidad. Debemos recordar además
que, como acertadamente señala Botana García [en su artículo citado en el apartado 5.1 (64)], el Derecho del
consumo, debido a su carácter pluridiscipfinar «se superpone al criterio tradicional de clasificación de las
disciplinas jurídicas en función de las reglas estudiadas (Derecho civil, mercantil, administrativo, penal...)».
Así, aunque puede ser útil, desde la perspectiva «académica», referirnos al Derecho del consumo como una
disciplina jurídica que se presta a un análisis y estudio especializado, la «transposición» de esta concepción a
nuestro Derecho positivo resulta inadecuada. Nuestro ordenamiento tiende, en principio, a no diferenciar las
intervenciones públicas con relación a criterios materiales o teleológicos y, por añadidura, en el caso particular
del Derecho del consumo, sería una ardua tarea distinguir de un modo substancial entre su finalidad u objetivos
y los demás intereses generales protegidos por dicho ordenamiento en su conjunto (65).
Por otro lado, insistir en esta calificación de «autónoma» para una o varias de las ramas en las que se divide el
Derecho, puede entrañar —en especial para la que, en este caso, nos interesa: el Derecho del consumo— «el
peligro metódico» [...] [que] consiste en examinar las normas jurídicas como algo aislado, con lo que no sólo se
las desvitaliza, sino que se les hace perder toda su significación» (66).
En definitiva, lo que se deduce de estas conclusiones es que, como hemos dicho en algunas ocasiones (67) de
forma directa y coloquial, el discurso relativo a la «autonomía» del Derecho del consumo, alimentario, del medio
ambiente, etc., es un discurso «anticuado»...
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O, por lo menos, no prioritario, como lo son, por el contrario, algunos temas a los que hemos hecho referencia
en nuestro trabajo: la «efectividad» del Derecho del consumo, la compativiliza-ción de la normativa comunitaria
en la materia con las legislaciones nacionales, o, incluso, la necesidad de «codificar» las disposiciones relativas
a la protección del consumidor (68). Y todo ello, con un enfoque básicamente «sociológico».
Y es que, en definitiva, como acertó en decir Ehl-rich «el centro de gravedad del desarrollo del Derecho, en
nuestra época [...], como en todos los tiempos, no debe buscarse ni en la legislación, ni en la doctrina, ni en la
jurisprudencia, sino en la propia sociedad» (69).
(66) Véase VILLAR PALASÍ, Curso de Derecho Administrativo, I, «Intro ducción, teoría de las normas y de los grupos normativos», Madrid,
1972, p. 161.
(67) Véase, por ejemplo, la transcripción de nuestra ponencia "La politique de la CEE en matiére de maítrise de la qualité et certiftcation des
produits», presentada al coloquio Qualité et Industries Agro-ali- mentaires, París, octubre de 1990, 16 pp,
(68) Tema al que no hemos hecho referencia porque consideramos que, en España, será preciso profundizar en el desarrollo reglamenta rio
de la LGDCU, antes de abordar dicha codificación (posibilidad que ya se está explorando en Francia); véase la obra de CALAIS-AULOY ci
tada en la nota 7.
(69) Véase GENY, Grundiegung der Soziologie des Rechts, 1913; y también GONZÁLEZ VAQUÉ, "Estructura y organización de la defensa
del consumidor», Alimentaria, n.- 63, junio de 1975, pp. 62 ss.
RESUMEN
Partiendo de la definición del «Derecho del consumo», y de la identificación de su objeto, especialmente en el
ámbito del Derecho comunitario (y de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas),
el autor cuestiona la «autonomía» de esta disciplina jurídica.
En este contexto se analizan las nociones de «consumo» y de «acto de consumo», tanto desde el punto de
vista del jurista como del de otros especialistas multidisciplinariamente interesados en estos conceptos. Se
estudian también los límites del Derecho del consumo, así como sus «limitaciones», entendiendo como tales los
obstáculos que se encuentran para lograr su plena efectividad, sobre todo por lo que se refiere al ámbito del
non-droit, según la ya clásica definición de la doctrina francesa.
Finalmente, González Vaqué concluye que, aunque pueda ser útil, desde una perspectiva «académica»,
referirse al Derecho del consumo como una disciplina jurídica que se presta a un análisis o estudio
especializado, resulta inadecuado considerar su «autonomía» en el marco del Derecho positivo. «Aislar»
determinadas normas jurídicas del ordenamiento jurídico no sólo las desvitalizaría, sino que les haría perder
toda su significación.
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ABSTRACT
Starting with a definítion of «Consumption Law», and with an identification of the objective pursued, above all in
the field of Community Law (and case law of the European Court of Justice), the author questions the
«autonomy» of this legal discipline.
In this context, notions of «consumption» and the «consumption act» are analysed from both a jurist's standpoint
and the perspective of other speciaíists having a multidisciplinary interest in these concepts. The bounds of
Consumption Law are also reviewed, together with its «limitations», taking such to be the obstacles preventing
its full efficiency, above all in regard to the scope of nondroit, in accordance with the, by now, classic definition of
the Frenen school.
Finally, González Vaqué condueles that though it could be useful from an «academic» perspective to refer to
Consumption Law as a juridical discipline lending itself to a specialist analysis or study, it would be impractical to
consider its «autonomy» in the setting of Positive Law. «Singling out» ceertain juridical rules of the code of laws
would not only nullify their effect, but would deprive them of any meaning.
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