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LA ENCRUCIJADA DE SALIR DEL COLEGIO:

Ni estudio, ni empleo para los bachilleres

Uno de cada diez entra a la universidad pública y el 2.6 por ciento completa la educación superior. De
los que trabajan solo 6 de cada cien gana lo legal.

Poco le sirvió a Javier Acevedo haberse graduado del colegio como técnico de metal mecánica.
Saber manejar tornos solo le ayudó al comienzo para trabajos pequeños. Lo que le ha dado para
mantenerse fue aprender por sí mismo a peluquear perros.

Ahora trabaja en una veterinaria, como desde hace tres años, con lo que se paga un curso de
sistemas. Su jornada comienza a las 5 de la mañana y termina cerca de la medianoche. “Es duro
pero hay que hacer el esfuerzo”, dice.

Y es que seguir estudiando luego de graduarse del colegio no es asunto de voluntad. Él lo sabe bien.
A sus 19 años ya tiene la experiencia de haberse presentado 6 veces a diferentes universidades
públicas, con la mala suerte de haber clasificado solo al puesto que dan las estadísticas de ser uno
de esos 9 de cada 10 que no pasan en la Universidad Nacional.

“Intenté pero no pude”, dice sin vergüenza. El examen de admisión que le parecía, como a muchos,
escrito en tailandés frenó la idea de convertirse en ingeniero industrial.

Johanna Marcela Bustos, de 20 años, ni siquiera trató. “Lo primero que pensé fue no seguir
estudiando. Odiaba el colegio. Quería vivir”, cuenta. Ella se gradúo en técnica de promoción a la
comunidad del colegio Gustavo Restrepo.

Salió como muchos bogotanos a los 15 años. “¿Quién me iba a contratar en eso, sin ser trabajadora
social ni mayor de edad?, dice. “Además, no era lo que yo quería”, agrega.

Una encuesta realizada por el Centro de Investigación para el desarrollo (CID), con una muestra de
480 empresas, confirma su tesis. Existe una gran tendencia a no contratar recién egresados del
colegio. “El grado de aceptación de los jóvenes depende de la edad y el nivel educativo. Las
empresas bogotanas son las que menos contratan adolescentes”.

Esta situación lleva a que las tasas de desempleo solo comiencen a disminuir cuando se llega a los
23 años de edad. Según el programa presidencial Colombia Joven, mientras la cifra nacional ronda
el 13 por ciento, entre quienes tienen 14 y 26 años la desocupación llega al 32 por ciento.

Los resultados de una investigación hecha por la Secretaria de Gobierno de Bogota, la Universidad
Nacional y el CID, muestra que esta situación se debe a que el mercado demanda jóvenes más
adultos, mejor preparados y con una mayor orientación vocacional, que no tienen a la edad, ni con los
conocimientos con que están saliendo del colegio.

“Parece como si en el colegio público a uno le dijeran: sea Obrero. Nos dicen sean auxiliares
contables, nunca contadores”, se queja Johanna. Para ella, la falta de orientación hace que muchos
jóvenes se desmotiven de continuar estudiando y salgan al mercado laboral.

“Casi todos mis compañeros trabajan hoy de secretarias, celadores o los que se dejaron meter un
hijo pusieron un negocio en la casa”, cuenta mientras espera los resultados de admisión de la
Academia Superior de Artes de Bogotá, a la que se presentó este año. Los que corren con menos
suerte solo consiguen un contrato por horas o por el contrario laboran en horarios excesivos, sobre
todo, cuando son menores de edad y no tienen permiso.

Esta situación hace que el servicio doméstico sea la ocupación de la mayoría de las mujeres entre los
14 y los 17 años de edad (36 por ciento según el Departamento Administrativo de Bienestar Social
Dabs). A la mayoría ni siquiera les pagan el salario mínimo.

Y es porque la educación tiene gran incidencia en lo que reciban de sueldo. Según el Dabs, sólo 6
de cada 100 jóvenes trabajadores que no han pisado la escuela ganan lo legal. La primaria puede
asegurar que 22 de cada 100 lo tengan y haber cursado algún semestre de universidad sube la cifra a
77 de cada 100.

La universidad, un privilegio.

La falta de recursos económicos hace que cada vez sea más difícil clasificar en ese 2.6 por ciento de
jóvenes que, según el Dane, logra completar la educación superior.

Paradójicamente mientras en la educación pública los cupos son peleados, en la privada, hay más
cupos que aspirantes. Se calcula que debido a la llamada crisis económica, las universidades solo
están recibiendo el 60 por ciento de los estudiantes que podrían atender.

La investigación de la Secretaria de Gobierno muestra que solamente uno de cada 100 jóvenes
pobres logra ser profesional. Si a esto se le suma que los costos aumentan para los jóvenes de las
regiones, pues tienen que desplazarse a las capitales, entonces el refrán de pared universitaria que
dice “estudiar no es derecho sino un privilegio”, es totalmente cierto. Hoy, solo Bogotá concentra el
37 por ciento de la matricula de educación superior del país.

Es claro que el gobierno ha hecho un esfuerzo considerable para aliviar la situación pero también lo
es que la ‘revolución educativa’ aun le falta camino. Seguramente si las puertas de los centros
educativos estuvieran más a su alcance, 63 de cada 100 detenidos por la comisión de delitos no
serían jóvenes. Probablemente tampoco, muchachos entre 14 y 24 años estarían conformando el 70
por ciento de las filas de los grupos al margen de la ley.

Como dijo Gabriel García Márquez en la ceremonia de entrega del informe de la Misión de Ciencia,
Educación y Desarrollo. “Nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los
niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al
alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan”.

“Semejante despropósito restringe la creatividad… hasta que los niños olvidan lo que sin duda saben
de nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo es
más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y que la vida sería más larga y feliz si cada quien
pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso”.

Cristina Castro
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Bogotá

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