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Francis bacon

Francis Bacon (1561-1626) fue un filósofo ingles que destacó por su preocupación acerca de la
influencia de los descubrimientos científicos sobre la vida humana. Una idea atravesó toda su vida,
que ahora probablemente nos pareciera obvia pero que, en su época, era una absoluta novedad:
consistía en creer que el saber debía llevar sus resultados a la práctica, la ciencia debía ser
aplicable a la industria, los hombres tenían el deber sagrado de organizarse para mejorar y
transformar sus condiciones de vida. Bacon defendió la necesidad de un nuevo método científico,
basado en inducciones estrictamente sujetas a la experiencia y deducciones controladas de forma
experimental. Un método científico para una nueva ciencia, colaborativa, lejos de la especulación
filosófica antigua y del pensamiento mágico. Un método científico que, aunque todavía muy
necesitado de perfeccionamiento, había de señalar un camino a seguir.

Para Bacon, el avance científico requería como condición previa indispensable el liberarse de los
ídolos o falsas nociones que ocupaban el intelecto humano. En su teoría de los ídolos, describe
nuestro autor magistralmente distintos tipos de prejuicios humanos que dificultan, si no impiden,
la adquisición de conocimiento, o bien lo enturbian, haciéndolo inútil para el progreso y bienestar
humano. Vamos a continuación a recoger dicha teoría siquiendo literalmente el texto Historia del
Pensamiento Filosófico y Científico tomo II, de Reale y Antiseri. Dejaremos en letra cursiva lo que
corrasponda a citas textuales de Bacon.

"Los ídolos y las nociones falsas que han invadido el intelecto humano, echando profundas raíces,
no sólo bloquean la mente humana de un modo que dificulta el acceso a la verdad, sino que,
aunque tal acceso pudiese producirse, continuarían perjudicándonos incluso durante el proceso
de instauración de las ciencias, si los hombres, teniéndolo en cuenta, no se decidiesen a
combatirlos con todo el denuedo posible. Por lo tanto, la primera función de la teoría de los ídolos
consiste en hacer que los hombres tomen conciencia de aquellas nociones falsas que entorpecen
su mente y que les impiden el camino hacia la verdad. En pocas palabras, descubrir dónde están
los ídolos es el primer paso que hay que dar para poder desembarazarse de ellos. ¿Cuáles son
estos ídolos? Bacon responde en estos términos a dicho interrogante: La mente humana se ve
sitiada por cuatro géneros de ídolos. Con un objetivo didáctico, los denominaremos
respectivamente ídolos de la tribu, ídolos de la cueva, ídolos del foro e ídolos del teatro. Sin
ninguna duda, el medio más seguro para expulsar y mantener alejados los ídolos de la mente
humana consiste en llenarla con axiomas y conceptos producidos a través del método correcto
que es la verdadera inducción. Sin embargo, descubrir cuáles son los ídolos representa ya un gran
beneficio.
1) Los ídolos de la tribu ("idola tribus") están fundamentados en la misma naturaleza humana [...].
El intelecto humano es como un espejo desigual con respecto a los rayos de las cosas; mezcla su
propia naturaleza con la de las cosas, que deforma y transfigura. Por ejemplo, el intelecto humano
por su estructura misma se ve empujado a suponer que en las cosas existe un mayor orden que el
que poseen en realidad. El intelecto [...] se imagina paralelismos, correspondencias y relaciones
que en realidad no existen [...]. Más aún: El intelecto humano, cuando encuentra una noción que
lo satisface porque la considera verdadera o porque es convincente y agradable, lleva todo lo
demás a legitimarla y a coincidir con ella. Y aunque sea mayor la fuerza o la cantidad de las
instancias contrarias, se las menosprecia sin tenerlas en cuenta, o se las confunde a través de
intenciones y se las rechaza, con perjuicio grave y dañoso, para mantener intacta la autoridad de
sus primeras afirmaciones. En pocas palabras: el intelecto humano tiene el vicio que hoy
calificaríamos como errónea tendencia verificacionista, opuesta a la adecuada actitud
falsacionista, para la cual, si se quiere que haya progreso científico, hay que estar dispuestos a
descartar una hipótesis, una conjetura o una teoría siempre que se hallen hechos contrarios a ella.
Sin embargo, las perniciosas tendencias del intelecto no se limitan a suponer unas relaciones y un
orden de los que carece este complejo mundo, sino que tampoco tienen en cuenta los casos
contrarios. El intelecto se ve llevado asimismo a atribuir con superficialidad aquellas cualidades
que posee una cosa que le ha impresionado con profundidad a otros objetos que, en cambio, no
las poseen. En definitiva, el intelecto humano no sólo es luz intelectual, sino que padece el influjo
de la voluntad y de los afectos, y esto hace que las ciencias sean como se quiera. Ello sucede
porque el hombre cree que es verdad aquello que prefiere y rechaza las cosas difíciles debido a su
poca paciencia para investigar; evita la realidad pura y simple, porque deprime sus esperanzas;
substituye por supersticiones las supremas verdades de la naturaleza; la luz de la experiencia, por
la soberbia y la vanagloria [...]; las paradojas las elimina, para ajustarse a la opinión del vulgo; y de
modos muy numerosos y a menudo imperceptibles, el sentimiento penetra en el intelecto y lo
corrompe. [...] El intelecto humano, por su propia naturaleza, tiende a las abstracciones, e imagina
que es estable aquello que, en cambio, es mutable. Éstos son, por consiguiente, los ídolos de la
tribu.

2) Los ídolos de la cueva ("idola specus") proceden del sujeto individual. Cada uno de nosotros,
además de las aberraciones propias del género humano, posee una cueva o gruta particular, en la
que se dispersa y se corrompe la luz de la naturaleza; esto sucede a causa de la propia e individual
naturaleza de cada uno; a causa de su educación y de la conversación con los demás, o debido a
los libros que lee o a la autoridad de aquéllos a quienes admira u honra; o a causa de la diversidad
de las impresiones, según que éstas se encuentren con que el ánimo está ocupado por
preconceptos, o bien se encuentra desocupado y tranquilo. El espíritu de los individuos es diverso
y mudable, y resulta casi fortuito. Por ello, escribe Bacon, Heráclito no se equivocaba al afirmar
"Los hombres van a buscar las ciencias en sus pequeños mundos, no en el mundo más grande,
idéntico para todos". Los ídolos de la cueva, por lo tanto, tienen [...] su origen en la naturaleza
específica del alma y del cuerpo del individuo, de la educación y de los hábitos de éste, o de otros
azares fortuitos. Puede suceder, por ejemplo, que algunos se aficionen a sus especulaciones
particulares porque se crean autores o descubridores de ellas, o porque hayan colocado en ellas
todo su ingenio y se hallan acostumbrados a ellas. También es posible que, basándose en un trozo
de saber construido por ellos, lleguen a extrapolarlo, proponiendo sistemas filosóficos
completamente fantásticos [...]. De igual modo, los alquimistas construyeron una filosofía natural
del todo fantástica, y de un alcance mínimo, porque se encuentra fundada en unos cuantos
experimentos de laboratorio. Asimismo, hay otros que se ven dominados por la admiración hacia
la antigüedad, y otros, por el amor y el atractivo de la novedad; escasos son los que se arriesgan a
defender un camino intermedio, sin despreciar lo que haya de adecuado en la doctrina de los
antiguos, sin condenar lo que los modernos hayan acertadamente descubierto.

3) Los ídolos del foro o del mercado ("idola fori"). Bacon escribe: También hay ídolos que
dependen, por así decirlo, de un contacto o del recíproco contacto entre los integrantes del
género humano: los llamamos ídolos del foro, refiriéndonos al comercio y a la relación entre los
hombres. En realidad la vinculación entre los hombres tiene lugar a través del habla , pero los
nombres se imponen a las cosas de acuerdo con la comprensión del vulgo, y esta deforme e
inadecuada adjudicación de nombres es suficiente para conmocionar extraordinariamente el
intelecto. Para recuperar la relación natural entre el intelecto y las cosas, tampoco sirven todas
aquellas definiciones y explicaciones que a menudo emplean los sabios para precaverse y
defenderse en ciertos casos. En otras palabras, Bacon parece excluir lo que hoy llamamos
"hipótesis ad hoc", hipótesis elaboradas e introducidas en las teorías en peligro, con el único
propósito de salvarlas de la crítica y de la refutación. En cualquier caso, dice Bacon, las palabras
ejercen una gran violencia al intelecto y perturban los razonamientos, arrastrando a los hombres a
innumerables controversias y consideraciones vanas. En opinión de Bacon, los ídolos del foro son
los más molestos de todos porque se insinúan ante el intelecto mediante el acuerdo de las
palabras; pero también sucede que las palabras se retuercen y reflejan su fuerza sobre el intelecto,
lo cual convierte en sofísticas e inactivas la filosofía y las ciencias. Los ídolos que penetran en el
intelecto a través de las palabras son de dos clases: se trata de nombres de cosas inexistentes [...],
o bien son nombres de cosas que existen, pero confusos e indeterminados, y abstraídos de
manera impropia de las cosas.

4) Los ídolos del teatro ("idola theatri") entraron en el ánimo de los hombres por obra de las
diversas doctrinas filosóficas y a causa de las pésimas reglas de demostración. Bacon les llama
ídolos del teatro porque considera todos los sistemas filosóficos que han sido acogidos o
elaborados como otras tantas fábulas aptas para ser representadas en un escenario y útiles para
construir mundos de ficción y de teatro. No sólo hallamos fábulas en las filosofías actuales o en las
sectas filosóficas antiguas , sino también en muchos principios y axiomas de las ciencias que
fueron afirmados por tradición, fe ciega y descuido."

Hasta aquí el texto de Reale y Antiseri, que tan adecuadamente recoge las palabras y el
pensamiento de Bacon. Sólo nos queda decir que, a lo largo de todo el escrito, nos ha parecido
notar más que coincidencias entre los prejuicios a que se enfrentaba la naciente ciencia moderna
en el siglo XVII y los que padece nuestra pobre psiquiatría del siglo XXI. O a lo mejor tales
parecidos no son más que producto de nuestros propios ídolos...
También resaltar que Bacon vio el inicio de la era industrial, con un sistema capitalista todavía
incipiente. En nuestra sociedad, con el capitalismo plenamente triunfante, tal vez nuestro filósofo
habría pensado en añadir un quinto grupo de ídolos y llamarlo, por ejemplo, los ídolos del capital,
como aquel conjunto de ideas, tópicos y lugares comunes no demostrados, pero capaces de
ignorar pruebas contrarias, olvidar datos incómodos, proporcionar comodidad sin par mientras
uno es sobornado de forma apenas disimulada... Todo ello con tal de que los fabricantes de dichos
ídolos puedan aumentar sin fin su cuenta de resultados mientras nosotros, pobres mortales que
seguimos adorándolos y ofreciéndoles nuestra ética en sacrificio, vemos cómo nos bajan la paga,
despiden a nuestros compañeros, nos dejan menos tiempo para atender a nuestros cada vez más
numerosos pacientes... Y, a pesar de todo ello, el déficit del estado para el que se supone
trabajamos galopa, espoleado por nuestras recetas ciegas ante toda evidencia científica
independiente, hacia el abismo...

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