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20. La cultura en España en el siglo XIX.

Introducción.

A lo largo del siglo XIX España comienza un proceso de cambio constante que consiguió la modernización
del país y el inicio de la Edad Contemporánea.
Se transformó profundamente, ya que se modernizó la agricultura y nació una industria moderna. Además,
la vieja monarquía absoluta se sustituyó por una parlamentaria y constitucional. También desaparecieron la
Inquisición y los derechos señoriales, y la antigua sociedad feudal provocó la llegada de una sociedad de
clases, compuesta por burgueses y obreros.
Todo este proceso de renovación fue denominado Revolución Industrial y liberal-burguesa. Fue parecido a
la que existía en Europa occidental, aunque en España la industrialización no logró tener un gran desarrollo.
Además la agricultura siguió siendo el sector más importante de la economía española.
Aunque a finales del siglo la economía se modernizó y tuvo un gran desarrollo, especialmente de la
industria textil catalana y la siderurgia vasca. Tuvieron un gran auge la explotación de las minas por empresas
extranjeras y las comunicaciones, ya que se creó una red de ferrocarriles y se realizaron y mejoraron las
carreteras.
En el terreno político, el régimen parlamentario no consiguió una gran estabilidad debido a la práctica del
caciquismo y la burguesía no fue tan determinante en la vida española como en la europea.
En 1788 hereda el trono español Carlos IV. Su reinado se desarrolla en el contexto internacional de la
Revolución Francesa que tiene una influencia determinante en la crisis de la monarquía española que conduce
a la Guerra de la Independencia y abre el camino a la revolución liberal burguesa en España.
El Estado Liberal Español se inicia en 1812 con la promulgación de la Constitución de Cádiz, tiene su
segunda experiencia en Trienio Liberal (1820-1823) durante el reinado de Fernando VII y se materializa,
tras una etapa de Regencia en la Monarquía Constitucional de Isabel II, en el reinado de Amadeo I y la 1ª
República. Este Estado tiene rasgos comunes con otros sistemas políticos liberales como el sistema de
elecciones y representación popular, separación de poderes y control de gobernantes o la constitución como
ley fundamental.
Hubo enfrentamiento entre absolutistas y liberales burgueses que provocaron contrarrevoluciones
absolutistas, guerras civiles, pronunciamientos y luchas entre los mismos liberales que condujeron a la caída
de la monarquía y al origen de la Primera República en España, para concluir la centuria con la Restauración
Borbónica mediante el hijo de Isabel II, Alfonso XII.
El 29 de diciembre de 1874, en Sagunto, el general Martínez Campos proclama Rey de España a Alfonso
XII. Antonio Cánovas del Castillo se encarga de preparar la venida del rey y de diseñar la política de una
etapa histórica conocida con el nombre de Restauración.

1. Evolución de las clases sociales.

A partir de la Revolución Francesa, y a lo largo de todo el siglo, la sociedad estamental del Antiguo
Régimen se fue desintegrando para formarse la estructura de clases que se conserva hoy. Desaparecen los
privilegios legales, y sobre todo fiscales, que habían disfrutado los nobles y el clero, y asume el poder la
nueva clase burguesa surgida de la Revolución Industrial, que también precisó el nacimiento del proletariado
obrero. En esta nueva situación motivada por el desarrollo industrial, la lucha de clases descrita por los
marxistas tuvo lugar en España con cierto retraso respecto a Europa.
• La clase dominante en la España del siglo XIX tuvo dos componentes. En primer lugar, estaría la
alta nobleza que conservó sus títulos aunque sin los privilegios feudales anexos a los mismos.
Terminó por integrarse en la nueva clase dirigente en razón de sus propiedades territoriales y de sus
negocios. Los nobles salieron favorecidos al apropiarse de sus viejos señoríos y mayorazgos, ya que
no sufrieron ningún tipo de desamortización. La alta burguesía era el grupo emergente al beneficiarse
de la compra de tierras desamortizadas y por sus inversiones. Así pues, se conformó una oligarquía
terrateniente, industrial y financiera. Fue la clase dirigente en el nuevo Estado liberal, generalmente
vinculada al Partido Moderado en el reinado de Isabel II y al Conservador en la Restauración. En
cambio, la Iglesia vio menguado su poder desde los primeros años del siglo, cuando el Estatuto de
Bayona prohibió la Inquisición de manera oficial. Uno de los mayores golpes para la Iglesia española
durante el siglo XIX fue la desamortización de sus bienes inmuebles ideada por Juan A. Mendizábal
en 1836 y ejecutada en los años posteriores
• Las clases medias, estaban constituidas por un grupo heterogéneo formado por la pequeña burguesía
de comerciantes, pequeños empresarios, funcionarios y profesionales liberales. No fue un sector tan
numeroso como en Europa occidental. Tuvieron más conexiones con el sector progresista y/o
democrático del liberalismo
• La clase baja formaban el grueso de la población, al igual en todas las épocas. El campesinado siguió
siendo el grupo mayoritario, cuantitativamente hablando, en España. En el sur abundaban los
jornaleros, que sufrían duras condiciones de vida, los grandes sacrificados de las reformas liberales,
sin reconocerles los derechos sobre tierras señoriales ni comunales. No pudieron comprar las tierras
desamortizadas. En el centro y norte peninsulares, abundaban los campesinos pequeños propietarios
de tierra. El proletariado era una clase en ascenso, nutrida por el éxodo rural y por los antiguos
artesanos de talleres gremiales, ahora proletarizados. Comenzaron a tener peso en las zonas de mayor
industrialización: Cataluña y País Vasco.
La clase obrera sufría duras condiciones laborales y de vida: jornadas laborales superiores a las doce horas
diarias, extensión del trabajo de mujeres y niños con menores salarios, inseguridad laboral, falta de higiene en
el trabajo y en las viviendas y ninguna prestación social (vacaciones pagadas, pensiones de jubilación, bajas
por enfermedad, subsidios de paro, etc.…). Por su parte, las condiciones del jornalero agrícola tampoco eran
mejores, con salarios de hambre, paro estacional y carencia absoluta de tierra propia.
Las primeras manifestaciones del movimiento obrero se dieron en Cataluña con destrucciones de máquinas
y fábricas (ludismo) como el incendio de la fábrica de vapor de Barcelona. El siguiente paso sería la creación
de mutualidades o sociedades de socorros mutuos para cubrir las necesidades de asociados por enfermedad o
vejez y en las huelgas. En Andalucía el hambre empujó a la ocupación ilegal de tierras pero su carácter local y
poco organizado facilitó la intervención militar y la represión. El bandolerismo fue otra solución vital.
En el Sexenio Democrático el movimiento obrero alcanzó un gran desarrollo debido a que el
reconocimiento de la libertad de asociación facilitó que las organizaciones obreras saliesen a la luz y se
expandieran. Coincidió con el establecimiento de la Primera Internacional en Londres. Bakunin envió a
Giuseppe Fanelli para organizar la sección española de la AIT dentro de la corriente anarquista. Se crearon
dos: una en Madrid y otra en Barcelona.
Por su parte, en 1871, llegó a Madrid Paul Lafargue, yerno de Marx, para reconducir hacia el marxismo a
los internacionalistas españoles. Lo consiguió en un grupo de la sección madrileña, que constituyó la Nueva
Federación Madrileña, en la que estaba el tipógrafo Pablo Iglesias.
Ya desde el primer momento se estableció la clara división del movimiento obrero español entre
anarquistas y socialistas. Cuando esta separación se materializó rotundamente en 1872 en la Internacional, la
Federación Regional Española de la AIT se adhirió a los principios anarquistas, rechazando los marxistas, por
lo que se consolidó la corriente anarquista en el movimiento obrero español. La Federación, fiel al
apoliticismo anarquista, no intervino en las elecciones en la Primera República. El apoyo a la insurrección
cantonalista y su fracaso supuso la muerte de la Federación. Serrano decretó la ilegalidad de la AIT y de las
asociaciones obreras que se extinguieron o pasaron a la clandestinidad. Desde 1881, el clima comenzó a ser
más favorable para las organizaciones obreras al subir Sagasta al poder. En 1887 se dio la legalización
definitiva de las mismas. La importancia de la clase obrera aumentó, además por la progresiva
industrialización. Socialistas y anarquistas se fueron organizando por separado, y a partir de 1879 aparecieron
las organizaciones católicas.
La corriente anarquista fue la mayoritaria en el movimiento obrero español. Los anarquistas rechazaban la
acción política. En España fue muy activo el sector anarquista donde predominaban las ideas de Kropotkin,
partidario de la violencia terrorista de la “propaganda por el hecho”. En los años noventa se entró en una
dinámica de atentado, represión con fusilamientos, nuevo atentado como represalia y nueva represión.
Un grupo madrileño, donde dominaban los tipógrafos con Pablo Iglesias como figura fundamental,
fundaron en la clandestinidad el PSOE en 1879, cuyas aspiraciones eran la abolición de clases, la
emancipación de los trabajadores, la transformación de la propiedad individual en propiedad social, y la
posesión del poder político por la clase trabajadora. En 1888 se creó la UGT como sindicato del partido.
Cuando se fundó la Segunda Internacional, el PSOE envió una delegación.
En el año 1890 se estableció el primero de mayo como día del obrero. El PSOE convocó manifestaciones
en Madrid, Barcelona y Bilbao el 4 de mayo (domingo). La patronal optó por los despidos en la última ciudad.
En respuesta, se desencadenó una huelga general en Bilbao donde las condiciones de vida de los obreros eran,
además, peores. Es una victoria de los obreros: jornada promedio de 10 horas, abolición del truck system y
fin de la obligación de residir en barracones.
El jesuita Antonio Vicent fundó en 1879 los Círculos Católicos a imitación de los Círculos obreros
franceses. Eran casinos populares para apartar a los obreros de las tabernas y contaban con el apoyo de los
patronos. En 1891, el Papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum, como respuesta de la Iglesia al
auge del movimiento obrero. En la encíclica las organizaciones católicas encontraron una carta de derechos
sociales, así como la doctrina oficial de la Iglesia en materia social. La Iglesia quería que los círculos
adquiriesen un cariz social y en 1895 se constituyó en Madrid el Consejo Nacional de las Corporaciones
Católico-Obreras, que agrupaba a los círculos, cooperativas y patronatos católicos. A las organizaciones
católicas se les acusó de amarillismo por su actitud colaboracionista con los patronos y por su posición
contraria a los sindicatos obreros reivindicativos o de clase.

LA VIDA COTIDIANA:
El panorama social en 1900 había cambiado notablemente desde 1800. Aunque en el campo los cambios
no fueron muy perceptibles, en las ciudades, sin embargo, la vida se transformó en gran medida, sobre todo a
partir de la década de 1830. Los viejos conventos y palacios señoriales fueron sustituidos por las mansiones
burguesas de los ensanches, y crecieron los barrios populares. Se hicieron sitio las estaciones del ferrocarril,
los tranvías, los mercados cubiertos y los centros de administración.
Las antorchas fueron cambiadas por faroles de gas, y a finales de siglo por farolas eléctricas. La
electricidad, fruto de la segunda Revolución Industrial (la del petróleo), se instaló también en las fábricas y en
los trenes y tranvías. También se instaló, a mediados de siglo, la traída de aguas.
Los barrios se clasificaron según la renta, y sus viviendas eran un fiel reflejo de la distribución de la
riqueza en la sociedad capitalista. Desde las zonas residenciales, hasta las barriadas obreras; pasando por los
centros urbanos donde tenían su sede la Administración, los bancos, las compañías financieras o los bufetes.
Esto cambió considerablemente el aspecto de las urbes, aunque los adelantos tardarían aún muchos años en
llegar al campo.
Otra de las características de este siglo es la aparición de los centros de ocio, que variaban según las clases
sociales. La alta burguesía y la aristocracia se reunían en los salones de sus palacios, en donde se solían
celebrar tertulias artísticas o literarias (como las de Emilia Pardo Bazán) además de fiestas particulares. Los
profesionales de clase media se reunían en los cafés (como La Fontana de Oro), para sus charlas cotidianas o
políticas. Estos lugares era donde a menudo se fraguaban las revueltas, tradición fundada por las Sociedades
Patrióticas de 1820. Los ateneos (como el Ateneo de Madrid) tenían una finalidad más elitista y cultural, y en
ellos se iniciaban los futuros políticos y se discutían temas literarios o sociales. A las clases populares no les
quedaba otro lugar que las tabernas para desahogarse, o la ópera, en donde solían ocupar el gallinero y
cruzarse con las familias de la alta sociedad, que tenían reservado su propio palco.

2. Transformaciones culturales en el siglo XIX.

Las transformaciones económicas y los cambios sociales que se produjeron a lo largo del siglo XIX
tuvieron también su correlato en la vida cotidiana, la cultura y las mentalidades de los españoles de este
periodo.
Las innovaciones técnicas y la introducción de servicios públicos produjo cambios muy significativos en la
vida cotidiana; la desamortización generó en las ciudades un proceso de especulación inmobiliaria que llevó a
la construcción de edificios de varias alturas, con una clara estratificación social en altura; la configuración
urbana sufrió importantes cambios con la aparición de los ensanches (Plan Cerdá en Barcelona y Plan Castro
en Madrid), barrios destinados a la nueva clase dirigente; la introducción de servicios de saneamiento, agua
potable, alumbrado público se fue generalizando en muchas ciudades españolas. Los transportes supusieron un
elemento de cambio muy importante, al favorecer la movilidad de la población.
Todas estas transformaciones no impusieron, sin embargo, un cambio profundo en las mentalidades, la
gran mayoría del país seguía viviendo en el ámbito rural, manteniendo costumbres casi ancestrales, con
altísimos niveles de analfabetismo, alejados de la realidad política del país. La mentalidad católica
impregnaba, además, las prácticas sociales. A pesar de todo, la revolución liberal transformó en parte la vida
intelectual y cultural del país, los cambios legislativos se tradujeron en el desarrollo de cierta libertad
intelectual, sobre todo en la década de los 30. La consolidación del liberalismo doctrinario a partir de 1845
con el moderantismo propició la reinstauración de la censura de prensa y devolvió el protagonismo a la Iglesia
como agente de control de la cultura.
La situación de la mujer no varió sustancialmente, las escasísimas posibilidades de formación,
independencia y libertad personal siguieron siendo su seña de identidad. La vida de las mujeres en el siglo
XIX se mantuvo limitada a la esfera de lo privado, su papel en la sociedad era el de esposa, madre y
administradora de la casa. Sólo entre ciertas élites intelectuales encontramos mujeres que pudieron completar
estudios de alto nivel.
La difusión de la educación en el siglo XIX estuvo relacionada con el desarrollo económico y el aumento
de población urbana. Al terminar el siglo la proporción de analfabetos ascendía a casi 273 partes de la
población. Los gobiernos isabelinos fueron los primeros que abordaron la necesaria reforma educativa; la Ley
Moyano de 1857 estableció un sistema basado en tres niveles, educación primaria, secundaria y superior;
garantizaba el acceso a la escuela primaria, pero en la práctica nació lastrada por la falta de centros y el acceso
restringido de las universidades. Durante la Restauración la educación en España estuvo marcada por el
predominio de una enseñanza tradicional, basada en métodos anticuados y poco críticos, que rechazaba las
aportaciones científicas y estaba sometida a fuerte vigilancia por la jerarquía de la Iglesia Católica, en parte
debido a que los gobiernos canovistas devolvieron a la Iglesia parte del terreno perdido en los años anteriores
al permitir el aumento de los colegios religiosos.

TRANSFORMACIONES CULTURALES:
Los cambios culturales en la España del siglo XIX se abrieron paso con dificultad ante las fuertes
resistencias y pervivencias de la vieja cultura oficial eclesiástica. Las características generales de la cultura del
siglo XIX son:
 la influencia (aunque poca) de las corrientes europeas,
 la convivencia entre tradición (principalmente eclesiástica) y progreso,
 el elevado grado de analfabetismo
 y el escaso interés por la cultura y la ciencia.
Realmente no se puede hablar de una mentalidad homogénea en todos los colectivos sociales, por ejemplo,
dentro de la mentalidad popular había desde carlistas hasta anarquistas. Dentro de la mentalidad burguesa, al
no ser consciente de una unidad de clase social, tampoco pueden tener una unidad en mentalidad. Destacar
también la mentalidad del ejército se basa en el honor, la honra, la victoria...
Los cambios se producen a partir de corrientes europeas, que son el krausismo, el positivismo y el
darwinismo.
1. El krausismo, de origen alemán, plantea un modelo nuevo de pensamiento basado en la razón, la
conciencia, la disciplina, la tolerancia, la europeización y el anticlericalismo.
Destaca la irrupción del krausismo como modelo de pensamiento. Se trataba de un sistema filosófico
formulado por los alemanes Christian Krause y Heinrich Ahrens, e introducida en España por el profesor
Julián Sanz del Río hacia 1874. Pronto se formará un grupo en el que se encontraban Giner de los Ríos,
Bartolomé Cossío, Canalejas, Fernando de Castro, Rafael Altamira, Salmerón y Azcárate.
Su ideología se basaba en:
 la primacía de la razón,
 la defensa de la libertad de conciencia,
 el culto a las ciencias experimentales,
 liberalismo y tolerancia, moral austera,
 importancia de la disciplina y del cumplimiento del deber individual,
 optimismo en la naturaleza humana,
 anticlericalismo y espiritualismo de carácter místico-panteísta que condujo a buscar la presencia de
Dios en la naturaleza, la más auténtica manifestación divina.
Pensaban también que la falta de libertad había impedido el desarrollo de la ciencia en España, culpando a
la intolerancia católica y a la Inquisición el haber deformado a los españoles hasta convertir nuestro país en un
cuerpo enfermo, sufriendo por esto duros ataques del clero.
Propugnaban la incorporación de las mujeres a la enseñanza, la europeización del país, la reforma de las
costumbres y la confianza en la acción educativa y pedagógica para superar la ignorancia.
La principal obra del krausismo fue la creación en 1876 de la “Institución Libre de Enseñanza” en Madrid,
a la que se añadió en 1907 la “Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas”.
Uno de los pensadores krausitas más importante fue Francisco Giner d los Ríos (1839-1915).De la obra
de Giner son especialmente importantes sus ensayos pedagógicos, que se agrupan en Educación y
enseñanza (1889) y Ensayos sobre educación (1913). En ellos propone un tipo de educación integral, que
forme ciudadanos tolerantes y cultos.
2. El positivismo, de origen francés, introduce el método científico a las ciencias sociales.
El positivismo impulsó: la incorporación de los modernos métodos científicos al estudio de los fenómenos
sociales, dejando de lado las especulaciones metafísicas del pasado. Fueron aplicados a los estudios
sociológicos (Azcárate), antropológicos (Antonio Machado Álvarez) e historiográficos (Altamira).
3. El darwinismo presenta la evolución de las especies.
El darwinismo también penetró entonces. En 1877 Darwin fue nombrado profesor numerario de la
Institución Libre de Enseñanza, siendo González Linares el encargado de difundir sus teorías, provocando
numerosos ataques de la Iglesia.

LA EDUCACIÓN:
La evolución del sistema educativo español en el siglo XIX se ve dividida en diferentes etapas.
1. A finales del siglo XVIII y principios del XIX:
Con influencias de la Ilustración, en España Jovellanos se plantea la necesidad de crear escuelas de
primeras letras (la primaria de la actualidad) en todos los pueblos. En el Trienio Liberal, el poeta Quintana
intenta impulsar la educación en España hablando de la necesidad de que la educación sea pública, gratuita,
uniforme y universal.
2. Durante la década ominosa o absolutista:
El proyecto de Quintana se anula, e incluso el ministro Calomarde cierra universidades y centros
educativos. Durante el reinado de Isabel II, en el gobierno moderado, se proclama la Ley General de
Instrucción Pública o Ley de Moyano (1857), en ella de reglamenta el sistema educativo español: dividiéndolo
en un sistema público y uno privado (en manos de la Iglesia); obligando la escolarización de la mujer; y
estableciendo tres niveles (primaria, secundaria o bachiller y la universidad).
 La educación primaria era obligatoria pero no siempre gratuita y se impartía en los pueblos,
encargados de mantenerla de manera pública o privada y se caracteriza por caer en manos
religiosas y la contradictoria falta de plazas y de demanda.
 La educación secundaria se impartía en institutos (uno por provincia) y accedían a ella minorías
con el fin de ir a la universidad, para ello deberían superar una prueba llamada la Reválida.
 Las universidades estaban organizadas por el Estado en distritos, siendo el distrito Central
(Madrid) el de referencia a partir del cual se controlaba el resto (centralización).
3. Durante el Sexenio:
Se establece la libertad de Cátedra y en la restauración se limita esta libertad, lo que provoca el
surgimiento de una corriente educativa paralela llamada “La Institución libre de enseñanza”. El máximo
representante de esta nueva enseñanza privada y laica es Giner de los Ríos. Basándose en la ideología
krausista intentan despertar la curiosidad por la ciencia y una actitud crítica en el alumno. A finales del siglo
XIX: disminuye el analfabetismo, siendo aún muy altas las tasas.
4. La Restauración:
Tras el Sexenio Democrático, un periodo en el que había existido una amplia libertad de cátedra, la
Restauración significó el establecimiento de una rígida censura contra cualquier manifestación antimonárquica
o contra el dogma católico. Esto hizo que algunos catedráticos fundaran la Institución Libre de Enseñanza,
con una pedagogía de vanguardia.
Fuera de este islote, se mantuvo la enseñanza tradicional, basada en métodos anticuados y poco críticos y
sometida a la vigilancia estricta de la Iglesia católica. Más de 50,000 religiosos y religiosas se dedicaban a la
enseñanza, sobre todo en Primaria, donde apenas intervenía el Estado.
La enseñanza secundaria se ceñía a 50 institutos repartidos por todo el territorio, destinados a los hijos de
familias con posición acomodada.
Esta situación del sistema educativo provocó un gran atraso en el desarrollo científico y la investigación.,
manteniéndose una mentalidad atrasada y tradicional en las clases dirigentes del país.
La Restauración verá algunos de los más decididos intentos por transformar la concepción de la educación
en España. El marco general continuará siendo la Ley Moyano de 1857. El principio de Libertad de Cátedra,
así como la defensa de la libre iniciativa de creación de centros que marcó la obra del Sexenio, lo heredará de
manera desigual el régimen de 1876. Si bien la defensa de la libertad de creación de centros continuará –y al
amparo de ella se fundará la Institución Libre de Enseñanza en 1876-, la libertad de cátedra se verá
cuestionada por el decreto Orovio, que cuestionaba la ortodoxia moral y los contenidos de la enseñanza
universitaria. La segunda cuestión universitaria dominará la política universitaria hasta mediados de la década
de los ochenta.
Sin embargo, la Universidad española de finales del siglo XIX se halla estancada, y aunque satisface
cómodamente las exigencias sociales y políticas del periodo no es, de ningún modo, una institución de
investigación.
Más allá de la formación universitaria, la escuela española del periodo finisecular va a verse impulsada al
calor de la disputa entre católicos y krausistas. Según Cossío, en 1885 apenas el 50% de los niños españoles
recibían algún tipo de formación escolar (59% de los niños y 48% de las niñas). La escuela se convertirá en
una preocupación fundamental sobre todo a partir del ministerio de Albareda en Fomento (1881-1882), que
recogerá buena parte de las demandas del Congreso Pedagógico.
Por su parte, tanto los grupos interesados en reducir la influencia de la Iglesia en la sociedad española
como aquellos empeñados en sostenerla, disputarán agriamente por el control de la escuela.
Una escuela que depende de los ayuntamientos –lo que no garantizaba a los maestros una retribución digna
y segura (un maestro en Madrid alcanzaba las 2.500 pesetas anuales, pero había 20.000 maestros que no
llegaban a las 1.000 pts. e, incluso 2.000 no alcanzaban las 250 pesetas)- y en el que el peso del Estado es
mayor que en la enseñanza secundaria. La Iglesia desempeñaba un papel secundario en la enseñanza primaria
pública (apenas 276 escuelas, que contrastan con las 687 de carácter privado).
La defensa de la libertad de creación de centros, así como la escasez del número de Institutos públicos,
hará de los colegios de secundaria el meollo de la participación privada en la educación. La Iglesia contaba
con un elevado número de centros, pero también existían numerosos colegios seglares o laicos que compartían
con aquellos el carácter de colegiados (incorporados a un Instituto). Los alumnos, que en 1876 se distribuían a
mitades entre Institutos provinciales y colegios incorporados, progresivamente se orientarán hacia estos
últimos, superando en un 50% el número de alumnos de los Institutos en 1900. Entre los centros no religiosos
destaca, por su influencia en la política educativa del siglo XX, la Institución Libre de Enseñanza, un elitista
colegio fundado por algunos de los profesores expulsados de la Universidad por el decreto Orovio, y que
intentó poner en práctica una enseñanza basada en los principios krausistas de su impulsor, Giner de los Ríos.
La enseñanza era cara (370 pts. costaba lograr el título de Bachiller en 1895), lo que ponía la enseñanza
secundaria sólo al alcance de la clase media (los obreros sólo disponían de la enseñanza primaria).
Únicamente los varones podían acceder al Instituto, pues hasta el curso 1910/1911 no empezó a funcionar un
Instituto femenino en Barcelona.
Fuera del ámbito reglado encontramos una amplia oferta de educación orientada hacia la clase obrera y
significada por su fuerte contenido ideológico. Ateneos republicanos, escuelas libertarias, círculos católicos de
obreros o escuelas en las casas del pueblo socialista, disputan encarnizadamente por atraerse al pueblo a sus
respectivos centros de instrucción, propaganda y recreo. Al amparo de la ley de Asociaciones de 1887, y al
margen de sus diferencias ideológicas, este tipo de instituciones ofrecían un tipo de servicios semejantes:
bibliotecas, salas de lecturas, exposición de periódicos, veladas literarias, conferencias, comparten espacio con
el café y los juegos, aspirando a convertirse en un espacio de convivencia y de difusión cultural abierto a
amplios sectores de la población.

LA PRENSA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XIX:


Fue uno de los principales vehículos de expresión y creación de estados de opinión y de difusión de las
corrientes culturales europeas. A través de la prensa se dieron a conocer las obras de los principales escritores
e intelectuales y, sobre todo, los acontecimientos más destacados de la época.
La prensa, a inicios del XIX, se caracteriza por reflejar los estados de opinión y la difusión de las
corrientes culturales. Ya tuvo una resonante importancia durante el Trienio Liberal, llegándose a publicar más
de medio centenar de periódicos. Los periódicos de este periodo apenas incluían información, trataban de
temas políticos y científicos y eran de pequeño formato.
En los años treinta adquiere una dimensión nacional y se utiliza para expandir el liberalismo con periódicos
como “La Época” y “La Iberia”. La nueva prensa se caracteriza por educación y la información, teniendo
distintas secciones: crítica literaria, sucesos, negocios, sesiones de Cortes, espectáculos, humor, cuentos
folletines, además de incluir publicidad. El primer periódico de estas características fue el “El Faro de Vigo”,
publicado en 1853.
A partir de los sesenta surge la prensa informativa (con la invención del telégrafo y el surgimiento de las
agencias de noticias, estas tienen mayor uniformidad), las revistas especializadas y una prensa que intenta se
lo más objetiva posible con periódicos como “El Imparcial” y “El liberal”.
Desde los años 60, la madurez y el pluralismo de la prensa española se manifiesta en la aparición de un
nuevo tipo de periódicos de información general, como “El Imparcial” o “La Correspondencia de España” y
de nuevas publicaciones de prensa especializada y de revistas ilustradas como “La Ilustración Española y
Americana” de 1869.
Los periódicos más destacados son:
 En Madrid (Bajo el reinado de Isabel II):
- La Época, de tendencia conservadora.
- El Imparcial, de tendencia liberal, que publicada un suplemento literario interesante, dirigido por
Ortega Munilla (padre de José Ortega y Gasset), donde se publicaron texto de José Zorrilla, Emilia
Pardo Bazán y los autores del 98.
 En Barcelona (en la Restauración):
- Diario de Barcelona (editado entre 1792 y 1994, con algunas interrupciones).
- La Vanguardia (1881).
- La Veu de Catalunya (1891), publicado en catalán.
Desde 1883 proliferará la prensa escrita. Aparecen los periódicos obreros, como “El Socialista” y “Tierra y
Libertad”, y las revistas ilustradas satíricas, como “La Flaca” y el “El Motín”.
El impulso periodístico continuará durante el primer tercio del siglo XX:
 El ABC, fundado como semanario en 1903 y diario desde 1905, con formato de revista (de ideología
conservadora y monárquica).
 El Debate (1910), de tendencia católica.
 El Sol (1917). Promovido por Ortega y Gasset y Salvador de Madariaga.

El ensayo en el siglo XIX.


En El ensayo, al igual que el artículo periodístico, el autor expone libremente sus opiniones acerca de
temas de interés político, histórico, filosófico, literario o científico. Se trata de un género cuya difusión en
España se ha visto enormemente favorecida por la agitada y convulsa historia de nuestro país en los siglos
XIX y XX y que refleja la situación del país y las inquietudes de sus pensadores.
A lo largo del siglo XIX, El ensayo, siempre vinculado a los problemas sociales, fue el vehículo de
expresión de los debates ideológicos de la época. En España fue especialmente intensa la confrontación entre
tradición y modernidad, condicionada por las luchas políticas. Los intelectuales españoles se alinearon en
estos dos grandes bandos, por lo que sus textos a menudo tienen un carácter apologético y polémico.
Entre los ideales de los pensadores tradicionalistas o carlistas destacan el apoyo al absolutismo real y el
mantenimiento del Antiguo Régimen y de los privilegios de la Nobleza y de la Iglesia. Proponían como rey al
pretendiente Carlos, hermano de Fernando VII y su lema era: “Dios, Patria, Fueros, Rey”. Entre los autores
que podemos adscribir a la corriente tradicionalista destacan Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912),
Jaime Balmes (1810-1848) y Juan Donoso Cortés (1809-1853).
Los intelectuales opuestos al catolicismo tradicionalista se agruparon en torno al krausismo, filosofía
creada por el alemán Friedrich Krause (1781-1832). (Esta visión esta descrita anteriormente).

LAS MANIFESTACIONES LITERARIAS Y ARTÍSTICAS:


A grandes rasgos, podemos dividir el siglo en dos mitades: en la primera tienen lugar las revoluciones
liberales, es decir, el ascenso al poder político de la burguesía; en la segunda, la mayoría de las revoluciones
liberales han concluido victoriosamente y la economía capitalista se ha establecido definitivamente. Este
conflicto político-social se refleja en la literatura y en el arte. EL ROMANTICISMO, con su mentalidad
exaltada, corresponde al periodo revolucionario, y contrapone la realidad con el ideal. EL REALISMO, de
espíritu más sosegado y pragmático, trata de expresar la sociedad tal como es, sin idealizarla, y se corresponde
con el segundo periodo.
Por tanto, distinguimos en el siglo XIX dos periodos separados por el Sexenio Democrático:
En el 1º, el ROMANTICISMO HISTÓRICO o liberal,
Impulsado por la influencia de Chateubriand y Walter Scott. La época romántica se inicia con
la restauración de las monarquías absolutas que derrotan a Napoleón en 1815 y acuerdan prestarse auxilio
frente a posibles revoluciones liberales.
La cultura romántica, vinculada al liberalismo, conecta con los movimientos políticos de su tiempo; en
cambio, su exaltación del idealismo y su rechazo de la mentalidad capitalista la distancian de las grandes
transformaciones de la época.
El Romanticismo, al igual que en el Barroco o en el Renacimiento, no se reduce a un fenómeno literario,
sino que abarca todos los aspectos de la cultura de la época (desde la política hasta el arte, desde la literatura
hasta las modas), porque en el fondo viene a consistir en una especial actitud frente a la vida.

Manifestaciones literarias.-
La poesía romántica, además de aparecer tardíamente, fue un movimiento bastante efímero, que duró
apenas una década (1834- 1844). Se caracterizó por su estilo retórico y altisonante, y no alcanzaría toda su
sencilla hondura hasta el periodo que conocemos como posromanticismo.
La poesía lírica adquirió un gran auge durante el Romanticismo, al tratarse del género más apto para la
expresión de sentimientos y las actitudes de la época. Los románticos realizaron grandes innovaciones en
la versificación, y los temas abarcan una gama de sentimientos reiterativa: la mujer ideal, el desengaño
amoroso, la soledad. Abandonadas las restricciones que imponía el neoclasicismo, la libertad de creación
permitió la búsqueda de un estilo personal.
José de Espronceda (1802-1842) es un claro representante del Romanticismo exaltado, lo cual se
muestra en su estilo poético. Sus obras más importantes son: El estudiante de Salamanca, El diablo mundo
quedó inacabado. Y las poesías líricas sueltas, entre las que destacan: A Jarifa en una orgía, El verdugo,
Canción del cosaco, La canción del pirata, y el Himno al sol.
En poesía, cuando el Romanticismo exaltado de la primera época va quedando atrás, surge una nueva
mentalidad mucho más moderada y escéptica, que anticipa el realismo. Los autores de esta época fueron:
Rosalía de Castro (1837-1885) y Gustavo Adolfo Bécquer (1837-1871). De Castro nació en Santiago de
Compostela, escribió en gallego sus Cantares, y su obra más importante es la colección de poemas En las
orillas del Sar, escrita en castellano. La obra poética de Bécquer consta de 78 rimas que logran conmover
utilizando un estilo sencillo pero con gran sentimiento.
La novela romántica se desarrollaba generalmente en épocas pasadas, en especial en la Edad Media. Esto
se debe a que los románticos consideraban que la sociedad moderna era prosaica y poco interesante desde el
punto de vista estético. En prosa, la novela histórica no consiguió una producción tan importante como en
otros países, pero el agudo costumbrismo de Mesonero Romanos y, sobre todo, de Larra impulsó la aparición
de la novela realista. En España tuvo poco desarrollo y la obra más interesante de este género fue El señor de
Bembibre (1844), de Enrique Gil y Carrasco (1815-1846).
En esta época el costumbrismo. Trata, en forma de artículo periodístico, las costumbres populares,
personajes y oficios típicos del país. Representantes del costumbrismo: Ramón de Mesonero Romanos
(1803-1882) y su obra La buenaventura; y Mariano José de Larra (1809-1837), y su obra El doncel de don
Enrique, el Doliente.
En cuanto al teatro romántico, el drama fue el género por excelencia de la literatura romántica, que
expresa el conflicto de la época: el choque de los ideales y la conciencia individual del protagonista con la
realidad.
El teatro del Duque de Rivas tiene dos etapas, una neoclásica y otra romántica. Don Álvaro o la fuerza del
sino, escrita en 1833, marca el giro hacia el Romanticismo. Este drama supone el triunfo definitivo del
Romanticismo. El tema principal es la fatalidad, el sino, que persigue al protagonista.
Con respecto a las obras dramáticas de José Zorrilla pueden clasificarse, de acuerdo con su temática,
en dramas bíblicos, dramas de enredo y dramas históricos, que son la mayoría. Don Juan Tenorio (1844)
Es, sin duda, su obra teatral más famosa. Está basada en El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y en El
estudiante de Salamanca, de Espronceda.

Manifestaciones artísticas.-
La arquitectura compaginó elementos modernistas (ensanches de Barcelona y Madrid) con la historicista
(neoclásico, neogótico, neomudéjar).
Como consecuencia de la revolución industrial, se produce una inmigración importante entre el mundo
rural y las ciudades creándose espacios múltiples en los que conviven las ordenadas zonas burguesas con los
suburbios en los que se asienta la clase trabajadora. De esta forma, nace la necesidad de desarrollar proyectos
de urbanismo de forma que se planificara el crecimiento de la ciudad de manera que los distintos elementos
que la conforman puedan cumplir sus funciones.
Dos proyectos urbanísticos son desarrollados casi simultáneamente bajo el impulso de Isabel II, Son
los ensanches de Madrid y Barcelona, El de Madrid encargado a Carlos María de Castro, arquitecto e
ingeniero, y el de Barcelona, a Ildefons Cerdá i Sunyer, ingeniero. Ambos tienen muchas cosas en común,
por ejemplo, el ancho de las calles, el diseño de manzanas para la edificación, la necesidad de zonas verdes, la
estructura en forma de damero, etc.
En cuanto a la arquitectura nacional, se encuentra al estilo mudéjar como el isabelino los estilos nacionales.
Arquitectos españoles importantes son Matías Laviña: restauración de la Catedral de Santa María de
Regla de León, Aníbal Álvarez Bouquel, Narciso Pascual y Colomer (1808-1870): Congreso de los
Diputados, palacio del marqués de Salamanca, hoy Banco Hipotecario, que tienden a lo isabelino. Más cerca
del mudéjar están Emilio Rodríguez Ayuso, (1845-1891) que construye múltiples plazas de toros; Lorenzo
Álvarez Capra, que hace la Virgen de la Paloma en Madrid; Juan Bautista Lázaro, gran restaurador: Santa
Cristina de Lena, San Miguel de la Escalada y la Catedral de Santa María de Regla de León; Francisco de
Cubas, que construye la Almudena en Madrid y la parroquia de Santa Cruz; Joan Martorell, que hace
el palacio del Marqués de Comillas; y Federico Aparici: la Basílica de Covadonga.
La pintura fue más rica y variada. El neoclasicismo dio pasó a los románticos. El género del retrato
dominará por encima de la pintura religiosa, como espejo en el que los burgueses querían ver reflejado su
prestigio. Así, los nuevos temas que destacarán serán los paisajes y los temas costumbristas.
El género costumbrista, es decir, el género que ofrece una visión popular y folclorista de prácticas y
tradiciones, es el que difunde los mitos románticos y estereotipos españoles. Podemos destacar dos
corrientes: la andaluza y la madrileña.
Dentro del grupo madrileño de artistas podemos al pintor Leonardo Alenza y Nieto (“El suicidio del
poeta romántico”) y Eugenio Lucas Velázquez (“Condenada por la Inquisición” o “las presidentas”).
En Sevilla toda una generación de artistas trabajó con la vista puesta en Murillo y sus escenas religiosas y
para atender a los turistas y burgueses que querían escenas alegres de romería o fiestas locales llenas de
tipismo. En este sentido destacó la familia Bécquer. Su padre, fue el creador de ese género de pintura para
viajeros. Podemos destacar a su hijo Valeriano Domínguez Bécquer y sus obras más representativas: “El
presente” y “El baile de los campesinos”.
Con Antonio María Esquivel tenemos dos muestras de los retratos colectivos: “Los poetas
contemporáneos. Zorrilla leyendo unos versos en el estudio del pintor” y “Ventura de la Vega leyendo una
obra a los actores del teatro Príncipe”.
Hacia mediados de siglo se impone el academicismo de tipo histórico, destacando Eduardo Rosales,
Gisbert, Pradilla y Mariano Fortuny.
A diferencia de lo que sucede en pintura, se caracteriza por la falta de carácter y la desorientación. La
escultura mantuvo viva la tradición neoclásica. Es una época de transición, que alterna elementos clasicistas
con otros criterios que desembocarán en un nuevo realismo. El corto periodo romántico en escultura responde
a encargos oficiales para embellecer edificios o erigir monumentos conmemorativos.
En esta época destaca Ponciano Ponzano. Sus mejores obras son los relieves Hércules y Diomenes y La
Virgen con su hijo en los brazos. José Gragera (1818-1897) es la representación más clara del romanticismo
en nuestro país. Sus obras más representativas: el monumento a Juan Álvarez Mendizábal, y el monumento a
Don Simón de Rojas Clemente.

El 2º periodo el REALISMO se impone en su vertiente naturalista.


La época del realismo comienza como consecuencia del movimiento revolucionario de 1848, cuya
novedad fue su carácter democrático, con participación de las masas obreras. Esto provocará el abandono de
la revolución por parte de la burguesía, que ahora busca estabilidad y moderación.
En la segunda mitad del siglo XIX se producen grandes transformaciones sociales: el crecimiento de la
industria va asociado a la concentración de la población en grandes ciudades, y al mismo tiempo los países
más desarrollados (Inglaterra, Francia) se expanden por todo el mundo, creando grandes imperios coloniales.

Manifestaciones literarias.-
El realismo se introduce con bastante retraso. En el primer periodo de la Restauración (1874- 1885) es
cuando se publican la mayoría de las novelas realistas, coincidiendo con el afianzamiento de la burguesía.
La novela realista describe la transformación de la sociedad desde posturas diversas:
 Algunos escritores, como José María Pereda, añoran la sociedad agraria y tradicional y desconfían
de las ideas modernas.
 Otros, como Galdós y Clarín, defienden la modernización a fondo y critican a los sectores
tradicionalistas.
El conflicto entre ambas posturas se plasma, en muchas novelas, en el enfrentamiento entre
lo rural (depositario de los valores morales y religiosos para unos, atraso y superstición para otros) y
lo urbano.
El realismo presenta una marcada tendencia regionalista. Los escritores suelen ambientar sus obras en los
entornos que les son más próximos
Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero) es la autora más representativa de la narrativa posromántica,
de transición entre el costumbrismo y el realismo. Su obra más representativa es La gaviota. De entre las
novelas de Pedro Antonio de Alarcón destaca El sombrero de tres picos (1874), El escándalo (1875), y El
niño de la bola (1880); de Juan Valera, destaca la obra Pepita Jimenez; y de José María de Pereda destacan
las obras siguientes: El sabor de tierruca (1882), Sotileza (1884) y Peñas arriba (1895).
Sin embargo los autores más representativos de la novela realista fueron:
Benito Pérez Galdós (1843-1920). Nació en Gran Canaria, pero estudió en Madrid, aunque finalmente
dejó los estudios para dedicarse a escribir. Sus ideas políticas le acabaron perjudicando y en los últimos años
de su vida Quedó ciego y atravesó por dificultades económicas.
Es el escritor realista que más escribió y entre su obra hay que destacar:
 Los episodios nacionales.
 Las novelas de primera época. Las dos novelas más representativas son "Doña Perfecta"(1876) y
"Gloria"(1877)
 Las "Novelas españolas contemporáneas". Los principales títulos son: La desheredada (1881), El
amigo Manso (1882), Tormento (1884), La de Bringas (1884), Miau (1888) y Fortunata y Jacinta
(1886-1887), su obra maestra.
 Las Novelas de tema espiritual. Las dos novelas más representativas son Nazarmn (1895) y
Misericordia (1897).
Leopoldo Alas Clarin (1852-1901). Nació en Zamora, pero vivió en Oviedo. Fue muy influenciado por
los krausistas y un firme de defensor de las ideas liberales y republicanas. Destacó por ser muy crítico y
sensible a las injusticias. Su obra narrativa destaca por sus cuentos y novelas cortas. Pero también fue el autor
de dos novelas largas: "La Regenta" y "Su único hijo".
En la producción poética de este periodo, además de la visión subjetiva de Bécquer y Rosalía de Castro se
ponen de manifiesto dos tendencias:
 La escéptica y prosaica de Campoamor (1817-1901).
 La discursiva y retórica de Núñez de Arce (1834-1903).
A pesar de que hoy apenas se valora, la poesía de Campoamor gozó de una fama y un prestigio
extraordinarios en su época. Sus libros poéticos más importantes son: Dolorosas (1846), Pequeños
poemas (1873-1892) y Humoradas (1886). Su estilo es deliberadamente prosaico, sencillo, casi coloquial; y
sus temas se basan en una mentalidad escéptica, irónica.
El naturalismo se introdujo hacia 1882, en medio de una fuerte polémica. Los sectores conservadores lo
consideraban inmoral y opuesto al catolicismo, ya que negaba la libertad del hombre para elegir su conducta.
Emilia Pardo Bazán fue la primera que divulgó y defendió el naturalismo francés en España en el libro La
cuestión palpitante (1881). Otras obras de Pardo Bazán fueron: La tribuna (1882) y Los pazos de
Ulloa (1886).
Hacia 1890 el naturalismo fue diluyéndose, lo que no impidió que Vicente Blasco Ibáñez siguiera
escribiendo con éxito novelas naturalistas a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX. Cabe destacar
entre ellas Arroz y tartana (1894), Flor de Mayo (1895), La barraca (1898), y Cañas y barro (1902).
Manifestaciones artísticas.-
En España el modernismo tuvo una gran expansión, sobre todo en Cataluña. La Escuela Provincial de
Arquitectura de Barcelona creada en 1871 y dirigida por el arquitecto Elies Rogent i Amat sirvió de
impulsión al modernismo, fomentando los nuevos materiales constructivos y aportando las corrientes
modernistas que se estaban expandiendo por Europa. Pero la gran figura de este movimiento es sin
duda Antonio Gaudí capaz de unir en sus proyectos lo nuevo y lo antiguo, lo original y lo tradicional, lo bello
y lo útil, lo personal y lo colectivo, lo catalán y lo universal. Sus obras más representativas: el Palacio Güel,
las bodegas Güel y la casa Calvet.
La pintura española aportó una fuerte contribución al impresionismo francés. Las obras de Velázquez,
Murillo, Zurbarán o Goya despertaron gran interés entre los impresionistas franceses, especialmente en
Manet. Sin embargo, muchos pintores españoles irán a estudiar a París y a Bruselas, donde entran en contacto
directo con la pintura al aire libre. Es el caso de Adolfo Guiard, Darío de Regoyos, Ramón Casas o
Santiago Rusiñol. Será entre 1886 y 1890, cuando los artistas regresan de París y Bruselas, el momento de
recepción de las aportaciones del impresionismo y postimpresionismo.
También se puede hablar de un arte de exaltación del regionalismo en autores como Ignacio Pinazo y
Joaquín Sorolla (Valencia), Romero de Torres (Andalucía) o Zubiarte y Arteta (País Vasco).
Entre ellos, hay que hacer referencia a Joaquín Sorolla (1863-1923). Pintor valenciano. La temática de
Sorolla es variada pero dos temas son muy reiterativos: las playas y las costumbres y trajes populares. Obras
más representativas: Niños en la playa, la Comida en la barca, Baño en la playa, paseo a orillas del mar.
En la escultura, el realismo y el eclecticismo inundan las plazas españolas durante la Restauración
Borbónica. Lo entendemos como la inspiración directa en la realidad que nos rodea. Ricardo Bellver (1845-
1924), Es el autor del Ángel Caído, que se encuentra en el Parque del Retiro de Madrid. Destacan también los
panteones glorificadores de los personajes de la época. Agustín Querol (1806-1909) es autor de la Tumba de
Cánovas del Castill.
Mariano Benlliure (1862-1947), puede ser considerado como el puente con el Modernismo. Una de sus
esculturas decorativas más modernistas es el grupo alegórico que corona el edificio de La Unión y el Fénix.
Entre sus monumentos destaca la estatua ecuestre del General Martínez Campos, la Tumba de Sagasta
(1904), y la Tumba de Canalejas (1912).

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