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LA REALIDAD PSIQUICA

Para hablar, para ser escuchado hoy en el mundo, es necesario dirigirse al mundo, pues el mundo
está entre el público; también él está escuchando lo que decimos. Por lo tanto estas palabras van
dirigidas al mundo, a sus problemas, a su sufrimiento en el alma. Pues yo hablo como psicólogo,
como el hijo del alma que le habla a la psique.

Decir “hijo del alma” es hablar de manera renacentista, florentina, siguiendo los pasos de Marsilio
Ficino, que fue el primero en situar el alma, en el centro de su visión, una visión que no excluye
ningún elemento del mundo porque la psique incluye el mundo: todas las cosas ofrecen alma.
Todas y cada una de las cosas de nuestra artificial vida urbana tienen importancia psicológica.

El renacimiento de una psicología que le devuelva la realidad psíquica al mundo encontrará su


punto de partida en la psicopatología, en las situaciones en las que se produce sufrimiento de la
propia psique, ahí donde siempre nace la psicología profunda, y no en una concepción psicológica
de esa realidad. En ningún otro lugar la divergencia entre la realidad psíquica efectiva y los
conceptos de la psicología se revela tan claramente como en la propia psicología, que hoy está
más agotada que los pacientes que recurren a ella. La psicología profunda busca su propio
renacimiento. Se ha encerrado en sí misma, se ha vuelto pretenciosa y comercial, impregnándose
de la mauvaiase foi que caracteriza al poder camuflado; ya no refleja aquel sentimiento ficiniano,
sino que se adapta insidiosamente a un mundo que desatiende cada vez más el alma. Sin
embargo, la psicología refleja el mundo en el que opera; esto implica que el retorno del alma a la
psicología, el renacimiento de su profundidad, requiere un retorno de las profundidades psíquicas
al mundo.

Veo que los pacientes son ahora más sensibles que el mundo en el que viven: no es que no sean
capaces de percibir las cosas y de adaptarse de “manera realista”, es más bien que la realidad de
los fenómenos del mundo parece incapaz de adaptarse a la sensibilidad de los pacientes. Me
asombra su vitalidad y su belleza, en encontrarse con la inercia y la fealdad del mundo en el que
viven. La conciencia cada vez mayor de las realidades subjetivas –ese refinamiento del alma
resultante de cien años de psicoanálisis – se ha vuelto incompatible con el atraso de la realidad
externa, que durante esos cien años degenero en brutal uniformidad y en degradación.

Cuando digo que los trastornos de los pacientes son reales, quiero decir realistas, conformes al
mundo exterior. Quiero decir que las distorsiones de la comunicación, la sensación de acoso y
alineación, la falta de intimidad con el entorno, el sentimiento de falsedad y de vacío interior, que
implacablemente experimentamos en esta nuestra morada común, son autenticas valoraciones
realistas y no solo percepciones de nuestro yo -intersubjetivo. Mi profesión me enseña que ya no
puedo distinguir claramente entre neurosis del yo y neurosis del mundo, entre psicopatología del
yo y psicopatología del mundo. Me enseña también que situar neurosis y psicopatologías
exclusivamente en la realidad personal es una represión imaginaria de lo que estamos
experimentando verdadera y realmente. Esto implica que mis teorías de las neurosis y las
categorías de la psicopatología deben ser ampliadas radicalmente para que no alimenten las
propias patologías que me dedico a curar.

No hace mucho tiempo, el trastorno del paciente estaba en el paciente. Un problema psicológico
era considerado intra-subjetivo, y la terapia consistía en reordenar la psicodinámica interna.
Complejos, funciones, estructuras, recuerdos, emociones…, la persona interior debía ser
readaptada, liberada, desarrollada. Luego, más recientemente, con las terapias de grupo y las
terapias de familia, el trastorno del paciente fue localizado en sus relaciones sociales: el problema
psicológico era considerado intersubjetivo, y la terapia consistía en reordenar las psicodinámicas
interpersonales en las relaciones entre los compañeros, entre los diversos miembros de la familia.
En ambos casos, la realidad intrapsíquica y la realidad interpsíquica era confinada en lo subjetivo.
En ambos casos el mundo seguía siendo exterior, material y muerto, un simple telón de fondo en
el cual y alrededor del cual la subjetividad hacia su aparición. El mundo no era, pues, el centro de
la atención terapéutica. Los terapeutas que se centraban en él eran de un orden inferior, más
superficial: trabajadores sociales, asistentes, consejeros. El trabajo en profundidad se llevaba a
cabo en la subjetividad de la persona.

Es cierto que la psiquiatría social, ya sea conductista, marxista o social en sentido lato, da mucha
importancia a las realidades externas y sitúa los orígenes de la psicopatología en factores
determinantes objetivos. Según esta teoría, lo que está ahí afuera determina en gran medida lo
que hay aquí dentro. Tal era el sueño americano, un sueño de inmigrantes: cambia el mundo y
cambiarás al sujeto. Sin embargo, estos determinantes sociales siguen siendo condiciones
externas –económicas, culturales o sociales-; no son psíquicos o subjetivos en sí mismos. Lo
exterior puede causar sufrimientos, pero no los padece. Pese a todo su interés por el mundo
exterior, la psiquiatría social se mueve también dentro de la idea del mundo que nos han
transmitido santo Tomas, Descartes, Locke y Kant. Esta visión del mundo como algo externo y no
subjetivo es precisamente la que necesita una nueva elaboración.

Antes de seguir adelante con ella, es preciso recordar la idea de realidad que suele caracterizar a la
psicología profunda. Los diccionarios de psicología y de las escuelas de todas las tendencias
coinciden en que hay dos tipos de realidad. En primer lugar, el término alude a la totalidad de los
objetos materiales existentes, o bien a la suma de las condiciones del mundo exterior. La realidad
es pública, objetiva, social y habitualmente física. En segundo lugar, hay una realidad psíquica, que
no se extiende en el espacio y constituye la esfera de la experiencia privada, que es interior,
imaginativa, y está cargada de deseo. Habiendo separado la realidad psíquica de la realidad
concreta o externa, la psicología elabora diversas teorías para relacionar los dos órdenes, pues su
separación resulta en verdad inquietante. Ello significa que la realidad psíquica no es pública, ni
objetiva, ni física, mientras que la realidad exterior, la suma de las condiciones y los objetos
materiales existentes, carece por completo de alma: puesto que el alma ha sido privada del
mundo, así también el mundo ha sido privado del alma.

Por consiguiente, cuando algo va mal en la vida de una persona, la psicología profunda sigue
buscando la causa y la terapia en la intrasubjetividad y la intersubjetividad. El mundo público,
objetivo y físico de las cosas –edificios y formularios burocráticos, colchones y señales de tráfico,
cartones de leche y autobuses –está excluido, por definición, de la etiología y de la terapia
psicológica. Las cosas están situadas fuera del alma.

La psicoterapia ha intervenido con éxito en el campo de la realidad psíquica entendida como


subjetividad, pero no ha revisado el concepto de subjetividad propiamente dicho. Y ahora se pone
en duda incluso su éxito, porque los trastornos de los pacientes revelan problemas que ya no son
solo subjetivos en el sentido primitivo. Cada vez que la psicoterapia consigue elevar la conciencia
de la subjetividad humana, el mundo en el que están situadas todas las subjetividades se
desmorona. El derrumbamiento se produce ahora en otro lugares: Vietnam y Watergate,
escándalos bancarios que salpican al gobierno, contaminación y delincuencia callejera,
disminución del número de las personas que saben leer y escribir, y aumento de la bazofia, el
engaño y la ostentación. Ahora encontramos la patología en la psique de la política y de la
medicina, en el lenguaje y en el diseño, en los alimentos que comemos. La enfermedad está ahora
“ahí afuera”.

El uso contemporáneo de la palabra “derrumbamiento“ muestra lo que quiero decir. Las centrales
nucleares como Three Mile Island y Chernobil constituyen ejemplos evidentes de
derrumbamientos crónicos y posiblemente incurables. El sistema del tráfico, los sistemas
educativos, el sistema judicial, los gigantes de la industria, los gobiernos municipales, la economía,
la banca… todo está en crisis, se derrumba, o debe ser apuntalado ante la amenaza de un colapso.
Los términos “colapso”,” desorden funcional”, “estancamiento”, “disminución de la
productividad”, “depresión” y “derrumbamiento” son aplicables tanto a las personas como a los
sistemas públicos objetivos y a las cosas que hay dentro de esos sistemas. El derrumbamiento se
extiende a todos los componentes de la vida civil porque la vida civil es ahora una vida artificial: ya
no vivimos en un mundo biológico en el que la descomposición, la fermentación, la metamorfosis
y el catabolismo son los equivalentes de la disfunción en las cosas artificiales. Robert Sardello,
colega y un amigo mío, escribe:

En el siglo XIX era el individuo el que acudía a la terapia; en el siglo XX, en cambio, el paciente que
sufre el derrumbamiento es el propio mundo (…). Los nuevos síntomas son la fragmentación, la
especialización, la “maestría”, la depresión, la inflación, la perdida de energía, las jergas y la
violencia. Nuestros edificios están anoréxicos, nuestras empresas paranoicas, nuestra tecnología
neurótica.

Allí donde se manifiesta el lenguaje de la psicopatología (crisis, derrumbamientos, colapso), la


psique habla de sí misma en términos patologizados y se presenta como sujeto del pathos. De la
misma manera que el derrumbamiento aparece en todos los síntomas de la lista de Sardello, así
también aparece la psique o la realidad psíquica. Precisamente gracias a su derrumbamiento, el
mundo está entrando en una nueva fase de conciencia: al llamar la atención sobre sí mismo por
medio de sus síntomas, comienza a tomar conciencia de sí mismo como realidad psíquica. El
mundo es ahora objeto de un enorme sufrimiento y presenta una serie de síntomas graves y
llamativos, por medio de los cuales se defiende del colapso. A la psicoterapia y a quienes la
practican corresponde, pues, retomar aquella línea iniciada por Freud y que consiste en examinar
la cultura con ojos de patólogo.

Freud, en las p{aginas finales de El malestar en la cultura, escribía:

Hay una pregunta que me resulta difícil rehuir. Si el desarrollo de la civilización tiene (…) tantas
semejanzas con la evolución del individuo (…) ¿no estará justificado el diagnostico según el cual a
algunas civilizaciones –y posiblemente toda la humanidad –se han vuelto neuróticas? Una
disección analítica de tales neurosis podría dar lugar a recomendaciones terapéuticas de gran
interés práctico.
Traslademos lo que Freud pensaba sobre la neurosis y sobre su análisis terapéutico desde la
comunidad de los individuos hasta la esfera comunitaria.
Este análisis, así como el eros terapéutico que lleva al psicólogo hacia el mundo convertido en
paciente, está viciado desde el principio, desde que se intento localizar en la subjetividad
individual la disfunción del mundo. La psicología profunda ha sostenido que la arquitectura no
podrá cambiar como tampoco la política o la medicina, mientras los arquitectos, políticos y
médicos no se psicoloanalicen; y ha insistido en que la patología del mundo exterior deriva
simplemente de la patología del mundo interior. Los trastornos del mundo son obra del hombre,
son representaciones y proyecciones de la subjetividad humana.

Pero esta visión ¿no es acaso, por parte de la psicología, una negación de las cosas tal como son a
fin de conservar su propia visión del mundo? ¿No será que la psicología no es consciente de sus
propias “defensas del yo”? Si la psicología profunda se equivoca en este punto, entonces habrá
que darle la vuelta a otra de sus defensas: la idea de proyección. No es solo que mi patología se
proyecte sobre el mundo, sino que este me inunda con su sufrimiento desoído. Después de los
cien años de soledad del psicoanálisis, soy más consciente de lo que proyecto hacia el exterior que
de lo que la inconsciencia del mundo proyecta sobre mí.

Trabajar con un paciente dos o incluso 5 horas a la semana, y ampliar ese trabajo a una terapia del
entorno, de la familia o de los compañeros de oficina, no puede impedir que la infección psíquica
se extienda como una epidemia. No podemos vacunar el alma individual, ni aislarla contra las
enfermedades del alma de mundo. Un matrimonio que se rompe puede ser analizado en sus
raíces intra-e inter-subjetivas, pero mientras no tomemos también en consideración los materiales
y la decoración de las habitaciones donde reside ese matrimonio, el lenguaje que utiliza, la ropa
con la que se viste, los alimentos, y el dinero que comparte, los fármacos, y cosméticos que usa,
los sonidos, olores y sabores que a diario entran en el corazón de ese matrimonio, mientras la
psicología no deje entrar al mundo en la esfera de la realidad psíquica, no habrá ninguna mejoría,
antes bien, cargando sobre la relación humana y sobre la esfera subjetiva la inconsciencia
reprimida que se proyecta desde el mundo de las cosas, estaremos contribuyendo a la destrucción
de ese matrimonio.

La inclusión de estos materiales en la terapia puede tener un efecto práctico inmediato. Los dos
conyugues ya no se concentraran solo en sí mismos y en su relación, sino que volverán juntos la
mirada hacia las ofensas que les inflige el mundo. La rabia personal mutua se transforma en
indignación con el mundo que los rodea, e incluso en compasión, a medida que despiertan de su
anestesiado sopor subjetivista. Salen de la gruta con una nueva actitud ante la posibilidad de
amistad, para adentrarse como compañeros de armas en la luz solar saturada de smog, que el
psicoanálisis les había presentado como un lugar de meras sombras, simple escenario y
maquinaria sobre cuyo telón de fondo ponían en escena su drama inter-e intra-subjetivo.

Ahora pueden analizar las fuerzas sociales, las condiciones ambientales, el diseño de las cosas que
los rodean, con la misma agudeza que hasta entonces habían reservado solo para sí mismos.
Quienes estaban haciendo una terapia de pareja se convierten en la pareja terapéutica que tiene
el mundo por paciente.

Autor: James Hillman

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