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Centro de Investigaciones interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades

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C iencias de la materia
génesis y cvolu :ión de sus conceptos fundamentales

El universo y el
razona iento cope rnicano

Universidad Nacional Autónoma de México


A partir de averiguar qué lugar ocupa la Manuel Peimbert
Tierra en el universo y la idea de
universo, se logró conocer los movi- Es doctor en astrono-
. . . mía por la Universidad
mientas planetarios, curiosidad que de Caiifomia. Ha rec¡
impulsó al pensamiento científico a b¡d0i entre otros: el
aceptar que nuestro planeta no ocupa premio de Ciencias de
un lugar privilegiado en el cornos. Extra- la Academia de la In-
polando esta idea, definida como razo- yestigBción Científica,
namiento copernicano, Manuel Peimbert | ud|e6 y ag| p,Ie^¡o
analiza, con una gran capacidad de Nac¡0nal de Ciencias
síntesis, la evolución del concepto de y Artes en física y ma-
universo, y destaca la importancia de temáticas. Fue presi-
distinguir entre dos conceptos: Universo d e n t e , d e la Unión
im lw n t-n n
y universo n k n n n in U In
observable wy señalan n ñ n ln
que AStTOnÓmiCa. _ . Intema-
. .
1 , , , , ’ . . . cional. Es miembro de
actualmente las preguntas son si el uní- |a Academia de Cien-
verso es único, si siempre ha existido, si Cias de EUA y de la
tuvo un principio y si tendrá un final. Con del Tercer Mundo. Es
este planteamiento revisa, desde las investigador del insti-
teorías geocéntrica y heliocéntrica, la tut° de Astronomía y
, ., , , . ... profesor de la Facul-
gran explosion la constante cosmologica tKad de C¡enc¡as de |a
y la edad del universo, hasta la evolu- unam.
ción de las galaxias con la distancia.
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Ciencias de la materia: génesis y evolución
de sus conceptos fundamentales
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INGENIERÍAS Y TECNOLOGÍAS
Manuel Peimbert

Universidad Nacional Autónoma de México

Centro de Investigaciones Interdisciplinarias


en Ciencias y Humanidades
Coordinación de Humanidades
México, 1998
Edición científica:
Rogelio López Torres
Diseño de portada:
Ángeles Alegre Schettino y Lorena Salcedo Bandala
D.R.© 1998
Universidad Nacional Autónoma de México
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias
en Ciencias y Humanidades
Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F.

Impreso en México/Printed in México


ISBN: 968-36-7364-3
Es doctor en Astronomía por la Universidad de
California en Berkeley. Ha recibido diversos
premios y distinciones entre los que destacan: el
Premio de Ciencias de la Academia de la
Investigación Científica: medalla GuiUaume Budle
del College de France y Premio Nacional de
Ciencias y Artes en el área de Física y
Matemáticas. Fue presidente de la Unión
Astronómica Internacional. Es miembro de la
Academia de Ciencias de Estados Unidos y de
la Academia del Tercer Mundo. Actualmente se
desempeña como investigador del Instituto de
Astronomía y es profesor de la Facultad
de Ciencias en la u n a m .
EL U N IV E R S O
Y EL R A Z O N A M IE N T O
C O P E R N IC A N O

INTRODUCCIÓN

A lo largo del tiempo nuestra ¡dea del lugar que ocupa la


Tierra en el Universo y, por ende, nuestra idea de Universo
se han ¡do modificando. En gran medida los cambios se han
debido a la inveterada costumbre humana de observar el
cielo y de volver la mirada hacia la superficie terrestre. Ac­
tualmente no resulta extraño contemplar la salida del Sol,
verlo recorrer la bóveda celeste, en la tarde verlo ponerse
en el Oeste y luego, en la noche, ver cómo todas las estre­
llas, o la Luna, se mueven en el cielo hasta que vuelve a
aparecer el Sol; y nada de esto nos hace creer que somos
el centro del Universo. Después de milenios de observar el
cielo, el hombre ha podido discernir entre el movimiento
de la Luna, que da vueltas a la Tierra, el movimiento del Sol,
que da vueltas la Tierra, y el movimiento de las estrellas,
debido a la rotación de la Tierra. Todas estas ¡deas que aho­
ra nos resultan familiares, en otro tiempo, no hace mucho,
fueron motivo de todo género de discusiones y polémicas.
Lo que todavía no termina es el impulso que dio al pen­
samiento científico aceptar que la Tierra no ocupa un lugar
privilegiado en el Universo; este impulso es de tal enver­
gadura que actualmente se discute si el Universo es único,
s¡ ha existido siempre, si tuvo un principio, si tendrá un
final. A esta extrapolación de la idea de que la Tierra no es
el centro del Universo, la llamo aquí razonamiento co-
pernicano.
La evolución de nuestro concepto de Universo y la apli­
cación del razonamiento copernicano nos llevan a
considerar que los objetos en el universo observable, e in­
cluso el Universo mismo, no se encuentran ni en un lugar
privilegiado ni en un tiempo privilegiado. Veremos cómo
el razonamiento copernicano se ha ¡do aplicando cada vez
a espacios mayores del universo observable y cómo en la
actualidad se discute si tiene un límite o si se puede gene­
ralizar indefinidamente.

LA TIERRA NO ES EL CENTRO DEL UNIVERSO

La astronomía griega

Al desarrollarse la astronomía griega surgieron dos teorías ri­


vales sobre el Universo: la geocéntrica, según la cual la Tierra
estaría en reposo mientras los demás cuerpos se mueven y la
heliocéntrica que sostiene que el Sol y las estrellas están in­
móviles, mientras la Tierra y los otros cuerpos se mueven.
Para los griegos el círculo y la esfera eran las figuras
geométricas perfectas y creían que el Universo estaba ínti­
mamente relacionado con ellas. Los movimientos circulares
deberían ser capaces de explicar los desplazamientos en
la bóveda celeste de los siete objetos que se mueven con
relación a las estrellas fijas: la Luna, el Sol, Venus, Mercu­
rio, Marte, júpiter y Saturno; cada uno de estos objetos se
encontraba en una esfera y había una octava esfera, más aleja­
da, que incluía a las estrellas fijas. Eudoxio (c. 400- c. 350 a.C.)
introdujo la geometría en el estudio de la astronomía y
desarrolló el método de la interacción entre la observa­
ción y la teoría. El sistema de Eudoxio explicaba los
movimientos celestes mediante un juego de veintisiete es­
feras que giraban alrededor de la Tierra fija e inmóvil; en
la esfera exterior puso a las estrellas fijas.
Aristóteles (384-322 a.C.), modifica el sistema de
Eudoxio agregando una serie de esferas compensadoras y
aumenta el total de esferas a cincuenta y cinco. Las esferas
que agregó Aristóteles no fueron para mejorar el modelo y
acercarlo más a las observaciones, sino para producir un
mecanismo que pusiera en movimiento a todas las esferas.
Consideraba que el Universo era finito, esférico y con la
Tierra como centro, y que el límite del Universo lo forma­
ba la superficie de la esfera que incluía las estrellas fijas.
La inmovilidad de la Tierra implica la finitud del Universo,
porque la rotación de una esfera con radio infinito alrede­
dor de la Tierra significaría una velocidad de rotación
infinita para esta esfera.
Leucipo (siglo V a.C.), Demócrito (c. 460-c. 370 a.C.) y
Epicuro (341-270 a.C.) sostenían que el Universo era infi­
nito y estaba formado por un número infinito de átomos.
La Tierra estaba formada por una aglomeración de áto­
mos, no era única, no estaba en reposo y no estaba en el
centro del Universo ya que el Universo no tenía un centro.
También consideraban que había otros soles y otros plane­
tas entre las estrellas. Aristarco de Samos (31 0-230 a.C.) es
el primer astrónomo en proponer el sistema heliocéntrico
del que se tiene noticia.
Observando la bóveda celeste desde distintas latitudes,
Eratóstenes (c. 276-c. 194 a.C.) demuestra que la Tierra es
esférica y encuentra que la circunferencia de la Tierra es de
39 400 kilómetros, resultado asombrosamente preciso ya
que el valor obtenido en el presente es de 40 mil kilómetros.
En su bello poema De rerum natura el poeta latino
Lucrecio (c. 94-c. 50 a.C.) retoma la visión de la escuela
atomista sobre el Universo. Algunas de las ideas que desa­
rrolla son: el Universo es infinito, los dioses existen pero
no hicieron ni manipulan al Universo, existen otros plane­
tas habitados, la aceleración de los cuerpos al caer en el
vacío es la misma aunque sus pesos difieran. He aquí un
fragmento representativo de Lucrecio:

En el espacio infinito se m ueven perpetuamente los prin­


cipios infinitos. No puede admitirse, así, que el nuestro
sea el único mundo creado, ya que surgió de choques y
movimientos de aquéllos; en otras partes, pues, tiene que
haber otros mundos nacidos de las mismas causas con sus
hombres y sus fieras. Todo esto lo hace la natura sin la
intromisión de los dioses, que no rigen la inm ensidad de
la natura de las cosas.

Desde la primera mitad del siglo II, época en la que


Ptolomeo trabajó en Alejandría (125-145 d.C.), hasta el
siglo XVI, impera el sistema geocéntrico desarrollado por
Ptolomeo. Alrededor de la Tierra, fija e inmóvil, los plane­
tas, la Luna y el Sol se mueven de acuerdo con un intrincado
sistema de deferentes, epiciclos, ecuantes y movimientos
circulares uniformes. Ptolomeo hablaba de otras esferas
más alejadas, de las cuales la más lejana sería el primer
móvil (primum mobilé).

Copérnico y el razonamiento copernicano

Un precursor importante de las ideas de Copérnico (1473-


1543) fue Nicolás de Cusa (1401-1464); según Cusa el
Universo no es finito ni infinito, es ¡limitado; la Tierra no
es exactamente el centro del Universo ni está exactamente
en reposo; también habla de la existencia de habitantes en
otros objetos celestes.
El sistema de Ptolomeo explicaba de una manera razo­
nable los movimientos de los cuerpos celestes, pero no de
una manera exacta; esto llevó a los grandes astrónomos
posteriores a modificar en algún aspecto el sistema. A ta­
les modelos se les conoce como sistemas tolemaicos, pero las
modificaciones no redujeron significativamente las dife­
rencias entre los modelos y las observaciones. Por su parte,
Copérnico tenía a su disposición observaciones hechas a
lo largo de quince siglos, y al aplicar cualquiera de los siste­
mas tolemaicos encontraba diferencias con las observaciones
que aumentaban con el tiempo; consecuentemente llega a
la conclusión de que no es posible seguir aumentando el
número de esferas, epiciclos, ecuantes y círculos excéntri­
cos para resolver el problema, sino que es necesario plan­
tear un sistema radicalmente distinto. A esta preocupación
habría que agregar algunos argumentos y observaciones,
entre los que se encuentran: los antecedentes de la astro­
nomía griega en favor del sistema heliocéntrico, los escri­
tos de Nicolás de Cusa y que el resultado de Eratóstenes
sobre la esfericidad de la Tierra había sido comprobado
por el descubrimiento de América y la subsiguiente cir­
cunnavegación de la Tierra. El sistema heliocéntrico de
Copérnico es el principio o la base sobre la cual se desarro­
llará una nueva cosmología.
En varias ocasiones Copérnico menciona que la esfera más
lejana es la de las estrellas fijas, lo cual ha llevado a concluir
a muchos historiadores que Copérnico consideraba que el
Universo es finito. Concuerdo con otros historiadores en que
Copérnico no mantenía que el Universo es finito, como
se sigue del siguiente fragmento de De revolutionibus orbium
coelestium (libro primero, capítulo Vlll):

En efecto el movimiento [de la esfera de las estrellas fijas]


es la razón principal con la que se pretende demostrar
que el mundo es finito. Pero dejemos a los filósofos de la
naturaleza la discusión acerca de si el mundo es finito o
infinito; una cosa tenemos cierta: que la Tierra está conte­
nida entre sus polos y su superficie es esférica. ¿Por qué
pues aún dudamos en concederle la movilidad que a su
forma y a su propia naturaleza le conviene mejor anles
que trastornar el mundo entero, cuyos límites ignoramos y
no podemos llegar a saber?

A esta cita siguen cuatro conclusiones importantes: pri­


mera, que al proponer que la Tierra gira sobre su eje,
Copérnico sabe ya que no es necesario que la esfera de las
estrellas fijas gire a gran velocidad, con lo cual se elimina
el principal argumento, según Copérnico, en favor de un
Universo finito; segunda, cuando menos en esta cita no
menciona a la esfera de las estrellas fijas como el límite
del Universo, ya que dice que ignoramos los límites del
Universo; tercera, que es de su conocimiento la existencia
de los dos puntos de vista sobre el tamaño del Universo; y
cuarta, que no se considera filósofo de la naturaleza.
Basado en una postura filosófica más que en argumen­
tos científicos, Giordano Bruno (1 548-1 600) se erigió en el
más ardiente defensor de las ideas de Lucrecio, Cusa y
Copérnico, las cuales difundió y defendió hasta su muerte.
Se lanzó en contra de todos los dogmas simbolizados por
la física de Aristóteles y el Antiguo Testamento. Algunas de
las ideas que le resultaban más caras hoy no sorprenden a
nadie y las hay que han sido demostradas más allá de toda
duda: el Universo es infinito, las estrellas son similares al
Sol y están rodeadas de planetas, en muchos de esos pla­
netas hay habitantes como en la Tierra, la Tierra gira
alrededor del Sol, no hubo diluvio universal, el hombre
apareció desde tiempos anteriores a los bíblicos, las razas
humanas no descienden de una sola pareja. Probablemen­
te la ¡dea más original debida a Bruno, con relación al
Universo, fue que prácticamente rompió la esfera de las
estrellas fijas, ya que alegaba que las estrellas se encuen­
tran a distancias diferentes, y que las hay de distintos
tamaños y de distintas luminosidades. Por estas ideas, y
otras más sobre teología, Bruno fue condenado por la San­
ta Inquisición y quemado en 1600.
Gal ¡leo (1 564-1642) por medio del telescopio encuen­
tra confirmaciones elegantes y fácilmente entendibles en
favor de la teoría heliocéntrica: las fases de Venus, que
demuestran que Venus gira alrededor del Sol; los cuatro
satélites de Júpiter, que muestran que no sólo la Tierra tie­
ne satélites y que no todos los objetos giran alrededor de la
Tierra; el movimiento de las manchas solares, que muestra
que el Sol como la Tierra también gira sobre su eje.
Kepler (1 571 -1630) demuestra que los movimientos de
los planetas no son círculos sino elipses con el Sol en uno
de sus focos. Con esto Kepler termina con el dogma griego
de los movimientos circulares y las esferas.
Basándose en las leyes de Kepler y en los trabajos sobre
la caída de los cuerpos de Galileo, Newton (1643-1727)
encuentra la ley de la gravitación universal. Con Newton
ya no se trata de describir el movimiento nada más, sino
de describirlo con base en las fuerzas que lo causan o lo
impiden y las leyes de la física que lo explican. Ya no se
habla de un cuerpo que gira alrededor del otro, sino de los
dos cuerpos que se mueven alrededor del centro de masa
del sistema. La ley de la gravitación universal permite con­
siderar la evolución dinámica, no sólo de los objetos en el
sistema solar, sino de todos los objetos en el Universo.
Resulta curioso que Kant (1724-1804) mencione que
su filosofía tiene un "giro copernicano", pero dejemos a los
filósofos la discusión de esta frase, pues para nuestro rela­
to lo relevante de Kant es que tuvo la idea de que algunos
objetos celestes constituyen islas-universo similares a nues­
tra Galaxia; esta ¡dea se desarrolla siguiendo el razona­
miento copernicano, ya que implica que nuestra Galaxia
no es única, lo cual nos acerca mucho a la ¡dea de que ella no
está en un lugar privilegiado. La conjetura de Kant sobre
las islas-universo fue comprobada en 1923.
Basado en la distribución de los cúmulos globulares en
nuestra Galaxia, H. Shapley en 191 5 llegó a la conclusión
de que el Sol se encuentra muy lejos del centro de la
Galaxia. (Un cúmulo globular es un conjunto de varios cien­
tos de miles de estrellas. En nuestra Galaxia se conocen como
ciento cincuenta y probablemente sean los objetos más vie­
jos en ella.) El punto de vista contrario se debía a J.C. Kapteyn,
quien, basado en conteos de estrellas en la Vía Láctea, con­
cluía que el Sol se encuentra muy cerca del centro.
En I 920 tuvo lugar el "gran debate" entre H.D. Curtis y
Shapley en la Academia de Ciencias de Estados Unidos. El
debate se dedicó fundamentalmente a dos temas: la posi­
ción del Sol en nuestra Galaxia, y la posibilidad de que las
nebulosas espirales fueran extragalácticas. En el debate
sobre la posición del Sol en la Galaxia, Curtis tomó la pos­
tura de Kapteyn que ahora sabemos que es incorrecta, y
Shapley argumentó que el Sol está a 60 mil años luz del
centro. Curtis no tenía razón debido a que el polvo
interestelar no permitía observar más que estrellas muy
cercanas al Sol en la dirección del plano de la Galaxia. La
existencia del polvo interestelar se descubrió mucho des­
pués. Shapley tuvo suerte porque los cúmulos globulares
están lejos del plano de la Galaxia y se ven poco afectados
por la absorción de la luz debida al polvo. La mayoría de
los cúmulos globulares se encuentran en la dirección del
centro de la Galaxia, proyectados a ángulos menores de
90 grados con relación al centro de la Galaxia.
En el otro punto Shapley se equivocó, ya que utilizó
observaciones erróneas. Van Maanen había detectado
movimientos en las nebulosas espirales sobre el plano del
cielo; si sus resultados fuesen correctos implicarían que
las nebulosas espirales estaban muy cerca. Hay que recor­
dar que en esos tiempos se habían catalogado varios miles
de objetos difusos y aunque muchos de ellos resultaron ser
efectivamente nebulosas extragalácticas, a las que hoy lla­
mamos galaxias, otros muchos de estos objetos resultaron
pertenecer a nuestra G alaxia, como las nebulosas
planetarias, los remanentes de supernova, las regiones de
formación estelar llamadas regiones H II, etcétera.
Al terminar el debate, las opiniones de los astrónomos se
mantuvieron divididas y no fue sino hasta varios años des­
pués que nuevas observaciones le dieron la razón a Shapley
sobre la posición del Sol en la Galaxia y a Curtis sobre la
naturaleza extragaláctica de las "nebulosas espirales".
En 1923, Edwin Hubble descubrió estrellas cefeidas en
Andrómeda y en M 33, las dos galaxias espirales, además
de la nuestra, en el grupo local de galaxias. Las cefeidas
son estrellas variables periódicas con una luminosidad
absoluta conocida, lo cual las hace muy adecuadas para
determinar la distancia a los objetos donde se encuentran.
Este descubrimiento llevó a aceptar que las nebulosas es­
pirales están localizadas a grandes distancias de la Galaxia
y que a su vez son galaxias.
En 1926, B. Lindblad confirmó las ideas de Shapley so­
bre la posición del Sol en la Galaxia, y basándose en las
velocidades radiales de distintos tipos de estrellas, elaboró
un modelo matemático que explica la rotación de nuestra
Galaxia. En este modelo el Sol gira en una órbita casi cir­
cular alrededor del centro de la Galaxia con una velocidad
entre 200 y 300 kilómetros por segundo; muchas estrellas
en la vecindad solar también giran alrededor del centro de
la Galaxia. En la actualidad se ha calculado la órbita del
Sol con mayor precisión y se sabe que se encuentra a 25
mil años luz de distancia del centro de la Galaxia y que le
lleva alrededor de doscientos millones de años recorrer
una órbita completa.
A partir de 1929 y durante los años treinta, Hubble des­
cubrió que las líneas espectrales de la gran mayoría de las
galaxias aparecen corridas hacia el rojo, y que el corri­
miento es mayor mientras más alejada de nosotros se
encuentre la galaxia. Las observaciones reunidas durante
los últimos sesenta años indican que el corrimiento hacia
el rojo se puede explicar por medio del efecto Doppler.
Esta interpretación implica que la mayoría de las galaxias
se están alejando de la nuestra y que las más distantes se
alejan más rápidamente, lo que parecería indicar que nuestra
Galaxia está situada en el centro del Universo.
Se puede demostrar que nuestra Galaxia no es el centro
de la expansión del Universo y que desde otra galaxia ob­
servaríamos más o menos lo mismo. Una analogía en dos
dimensiones sería la de un globo con puntos pintados en
su superficie que se esté inflando; cada punto representa­
ría a una galaxia y desde cualquier punto observaríamos a
los demás puntos alejarse, esto es, no habría un punto pri­
vilegiado. Con base en estas observaciones, y siguiendo el
razonamiento copernicano, los cosmólogos han estableci­
do el principio cosmológico: la apariencia general del
Universo debe ser la misma para observadores situados en
distintas partes de él. Esto significa que no existe un lugar
privilegiado en el Universo. Todas las teorías modernas
sobre la evolución del universo observable cumplen con
el principio cosmológico.

LA EDAD DEL UNIVERSO

Desde hace más de 25 siglos, los astrónomos y filósofos


se han estado preguntando cuál es la edad del Universo, y ha
habido momentos en que las opiniones se han dividido, en
gran medida por razones ideológicas. Únicamente en los
últimos dos siglos se han utilizado observaciones astro­
nómicas para tratar de responder esta pregunta.
En general, los que creían que uno o varios dioses con­
trolaban el funcionamiento de la naturaleza consideraban
que el Universo había sido formado en un momento dado,
mientras que aquellos que no aceptaban que los dioses
interferían con la naturaleza, preferían pensar en un Uni­
verso de edad infinita.
Puede decirse que esta pregunta ha recibido cuando me­
nos cuatro tipos de respuestas: a) la pregunta no tiene sentido;
b )e I Universo tiene una edad finita; c) el Universo tiene una
edad infinita, y d) a partir de observaciones no es ni será
posible saber si la edad del Universo es finita o infinita.

Edad infinita

Una de las pocas ideas importantes de Aristóteles que no


aceptó el cristianismo de la Edad Media fue la edad infini­
ta del Universo, ya que era contraria al Génesis. Por su
parte, Lucrecio consideraba que el Universo había existi­
do siempre y que era inmortal, como se deduce de la
siguiente cita tomada de De rerum natura:

Caracteres de inmortalidad. Sólo son inmortales los princi­


pios que poseen solidez e impenetrabilidad; el vacío que
está exento de choques y la suma de las cosas que no pue­
de disolverse en un lugar exterior a ella. El cielo, el Sol, la
Tierra no reúnen esas condiciones; por tanto son mortales.

La ¡dea de una edad infinita es retomada en los capítu­


los: Teoría de la creación continua de la materia y El
Universo y el universo observable.

Edad finita

Las respuestas de que el Universo tiene una edad finita se


pueden dividir en cuatro familias: la escala corta, la escala
media, la escala larga y la escala muy larga.
Los pensadores judíos, cristianos y mahometanos, basán­
dose en el Génesis, han estimado que el Universo fue creado
alrededor de cuatro mil años antes de nuestra era; a esta
estimación se le llama la escala corta. El arzobispo de Usher,
hizo en 1658 una determinación que ha sido muy popular:
el Universo fue creado el domingo 23 de octubre del año
4004 antes de nuestra era. Esta escala parecía razonable
antes del siglo XVIII, ya que si el Sol no tuviese fuentes de
energía le llevaría algunos miles de años enfriarse.
En general, durante el siglo X V I l los biólogos y los
geólogos aceptaban el Génesis como punto de partida. En
el siglo XVIII y principios del XIX vino un cambio de enfo­
que, impulsado en parte por la revolución copernicana.
En lugar de adoptar dogmas, los científicos decidieron ba­
sarse en las observaciones, lo que los llevó a considerar
escalas de tiempo mucho mayores.
Bufíon (1707-1778), fundador del museo de historia
natural de Francia, decía que la Tierra podría tener una
edad de 75 mil años y que la vida se habría originado hace
30 mil años. Los geólogos ingleses J. Hutton (1 726-1 797) y
C. Lyell (1797-1875) ya hablaban de escalas de tiempo
muy grandes. Hutton explicó las características de la cor­
teza terrestre como producto de procesos naturales y
observables que operan de una manera uniforme sobre
grandes periodos, como los procesos de erosión y de for­
mación de rocas. Lyell consideraba que hay que realizar
observaciones no sólo para describir la naturaleza sino para
construir y probar teorías.
Las dos determinaciones más elegantes de la edad de la
Tierra y de la del Sol del siglo XIX se deben a Kelvin (1824-
1907) y a H. Helmholtz (1821 -1894); ambas corresponden
a la escala media. En 1853 Helmholtz estudió la energía
gravitacional que se libera cuando un cuerpo se contrae y
calculó por primera vez cuánta energía gravitacional ha li­
berado el Sol si se formó de la contracción de una nube de
gas. En el caso de un Sol homogéneo, la energía liberada es
suficiente para mantener su luminosidad durante 19 millo­
nes de años. Si tomamos en cuenta que la distribución de
densidad no es homogénea en el Sol, y consideramos un
modelo reciente del interior solar, encontramos que la ener­
gía gravitacional liberada es suficiente para mantener la
luminosidad actual del Sol durante 55 millones de años. A
partir del flujo de calor del interior de la Tierra y suponiendo
que al formarse la superficie de la Tierra se encontraba a
una temperatura de 1 700 grados centígrados, Kelvin calcu­
ló en 1890 una edad de 25 millones de años para la Tierra,
la cual coincidía con la edad gravitacional para el Sol. Has­
ta su muerte, Kelvin no aceptó que la edad de la Tierra fuese
mayor a unas cuantas decenas de millones de años.
Pero los geólogos necesitaban cientos de millones de
años para explicar la acumulación de las capas sedi­
mentarias en la Tierra, y se encontraban en discusión
constante con los proponentes de la escala media. El des­
cubrimiento de la transmutación de los elementos en 1896
y el desarrollo de esta ¡dea en el siglo XX, le dio la razón a
los que proponían la escala larga. El decaimiento radiactivo
permite determinar la edad de las rocas. Las rocas terres­
tres más antiguas que se conocen tienen una edad de
4 200 millones de años. Comparando las abundancias de ele­
mentos radiogénicos en los meteoritos y en las rocas más
antiguas terrestres se encuentra que la edad de la Tierra
es de 4 600 millones de años, con un margen de error de
100 millones de años. Por medio de la abundancia relativa
de los isótopos de uranio 235 y uranio 238 se obtiene que
la edad de los elementos pesados que se encuentran en la
Tierra es del orden de 6 mil millones de años.
El resultado de Kelvin sobre la edad de la Tierra no es
correcto porque no tomó en cuenta la convección en el
interior de la Tierra, ni la fuente de calor debida al decai­
miento radiactivo de potasio, uranio y torio.
Por otro lado, el cálculo de Helmholtz sobre la edad del
Sol tampoco es correcto, ya que no toma en cuenta la fuente
de energía debida a las reacciones nucleares. En el centro
del Sol se está transmutando hidrógeno en helio, y ya que
la masa de un átomo de helio es ligeramente menor que la
de los cuatro átomos de hidrógeno que dan origen al helio,
la diferencia de masa se convierte en energía de acuerdo
con la famosa ecuación de Einstein E = me2. Debido a es­
tas reacciones nucleares el Sol puede mantener la misma
luminosidad durante diez mil millones de años antes de
que se agote el hidrógeno del núcleo. Es posible encontrar
estrellas a las cuales se les esté agotando el hidrógeno del
núcleo y que pertenezcan a cúmulos globulares de nuestra
Galaxia; por este método se encontró en 1998, que los cú­
mulos globulares tienen edades de 11 500 millones de años,
con un margen de error de mil quinientos millones de años.
La expansión del Universo, aunada a la teoría de la gran
explosión, nos da para su edad un valor comprendido en­
tre diez mil millones y veinte mil millones de años, en apoyo
de la escala larga de tiempo. En el capítulo siguiente revi­
saremos la teoría de la gran explosión.
En los años veinte el astrónomo inglés J. Jeans desarrolló
argumentos a favor de la escala muy larga de tiempo, basa­
dos en el principio de equipartición de energía en sistemas
estelares y en la idea de que las estrellas no transmutan ele­
mentos, sino que aniquilan completamente la materia en su
interior. Estas ideas daban edades de millones de millones
de años, esto es, billones de años. Por medio de modelos de
dinámica estelar y de interiores estelares más realistas aho­
ra sabemos que las ¡deas de Jeans no eran correctas.

TEORÍA DE LA GRAN EXPLOSIÓN

Al aplicar la teoría general de la relatividad al Universo, Einstein


introdujo un término gravitacional adicional en las ecuaciones
de campo: la constante cosmológica, a la cual se le asigna la
letra griega lambda minúscula, X, constante que modifica la ley
de gravitación para grandes distancias, con un término (de atrac­
ción o repulsión) que es proporcional a la distancia. Este término
le permitió a Einstein encontrar en 1917 una solución a las
ecuaciones de campo para un universo estático; en esa época
Einstein prefería un universo infinito.
En 1922, Friedmann encontró soluciones a las ecuaciones
de campo de Einstein sin necesidad de utilizar la constante
cosmológica. Las soluciones indicaban que el Universo
podía estar en expansión o en contracción.
En 1929, Hubble encontró que el Universo está en ex­
pansión. A partir de esta observación los cosmólogos
adoptaron las soluciones de Friedmann para la expansión
como modelo del Universo. Se le llamó el modelo homo­
géneo en expansión de la teoría general de la relatividad,
ahora conocido como modelo de la gran explosión. Se dice
que cuando Einstein se enteró de que el Universo se en­
contraba en expansión, comentó que la introducción de
la constante cosmológica en sus ecuaciones de campo
había sido el mayor error de su vida.
Si las galaxias se alejan unas de otras, se deduce que en el
pasado estuvieron más cercanas entre sí, e incluso que hubo
un momento en que todo el material del universo observable
se encontraba comprimido a grandes densidades y a muy altas
temperaturas. En ese momento se produjo la gran explosión.
Si tomamos la velocidad de alejamiento de una galaxia
determinada por medio del efecto Doppler y la dividimos
entre la distancia a ella, obtenemos un valor de la constan­
te de Hubble, sus unidades son de kilómetros por segundo
por cada megaparsec de distancia, donde un parsec es igual
a 3.26 años luz. Para un universo sin masa, la velocidad
con la que una galaxia se aleja de la nuestra sería constan­
te, ya que no existiría campo gravitacional que desacelerara
la expansión; en este caso la edad de la expansión sería
inversamente proporcional a la constante de Hubble.
En general, cualquier modelo con masa produciría una
desaceleración en la expansión y nos proporcionaría una
edad menor que la obtenida por el modelo sin masa, lo
cual implica que el inverso de la constante de Hubble nos
da una cota máxima para la edad del Universo.
A la densidad de un universo plano se le llama densi­
dad crítica. La velocidad de expansión de un universo plano
tiende a cero cuando su edad tiende a infinito, lo cual se
debe a que el universo produce el campo gravitacional
necesario para frenar la expansión en un tiempo infinito;
la edad de este universo sería igual a 2/3 de la del modelo
sin masa. Al cociente de la densidad del universo entre la
densidad crítica se le asigna la letra griega omega mayús­
cula, Q.. Un universo con Q menor que 1 no tiene la masa
suficiente para frenar su expansión y después de un tiem­
po infinito seguirá en expansión; a este tipo de universo se
le llama abierto. Un universo con Q. mayor que 1 tiene
masa suficiente para frenar la expansión en un tiempo finito,
posteriormente se conlrae y produce una gran compresión;
a este tipo de universo se le llama cerrado. En los últimos
años, a partir de observaciones de cúmulos de galaxias
cercanos a nuestra Galaxia, se han encontrado valores de
Q entre O. l y 0.4, lo cual parecería indicar que el universo
observable es abierto (pero vea el capítulo: La edad del
Universo y la constante cosmológica).
En 1935, Hubble encontró que la constante que lleva su
nombre era igual a 550 kilómetros por segundo por cada
megaparsec de distancia. Esto quiere decir que un objeto
que se encuentre a diez megaparsecs de distancia se aleja
de nosotros con una velocidad de 5 500 kilómetros por
segundo y que la expansión empezó cuando mucho hace
1 800 millones de años. Baade revisó la constante de
Hubble en 1952 y encontró un valor de 220 kilómetros
por segundo por megaparsec, lo que implica para el co­
mienzo de la expansión una edad menor a 4 400 millones
de años.
La determinación más precisa de la constante de Hubble
fue obtenida en 1997, a partir de la observación de estrellas
cefeidas extragalácticas con el telescopio espacial Hubble,
e indica que es igual a 67 ± 14 kilómetros por segundo por
megaparsec, lo que implica una edad de 14.6 ± 3 miles de
millones de años para un universo sin masa.
Los cambios en la determinación de la constante de Hubble
se deben a que cada vez conocemos mejor las distancias a las
galaxias. Debido a errores en la determinación de las distan­
cias, Hubble consideraba que las galaxias estaban ocho veces
más cerca de lo que indican los resultados más recientes.
TEORÍA DE LA CREACIÓN CO N TIN U A DE MATERIA

El razonamiento copernicano nos lleva a buscar principios


cada vez más generales. El principio cosmológico nos dice
que no hay lugares privilegiados en el Universo; sería lógi­
co que tampoco hubiese tiempos privilegiados. A esta
extensión se le llama principio cosmológico perfecto. El
principio cosmológico perfecto se puede expresar así: la
apariencia general del Universo debe ser la misma para
observadores situados en cualquier lugar y para observa­
dores en cualquier tiempo. El principio cosmológico
perfecto implica que el Universo es infinito en el tiempo y
en el espacio, que no tuvo origen y que no tendrá fin.
No obstante, la teoría de la gran explosión nos indica
que vivimos en un Universo que nació con la expansión, y
por lo tanto que tiene una edad finita. También la teoría
cumple con el principio cosmológico, que nos dice que no
vivimos en un lugar privilegiado. Por otro lado, la teoría de
la gran explosión no cumple con el principio cosmológico
perfecto, ya que nos indica que vivimos en un tiempo privi­
legiado, pues la apariencia del Universo varía con el tiempo.
Daré dos ejemplos de esta variación con el tiempo: a) la
densidad disminuye con el tiempo y b) las galaxias más ale­
jadas de nosotros deben verse más jóvenes que nuestra
Galaxia, ya que las imágenes que vemos de ellas fueron
emitidas hace mucho tiempo.
A finales de los años cuarenta, se estimaba que la edad
de la Tierra era del orden de tres mil millones de años y
que la edad de los elementos pe'sados era del orden de seis
mil millones de años, valores mayores que el máximo de
1 800 millones de años estimado por Hubble. Estos resul­
tados, aunados al principio cosmológico perfecto, llevaron
a H. Bondi, T. Gold y F. Hoyle a proponer en 1948 la teoría
de la creación continua de materia.
Esta teoría postula que se crean átomos de hidrógeno a
una tasa tal, que la densidad media del Universo se man­
tiene constante, compensando el efecto debido a la ex­
pansión del Universo. Se requiere que se produzca un
átomo de hidrógeno por centímetro cúbico cada 10 mil
billones de años. Esta es una cantidad muy pequeña, mu­
chos órdenes de magnitud menor que lo que se podía medir
en el laboratorio al final de los años cuarenta. Recuérdese
que las densidades al alto vacío son del orden de 10 mil
millones de partículas por centímetro cúbico y que el aire
tiene una densidad de diez triIIones de partículas por cen­
tímetro cúbico, un uno seguido de diecinueve ceros.
La teoría de la creación continua de materia cumple
con el principio cosmológico perfecto e implica que la edad
del Universo es infinita. Esta teoría estuvo en competencia
con la de la gran explosión hasta mediados de los sesenta,
cuando se descubrió la radiación de fondo, la cual no pue­
de ser explicada por la teoría de la creación continua de
materia y sí por la teoría de la gran explosión.

OBSERVACIONES EN FAVOR DE LA TEORÍA


DE LA GRAN EXPLOSIÓN

Las teorías de la gran explosión y de la creación continua


de materia explican la expansión del Universo. Sin embar­
go hay otras tres observaciones explicadas por la teoría de
la gran explosión que no pueden ser explicadas por la teo­
ría de la creación continua de materia: la radiación de
fondo, la formación de los elementos ligeros y la evolu­
ción de las galaxias con la distancia.

Radiación de fondo

Un segundo después de iniciada la expansión cósmica, la


temperatura del Universo era del orden de 10 mil millones
de grados Kelvin y la densidad del orden de 100 mil gra­
mos por centímetro cúbico. En ese entonces el Universo
estaba formado por fotones, neutrinos, positrones, electro­
nes, protones y neutrones. Al expandirse, el Universo se
enfrió y la intensidad de la radiación disminuyó, ya que la
radiación depende de la temperatura. Cuando el universo
observable llegó a los 300 mil años su temperatura era de
3 mil grados Kelvin y por primera vez los electrones y los
protones se combinaron formando átomos de hidrógeno
neutro. Como consecuencia el Universo se volvió transpa­
rente, lo que significa que la inmensa mayoría de los fotones
empezó a viajar libremente sin interaccionar con la mate­
ria (a esta temperatura el campo de radiación era similar al
de una estrella de color rojo; el Universo debe de haberse
visto rojo en todas direcciones). Desde entonces el Uni­
verso se ha seguido expandiendo y la temperatura de la
radiación ha disminuido hasta llegar a un valor cercano a
los 3 grados Kelvin. La mayor parte de esta radiación se
encuentra en la región de las ondas de radio del espectro
electromagnético; dicha radiación, que se conoce con el
nombre de radiación de fondo, fue descubierta en 1965
por los astrónomos Amo Penzias y Robert Wilson y los
llevó a obtener el premio Nobel en 1978. La radiación de
fondo es la señal electromagnética más antigua que reci­
bimos del Universo y se origina a distancias mayores que
las de las galaxias y cuasares más lejanos.

Formación de los elementos ligeros

Esta prueba nos lleva de vuelta a los primeros instantes


después del principio de la expansión. Un segundo des­
pués del inicio de la expansión, cuando la temperatura era
del orden de 10 mil millones de grados Kelvin, las reaccio­
nes nucleares producían núcleos de deuterio a partir de
neutrones y protones, pero también los destruían, y por lo
tanto no era posible que se formaran elementos más pesa­
dos. Al disminuir la temperatura del Universo, el deuterio
se volvió estable y fue posible, a partir de reacciones nu­
cleares de deuterio con protones, formar partículas de helio
tres. (El helio tres es un isótopo del helio con dos protones
y un neutrón.) Finalmente, a partir de núcleos de helio tres y
núcleos de deuterio fue posible producir núcleos de helio
cuatro, los cuales están formados por dos neutrones y dos
protones. (La mayoría de los átomos de helio del Universo
son de helio cuatro.) Después de tres minutos de comenzada
la expansión, la inmensa mayoría de los neutrones partici­
pó en reacciones nucleares que los llevó a formar parte de
núcleos de helio cuatro; a los cuatro minutos la temperatura
disminuyó a unos ochocientos millones de grados Kelvin y
ya no hubo más reacciones nucleares. A partir de ese mo­
mento la composición química del Universo se mantuvo
constante y sólo hubo hidrógeno y helio, fundamentalmen­
te, y pequeñas cantidades de deuterio y litio. La composición
química no se volvió a modificar sino hasta que se formaron
las galaxias y las estrellas, lo cual sucedió alrededor de mil
quinientos millones de años después.
Los astrónomos hemos podido determinar la composi­
ción química que tenía el Universo antes de que se formaran
las galaxias, a la que se le llama composición primordial o
pregaláctica. Las abundancias pregalácticas de hidróge­
no, deuterio, helio y litio obtenidas durante los últimos
25 años confirman la teoría de la gran explosión.

Evolución de las galaxias con la distancia

Al comparar cúmulos ricos en galaxias cercanos a nuestra


Galaxia con otros muy lejanos, se encuentra que los cer­
canos están formados nada más por galaxias elípticas,
mientras que los cúmulos lejanos contienen galaxias elíp­
ticas y espirales. La luz de las galaxias lejanas tarda varios
miles de millones de años en llegar a la Tierra, es decir, las
imágenes que vemos de ellas fueron emitidas hace miles
de millones de años, cuando las galaxias eran más jóve­
nes. Se puede demostrar que con el tiempo y debido a las
colisiones entre las galaxias, desaparecen las galaxias es­
pirales. Esto implica que el Universo está evolucionando
con el tiempo.

LA EDAD DEL UNIVERSO


Y LA CONSTANTE CO SM O LÓ GIC A

La estimación de la edad de los cúmulos globulares más


antiguos en nuestra Galaxia resulta ser de 11 500 millones
de años. Los modelos de evolución de galaxias nos indi­
can que los cúmulos globulares más antiguos se formaron
aproximadamente 1 500 millones de años después de la
gran explosión, lo cual nos daría un valor de 13 mil millo­
nes de años para la edad del Universo.
Al combinar esta edad del Universo y el valor de 67 km s_l
mpc’1para la constante de Hubble con las ecuaciones de cam­
po de Einstein, se encuentra que Cl es igual a 0.12. Este valor
de Q. implica que vivimos en un universo abierto.
Pero la etapa inflacionaria del universo observable re­
quiere que el Universo sea plano. Si los valores de la
constante de Hubble y de la edad del universo observable
no se modifican, no es posible obtener un universo plano,
a no ser que supongamos que la constante cosmológica X
sea distinta de cero. A la A, se le asocia con la energía del
vacío y produciría una repulsión gravitacional. Un univer­
so plano con constante cosmológica requiere que Q más
X sea igual a uno. Con los valores de 67 km s'1 mpc"1para
la constante de Hubble y de 13 mil millones de años para la
edad del Universo se obtiene que Í2 es igual a 0.39 y X es
igual a 0.61.
Los astrónomos se encuentran divididos entre los que
consideran que la constante cosmológica es igual a cero y
los que consideran que es distinta de cero. Para avanzar
en este problema se trabaja simultáneamente en varias di­
recciones: disminuir los errores en la determinación de la
constante de Hubble, disminuir los errores en las determi­
naciones de las edades de las estrellas mas antiguas,
desarrollar la teoría de la formación de las galaxias y tratar
de obtener una determinación directa y precisa de la den­
sidad del Universo.

EL UNIVERSO Y EL UNIVERSO OBSERVABLE

Hasta este momento hemos estado hablando del universo


observable y no necesariamente del Universo, al cual defino
como todo lo que existe. El universo observable es aquel que
podríamos observar en un momento dado con los mejores
instrumentos imaginables: telescopios gigantes, detectores
muy sensibles de neutrinos y de ondas gravitacionales, etcé­
tera. El universo observable es parte de un Universo mayor,
que podría ser infinito. En la mayoría de los libros de texto y
artículos de investigación, cuando se habla del "Universo" se
está hablando del universo observable y no del Universo. La
teoría que explica mejor el desarrollo del universo observa­
ble es la de la gran explosión.
Ahora bien, para explicar por qué la temperatura de la
radiación de fondo es prácticamente la misma en todas
direcciones y por qué la densidad del universo observable
es cercana a la densidad crítica, se han propuesto modelos
con una etapa brevísima de expansión rápida, llamados
modelos inflacionarios. Esta etapa ocurrió después del ini­
cio de la gran explosión, pero mucho antes de que el
universo observable tuviera un segundo de edad. Todos
los modelos inflacionarios predicen que existe masa fuera
del universo observable, la mayoría de ellos predice la
existencia de un número infinito de subuniversos inmersos
en un Universo infinito. El universo observable sería parte
de uno de estos subuniversos. Algunos investigadores lla­
man Universo a cada uno de los subuniversos y multiverso
al conjunto de todos los subuniversos.
La masa exterior al universo observable podría ser finita
o infinita. Esto implica que mientras el universo observa­
ble es finito en masa, tamaño y edad, el Universo podría
ser infinito en masa, tamaño y edad.

CO NCLUSIO N ES

V El razonamiento Copernicano se cumple espacialmente


para la Tierra, el Sol y la Galaxia, puesto que: a) la Tierra
no es el centro del Universo y no es un objeto único, ya
que no sólo el Sol sino también muchas estrellas tienen pla­
netas; b)eI Sol no es el único, pues tan sólo en nuestra Galaxia
hay aproximadamente cien mil millones de estrellas; d e l Sol
no se encuentra en el centro de nuestra Galaxia; d) el Sol gira
alrededor del centro de nuestra Galaxia; e) nuestra Galaxia
no es el centro del Universo; f) en el universo observable
hay cuando menos diez mil millones de galaxias. Dicho en
otras palabras, ni la Tierra ni el Sol ni la Galaxia son objetos
únicos ni están en un lugar privilegiado.
2) La teoría de la gran explosión es superior a la teoría de
la creación continua de materia, a pesar de que en el domi­
nio definido por el universo observable la teoría de la gran
explosión no cumple con el principio cosmológico perfec­
to, mientras que la de la creación continua de materia sí.
3) Debemos distinguir entre dos conceptos de Universo:
Universo y universo observable. El segundo es finito en ta­
maño, edad y masa y cumple con el principio cosmológico,
pero no cumple con el principio cosmológico perfecto. El
Universo es mucho mayor que el universo observable y
podría ser infinito en tamaño, edad y masa.
4) La mayoría de modelos con una etapa inflacionaria
predice que el Universo está formado por un número infi­
nito de subuniversos, y que el universo observable es parte
de uno de estos subuniversos. Según estos modelos, el uni­
verso observable no es único ni está en un lugar privilegiado,
lo cual generaliza aún más al razonamiento copernicano.
Dicho de otra manera, la gran explosión no tiene por qué
ser un evento único. No sólo eso, sino que el conjunto infi­
nito de subuniversos cumpliría con el principio cosmológico
perfecto.
Siguiendo la idea de un número infinito de subuniversos,
se especula ya, generalizando el razonamiento copernicano
más allá del principio cosmológico perfecto, que podrían
existir subuniversos con un número de dimensiones distin­
to al del universo observable y también con distintas
constantes fundamentales de la física y con distintas leyes
de la física.
LECTURAS RECOMENDADAS

OBRAS CLÁSICAS

Platón. Timeo.

Lucrecio. De rerum natura (De la naturaleza de las cosas).

Aristóteles. Tratado del cielo y del mundo.

Tolo meo. A l magesto.

Nicolás de Cusa. La docta ignorancia.

Nicolás Copérnico. De revolutionibus orbium coelestium


(Las revoluciones de las esferas celestes).

Gal i leo Gal ileí. Diálogo concerniente a los dos principa­


les sistemas del mundo.

Giordano Bruno. Sobre el infinito Universo y los mundos.

Johannes Kepler. Epitome a la astronomía copernicana.

Isaac Newton. Philosophiae Naturalis Principia Mathematica


(Principios matemáticos de la filosofía natural).

OBRAS MODERNAS

Barrow J.D. yj. Silk. 1983. The LeftHandofCreation. Basic


Books. [Traducción al español: Fondo de Cultura
Económica, 1991.]
Kolb, E.W. y M.S. Turner, 1990. The Early Universe.
Reading, Mass: Addison Wesley. [Libro dirigido a
estudiantes de doctorado en astrofísica.]

Hubble, Edwin P. [1 936] 1958. The Realm o í The Nebulae


(ed. facsimilar). Nueva York: Yale University Press,
Dover Publications.

Rees, M. 1997. Befare the Beginning. Our Universe and


Others. Reading, Mass: Addison Wesley.

Scriven, M. J.T. Davies, E. j. Opik, G.J. Whitrow, R. Schlegel y


B. Abramenko. 1958. La edad del Universo. México.
U N A M (Problemas Científicos y Filosóficos, 11).

Weinberg, Steven. 1977. The First Three Minutes. Basic


Books. [Traducción al español: Madrid: Alianza
Editorial, 1978.]
El universo y el razonamiento copernicano,
de Manuel Peimbert, terminó de formarse e
imprimirse en la ciudad de México, durante
el mes de diciembre de 1998, en los talleres
de Signum Editores, S.A. de C.V., Calzada
del Hueso 140, Col. Exhacienda de Coapa.
Se tiraron mil ejemplares sobre papel bond
de 90 grs. y en su composición se utilizaron
tipos Optima de 12, 10, 9 y 8 puntos. La co­
rrección de estilo estuvo a cargo de Rogelio
López Torres; la lectura de pruebas de Roge­
lio López Torres y Clara Elizabeth Castillo Al-
varez.

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