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ISBN 1SS-bS5-ílS-5
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Editorial Universidad de Antioquia
Muertes violentas
La teatralización del exceso
Eisa Blair
Antropología
Muertes Violentas
La teatralización del exceso
Elsa Blair
Antropología
Instituto de Estudios Regionales — I n e r —
Editorial Universidad de Antioquia
>lección Antropología
Elsa BlairTrujillo
Editorial Universidad de Antioquia
INER
BN: 958-655-818-5
mera edición: febrero de 2005
>eño de cubierta: Sandra María Arango
stración de cubierta: Enrique Jaramillo, En memoria, 1990. Instalación de dimen-
nes variables. Tomado de Arte y violencia en Colombia desde 1948, Bogotá, Museo de
e Moderno de Bogotá, Norma, 1999, p. 142.
igramación: Luz Elena Ochoa Vélez
presión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia
preso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia
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306.9
B635
Blair, Elsa María
Muertes violentas : la teatralización del exceso /
Elsa Blair. - Medellín : Editorial Universidad
de Antioquia, 2004.
245 p. - (Colección Antropología)
ISBN 958-655-818-5
Incluye bibliografía e índice analítico.
Contenido
Agradecimientos x l n
Presentación x v
Introducción X V I 1
lectura desde los márgenes nos llevó por caminos de las formas de sim-
bolización y de representación de la muerte, esto es, las formas con las
cuales —en el terreno simbólico— los colombianos estamos enfrentando
la muerte y tramitando el dolor.
Interrogarse por las significaciones que desde la pespectiva antro-
pológica tiene la violencia, sigue siendo una tarea de primer orden y un
asunto de difícil resolución. Al creer, como María Victoria Uribe, que
pretender explicarla es por momentos sólo una ilusión, y que la tarea de
la antropología es más bien la de formular preguntas inteligentes al res-
pecto, lo que hacemos en este trabajo es sugerir una lectura interpretativa
5
1 Roland Marshal, "Le temps de la violence et de l'identité", en: Cartes d'identité, Paris, Fondation
National de Sciences Politiques, 1994.
2 Maria Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno, Editorial Norma, 1999, p. 285.
3 Ibíd.
XX
Cada uno de los tres capítulos de esta segunda parte se inicia con una
reflexión, más de carácter sociológico, que ayuda a contextualizar el mar-
co social, cultural y político donde se producen estas muertes violentas,
lo qüe los sociólogos llamamos los escenarios; porque si no se contextualizan,
asumirían un carácter bastante patológico. Con todo, no es un análisis
sociológico sobre la guerra o sobre el conflicto político armado. Sin em-
bargo, debe leerse teniendo presente que en Colombia el eje de la con-
frontación es el conflicto armado, y que toda la interacción social está
actualmente atravesada por él.
Si bien es claro que no todas las muertes violentas —y ni siquiera la
mayoría— son producidas por el conflicto armado, esto es, en combate o
fruto directo de la violencia política, también es cierto que muchas de
ellas son efecto, directo o indirecto, de la confrontación bélica. Sería difí-
cil para la sociedad colombiana poder explicar esas muertes sin alusión
muy directa a este "estado de guerra" latente y cuasi permanente. Ade-
más, como se deja ver en la introducción del primer capítulo, existe una
estrecha relación —aún no muy evidente en el país— entre la muerte y la
política. Sin embargo, es necesario ser muy cuidadosos con la caracteri-
zación de esos efectos. Mal formulados podrían convertirse en 'velos'
para la comprensión del problema. Como dice Geertz "[...] hay numero-
sas maneras de oscurecer una verdad evidente". Pero, ¿cómo formular
esos efectos, sin caer en lo que Alejandro Castillejo llama el eufemismo
inventado por los académicos para pulir la corrugosa superficie de nues-
tro territorio?
En ese sentido, se ha hecho aquí el esfuerzo por combinar dos cosas:
la primera, el ejercicio analítico de releer una literatura vieja, susceptible
d e ser i n t e r r o g a d a de u n a m a n e r a nueva, es decir, se trata de
9
) Gonzalo Sánchez, "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas", en: Gonzalo Sánchez
y Ricardo Peñaranda, comps., Pasado y presente de la violencia ni Colombia, Bogotá, Fondo Editorial
Cerec, 1986.
XXI
su mayoría fruto del conflicto político armado, y que involucran como sus
principales víctimas generalmente a los campesinos. Algo se ha dicho
sobre esta modalidad de ejecución de la muerte, respecto de su dimen-
sión simbólica y la puesta en escena de rituales de muerte, que cumplen
eficazmente con la producción de terror en las poblaciones. En efecto, es
por esta vía que la muerte se deja interrogar desde sus dimensiones sim-
bólicas a partir de su ejecución misma, del mismo acto de matar, expresa-
do la mayoría de las veces en la violencia ejercida sobre los cuerpos. Cuer-
pos que son, a su vez, vehículos de representación y de significación. En
este sentido, cobra mucha fuerza la reflexión que pone en relación direc-
ta la violencia con el cuerpo y que, al parecer, había sido abordada por la
antropología en el estudio de los ritos o del fenómeno del sacrificio. Los
estudios al respecto, en el caso colombiano, son de María Victoria Uribe,
Alba Nubia Rodríguez, y en menor medida Alberto Valencia y Alejandro
Castillejo. Este último, apoyado en Feldman, dice que en lo que concierne
a la violencia es preciso mirar el cuerpo como un texto: "el muerto no dice
nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento [...] las formas de
la muerte son, en última instancia, formas de silenciar a una persona que
como tal es portadora de algún sentido". Por último, interrogamos en
10
este capítulo los asesinatos selectivos, que clasificamos en tres categorías: ase-
sinatos políticos, magnicidios y muertes por "limpieza social".
El capítulo 3, titulado "La complacencia en el exceso: las muertes de
jóvenes en el conflicto urbano", se detiene en los jóvenes. Ellos han sido,
en esta última violencia, de los actores más vulnerables en su condición
de víctimas o de victimarios. El marco de producción de estas muertes es,
sin duda, la violencia urbana, que en este caso nos sirve de contexto. Lo
que hacemos a partir de la literatura sobre ella, es re-interrogar los testi-
monios y los análisis indagando sobre la muerte y sus significaciones.
Nos preguntamos por los efectos de este exceso en los jóvenes en térmi-
nos de las significaciones culturales y de las consecuencias políticas y so-
ciales que se derivan de esta 'familiaridad' con la muerte violenta. Ella se
refleja en cada testimonio, y está cifrada en lenguajes y códigos que ha-
blan de una presencia inminente de la muerte en la cotidianidad de sus
vidas, que por cotidiana y excesiva copa espacios de significación y con-
tribuye a la construcción de sus referentes de sentido. La hipótesis
interpretativa que elaboramos, sobre lo que consideramos es el entrama-
do de significaciones simbólicas que los jóvenes producen en esa relación
muerte-ciudad, se despliega en tres dimensiones: la primera, la ciudad
como el territorio donde se origina esta muerte joven, es decir, la ciudad
11 Los testimonios han sido tomados de algunos de los textos referenciados sobre violencia urba-
na, otros del trabajo de investigación "El parlache", de Luz Stella Castañeda y José Ignacio
Henao, y algunos fueron cedidos por la Corporación Región.
1
xxiii
12 Fabiana Rousseaux y Lía Santacruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo",
2000 (s. i.).
13 Doris Salcedo, citada por M. V. Uribe, 0¡>. cií., p. 284.
xxiv
15 Emendemos por símbolo un objeto que representa algo diferente de sí mismo; por simbolización
el proceso de puesta en escena de esos símbolos y, finalmente, por significación una construcción
o reconstrucción teórica que interpreta esa puesta en escena de símbolos.
xxvi
16 Louis-Vincent Thomas, Antivpologia de la muerte, México. FCE, 1993 (primera edición en francés
de 1975).
xxviii
Para terminar, debo decir que estoy convencida, como Alejandro Castille-
jo, de que "[...] No importa cuánto ahondemos en esas dimensiones de
la guerra, en esas interpretaciones de los actos de otros seres humanos,
siempre habrá algo que se salga de nuestras manos en tanto investigado-
res, siempre habrá un 'indecible'". 18
Introducción:
El hiperbolismo de la violencia
La desmesura de los colombianos —como alguna vez lo dijera García
Márquez— parece ser algo más que un recurso literario o una expresión
estética. A juzgar por las cifras de la muerte, ella es también un dato
1
1 Gabriel García Márquez, Por un país al alcance de los niños, informe de la que se conoció como la
"comisión de sabios" a la Misión sobre Ciencia y Tecnología en Colombia, publicado posterior-
mente por la Personería de Medellín, Medellín, 1997.
2 Las cifras al respecto son elocuentes. Veamos sólo algunos datos: para 1992 el informe de
Amnistía Internacional sobre Colombia reportaba que "comparativamente Colombia presen-
ta la más alta tasa de asesinatos de todo el mundo". Esta tiene un aumento del 4% anual.
Entre los hombres adultos el asesinato es la principal causa de muerte. Las estadísticas arro-
jan para el año 1992 la cifra total de 28.237 delitos de asesinato, 102 de los cuales fueron
casos en los que cuatro o más personas padecieron a la vez la muerte violenta y que por ello se
encuentran registrados bajo la categoría de masacres. Peter Waldmann, "La cotidianización
de la violencia en Colombia", Análisis Político, N.°32, Bogotá, Iepri, Universidad Nacional,
p. 35. Según cifras del mismo Waldmann, en 1992, de cada 100.000 habitantes 85 tuvieron
una muerte violenta. La cifra es escandalosa en comparación con la sociedad alemana
donde se producen 1,5 asesinatos u homicidios por cada 100.000 habitantes. Según un
estudio más reciente de Planeación Nacional, la tasa de homicidios en el país durante el
período 1990-1998 registró 76 homicidios por cada 100.000 habitantes. Véase Planeación 6?
Desarrollo, 30 (3), jul.-sept., 1999, p. 89.
3 J. Molina Molina, "García Márquez y Botero. La hipérbole de la hipérbole", Magazín Domini-
cal, El Espectador, N.° 805, 18 de octubre de 1998, pp. 16-19. El artículo trata sobre la desmesura
de estos dos artistas como recurso "de la provincia colombiana".
4 / Muertes violentas
4 ¡bid.
5 Ibid.
La desmesura de los colombianos / 5
6 Víctor Villa Mejía, "El léxico de la muerte", en: Pie-Ocupaciones, Medellín, Extensión Cultural.
Seduca, colección Autores Antioqueños, 1991.
7 lbid., p. 71.
8 Vale la pena anotar que lo imaginario aquí tiene la connotación de lo "no real", casi que de lo
que habita en la fantasía.
9 J. Molina Molina, Op. cit.
10 Fueron construidos analíticamente en la investigación para hacer la lectura interpretativa que
proponemos.
6 / Muertes violentas
16 Ibíd., p. 24.
17 Es una expresión de Carlos Mario Perea en un trabajo sobre jóvenes de pandillas en Bogotá,
"Un ruedo significa respeto y poder", ponencia presentada al Seminario Nacional de Investiga-
dores sobre Conflicto, Violencia y Paz. Bogotá, Cinep-Colciencias, dic. de 2000 (s. i.).
18 Aunque resulte un tanto cruel planteado de esta forma, sólo queremos diferenciarla del asesi-
nato acompañado de mutilaciones y manipulaciones sobre el cuerpo, que van más allá de la
muerte física.
19 La muerte es, en efecto, producto de un intercambio de sentidos y de símbolos. Véase A. Casti-
llejo, Op. cii., p. 18.
8 / Muertes violentas
rechaza el postulado según el cual ésta tendría algo que decir en el fenó-
meno de la violencia, y en esta perspectiva, para los autores la cultura
sería precisamente lo opuesto. La tesis que queremos sostener aquí es
25
23 Véase Elsa Blair, "El espectáculo del dolor, el sufrimiento y la crueldad", Controversia, N.° 178.
Bogotá, Cinep, may., 2001.
24 Creemos que en lo que hace a la producción académica sobre la violencia en Colombia, sólo a
partir de 1994 se empezó a pensar al contrario, esto es, a permitir introducir elementos cultu-
rales en su análisis, V eso sucedió con la irrupción de nuevas problemáticas que exigieron aná-
lisis que concedieran espacio a otras dimensiones no sólo políticas. Un proyecto de investiga-
ción titulado "Las tramas culturales de la(s) violencia(s)", nos permitió confirmar esta apreciación.
Véase Elsa Blair, Alejandro Pimienta y Santiago Gómez. Informe final de investigación, Banco
de la República, Iner, agosto de 2003.
25 Gabriel Restrepo, "En la búsqueda de una política", en: Imágenes y reflexiones de la adtura en
Colombia. Regiones, ciudades y violencia, memorias del Foro Nacional para, con, por, sobre, de
cultura, Bogotá, Colcultura, julio de 1990, pp. 77-87.
26 Al respecto se ha discutido mucho (y no todas las discusiones son fecundas, algunas incluso son
bastante inútiles) sobre lo que es o no es cultura y su incidencia o no en la violencia. Mi opinión
al respecto es que, pese a la enorme producción sobre el tema de la violencia, en lo que tiene
que ver con su relación con la cultura está todo por hacer.
10 / Muertes violentas
27 J. P. Sartre, citado por Erving GofTman, Asiles. Études sur la condition sociale des malades menlaux,
París, Les Éditions de Minuit, 1968.
28 Llamamos perspectiva simbólica aquella que interroga el fenómeno de la violencia (en este caso,
de la muerte violenta) desde sus referentes de sentido o sus significaciones.
29 Carlos Alberto Uribe Tobón, "Cultura, cultura de la violencia y violentología", Revista de Antropo-
logía y Arqueología, 6 (2), Universidad de los Andes, Bogotá, 1990; y "Nuestra cultura de la muer-
te", Texto y Contexto, N.° 13, Universidad de los Andes, Bogotá, ene.-abr., 1988. Ambos artículos
son, desde cierta perspectiva, bastante 'viejos' pero, a nuestro modo de ver, de una enorme actúa-
La desmesura de los colombianos / 36
lidad y pertinencia. Lo menciono para no comprometer al autor con reflexiones que quizá él ya
haya replanteado posteriormente, aunque no conozcamos algo en ese sentido. Carlos Mario
Ptrea, Porque la sangre es espíritu, Bogotá, Iepri-Aguilar, 1996. Estas conceptualizaciones sobre la
cultura —las de ambos autores— están basadas en la obra de ClifTord Geertz.
30 También para diferenciarse de quienes "no creen en absoluto en la existencia de una cultura de
la violencia en Colombia, y ni siquiera en que la sociedad sea la responsable de todas las con-
ductas criminales y comportamientos violentos que campean en nuestro medio. Para estos últi-
mos el problema es de responsabilidades individuales. Como quien dice, un sicario es un sica-
n o y punto y como tal debe caerle todo el peso de la ley sin rehabilitaciones que valgan". C. A.
Uribe, "Cultura, cultura de la violencia y violentología", p. 86.
31 Ibid., p. 92.
32 Ibid.
12 / Muertes violentas
la reproducción cultural.
Uribe Tobón plantea además la necesidad de avanzar en el análisis
cultural del país que, en el sentido antropológico del término cultura,
está en su infancia. En esta perspectiva, dice:
34
Quizá podamos entender lo que significó y significa ser colombiano. Entonces co-
menzaremos a ver cómo en nuestra historia y en nuestro presente se han ido constru-
yendo y destruyendo esas redes culturales, esas jerarquías estratificadas de estructuras
significativas. Luego podremos alumbrar cómo lo simbólico, lo ritual, lo representa-
do, se nutren de, a la vez que afectan, lo estructural, lo económico, lo político. Y así
podremos entender que nuestra cultura no es un demiurgo que nos acogota y que nos hace hacer lo
que hacemos porque no tenemos más remedio, al igual que entenderemos que como la cultura es
nuestro propio producto, lo podremos modificar atando en últimas nos resolvamos. 35
33 /Ind., p. 93. Al respecto véase también sobre la "naturalización" de la cultura a Marc Augé, El
sentido de los otros, Barcelona, Paidós, 1996.
34 Como ya se mencionó, los artículos son de diez años atrás. No obstante a nuestro juicio, el
análisis cultural en el país en relación con la violencia continúa en su infancia.
35 Ibid., p. 96 (los resaltados son nuestros).
36 En su reflexión cuenta, anecdóticamente, la selección que se hizo, en un festival poético, de los
versos preferidos por los colombianos y que resultaron ganadores. Estos fueron en su orden: La
canción de la vida profunda de Porfirio Barba Jacob, Nocturno de José Asunción Silva y Las flores
negras de Julio Flórez. Tres poemas, dice Uribe, en los que al final triunfa Thánatos. Los autores,
tres seres atormentados por la sexualidad, los sentidos, las pasiones, la culpa y la muerte. Esta
anotación que parece bastante anecdótica, no lo es tanto. Detrás de la selección, dice el autor,
actúan resortes muy importantes de nuestro ser como conglomerado social, de nuestro ethos
La desmesura de los colombianos / 13
alejar la muerte, se vuelve cada vez más mortífera, más violenta. Esto le 39
cultural, de los símbolos que expresan este último, a la vez que también motivan nuestros más
íntimos impulsos. Y estos son precisamente los símbolos de la muerte. Allí se reproducen, en
suma, los textos culturales con los cuales construimos nuestra propia historia.
37 El libro fue escrito originalmente en alemán y fue traducido al francés, en 1996, con el título
Traite de la violence, París, Gallimard, 1998.
38 Valdría la pena retomar en el debate académico nacional el asunto de la oposición entre civili-
zación y barbarie. El texto de Sofsky reseñado es muy ilustrativo de lo que podríamos llamar "la
naturaleza violenta de la cultura" en Occidente, para replantear, o al menos obligarnos a repen-
sar, esa relación cultura-violencia en el análisis de la violencia colombiana.
39 Véase W. Sofsky, Op. cit., especialmente el capítulo titulado "Cultura y violencia".
40 Ibíd., p. 195.
41 Ibíd., p. 200 (los resaltados son nuestros).
14 / Muertes violentas
los "imaginarios sociales" desde el punto de vista de "el actor con sus
máscaras, sus sueños, sus representaciones" y otra literatura de corte
43
El símbolo
La palabra símbolo, como la cultura, es de difícil definición. Podría desig-
nar algo diferente de él mismo (por ejemplo, las nubes negras serían indi-
cio de lluvia). Puede ser también un signo convencional (por ejemplo, una
bandera blanca indicaría rendición y una bandera roja peligro). En otros
casos, se usa el término para "designar cualquier objeto, acto, hecho, cua-
lidad o relación que sirva como vehículo de una concepción —la concep-
ción es el 'significado' del símbolo—".44
sea la violencia.
Ahora bien, comprender el concepto de símbolo en Geertz exige cono-
cer también su concepción acerca de la cultura, donde estos símbolos se
insertan y significan, y conocer sus presupuestos sobre lo que es el análisis
cultural. La intención es mostrar que ni la cultura es esa 'entidad' constitu-
tiva e inmutable, ni la significación de los actos sociales como acción simbó-
lica es asunto menor. El esfuerzo se centra en entender el nivel de significa-
ciones de la violencia, más allá de los hechos concretos (materiales).
Pensamos con Geertz que la cultura no es una entidad, algo a lo que
puedan atribuirse de manera casual acontecimientos, modos de conducta,
instituciones o procesos sociales: la cultura es un contexto dentro del cual
pueden describirse todos esos fenómenos de manera inteligible, es decir,
densa. La cultura denota un esquema históricamente transmitido de signi-
ficaciones representadas en símbolos, un sistema de concepciones que se
heredan y expresan en formas simbólicas por medios con los cuales los
hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitu-
des frente a la vida. La cultura es, entonces, el conjunto de "estructuras de
significación socialmente establecidas en virtud de las cuales la gente hace
cosas", lo que no quiere decir que sea un fenómeno psicológico (el espíritu,
la personalidad o la estructura cognitiva de alguien). De allí que para in-
terpretar lo que hace la gente, ayude la familiaridad con el universo imagi-
nativo en el cual los actos de esas gentes son signos. El esfuerzo, apoyándo-
nos en la antropología, es contribuir para ampliar, en el mejor de los casos,
el universo del discurso humano, o para trazar la curva de un discurso
social y fijarlo en una forma susceptible de ser examinada. La cultura,
entonces, como concepto semiótico, es entendida como "sistemas en
interacción de signos interpretables", que Geertz llamaría símbolos. 48
50 Ibid., p. 32.
51 Ibid., pp. 24-32.
52 Ibid., p. 36.
53 Ibid., p. 57.
18 ¡Muertes violentas
54 Ibid., p. 39.
55 No hay razón alguna para que la estructura conceptual de una interpretación sea menos
formulable y por tanto menos susceptible de sujetarse a cánones explícitos de validación, que la
de una observación biológica o la de un experimento físico, salvo la de que los términos en que
pueden hacerse esas formulaciones son casi inexistentes o faltan por completo. Véase C. Geertz,
Op. cil., p. 35.
La desmesura de los colombianos / 19
56 Ibíd., p.262.
57 La semiótica o semiología es la disciplina que estudia todas las variedades posibles del signo.
Véase Umberto Eco, Le signe. Histoire et analyse d'un concept, París, Éditions Labor, 1988. En
palabras de Tobón: "El objeto de la semiótica vendría dado no solamente por el estudio de los
diversos sistemas de signos, humanos v no humanos, sino también por el estudio de la facultad
semiótica que permite crear esos sistemas de símbolos". Véase Rogelio Tobón, "La inflación del
símbolo como decadencia de la cultura", Coloquios Lingüísticos, N.° 4, Círculo Lingüístico de
Medellín, abr., 1991, pp. 24-36.
2 2 / Muertes violentas
67 Ibid.
68 J. Molina Molina, "La hipérbole de la hipérbole", p. 18.
69 R. Tobón. Op. cit., p. 33
Segunda parte
La escenificación de la muerte.
Actos, símbolos y significaciones
El exceso en el escenario de lo político:
muertes en combate, masacres
y asesinatos selectivos
Introducción:
La muerte y la política
Esta segunda parte estará divida en tres capítulos. La razón no es, en nin-
gún caso, de orden teórico, sino por su extensión, ya que hacer esta esce-
nificación de la muerte en un solo capítulo habría sido excesivamente lar-
go. Sin embargo tal división fue posible dadas las diferencias que pudimos
establecer entre unas y otras muertes: las muertes en combate, las masacres,
los asesinatos selectivos. De todas formas, la interrogación en los tres capí-
tulos es la misma y esa es la razón para que se titule así toda la segunda par-
te y sólo en los títulos de los capítulos se haga la diferenciación respectiva.
Iniciaremos con las muertes más directamente ligadas al conflicto
político armado: las que ocurren en combate y las masacres. Y al final del
capítulo abordaremos las muertes selectivas de dirigentes políticos, los
magnicidios y las muertes por 'limpieza social'. Estas tres últimas son, en
su mayoría, de carácter político, pero no necesariamente relacionadas
con el conflicto armado.
Los efectos del conflicto político armado en Colombia son, sin duda,
muchos y de muy distintos órdenes. Profundizar en estas dinámicas de la
guerra es una tarea de primer orden que ya llevan a cabo los "violentó-
logos", en algunos casos de manera muy lúcida, y que nos desviaría de
nuestros propósitos iniciales. El conflicto político se ha venido recrude-
ciendo en los últimos años hasta el punto de convertirse hoy en el centro
del debate sobre el presente y el futuro del país. En él, en lo que respecta
a nuestra indagación, se producen cientos de muertes de manera violen-
ta en combates, masacres, asesinatos selectivos, etc., pero también en
acciones terroristas. 1
1 Como lo señalan los teóricos de la muerte cuando hablan de sociedades mortíferas en alto
2 8 / Muertes violentas
Gleichmann
[...] sigue siendo incierto cómo se logra que las personas realmente adquieran indivi-
dualmente sus inhibiciones a matar, un saber que corresponde al conocimiento so-
bre procesos socio y psicogenéticos. De todas maneras, la gran mayoría de los seres
grado, ese carácter de mortíferas no es explicable por la naturaleza biológica del hombre, ni
por la voluntad de los dioses, sino fruto de los "falsos órdenes" de las sociedades humanas.
Véase: Trinh Van Thao, La mort aujourd'hui (bajo la dirección de Louis-Vincent Thomas, Bernard
Ronsset y Trinh Van Thao). Paris, Centre Universitaire de Racherdre Sociologique d'amiens.
Editions Anthropos, 1977.
2 Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1997. Esto es una pista abier-
ta para la investigación de las implicaciones culturales de esas violencias, entendidas como
propiamente políticas o exclusivamente políticas.
3 Max Weber, Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México, FCE, pp. 662-663. Esta
referencia se la debo a íngrid Johana Bolívar, politóloga de la Universidad de los Andes e
investigadora del Cinep (los resaltados son nuestros).
4 Peter Gleichmann, "¿Son capaces los seres humanos de dejar de matarse mutuamente?", en:
Vera Weiler, comp.. Figuraciones en proceso, Bogotá, Universidad Nacional, U1S, Fundación So-
cial, 1998, pp. 75-100.
El exceso en el escenario de lo político / 2 9
así llamadas por su carácter y por la función tan específica que cumplen,
y que poseen una serie de características que les garantizan el normal
cumplimiento de sus propósitos: espacios cerrados, muros o rejas que
separan el mundo de los recluidos (en este caso militares) de los civiles,
control total del recluido por parte de la institución, actividades comple-
tamente reguladas, y sistemas establecidos de castigos y recompensas. 7
5 Ibid., p. 81.
6 Véase Erving Goflman, Asiles. Études sur la condition sociale des malades mentaux, Paris, Les Éditions
de Minuit, 1968.
7 Véase Eisa Blair, "La socialización institucional o la vida clandestina de una institución públi-
ca", en: Conflicto armado y militares en Colombia. Cultos, símbolos e imagínanos, Medellín, Universi-
dad de Antioquia, Cinep, 1999, pp. 160-175.
8 Antonio Costabile, "La politique et la mort: phénomènes sociaux et catégories analytiques", en:
L'Homme et la Société, Revue Internationale de Recherches et de Synthèses en Sciences Sociales,
N.° 119, Paris, 1996.
9 Ibid., p. 9.
3 0 / Muertes violentas
normales esta relación entre política y muerte (la lucha política y cultural)
tiene énfasis en la muerte natural o biológica, en momentos de guerra o
frente al uso de atentados terroristas se concentra en la muerte violenta.
Es importante resaltar —continúa el autor— cómo en la teoría
weberiana sobre la comunidad política la muerte está ligada no sólo al
momento de la coerción, sino también al de la legitimación. La muerte,
en efecto, se presenta como un fenómeno importante en dos dimensio-
nes cruciales del proceso político: primero, llevando a la construcción del
10 Ibíd.
11 Ibid.
12 Ibíd., p. 15.
El exceso en el escenario de lo político / 31
13 Ibid., p. 18.
3 2 / Muertes viólenlas
merables trabajos. Pero son muy pocos los que en el marco de la guerra se
preguntan por la muerte, por el asunto humano del dolor y el sufrimiento
que ella acarrea y por sus consecuencias sobre las poblaciones. Menos
aún se encuentran estudios que se interroguen por el nivel de significa-
ciones simbólicas y los efectos que pudieran tener las muertes en comba-
te, o sus posibilidades de simbolización, o la elaboración de los duelos 16
14 Francisco Leal, El oficio de la guerra, Bogotá, Tercer Mundo, lepri 1994. Adolfo León Atehortúa
y H u m b e r t o Vélez, Estado y Fuerzas Armadas en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, Universidad
Javeriana de Cali, 1994. Patricia Pinzón de Lewis, El ejército y las elecciones, Bogotá, Cerec, 1994.
Elsa Blair, Las Fuerzas Armadas: una mirada civil, Bogotá, Cinep, 1993, Y también de E. Blair,
Conflicto armado y militares en Colombia. Cultos, símbolos e imaginarios, Medellín, Universidad de
Antioquia, Cinep, 1999, entre otros.
15 Sobre este punto existen varios artículos de María Teresa Uribe aparecidos en la revista del
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia: "Antioquia entre la guerra y la
paz". Estudios Fblíticos, N.° 10, ene.-jun., 1997; "Las soberanías en vilo en un contexto de guerra
y paz", Estudios Políticos, N.° 13, jul.-dic., 1998; "Notas para la conceptualización del despla-
zamiento forzado en Colombia", Estiulios Políticos N.° 17, jul.-dic., 2000, entre otros.
16 Los debates a los que actualmente asisten sociedades en situaciones de posguerra tienen que
ver con esta problemática de elaboración de las muertes violentas y con los duelos sociales.
Véase Tzvetan Todorov, "Después del horror la memoria y el olvido". Correo de la UNESCO, 52
(12), París, 1999.
17 T o m a d o de Alirio Bustos, La ley del monte, Bogotá, Intermedio Editores, 1999.
El exceso en el escenario de lo político / 33
digno en señal de respeto a las familias, sino que existen además otros
efectos no menos importantes, por ejemplo con relación al duelo, pues,
con todo y lo necesario que jesuíta, tanto en lo individual como en lo
colectivo, es posible hacerlo solamente bajo condición de tener un ca-
dáver (algunos son tan manipulados que ni siquiera existe un cuerpo),
pero además poder sepultarlo, que su sepultura pueda ser referente
para sus familias, es decir, saber dónde está. En este aspecto el conflicto
armado colombiano es deplorable, porque desde todo punto de vista el
manejo de los cadáveres de las víctimas de la guerra riñe con los míni-
mos presupuestos de la dignidad humana. Como lo señala la autora del
[...] aunque algunos artículos de los convenios hablan sobre las normas humanita-
rias mínimas del tratamiento a las personas muertas como consecuencia del conflic-
to armado, estas son las más olvidadas, lo que hace pensar que en Colombia al
perder la vida simultáneamente se perdiera la dignidad, el respeto y junto con ellos
el derecho al reconocimiento de la personalidad jurídica o el derecho a la identidad, 26
Hay otro asunto de esta situación de guerra, que nos resulta funda-
mental más allá de la muerte misma y del tratamiento dado a los cadáve-
res. Se trata de las implicaciones relacionadas con los efectos que la muerte
produce sobre las poblaciones. Es el caso, por ejemplo, de los cadáveres
insepultos ya que "[...] para la población civil en general, el encontrar un
cuerpo insepulto o fosas comunes en sitios clandestinos no sólo constitu-
ye un problema de salud pública, sino que además antropológicamente
resquebraja su entorno social respecto a los límites entre el mundo de los
vivos y el de los muertos". 27
incertidumbre que se torna más difícil cuando los autores del hecho, en
algunos casos, asumen la responsabilidad del secuestro, pero no asumen
la responsabilidad de la muerte y, ante la eventualidad, la silencian.
Muchas veces los secuestrados fallecen en los lejanos lugares de cautiverio o en las
fuertes jornadas de desplazamiento que efectúan junto a sus captores. Sus cuerpos
son dejados en la superficie o enterrados en sitios distantes e inhóspitos donde es
muy difícil su recuperación. A esto se le suma el hecho de que los grupos combatien-
tes no vuelven a tener ningún contacto con las familias de las víctimas y por lo tanto
la incertidumbre de ellas sobre la integridad de su ser querido permanece de mane-
ra indefinida. 29
28 La condición incierta de "ni vivo, ni muerto: desaparecido", inhibe todos los procesos de elabo-
ración simbólica al impedir procesos como el del duelo. F. Rousseaux y L. Santacruz, "De la
escena pública a la tramitación íntima del duelo", (s. i.), 2000, las autoras son dos psicoanalistas
argentinas, quienes amablemente cedieron el texto para esta investigación.
29 C. Delgado Aguacía, Op. cit., p. 61.
30 En efecto, Marc Augé nombra con esa noción los lugares del anonimato. Véase M. Augé, Los no-
lugares. Espacios del anonimato, Barcelona, Gedisa, 1998.
El exceso en el escenario de lo político / 3 7
33 María Eugenia Vásquez, ex militarne del M-19. El testimonio fue cedido por la autora y publi-
cado después p o r el Ministerio de Cultura bajo el título Bitácora de una militancia, Bogotá, 1998,
p. 219.
El exceso en el escenario de lo político / 3 9
Pasé la noche despierta apretando entre mis manos un cuarzo, regalo de Afranio,
invadida de imágenes en blanco y negro sobre vida y muerte. Al amanecer había
tomado una decisión. Me acompañaba una fuerza extraña como surgida de mis
propias cenizas. El dolor me exigía convocar la vida para exorcizar la muerte que
me tenía harta, para salir del círculo de sangre que rodeaba al país desde hacía
tanto tiempo y que continuaba sobre nosotros. Por primera vez quería ver el rostro
de la muerte para poder encontrar la vida. Asistir al velorio de Afranio, llorarlo y
entender su ausencia, vivir el luto a fondo, no dejar en el aire este nuevo dolor para
que se hiciera eterno.
Busqué a Iván como cómplice para realizar el ritual. Fuimos a la Casa Gaitán
donde lo velaron. Entre la multitud encontré a sus hijos, a La Chacha —su mujer
más permanente— a sus viejos, a nuestros amigos, a la gente del pueblo, su gente
[...] Cuando logré acercarme lo miré despacio con miedo de afrontar por primera
vez su silencio. Y luego le hablé. —Afra viejo. Aquí estoy. Te voy a llorar [...] porque
si no entierro contigo esta tristeza y a todos mis muertos no sepultos me muero—.
Allí, a los pies del féretro me sentí más serena [...] nos juntamos los viejos amigos, la
familia, los paisanos, sus mujeres y las amigas para acompañarlo hasta que nos pasa-
ra a todos, incluido él, el asombro de su muerte y la aceptáramos. Entonces Afranio
podría irse, tranquilo, más allá de la vida. 54
Por una curiosa paradoja, el hombre, este animal que ha sublimado y trascendido
magníficamente la muerte, es el que masacra con el más perfecto refinamiento y la
más cruel despreocupación a las especies vivientes y ala suya propia
L.-V. Thomas
Miembros del Ejército Nacional, adscritos a la III Brigada ejecutaron a seis personas
que viajaban en un carro particular por la carretera a Buenaventura. En el kilóme-
tro 28, jurisdicción del municipio de Dagua, los militares habían instalado un retén
y dispararon contra el automóvil y una motocicleta en los que se movilizaban las
víctimas. La versión dada por los militares a los medios de comunicación indica que
las víctimas "eran delincuentes que no atendieron la orden de Pare y que dispararon
contra los militares". Sin embargo no se hallaron indicios de que las personas porta-
ran armas y sus familiares señalaron que todos eran personas honestas y reconoci-
das en la ciudad de Cali. Los familiares de las víctimas entablaron una demanda
35 Mary Kaldor, Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, Barcelona, Tusquets Edito-
res, 2001. También Peter Waldmann y Fernando Reinares, Sociedades en guerra civil. Conflictos
violentos de Europa y América Latina, Barcelona, Paidós, 1999.
36 P. Waldmann y F. Reinares, Op. cit., p. 13.
37 Eric Lair, "El terror, recurso estratégico de los actores armados: reflexiones en torno al conflicto
colombiano", Análisis Político, N.° 37, Bogotá, Iepri, Universidad Nacional, may.-ago., 1999.
38 Wolfgang Sofsky, Traite de la violence, París, Gallimard, 1988, p. 158 (el resaltado es nuestro).
39 María Victoria Uribe y Teófilo Vásquez, Enterrar y callar. Las masacres en Colombia, 1980-1993,
vol. 1, Bogotá, Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, Fundación Terre
des Hommes, 1995.
El exceso en el escenario de lo político / 41
contra La Nación por los hechos y el Juzgado 17 de Instrucción Penal Militar asu-
mió la investigación correspondiente.'" 1
dríamos llamar una muerte social. Esta acción criminal en sí misma ge-
43
2:00 p. m., las amenazaron diciéndoles: "[que] nos iban dizque a amarrar y que nos
iban a matar, y que nos iban a botar ahí que porque éramos las mujeres de los gue-
rrilleros [...] que nos iban dizque a quitar los niños, que se los iban a llevar ellos".
Finalmente, los paramilitares dijeron a los campesinos: "[que] nos fuéramos a bus-
car la vida de ellos, que nos fuéramos en contrario, que porque ellos nos daban plata
[...] Y nos dijeron que triste desplazado que se encuentre por aquí, lo matamos". Les
advirtieron que "[no fueran] a decir nada acá, que ellos eran paramilitares. Y si nos
preguntaban por qué se devolvieron, digan que fue porque les dio pereza [...] por-
que si no, pues sabemos y si ustedes dicen algo, los matamos [...]". 45
Para el etnólogo, una sociedad "se dice" en lo que ella hace del cuer-
po y a los cuerpos. Las funciones y los usos que le son conferidos, y las
técnicas, reglamentaciones y saberes que le conciernen son tratados como
formas en las cuales se descifran las visiones del hombre y del mundo; 49
49 Françoise Loux, Sagesses du corps: la santé et la maladie dans les proverbes françaises, Paris, Maisonneuve
Larose, 1978, citado por D. Jodelet, Op. cit., p. 127.
50 Françoise Héritier, "Symbolique de l'inceste et de sa prohibition", en: M. Izard y P. Smith, La
fonction symbolique, Paris, Gallimard, 1979.
51 Luc Boltansky, "Les usages sociaux du corps", Annales, 26 (1), Paris, pp. 205-233.
52 Pierre Bourdieu, Le sens pratique, Paris, Ed. de Minuit, 1980.
53 D. Jodelet, Op. cit., p. 127.
54 Marc Augé, "Corps marqué, corps masqué", en: J. Hainard y R. Kaehr, eds., Le corps en jeu,
Neuchâtel, Suiza, Musée d'ethnographie, 1983, p. 84.
55 Jean-Michel Berthelot, "Le corps contemporain: figures et structures de la corporéité", Recherches
Sociologiques, Paris, Université de la Sorbonne, 1998/1, pp. 7-18.
56 Citado por F. Loux, "Du travail à la mort: le corps et ses enjeux dans la société française
traditionnelle", en: J. Hainard y R. Kaehr, eds., Le corps en jeu, Neuchâtel, Suiza, Musée
d'ethnographie, 1983.
El exceso en el escenario de lo político / 4 5
vos en los niños, que son procesos de manejo del cuerpo. En efecto, al
niño se lo considera como inacabado, más próximo a la animalidad que
al ser humano, como si fuera necesario acabar de construirlo. Hay que
enseñarlo a sostenerse en pie, no en cuatro patas que es lo propio de la
animalidad. La función de la educación es separarlo de lo "natural", re-
presentado en la madre, mediante la acción socializadora y civilizadora
encarnada en el padre como símbolo de la cultura. Conscientemente o
no, el cuerpo es la base de la educación primera, intermediario entre
naturaleza y cultura, lugar de pasaje y de asociación; es, por excelencia,
el lugar sobre el cual se anclan los simbolismos, sobre el cual están
enraizados los rituales. Cuerpo enjuego y juegos del cuerpo devienen,
57
ejemplos, cómo todas las culturas han moldeado esas maneras específi-
cas de "vestir" el cuerpo en determinados contextos simbólicos, donde,
sin embargo, lo común es el rechazo a la desnudez o a la ausencia de
signos sobre él, algunos de los cuales son "marcados directamente en él
como los tatuajes" y por esta vía se lo cubre de significaciones. Que sea
por razones de orden estético, erótico, higiénico o médico eso no cambia
la costumbre de hacerlo; en todo caso, lo que permanece es la transfor-
mación de las apariencias. El cuerpo, en cada contexto, es como una
plastilina que se pliega dócilmente a las voluntades y los deseos sociales.
El es, pues, un objeto social.
57 Ibíd., p. 141.
58 J.-M. Berihelot, Op. cit., p. 17.
59 France Borel, "Limaginaire á (leur de peau", Cahiers Internationaux de Simbolisme, N.™ 59-61,
Mons, Bélgica, CIEPHUM, Université de Mons, 1988, p. 65. El verbo s'habiller significa literal-
mente 'vestirse'. Sin embargo, la connotación dada por la autora en este artículo es más amplia,
en tanto alude no solamente a) vestido sino también a todos los signos (tatuajes, cortes, acceso-
rios, etc.) que se hacen sobre los cuerpos por obra de la cultura. Es lodo aquello que la cultura le
impone al cuerpo para contrarrestar su desnudez asumida como del orden de la naturaleza.
60 Ibíd.
4 6 / Muertes violentas
66 En cuanto a la historia, véase Jacques Le Goff. Fragmentos para una historia del cuerpo, Madrid,
Taurus, 1990. En el terreno de la antropología, existen reflexiones muy actuales: Varios autores,
Cuei-po, diferencias y desigualdades, Bogotá, Ces, Universidad Nacional, 2000.
67 Louis-Vincent Thomas, El cadáver. De la biología a la antropología, México, FCE, 1989.
68 Id., Rites de mort, pour la paix des vivants, París, Favard, 1985, p. 175.
69 Ibíd., p. 79.
4 8 / Muertes viólenlas
ción del cuerpo por parte de los presos del IRA en Irlanda del Norte, y
analiza el cuerpo como un texto. De hecho, sus alusiones más recientes
han sido sobre el cuerpo como texto político. 76
74 Testimonio de Alonso de Jesús Baquero, paramilitar conocido como el Negro Vladimir, responsa-
ble de múltiples masacres en el país. Hoy está condenado a treinta años de cárcel. Semana, N.°
793, julio de 1997. Véase además la entrevista realizada por Alba Nubia Rodríguez, "Delitos
atroces", en: Memorias del I Congreso Internacional sobre violencia social, violencia familiar: una cues-
tión de derechos huvuinos, Manizales, Universidad de Caldas, Icbf, 1999.
75 Begoña Aretxaga, Shattering silence. Women, nationalism, aiui political subjectivity tn Northern Ireland,
Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1997.
76 En una conferencia dictada en la Universidad Nacional de Medellín, retomaba su análisis de
las masacres de los cincuenta y pensaba la violencia reciente desde esta dimensión interrogán-
dose por los "decires" del cuerpo como texto: la estructura corporal que los campesinos le
asignaban al cuerpo y el tratamiento que le daban en consecuencia.
Otros estudios se interrogan por esta dimensión, entre ellos el trabajo de Alba Nubia
Rodríguez de la Universidad del Valle publicado con el título "Los delitos atroces"; igualmente,
un trabajo inédito bastante interesante, "La violencia y la memoria colectiva" del profesor Al-
berto Valencia de la Universidad del Valle; asimismo, Alejandro Castillejo en su trabajo sobre
desplazamiento interno en Colombia, donde plantea que el cuerpo en un contexto de violencia
se transforma en un símbolo en medio de una red de sentidos configurados socialmente, basa-
do en Alien Feldman, Formations of violence: The narrative of tlie body. Political terror m Northern
Ireland, Chicago, University of Chicago Press, 1991.
5 0 / Muertes violentas
Una segunda razón, que a nuestro juicio llega incluso más hondo y más
allá de la explicación por la presencialidad social, es la aportada por el
analista alemán W. Sofsky, para quien el "cuerpo es el centro constitutivo
del sujeto". Esto explicaría el ataque del cual es objeto en la violencia.
79
mostruoso del acto es que se ejecute sobre un ser humano, sobre todo si
se practica con tortura o suplicio. Los animales, por su parte, por 'bes-
tias' que sean, no son capaces de estos actos de crueldad. Es el ser huma-
no el único (animal) capaz de la práctica sistemática de la crueldad sobre
sus semejantes. Al referirse a este aspecto, W. Sofsky señala como un
error creer que la "deshumanización es la condición para las prácticas de
crueldad [...] creer que las atrocidades humanas exigen la deshumanización
del otro". 84
dolor. Ese "ver sufrir", más que el dolor y más que la muerte, se agrava
por los lazos de proximidad. 86
86 Ibid., p. 305.
87 Claudine Vidal, "Le génocide des rwandais tutsi: cruauté délibérée et logiques de haine", en:
F. Héritier, De la violence, pp. 325-366.
88 Ibid., p. 328.
89 Primo Levi, Les naufragés et les rescapés. Quarante ans après Auschwitz, Paris, Gallimard, 1989,
p. 119.
90 Fawaz N. Traboulsi, "Rituales de la violencia", El Viejo Topo, N.° 80, Barcelona, die., 1994.
El exceso en el escenario de lo político / 5 3
trada y no a los propósitos a los que dice apuntar". Esto debe tenerse
94
94 Ibid., p. 158.
95 Ibid.
El exceso en el escenario de lo político / 5 5
sacre no busca eliminar sin dejar rastro, por el contrario, busca desfigu-
rar y mutilar el cuerpo humano. He ahí una interpretación antropológica
de la mutilación de los cadáveres —no se trata de una 'salvajería' colom-
biana incomprensible—. Pese a que encontramos una explicación de es-
tas atrocidades en la frialdad, es la pasión la que las anima. Además,
ellos no están obligados a disimular, su acción está a la vista de todo el
mundo a diferencia de la tortura que es clandestina. Es la teatralidad del
exceso. La masacre es una acción pública que escapa a la vigilancia y a la
moral sociales. 99
96 Ibid.,pp. 159-161.
97 Ibid., p. 162.
98 Ibid., p. 163. El autor hace descripciones que no viene al caso repetir aquí pero que. de alguna
manera, las hemos "visto" inuv de cerca en las masacres colombianas.
99 Ibid., p. 164.
100 Ibid., p. 165.
5 6 / Muertes violentas
101 El concepto es tomado de Karina Perelli, "Fear, hope and disenchantment in Argentina", en:
Johnatan Boyarín, Reniapping memory, University of Minnesota, 1994, y será retomado para el
análisis en el capítulo 5 cuando trabajemos el duelo y la memoria.
102 En el sentido de la guerra como fiesta, véase al respecto Estanislao Zuleta, "De la guerra", en:
Sobre la idealización en la vida personal y colectiva y otms ensayos, Bogotá, Editorial Printer (s. f.), p. 78.
103 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 278.
El exceso en el escenario de lo político / 5 7
pueden tener relación con las masacres actuales, ya sea por sus similitu-
des en cuanto a las víctimas o por las características mismas, pero sobre
todo por sus componentes simbólicos, tanto en aquella época como aho-
ra. En efecto, al entrar en el análisis desde una perspectiva simbólica
estamos obligados a interrogar las masacres ocurridas en otros momen-
tos de la historia de este país. Como lo señala Donny Meertens refirién-
dose a las de los años cincuenta:
En esas masacres, las mujeres 110 eran simplemente víctimas por añadidura sino que
su muerte violenta y frecuentemente su violación, tortura y mutilación cuando esta-
ban embarazadas cumplía un fuerte papel simbólico [...] El útero se vio afectado por un
corte que se practicaba con las mujeres embarazadas, por medio del cual se extraía
el feto y se localizaba por fuera, sobre el vientre de la madre.' 05
104 Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, La Violencia en Colom-
bia. Estudio de un proceso social, Bogotá, Círculo de Lectores, 1988; María Victoria Uribe, "Ma-
tar, rematar y contramatar. Las masacres de la Violencia en el Tolima 1948-1964", Controver-
sia, N."* 159-160, Bogotá, Cinep, 1990; Donny Meertens, "Víctimas y sobrevivientes de la guerra:
tres miradas de género", en: Myriam Jimeno S. y otros. Las violencias, inclusión creciente, Bogotá,
CES, Universidad Nacional, 1998: Alberto Valencia, "La violencia y la paranoia en las memo-
rias de un suboficial del ejército de Colombia" (ponencia presentada al vin Congreso Nacional
de Antropología, Bogotá, 1997), Contravenía, N.° 178, Bogotá, Cinep, 2001, pp. 101-128.
105 Germán Guzmán Campos, O. Fals Borda y E. Umaña Luna, La Violencia en Colombia. Estudio de
un proceso social, citados por Donny Meertens, Op. cit., p. 239 (los resaltados son nuestros).
106 A. Valencia, Op. cit.
107 Remitimos a su trabajo "Matar, rematar y contramatar. Las masacres de la Violencia en el Tolima".
5 8 / Muertes violentas
espacio donde viven y coexisten seres humanos de una manera natural, un espacio de
intimidad y cercanía lleno de significaciones culturales, de prácticas cotidianas, de memorias
compartidas, un espacio que va a ser dislocado y a saltar en pedazos desde el momen-
to en que irrumpan en él individuos desconocidos y armados. 108
a veces, son más protagónicos el terror o el miedo por el efecto que pro-
ducen en los espectadores que el mismo acto de la muerte, que la misma
consumación del terror. El terror, mediante la manipulación sobre los
115
112 A. Valencia, "La violencia y la memoria colectiva", en: Alberto Valencia, comp.. Exclusión social y
construcción de lo público en Colombia, Bogotá, Cidse, Cerec, 2001.
113 En este sentido, un ejemplo que resulta ilustrativo es el testimonio del negro Vladimir hablan-
do de la masacre de los empleados judiciales en la Rochela, Santander. Véase revista Semana.
N.° 793, Bogotá, jul., 1997.
114 A Castillejo, Poética de lo otro, p. 38.
115 Carlos A Uribe, "Nuestra cultura de la muerte". Texto y Contexto, N.° 13, Bogotá, abr., 1988, p. 64.
6 0 / Muertes violentas
dobles casi perfectos del modelo militar, en sus actuaciones buscan pa-
recerse a otros, vestirse como otros, ser casi lo mismo que esos otros
pero diferentes." Los uniformes 'militares' —camuflados— que em-
6
ciedad, con lo cual sus muertes han tenido carácter de magnicidios. Fi-
nalmente, se inscriben en esta categoría de asesinatos selectivos las muertes
por "limpieza social".
Aunque las razones de algunos magnicidios estuvieron más ligadas al
narcotráfico, en defensa de sus intereses, tanto aquellos como las muertes
por "limpieza social" revisten un carácter político. Los primeros, porque
no todos tienen el mismo origen, y en el país han ocurrido magnicidios
con fines claramente políticos; y en cuanto a las segundas, porque la lim-
pieza social obedece a ciertas concepciones —políticas— del orden social.
Las ubicamos separadamente sólo para diferenciarlas en su especificidad.
Los asesinatos se cometen vía directa, ejecutados por sicarios o me-
diante atentados con bombas, en ocasiones contra personalidades políti-
cas durante sus desplazamientos en las grandes ciudades, lo que ante la
sorpresa y la confusión facilita la fuga de los autores. No obstante se
sucedieron casos impensables por la imposibilidad de la fuga, como el
asesinato de Carlos Pizarra León-Gómez, el 26 de abril de 1990, en un
avión de Avianca en pleno vuelo que se dirigía a Barranquilla, o el asesi-
nato de Bernardo Jaramillo, el 22 de marzo del mismo año en el Aero-
puerto El Dorado de Bogotá.
Los asesinatos políticos
Desde hace tiempo el asesinato político se convirtió en una táctica utili-
zada por diferentes sectores sociales y políticos en Colombia. Como
problemática ha sido una de las más trabajadas por la academia y de-
nunciada por los organismos de derechos humanos. En esta categoría
ubicamos los asesinatos contra varios dirigentes de izquierda como Jai-
me Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarra, al igual que 122
122 J a i m e Pardo Leal y Bernardo Jaramillo eran dirigentes de la Unión Patriótica, y Carlos Pizarra
León-Gómez fue comandante general del M-19 y gestor de la reincorporación del grupo gue-
rrillero a la vida civil.
El exceso en el escenario de lo político / 6 3
Y cuando lo matan hay cierto recuerdo muy emocionado relacionado con esos ámbi-
tos digamos humanos de la violencia. En el momento en que le están haciendo una
misa en la Catedral y esa catedral estaba colmada de militantes de la UP con todos
esos cantos fúnebres, con los coros, con el discurso del sacerdote y con ese incienso que
se iba levantando [...] parecía como una nave a punto de elevarse por el dolor (un
sobrecogimiento colectivo impresionante) porque en las catedrales el eco es como una
profanación permanente de la conciencia. La palabra penetra en lo más hondo del
ser, esencialmente como sentimiento sin que haya relación religiosa alguna. 123
El asesinato de Garzón, de los más recientes, generó las más fuertes reac-
ciones en el país, y pareció convertirse en un símbolo que convocó el
123 Entrevista con el escritor colombiano Arturo Alape, en Mauricio Galindo Caballero y Jorge
Valencia Cuéllar, En carne pmpia. Ocho violenlólogos dientan su experiencia como victinuis de la violen-
cia, Bogotá, Intermedio Editores, 1999, p. 202.
124 En efecto, esa fue la situación en Colombia en las elecciones de 1990, donde murieron asesina-
dos Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo.
125 Luis Carlos Galán era además senador por el Nuevo Liberalismo; Jaime Garzón era periodista
y humorista de gran reconocimiento nacional.
6 4 / Muertes violentas
lo expresa Laura Restrepo, citando las palabras del entonces director del
DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), quedaba un herede-
126 Laura Restrepo, "La herencia de los héroes", Semana, N.° 420, 22 de mayo, Bogotá, 1990,
pp. 49-57.
127 "El sábado ya no existo", Semana, N.° 903, Bogotá, 23 de agosto de 1999, pp. 28-30.
128 Ibid., p. 30.
129 L. Restrepo, Op. cit., p. 51.
El exceso en el escenario de lo político / 6 5
ro que asumía la responsabilidad del otro, aun sabiendo que de este modo
tal vez heredaba una condena. Hasta ahí había esperanza pues el rito
seguía su circularidad, sin embargo, ésta va a quebrarse un poco más
tarde con el asesinato de Garzón.
En efecto, ¿quién heredó, en este caso, la misión de ayudar a las fami-
lias de los secuestrados?, ¿quién heredó el "interés de convertirse en el
catalizador de la paz"?, ¿quién heredó la valentía de "buscar la paz a
130
éste envió una carta al presidente de la UP, Diego Montaña Cuéllar, refi-
riéndole que él no tenía ningún interés en asesinar a quien había declara-
do no estar de acuerdo con la extradición. Pablo Escobar citó en su comu-
nicado una declaración que Jaramillo había dado a la revista Cromos donde
decía: "Ahora todo se lo achacan a Pablo Escobar. Él va a ser el chivo expia-
torio de todas las bellaquerías que se han hecho en el país en los últimos
años. Aquí hay altas personalidades del Estado que están comprometidas
con los grupos paramilitares y tienen que responderle al país por los crí-
menes que han cometido". Además, Escobar decía tenerle estimación
134
a Jaramillo, y con ello logró que los ojos acusadores se posaran en otros
posibles autores. Con este precedente, y al afirmar que a los tres los había
matado la misma organización, Escobar logra quitarse la responsabilidad
de la autoría intelectual de la muerte de los otros dos.
En la misma entrevista Escobar habla de otros magnicidios. Sobre el
del director de El Espectador, Guillermo Cano, dice que la causa fue un
titular del diario, luego que Virgilio Barco autorizara la Ley de extradi-
ción, que decía '"Se les aguó la fiesta a los mañosos'. Entonces —dijo
Escobar— supongo que eso generó dolor en algunos extraditables, y tal
vez por eso vino la muerte de Cano. Todo eso, supongo yo, generó la
lucha militar contra la extradición". Se refirió al homicidio del general
135
Muchas, tal vez demasiadas veces, los colombianos hemos visto cómo
el país entero, en una macabra "topografía de la muerte", se convierte en
"una gran sala de velación". La muerte de líderes, y el dolor por su pér-
dida, que encarnan el deseo colectivo de lograr la paz, han hecho que
ésta sea una esperanza lejana. Es una realidad que se impone sin que
exista, por el momento, algo que pueda cambiarla. Por la muerte de
Jaime Garzón, que afligió tanto al país e hizo que se escucharan los gritos
de "¡No más!", tampoco hay responsables conocidos. Se repite la pregun-
ta, "¿quién mató a...?" para todos los que han muerto tratando de llevar
a cabo su compromiso de conseguir la paz y respetar la vida. 138
135 "Escobar habla sobre los magnicidios", Semana, N.° 481, 23 de julio de 1991.
136 Ibid.
137 L. Restrepo, "La herencia de los héroes", p. 57.
138 Este texto, en su última parte, sobre la "circularidad del rito", forma parte de una tesis de grado
titulada "Tema del traidor y del héroe", de Cristina Agudelo, estudiante de antropología y
auxiliar de este proyecto, 2002.
El exceso en el escenario de lo político / 6 7
con ironía un escrito de protesta por el acto de violencia que acabó con la
vida de Garzón—. No es extraño, entonces, que estos personajes aparez-
can uno junto al otro, en un cementerio que parece ser la representación
de un sentimiento colectivo que indica que, por ahora, las esperanzas de
un cambio positivo para el país han muerto. Ellos, en todo el sentido de
la expresión, han sido
[...] igualados por la muerte. Esta borra los recelos y rompe las desconfianzas entre
los seguidores del uno y de los otros [...]y amalgama el significado de sus vidas. Como en
este país los hechos van a velocidad supersónica, mientras el discurso político avan-
za a paso de muía, esta afinidad posl moríem todavía no encuentra palabras para ser
explicada, no se traduce en una alianza y un programa. Pero se expresa en símbolos
y en gestos, y se siente latir como el potencial amplio y democrático del futuro. ' 14
Así, los significados de las vidas de estos personajes y sus hechos to-
man mucha relevancia. En Garzón, resalta que haya sido capaz de inter-
pretar el sentimiento de muchos con respecto a varios temas álgidos de la
vida nacional, y de expresarlo, mediante sus personajes.
La vida de Jaime Garzón era una suerte de suma de todas las vidas del país. Por ello,
su muerte sacudió por igual al presidente y ex presidentes de la República y socieda-
139 La caricatura apareció el sábado 1.° de julio de 2000 en el periódico El Mundo, Medellín, en su
sección editorial.
140 Ana María Cano, "Garzón está por verse", Periódico La Hoja de Medellín, N.° 176, 25 de agosto de
1999, p. 12.
141 L. Restrepo, Op. cit., p. 50 (los resaltados son nuestros).
6 8 / Muertes violentas
¿Quién fue este personaje cuya muerte no sólo causó dolor sino que
provocó protestas en todo el territorio nacional? Un artículo de la revista
Semana sintetiza lo que fue su vida, haciendo énfasis en aquellos aspectos
que forjaron su personalidad y que le dieron, de alguna manera, el reco-
nocimiento de los colombianos.
Garzón vivió de afán. Rápido. Como si supiera que el tiempo no le iba a alcanzar.
Tal vez, por eso, cuando tenía poco más de tres años, ya sabía leer. Su mamá le
enseñó a formar palabras y frases en su humilde casa de La Perseverancia. Cuando
sus profesoras se percataron de semejante adelanto lo pusieron de ejemplo ante los
demás niños. Él lo gozó. El pequeño Jaime mostró un voraz apetito de sabiduría
que mantuvo intacto durante sus 39 años de vida. Estudió derecho en la Nacional,
ciencias políticas en la Javeriana, adelantó estudios de física y matemáticas. Siempre
con la intención de explicarse lo fundamental. Sin embargo, los libros y la academia
no pudieron darle razón de los mendigos que se atravesaban en su camino todos los
días, del hambre que percibía a su alrededor, de la soberbia de los poderosos, de las
injusticias. Corría el año de 1978, acababa de cumplir los 18 años y en la Nacional
hizo contacto con un guerrillero del ELN. Garzón pensó entonces que la solución
podría estar en el monte y se incorporó al frente José Solano Sepúlveda. Pocos días
después llegó al sur de Bolívar a la serranía de San Lucas. Su destreza para el mane-
jo de las armas era nula. Su desempeño como estratega militar, un desastre. Enton-
ces Garzón se convirtió en una especie de inocente y despistado trovador guerrille-
ro. Una noche, viendo televisión en un cambuche en compañía de Gabino, pasó la
serie infantil Heidi. Jaime empezó a cantar "abuelito dime tú..." El jefe guerrillero
se quedó mirándolo y le dijo: "[...] lo que pasa es que usted se cree la niña de los
montes". Desde ese entonces su nombre de combate fue Heidi. Nunca participó en
operaciones militares y la misión más importante que cumplió fue cuidar el dinero
del grupo. La plata estaba enterrada y su trabajo consistía en sacarla a asolear dos
veces al día para evitar que los billetes se pudrieran por la humedad. Durante esas
semanas en el monte entendió que el asunto no se resolvía echando plomo. Después
de cuatro meses se retiró de la guerrilla, dejó claros sus motivos y regresó a La
Perseverancia. Fue nombrado alcalde del Sumapaz por el entonces alcalde Pastrana
y destituido por él. El día de su asesinato debía posesionarse simbólicamente y reci-
bir la indemnización del caso, porque años después se comprobó que los motivos de
su sanción no fueron ciertos [...] Garzón era un enamorado del diálogo. Murió
pensando que ese era el camino hacia la paz [...]. ® H
Existe otra trama, otro hilo que hace de las significaciones sociales justi-
ficaciones de la muerte, y no precisamente por parte de los victimarios.
El contexto social, cultural y político produce determinadas víctimas y
determinados victimarios y condiciona las características de las muertes
violentas, esto es particularmente claro en una modalidad de la violen-
cia: la llamada "limpieza social". Esta modalidad de asesinatos contra
personas indigentes ha llegado a ser una práctica social bastante extendi-
da y una macabra forma de la violencia. Sus víctimas son, en efecto,
146
143 Tomado de: Alvaro García, "Garzón el libertario", Semana, N.° 902, Bogotá, 16 de agosto de
1999, p. 28.
144 L. Restrepo, Op. cit., p. 52 (los resaltados son nuestros).
145 Es un juego de palabras construido a partir de expresiones de Martín Barbero, "los muertos
significativos" y Michael Taussig, "la historia de los insignificantes".
146 Carlos Eduardo Rojas, La violencia llamada "limpieza social", Bogotá, Cinep, 1996.
7 0 / Muertes violentas
de aparece con más claridad, dice la autora, el tema del nettoyage [limpie-
za] y la purificación obsesiva. En efecto, no existe mucha diferencia entre
decir que "el antisemitismo es como el desembarazarse de los piojos. No
es una cuestión de filosofía es un asunto de limpieza", como se hacía 149
147 Según datos del Instituto de Medicina Legal, para el año 2001 se reportaban hasta el mes de
octubre 3.500 casos, en su mayoría indigentes. El Espectador, 21 de octubre de 2001, p. IB.
148 Françoise Héritier, "Les matrices de l'intolerance et de la violence", en: F. Héritier, De la
violence II, Paris, Editions Odile Jacob, 1999, p. 337.
149 Documento de Nuremberg N.° 5574, citado por F. Héritier, Op. cit., p. 338.
150 M. Taussig, Un gigante en convulsiones, p. 43.
151 C. E. Rojas, Op. cit., p. 23.
El exceso en el escenario de lo político / 71
partir de las formas en que se produce la muerte y, sobre todo, hacer notar
la desidia y la indiferencia sociales al respecto, pues, es justamente sobre
estas últimas características que se teje su entramado de significaciones.
La posibilidad de realizar asesinatos en serie, como los que se han
presentado en el país en los últimos años contra este tipo de personas,
supone la existencia de una gran red de apoyo logístico, por ejemplo, de
organizaciones criminales —o institucionales, como en el caso de la poli-
cía— que respalden 'técnicamente' la acción de estos escuadrones, al igual
que la existencia de soportes financieros y, sobre todo, ideológicos. En
efecto, valdría la pena preguntarnos: ¿a qué lógica social y cultural res-
ponden estas muertes? ¿Qué racionalidad les subyace? ¿Cuál puede ser
la mentalidad de una población capaz de ejecutar sistemáticamente esta
práctica sobre sus congéneres? ¿Cuáles son, desde el punto de vista antro-
pológico, las motivaciones que la sostienen?
Este método de asesinar, en lugar de combatir la delincuencia, cons-
tituye otra forma más de delincuencia. El problema radica en que los
victimarios ejercen esta acción en nombre de la moral y las buenas cos-
tumbres y la autojustifican como un modo de hacer justicia de manera
privada ante la ineficiencia del Estado, y maximizan los aspectos censu-
rables o negativos de sus víctimas construyendo estereotipos en los que se
las personifica como el 'mal', al tiempo que se muestran a sí mismos
como seres 'bondadosos', representantes del 'bien'. Lo cierto es que 154
Villa dice al respecto que "se trata de vocablos apropiados por aquellos
160 Víctor Villa, Polifonía de la violencia en Anlioquia. Visión desde la sociolingüística abducliva, Bogotá,
Icfes, 2000, p. 139.
161 C. Rojas, Op. cü„ p. 89.
La complacencia en el exceso: muertes
violentas de jóvenes en el conflicto
urbano
Introducción
Al abordar el tema de la muerte violenta en Colombia fue necesario dete-
nerse con atención en la población joven. Varias son las razones: la pri-
mera es que, de alguna manera, ellos han sido en esta última violencia 1
uno de los grupos más vulnerables, quizá el que mayor víctimas ha apor-
tado a esas cifras macabras, al tiempo que su participación es predomi-
2
1 Nos referimos a la violencia producida entre los años ochenta y noventa del siglo xx y que
transita, peligrosamente, por los primeros años del siglo xxi.
2 En el grupo de población joven, entre quince y veintiún años, el homicidio es la segunda causa
de muerte en la mitad de los países de la región. Colombia está a la cabeza, con relación a
América Latina, con una tasa de 80 homicidios por cada 100.000 habitantes. Como referencia
comparativa digamos que esa proporción en Brasil es de 24,6 por cada 100.000 habitantes, en
Panamá de 22,9, en Perú de 11,5 y en los Estados Unidos de 8. Véase Óscar Useche, "Coordena-
das para trazar un mapa de la violencia urbana en Colombia", Nova & Velera, N.° 36, Bogotá,
Esap, ago.-sep., 1999, p. 11.
En Medellín, la situación con respecto a los jóvenes es menos alentadora. En los años ochenta,
del total de homicidios ocurridos, el 37,8% fueron de jóvenes entre los quince y veinticuatro
años, y en los años noventa, el 44,5%. Según las mismas cifras, este porcentaje se fue
incrementando progresivamente al punto de acercarse al 50%, entre 1994 y 1996, respecto del
total de homicidios ocurridos en la ciudad. Véase William F. Pérez y otros, "Violencia homicida
en Medellín", Medellín, Universidad de Antioquia, Instituto de Estudios Políticos, (s. i.) 1997.
3 "La muerte es lo más sobrado que hay", dice un joven de una banda mientras otro se refiere a
ella como un premio. En: Alonso Salazar, No nacimos pa'semilla, Medellín, Corporación Región,
1990, p. 26.
La complacencia en el exceso... / 7 5
4 Vale la pena anotar que cuando se habla de violencia juvenil en este trabajo se trata, casi siem-
pre, de violencia urbana. Las víctimas y victimarios son jóvenes habitantes de la ciudad. En las
zonas rurales hay también actores de violencia jóvenes, en su mayoría menores, pertenecientes
a diferentes grupos armados (guerrillas y paramilitares). aunque las cifras son altísimas con
relación a la normatividad que prohibe los menores en la guerra, son mínimas respecto de la
violencia juvenil en las ciudades.
5 Testimonio tomado de la investigación "El parlache", cedido por los autores. Luz Stella Castañeda
y José Ignacio Henao.
6 La reflexión en este terreno es amplia por ser un tema bastante explorado actualmente. Selec-
cionamos algunos trabajos por su pertinencia en el enfoque, sobre todo por la inclusión de
100 / Muertes violentas
algunos elementos culturales que —confrontándolos con los testimonios— nos permitieran
explorar el problema de las significaciones: Ana María Jaramillo, Marta Inés Villa y Ramiro
Ceballos, En la encrucijada. El Medellín de los noventa, Medellín, Corporación Región, Municipio
de Medellín, 1998; Carlos Mario Pe rea, "La sola vida te enseña. Subjetividad y autonomía de-
pendiente", en: Umbrales, cambios culturales, desafios ruicionales y juventud, Medellín, Corporación
Región, 2000; Pilar Riaño, "La memoria viva de las muertes: lugares e identidades juveniles en
Medellín", Análisis Político, N.° 41, Bogotá, Iepri, Universidad Nacional de Colombia, 2000.
También de la misma autora, "La piel de la memoria. Barrio Antioquia: pasado, presente y
futuro". Nova & Velera, N.° 36, Bogotá, Esap, ago.-sep., 1999; Óscar Useche, "Coordenadas para
trazar un mapa de la violencia urbana en Colombia", entre otros.
7 Remitimos al lector interesado al trabajo de C. M. Perea, "La sola vida te enseña. Subjetividad y
autonomía dependiente".
La complacencia en el exceso... / 101
8 El sicario como personaje' sigue existiendo no sólo en Medellín sino también en otras ciuda-
des, lo que desapareció fue el "sicariato" organizado como fenómeno social ligado al narcotráfico.
9 Testimonio cedido por Corporación Región. Entrevista con habitante de la Comuna centro
oriental, octubre de 1996.
10 La revista Semana reseña como el primer sicario al que mató a Rodrigo Lara Bonilla, ministro de
Justicia, en 1984.
11 A. Salazar, No nacimos pa'semilla.
12 Eisa Blair, "Le trafic de drogue: de la proposition délictueuse au style de vie", en: La violence en
Cobmbie. Le défi aux idées reçues, Paris, FPH, 1994, p. 48.
13 Aunque hay que admitir que fue por esta vía que el joven logró hacerse un sujeto para ser
pensado en las políticas públicas. Porque —v esa es otra cara del problema— es también por la
vía de la violencia y casi siempre de la muerte que los dirigentes en este país miran lo que no
78 / Muertes violentas
La primera vez que maté sentí como la sensación. Un pelao nos sapió y tocó matarlo. Yo
lo maté normalmente hasta con rabia. Sin embargo, me sentí como maluco y me achanté
todo el día. Eso fue todo. Lo mejor es matar por razones, matar cuando alguien se la
cometa a uno. Así se siente que la muerte asfixia y hay que matar por desquite. De
resto así porque sí tampoco. El segundo fue un muchacho que maté por una novia que yo
tenía. [...] cuando a uno lo convidan a matar ya es un progreso [...]. 16
Yo recuerdo mucho la primera vez que me tocó matar: yo había herido personas pero no
había visto los ojos de la muerte. Fue en Copacabana, un pueblo cercano a Medellín. Un
día por la mañana estábamos robando en una casafinca y sin saber de dónde se nos apareció el
celador. Yo estaba detrás de un muro, a sus espaldas, asomé la cabeza y de puro susto le metí los
seis tiros del tambor. El hombre quedó frito de una. Eso fue duro, pa' qué le miento, fue muy
duro. Estuve quince días que no podía comer porque veía el muerto hasta en la sopa [...] pero
después fue fácil. Uno aprende a matar sin que eso le moleste el sueño."
han visto de otra manera, y los jóvenes comenzaron efectivamente a ser sujetos de políticas
públicas en la medida en que aumentaron los muertos.
14 Alonso Salazar y Ana María Jaramillo, Las subculturas del narcotráfico, Bogotá, Corporación Re-
gión, Cinep, 1992.
15 A. Salazar, No nacimos pa'semilla, p. 30.
16 Tomado de Adolfo Atehortúa, José Joaquín Bayona y Alba Nubia Rodríguez, Sueños de inclusión.
Las violencias en Cali, años 80, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, Cinep, 1998, pp. 153-154.
17 A. Salazar, No narímos pa' semilla, p. 26 (los resaltados son nuestros).
La complacencia en el exceso... / 7 9
18 Testimonio de un joven del barrio Guadalupe, Comuna nororiental de Medellín, en: A. Salazar
y A. M.Jaramillo, Op. cil., pp. 141-142.
19 Diego Bedoya y Julio Jaramillo, De la barra a la banda. Estudio aiwlilico de la violencia juvenil en
Medellín, 2.' ed., Medellín, Editorial El Propio Bolsillo, 1991. De los mismos muchachos decía
Víctor Gaviria en un reportaje, mientras rodaba su película Rodrigo D, no futuro, que ellos sen-
tían mucha curiosidad por la muerte. Para ellos el mejor lugar es estar muertos. Lo piensan
como un valor: "el mejor parche es estar muerto. Estar vivo no es la vida". Juan José Hoyos,
Sentir que es un soplo la vida, Medellín, Universidad de Antioquia, 1994.
20 Aunque sí existe un libro que da buena cuenta de ese desplazamiento, véase A. M.Jaramillo. M.
I. Villa y R. Ceballos, En la encrucijada. Conflicto y cultura poítica en el Medellín de los noventa,
Medellín, Corporación Región, Alcaldía de Medellín, 1998.
21 Ibid.
8 0 / Muertes violentas
22 Ibid., p. 62.
23 Testimonio cedido por Corporación Región, entrevista con jóvenes del barrio Santa Mariana,
septiembre de 1996 (los resaltados son nuestros).
La complacencia en el exceso... / 8 1
Pero su relación con la muerte era tan cercana como la de los sicarios. Así
se expresa un muchacho de una de esas bandas:
Me acuerdo del pecoso, un varón, uno de los duros de por aquí que no se le arruga-
ba a nada. Fue el último en partir. Como era tan osado y tenía tantos muñecos encima
le habían montado la perseguidora todos: los capuchos, los feos, los de la banda de
abajo. Era un concurso a ver quién lo tumbaba primero. Él se mantenía enfierrado con
una tola lo más de bacana. Decía que cuando le llegara la hora no se iba solo. Así fue. 26
"Los del margen: entre el parche y los plántelos. Bandas", Seminario Ciudad y Conflicto, po-
nencia, Medellín, Corporación Región, (s. i.), 1998; Carlos Mario Perea, "La sola vida te ense-
ña. Subjetividad y autonomía dependiente"; id., "Un ruedo significa respeto y poder. Pandillas
y violencia en Bogotá", Seminario de Cinep, ponencia, Bogotá, (s. i.), 4, 5 y 6 de dic., 2000.
30 C. M. Perea, "Un ruedo significa respeto y poder", pp. 10-11.
8 4 / Muertes violentas
31 Patricia Nieto, La Hoja Metro, N.° 47, Medellín, 27 de ene.-2 de feb., 1997 (los resaltados son
nuestros).
32 Véanse: Germán Muñoz, "Consumos culturales y nuevas sensibilidades", en: Viviendo a toda.
Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades, Bogotá, Diuc, Universidad Central, Siglo del
Hombre Editores, 1998, pp. 173-240;José Fernando Serrano, "Somos el extremo de las cosas o
pistas para comprender culturas juveniles hoy", en: Viviendo a toda. Jóvenes, territorios culturales y
nuevas sensibilidades, pp. 241-260, y del mismo autor, "La cotidianidad del exceso: experiencias
y representaciones de la violencia en jóvenes urbanos", seminario La configuración social del
Miedo, Medellín, Corporación Región (s. i.), agosto de 2001.
33 Ó. Useche, Op. cit., p. 6.
La complacencia en el exceso... / 8 5
Con base en el interés que nos anima para efectos de este trabajo
sobre la muerte, la ciudad es: 1) el lugar donde la muerte violenta se
produce; 2) donde la muerte se codifica: demarca territorios y se ritualiza
(cementerios, lugares de culto, nominación y referentes topográficos de
muerte); 3) donde la muerte se significa, esto es, se dota de sentido y de signi-
ficación (ceremonias, símbolos y sentidos) expresados en discursos y prácti-
cas.
La ciudad: territorio donde la muerte se produce o el lugar
de su ejecución
El espacio urbano se ha convertido en la instancia predominante para la
vida en el mundo globalizado de hoy. En lo que concierne al mundo
urbano latinoamericano pocas cosas están completamente definidas, más
bien se hallan en plena ebulllición y en una transición donde cada ciudad
vive, a su manera, la producción material y simbólica de esos cambios. En
34 lbíd., p. 8.
35 El contexto en el que ocurren estas muertes está configurado por la presencia de uno u otro
actor armado, que responde sin embargo a lógicas y dinámicas diferentes para producir estas
muertes violentas.
36 Este sentido es equiparable a lo que Useche llama los "entramados de la cultura en medio de los
cuales se cocinan los significados de la vida y las raíces de la violencia". Ó. Useche, Op. cil., p. 6.
8 6 / Muertes violentas
Varios son los mecanismos mediante los cuales los jóvenes codifican el
territorio y construyen referentes simbólicos a partir de la muerte. Ellos
emergen en sus prácticas y en sus discursos cotidianos a través de un
lenguaje tanático, de la música y los ritos funerarios.
Un indicador de la codificación del territorio a partir de la muerte se
da a través de la creación de referentes simbólicos sobre los espacios físi-
cos de las ciudades escritos en lenguajes de muerte. La codificación del
territorio, o "nuestra accidentada topografía de la muerte" como alguna
vez la nombró un antropólogo, designa maneras de nombrar o referenciar
45
Fuente: adaptado de Luz Stella Castañeda y José Ignacio Henao, "El parlache: una varie-
dad del habla de los jóvenes de las comunas populares de Medellín", en: María Cristina
Martínez, comp., Discurso, proceso v significación. Estudios de análisis del discurso, Cali, Edito-
rial Universidad del Valle, 1997, pp. 20-30.
51 Óscar Useche, "En busca de nuevos lugares de enunciación de lo juvenil". Nova & Velera, N.° 32,
Bogotá, Esap, jul.-sep., 1998, pp. 48-62.
La complacencia en el exceso... / 91
Fuenle: Víctor Villa Mejía, "El léxico de la muerte", Pre-ocupaaones, Medellín, Seduca,
Colección Autores Antioqueños, 1991.
52 Luis Carlos Restrepo, "Ritmos y consumos", en: Umbrales, cambios culturales, desafíos nacionales y
juventud, Medellín, Corporación Región, febrero de 2000 (los subrayados son nuestros).
9 2 / Muertes violentas
esté vivo. Por su parte, el punk representa las problemáticas de los jóve-
35
las que recubren sus vivencias. Para todos los jóvenes en general, su expe-
riencia de vida está ligada a la búsqueda de identidad y reconocimento.
También en este caso, de los jóvenes de sectores populares en Medellín,
sus búsquedas se tejen en torno a ellos. El problema es que al hallarse
inmersos en una dinámica de múltiples violencias, la identidad y el reco-
nocimiento social están ligados de manera directa y cercana a la muerte,
y en estos contextos construyen sus entramados de sentido. Adicional-
mente, ellos apelan a otros aspectos en la construcción de referentes de
significación que no son muy típicos de este grupo de población, como
la memoria y el recuerdo, o incluso el miedo, ligados también directa-
37
58 Testimonio cedido por la Corporación Región, entrevista realizada en el barrio Santander, oc-
tubre de 1996 (los resaltados son nuestros).
59 C. M. Perea, "Un ruedo significa respeto y poder".
La complacencia en el exceso... / 9 5
vitales de muchos de ellos. De acuerdo con el autor, esto hace parte del
proceso de afirmación del sujeto en un contexto marcado por ciertas
elaboraciones de las relaciones de género asociadas con hacerse respetar,
ser duro, probar ante otros y mantener protegido un cierto entorno perso-
nal —"que no se metan conmigo". 60
rante de muchos de sus relatos. Esos relatos son muy significativos res-
pecto al lugar que ocupan los muertos y la muerte en la memoria y el
recuerdo. La simbología de estos recuerdos descansa en la evocación del
66 lbíd., p. 32.
67 Ibid., p. 27.
68 M. T. Salcedo, "Escritura y territorialidad en la cultura de la calle".
69 Testimonio tomado del archivo de la investigación "El parlache".
70 Myriam Jimeno, "Amor y miedo en las experiencias de violencia", en: Las violencias: inclusimi
enríente, Bogotá, Ces, Universidad Nacional, 1998, p. 326.
La complacencia en el exceso... / 9 7
hablaba de todo, tenía ganas de llorar, correr, gritar, echármele encima, en fin, miles
de cosas pasaron por mi cabeza, yo sentí a la muerte en mi espalda, esa gonorrea era
cagado de la risa y por supuesto yo del miedo, me dijo: tírese al piso. Yo inmediata-
mente me encomendé a Dios y yo le seguía hablando cosas. 71
El miedo unifica los fragmentos de las historias e iguala las tres ciuda-
des, porque el miedo es la semejanza que avecina lugares y experiencias.
Ante esa realidad, es inevitable la preocupación por la identidad urbana
futura cuando sus habitantes lleven en el imaginario el binomio ciudad-
miedo y lo proyecten en sus prácticas con el territorio. Lo que no des- 73
sión por parte de los jóvenes. Se trata de las formas que toman los
procesos de ritualización de la muerte, observadas en las prácticas fu-
nerarias que se desarrollan en los cementerios (y otros lugares) por los
amigos y parceros muertos. El exceso no se condensa aquí en un solo
símbolo —también en esto los jóvenes son excesivos—, sino que está en
el cuerpo, en el cadáver, y además en las prácticas del cementerio y en la
fiesta, en fin, en el rito. No es nada irrelevante que también en lo urbano
contemporáneo haya un predominio del exceso. 74
74 Marc Augé, Los no-lugares, espacios del anonimato. Una antropología de la sobreinodernidad, Barcelo-
na, Gedisa, 1998.
75 Por ejemplo, es muy común en el cementerio San Pedro de Medellín que los ritos funerarios
estén acompañados de música, ya sea con agrupaciones llevadas para tal efecto o de "equipos
de sonido" que alguien carga mientras se desarrolla la ceremonia. Sobre la fiesta ampliaremos
más adelante.
76 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., pp. 130-131.
La complacencia en el exceso... / 9 9
las misas son casi iguales. Cambia su duración si son pagadas por los
familiares, pero la estructura es rígida y la Iglesia en general se resiste a
los cambios introducidos recientemente. Los mariachis, por ejemplo, se
permiten si los dolientes quieren música, pero su actuación debe ser fue-
ra de la iglesia, espacio que para' los curas católicos representa la más
elevada valoración de la sacralidad. Así, los elementos profanos sólo son
posibles por fuera de él.
La presencia de los jóvenes es fuerte, pues, en el velorio y en el fune-
ral donde se arman verdaderas fiestas. Su presencia en los cementerios,
vivos o muertos, se ha incrementado considerablemente. En una crónica
sobre el cementerio San Pedro puede leerse:
Cuando a Medellín le va mal, a los cementerios les va bien. Es la ley de esta ciudad,
ley que nunca tuvo tanta vigencia como en 1992, año en el que el número de muer-
tos desbordó todas las previsiones, incluso las de los cementerios. El San Pedro, por
ejemplo, que para ese momento ya se había consolidado como el principal terminal
de la violencia, no dio abasto. Se acabaron sus bóvedas disponibles, algo que jamás
había sucedido en sus 150 años de historia, los que irónicamente cumplió aquel
terrible año. Sus direcavas tuvieron entonces que terminar de construir a las volandas
450 bóvedas de una nueva galería y aun así se vieron a gatas para suplir la demanda.
Y no era para menos: aquella fue la época en que hirvió por su frente más crudo la
guerra que Pablo Escobar tras su fuga de la Catedral le declaró al Estado, con su
piñata de bombas indiscriminadas y su aparato de secuestros selectivos y asesinatos
77 En cuanto a las misas que preceden al funeral hay también un cambio, que al parecer depende
del criterio de los sacerdotes. En Copacabana, por ejemplo, la misa se hace casi siempre en la
iglesia del parque. En cierta época un párroco asignado a este municipio extendía la duración
de la misa una hora si se trataba de una persona importante del municipio, a la que se elogiaba
y se recordaban sus cualidades. Cuando se trataba de un integrante de bandas, parece que no
había mucho qué decir. La misa duraba máximo quince minutos. Dato obtenido, durante la
investigación, por Cristina Agudelo, auxiliar de investigación del proyecto.
1 0 0 / Muertes violentas
por encargo. Pero así y todo fueron muchos más los muertos que arrojó sobre los
cementerios la guerra territorial que también por aquel entonces obraban a su suer-
te y al margen de los titulares de prensa las milicias y bandas de las comunas popu-
lares. Un botón basta de muestra. De cada diez personas inhumadas aquel año ocho
lo fueron por violencia, en su mayoría parceros y bacanes que no llevaban vivos ni
los veinte años. 78
su lugar. Hay una reunión alrededor de una persona que más bien parece
un agasajo. Todo parece distinto; incluso las personas están predispues-
tas para la alegría a pesar del triste acontecimiento, para comer y beber
en exceso, bailar, gritar y desentenderse de las labores diarias. Es como si
hubiera en ella una exhortación explícita para transgredir la norma y
desconocer las imposiciones cotidianas. 81
78 Ricardo Aricapa, "La ciudad de los muertos", en: Medellín es así. Crónicas y reportajes, Medellín,
Universidad deAntioquia, 1998, p. 143.
79 Josefina Roma, Antropología cultural: la fiesta, Barcelona, Península, 1997, p. 209.
80 Banderiar significa poner en tela de juicio la seguridad o la tranquilidad del barrio. Estigmati-
zarlo como un barrio "caliente".
81 Otro relato de la manera como se sucede este rito en un barrio popular, fue elaborado por
Cristina Agudelo, auxiliar de investigación del proyecto. Desde que el cortejo abandona la sala
de velación, la iglesia, el barrio o la casa, comienza un desfile o bien en hombros de los más
cercanos o se forma una caravana de autos de lujo que lo acompañarán hasta el cementerio; en
el caso de conductores de buses o de taxis asesinados, la caravana estará constituida por estos
vehículos portando cintas moradas en su parte delantera, los pitos forman un coro lastimero
mientras recorren las calles, provocando el cierre de vías, la consabida congestión y una actitud
comprensiva en el transeúnte. En las muertes de jóvenes, los amigos hacen presencia con su
algarabía y sus muestras de dolor; el barrio está convocado al menos a salir a las puertas, venta-
nas y balcones para ver por última vez al que vieron crecer y morir.
La complacencia en el exceso... / 1 0 1
rales que vivimos hoy, se da una permisividad que se expresa en las acti-
tudes. Otros teóricos también han reparado en el carácter festivo de la
muerte como rito de paso: "Las fiestas que solemnizan un acontecimien-
to de la existencia: el nacimiento, la iniciación, el matrimonio, las exe-
quias [...] son actos colectivos por los que una sociedad responde a las
imposiciones ineludibles de la naturaleza (el sexo, la muerte) y procura
liberar al ser humano del miedo individual". 84
a ese momento último de cada ser vivo, donde esta forma de comunica-
ción es la manifestación de la muerte domada por el rito, el ritual y el
gesto.
La llegada del muerto al cementerio es un acto solemne. Se traspasa el
umbral del sitio en el cual ese ser, que ha sido objeto de homenajes y que
ha convocado a su grupo, se quedará definitivamente al lado de los muer-
tos. Al hacerlo, adquiere otra posición en el grupo, será el protector y
confidente de los suyos. El cortejo recorre, en medio de sonidos diversos,
las vías principales del cementerio encabezado por un grupo de mujeres
bellas, como una metáfora de la vida y sus placeres, con pequeños ramos
de flores artificiales, y unos caballeros muy elegantes con los ramos origi-
nales. Atrás, la gran comitiva.
El siguiente testimonio narra lo que sucedió durante el entierro de un
Nadie lo creyó posible nunca, pero un día, en una noche, las balas lo alcanzaron. La
noticia se regó rápidamente por todo el municipio, ya que XXX era un personaje
famoso al que muchos le guardaban, más que respeto, miedo.
En el velorio aparecieron todos los que formaban parte de la banda, incluso los
que se habían ido a esconder a Niquía. Ese día hacía mucho calor y el barrio fue
invadido por muchachos en motocicletas que entraban y salían como si fuera su
casa. El ambiente se tornó tenso, sobre todo para quienes no hacíamos parte de la
familia o los amigos del muerto.
La canción de Darío Gómez "Nadie es eterno en el mundo", se repitió desde la
hora en que se supo de la muerte, hasta la hora del entierro. No faltaron las cancio-
nes que en vida XXX había pedido (exigido) que le pusieran cuando él no estuviera,
porque no desconocía que ya estaba condenado, que ya estaba "viviendo horas ex-
tras" o "marcando calavera", como solía decir. Una de ellas, la que más pidieron en
el barrio en una época los que sabían o sospechaban que no les quedaba mucho
tiempo, fue Los desaparecidos de Rubén Blades.
A la hora de llevar el cadáver al cementerio, el desfile del cortejo fúnebre pare-
cía más el desfile de un carnaval: los familiares al frente, la mamá de los XXX enca-
bezando el desfile, cargando uno de los pesados ramos. Los amigos después, cada
uno exhibiendo sus alhajas, sus chaquetas de cuero. La inmensa grabadora al hom-
bro, a todo volumen:
Nadie es eterno en el mundo/ ni teniendo un corazón [...]
No me lloren que nadie es eterno/ nadie vuelve del sueño profundo [...]
Varios de ellos llevan el féretro en hombros ya que la gente del barrio entra al
cementerio cargada por sus amigos: nunca, jamás, dentro del carro de la funeraria.
(El cementerio no está muy lejos del barrio, pero hay que bajar una calle muy empi-
nada, y subir otro caminito estrecho, también muy empinado.)
De la placa deportiva del barrio "El Recreo", eterno enemigo del barrio "Las
Vegas", empezaron a hacer disparos al aire. Muchos gritaban desde allá: Ahí va el que
tenía pacto con el diablo. Otro: Ahí se los vamos matando de a uno, hijuep... Otro más: ¡Que
viva XXX! Pero en el infierno. Ellos estaban felices de haberse bajado al —hasta ese día—
intocable e inmortal XXX.
Los del cortejo no se dejaron apabullar y sacaron sus armas para hacer varios
disparos al aire. Esta vez no se inhibieron para mostrarlas en el barrio, y para pasar
fumando marihuana o bazuco sin importarles que la gente observara. (En un día
normal siempre se resguardan).
En el cementerio, no faltaron los mariachis, los desmayos de las mujeres de
XXX, las peleas entre ellas, disputándose el derecho de estar ahí. Ni una lágrima de
86 Razones de seguridad obligaron a ocultar la identidad del personaje en cuestión. El relato fue
también elaborado por Cristina Agudelo.
La complacencia en el exceso... / 1 0 3
87 Este apartado estaba destinado a ser parte de esta investigación. En efecto, aún antes de empe-
zar y como fruto de reflexiones previas, se vislumbraba una estrecha relación entre la violencia
colombiana y la naturaleza o el carácter religiosos de ciertas prácticas violentas. Esta investiga-
ción podía ser el hilo que nos permitiera desamarrar la trama en este terreno. Sin embargo, y
sin que íúera para nada previsible, nos desbordó. La temática, tan vasta y compleja, amerita una
investigación específicamente sobre esta relación religión-violencia cuyo eje —y eso aparece
bastante más claro después de esta investigación— bien podría ser la muerte.
88 Testimonio tomado de Marta Lucía Correa y Elizabeth Cristina Ortega, "La religiosidad y la ley
en el fenómeno del sicariato y las bandas juveniles en el Valle de Aburrá", tesis de psicología,
Universidad de Antioquia, 1999.
89 A Salazar, No nacimos pa semilla, Medellín, Corporación Región, Cinep,1990.
1 0 4 / Muertes violentas
vano dos refranes muy populares entre estos jóvenes dicen: "El que peca
y reza, empata" y "Mata, que Dios perdona".
La literatura que abordó el fenómeno del sicariato reparó fácilmente
en la ejecución de estas prácticas religiosas por parte de los jóvenes. Lla-
maba la atención el uso de elementos religiosos ligados a sus prácticas
criminales. Pero lo que no se evidenció en ella fue que la religión en Co-
lombia (concretamente el cristianismo) ha tenido una postura ética ambi-
gua frente a ciertas actividades delictivas. 91
90 Céline Durand, "Compte Rendu", París, DEA, (s. i.) 2000, (los resaltados son nuestros).
91 La Iglesia ha sido históricamente en Colombia permisiva con ciertas conductas no muy legíti-
mas si ello beneficiaba sus intereses en un momento dado. En los años recientes lo ha sido con
el narcotráfico, cuando solucionaba por esa vía los problemas económicos de las iglesias o de los
párrocos.
92 Aunque, como lo mencionamos antes, esta temática no pudo ser abordada con la profundidad
que se requería, es posible pensar que esa relación crinien-rezos-muerte tan fuerte en los sicarios
en los años ochenta se ha diluido en estos grupos de jóvenes protagonistas del conflicto urbano
más reciente de los años noventa, al menos en Medellín. A juzgar por los testimonios encontra-
dos, ni parecen tener esa misma familiaridad con la muerte, ni mucho menos una relación de
naturaleza religiosa con el crimen como la de los sicarios. De todos modos eso no desvirtúa la
naturaleza "religiosa" que creemos asumen muchas de las prácticas violentas en el país. Lo que
por ahora es sólo una hipótesis.
93 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., p. 127.
La complacencia en el exceso.../127
94 J. F. Serrano, Op. cil. En la investigación de Serrano, la mayoría de los jóvenes eran hijos de
migrantes rurales, lo cual los relacionaba con tradiciones culturales muy anüguas que, dice
Serrano, tienen en lo religioso su mayor fuente de conservación. Con todas estas nuevas expe-
riencias vividas en la ciudad los jóvenes reelaboran sus historias vitales con respecto a la violencia 7 las
inscriben en un nuevo orden de significación.
1 0 4 / Muertes violentas
/ano dos refranes muy populares entre estos jóvenes dicen: "El que peca
/ reza, empata" y "Mata, que Dios perdona".
La literatura que abordó el fenómeno del sicariato reparó fácilmente
;n la ejecución de estas prácticas religiosas por parte de los jóvenes. Lla-
maba la atención el uso de elementos religiosos ligados a sus prácticas
:riminales. Pero lo que no se evidenció en ella fue que la religión en Co-
lombia (concretamente el cristianismo) ha tenido una postura ética ambi-
gua frente a ciertas actividades delictivas. 91
50 Céline Durand, "Compte Rendu", París, DEA, (s. i.) 2000, (los resaltados son nuestros).
51 La Iglesia ha sido históricamente en Colombia permisiva con ciertas conductas no muy legíti-
mas si ello beneficiaba sus intereses en un momento dado. En los años recientes lo ha sido con
el narcotráfico, cuando solucionaba por esa vía los problemas económicos de las iglesias o de los
párrocos.
)2 Aunque, como lo mencionamos antes, esta temática no pudo ser abordada con la profundidad
que se requería, es posible pensar que esa relación crimen-rezos-muerte tan fuerte en los sicarios
en los años ochenta se ha diluido en estos grupos de jóvenes protagonistas del conflicto urbano
más reciente de los años noventa, al menos en Medellín. Ajuzgar por los testimonios encontra-
dos, ni parecen tener esa misma familiaridad con la muerte, ni mucho menos una relación de
naturaleza religiosa con el crimen como la de los sicarios. De todos modos eso n o desvirtúa la
naturaleza "religiosa" que creemos asumen muchas de las prácticas violentas en el país. Lo que
por ahora es sólo una hipótesis.
)3 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., p. 127.
La complacencia en el exceso... / 1 0 5
94 J F. Serrano, Op. cit. En la investigación de Serrano, la mayoría de los jóvenes eran hijos de
migrantes rurales, lo cual los relacionaba con tradiciones culturales muy antiguas que, dice
Serrano, tienen en lo religioso su mayor fuente de conservación. Con todas estas nuevas expe-
riencias vividas en la ciudad los jóvenes rtelaboran sus historias vitales con respecto a ¡a violencia y las
inscriben en un nuevo orden de significación.
El exceso codificado en la exclusión
social: muertes anónimas, amenazas
y desapariciones
Introducción:
Las muertes anónimas
Sólo la tierra que recibe los cuerpos sabrá con certeza cuántos colombia-
nos yacen en ella. Es incalculable el número de personas muertas, asesi-
nadas en extrañas circunstancias y nunca identificadas. El hallazgo de
fosas comunes en diferentes partes del territorio nacional durante esta
última violencia ha sido un fenómeno recurrente, y toda la imputación
que se hace generalmente es a grupos armados que tienen presencia en
esas zonas, y no siempre es posible establecer siquiera esta aclaración
dada la confluencia de distintos grupos armados en una misma zona, a
causa de victorias y derrotas militares, como para saber a quién imputar-
le la autoría de tan macabros hallazgos. Las investigaciones no son pro-
metedoras en la mayoría de los casos, y aun cuando se han ido poniendo
en práctica diversas técnicas, los resultados no son alentadores.
Resulta paradójico que pese a la enorme importancia de contar con
una ciencia como la medicina forense, en este país de guerras, muertes y
crímenes atroces, hace sólo poco tiempo se graduaron los primeros médi-
cos especialistas en la materia. Ese retraso, con relación a la necesidad,
1
décadas de la más aguda violencia para evidenciar que hacían falta médi-
manera también han sido una práctica recurrente durante estos años
recientes, resultado de procesos sociales bastante más complejos que ra-
zones de orden "patológico". Lo que quizá las diferencia de muertes si-
milares en otros países es el marco de confrontación política o, más bien,
de violencia generalizada, que las minimiza o, peor aún, las "invisibiliza"
en tanto con ellas no se ponen en juego relaciones de poder, intereses
económicos, hegemonías políticas o dominios sobre los territorios y las
poblaciones. Sin embargo, esta práctica sigue cobrando innumerables
víctimas.
Las violencias sucedidas en el ámbito de lo que ha dado en llamarse,
no sabemos si con mucha precisión, 'lo privado' —por oposición a lo
público—, y frente a las cuales no parece haber "políticas públicas" ni se
diseña alguna estrategia de contención, son sólo un dato más en las cifras
mal contadas de mortalidad y en los registros de la impunidad en este
contexto de confrontación armada. Es aquí donde debería tener lugar
esa categoría abstracta del monopolio de las armas por parte del Estado,
y la justicia correspondiente. Que no se haga "justicia por la propia mano"
sin ser juzgado por ello. Los ejemplos conocidos, ya sea porque los me-
dios los registran o porque su magnitud trasciende la intimidad de las
familias, son apenas una mínima parte de estas muertes. Cuando son
registradas, la mayoría de las veces en forma anónima, sólo ocupan un
espacio a modo de "sucesos breves".
Aquí cabe también lo que se conoce como "ajustes de cuentas", que
en términos teóricos son vendettas o venganzas, popularizadas y utilizadas
nada, pese a los alarmantes índices de violencia. Esa indolencia v la escasa respuesta de la
sociedad frente a los crímenes atroces ameritaría, a mi juicio, una investigación.
3 El Colombiano, Medellín, 20 de agosto de 2000, p. 1.
4 Medicina legal reporta cifras de 8.000 cadáveres entre 199/ y 2001, de los cuales 6.000 no
habían sido identificados. El Espectador, 21 de octubre de 2001, p. IB.
132 / Muertes violentas
mento del levantamiento del cadáver la identificación del autor fue posi-
tiva en el 4,55% de los casos y negativa en el 95,45% de ellos, es decir,
que de 44.813 homicidios sólo en 2.041 casos se obtuvo información
sobre la autoría del crimen.
El primero de abril del año pasado un cuerpo sin vida bajó por las aguas del río
Cauca. A la altura de la población de Marsella, en el norte del Valle del Cauca dos
campesinos lo rescataron y lo llevaron al anfiteatro del pueblo. Estaba irreconoci-
ble. Las extremidades superiores habían sido mutiladas, su cráneo destrozado y su
rostro desfigurado. Durante una semana permaneció en el anfiteatro a la espera de
que alguien lo reconociera pero nadie se hizo presente. Entonces fue enterrado en
una fosa común bajo la sigla NN. 6
Los NN y la identidad
Un aspecto en particular llama la atención respecto de las muertes anó-
nimas o de desconocidos: la significación de las fosas comunes con rela-
ción al problema de la identidad. En últimas, lo que tienen en común es
justamente que son personas sin identidad. ¿Qué significación puede te-
ner en términos sociales, y qué implicaciones simbólicas, la muerte de un
6 "¿Quiénes son los NN?", informe especial, Semana, 22 de diciembre de 1992, pp. 62-65.
7 Ibid.. p. 65.
110 / Muertes violentas
Bogotá en el año 1997, "no se contó con información sobre las circuns-
tancias de la muerte". Un montón de seres humanos muertos en desconoci-
das circunstancias y por tanto sin aclarar las razones, la mayoría de las
cuales pueden ser las más banales, y cuyas familias jamás sabrán cómo, ni
por qué encontraron la muerte. El dato no deja de ser precario (sólo un
año y sólo en Bogotá), pero todos los colombianos sabemos que aun sin
datos para corroborarlo las cifras pueden ser muy superiores.
elaborar el duelo?
Las muertes por terrorismo
Una modalidad en la que se incrementa más ese carácter anónimo de la
muerte es el terrorismo. Y no sólo porque no se llegue a identificar a las
víctimas, sino porque, como puede afectar a cualquiera, se desdibuja la
posibilidad de clarificar las circunstancias o la intencionalidad del hecho.
Aunque no tenemos datos que constaten la magnitud en la cual el fenó-
meno se ha presentado, de esta modalidad han sido víctimas mortales
muchas personas de muy diversos sectores en el país, porque las cifras
son incalculables.
Durante los últimos veinte años, esta modalidad ha sido implementada
por diferentes grupos, en muchas ocasiones, como el caso de las organi-
zaciones del narcotráfico en los años noventa, para hacer exigencias, pre-
siones e intimidaciones al Estado o a los grupos que les son opuestos. Es
decir que los victimarios tienen una intencionalidad, no actúan por azar,
y mediante el terrorismo envían un mensaje a un destinatario específico,
quien seguramente sabrá leer esos códigos del terror.
Desde los años ochenta y parte de los noventa, con Pablo Escobar a la
cabeza de las organizaciones del narcotráfico, y en particular de la orga-
nización que se autodenominó en su momento Los Extraditables, varias
ciudades colombianas vieron literalmente 'volar', con las explosiones de
bombas de altísimo poder, muchas de sus construcciones, y con ellas a
muchas personas que, en su mayoría, estaban al margen de la problemá-
tica en cuestión. En estos casos se sabía cuál era la intencionalidad y
cuáles los responsables, salvo excepciones, ya que ellos mismos emitían
comunicados en los que se atribuían estos crímenes. Otros actos terroris-
tas de este mismo estilo no fueron tan claramente identificabas.
Aunque esta modalidad se ha reducido sensiblemente en los últimos
años, no ha desaparecido del todo. De hecho, uno de los últimos actos de
terrorismo ocurridos en el país, específicamente en Medellín, fue la ex-
10 Fabiana Rousseaux y Lía Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo",
archivo personal (s. i.).
112 / Muertes violentas
Hay una experiencia definitiva hacia los años 86 y 87 cuando comencé a sentir
muy de seguido la muerte de los amigos, de los compañeros [...]y cómo la muerte de
cada uno de ellos significaba también una muerte persoruil [...] cómo la muerte de
tantos lo llenaba a uno de lanía culpa, porque uno se sentía como un sobreviviente
[...] y después del 87 vendrá una experiencia que para miseria también muy
traumática: toda la. época del exilio que en algitn sentido es seguir viviendo desde
lejos la tierra, una experiencia humana muy dificil de vivir
Al tura Alape 12
14 Alfredo Molano, "Exilio y soledades", documento enviado por correo electrónico el 7 de febre-
ro de 2001 (sin más datos).
138 / Muertes violentas
15 Con una de las primeras salidas del país por parte del prestigioso abogado y académico de la
Universidad Nacional, Hernando Valencia Villa, estudioso del derecho de la guerra y encarga-
do en los últimos años de la Procuraduría para los Derechos Humanos. Véase: "Los intelectua-
les también se van", La Revista, El Espectador, Bogotá, 10 septiembre de 2000.
A esa lista se suman Jaime Zuluaga, Iván Orozco y Eduardo Pizarra, este último después de un
atentado contra su vida en diciembre de 1999, y debe agregarse Alfredo Molano, Ibíd., p. 18.
16 Véase La Revista, El Espectador, 18 de febrero de 2001.
El exceso codificado en la exclusión social... / 1 15
Una de las modalidades utilizadas por los victimarios para esta suerte
de condenas es la aparición de las llamadas "listas negras", que pode-
mos encontrar en diferentes momentos de la historia reciente del país.
Algunas de ellas sólo circularon en el rumor, pero el rumor, ya lo sabe-
mos, es un mecanismo poderoso de difusión y un arma poderosa en la
guerra psicológica, y puede ser contundente si se la emplea en el mo-
mento preciso. En efecto, un aspecto interesante del rumor es que
18
Esto ha ocurrido en el país con las famosas listas negras. Aunque nunca
fueron muy 'reales', en el sentido de existir más allá del rumor y pocos
tenían verdadero acceso a ellas, ya que sólo circulaba la información y el
rumor, el país vio caer en estos años miles y miles de personas que 'engro-
saban' esas listas de muerte: políticos, jueces, periodistas, profesores. Casi
nadie las ha visto, pero todos sabemos que existen y que en cualquier mo-
mento pueden volver a 'circular', es decir, el miedo sigue ahí, sean ellas
reales o imaginarias. El uso de esas formas macabras de comunicación
también constituye un símbolo de muerte, puesto que son mensajeras del
17 Se trata de una afirmación extraída del libro de Michel Taussig, Un gigante en convulsiones,
Barcelona, Gedisa, 1995.
18 Armando Silva, "El cartel de Medellin y sus fantasmas. La coca como cartel, como frontera y
otros imaginarios más", en: Rosalía Winocur, coord., Juan Pablos, ed.. Culturas políticas a fin de
siglo, México, Flacso, 1997.
19 lbíd., p.96.
116 / Muertes violentas
xilio tiene una dimensión que vale la pena relacionar con la muerte: la
le la separación. En el caso colombiano el tema es otra vez objeto de la
roñica periodística. Muchos han sido los casos reportados y también los
|Ue no se reportan, y muchas las historias que aún no se han contado. De
sta manera también los colombianos hemos asistido a esta forma ele muerte
|ue recorre diversos continentes cubierta con una enorme nostalgia. En
emotos lugares del mundo, y en muy disímiles circunstancias, se en-
uentran exiliados gran cantidad de colombianos.
Las condenas para estos exiliados no se agotan en ellos solamente,
luchos son obligados a partir con las familias que, sólo en el mejor de
as casos, llegan a reunirse de nuevo y a rehacer su vida en otra parte; en
into otras sufren la fragmentación y la disolución de los vínculos fami-
ares y no son pocos los casos en que la muerte los golpea a distancia,
npidiendo toda elaboración del duelo. Familiares muertos que no se
>ueden acompañar, enterrar o visitar en los cementerios. Sobre este punto
ice Patricia Tovar: "Cuando las personas no pueden exteriorizar sus
) María Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Norma, 1999, p. 282.
I León y Rebeca Grimbert, Psicoanálisis de la migración y del exilio, Madrid, Alianza, 1984.
El exceso codificado en la exclusión social... /115
Una muestra de la agonía que este fenómeno produce son estas pala-
bras de María Eugenia Vásquez, frente a la desaparición de una de sus
compañeras militantes:
Nada más monstruoso que las desapariciones para quienes las sobrevivimos. A veces
pedía a gritos la muerte como un alivio para ella, porque la imaginaba torturada.
Deseaba que apareciera el cadáver para ponerle punto final al dolor de su madre.
Pero no dejaba de implorarle a la vida una oportunidad para encontrarla viva como
si nada hubiera pasado. Frente a las desapariciones no hay alivio posible, la incerti-
dunibre cobra sus víctimas [...] muchas veces he visto a alguien que se parece a Bea-
triz y el corazón me engaña pensando que puede ser ella. 20
27 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo".
28 Entre ellos una tesis de la maestría en psicoanálisis de la Universidad de Antioquia que, aunque
no compartimos, presenta una reflexión interesante al respecto, véase Victoria Díaz Fació Lin-
ce, Del dolor al duelo. Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Antioquia, 2000.
29 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cil.
30 Sigmund Freud, "Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos: comunicación pre-
liminar", 37, citado por F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cil.
31 Jacques Lacan, Seminario VII, La ética del psicoanálisis (diciembre de 1959), citado por F.
Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
120 / Muertes violentas
32 J. Lacan, Seminario II, Resúmenes de 1954-1955, citado por F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
33 Semana, N.° 926, Bogotá, enero de 2000.
Tercera parte
La codificación del dolor:
ritualización, simbolización
y tramitación de la muerte
Ritualización, simbolización
y tramitación de la muerte
Introducción
El símbolo, en palabras de Cassirer, no sólo es "un acceso a la naturaleza
del hombre",' sino que adquiere también, a diferencia del animal que
responde instintivamente sin elaboración simbólica alguna, una particu-
lar significación cuando se trata de la muerte, como lo ha mostrado la
antropología. Para poder enfrentarla, todas las culturas y civilizaciones
han buscado y puesto en práctica formas de ritualización, simbolización y
tramitación de la muerte.
En la primera, la ritualización, abordamos una serie de prácticas fune-
rarias y sus significaciones. Mediante ellas, una sociedad expresa su ima-
gen sobre ella misma y construye a través de estos ritos (y los símbolos
que los acompañan) muchos de sus referentes de sentido y significacio-
nes con relación a la muerte pero también a la vida. Los ritos constituyen,
por lo demás, una forma privilegiada universalmente extendida, quizá la
forma privilegiada por excelencia, de ritualización de la muerte.
La segunda, la simbolización, se expresa a modo de imágenes a través
de otros lenguajes o apela a lo que podríamos llamar otras tramas discur-
sivas: el arte, la pintura, la literatura, etc. Es un nivel de representación
bastante más abstracto conformado por expresiones artísticas que mani-
fiestan la muerte y la violencia de otras maneras. Son modos diferentes
de contar el dolor y que, con Sofsky, hemos llamado la estética de la
muerte. Este nivel de representaciones de la muerte es bien importante
entre otras cosas porque, como lo señala Sofsky, cuando se trata de inte-
2
1 Ernst Cassirer, Essais sur l'homine, París, Éditions de Minuit, 1975, p. 41.
2 Wolfgang Sofsky, Traité de la violence, París, Gallimard, 1996, p. 60.
1 2 4 / Muertes violentas
La ritualización
El hombre es el único animal que entierra a sus muertos
L.-V. T h o m a s
La función del rito es con exactitud la de sustituir en forma simbólica al cadáver
por un cuerpo, a la cosa por un ser
L.-V. T h o m a s
Toda ceremonia fúnebre es, yo creo, una manera de domesticar la muerte, de
ayudar a los seres humanos a mirar la muerte de frente
Jack Goody
paliar las faltas reintegrando la muerte en la vida. El cuerpo muerto lejos de ser una
nada, en tanto que objeto socio-cultural, deviene el soporte positivo de un culto que
sirve a los vivientes. Por la vía de los ritos y de las creencias, las prácticas funerarias
tienden, en efecto, a conjurar y a reparar el desorden que la intrusión de la muerte
ha provocado. Ellas constituyen, de alguna manera, una tentativa desesperada de
paliar la muerte, de sobrepasarla, en suma, de negarla. 5
catando este carácter universal del rito funerario, Thomas señala que,
salvo en casos de guerras, epidemias o grandes traumatismos sociales, no
existe sociedad humana que no rodee a sus muertos de un ceremonial
funerario, por elemental que sea. Es en sí mismo una señal de respeto,
en tanto el cadáver es tratado como una persona y no como un objeto.
Los ritos y prácticas funerarias constituyen una forma de simbolización
de la muerte. Lo que varía son las formas y significaciones según las cultu-
ras, pero el rito de sepultar a los muertos se ha mantenido desde siempre,
cualquiera haya sido a lo largo de los siglos la actitud frente a la muerte. La
existencia del rito aparece como "una clara señal de humanización". Cohén 8
Sin embargo, es más que eso: muchas de las funciones que los ritos
cumplen tienen que ver más con los vivos que con los muertos; más con
la angustia individual y colectiva de la muerte que con el muerto mismo.
Entre las funciones y finalidades de los ritos funerarios están, en su sen-
tido manifiesto, hacerse cargo del muerto dándole un lugar que sea a la
vez benéfico para el grupo, y hacerse cargo de los sobrevivientes marca-
dos por la pérdida movilizando a su alrededor a la comunidad y regla-
mentando el duelo. En los dos casos, dice Thomas, se trata de dominar la
muerte en su forma efectiva en lo que concierne al muerto, y en "su
equivalente simbólico en lo que concierne a los dolientes"." Pero, en
sentido latente, el ritual no tiene en cuenta más que un solo destinatario:
el hombre vivo, individuo o comunidad. Su función principal es la de curar
o prevenir, función que reviste distintas caras según la sociedad:
desculpabilizar, reconfortar, revitalizar. Así, el ritual de muerte sería, en
definitiva, un ritual de vida. 12
15 Ibid.
16 Ibid., p. 170.
128 / Muertes violentas
17 Jean-Hugues Déchaux, Michel Hanus y Frédéric Jésu, "Comment les familles entourent ses
morts", Esprit, N.° 247, Paris, 1998, p. 94.
18 Jacques Lacan, El deseo y su interpretación, Seminario VI, 29 de abril de 1959, citado por F.
Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
19 J.-H. Déchaux, Le souvenir desmorts, p. 94.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 2 9
Sin ninguna duda los cementerios son el lugar por excelencia del culto a
los muertos, es decir, son lugares de memoria donde se construyen y se
recrean símbolos alrededor de los muertos para que nunca dejen de per-
tenecer a un entorno social determinado; para que no mueran en la
memoria.
Los cementerios constituyen lo que llamaríamos una cultura material de
la muerte, que va desde el mismo tratamiento del cadáver (su preparación
20
Humberto Borja, ed.. Inquisición, muerte y sexualidad en la Nueva Granada, Bogotá. Ariel. Ceja,
1996. En ella se narra su origen a partir del traslado de los muertos que tradicionalmente se
enterraban en las iglesias y que, en razón ya de la cantidad y argumentando asuntos de higiene
y salud pública, debía hacerse en un lugar exclusivo para ellos. De ahí surgen los cementerios
pese a las resistencias católicas.
22 Robert Brew, citado por Gloria Mercedes Arango, La mentalidad religiosa en Antioquia, Medellín,
Universidad Nacional de Colombia, 1993.
23 El de los pobres era el San Lorenzo que se intentó convertir en patrimonio nacional para evitar
su destrucción por parte de algunos urbanizadores de la ciudad.
24 Ricardo Aricapa, Medellín es así, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1999.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 131
Figura 5.2 Las tres Marías. Obra del escultor Bernardo Vieco.
29 Jesús Martín Barbero, "Cementerios y jardines para muertos", Magazín Dominical, N.° 106, El
Espectador, 7 de abril de 1985, Bogotá, pp. 4-5.
30 La familia Bedout manejó por mucho tiempo la industria editorial en Antioquia.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 3 5
Parte de esa expresividad popular que invade las tumbas nuevas son
los adornos que, a estas alturas, presentan cierta homogeneización por el
comercio. Por ejemplo, corazones elaborados en tela y adornados con
dedicatorias en letras doradas, cintas con mensajes 'para toda ocasión',
tarjetas musicales, láminas autoadhesivas del santo predilecto o del equi-
Ritualización, simbolización y tramitación ie la muerte / 1 3 7
33 Las cintas pueden tener mensajes como el siguiente: "Negro, hoy quisiera estar contigo para
celebrar este amor tan grande, pero como la distancia nos separa, quise enviarte esta tarjeta
para expresarte lo mucho que te amo" (galería San Lorenzo).
138 / Muertes violentas
tenientes de Pablo Escobar, tenía música día y noche. Hoy en día cuenta
con una batería de carro, que hace que la música se active mientras la
batería aún esté cargada, y se puede activar desde un botón rojo afuera
del mausoleo, por tanto son los visitantes los que se encargan de que la
música no se detenga, aunque la batería se descargue en poco tiempo
(véase la figura 5.5). Hacemos referencia a este mausoleo porque forma
parte de esa expresividad popular, ya que comparte elementos con mu-
chas de las lápidas, como las fotografías en portarretratos de cada uno de
34 En las tarjetas musicales es posible escuchar fragmentos de melodías como "Canción para Elisa",
"El himno de la alegría", "Cumpleaños feliz", en Navidad se escuchan villancicos.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 3 9
los hermanos. Otros elementos que aparecen son una mesa con mantel y
una repisa con individuales en donde reposan las fotografías. Hay tam-
bién una lámpara de bacarat, que ya no funciona.
En torno al mausoleo de los Muñoz Mosquera se han tejido varios
mitos, uno de los cuales refiere que la familia premia con dinero a quie-
nes encuentren orando en ella y que también pagan un celador que cuida
las tumbas día y noche. Aunque esto no se dé en la realidad, la gente cree
esta 'historia' y muchos se aventuran para ver si obtienen algo. Lo que sí
se puede observar frecuentemente es que algunos de sus visitantes intro-
ducen en el mausoleo las colillas de las loterías con el fin de ganar en los
sorteos, y en tiempo de campaña electoral, como en las elecciones de
alcaldes y gobernadores (en el segundo semestre de 2000), la gente había
depositado calendarios y volantes de uno de los candidatos a la alcaldía
de Medellín.
Este mausoleo es otra de las tumbas significativas y muestra que, a
diferencia del caso bogotano y en correspondencia con la familiaridad
popular con la mafia, estas tumbas en Medellín son de este tipo. La tum-
ba es visitada por jóvenes para quienes dichos 'personajes' son un refe-
140 / Muertes violentas
35 Véase El Colombiano, 6 de enero de 1993, p. 9A. En esta página se relata en unas pocas líneas el
atentado con armas de fuego a unas personas que salían de un sepelio en el cementerio San
Pedro, en el que un joven murió y otro quedó herido. Los autores del ataque fueron supuestos
integrantes de una banda de delincuentes, que dispararon desde un vehículo.
36 R. Aricapa, Medellín es asi, p. 146.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 141
A estas cuatro características habría que agregarles una más que defi-
ne la especificidad del rito: "la eficacia simbólica", en la que el cuerpo 39
cumple un papel muy importante, en tanto buena parte de ella está dada
por la disposición de los actores que intervienen en el rito mediante con-
tactos corporales, movimientos de conjunto, cánticos repetitivos, etc., que
exaltan las convicciones y suscitan la impresión —muy corporal— de co-
munión fusiona!. Adicionalmente, los actos rituales tienen un efecto catár-
tico, al ser expresión liberadora de angustias y modo de resolución de
dramas y conflictos.
Un seguimiento a la significación que tendrían los cultos en los ce-
menterios permite interrogarse sobre aspectos que normalmente no se
interrogan. Una inquietud nos asaltó rápidamente: ¿los cultos y las ofren-
das se hacen para 'alimentar' a los muertos o para 'alimentar' a los vivos?
¿Cuál es la relación que se establece entre los vivos y el muerto? ¿Qué es
40 Ibíd., p. 59.
41 En el cementerio se visita no necesariamente la tumba, se visita al amigo, al familiar, se va a su
"casa" y la visita se anuncia con tres golpes en la lápida. En esta visita se comparte el vino o la
marihuana y se escenifica la vida del barrio en el espacio de la galería.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 4 3
1 4 4 / Muertes violentas
te" "Benditas ánimas para que a Helena Salcedo Garzón todo lo malo
que quiere hacernos se le devuelva" "Benditas ánimas que ellos no se
metan en lo de la separación". 49
49 Alejandro Torres, "La hora de los fieles difuntos", Magazín Dominical, N.° 807, El Espectador,
noviembre de 1998.
50 E. Villa Posse, Op. cit., pp. 86-87.
146 / Muertes violentas
miedo a estar solo, a ser solo. El cementerio es, pues, el lugar donde la
gente experimenta la sensación de una presencia de los muertos, esto es,
un "lugar de memoria". Esto lo trataremos en este mismo capítulo un
poco más adelante.
De las formas de simbolización de la muerte
La estética de la muerte
La estética de la muerte nos introduce en pleno corazón de este ámbito imaginario
que, en una perspectiva diferente, el antropólogo
encontrará necesariamente; y al igiuil que la antropología
la estética encuentra la dialéctica eterna de los intercambios vida-muerte
Louis-Vincent Thomas
ligar esas expresiones? ¿Cuáles son los límites éticos que debe tener la
representación de la violencia? ¿Se puede hacer del dolor y el sufrimien-
to humanos un 'objeto' de arte, una 'obra'? Sin duda son muchos los aspec-
tos que estas preguntas obligan a considerar y hará falta mucho más tra-
bajo en esta dirección para responderlas satisfactoriamente. Sin embargo,
es obvio que estas expresiones son una forma de representación de la
violencia, que deben considerarse si se quiere realmente dar cuenta de
ella. Como lo señala Thomas con mucha propiedad, ya se trate de ideali-
zación (se ha dicho que la obra de arte es un equilibrio fuera del tiempo),
de purificación (se trata de exorcizar sus pulsiones de muerte o de liberar-
se de sus angustias), de presentificación (de buscar hacer presente en el
pensamiento las catástrofes o la muerte de los hombres) o solamente del
arte por el arte (bella muerte, bella representación de la muerte), poco
importa, con tal que la muerte pueda expresarse bajo todas las formas de
armonía. De ahí la importancia de al menos una aproximación a la
54
53 Museo de Arte Moderno de Bogotá, Arte y violencia en Colombia desde 1948, Bogotá, Editorial
Norma, 1999.
54 L.-V. Thomas, Antropología de la muerte, p. 187.
55 W. Sofsky, Traite de la violence.
56 María Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Norma, 1999, p. 284.
1 4 8 / Muertes violentas
57 Ibid., p. 285.
58 Este apartado sobre pintura, muerte y violencia ha sido elaborado por Cristina Agudelo,
antropóloga y auxiliar de investigación del proyecto, para incluir en este informe. Por conside-
rar que había logrado una buena calidad como ensayo sobre el tema, fue recogido casi en su
totalidad, salvo por algunas anotaciones. El título "La estética de la destrucción", es tomado del
libro Traite de la violence del analista alemán Wolfgang Sofsky.
Ritualización, simbolización y tramitación ie la muerte / 1 4 9
33
Si bien este período es bastante extenso y de una riqueza incalculable, hemos escogido sólo
algunas obras representativas del tema que nos interesa. Las temáticas del Renacimiento no se
limitan sólo a la muerte, pues abundan los temas religiosos e históricos.
150 / Muertes violentas
tal que podemos ver al mismo tiempo su rostro y las plantas de sus pies.
Aunque la expresión del rostro hace parecer que Cristo está dormido, no
nos queda duda de su muerte gracias a los colores del cuerpo. A la iz-
quierda del lecho de muerte, dos mujeres lloran.
Otra de las obras que llama la atención es la titulada Llanto por Cristo
muerto o Entierro de Cristo del pintor Correggio, también italiano (ca.
1489-1534):
En esta obra aparecen, junto a Cristo muerto, la Virgen y las santas María Cleofás,
Marta y Magdalena. Al fondo, descendiendo por la escalera, se halla José de Arimatea
[...]. El patetismo de la escena es indudable y proviene tanto del dolor que se refleja en
los rostros de las figuras representadas como en el tono oscuro de los colores emplea-
dos. Los puntos de luz se concentran principalmente en el cuerpo de Cristo, y por lo
que éste presenta una tonalidad muy peculiar que refleja la laxitud del mismo. 61
63 Conocido como Bruegel El Viejo, nacido aproximadamente entre los años 1525-1530.
64 El gran arte en la pintura, p. 450.
65 Ibid. No hay que olvidar que esta obra está inspirada en los efectos de una peste vivida en
Europa en el siglo xvi.
66 No queremos desconocer que también las culturas indígenas han representado la muerte de
manera similar. Cabe anotar que en etapas contemporáneas del arte latinoamericano, por to-
mar un ejemplo más cercano, la muerte ha sido retratada así por los artistas mexicanos José
Guadalupe Posada y Diego Rivera, entre otros; también por la colombiana Débora Arango.
67 Stanislav Grof, El libro de los muertos, Madrid, Editorial Debate, 1994, p. 35.
152 / Muertes violentas
del Bosco (nacido entre 1450-1455, muerto en 1516), la cual hace parte
de una composición que consta de cuatro tablas:
[...] que en conjunto se denominan Visiones del más allá, y es quizá la más asombrosa
de todas las composiciones [del Bosco]. En esta pintura las almas puede decirse que
son absorbidas por el cilindro luminoso de la parte superior. Las calidades cromáticas
y lumínicas logradas por el Bosco proporcionan al espectador la sensación de ha-
llarse ante una auténtica fantasmagoría, más que ante una pintura. 69
68 Empíreo: hace referencia al cielo, morada de Dios, los ángeles y los bienaventurados.
69 El gran arte en la pintura, p. 460.
70 Impresionismo: "Es esU'ictamente una escuela pictórica que se da en Francia. El impresionismo,
más que una escuela en sentido estricto, es una actitud común de determinados artistas ante una
serie de problemas pictóricos considerados por ellos esenciales". Surge en el siglo xix como reac-
ción al realismo. Se puede encontrar más información en: Historia del Arte, Barcelona, Editorial
Espasa Calpe S. A., 1999, p. 1080. Otra bibliografía alusiva: Eva Di Stefano, El impresionismo y las
inicios de la pintura moderna. Muncli, Madrid, Editorial Planeta de Agostini, 1999; "Del impresionismo
al simbolismo", en: El gran arte en la pintura, vol. 5, Barcelona, Salvat Editores, S. A , 1987.
71 Munch nació en Loten, Noruega, el 12 de diciembre de 1863 y murió en Eckely en 1944. Véase
E. Di Stefano, El impresionismo y los inicios de la pintura moderna. Munch, pp. 52-59.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 5 3
Con Edvard Munch el tema de la muerte deja el lugar del cuerpo y las
visiones del más allá, condicionadas por lo religioso, para darle cabida a
la propia experiencia del artista. Una de las obras de este autor que más
llama la atención es La danza de la vida (1899-1900), donde representa 73
72 "Del impresionismo al simbolismo. Edvard Munch", en: El gran arte en h pintura, voi. 5, Barce-
lona, Salvat Editores S. A., 1987, p. 1191.
73 Ibíd., p. 1196.
74 Ibíd., p. 1191.
1 5 4 / Muertes violentas
75 Ibid., p. 1195.
76 Andrés Ortiz-Osés, "Presentación", en: K. Kerenyi y otros, Arquetipos y símbolos colectivos. El cinti-
lo Eranos, Barcelona, Anthropos, 1994, pp. 11-12.
77 "Movimiento artístico en pintura y escultura, surgido en Francia entre 1907 y 1914. Desempe-
ñaron una función decisiva en su formación, Picasso y Braque". Tomado de: Gran Diccionario
Enciclopédico Zamora, Barcelona, 2000.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 5 5
La impresión que nos produce contemplar una obra de arte, la sensación que nos
proporciona ver organizado espiritualmente el mundo a través de una pintura que
capta la angustia desesperada de los seres a causa de una bárbara destrucción, todo
eso junto es la materia prima con la cual se ha elaborado la naturaleza eminente-
mente estética de esa tela emblemática llamada Guernka. n
78 Fabio Giraldo Isaza, "Guemica", Magazin Dominical, N.° 729, El Espectador, julio de 1998, pp. 8-9.
79 "Picasso", en: El gran arte en la pintura, voi. 6, Barcelona, Salvat Editores, 1987, p. 1270.
80 Ibid., p. 1273.
81 F. Giraldo Isaza, Op. ca., p. 9.
*
Dice, además, que no sólo la belleza era una de las características que
debía poseer el arte (desde sus etapas clásica y neoclásica), sino que tam-
bién se lo podía definir como un emblema de la verdad moral, lo cual
significaba que no poseía ninguna autonomía y que, además, "era conce-
bido como una alegoría, como una expresión figurada que escondía, tras
su forma sensible, un sentido ético. Pero en ambos casos, tanto en la
interpretación moral como en la teórica, el arte no poseía valor indepen-
diente". 83
Por esta vía, el autor nos da una definición de arte teniendo en cuenta
esa autonomía de la que debería gozar, por fuera de los cánones morales
y de belleza y de su imitación: "Lo mismo que las demás formas simbóli-
cas, tampoco es el arte mera reproducción de una realidad acabada, dada.
Constituye una de las vías que nos conducen a una visión objetiva de las
cosas de la vida humana. No es una imitación, sino un descubrimiento de
la realidad". 86
de la muerte y la violencia
86 Ibíd., p. 214.
87 Ibíd.
88 Ibíd., p. 216.
89 Título de la obra de Antonio Caro (1972). Dibujo sobre papel en el que aparece un gran "Aquí
no cabe el arte" sobre los nombres de las víctimas de varias masacres, en; Arte y violencia en
Colombia desde 1948, pp. 115-116.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 5 9
90 Al poner entre comillas la expresión "lo bello", nos referimos a que cada sociedad define los
cánones que han de distinguir lo que es bello de lo que no lo es. En el arte podemos corroborar
que si bien en cierta época se dude de las calidades estéticas de una obra, es posible que, por su
propio peso, la obra y el artista se reivindiquen. En Colombia, por ejemplo, la moralidad que se
maneja en las respectivas épocas casi le otorga una significación distinta cada vez a las obras
(dándoles carácter de pecaminoso, morboso o indebido), que se quiebra fácilmente cuando es
cuestionada por otro tipo de racionalidad en la que no intervienen los preceptos de la moralidad.
91 El escrito se titula "Débora Arango", en: http://umiw.banrep.gov.cop/blaavirtnal/boletil/bol41/boll.
92 lbid.
160 / Muertes violentas
Fueron muchos los reproches que tuvo que soportar la artista contra
su obra y contra sí misma en los años siguientes, ya que, según Santiago
Londoño, en la época en que ella empezó a ser noticia, lo mejor visto en
93 Santiago Londoño Vélez, "Débora Arango, la pintura como vida", en: Débora Arango. El arte de la
irreverencia, Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1996, pp. 9-14.
94 Ibid., pp. 10-11.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 161
95 Esto hace parte de la biografìa de Santiago Londoño sobre la pintora, apoyándose en entrevis-
tas con ella. El libro es: Débora Arango, vida de pintora, Bogotá, Ministerio de Cultura, República
de Colombia, 1997.
96 Ibid., p. 26.
97 Ibid., pp. 22-26.
162 / Muertes violentas
98 Ibid., p. 13.
99 Ibid., p. 130. El autor desconoce la fecha de elaboración de la obra.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 3
100 Brutal o irracional, si se quiere. Pero no podemos olvidar que el crimen, o dar muerte mediante
violencia a los semejantes, es una característica eminentemente humana y por ende altamente
racional.
Los animales, como es sabido, no asesinan a sus congéneres ni se ensañan con ellos. Si se
quiere profundizar en el tema véase: Margarita Valencia, "Los términos de la guerra", Revista El
Malpensante, N.° 20, feb.-mar., 2000, pp. 80-81. La autora ofrece, además, una bibliografía muy
completa sobre el tema.
101 Esta es la historia que nos han contado, pero esta 'verdad' ha empezado a quebrarse, pues, la
nueva historiografía rescata la presencia de las mujeres en las guerras, incluso en calidad de
combatientes. Elsa Blair y Yoana Nieto, "Las mujeres en la guerra: una historia por contar", el
artículo se incluirá en Revista Universidad de Antioqnia N.° 277, sep., 2004.
102 A este respecto vale la pena mencionar el análisis que hace C. Geertz en Bali, Indonesia, sobre
la riña de gallos, donde los gallos son el "arma" con la cual se enfrentan, una prolongación del
cuerpo masculino en tanto son "símbolos masculinos por excelencia". Su análisis involucra
símbolo (armas), cuerpo, concepción masculina (armas y guerra masculina). Véase Clifford
Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1997, p. 343.
103 Santiago Londoño Vélez, Débora Arango, vida de pintora, p. 206.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 5
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104 Un ejemplo de esta feminización de la muerte huesuda puede observarse en las obras del
pintor mexicano del siglo xix, José Guadalupe Posada. Una de ellas lleva por título La Calavera
Cabina, d o n d e se la muestra con vestido y sombrero de mujer, figura que es reproducida por
Diego Rivera en su obra Sumo de una tarde dominical en la Alameda Central. Véase por ejemplo,
"Maestros de la pintura americana, Diego Rivera", en: El gran arle en la pintura, vol. 6, p. 1446.
105 S. Londoño Vélez, Débora Arango, vida de pintora, p. 167.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 7
[En el] cuadro [de Alipio Jaramillo] 9 de abril [se destaca] la original manera de dividir
en dos el espacio de la metrópolis tomada por la turbamulta armada, que gira sobre
sí misma sin orden ni concierto. Llaman la atención los hombres de saco y corbata
aferrados a sus fusiles, el reguero de cadáveres que pisotean en el afán de avanzar los
propios camaradas, el uso de machetes y picos a falta de amias de fuego y la presencia
de una mujer muerta en estado de gravidez, vago preludio al cuadro que Obregón
pintaría 14 años después con el título Violencia.' 09
"[...] Lo que vio y sintió Obregón en medio de la multitud enfurecida, quedó plasma-
do en Masacre del 10 de abril. El dramático asunto [...] está resuelto con la figura de un
bebé gateando sobre la madre muerta, cuyo cuerpo yace rodeado de cadáveres
mutilados". 110
108 Ibid., p. 7.
109 Ibid.
110 Ibid.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 9
¿Pero quién ha parido toda esta violencia que se retrata en las obras?
¿Qué madre acoge en su seno al que la devora sin saciarse? La violencia
es masculina y por ende la muerte se masculiniza. Es como si hubiera dos
muertes; una femenina, maternal y plácida, y otra masculina, arrasadora
y horrorífica. La masculina ha desplazado a la femenina. Es la muerte
que mata a la muerte. Es decir, una concepción que se impone brusca-
mente sobre otra que ya estaba establecida y que era más efectiva porque
no rompía con la cotidianidad ni dividía en mil pedazos a los individuos,
tanto en su integridad física como mental.
En las creaciones de los artistas nacionales que realizan sus obras des-
de 1948 hasta hoy, esta masculinización de la muerte se impone (véase la
figura 5.8). En las más recientes manifestaciones del arte pictórico co-
lombiano, aparecen elementos como botas militares, fusiles y machetes,
hombres disparando, cadáveres y cuerpos mutilados desperdigados por
todos lados, que traen en sí mismos las imágenes de quienes son víctimas
de la violencia y también de quienes se han hecho victimarios.
La imagen de la muerte que está presentando el arte colombiano co-
rresponde a la manera como la concebimos hoy. La muerte viene de afue-
ra, violenta y fulminante, al punto que, en muchos casos, no deja siquiera
un cuerpo para que los deudos realicen los rituales de enterramiento, de
paso a otra vida. Lo que hace el arte es, precisamente, llevar a cabo proce-
sos creativos a partir de lo que queda, de lo vivo que aún guarda esperan-
zas. Es el caso de la obra de Patricia Bravo, Lo que quedó (1995), en la cual 112
recupera los fragmentos de objetos que cuentan vidas, después de las bom-
bas de otra violencia —la del narcotráfico—. En otra de sus obras, Mata
que Dios perdona, la artista registra sobre un fondo sanguinolento los nom-
bres de 4.675 personas muertas en un año en Medellín por causas violen-
tas (véase la figura 5.9).
Para terminar, se hace necesario resaltar que tenemos la obligación
111 Edgar Morin, El bombir y ta muerte, Barcelona. Editorial Kairos, 1994, pp. 126-127.
112 Mauricio Becerra, "Reseña sobre la exposición de arte y violencia en Colombia desde 1948", El
Tiempo, 23 de mayo de 1999, pp. 10B-1 IB.
172 / Muertes violentas
capaz de producir obras de arte con las cenizas de una persona muerta (y
conocida) en un acto de "sublimación" de la muerte. Si es una pintura, se
cuelga en el mismo lugar donde reposaban las cenizas, es la "traducción
estética del otro más allá de la presencia física", logrando darle un lugar
físico, y "es la presencia del otro más allá del lenguaje a través del signo. 116
Quizá sea esta una nueva veta de exploración que se abre en relación con
las formas de simbolización de la muerte.
113 Pedro Manuel Alvarado, "Violencia, arte y política", Magazín Dominical, N.° 843, El Espectador,
11 de julio de 1999, p. 12.
114 Giovanni Ramírez, estudiante de la Facultad de Artes de la Universidad de Aiitioquia (en entre-
vista realizada para la investigación), decía: "la apuesta es ya no por la representación de la
violencia, sino por la violencia misma".
115 El testimonio titulado "Un témoignage insolit: le mort comme object d'art", ha sido publicado
en: Nouvelles idoles, nouvelles cnlles. Derives de la sacralité, bajo la dirección de Claude Rivière et
Albert Piette, París, L'Harmattan, 1998.
116 Ibid.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 3
cribe "casi sin esforzarse, como quien literario, la muerte de Don Quijote
dice, maquinalmente". El golpe en podría dar origen a una inagotable
la coronilla, en realidad, lo recibe el saga. (Compárese, en apoyo de esta
lector, puesto que no existen pala- tesis, lo que significa la muerte de
bras que amortigüen el impacto. Virgilio para un alemán).
Vladimir Nabokov, por ejemplo, La ostentación literaria de mu-
pasó por encima de esta página sin chos escritores latinoamericanos, en
darse cuenta de que estaba escrita. opinión de Julio Ramón Ribeyro,
proviene del complejo de proceder
II de regiones periféricas y subdesa-
Un inmoderado despliegue de pa- rrolladas que crean en el escritor el
labras y de procedimientos forma- temor de ser tomado por inculto. Es-
les habría dilatado la acción narra- te complejo lo asemeja —según sus
tiva y, además, habría enrarecido el palabras— al "atuendo que el in-
ambiente de la novela, en detrimen- migrante africano o el arrabalero
to del instante decisivo. De ahí que parisién lucen los domingos para
una fórmula exacta para caracteri- pasearse por los grandes bouleva-
zar una buena narración podría ser res". Esta pedantería literaria se ca-
aquella que expresara la relación di- racteriza por exhibir todos los lu-
rectamente proporcional que se jos, adornos y abalorios al mismo
presenta entre la cantidad de suce- tiempo, en una suerte de "histeria
sos y el número de palabras reque- erudita" (la expresión pertenece a
rido para dar cuenta de ellos. Los Huysmans) que torna más ridícu-
llamados procesadores de palabras, los los resultados. El soporte de esta
instrumentos tan fractuosos y que literatura, por supuesto, es un lec-
han permitido aumentar el núme- tor seudoculto que mide los alcan-
ro de páginas de tantas obras ac- ces literarios por su aparente difi-
tuales, podrían prestar este servi- cultad (el número de las palabras,
cio. Y es que de cierta época para el tamaño de los párrafos, la exten-
acá —especialmente en Latinoamé- sión de los volúmenes), pero tam-
rica— se ha impuesto la creencia bién por la transparencia de los sím-
de que tener estilo se identifica con bolos y por la muchedumbre de las
el malabarismo verbal o con el cre- citas y de las alusiones librescas.
cimiento feraz de la fronda lin- En Dostoievsky, en cambio, nada
güística. Este tropicalismo —cele- de trucos para conmover, nada de
brado por profesores y estudiantes los esperados gritos y aullidos, por
de universidades europeas y ame- más que "una polifonía de voces in-
ricanas— termina aquí, en ciertas dependientes", según expresión de
novelas, por acostar a Rodión Ro- Mijail Bajtin, pareciera vincularlo a
manovich Raskolnikov con Aleña la desmesura tropical. Y la prueba
Ivanova y convierte el hacha en un de su austeridad se evidencia en
símbolo fálico. Para el tropicalismo que, aunque pudo utilizar el filo del
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 5
117 Jaime Alberto Vélez, "Un golpe seco en la coronilla", El Malpensante, N.° 20, feb.-mar., 2000, pp.
48-49 .Jaime Alberto Vélez fue profesor de literatura de la Universidad de Antioquia, hasta su
muerte ocurrida en el 2003.
176 / Muertes violentas
que se entiende que hayan sido vetadas. Quien escribe denuncia los atro-
pellos que sufre un grupo político de parte del grupo político opuesto.
Son escritos de personas que no conocen el oficio literario, pero que han
sido testigos de los hechos que describen; evidencian un exacerbado in-
terés por describir en detalle las torturas, las formas de causar la muerte
y de morir. Los escritores arman sus historias dando su testimonio de lo
que vivieron y sufrieron. En muchos casos se pretende justificar la violen-
cia desde la perspectiva de quien la sufre, y la causa se expone sólo en
caso de que tuviera que defenderse. El que presenta los hechos se halla
en la posición del bueno, del que es atropellado: contra él se cometen
toda clase de atrocidades, y por tal motivo se ve obligado a convertirse
también en victimario.
Las categorías bueno y malo son muy importantes en estos testimo-
nios y se manejan como verdades absolutas, ya que los personajes son
portadores de bondad o maldad infinitas. Es decir, los que sufren son
siempre los buenos, y los que hacen sufrir, los enemigos, son los malos.
No se hace una reelaboración de los hechos, antes bien, logran producir
más violencia.
Otro tipo de escritos que han tratado acerca de la problemática en
cuestión, no menos perseguidos, son las crónicas. Muy ligadas a los testi-
monios, y también a veces reeditadas como novelas, presentan un relato,
en general escrito por un periodista, de alguien que ha sido testigo de la
violencia o que la ha vivido. También son importantes las categorías de
bondad y maldad, pues el protagonista es igualmente bueno o malo,
según la filiación política de quien presente los hechos. La crónica se
caracteriza por mostrar la extrema crueldad del enemigo, viciada por la
interpretación de quien la sufre o se indigna por ella. 120
118 Recientemente algunos de estos textos han sido reeditados por la editorial Planeta, bajo el
título Colección Lista Negra, haciendo alusión a la forma como se les catalogaba en la época.
119 Entrevista realizada por Cristina Agudelo a Augusto Escobar, profesor de literatura de la Uni-
versidad de Antioquia, el día 14 de agosto de 2000, en Medellín.
120 Ibid.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 7
121 Ibíd.
122 lbid.
178 / Muertes violentas
123 Augusto Escobar, "La Violencia: ¿generadora de una tradición literaria?". Gaceta, N.° 37,
Colcultura, Bogotá, dic., 1996.
124 Jorge Franco Ramos, Rosario Tijeras, Bogotá, Norma, 1999.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 9
125 Pablo Montoya, "La representación de la violencia en la reciente literatura colombiana", texto
presentado en el VI Coloquio Internacional del CRICCAL de la Universidad de la Sorbonne
Nouvelle Paris III, Lis nouveaux rtalismes en Amérique Latine depuis 1980, París, 15 de mayo de 1998.
1 8 0 / Muertes violentas
126 Lucía Ortiz, "Narrativa testimonial en Colombia: Alfredo Molano, Alonso Salazar, Sandra
Afanador", en: María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ángela 1. Robledo, comps.. Literatura
y cultura narrativa colombiana del siglo xx, vol. 2, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, p. 341.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 181
127 Alonso Aristizábal, "La literatura colombiana ante el conjuro (poesía y novela de la violencia en
Colombia)", en: Arte y violencia en Colombia desde 1948, p. 186.
128 Ibid.
182/ Muertes violentas
liviano todavía
va por las calles
Trae la calavera llena de sueños
Limpio recién peinado
va a sus negocios
Cuando el asunto se despache un nombre
se tachará
por ahora va por las calles. 129
La música y la muerte
Mejor sería que la mjisica y las palabras reemplazaran la artillería
Alonso Salazar
129 José Manuel Arango, Poemas, Colección de Autores Antioqueños, N.° 62, Medellín, Seduca,
1991, citado por A. Aristizábal, Op. cit.
130 lbíd., p. 189.
Ritnalización, simbolización y tramitación de ¡a muerte / 1 8 3
por Vico C.
He aquí mi presencia, pues he prometi- Te falta la sonrisa que dibuja tu
do que venía a verte carisma te siento muy fría, tus labios
aunque estuviera afligido. resecos, inútil te ves y sin faltarte al
Cogistes [sic] el camino de la separa- respeto. Pero no importa, te amo como
ción y tú no sabes cómo eso afectó mi eres y nunca sentiré lo mismo con
corazón. otras mujeres. Dios me creó para
Dios mío, ayúdame y nunca permitas quererte a ti.
que mi alma se destroce con esta Yo maldigo el momento en que te
visita. perdí,
Mi mujer no me escucha estando ahí y esta pérdida es indudablemente
acostada, no me mira, no me abraza, eterna.
no me dice nada. Quisiera inventarme una luz moder-
Culpa tengo yo por no cumplir con na que alumbre el camino de la
mis promesas, haciéndote pasar felicidad
muchos días de tristezas.
131 Aunque la temática de esta canción trata particularmente de un suicidio, algunos fragmentos
que presentamos de ella se acomodan al sentimiento de quienes sufren la muerte de sus
"parceros" o de las mujeres que pierden a sus compañeros.
Citado por Iván Darío Cano Ospina, "El rock, una posibilidad cultural para construir iden-
tidad", Instituto de Estudios Regionales (Iner), Facultad de Artes, Universidad de Antioquia,
ponencia presentada al Encuentro para la Promoción y Difusión del Patrimonio Folclòrico de
los países Andinos, Cartagena, 8 al 14 de octubre de 2000.
184/ Muertes violentas
132 Ibid.
133 Véase José Fernando Serrano, "Concepciones de vida y muerte en jóvenes urbanos", proyecto
de investigación, Bogotá, Fundación Universidad Central, 1999.
186/ Muertes violentas
bandas depunk y heavy metal con guitarras y baterías "hechizas", for- 130
137 Las Convivir eran organizaciones civiles de seguridad privada impulsadas en el país para com-
batir los grupos guerrilleros.
138 A. Bustos, "Guerra musical", en: La ley del monte, Bogotá, Intermedio Editores, 1999, pp. 171-
190. Canciones como Urabá martirizada, Mi fmquita, Vamos Colombia, Drama de niñez. Mal-
dita quiebrapatas y Narcobandoleros.
1 8 8 / Muertes violentas
139 Alonso Salazar, La cola del lagarto. Dmgasy narcotráfico en la sociedad colombiana. Medellín, Corpo-
ración Región, Proyecto Enlace. Ministerio de Comunicaciones, 1998.
Ritualización. simbolización y tramitación de la muerte / 189
que al cabo estas son las cosas que se tampoco tierra sagrada, que me
hicieroii pa'gozar. entierren en la sierra con leones
de mi manada.
Cruz de marihuana Que esa cruz de marihuana la
rieguen finos licores, 7 días a la
Cuando me muera levanten semana, 'v que me toquen mis sones,
una cruz de marihuana, con la música norteña, ay, toquen mis
con diez botellas de vino y cien canciones
barajas clavadas, Que mi memoria la escriban con
al fin que fue mi destino, llanto de amapola, y que con bala se
andar por las sendas malas. diga la fama de mi pistola, para
En mi caja de la esquina, mis gallos en mi tieira, la sierra fue
metrallas de tesoro, gocé todito en la nuestra gloria.
vida, joyas, mujeres y oro, yo soy Sobre mi tumba levanten una cruz de
narcotraficante de la rifa por el marihuana, no quiero llanto ni rezo
polvo. tampoco tierra sagrada, que me
Sobre mi tumba levanten una cruz de entiemn en la sierra con leones de mi
marihuana, no quiero llanto ni rezos manada.
140 Piera Aulagnier, "Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia", en: Luis Hornstein y otros,
Cuerpo, historia, interpretación, Buenos Aires, Paidós, 1994, pp. 117-170.
141 J.-H. Déchaux, Le souvenir des moiis. Essais sur le lien de filiation, p. 46.
142 Karina Perelli, "Memoria de sangre. Fear, hope and disenchantment in Argentina", en:
Johnatan Boyarín, ed., Remapping memory. The politics oftime spaces, Minneapolis, University of
Minnesota, 1994.
Ritnalimcwn, simbolización y tramitación de la muerte / 191
El duelo
Para iniciar, partamos de una definición del duelo dada por dos psicoana-
listas argentinas con base en la concepción freudiana.
El duelo es una reacción afectiva que se produce ante la muerte de un ser querido,
su pérdida real, e incluye tanto el afecto penoso del dolor y sus expresiones, que
surge del examen de realidad y que le permite al sujeto acceder a la certeza de la
muerte, como los ritos sociales funerarios, que es el modo en que lo público está
presente en el duelo. M5
143 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo".
144 Daniel Pécaut, "fosado, presente y futuro de la violencia", Análisis Milico N.°30, lepri,Universidad
Nacional, Bogotá, ene.-abr., 1997, pp. 3-36.
145 F. Rousseaux y L. Sama Cruz, Op. cit.
1 9 2 / Muertes violentas
146 lbid.
147 lbid.
148 lbid.
149 Pilar Riaño, "La piel de la memoria. Barrio Antioquia: pasado, presente y futuro". Nova &
Velera, N.° 36, Bogotá, Esap, pp. 79-85.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/
152 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 286. Esta afirmación, por lo demás funda-
mental en el país hoy frente a tanto dolor y tanta muerte, la hace la autora a partir de las
consideraciones de Doris Salcedo respecto del arte con relación a la violencia.
153 Luis Carlos Restrepo, "Prólogo", en: Orlando Mejía, La muelle y sus símbolos. Muerte, tecnocracia
y posmodernidad, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1999.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/
Otras veces es la existencia del cuerpo insepulto, la gente huye sin poder
hacer una sepultura. En el caso afortunado de poder enterrar a sus muer-
tos, las sepulturas quedan abandonadas y el lugar del duelo se reduce a
una especie de "no-lugar", donde no es posible la práctica del recuerdo
por la dificultad para regresar a hacer presencia ante esa tumba.
En el caso de la desaparición, lo que imposibilita la elaboración del
duelo desde el acto mismo es la inexistencia de un cuerpo para sepultar
(no hay cadáver) y, adicionalmente, sitúa al doliente en un lugar incier-
to (no hay cuerpo ni vivo ni muerto), que deja en suspenso el momento
del duelo.
Igual sucede con las muertes anónimas, esa gran cantidad de muertes
que se producen en el país y en las que ni siquiera se llega a saber de
quién se trata. ¿Dónde construir una tumba? ¿Con qué nombre? ¿Cómo
elaborar esas pérdidas?
Otra de las características de la muerte violenta que más parece hacer
inviable el duelo es la del desconocimiento absoluto de las causas o de las
circunstancias de esa muerte. Este vacío produce en los seres vivos esta
134
154 O. Useche, "Coordenadas para trazar un mapa de la violencia", Op. cit., p. 12.
155 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
156 Ibid.
1 9 6 / Muertes violentas
La memoria
A través de los recuerdos el hombre no hace más que reconstruir el pasado
a partir del presente
Maurice Halbwachs
Cada objeto, cada amigo, cada odio o cada amor son mezcla imbricada de presente y
memoria, de carnalidad y recuerdo, de vida y muerte que se perpetúan en la trama
de los símbolos
Luis Carlos Restrepo
160 Maurice Halbwachs, Les cadres sociaux de la mémoire, París, Albin Michel, 1925.
161 J.-H. Déchaux, Op. cit., p. 18.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/
rechazo al diálogo hace a los difuntos más crueles y sobre todo más presentes". Véase L.-V.
Thomas, Antropología de la muerte, París, FCE, 1975, pp. 7-18.
165 Gonzalo Sánchez, Gitena y política en la sociedad colombiana, Bogotá, El Ancora, 1991.
166 íd., "Museo, memoria y nación", en: Memorias del simposio internacional y IV cátedra anual de histo-
ria Ernesto Restrepo Tirado, noviembre de 1999, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, Ministe-
rio de Cultura, PNUD, Iepri, Icanh, 2000, pp. 22-29 (los resaltados son nuestros).
167 Daniel Pécaut, "Estrategias de paz en un contexto de diversidad de actores y factores de violen-
cia", en: Francisco Leal, ed., Los laberintos de la guerra, Bogotá, Tercer Mundo, Universidad d e
los Andes, 1999.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/
El dolor en la memoria
Sólo lo que duele permanece en la memoria
J. B. Metz
Si bien nos parece muy bella la aproximación que desde el arte hace
Doris Salcedo, refiriéndose a lo que ella llama "una memoria del dolor",
que haría falta en el país "como otro fenómeno a operar en la memoria
con tanta muerte", y desde donde el arte podría intervenir, en tanto es
172
171 J.-H. Déchaux, Le souvenir des moiis. Essais sitr le lien de filiation. La estructura misma del libro
deja ver una forma de relación con la memoria y sus implicaciones. Está dividido en tres partes,
muy significativas en términos teóricos: "conmemorar", "acordarse", "afiliarse" (o pertenecer).
Deja ver la relación entre muerte y memorias colectivas y la significación que tendrían los
muertos para la construcción de esas memorias, pues el recuerdo de los muertos es el mecanismo
por excelencia de construcción de las memorias colectivas en cualquier sociedad.
172 Karina Perelli, Op. cit.
173 Entrevista del antropólogo Santiago Villaveces con la artista Doris Salcedo y publicada en: Ma-
ría Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 285.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/
174 Veena Das, "Souffrances, théodicées, pratiques disciplinaires, récupérations", Revue lyüemationale
des Sciences Sociales, N.o 154, Unesco, Paris, die., 1997. Aun cuando, como lo señala la autora, las
ciencias sociales corren el peligro de imitar el silencio que la sociedad mantiene frente a ese
sufrimiento.
175 Ibíd., p. 612.
204 / Muertes VÍOUTUOS
que tienen derecho; que les dé satisfacción y dote de sentido su muerte al reconocerla
no sólo como un hecho siniestro e inmerecido, sino también como un símbolo cuyo
significado nos toca desentrañar a nosotros los vivos." 6
176 Beatriz Restrepo, "Justicia a los muertos (o un alegato a favor del recuerdo moral)", El Colombia-
no, 26 de noviembre de 2000.
177 Ibíd., p. 8.
178 G. Sánchez, Op. cit., p. 29.
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A musicales, 187
Acción(es) narcotráfico, del, 82
representación de la, 19
social, xvi, 12, 45
terroristas, 27 Cadáver(es), xv, xvii, xxii, xxviii, 6,
violentas, 4, 7, 9, 59 32-37, 46-49, 59, 72, 98, 102, 107,
Análisis 108, 117-119, 124-126, 129, 150, 151,
cultural, 6, 12, 16, 17 167-169, 195, 200
interpretativos, 18 identificación de los, 118
social, 15 v. t. Antropología forense;
Antropología, xv-xviii, xx, xxiv, xxvii, 6, Identidad
10, 16, 20, 30, 33, 34, 37, 41, 47, 48. mutilación de los, 55, 110
57, 66, 98. 100, 101, 123-126, 146, significaciones del, 47, 48
147, 156, 200, 203 v. t. Cuerpo(s)
forense, xx. 33-35, 37 Carnaval n. Fiesta
social, xxiv Cementerio(s), xv, xxiii, xxvi, 32, 67, 69.
Armas, producción de, 13 85, 91, 98-100, 102, 103, 110, 116,
Arte 125, 129-138, 140-146, 162, 188, 202
autonomía del, 156 Central, 133, 134, 144
característico, 157 San Pedro, 98, 99, 130-133, 135,
colombiano, 149, 158, 172 136, 140
historia del, 149, 158, 159 Universal, 109, 130
Asesinato(s), xxi, 3, 7, 18, 27, 40, 61-63, v. t. Memoria, lugar(es) de
65, 67-71, 84, 87, 99, 108, 114, 116, Ciencia(s)
162, 166, 175, 179, 195, 197, 198 experimentales, 19
limpio, 7 interpretativa, 19
político, 62 sociales, xvii, 33, 203
selectivo, xxi, 27, 62, 99, 116 Ciudad
v. t. Limpieza social; Magnicidios miedo, del, 97
serie, en, 41, 71 real, 97
Autodefensa v. Paramilitares significación de la, 95
soñada, 97
B v. t. Conflicto(s), urbano(s);
Bandas Violencia(s), urbana(s)
delincuencia común, de, 80, 81 Civilización
juveniles, 81, 103 barbarie, y, 13
fe en la, 13
246 / Muertes violentas
:omunidad(es), 6, 28, 29, 31, 34, 42, 56, entramados de la, 84, 85
96, 126, 193 muerte, de la, 10-12, 59, 87, 184
política, 29-31 política y, 19, 28, 30
' legitimidad de la, 31 recuerdo, del, 204
Donflicto(s), xix, xxi, xxii, 6, 7, 12-14, 18, teoría simbólica de la, 11
21, 27-29, 32-35, 37, 39, 40, 51, 52, violencia, de la, 10, 11
54, 58, 64, 74-77, 79, 82, 83, 86, 108, violencia, y v. Violencia(s), cultura y
115, 141, 189
armado, xx, xxii, 6, 21, 29, 32-35, 37, 64
degradación del, 36, 54 Delincuencia, 71, 73, 80-82, 184, 187
étnicos, 51 común, 80, 81
político, xxi, 14, 18, 27, 82, 85 juvenil, 81
protagonistas del, 76, 104 Derecho Internacional Humanitario v.
v. t. Ejército; Guerrilla(s): DIH
Narcotráfico; Paramilitares Derechos Humanos, 40, 41, 43, 49, 52,
urbano(s), xix, 74 62, 113, 114, 117
v. t. Guerra(s) defensores de, 108, 115
Crueldad, 9, 33, 39, 41, 48-52, 58, 176 Desaparecido(s), xxii, 21, 34, 36, 50, 102,
proximidad, de, 51, 52 111, 114, 117-120, 128, 191, 192, 195,
Cubismo, 154 197, 200, 203
Cuerpo(s), xvii, xxi, xxvii, 4, 7, 8, 29, 32, categoría de, 192
34-38, 41, 43, 44-51, 53, 55, 57-59, 61, Desaparición v. Desaparecido(s)
83, 88, 89, 94, 96, 97, 99, 103, 105, Descripción
106, 109, 110, 118, 124, 125, 141, densa, xxiv, 19
149-153, 155, 164, 168, 169, 190, superficial, xxiv
194, 195 Desmesura v. Exceso
fragmentados, 47 Diagnóstico, 19, 37
horror sobre los, 43 DIH, 33, 34, 37, 38
identidad, sin, 110 Divulgación, xxiv-xxvii, 5
muerto, 8, 44, 47, 125, 150, 152 Dolor, xvii, xxiii, 9, 32, 33, 38, 39, 46, 48,
significaciones del, 47 52, 63, 64, 66-68, 96, 100, 118, 119,
uso semiológico del, 44 123, 125, 127, 128, 132, 133, 147-150,
usos sociales del, 45 155, 156, 158, 159, 164, 167, 178, 181,
violencia sobre el, 46 182, 185, 190, 191, 193-196, 201-203
v. t. Cadáver(es) codificación del, 121, 126
Culto(s) geografía del, 96
funerario(s), 74 Duelo, xxiii, 33, 34, 36, 38, 56, 111, 118,
muerte, a la v. Muerte(s), culto a la 119, 123, 125-128, 190-197, 200, 204
muertos, a los v. Muerto(s), culto a los elaboración del, xxiii, 116, 119, 128,
sentido de los, 141 189, 191-193, 195
v. t. Cementerio(s); Memoria; Rito(s) trabajo de, 119, 190
funerario(s) v. t. Muerte(s), tramitación de la
Cultura, xv-xx, xxiv, xxvii, 6, 8-17, 19, E
28, 31, 34, 38, 43-46, 50, 54, 56,
58-61, 79, 82, 87, 89, 96, 112, 116, Eficacia simbólica, xix, xxvii, 141, 178, 194
118, 128, 147, 149, 159, 161, 168, 180, Entramados de sentido u Significación,
184, 194, 200, 202, 204 tramas de
1
Escena, xix, xxi, xxiii-xxv, 14, 15, 17, 18, Colombia, en, 32
36, 45, 69, 93, 111, 119, 125, 128, 150, dinámicas de la, 27, 32
154, 164, 191 muertes violentas de la u Muerte(s)
Escenario(s), xx, xxii, xxiv, xxvi, xxvii, 9, violen ta(s)
11, 18, 27, 31, 43, 48, 50, 75, 85, 87, psicológica, 115
89, 92, 94, 119, 142, 144 víctimas de la, 33, 34
político, de lo, 27 v. t. Conflicto(s)
Espacio significado, 96 Guerrilla(s), 32, 42, 59, 65, 68, 75, 86,
Especificación, 19 108, 181, 187
Estado
ineficiencia del, 71 H
moderno, 31 Heavy, 186, 187
Estética v. t. Música; Punk
destrucción, de la, 148 Hiperbolismo, 3-5, 23
muerte, de la v. Muerte(s), estética de la violencia, de la v. Violencia(s),
v. t. Arte hiperbolismo de la
Etnografía, xxiv, 97
Exceso, xix, xxi-xxiii, xxvi, xxvii, 3-7,
20-23, 27, 31, 39, 52-55, 61, 63, 69, Iconografía, xxiii, 135, 136
75, 80, 83, 84, 88, 93, 95, 97, 100, 101, tumbas, de las, 135
106, 108, 112, 129, 148, 166, 174, 184, Identidad, 35, 36, 38, 44, 59, 60, 96, 97,
193, 197 102, 109, 110, 117, 183, 200
colectivo, 53 derecho a la, 35
complacencia en el, xxi, 74 Impresionismo, 152, 153
muerte(s), de v. Muerte(s), exceso de Impunidad, xi, 50, 72, 106-108, 118
realidad, de, 6 Inflación
reflexión sobre el, xix palabra, de la, 21, 22
sentido del, 15 símbolo del, 19, 20, 21, 23
significación del, xix, 1, 14 Interpretación cultural, 18
entramados de, 14, 15
significados, de, 6, 22 J
símbolos del, 41 Jóvenes, xxi, 7, 40, 42, 74-90, 92-101,
violencia, de v. Violencia(s), exceso de 104, 105, 109, 130, 133, 138-140, 144,
v. t. Hiperbolismo; Inflación 145, 161, 179, 183, 185, 187, 196
Exilio, xviii, xxii, 6, 34, 64, 112-114, 116 muertes de, xix, xxi, 18, 100
F v. t. Bandas, juveniles; Conflicto(s),
urbano(s)
Fiesta(s), 54, 56, 66, 74, 98-103, 183, 189,
196, 199 L
tiempo de la, 100, 101 Lenguaje
Fratricidio, xi corporal, 47
G muerte, de u Muerte(s), lenguaje de
v. t. Parlache
Genocidio(s), 52 Limpieza social
nazi, 52 muertes por v. Muerte(s), limpieza
Guerra(s) social, por, xxiii
actores de la, 32 Listas negras, 115, 176
248 / Muertes violentas
/ida
ritual de, 126
sentido de la, 30, 127
Se terminó de imprimir
en la Imprenta Universidad de Antioquia
en el mes de febrero de 2005