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Este texto es resultado de un proceso de investigación cuyo análisis se aventura a

dar una interpretación antropológica del fenómeno de la muerte violenta en


Colombia. Es una reflexión sobre los aspectos subjetivos culturales de la violencia y
no sobre sus causas estructurales, que intenta caracterizar las formas de producción
de la muerte violenta, a sus víctimas y victimarios, y las lógicas y 'racionalidades'
que subyacen a ella. La interpretación camina por "la vía del exceso": exceso de
muertes, de cargas simbólicas en su ejecución, de formas simbólicas para
nombrarla y de ritos para tramitarla. "La pregunta acerca del significado y los
efectos que este exceso podría tener sobre la sociedad sirvió de base para pensar la
relación cultura-violencia". La autora hace una comparación con la violencia en
otras latitudes y deja claro que no es un fenómeno exclusivamente colombiano.
Pero en Colombia existe la evidencia de falta de elaboración de duelos por tantas
vidas perdidas junto con heridas abiertas en la memoria y el recuerdo colectivo.
Así, la violencia actual sería una reedición de otras violencias, de una violencia
presente en la memoria colectiva, y sólo la elaboración de esos duelos le permitirá a
la sociedad colombiana resignificar su pasado para darle cabida a un nuevo pacto
social en el que la violencia no sea el eje estructurante o desestructurante de su vida
social. Muertes violentas hace aportes novedosos para la interpretación de la
situación de violencia en Colombia, al tiempo que deja abiertos interrogantes para
futuras investigaciones en un tema tan difícil de abarcar.

ISBN 1SS-bS5-ílS-5

<
Editorial Universidad de Antioquia

Muertes violentas
La teatralización del exceso
Eisa Blair

Antropología
Muertes Violentas
La teatralización del exceso

Elsa Blair

Antropología
Instituto de Estudios Regionales — I n e r —
Editorial Universidad de Antioquia
>lección Antropología
Elsa BlairTrujillo
Editorial Universidad de Antioquia
INER
BN: 958-655-818-5
mera edición: febrero de 2005
>eño de cubierta: Sandra María Arango
stración de cubierta: Enrique Jaramillo, En memoria, 1990. Instalación de dimen-
nes variables. Tomado de Arte y violencia en Colombia desde 1948, Bogotá, Museo de
e Moderno de Bogotá, Norma, 1999, p. 142.
igramación: Luz Elena Ochoa Vélez
presión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia
preso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia
ihibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier
ipósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia
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306.9
B635
Blair, Elsa María
Muertes violentas : la teatralización del exceso /
Elsa Blair. - Medellín : Editorial Universidad
de Antioquia, 2004.
245 p. - (Colección Antropología)
ISBN 958-655-818-5
Incluye bibliografía e índice analítico.
Contenido

Agradecimientos x l n

Presentación x v

Introducción X V I 1

La puesta en escena de la muerte violenta xxv


Primera parte
La significación del exceso
La desmesura de los colombianos 3
Introducción: El hiperbolismo de la violencia 3
El exceso de violencia y su invisibilidad 5
Cultura-violencia: trazos de un debate 10
Los entramados de significación del exceso 14
El símbolo .15
La trama 17
La escena 17
La inflación del símbolo o su negación 20
Segunda parte
La escenificación de la muerte. Actos, símbolos y significaciones
El exceso en el escenario de lo político: muertes en combate,
masacres y asesinatos selectivos 27
Introducción: La muerte y la política 27
Muertes en combate: la guerra como escenario 31
El combate: una mirada desde la antropología forense 33
Las masacres: la crueldad extrema y el exceso 39
Los símbolos del exceso 41
El horror sobre los cuerpos 43
La crueldad en otras latitudes 51
La masacre: el exceso en estado puro 52
¿Continuidad o "memorias de sangre"? 56
Los asesinatos selectivos 61
viii

Los asesinatos políticos 62


Los magnicidios, o las muertes "significativas" 63
De los muertos significativos a la historia de los insignificantes:
la tras-escena del exceso 69
La complacencia en el exceso: muertes violentas de jóvenes
en el conflicto urbano 74
Introducción 74
Los protagonistas del conflicto y la muerte 76
Del "no nacimos pa' semilla" al "más bien uno quiere formar
una familia, tener un futuro" 76
"Al que pillemos matando, lo matamos" 79
"Para mí, matar gratis era pecado" 81
Paramilitarismo y delincuencia: guerra a muerte 82
La ciudad, territorio de violencia y muerte, y sus jóvenes
habitantes 83
La ciudad: territorio donde la muerte se produce o el lugar
de su ejecución 85
La ciudad: territorio codificado. Una "topografía
de la muerte" 87
La ciudad: territorio significado o dotado de sentido 93
Prácticas funerarias: una etnografía 97
El funeral: una fiesta 100
Conjugando el crimen y los rezos 103
El exceso codificado en la exclusión social: muertes anónimas,
amenazas y desapariciones 106
Introducción: Las muertes anónimas 106
Las muertes sociales o muertes invisibüimdas 107
Los NN: de la tumba identificada al anonimato
de una fosa común 109
En la frontera de la muerte: los amenazados 112
"Tiene una hora para abandonar el país" 114
"Había unas cincuenta personas en esa lista de muerte" 115
El desarraigo como forma de muerte a través del exilio 116
Los desaparecidos: noche y niebla 117
Tercera parte
La codificación del dolor: ritualización, simbolización
y tramitación de la muerte
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte 123
Introducción 123
La ritualización 124
ix

El cementerio: un lugar de memoria 129


El cementerio San Pedro 130
La "vida" en el cementerio 130
La iconografía de las tumbas 135
El sentido de los rituales y los cultos funerarios 141
De las formas de simbolización de la muerte 146
La estética de la muerte 146
Las narrativas de la muerte: lo que el cielo no perdona
y otras historias 172
La virgen de los sicarios y Rosario Tijeras: nuevas narrativas 178
La muerte en la poesía 181
La música y la muerte 182
Las formas de tramitación de la muerte 189
El duelo 191
La memoria 197
Conclusión 205
Bibliografía 207
índice analítico 223
Sin la muerte, nuestro país no daría señales de vida. Y no es una paradoja. Hay
incluso un marcado impudor que nos incita a hacer de la muerte una consigna
patria. Lo confirman las instancias más fúnebres de ese inmenso mausoleo que
llamamos historia pero también las horas más graves de la imaginación y el arte.
De la poesía. Entre nosotros la muerte es un huésped incómodo aunque esperado,
hoy como ayer, día tras día en cada una de las habitaciones de la casa. De esa casa
grande donde caben por igual la afrenta pública y la rencilla privada, el rencor y el
odio y ese cainismo meticulosamente cultivado que los notarios de la ignomimia
llaman Violencia. Por ello no debe sorprendernos el estigma que como un heraldo
nos precede en todos los caminos del mundo. Y no es para menos, pues incluso nos
las hemos ingeniado para desmentir el aserto de quienes ingenuamente creían que
la muerte es el acto de un solo personaje. La verdad es que nos hemos esforzado al
máximo en demostrar que la muerte es una orgía colectiva, un coral de frenesí
democrático, sin exclusiones ni egoísmos. Si es cierto que la poesía "debe ser hecha
por todos, no por uno " nuestro sentido de la camaradería nos ha convertido en
poetas de la muerte. Por eso entre nosotros el fratricidio es el único contrato social
que hemosfirmadoy ratificado una y otra vez. Es un destino trágico que como un
inquietante espectro se graba por igual en los ojos de un niño y en el vientre sin
expectativas de una mujer grávida. Siempre ha sido así. Bc&tan dos evocaciones
para confirmar cómo la dialéctica del odio y la muerte por encima de todos los
expedientes y prontuarios de la impunidad, es el principio móvil de nuestra vida
civil, además entre esas dos evocaciones median exactamente cuatrocientos años, es
decir, la triste cronología que como un siuiario se extiende desde los primeros
crímenes que conmovieron a nuestro país hasta los que a diario nos ponen de
manifiesto que el huevo de la serpiente durante tanto tiempo incubado acaba de
quebrarse. Una cronología que es la de la lenta pero minuciosa e incontenible
masacre que nos agobia desde las páginas poco compadecidas de un libi o llamado
El carnero hasta la conjunción fúnebre de matices negros y grises de La violencia
ese cuadro en cuyo horizonte una mujer mutilada yace agobiada
por el silencio de la muerte
R. H. Moreno Durán
La violencia, dos veces pintada.
El oidor y el cóndor
Agradecimientos

Este texto no hubiera podido escribirse sin el concurso de muchas perso-


nas que desde distintos lugares pusieron su palabra en él.
A Natalia Quiceno y Cristina Agudelo por su acompañamiento aca-
démico en el proceso de elaboración de la investigación. Sus aportes es-
tuvieron siempre presentes a la hora de las mejores discusiones.
También encontré la palabra sabia y generosa de varios profesores
que no puedo dejar de nombrar: Carlos Mario Perea, profesor e investi-
gador del Iepri de la Universidad Nacional en Bogotá, evaluador del
informe de investigación, y quien con su aguda crítica me obligó a 'ma-
durar' muchas de las reflexiones que se encontrarán aquí.
Gracias al profesor Alfredo de los Ríos, por su interés en la reflexión
y su interlocución académica en algunos momentos del proceso
investigativo.
A los profesores Luz Stella Castañeda e Ignacio Henao, por su gene-
rosidad al ofrecerme testimonios, que estaban impregnados de muerte,
utilizados en su investigación sobre el parlache.
Al profesor Augusto Escobar, por su colaboración en el apartado so-
bre literatura colombiana de la violencia.
A Marta Inés Villa y Amparo Sánchez, investigadoras de la Corpora-
ción Región por su interlocución académica en las primeras búsquedas
de la investigación.
A Luz María Londoño, por el apoyo en la revisión final del texto
previo a su publicación. Y a Cristina Agudelo, quien colaboró además en
la revisión y corrección del texto.
A mis compañeros(as) del Iner, sorprendidos pero —en la mayoría
de los casos— respetuosos con mis "esotéricas" investigaciones.
Finalmente quiero agradecer a Juan Carlos Márquez, el editor, quien
desarrolló un paciente y minucioso trabajo sobre el texto con el que, sin
duda, ha ganado calidad.
A todos ellos mis reconocimientos por sus aportes. Lo que, sin embar-
go, no los compromete en los resultados.
Elsa Blair
Medellín, agosto de 2004
Presentación

El verdadero aporte de la antropología contemporánea consiste en plantear


preguntas inteligentes y en ensamblar y poner en relación diversos aspectos de una
realidad heterogénea; en tal contexto, pretender concluir, explicar o probar algo no
deja de ser una ilusión
María Victoria Uribe"

La escritura de este texto ha sido.un proceso muy interesante que toca


con la práctica investigativa misma y con los procesos de producción de
conocimiento, que no siempre —o más bien casi nunca— coinciden con
los tiempos institucionales en los que dichos procesos se enmarcan. Den-
tro de los límites del tiempo previsto para la investigación, se hizo un 1

informe de 300 páginas con varios anexos: un archivo iconográfico con


70 fotografías tomadas en distintos cementerios, más un ejercicio de sis-
tematización de información de discursos extractados de revistas, que
pretendía mostrar la manera como los medios de comunicación, en este
caso escritos, asumían y divulgaban las muertes violentas en el país. 2

Siete meses después, luego de una coyuntura particular y de la madu-


ración de ideas que habían quedado sin 'amarrar', pero que se sostenían
en el convencimiento de la riqueza del material allí consignado, nos en-
frascamos de nuevo en la aventura de 'ponerle palabras' al fenómeno
recurrente de la muerte violenta, y de diseñarle un marco interpretativo
que fuera más allá del conteo de muertos, y del 'reguero' de cadáveres
por toda la geografía nacional,' y lo dejara leer desde sus dimensiones
1

* Antropóloga. Actualmente es directora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia.


1 Fue una investigación financiada por el Comité de Investigaciones (CODI) de la Universidad
de Antioquia en convocatoria de menor cuantía, es decir, de un año de duración.
2 Por no ser analistas de medios 110 fue posible para nosotros ahondar mucho más en este análisis.
Creemos, sin embargo, que el material sistematizado le sería muy útil a un analista de medios o
de discursos, para desentrañar las tramas sobre la muerte que se tejen en las narrativas produ-
cidas por esta sociedad.
3 Véase María Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia
desdt 1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno, Editorial Norma, 1999, p. 286.
vi

imbólicas. Buscamos así las mejores palabras, palabras capaces de cons-


ruir entramados de sentido, o lo que es lo mismo, tramas de significa-
:ión, para tratar de entender un fenómeno que, sin duda, sigue exigien-
lo nuestros mejores esfuerzos para ser desentrañado.
La tarea a la cual nos dimos en el proceso de investigación, y que
mentaremos presentar de la mejor manera, fue tratar de aprehender las
icciones de muerte desde una perspectiva que sobrepasa la dimensión
ísica de la muerte y se adentra en sus contenidos simbólicos. Comparti-
rlos a plenitud la apreciación de Clifford Geertz, en el sentido de que
onsiderar las dimensiones simbólicas de la acción social —arte, religión,
deología, ciencia, ley, moral, sentido común— no es apartarse de los
iroblemas existenciales de la vida para ir a parar a algún ámbito empíri-
0 de formas desprovistas de emoción, es, por el contrario, sumergirse
n medio de tales problemas. El propósito es, entonces, hacer una lectu-
4

a interpretativa que nos permita interrogar desde esta dimensión el sen-


do, o lo que llamamos con Geertz las tramas de significación, de todas esas
íuertes.
El texto que ahora se presenta es el resultado de dos procesos: el pri-
íero, un proyecto de investigación desarrollado entre 2000 y 2001 en el
íarco del Grupo de Investigación Cultura, Violencia y Territorio del INER
e la Universidad de Antioquia; el segundo, un momento posterior de
ñnterpretación —mucho más analítica— de los resultados de la investi-
ación. Por obvias razones, el primero estaba amarrado a tiempos
istitucionales; el segundo, aun cuando de cierta manera también lo es-
iba, fue, con todo, más abierto y libre.
Para llevar a cabo la investigación, la labor de las dos auxiliares, en
<e momento estudiantes de Antropología de la Universidad de Antioquia,
le de vital importancia. Cada una participó de manera decidida en su
:stión, desde distintos intereses de estudio y estilos de trabajo. El proce-
1 posterior en el que se lograron ligar analíticamente los cabos sueltos,
íe por el tiempo no pudieron atarse durante la investigación, fue el
sultado de un trabajo mucho más solitario, como todo proceso de escri-
ra, que de todos modos no hubiera sido posible sin los resultados colec-
'os. Mi reconocimiento para las dos antropólogas comprometidas con
te trabajo: Cristina Agudelo y Natalia Quiceno.
Elsa Blair
Medellín, septiembre de 2002

Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1997, p. 40.


Introducción

La violencia en Colombia —y la muerte como expresión extrema de esa


violencia— rebasa con mucho las estadísticas sobre hechos violentos y
recuento de cadáveres, es decir, sobre la muerte en su dimensión física.
La violencia se convierte en un fenómeno que las ciencias sociales deben
interpretar en el ámbito de los referentes simbólicos y de sus componen-
tes imaginarios. En efecto, además de su dimensión física, fruto de una
violencia sobre los cuerpos, del "orden de la evidencia", la muerte vio- 1

lenta tiene otras dimensiones simbólicas que deben ser interpretadas.


Hacerlo exige, sin duda, "una mirada oblicua, desde los márgenes para
no caer en el espectáculo obsceno de la muerte y/o de la violencia". Esta 2

lectura desde los márgenes nos llevó por caminos de las formas de sim-
bolización y de representación de la muerte, esto es, las formas con las
cuales —en el terreno simbólico— los colombianos estamos enfrentando
la muerte y tramitando el dolor.
Interrogarse por las significaciones que desde la pespectiva antro-
pológica tiene la violencia, sigue siendo una tarea de primer orden y un
asunto de difícil resolución. Al creer, como María Victoria Uribe, que
pretender explicarla es por momentos sólo una ilusión, y que la tarea de
la antropología es más bien la de formular preguntas inteligentes al res-
pecto, lo que hacemos en este trabajo es sugerir una lectura interpretativa
5

a partir de la definición de un campo de problemas, desde donde se pue-


de, ajuicio nuestro, interrogarla "inteligentemente". Estos problemas son
fenómenos sociales complejos que están en relación directa con la violen-
cia, y cuyos contenidos o dimensiones simbólicas no son muy visibles aun-
que sí muy importantes, y se expresan mediante la mise en scène del acto
violento o, más precisamente, de la muerte violenta; nos preguntamos
por, al menos, algunas de sus "tramas de significación". Este concepto,

1 Roland Marshal, "Le temps de la violence et de l'identité", en: Cartes d'identité, Paris, Fondation
National de Sciences Politiques, 1994.
2 Maria Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno, Editorial Norma, 1999, p. 285.
3 Ibíd.
XX

Cada uno de los tres capítulos de esta segunda parte se inicia con una
reflexión, más de carácter sociológico, que ayuda a contextualizar el mar-
co social, cultural y político donde se producen estas muertes violentas,
lo qüe los sociólogos llamamos los escenarios; porque si no se contextualizan,
asumirían un carácter bastante patológico. Con todo, no es un análisis
sociológico sobre la guerra o sobre el conflicto político armado. Sin em-
bargo, debe leerse teniendo presente que en Colombia el eje de la con-
frontación es el conflicto armado, y que toda la interacción social está
actualmente atravesada por él.
Si bien es claro que no todas las muertes violentas —y ni siquiera la
mayoría— son producidas por el conflicto armado, esto es, en combate o
fruto directo de la violencia política, también es cierto que muchas de
ellas son efecto, directo o indirecto, de la confrontación bélica. Sería difí-
cil para la sociedad colombiana poder explicar esas muertes sin alusión
muy directa a este "estado de guerra" latente y cuasi permanente. Ade-
más, como se deja ver en la introducción del primer capítulo, existe una
estrecha relación —aún no muy evidente en el país— entre la muerte y la
política. Sin embargo, es necesario ser muy cuidadosos con la caracteri-
zación de esos efectos. Mal formulados podrían convertirse en 'velos'
para la comprensión del problema. Como dice Geertz "[...] hay numero-
sas maneras de oscurecer una verdad evidente". Pero, ¿cómo formular
esos efectos, sin caer en lo que Alejandro Castillejo llama el eufemismo
inventado por los académicos para pulir la corrugosa superficie de nues-
tro territorio?
En ese sentido, se ha hecho aquí el esfuerzo por combinar dos cosas:
la primera, el ejercicio analítico de releer una literatura vieja, susceptible
d e ser i n t e r r o g a d a de u n a m a n e r a nueva, es decir, se trata de
9

recontextulizar alguna parte de la literatura sobre la violencia —la que


más se aproxime a la dimensión simbólica— desde la muerte violenta
como acto significativo. La segunda, el seguimiento a la literatura
antropológica más novedosa en relación con la violencia; se apela, sobre
todo, a los nuevos enfoques y estrategias metodológicas para lograr re-
plantear la que, creemos, ha sido hasta ahora una relación mal planteada
entre cultura y violencia.
En el capítulo 2 nos preguntamos por las muertes violentas de las
guerras, las muertes en combate, pero buscando una mirada diferente,
para lo cual acudimos a la antropología forense que ofrece nuevos enfo-
gues para pensar el problema. Luego nos detenemos en las masacres, en

) Gonzalo Sánchez, "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas", en: Gonzalo Sánchez
y Ricardo Peñaranda, comps., Pasado y presente de la violencia ni Colombia, Bogotá, Fondo Editorial
Cerec, 1986.
XXI

su mayoría fruto del conflicto político armado, y que involucran como sus
principales víctimas generalmente a los campesinos. Algo se ha dicho
sobre esta modalidad de ejecución de la muerte, respecto de su dimen-
sión simbólica y la puesta en escena de rituales de muerte, que cumplen
eficazmente con la producción de terror en las poblaciones. En efecto, es
por esta vía que la muerte se deja interrogar desde sus dimensiones sim-
bólicas a partir de su ejecución misma, del mismo acto de matar, expresa-
do la mayoría de las veces en la violencia ejercida sobre los cuerpos. Cuer-
pos que son, a su vez, vehículos de representación y de significación. En
este sentido, cobra mucha fuerza la reflexión que pone en relación direc-
ta la violencia con el cuerpo y que, al parecer, había sido abordada por la
antropología en el estudio de los ritos o del fenómeno del sacrificio. Los
estudios al respecto, en el caso colombiano, son de María Victoria Uribe,
Alba Nubia Rodríguez, y en menor medida Alberto Valencia y Alejandro
Castillejo. Este último, apoyado en Feldman, dice que en lo que concierne
a la violencia es preciso mirar el cuerpo como un texto: "el muerto no dice
nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento [...] las formas de
la muerte son, en última instancia, formas de silenciar a una persona que
como tal es portadora de algún sentido". Por último, interrogamos en
10

este capítulo los asesinatos selectivos, que clasificamos en tres categorías: ase-
sinatos políticos, magnicidios y muertes por "limpieza social".
El capítulo 3, titulado "La complacencia en el exceso: las muertes de
jóvenes en el conflicto urbano", se detiene en los jóvenes. Ellos han sido,
en esta última violencia, de los actores más vulnerables en su condición
de víctimas o de victimarios. El marco de producción de estas muertes es,
sin duda, la violencia urbana, que en este caso nos sirve de contexto. Lo
que hacemos a partir de la literatura sobre ella, es re-interrogar los testi-
monios y los análisis indagando sobre la muerte y sus significaciones.
Nos preguntamos por los efectos de este exceso en los jóvenes en térmi-
nos de las significaciones culturales y de las consecuencias políticas y so-
ciales que se derivan de esta 'familiaridad' con la muerte violenta. Ella se
refleja en cada testimonio, y está cifrada en lenguajes y códigos que ha-
blan de una presencia inminente de la muerte en la cotidianidad de sus
vidas, que por cotidiana y excesiva copa espacios de significación y con-
tribuye a la construcción de sus referentes de sentido. La hipótesis
interpretativa que elaboramos, sobre lo que consideramos es el entrama-
do de significaciones simbólicas que los jóvenes producen en esa relación
muerte-ciudad, se despliega en tres dimensiones: la primera, la ciudad
como el territorio donde se origina esta muerte joven, es decir, la ciudad

10 A. Castillejo, 0¡>. cit., p. 24.


xxu
es el espacio físico "de producción de la muerte violenta". La segunda, es
la relativa a la demarcación y "codificación del territorio" a partir de
referentes absolutamente 'tanáticos' que marcan la ciudad. Y la tercera
dimensión es la de la ciudad como el lugar donde "la muerte se signifi-
ca", es decir, se inscribe en un marco de representación que le da sentido,
con el cual los jóvenes 'vivencian' sus experiencias y expresan sus mane-
ras de habitar la ciudad.
El capítulo 4, que cierra la segunda parte, está dedicado a las muertes
anónimas, y se titula "El exceso codificado en la exclusión social: muertes
anónimas, amenazas y desapariciones". La razón que nos asiste es la ne-
cesidad de 'visibilizar' todas esas muertes oscurecidas por el conflicto ar-
mado, o que éste desdibuja, y que tienen no sólo enorme presencia en la
sociedad, sino que además tocan fibras muy sensibles del 'tejido social';
ocurren contra seres anónimos, desconocidos, des-identificados, que mue-
ren en altísima proporción. Son las "muertes anónimas" que 'engordan'
las cifras estadísticas y que, a juzgar por el grueso de la literatura sobre
violencia en el país, no han suscitado mayor atención del Estado, ni de
los medios, ni de los analistas de la violencia, ni del país en general.
También aquí abordaremos el fenómeno de los indigentes y "margina-
les", lo que, por oposición a los magnicidios, hemos llamado las muertes
"insignificantes", en la forma de "limpieza social". Tratamos, pues, de
caracterizarlas y contextualizarlas con el fin de visibilizarlas en el trabajo,
para lo cual acudimos a identificar algunas de ellas; muertes que, cuando
aparecen en prensa, son una nota al margen sin la mayor importancia.
Aunque sabemos que este tipo de acciones se producen en otros lugares,
en el caso colombiano se re-significan lo suficiente como para ameritar ser
interrogadas en este contexto, en este estado generalizado de violencia.
La última parte del capítulo trata acerca de los amenazados y los des-
aparecidos. Tanto en uno como en otro caso la muerte ha estado presen-
te, si bien no como dimensión física en un cadáver, al menos sí en sus
dimensiones simbólicas. Para los amenazados-exiliados, una permanen-
cia en el país en su condición de amenazados habría, sin duda, significa-
do su sentencia de muerte y, de cualquier manera, el exilio es a todas
luces una forma de muerte, y no precisamente metafórica. En el caso de
los desaparecidos, creemos que lo más próximo a esta condición es la
muerte. Con estos actores, y en sus respectivos escenarios, se hace una
elaboración interpretativa que los testimonios ayudan a ilustrar," y que
podemos considerar como una descripción analítica.

11 Los testimonios han sido tomados de algunos de los textos referenciados sobre violencia urba-
na, otros del trabajo de investigación "El parlache", de Luz Stella Castañeda y José Ignacio
Henao, y algunos fueron cedidos por la Corporación Región.
1

xxiii

El capítulo 5, que constituye la tercera parte, es bastante más comple-


jo porque en él se indagan las formas de ritualización, simbolización y
tramitación de la muerte violenta que estamos utilizando los colombia-
nos frente a este exceso de muerte. Es también, desde el punto de vista
de la teoría, el más antropológico. Se divide en tres partes: en primer
lugar, interrogamos las construcciones simbólicas presentes en ritos, cul-
tos y prácticas funerarias, en un apartado que hemos llamado "La ritua-
lización de la muerte". La indagación se enfoca en dicha ritualización, en
las prácticas y los ritos funerarios que se llevan a cabo en los cementerios
o en torno a los muertos, y hacemos una descripción etnográfica de la
iconografía de las tumbas.
En segundo lugar, indagamos por lo que en el ámbito de lo simbólico
identificamos como construcciones imaginarias (imágenes artísticas u otras
formas narrativas) de la violencia y de la muerte, y que podemos llamar
la "estética de la muerte". Se elabora un ensayo sobre la relación arte-
muerte-violencia, como una propuesta interpretativa sobre la simbolización
de la muerte en el país, desde la violencia de los años cincuenta hasta la
actual, que ha tenido en el arte una de sus mayores expresiones. El ensayo
se inicia con una mirada al arte universal más antiguo, relacionado con el
tema de la muerte. Hasta donde nos fue posible, hicimos una indagación
sobre otras narrativas de la violencia: obras de literatura y otras formas
estéticas, como la música popular, que en algunos géneros se halla impreg-
nada de muerte. Aquí, lo que se ha logrado es sólo una aproximación a una
problemática, como la de la relación muerte-arte-violencia, que tiene mu-
cho por explorar. Con todo, encontramos sugerente la propuesta plantea-
da en esta investigación, la cual abre caminos para inquirir esta relación.
En tercer lugar, incursiona en dos maneras de 'tramitación' de la
muerte: el duelo y la memoria. El primero, como construcción necesaria
tanto en lo individual como en lo colectivo ante la pérdida de vidas hu-
manas. Señalamos la importancia de la elaboración del duelo mediante
un componente que trasciende la dimensión íntima, esto es, el psiquismo
de los sujetos para ubicarse en lo social. Esta inscripción responde a la
necesidad de "un registro público de tramitación de la muerte". O, en 12

otras palabras, constituye una forma de "poner el dolor del otro en la


escena pública". Lo que hemos encontrado allí es una herida abierta.
13

El segundo modo de tramitación es la memoria, como clave en la elabo-


ración de la muerte y parte fundamental del recuerdo a los muertos. La
memoria se asume desde una reflexión reciente que enfrenta a las so-

12 Fabiana Rousseaux y Lía Santacruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo",
2000 (s. i.).
13 Doris Salcedo, citada por M. V. Uribe, 0¡>. cií., p. 284.
xxiv

ciedades en guerra a grandes desafíos frente a su dolor y su sufrimiento


en el terreno de su supervivencia moral. ¿Olvidar, perdonar, recordar?
El análisis se desarrolla como una "puesta en escena" de la muerte
violenta, desde su ejecución hasta el nivel más abstracto, el de su repre-
sentación, indagando, al comienzo, por los escenarios donde se produ-
cen estas muertes que son, en esencia, los 'lugares' de su ejecución (esta
última, identificada como acto i). Posteriormente, se identifican los sím-
bolos presentes en cada una de ellas, y se incursiona en los escenarios
donde se representa (acto n) esta escenificación, que consta de tres mo-
mentos: la interpretación, la divulgación y la ritualización. Ambos, el acto
y su representación, constituyen los elementos con los cuales se teje la
trama y se construye su significado.
La reflexión teórica para el análisis se alimentó del trabajo de mu-
chos antropólogos, en particular de la obra de Clifford Geertz. Como ya
lo dijimos, el concepto central en este trabajo, el de tramas de significación,
es de Geertz, al igual que el marco teórico que lo sustenta. También sus
aproximaciones a conceptos como símbolo y cultura. Esta última es, en
sus términos, básicamente interpretativa y, vale la pena resaltarlo, no
tiene nada que ver con la cultura entendida como una esencia o como
una 'segunda naturaleza', que sería, por lo demás, inmodificable.
De la misma manera hicimos nuestra, para el análisis, su concepción
metodológica del trabajo etnográfico. Hay que reconocer que fuimos poco
ortodoxos en la estrategia metodológica utilizada, pues en el desarrollo
del proyecto combinamos técnicas y métodos de investigación, apelamos
a formas o fuentes de información como la literatura, la crónica, el poe-
ma, etc., e hicimos uso de materiales ya publicados, pero absolutamente
inéditos, frente a la pregunta por la muerte, y de materiales y testimonios
que aún no han sido publicados.
Hacer etnografía, dice Geertz, es hacer lo que hacen los que hacen
antropología social: establecer relaciones, seleccionar informantes, trans-
cribir textos, trazar mapas del área, llevar un diario, etc., pero estas son
técnicas y procedimientos, y ellos no definen la empresa. Lo que la defi-
ne es cierto tipo de 'esfuerzo intelectual': una especulación elaborada en
términos de 'descripción densa', claramente diferenciada de la 'descrip-
ción superficial', porque la descripción densa es descripción interpretativa
de lo que se está haciendo, y esta diferencia define el objeto de la etno-
grafía. No se dio, pues, ningún paso, sobre todo en el análisis y en la
14

14 La descripción etnográfica presenta tres rasgos característicos: 1) es interpretativa; 2) lo que


interpreta es el flujo del discurso social, y 3) la interpretación consiste en tratar de rescatar "lo
dicho" en ese discurso de sus ocasiones perecederas, y fijarlo en términos susceptibles de con-
sulta. C. Geertz, Op. cit., p. 32.
v/
XXV

escritura del texto, sin un apoyo teórico y metodológico en la obra de


Geertz o, más precisamente, en sus conceptualizaciones. En este esfuer-
zo logramos una interpretación cuya estrategia de análisis amerita ser
explicada.

La puesta en escena de la muerte violenta


Las tramas de significación, en el sentido geertziano, son posibles de
reconstruir a través de un seguimiento al fenómeno que se estudia y que,
en este caso concreto, implica un acto mediante el cual se ejecuta la muer-
te. La manera de ejecutar esa muerte daba, entonces, la primera pista en
la interpretación de sus significaciones. Sin embargo, el acto trascendía
el momento mismo de su ejecución en términos de significaciones, lo
cual nos convenció de que debíamos interrogarlo en lo que identificamos
como "otros momentos", a la manera de dramas puestos en escena en los
que intervenían otros actores, y con ellos nuevas significaciones. Dicho
de otro modo, si queríamos reconstruir sus tramas de significación no
sólo debía ser mirado el acto de 'ejecutar' la muerte (acto i), sino también
la manera de 'representarla' (acto n).
El acto de matar al otro fue clasificado para su análisis en dos grandes
momentos: la ejecución y la representación. La ejecución corresponde al
acto mismo en bruto (mucho más físico), y la representación a las diferen-
tes maneras del pensamiento de elaborar el acto (más abstracto).
Si bien el primer acto, la ejecución, se efectuaba en un solo instante,
el segundo acto era desarrollado en una secuencia de tres escenas: a) la
interpretación que se hacía de la muerte desde distintos lugares y con dis-
tintas voces; b) la divulgación, donde el acto debía ser pensado a través de
los medios —o las herramientas— con que cuenta la sociedad para divul-
garlo y, c) la ritualización, a través de las formas rituales empleadas en la
sociedad para afrontarla. Estos tres momentos o escenas suponían for-
mas de representación de la muerte y como tales eran portadores de
significaciones. Cada uno implicaba también la utilización de distintos
medios de construcción y de expresión de símbolos y con ello de significa-
dos y significaciones. 13

Adicionalmente, y a partir de los procesos de pensamiento con los


cuales se construyen las formas simbólicas, el acto de ejecución y repre-
sentación de la muerte va en una secuencia que parte de lo más concreto

15 Emendemos por símbolo un objeto que representa algo diferente de sí mismo; por simbolización
el proceso de puesta en escena de esos símbolos y, finalmente, por significación una construcción
o reconstrucción teórica que interpreta esa puesta en escena de símbolos.
xxvi

(la ejecución del acto), a lo más abstracto (su elaboración y procesamien-


to). Así, la ejecución es el acto en bruto; la interpretación es la primera
respuesta a él (la reacción); la divulgación ya implica un proceso de co-
municación, que supone alguna elaboración más o menos alejada (más
mediatizada) del acto bruto y, finalmente, la ritualización, que debería
ser, al menos en teoría, el proceso más abstracto mediante el cual la ela-
boración del acto cumpliera su papel simbolizador.
En primer lugar, era necesario para el análisis reconstruir el contexto
de la ejecución, y ello pasaba por reconocer victimarios, armas utilizadas,
formas de ejecución y su carácter individual o colectivo. Luego de este
reconocimiento podríamos reconstruir el escenario del drama, identifi-
car los símbolos en él presentes y, a partir de ellos, empezar a esbozar las
primeras interpretaciones sobre sus significaciones o, lo que es lo mismo,
sobre las formas simbólicas desplegadas en él.
En segundo lugar, la representación de la muerte cubría tres momen-
tos o escenas. Primero, su interpretación por parte de las víctimas, los
victimarios, las autoridades gubernamentales y judiciales y otros sectores
sociales, que daba también nuevas pistas sobre las significaciones reales o
supuestas de ese acto. Un seguimiento al discurso nos convenció de que
no sólo era posible identificar las interpretaciones sobre los 'móviles' rea-
les o sospechados de la acción, sino también sobre las razones, temores y
lenguajes que le eran atribuidos a fin de racionalizarla. Esta primera
reacción podía documentarse a través de diversas fuentes que, a su vez,
constituían mecanismos de expresión de distintos sectores sociales, ya
fuera mediante el discurso o la imagen.
Segundo, la divulgación de esas muertes por los medios de comuni-
cación. En un seguimiento a las noticias de televisión y prensa y, en gene-
ral, al manejo de los medios, se pudo documentar la manera como cada
uno de ellos presentaba el acto: ¿a quién se atribuía?, ¿cómo se 'leía'?,
¿cómo se interpretaba y difundía cada una de esas muertes? Otra manera
un poco más elaborada de divulgación eran las crónicas, los reportajes, la
literatura y, finalmente, los pocos trabajos académicos sobre la muerte.
El tercer y último momento, la ritualización, de ese segundo acto,
remite a lo más evidente y tradicional en relación con la muerte: los ri-
tuales funerarios puestos en práctica frente al exceso de muerte y que
expresan formas de vivenciarla y de afrontarla en distintos sectores socia-
les. El seguimiento a este último momento fue muy interesante. Estába-
mos frente a prácticas funerarias implementadas en diferentes cemente-
rios de la ciudad, pero había otras 'formas de expresión' tal vez menos
evidentes, menos asociadas 'tradicionalmente' con la muerte y menos
fúnebres que también la simbolizaban, y constituían lo que llamamos otras
narrativas de la muerte que expresaban maneras de asumirla o al menos
de simbolizarla (artísticas, literarias, musicales, etc.). Todas ellas no sólo
XXVII

eran producto de determinados escenarios, sino que contribuían a cons-


truirlos.
Son cuatro momentos, ya lo dijimos, para un mismo acto, pero cuya
significación desborda el nivel de la ejecución y se construye y expresa
también en los otros tres niveles: la interpretación, la divulgación y la
ritualización, esto es, en la representación de la muerte. Todos ellos ape-
lan a distintas tramas discursivas y hacen uso de diferentes símbolos e
imágenes, para con ellos construir finalmente sus significaciones.
Curiosamente —o no tan curiosamente— el fenómeno pensado en
esta secuencia del acto puso de presente nuevamente el exceso y la des-
mesura, en la cantidad de muertes ejecutadas, en la carga simbólica de su
ejecución (manipulación sobre los cuerpos) y en la 'teatralización' de las
formas de divulgación (imágenes, lenguajes de guerra y de violencia). El
acto violento permea otros espacios de la vida social y asume no pocas
veces el carácter de espectáculo. La muerte violenta es, pues, desde su
ejecución hasta su divulgación, dramatizada y teatralizada hasta el exce-
so. ¿Qué pasa con el último momento, el de la ritualización? Encontra-
mos que es igualmente excesivo. El rito aparece excesivo por el número
de entierros, con una grave consecuencia respecto de los procesos de
elaboración de esas muertes: se vuelve rutina lo que como rito debería
ser del orden de lo extraordinario, perdiendo así su eficacia simbólica.
La pregunta de fondo sobre el significado y los efectos que podía
tener sobre la sociedad ese exceso, ya no sólo en la 'cantidad' de los muertos
sino también en la 'calidad' de las muertes, fue en esencia una 'excusa'
para pensar la relación entre cultura y violencia. Responderla nos ha
permitido decir algunas cosas sobre la violencia colombiana y, más con-
cretamente, sobre las significaciones simbólicas expresadas, en este caso,
en la muerte violenta.
Con respecto a las limitaciones del trabajo, vale la pena mencionar
dos fenómenos que la antropología permite abordar y que nos resultan
muy importantes para seguir interrogando la violencia en esta dimen-
sión, pero que no logramos tratar en esta investigación. Son ellos el tema
del sacrificio y, ligado a él, el simbolismo de la sangre. Igualmente, salvo
por algunos brochazos, queda en la sombra el problema de la religiosi-
dad y la violencia, porque por su dimensión y naturaleza sería en sí mis-
mo objeto de una respectiva investigación.
No hicimos conclusiones. La razón, como se podrá ver en el texto, es
'prestada' de Thomas. Sin duda, para concluir algo, hará falta investi-
10

gar todavía mucho más en el terreno de las dimensiones simbólicas (y

16 Louis-Vincent Thomas, Antivpologia de la muerte, México. FCE, 1993 (primera edición en francés
de 1975).
xxviii

culturales) de la violencia, pero pueden sugerirse desde ya —y ése es el


resultado de este trabajo— vías de indagación un poco más problema-
tizadas y mejor delimitadas. La reflexión respecto a la muerte violenta a
partir de nuevos enfoques arroja muchas luces para pensar el fenómeno
desde sus dimensiones simbólicas, "más allá del reguero de cadáveres
por toda la geografía nacional y del conteo obsceno de los muertos". 17

Para terminar, debo decir que estoy convencida, como Alejandro Castille-
jo, de que "[...] No importa cuánto ahondemos en esas dimensiones de
la guerra, en esas interpretaciones de los actos de otros seres humanos,
siempre habrá algo que se salga de nuestras manos en tanto investigado-
res, siempre habrá un 'indecible'". 18

17 M. V. Uribe, Op. cit.


18 A. Castillejo, Op. rít., p. 16.
Primera parte
La significación del
La desmesura de los colombianos

Introducción:
El hiperbolismo de la violencia
La desmesura de los colombianos —como alguna vez lo dijera García
Márquez— parece ser algo más que un recurso literario o una expresión
estética. A juzgar por las cifras de la muerte, ella es también un dato
1

demográfico. La sociedad colombiana actual, en un acto de absoluta


2

irreverencia con la muerte, ha traspasado todos los límites y las cifras


posibles, y también en la muerte "ha caído en el exceso".
A este propósito, un autor de nombre Juan Molina Molina escribe
uno de los mejores bosquejos "sobre la embriaguez por la exageración"
de dos magos de las artes, como García Márquez y Fernando Botero.'
Pero ¿de dónde les viene —se pregunta— esta embriaguez por la exage-
ración? Para explicarlo se apoya no sólo en las influencias estéticas de

1 Gabriel García Márquez, Por un país al alcance de los niños, informe de la que se conoció como la
"comisión de sabios" a la Misión sobre Ciencia y Tecnología en Colombia, publicado posterior-
mente por la Personería de Medellín, Medellín, 1997.
2 Las cifras al respecto son elocuentes. Veamos sólo algunos datos: para 1992 el informe de
Amnistía Internacional sobre Colombia reportaba que "comparativamente Colombia presen-
ta la más alta tasa de asesinatos de todo el mundo". Esta tiene un aumento del 4% anual.
Entre los hombres adultos el asesinato es la principal causa de muerte. Las estadísticas arro-
jan para el año 1992 la cifra total de 28.237 delitos de asesinato, 102 de los cuales fueron
casos en los que cuatro o más personas padecieron a la vez la muerte violenta y que por ello se
encuentran registrados bajo la categoría de masacres. Peter Waldmann, "La cotidianización
de la violencia en Colombia", Análisis Político, N.°32, Bogotá, Iepri, Universidad Nacional,
p. 35. Según cifras del mismo Waldmann, en 1992, de cada 100.000 habitantes 85 tuvieron
una muerte violenta. La cifra es escandalosa en comparación con la sociedad alemana
donde se producen 1,5 asesinatos u homicidios por cada 100.000 habitantes. Según un
estudio más reciente de Planeación Nacional, la tasa de homicidios en el país durante el
período 1990-1998 registró 76 homicidios por cada 100.000 habitantes. Véase Planeación 6?
Desarrollo, 30 (3), jul.-sept., 1999, p. 89.
3 J. Molina Molina, "García Márquez y Botero. La hipérbole de la hipérbole", Magazín Domini-
cal, El Espectador, N.° 805, 18 de octubre de 1998, pp. 16-19. El artículo trata sobre la desmesura
de estos dos artistas como recurso "de la provincia colombiana".
4 / Muertes violentas

ambos artistas, sino en su 'ser de colombianos', el país de la desmesura.


Según el autor, "ambos parten de la perspectiva de la subjetividad popu-
lar, donde lo 'real' tiende a hinchar el hacer literario y/o plástico. Ambos
recogen los rumores que se suspenden por encima de los tejados de la
provincia colombiana". 4

Si bien en una primera instancia el hiperbolismo intensifica el cuerpo


real, tiene también la capacidad de negarlo, y en esa refutación crea los
mundos improbables. Ciertamente, al proyectar las propiedades del cuer-
po en un nivel de excepcionalidad, rompe las nociones de lo verosímil
para entrar en el orden de lo imaginario. La inflación del contorno es
inseparable de la sustracción:
El imaginario de Botero quebranta el principio de la contradicción: sus cuerpos son
más grandes y pequeños a la vez. Los cuerpos crecen en la medida en que se empe-
queñecen los orificios. Así las prostitutas en el juego incongruente se desmienten; la
casi invisible matica de vellos o los diminutos senos, las vuelven su opuesto: son
impúberes [...] En las telas la voluminosidad de las mujeres se mitiga en la ternura
de los pequeños orificios (puticas vírgenes).

Mientras en la obra de García Márquez,


[...] proliferan los seres desproporcionados [...] el padre Angel era grande, sanguí-
neo con una apacible figura de buey manso. César Montero era monumental y no
cabía en los espejos [...] [su obra] está determinada por la cantidad, esto es, por el
procedimiento acumulativo de la exageración que, en el tiempo y en el espacio,
contorna la excepcionalidad de los personajes. La Mama Grande desde el nombre:
"María del Rosario Castañeda y Montero" con su físico modelado en masas de grasa
y carne que vivió hasta los noventa y dos años, son hiperbólicos. Cuerpo enfermo
con nalgas y tetas improbables, que hasta el "sonoro eructo" con el que encontró la
muerte es excesivo. 5

El artículo de Molina es lo suficientemente extenso para ilustrar estas


formas del juego de ambos artistas entre la desmesura de lo real y la
negación en el imaginario, pero estos dos ejemplos resultan muy ilus-
trativos para lo que queremos mostrar.
¿Pero será sólo en el arte, en la literatura, en la plástica? ¿No hay
una fascinación igual por la exageración en las acciones violentas? ¿No
está presente también este exceso, y con demasiada frecuencia, en lo

4 ¡bid.
5 Ibid.
La desmesura de los colombianos / 5

que concierne a la violencia colombiana? ¿No hay en ella un ingreso


excesivo en lo real que la vuelve improbable? Es eso tal vez lo que suce-
de con el lenguaje cuando —en palabras de un lingüista— el léxico de
la violencia [urbana] usa vocablos inofensivos y casi ingenuos como 'man-
dar saludes a san Pedro', que ocultan la fuerza ilocucionaria de matar 6

—¿lo real hecho improbable?—, de la misma forma que decir 'bailar


entre la vida y la muerte' camufla la gravedad de agonizar por motivos
no naturales. 7

La realidad de la violencia en el país se niega todos los días como si


ocurriera en otra parte, o peor aún, como si estuviera ocurriendo sólo en
los dominios de lo imaginario. Su exceso la vuelve improbable. Porque
8

también la violencia "al proyectar sus propiedades [...] en un nivel de


excepcionalidad rompe las nociones de lo verosímil para entrar en el
orden de lo imaginario", y también en ella "la inflación del contorno es
inseparable de la sustracción". Así, en la misma lógica del hiperbolismo,
al exagerarse en la realidad ella se niega. 9

El exceso de violencia y su invisibilidad


Cada pueblo [...] ama su propia forma de violencia
C. Geertz

La hipótesis interpretativa que vamos a desarrollar a continuación es que


en cada uno de los cuatro momentos —la ejecución, la interpretación, la
divulgación y la ritualización— en los cuales la muerte violenta se eje-
10

cuta (acto i) y se representa (acto n) está presente una serie de símbolos a


partir de los cuales es posible construir y reconstruir las significaciones
del acto, esto es, las tramas de significación de la muerte violenta. Todos
esos símbolos expresan el exceso, aunque de distintas maneras. Las sig-
nificaciones que son posibles de reconstruir a partir de este exceso tie-

6 Víctor Villa Mejía, "El léxico de la muerte", en: Pie-Ocupaciones, Medellín, Extensión Cultural.
Seduca, colección Autores Antioqueños, 1991.
7 lbid., p. 71.
8 Vale la pena anotar que lo imaginario aquí tiene la connotación de lo "no real", casi que de lo
que habita en la fantasía.
9 J. Molina Molina, Op. cit.
10 Fueron construidos analíticamente en la investigación para hacer la lectura interpretativa que
proponemos.
6 / Muertes violentas

nen, como en la crónica literaria que acabamos de citar, una lógica" en


la cual el exceso sobre lo real tiene también la capacidad de negarlo. 12

Esta lógica explicaría las actitudes de la mayoría de colombianos —las


más de las veces— con relación al exceso de violencia en el país; lo que
muchas veces llamamos indolencia no ofrece una explicación a la indife-
rencia y a la distancia frente al drama que nos sucede tan cerca pero que
al parecer no vemos. Parecería que, efectivamente, en esta 'lógica' el ex-
ceso de muertes violentas las vuelve improbables. Es la misma argumen-
tación que encontramos en De Souza Santos cuando afirma que un "ex-
ceso de realidad se parece a una falta de realidad"; y también en el 13

análisis lingüístico que dice que "la violencia en Colombia es portadora


de un exceso de significados, lo que la vuelve un omniagente con caracte-
rísticas de sujeto gramatical, lógico y psicológico que todo lo hace [y] por
eso no hace nada. Esta 'sujetización' de la violencia impide ver al verda-
dero agente del acto violento". Con todo, la mejor expresión de esta
14

inmersión de la violencia en el terreno de lo improbable —expresada en


esta invisibilidad— la trae Castillejo al constatar la distancia que existe en
este país entre el discurso y la experiencia vivida de la guerra.
Esto resulta tan cotidiano que incluso ya circula un discurso que sigue neutralizando
la cercanía de la guerra. Es como si nuestra sociedad se negara a sentir la guerra
'encima', a suponer que eso es aún un problema de seres que habitan otros mundos. Porque
lo que sentimos cuando hablamos desprevenidamente en la calle con el transeúnte
desconocido o cuando revisamos los periódicos o las imágenes televisivas es una tran-
quilidad ciega que nos dice que en Colombia lo que se vive es el 'efecto' del 'conflicto
armado' [...] Con el tiempo lo único que hemos logrado es normalizar la muerte,
asignarle una culpabilidad al cadáver y seguir reforzando el presupuesto de la dis-
tancia. 15

11 Compartimos la apreciación de Clifford Geertz en el sentido de que la palabra 'lógica' en el


análisis cultural es una palabra traicionera. C. Geertz, Op. cit., p. 333.
12 J. Molina Molina, Op. cit., p. 16.
13 De Souza Santos, habla de "un exceso de realidad que se parece a una falta de realidad", citado
por Luis Fernando Barón y Mónica Valencia, "Medios, audiencias y conflicto armado. Repre-
sentaciones sociales en comunidades de interpretación y medios informativos", Controversia,
N.° 178, Bogotá, Cinep, may., 2001, pp. 43-81.
14 Víctor Villa Mejía, "Las violentologías", en: Polifonía de la violencia en Antioquia: Una visión desde la
sociolingiiistica abductiva, Bogotá, Icfes, Ministerio de Educación Nacional, 2000, pp. 125-126.
15 Alejandro Castillejo, Poética de lo otro. Antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en
Colombia, Bogotá, Ministerio de Cultura, Icanh, Colciencias, 2000, pp. 17-18 (los resaltados son
nuestros). Esta invisibilidad de la muerte la constata de nuevo incluso con los desplazados. Al
referirse a los múltiples testimonios que recogió en su investigación sobre el desplazamiento
señala "cómo la gente intentaba constantemente hacer ausente algo como la muerte que estaba
tan presente".
La desmesura de los colombianos / 7

Al hacer una lectura interpretativa del fenómeno que nos permitiera


desentrañar las tramas de significación de la muerte violenta, nos encon-
tramos con el exceso en sus múltiples formas. Con él las reconstruimos
para concluir que no sólo en el arte sino también desde la muerte Colom-
bia es "el país de la desmesura".
La primera constatación del exceso está sin duda en las cifras. Un
país varias veces clasificado como el más violento del mundo, con cifras
de homicidios que sobrepasan, con mucho, los índices de los países veci-
nos y en general de la región y una presencia sistemática de la muerte
16

violenta en la cotidianidad de la sociedad, en todos los espacios físicos y


de la vida social, que atraviesa todas las instituciones, vulnera a todos los
sectores sociales, e incursiona en todos los lugares, en fin, excesiva. Algo
así como lo que podríamos llamar una "ausencia de días sin muertos". 17

Vale la pena anotar el comentario de Castillejo en este sentido: "Los des-


plazados y los muertos no pasan de ser cifras preocupantes en un país
que no sabe qué hacer con ellos. En ambos casos son muchos".
Ahora bien, más allá de las cifras de muertos, el exceso también se
expresa en la manera como la muerte se produce. En efecto, y sólo como
intuición inicial, pensamos que la muerte no significa lo mismo si se trata
de un asesinato 'limpio', a la muerte cometida con sevicia y alevosía.
18

Tampoco es igual la que termina en el acto de la muerte física a la que se


acompaña de mutilaciones sobre el cuerpo y es, de alguna manera, mensa-
jera de terror, y más significativa desde sus dimensiones simbólicas que
físicas, es decir, desde el exceso, mediante una acción sobrecargada de
significaciones expresadas en las formas de ejecución de la muerte: no un
balazo sino veinte-, un cuerpo no sólo muerto sino muerto y mutilado, etc.
Si bien sobre los 'motivos' o las 'razones' de las muertes se han dado
múltiples explicaciones, particularmente para las muertes que a primera
vista revisten un carácter político, para el exceso las razones explicativas
son de otro orden, poco explorado en el análisis de la violencia, que toca
directamente con los entramados simbólicos sobre los que se tejen las
acciones violentas. Esta indagación por los entramados simbólicos de
19

la muerte violenta nos permite, entonces, incursionar en el ámbito de las

16 Ibíd., p. 24.
17 Es una expresión de Carlos Mario Perea en un trabajo sobre jóvenes de pandillas en Bogotá,
"Un ruedo significa respeto y poder", ponencia presentada al Seminario Nacional de Investiga-
dores sobre Conflicto, Violencia y Paz. Bogotá, Cinep-Colciencias, dic. de 2000 (s. i.).
18 Aunque resulte un tanto cruel planteado de esta forma, sólo queremos diferenciarla del asesi-
nato acompañado de mutilaciones y manipulaciones sobre el cuerpo, que van más allá de la
muerte física.
19 La muerte es, en efecto, producto de un intercambio de sentidos y de símbolos. Véase A. Casti-
llejo, Op. cii., p. 18.
8 / Muertes violentas

prácticas culturales que sustentan su exceso. En otras palabras, hace po-


sible ilustrar una relación para nosotros muy importante pero, paradóji- 1

camente, muy cuestionada en la literatura sobre el tema: la relación que


existiría entre cultura y violencia. Este terreno es poco menos que vedado
en el análisis de la violencia en el país, parecería que desde allí no
20

quisiéramos mirarnos. Efectivamente, la muerte violenta puede ser en el


acto de ejecución (i) una acción de algunos pocos, pero deja de serlo a la
hora de la interpretación sobre sus significaciones (n), y nos compromete
a todos. Y los entramados de sentido o las significaciones de las muertes
violentas, valga decirlo, sólo es posible reconstruirlos en el intercambio
entre ambos momentos, es decir, en el diálogo o en el intercambio entre
una y otra esfera, entre la acción y la representación, entre el acto y la
lectura que hacemos de él, entre los ejecutantes y los espectadores de la
21

ejecución, esto es, entre el actor y su contexto. ¿No es éste, acaso, el


mismo circuito por el que circula la cultura? Como lo plantea Zulaika:
Un antropólogo que analice la violencia [política] ha de procurar recrear los contex-
tos de significación y actuación en que estas actividades violentas se llevan a cabo y
son entendidas por la sociedad más extensa. Los sucesos violentos en sí mismos
determinan únicamente el fondo sobre el cual el etnógrafo intenta reconstruir como
si se tratara de una tragedia homérica, las condiciones en que los actores y su auditorio se
crean mutuamente y se convierten en definitivas atentas en un dilema reciproco."

Quizá valga la pena precisar esta reflexión en términos de la lectura


que amplios sectores en el país han hecho acerca del acto violento como
fruto de la acción de los 'malos', mientras siguen creyendo en aquello de
que 'los buenos somos más'. La lectura que hacemos de la muerte violen-
ta precisamente permite mostrar que esos 'buenos' somos, al mismo tiem-
po, el teatro y los espectadores de una acción —violenta— que sólo se
significa en nosotros, con nosotros y, no pocas veces, por nosotros: por

20 De esta manera la reflexión antropológica sobre la muerte —en el contexto de la violencia


colombiana— respondía a la necesidad de interrogar esta última desde otros ámbitos, que ha-
bían q u e d a d o un poco al margen del análisis en la literatura sobre el tema. La muerte se apare-
cía como la posibilidad de darle contenido a una violencia que, después de muchos años, asu-
mía múltiples rostros y ninguno a la vez. Era como etérea, volátil, inaprehensible. La muerte,
en cambio, en su evidencia —un cuerpo muerto— tenía forma. Y ese cuerpo aunque carente de
vida, al menos sí tenía historia, memoria, significado.
21 La interpretación la hacemos con los capitales simbólicos de que disponemos, como lo veremos
repetidamente en el análisis.
22 Joseba Zulaika, Violencia vasca. Metáfora y sacramento, Madrid, Editorial Nerea, 1990, p. 14 (los
resaltados son nuestros).
La desmesura de los colombianos / 9

ese escenario y ese espectador. O, ¿cuántas de las masacres no son produ-


cidas más que para desterrar a las víctimas, para desterrar a través del
terror a quienes son espectadores de ellas? ¿Cuántas son las acciones vio-
lentas que se dan en función de un tercero, en este caso, el espectador? 23

Este papel del escenario y del espectador ha sido sacrificado en el


análisis a favor del actor, como si éste y su acción tuvieran alguna signifi-
cación por fuera del escenario y de los espectadores que, en este caso
concreto, serían los contextos sociales, políticos y culturales de produc-
ción de las muertes violentas y de la representación que nos hacemos
sobre ellas. Pero ése no es más que el terreno de la cultura, donde se
producen las muertes violentas y donde ellas se representan. Esta podría
ser la razón por la cual poco o nada hemos mirado lo cultural al abordar
el estudio de la violencia.
En efecto, salvo excepciones, el análisis de la violencia en el país ha
asumido sólo de manera marginal el problema de la cultura, porque se 24

rechaza el postulado según el cual ésta tendría algo que decir en el fenó-
meno de la violencia, y en esta perspectiva, para los autores la cultura
sería precisamente lo opuesto. La tesis que queremos sostener aquí es
25

justamente la contraria: que la cultura no sólo no es lo opuesto a la vio-


lencia, sino que esta última asume formas de la cultura en una sociedad.
El caso de las muertes violentas en el país, producidas en las dos últimas
décadas del siglo xx, y sus entramados culturales nos permitirán ilustrar
esta tesis.
Por eso la indagación en el ámbito de la muerte violenta intenta lle-
nar los vacíos en el análisis de la violencia en relación con sus dimensio-
nes culturales, y generar nuevos puntos de reflexión al respecto. Una
26

sociedad también se define, en términos culturales, por su relación con la

23 Véase Elsa Blair, "El espectáculo del dolor, el sufrimiento y la crueldad", Controversia, N.° 178.
Bogotá, Cinep, may., 2001.
24 Creemos que en lo que hace a la producción académica sobre la violencia en Colombia, sólo a
partir de 1994 se empezó a pensar al contrario, esto es, a permitir introducir elementos cultu-
rales en su análisis, V eso sucedió con la irrupción de nuevas problemáticas que exigieron aná-
lisis que concedieran espacio a otras dimensiones no sólo políticas. Un proyecto de investiga-
ción titulado "Las tramas culturales de la(s) violencia(s)", nos permitió confirmar esta apreciación.
Véase Elsa Blair, Alejandro Pimienta y Santiago Gómez. Informe final de investigación, Banco
de la República, Iner, agosto de 2003.
25 Gabriel Restrepo, "En la búsqueda de una política", en: Imágenes y reflexiones de la adtura en
Colombia. Regiones, ciudades y violencia, memorias del Foro Nacional para, con, por, sobre, de
cultura, Bogotá, Colcultura, julio de 1990, pp. 77-87.
26 Al respecto se ha discutido mucho (y no todas las discusiones son fecundas, algunas incluso son
bastante inútiles) sobre lo que es o no es cultura y su incidencia o no en la violencia. Mi opinión
al respecto es que, pese a la enorme producción sobre el tema de la violencia, en lo que tiene
que ver con su relación con la cultura está todo por hacer.
10 / Muertes violentas

muerte: cómo ocurre, se recibe y se simboliza. En síntesis, por la manera


de ejecutarla y de representarla.
Sin duda, las modalidades de la muerte son uno de esos fenómenos
sociales con enormes implicaciones desde lo cultural. La manera como la
muerte se produce está en estrecha relación con las concepciones acerca
de la vida y el mundo de los seres humanos en las diferentes culturas.
"Una cultura también se define por las formas de matar o de morir que
una sociedad segrega". Más allá de esta intuición inicial —la muerte
27

ligada a la cultura en este contexto de violencia—, la literatura


antropológica sobre el tema no deja dudas sobre la naturaleza 'cultural'
que asumen las formas de la muerte, tanto en su ejecución como en su
representación. Ambas dejan ver los entramados simbólicos —o cultura-
les— a partir de los cuales se ejecuta, se lee, se divulga y se interpreta la
muerte violenta. Como objeto de estudio es, pues, algo así como una
'disculpa' para examinar la relación, que creemos necesaria y fundamen-
tal en los nuevos enfoques de análisis de la violencia, entre la cultura (por
la vía de los contenidos simbólicos) y la violencia.
Esta reflexión sobre la muerte en este contexto específico —Colom-
bia a finales del siglo xx— nos llevó a precisar aún más las preguntas de
fondo: ¿cómo abordar desde una "perspectiva simbólica" el análisis de 28

la violencia en el país (expresada en el fenómeno excesivo de las muertes


violentas)? Y una vez hechos el análisis e interpretación de esa significa-
ción, ¿cómo lograr establecer la relación entre cultura y violencia?
Cultura-violencia: trazos de un debate
Sabemos que la relación cultura-violencia es un tema difícil y con enor-
mes implicaciones en el terreno político, por eso hemos tratado de hacer
un análisis riguroso y de expresarlo con palabras precisas, que logren
evitar equívocos y malas interpretaciones. Para desarrollarlo nos hemos
apoyado, además de los trabajos de Clifford Geertz, en las conceptua-
lizaciones sobre la cultura en relación con la violencia de Carlos Alberto
Uribe Tobón, y Carlos Mario Perea. Compartimos con este último su
29

27 J. P. Sartre, citado por Erving GofTman, Asiles. Études sur la condition sociale des malades menlaux,
París, Les Éditions de Minuit, 1968.
28 Llamamos perspectiva simbólica aquella que interroga el fenómeno de la violencia (en este caso,
de la muerte violenta) desde sus referentes de sentido o sus significaciones.
29 Carlos Alberto Uribe Tobón, "Cultura, cultura de la violencia y violentología", Revista de Antropo-
logía y Arqueología, 6 (2), Universidad de los Andes, Bogotá, 1990; y "Nuestra cultura de la muer-
te", Texto y Contexto, N.° 13, Universidad de los Andes, Bogotá, ene.-abr., 1988. Ambos artículos
son, desde cierta perspectiva, bastante 'viejos' pero, a nuestro modo de ver, de una enorme actúa-
La desmesura de los colombianos / 36

apreciación según la cual en tanto no logremos coger la violencia y me-


terla en una multitud de dispositivos de la cultura, capaces de producir-
nos una significación sobre esa experiencia colectiva, vamos a estar nece-
sariamente e n t r a m p a d o s en la experiencia individual, difusa y
fragmentaria de la muerte.
Los artículos de Uribe Tobón son de los pocos trabajos en el país que
tienen la clara intención de hacer una reflexión que permite poner en
relación el problema de la violencia y de la muerte con la cultura. En
"Cultura, cultura de la violencia y violentología", se propone hacer una
reflexión teórica con el fin de desarrollar sus ideas sobre lo que es o no es
cultura y a partir de ahí sugiere un enfoque para abordar con él el estu-
dio de la violencia colombiana. Por su parte, en "Nuestra cultura de la
muerte" trata de explorar, desde la muerte, ese vasto escenario colom-
biano de la cultura de la violencia.
El autor sostiene, sin ninguna ambigüedad, la existencia en Colombia
de un culto a la muerte y a los símbolos de la violencia, que él resume en
una "cultura de la muerte" de la cuál todos somos culpables, porque "no se
necesita ser un sicario para pertenecer a la gran congregación" —la obra 30

y sus escenarios—. Apoyado sobre todo en la concepción semiótica de cul-


tura desarrollada por Geertz, que da enorme valor a "esos símbolos que los
miembros de una misma cultura comparten, crean y recrean en una trama
sin fin", él toma partido por esta teoría de la cultura. 31

Los miembros de una misma cultura vivimos en un universo de símbolos públicos,


creados por nosotros mismos y por ello con una historia, símbolos que arrastran
consigo significados implícitos o explícitos comprendidos total o parcialmente se-
gún sea que compartamos o no los códigos mentales que sirven para interpretarlos.
En la medida en que esos códigos nunca se reparten de manera uniforme en todo el
tejido social [...] tendremos un verdadero laberinto de redes que conforman una
jerarquía estratificada de estructuras significativas. 32

lidad y pertinencia. Lo menciono para no comprometer al autor con reflexiones que quizá él ya
haya replanteado posteriormente, aunque no conozcamos algo en ese sentido. Carlos Mario
Ptrea, Porque la sangre es espíritu, Bogotá, Iepri-Aguilar, 1996. Estas conceptualizaciones sobre la
cultura —las de ambos autores— están basadas en la obra de ClifTord Geertz.
30 También para diferenciarse de quienes "no creen en absoluto en la existencia de una cultura de
la violencia en Colombia, y ni siquiera en que la sociedad sea la responsable de todas las con-
ductas criminales y comportamientos violentos que campean en nuestro medio. Para estos últi-
mos el problema es de responsabilidades individuales. Como quien dice, un sicario es un sica-
n o y punto y como tal debe caerle todo el peso de la ley sin rehabilitaciones que valgan". C. A.
Uribe, "Cultura, cultura de la violencia y violentología", p. 86.
31 Ibid., p. 92.
32 Ibid.
12 / Muertes violentas

Comparte con Geertz que la cultura es un documento que hay que


aprender a leer, un documento que sólo en ocasiones salta a la vista,
sobre todo durante aquellos 'dramas' o rituales que buscan darle sentido
a la experiencia o desatan y justifican la acción social. Este autor cuestio-
na con fuerza la concepción de la cultura como una esencia y, por el
contrario, plantea cómo la cultura es artificial en cuanto es creada y re-
creada todos los días por los miembros de una sociedad. Aunque sea vista
como el estado natural de las cosas, como efecto de la transmisión y de
33

la reproducción cultural.
Uribe Tobón plantea además la necesidad de avanzar en el análisis
cultural del país que, en el sentido antropológico del término cultura,
está en su infancia. En esta perspectiva, dice:
34

Quizá podamos entender lo que significó y significa ser colombiano. Entonces co-
menzaremos a ver cómo en nuestra historia y en nuestro presente se han ido constru-
yendo y destruyendo esas redes culturales, esas jerarquías estratificadas de estructuras
significativas. Luego podremos alumbrar cómo lo simbólico, lo ritual, lo representa-
do, se nutren de, a la vez que afectan, lo estructural, lo económico, lo político. Y así
podremos entender que nuestra cultura no es un demiurgo que nos acogota y que nos hace hacer lo
que hacemos porque no tenemos más remedio, al igual que entenderemos que como la cultura es
nuestro propio producto, lo podremos modificar atando en últimas nos resolvamos. 35

En el segundo artículo, sobre la cultura de la muerte, el autor se inte-


rroga ampliamente sobre cuestiones como las siguientes: ¿por qué nues-
tra fascinación con la muerte? ¿Cuáles son los motivos culturales que
impiden la resolución de nuestros conflictos dentro de ciertas reglas y
según ciertos rituales, que no impliquen necesariamente el derramamiento
de sangre? ¿Qué nos lleva a querer eliminar, como actores sociales y por
métodos violentos, toda la diversidad de nuestro país, sea esta ecológica,
étnica, cultural, social o ideológica? 36

33 /Ind., p. 93. Al respecto véase también sobre la "naturalización" de la cultura a Marc Augé, El
sentido de los otros, Barcelona, Paidós, 1996.
34 Como ya se mencionó, los artículos son de diez años atrás. No obstante a nuestro juicio, el
análisis cultural en el país en relación con la violencia continúa en su infancia.
35 Ibid., p. 96 (los resaltados son nuestros).
36 En su reflexión cuenta, anecdóticamente, la selección que se hizo, en un festival poético, de los
versos preferidos por los colombianos y que resultaron ganadores. Estos fueron en su orden: La
canción de la vida profunda de Porfirio Barba Jacob, Nocturno de José Asunción Silva y Las flores
negras de Julio Flórez. Tres poemas, dice Uribe, en los que al final triunfa Thánatos. Los autores,
tres seres atormentados por la sexualidad, los sentidos, las pasiones, la culpa y la muerte. Esta
anotación que parece bastante anecdótica, no lo es tanto. Detrás de la selección, dice el autor,
actúan resortes muy importantes de nuestro ser como conglomerado social, de nuestro ethos
La desmesura de los colombianos / 13

Es sabido que el debate en torno al problema de la cultura en relación


con la violencia no es un asunto menor, y aún se necesitarán mucho tra-
bajo y reflexión en esa dirección. Por eso queremos aportar algunos ele-
mentos nuevos a partir de afirmaciones de un autor alemán, Wolfgang
Sofsky, que nos resultan muy útiles al respecto, pese a que su estudio es
37

sustancialmente ajeno a la realidad colombiana.


Sofsky introduce también en su análisis unos elementos que pueden
ser importantes en este debate. Para ilustrar sus afirmaciones en torno a
la cultura como instrumento para enfrentar la muerte, el autor replantea
aquel supuesto saber de la cultura como lo opuesto a la violencia (¿civili-
zación o barbarie?), para mostrar cómo la cultura, en ese empeño por
38

alejar la muerte, se vuelve cada vez más mortífera, más violenta. Esto le 39

permite concluir que la cultura no es una especie de "estadio de desarro-


llo civilizado" al que accederían los pueblos y las sociedades: violencia y
cultura —dice— están imbricadas la una en la otra de manera muy diver-
sa, y lejos de modelar el género humano en el sentido del progreso mo-
ral, la cultura multiplica el potencial de violencia. En el corazón mismo
de la cultura se sitúa la producción de armas. La tecnología de las armas
no es producto accesorio de la cultura, ya que cultura y violencia se con-
dicionan mutuamente. La creatividad humana no se reduce a inventar
40

nuevos medios de producción, también de destrucción.


La fe en la civilización es un mito eurocéntrico a través del cual la
modernidad se adora a sí misma. Los 'civilizados' están lejos de ser tan
dulces y dóciles como se quieren ver ellos mismos. Masacrar hombres en
gran número no es un privilegio de épocas antiguas. No hay que hacer
mucho esfuerzo para constatarlo en los conflictos recientes en el mundo.
"La violencia siempre está ahí, lo que cambia son los lugares, los momen-
tos, la eficacia técnica, el cuadro institucional y el sentido que pretende
legitimarla". Pero también están —agregaríamos nosotros— las tran-
41

sacciones que por intermedio de la cultura —léase los sistemas cultura-

cultural, de los símbolos que expresan este último, a la vez que también motivan nuestros más
íntimos impulsos. Y estos son precisamente los símbolos de la muerte. Allí se reproducen, en
suma, los textos culturales con los cuales construimos nuestra propia historia.
37 El libro fue escrito originalmente en alemán y fue traducido al francés, en 1996, con el título
Traite de la violence, París, Gallimard, 1998.
38 Valdría la pena retomar en el debate académico nacional el asunto de la oposición entre civili-
zación y barbarie. El texto de Sofsky reseñado es muy ilustrativo de lo que podríamos llamar "la
naturaleza violenta de la cultura" en Occidente, para replantear, o al menos obligarnos a repen-
sar, esa relación cultura-violencia en el análisis de la violencia colombiana.
39 Véase W. Sofsky, Op. cit., especialmente el capítulo titulado "Cultura y violencia".
40 Ibíd., p. 195.
41 Ibíd., p. 200 (los resaltados son nuestros).
14 / Muertes violentas

les— hacen las sociedades en determinados momentos de su historia,


con su propia violencia.
Quizá aceptando que la cultura no es una entidad (concepción esencialista
de la cultura) y que además no es equiparable al nivel de 'civilización' de
una sociedad, esto es, a un estadio determinado de desarrollo, podríamos
reconsiderar las relaciones entre cultura y violencia, que no es más que
identificar las maneras como las sociedades transan en términos simbóli-
cos e históricos con su propia violencia.
Para no dejar lugar a equívocos y a falsas interpretaciones, concluya-
mos: no creemos que la violencia sea patrimonio colombiano (la
conflictividad actual de muchas latitudes, sin ir más hacia el pasado, ha
mostrado ser tanto o más violenta), tampoco que sea eterna, ni que cons-
tituya una esencia. Tampoco creemos que la cultura pueda asociarse a la
'civilización' (por oposición a la barbarie) que, por otra parte, no sería un
estadio de desarrollo o progreso que una vez alcanzado anularía la vio-
lencia; pero sí sostenemos que es un asunto de cultura la(s) manera(s)
como una sociedad, en determinado momento de su historia negocia,
tramita o PADECE su propia violencia, a través de sus actos, sus símbo-
los, sus sentidos y sus significaciones.
Los entramados de significación del exceso
Apoyados en alguna literatura más de corte teórico sobre el símbolo y 42

los "imaginarios sociales" desde el punto de vista de "el actor con sus
máscaras, sus sueños, sus representaciones" y otra literatura de corte
43

antropológico, intentamos asir las categorías analíticas a partir de las


cuales se ha de emprender la búsqueda y la reconstrucción de esas signi-
ficaciones. Nos encontramos con el concepto de "tramas de significa-
ción" de Clifford Geertz, de enorme utilidad para nuestros propósitos.
También en el terreno antropológico nos fue muy útil la obra Metáfora y
sacramento, del antropólogo vasco Joseba Zulaika.
Adicionalmente, nos basamos en literatura sociológica, la mayoría
sobre el conflicto político armado y los contextos de producción de la
violencia, pero también de corte teórico, como es el caso de Balandier y
su texto El poder en escena, donde pudimos observar cómo se tejen las
acciones y las representaciones del acto, y aproximarnos a un lenguaje
capaz de transmitir su escenificación.
Con el apoyo teórico de estos autores reconstruimos entonces los

42 Claude Rivière, Les liturgies politiques, París, PUF, 1988.


43 Bronislaw Baczko, Les imaginaires sociaux. Mémoires et espoirs collectifs, Paris, Payot, 1984.
€ •

La desmesura de los colombianos / 15

entramados de significación, es decir, de sentido del exceso de la muerte


violenta en el país, que se construyen a partir de los símbolos, las tramas
que se tejen con ellos y la escena donde son tejidos. Haremos una aproxi-
mación a cada una de esas categorías para situar la reflexión que aborda-
remos a continuación.

El símbolo
La palabra símbolo, como la cultura, es de difícil definición. Podría desig-
nar algo diferente de él mismo (por ejemplo, las nubes negras serían indi-
cio de lluvia). Puede ser también un signo convencional (por ejemplo, una
bandera blanca indicaría rendición y una bandera roja peligro). En otros
casos, se usa el término para "designar cualquier objeto, acto, hecho, cua-
lidad o relación que sirva como vehículo de una concepción —la concep-
ción es el 'significado' del símbolo—".44

Es éste el sentido que seguiremos en el análisis. Interpretaremos a


partir de los actos, hechos, cualidades o relaciones —del símbolo y sus
concepciones— el significado que les subyace a esas acciones y concep-
ciones en un contexto social, cultural y político determinado: la sociedad
colombiana actual.
De acuerdo con Geertz, ellos son símbolos, o por lo menos elementos
simbólicos, porque "son formulaciones tangibles de ideas, abstracciones
de la experiencia fijadas en formas perceptibles, representaciones con-
cretas de ideas, de actitudes, de juicios, de anhelos o de creencias". De
manera que emprender el estudio de la actividad cultural, de la cual el
simbolismo constituye el contenido positivo, no es, pues, abandonar el
análisis social por una platónica caverna de sombras, o penetrar en un
mundo mentalista de psicología introspectiva. Los actos culturales (la
construcción, aprehensión y utilización de las formas simbólicas) son he-
chos sociales como cualquier otro, tan públicos como el matrimonio y tan
observables como la agricultura. Sin embargo, no son exactamente lo
43

mismo. La dimensión simbólica de los hechos sociales se abstrae de ellos


teóricamente como totalidades empíricas.
En cuanto a las estructuras culturales, es decir, a los sistemas de sím-
bolos o complejos de símbolos, el rasgo que tiene aquí principal impor-
tancia es el hecho de ser fuentes "extrínsecas" de información. "Por ex-
trínsecas entiendo —dice Geertz— que a diferencia de los genes están

44 C. Geertz, Of. cii., p. 90


4o Ibid.
16 / Muertes violentas

fuera de las fronteras del organismo individual y se encuentran en el mundo


intersubjetivo de común comprensión en el que nacen todos los individuos
humanos y en el que desarrollan sus diferentes trayectorias, y al que de-
jan detrás de sí al morir". 40

Si los símbolos son estrategias para captar situaciones, entonces nece-


sitamos prestar mayor atención a la manera como las personas definen
las situaciones y como llegan a acuerdos con ellas. Aunque este arreglo
47

sea la violencia.
Ahora bien, comprender el concepto de símbolo en Geertz exige cono-
cer también su concepción acerca de la cultura, donde estos símbolos se
insertan y significan, y conocer sus presupuestos sobre lo que es el análisis
cultural. La intención es mostrar que ni la cultura es esa 'entidad' constitu-
tiva e inmutable, ni la significación de los actos sociales como acción simbó-
lica es asunto menor. El esfuerzo se centra en entender el nivel de significa-
ciones de la violencia, más allá de los hechos concretos (materiales).
Pensamos con Geertz que la cultura no es una entidad, algo a lo que
puedan atribuirse de manera casual acontecimientos, modos de conducta,
instituciones o procesos sociales: la cultura es un contexto dentro del cual
pueden describirse todos esos fenómenos de manera inteligible, es decir,
densa. La cultura denota un esquema históricamente transmitido de signi-
ficaciones representadas en símbolos, un sistema de concepciones que se
heredan y expresan en formas simbólicas por medios con los cuales los
hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitu-
des frente a la vida. La cultura es, entonces, el conjunto de "estructuras de
significación socialmente establecidas en virtud de las cuales la gente hace
cosas", lo que no quiere decir que sea un fenómeno psicológico (el espíritu,
la personalidad o la estructura cognitiva de alguien). De allí que para in-
terpretar lo que hace la gente, ayude la familiaridad con el universo imagi-
nativo en el cual los actos de esas gentes son signos. El esfuerzo, apoyándo-
nos en la antropología, es contribuir para ampliar, en el mejor de los casos,
el universo del discurso humano, o para trazar la curva de un discurso
social y fijarlo en una forma susceptible de ser examinada. La cultura,
entonces, como concepto semiótico, es entendida como "sistemas en
interacción de signos interpretables", que Geertz llamaría símbolos. 48

A diferencia de quienes creen que la antropología o el análisis cultural


son útiles para pensar al 'otro', genéricamente hablando, para Geertz pue-
den ejercitarse en la misma cultura de la cual forman parte. El análisis
4!l

46 Ibid., p. 91 (los resallados son nuestros).


47 Ibid., p. 129.
48 Ibid., pp. 26-31.
49 Ibid., p. 28, nota al pie de página.
La desmesura de los colombianos / 17

cultural es (o debería ser) hacer conjeturas sobre significaciones, estimarlas


y llegar a conclusiones explicativas a partir de las mejores conjeturas. Si se
acepta el postulado según el cual la naturaleza de lo cultural ha de buscar-
se en las experiencias de individuos y grupos de individuos cuando, guia-
dos por los símbolos, perciben, sienten, juzgan y obran, el esfuerzo nues-
30

tro es conjeturar las significaciones que los sustentan a partir de la


identificación de ciertos símbolos puestos en obra en la muerte violenta.
La posibilidad en este trabajo es la de identificar los símbolos [de la muer-
te] interactuando en contextos susceptibles de ser interpretados.
La trama
La conducta humana es acción simbólica, es decir, significa algo. La cul-
tura no está en la cabeza de alguien, y aunque no es física no es una
entidad oculta, es pública. Y es pública porque la significación lo es. Aho-
ra bien, las significaciones sólo pueden almacenarse, según Geertz, en
símbolos: una cruz, una media luna, etc. El análisis cultural consiste en
desentrañar las estructuras de significación, en lo cual se asemeja a la crítica
literaria, y en determinar su campo social y su alcance. Porque el etnógrafo
escribe y lo hace a través del ensayo, el esfuerzo se dirige a captar estruc-
turas conceptuales complejas para después explicarlas, pues la signifi-
31

cación se limita a expresar algo de una manera oblicua y figurada que no


puede enunciarse directa y literalmente. Es por esto que el ensayo es el
género natural para presentar interpretaciones culturales. 62

Hacemos el análisis cultural en términos de tramas de significación


convencidos de que llegamos a ser seres humanos, individuos guiados
por esquemas culturales, por sistemas de significación históricamente
creados en virtud de los cuales formamos, ordenamos, sustentamos, y
dirigimos nuestras vidas. Así, la reconstrucción analítica o interpretativa
33

de las tramas de significación de la muerte violenta se hará a partir de


un trabajo etnográfico en el doble sentido de Geertz: como técnica en el
uso de las herramientas etnográficas y como tarea intelectual de inter-
pretación.
La escena
Hacer un análisis desde la perspectiva simbólica exige, como lo plantea

50 Ibid., p. 32.
51 Ibid., pp. 24-32.
52 Ibid., p. 36.
53 Ibid., p. 57.
18 ¡Muertes violentas

Geertz, "tratar de mantener el análisis de las formas simbólicas lo más


estrechamente ligado a los hechos sociales concretos, al mundo público
de la vida común y tratar de organizar el análisis de manera tal que las
conexiones entre formulaciones teóricas e interpretaciones no quedaran
oscurecidas con apelaciones a ciencias oscuras ", Esto nos obliga a 54

contextualizar todas esas muertes violentas como "hechos sociales concre-


tos", para ahondar después en sus significaciones.
En nuestro caso, tanto en la materialidad del espacio como en sus
significaciones, se trata de las muertes violentas ocurridas en Colombia
en el transcurso de las dos últimas décadas. Una sociedad literalmente
atravesada por un conflicto político armado de grandes dimensiones,
donde las distintas formas de la muerte violenta ocurren en espacios so-
ciales concretos diversos. Las zonas rurales son el espacio privilegiado
del conflicto político armado y, en esa medida, el lugar de producción de
muertes en combate o masacres. Las ciudades, por su parte, son el esce-
nario de las muertes de jóvenes o de muchos de los asesinatos políticos
ocurridos en estos años. También allí acontecen las muertes conocidas
como 'limpieza social' y múltiples asesinatos anónimos.
Contextualizamos la producción de las muertes para poder analizar
su entramado de significaciones desde esta perspectiva simbólica. La es-
cena es, sin embargo, más que el espacio físico—lugar, espacio social,
territorio— como contexto material donde se producen esas muertes. Es
un espacio menos material y tangible, es significado, esto es, delineado
por las significaciones que se le atribuyen y por el sistema de relaciones
que se establecen entre los actores-sujetos y los espacios habitados; más
aún, por el cruce entre ellos. Son relaciones establecidas con el propio
contexto y con sistemas de acción y de representación de quienes habitan
dichos espacios.
Mantenernos cerca de los datos sociales concretos nos permite evitar
el que, para Geertz, es el vicio dominante de los análisis interpretativos:
la tendencia a resistir la articulación conceptual y a escapar así a los mo-
dos sistemáticos de evaluación; aunque haya que admitir que existe
55

una serie de características de la interpretación cultural que hacen el


desarrollo teórico mucho más difícil de lo que suele ser en otras discipli-
nas. De ahí la necesidad de que la teoría permanezca más cerca del terre-

54 Ibid., p. 39.
55 No hay razón alguna para que la estructura conceptual de una interpretación sea menos
formulable y por tanto menos susceptible de sujetarse a cánones explícitos de validación, que la
de una observación biológica o la de un experimento físico, salvo la de que los términos en que
pueden hacerse esas formulaciones son casi inexistentes o faltan por completo. Véase C. Geertz,
Op. cil., p. 35.
La desmesura de los colombianos / 19

no estudiado de lo que permanece en el caso de ciencias más capaces de


entregarse a la abstracción imaginativa. Pero a este respecto es preciso
tener en cuenta que:
Entre la corriente de acontecimientos que constituyen la vida política v la trama de creen-
cias que forman una cultura, es difícil hallar un término medio: por un lado todo parece
un conjunto de sorpresas; por otro, un vasto conjunto geométrico de juicios enuncia-
dos. Lo que une semejante caos de incidentes a un cosmos de sentimientos \ creencias es extrema-
damente oscuro y más oscuro aún es el intento de formularlo. Por encima de todo, el
intento de relacionar política y cultura necesita una concepción menos expectante de la
primera y una concepción menos estética de la segunda. 56

Todo el quid de un enfoque semiótico de cultura es lograr acceso al


57

mundo conceptual de nuestros sujetos (sus estructuras de significación),


de suerte que podamos conversar con ellos, en el sentido amplio del
término. Semejante concepción sobre la manera como funciona la teoría
en una ciencia interpretativa, sugiere que la distinción que se da en las
ciencias experimentales o de observación, entre descripción y explica-
ción, en nuestro caso se presenta como una distinción aún más relativa
entre 'inscripción' (descripción densa) y 'especificación' (diagnóstico); entre
establecer la significación que determinadas acciones sociales tienen para
sus actores y enunciar, lo más explícitamente que podamos, lo que el
conocimiento así alcanzado muestra sobre la sociedad a la cual se refiere
y, más allá de ella, sobre la vida social como tal.
En resumen, lo que encontrará el lector en este trabajo es un ensayo
que busca desentrañar —quizá deberíamos decir interpretar, en el mejor
sentido geertziano— símbolos, concepciones, sentidos, esto es, algunas
tramas de significación de la muerte violenta en el país. Tramas que para
nosotros son expresiones culturales de la sociedad en la cual están inser-
tas, y que les provee su significación en el intercambio entre la acción y la
representación de la acción.

56 Ibíd., p.262.
57 La semiótica o semiología es la disciplina que estudia todas las variedades posibles del signo.
Véase Umberto Eco, Le signe. Histoire et analyse d'un concept, París, Éditions Labor, 1988. En
palabras de Tobón: "El objeto de la semiótica vendría dado no solamente por el estudio de los
diversos sistemas de signos, humanos v no humanos, sino también por el estudio de la facultad
semiótica que permite crear esos sistemas de símbolos". Véase Rogelio Tobón, "La inflación del
símbolo como decadencia de la cultura", Coloquios Lingüísticos, N.° 4, Círculo Lingüístico de
Medellín, abr., 1991, pp. 24-36.
2 2 / Muertes violentas

significados de la violencia colombiana. Esto le permite afirmar en su


análisis que la violencia en esta sujetización "lo hace todo [y] por eso no
hace nada", y sostiene que las nuevas formas en que se clasifica —violen-
cia política, urbana, étnica— no hacen más que coadyuvar a la atomiza-
ción de la significación, que hace imperativa la des-sujetización de la vio-
lencia para controlar el exceso de significados y "saber quién dispara a
quién". 65

Con respecto al segundo índice de la inflación, el "exceso de las ha-


bladurías", Tobón sostiene que se trata de algo así como una peste colec-
tiva donde se habla mucho, demasiado. Es una especie de compulsión de
la palabra, que finalmente en su exceso no dice nada. Hablar se vuelve
una especie de "actividad viciosa", donde el 'hablador' no cuida el conte-
nido, ni la forma, ni las consecuencias de la palabra. Así, el exceso de
habladurías lo que está señalando es no sólo una carencia, sino un estado
de llenura, de torpeza y de embrutecimiento. 64

La "proliferación de los discursos mentirosos", tercer índice de la in-


flación de la palabra es, pues, una especie de institución social con la cual
entra en crisis la credibilidad del signo. La desconfianza empieza a impe-
rar como una virtud, como condición misma para poder seguir viviendo,
en tanto las relaciones comunicativas se hacen cada vez más distantes. El
artificio del disimulo y de la desinformación llega a extremos verdadera-
mente asombrosos. Es la "denegación" misma. La mentira no es más que
una forma de violencia a través de la cual se consigue la dominación del
otro; cuando la mentira deja de ser eficaz, se recurre a la violencia directa
o a formas discursivas vacías que equivalen a la negación de las estructu-
ras comunicativas, o lo que para Villa es "la fractura del símbolo". 65

Finalmente, el cuarto índice de esta inflación, "la negación misma del


símbolo", es su punto extremo, ya que es el estallido del símbolo, su grado
cero, su eliminación. "Las relaciones ya no se hallan mediatizadas por nin-
guna forma de simbolización, sino que se pasa a las formas de violencia
directa". El otro se convierte en víctima, pero ya no de un lenguaje o de
66

un gesto simbólico sino de un gruñido agresivo, aunque parezca conservar


todavía el eco de la palabra. El exceso de palabras, de signos y de significa-
dos, es decir, la existencia de estos índices de inflación, produce unas for-
mas discursivas vacías que equivalen a la negación de las estructuras
comunicativas. Todo lo que se dice es aparentemente verdadero pero
incomunicante. Cuando se produce la ruptura simbólica se pierde el po-

<i3 V. Villa Mejía, Polifonía de la violencia en Antioquia, p. 125.


IH R. Tobón, Op. cit., p. 32.
<¡f> V. Villa Mejía, Polifonia de la violencia en Antioquia, p. 128.
(«i R. Tobón, Op. cit., p. 33.
La desmesura de los colombianos / 2 3

der comunicativo. La violencia es mucha, es excesiva, y muchos son los


67

símbolos que la nombran pero ellos en su exceso no comunican.


Para terminar entonces podríamos decir que en la misma lógica del
hiperbolismo que hemos venido desarrollando aquí, como señala Molina,
si bien "en una primera instancia se intensifica lo real, él tiene también la
capacidad de negarlo, y en esa refutación crea los mundos improbables.
La inflación del contorno es inseparable de la sustracción", y en la mis- 68

ma lógica de la inflación del símbolo se produce la "negación del mismo, lo


que no es más que la negación de las estructuras comunicativas". 69

El exceso en los símbolos y de los símbolos termina por provocar una


negación del mismo exceso. En la violencia, a un nivel de excepcionalidad
como el que padecemos en Colombia, provoca la negación de la violen-
cia, su sustracción: es como si no estuviera ocurriendo o, peor aún, como
si ella ocurriera en otra parte. Su exceso la vuelve improbable. Y la infla-
ción del símbolo en la violencia hace que lo que está acaeciendo en la
realidad no ocurra en la palabra y, en consecuencia, no se nombre, se
niegue.

67 Ibid.
68 J. Molina Molina, "La hipérbole de la hipérbole", p. 18.
69 R. Tobón. Op. cit., p. 33
Segunda parte
La escenificación de la muerte.
Actos, símbolos y significaciones
El exceso en el escenario de lo político:
muertes en combate, masacres
y asesinatos selectivos

Introducción:
La muerte y la política
Esta segunda parte estará divida en tres capítulos. La razón no es, en nin-
gún caso, de orden teórico, sino por su extensión, ya que hacer esta esce-
nificación de la muerte en un solo capítulo habría sido excesivamente lar-
go. Sin embargo tal división fue posible dadas las diferencias que pudimos
establecer entre unas y otras muertes: las muertes en combate, las masacres,
los asesinatos selectivos. De todas formas, la interrogación en los tres capí-
tulos es la misma y esa es la razón para que se titule así toda la segunda par-
te y sólo en los títulos de los capítulos se haga la diferenciación respectiva.
Iniciaremos con las muertes más directamente ligadas al conflicto
político armado: las que ocurren en combate y las masacres. Y al final del
capítulo abordaremos las muertes selectivas de dirigentes políticos, los
magnicidios y las muertes por 'limpieza social'. Estas tres últimas son, en
su mayoría, de carácter político, pero no necesariamente relacionadas
con el conflicto armado.
Los efectos del conflicto político armado en Colombia son, sin duda,
muchos y de muy distintos órdenes. Profundizar en estas dinámicas de la
guerra es una tarea de primer orden que ya llevan a cabo los "violentó-
logos", en algunos casos de manera muy lúcida, y que nos desviaría de
nuestros propósitos iniciales. El conflicto político se ha venido recrude-
ciendo en los últimos años hasta el punto de convertirse hoy en el centro
del debate sobre el presente y el futuro del país. En él, en lo que respecta
a nuestra indagación, se producen cientos de muertes de manera violen-
ta en combates, masacres, asesinatos selectivos, etc., pero también en
acciones terroristas. 1

1 Como lo señalan los teóricos de la muerte cuando hablan de sociedades mortíferas en alto
2 8 / Muertes violentas

Con todo, el análisis de este conflicto se ha hecho —quizá en corres-


pondencia con la concepción estrecha de lo político y de lo público que
hemos tenido en Colombia— desde la sociología y la ciencia política,
pero ignorando las implicaciones culturales de lo político. En este senti-
do, admitiendo el carácter político que revisten esas muertes y más allá
de las razones en este ámbito, nos interesa interrogar los entramados de
significación fruto de las construcciones culturales que las sostienen, por-
que a diferencia de una concepción errónea que separa la cultura de lo
político, creemos con Geertz que la cultura no es un campo ajeno a la
política sino que, más bien, la política de un país refleja el sentido de su
cultura. Esto es, unir política y cultura desde la reflexión sobre la muer-
2

te. Incluso en las muertes violentas que no parecen políticas su relación


es estrecha dada su dimensión pública.
Siguiendo esta línea de análisis, nos sorprendería constatar la relación
estrecha entre la muerte y la política si atendemos a Weber cuando dice:
"El destino político común, las luchas políticas comunes a vida y muerte
forman comunidades basadas en el recuerdo las cuales son con frecuen-
cia más sólidas que los vínculos basados en la comunidad de cultura, de
lengua o de origen [...] Es lo único que caracteriza decisivamente la 'conciencia
de la nacionalidad"'. 3

El pacto social, cualquiera sea la forma que tome, se caracteriza, al


menos en las sociedades occidentales, "por el mantenimiento de la pro-
hibición de matar al otro". Como lo señala con mucha precisión Peter
4

Gleichmann
[...] sigue siendo incierto cómo se logra que las personas realmente adquieran indivi-
dualmente sus inhibiciones a matar, un saber que corresponde al conocimiento so-
bre procesos socio y psicogenéticos. De todas maneras, la gran mayoría de los seres

grado, ese carácter de mortíferas no es explicable por la naturaleza biológica del hombre, ni
por la voluntad de los dioses, sino fruto de los "falsos órdenes" de las sociedades humanas.
Véase: Trinh Van Thao, La mort aujourd'hui (bajo la dirección de Louis-Vincent Thomas, Bernard
Ronsset y Trinh Van Thao). Paris, Centre Universitaire de Racherdre Sociologique d'amiens.
Editions Anthropos, 1977.
2 Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1997. Esto es una pista abier-
ta para la investigación de las implicaciones culturales de esas violencias, entendidas como
propiamente políticas o exclusivamente políticas.
3 Max Weber, Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México, FCE, pp. 662-663. Esta
referencia se la debo a íngrid Johana Bolívar, politóloga de la Universidad de los Andes e
investigadora del Cinep (los resaltados son nuestros).
4 Peter Gleichmann, "¿Son capaces los seres humanos de dejar de matarse mutuamente?", en:
Vera Weiler, comp.. Figuraciones en proceso, Bogotá, Universidad Nacional, U1S, Fundación So-
cial, 1998, pp. 75-100.
El exceso en el escenario de lo político / 2 9

humanos en el planeta aprende, incorpora y obedece exitosamente las normas so-


ciales del no matarás}

Es así como las sociedades "modernas" (con Estado) crean la figura


del monopolio de la fuerza en manos del Estado, a través de sus fuerzas
armadas, como el único ente autorizado para ejercer las funciones repre-
sivas en la sociedad, incluida la muerte en defensa de la institucionalidad
legítimamente constituida. Cuerpo armado que debe ser sometido a pro-
cesos de socialización bastante complicados, justamente para quebrar esa
inhibición de matar, que se desarrollan dentro de instituciones totales, 6

así llamadas por su carácter y por la función tan específica que cumplen,
y que poseen una serie de características que les garantizan el normal
cumplimiento de sus propósitos: espacios cerrados, muros o rejas que
separan el mundo de los recluidos (en este caso militares) de los civiles,
control total del recluido por parte de la institución, actividades comple-
tamente reguladas, y sistemas establecidos de castigos y recompensas. 7

Ejemplos de estas instituciones totales son, además de los cuarteles o las


guarniciones militares, los conventos, los hospitales psiquiátricos y las
cárceles.
Un autor italiano retoma la apreciación de Weber y desarrolla su
8

argumentación en esta misma línea, para mostrar la estrecha relación


entre la muerte y la política y cómo, además de las transformaciones
producidas en los sistemas e imágenes de la muerte en las sociedades
modernas, esta relación se encuentra hoy sacudida por las crisis de los
sistemas políticos y la presencia excesiva de la muerte violenta. La evolu-
ción de la comunidad política una vez constituida, dice, tiende siempre
hacia "la monopolización del uso de la fuerza legítima", es decir, hacia la
represión completa de la violencia privada y hacia la afirmación del apa-
rato político coercitivo, visto como el aparato represivo más fuerte y como
el legítimo. Este uso exclusivo de la fuerza física (que es el medio caracte-
rístico del poder político) es, en últimas, "el poder de dar la muerte". 9

5 Ibid., p. 81.
6 Véase Erving Goflman, Asiles. Études sur la condition sociale des malades mentaux, Paris, Les Éditions
de Minuit, 1968.
7 Véase Eisa Blair, "La socialización institucional o la vida clandestina de una institución públi-
ca", en: Conflicto armado y militares en Colombia. Cultos, símbolos e imagínanos, Medellín, Universi-
dad de Antioquia, Cinep, 1999, pp. 160-175.
8 Antonio Costabile, "La politique et la mort: phénomènes sociaux et catégories analytiques", en:
L'Homme et la Société, Revue Internationale de Recherches et de Synthèses en Sciences Sociales,
N.° 119, Paris, 1996.
9 Ibid., p. 9.
3 0 / Muertes violentas

El pacto social sobre el cual se apoya la sociedad, incluso la más de-


mocrática, se funda siempre sobre la transferencia de la violencia legíti-
ma de "lo privado a lo público" y no sobre su abolición. El uso de la fuerza
y la amenaza de quien la detenta es uno de los fundamentos de la políti-
ca, ya que el consenso no es suficiente para dar estabilidad y duración a
los sistemas políticos. Se hace necesario, entonces, que existan sistemas
coercitivos basados en el uso de la fuerza o, en todo caso, en la amenaza
de usarla. La muerte violenta en las sociedades actuales ha puesto de
nuevo en el centro de la vida política el problema del uso de la fuerza o
de la amenaza de muerte. 10

En tanto hecho social, la muerte es una realidad históricamente de-


terminada. En efecto, su imagen en cada sociedad está en correlación
con lo social: las relaciones, la comunicación, los códigos lingüísticos, las
definiciones colectivas de los valores últimos. Todavía hoy es un hecho
social, aunque como efecto de las transformaciones inducidas por la
modernización no lo sea con las mismas dimensiones propias de socieda-
des tradicionales, en las que se consideraba un hecho social total, como
lo ha mostrado la antropología, es decir, que implicaba por completo a
toda la comunidad." Lo que es interesante resaltar es que la moderni-
dad ha fragilizado el sentido de la vida (y de la muerte), proceso que se
ha visto agudizado en las crisis recientes, cuando el ser humano está más
enfrentado al peligro de muerte.
La relación entre política y muerte sigue siendo fundamental incluso
en las sociedades modernas. La clave del asunto es que allí —con respecto
a sociedades no desarrolladas o con regímenes no democráticos propios
de sociedades tradicionales— estas relaciones tienden a desplazarse del
poder de dar la muerte y de matar (que persiste en los momentos de crisis
aguda, o amenaza interna o externa), al poder de realizar políticas nacio-
nales, regionales y locales cuyo propósito es defender la vida y retardar la
muerte: salud, defensa, políticas económicas, etc. Si bien en situaciones
12

normales esta relación entre política y muerte (la lucha política y cultural)
tiene énfasis en la muerte natural o biológica, en momentos de guerra o
frente al uso de atentados terroristas se concentra en la muerte violenta.
Es importante resaltar —continúa el autor— cómo en la teoría
weberiana sobre la comunidad política la muerte está ligada no sólo al
momento de la coerción, sino también al de la legitimación. La muerte,
en efecto, se presenta como un fenómeno importante en dos dimensio-
nes cruciales del proceso político: primero, llevando a la construcción del

10 Ibíd.
11 Ibid.
12 Ibíd., p. 15.
El exceso en el escenario de lo político / 31

Estado moderno y, después, garantizando su persistencia. La muerte,


según Weber, es fundamental para el poder político en dos niveles: ella
está en la base del poder pues es la forma extrema de violencia, pero
también es importante como elemento de cohesión nacional. En efecto,
[...] nada une más a un país y a su pueblo que la memoria de los "destinos comunes"
foijados por el sacrificio de la vida o la disponibilidad a ese sacrificio de parte de los
fundadores de la comunidad. La crisis profunda de los sistemas políticos coincide,
con frecuencia, con el debilitamiento/agotamiento de la fuerza unificadora de los
"padres de la patria", es decir, de personajes carismáticos provistos de una vasta
legitimación política, que nace de su disponibilidad notoria a dar la vida por fines
colectivos de libertad, de independencia nacional y de justicia social."

En el caso colombiano, estamos ante la generalización de esa capaci-


dad de disponer de la vida del otro, en sectores civiles no entrenados
"militarmente" y por fuera de los marcos legalmente constituidos para
ello, con sus correspondientes efectos sociales. No hay monopolio de la
violencia, este 'derecho' a matar al otro por fuera del Estado es 'legitima-
do' desde diferentes sectores sociales y ejecutado por diversos grupos ar-
mados (aunque ilegales) y por sujetos individualmente considerados, y se
está produciendo en una magnitud mayor a la que un sistema político
puede tolerar. Frente a esta constatación podemos hablar, sin lugar a
equívocos, de una sociedad con niveles excesivos y desregulados de muerte
violenta, donde el exceso está dado no sólo por la cantidad del fenómeno
sino también por los circuitos sociales, es decir, por las esferas institu-
cionales e informales de la vida social involucradas tanto en términos de
su producción como también, y sobre todo, de su legitimación. Cuando
cualquiera tiene el poder de disponer de la vida de otro, se quiebra (o
desaparece) la 'legitimidad' (weberiana) de la comunidad política, y hay
amenaza y peligro constantes de muerte con las respectivas implicaciones
sociales y culturales. Si —como lo vimos anteriormente— la cultura es
sólo un medio para contrarrestar o enfrentar el miedo a la muerte, ¿cuá-
les son los efectos culturales de una amenaza permanente de muerte que
no puede ser conjurada?

Muertes en combate: la guerra como escenario


Las muertes en combate o resultado de la confrontación política son in-

13 Ibid., p. 18.
3 2 / Muertes viólenlas

calculables en el conflicto armado colombiano, que ya supera los 40 años.


Hoy la confrontación armada directa es a 'tres bandas': guerrillas, parami-
litares, militares. Sobre los militares, las guerrillas y, más recientemente,
los paramilitares como actores de la guerra hay muchos trabajos en el
país, también sobre las dinámicas de la guerra y sus efectos o manifes-
14

taciones. No hay duda que la guerra en Colombia ha merecido innu-


15

merables trabajos. Pero son muy pocos los que en el marco de la guerra se
preguntan por la muerte, por el asunto humano del dolor y el sufrimiento
que ella acarrea y por sus consecuencias sobre las poblaciones. Menos
aún se encuentran estudios que se interroguen por el nivel de significa-
ciones simbólicas y los efectos que pudieran tener las muertes en comba-
te, o sus posibilidades de simbolización, o la elaboración de los duelos 16

por los muertos y, en consecuencia, las posibilidades de reconciliación de


la sociedad. Es esta dimensión del conflicto armado la que queremos
interrogar aquí.
Pese a la duración de una guerra como la colombiana, o quizá a causa
de ella, hemos sido demasiado insensibles a testimonios como este:
A su lado reposaban dos bolsas negras que dejaban escapar un olor nauseabundo y
una fila de gusanos de la muerte. Eran dos soldados que habían sido rescatados de las
manos de la manigua [...] entre los árboles se escondía una tumba a medio tapar. De la
tierra brotaban el seno y media cara de una guerrillera que no pasaba de los 16 años.
[...] Llegó el viernes y ni el ejército ni la Cruz Roja habían podido ingresar a la
zona a recuperar el primer cadáver. La selva era un cementerio con muertos pero
sin tumbas. Los cuerpos permanecían entre la maleza y la manigua amenazaba de-
vorarlos."

14 Francisco Leal, El oficio de la guerra, Bogotá, Tercer Mundo, lepri 1994. Adolfo León Atehortúa
y H u m b e r t o Vélez, Estado y Fuerzas Armadas en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, Universidad
Javeriana de Cali, 1994. Patricia Pinzón de Lewis, El ejército y las elecciones, Bogotá, Cerec, 1994.
Elsa Blair, Las Fuerzas Armadas: una mirada civil, Bogotá, Cinep, 1993, Y también de E. Blair,
Conflicto armado y militares en Colombia. Cultos, símbolos e imaginarios, Medellín, Universidad de
Antioquia, Cinep, 1999, entre otros.
15 Sobre este punto existen varios artículos de María Teresa Uribe aparecidos en la revista del
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia: "Antioquia entre la guerra y la
paz". Estudios Fblíticos, N.° 10, ene.-jun., 1997; "Las soberanías en vilo en un contexto de guerra
y paz", Estudios Políticos, N.° 13, jul.-dic., 1998; "Notas para la conceptualización del despla-
zamiento forzado en Colombia", Estiulios Políticos N.° 17, jul.-dic., 2000, entre otros.
16 Los debates a los que actualmente asisten sociedades en situaciones de posguerra tienen que
ver con esta problemática de elaboración de las muertes violentas y con los duelos sociales.
Véase Tzvetan Todorov, "Después del horror la memoria y el olvido". Correo de la UNESCO, 52
(12), París, 1999.
17 T o m a d o de Alirio Bustos, La ley del monte, Bogotá, Intermedio Editores, 1999.
El exceso en el escenario de lo político / 33

Como lo han mostrado muchas experiencias históricas en otras lati-


tudes, la paz en un país que atraviesa por situaciones traumáticas de
18

conflicto armado o de guerra está también marcada por la posibilidad de


darle lugar en la memoria y el recuerdo al dolor y al sufrimiento por cada
uno de sus muertos. La memoria, el olvido, la justicia y el perdón no son
categorías abstractas inventadas por los académicos para contar de otra
manera la violencia. Ellas surgen de las ciencias sociales, pero para con-
tar el dolor de los seres y las sociedades en situaciones de guerra y mos-
trar el problema moral al que se enfrentan al querer buscar la reconcilia-
ción después de la guerra. En Colombia no bastan las negociaciones de
paz, el cese al fuego, el abandono de hostilidades mientras no se em-
prenda una tarea de reconstrucción moral de las víctimas de la guerra, y
ella pasa por conocer entonces su dolor y su sufrimiento. 19

El combate: una mirada desde la antropología forense


En función del conflicto armado colombiano y como un hecho reciente
ha empezado a desarrollarse en el país la antropología forense. Por una
parte, se vienen formando profesionales que contribuyan a hacer menos
doloroso este conflicto en la medida en que su trabajo por momentos
constituye la última esperanza "para encontrar a las víctimas, devolver el
nombre a los muertos y la tranquilidad a sus familias". Por otra parte, 20

se producen aportes teóricos para la reflexión sobre la muerte violenta


en el país.
La degradación y descomposición del conflicto tienen para nosotros
un interés particular en este sentido, no sólo en términos de comprender
la profundización del sufrimiento a través de la crueldad extrema, sino
también en el deterioro mismo de las condiciones del conflicto en lo que
tiene que ver con los muertos y el tratamiento dé los cadáveres. En última
instancia, en lo referente a los procesos posibles y necesarios para elabo-
rar estas muertes y sanar las heridas por la pérdida, con miras a una
eventual y futura reconciliación de la sociedad.
La reflexión desde la antropología forense es importante además
porque en el marco de este trabajo importan la forma de la muerte y las
tramas de significación que la rodean, la dimensión física en la que se

18 T. Todorov, Op. di.


19 Elsa Blair, "La dimensión social del duelo o del registro público de tramitación de la muerte",
en: Memorias del segando encuentro mterdisciplinar sobre atención en duelo, Medellín, Cátedra Fer-
nando Zambrano, febrero, 2002.
20 Claudia Delgado Aguacfa, "La aplicación de la antropología forense dentro del Derecho Inter-
nacional Humanitario", Nova àf Velera, N.° 39, Bogotá, Esap, abr.-jun., 2000.
3 4 / Muertes violentas

produce y la manera como afecta a las poblaciones el trato a los cadáve-


res, más que el conflicto mismo (por ejemplo, los efectos que ejerce sobre
las comunidades, en sus propios entornos de vida, la presencia física de
los muertos insepultos); e importan también sus dimensiones más sim-
bólicas, que permiten interrogar el modo de elaborar y de tramitar esas
muertes, cuyos efectos en la población son, en términos de Castillejo,
'inimaginables'. 21

Un artículo reciente acerca de la aplicación de la antropología forense


ilustra muchas situaciones de la guerra, que dan cuenta de las "for-
22

mas de la muerte" y sus múltiples efectos sobre las poblaciones civiles y


sobre los mismos combatientes, y adquiere para nosotros particular im-
portancia.
Generalmente, cuando se habla del conflicto armado se toca el tema
de las formas de combatir, lo que se puede o no se puede hacer con los
heridos, de no incluir a la población civil, etc., pero rara vez se habla
del respeto a los muertos. Esto es algo significativo, porque si bien pa-
rece un asunto menor en relación con los vivos, buena parte de lo que
debería ser el tratamiento del conflicto pasa por un decoroso y digno
trato a los muertos. El trato al cadáver tiene que ver no sólo con trato
23

digno en señal de respeto a las familias, sino que existen además otros
efectos no menos importantes, por ejemplo con relación al duelo, pues,
con todo y lo necesario que jesuíta, tanto en lo individual como en lo
colectivo, es posible hacerlo solamente bajo condición de tener un ca-
dáver (algunos son tan manipulados que ni siquiera existe un cuerpo),
pero además poder sepultarlo, que su sepultura pueda ser referente
para sus familias, es decir, saber dónde está. En este aspecto el conflicto
armado colombiano es deplorable, porque desde todo punto de vista el
manejo de los cadáveres de las víctimas de la guerra riñe con los míni-
mos presupuestos de la dignidad humana. Como lo señala la autora del

21 Alejandro Castillejo Poética de lo otro. Antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en


Colombia, Bogotá, Icanh, Colciencias, Ministerio de Cultura, 2000.
22 C. Delgado Aguada, Op. cit.
23 Buena parte de la legislación internacional (DIH) —y esto lo conocemos menos cuando
invocamos el DIH— alude al tratamiento de los cadáveres. El Convenio de Ginebra exhorta a
las partes del conflicto a que velen por el enterramiento honroso de los muertos y, en lo
posible, a llevar a cabo los rituales religiosos de acuerdo con las creencias de quien murió. A
marcar, atender, agrupar y respetar las tumbas de manera que siempre puedan ser encontra-
das (Art. 17 del Convenio de Ginebra). Para efectos de la recuperación de los cuerpos, éstos
no deben ser incinerados, salvo por razones sanitarias. Para proteger el derecho de las
familias a conocer la suerte de sus miembros, el Protocolo I adicional de 1977 legisla en su
sección III que "[...] las partes en conflicto deben facilitar la búsqueda de los desaparecidos y
si ellos se encuentran muertos deben permitir y colaborar con la recuperación e identifica-
ción del cuerpo lo más pronto posible". Véase C. Delgado Aguada, Op. cit., p. 65.
El exceso en el escenario de lo político / 3 5

artículo ya citado: "[...] se encuentran soldados, guerrilleros y miembros


de las autodefensas que han muerto como producto directo del conflicto.
En algunos casos, los cuerpos se descomponen rápidamente o se encuen-
tran bastante destrozados y en el momento de su hallazgo se tornan muy
difíciles de recuperar e identificar." 24

Los alcances de la antropología forense van más allá de lo técnico, su


reflexión no se reduce a mencionar el hecho de devolverle al muerto su
nombre, su historia y su pertenencia a un grupo y por tanto su dignidad,
sino que trabaja el problema que viven los más afectados por este hecho:
las familias, a quienes se les niega el derecho de recibir un cuerpo para
darle sepultura; la población civil en general, y los mismos combatientes.
La reflexión, entonces, subraya la necesidad de conservar la dignidad
humana, el respeto a la persona y a su identidad, más allá de la muerte
orgánica de un cuerpo, abandonado a la intemperie o inhumado en fosas
comunes, y que no puede ser encontrado, rescatado e identificado
fehacientemente. 25

[...] aunque algunos artículos de los convenios hablan sobre las normas humanita-
rias mínimas del tratamiento a las personas muertas como consecuencia del conflic-
to armado, estas son las más olvidadas, lo que hace pensar que en Colombia al
perder la vida simultáneamente se perdiera la dignidad, el respeto y junto con ellos
el derecho al reconocimiento de la personalidad jurídica o el derecho a la identidad, 26

Hay otro asunto de esta situación de guerra, que nos resulta funda-
mental más allá de la muerte misma y del tratamiento dado a los cadáve-
res. Se trata de las implicaciones relacionadas con los efectos que la muerte
produce sobre las poblaciones. Es el caso, por ejemplo, de los cadáveres
insepultos ya que "[...] para la población civil en general, el encontrar un
cuerpo insepulto o fosas comunes en sitios clandestinos no sólo constitu-
ye un problema de salud pública, sino que además antropológicamente
resquebraja su entorno social respecto a los límites entre el mundo de los
vivos y el de los muertos". 27

A estas situaciones bastante traumáticas de la guerra, se suman las


muertes en cautiverio de personas secuestradas, hecho que también hace

24 C. Delgado Aguada, Op. cit., p. 61.


25 Estas constataciones, hechas sobre el terreno mismo de los acontecimientos por antropólogos
forenses, confirman la real dificultad de contabilizar las cifras de muertes violentas en el país.
26 C. Delgado Aguada, Op. cit., p. 60 (los resaltados son nuestros).
27 C. Steiner, Análisis de Antígona, 1987, recalca la importancia simbólica, tanto para las instancias
de lo público como para las de lo privado, de sepultar a los muertos, citado por C. Delgado
Aguada, Op. cit., p. 60,
3 6 / Muertes violentas

parte de la degradación del conflicto. Estas muertes ponen a las familias


en la incertidumbre de que uno de sus miembros esté "desaparecido", 28

incertidumbre que se torna más difícil cuando los autores del hecho, en
algunos casos, asumen la responsabilidad del secuestro, pero no asumen
la responsabilidad de la muerte y, ante la eventualidad, la silencian.
Muchas veces los secuestrados fallecen en los lejanos lugares de cautiverio o en las
fuertes jornadas de desplazamiento que efectúan junto a sus captores. Sus cuerpos
son dejados en la superficie o enterrados en sitios distantes e inhóspitos donde es
muy difícil su recuperación. A esto se le suma el hecho de que los grupos combatien-
tes no vuelven a tener ningún contacto con las familias de las víctimas y por lo tanto
la incertidumbre de ellas sobre la integridad de su ser querido permanece de mane-
ra indefinida. 29

Con relación a las masacres y a los efectos traumáticos de la pérdida,


hay que agregar que en algunos casos, inmediatamente después de su eje-
cución, los sobrevivientes son obligados a abandonar las poblaciones que
habitan y se les niega la posibilidad de recoger a sus muertos, a lo cual hay
que añadir que la identificación y la recuperación de los cuerpos se dificul-
tan indefinidamente o se hacen imposibles por efecto de las manipulacio-
nes que los victimarios efectúan sobre los cadáveres, con el fin de borrar las
evidencias de los crímenes y la identidad de las personas.
Esta prohibición, impuesta por quienes ejecutan la masacre, pone en
evidencia la dificultad de la ritualización (y en ese sentido de elaboración
y simbolización) por la muerte del ser querido, porque no existe un 'lu-
gar' físico dónde rendir homenaje al muerto, ni siquiera un lugar simbó-
lico. A partir de esta ausencia de 'lugares', nos atrevemos a nombrar estos
casos de muertos insepultos como de "no-lugares", abusando un poco
del sentido dado por Augé al concepto.'' 0

Cuando la recuperación de los cuerpos es posible, en muchas ocasio-


nes se ve entorpecida por otros factores que no permiten su identifica-
ción, ya sea porque los cadáveres se encuentren en un avanzado estado
de descomposición o estén incinerados, mutilados o esqueletizados. Lo

28 La condición incierta de "ni vivo, ni muerto: desaparecido", inhibe todos los procesos de elabo-
ración simbólica al impedir procesos como el del duelo. F. Rousseaux y L. Santacruz, "De la
escena pública a la tramitación íntima del duelo", (s. i.), 2000, las autoras son dos psicoanalistas
argentinas, quienes amablemente cedieron el texto para esta investigación.
29 C. Delgado Aguacía, Op. cit., p. 61.
30 En efecto, Marc Augé nombra con esa noción los lugares del anonimato. Véase M. Augé, Los no-
lugares. Espacios del anonimato, Barcelona, Gedisa, 1998.
El exceso en el escenario de lo político / 3 7

anterior es una transgresión de las normas básicas de la guerra y del


tratamiento a los caídos en ella.
[...] los cuerpos llegan incompletos y descontextualizados, haciendo la individuali-
zación mucho más difícil y demorada. Así mismo, los restos de cuerpos destrozados
por bombas y armas de alto poder llegan mezclados y bastante fragmentados, ya
que [su] levantamiento no se efectúa con las técnicas básicas necesarias [...] A esto se
le suma el hecho de la gran cantidad de cuerpos para identificar producto de la
violencia social, lo que hace el trabajo forense estatal aún más demorado."

En el DIH se legisla sobre el trato a los caídos en combate: en los


convenios de Ginebra (12 de agosto de 1949), en el Protocolo II adicional
de 1977 y, de manera muy especial, en el Protocolo I adicional del mismo
año. Se ban establecido
[...] normas claras para el tratamiento de los muertos producto del conflicto armado
[...] [El primero] para aliviar la suerte que corren los heridos y los enfermos de las
fuerzas armadas en campaña plasma en los artículos 15, 16 y 17 el trato humanita-
rio hacia los cuerpos sin vida. Establece la búsqueda y el embalaje de cuerpos para
evitar el pillaje, [facilitar] la identificación pronta y eficaz de los NN, el diagnóstico
de la causa del fallecimiento, el embalaje de los objetos que permitan la identifica-
ción de la víctima y una inhumación honrosa de acuerdo con los rituales religiosos
del muerto. 55

Y es aquí donde la antropología forense hace su mayor aporte, porque


pone énfasis en la necesidad del respeto a la legislación internacional so-
bre las guerras, en lo que concierne a los muertos y al tratamiento de los
cadáveres, y señala la enorme responsabilidad que les asiste a los actores
en conflicto en el manejo de las situaciones de la guerra. Las partes en
conflicto deben garantizar que a los caídos en combate no se les mutilará,
no se les borrará el rostro por ningún medio, que los cuerpos se preserva-
rán para permitir su identificación, realizar el análisis de sus restos y deter-
minar huellas de tortura o de tratos crueles o degradantes y posibles cau-
sas de muerte, y para que sus familias puedan reclamarlos.
En su función, la antropología forense es más que una ciencia que se
apoya en la antropología física para el análisis y la interpretación de res-
tos óseos humanos, y se convierte en una herramienta para aquellos gru-
pos que buscan y exigen que se "juegue limpio" en el conflicto armado,

31 C. Delgado Aguada, Op. cil., p. 62.


32 ltíd., pp. 64-65.
3 8 / Muertes violentas

que se respete el DIH y a las comisiones que investigan y hacen reco-


nocimiento, teniendo en cuenta las normas del Comité Internacional de
la Cruz Roja (CICR) y aplicando los protocolos que brinden garantías a
los combatientes.
En la guerra irregular que vive Colombia debería garantizarse mínima-
mente que los cuerpos retornen a sus familiares y allegados, que se les dé
sepultura de acuerdo con sus creencias, y que tengan un nombre para
identificarlos.
Pero en Colombia la situación a este respecto es lamentable, y en
muchas ocasiones, antes que apoyar el trabajo realizado por los antropó-
logos, los actores armados ponen en tela de juicio su imparcialidad. En
cualquier caso, se debe subrayar la importancia de guardar respeto por la
identidad y la historia de las víctimas, que los cuerpos no se conviertan
en objetos susceptibles de ser abandonados, pues, aunque muertos, si-
guen perteneciendo a un grupo familiar y social específico.
Ahora bien, respecto de los muertos en combate y con relación a la
simbolización y significación de la muerte el problema más grande parece
estar en la esfera de su ritualización, es decir, en la imposibilidad de elabo-
rar el duelo por parte de los parientes próximos. En la experiencia colom-
biana, sólo una parte de las víctimas es objeto de ritos fúnebres y de proce-
sos de elaboración social y simbólica de su muerte.
Otro aspecto relacionado con la muerte en combate es el de los com-
batientes como víctimas del dolor. También ellos necesitan procesos de
elaboración de sus duelos, aunque podría pensarse que por su condición
misma de combatientes estén más preparados para enfrentar el dolor y
la muerte. N o obstante, pese a su preparación física y mental para el
combate y para la muerte, la experiencia es igualmente dolorosa. Una ex
guerrillera decía al respecto: "Ninguno de nosotros pensaba en que po-
díamos abandonar la sede de la embajada vivos y sin los compañeros. La
consigna de vencer o morir condicionaba nuestra existencia, la interiori-
zamos realmente, asumimos la posibilidad de morir, sabiendo que la cosa
más real y bella era vivir"."
A pesar de aceptar la muerte propia de manera 'fría', la de los com-
pañeros siempre será dolorosa, y también en estos casos se impone la
necesidad del duelo y de ritualizar el dolor. Veamos otro testimonio muy
significativo de esta ex combatiente, frente a la muerte de Afranio Parra,
ambos eran militantes del M-19:

33 María Eugenia Vásquez, ex militarne del M-19. El testimonio fue cedido por la autora y publi-
cado después p o r el Ministerio de Cultura bajo el título Bitácora de una militancia, Bogotá, 1998,
p. 219.
El exceso en el escenario de lo político / 3 9

Pasé la noche despierta apretando entre mis manos un cuarzo, regalo de Afranio,
invadida de imágenes en blanco y negro sobre vida y muerte. Al amanecer había
tomado una decisión. Me acompañaba una fuerza extraña como surgida de mis
propias cenizas. El dolor me exigía convocar la vida para exorcizar la muerte que
me tenía harta, para salir del círculo de sangre que rodeaba al país desde hacía
tanto tiempo y que continuaba sobre nosotros. Por primera vez quería ver el rostro
de la muerte para poder encontrar la vida. Asistir al velorio de Afranio, llorarlo y
entender su ausencia, vivir el luto a fondo, no dejar en el aire este nuevo dolor para
que se hiciera eterno.
Busqué a Iván como cómplice para realizar el ritual. Fuimos a la Casa Gaitán
donde lo velaron. Entre la multitud encontré a sus hijos, a La Chacha —su mujer
más permanente— a sus viejos, a nuestros amigos, a la gente del pueblo, su gente
[...] Cuando logré acercarme lo miré despacio con miedo de afrontar por primera
vez su silencio. Y luego le hablé. —Afra viejo. Aquí estoy. Te voy a llorar [...] porque
si no entierro contigo esta tristeza y a todos mis muertos no sepultos me muero—.
Allí, a los pies del féretro me sentí más serena [...] nos juntamos los viejos amigos, la
familia, los paisanos, sus mujeres y las amigas para acompañarlo hasta que nos pasa-
ra a todos, incluido él, el asombro de su muerte y la aceptáramos. Entonces Afranio
podría irse, tranquilo, más allá de la vida. 54

Las masacres: la crueldad extrema y el exceso


Los seres humanos son incapaces de abolir la muerte, pero no existen razones por
las que no puedan abolir las matanzas mutuas
Norbert Elias

Por una curiosa paradoja, el hombre, este animal que ha sublimado y trascendido
magníficamente la muerte, es el que masacra con el más perfecto refinamiento y la
más cruel despreocupación a las especies vivientes y ala suya propia
L.-V. Thomas

La sociedad colombiana ha conocido en esta última violencia una moda-


lidad de muerte, la masacre, que involucra menos a los combatientes y
más a la población civil, pese a ser producto directo de la confrontación
armada. Ella afecta de manera directa a sectores civiles no involucrados
en el conflicto, rasgo que por lo demás parece caracterizar las "nuevas

34 Ibíd., pp. 423-424.


4 0 / Muertes violentas

guerras en el ámbito mundial", en acciones que no son resultado de


35

ninguna confrontación, son ataques mortales de actores armados contra


poblaciones inermes de civiles desarmados. Ante esta modalidad de vio-
lencia, algunos autores cuestionan el concepto de guerra para referir los
conflictos recientes en el mundo. Según ellos, este tipo de acciones no
corresponden precisamente a una guerra, en tanto no existe más que un
bando armado contra poblaciones desarmadas. En los mismos térmi- 36

nos se refería Eric Lair, en un artículo reciente sobre el terror como la


37

más utilizada estrategia de guerra, ante la imposibilidad de caracterizar


el conflicto colombiano como una guerra civil.
En términos de Sofsky, las masacres pueden ser definidas como: "una
violencia colectiva contra gentes sin defensa, que no pueden ni huir ni
oponer resistencia o como una acción excesiva donde la violencia disfruta
de una libertad absoluta". Ensayada desde los años ochenta como mo-
38

dalidad de la violencia política, la masacre ha sido, por esta vía, la estra-


tegia más utilizada por los grupos armados para atentar contra diversos
grupos de población. Aunque en el caso colombiano, a los paramilitares
se les atribuye la mayoría de víctimas de las masacres, a esa forma macabra
de asesinato t a m b i é n h a n a p e l a d o los grupos guerrilleros, los
narcotraficantes, e incluso el ejército. En las ciudades las masacres han
sido también dirigidas contra grupos de jóvenes. 39

Miembros del Ejército Nacional, adscritos a la III Brigada ejecutaron a seis personas
que viajaban en un carro particular por la carretera a Buenaventura. En el kilóme-
tro 28, jurisdicción del municipio de Dagua, los militares habían instalado un retén
y dispararon contra el automóvil y una motocicleta en los que se movilizaban las
víctimas. La versión dada por los militares a los medios de comunicación indica que
las víctimas "eran delincuentes que no atendieron la orden de Pare y que dispararon
contra los militares". Sin embargo no se hallaron indicios de que las personas porta-
ran armas y sus familiares señalaron que todos eran personas honestas y reconoci-
das en la ciudad de Cali. Los familiares de las víctimas entablaron una demanda

35 Mary Kaldor, Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global, Barcelona, Tusquets Edito-
res, 2001. También Peter Waldmann y Fernando Reinares, Sociedades en guerra civil. Conflictos
violentos de Europa y América Latina, Barcelona, Paidós, 1999.
36 P. Waldmann y F. Reinares, Op. cit., p. 13.
37 Eric Lair, "El terror, recurso estratégico de los actores armados: reflexiones en torno al conflicto
colombiano", Análisis Político, N.° 37, Bogotá, Iepri, Universidad Nacional, may.-ago., 1999.
38 Wolfgang Sofsky, Traite de la violence, París, Gallimard, 1988, p. 158 (el resaltado es nuestro).
39 María Victoria Uribe y Teófilo Vásquez, Enterrar y callar. Las masacres en Colombia, 1980-1993,
vol. 1, Bogotá, Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos, Fundación Terre
des Hommes, 1995.
El exceso en el escenario de lo político / 41

contra La Nación por los hechos y el Juzgado 17 de Instrucción Penal Militar asu-
mió la investigación correspondiente.'" 1

Bajo esta modalidad de muerte violenta crecieron sensiblemente las


cifras de la violencia en el país. Aun cuando un número exacto de masacres
es un dato muy difícil de obtener, un estudio —sin duda el más completo
al respecto— reporta una cifra de 1.228 masacres entre el 1." de enero de
1980 y el 31 de diciembre de 1993.'" El dato que registran los autores es
bien significativo en cuanto a la magnitud del fenómeno, sobre todo si
tenemos en cuenta que esta modalidad se ha incrementado notablemen-
te en los años posteriores a dicho estudio.

Los símbolos del exceso


En términos de sus significaciones, encontramos que la masacre, con res-
pecto a la ejecución misma de la muerte, es portadora de un grado exce-
sivo de violencia porque conlleva niveles de crueldad y de sufrimiento
asociados a la mutilación y la manipulación de los cuerpos. En efecto, el
cuerpo es el símbolo de inscripción del horror, mediante mensajes cifra-
dos, en esta forma de asesinar.
La masacre está inscrita en un contexto social, cultural y político de-
terminado y, en esa medida, sólo puede explicarse desde ahí, es decir,
desde una perspectiva social y cultural, con todo y la sevicia que presenta
y que, hay que decirlo, no es exclusiva de la violencia colombiana. Por su
mismo carácter, estas problemáticas tocan con aspectos emocionales de
los seres humanos que bien podrían confundirse con razones de índole
individual, es decir, psicológicas. En términos generales, es lo que po-
42

dríamos llamar una muerte social. Esta acción criminal en sí misma ge-
43

nera ciertas dinámicas que la psicología social y la antropología nos ayu-

40 Masacre registrada el 8 de febrero de 1998 en el departamento del Valle. "Panorama de dere-


chos humanos y violencia política" (Banco de datos de Derechos Humanos y violencia política,
Cinep y Justicia y Paz), Noche y Niebla, N.™ 7 y 8, ene.-jun., 1998, pp. 40-41.
41 M. V. Uribe y T Vásquez, Op. cit. La confiabilidad de dichas cifras está dada por el registro
pormenorizado de cada una en un documento anexo (Banco de datos) que acompaña la publi-
cación.
42 Sin duda hay casos de muertes violentas donde factores psicológicos están en la raíz misma del
acto violento, como el típico "asesino en serie". No es de este tipo de casos del que nos ocupa-
mos aquí.
43 Ajuzgar por la literatura sobre la muerte, es preciso diferenciarla de la muerte social en la que
algún miembro de una colectividad (por lo general como castigo) es privado de la relación con
sus semejantes y literalmente excluido o marginado.
4 2 / Muertes violentas

dan a explicar, en tanto los elementos puestos en juego en su ejecución


no son factores de orden patológico (o psicológico) en lo individual, sino
características que son fruto de condiciones sociales específicas y cuya
significación, en todo caso, sólo puede ser social. Por ejemplo, la euforia,
la alteración de ciertas conductas en actos colectivos como una acción
propia de una masa, la ebriedad de la sangre y sus efectos, el miedo, 44

etc. Un testimonio de una masacre reciente deja ver la manera como


éstas suceden:
Paramilitares realizaron un bloqueo de vías, entre las 9:00 a. m. y las 2:00 p. m., en
un sitio aledaño a las fincas La Olla y La Esmeralda, ubicadas sobre la vía que comu-
nica la Inspección de Policía Pavarandó (en Mutatá, Antioquia) y el corregimiento
Llano Rico (en Riosucio, Chocó) y ejecutaroaa seis campesinos. El sitio en mención
está ubicado a 20 minutos del asentamiento de campesinos desplazados de Pavarandó,
en cuyas inmediaciones se encuentra una base militar. El grupo paramilitar era co-
mandado por un hombre de estatura baja, contextura gruesa, tez blanca, y por otro
hombre encapuchado de tez negra conocido como 'Chapore', quien iba señalando a
las víctimas, acusándolas de ser milicianos. Durante la acción, los paramilitares de-
tuvieron a los campesinos y colonos que transitaban por esta vía, en su mayoría
pertenecientes a las comunidades desplazadas, asentadas en Pavarandó, a quienes
bajo amenazas separaron en dos grupos. "[...] Las mujeres se sientan acá y los hom-
bres vienen para acá". Y nos colocaron por allá sentadas, en el suelo. Y nos decían:
"a ustedes las vamos a matar y a los niños nos los llevamos nosotros". Posteriormen-
te, con lista en mano y luego de ser señalados por el hombre de tez negra que se
hallaba encapuchado, sacaron del grupo a varios campesinos y hacia la 1:00 p. m. se
los llevaron a un sitio enmontado en donde los torturaron y ejecutaron de varios
impactos de arma de fuego. [Según] un testimonio "lo cogían con aerosol, y eso
prendía y se lo ponían así, y decía: 'ay hermano, no me queme, no me queme', y lo
cogían por el pelo y lo jalaban así".
Otro testimonio afirma: "A unos los quemaban, los tenían ahí amarrados en el
suelo, los quemaban con un coso que tenía candela y les ponían ahí, así, como un
desodorante, y los quemaban". Luego sacaron del grupo a varias mujeres jóvenes, a
quienes sometieron a tratos indignos e insultos, practicándoles requisas en sus par-
tes íntimas y haciéndoles quitar la ropa. Luz Estella Oquendo, de 25 años, fue acusa-
da de colaborar con la guerrilla, la sacaron del grupo, la amarraron, la tiraron al
piso y se la llevaron junto con las otras víctimas, y luego la ejecutaron. A John Jairo
Tordecillas y a Clímaco Serpa, de 22 y 45 años respectivamente, los sacaron por la
fuerza del grupo de campesinos, y en presencia de sus familiares los amarraron, y
se los llevaron a un sitio enmontado, en donde los torturaron y ejecutaron. Duran-
te la detención, a las mujeres y sus niños, que fueron dejados en libertad hacia las

44 W. Sofsky, Op. cit., pp. 157 y ss.


El exceso en el escenario de lo político / 4 3

2:00 p. m., las amenazaron diciéndoles: "[que] nos iban dizque a amarrar y que nos
iban a matar, y que nos iban a botar ahí que porque éramos las mujeres de los gue-
rrilleros [...] que nos iban dizque a quitar los niños, que se los iban a llevar ellos".
Finalmente, los paramilitares dijeron a los campesinos: "[que] nos fuéramos a bus-
car la vida de ellos, que nos fuéramos en contrario, que porque ellos nos daban plata
[...] Y nos dijeron que triste desplazado que se encuentre por aquí, lo matamos". Les
advirtieron que "[no fueran] a decir nada acá, que ellos eran paramilitares. Y si nos
preguntaban por qué se devolvieron, digan que fue porque les dio pereza [...] por-
que si no, pues sabemos y si ustedes dicen algo, los matamos [...]". 45

El horror sobre los cuerpos


Los mensajes dejados luego de la ejecución de la masacre no se agotan
en los códigos cifrados sobre el espacio físico geográfico donde ella sucede,
sino que, en otro acto de profunda significación, continúan sobre los cuer-
pos, que se vuelven un 'lugar', 'escenario' de ejecución del ritual violento.
Y el cuerpo, como se sabe, está cubierto de significaciones culturales.
"Las personas que están en la lista son trasladadas hasta el lugar de la
40

masacre y allí son amarradas e interrogadas: algunas son liberadas poste-


riormente y las demás serán asesinadas. Muchas de ellas son degolladas
y a otras se les abre el vientre y se le desocupa para que no floten cuando
sean lanzadas al río". 47

El cuerpo como vehículo de representación


El cuerpo es un objeto social, dotado de historicidad como la sociedad y
la cultura de las cuales depende. Pero es también un objeto 'privado',
esto es fruto de una experiencia directa y personal en el ámbito de lo
vivido, producto de una historia singular, fuente de sensación y de men-
sajes algunas veces incomunicables. 48

45 Se trata de una masacre ocurrida en Mutatá, Urabá, departamento de Antioquia, el 23 febre-


ro de 1998. "Panorama de derechos humanos y violencia política" (Banco de datos de Dere-
chos Humanos y violencia política, Cinep v Justicia y Paz). Noche y Niebla N.™ 7 y 8, ene.-jun..
1998, p. 26.
46 Las listas de muerte se usaron hace unos años en la ciudad. Hoy son de nuevo un mecanismo de
los victimarios asociado generalmente a la ejecución de las masacres en las áreas rurales.
47 María Victoria Uribe. "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia eu Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Editorial Norma, 1999, p. 279.
48 Denise Jodelet, "La représentation du corps, ses enjeux privés et sociaux", en: J. Hainard y
R. Kaehr, eds.. Le corps en jeu, Neuchâtel, Suiza. Musée d'ethnographie, 1983. p. 127.
4 4 / Muertes violentas

Para el etnólogo, una sociedad "se dice" en lo que ella hace del cuer-
po y a los cuerpos. Las funciones y los usos que le son conferidos, y las
técnicas, reglamentaciones y saberes que le conciernen son tratados como
formas en las cuales se descifran las visiones del hombre y del mundo; 49

o en términos de Héritier, las representaciones del cuerpo son expre-


50

siones de un imaginario social, de un orden simbólico y de una identidad


de grupo. Según Boltansky, para los sociólogos el cuerpo es expresión
51

de determinismos sociales; para Bourdieu, portador de las huellas de


52

las estructuras fundamentales de un grupo. Para unos y otros es, en todo


caso, un producto dotado de sentido. Si admitimos estas consideracio-
53

nes sobre el cuerpo, adquiere particular interés lo que la sociedad colom-


biana esté diciendo sobre ella misma en ese manejo grotesco que se hace
de los cuerpos en los actos de violencia.
En todas las culturas el cuerpo es, pues, vehículo de representación,
signo y significante. Ya se trate del cuerpo vivo o del cuerpo muerto. Con
54

respecto al cuerpo vivo, se lo decora, manipula, marca, interroga y, a través


de esas marcas, habla de él y de los otros, o calla y entonces simboliza. El
cuerpo es superficie de inscripción y es emisor, portador y productor de
signos. Contribuye, según Augé, a codificar materialmente la memoria
social; el cuerpo es portador de la memoria social. Constituye la superficie
sobre la cual los hombres inscriben y marcan, y no significa —continúa
Augé— más que aquello que los hombres le hacen significar.
En términos de Berthelot, dentro de todas las culturas el cuerpo es
55

objeto y soporte de representaciones y de prácticas particulares. Es funda-


mentalmente signo: puede ser a la vez señal, signo, símbolo e índice y es, al
mismo tiempo, instrumento y espacio de comunicación y de significación.
El uso semiológico del cuerpo es exhibido o reprimido, según el caso.
Como hace ya mucho tiempo lo señalara Mauss, el cuerpo es la 56

"bisagra" entre naturaleza y cultura, así lo indican los procesos educati-

49 Françoise Loux, Sagesses du corps: la santé et la maladie dans les proverbes françaises, Paris, Maisonneuve
Larose, 1978, citado por D. Jodelet, Op. cit., p. 127.
50 Françoise Héritier, "Symbolique de l'inceste et de sa prohibition", en: M. Izard y P. Smith, La
fonction symbolique, Paris, Gallimard, 1979.
51 Luc Boltansky, "Les usages sociaux du corps", Annales, 26 (1), Paris, pp. 205-233.
52 Pierre Bourdieu, Le sens pratique, Paris, Ed. de Minuit, 1980.
53 D. Jodelet, Op. cit., p. 127.
54 Marc Augé, "Corps marqué, corps masqué", en: J. Hainard y R. Kaehr, eds., Le corps en jeu,
Neuchâtel, Suiza, Musée d'ethnographie, 1983, p. 84.
55 Jean-Michel Berthelot, "Le corps contemporain: figures et structures de la corporéité", Recherches
Sociologiques, Paris, Université de la Sorbonne, 1998/1, pp. 7-18.
56 Citado por F. Loux, "Du travail à la mort: le corps et ses enjeux dans la société française
traditionnelle", en: J. Hainard y R. Kaehr, eds., Le corps en jeu, Neuchâtel, Suiza, Musée
d'ethnographie, 1983.
El exceso en el escenario de lo político / 4 5

vos en los niños, que son procesos de manejo del cuerpo. En efecto, al
niño se lo considera como inacabado, más próximo a la animalidad que
al ser humano, como si fuera necesario acabar de construirlo. Hay que
enseñarlo a sostenerse en pie, no en cuatro patas que es lo propio de la
animalidad. La función de la educación es separarlo de lo "natural", re-
presentado en la madre, mediante la acción socializadora y civilizadora
encarnada en el padre como símbolo de la cultura. Conscientemente o
no, el cuerpo es la base de la educación primera, intermediario entre
naturaleza y cultura, lugar de pasaje y de asociación; es, por excelencia,
el lugar sobre el cual se anclan los simbolismos, sobre el cual están
enraizados los rituales. Cuerpo enjuego y juegos del cuerpo devienen,
57

pues, instrumentos de una lectura de las condiciones societales de su


producción y de su puesta en escena. 58

Los usos sociales del cuerpo: contra la desnudez


Al exponer la manera como la cultura modela los cuerpos y los hábitos de
vestirse (s'habiller), France Borel plantea que el cuerpo desnudo es casi
intolerable, y lo social se ha impuesto negando esta desnudez. "La piel 59

en su desnudez no tiene ninguna existencia posible [...] La carne en esta-


do bruto parece tan intolerable como amenazante [...] El organismo no
es viable más que vestido de artificios". Borel muestra, con algunos
00

ejemplos, cómo todas las culturas han moldeado esas maneras específi-
cas de "vestir" el cuerpo en determinados contextos simbólicos, donde,
sin embargo, lo común es el rechazo a la desnudez o a la ausencia de
signos sobre él, algunos de los cuales son "marcados directamente en él
como los tatuajes" y por esta vía se lo cubre de significaciones. Que sea
por razones de orden estético, erótico, higiénico o médico eso no cambia
la costumbre de hacerlo; en todo caso, lo que permanece es la transfor-
mación de las apariencias. El cuerpo, en cada contexto, es como una
plastilina que se pliega dócilmente a las voluntades y los deseos sociales.
El es, pues, un objeto social.

57 Ibíd., p. 141.
58 J.-M. Berihelot, Op. cit., p. 17.
59 France Borel, "Limaginaire á (leur de peau", Cahiers Internationaux de Simbolisme, N.™ 59-61,
Mons, Bélgica, CIEPHUM, Université de Mons, 1988, p. 65. El verbo s'habiller significa literal-
mente 'vestirse'. Sin embargo, la connotación dada por la autora en este artículo es más amplia,
en tanto alude no solamente a) vestido sino también a todos los signos (tatuajes, cortes, acceso-
rios, etc.) que se hacen sobre los cuerpos por obra de la cultura. Es lodo aquello que la cultura le
impone al cuerpo para contrarrestar su desnudez asumida como del orden de la naturaleza.
60 Ibíd.
4 6 / Muertes violentas

Otro motivo para este habillement es también la diferenciación con el


animal. El cuerpo absolutamente desnudo se considera como animal, del
orden de la naturaleza, y se presta a la confusión del hombre con la bestia,
mientras que el "cuerpo decorado y vestido, tatuado o mutilado exhibe
ostensiblemente su humanidad y su integración a un grupo constituido". 61

Es, entonces, por el rechazo categórico a la desnudez que el ser humano se


distingue de la naturaleza, lo cual instaura un corte radical entre lo biológi-
co y una conquista de orden cultural. Las instancias sociales exigen que el
cuerpo abandone su "salvajismo", a cualquier costo, incluido el del dolor,
la presión y la inconformidad.
Ahora bien, las modificaciones corporales no son obra de un solo
individuo, "la cultura es pública porque la significación lo es, ellas de-
62

penden de la colectividad, que tiene un consenso secreto al respecto. Más


allá de las diferencias y opciones, lo que permanece es la transformación
de las apariencias. Con la cultura, la desnudez integral ofrecida por el
nacimiento no permanece. El ser humano pone su marca sobre el ser
humano. En fin, "el cuerpo no es un producto de la naturaleza sino más
bien de la cultura". Mediante la mutilación, la deformación y la puesta
6S

en obra de artificios, el ser humano intenta, deliberadamente, corres-


ponder a un esquema ideal, a una especie de imagen mental, que de
modo misterioso sostiene la mayor parte de las actividades corporales.
Se ha demostrado que una transformación, aun la menor, en el cuerpo
entraña un trastocamiento de las percepciones y es lo que Paul Shilder
(un psicoanalista austriaco) ha bautizado la "imagen del cuerpo". El 64

hábito, contrariamente al proverbio, dice Borel, sí hace al monje. Y como


señala otro autor, en ningún otro caso el cuerpo es tan portador de signos
como cuando la muerte lo convierte en un cadáver. La muerte es la últi-
ma interrogación. 65

El lenguaje y los signos de la violencia sobre el cuerpo


En la relación que se hace dentro de las ciencias entre violencia y muerte,
la violencia aparece nombrada de mil formas, mas no la muerte. Asimis-
mo, el cuerpo, como objeto de estudio, ha sido ampliamente abordado
por varias disciplinas, como la medicina (anatomía, fisiología, patología)

61 Ibid., pp. 66-67.


62 C. Geertz, La interfretación de las culturas, p. 26.
63 F. Borei, Op. cit., p. 67.
64 Ibid.
65 M. Augé, Op. cit., p. 83.
El exceso en el escenario de lo político / 4 7

y, más recientes, la sociología, la antropología y la historia, pero no el 60

cuerpo muerto, es decir, el cadáver. En este sentido resaltamos un texto


de L.-V. Thomas, y basados en este autor, intentaremos aproximarnos a
67

algunas representaciones o significaciones del cadáver en diferentes cul-


turas.
¿Será posible desentrañar un rango de significaciones de la muerte
violenta haciendo un seguimiento de las significaciones del cuerpo muerto,
por las 'marcas' que la violencia deja sobre él? ¿Es posible que un cadá-
ver, portador de signos, 'hable'? Las preguntas, creemos, son bastante
pertinentes, en tanto interrogan las violencias ejercidas sobre el cuerpo y
a través de él. No se pretende, ni mucho menos, agotar las representacio-
nes culturales del cadáver, sino hacer notar de qué manera él es objeto de
innumerables significaciones, porque el cuerpo muerto es 'lugar donde
ocurren las violencias' y, como tal, es probable que la violencia 'hable' en
los actos ejercidos sobre los cuerpos, que se exprese en un 'lenguaje cor-
poral'.
El cadáver es también objeto dé construcción y representación de cul-
tos, símbolos y rituales, que dejan ver la relación establecida con la muer-
te en muchas culturas y las dimensiones simbólicas de las cuales se cubre.
Buena parte de las significaciones culturales de la muerte tienen que ver
con el tratamiento de los cuerpos muertos, en cuyo origen parecen estar
prácticas de higiene y temores de contaminación, son ritos purificadores,
dice Thomas, se trata de cierta ritualidad defensiva por el temor a la
contaminación. La putrefacción se revela insoportable, porque significa
impureza y disolución del ser, los ritos logran dominarla parcialmente al
llevarla del plano real al simbólico. 68

Las características señaladas por Thomas sobre la contaminación dan


cuenta también del rechazo que genera la misma palabra cadáver. Los acon-
tecimientos de la vida se narran por lo general en forma sencilla, con ex-
cepción de la muerte, para la cual utilizamos siempre términos rebuscados
y metafóricos para nombrarla, tales como "se ha apagado", "el gran árbol
ha caído", etc. 69

Desde el punto de vista antropológico, los cuerpos fragmentados han


sorprendido incluso a los arqueólogos, familiarizados con múltiples cul-
turas. En el caso del antiguo Egipto y sus prácticas de exhumación o

66 En cuanto a la historia, véase Jacques Le Goff. Fragmentos para una historia del cuerpo, Madrid,
Taurus, 1990. En el terreno de la antropología, existen reflexiones muy actuales: Varios autores,
Cuei-po, diferencias y desigualdades, Bogotá, Ces, Universidad Nacional, 2000.
67 Louis-Vincent Thomas, El cadáver. De la biología a la antropología, México, FCE, 1989.
68 Id., Rites de mort, pour la paix des vivants, París, Favard, 1985, p. 175.
69 Ibíd., p. 79.
4 8 / Muertes viólenlas

inhumación de cuerpos desmembrados, un egiptólogo explicaba este tra-


tamiento de los cadáveres como una manera de "impedir el retorno del
difunto al mundo de los vivos", mientras algunos antropólogos recono-
70

cen como costumbre que los cadáveres de santos o de monarcas fueran a


veces dispersados para reforzar el poder que emanaba de ellos.
En todas las culturas pueden encontrarse significaciones del cadáver,
que no necesariamente están en relación con la violencia, no obstante,
nos interesa indagar por una dimensión de ésta: la que hace de los cuer-
pos mensajeros de terror al cubrirlos de significaciones, que si bien tienen
una expresión física en la violencia que se ejerce sobre ellos, tienen ade-
más una dimensión simbólica, expresada a través de un cadáver mutila-
do o fragmentado. En efecto, cuando la muerte física no basta sino que
sobre el cuerpo se ejecutan "otras muertes", el victimario deja mensajes.
Desde la misma "significación del acto criminal" que va mucho más allá
de la muerte (física) —por ejemplo mutilaciones posteriores a la muer-
te— y entra en otras dimensiones que pasan por los efectos del terror
sobre las poblaciones (esencia del suplicio en algunos casos).
Otra razón de la mutilación sobre los cuerpos, bastante más próxima a
lo que estamos estudiando, es la vehiculización de la crueldad: la utiliza-
ción del cuerpo como escenario para la producción de dolor y sufrimiento,
como emisor de signos de muerte y de violencia; también de terror. "El
cuerpo es sólo aquello que los hombres le hacen significar". 71

En el análisis antropológico de la violencia el cuerpo constituye un


vehículo de representación, y si admitimos que lo es en todas las culturas
podemos concluir que, en el caso de la violencia colombiana, el cuerpo
no sólo es el lugar de ejecución del ritual violento, sino también el 72

'lugar', no tan físico, en el cual se tejen algunas significaciones de la muerte


violenta. Las manipulaciones sobre los cuerpos de las víctimas resultan
las más significativas en este sentido, estimulan las impresiones físicas y
visuales y ponen el cuerpo a distancia para hacer de él un objeto y un
espectáculo. 73

Desde el punto de vista psicoanalítico, la unidad corporal es la que


constituye el sujeto: una imagen del cuerpo que llega a través de otro. Su
fragmentación, por oposición, es el horror, lo siniestro, lo irrepresentable,
lo innombrable.
Un victimario entrevistado por la revista Semana, cuenta la forma

70 Citado por L.-V. Thomas, El cadáver. De la biología a la antropología, p. 312.


71 M. Augé, Corps marqué, corps masque, p. 79.
72 Elsa Blair, "Memorias e identidades colectivas: desafios de la violencia", Estudios Políticos, N." 12,
Medellín, Universidad de Antioquia, 1998.
73 F. Borel, Op. cit., p. 68.
El exceso en el escenario de lo político / 4 9

macabra como se perpetraron los crímenes de doce comerciantes utili-


zando para ello una motosierra: "Lo que pasó después está contado en
detalle en el expediente, es decir, cuando secuestramos a los comercian-
tes en su viaje a Medellín y la forma como los descuartizamos y los tira-
mos al río. Por eso nunca aparecieron los cadáveres. Yo me declaré culpa-
ble de esa masacre porque yo la dirigí". 74

La crueldad ejercida sobre los cuerpos y generadora de terror, objeto


de desplazamientos masivos y demás, no es, con todo, la única significa-
ción de esta forma de violencia. Además de sus implicaciones físicas, la
violencia sobre los cuerpos tiene efectos que se dejan sentir en otra di-
mensión emocionalmente mucho más agresiva: la que los cosifica y a
partir de ahí puede manipularlos.
Sin duda, es preciso indagar con mayor profundidad en este tipo de
prácticas y sus significaciones, aunque pocos, hay esfuerzos interesantes
en el país en este sentido. En primer lugar, los trabajos ya bien conocidos
de María Victoria Uribe, aunque los desarrollados en esta perspectiva se
refieren a la violencia de los años cincuenta. Sin embargo, a partir de allí
ha escrito y publicado algunos artículos sobre la violencia actual. Ella
toma como base la reflexión de Begoña Aretxaga acerca de la utiliza- 75

ción del cuerpo por parte de los presos del IRA en Irlanda del Norte, y
analiza el cuerpo como un texto. De hecho, sus alusiones más recientes
han sido sobre el cuerpo como texto político. 76

Intentando responder la pregunta de por qué el cuerpo reviste esta


importancia en la ejecución de la violencia, la investigadora Alba Rodríguez
retoma a Bryan Turner para explicar que esto es así porque el cuerpo es

74 Testimonio de Alonso de Jesús Baquero, paramilitar conocido como el Negro Vladimir, responsa-
ble de múltiples masacres en el país. Hoy está condenado a treinta años de cárcel. Semana, N.°
793, julio de 1997. Véase además la entrevista realizada por Alba Nubia Rodríguez, "Delitos
atroces", en: Memorias del I Congreso Internacional sobre violencia social, violencia familiar: una cues-
tión de derechos huvuinos, Manizales, Universidad de Caldas, Icbf, 1999.
75 Begoña Aretxaga, Shattering silence. Women, nationalism, aiui political subjectivity tn Northern Ireland,
Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1997.
76 En una conferencia dictada en la Universidad Nacional de Medellín, retomaba su análisis de
las masacres de los cincuenta y pensaba la violencia reciente desde esta dimensión interrogán-
dose por los "decires" del cuerpo como texto: la estructura corporal que los campesinos le
asignaban al cuerpo y el tratamiento que le daban en consecuencia.
Otros estudios se interrogan por esta dimensión, entre ellos el trabajo de Alba Nubia
Rodríguez de la Universidad del Valle publicado con el título "Los delitos atroces"; igualmente,
un trabajo inédito bastante interesante, "La violencia y la memoria colectiva" del profesor Al-
berto Valencia de la Universidad del Valle; asimismo, Alejandro Castillejo en su trabajo sobre
desplazamiento interno en Colombia, donde plantea que el cuerpo en un contexto de violencia
se transforma en un símbolo en medio de una red de sentidos configurados socialmente, basa-
do en Alien Feldman, Formations of violence: The narrative of tlie body. Political terror m Northern
Ireland, Chicago, University of Chicago Press, 1991.
5 0 / Muertes violentas

el que da presencialidad social, y ante el agotamiento de escenarios simbó-


licos de expresividad, la necesidad que existiría de hacer del cuerpo y de
su tratamiento una forma de transmitir mensajes que impacten, que de-
jen huellas indelebles, y poder así comunicar y simbólicamente cuestio-
nar, sub,vertir o terminar con un orden establecido. "El muerto no dice
77

nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento". 78

Una segunda razón, que a nuestro juicio llega incluso más hondo y más
allá de la explicación por la presencialidad social, es la aportada por el
analista alemán W. Sofsky, para quien el "cuerpo es el centro constitutivo
del sujeto". Esto explicaría el ataque del cual es objeto en la violencia.
79

Quizá el afán de invisibihzar, de des-identificar a las víctimas aclare par-


cialmente la ejecución de las mutilaciones sobre los cuerpos, ya sea los que
son desmembrados o los que "desocupan para que no floten en el río". Su
desaparición o su imposibilidad de reconocimiento incrementan el miste-
rio y son, de hecho, una garantía de impunidad. Pero otras mutilaciones
80

no se aclaran de este modo, como los cuerpos degollados, que en el análi-


sis señalan un cambio profundo de la morfología humana, cuyo propósi- 81

to parecería ser deshumanizar y animalizar a la víctima.


En efecto, se habla siempre de un acto de naturaleza animal o del
grado de 'animalización' cuando se quiere dar razón del acto violento
mismo, ya sea en cuanto a la víctima o al victimario. En el primer caso, se
le atribuye esa condición a la víctima: previamente a la ejecución es pre-
ciso degradarla, animalizarla. En el segundo caso, cuando la 'animalidad'
se le atribuye al victimario, se dice que es una bestia capaz de cometer ese
tipo de actos en otro que es su semejante. 'Bestia' o 'bestialidad' son expre-
siones utilizadas para hacer referencia a este grado de ejercicio de la
crueldad. 82

Al respecto, y a diferencia de esta apreciación tan extendida, pensa-


mos que es al contrario, que es el carácter humano, y no animal, el que
marca el sentido o el significado del acto de crueldad. Matar a un ani- 83

mal no tendría que ser algo 'significativo' en esta cultura; el carácter

77 A. N. Rodríguez, Op. cit., p. 304.


78 A. Castillejo, Op. cit., p. 24.
79 W. Sofsky, Op. cit., p. 60.
80 Michael Taussig, Un gigante en convulsiones, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 32.
81 María Victoria Uribe, "El modelo chulavitas vs tipacoques en Colombia", en: Las guerras civiles
desde 1830 y su proyección en el siglo xx, Bogotá, Memorias de la n Cátedra anual de historia
Ernesto Restrepo Tirado, Museo Nacional de Colombia, 1998.
82 Por ejemplo, Luis Alfredo Garavito, asesino de niños, quien confesó haber asesinado a 140 niños
entre 1992 y 1999, apareció en la portada de la revista Semana N.° 913 del 1." de noviembre de
1999, con el titular "La bestia".
83 Esta valiosa apreciación la hizo una de las estudiantes auxiliares de investigación del proyecto,
Cristina Agudelo, en una de las tantas discusiones que sostuvimos a lo largo del trabajo.
El exceso en el escenario de lo político / 51

mostruoso del acto es que se ejecute sobre un ser humano, sobre todo si
se practica con tortura o suplicio. Los animales, por su parte, por 'bes-
tias' que sean, no son capaces de estos actos de crueldad. Es el ser huma-
no el único (animal) capaz de la práctica sistemática de la crueldad sobre
sus semejantes. Al referirse a este aspecto, W. Sofsky señala como un
error creer que la "deshumanización es la condición para las prácticas de
crueldad [...] creer que las atrocidades humanas exigen la deshumanización
del otro". 84

Ahora bien, a partir de las implicaciones culturales que tiene la vio-


lencia, prácticas como la crueldad, las torturas y las atrocidades sólo son
significativas en un contexto cultural determinado, como lo veremos en se-
guida.
La crueldad en otras latitudes
Diversos estudios sobre la conflictividad contemporánea, basados en
los conflictos étnicos que se han venido presentando en diferentes luga-
res del m u n d o (en particular en Europa y África), proveen casos
ilustrativos sobre la manipulación de los cuerpos como herramienta de
terror y las significaciones culturales de estas prácticas. En efecto, los
conflictos étnicos actuales en el mundo moderno han dado muestras de
una gran crueldad en el ejercicio de la violencia. En la literatura recien-
te se encuentran elementos ilustrativos muy sugerentes para pensar,
con las debidas precisiones, el problema colombiano. Varios trabajos de
historiadores y antropólogos franceses nos servirán de guía en esta in-
dagación. En uno de ellos, sobre el conflicto en la ex Yugoslavia, la 85

autora analiza el problema de la utilización y el sinsentido de la cruel-


dad, y le da particular significación a un tipo de crueldad que ella deno-
mina "crueldad de proximidad". "La proximidad entre enemigos per-
tenecientes al mismo tejido social o nacional permite saber sobre el
otro, sus costumbres, sus espacios de lo sagrado, sus preferencias, y ello
ayuda a escoger el mejor suplicio, el más preciso en cuanto a su objeti-
vo. La proximidad afectiva supone un conocimiento aun más profundo
de ese otro, de sus fallas, de sus puntos sensibles".
La utilización de la crueldad entre seres cercanos hace más agudo el

84 W. Sofsky, Op. cit., p. 162.


85 Véronique Nahoum-Grappe, "L'usage politique de la cruauté: L'épuration e t h n i q u e (ex
Yougoslavie, 1991-1995)" en: F. Héritier, De la violence, Paris, Editions Odile Jacob, 1996,
pp. 263-323.
5 2 / Muertes violentas

dolor. Ese "ver sufrir", más que el dolor y más que la muerte, se agrava
por los lazos de proximidad. 86

Se vuelve a señalar el uso de la crueldad en un artículo que significa-


tivamente se llama "Crueldad deliberada y lógicas de odio", un análisis 87

sobre el caso africano, concretamente sobre la confrontación entre hutus


y tutsis en 1994. La autora toma como base el reporte de la Comisión de
Naciones Unidas sobre Derechos Humanos, donde se afirma que la cam-
paña de exterminio de la etnia tutsi había sido una acción premeditada y
organizada, lo que permitía calificar esas masacres como genocidios, se-
gún la reglamentación de la convención internacional de 1948. De acuer-
do con los testimonios de sobrevivientes, médicos, periodistas y organiza-
ciones de derechos humanos, "durante el genocidio estuvo omnipresente
la intención de infligir sufrimientos extremos a las víctimas". Frente a 88

esta constatación, la autora se pregunta si las atrocidades cometidas en


Ruanda eran esenciales al proyecto genocida: ¿cuáles lógicas de odio y
cuáles determinantes históricas y políticas hicieron posible tanta cruel-
dad? y ¿por qué el sufrimiento se vuelve un fin en sí mismo?, y al hacerlo
recoge el estudio de Primo Levi sobre el genocidio nazi para retomar el
problema de la crueldad cincuenta años después en la Europa contem-
poránea. Levi señala cómo "el enemigo no solamente debería morir sino
que debía hacerlo con suplicio". Otro ejemplo de esta crueldad de proxi-
89

midad, en otro contexto cultural, basada en el conocimiento del 'otro' (de


la víctima) en el momento de infligir suplicio, nos lo presenta Fawaz N.
Traboulsi: "Es así como atentar contra el ird (el honor madre-hermana-
hija) constituye la 'herida simbólica' suprema de la violencia verbal para
los libaneses". 90

La masacre: el exceso en estado puro


La literatura actual y de corte antropológico sobre la violencia ayuda al
esclarecimiento de las significaciones de esta violencia que riñe con los
códigos y regulaciones propias de los conflictos, y deja ver que acciones
como las masacres apuntan es a la destrucción total.
Con el propósito de agregar al análisis los elementos antropológicos

86 Ibid., p. 305.
87 Claudine Vidal, "Le génocide des rwandais tutsi: cruauté délibérée et logiques de haine", en:
F. Héritier, De la violence, pp. 325-366.
88 Ibid., p. 328.
89 Primo Levi, Les naufragés et les rescapés. Quarante ans après Auschwitz, Paris, Gallimard, 1989,
p. 119.
90 Fawaz N. Traboulsi, "Rituales de la violencia", El Viejo Topo, N.° 80, Barcelona, die., 1994.
El exceso en el escenario de lo político / 5 3

que creemos es preciso rastrear en el caso colombiano, nos detendremos


en algunas de las características que el analista alemán Wolfgang Sofsky
le atribuye a una masacre, particularmente aquellas que pueden hacer-
91

se extensivas a las masacres colombianas de este último período de la


violencia.
El exceso: entre la sed de sangre -y la saciedad
La naturaleza de la masacre es el exceso, que sumado a otras caracterís-
92

ticas hace de ella un macabro ritual de ejecución de la muerte. Algunas


de ellas, que resultan sustanciales para reflexionar sobre el fenómeno de
la masacre en el caso colombiano, tienen que ver con los tiempos de la
masacre; otras con el cuerpo, tanto de la víctima como del victimario, y
otras, estrechamente ligadas al victimario, con componentes antropoló-
gicos como "la sed de sangre y la saciedad".
En lo que concierne a los propósitos, Sofsky muestra cómo, a diferen-
cia del combate o de la persecución, donde se busca la victoria o la captu-
ra, en la masacre el objetivo es "la destrucción total, aunque de entrada
no tiene ningún propósito más allá de ella misma: es la violencia en esta-
do puro, nada más". Sin embargo, es posible que quienes las dirigen
persigan objetivos por esos medios, como producir miedo o terror, o 'le-
gitimar' un estado de cosas; su ejecución puede ser por venganza, ene-
mistad o simple capricho. Esto es así porque rara vez esta 'instrumen-
talización' cumple una función en el desarrollo de la violencia, cualesquiera
Sean los objetivos que persiga la masacre. La argumentación en este sen-
tido apunta a señalar que el comportamiento de los asesinos en una ma-
sacre es siempre el mismo —por eso pasa por encima de los 'motivos'
invocados—, sea al servicio de un señor de la guerra, de una potencia de
ocupación o de un tirano. Así, el autor habla de "la uniformidad de la
fnasacre, que no tiene que ver con los objetivos sino con la dinámica
tnisma en que ella se desarrolla, que es universal". Muchas veces, quie-
95

hes ejecutan una masacre no se acuerdan siquiera de las intenciones que


los han llevado a la acción, el "exceso colectivo" corta los propósitos polí-
ticos o sociales, la violencia misma (su ebriedad) es la que determina el
acontecimiento.
En estas condiciones, dice Sofsky, para comprender la práctica y el
desarrollo de la masacre hay que remitirse a "la manera como es perpe-

91 W. Sofsky. Op. cit., pp. 155 v ss.


92 Ibid.. p. 169.
93 Ibid., p. 159.
5 4 / Muertes violentas

trada y no a los propósitos a los que dice apuntar". Esto debe tenerse
94

en cuenta, porque a partir de ahí se determinan las características mis-


mas de la masacre y se explican componentes como "la libertad absoluta
de la violencia". No se trata sólo de destruir 'cosas', sino también a la
gente, y eso 'autoriza' esa libertad. Es la destrucción como un fin en sí
misma, no la reconstrucción, ni hacer tabla rasa para un recomenzar. Por
esa razón la masacre no tolera sobrevivientes que puedan contar lo que
sucedió. Es un trabajo de eliminación radical, es una extirpación, con la
cual "cultura y sociedad son reducidas a la nada". Lo que importa es la
95

experiencia de la propia fuerza, demostrar que se es capaz de todo.


Las masacres surgen en esta última violencia como un estado poste-
rior a otras formas de la guerra, cuando se amplían sus límites, lo cual se
expresa en la degradación del conflicto y en la ejecución de formas de
muerte cada vez más macabras. En este sentido podríamos decir que a
medida que el conflicto se va degradando se necesita más del exceso.
El tiempo y el espacio de la masacre: las coordenadas del exceso
Para que las pasiones puedan desplegarse con libertad hay necesidad de
lugares cerrados, algunos lo son geográficamente, si no, ellos se encar-
gan de tender el cerco. Una vez circunscrito el teatro de la violencia, las
víctimas son sometidas a todas las atrocidades. Para ello hace falta un
segundo elemento, central en el desarrollo de la masacre: el tiempo. Se
requiere tiempo para explorar todos los rincones y escondrijos. La ma-
sacre no tiene futuro inmediato, únicamente la duración del presente, y
ahí también se diferencia del combate o la persecución.
Para Sofsky, sería más fácil matar rápidamente a las víctimas y aban-
donarse a la ebriedad de la destrucción, sin embargo, no sucede así, pues,
como la tortura, "la masacre quiere frenar el tiempo, prolongar la ago-
nía, diversificar la violencia". Una muerte rápida pondría fin a la ma-
sacre —¿a la fiesta?—, de ahí la necesidad de inventar siempre nuevas
atrocidades, como violaciones, robos, suplicios. "Con ellos el tiempo de
la masacre se prolonga. Es el exceso regocijándose".
Después del ataque por sorpresa, sus autores no tienen prisa; así,
conscientes de su superioridad, pasan casa por casa, pieza por pieza,
hacen pausas, interrumpen la acción, reposan entre una y otra muerte,
pero cuando es necesario aceleran la acción. A veces, mientras la ejecu-
tan, sus autores comen o beben. Todos los medios de prolongar la efu-

94 Ibid., p. 158.
95 Ibid.
El exceso en el escenario de lo político / 5 5

sión de sangre son permitidos, hay deleite en la angustia de la víctima, en


el exceso. 96

A la variedad de los ritmos y de los lugares se suma la diversidad de


los actos de violencia, todo está permitido, y ello explica el exceso, por
ejemplo vaciar completamente el cargador, aun cuando se sabe que la
víctima está muerta hace rato; el exceso busca la proximidad del otro. En
este punto, el autor señala su diferencia con los planteamientos acerca de
la deshumanización o de la distancia necesaria con el otro. No. El asesino
trabaja "a mano" y de cerca, quiere ver el cuerpo que sangra y los ojos
llenos de miedo, por eso su arma preferida en la masacre es el cuchillo; la
masacre es una orgía sangrante. El autor explica estos rasgos de atroci-
97

dad a partir de dos componentes: el placer de "ver sufrir" al otro y la


sensualidad del propio victimario. Respecto a esto último plantea que el
cuchillo le procura una sensación táctil y directa, así la violencia incide
sobre su cuerpo, sus músculos y sus manos, tiene una consistencia corpo-
ral y una evidencia física.
Después de esto, el cuerpo de la víctima queda destrozado: la ma- 98

sacre no busca eliminar sin dejar rastro, por el contrario, busca desfigu-
rar y mutilar el cuerpo humano. He ahí una interpretación antropológica
de la mutilación de los cadáveres —no se trata de una 'salvajería' colom-
biana incomprensible—. Pese a que encontramos una explicación de es-
tas atrocidades en la frialdad, es la pasión la que las anima. Además,
ellos no están obligados a disimular, su acción está a la vista de todo el
mundo a diferencia de la tortura que es clandestina. Es la teatralidad del
exceso. La masacre es una acción pública que escapa a la vigilancia y a la
moral sociales. 99

Para terminar, es preciso resaltar otro aspecto en el texto de Sofsky,


donde se quiebra lo que desarrollamos antes sobre la inhibición a matar.
En la masacre, los victimarios no tienen miedo, vergüenza, ni culpas, no
existe ninguna presión sobre ellos. No obstante, no es una locura furiosa,
tiene sus momentos de delirio y de exaltación histérica, pero el asesino
no golpea con furor ciego. "Es la alegría salvaje de la desinhibición ili-
mitada". Una sensación de libertad. La condición humana es metamor-
100

foseada, se suprime la distancia con relación a sí mismo —ese fardo que


aplasta al ser humano.
Una característica en particular, la de la permanencia de "una natu-

96 Ibid.,pp. 159-161.
97 Ibid., p. 162.
98 Ibid., p. 163. El autor hace descripciones que no viene al caso repetir aquí pero que. de alguna
manera, las hemos "visto" inuv de cerca en las masacres colombianas.
99 Ibid., p. 164.
100 Ibid., p. 165.
5 6 / Muertes violentas

raleza siempre idéntica en la masacre", cuestiona la pertinencia de las


explicaciones que se han dado acerca de este fenómeno en el caso de la
violencia colombiana. No hay duda que detrás de los desplazamientos de
las poblaciones y demás existían motivos económicos o intereses en jue-
go, pero que ellos sean la razón fundamental de la acción violenta es,
cuando menos, una explicación reductora del fenómeno que ignora o
deja de lado razones de orden más antropológico, pero presentes en una
acción violenta de esa naturaleza.
Llevando al extremo la argumentación, esta ausencia de interpreta-
ciones insinúa lo lejos que estamos de la comprensión de los procesos
violentos en el país, y la necesidad de otras miradas sobre un fenómeno
de semejante complejidad. Al ampliar el panorama, se hace evidente que
estos actos han ocurrido en otros lados y en otras épocas históricas, lo
cual permite relativizar el 'salvajismo' de los colombianos, pero siendo
más rigurosos en el análisis y menos facilistas; no dejar de lado otros
componentes que son importantes en el fenómeno violento, aunque sean
menos 'visibles'.
¿Continuidad o "memorias de sangre"? 101

Sucedidas tanto en la violencia de los años cincuenta como en la actual,


las masacres han merecido algunos análisis de corte antropológico. Su
misma naturaleza las hace susceptibles de esta explicación, por tanto sus
características no pueden ser pensadas más que por la vía antropológica.
Como hemos visto, las masacres presentan rasgos que obligan a interro-
gar la condición humana misma y se inscriben en un episodio de "ebrie-
dad colectiva" difícil de analizar.
102

Es necesario resaltar que, más que el hecho de la muerte de un grupo


de personas, esta modalidad está asociada a un sinnúmero de símbolos y
de significaciones culturales. Más allá de la muerte, el mensaje; con la
muerte, la destrucción, pero no sólo de vidas sino de espacios significa-
dos, de memorias compartidas, de referentes comunitarios, de significa-
ciones sociales. No en vano para la masacre se escoge generalmente un
lugar importante en la vida de la población, ya sea por ser espacio coti-
diano de actividades vitales o un referente para la comunidad. ' 10

101 El concepto es tomado de Karina Perelli, "Fear, hope and disenchantment in Argentina", en:
Johnatan Boyarín, Reniapping memory, University of Minnesota, 1994, y será retomado para el
análisis en el capítulo 5 cuando trabajemos el duelo y la memoria.
102 En el sentido de la guerra como fiesta, véase al respecto Estanislao Zuleta, "De la guerra", en:
Sobre la idealización en la vida personal y colectiva y otms ensayos, Bogotá, Editorial Printer (s. f.), p. 78.
103 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 278.
El exceso en el escenario de lo político / 5 7

Durante la Violencia, las masacres adquirieron ciertas características


que fueron desarrolladas en forma exhaustiva en la literatura. Algunas 104

pueden tener relación con las masacres actuales, ya sea por sus similitu-
des en cuanto a las víctimas o por las características mismas, pero sobre
todo por sus componentes simbólicos, tanto en aquella época como aho-
ra. En efecto, al entrar en el análisis desde una perspectiva simbólica
estamos obligados a interrogar las masacres ocurridas en otros momen-
tos de la historia de este país. Como lo señala Donny Meertens refirién-
dose a las de los años cincuenta:
En esas masacres, las mujeres 110 eran simplemente víctimas por añadidura sino que
su muerte violenta y frecuentemente su violación, tortura y mutilación cuando esta-
ban embarazadas cumplía un fuerte papel simbólico [...] El útero se vio afectado por un
corte que se practicaba con las mujeres embarazadas, por medio del cual se extraía
el feto y se localizaba por fuera, sobre el vientre de la madre.' 05

Esta afirmación de los contenidos simbólicos de esa violencia sobre los


cuerpos, en el caso concreto de las mujeres, la corrobora Alberto Valencia
cuando dice que "el cuerpo de la mujer era el objetivo y el fin mismo de la
lucha". 106

También la antropóloga María Victoria Uribe ha trabajado esta mo-


dalidad de muerte desde la perspectiva que la interrogamos acá: su sen-
tido y su significación simbólica. Con respecto a la forma más o menos
107

invariable como se ejecuta la masacre, ella dice:


En un espacio determinado unos extraños vestidos con prendas militares ejecutan a
un número variable de personas que se encuentran desarmadas y son sorprendidas
sin que puedan defenderse. Se trata de un espacio de interacción que se configura a
partir del momento en que confluyen en él las personas que van a hacer parte de la
matanza colectiva. No se trata de un espacio vacío. Por el contrario, se trata de un

104 Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, La Violencia en Colom-
bia. Estudio de un proceso social, Bogotá, Círculo de Lectores, 1988; María Victoria Uribe, "Ma-
tar, rematar y contramatar. Las masacres de la Violencia en el Tolima 1948-1964", Controver-
sia, N."* 159-160, Bogotá, Cinep, 1990; Donny Meertens, "Víctimas y sobrevivientes de la guerra:
tres miradas de género", en: Myriam Jimeno S. y otros. Las violencias, inclusión creciente, Bogotá,
CES, Universidad Nacional, 1998: Alberto Valencia, "La violencia y la paranoia en las memo-
rias de un suboficial del ejército de Colombia" (ponencia presentada al vin Congreso Nacional
de Antropología, Bogotá, 1997), Contravenía, N.° 178, Bogotá, Cinep, 2001, pp. 101-128.
105 Germán Guzmán Campos, O. Fals Borda y E. Umaña Luna, La Violencia en Colombia. Estudio de
un proceso social, citados por Donny Meertens, Op. cit., p. 239 (los resaltados son nuestros).
106 A. Valencia, Op. cit.
107 Remitimos a su trabajo "Matar, rematar y contramatar. Las masacres de la Violencia en el Tolima".
5 8 / Muertes violentas

espacio donde viven y coexisten seres humanos de una manera natural, un espacio de
intimidad y cercanía lleno de significaciones culturales, de prácticas cotidianas, de memorias
compartidas, un espacio que va a ser dislocado y a saltar en pedazos desde el momen-
to en que irrumpan en él individuos desconocidos y armados. 108

En lo que concierne a los dos últimos períodos de la violencia, el 109

cuerpo ha sido el instrumento por excelencia del terror. El conflicto ac-


tual, aunque con otros orígenes y otras connotaciones, se ha expresado
también en términos de crueldad: pareciera que matar no basta, sino que
es preciso lacerar el cuerpo.
En Colombia la violencia política de los años 50 implicó y aún implica la produc-
ción, intercambio y consumo ideológico de cuerpos y la utilización de éstos como
textos de terror con un gran poder de aniquilamiento del tejido social [...]
Montones de cuerpos mutilados, incinerados y decapitados colocados en fila
unos tras otros o apilados en volquetas que ejercían funciones de carros fúnebres [...]
La objetivación del cuerpo se lograba al desmembrarlo y someterlo a procesos
de reordenamiento de sus partes mediante los cortes efectuados con machete, ope-
ración que lo convertía en un objeto de terror que tenía la capacidad de expulsar a
los sobrevivientes de la zona [...]. 110

El grado de significaciones de la violencia ejercida sobre los cuerpos


tiene otras implicaciones que identifican a sus autores. En los años cin-
cuenta, las muertes eran producidas en forma diferente según se tratara
de unos u otros victimarios:
Cada fracción política se especializó en hacer determinados cortes a los cuerpos de
tal manera que si eran cortes de franela se podía deducir que sus autores había sido
chulavitas o conservadores, si eran cortes de mica o decapitados correspondían a los
liberales y si eran de corbata, sus autores seguramente eran pájaros del Valle del
Cauca. " 1

Sobre las características de los crímenes en aquellos años, el trabajo


de Alberto Valencia aporta una buena descripción sobre las grandes matan-

108 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 278.


109 Podríamos hablar hoy de dos grandes períodos de violencia en el país: el período conocido
como la Violencia (1945-1965), y el período actual, que comenzó en la década de los ochenta
(1980-2000).
110 M. V. Uribe, "El modelo chulavitas vs tipacoques en Colombia", pp. 215-216.
111 Ibid., p. 215.
El exceso en el escenario de lo político / 5 9

zas colectivas e indiscriminadas, en las que el cuerpo del adversario se


descuartiza como fin primordial; se prolonga la muerte en el tiempo para
hacer sufrir a la víctima que debe ser consciente de su propia destruc-
ción; se privilegia la búsqueda de significantes relacionados con la sexua-
lidad y la reproducción; hay ensañamiento sobre los cadáveres; el insulto
que acompaña indispensablemente el acto; la fantasía que agrega di-
mensiones nuevas a los hechos reales, y comportamientos que se desdo-
blan. "Y todo ello orientado a convertir el crimen en un espectáculo, en
un lenguaje y en una forma de comunicación". 112

En la violencia actual también hay formas diferentes de hacer la gue-


rra. Las acciones violentas de cada uno de los grupos armados terminan
por caracterizarlos porque llega a identificárseles a través de esas prácti-
cas (es el caso de los secuestros, o las llamadas "pescas milagrosas" que
llevan a cabo las guerrillas). En sentido contrario, al darles estas acciones
tanta identidad a los grupos, en función de la guerra emplean tácticas
del otro, del enemigo, para confundir a las víctimas, las autoridades y, en
general, a la opinión pública, pero sobre todo para minar la credibilidad
del adversario. " Además porque, como lo plantea Castillejo al hablar
1

de la ambigüedad y la confusión categorial en la guerra, la "ambigüedad,


tanto de los generadores de la muerte como de los muertos mismos, es
una condición del terror"." Al respecto decía Carlos Alberto Uribe que,
4

a veces, son más protagónicos el terror o el miedo por el efecto que pro-
ducen en los espectadores que el mismo acto de la muerte, que la misma
consumación del terror. El terror, mediante la manipulación sobre los
115

cuerpos, como instrumento de la lucha no fue patrimonio sólo de la vio-


lencia de los años cincuenta, las masacres actuales también lo han utiliza-
do, aunque en menor proporción.
Otro aspecto de las dimensiones simbólicas de la violencia a través de
los cuerpos es el que tiene que ver con el uso de símbolos sobre ellos, y que,
en este caso, está asociado a la violencia política, y concretamente a las
masacres de campesinos. Entre las características presentes en las masacres
el uso de los uniformes "camuflados", ha sido el símbolo de la indiferen-
ciación de los actores armados, su uso los des-identifica. Ellos son verdade-
ros "iconos de terror". "Esos seres portadores del terror y vestidos como
camuflados encarnan una confusión de representaciones que da lugar a

112 A. Valencia, "La violencia y la memoria colectiva", en: Alberto Valencia, comp.. Exclusión social y
construcción de lo público en Colombia, Bogotá, Cidse, Cerec, 2001.
113 En este sentido, un ejemplo que resulta ilustrativo es el testimonio del negro Vladimir hablan-
do de la masacre de los empleados judiciales en la Rochela, Santander. Véase revista Semana.
N.° 793, Bogotá, jul., 1997.
114 A Castillejo, Poética de lo otro, p. 38.
115 Carlos A Uribe, "Nuestra cultura de la muerte". Texto y Contexto, N.° 13, Bogotá, abr., 1988, p. 64.
6 0 / Muertes violentas

dobles casi perfectos del modelo militar, en sus actuaciones buscan pa-
recerse a otros, vestirse como otros, ser casi lo mismo que esos otros
pero diferentes." Los uniformes 'militares' —camuflados— que em-
6

plean los diferentes grupos armados generan muchos interrogantes sobre


las significaciones efectivas que tiene su uso indiscriminado por parte de
todos los actores. María Victoria Uribe habla de "mimesis", para aludir
a la imitación que hacen unos de otros, lo cual es evidentemente una
mirada sugerente. Sin embargo, se pregunta por las formas de la alte-
ridad en esta relación entre ejecutores y víctimas: ¿quién es realmente y
qué significa el 'otro'? Pero además de los interrogantes relacionados
con la alteridad, que podrían dar cuenta de las 'motivaciones' reales en
la ejecución de este tipo de muerte, el uso "mimètico" de los uniformes
genera otros, sobre un aspecto que nos interesa mucho: el problema de
la identidad, para indagarla no sólo desde las víctimas, como se ha
hecho tradicionalmente, sino, y sobre todo, desde los victimarios. Algo
que, por lo demás, no puede asumirse por separado en su naturaleza
misma (su imagen en espejo), como es la des-identificación, la concep-
ción del 'otro', el enemigo que hay que matar pero de quien se usa
aquello que lo identifica: su uniforme. Lo que existe allí es una relación
muy ambigua con el otro, el enemigo, en términos de identidad, por-
que ése que se 'odia' es a la vez quien define la identidad 'propia'.
La masacre del Salado (Sucre) es bien ilustrativa de esta modalidad:

P. ¿Y más o menos cómo estaban vestidos?


R. Así de soldados, y tenían como unos brazaletes negros que decían autodefensas
P. ¿Usted escuchó algún diálogo entre ellos, oía órdenes, cuál era el que más
mandaba?
R. No, [...] Mataban una persona y a los 5 minutos mataban al otro, tomaban
trago mientras mataban. El que llorara era muerto, nadie tenía derecho a ver sus
muertos ni a llorar, lo hicieron apenas ellos se fueron. Cuando llegó el ejército le dijo
a la gente que no saliera para el monte porque no respondían por ellos. Ellos vestían
igual que el ejército, las botas, las armas, mi esposa me dijo que todo era exacto.
Pintaron las paredes, violaron mujeres. Había gente muerta de 40, 50, 70 años, y
jovencitos los que mataron, a mi tía la mataron de 55 años [...] a mi esposa y a otras les
dijeron: malparidas, no las matamos por los niños [...]."'

Otro rasgo en la misma dirección es el uso de capuchas durante la


acción, que más que un 'instrumento' de protección, serviría para cubrir la

116 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 282.


117 La masacre del Salado (Sucre) ocurrió en mayo de 2000. La entrevista fue cedida para esta
investigación por T. Vásquez, de la oficina de DD.HH. del Cinep.
El exceso en el escenario de lo político / 61

identidad de quien la protagoniza —el victimario—. Bien valdría la pena


explorar también sus dimensiones simbólicas en la literatura antropológica
que trabaja la cuestión de la máscara y su simbolismo. Su significación
podría estar dentro de lo que Borel llama "el cuerpo vestido de artificio";" 8

o dentro de los rituales que se acompañan de gestos y prácticas corporales.


A este respecto Berthelot recuerda los uniformes negros de los SS, los bra-
zaletes con la cruz gamada y el saludo con la mano tendida. 119

Frente a los testimonios recogidos de las masacres de los años cin-


cuenta y los de las masacres actuales, ¿podemos aún pensar que no existe
continuidad entre una y otra violencia? ¿Creemos posible explicar este
largo recorrido de muertes violentas y su permanencia como un asunto
coyuntural en este país? ¿Acaso no existe la memoria? Esto nos remite
también a preguntarnos por los 'hilos' culturales con los cuales este país
ha tejido sus historias de muerte. Pensamos que sí existe continuidad
entre una y otra violencia y compartimos lo que sostiene María Victoria
Uribe al respecto: "Parecería que muchos de los cortes sobre los cuerpos
que se suceden en la violencia actual se hicieran en el propósito reiterati-
vo de traer hasta el presente los contenidos simbólicos del pasado, de la
violencia de mediados de siglo". 120

Este asunto, de manera muy dolorosa, vuelve a poner de presente lo


que a nuestro juicio no son más que 're-ediciones' de las heridas abier-
121

tas de la Violencia. Si algo distinguió ese período aciago en la historia


colombiana fue el exceso, nombrado comúnmente como barbarie en no
pocos análisis, y traerlo aquí a la confrontación, cincuenta años después,
constituye un hecho bastante significativo.
Los asesinatos selectivos
Esta modalidad de ejecución de la muerte se caracteriza por la selección
minuciosa de las víctimas, en el país la han practicado los diversos acto-
res armados y ha sido parte de la acción de violencias "no organizadas".
En esta modalidad caben todos los asesinatos dirigidos contra opositores
políticos y dirigentes sindicales y gremiales que simpatizaban con movi-
mientos de izquierda; también contra personajes de la vida política o
pertenecientes a sectores o instituciones con alguna injerencia en la so-

118 F. Borel. "L'imaginaire a fleur de peau", p. 65.


119 J.-M. Berthelot, "Le corps contemporain: figures et structures de la corporéité", p. 16.
120 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 283.
121 Utilizamos el término re-edición para aludir a "volver sobre lo mismo" o a "escarbar" sobre la
herida siempre abierta. Ello puede equipararse a lo que, desde el psicoanálisis, se asume como
el "retorno" de lo reprimido, o de lo que no ha podido elaborarse.
6 2 / Muertes violentas

ciedad, con lo cual sus muertes han tenido carácter de magnicidios. Fi-
nalmente, se inscriben en esta categoría de asesinatos selectivos las muertes
por "limpieza social".
Aunque las razones de algunos magnicidios estuvieron más ligadas al
narcotráfico, en defensa de sus intereses, tanto aquellos como las muertes
por "limpieza social" revisten un carácter político. Los primeros, porque
no todos tienen el mismo origen, y en el país han ocurrido magnicidios
con fines claramente políticos; y en cuanto a las segundas, porque la lim-
pieza social obedece a ciertas concepciones —políticas— del orden social.
Las ubicamos separadamente sólo para diferenciarlas en su especificidad.
Los asesinatos se cometen vía directa, ejecutados por sicarios o me-
diante atentados con bombas, en ocasiones contra personalidades políti-
cas durante sus desplazamientos en las grandes ciudades, lo que ante la
sorpresa y la confusión facilita la fuga de los autores. No obstante se
sucedieron casos impensables por la imposibilidad de la fuga, como el
asesinato de Carlos Pizarra León-Gómez, el 26 de abril de 1990, en un
avión de Avianca en pleno vuelo que se dirigía a Barranquilla, o el asesi-
nato de Bernardo Jaramillo, el 22 de marzo del mismo año en el Aero-
puerto El Dorado de Bogotá.
Los asesinatos políticos
Desde hace tiempo el asesinato político se convirtió en una táctica utili-
zada por diferentes sectores sociales y políticos en Colombia. Como
problemática ha sido una de las más trabajadas por la academia y de-
nunciada por los organismos de derechos humanos. En esta categoría
ubicamos los asesinatos contra varios dirigentes de izquierda como Jai-
me Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarra, al igual que 122

contra innumerables sindicalistas y defensores de los derechos huma-


nos. El mayor número de víctimas de este tipo de asesinato, dirigido
contra una organización política en particular, ocurrió sin duda en esta
última violencia contra la Unión Patriótica, organización surgida de los
acuerdos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc en
1984. En el curso de sólo algunos años, desde su fundación como orga-
nización en 1986 a 2000, fueron asesinados más de mil de sus militan-
tes. Hablando de la muerte de Jaime Pardo Leal, producida el 11 de
octubre de 1987, decía Arturo Alape:

122 J a i m e Pardo Leal y Bernardo Jaramillo eran dirigentes de la Unión Patriótica, y Carlos Pizarra
León-Gómez fue comandante general del M-19 y gestor de la reincorporación del grupo gue-
rrillero a la vida civil.
El exceso en el escenario de lo político / 6 3

Y cuando lo matan hay cierto recuerdo muy emocionado relacionado con esos ámbi-
tos digamos humanos de la violencia. En el momento en que le están haciendo una
misa en la Catedral y esa catedral estaba colmada de militantes de la UP con todos
esos cantos fúnebres, con los coros, con el discurso del sacerdote y con ese incienso que
se iba levantando [...] parecía como una nave a punto de elevarse por el dolor (un
sobrecogimiento colectivo impresionante) porque en las catedrales el eco es como una
profanación permanente de la conciencia. La palabra penetra en lo más hondo del
ser, esencialmente como sentimiento sin que haya relación religiosa alguna. 123

Los magnicidios o las muertes "significativas"


El Diccionario Planeta de la Lengua Española define el magnicidio como:
"un atentado contra la vida de un jefe de Estado o contra la de una per-
sona relevante de algún gobierno". El magnicidio en el país, como mu-
chas otras muertes ha sucedido en exceso. Al menos no conocemos otro
país donde hayan sido asesinados tres candidatos presidenciales en una
sola contienda electoral. 124

De esta racha de asesinatos de personajes públicos, el primero que


parece recordar el país fue el del ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla,
el 30 de abril de 1984. Las mafias del narcotráfico empezaban en esa
época a dar "pasos de animal grande" en su camino de intimidación, que
terminaría literalmente con el sacrificio de personajes políticos o de fun-
cionarios de la rama jurisdiccional, a causa de acciones o políticas contro-
vertidas e inadmisibles para los victimarios. En 1989 sería Luis Carlos
Galán, firme aspirante a la presidencia de la República en las elecciones
de 1990 y quien había desempeñado importantes cargos en gobiernos
anteriores. Al asesinato de Galán (diez años después aún no esclarecido)
le sucederían otras muertes, aunque no precisamente de candidatos a
jefe de Estado ni de gobernantes, sí de personajes de la vida pública con
presencia y reconocimiento sociales.
Algunos magnicidios han sido, entre otros, los del ministro de justicia
Lara Bonilla (1984), Luis Carlos Galán (1989) y Jaime Garzón (1999). 125

El asesinato de Garzón, de los más recientes, generó las más fuertes reac-
ciones en el país, y pareció convertirse en un símbolo que convocó el

123 Entrevista con el escritor colombiano Arturo Alape, en Mauricio Galindo Caballero y Jorge
Valencia Cuéllar, En carne pmpia. Ocho violenlólogos dientan su experiencia como victinuis de la violen-
cia, Bogotá, Intermedio Editores, 1999, p. 202.
124 En efecto, esa fue la situación en Colombia en las elecciones de 1990, donde murieron asesina-
dos Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo.
125 Luis Carlos Galán era además senador por el Nuevo Liberalismo; Jaime Garzón era periodista
y humorista de gran reconocimiento nacional.
6 4 / Muertes violentas

dolor de unos y de otros. En el magnicidio, en 1995, del varias veces


candidato a la presidencia por el Partido Conservador e importante figu-
ra política, Alvaro Gómez Hurtado, más que razones políticas mediaron
razones aún más oscuras, tal vez para "silenciar" otros actos cometidos.
La periodista Laura Restrepo, en un informe especial sobre los
magnicidios de Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro,
habla de un "rito circular" que se dio, o se da, alrededor de estas muer-
tes. Con respecto a estos tres personajes, la autora menciona que a pesar
de las amenazas de muerte "los tres enfrentaban el hecho sin algarabía".
En el caso de Luis Carlos Galán, resalta que él nunca quiso hablar de su
muerte; Bernardo Jaramillo, a quien le habían asesinado a 1.044 de sus
compañeros, "y sabiendo que el blanco principal era él su mayor deseo
era [...] caminar sin escolta [...] comer(se) un helado en la calle y sentar(se)
en el banco de un parque [...]"; Pizarro soñaba con vivir en un Estado
donde reinara la democracia. "En otras latitudes —continúa la autora—
los políticos amenazados recurren al exilio, al retiro, a la clandestinidad.
Aquí no; la muerte es uno de los gajes del oficio". 126

El caso de Jaime Garzón es similar en muchos aspectos. Por su labor


como mediador en el conflicto armado y por ser crítico de todos los fren-
tes se había hecho a no pocos enemigos: "[El] creía que nada malo podía
pasarle porque llevaba 10 años denunciando lo denunciable y lo no tan
denunciable sin mayores problemas". Pero en el último año se había
127

sentido en más peligro que nunca y, sin embargo, permaneció en el país.


Dos días antes de su muerte, almorzando con los familiares de un secues-
trado, "les contó de las amenazas, en broma, y les repitió en varias opor-
tunidades: 'Es que yo tengo vida hasta el sábado. El sábado ya no existo'",
porque se tranquilizaba a sí mismo, a pesar de las amenazas de las autode-
fensas, diciendo "quien nada debe nada teme". El había mostrado su
resignación al responderle a uno de sus seres queridos, cuando éste le
dijo que no valía la pena morir por este país: "respondió con una frase
lapidaria: 'lo que va a pasar, pasa'". 128

Luego de la muerte de los candidatos Galán, Jaramillo y Pizarro, "[...]


siguió, sin dilaciones, la transmisión del cargo. El general Maza comenta:
'cuando uno cae, inmediatamente aparece otro que pone la cara por él.
Para mí eso es valor. Es señal de que la guerra se puede ganar'". Como 129

lo expresa Laura Restrepo, citando las palabras del entonces director del
DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), quedaba un herede-

126 Laura Restrepo, "La herencia de los héroes", Semana, N.° 420, 22 de mayo, Bogotá, 1990,
pp. 49-57.
127 "El sábado ya no existo", Semana, N.° 903, Bogotá, 23 de agosto de 1999, pp. 28-30.
128 Ibid., p. 30.
129 L. Restrepo, Op. cit., p. 51.
El exceso en el escenario de lo político / 6 5

ro que asumía la responsabilidad del otro, aun sabiendo que de este modo
tal vez heredaba una condena. Hasta ahí había esperanza pues el rito
seguía su circularidad, sin embargo, ésta va a quebrarse un poco más
tarde con el asesinato de Garzón.
En efecto, ¿quién heredó, en este caso, la misión de ayudar a las fami-
lias de los secuestrados?, ¿quién heredó el "interés de convertirse en el
catalizador de la paz"?, ¿quién heredó la valentía de "buscar la paz a
130

través del humor, una manera amable de conseguir el objetivo de la paz"?


Al parecer, no hay una cabeza visible que asuma las funciones sociales
que llevaba a cabo Garzón, y con esto se ha roto la circularidad del rito.
Lo cierto es que los cuatro personajes que hemos referido hasta aquí se
caracterizaron por su lucha incansable por conseguir la paz. Su pecado
fue declararse en desacuerdo con los actores armados (y en algunas oca-
siones, declararles la guerra), lo que trunca la posibilidad de paz en el
país, sean ellos narcotráficantes, guerrillas o autodefensas. Y aunque en
su momento se podía presumir por amenazas previas quiénes habían
sido los autores de determinado magnicidio, al ser señalados por los
medios de comunicación nunca reivindicaban el hecho y, en la mayoría
de los casos, enviaron comunicados eximiéndose de la responsabilidad.
En el caso de Galán, se 'sabía' que los extraditables, en cabeza de
Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, eran los más beneficiados
con su muerte, porque el candidato era partidario de la extradición. 131

Pero en una entrevista Pablo Escobar no se responsabiliza ni responsabiliza


a los extraditables del hecho. Simplemente dice que a Galán lo mataron
los mismos que mataron a Pizarro y a Jaramillo. 132

Vale la pena recordar que cuando ocurrió el magnicidio de Bernardo


Jaramillo Ossa, el general Maza Márquez responsabilizó a Pablo Escobar, 133

éste envió una carta al presidente de la UP, Diego Montaña Cuéllar, refi-
riéndole que él no tenía ningún interés en asesinar a quien había declara-
do no estar de acuerdo con la extradición. Pablo Escobar citó en su comu-
nicado una declaración que Jaramillo había dado a la revista Cromos donde
decía: "Ahora todo se lo achacan a Pablo Escobar. Él va a ser el chivo expia-
torio de todas las bellaquerías que se han hecho en el país en los últimos
años. Aquí hay altas personalidades del Estado que están comprometidas
con los grupos paramilitares y tienen que responderle al país por los crí-
menes que han cometido". Además, Escobar decía tenerle estimación
134

130 Semana, N.° 903, Bogotá, 23 de agosto de 1999, p. 30.


131 Véase "Así matamos a Galán", Semana, N.° 752, Bogotá, octubre de 1996, pp. 32-40.
132 "Escobar habla sobre los magnicidios". Semana, N.° 481, Bogotá, 23 de julio de 1991, pp. 22-25.
133 Véase el informe especial "¿Quién mató a Jaramillo?", Semana, N.°412, Bogotá, 27 de marzo de
1990, pp. 25-28.
134 Ibíd., p.27.
6 6 / Muertes violentas

a Jaramillo, y con ello logró que los ojos acusadores se posaran en otros
posibles autores. Con este precedente, y al afirmar que a los tres los había
matado la misma organización, Escobar logra quitarse la responsabilidad
de la autoría intelectual de la muerte de los otros dos.
En la misma entrevista Escobar habla de otros magnicidios. Sobre el
del director de El Espectador, Guillermo Cano, dice que la causa fue un
titular del diario, luego que Virgilio Barco autorizara la Ley de extradi-
ción, que decía '"Se les aguó la fiesta a los mañosos'. Entonces —dijo
Escobar— supongo que eso generó dolor en algunos extraditables, y tal
vez por eso vino la muerte de Cano. Todo eso, supongo yo, generó la
lucha militar contra la extradición". Se refirió al homicidio del general
135

Waldemar Franklin Quintero diciendo que "fue reivindicado por 'los


extraditables'. Pero aparte de eso, lo que no se debe decir nunca es que
Franklin fue un oficial honesto. El metió en un calabozo a mi esposa y a
mi hijo que tenía 10 años, y a mi niña de cuatro años le impidió que se
tomara su tetero durante 14 horas en el calabozo". Mencionemos que, 136

en el informe, Escobar habló de "los extraditables" como algo ajeno a él,


dando la impresión de que los hechos de esta organización no tenían que
ver directamente con él.
En conclusión, nadie se hace directamente responsable de un magni-
cidio. Como lo dijo César Gaviria Trujillo: "En todas partes del mundo,
los actos terroristas son reivindicados. Tienen un fin político y por tanto
tienen una autoría. Aquí no, aquí quieren imponer un plan de desestabi-
lización de la democracia con un carácter muy silvestre, con un interés
principal, que es que [sic] la gente se confunda". 137

Muchas, tal vez demasiadas veces, los colombianos hemos visto cómo
el país entero, en una macabra "topografía de la muerte", se convierte en
"una gran sala de velación". La muerte de líderes, y el dolor por su pér-
dida, que encarnan el deseo colectivo de lograr la paz, han hecho que
ésta sea una esperanza lejana. Es una realidad que se impone sin que
exista, por el momento, algo que pueda cambiarla. Por la muerte de
Jaime Garzón, que afligió tanto al país e hizo que se escucharan los gritos
de "¡No más!", tampoco hay responsables conocidos. Se repite la pregun-
ta, "¿quién mató a...?" para todos los que han muerto tratando de llevar
a cabo su compromiso de conseguir la paz y respetar la vida. 138

135 "Escobar habla sobre los magnicidios", Semana, N.° 481, 23 de julio de 1991.
136 Ibid.
137 L. Restrepo, "La herencia de los héroes", p. 57.
138 Este texto, en su última parte, sobre la "circularidad del rito", forma parte de una tesis de grado
titulada "Tema del traidor y del héroe", de Cristina Agudelo, estudiante de antropología y
auxiliar de este proyecto, 2002.
El exceso en el escenario de lo político / 6 7

Este asesinato se inscribe en el orden de magnicidios que han con-


mocionado inmensamente al país, aunque no se trataba de un candidato
a la presidencia como los anteriores. Como lo expresa una caricatura
publicada casi un año después de la muerte de Garzón, en la que apare-
cen cuatro lápidas, tres de las cuales tienen nombre: Luis Carlos Galán,
Jorge Eliécer Gaitán y Jaime Garzón. De la lápida en blanco, ubicada
antes de la de Garzón, sale un texto con la frase "Aquí sobran los líde-
res". 139

La viñeta es una muestra del dolor y del sentimiento de impotencia


ante una realidad impuesta, cuya materialización son todas estas muertes
absurdas. El caricaturista ha escogido los nombres de personajes asesina-
dos, quienes de alguna manera son los más recordados, pero sin olvidar
dejarles un espacio significativo a los que fueron asesinados en los lapsos
transcurridos entre la muerte de uno y otro: de Gaitán a Galán y de
Galán a Garzón —"[...] somos mortalmente buenos para la rima", dice 140

con ironía un escrito de protesta por el acto de violencia que acabó con la
vida de Garzón—. No es extraño, entonces, que estos personajes aparez-
can uno junto al otro, en un cementerio que parece ser la representación
de un sentimiento colectivo que indica que, por ahora, las esperanzas de
un cambio positivo para el país han muerto. Ellos, en todo el sentido de
la expresión, han sido
[...] igualados por la muerte. Esta borra los recelos y rompe las desconfianzas entre
los seguidores del uno y de los otros [...]y amalgama el significado de sus vidas. Como en
este país los hechos van a velocidad supersónica, mientras el discurso político avan-
za a paso de muía, esta afinidad posl moríem todavía no encuentra palabras para ser
explicada, no se traduce en una alianza y un programa. Pero se expresa en símbolos
y en gestos, y se siente latir como el potencial amplio y democrático del futuro. ' 14

Así, los significados de las vidas de estos personajes y sus hechos to-
man mucha relevancia. En Garzón, resalta que haya sido capaz de inter-
pretar el sentimiento de muchos con respecto a varios temas álgidos de la
vida nacional, y de expresarlo, mediante sus personajes.
La vida de Jaime Garzón era una suerte de suma de todas las vidas del país. Por ello,
su muerte sacudió por igual al presidente y ex presidentes de la República y socieda-

139 La caricatura apareció el sábado 1.° de julio de 2000 en el periódico El Mundo, Medellín, en su
sección editorial.
140 Ana María Cano, "Garzón está por verse", Periódico La Hoja de Medellín, N.° 176, 25 de agosto de
1999, p. 12.
141 L. Restrepo, Op. cit., p. 50 (los resaltados son nuestros).
6 8 / Muertes violentas

des nacionales e internacionales de promoción de la democracia y la dignidad huma-


na; a los congresistas, la Iglesia, a embajadores y a cientos de miles de hombres y
mujeres de todas las condiciones sociales que veían en él la posibilidad de rescatar la
' alegría de un país golpeado por el desencanto y la violencia. 142

¿Quién fue este personaje cuya muerte no sólo causó dolor sino que
provocó protestas en todo el territorio nacional? Un artículo de la revista
Semana sintetiza lo que fue su vida, haciendo énfasis en aquellos aspectos
que forjaron su personalidad y que le dieron, de alguna manera, el reco-
nocimiento de los colombianos.
Garzón vivió de afán. Rápido. Como si supiera que el tiempo no le iba a alcanzar.
Tal vez, por eso, cuando tenía poco más de tres años, ya sabía leer. Su mamá le
enseñó a formar palabras y frases en su humilde casa de La Perseverancia. Cuando
sus profesoras se percataron de semejante adelanto lo pusieron de ejemplo ante los
demás niños. Él lo gozó. El pequeño Jaime mostró un voraz apetito de sabiduría
que mantuvo intacto durante sus 39 años de vida. Estudió derecho en la Nacional,
ciencias políticas en la Javeriana, adelantó estudios de física y matemáticas. Siempre
con la intención de explicarse lo fundamental. Sin embargo, los libros y la academia
no pudieron darle razón de los mendigos que se atravesaban en su camino todos los
días, del hambre que percibía a su alrededor, de la soberbia de los poderosos, de las
injusticias. Corría el año de 1978, acababa de cumplir los 18 años y en la Nacional
hizo contacto con un guerrillero del ELN. Garzón pensó entonces que la solución
podría estar en el monte y se incorporó al frente José Solano Sepúlveda. Pocos días
después llegó al sur de Bolívar a la serranía de San Lucas. Su destreza para el mane-
jo de las armas era nula. Su desempeño como estratega militar, un desastre. Enton-
ces Garzón se convirtió en una especie de inocente y despistado trovador guerrille-
ro. Una noche, viendo televisión en un cambuche en compañía de Gabino, pasó la
serie infantil Heidi. Jaime empezó a cantar "abuelito dime tú..." El jefe guerrillero
se quedó mirándolo y le dijo: "[...] lo que pasa es que usted se cree la niña de los
montes". Desde ese entonces su nombre de combate fue Heidi. Nunca participó en
operaciones militares y la misión más importante que cumplió fue cuidar el dinero
del grupo. La plata estaba enterrada y su trabajo consistía en sacarla a asolear dos
veces al día para evitar que los billetes se pudrieran por la humedad. Durante esas
semanas en el monte entendió que el asunto no se resolvía echando plomo. Después
de cuatro meses se retiró de la guerrilla, dejó claros sus motivos y regresó a La
Perseverancia. Fue nombrado alcalde del Sumapaz por el entonces alcalde Pastrana
y destituido por él. El día de su asesinato debía posesionarse simbólicamente y reci-
bir la indemnización del caso, porque años después se comprobó que los motivos de

142 El Colombiano, Medellín, 14 de agosto de 1999, p. 3A.


El exceso en el escenario de lo político / 6 9

su sanción no fueron ciertos [...] Garzón era un enamorado del diálogo. Murió
pensando que ese era el camino hacia la paz [...]. ® H

Con respecto a la significación que adquieren los lugares a partir de la


muerte, en este caso concreto de los magnicidios, Laura Restrepo nos lo
recuerda magistralmente:
La muerte que acompaña a la actividad política, le cambió el sentido a los lugares
familiares. El capitolio donde Galán, Jaramillo y Pizarra debían estar sentados en
escaños se convirtió en funeraria y los acogió estirados en ataúdes. El aeropuerto y la
plaza pública se volvieron 'altares de sacrificio'. Desde el cementerio se lanzaron las nue-
vas candidaturas: allí acudían los periodistas para enterarse del reemplazo del re-
cién caído. Los velorios y los entierros, que duraron varios días y congregaron muche-
dumbres por todo el país, se convirtieron en la forma de movilización masiva de los
colombianos. H4

De los muertos significativos a la historia


de los insignificantes: la tras-escena del exceso
145

Existe otra trama, otro hilo que hace de las significaciones sociales justi-
ficaciones de la muerte, y no precisamente por parte de los victimarios.
El contexto social, cultural y político produce determinadas víctimas y
determinados victimarios y condiciona las características de las muertes
violentas, esto es particularmente claro en una modalidad de la violen-
cia: la llamada "limpieza social". Esta modalidad de asesinatos contra
personas indigentes ha llegado a ser una práctica social bastante extendi-
da y una macabra forma de la violencia. Sus víctimas son, en efecto,
146

seres marginados de sectores o estratos bajos de la población que en ra-


zón de sus condiciones de marginalidad portan el estigma de 'desviados'
o 'peligrosos', lo que contribuye, desde la óptica de algunos sectores so-
ciales, a justificar su exterminio.
El término 'limpieza' —que con toda razón ha sido socialmente re-
chazado y utilizado entre comillas— supone una 'suciedad' de la que poco
se habla y que, no obstante, constituye el fundamento a partir del cual

143 Tomado de: Alvaro García, "Garzón el libertario", Semana, N.° 902, Bogotá, 16 de agosto de
1999, p. 28.
144 L. Restrepo, Op. cit., p. 52 (los resaltados son nuestros).
145 Es un juego de palabras construido a partir de expresiones de Martín Barbero, "los muertos
significativos" y Michael Taussig, "la historia de los insignificantes".
146 Carlos Eduardo Rojas, La violencia llamada "limpieza social", Bogotá, Cinep, 1996.
7 0 / Muertes violentas

estos seres son estigmatizados, excluidos y asesinados. Sin embargo, hay


147

que subrayarlo, esta práctica de 'exterminio' tiene una larga historia y


una abrumadora actualidad en otras latitudes, lo cual obliga a relativizar
su ímplementación en la violencia colombiana y a darle al análisis un
carácter comparativo que reviste gran importancia. No se trata, por su-
puesto, de justificarla o de darle razones, sino de ubicarla donde debe
estar. Tal vez así dejaremos de creer que la violencia es patrimonio co-
lombiano, o que ella es imposible de explicar por sui géneris.
Como lo señala Françoise Héritier, "la obligación de limpieza se en-
cuentra diversamente agenciada en sistemas ideológicos masivamente
difundidos". Toma como ejemplo la exterminación de los judíos, don-
148

de aparece con más claridad, dice la autora, el tema del nettoyage [limpie-
za] y la purificación obsesiva. En efecto, no existe mucha diferencia entre
decir que "el antisemitismo es como el desembarazarse de los piojos. No
es una cuestión de filosofía es un asunto de limpieza", como se hacía 149

en el documento de Nuremberg, o decir, como lo afirmaba un diario de


Cali, que "la ciudad necesita urgentemente un tratamiento aséptico [...]
para erradicar focos de actividad criminal para 'purificar el ambiente' y
'limpiar el centro'". 150

En Colombia, esta modalidad de asesinato surge a finales de la déca-


da de los setenta y se formaliza durante los años ochenta, con la apari-
ción de unos grupos llamados "escuadrones de la muerte". El objetivo al
crearse este tipo de organizaciones fue eliminar todo lo que, de acuerdo
con sus términos, constituía la "escoria de la sociedad". Empezaron por
erradicar personas categorizadas —desde ciertas concepciones de la
moral— como ladrones, atracadores y viciosos.
Según uno de los autores que más ha trabajado el tema en el país, la
llamada "limpieza social" es un fenómeno fundamentalmente urbano,
pues cerca del 80% de sus muertes ocurren en las ciudades. Se trata de
una práctica sistemática de asesinato, con períodos de auge y disminu-
ción, dirigida contra un espectro específico de personas, que tienen en
común su pertenencia a sectores sociales marginados. Sus primeras 151

víctimas, a fines de los años setenta, fueron grupos de homosexuales y


prostitutas, muertos en hechos un tanto aislados, pero para la década de
los noventa esta modalidad cobraba la vida de más de cuatrocientas per-

147 Según datos del Instituto de Medicina Legal, para el año 2001 se reportaban hasta el mes de
octubre 3.500 casos, en su mayoría indigentes. El Espectador, 21 de octubre de 2001, p. IB.
148 Françoise Héritier, "Les matrices de l'intolerance et de la violence", en: F. Héritier, De la
violence II, Paris, Editions Odile Jacob, 1999, p. 337.
149 Documento de Nuremberg N.° 5574, citado por F. Héritier, Op. cit., p. 338.
150 M. Taussig, Un gigante en convulsiones, p. 43.
151 C. E. Rojas, Op. cit., p. 23.
El exceso en el escenario de lo político / 71

sonas por año, y ya se había ampliado de manera considerable la gama


de sus víctimas: drogadictos, habitantes de la calle, delincuentes comu-
nes, recicladores, mendigos e indigentes y enfermos mentales. 152

Los escuadrones de la muerte


En cuanto a los victimarios de esta macabra forma de la muerte, se han
Conocido genéricamente como "escuadrones de la muerte". Sin embargo,
ninguno de ellos constituye un grupo claramente identificable. Más allá de
sus móviles, que parecen evidentes para eliminar seres 'indeseables' desde
esa "lógica exterminadora", nos interesa también resaltar el fenómeno a
153

partir de las formas en que se produce la muerte y, sobre todo, hacer notar
la desidia y la indiferencia sociales al respecto, pues, es justamente sobre
estas últimas características que se teje su entramado de significaciones.
La posibilidad de realizar asesinatos en serie, como los que se han
presentado en el país en los últimos años contra este tipo de personas,
supone la existencia de una gran red de apoyo logístico, por ejemplo, de
organizaciones criminales —o institucionales, como en el caso de la poli-
cía— que respalden 'técnicamente' la acción de estos escuadrones, al igual
que la existencia de soportes financieros y, sobre todo, ideológicos. En
efecto, valdría la pena preguntarnos: ¿a qué lógica social y cultural res-
ponden estas muertes? ¿Qué racionalidad les subyace? ¿Cuál puede ser
la mentalidad de una población capaz de ejecutar sistemáticamente esta
práctica sobre sus congéneres? ¿Cuáles son, desde el punto de vista antro-
pológico, las motivaciones que la sostienen?
Este método de asesinar, en lugar de combatir la delincuencia, cons-
tituye otra forma más de delincuencia. El problema radica en que los
victimarios ejercen esta acción en nombre de la moral y las buenas cos-
tumbres y la autojustifican como un modo de hacer justicia de manera
privada ante la ineficiencia del Estado, y maximizan los aspectos censu-
rables o negativos de sus víctimas construyendo estereotipos en los que se
las personifica como el 'mal', al tiempo que se muestran a sí mismos
como seres 'bondadosos', representantes del 'bien'. Lo cierto es que 154

esta modalidad de asesinar se constituyó, para la década de los ochenta


en Colombia, en una forma muy organizada para matar y no rechazada
por algunos sectores de la sociedad.

152 Ibíd., p. 25.


153 Daniel Jonah Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto,
Madrid, Taurus, 1997.
154 C. E. Rojas, Op. cit., p. 47.
7 2 / Muertes violentas

En una sociedad con niveles tan altos de violencia y de impunidad,


este tipo de prácticas adquirieron sus propias formas y sus propias vícti-
mas. De homosexuales y travestís o drogadictos, sentenciados desde cier-
ta concepción del orden social y la moralidad, se pasó a ampliar cada vez
más el espectro de víctimas. Según Rojas, los denunciantes de esta
155

práctica establecieron que no sólo existían escuadrones con el propósito


de 'eliminar' atracadores o antisociales. Ellos identificaban tres clases de
escuadrones: uno, parapolicial, dedicado al exterminio de ladrones,
atracadores y secuestradores; otro, organizado por la mafia para elimi-
nar a jueces, policías, testigos y todos aquellos que se opusieran a sus
actividades, y, el último, organizado y anunciado públicamente por la
"Asociación Pro-Defensa de Medellín", dirigido contra delincuentes y con-
tra funcionarios estatales que no cumplieran con su deber. 156

Esta modalidad de muerte se fue generalizando en las principales


ciudades del país, y fue reconocida por sus procedimientos específicos así
como por los métodos empleados para deshacerse de los cadáveres; algo
así como una impronta para sus crímenes. La aparición de un cadáver en
un sitio determinado, con las manos atadas y un balazo certero en la
cabeza era la prueba, sin temor a estar equivocados, de la acción de uno
de estos 'escuadrones de la muerte'. En las ciudades, los sitios donde las
157

víctimas eran abandonadas se fueron identificando fácilmente y constitu-


yeron un referente de lugar codificado por el terror. En Medellín, la carre-
tera a las Palmas, el sector de El Poblado, la autopista Medellín-Bogotá y
las vías antiguas hacia los municipios de Guarne y Rionegro llegarían a
servir, como las inmediaciones de la Villa Olímpica de Pereira, de
'botaderos' de cadáveres de presuntos o reales delincuentes. 158

En el caso de Medellín, a esta práctica se la denominó el paseo, térmi-


no con el que se nombraba la costumbre 'paisa' de pasear los fines de
semana en sitios cercanos a la ciudad, y esta denominación entró a circu-
lar en los usos cotidianos del lenguaje de los antioqueños sin importar, al
parecer, que algo tan ligado a ciertas costumbres y hábitos de los pobla-
dores de Medellín se convirtiera ahora en sinónimo de muerte. Víctor 159

Villa dice al respecto que "se trata de vocablos apropiados por aquellos

155 Ibid., p. 17.


156 Práctica que n o ha sido para nada ajena a las implementadas tradicionalmente por la sociedad
antioqueña en su lucha por ejercer el control social. Véase Ana María Jaramillo, El espejo empa-
ñado, Medellín, Corporación Región, 1998.
157 Esta modalidad fue reconocida así en ciudades como Pereira, Medellín, Bogotá y Cali. Si bien
en estos años se ha presentado en todo el territorio nacional, parece haber sido más fuerte en
Cali.
158 C. E. Rojas, Op. cü„ p. 93.
159 lbid., p. 16.
El exceso en el escenario de lo político / 7 3

hablantes populares que desempeñan papeles protagónicos en el amplio


espectro de la violencia urbana". 100

Sin ser lingüistas, lo cual escapa a nuestro análisis, nos atrevemos a


plantear que esta aceptación en el lenguaje es una forma de aceptación de
1a práctica misma. Convertir la práctica del 'paseo' en una referencia de
muerte tiene mucha similitud con aquella de "mandar saludes a san
Pedro", analizada por un lingüista como la negación de la fuerza
ilocucionaria de matar. En la manera como se utilizan, ambas tienen la
potencialidad de negar la fuerza del acto (¿lo real hecho improbable?). Tam-
bién en este caso se niega su realidad, como si sólo ocurriera en los
dominios del imaginario.
Así, la "limpieza social" es definida por Rojas como una modalidad
de violencia que se caracteriza tanto por las cualidades de sus víctimas,
como por los lugares donde se presenta y se reproduce; por la intencio-
nalidad y las motivaciones de los victimarios; por las formas como se
realiza, y por los mecanismos empleados para su legitimación. Todo lo
cual le confiere un alto contenido ideológico y simbólico que trasciende
lo particular del hecho para convertirse en una política de tratamiento
de la maiginalidad, la indigencia y la delincuencia, a la vez que de condicio-
namiento y control sociales. 161

160 Víctor Villa, Polifonía de la violencia en Anlioquia. Visión desde la sociolingüística abducliva, Bogotá,
Icfes, 2000, p. 139.
161 C. Rojas, Op. cü„ p. 89.
La complacencia en el exceso: muertes
violentas de jóvenes en el conflicto
urbano

Introducción
Al abordar el tema de la muerte violenta en Colombia fue necesario dete-
nerse con atención en la población joven. Varias son las razones: la pri-
mera es que, de alguna manera, ellos han sido en esta última violencia 1

uno de los grupos más vulnerables, quizá el que mayor víctimas ha apor-
tado a esas cifras macabras, al tiempo que su participación es predomi-
2

nante en condición de victimarios. En segundo lugar, a través de estos


jóvenes y de sus prácticas, se hacen más evidentes los cambios produci-
dos en la sociedad colombiana con relación a la muerte, expresados par-
ticularmente en los ritos y cultos funerarios que hablan de la manera de
asumirla y de ritualizarla. El desapego y la 'fiesta', una cierta aceptación
y el fatalismo, que por momentos es deseo de muerte, son típicos de 3

1 Nos referimos a la violencia producida entre los años ochenta y noventa del siglo xx y que
transita, peligrosamente, por los primeros años del siglo xxi.
2 En el grupo de población joven, entre quince y veintiún años, el homicidio es la segunda causa
de muerte en la mitad de los países de la región. Colombia está a la cabeza, con relación a
América Latina, con una tasa de 80 homicidios por cada 100.000 habitantes. Como referencia
comparativa digamos que esa proporción en Brasil es de 24,6 por cada 100.000 habitantes, en
Panamá de 22,9, en Perú de 11,5 y en los Estados Unidos de 8. Véase Óscar Useche, "Coordena-
das para trazar un mapa de la violencia urbana en Colombia", Nova & Velera, N.° 36, Bogotá,
Esap, ago.-sep., 1999, p. 11.
En Medellín, la situación con respecto a los jóvenes es menos alentadora. En los años ochenta,
del total de homicidios ocurridos, el 37,8% fueron de jóvenes entre los quince y veinticuatro
años, y en los años noventa, el 44,5%. Según las mismas cifras, este porcentaje se fue
incrementando progresivamente al punto de acercarse al 50%, entre 1994 y 1996, respecto del
total de homicidios ocurridos en la ciudad. Véase William F. Pérez y otros, "Violencia homicida
en Medellín", Medellín, Universidad de Antioquia, Instituto de Estudios Políticos, (s. i.) 1997.
3 "La muerte es lo más sobrado que hay", dice un joven de una banda mientras otro se refiere a
ella como un premio. En: Alonso Salazar, No nacimos pa'semilla, Medellín, Corporación Región,
1990, p. 26.
La complacencia en el exceso... / 7 5

grupos de población joven, como también lo son la desacralización de la


muerte misma y de los espacios donde ella se re-crea. Eso sí, nos referimos
a jóvenes citadinos y urbanizados. La tercera razón tiene que ver con que
4

los jóvenes son, en cualquier sociedad, su sueño de futuro y, en el caso colom-


biano, su cercanía con la muerte tiene efectos sobre la sociedad que segura-
mente aún no hemos visto, no sólo en términos de comprometer con sus
muertes ese futuro, sino en términos de significaciones culturales y conse-
cuencias políticas y sociales derivadas de esta 'familiaridad' con la muerte
violenta, familiaridad que se refleja en cada uno de los testimonios, cifrada
en lenguajes y códigos que hablan de una presencia inminente de la muer-
te en la cotidianidad de sus vidas. Cotidianamente y en exceso, la presen-
cia de la muerte copa espacios de significación y contribuye a la construc-
ción de referentes de sentido en los jóvenes. "En donde yo vivo la noche es
joven pero la muerte también. Por aquí los jóvenes mueren como orquí-
deas que nunca florecen y eso es muy triste. Me parece que todo anda mal,
no soy tan estúpido como para pensar que todo va bien cuando muere un
joven casi todos los días por el sector de Manrique". 5

¿Cómo piensan, sienten y viven los jóvenes este exceso de muerte?


¿Es posible identificar elementos y reconstruir mecanismos mediante los
cuales los jóvenes 'dibujan' con sus propios símbolos de muerte la ciu-
dad? ¿Cuáles son las significaciones y los efectos de un entramado cultu-
ral tan impregnado de muerte? ¿Cuál es el papel que la muerte y sus
representaciones tienen en los jóvenes y en sus maneras de habitar la
ciudad? ¿Cómo, y a partir de qué, construyen sus significaciones? La base
de esta reflexión es el conflicto urbano en Medellín. Allí se hace inteligi-
ble nuestra reflexión sobre la muerte violenta en los jóvenes, a partir de
las relaciones que ellos establecen con la ciudad, el espacio físico y signi-
ficado del cual forman parte.
Al caracterizar estas y otras muertes nos apoyamos en alguna literatu-
ra sobre el tema —en este caso sobre violencia u r b a n a — l a cual nos
ayudó a trazar el escenario de acción de los jóvenes —la ciudad— pero
resaltando aquellos espacios o lugares que permitían 'visualizar' de una

4 Vale la pena anotar que cuando se habla de violencia juvenil en este trabajo se trata, casi siem-
pre, de violencia urbana. Las víctimas y victimarios son jóvenes habitantes de la ciudad. En las
zonas rurales hay también actores de violencia jóvenes, en su mayoría menores, pertenecientes
a diferentes grupos armados (guerrillas y paramilitares). aunque las cifras son altísimas con
relación a la normatividad que prohibe los menores en la guerra, son mínimas respecto de la
violencia juvenil en las ciudades.
5 Testimonio tomado de la investigación "El parlache", cedido por los autores. Luz Stella Castañeda
y José Ignacio Henao.
6 La reflexión en este terreno es amplia por ser un tema bastante explorado actualmente. Selec-
cionamos algunos trabajos por su pertinencia en el enfoque, sobre todo por la inclusión de
100 / Muertes violentas

nanera más clara su relación con la muerte. Esta precisión es importante


;n la medida en que sabemos que las prácticas y discursos ligados a estas
nuertes violentas coexisten con discursos y prácticas más vitales en la ciu-
dad. Es obvio que la ciudad se significa también desde otros lugares, por
yemplo el espacio abierto, por oposición al encierro de la escuela y la
amilia, como lugares donde se aprende. Sólo nos interesa resaltar la ciu-
dad significada desde la muerte. A partir de ahí, y siguiendo la línea
7

analítica empleada en toda la investigación, intentamos elaborar una in-


terpretación sobre las(s) trama(s) de significación que se construyen a tra-
vés de la relación que, cotidianamente, establecen los jóvenes con la muer-
te violenta. Primero se expondrán a grandes rasgos las características del
conflicto urbano en Medellín, particularmente en lo que respecta a los
jóvenes; luego, abordaremos el análisis desde sus referentes de sentido y
significación, y, finalmente, nos detendremos en sus prácticas funerarias.

Los protagonistas del conflicto y la muerte


En el conflicto urbano, las prácticas y los discursos con los cuales los
jóvenes construyen sus tramas de significación se pueden encontrar en
tres grupos: sicarios, milicianos y bandas. Aun cuando no es posible perio-
dizar con mucha exactitud el fenómeno, se sabe que los sicarios predomi-
naron en los años ochenta, mientras los milicianos y las bandas lo hicie-
ron en los años noventa. Todos ellos establecieron una estrecha relación
con la muerte.
Del "no nacimos pa' semilla" al "más bien uno quiere formar
una familia, tener un futuro"
Aunque la pretensión de la investigación ha sido la de abordar el asunto

algunos elementos culturales que —confrontándolos con los testimonios— nos permitieran
explorar el problema de las significaciones: Ana María Jaramillo, Marta Inés Villa y Ramiro
Ceballos, En la encrucijada. El Medellín de los noventa, Medellín, Corporación Región, Municipio
de Medellín, 1998; Carlos Mario Pe rea, "La sola vida te enseña. Subjetividad y autonomía de-
pendiente", en: Umbrales, cambios culturales, desafios ruicionales y juventud, Medellín, Corporación
Región, 2000; Pilar Riaño, "La memoria viva de las muertes: lugares e identidades juveniles en
Medellín", Análisis Político, N.° 41, Bogotá, Iepri, Universidad Nacional de Colombia, 2000.
También de la misma autora, "La piel de la memoria. Barrio Antioquia: pasado, presente y
futuro". Nova & Velera, N.° 36, Bogotá, Esap, ago.-sep., 1999; Óscar Useche, "Coordenadas para
trazar un mapa de la violencia urbana en Colombia", entre otros.
7 Remitimos al lector interesado al trabajo de C. M. Perea, "La sola vida te enseña. Subjetividad y
autonomía dependiente".
La complacencia en el exceso... / 101

de la muerte violenta en la década de los noventa, vale la pena detenerse


un poco en el fenómeno del sicariato que tuvo su época de auge en los
años ochenta. Si bien el panorama del conflicto urbano se modifica
sustancialmente en estos últimos años, fue por esta vía que la relación
jóvenes-muerte violenta se hizo más visible. Ha sido posible contrastar tam-
bién un aspecto que ha ido apareciendo en este trabajo y resulta bien
sugerente: el de las significaciones de la vida —y la muerte— que tienen
estos jóvenes y que, a juzgar por los testimonios, parece haber cambiado
sustancialmente de una década a otra. En términos del conflicto urbano,
se pasó de un fenómeno a otro (del sicariato a las milicias o las bandas), 8

y en términos de la percepción sobre la muerte se pasó del no nacimos pa '


semilla, al más bien uno quiere formar una familia, tener un futuro. Como lo
expresa uno de los testimonios recogidos:
Uno empieza a ver las trayectorias de la vida, aprender a pensar, como la madurez,
como el en sí por qué vivir, porque unp antes decía: no, hay que conseguir plata, dejar
a la cucha bien y pues que me maten, que me peguen un tiro, si mi cucha está bien [...]
pero uno ya después empieza a ver y a aferrarse a la vida y a disfrutar del paseo;
empezar a cogerle, como a aferrarse, uno empieza a pensar: bueno, estoy aquí y que
ahorita me maten, iqué piedra, hombe! Uno que dice que en esta vida es más lo malo
que lo bueno que le toca a uno y mentira que uno también pasa más bacano. Uno
empieza a ver las expectativas, el cansancio de las armas, de tanta violencia a toda
hora, más bien uno quiere formar una familia, tener un futuro [...].'

En efecto, el surgimiento del sicario ligado al narcotráfico fue ma- 10

gistralmente descrito en el libro No nacimos pa semilla. Fue, sin duda, el 11

tráfico de drogas el proceso que generó este fenómeno sicarial y, a partir


de él, se evidenciaron en estos muchachos ciertos estilos de vida, prác- 12

ticas culturales ligadas a la muerte, ritos, religiosidad, etc., todo lo cual


llevó a ubicar al joven como un actor más del conflicto. Como lo señala- 13

8 El sicario como personaje' sigue existiendo no sólo en Medellín sino también en otras ciuda-
des, lo que desapareció fue el "sicariato" organizado como fenómeno social ligado al narcotráfico.
9 Testimonio cedido por Corporación Región. Entrevista con habitante de la Comuna centro
oriental, octubre de 1996.
10 La revista Semana reseña como el primer sicario al que mató a Rodrigo Lara Bonilla, ministro de
Justicia, en 1984.
11 A. Salazar, No nacimos pa'semilla.
12 Eisa Blair, "Le trafic de drogue: de la proposition délictueuse au style de vie", en: La violence en
Cobmbie. Le défi aux idées reçues, Paris, FPH, 1994, p. 48.
13 Aunque hay que admitir que fue por esta vía que el joven logró hacerse un sujeto para ser
pensado en las políticas públicas. Porque —v esa es otra cara del problema— es también por la
vía de la violencia y casi siempre de la muerte que los dirigentes en este país miran lo que no
78 / Muertes violentas

ron en su momento dos investigadores del tema del sicariato, muchos 14

jóvenes asumieron la costumbre de la muerte; fue normal ver matar y morir.


Además las personas vinculadas a diversos tipos de bandas repiten con
cierta uniformidad frases y expresiones donde se menosprecia la muerte y
se acepta como algo que ha de llegar rápida e inevitablemente. De esa
época recogemos estas voces que se pronuncian sobre ella:
Yo ya tengo trece muertos encima, trece a los que yo les he dado, porque cuando voy
en gallada no cuento esos muertos como míos. Si me muero ya, me muero con amor.
Al fin de cuentas la muerte es el negocio, porque hacemos otros trabajos pero los princi-
pales son matar por encargo. A nosotros nos busca gente de todas partes: de la cárcel
Bellavista, del Poblado, de Itagüí, personas que no se quieren banderiar y lo contra-
tan a uno pa' cazar culebras. El cliente que nos contrate, yo analizo que sea serio,
bien con el pago. Cobramos dependiendo de la persona que sea. Si es un duro se
pide por lo alto. Es que uno está arriesgando la vida, la libertad y el fierro. Si toca
salir de la dudad a darle a un pesado, cobramos por ahí tres millones. Aquí en la ciudad lo
menos es medio millón. No nos importa a quién hay que darle, el caso es que hay que
acostarlo.15

La primera vez que maté sentí como la sensación. Un pelao nos sapió y tocó matarlo. Yo
lo maté normalmente hasta con rabia. Sin embargo, me sentí como maluco y me achanté
todo el día. Eso fue todo. Lo mejor es matar por razones, matar cuando alguien se la
cometa a uno. Así se siente que la muerte asfixia y hay que matar por desquite. De
resto así porque sí tampoco. El segundo fue un muchacho que maté por una novia que yo
tenía. [...] cuando a uno lo convidan a matar ya es un progreso [...]. 16

Yo recuerdo mucho la primera vez que me tocó matar: yo había herido personas pero no
había visto los ojos de la muerte. Fue en Copacabana, un pueblo cercano a Medellín. Un
día por la mañana estábamos robando en una casafinca y sin saber de dónde se nos apareció el
celador. Yo estaba detrás de un muro, a sus espaldas, asomé la cabeza y de puro susto le metí los
seis tiros del tambor. El hombre quedó frito de una. Eso fue duro, pa' qué le miento, fue muy
duro. Estuve quince días que no podía comer porque veía el muerto hasta en la sopa [...] pero
después fue fácil. Uno aprende a matar sin que eso le moleste el sueño."

han visto de otra manera, y los jóvenes comenzaron efectivamente a ser sujetos de políticas
públicas en la medida en que aumentaron los muertos.
14 Alonso Salazar y Ana María Jaramillo, Las subculturas del narcotráfico, Bogotá, Corporación Re-
gión, Cinep, 1992.
15 A. Salazar, No nacimos pa'semilla, p. 30.
16 Tomado de Adolfo Atehortúa, José Joaquín Bayona y Alba Nubia Rodríguez, Sueños de inclusión.
Las violencias en Cali, años 80, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, Cinep, 1998, pp. 153-154.
17 A. Salazar, No narímos pa' semilla, p. 26 (los resaltados son nuestros).
La complacencia en el exceso... / 7 9

"La muerte es lo más sobrado que hay. Cuando yo me muera a mí me


gustaría verme ahí para reírme de mí mismo". 18

Como acertadamente lo señalaban otros autores, en estosjóvenes existe


un profundo escepticismo que, sumado a lo riesgoso de su actividad,
hace conscientes a los jóvenes pandilleros de que su vida es efímera: sa-
ben que van a morir y no les importa vivir poco pero bien, es su filosofía,
que responde a la disyuntiva de tenerlo todo o nada, incluso la vida, "o la
gozo o me matan", que es lo mismo que decir "no importa cuánto se vive
sino cómo". 19

En los años noventa se produce un desplazamiento de la violencia sicarial


hacia la violencia producida por milicianos y bandas, que aún no ha sido
suficientemente estudiada. Esta vez el narcotráfico y el sicariato ceden el
20

lugar a los milicianos y bandas lo cual cambia el panorama de la violencia


urbana en Medellín. Buena parte de las dinámicas violentas continúan
pero toman otra dirección: los jóvenes que las protagonizan siguen "mar-
cando el territorio" a partir de referentes de violencia y de muerte, pero
ahora lo hacen desde otros lugares y con otras significaciones. Su relación
con la muerte ha modificado sus temporalidades, eso parece insinuarlo el
cambio de la inmediatez y la indiferencia con la vida al apego a ella.

"Al que pillemos matando, lo matamos"


Los años noventa vieron un panorama diferente al de los ochenta. En
Medellín el conflicto urbano no desaparece sino que asume nuevas for-
mas: esta vez los protagonistas son los milicianos, las bandas, los grupos
de autodefensa comunitaria. Las milicias empiezan su actividad a fines
21

de la década de los ochenta, con un proceso de gestación bastante com-


plejo que obedeció a múltiples factores, entre ellos principalmente, la
llegada de comandos urbanos de movimientos de izquierda y el aumento
de la delincuencia, esta última en estrecha relación con las bandas y el

18 Testimonio de un joven del barrio Guadalupe, Comuna nororiental de Medellín, en: A. Salazar
y A. M.Jaramillo, Op. cil., pp. 141-142.
19 Diego Bedoya y Julio Jaramillo, De la barra a la banda. Estudio aiwlilico de la violencia juvenil en
Medellín, 2.' ed., Medellín, Editorial El Propio Bolsillo, 1991. De los mismos muchachos decía
Víctor Gaviria en un reportaje, mientras rodaba su película Rodrigo D, no futuro, que ellos sen-
tían mucha curiosidad por la muerte. Para ellos el mejor lugar es estar muertos. Lo piensan
como un valor: "el mejor parche es estar muerto. Estar vivo no es la vida". Juan José Hoyos,
Sentir que es un soplo la vida, Medellín, Universidad de Antioquia, 1994.
20 Aunque sí existe un libro que da buena cuenta de ese desplazamiento, véase A. M.Jaramillo. M.
I. Villa y R. Ceballos, En la encrucijada. Conflicto y cultura poítica en el Medellín de los noventa,
Medellín, Corporación Región, Alcaldía de Medellín, 1998.
21 Ibid.
8 0 / Muertes violentas

narcotráfico. Las milicias surgen entonces con el objetivo de crear meca-


nismos de seguridad en los barrios que se ven azotados por la delincuen-
cia, y este control sui gèneris del "orden público" ha estado, a todas luces,
ligado con la práctica de la muerte, toda vez que las personas condena-
das por estos grupos entraban a engrosar las estadísticas de muertes vio-
lentas en la ciudad.
Las milicias también son depositarías de la experiencia de las bandas de delincuencia
común con arraigo en la zona nororiental y que cumplían con la función de proteger
los barrios. Se conocen además antecedentes de vengadores anónimos, empresarios
independientes de limpieza social, algunos de los cuales engrosarán las milicias o se
volverán gestores de nuevos grupos o sucursales milicianas.-
Pero los jóvenes no estaban solos. Y las tramas (te significación se constru-
yen en la red de relaciones que conforman los 'universos' habitados por
ellos. El proyecto miliciano en sus inicios fue ejercer justicia por su propia
mano, práctica aprendida sin duda de pobladores menos jóvenes acostum-
brados a no creer en el Estado ni en la ley, que generó un proceso muy
complicado pues fue aprobada altamente por distintos sectores de pobla-
ción, habitantes de los barrios, que otorgaban cierta legitimidad a los
milicianos en razón de la 'seguridad' que conseguían para el barrio al 'ajus-
ticiar' delincuentes y drogadictos. Esta aceptación legitima asimismo accio-
nes delicuenciales, aunque se cubra con discursos de "defensa barrial". En
efecto, estas operaciones de 'limpieza' de los grupos de milicianos contra
delincuentes y drogadictos eran menos públicas, pero conocidas (¡y acep-
tadas!) en los barrios. La manera de anunciar su llegada y su 'dominio'
sobre un territorio se daba a partir de la circulación de listas 'negras' con
los nombres de las personas sentenciadas a muerte.
Sin embargo, en estas dinámicas de guerra estos actores no fueron
ajenos a la delincuencia, pues lo que no hacían en su barrio lo hacían
fuera de él, y empezaron a tener problemas dentro de los grupos, que
comienzan, entonces, a desarticularse y a delinquir de la misma manera
que las bandas y los delincuentes contra los que actuaban. Cayeron en el
exceso, y la reacción de otros sectores no se hizo esperar. He aquí el
testimonio de un joven de un barrio afectado por este tipo de acciones:
"Vamos a hacer la paz en el barrio, al que pillemos matando, lo matamos, o
sea están haciendo paz matando, al que pillemos fumando marihuana lo mata-
mos, estamos haciendo paz matando, quitando el vicio, matando, o sea se
escudan en una gran realidad como es la vida home, eso es pecado [...]"• 2S

22 Ibid., p. 62.
23 Testimonio cedido por Corporación Región, entrevista con jóvenes del barrio Santa Mariana,
septiembre de 1996 (los resaltados son nuestros).
La complacencia en el exceso... / 8 1

El debilitamiento que ocurre en la organización miliciana da pie en-


tonces para que las milicias de los años noventa y aun las de hoy tengan
características un poco diferentes a las iniciales. En consecuencia, las
milicias cada vez fueron sufriendo un proceso de desintegración y frag-
mentación:
Un proceso de subdivisión creciente que involucra tanto a las milicias que se
reinsertaron como a las agrupaciones que permanecieron al margen de este proce-
so. Ello se da como consecuencia de disputas internas que responden a muy diversos
motivos; entre ellos sobresalen la lucha por el control de territorios, los liderazgos y
el tipo de alianzas a establecer con otros actores armados [...] de conformidad con lo
anterior tenemos hoy gran diversidad y heterogeneidad tanto en las denominacio-
nes de los grupos como en los niveles de rechazo o aceptación que encuentran entre
los pobladores. A pesar de la resistencia de cada grupo a identificarse con otros en la
ideología que defienden o en la naturaleza que se atribuyen, entre todos circulan
discursos y prácticas similares.-' 1

"Para mí, matar gratis era pecado"


Las bandas de delincuencia común operaban en la ciudad desde la déca-
da de los sesenta, aunque el fenómeno de las bandas juveniles se conso-
lida en la década de los ochenta. Su cuna estuvo en el auge del narcotráfico,
el cual se convirtió en un agente de demanda de cierto tipo de servicios
que estos grupos de jóvenes empezaron a ofrecer. Se produjo así una
mezcla de delincuencia juvenil y narcotráfico, que dio lugar a la genera-
lización del sicariato y a la transformación de muchas barras y galladas
juveniles en empresas del crimen altamente dotadas y especializadas. 25

Pero su relación con la muerte era tan cercana como la de los sicarios. Así
se expresa un muchacho de una de esas bandas:
Me acuerdo del pecoso, un varón, uno de los duros de por aquí que no se le arruga-
ba a nada. Fue el último en partir. Como era tan osado y tenía tantos muñecos encima
le habían montado la perseguidora todos: los capuchos, los feos, los de la banda de
abajo. Era un concurso a ver quién lo tumbaba primero. Él se mantenía enfierrado con
una tola lo más de bacana. Decía que cuando le llegara la hora no se iba solo. Así fue. 26

Con la proliferación de las bandas dedicadas a estas actividades, se

24 A. M. Jaramillo, M. I. Villa y R. Ceballos, Op. cü„ p. 84.


25 Ibid., p. 58.
26 Testimonio que hace parte del archivo de la investigación "El parlache", cedido por los autores.
8 2 / Muertes violentas

generaron rivalidades y competencias que agudizaron el conflicto en la


ciudad e incrementaron el número de muertes fruto de la violencia. Se
hicieron más frecuentes los incidentes entre unas y otras, lo cual originó
múltiples enfrentamientos y la subsecuente fragmentación que ha con-
vertido el fenómeno de bandas en un problema de contornos difusos
debido a los constantes cambios en su composición. Hoy en día, sin 27

embargo, como fenómeno no tiene la misma naturaleza sicarial ni la mis-


ma notoriedad que tuvieron las bandas del narcotráfico.

Paramilitarismo y delincuencia: guerra a muerte


Para los últimos años, la cara del conflicto urbano vuelve a cambiar. El
conflicto político armado se inserta en las ciudades y lo hace a través de las
bandas o de la delincuencia organizada. El paramilitarismo hace presencia
en las ciudades nuevamente con los jóvenes como actores de bandas
delicuenciales al servicio de estos grupos. El caso más significativo hace
unos años ha sido la relación entre Carlos Castaño, jefe paramilitar, y la
banda La Terraza, quienes después de haber establecido "alianzas estraté-
gicas" se enfrascaron en una guerra a muerte, porque si algo se ha visto en
este conflicto colombiano es la fragilidad de las alianzas. Es la precariedad
de las "imágenes del enemigo", en tanto a éste se lo define en razón de los
dominios siempre transitorios y frágiles sobre los territorios y, sobre todo,
articulados a una dinámica, la del dinero, que criminaliza y degrada las
acciones de la guerra apostándole al mejor postor. Este fenómeno reciente
no ha sido todavía objeto de un estudio a profundidad, circulan más los
rumores y las crónicas periodísticas al respecto señalando el cruce entre
28

paramilitares y bandas delicuenciales, que trabajos serios sobre el tema.


Para el caso que nos ocupa, la muerte violenta, las manifestaciones del
conflicto y hasta sus protagonistas cambian, mientras sigue existiendo el
mismo denominador común: una estrecha relación de los jóvenes con la muerte.
Aun cuando los testimonios hasta aquí reseñados y las modalidades de
acción violenta en las que están involucrados los jóvenes —sicariato, mili-
cias, bandas— corresponden a la dinámica específica del conflicto urbano
en Medellín, el panorama con todo y sus especificidades, algunas de ellas
bien trabajadas por los expertos en el tema, no es muy distinto en el caso
bogotano. Trabajos recientes, como los del Observatorio de Cultura Urba-
na en Bogotá o los de algunos otros autores, dejan ver las dinámicas
29

27 A. Jaramillo, M. I. Villa y R. Ceballos, Op. cit.


28 Revista Semana, "Nosotros matamos a Garzón", Bogotá, 2001.
29 Ó. Useche, "Coordenadas para trazar un mapa de la violencia urbana en Colombia"; A. Salazar,
La complacencia en el exceso... / 8 3

urbanas de ciertos sectores y su relación con la violencia, y en particu-


lar con la muerte. Veamos algunos testimonios tomados de la ciudad
de Bogotá:
Habían [sic] muchas muertes, eso un sábado aparecían siete en diferentes partes del
barrio.
Se acababan de familia a familia. De noche era la plomacera y al otro día apare-
cían los cuerpos.
Por una mirada lo matan a uno. Muchas veces he tenido que bajar la cabeza en
un bus, [porque] no falta el marico que se enamora de uno.
Empezaron a echar bala y todos al suelo, uno siente la muerte encima, pero de
lo mismo joven se siente uno hasta contento.
A esos pelaos en cualquier momento llega otro y los mata, estar pendiente de
que si uno está ahí en ese grupo tiene que estar alerta de que no lo vavan a matar. 30

Los recuerdos de los días de muchas muertes salpican la memoria colec-


tiva. El oficio fatal se puede cumplir con facilidad a la vuelta de la esqui-
na envuelto en la más variada cantidad de eventos. Sus motivaciones
pueden agruparse en el dominio territorial y la venganza. De cualquier
forma estos pandilleros —dice Perea— "se complacen en el exceso".
La ciudad, territorio de violencia y muerte, y sus jóvenes
habitantes
El pasado martes 21 de enero habría pasado sin pena ni gloria como uno de esos
días de enero que empiezan teñidos de verde y terminan con un aguacero bíblico,
sino fuera por una cifra asombrosa en esta tierra de bárbaros. Los pocos que escu-
charon la cifra sonrieron, por supuesto, pero su asombro no pasó de ser como aquel
que los asalta cuando les cuentan una curiosidad, una anécdota. Otros, la transmitie-
ron como un simple rumor, como una de esas cosas simpáticas que a veces le cuen-
tan a uno en la calle. En los noticieros la noticia se deshizo entre titulares de emer-
gencia económica y paro de la justicia. En alguno incluso la usaron como una coletilla
de una información larga y tediosa sobre un paro. Como con la intención de provo-
car aunque fuera al final de la retahila de pliego de peticiones y negociaciones in-
conclusas una sonrisa al malencarado televidente. Según la información de la poli-

"Los del margen: entre el parche y los plántelos. Bandas", Seminario Ciudad y Conflicto, po-
nencia, Medellín, Corporación Región, (s. i.), 1998; Carlos Mario Perea, "La sola vida te ense-
ña. Subjetividad y autonomía dependiente"; id., "Un ruedo significa respeto y poder. Pandillas
y violencia en Bogotá", Seminario de Cinep, ponencia, Bogotá, (s. i.), 4, 5 y 6 de dic., 2000.
30 C. M. Perea, "Un ruedo significa respeto y poder", pp. 10-11.
8 4 / Muertes violentas

cía metropolitana el martes 21, que nunca deberíamos olvidar, no ocurrió ni un


asesinato en Medellín, una ciudad acostumbrada a contar a sus muertos por decenas
cada día. Eso quiere decir que ninguna bala dio en el blanco, que ningún joven se
desangró en una esquina, que ninguna mujer lloró a su esposo, que nadie —el mar-
tes—juró venganza y eso que parece tan accidental tan cercano al producto de una
sobreposición planetaria o algo así tan traído de los cabellos no produjo aquí ni
calor ni frío. A los noticieros nacionales —tan interesados en Antioquia cuando bro-
tan reinas o produce muertos— no les pareció gracia que por primera vez en décadas en
Medellín no se cometiera un asesinato. A nadie le interesó provocarnos una sonrisa. Sé
que es una ilusión sentarnos a esperar congratulaciones en este país de escépticos
extremos, de pesimistas suicidas. Sé que es tontería llenamos de esperanza en una
ciudad que hoy no dio un muerto porque mañana dará veinte. Pero permítanme
decir que fue grato saber que es posible un día cero en esta carrera asesina."

Es importante repetir que la muerte violenta de jóvenes es un fenó-


m e n o esencialmente urbano, porque las significaciones urbanas son las
que permiten reconstruir el entramado de símbolos con los cuales estos
jóvenes construyen la significación del acto mismo de ejecución de la
muerte y su representación. En ello inciden profundamente muchos ele-
mentos que han sido nombrados por los especialistas como los nuevos
"consumos culturales" a los que acceden los jóvenes hoy. 32

Las ciudades latinoamericanas albergan las más variadas formas de


violencia asociadas generalmente con las dificultades en la construcción
de ciudadanía. Son lugares de desarraigo, de pobreza y de exclusión. En
ellas existe una "territorialización o geografía de las violencias" que deli- 33

mita territorios, formas de ocupación y uso de ciertos espacios que ha-


blan de una percepción generalizada de inseguridad, miedo y descon-
fianza, que incita a la búsqueda de espacios privados al tiempo que crea
las condiciones para la producción y reproducción de las violencias, las
cuales terminan siendo formas de significación producidas por los
entramados de la cultura.
En estas dos últimas décadas, los habitantes jóvenes de la ciudad co-

31 Patricia Nieto, La Hoja Metro, N.° 47, Medellín, 27 de ene.-2 de feb., 1997 (los resaltados son
nuestros).
32 Véanse: Germán Muñoz, "Consumos culturales y nuevas sensibilidades", en: Viviendo a toda.
Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades, Bogotá, Diuc, Universidad Central, Siglo del
Hombre Editores, 1998, pp. 173-240;José Fernando Serrano, "Somos el extremo de las cosas o
pistas para comprender culturas juveniles hoy", en: Viviendo a toda. Jóvenes, territorios culturales y
nuevas sensibilidades, pp. 241-260, y del mismo autor, "La cotidianidad del exceso: experiencias
y representaciones de la violencia en jóvenes urbanos", seminario La configuración social del
Miedo, Medellín, Corporación Región (s. i.), agosto de 2001.
33 Ó. Useche, Op. cit., p. 6.
La complacencia en el exceso... / 8 5

lombiana han sido, sin duda, la población más vulnerable a la indefini-


ción que parece caracterizar al "ser urbano de nuestras ciudades que no
ha acabado de definirse y por ellas transitan pobladores en plena meta-
morfosis entre el pueblo ruralizado, el arrabal al que le cantaban los
tangos, el barrio de la ciudad industrial y el nómada de la ciudad glo-
bal". Con todo este escenario, el conflicto político armado colombiano
34

no ha dejado mucho margen para formular los problemas más apremian-


tés de la violencia urbana.
La hipótesis interpretativa que construimos sobre lo que considera-
mos es el entramado de significaciones simbólicas que losjóvenes produ-
cen en esa relación muerte-ciudad se despliega en tres dimensiones: en
primer lugar, la ciudad como el territorio donde se produce esta muerte
joven, es decir, la ciudad es el espacio físico de producción de la muerte
violenta por parte de estos jóvenes. En segundo lugar la demarcación y
35

codificación del territorio, nombrar y dibujar la ciudad, a partir de referen-


tes absolutamente tanáticos y, por último, la ciudad como el lugar donde
la muerte se significa, es decir, se inscribe en un marco de representación
que le da sentido, y con el cual los jóvenes vivencian sus experiencias y
expresan sus maneras de habitarla. 36

Con base en el interés que nos anima para efectos de este trabajo
sobre la muerte, la ciudad es: 1) el lugar donde la muerte violenta se
produce; 2) donde la muerte se codifica: demarca territorios y se ritualiza
(cementerios, lugares de culto, nominación y referentes topográficos de
muerte); 3) donde la muerte se significa, esto es, se dota de sentido y de signi-
ficación (ceremonias, símbolos y sentidos) expresados en discursos y prácti-
cas.
La ciudad: territorio donde la muerte se produce o el lugar
de su ejecución
El espacio urbano se ha convertido en la instancia predominante para la
vida en el mundo globalizado de hoy. En lo que concierne al mundo
urbano latinoamericano pocas cosas están completamente definidas, más
bien se hallan en plena ebulllición y en una transición donde cada ciudad
vive, a su manera, la producción material y simbólica de esos cambios. En

34 lbíd., p. 8.
35 El contexto en el que ocurren estas muertes está configurado por la presencia de uno u otro
actor armado, que responde sin embargo a lógicas y dinámicas diferentes para producir estas
muertes violentas.
36 Este sentido es equiparable a lo que Useche llama los "entramados de la cultura en medio de los
cuales se cocinan los significados de la vida y las raíces de la violencia". Ó. Useche, Op. cil., p. 6.
8 6 / Muertes violentas

el caso colombiano, una violencia cotidiana y difusa ha ido copando sus


conglomerados urbanos. La ciudad está llena de temporalidades, ritmos
y velocidades por donde transitan las relaciones de vida y los interregnos
de la muerte. Una epidemiología del horror acecha en ellas, y en esta
37

multiplicidad de violencias las interacciones cotidianas se convirtieron


en rituales y prácticas fundadas sobre la violencia.
La producción de muertes violentas, expresada en la tasa de homicidios,
se da en un contexto de múltiples violencias urbanas. Baste decir que entre
ellas encontramos desde la acción delincuencial (y sus formas: robos, asaltos,
secuestros, homicidios pasionales, violencia sexual, ajustes de cuentas, etc.)
hasta la violencia más claramente política (generalmente milicias urbanas
articuladas a las guerrillas) que, sin embargo, pasan por una amplísima gama
de otras violencias: la agenciada por el narcotráfico, con características
delicuenciales pero específicas de él, la de las bandas barriales, de las
autodefensas comunitarias, etc. Aunque no todos, muchos de estos episo-
dios violentos tienen como desenlace la muerte. Muertes que, en la mayoría
de los casos, terminan siendo sólo datos en esa mezcla difusa de conflictos
cotidianos y violencias no organizadas o con fines políticos, que invisibiliza las
circunstancias y las razones de la muerte. Las violencias difusas de
38

Medellín bien podrían equipararse a las descritas en un estudio sobre las


pandillas en el suroriente bogotano, donde, según el autor, "las calles y
39

sus tramas cotidianas escenifican pequeñas guerras de pavimento". 40

37 lbid., pp. 6-8.


38 Óscar Useche anota que en el 47% de los casos, de un estudio en Bogotá, no se contó con
información sobre las circunstancias de la muerte. Lo que aún no ha sido trabajado, y sin em-
bargo reviste una particular significación, es el hecho de que este desconocimiento de las razo-
nes y circunstancias de la muerte imposibilita la elaboración y tramitación de los duelos con los
efectos correspondientes en los individuos y la sociedad. Op. cil., p. 12.
39 Estas pandillas (llamadas parches por ellos mismos) están conformadas por jóvenes de sexo mas-
culino entre trece y dieciocho años y son agrupaciones donde se impone lo violento. En ellas el
robo, el vicio y la violencia son llevadas al extremo, de hecho en el caso de estos jóvenes el vicio
constituye un ingrediente de los atracos callejeros y consumirlo da sentido de pertenencia. Su
actividad delictiva varía considerablemente de unas a otras, pero el robo más o menos sofistica-
do es rasgo común a todas. Carlos Mario Perea, "Un ruedo significa respeto y poder. Pandillas
y violencias en Bogotá", Seminario Nacional de Investigadores sobre Conflicto, Violencia y Paz,
ponencia, Cinep, Colciencias (s. i.), diciembre de 2000.
40 Esta violencia, distribuida entre violencia organizada y confrontación difusa, representa el 75%
del total de homicidios en el país sin que sea posible establecer, a partir de las estadísticas, las
diferencias entre una y otra. Mientras sólo el 15% restante es atribuible a causas políticas. Véase
C. M. Perea, "Un ruedo significa respeto y poder".
Cifras más recientes reportaban 3.700 homicidios en Medellín entre enero y octubre del
año 2000. El mismo informe de la Policía Nacional señala entre las causas más comunes de los
asesinatos los relacionados con hurto de vehículos, venganzas personales y disputas territoria-
les en los barrios. El Colombiano, noviembre de 2000, Medellín.
La complacencia en el exceso... / 8 7

En un contexto de múltiples violencias, el miedo se vuelve parte del


imaginario en tanto la geografía de la violencia delimita territorios y
determina las formas de ocupación o de tránsito de ciertas zonas. La
ciudad es, en este sentido, el "territorio donde se dibujan las geografías
del conflicto y del delito".' 11

La ciudad: territorio codificado. Una "topografía


de la muerte"
Cuando la pelea está casada, el sólo hecho de poner pies en territorio ajeno
es el equivalente a una condena de muerte. Una condena que puede
aplicarse también por motivos como el desafio a enfrentar filenas, la rivalidad en
los negocios, la maldad hecha a un parcero o la simple pasión emocional produci-
da por la bicha. En este momento ya se mata por rabia y placer, generándose una
cadena de venganzas por cada mjierto o herido de lado y lado 12

Varios son los mecanismos mediante los cuales los jóvenes codifican el
territorio y construyen referentes simbólicos a partir de la muerte. Ellos
emergen en sus prácticas y en sus discursos cotidianos a través de un
lenguaje tanático, de la música y los ritos funerarios.
Un indicador de la codificación del territorio a partir de la muerte se
da a través de la creación de referentes simbólicos sobre los espacios físi-
cos de las ciudades escritos en lenguajes de muerte. La codificación del
territorio, o "nuestra accidentada topografía de la muerte" como alguna
vez la nombró un antropólogo, designa maneras de nombrar o referenciar
45

la muerte inscritas en los lugares o los escenarios donde ella se produce,


es decir, donde han sido cometidos los asesinatos, lugares que quedan
como referentes físicos en los barrios, en sus esquinas y en las avenidas
de las grandes ciudades.
Algunos autores han resaltado esta manera de codificar el discurso
como si toda la ciudad fuera un inmenso graffiti, Pilar Riaño, por su
44

parte, hace la misma apreciación sobre la demarcación del territorio con


referentes de muerte:

41 Ó. Useche, Op. cit., p. 6.


42 D. Bedoya y J.Jaramillo, De la baña a la banda, p. 105.
43 Carlos Alberto Uribe Tobón, "Nuestra cultura de la muerte", Texto y Contexto. N.° 13, Bogotá,
Universidad de los Andes, 1990.
44 María Teresa Salcedo, "Escritura y territorialidad en la cultura de la calle", en: María Victoria
Uribev Eduardo Restrepo, eds., Antmpologias transeúntes, Bogotá, lcanh, 2000, pp. 153-190.
9 0 / Muertes violentas

Tabla 3.1 Procesos lingüísticos de formación del parlache

Mecanismos lingüísticos Ejemplos


Adición de fonemas Buséfalo (bus)
Supresión de fonemas Ñalada; (puñalada); ñero: (compañero)
Cambiando fonemas que cumplen De género, para lograr un
una función morfemática sentido metafórico: rosco (homosexual)
que es una deformación de la palabra
rosca
Inversión silábica Lleca (calle); ofri (frío); bezaca
(cabeza); misaca (camisa)
La fusión de significantes y significados Melrallín (metralleta y Medellín)
de dos palabras para formar una nueva
Préstamos de palabras a otras lenguas, Ansorris (I am sorry)
especialmente el inglés, españolizándolas
La onomatopeya Tilín, tilín (campanero)
Utilizando prefijos Re-pasta; re-cuca
Utilizando nombres de personas Roberto (robo); justiniano (juez)
por semejanza fonética
Por paronimia Vientos o maletas (bien o mal)
Plomonía (plomo y pulmonía)

Fuente: adaptado de Luz Stella Castañeda y José Ignacio Henao, "El parlache: una varie-
dad del habla de los jóvenes de las comunas populares de Medellín", en: María Cristina
Martínez, comp., Discurso, proceso v significación. Estudios de análisis del discurso, Cali, Edito-
rial Universidad del Valle, 1997, pp. 20-30.

los jóvenes parecían poder manifestar algo en relación con la muerte, lo


que ésta les significaba o, en todo caso, la posibilidad de expresarse al
respecto. Esto es importante entenderlo en el contexto de lo que la músi-
ca representa para este grupo de población: un medio de socialización
donde se define su manera de crear y construir identidades (aunque cam-
biantes y transitorias). "La música ha demostrado ser la empatia estética
más importante para una juventud que se ha reencontrado con el len-
guaje del cuerpo, territorio y símbolo de los anhelos de liberación sexual
y social". O como lo señalaba Luis Carlos Restrepo: "La cercanía de la
51

muerte y su posibilidad real emergen como componentes necesarios y


hasta deseables de intensas exploraciones rítmicas o de consumos atrevi-

51 Óscar Useche, "En busca de nuevos lugares de enunciación de lo juvenil". Nova & Velera, N.° 32,
Bogotá, Esap, jul.-sep., 1998, pp. 48-62.
La complacencia en el exceso... / 91

Tabla 3.2 Formas de nombrar la muerte

Acostar Despegar de este planeta Marcar calavera


Arreglar el caminao Empacar para la funeraria Marcar cruces
Bajar Enviar (de una pa'l cementerio) Mascar
Boletiar Fumigar Oler a formol
Borrar del mapa Ganarse la vida con el índice Perder el año
Cargar lápida Haber (alguien) de cruces Poner la cruz de ceniza
en el cuello
Cascar • Hacer el tren Quebrar
Cazar Irse a averiguar a qué huele Ser chulo
la eternidad
Cortar de raíz Irse de paseo por el cementerio Sonar
Curar del mal Irse para la otra galaxia Tirar al piso
de la existencia
Dar chuzo Levantar Tostar
Dar dedo Limpiar Tumbar
Dar en la cabeza Llevar Traquetiar
Dejar de funeraria Mandar a la otra ribera Volver muñeco
Descansar Mandar de viaje
Despachar Mandar saludes a san Pedro

Fuenle: Víctor Villa Mejía, "El léxico de la muerte", Pre-ocupaaones, Medellín, Seduca,
Colección Autores Antioqueños, 1991.

dos y veloces [...] integrando de manera dramática ritmo, muerte y consumo


[...] pues la red interpersonal que se produce se anuda de cara a la propia muerte
o al homicidio". 52

Dos canciones populares bastante evocadas por los jóvenes permiten


ilustrar esta relación lenguaje-jóvenes-muerte. Aunque ambas canciones
responden más bien a problemáticas de los adultos de los sectores popu-
lares y medios que a intereses de los jóvenes, éstos se 'apropian' de ellas
en una resignificación de la muerte. La primera, es una canción titulada
Nadie es eterno en el mundo, de un género popularmente conocido como
"música de despecho". Cruz de madera, pertenece a los llamados "corri-
dos prohibidos" que también tienen origen en un sector de población
adulta pero que son apropiados y resignificados por los jóvenes.

52 Luis Carlos Restrepo, "Ritmos y consumos", en: Umbrales, cambios culturales, desafíos nacionales y
juventud, Medellín, Corporación Región, febrero de 2000 (los subrayados son nuestros).
9 2 / Muertes violentas

Nadie es eterno en el mundo Cruz de madera


Nadie es eterno en el mundo ni tenien- Cuando al panteón ya me lleven no quie-
do un corazón! que tanto siente y suspi- ro llanto de nadie/ sólo que me estén can-
ra por la vida y el amor./ Todo lo aca- tando la música que más me agrade./ El
ban los años, dime qué te llevas tú,/ si luto llévenlo dentro, teñido con buena
con el tiempo no quedan ni la tumba ni sangre./ Este mundo es muy chiquito y
la cruz./ Cuando ustedes me estén des- yo lo estuve rodando/ por eso quiero me
pidiendo con el último adiós de este lleven con una banda tocando,/ canten,
mundo,/ no lloren que nadie es eterno,/ no lloren, muchachos, que yo lo he de
nadie vuelve del sueño profundo./ Su- estar gozando/ y si al correr de los años
frirás, llorarás mientras te acostumbres mi tumba está abandonada y aquella
a perder,/ después te resignarás cuando cruz de madera ya la encuentren destro-
ya no me vuelvas a ver./Adiós a los que zada,/remarquen las iniciales de aque-
se quedan,/ siempre les hice cantar,/ suer- lla cruz olvidada,/ junten la tierra y no
te que el amor es mucho,/ya no hay tiem- olviden que el que muere ya no es nada./
po de llorar./ No lloren por el que mue- Adiós sinceros amigos bendiciones de mi
re que para siempre se va,/ teman por madre,/ adiós, tan lindas mujeres, adiós,
los que se queden si los pueden ayudar. hermosos lugares,/ adiós y brinden, se-
ñores, ya terminaron mis males.

Dentro de estas reapropiaciones musicales otras músicas populares


adquieren sentido y se resignifican en los jóvenes. La expresión "me lleva
él o me lo llevo yo" que adquirió mucha fama por el vallenato La gota fría,
que interpreta Carlos Vives, se ha empleado también para hacer alusión a
la muerte, y significaría algo así como "me mata él o lo mato yo", porque
los dos no cabemos en este planeta. El origen de la canción, sin embargo,
se remonta a 1945, compuesta por Guillermo Buitrago, un famoso compo-
sitor e intérprete de música popular parrandera. Se mezclan así lo que
53

serían rezagos pueblerinos y rasgos marcadamente citadinos y urbanos.


Otras expresiones musicales más recientes como la salsa, el punk y el
rap, también constituyen formas preferidas por estos jóvenes para ex-
presar su mirada sobre la sociedad, y están ligadas también a escenarios
de muerte. La salsa es la predilecta de las bandas en estos sectores, ella
refleja el tono festivo pero a la vez trágico que les dan a sus vidas. Algunas
de las letras con mayor aceptación pregonan vivir el presente pues el
futuro no existe, la muerte es algo natural y nada traumático que llega en
cualquier momento, por eso lo importante es gozar la vida mientras se
54

53 Véase V. Villa, Polifonía de la violencia en Antioquia, p. 131.


54 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., p. 73.
La complacencia en el exceso... / 9 3

esté vivo. Por su parte, el punk representa las problemáticas de los jóve-
35

nes en sus afanes contestatarios, su inconformidad con la vida y su escep-


ticismo, razón por la cual también lo prefieren.
La ciudad: territorio significado o dotado de sentido
Estos símbolos, como el lenguaje y la música, impregnados de muerte,
los jóvenes los expresan a través de sus discursos y sus prácticas urbanas,
constituyen el universo simbólico en medio del cual habitan y viven la
ciudad, y son utilizados para construir las tramas de significación con 50

las que recubren sus vivencias. Para todos los jóvenes en general, su expe-
riencia de vida está ligada a la búsqueda de identidad y reconocimento.
También en este caso, de los jóvenes de sectores populares en Medellín,
sus búsquedas se tejen en torno a ellos. El problema es que al hallarse
inmersos en una dinámica de múltiples violencias, la identidad y el reco-
nocimiento social están ligados de manera directa y cercana a la muerte,
y en estos contextos construyen sus entramados de sentido. Adicional-
mente, ellos apelan a otros aspectos en la construcción de referentes de
significación que no son muy típicos de este grupo de población, como
la memoria y el recuerdo, o incluso el miedo, ligados también directa-
37

mente a sus experiencias de muerte propias y ajenas. En el caso de estos


jóvenes de los barrios populares, sus referentes, en la mayoría de los
casos, son construidos y significados desde la muerte y el exceso.
El reconocimiento social
Cuando el narcotráfico entró en escena, en los años ochenta, constituyó
para los jóvenes de las bandas no sólo una opción de 'empleo' sino tam-
bién la posibilidad de obtener un 'reconocimiento social', deseado por
ellos a causa de la exclusión social de la que eran objeto. En el caso del
sicariato, este reconocimiento es buscado en los 'callejones' de la muerte,

55 Este es el mensaje de algunas de esas canciones:


Hay que gozar de lodos los placem
citando uno iw a morir nadie lo sabe
como la vida es coila vo la vivo
y gozo con el vino v las mujeres.
56 Es equiparable a lo que Perea llama ¡as tramas de sentido tejidas a partir de los discursos sobre la ciudad.
Véase C. M. Perea, "Un ruedo significa respeto y poder".
57 La memoria se clava en los "lugares" y se convierte en factor estabilizador y de pertenencia en
medio de las múltiples violencias. Pilar Riaño, Op. cit., pp. 23-39.
9 4 / Muertes violentas

a través de ella, lo cual, sin embargo, es legitimado socialmente en la


acción y en la palabra. No hay que olvidar que quienes la ofrecen y quie-
nes la ejecutan se refieren a ella como un empleo, era el típico acto de
matar por dinero. Las víctimas, como ya lo ha mostrado profusamente la
literatura, podrían ser rivales en los negocios, por tener cuentas pen-
dientes, los delatores de algún hecho delictivo, víctimas indiscriminadas
como medida de presión, etc. Lo cierto es que para la época las acciones
sicariales les daban cierto estatus de 'duros' a los jóvenes, condición que
por supuesto les otorgaba poder, es decir, al reconocimiento se agregaba
el poder, como lo muestra este ejemplo de un joven refiriéndose a una
banda llamada Los Magníficos:
[...] Ya ellos eran como los ídolos, que aquel es el que más brinca, que aquel es el que
más brinca y así, y ya a lo último, pues, de todas formas uno estudiaba por allá y ellos
hablaban con uno, porque de todas formas, así la comunicación se daba. Yo me
acuerdo que le decían a uno, ¿sabe qué, hombre? En esta vida, mate el primero y tenga
un hijo, y ya con eso se inmortaliza.''"

A juzgar por otros estudios, el fenómeno del reconocimiento y del


'estatus' alcanzados con acciones de muerte se extiende a jóvenes de
sectores populares en otras ciudades. Su relación con la muerte es, sin
duda, significativa. Así se deja ver en esta apreciación sobre el fenóme-
no en Bogotá, hecha por Carlos Mario Perea. Numerosas narraciones se
interrumpían para descubrir las cicatrices de una cuchillada mortal,
una caída brutal o una bala asesina, como lo sintetiza la soberbia frase:
"La violencia aquí es de todo a todo".
Las historias de enfrentamientos y sangre plagan los testimonios pandilleros. Se
narran con vehemencia salpicadas de un tufillo heroico, atravesadas de cortante
frialdad. Los episodios se suceden unos a otros, sin hilación como trofeos de caza.
Parecería que el cuerpo empieza a ser escenario para codificar pero también para
significar esa cercanía con la muerte. Quien tiene tatuados en su cuerpo los araña-
zos de la muerte experimenta gran orgullo. 59

Otro autor muestra también en el caso de los jóvenes de barrios po-


pulares cómo el acto de pelear ocupa un lugar significativo en los relatos

58 Testimonio cedido por la Corporación Región, entrevista realizada en el barrio Santander, oc-
tubre de 1996 (los resaltados son nuestros).
59 C. M. Perea, "Un ruedo significa respeto y poder".
La complacencia en el exceso... / 9 5

vitales de muchos de ellos. De acuerdo con el autor, esto hace parte del
proceso de afirmación del sujeto en un contexto marcado por ciertas
elaboraciones de las relaciones de género asociadas con hacerse respetar,
ser duro, probar ante otros y mantener protegido un cierto entorno perso-
nal —"que no se metan conmigo". 60

La ciudad también se significa desde la embriaguez del poder expresa-


do en la posesión y el dominio sobre un territorio. Las violencias ope-
61

ran como una fuerza desplazadora que territorializa, desdibuja y trans-


forma los lazos de significado de los individuos con los lugares. Más 62

significativo aún que el hecho de marcar la ciudad desde la posesión del


territorio, lo que se hace mediante la violencia y casi siempre mediante la
muerte, es que los jóvenes estén construyendo y definiendo sus identida-
des a partir de estas mismas expresiones.
El sentido del "nosotros" no se construye ni mediante el reconocimien-
to por vía de la negación o la autoafirmación frente al otro, ni mediante
procesos de diferenciación cultural construidos desde lo contracultural
o la diferenciación estilística. El nosotros y el sentido de diferenciación
tienden a generarse desde los procesos de marcar territorio y el poder del con-
trol territorial más que desde la alteridad o la construcción de estilos pro-
pios. 65

Esa significación de la ciudad desde el poder que confieren las armas,


se deja ver en otro testimonio. También aquí todos sabemos que con el
arma viene la muerte y se lleva a más de uno pero, como si fuera necesario,
lo silencian: "Sabe que si me vienen a sonar aquí, aquí me dejan, pero con
el animal que tengo me llevo a más de uno, sabe que yo no me voy solo". 64

La memoria y el recuerdo de los muertos


Los jóvenes pobladores de los barrios populares construyen también un
tejido muy importante de relaciones en torno a sus muertos, actores cen-
trales de una historia subyacente. La muerte es, en efecto, el eje estructu-
65

rante de muchos de sus relatos. Esos relatos son muy significativos res-
pecto al lugar que ocupan los muertos y la muerte en la memoria y el
recuerdo. La simbología de estos recuerdos descansa en la evocación del

60 J. F. Serrano, "La cotidianidad del exceso".


61 A. M. Jaramillo, M. I. Villa y R. Ceballos, Op. al.
62 P Riaño, "La memoria viva de las muertes. Lugares e identidades juveniles en Medellín", Aná-
lisis Político, N.° 41, sep.-dic., 2000, Iepri, Universidad Nacional, pp. 23-39.
63 Ibíd., p. 38 .
64 Testimonio tomado de la investigación "El parlache", de L. S. Castañeda y J. I. Henao.
65 P. Riaño, "La memoria viva de las muertes", p. 27.
9 6 / Muertes violentas

cuerpo ausente. Los muertos se convierten en un referente de los modos


de habitar el aquí y el ahora para estos grupos de jóvenes. La presencia
del recuerdo de quienes ya no están activa un dispositivo de identidad
que n o se agota en el nosotros ni en el otro, sino en las posibilidades de
construir lo que Riaño llama "comunidades de memoria", donde los 66

otros miembros de esa comunidad son precisamente los ausentes. "Las


memorias de experiencias significativas están marcadas y pausadas por
la profunda sensación de pérdida por aquellos que se han ido [...] tam-
bién con frecuencia los graffitis en las paredes plasman y mantienen el
recuerdo de la persona, del amigo muerto". 67

Que la memoria de los muertos constituye un referente importante


para estos jóvenes lo muestran también otros autores. Los muertos de la
calle pasan a ser parte de las historias de los parches, empastres y similares.
Ellos son casi un elemento mítico en las dinámicas urbanas que van creando
una "geografía del dolor", porque los puntos donde han caído los ami-
gos, los miembros del parche, quedan marcados en la memoria de quie-
nes les sobreviven. 68

El espacio significado desde el miedo


El espacio también se significa desde el miedo. Esto es lo que expresa un
joven de diecisiete años: "Los parces sienten miedo, miedo de que los
vean con un tipo raro en este barrio, miedo de no volver a ver a los
parceros, ni acabar con la traga. Tengo diecisiete años y lo único que
tengo es miedo [...] los parceros tenemos miedo". 60

Miedo de morir por supuesto. Adicionalmente, ya sabemos que "el


miedo puede inducir al ataque. Recurrir a la violencia es anticiparse a un
ataque del otro". O como dice un muchacho que se salvó de que lo
70

mataran las milicias cuando llegó la policía:


[...] después del diálogo con el miliciano llega un muchacho joven sarco, yo lo conocía
muy bien porque era el que siempre mataba a la gente, y al decirme usted es el tal
Remo vamos pa'llí, a mí se me enfrío todo y me dirigió hacia una calle más oscura y
desolada al lado de la manga, diciéndome constantemente que me iba a matar, yo le

66 lbíd., p. 32.
67 Ibid., p. 27.
68 M. T. Salcedo, "Escritura y territorialidad en la cultura de la calle".
69 Testimonio tomado del archivo de la investigación "El parlache".
70 Myriam Jimeno, "Amor y miedo en las experiencias de violencia", en: Las violencias: inclusimi
enríente, Bogotá, Ces, Universidad Nacional, 1998, p. 326.
La complacencia en el exceso... / 9 7

hablaba de todo, tenía ganas de llorar, correr, gritar, echármele encima, en fin, miles
de cosas pasaron por mi cabeza, yo sentí a la muerte en mi espalda, esa gonorrea era
cagado de la risa y por supuesto yo del miedo, me dijo: tírese al piso. Yo inmediata-
mente me encomendé a Dios y yo le seguía hablando cosas. 71

Esta significación del espacio desde el miedo por la presencia recu-


rrente de la muerte encuentra expresión también en una crónica sobre la
ciudad [de Bogotá] de los expertos Juan Carlos Pérgolis y Olga Alexandra
Rebolledo, donde cuentan que interrogando a algunos jóvenes y niños
sobre los imaginarios que se van construyendo de la ciudad descubrieron
en Bogotá la presencia de "tres ciudades": la ciudad soñada, la ciudad de
miedo y la ciudad real.
Hace muchos años un primo mío murió, me lo mataron, en esos días vivía solo; vine, me
encontré con mi mamá y quedé feliz (Henry 11 años) (relato de la ciudad soñada)
[...] Y secuestraron a dos recolectores y mataron a ocho campesinos y la familia de
Carlos estaba preocupada porque su mujer había tenido un niño, estaba recién alum-
brada pero lo mataron a Carlos (Diana, 11 años, relatos de la ciudad del miedo) [...]
Le decían el Gallero y vendía droga y armas y lo mataron (Yuris, 12 años, relato de la
ciudad real) [...] No quiero acordarme porque no creíamos nada, estábamos solos,
daba miedo (Darío, 8 años, relatos de la ciudad del miedo). 72

El miedo unifica los fragmentos de las historias e iguala las tres ciuda-
des, porque el miedo es la semejanza que avecina lugares y experiencias.
Ante esa realidad, es inevitable la preocupación por la identidad urbana
futura cuando sus habitantes lleven en el imaginario el binomio ciudad-
miedo y lo proyecten en sus prácticas con el territorio. Lo que no des- 73

cubren o no dicen los investigadores en su crónica, pero que claramente


lo dejan ver todos los relatos, es que ese miedo tiene la forma y el lengua-
je de la muerte. El exceso de muerte está, sin duda, presente en sus
cuerpos, en sus discursos, en sus vidas.
Prácticas funerarias: una etnografía
Hay aún otro momento en el cual este exceso adquiere toda su expre-

71 Testimonio cedido por la Corporación Región.


72 "Ciudad soñada, ciudad de miedo, ciudad real", Magazin Dominical, N.° 806, El Espectador,
Bogotá, 25 de octubre de 1998, p. 17.
73 Ibíd.
9 8 / Muertes violentas

sión por parte de los jóvenes. Se trata de las formas que toman los
procesos de ritualización de la muerte, observadas en las prácticas fu-
nerarias que se desarrollan en los cementerios (y otros lugares) por los
amigos y parceros muertos. El exceso no se condensa aquí en un solo
símbolo —también en esto los jóvenes son excesivos—, sino que está en
el cuerpo, en el cadáver, y además en las prácticas del cementerio y en la
fiesta, en fin, en el rito. No es nada irrelevante que también en lo urbano
contemporáneo haya un predominio del exceso. 74

Si algo se ha notado en esta yiolencia de los últimos años en Colom-


bia son las modificaciones que han introducido los jóvenes en las prácti-
cas funerarias. En ellos encontramos una forma 'nueva' de llevar a cabo
los rituales de muerte y de rendir culto a los difuntos, respetando sus
imaginarios, que combina las creencias y prácticas de los abuelos y los
padres con lo urbano y lo moderno. Descubrimos nuevos ritos, en los que
se introduce la música, la fiesta, las fotos con el muerto, el homenaje al
75

amigo sacándolo del ataúd, etc.


Vamos a ilustrar, con base en la observación etnográfica realizada, lo
que llevan a cabo en estos espacios y prácticas algunos grupos de jóvenes
en Medellín, generalmente de barrios populares y, en algunos casos, de
municipios del área metropolitana.
Lo que parece haberse producido es una desacralización del rito fune-
rario. Al respecto, en un trabajo sobre el tema, se señala que por esa
76

desacralización de la muerte los sicarios asesinados son despedidos con


música que ya la víctima había seleccionado antes de morir, y se suceden
varios homenajes postumos que varían según los ritos de cada banda: sa-
car al difunto del féretro, colocarle medallas, pasearlo por el barrio, etc.
Los nuevos elementos que se incorporan a las prácticas funerarias,
como la música popular, o el acto de llevar el féretro en hombros desde el
barrio al cementerio, el esfuerzo por cumplir las exigencias del muerto
—aunque en vida hubieran parecido locas— son, sin duda, formas que
estos grupos de jóvenes manejan para expresar las percepciones de la
vida y la muerte. También existen prácticas fúnebres que se utilizan para
castigar o maltratar al muerto. En efecto, cuando muere un transgresor
—o lo que en el lenguaje popular se conoce como torcido— en la banda,
es decir, en caso de que éste haya cometido una falta grave (como dispa-

74 Marc Augé, Los no-lugares, espacios del anonimato. Una antropología de la sobreinodernidad, Barcelo-
na, Gedisa, 1998.
75 Por ejemplo, es muy común en el cementerio San Pedro de Medellín que los ritos funerarios
estén acompañados de música, ya sea con agrupaciones llevadas para tal efecto o de "equipos
de sonido" que alguien carga mientras se desarrolla la ceremonia. Sobre la fiesta ampliaremos
más adelante.
76 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., pp. 130-131.
La complacencia en el exceso... / 9 9

rar o atestiguar contra los mismos compañeros, robar droga o dinero de


la misma banda, etc.), se suprimen todos los ritos que se llevan a cabo
para los demás miembros 'dignos' de la banda que hayan caído. El muer-
to sale del barrio sin mayores homenajes. Al velorio sólo asisten los fami-
liares y amigos de los familiares. En el cementerio, pisotean las flores y
quiebran los floreros, y antes de que se seque el sellamiento de la lápida
se le ponen frases como "ahí estás bueno, H. P.". En ocasiones la familia
tiene que optar por poner un nombre falso en la lápida para evitar que se
roben el cuerpo con el fin de 'rematarlo'.
Aunque en estos ritos funerarios permanecen algunas prácticas cató-
licas, no son los jóvenes quienes las realizan, por ejemplo los novenarios
y las misas que llevan a cabo los mayores. En el cementerio San Pedro
77

las misas son casi iguales. Cambia su duración si son pagadas por los
familiares, pero la estructura es rígida y la Iglesia en general se resiste a
los cambios introducidos recientemente. Los mariachis, por ejemplo, se
permiten si los dolientes quieren música, pero su actuación debe ser fue-
ra de la iglesia, espacio que para' los curas católicos representa la más
elevada valoración de la sacralidad. Así, los elementos profanos sólo son
posibles por fuera de él.
La presencia de los jóvenes es fuerte, pues, en el velorio y en el fune-
ral donde se arman verdaderas fiestas. Su presencia en los cementerios,
vivos o muertos, se ha incrementado considerablemente. En una crónica
sobre el cementerio San Pedro puede leerse:
Cuando a Medellín le va mal, a los cementerios les va bien. Es la ley de esta ciudad,
ley que nunca tuvo tanta vigencia como en 1992, año en el que el número de muer-
tos desbordó todas las previsiones, incluso las de los cementerios. El San Pedro, por
ejemplo, que para ese momento ya se había consolidado como el principal terminal
de la violencia, no dio abasto. Se acabaron sus bóvedas disponibles, algo que jamás
había sucedido en sus 150 años de historia, los que irónicamente cumplió aquel
terrible año. Sus direcavas tuvieron entonces que terminar de construir a las volandas
450 bóvedas de una nueva galería y aun así se vieron a gatas para suplir la demanda.
Y no era para menos: aquella fue la época en que hirvió por su frente más crudo la
guerra que Pablo Escobar tras su fuga de la Catedral le declaró al Estado, con su
piñata de bombas indiscriminadas y su aparato de secuestros selectivos y asesinatos

77 En cuanto a las misas que preceden al funeral hay también un cambio, que al parecer depende
del criterio de los sacerdotes. En Copacabana, por ejemplo, la misa se hace casi siempre en la
iglesia del parque. En cierta época un párroco asignado a este municipio extendía la duración
de la misa una hora si se trataba de una persona importante del municipio, a la que se elogiaba
y se recordaban sus cualidades. Cuando se trataba de un integrante de bandas, parece que no
había mucho qué decir. La misa duraba máximo quince minutos. Dato obtenido, durante la
investigación, por Cristina Agudelo, auxiliar de investigación del proyecto.
1 0 0 / Muertes violentas

por encargo. Pero así y todo fueron muchos más los muertos que arrojó sobre los
cementerios la guerra territorial que también por aquel entonces obraban a su suer-
te y al margen de los titulares de prensa las milicias y bandas de las comunas popu-
lares. Un botón basta de muestra. De cada diez personas inhumadas aquel año ocho
lo fueron por violencia, en su mayoría parceros y bacanes que no llevaban vivos ni
los veinte años. 78

El funeral: una fiesta


Un seguimiento a estos procesos en la ciudad de Medellín nos permite
decir que la ritualización de la muerte, en este contexto de violencia, se
asemeja al tiempo de la fiesta o del carnaval en la concepción que le da
Josefina Roma: "[•••] es un tiempo fuera de tiempo, como si todas las leyes
hicieran un paréntesis para entrar en terreno sagrado". El tiempo de la 79

fiesta ofrece, en efecto, cierto grado de permisividad, y esto parece ser lo


que ocurre en los entierros de los jóvenes hoy, al menos de los barrios
populares de Medellín y de otros municipios del Valle de Aburra.
En los funerales el exceso está permitido. Fumar marihuana durante el
cortejo, exhibir las armas, salir de los escondites. En tiempo normal, es-
tos actos no son tolerados en los barrios, y estos mismos actores se res-
guardan para hacerlo, para no banderiar el barrio y que éste siga siendo
w

su lugar. Hay una reunión alrededor de una persona que más bien parece
un agasajo. Todo parece distinto; incluso las personas están predispues-
tas para la alegría a pesar del triste acontecimiento, para comer y beber
en exceso, bailar, gritar y desentenderse de las labores diarias. Es como si
hubiera en ella una exhortación explícita para transgredir la norma y
desconocer las imposiciones cotidianas. 81

78 Ricardo Aricapa, "La ciudad de los muertos", en: Medellín es así. Crónicas y reportajes, Medellín,
Universidad deAntioquia, 1998, p. 143.
79 Josefina Roma, Antropología cultural: la fiesta, Barcelona, Península, 1997, p. 209.
80 Banderiar significa poner en tela de juicio la seguridad o la tranquilidad del barrio. Estigmati-
zarlo como un barrio "caliente".
81 Otro relato de la manera como se sucede este rito en un barrio popular, fue elaborado por
Cristina Agudelo, auxiliar de investigación del proyecto. Desde que el cortejo abandona la sala
de velación, la iglesia, el barrio o la casa, comienza un desfile o bien en hombros de los más
cercanos o se forma una caravana de autos de lujo que lo acompañarán hasta el cementerio; en
el caso de conductores de buses o de taxis asesinados, la caravana estará constituida por estos
vehículos portando cintas moradas en su parte delantera, los pitos forman un coro lastimero
mientras recorren las calles, provocando el cierre de vías, la consabida congestión y una actitud
comprensiva en el transeúnte. En las muertes de jóvenes, los amigos hacen presencia con su
algarabía y sus muestras de dolor; el barrio está convocado al menos a salir a las puertas, venta-
nas y balcones para ver por última vez al que vieron crecer y morir.
La complacencia en el exceso... / 1 0 1

En este contexto, la fiesta es también el tiempo de la desmesura-. "Es por


lo que el exceso es algo que caracteriza a la fiesta, el derroche, la gula y la
borrachera son signos de que estamos ubicados en un tiempo distinto
[...]". La mesura parece no tener cabida en ella. Las emociones se in-
82

tensifican, se desbordan. El carnaval, la fiesta y, en este caso, el funeral,


cumplen una función: "[...] una gran masa de hombres y mujeres hacien-
do parte de un carnaval que los retrata y los hace inconfundibles en todo
el mundo: [que] los identifica". En ambos, en el carnaval y en los fune-
83

rales que vivimos hoy, se da una permisividad que se expresa en las acti-
tudes. Otros teóricos también han reparado en el carácter festivo de la
muerte como rito de paso: "Las fiestas que solemnizan un acontecimien-
to de la existencia: el nacimiento, la iniciación, el matrimonio, las exe-
quias [...] son actos colectivos por los que una sociedad responde a las
imposiciones ineludibles de la naturaleza (el sexo, la muerte) y procura
liberar al ser humano del miedo individual". 84

Llama la atención el exceso —como contexto de significación— en


estos jóvenes cuando sabemos que todos los elementos que entran en el
rito funerario tienen una intencionalidad, transmiten un mensaje al
vecino, al amigo muerto. El rito funerario toma la forma de un sistema
de comunicación en el cual ciertos símbolos están empleados para trans-
mitir información. Todo ello simbolizando una especie de acercamiento
85

a ese momento último de cada ser vivo, donde esta forma de comunica-
ción es la manifestación de la muerte domada por el rito, el ritual y el
gesto.
La llegada del muerto al cementerio es un acto solemne. Se traspasa el
umbral del sitio en el cual ese ser, que ha sido objeto de homenajes y que
ha convocado a su grupo, se quedará definitivamente al lado de los muer-
tos. Al hacerlo, adquiere otra posición en el grupo, será el protector y
confidente de los suyos. El cortejo recorre, en medio de sonidos diversos,
las vías principales del cementerio encabezado por un grupo de mujeres
bellas, como una metáfora de la vida y sus placeres, con pequeños ramos
de flores artificiales, y unos caballeros muy elegantes con los ramos origi-
nales. Atrás, la gran comitiva.
El siguiente testimonio narra lo que sucedió durante el entierro de un

82 J. Roma, Op. til., p. 209.


83 Sergio AJves Texeira, "El País del Carnaval", El Correo de la Unesco, N.° 12, dio., 1989, p. 38.
84 Jean Duvignaud, "El tiempo de la fiesta", El Canea de la Unesco. N.° 12, dic., 1989, p. 11.
85 Juan A. Barcelo, "Elementos para una teoría de la muerte y de los ritos funerarios", en: Boletín
de artículos de mistas de Antropología, N.° 24, Medellín, Biblioteca Central Universidad de
Antioquia, 1995, p. 13.
1 0 2 / Muertes violentas

líder de una banda en un barrio 'caliente' de un municipio del Valle de


Aburrá. 8(i

Nadie lo creyó posible nunca, pero un día, en una noche, las balas lo alcanzaron. La
noticia se regó rápidamente por todo el municipio, ya que XXX era un personaje
famoso al que muchos le guardaban, más que respeto, miedo.
En el velorio aparecieron todos los que formaban parte de la banda, incluso los
que se habían ido a esconder a Niquía. Ese día hacía mucho calor y el barrio fue
invadido por muchachos en motocicletas que entraban y salían como si fuera su
casa. El ambiente se tornó tenso, sobre todo para quienes no hacíamos parte de la
familia o los amigos del muerto.
La canción de Darío Gómez "Nadie es eterno en el mundo", se repitió desde la
hora en que se supo de la muerte, hasta la hora del entierro. No faltaron las cancio-
nes que en vida XXX había pedido (exigido) que le pusieran cuando él no estuviera,
porque no desconocía que ya estaba condenado, que ya estaba "viviendo horas ex-
tras" o "marcando calavera", como solía decir. Una de ellas, la que más pidieron en
el barrio en una época los que sabían o sospechaban que no les quedaba mucho
tiempo, fue Los desaparecidos de Rubén Blades.
A la hora de llevar el cadáver al cementerio, el desfile del cortejo fúnebre pare-
cía más el desfile de un carnaval: los familiares al frente, la mamá de los XXX enca-
bezando el desfile, cargando uno de los pesados ramos. Los amigos después, cada
uno exhibiendo sus alhajas, sus chaquetas de cuero. La inmensa grabadora al hom-
bro, a todo volumen:
Nadie es eterno en el mundo/ ni teniendo un corazón [...]
No me lloren que nadie es eterno/ nadie vuelve del sueño profundo [...]
Varios de ellos llevan el féretro en hombros ya que la gente del barrio entra al
cementerio cargada por sus amigos: nunca, jamás, dentro del carro de la funeraria.
(El cementerio no está muy lejos del barrio, pero hay que bajar una calle muy empi-
nada, y subir otro caminito estrecho, también muy empinado.)
De la placa deportiva del barrio "El Recreo", eterno enemigo del barrio "Las
Vegas", empezaron a hacer disparos al aire. Muchos gritaban desde allá: Ahí va el que
tenía pacto con el diablo. Otro: Ahí se los vamos matando de a uno, hijuep... Otro más: ¡Que
viva XXX! Pero en el infierno. Ellos estaban felices de haberse bajado al —hasta ese día—
intocable e inmortal XXX.
Los del cortejo no se dejaron apabullar y sacaron sus armas para hacer varios
disparos al aire. Esta vez no se inhibieron para mostrarlas en el barrio, y para pasar
fumando marihuana o bazuco sin importarles que la gente observara. (En un día
normal siempre se resguardan).
En el cementerio, no faltaron los mariachis, los desmayos de las mujeres de
XXX, las peleas entre ellas, disputándose el derecho de estar ahí. Ni una lágrima de

86 Razones de seguridad obligaron a ocultar la identidad del personaje en cuestión. El relato fue
también elaborado por Cristina Agudelo.
La complacencia en el exceso... / 1 0 3

la mamá: su hijo no quería que lo lloraran, además él era el cuarto de la familia


muerto de esa forma. Los parceros de XXX lloraron y bebieron hasta perderse.
La balacera se hizo más frecuente; un herido en el cementerio, la música a todo
volumen. El féretro en la bóveda. ¡Sáquenlo, no lo dejen ahí!, gritaba la hermana.
Gente alrededor controlándola. El sepulturero empezó a cubrir la bóveda con ce-
mento, los mariachis tocaron la eterna canción de Darío Gómez; cuando terminó, el
tiempo del carnaval expiró también y cada uno volvió a sus cosas o a su escondite.
Todos menos la mamá, que ya había hablado con el sepulturero para trasladar el
cuerpo. Ella tenía miedo de que los enemigos lo sacaran para rematarlo.
La tumba real de XXX tiene otro nombre. Él perdió todo con la muerte, inclu-
so su temido nombre. Cuando los parceros van al cementerio y dan tres golpes a la
lápida para anunciarse, ignoran que están visitando a otro que ocupa su lugar, para
defenderlo del ataque de aquellos que podrían aprovecharse de su vulnerabilidad.

Conjugando el crimen y los rezos 87

Bira mí nunca hubo contradicción alguna en el hecho de que pudiera matar y


rezar al mismo tiempo 88

El carácter religioso que asumían ciertas prácticas, íntimamente ligadas a


la violencia, fue particularmente claro en los jóvenes; las prácticas reli-
giosas invadieron sus espacios. En el caso concreto de Medellín, en la
violencia de los sicarios se deja ver su presencia, aunque al parecer 'here-
dada' del narcotráfico en una mezcla entre rasgos de la religión católica y
el ethos narco. 89

En un trabajo desarrollado a más de 14.000 kilómetros de aquí, una


investigadora francesa, Céline Durand, intenta descifrar ese mundo narco
o traqueto desde la perspectiva de las prácticas religiosas. Una búsqueda
que se inició en España y concluyó con cuatro años de estadía en Medellín,
bastó para comprender que la violencia juvenil 'sicaria', asociada al tráfi-
co y al consumo de drogas tenía claros tintes religiosos. Era, por decir lo

87 Este apartado estaba destinado a ser parte de esta investigación. En efecto, aún antes de empe-
zar y como fruto de reflexiones previas, se vislumbraba una estrecha relación entre la violencia
colombiana y la naturaleza o el carácter religiosos de ciertas prácticas violentas. Esta investiga-
ción podía ser el hilo que nos permitiera desamarrar la trama en este terreno. Sin embargo, y
sin que íúera para nada previsible, nos desbordó. La temática, tan vasta y compleja, amerita una
investigación específicamente sobre esta relación religión-violencia cuyo eje —y eso aparece
bastante más claro después de esta investigación— bien podría ser la muerte.
88 Testimonio tomado de Marta Lucía Correa y Elizabeth Cristina Ortega, "La religiosidad y la ley
en el fenómeno del sicariato y las bandas juveniles en el Valle de Aburrá", tesis de psicología,
Universidad de Antioquia, 1999.
89 A Salazar, No nacimos pa semilla, Medellín, Corporación Región, Cinep,1990.
1 0 4 / Muertes violentas

ríenos, inexplicable para una extranjera que estos jóvenes conjugaran


:an magistralmente el crimen y los rezos. Hablando de dos novelas sobre
si tema —Rosario Tijeras de Jorge Franco y La virgen de los sicarios de
Fernando Vallejo— , dice que en ambas aparece la sociedad permisiva y
la relación entre religión y sicariato expresada en el uso de escapularios,
el agua bendita para las balas con las que cometerán los crímenes, los
rezos y las iglesias llenas de jóvenes que saldrán de ahí perdonados. No en 90

vano dos refranes muy populares entre estos jóvenes dicen: "El que peca
y reza, empata" y "Mata, que Dios perdona".
La literatura que abordó el fenómeno del sicariato reparó fácilmente
en la ejecución de estas prácticas religiosas por parte de los jóvenes. Lla-
maba la atención el uso de elementos religiosos ligados a sus prácticas
criminales. Pero lo que no se evidenció en ella fue que la religión en Co-
lombia (concretamente el cristianismo) ha tenido una postura ética ambi-
gua frente a ciertas actividades delictivas. 91

Con todo y el uso de estas prácticas, el sentimiento religioso no es muy


claro en los jóvenes. Por momentos, es sólo una instrumentalización: los
rezos y el agua bendita para las balas son más expresión de un rito —como
rezar un talismán a modo de protección— que expresión de un fervor
religioso, aun cuando sí se encuentra en ellos esa mentalidad mágica
92

que constituye el sentimiento religioso. En otros casos, es la franca utili-


zación, como lo dejan ver Bedoya y Jaramillo. El sicario sabe que en el
'mercado' en el cual está inmerso hay mucha oferta: si él no mata a quien
le asignan, otro lo hará. Es mejor asegurar los pesos que imbuirse en
consideraciones éticas: si le pagan por matar a alguien es porque ese
alguien tiene que ser un 'faltón'. Además, entre los más religiosos cabe
aquí una consideración de la índole "al tipo se le llegó la hora. Dios ya
quería llevárselo. Yo sólo soy un instrumento". 95

90 Céline Durand, "Compte Rendu", París, DEA, (s. i.) 2000, (los resaltados son nuestros).
91 La Iglesia ha sido históricamente en Colombia permisiva con ciertas conductas no muy legíti-
mas si ello beneficiaba sus intereses en un momento dado. En los años recientes lo ha sido con
el narcotráfico, cuando solucionaba por esa vía los problemas económicos de las iglesias o de los
párrocos.
92 Aunque, como lo mencionamos antes, esta temática no pudo ser abordada con la profundidad
que se requería, es posible pensar que esa relación crinien-rezos-muerte tan fuerte en los sicarios
en los años ochenta se ha diluido en estos grupos de jóvenes protagonistas del conflicto urbano
más reciente de los años noventa, al menos en Medellín. A juzgar por los testimonios encontra-
dos, ni parecen tener esa misma familiaridad con la muerte, ni mucho menos una relación de
naturaleza religiosa con el crimen como la de los sicarios. De todos modos eso no desvirtúa la
naturaleza "religiosa" que creemos asumen muchas de las prácticas violentas en el país. Lo que
por ahora es sólo una hipótesis.
93 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., p. 127.
La complacencia en el exceso.../127

Una investigación reciente realizada en Bogotá, y que tiene el mérito


de involucrar jóvenes de diferentes estratos sociales, no sólo los de los
barrios populares, se refiere al fenómeno religioso en ellos en estos tér-
minos:
La vivencia de lo religioso en los jóvenes viene en buena parte del imaginario mági-
co religioso tradicional que heredan de sus padres y sus contextos culturales, más
cercanos a lo tradicional, lo rural y al catolicismo popular [...] La suya es una religio-
sidad llena de magia y brujería, de culto a los santos y espíritus; a pesar de conside-
rar ellos mismos esas ideas y prácticas como cosas de sus abuelos y padres, aparecen
en sus relatos de manera significativa y se admite con frecuencia la posibilidad de su
existencia. Pero lo religioso tradicional también se viene alterando de manera acele-
rada en los últimos años por efecto de los temas de la nueva era, el orientalismo y el
esoterismo. Así, los jóvenes narran junto a sus experiencias con lo religioso tradicio-
nal la práctica de técnicas orientales, el conocimiento de los chacras, el manejo de
las energías del cuerpo y del universo, y otras prácticas más, que llevan a la forma-
ción de religiones cada vez más personales, móviles y adaptables. * 9

94 J. F. Serrano, Op. cil. En la investigación de Serrano, la mayoría de los jóvenes eran hijos de
migrantes rurales, lo cual los relacionaba con tradiciones culturales muy anüguas que, dice
Serrano, tienen en lo religioso su mayor fuente de conservación. Con todas estas nuevas expe-
riencias vividas en la ciudad los jóvenes reelaboran sus historias vitales con respecto a la violencia 7 las
inscriben en un nuevo orden de significación.
1 0 4 / Muertes violentas

menos, inexplicable para una extranjera que estos jóvenes conjugaran


:an magistralmente el crimen y los rezos. Hablando de dos novelas sobre
tema —Rosario Tijeras de Jorge Franco y La. virgen de los sicarios de
Fernando Vallejo— , dice que en ambas aparece la sociedad permisiva y
la relación entre religión y sicariato expresada en el uso de escapularios,
agua bendita para las balas con las que cometerán los crímenes, los
"ezos y las iglesias llenas de jóvenes que saldrán de ahí perdonados, No en 90

/ano dos refranes muy populares entre estos jóvenes dicen: "El que peca
/ reza, empata" y "Mata, que Dios perdona".
La literatura que abordó el fenómeno del sicariato reparó fácilmente
;n la ejecución de estas prácticas religiosas por parte de los jóvenes. Lla-
maba la atención el uso de elementos religiosos ligados a sus prácticas
:riminales. Pero lo que no se evidenció en ella fue que la religión en Co-
lombia (concretamente el cristianismo) ha tenido una postura ética ambi-
gua frente a ciertas actividades delictivas. 91

Con todo y el uso de estas prácticas, el sentimiento religioso no es muy


:laro en los jóvenes. Por momentos, es sólo una instrumentalización: los
rezos y el agua bendita para las balas son más expresión de un rito —como
rezar un talismán a modo de protección— que expresión de un fervor
religioso, aun cuando sí se encuentra en ellos esa mentalidad mágica
92

que constituye el sentimiento religioso. En otros casos, es la franca utili-


zación, como lo dejan ver Bedoya y Jaramillo. El sicario sabe que en el
mercado' en el cual está inmerso hay mucha oferta: si él no mata a quien
e asignan, otro lo hará. Es mejor asegurar los pesos que imbuirse en
ronsideraciones éticas: si le pagan por matar a alguien es porque ese
ilguien tiene que ser un 'faltón'. Además, entre los más religiosos cabe
iquí una consideración de la índole "al tipo se le llegó la hora. Dios ya
quería llevárselo. Yo sólo soy un instrumento". 93

50 Céline Durand, "Compte Rendu", París, DEA, (s. i.) 2000, (los resaltados son nuestros).
51 La Iglesia ha sido históricamente en Colombia permisiva con ciertas conductas no muy legíti-
mas si ello beneficiaba sus intereses en un momento dado. En los años recientes lo ha sido con
el narcotráfico, cuando solucionaba por esa vía los problemas económicos de las iglesias o de los
párrocos.
)2 Aunque, como lo mencionamos antes, esta temática no pudo ser abordada con la profundidad
que se requería, es posible pensar que esa relación crimen-rezos-muerte tan fuerte en los sicarios
en los años ochenta se ha diluido en estos grupos de jóvenes protagonistas del conflicto urbano
más reciente de los años noventa, al menos en Medellín. Ajuzgar por los testimonios encontra-
dos, ni parecen tener esa misma familiaridad con la muerte, ni mucho menos una relación de
naturaleza religiosa con el crimen como la de los sicarios. De todos modos eso n o desvirtúa la
naturaleza "religiosa" que creemos asumen muchas de las prácticas violentas en el país. Lo que
por ahora es sólo una hipótesis.
)3 D. Bedoya y J. Jaramillo, Op. cit., p. 127.
La complacencia en el exceso... / 1 0 5

Una investigación reciente realizada en Bogotá, y que tiene el mérito


de involucrar jóvenes de diferentes estratos sociales, no sólo los de los
barrios populares, se refiere al fenómeno religioso en ellos en estos tér-
minos:
La vivencia de lo religioso en los jóvenes viene en buena parte del imaginario mági-
co religioso tradicional que heredan de sus padres y sus contextos culturales, más
cercanos a lo tradicional, lo rural y al catolicismo popular [...] La suya es una religio-
sidad llena de magia y brujería, de culto a los santos y espíritus; a pesar de conside-
rar ellos mismos esas ideas y prácticas como cosas de sus abuelos y padres, aparecen
en sus relatos de manera significativa y se admite con frecuencia la posibilidad de su
existencia. Pero lo religioso tradicional también se viene alterando de manera acele-
rada en los últimos años por efecto de los temas de la nueva era, el orientalismo y el
esoterismo. Así, los jóvenes narran junto a sus experiencias con lo religioso tradicio-
nal la práctica de técnicas orientales, el conocimiento de los chacras, el manejo de
las energías del cuerpo y del universo, y otras prácticas más, que llevan a la forma-
ción de religiones cada vez más personales, móviles y adaptables. 91

94 J F. Serrano, Op. cit. En la investigación de Serrano, la mayoría de los jóvenes eran hijos de
migrantes rurales, lo cual los relacionaba con tradiciones culturales muy antiguas que, dice
Serrano, tienen en lo religioso su mayor fuente de conservación. Con todas estas nuevas expe-
riencias vividas en la ciudad los jóvenes rtelaboran sus historias vitales con respecto a ¡a violencia y las
inscriben en un nuevo orden de significación.
El exceso codificado en la exclusión
social: muertes anónimas, amenazas
y desapariciones

Introducción:
Las muertes anónimas
Sólo la tierra que recibe los cuerpos sabrá con certeza cuántos colombia-
nos yacen en ella. Es incalculable el número de personas muertas, asesi-
nadas en extrañas circunstancias y nunca identificadas. El hallazgo de
fosas comunes en diferentes partes del territorio nacional durante esta
última violencia ha sido un fenómeno recurrente, y toda la imputación
que se hace generalmente es a grupos armados que tienen presencia en
esas zonas, y no siempre es posible establecer siquiera esta aclaración
dada la confluencia de distintos grupos armados en una misma zona, a
causa de victorias y derrotas militares, como para saber a quién imputar-
le la autoría de tan macabros hallazgos. Las investigaciones no son pro-
metedoras en la mayoría de los casos, y aun cuando se han ido poniendo
en práctica diversas técnicas, los resultados no son alentadores.
Resulta paradójico que pese a la enorme importancia de contar con
una ciencia como la medicina forense, en este país de guerras, muertes y
crímenes atroces, hace sólo poco tiempo se graduaron los primeros médi-
cos especialistas en la materia. Ese retraso, con relación a la necesidad,
1

fácilmente atribuible a la escasez de recursos en el país, también habla de


la indolencia y de la impunidad como problema político y social, frente al
fenómeno de la muerte (y de la muerte violenta). Hemos necesitado dos
2

décadas de la más aguda violencia para evidenciar que hacían falta médi-

1 El Tiempo, Bogotá, 16 de abril de 2000.


2 Algunas veces me han reprochado afirmaciones como ésta, que hablan de la indolencia social.
Para contrarrestarla, me mencionan las marchas y demás "manifestaciones colectivas" contra la
violencia, pero aún pienso que la cotidianidad de la vida sigue en este país como si no pasara
El exceso codificado en la exclusión social... /115

eos forenses que contribuyeran con sus diagnósticos a esclarecer miles de


crímenes y, eventualmente, a romper la impunidad existente.
Con todo y eso, las cifras son aterradoras: según datos de medicina
legal, sólo en Medellín en los primeros seis meses del año 2000 se repor-
taron 254 NN, de los cuales 223 eran hombres y 31 mujeres. 3

Las muertes sociales o muertes invisibilizadas


Fuera de todo contexto político, e inscritas en lo que con alguna ambi-
güedad se ha llamado 'lo social', las muertes violentas por razones que
sólo cabe clasificar como 'no políticas' no son menores. De una u otra 4

manera también han sido una práctica recurrente durante estos años
recientes, resultado de procesos sociales bastante más complejos que ra-
zones de orden "patológico". Lo que quizá las diferencia de muertes si-
milares en otros países es el marco de confrontación política o, más bien,
de violencia generalizada, que las minimiza o, peor aún, las "invisibiliza"
en tanto con ellas no se ponen en juego relaciones de poder, intereses
económicos, hegemonías políticas o dominios sobre los territorios y las
poblaciones. Sin embargo, esta práctica sigue cobrando innumerables
víctimas.
Las violencias sucedidas en el ámbito de lo que ha dado en llamarse,
no sabemos si con mucha precisión, 'lo privado' —por oposición a lo
público—, y frente a las cuales no parece haber "políticas públicas" ni se
diseña alguna estrategia de contención, son sólo un dato más en las cifras
mal contadas de mortalidad y en los registros de la impunidad en este
contexto de confrontación armada. Es aquí donde debería tener lugar
esa categoría abstracta del monopolio de las armas por parte del Estado,
y la justicia correspondiente. Que no se haga "justicia por la propia mano"
sin ser juzgado por ello. Los ejemplos conocidos, ya sea porque los me-
dios los registran o porque su magnitud trasciende la intimidad de las
familias, son apenas una mínima parte de estas muertes. Cuando son
registradas, la mayoría de las veces en forma anónima, sólo ocupan un
espacio a modo de "sucesos breves".
Aquí cabe también lo que se conoce como "ajustes de cuentas", que
en términos teóricos son vendettas o venganzas, popularizadas y utilizadas

nada, pese a los alarmantes índices de violencia. Esa indolencia v la escasa respuesta de la
sociedad frente a los crímenes atroces ameritaría, a mi juicio, una investigación.
3 El Colombiano, Medellín, 20 de agosto de 2000, p. 1.
4 Medicina legal reporta cifras de 8.000 cadáveres entre 199/ y 2001, de los cuales 6.000 no
habían sido identificados. El Espectador, 21 de octubre de 2001, p. IB.
132 / Muertes violentas

obre todo por el narcotráfico contra miembros de la organización que


áerden la confianza de sus 'jefes' y son sospechosos de traición, y que
ian sido reproducidas después por diversos grupos armados. Aparecen
orno la razón de múltiples asesinatos no esclarecidos, y justamente por
lio dan margen para que "todo sea posible". Los "motivos invocados"
>ara la ejecución de esta forma de muerte son innumerables, como son
nuchos los grupos armados que la emplean. Con diferentes denomina-
iones, pueden encontrarse desde 'ajusticiamientos' hechos al interior de
os grupos armados, como guerrillas o 'paras', hasta el típico "ajuste de
:uentas", bastante utilizado por el narcotráfico, pero pasando por otro
ipo 'más inconfesable' de ejecuciones practicadas, por ejemplo, por mi-
itares contra líderes de izquierda, o por la guerrilla contra 'delatores' o
traidores'.
Finalmente, y en una proporción tal vez un poco menor que las otras
modalidades, aparecen aquellas muertes que engrosarían la lista de las
muertes anónimas o de los NN, y que quizá no habrían trascendido a la
Dpinión pública, al dominio de lo público, de no ser por la crudeza o lo
Espeluznante de la ejecución o por lo banal de sus 'razones'. Sin entrar
en detalle sobre esta modalidad, ilustraremos algunos casos que en su
momento fueron registrados por la prensa. Como lo hemos planteado, el
propósito es mostrar el exceso, no ya en lo que concierne al número mismo
de muertes violentas, que como sabemos son muchas, sino al exceso de
muerte ligado a la cobertura de los espacios de la vida social y política,
donde ella es un 'recurso' para dirimir las diferencias, una manera de
enfrentar el conflicto: apelando al acto mismo de ejecución de la muerte
sin mediación posible, sin ninguna instancia legítima a la cual apelar,
ningún miedo ni inhibición al matar.
Con relación a la impunidad, existen trabajos de abogados y defen-
sores de derechos humanos que dan cuenta de la magnitud del fenóme-
no. Lo que aquí nos interesa resaltar es el caso de Medellín (para el que
contamos con datos) y en lo que respecta a la muerte violenta. Según un
estudio del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de
Antioquia, en el período comprendido entre 1986 y 1996, en el mo-
5

mento del levantamiento del cadáver la identificación del autor fue posi-
tiva en el 4,55% de los casos y negativa en el 95,45% de ellos, es decir,
que de 44.813 homicidios sólo en 2.041 casos se obtuvo información
sobre la autoría del crimen.

5 William Fredy Pérez y otros, "Violencia homicida en Medellín", informe de investigación,


Medellín, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, 1997 (s. i.), p. 293.
El exceso codificado en la exclusión social... /115

Los NN: de la tumba identificada al anonimato


de una fosa común
El nombre propio —señalaba Goethe— es un traje que perfectamente ajustado nos
cubre como la piel 7 que no podemos rasgar, ni maltratar sin herirnos
Juan Molina Molina

El primero de abril del año pasado un cuerpo sin vida bajó por las aguas del río
Cauca. A la altura de la población de Marsella, en el norte del Valle del Cauca dos
campesinos lo rescataron y lo llevaron al anfiteatro del pueblo. Estaba irreconoci-
ble. Las extremidades superiores habían sido mutiladas, su cráneo destrozado y su
rostro desfigurado. Durante una semana permaneció en el anfiteatro a la espera de
que alguien lo reconociera pero nadie se hizo presente. Entonces fue enterrado en
una fosa común bajo la sigla NN. 6

Esta es la historia de múltiples muertes en este país. Como ése, exis-


ten incontables casos. Su destino: una fosa común, el anonimato, la sole-
dad y el abandono. Su situación es la que presentan los miles de muertos
del cementerio Universal en Medellín, conocido como "el cementerio de
los NN":
Una hilera interminable de cruces blancas de cemento están atiborradas en un pe-
queño lote donde funciona el cementerio Universal, localizado en la parte baja de
la comuna nororiental de Medellín. La mayoría de ellas no tiene nombre ni fechas.
Sólo unas cuantas están identificadas con un número hecho a mano y con pintura
negra. Las demás, cerca de 3.000, están abandonadas [...] a esos muertos se les llama
NN y la mayoría son jóvenes entre los 14 y los 18 años que encontraron la muerte a
boca de jarro.'

Los NN y la identidad
Un aspecto en particular llama la atención respecto de las muertes anó-
nimas o de desconocidos: la significación de las fosas comunes con rela-
ción al problema de la identidad. En últimas, lo que tienen en común es
justamente que son personas sin identidad. ¿Qué significación puede te-
ner en términos sociales, y qué implicaciones simbólicas, la muerte de un

6 "¿Quiénes son los NN?", informe especial, Semana, 22 de diciembre de 1992, pp. 62-65.
7 Ibid.. p. 65.
110 / Muertes violentas

>er in-identificable? ¿Cuál es la perspectiva que puede ser explorada fren-


:e a este fenómeno? ¿Sólo la dimensión física de un cuerpo sin identidad,
}ue no habla de sí mismo puesto que si no es identificado no está cubier-
:o de significaciones? ¿O, acaso, la dimensión imaginaria de un cuerpo
>in vida y sin nombre que desata toda suerte de 'fantasías', algunas inclu-
so bastante patológicas? ¿Cuál podría ser en este caso la dimensión sim-
DÓlica de la muerte?
Las preguntas cobran pertinencia cuando una de las razones de esta
falta de identidad —o de identificación— de los muertos es la mutila-
r o n de los cadáveres. O cuando a la ineficacia de los instrumentos téc-
nicos para llevar a cabo esta labor de identificación se suman la desidia
Y la corrupción, que no sólo toleran (o auspician) esta práctica sino que
permiten, con esas 'identidades arrebatadas', que quien quiera 'desapa-
recer' de los registros oficiales obtenga una nueva identidad por sólo
algunos pesos. Semejante panorama explica lo que dijera un experto
criminólogo, al hablar de esta situación: "Colombia es un cementerio
donde la mayoría de sus muertos ni siquiera tiene nombre". 8

Otro anonimato: el desconocimiento de las circunstancias


de la muerte
Al anonimato de los seres sin identidad se suma otra particularidad de la
violencia en Colombia, que vuelve dramático ese paso de la vida a la
muerte, y que tiene que ver con el desconocimiento de las circunstancias
en las cuales la muerte se produce. En la investigación reseñada por Óscar
Useche, se plantea que en el 47% de los casos de muertes registradas en
9

Bogotá en el año 1997, "no se contó con información sobre las circuns-
tancias de la muerte". Un montón de seres humanos muertos en desconoci-
das circunstancias y por tanto sin aclarar las razones, la mayoría de las
cuales pueden ser las más banales, y cuyas familias jamás sabrán cómo, ni
por qué encontraron la muerte. El dato no deja de ser precario (sólo un
año y sólo en Bogotá), pero todos los colombianos sabemos que aun sin
datos para corroborarlo las cifras pueden ser muy superiores.

8 El problema de la violencia no siempre supone la muerte, y en relación con la identidad no se


agota en las muertes anónimas o en los NN. Sin querer entrar en un problema tan complejo
como el desplazamiento forzado, sí queremos señalar la ligazón estrecha entre esta manifesta-
ción de la violencia y el problema de la identidad. Aunque el tema ha ameritado algunos deba-
tes, el asunto no termina de estar claro, creemos que vale la pena tener en cuenta esa relación
e interrogarla en un análisis sobre el fenómeno del desplazamiento.
9 Óscar Useche, "Coordenadas para trazar un mapa de la violencia urbana en Colombia", Nova
& Velera, N.° 36, Esap, Bogotá, ago.-sep., 1999, p. 12.
El exceso codificado en la exclusión social... /115

Este desconocimiento imposibilita enormemente el duelo. El vacío


con relación al momento y las circunstancias de la muerte actúa como
inhibidor de la reelaboración simbólica. De alguna manera, ante el vacío
se crea una especie de "agujero en la existencia", sin un sentido que "per-
mita inscribir la muerte del otro en un registro que haga posible la trami-
tación de la muerte". ¿Cómo va a ser posible en estas circunstancias
10

elaborar el duelo?
Las muertes por terrorismo
Una modalidad en la que se incrementa más ese carácter anónimo de la
muerte es el terrorismo. Y no sólo porque no se llegue a identificar a las
víctimas, sino porque, como puede afectar a cualquiera, se desdibuja la
posibilidad de clarificar las circunstancias o la intencionalidad del hecho.
Aunque no tenemos datos que constaten la magnitud en la cual el fenó-
meno se ha presentado, de esta modalidad han sido víctimas mortales
muchas personas de muy diversos sectores en el país, porque las cifras
son incalculables.
Durante los últimos veinte años, esta modalidad ha sido implementada
por diferentes grupos, en muchas ocasiones, como el caso de las organi-
zaciones del narcotráfico en los años noventa, para hacer exigencias, pre-
siones e intimidaciones al Estado o a los grupos que les son opuestos. Es
decir que los victimarios tienen una intencionalidad, no actúan por azar,
y mediante el terrorismo envían un mensaje a un destinatario específico,
quien seguramente sabrá leer esos códigos del terror.
Desde los años ochenta y parte de los noventa, con Pablo Escobar a la
cabeza de las organizaciones del narcotráfico, y en particular de la orga-
nización que se autodenominó en su momento Los Extraditables, varias
ciudades colombianas vieron literalmente 'volar', con las explosiones de
bombas de altísimo poder, muchas de sus construcciones, y con ellas a
muchas personas que, en su mayoría, estaban al margen de la problemá-
tica en cuestión. En estos casos se sabía cuál era la intencionalidad y
cuáles los responsables, salvo excepciones, ya que ellos mismos emitían
comunicados en los que se atribuían estos crímenes. Otros actos terroris-
tas de este mismo estilo no fueron tan claramente identificabas.
Aunque esta modalidad se ha reducido sensiblemente en los últimos
años, no ha desaparecido del todo. De hecho, uno de los últimos actos de
terrorismo ocurridos en el país, específicamente en Medellín, fue la ex-

10 Fabiana Rousseaux y Lía Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo",
archivo personal (s. i.).
112 / Muertes violentas

plosión de una bomba en el Centro Comercial El Tesoro, a principios de


2001. Hasta ahora no se sabe muy bien quiénes fueron los autores intelec-
tuales del hecho, pero según los medios de comunicación "el artefacto" fue
puesto por dos personas que, al parecer, fueron asesinadas días después.
Este acto terrorista fue el último acaecido mientras elaborábamos este
texto. Después se han cometido muchos más en la ciudad y en el país
pero por fuera del marco de duración de este trabajo. Llama la atención
el tratamiento que los medios le dieron a este acto, poniendo mayor én-
fasis en las pérdidas económicas que sufrió el centro comercial. ¿Qué son
diez muertos frente a miles de millones de pesos en pérdidas? La
banalización y la invisibilización de la muerte encontraron en este hecho
su expresión superlativa.
En la frontera de la muerte: los amenazados 11

Hay una experiencia definitiva hacia los años 86 y 87 cuando comencé a sentir
muy de seguido la muerte de los amigos, de los compañeros [...]y cómo la muerte de
cada uno de ellos significaba también una muerte persoruil [...] cómo la muerte de
tantos lo llenaba a uno de lanía culpa, porque uno se sentía como un sobreviviente
[...] y después del 87 vendrá una experiencia que para miseria también muy
traumática: toda la. época del exilio que en algitn sentido es seguir viviendo desde
lejos la tierra, una experiencia humana muy dificil de vivir
Al tura Alape 12

Otro de los rostros macabros que ha asumido la muerte en este país es el


de los "amenazados de muerte". Aunque en sentido estricto no pueden
incluirse en los mismos términos que otras muertes, que comportan una
dimensión física muy real, sí creemos que vale la pena hacerlo desde otra
dimensión: la de las maneras menos físicas de la muerte (aunque no por
eso menos reales), y de las formas de vivenciarlas o intentar tramitarlas,
dentro de este exceso de muerte en nuestra sociedad. En efecto, existen en
esta última violencia casos de colombianos "en la frontera de la muerte",
amenazados por quienes embrutecidos por la violencia han perdido toda
capacidad de comprender, estas amenazas han conducido a muchos de
13

11 El título es "prestado" de un artículo de Piedad Bonnett, "La guerra y la cultura o la cultura de


la guerra", Magazín Dominical, N.° 789, El Espectador, Bogotá, 1998, pp. 11-14.
12 El testimonio es recogido en el libro de Mauricio Galindo Caballero y Jorge Valencia Cuéllar, En
carne pmpia: ocho violentólogos cuentan sus experiencias como víctimas de la violencia, Bogotá, Interme-
dio Editores, 1999, p. 196.
13 P. Bonnett, Op. cit., p. 12.
El exceso codificado en la exclusión social... /115

ellos a exiliarse, y si bien el exilio ha impedido la mayoría de las ejecucio-


nes de esta modalidad, también es cierto que de haber permanecido en el
país nadie duda que las cifras sobre muertes violentas en Colombia ha-
brían aumentado. También en este caso es muy difícil acertar con las esta-
dísticas. Si salen 'huyéndole' a la muerte, no serán ellos precisamente quie-
nes dejen las 'huellas' para ser rastreados. El exilio es, a todas luces, una
forma de muerte, y no precisamente como metáfora. Si la muerte es au-
sencia, si la muerte es ruptura de lazos, si la muerte es separación, si la
muerte es distancia, el exilio es una forma de muerte, y violenta por su-
puesto. Oigamos lo que decía Alfredo Molano al respecto desde su exilio:
No me confesé el exilio hasta cuando una tarde gris del invierno del año pasado
abrí la puerta del sitio que sería mi refugio [...] sentí un golpe de soledad y de
silencio que —me cuesta trabajo escribirlo— hizo flaquear las convicciones que
había defendido [...] Barcelona estaba llena de sol en aquellos primeros días de aba-
timiento. La primavera reventaba en cada rama de cada árbol, pero a mí me dolía la
vida. Regresar al piso —que poco a poco comencé a vivir como una cueva— sin
haber hablado con nadie, sin haber encontrado una mirada conocida y sabiendo
que el teléfono no sonaría y que el timbre tampoco, se volvió una triste rutina [...]
He tratado de no adquirir nada, de no comprar nada, y de no hacerle promesas a
nadie para no perder la libertad de volver en el instante en que de mi patria la
muerte alce el vuelo. 14

En efecto, la lista de estos 'amenazados' que han abandonado el país


a raíz de estas famosas condenas ha ido creciendo con el tiempo. Amena-
zas localizadas en sectores específicos que cambian, al parecer, según las
coyunturas; coyunturas que a su vez van identificando y transformando
el (los) enemigo(s), real(es) o imaginario(s) de los grupos armados y otras
'fuerzas oscuras'. De políticos a periodistas, de periodistas a sindicalistas,
de sindicalistas a intelectuales, aunque pasando por una gama amplia de
'condenados a muerte': jueces, líderes de izquierda, miembros de orga-
nizaciones de derechos humanos, sacerdotes, maestros, periodistas,
académicos, etc. Estas amenazas cobran toda su significación frente a los
precedentes de quienes, por distintas razones, no abandonaron el país,
pues la lista de asesinados, previamente amenazados, también ha crecido
de modo considerable en estos últimos años.
Entre los amenazados, los académicos de la Universidad Nacional
en Bogotá no han sido la excepción. Por el contrario, en los últimos

14 Alfredo Molano, "Exilio y soledades", documento enviado por correo electrónico el 7 de febre-
ro de 2001 (sin más datos).
138 / Muertes violentas

ños —desde 1995— se ha visto aumentar la lista de profesores en el


xterior. Este exilio recuerda otra coyuntura no menos brutal a fines de
15

as años ochenta, cuando fueron asesinados varios profesores, esta vez de


a Universidad de Antioquia: el doctor Héctor Abad Gómez, Leonardo
Jetancur, Pedro Luis Valencia, Luis Fernando Vélez. Coyuntura que se
evivió (re-editada en la mente de los universitarios) en la misma univer-
idad con el asesinato del profesor Hernán Henao, director del Iner, el 4
le mayo de 1999, y un poco después en septiembre del mismo año con el
isesinato de otro catedrático, Jesús Antonio Bejarano, en los predios de
a Universidad Nacional en Bogotá. Sin olvidar, por supuesto, el salvaje
isesinato de otro profesor, esta vez de la Universidad Pedagógica en Bo-
gotá, Darío Betancur, cuyos restos, literalmente 'restos', permitieron su
dentificación muchos meses después de su desaparición.

"Tiene una hora para abandonar el país"


^as cifras de amenazados en el país son también incalculables, toda vez
}ue uno de los primeros efectos de estas amenazas es el miedo y éste
;vita la denuncia al tiempo que impone el silencio. Si hace unos años la
imenaza de muerte venía de sectores claramente reconocibles, hoy ya no
;e sabe de dónde vienen las balas. En esta vorágine de violencia(s) todos
Desean en río revuelto. Los analistas intentan mantener los límites de las
/iolencias 'explicables'. Por la vía de la amenaza han salido del país desde
Dersonajes del espectáculo hasta... la intelligentsw.
Muchas de estas amenazas son atribuidas a Carlos Castaño, quien
16

la sido no pocas veces el autor —y él mismo lo ha reconocido—. Algu-


nas de ellas concretadas en retenciones, otras retenciones con "final
feliz" y otras en desapariciones. Un caso de alguna trascendencia en la
Dpinión pública fue el de los investigadores del IPC en Medellín. Las
muertes, en cambio, con iguales orígenes, gozan de total silencio. Sigue
siendo una problemática actual: periodistas, senadores, sindicalistas,
aparecen en el exilio forzado, h u y e n d o de las amenazas de los
paramilitares. Periodistas, opositores políticos, sindicalistas, defensores

15 Con una de las primeras salidas del país por parte del prestigioso abogado y académico de la
Universidad Nacional, Hernando Valencia Villa, estudioso del derecho de la guerra y encarga-
do en los últimos años de la Procuraduría para los Derechos Humanos. Véase: "Los intelectua-
les también se van", La Revista, El Espectador, Bogotá, 10 septiembre de 2000.
A esa lista se suman Jaime Zuluaga, Iván Orozco y Eduardo Pizarra, este último después de un
atentado contra su vida en diciembre de 1999, y debe agregarse Alfredo Molano, Ibíd., p. 18.
16 Véase La Revista, El Espectador, 18 de febrero de 2001.
El exceso codificado en la exclusión social... / 1 15

de derechos humanos, deportistas con algún poder económico, perso-


najes del mundo del espectáculo y un grupo significativo de académicos,
reconocidos por sus análisis del conflicto, engrosan hoy la lista de los "ame-
nazados de muerte".
"Había unas cincuenta personas en esa lista de muerte" ,7

Una de las modalidades utilizadas por los victimarios para esta suerte
de condenas es la aparición de las llamadas "listas negras", que pode-
mos encontrar en diferentes momentos de la historia reciente del país.
Algunas de ellas sólo circularon en el rumor, pero el rumor, ya lo sabe-
mos, es un mecanismo poderoso de difusión y un arma poderosa en la
guerra psicológica, y puede ser contundente si se la emplea en el mo-
mento preciso. En efecto, un aspecto interesante del rumor es que
18

aunque la transmisión en cadena que lo caracteriza parta de un hecho


real, en el camino se va distorsionando. Y nacen así deformaciones y
mentiras que recorren los mismos caminos del rumor, donde el miedo
hace frágil una situación social.
El rumor, al conectar una lógica posible con el acontecimiento, tiene base para ser
aceptado, pues se da dentro de una buena disposición para creer. Así, la base para
que un rumor crezca es que [el hecho que se narra] sea posible, no obstante al per-
manecer el grupo social alterado muchas cosas imposibles pueden parecer total-
mente posibles. 19

Esto ha ocurrido en el país con las famosas listas negras. Aunque nunca
fueron muy 'reales', en el sentido de existir más allá del rumor y pocos
tenían verdadero acceso a ellas, ya que sólo circulaba la información y el
rumor, el país vio caer en estos años miles y miles de personas que 'engro-
saban' esas listas de muerte: políticos, jueces, periodistas, profesores. Casi
nadie las ha visto, pero todos sabemos que existen y que en cualquier mo-
mento pueden volver a 'circular', es decir, el miedo sigue ahí, sean ellas
reales o imaginarias. El uso de esas formas macabras de comunicación
también constituye un símbolo de muerte, puesto que son mensajeras del

17 Se trata de una afirmación extraída del libro de Michel Taussig, Un gigante en convulsiones,
Barcelona, Gedisa, 1995.
18 Armando Silva, "El cartel de Medellin y sus fantasmas. La coca como cartel, como frontera y
otros imaginarios más", en: Rosalía Winocur, coord., Juan Pablos, ed.. Culturas políticas a fin de
siglo, México, Flacso, 1997.
19 lbíd., p.96.
116 / Muertes violentas

error. Las listas de la muerte siguen transmitiendo el mismo mensaje


miquilador de los 'panfletos' amenazantes de los años cincuenta.
Estas listas se utilizaron en los años ochenta en asesinatos selectivos
:n las ciudades. Más recientemente han sido un mecanismo utilizado por
os grupos armados (por lo general paramilitares) que llevan a cabo
nasacres de campesinos, llegan con listas en la mano y basta que la vícti-
na haga parte de ellas para ser ejecutada, sin más. Un testimonio recogi-
lo luego de una masacre deja ver este fenómeno: "Yo traté de salvarle la
ida a él y a varias personas pero con resultados negativos [...] pero ya
staba en la lista y no había nada qué hacer, pues ellos venían dizque a
íacer una limpieza". 20

El desarraigo como forma de muerte a través del exilio


.a problemática del exilio por razones políticas, que se inicia en América
.atina en los países del Cono Sur en la época de las dictaduras, genera
inos años después consideraciones en torno a ella como fenómeno social,
ultural y político de grandes dimensiones. Algunas disciplinas sociales se
tan encargado de jalonar la reflexión. Es el caso de dos psicoanalistas
rgentinos, León y Rebeca Grimbert, ellos mismos migrantes y exiliados,
|uienes han escrito una excelente reflexión sobre el tema. En efecto, el 21

xilio tiene una dimensión que vale la pena relacionar con la muerte: la
le la separación. En el caso colombiano el tema es otra vez objeto de la
roñica periodística. Muchos han sido los casos reportados y también los
|Ue no se reportan, y muchas las historias que aún no se han contado. De
sta manera también los colombianos hemos asistido a esta forma ele muerte
|ue recorre diversos continentes cubierta con una enorme nostalgia. En
emotos lugares del mundo, y en muy disímiles circunstancias, se en-
uentran exiliados gran cantidad de colombianos.
Las condenas para estos exiliados no se agotan en ellos solamente,
luchos son obligados a partir con las familias que, sólo en el mejor de
as casos, llegan a reunirse de nuevo y a rehacer su vida en otra parte; en
into otras sufren la fragmentación y la disolución de los vínculos fami-
ares y no son pocos los casos en que la muerte los golpea a distancia,
npidiendo toda elaboración del duelo. Familiares muertos que no se
>ueden acompañar, enterrar o visitar en los cementerios. Sobre este punto
ice Patricia Tovar: "Cuando las personas no pueden exteriorizar sus

) María Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Norma, 1999, p. 282.
I León y Rebeca Grimbert, Psicoanálisis de la migración y del exilio, Madrid, Alianza, 1984.
El exceso codificado en la exclusión social... /115

emociones, ni practicar sus rituales funerarios, ni celebrar la vida que


tuvieron los difuntos, ni despedirlos de este mundo, no pueden resolver
el trauma que les produce la muerte, ni finalmente aceptarla". 22

Los desaparecidos: noche y niebla


Noche que encubre, enmascara y aterra y niebla que distrae y confunde
desdibujando la verdad. Noche que siembra amargura y odio y niebla que duele y
silencia
N o c h e y Niebla

También merecen atención en este trabajo los desaparecidos, ya sea como


homenaje o como un intento de darles una voz a esos seres silenciados,
perdidos en la sombra o perdidos "en la noche y en la niebla". Quizá 23

sea impertinente incluir esta categoría en un trabajo sobre la muerte;


muchos son los desaparecidos jamás declarados oficialmente muertos, y
sin duda también muchas las esperanzas de sus familiares de saberlos o
imaginarlos vivos. Sin embargo, la condición más próxima de los desapa-
recidos es la muerte.
Muchos de ellos no encuentran eco en las páginas de los periódicos,
ni siquiera en los casos donde se cree haber hallado algún desaparecido
'prestigioso', y solamente son registrados como casos esporádicos en la
intimidad de las familias.
El drama de los desaparecidos salta a la luz pública en América Latina
en el período de las dictaduras latinoamericanas del Cono Sur en los años
setenta. Los chilenos y los argentinos tienen una larga historia al respecto.
El carácter de violencia política de esos desaparecidos se trasladó a Colom-
bia en estas últimas dos décadas. No imputables tan claramente —o de
manera exclusiva— a los militares como en el resto de países latinoamerica-
nos, las cifras sin embargo son aterradoras. La violencia política convir-
24

tió la desaparición forzada en fenómeno social de gran magnitud

22 Patricia Tovar, "Memorias de la violencia: viudas y huérfanos en Colombia", ponencia presen-


tada a la v cátedra Ernesto Restrepo Tirado, Éxodo, patrimonio e identidad, Bogotá, Museo Nacio-
nal de Colombia, diciembre de 2000 (s. i.).
23 Noche y Niebla es el título de una publicación de la organización Justicia y Paz que publican
desde 1996 en convenio con el Cinep; quizá sea el más detallado informe estadístico sobre la
situación de los derechos humanos en el país.
24 Los datos más recientes sobre desaparecidos aportados por Medicina Legal hablan de 6.000 ca-
dáveres sin identificar en los últimos años, esto es, desde 1997 hasta 2002, Véase: "El drama
de los desaparecidos en Colombia. Tras el rastro de un NN", El Espectador, 21 de octubre
de 2001, p. IB.
118 / Muertes violentas

Y no son sólo los desaparecidos por causas políticas, ya que el fenó-


meno es bastante más amplio: cálculos y estadísticas incompletos; cir-
cunstancias desconocidas en las que la muerte se produce, y desidia y
falta de recursos de las instituciones y personas a quienes les compete.
Con todo, es cierto que la magnitud del fenómeno ha llevado a mejorar
sensiblemente las técnicas de recolección de información y los procedi-
mientos de identificación de los cadáveres. También los familiares de las
víctimas han contribuido al avance en este terreno creando, en 1995, la
Red Nacional de Desaparecidos. Nuevamente afirmamos que sólo la tie-
rra que recibe los cuerpos tendrá la certeza de cuántos y quiénes son los
colombianos muertos en esta última violencia.
Dos son los aspectos para considerar aquí. El primero, la práctica de
la desaparición como otra —un tanto sui géneris— forma de muerte. El
segundo, es el problema del duelo en esta forma macabra de desapare-
cer, de borrar sin dejar huellas; es como la agonía, como una muerte
lenta. Con respecto al primero, en el caso colombiano existen diferencias
sustanciales con lo ocurrido en los países del Cono Sur. La desaparición,
si bien ha sido una práctica efectuada por los militares contra lo que
consideran las bases sociales de la subversión, ha sido también utilizada
por otros actores armados que, como los paramilitares, encuentran en
ella una forma de 'borrar' literalmente las huellas y garantizar así la im-
punidad del hecho. Incluso se ha llegado a prácticas aún más monstruo-
sas, cuando en el intento por barrer todo rastro se descuartizan los cuer-
pos, facilitando así su desaparición. O se practican toda suerte de
manipulaciones sobre los cadáveres con el mismo propósito. Por ejem-
plo, 'vaciarlos' para que no floten una vez lanzados al río; o descuartizarlos,
como lo deja ver el testimonio ya registrado del negro Vladimir: "[...]
descuartizamos los cuerpos. Por eso no encontraron los cadáveres". 25

Una muestra de la agonía que este fenómeno produce son estas pala-
bras de María Eugenia Vásquez, frente a la desaparición de una de sus
compañeras militantes:
Nada más monstruoso que las desapariciones para quienes las sobrevivimos. A veces
pedía a gritos la muerte como un alivio para ella, porque la imaginaba torturada.
Deseaba que apareciera el cadáver para ponerle punto final al dolor de su madre.
Pero no dejaba de implorarle a la vida una oportunidad para encontrarla viva como
si nada hubiera pasado. Frente a las desapariciones no hay alivio posible, la incerti-
dunibre cobra sus víctimas [...] muchas veces he visto a alguien que se parece a Bea-
triz y el corazón me engaña pensando que puede ser ella. 20

25 Semana, N.° 793, Bogotá, julio de 1997.


26 María Eugenia Vásquez, Bitácora de mía militando. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2001.
El exceso codificado en la exclusión social... /115

El segundo aspecto que nos interesa resaltar —y que será abordado


con mayor profundidad en el capítulo 5— es la dificultad de aceptar la
pérdida del ser querido en esta forma sui géneris de muerte, y poder,
cumplida esta condición, elaborar el duelo. En efecto, como ha sido cons-
tatado por varios analistas, la posibilidad de elaboración del duelo como
27

fenómeno necesario frente a la muerte, tanto en el terreno individual


como en el colectivo, tiene una enorme dificultad en ausencia de un ca-
dáver para sepultar y ritualizar. Parecería que la "presencia física" de un
cadáver, una tumba, o un lugar de referencia fuera la condición sine qua
non de esta aceptación. Si bien existen trabajos recientes que cuestionan
esta tesis, lo más aceptado en la literatura sobre el tema es que esta
28

ausencia dificulta enormemente la labor del duelo. Como lo señalan dos


psicoanalistas argentinas frente a los desaparecidos: "Mientras la verifi-
cación de la muerte permite al concluir el trabajo de duelo la recupera-
ción simbólica del objeto perdido, la desaparición produce en el psiquismo
efectos distintos, pues no permite ningún tipo de inscripción". 29

Desde distintas perspectivas —tontinúan las autoras— se ha destaca-


do el efecto altamente traumático que el acontecimiento de la desapari-
ción tuvo para la subjetividad de los afectados por la represión política.
Creemos, sin embargo, que la especificidad de "los duelos por las des-
apariciones forzadas responde, justamente, a que el registro que los atra-
viesa excede lo traumático para quedar incluido dentro del orden de lo
siniestro". Todo lo siniestro es traumático, pero no todo lo traumático es
siniestro. Retomando a Freud, las autoras destacan cómo el mecanismo
psíquico dispone de distintos modos de tramitación del trauma. "Los
traumas psíquicos pueden ser tramitados por vía de reacción —a través
de la acción, la palabra, el llanto— o bien mediante el procesamiento
asociativo del pensar". El trauma es una impresión, una marca que,
30

más allá de lo que tiene de inasimilable, puede tomar retroactivamente


valor de símbolo, aunque en su origen haya escapado a la simbolización. 31

Esta ubicación en un escenario impreciso entre la vida y la muerte, este


lugar de vivo-muerto del desaparecido, esta incertidumbre, produce el
efecto de lo siniestro. Lo siniestro está ligado a lo macabro, a lo no creí-

27 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo".
28 Entre ellos una tesis de la maestría en psicoanálisis de la Universidad de Antioquia que, aunque
no compartimos, presenta una reflexión interesante al respecto, véase Victoria Díaz Fació Lin-
ce, Del dolor al duelo. Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Antioquia, 2000.
29 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cil.
30 Sigmund Freud, "Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos: comunicación pre-
liminar", 37, citado por F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cil.
31 Jacques Lacan, Seminario VII, La ética del psicoanálisis (diciembre de 1959), citado por F.
Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
120 / Muertes violentas

ble, a lo incierto; y es en lo siniestro donde el horror se presentifica. El


horror no se puede medir, es del orden de lo inconmensurable, de lo que
carece de común medida y de toda proporción. "El horror [...], es lo
imposible de mediatizar, es algo frente a lo cual las palabras se detienen.
Lo que es del orden del horror resiste la asimilación a la función
significante, es lo irreductible a la simbolización". 32

Un caso que, en sentido estricto, no es de desaparición, ha sido sin


embargo convertido en un símbolo de esta forma macabra de la violen-
cia. Re-editando el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo en
Argentina, un grupo de madres y esposas de los soldados y policías 'se-
cuestrados' por las Farc han convertido en todo un ritual la 'peregrina-
ción' a la iglesia de la Candelaria en Medellín todos los miércoles a me-
diodía, símbolo de su protesta y de su esperanza de volverlos a ver. 33

32 J. Lacan, Seminario II, Resúmenes de 1954-1955, citado por F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
33 Semana, N.° 926, Bogotá, enero de 2000.
Tercera parte
La codificación del dolor:
ritualización, simbolización
y tramitación de la muerte
Ritualización, simbolización
y tramitación de la muerte

Introducción
El símbolo, en palabras de Cassirer, no sólo es "un acceso a la naturaleza
del hombre",' sino que adquiere también, a diferencia del animal que
responde instintivamente sin elaboración simbólica alguna, una particu-
lar significación cuando se trata de la muerte, como lo ha mostrado la
antropología. Para poder enfrentarla, todas las culturas y civilizaciones
han buscado y puesto en práctica formas de ritualización, simbolización y
tramitación de la muerte.
En la primera, la ritualización, abordamos una serie de prácticas fune-
rarias y sus significaciones. Mediante ellas, una sociedad expresa su ima-
gen sobre ella misma y construye a través de estos ritos (y los símbolos
que los acompañan) muchos de sus referentes de sentido y significacio-
nes con relación a la muerte pero también a la vida. Los ritos constituyen,
por lo demás, una forma privilegiada universalmente extendida, quizá la
forma privilegiada por excelencia, de ritualización de la muerte.
La segunda, la simbolización, se expresa a modo de imágenes a través
de otros lenguajes o apela a lo que podríamos llamar otras tramas discur-
sivas: el arte, la pintura, la literatura, etc. Es un nivel de representación
bastante más abstracto conformado por expresiones artísticas que mani-
fiestan la muerte y la violencia de otras maneras. Son modos diferentes
de contar el dolor y que, con Sofsky, hemos llamado la estética de la
muerte. Este nivel de representaciones de la muerte es bien importante
entre otras cosas porque, como lo señala Sofsky, cuando se trata de inte-
2

rrogar el sufrimiento es fácil caer en la representación gráfica; ella es,


pues, en este ámbito, casi una necesidad expresiva.
Finalmente, la tercera, la tramitación de la muerte, la abordamos a
partir de dos procesos: el duelo y la memoria.

1 Ernst Cassirer, Essais sur l'homine, París, Éditions de Minuit, 1975, p. 41.
2 Wolfgang Sofsky, Traité de la violence, París, Gallimard, 1996, p. 60.
1 2 4 / Muertes violentas

La ritualización
El hombre es el único animal que entierra a sus muertos
L.-V. T h o m a s
La función del rito es con exactitud la de sustituir en forma simbólica al cadáver
por un cuerpo, a la cosa por un ser
L.-V. T h o m a s
Toda ceremonia fúnebre es, yo creo, una manera de domesticar la muerte, de
ayudar a los seres humanos a mirar la muerte de frente
Jack Goody

La costumbre de enterrar a los muertos y de utilizar para ello toda una


serie de símbolos, cultos y ritos funerarios* ha sido, como se puede ilustrar
históricamente, una práctica en todas las culturas. El rito funerario, dice
Louis-Vincent Thomas, responde a una exigencia universal y coincide con
la aparición misma de la humanidad. Pero, ¿por qué se entierra a los
4

muertos? Existen razones no solamente físicas —de higiene y salud públi-


cas frente a la descomposición de los cadáveres—, sino también de índole
cultural, más del orden de lo simbólico y que, sin embargo, repercuten en
los modos de enterrar a los muertos en las distintas sociedades. De hecho
estos usos dicen mucho sobre la sociedad en la cual se practican. La razón
fundamental del miedo a la muerte y en consecuencia de la existencia del
ritual funerario parece estar condensada en el párrafo siguiente:
El c a d á v e r p r o d u c e m i e d o p u e s los síntomas q u e a n u n c i a n la destrucción d e la c a r n e
r e e n v í a n a u n a i m a g e n insostenible d e destrucción d e la p e r s o n a y d e d e s a g r e g a c i ó n
del g r u p o . P a r a persistir d e n t r o del ser d e s p u é s d e este r e e n c u e n t r o c o n la p é r d i d a
y la n a d a , el i m a g i n a r i o se dedica a construir u n a simbólica m á s c o n f o r t a b l e a fin d e

3 Sobre el ritual, sus diversas conceptualizaciones y su uso en la antropología sugerimos el ensayo


de Edmund Leach publicado por la Enciclopedia InUnuicioiuil de las Ciencias Sociales dirigida por
David Sills, tomo 9, Madrid, Aguilar, 1976. Pese a las divergencias en las conceptualizaciones del
término no parece haber, en la literatura antropológica, ninguna dificultad para caracterizar y
conceptualizar el rito cuando se trata del rito funerario y para admitir sus componentes simbóli-
cos. También fue consultado frente al rito (particularmente los ritos funerarios), Jean-Hugues
Déchaux, Le souvenir des moits. Essais sur le lien de JUialion, París, PUF, 1997.
4 Datos antropológicos certifican la existencia de sepulturas en el paleolítico medio (-100.000 a
-35.000 años) que demuestran que el hombre de Neanderthal inhumaba sus muertos. Véase:
Louis-Vincent Thomas, Rites de mort pour la paix des vivants, París, Fayard, 1985, p. 117.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 2 5

paliar las faltas reintegrando la muerte en la vida. El cuerpo muerto lejos de ser una
nada, en tanto que objeto socio-cultural, deviene el soporte positivo de un culto que
sirve a los vivientes. Por la vía de los ritos y de las creencias, las prácticas funerarias
tienden, en efecto, a conjurar y a reparar el desorden que la intrusión de la muerte
ha provocado. Ellas constituyen, de alguna manera, una tentativa desesperada de
paliar la muerte, de sobrepasarla, en suma, de negarla. 5

Su urgencia trasciende, pues, las barreras culturales, para hacerse


necesaria en todas las culturas. Como lo plantea Thomas, para introdu-
cir la dimensión absolutamente humana de esta práctica, "el hombre es
el único animal que entierra a sus muertos", mientras que los animales
0

en este aspecto se caracterizan por la indiferencia o el canibalismo. Res- 7

catando este carácter universal del rito funerario, Thomas señala que,
salvo en casos de guerras, epidemias o grandes traumatismos sociales, no
existe sociedad humana que no rodee a sus muertos de un ceremonial
funerario, por elemental que sea. Es en sí mismo una señal de respeto,
en tanto el cadáver es tratado como una persona y no como un objeto.
Los ritos y prácticas funerarias constituyen una forma de simbolización
de la muerte. Lo que varía son las formas y significaciones según las cultu-
ras, pero el rito de sepultar a los muertos se ha mantenido desde siempre,
cualquiera haya sido a lo largo de los siglos la actitud frente a la muerte. La
existencia del rito aparece como "una clara señal de humanización". Cohén 8

Salama señala cómo "mucho antes de encontrar el nombre de la muerte


el hombre reconoció la muerte a través del rito". El culto a los muertos
9

cumple importantes funciones sociales de solidaridad frente al duelo y


de cohesión social de los sobrevivientes frente a sus muertos mediante la
participación colectiva en rituales fúnebres, como han sido, por ejemplo,
los banquetes funerarios o las celebraciones en los días dedicados a hon-
rar su memoria. El culto cumple, igualmente, funciones psicológicas de
tranquilizacicm frente a la ruptura definitiva y al dolor que implica la muerte
de los seres queridos, en él se encuentra no sólo la esperanza de un
reencuentro sino un excelente mecanismo para mitigar el dolor, mante-
niendo el vínculo con los que ya murieron. 10

5 Ibid., pp. 119-120.


6 Ibid., p. 120.
7 Ibid., p. 116.
8 Fabiana Rousseaux y Lía Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo",
archivo personal (s. i.).
9 Mauricio Cohen Salama, Tumbas anónimas. Infomie sobre la identificación de ivstos de victimas de la
represión ilegal, Buenos Aires, Equipo Argentino de Antropología Forense, Catálogos Editora,
1992, p. 15.
10 Eugenia Villa Posse, Muerte, cidtos y cementerios. Bogotá, Disloque, 1993, p. 87.
126/ Muertes viólenlas

Sin embargo, es más que eso: muchas de las funciones que los ritos
cumplen tienen que ver más con los vivos que con los muertos; más con
la angustia individual y colectiva de la muerte que con el muerto mismo.
Entre las funciones y finalidades de los ritos funerarios están, en su sen-
tido manifiesto, hacerse cargo del muerto dándole un lugar que sea a la
vez benéfico para el grupo, y hacerse cargo de los sobrevivientes marca-
dos por la pérdida movilizando a su alrededor a la comunidad y regla-
mentando el duelo. En los dos casos, dice Thomas, se trata de dominar la
muerte en su forma efectiva en lo que concierne al muerto, y en "su
equivalente simbólico en lo que concierne a los dolientes"." Pero, en
sentido latente, el ritual no tiene en cuenta más que un solo destinatario:
el hombre vivo, individuo o comunidad. Su función principal es la de curar
o prevenir, función que reviste distintas caras según la sociedad:
desculpabilizar, reconfortar, revitalizar. Así, el ritual de muerte sería, en
definitiva, un ritual de vida. 12

Los funerales son ante todo un ritual de despedida; liturgia por su


comportamiento altamente simbólico; terapia por la codificación del dolor,
y reglas normativas cuya finalidad es preparar al muerto para su nuevo
destino. En los funerales, y por ellos, el muerto no termina de morir.
Entonces los vivos ya no están enteramente del lado de la vida, para que
el difunto no esté enteramente del lado de la muerte. 13

Con la modernización de las sociedades la importancia de la muerte


se reduce, ella se oculta y se vive en la intimidad de las familias, se silen-
cia. Esto se incrementa en los últimos tiempos, los de la posmodernidad,
ya que los presupuestos en los que se funda suponen un cambio de senti-
do con respecto al nexo vida-muerte: 14

En el fondo de la ruptura posmoderna se encuentra un rechazo radical —más


inconsciente que consciente— a la concepción mecanicista de la vida y de la muer-
te, que rige la modernidad. La existencia de una oposición absoluta entre vida y
muerte empobrece a ambas y genera, en los diversos modelos de pensamiento, el
reconocimiento a una y la exclusión de la otra. Es así como el discurso racionalista
positivista despoja la dimensión de la muerte de cualquier significado, símbolo o
valor racional y espiritual; la muerte es entendida como una nada, imposible de
ser pensada. Mientras que, en el otro extremo, el discurso religioso ortodoxo cris-
tiano le quita todo valor trascendente a la vida en la tierra y sitúa los valores y

11 L.-V. Thomas, Op. cil., p. 121.


12 Ibíd.
13 L.-V. Thomas, El cadáver. De la biología a la antropología, México, FCE, 1989.
14 Orlando Mejía Rivera, La muerte y sus símbolos. Muerte, tecnocracia y posmodernidad, Medellín,
Editorial Universidad de Antioquia, 1999, p. 115.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 2 7

símbolos verdaderos en un reino más allá de la muerte: en el cielo de Dios. Así,


por un lado, el dualismo vida/muerte produce una alienación premoderna que sólo
permite ver un "más allá" intangible y espiritual y por otro, una enajenación mo-
derna que sólo muestra un "más acá" palpable y material. Para el fanatismo reli-
gioso, la vida en la tierra no es significativa sino a través de la muerte que es la vía
para la vida eterna, mientras que para el fanatismo positivista el sentido de la vida
sólo es posible si se niega la realidad de la muerte. 15

Se deja ver, pues, que en el sistema de pensamiento propio de la


modernidad y la posmodernidad, a la muerte se le quita el estatus del
que gozaba en la premodernidad, es decir como parte trascendental del
destino de los seres humanos. Lo que se pretende en el tiempo actual es
demostrar la superioridad de los seres humanos con respecto a ella, tra-
tando de engañarla, de hacerla retroceder mediante los avances científi-
cos aplicados a la medicina, 'garantizando' la longevidad.
Pero a pesar de todos estos avances y de que se trate de 'ignorar' la
muerte, el sida ha aparecido en la sociedad occidental vulnerando la su-
premacía de la medicina sobre la muerte, y ha contribuido al debate re-
ciente y al interés por la muerte. Otro factor que ha venido a ampliar el
debate es el surgimiento de los llamados "cuidados paliativos", que en
este proceso de medicalización de la muerte buscan fundamentalmente
hacerle frente en forma digna, desarrollando técnicas como la tanatología.
con la cual se pretende que las personas no sufran los dolores de la muer-
te propia, ni tengan que sufrir con la muerte de los seres queridos. L;
tanatología está definida como "el estudio de la muerte como fenómenc
cultural multidimensional. Pero, restringida al área de la medicina, e:
aquella disciplina que se encarga de la atención clínica, terapéutica (con
trol de síntomas como el dolor, el vómito, la asfixia, entre otros), psicoló
gica y familiar de los enfermos incurables en estados terminales y de h
asesoría a sus parientes". 16

La medicalización de la muerte ha desatado, para algunos autores


una serie de "efectos perversos", tales como duelos mal elaborados }
dramas sin resolver por cuanto las personas no asumen ellas mismas 1;
muerte o los procesos de morir de sus seres queridos, sino que dejan a
moribundo en las manos de personal "capacitado y especializado" que.
en la mayoría de los casos, no tiene lazos de afectividad con él. Un
proceso vivido por las sociedades occidentales desarrolladas, respecto f
los ritos fúnebres y su significación con relación al duelo, nos results

15 Ibid.
16 Ibid., p. 170.
128 / Muertes violentas

particularmente importante: es el rescate de los ritos y la palabra des-


pués de algunos años de excesiva medicalización y profesionalización
de la muerte, para evitar esos "duelos patológicos". Hoy, incluso en las
sociedades altamente industrializadas y tecnificadas, se admite que es
preciso hablar, ritualizar, romper con el silencio de la muerte. Las so-
ciedades le apuestan hoy a la búsqueda de una re-ritualización de la muerte.
La pregunta que se hacen los teóricos al respecto es cómo re-introducir
la muerte y el duelo en la escena social. "El rito protege; ofreciendo una
forma instituida, él canaliza el dolor ahorrándole al individuo una fuer-
te implicación personal". 17

Una de las condiciones para la aceptación de la pérdida, en lo simbó-


lico, es enterrar al muerto. Ello permite lo que en términos más genera-
les llamamos la elaboración del duelo. No hacerlo, por el contrario, inhibe
los procesos de elaboración de esta(s) pérdida(s) y genera traumatismos
individuales y colectivos que van a expresarse de múltiples maneras, a
veces perversas, en el campo de lo social. Para poder elaborar el duelo el
sujeto necesita enterrar a sus muertos, para satisfacer lo que se llama "la
memoria del muerto", con todo lo que implica de movimiento simbólico:
"la intervención total, masiva, desde el infierno hasta el cielo, de todo el
juego simbólico". Pero, ¿qué es lo que se simboliza?, ¿a qué o a quién se
18

le rinde culto?, ¿qué es lo que se ritualiza?


Pese a los cambios, los rituales nunca han desaparecido. Aunque en la
actualidad sí se han banalizado, como lo veremos más adelante, ellos no
mueren totalmente. Lo que pasa es que han adquirido formas nuevas en
las sociedades modernas, donde la religiosidad de los actos funerarios se
asume de manera más interior, más íntima.
A la familia se le atribuye una importancia vital en el plano simbólico
del rito funerario. Esto es así (y lo recogeremos después en la reflexión
sobre la memoria) por la significación de la muerte para los seres humanos
en relación con el parentesco, o lo que los especialistas llaman "el lazo de
filiación". En efecto, "la inscripción (la pertenencia) a una familia contri-
buye más que cualquier otra experiencia social a contener y a atenuar la
angustia de la muerte. El lazo de filiación se encuentra investido de una
continuidad vital muy arcaica, pero que permite reemplazar el destino
individual por un conjunto más vasto en términos de la continuidad". 19

Colombia, inserta en la cultura occidental y modernizada a su modo,

17 Jean-Hugues Déchaux, Michel Hanus y Frédéric Jésu, "Comment les familles entourent ses
morts", Esprit, N.° 247, Paris, 1998, p. 94.
18 Jacques Lacan, El deseo y su interpretación, Seminario VI, 29 de abril de 1959, citado por F.
Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
19 J.-H. Déchaux, Le souvenir desmorts, p. 94.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 2 9

no se sustrae a estas prácticas civilizadas y modernas. También aquí se


han introducido esos cambios y se ha ido secularizando el rito funerario.
Lo que estamos interrogando en este trabajo no es tanto la diferencia o,
más bien, la especificidad con relación a los cambios en las prácticas fu-
nerarias que parecen darse con la modernidad en todas las sociedades.
La pregunta es con respecto a la posibilidad o no de simbolización de
muertes de naturaleza o carácter violentos. ¿Qué pasa con los cultos, sím-
bolos y ritos en la muerte violenta? ¿Qué pasa en una sociedad —en el
aspecto simbólico— cuando hay exceso de muerte, duelos inconclusos y
exceso de ritos funerarios? Si los ritos son un medio de conjurar la muerte,
podríamos indagar qué dice esta sociedad con el exceso de muertes y, en
consecuencia, lo que significa el exceso de ritos funerarios.
El cementerio: un lugar de memoria
Decir que el cementerio es un 'lugar de memoria' es decir que es un espacio
eseiicialmente simbólico
Jean-Hugues Déchaux

Sin ninguna duda los cementerios son el lugar por excelencia del culto a
los muertos, es decir, son lugares de memoria donde se construyen y se
recrean símbolos alrededor de los muertos para que nunca dejen de per-
tenecer a un entorno social determinado; para que no mueran en la
memoria.
Los cementerios constituyen lo que llamaríamos una cultura material de
la muerte, que va desde el mismo tratamiento del cadáver (su preparación
20

y vestido) hasta la tumba con la lápida y sus decorados. En este proceso se


hallan reunidas las esperanzas, los miedos y las angustias de los dolientes.
Son sitios mágicos y sagrados, razón por la cual adquieren el carácter de
lugares tabúes. Cuando un ser humano fallece, en torno al cadáver se tejen
creencias y se sustentan esperanzas, se le ama y se le teme.
En el cementerio convergen las diferencias sociales que se presentan
en los grupos humanos. Aun cuando en sus orígenes fuera pensado para
ser utilizado sólo por las élites, hay una relativa libertad para que estas
diferencias compartan un mismo espacio. 21

20 E. Villa Pbsse, Op. cit., p. 86.


21 Una interesante crónica sobre el origen de los cementerios colombianos, concretamente en
Santafé de Bogotá en la época colonial, se encuentra en Martín E. Vargas y Silvia Cogollos, "La
teología de la muerte: una visión española del fenómeno durante los siglos xvi-xvm", en: Jaime
1 3 0 / Muertes violentas

El cementerio San Pedro


En la búsqueda de información etnográfica para la investigación visita-
mos algunos cementerios: San Pedro, Campos de Paz y Jardines
Montesacro. Este último, valga la aclaración, porque allí se halla la tumba
de Pablo Escobar y por lo que en su momento suscitó su entierro, tam-
bién por la significación que aún mantiene su tumba. Por razones de
seguridad (pues según la información que nos fue dada parecía un riesgo
innecesario que no había que correr), no pudimos visitar el cementerio
Universal, el de las fosas comunes, de los seres anónimos (el de los NN),
que hubiera sido muy importante por lo que representa en este contexto
de violencia.
Para desarrollar este apartado nos detendremos en el cementerio San
Pedro, el más importante de Medellín en cuanto a que recoge buena
parte de la historia en lo que tiene que ver con rituales y prácticas fune-
rarias, particularmente de los jóvenes. Pese a haber sido fundado por y
para la élite antioqueña en 1842, "en la misma época en que [la élite]
invertía en compras de tierras para la colonización y formaba las prime-
ras sociedades por acciones para la explotación minera", y llamado "la 22

ciudad de mármol", pero conocido popularmente como "el cementerio


de los ricos"; se fue convirtiendo en lo que un periodista denominó el
23

"cementerio de la comuna nororiental", ' a causa de la inhumación allí de


2 1

buena parte de los jóvenes sacrificados en la ciudad en estos últimos


años, y pertenecientes a esa comuna, cuya cercanía al cementerio signifi-
có el acceso más fácil a él.
La "vida" en el cementerio
El cementerio de San Pedro ha sido declarado "bien cultural de carácter
nacional" y ha sido llamado "Monumental Campo Santo San Pedro". Hoy
forma parte de la Red de Museos de Antioquia y de la recién creada Red

Humberto Borja, ed.. Inquisición, muerte y sexualidad en la Nueva Granada, Bogotá. Ariel. Ceja,
1996. En ella se narra su origen a partir del traslado de los muertos que tradicionalmente se
enterraban en las iglesias y que, en razón ya de la cantidad y argumentando asuntos de higiene
y salud pública, debía hacerse en un lugar exclusivo para ellos. De ahí surgen los cementerios
pese a las resistencias católicas.
22 Robert Brew, citado por Gloria Mercedes Arango, La mentalidad religiosa en Antioquia, Medellín,
Universidad Nacional de Colombia, 1993.
23 El de los pobres era el San Lorenzo que se intentó convertir en patrimonio nacional para evitar
su destrucción por parte de algunos urbanizadores de la ciudad.
24 Ricardo Aricapa, Medellín es así, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1999.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 131

de Parques Cementerios de Latinoamérica. La arquitecta Catalina


Velásquez Parra, directora del Museo el Cementerio San Pedro y de la
Red de Museos de Antioquia, cuenta cómo se logró llevar a cabo este
proceso que incluyó además la estructuración del proyecto de planeación
y desarrollo del cementerio, en 1999:
Este [...] proyecto surge desde 1996 cuando la Fundación decide recrear su historia
a través de una lectura del espacio, teniendo como antecedentes, el proceso de fun-
dación, ampliación y consolidación del lugar. En el proyecto se evaluó y analizó el
estado de la construcción para reconocer los diferentes períodos en los cuales hubo
intervención. Con esta periodización se rescataron valores importantes que si bien
no se desconocían, no eran premisas sobre las cuales se hacía la lectura del lugar.
Para recuperar la infraestructura cargada de cualidades estéticas era necesario bus-
car mecanismos de protección que permitieran que fueran descubiertos los testimo-
nios que tácitamente se encontraban en ella, se eligió la declaratoria como patrimo-
nio de la nación que obligaba por ley a crear un plan de protección y, además, en
busca de dinamizar dicho proceso, se'buscó el reconocimiento del cementerio como
museo, entendiendo que el concepto de museo va más allá del simple coleccionismo.
Ambos proyectos obligaron a la Fundación a planear su desarrollo, teniendo en
cuenta que la nueva condición le permitirá actuar como entidad cultural, lo que
significa que es necesario para su funcionamiento como cementerio y museo la crea-
ción de nuevos espacios. 25

Recorriendo el San Pedro es posible encontrar, en un primer momen-


to, la zona central con sus esculturas y mausoleos, donde se encuentra el
llamado Parque de las Esculturas. En efecto, cuenta con estructuras en
bronce, mármol y piedra, de maestros escultores como Carvajal, Bernar-
do Vieco y Marco Tobón Mejía. Dos de esas esculturas son muy significa-
tivas por su historia y las implicaciones que después tuvieron.
Una de ellas es el mausoleo de José María Amador, hijo de Carlos
Coriolano Amador. El muchacho murió a los veinticuatro años de edad,
26

a finales del siglo xix. Es un monumento en mármol que consiste de un


obelisco sobre una plataforma que termina en escalas, en las cuales repo-
sa la escultura de una mujer, vestida a la usanza de la época, que llora

25 Catalina Velásquez, "Otra mirada al cementerio de San Pedro", ponencia presentada en el


marco del Primer Encuentro Andino de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales,
Museo de Antioquia, Medellín, 1 a l 4 de noviembre de 2000.
26 De quien se sabe que era uno de los hombres más ricos de la Villa de la Candelaria, administró
las minas de El Zancudo (herencia de su esposa), trajo el primer automóvil a Antioquia, y era
dueño del palacio arzobispal que está ubicado en la Avenida La Playa, junto a la Clínica Soma.
La calle Amador de Medellín debe su nombre a este personaje.
132 / Muertes violentas

desconsoladamente. En la parte final del obelisco puede leerse el nombre


del muchacho, la fecha de su nacimiento y la de su muerte y más abajo una
inscripción que dice: "Su madre que confía en Dios consolador" (véase la
figura 5.1). Por lo anterior, la obra se conoce popularmente dentro del
cementerio como "La madre que confía en Dios consolador". Este monu-
mento fue encargado por Coriolano Amador al señor Hermenegildo
Vivolotti, quien importaba las obras desde Pietra Santa, Italia, según el
modelo que el solicitante escogiera de un catálogo que él mostraba a sus
clientes para tal efecto. Se desconoce quién fue el autor de la obra.
Alrededor de este mausoleo los visitantes y usuarios del cementerio
han tejido varias historias. Una de ellas dice que la mujer a los pies del
obelisco representa a la madre de José María Amador, que habría muerto
de un infarto estando en esa posición, en ese mismo sitio, por el dolor
que le causó la muerte de su hijo. Otros van más allá argumentando que
la mujer que se encuentra ahí es la misma Lorenza Uribe, madre de José
María, a quien el dolor petrificó dándole esa forma.
Como lo mencionamos anteriormente, el cementerio San Pedro, como
otros cementerios de Antioquia, ha tenido que recibir a muchos de los

Figura 5.1 La madre que confía en Dios consolador


Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 3 3

jóvenes que han caído por causa de la violencia. Aunque la muerte de


este muchacho, ocurrida a fines del siglo xix, no significara lo mismo que
las muertes de los jóvenes de hoy, este mausoleo se ha convertido en el
símbolo de muchas de las madres que lloran la muerte de sus hijos y que
ven representada en la obra la intensidad de su dolor. Por esto se realizan
oraciones en el mausoleo. Uno puede ver de cuando en cuando a una
mujer sola o a un grupo de mujeres con el libro de oraciones en la mano
y un rosario, recitando sus rezos en voz baja. La mano de la escultura casi
siempre tiene una flor artificial o natural que los visitantes le ponen,
saltando la reja que la protege, principalmente en el día de la madre.
La otra obra significativa es la escultura en bronce conocida como Las
tres Marías, obra del maestro Bernardo Vieco. Pertenece a la familia de
Pedro Estrada, quien tenía una muy alta valoración por las artes cine-
27

matográficas, aspecto que el escultor toma en cuenta para hacer su obra


que representa una secuencia fílmica. En efecto, es el aspecto de una
misma mujer para las tres Marías, lo que hace creer a la gente que ellas
tienen un movimiento cíclico (véáse la figura 5.2). Es muy común ver 28

cómo la gente pone diversos objetos en la mano de la primera figura, casi


siempre flores o monedas, aunque también se pueden encontrar los pa-
pelitos de las llamadas "cadenas de las ánimas", que exhortan a quienes
encuentren uno a repetir este procedimiento las veces que diga el pape-
lito, para que las ánimas cumplan los favores pedidos. En caso de no
hacerlo, la persona se arriesga a que le pase algo malo, en el peor de los
casos, o simplemente a que las ánimas nunca escuchen sus peticiones.
De su época de gloria —segunda mitad del siglo xix y principios del
xx—, el cementerio San Pedro alberga buena parte de los personajes ilus-
tres de la ciudad como Manuel Uribe Ángel (historiador y médico), Pedro
Justo Berrío (gobernador de Antioquia), Carlos E. Restrepo (presidente de
la República), Luis López de Mesa (escritor), Jorge Isaacs (escritor
vallecaucano, autor de la novela María, quien también fue gobernador de
Antioquia), entre otros, de cuyos mausoleos hablaremos más adelante.
Es posible establecer un paralelo entre ciudades como Medellín y
Bogotá a partir de ciertas prácticas y usos de sus cementerios. Las simili-
tudes a este respecto entre el Cementerio Central en Bogotá y el San
Pedro en Medellín, y Jardines del Recuerdo en Bogotá con Campos de
Paz en Medellín son a simple vista evidentes.

27 La familia fue la constructora del Palacio Egipcio en el barrio Prado de Medellín.


28 Esto ha generado también la creación popular de una leyenda según la cual en el mes de
noviembre las tres salen juntas a pasear por el cementerio, como cuando el animero de algunos
pueblos saca a pasear a las ánimas. La diferencia aquí es que ellas tienen la facultad de hacerlo
sin guía y en cualquier tiempo.
134/ Muertes violentas

Figura 5.2 Las tres Marías. Obra del escultor Bernardo Vieco.

A semejanza de lo que muestra Martín Barbero en el Cementerio


Central de Bogotá, también en San Pedro existen las llamadas "tumbas
29

significativas". Por ejemplo, las tumbas con esculturas en mármoles ita-


lianos esculpidas por el artista antioqueño Marco Tobón Mejía —como
las de Jorge Isaacs y Pedro Justo Berrío—, o las traídas directamente
desde Pietra Santa, como la de su fundador Pedro Uribe y Restrepo (co-
nocida como El Ángel del Silencio) o la de la familia Ospina Vásquez. Otras
tumbas combinan mármol y bronce, como es el caso de los mausoleos de
la familia Bedout, ornamentados con las esculturas del maestro Ber-
30

nardo Vieco, como el Angel Guardián; la de la familia Moreno S., en cuya


parte posterior aparece una interpretación que el artista hace de La Pietá
de Miguel Ángel, y la de la familia Estrada, a la que ya nos referimos, en
cuya parte superior aparecen tres mujeres que representan a las tres

29 Jesús Martín Barbero, "Cementerios y jardines para muertos", Magazín Dominical, N.° 106, El
Espectador, 7 de abril de 1985, Bogotá, pp. 4-5.
30 La familia Bedout manejó por mucho tiempo la industria editorial en Antioquia.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 3 5

Marías, y a cuyos pies se puede observar un tulipán marchito, que al


parecer es la representación de una niña integrante de esta familia, que
murió a muy corta edad.
Las "tumbas significativas" lo son por razones de prestigio de los per-
sonajes inhumados. La diferencia está en que la significación de las tum-
bas en el caso de Medellín va más allá del prestigio socialmente reconoci-
do de algunos personajes. Es decir, está marcada por otros 'valores' o
referentes de prestigio, no como en el ejemplo de Barbero acerca de Leo
Siegfred Kopp, fundador de una de las más grandes empresas de cerveza
y uno de los hombres más ricos del país, y quien se ha convertido en el
abogado de quienes tienen problemas económicos."
La iconografía de las tumbas
Haciendo un recorrido más detenido por las galerías del cementerio San
Pedro, resalta de manera muy particular la expresión popular del culto a
los muertos reflejada en la iconografía de las tumbas, aspecto que ad-
quiere relevancia porque es una muestra fehaciente de la relación de los
vivos con sus muertos, por cuanto la tumba "[...] es el objeto que permite
darle un lugar al muerto, materializando su presencia". 32

A diferencia de otros cementerios, el San Pedro se hace cargo de pro-


porcionar la lápida cuyo costo está incluido en el alquiler de las tumbas,
aunque no se prohibe que las personas traigan lápidas de otras partes.
Todas las lápidas suministradas por el cementerio son de mármol gris y
tienen inscritos, con letra cursiva negra, el nombre del difunto y la fecha
de su muerte.
La versatilidad en los adornos de las tumbas corre por cuenta de la
familia o los allegados del muerto, quienes llenan las lápidas de color con
la variedad de flores que llegan al cementerio, y con objetos e imágenes
que van a hablar de la personalidad que tenía el difunto, de sus gustos y
disgustos, de las relaciones que sostenía con sus seres queridos o con sus
enemigos. Las lápidas, así cubiertas de cantidad de flores y símbolos que
combinan figuras religiosas con otras que podríamos llamar 'profanas',
aunque no dejen ver el nombre inscrito en ellas, no hacen a los muertos
seres anónimos, por el contrario, expresan que esa persona muerta aún
es parte de una familia, de un equipo deportivo, o de una universidad,
por ejemplo. Es decir, que aún pertenece a un grupo particular de perso-
nas que lo identifican y reconocen como tal.

31 Jesús Martín Barbero, Op. cit., p. 4.


32 J.-H. Déchaux, M. Hanus y F. Jésu, Op. ai., p. 89.
136 / Muertes violentas

No se puede decir que esta iconografía se halle en una galería espe-


cífica, o que sea exclusiva del cementerio San Pedro. Los adornos, los
juguetes, los símbolos de los equipos de fútbol que acompañan al muerto
están un poco por todas partes. No menos importantes son las figuras
autoadhesivas del Divino Niño, la Virgen del Carmen y el Corazón de
Jesús, que comparten su lugar con un grupo de rock, y los equipos de
fútbol Medellín y Nacional, la foto del muerto en colores o fotocopia en
blanco y negro de una fotografía, y la tarjeta de cumpleaños o de aniver-
sario (véase la figura 5.3).

Figura 5.3 Bóveda adornada con estampas

Parte de esa expresividad popular que invade las tumbas nuevas son
los adornos que, a estas alturas, presentan cierta homogeneización por el
comercio. Por ejemplo, corazones elaborados en tela y adornados con
dedicatorias en letras doradas, cintas con mensajes 'para toda ocasión',
tarjetas musicales, láminas autoadhesivas del santo predilecto o del equi-
Ritualización, simbolización y tramitación ie la muerte / 1 3 7

po del que se era hincha. Estos adornos se pueden conseguir fácilmen-


33

te a la entrada del cementerio, en casetas o 'tiendecitas' que se especiali-


zan en proveer a los visitantes este tipo de objetos con los que ellos expre-
san sus sentimientos a la persona muerta.
Si el muerto era un conductor, se emplea la figura autoadhesiva de la
Virgen del Carmen, rodeada de camiones, buses, motocicletas; o cuando
la persona ha fallecido en un accidente de motocicleta, se pega en la
parte inferior una motocicleta de juguete, como una marca distintiva, y si
el espacio lo permite, este juguete se pone dentro de la vitrina; si se trata
de un niño, juguetes, como muñecas y carritos, o las calcomanías de per-
sonajes de caricatura —como "Piolín"— son la representación de las co-
sas que él debió disfrutar en vida, y son todos símbolos al parecer de
enorme significación para la persona muerta.
Como un esfuerzo por inmortalizar la semblanza de quien se ha ido,
en varias lápidas aparece la fotografía del difunto. Las fotografías mues-
tran a la persona cuando estaba viva, en ocasiones posando para la cáma-
ra, en otras se la ve desprevenida realizando labores cotidianas. No tan
comunes, pero igualmente significativas, son las que muestran a la per-
sona en cama, tal vez padeciendo la enfermedad que produjo su muerte.
Pero a veces no es suficiente con poner la fotografía para preservar el
recuerdo, y por eso muchos elementos se combinan para dar a conocer a
la persona que allí se encuentra. El nombre es muy importante y en oca-
siones se resalta con cintas doradas, o se ponen calcomanías con el apodo
con el que se le llamaba cariñosamente (véase la figura 5.4).
Algunas tumbas son espacios que se asemejan bastante bien a las vi-
trinas de los almacenes. Es decir, que hay un espacio entre el sellamiento
de la tumba, con su respectiva lápida, y la parte exterior al nivel de las
demás tumbas, en donde se pone una especie de puerta de vidrio (a
veces con marco de madera o aluminio) que deja ver los objetos ubica-
dos cuidadosamente en su interior. En la galería San Lorenzo se hallan
por los menos tres tumbas con estas características, en las que se ve la
foto de la persona, un vaso de agua, algunos santos, etc. Una de las más
significativas es la de una señora, cuyo hijo la visita diariamente. Se
pueden ver flores artificiales de color lila, un corazón en tela con una
inscripción para una madre y en el centro la fotografía de la señora
sonriendo; también varios santos y un crucifijo. Pero lo que la hace es-
pecial es que aparece el esmalte con el que la señora se pintaba; hilo,
aguja y botones con los que cosía, y algunos granos de arroz, maíz, fríjol

33 Las cintas pueden tener mensajes como el siguiente: "Negro, hoy quisiera estar contigo para
celebrar este amor tan grande, pero como la distancia nos separa, quise enviarte esta tarjeta
para expresarte lo mucho que te amo" (galería San Lorenzo).
138 / Muertes violentas

Figura 5.4 Apodos del muerto

y lentejas. El vaso de agua se observa siempre a la izquierda, y su conteni-


do, según los trabajadores del cementerio, es ingerido diariamente por
el hijo de la señora.
En el caso particular de los jóvenes, la música es un elemento que se
hace presente en las galerías, con tarjetas que suenan hasta agotar la
pila. Un mausoleo, el de los hermanos Muñoz Mosquera, lugar-
34

tenientes de Pablo Escobar, tenía música día y noche. Hoy en día cuenta
con una batería de carro, que hace que la música se active mientras la
batería aún esté cargada, y se puede activar desde un botón rojo afuera
del mausoleo, por tanto son los visitantes los que se encargan de que la
música no se detenga, aunque la batería se descargue en poco tiempo
(véase la figura 5.5). Hacemos referencia a este mausoleo porque forma
parte de esa expresividad popular, ya que comparte elementos con mu-
chas de las lápidas, como las fotografías en portarretratos de cada uno de

34 En las tarjetas musicales es posible escuchar fragmentos de melodías como "Canción para Elisa",
"El himno de la alegría", "Cumpleaños feliz", en Navidad se escuchan villancicos.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 3 9

Figura 5.5 Mausoleo de los Muñoz Mosquera

los hermanos. Otros elementos que aparecen son una mesa con mantel y
una repisa con individuales en donde reposan las fotografías. Hay tam-
bién una lámpara de bacarat, que ya no funciona.
En torno al mausoleo de los Muñoz Mosquera se han tejido varios
mitos, uno de los cuales refiere que la familia premia con dinero a quie-
nes encuentren orando en ella y que también pagan un celador que cuida
las tumbas día y noche. Aunque esto no se dé en la realidad, la gente cree
esta 'historia' y muchos se aventuran para ver si obtienen algo. Lo que sí
se puede observar frecuentemente es que algunos de sus visitantes intro-
ducen en el mausoleo las colillas de las loterías con el fin de ganar en los
sorteos, y en tiempo de campaña electoral, como en las elecciones de
alcaldes y gobernadores (en el segundo semestre de 2000), la gente había
depositado calendarios y volantes de uno de los candidatos a la alcaldía
de Medellín.
Este mausoleo es otra de las tumbas significativas y muestra que, a
diferencia del caso bogotano y en correspondencia con la familiaridad
popular con la mafia, estas tumbas en Medellín son de este tipo. La tum-
ba es visitada por jóvenes para quienes dichos 'personajes' son un refe-
140 / Muertes violentas

rente de valentía y coraje, y se han convertido en una especie de modelo


para imitar; "esos manes eran unos tesos", dicen los jóvenes. Este mauso-
leo ha generado varios mitos o leyendas, y por su parafernalia es una
expresión bien popular del culto a la muerte. Igual cosa sucede con la
tumba de Pablo Escobar, con relación al carácter de tumba significativa,
aunque esta se halla en el cementerio Jardines Montesacro.
En el caso de Medellín, llama la atención la especificidad en cuanto
a los jóvenes muertos y a ciertas prácticas juveniles desarrolladas en el
cementerio. Este ha sido también, por momentos, un teatro de opera-
ciones para la "guerra" (no conocemos de un fenómeno igual en otras
ciudades del país). Fueron una costumbre, en los años noventa (hasta
1997), los ataques entre bandas en los entierros de sus amigos. A par- 35

tir de esa época hubo un esfuerzo institucional por recuperar la tran-


quilidad y la 'neutralidad' del cementerio, que se concretó en la contra-
tación de empresas privadas de seguridad que han impedido desde
entonces esta práctica.
Sobre el cementerio San Pedro, el periodista Ricardo Aricapa afirma:
Se puede decir que es el cementerio propio de la comuna nororiental, donde se pre-
fiere a cualquier otro. Tanto es así que en 1992, durante la aguda escasez de bóvedas
no fueron pocas las familias que decidieron prolongar sus velorios hasta tres y cuatro
días con la esperanza de que en ese lapso se desocupara alguna. Tal preferencia la
explica en parte la cercanía del cementerio a esa comuna y el que el alquiler de una
tumba por cuatro años resulta allí relativamente favorable pero también la estructura
de sus galerías: en bóvedas de pared. Es un hecho probado que a las clases populares
[...] les gusta más inhumar en bóveda que en tierra. Tal vez porque en la bóveda les
resulta más fácil satisfacer la necesidad de mantener una comunicación directa y per-
manente con sus muertos. En todo caso el San Pedro ya está irremediablemente mar-
cado por el espíritu irreverente de la comuna. Es epicentro de un curioso y pintoresco
folklor funerario repleto de mitos, feüches, y recursos recordatorios salidos de todo
contexto sin igual en la ciudad y tal vez en el mundo entero; sobre todo cuando se
trata de un duro, sea miliciano o jefe de banda.- 16

35 Véase El Colombiano, 6 de enero de 1993, p. 9A. En esta página se relata en unas pocas líneas el
atentado con armas de fuego a unas personas que salían de un sepelio en el cementerio San
Pedro, en el que un joven murió y otro quedó herido. Los autores del ataque fueron supuestos
integrantes de una banda de delincuentes, que dispararon desde un vehículo.
36 R. Aricapa, Medellín es asi, p. 146.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 141

El sentido de los rituales y los cultos funerarios

Yo no te pude hacer un monumento


de mármol con inscripciones a colores.
Pero a tu final morada vengo atento,
dejando una flor silvestre y mil amores
Fragmento de una canción de Cheo Feliciano
Siguiendo a Déchaux, podemos encontrar los elementos característicos
37

de un ritual que se cumplen muy bien en el ritual funerario. Ellos son:


1) Un espacio escénico, es decir, un decorado que contiene objetos/símbo-
los inmobiliarios, ya sea porque tienen un valor emblemático o porque
cumplen una función sagrada. 2) Una estructura temporal, porque el rito
se desarrolla siguiendo una asociación de etapas o secuencias muy bien
distribuidas de acciones y de palabras. 3) Un cierto número de actores jugan-
do un rol específico. En él hay distintos agentes entre humanos y divinos,
estos últimos investidos de un poder que los pone en relación con la
divinidad. El sentido del rito supone las interacciones entre los protagonis-
tas del drama y el consenso que los une. 4) Finalmente, una organización de
símbolos. "El rito es inconcebible sin una organización de símbolos que a la
vez esconden y muestran, leyendo en términos concretos y metafóricos lo
que es misterioso e inexpresable. Esta simbólica está en relación estrecha
con nuestras pulsiones y nuestros fantasmas primordiales". 38

A estas cuatro características habría que agregarles una más que defi-
ne la especificidad del rito: "la eficacia simbólica", en la que el cuerpo 39

cumple un papel muy importante, en tanto buena parte de ella está dada
por la disposición de los actores que intervienen en el rito mediante con-
tactos corporales, movimientos de conjunto, cánticos repetitivos, etc., que
exaltan las convicciones y suscitan la impresión —muy corporal— de co-
munión fusiona!. Adicionalmente, los actos rituales tienen un efecto catár-
tico, al ser expresión liberadora de angustias y modo de resolución de
dramas y conflictos.
Un seguimiento a la significación que tendrían los cultos en los ce-
menterios permite interrogarse sobre aspectos que normalmente no se
interrogan. Una inquietud nos asaltó rápidamente: ¿los cultos y las ofren-
das se hacen para 'alimentar' a los muertos o para 'alimentar' a los vivos?
¿Cuál es la relación que se establece entre los vivos y el muerto? ¿Qué es

37 J.-H. Déchaux, Le souvenir des morís. Essais sur le lien de filiation.


38 Ibíd., p. 14.
39 Ibíd.
142 / Muertes violentas

lo que dejan los vivos en el cementerio y qué es lo que se llevan después


de una visita? Las preguntas cobran significación en la dimensión simbó-
lica de la práctica de visitar a los muertos, y esta dimensión puede ser un
valioso instrumento para identificar esos componentes o referentes de
sentido que nos interesan.
En primer lugar, una observación nos llamó mucho la atención: la cer-
teza de que el culto a los muertos tiene una cara oculta, por no ser la más
visible, que da a entender que la visita al cementerio es más importante
para la 'tranquilidad' de los vivos que para el 'descanso' de los muertos.
Esto es posible dado el carácter ambiguo (y misterioso) de los ritos, los
cuales se presentan "[...] generalmente como conductas oscuras y enigmá-
ticas. Una buena parte de su complejidad está en la relación entre los actos
y sus sentidos. El rito articula acciones y palabras, gestos y representacio-
nes, sin embargo, no hay una correspondencia evidente de unas a otras". 40

Muchos de los rituales de muerte que vimos en los cementerios visita-


dos cumplen las características mencionadas, y la evidencia de esto la
hallamos tanto en el ritual como en la visita periódica a la tumba que
incluye, en los casos que observamos, la limpieza de la lápida, los floreros
y jardineras, la previa selección de las flores para elaborar el arreglo y de
los adornos complementarios, como cintas, esquelas, fotos, tarjetas, la
figura del santo predilecto, etc. En efecto, esta práctica no es para nada
41

improvisada, ya que además del escenario para la decoración goza de un


tiempo específico, y exige cierto rol por parte de quien la realiza —por
ejemplo la cercanía socialmente reconocida al muerto— y una intencio-
nalidad manifiesta que se apoya en símbolos tales como los objetos que
se utilizan para adornar.
Posteriormente, estos objetos/símbolos se acomodan en la tumba de
una forma estética, sin ningún esbozo o plano elaborado con antelación
sino a partir de la creatividad del pariente o amigo. Las flores artificiales
se mezclan con las naturales y con las cintas, las fotos y demás arreglos, y
la tumba se convierte en un 'altar' familiar. Así, tienen lugar dos tipos de
culto a los muertos: el colectivo, que incluye a los muertos de todos —las
ánimas del purgatorio—, y el individual, que incluye a los muertos próxi-
mos —los familiares o amigos—. Podemos decir entonces que este ritual
se lleva a cabo cumpliendo lo que según Déchaux serían los tres momen-
tos del rito: la limpieza, la disposición de las flores y el recogimiento. El
embellecimiento de la tumba, dice Déchaux, es el corazón del rito. El mo-

40 Ibíd., p. 59.
41 En el cementerio se visita no necesariamente la tumba, se visita al amigo, al familiar, se va a su
"casa" y la visita se anuncia con tres golpes en la lápida. En esta visita se comparte el vino o la
marihuana y se escenifica la vida del barrio en el espacio de la galería.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 4 3

mentó de limpieza, aunque más breve que el de embellecimiento, es bas-


tante importante, ya que es una manera de reparar simbólicamente esa
ruptura que representa la muerte. La limpieza no tiene utilidad sino en el
plano simbólico como un acto de piedad. Recordemos lo que dice Eugenia
42

Villa Posse sobre la función de los ritos: "Los comportamientos y actitudes


en los cementerios ponen de presente cómo a pesar de la creencia en la
existencia de un lugar más allá de esta vida donde están los muertos —lo
Cual prácticamente los saca de este mundo— las gentes sienten la presen-
cia real de sus muertos en los sitios donde estos han sido enterrados". 43

La visita y el arreglo de la tumba buscan no dejar solo al muerto, acom-


pañarlo en su última morada mientras se logra el efecto catártico de la
persona que lo realiza. La reflexión de esta autora permite igualmente
responder las inquietudes que teníamos con respecto a la significación
del rito en términos de la tranquilidad del doliente. En efecto, las perso-
nas no van al cementerio con la única intención de visitar a los muertos,
como un acto generoso, sino también de actualizar la comunicación o el
'puente' que la tumba permite establecer entre la vida y la muerte. De
este modo las cartas, tarjetas, esquelas y adornos tienen sentido en tanto
el doliente cree que el muerto podrá 'leerlas' e incluso complacerse con
las flores, así confía en que en un futuro pasará lo mismo con él, y que hay un
más allá al cual ir cuando llegue el momento.
Es evidente la importancia que la tumba tiene para las personas que
han sufrido la muerte de sus seres queridos. Con ella y su culto se desata,
pues, un complejo intercambio. Con su cuidado demuestran que no
44

abandonan a quienes están en el cementerio, lo cual no deja de ser tam-


bién una manera de no abandonarse a sí mismos o de evitar ser abando-
nados en el futuro; es demostrar que el muerto sigue vivo, que más bien
ha viajado o se ha ido y que hay una esperanza de reencuentro entre
ellos. Es, en última instancia, admitir que el muerto sigue siendo parte
de un entorno afectivo que lo reconoce como suyo. "La función funeraria
de la sepultura es el reconocimiento del muerto [...] es darle al muerto su
lugar sin negarlo y, para hacerlo, separarlo de los vivos. Con el culto a las
tumbas, la sepultura y, en consecuencia, el cementerio han llegado a con-
vertirse en el espacio privilegiado del recuerdo a los muertos". Todo lo 45

anterior tiene un sentido y una intencionalidad determinados por la re-

42 J.-H. Déchaux, Op. cit., pp. 79-82.


43 E. Villa Posse, Op. cü„ p. 87.
44 Como lo señaló Luis Carlos Restrepo: "Nuestra vida depende en gran parte del tipo de pacto
que establezcamos con los muertos; prólogo al libro de Orlando Mejía Rivera, La muerte y sus
simbobs. Muerte, tecnocracia y posmodernidad.
45 J.-H. Déchaux, Op. cit., p. 89.
F

1 4 4 / Muertes violentas

lación de los deudos con sus muertos, lo cual legitima la importancia de


la función simbólica de los ritos en el cementerio.
En el recorrido que hicimos por los cementerios indagando por las
prácticas funerarias pudimos constatar, ligada a estas prácticas y cultos,
la existencia de tres aspectos sustanciales desde el punto de vista de la
simbolización y la significación de la muerte expresados a partir del in-
tercambio que se da, a través de los ritos, entre los vivos y los muertos. El
primer aspecto es la atribución de un poder 'milagroso' que se corres-
ponde con una idealización del muerto; el segundo, incluso con los cam-
bios introducidos por la modernidad, es lo que podríamos llamar la cons-
trucción de un escenario 'religioso' apto para este tipo de prácticas, y el
tercer aspecto es cierta creencia en la continuidad —léase: la inmortali-
dad—, que puede visualizarse en la relación entre estos cultos y prácticas
con la memoria y el recuerdo.

La "fuerza, mágica " de los muertos en los vivos


La mayor parte de los rituales que los seres humanos han llevado a cabo
en los cementerios se han sustentado en la idea de que los muertos si-
guen viviendo de alguna forma, tanto aquí como en la otra vida. Con 46

relación al cementerio San Lorenzo, se supo que muchos jóvenes cargan


la foto de algún amigo muerto con el fin de que los proteja. Así, en el caso
que nos ocupa, los jóvenes en Medellín, el parcero nunca abandona al
grupo, al contrario, sigue a su lado con más fuerza.
Si la función social de los ritos es expresar y manifestar la fuerza de los
lazos sociales, éstos se acentúan con la muerte porque la persona muerta
47

adquiere, por lo menos en la conciencia de los que quedan, una omnipre-


sencia y una omnipotencia que también existen en la cotidianidad, pero
que se refuerzan en el espacio del cementerio. Esto explicaría la imagen
o la representación que convierte a los muertos en una especie de 'pro-
tectores', a quienes se les solicitan 'favores' y 'gracias' como lo muestran
algunos autores. "En los cementerios se recoge una especie de 'fuerza
mágica' que sirve para lograr un alivio mágico de los problemas de des-
empleo, la pobreza, los fracasos en el amor, y la hechicería". Algunas de 48

las peticiones escritas encontradas en el Cementerio Central en Bogotá,


y que ilustran esta "fuerza mágica" de los muertos, son de este tipo: "Ben-
ditas ánimas ayúdenos a mi madre y a mí para sacar los proyectos adelan-

46 E. Villa Fosse, 0¡>. al., p. 87.


47 J.-H. Déchaux, 0p. cil., p. 59.
48 Michel Taussig, Un gigante en convulsiones, Barcelona, Gedisa, 1995, p. 45.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 4 5

te" "Benditas ánimas para que a Helena Salcedo Garzón todo lo malo
que quiere hacernos se le devuelva" "Benditas ánimas que ellos no se
metan en lo de la separación". 49

La sacralización de los espacios fúnebres


El segundo aspecto tiene que ver con el carácter religioso y sagrado atri-
buido a los lugares donde estas prácticas se realizan, y que son la residen-
cia de los muertos. En efecto, las actitudes que se asumen en ellos son de
silencio y recogimiento, propias de los lugares de oración. Casi todos
estos sitios en el caso colombiano han sido bendecidos por la Iglesia cató-
lica y declarados camposantos y aceptados como tales por la mayoría de
50

la población. No obstante, en ellos confluyen otras expresiones de reli-


giosidad popular que si bien no riñen con los principios eclesiásticos del
catolicismo, son mucho menos institucionalizadas y asumen otras vías de
expresión cultural, más asociadas con contenidos mágico-religiosos. Sin
embargo, todas hacen de estos lugares un espacio sagrado.
Pese a esto, y como lo mencionamos antes, a juzgar por la literatura
sobre los cambios en los ritos funerarios de países europeos, el carácter
de espacio sagrado y religioso de connotaciones cristianas se ha perdido
un poco como efecto de la modernización, produciéndose así lo que
podríamos llamar una desacralización del espacio cuyas transformacio-
nes se pueden observar en las prácticas sociales. También estos proce-
sos se han operado en Colombia, y en el caso de los jóvenes tienen una
especificidad que da cuenta más bien de la 'paganización' o 'carna-
valización' que ha adquirido el rito funerario. Ahora, antes que el silen-
cio y el recogimiento, la gente escucha música 'popular' en los cemente-
rios, como mariachis o música de 'despecho'.
La memoria a los muertos
Un tercer aspecto que se puede visualizar en términos de significantes o
referentes de sentido en las prácticas funerarias tiene que ver con la con-
tinuidad de la existencia, 'garantizada' gracias a la filiación y la pertenen-
cia a un grupo que se actualiza por medio de la memoria y el recuerdo.
Se trata de una dimensión del rito a los muertos que —en términos de

49 Alejandro Torres, "La hora de los fieles difuntos", Magazín Dominical, N.° 807, El Espectador,
noviembre de 1998.
50 E. Villa Posse, Op. cit., pp. 86-87.
146 / Muertes violentas

pertenencias y de continuidad de la existencia— es equiparable el indivi-


duo y la sociedad, esto es, en la memoria individual y en la memoria
colectiva. El recuerdo de los muertos permite probar su pertenencia a la
humanidad viviente y mortal y conduce a pensar que la muerte es cosa
natural contra la cual es inútil rebelarse, también remite a los orígenes y
acentúa las pertenencias y las filiaciones. La creencia en la permanencia
de un grupo que dota al sujeto de un sostén existencial le permite en-
frentar el vértigo de la individualización, es decir, de la soledad y el
51

miedo a estar solo, a ser solo. El cementerio es, pues, el lugar donde la
gente experimenta la sensación de una presencia de los muertos, esto es,
un "lugar de memoria". Esto lo trataremos en este mismo capítulo un
poco más adelante.
De las formas de simbolización de la muerte
La estética de la muerte
La estética de la muerte nos introduce en pleno corazón de este ámbito imaginario
que, en una perspectiva diferente, el antropólogo
encontrará necesariamente; y al igiuil que la antropología
la estética encuentra la dialéctica eterna de los intercambios vida-muerte
Louis-Vincent Thomas

Tratar de precisar la dimensión más imaginaria de la muerte no fue tarea


fácil. Su asociación con el juego de imágenes que a modo de 'fantasías' se
producen en la mente humana requiere un acercamiento fino y riguroso.
Pero las imágenes trascienden la psiquis donde se producen; se expre-
san, se comunican, probablemente no a través de formas verbales como
la palabra, pero sí de otras modalidades narrativas que tejen su 'discurso'
de otra manera. Una de ellas es el arte, sin duda una de las vetas más
fecundas de exploración sobre la representación de la muerte. Como lo
señala Thomas, de modos diferentes según los lugares y las épocas, la
muerte ha inspirado siempre a los artistas: muy especialmente a poetas,
escultores, pintores y músicos, mientras que el cine y el teatro de hoy le
deben varias de sus obras maestras. Diversas manifestaciones del arte
52

51 J.-H. Déchaux, Op. cit., pp. 287 y ss.


52 L.-V. Thomas, "De lo representado a la representación. La muerte en imágenes", en: Antropolo-
gía de la muerte, México, FCE, 1983, p. 187 (la primera edición francesa es de 1975).
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 14 7

se han aproximado a este tema, y es lo que abordaremos en las páginas


siguientes.
El arte y en general las expresiones artísticas son reflejo de una socie-
dad, de la relación o de las relaciones que esa sociedad establece consigo
misma a través de diferentes procesos o fenómenos sociales, y expresan
formas más sutiles y menos aprehensibles desde la razón pero bastante
significativas. Uno de estos fenómenos sociales que encuentra expresión
en el arte es la muerte.
¿Cómo y por qué relacionar arte, muerte y violencia? ¿Es posible 53

ligar esas expresiones? ¿Cuáles son los límites éticos que debe tener la
representación de la violencia? ¿Se puede hacer del dolor y el sufrimien-
to humanos un 'objeto' de arte, una 'obra'? Sin duda son muchos los aspec-
tos que estas preguntas obligan a considerar y hará falta mucho más tra-
bajo en esta dirección para responderlas satisfactoriamente. Sin embargo,
es obvio que estas expresiones son una forma de representación de la
violencia, que deben considerarse si se quiere realmente dar cuenta de
ella. Como lo señala Thomas con mucha propiedad, ya se trate de ideali-
zación (se ha dicho que la obra de arte es un equilibrio fuera del tiempo),
de purificación (se trata de exorcizar sus pulsiones de muerte o de liberar-
se de sus angustias), de presentificación (de buscar hacer presente en el
pensamiento las catástrofes o la muerte de los hombres) o solamente del
arte por el arte (bella muerte, bella representación de la muerte), poco
importa, con tal que la muerte pueda expresarse bajo todas las formas de
armonía. De ahí la importancia de al menos una aproximación a la
54

pintura colombiana sobre la muerte. Adicionalmente, para el caso de la


muerte violenta, esta aproximación desde el arte también es de interés
porque cuando se trata de interrogar el dolor y el sufrimiento es fácil
caer en la representación gráfica. Esta última es, pues, en este terreno,
55

casi una necesidad expresiva.


Siguiendo algunos trabajos sobre este tema en el país, hay en el arte, en
el decir de algunos antropólogos, un esfuerzo por "reinstalar el sufrimien-
to de otros en la esfera pública", y eso constituyó una primera respuesta
56

a las preguntas que nos hacíamos al respecto. Era la intencionalidad que


dejaba ver el arte de Doris Salcedo. El análisis de María Victoria Uribe
sobre el trabajo de Salcedo nos muestra que la artista se aproxima al

53 Museo de Arte Moderno de Bogotá, Arte y violencia en Colombia desde 1948, Bogotá, Editorial
Norma, 1999.
54 L.-V. Thomas, Antropología de la muerte, p. 187.
55 W. Sofsky, Traite de la violence.
56 María Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde
1948, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Norma, 1999, p. 284.
1 4 8 / Muertes violentas

fenómeno de la violencia desde sus orillas, desde el borde mismo, por-


que considera que la riqueza y la complejidad se hallan en los márgenes
y no en el hecho violento explícito. Es lo que Uribe llama bellamente
"una mirada oblicua que busque evitar a toda costa el espectáculo obsce-
no de la violencia". 57

Hablaremos, en primer lugar, de la pintura, para el caso concreto de


la imagen de la muerte relacionada con estas formas de representación.
La estética de la destrucción: la pintura y su relación con la muerte 58

La muerte es una circunstancia que todos los seres humanos experimen-


tamos. Pero es la muerte del otro la única que nos ofrece la posibilidad de
un acercamiento reflexivo a ella, pues en nuestra sociedad es imposible
pensar en la propia muerte. En todo caso, la muerte representa el hecho
de que las pérdidas que se sufren son irreparables y definitivas, y por ello
causan sentimientos de intenso dolor. Por esta razón entenderla, asimi-
larla o siquiera imaginarla no es una labor tan fácil.
La comunicación con los otros se ve afectada, momentánea o definiti-
vamente por la muerte, al punto que ni siquiera somos capaces de ver-
balizar los sentimientos que ella nos produce. La cotidianidad se rompe,
y quien acaba de enfrentarse con la pérdida de una persona querida que-
da sumido en una soledad que parece infranqueable, porque en nuestra
sociedad lo común es que la muerte esté apartada de la vida diaria y de la
relación que tenemos con las personas cercanas, aunque vivamos un ex-
ceso de ella.
Sea cual sea la forma como se presente, es un hecho que los indivi-
duos e incluso las sociedades enteras buscan mecanismos que les permi-
tan reponerse, es decir, asimilar las pérdidas y elaborar los duelos. Cuan-
do esto no se logra o se evita, como al parecer es el caso de Colombia,
obviamente las personas siguen con sus vidas, pero otro tipo de procesos
afectan su cotidianidad y su relación con el mundo.
Se hace necesario explorar otras maneras de ingresar al reino de la
muerte, para darnos la oportunidad de pensarla y reelaborarla, máxime
cuando se dificulta exteriorizar los sentimientos que nos ha causado. Una

57 Ibid., p. 285.
58 Este apartado sobre pintura, muerte y violencia ha sido elaborado por Cristina Agudelo,
antropóloga y auxiliar de investigación del proyecto, para incluir en este informe. Por conside-
rar que había logrado una buena calidad como ensayo sobre el tema, fue recogido casi en su
totalidad, salvo por algunas anotaciones. El título "La estética de la destrucción", es tomado del
libro Traite de la violence del analista alemán Wolfgang Sofsky.
Ritualización, simbolización y tramitación ie la muerte / 1 4 9

de esas formas de empezar a acercarse a ella, para llenarla de símbolos


por los que podamos asirla, es el arte. En efecto, la muerte ha sido tema
obligado de gran parte de la producción artística mundial, y aparece
personificada, entre otras muchas formas, como la directora de los desti-
nos humanos, o como una atmósfera en la que se desarrollan historias
particulares de los individuos.
En el arte son muchas las temáticas que se han tratado en torno a ella.
Podemos destacar algunas como la fatalidad, el sufrimiento y el dolor
humanos, en escenas de la guerra, del lecho de muerte o como parte del
universo de percepciones personales del artista. Aparecen elementos como
la oscuridad, que tal vez representa la incertidumbre que se teje sobre
ella, y la claridad, que podría ser la representación de la esperanza de
que la muerte traiga consigo un efecto liberador.
La dualidad vida-muerte, los funerales, el cuerpo en descomposición,
la guerra y la violencia, entre otros, van a ser temáticas que encontrare-
mos en las obras de muchos pintores del mundo a los que la muerte los
ha rozado o golpeado fuertemente. Nuestro interés central en este apar-
tado es analizar el caso del arte colombiano cuando ha dado cuenta de la
muerte. En una sociedad tan golpeada por la muerte violenta, como
Colombia, el arte no puede ser impermeable y, en cierto modo, cumple
una función importante a la hora de interpretar los procesos sociales que
se gestan en diferentes épocas. Así, vale la pena pasear un poco por la
historia del arte, y mirar aquellas obras donde la muerte ha sido protago-
nista, presentándonos una valiosa gama de símbolos que resultan funda-
mentales a la hora de entender ciertos procesos creativos de acercamien-
to a un tema tan complejo como el que tratamos aquí.
La pintura europea y su relación con la muerte
Al hacer una revisión de las etapas más tempranas del arte en la cultura
occidental, nos encontramos con que la muerte y el hecho religioso han
caminado juntos. En lo religioso, la muerte ha tenido una significativa
elaboración que el arte pictórico no ha dejado pasar de largo. El cuerpo
de Jesucristo muerto es un ejemplo de ello, pero no se han dejado por
fuera temas como el cielo o el infierno, o la personificación de la muerte
misma como un aniquilador terrorífico e implacable. Tomamos la etapa
del Renacimiento (entre los siglos xiv, xv y xvi), para realizar una mues-
59

33
Si bien este período es bastante extenso y de una riqueza incalculable, hemos escogido sólo
algunas obras representativas del tema que nos interesa. Las temáticas del Renacimiento no se
limitan sólo a la muerte, pues abundan los temas religiosos e históricos.
150 / Muertes violentas

tra explicativa de lo dicho anteriormente, eligiendo obras cuyas escenas


dan a la muerte una participación protagónica.
El recorrido se inicia con la obra Cristo muerto, de Andrea Mantegna,
pintor italiano (1431-1506), en la que Cristo aparece en una posición
00

tal que podemos ver al mismo tiempo su rostro y las plantas de sus pies.
Aunque la expresión del rostro hace parecer que Cristo está dormido, no
nos queda duda de su muerte gracias a los colores del cuerpo. A la iz-
quierda del lecho de muerte, dos mujeres lloran.
Otra de las obras que llama la atención es la titulada Llanto por Cristo
muerto o Entierro de Cristo del pintor Correggio, también italiano (ca.
1489-1534):
En esta obra aparecen, junto a Cristo muerto, la Virgen y las santas María Cleofás,
Marta y Magdalena. Al fondo, descendiendo por la escalera, se halla José de Arimatea
[...]. El patetismo de la escena es indudable y proviene tanto del dolor que se refleja en
los rostros de las figuras representadas como en el tono oscuro de los colores emplea-
dos. Los puntos de luz se concentran principalmente en el cuerpo de Cristo, y por lo
que éste presenta una tonalidad muy peculiar que refleja la laxitud del mismo. 61

Aunque el intenso sufrimiento de las mujeres se ve incrementado pol-


la lividez de sus rostros, ésta no llega a confundirse nunca con la impre-
sionante palidez del cuerpo muerto de Cristo o con la expresión misma
de su rostro.
En las obras reseñadas se nota un conocimiento y un estudio exhaus-
tivo del cadáver por parte del artista, que se puede corroborar en la dis-
posición de las manos, en las facciones y en los colores usados en las
composiciones. Así la muerte tiene su mayor presencia en el cuerpo, y
toda la atención a ella se imprime en ese momento en que la vida aban-
dona los cuerpos dejándolos sin color ni calor.
Otro elemento que resalta en estas obras es la aparición de lo femeni-
no, que se presenta como un soporte para ese difícil momento. Lo feme-
nino es lo que está más cerca del cuerpo muerto, acompañando a quien
62

ha sido alcanzado por la muerte. Sobre lo femenino recae la responsabi-


lidad de sufrir y llorar la pérdida que ha ocasionado la muerte. Tenemos
ya dos puntos importantes para el análisis de las formas en las que ésta va
apareciendo, y son el cuerpo muerto y el elemento femenino.

60 El gran arte en la pintura, vol. 2, Barcelona, Salvat Editores, 1989, p. 323.


61 Ibid., p. 416.
62 Nótese que en la segunda pintura reseñada, aparece el elemento masculino, representado en
José de Arimatea, casi que por fuera de la escena donde aparece Cristo muerto. No tiene cerca-
nía real con el cuerpo, aunque se vea acercándose.
r

Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 151

Continuando con esta pequeña revisión de obras del Renacimiento,


llama la atención un cuadro de Pieter Bruegel, cuyo título es El triunfo
63

de la muerte. Aunque podemos observar en el cuadro una cantidad in-


mensa de cadáveres desperdigados por el suelo, entre ellos los de un
monarca, varias mujeres, hombres y niños, etc., y personas aún vivas pero
agonizantes, la muerte no está latente en ellos sino que tiene vida propia.
La muerte es un ejército completo que se dedica a quitar la vida, horrori-
zando a los vivos: "El conjunto de cadáveres, esqueletos e instrumentos
de tortura expuestos por Bruegel, resulta escalofriante". 64

Es la muerte una figura esquelética con guadaña, que monta a caballo


o que va a pie, y que principalmente se muestra desnuda. Es implacable,
ya que no distingue a sus víctimas por oficios, géneros o edades. Los
rostros de quienes agonizan se ven horrorizados. Indiferentes a la muer-
te, los animales carroñeros hacen su agosto, hay cuervos, moscas, fieras.
Un famélico perro come del cadáver de un niño en brazos de su madre
muerta. El miedo a la muerte es sólo humano, los animales aparecen
como simples espectadores y beneficiarios de la situación.
Pero la muerte avisa su presencia, a pesar de lo macabro de las imáge-
nes. En la parte superior izquierda de la obra dos esqueletos, representa-
ciones de ella, tocan las campanas. La absoluta vulnerabilidad de las per-
sonas ante ella, sumado al conocimiento de su presencia, dota a los rostros,
tanto de vivos como de muertos, de una expresión de horror tal que el
espectador no puede dejar de sentirse involucrado en el tema de la obra.
La atmósfera de terror logra sacar a la muerte de la aparente placidez
que se maneja en las obras donde el tema es Cristo muerto. Ella no sólo
protagoniza el caos. Ella es el caos ante el cual todos sucumben. 63

Esta figura de la muerte huesuda —representación que no es exclusi-


va de Bruegel— y dotada de un instrumento filoso, también podemos
encontrarla en obras artísticas de varias sociedades, convirtiéndose en un
icono donde se resalta la implacabilidad de la muerte y su certero gol-
pe. "En tanto parte menos perecedera del cuerpo, el esqueleto y los
66

huesos son los símbolos que en varias culturas representan la muerte y a


las deidades del mundo de los muertos". 67

63 Conocido como Bruegel El Viejo, nacido aproximadamente entre los años 1525-1530.
64 El gran arte en la pintura, p. 450.
65 Ibid. No hay que olvidar que esta obra está inspirada en los efectos de una peste vivida en
Europa en el siglo xvi.
66 No queremos desconocer que también las culturas indígenas han representado la muerte de
manera similar. Cabe anotar que en etapas contemporáneas del arte latinoamericano, por to-
mar un ejemplo más cercano, la muerte ha sido retratada así por los artistas mexicanos José
Guadalupe Posada y Diego Rivera, entre otros; también por la colombiana Débora Arango.
67 Stanislav Grof, El libro de los muertos, Madrid, Editorial Debate, 1994, p. 35.
152 / Muertes violentas

Una última obra tomada del Renacimiento es La subida al Empíreo, 68

del Bosco (nacido entre 1450-1455, muerto en 1516), la cual hace parte
de una composición que consta de cuatro tablas:
[...] que en conjunto se denominan Visiones del más allá, y es quizá la más asombrosa
de todas las composiciones [del Bosco]. En esta pintura las almas puede decirse que
son absorbidas por el cilindro luminoso de la parte superior. Las calidades cromáticas
y lumínicas logradas por el Bosco proporcionan al espectador la sensación de ha-
llarse ante una auténtica fantasmagoría, más que ante una pintura. 69

En esta obra la muerte deja de ser representada exclusivamente en el


cuerpo muerto o como un personaje terrorífico. Aquí la muerte es un
paso a otra vida, a un reino de luz. Recordemos que en la religión cristia-
na sólo los justos obtienen la vida eterna, mientras que a los injustos les
espera un reino de oscuridad, donde deberán purgar sus pecados.
Con la reseña de la obra anterior termina nuestro pasaje por el Rena-
cimiento, donde la muerte surge aliada al hecho religioso, como
castigadora o como esperanza de vida eterna. Continuaremos con la re-
seña de otras obras que también se han impregnado de estos temas, te-
niendo presente que el arte no ha dejado nunca de retratar la muerte. En
orden cronológico, otras etapas del arte son el barroco (siglo xvn y parte
del xvm), el neoclasicismo (siglo xvni), el romanticismo (siglo xix), el rea-
lismo, etc., y en todas ellas los artistas, de una u otra forma, han llevado
a sus pinturas esta temática.
Los artistas van llenando sus obras de vivencias personales y van des-
ligando la muerte del hecho religioso. En etapas más recientes del arte,
como el impresionismo (finales del siglo xix y comienzos del xx), se ve 70

ligada a otros aspectos. Uno de los artistas más representativos de esta


época es Edvard Munch en cuyas obras existe una visión diferente de la
muerte: "[a Munch ] se le ha denominado también 'pintor de los estados
71

68 Empíreo: hace referencia al cielo, morada de Dios, los ángeles y los bienaventurados.
69 El gran arte en la pintura, p. 460.
70 Impresionismo: "Es esU'ictamente una escuela pictórica que se da en Francia. El impresionismo,
más que una escuela en sentido estricto, es una actitud común de determinados artistas ante una
serie de problemas pictóricos considerados por ellos esenciales". Surge en el siglo xix como reac-
ción al realismo. Se puede encontrar más información en: Historia del Arte, Barcelona, Editorial
Espasa Calpe S. A., 1999, p. 1080. Otra bibliografía alusiva: Eva Di Stefano, El impresionismo y las
inicios de la pintura moderna. Muncli, Madrid, Editorial Planeta de Agostini, 1999; "Del impresionismo
al simbolismo", en: El gran arte en la pintura, vol. 5, Barcelona, Salvat Editores, S. A , 1987.
71 Munch nació en Loten, Noruega, el 12 de diciembre de 1863 y murió en Eckely en 1944. Véase
E. Di Stefano, El impresionismo y los inicios de la pintura moderna. Munch, pp. 52-59.
Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 5 3

psíquicos' por su vinculación a la psicología de la naturaleza y por el ritmo


pictórico con que se expresa. La inmensa mayoría de la obra de Munch,
gira en torno al símbolo y a la alegoría de los temas que cruzan ideológica-
mente sus representaciones: el amor y la muerte". 72

Con Edvard Munch el tema de la muerte deja el lugar del cuerpo y las
visiones del más allá, condicionadas por lo religioso, para darle cabida a
la propia experiencia del artista. Una de las obras de este autor que más
llama la atención es La danza de la vida (1899-1900), donde representa 73

a la vida y a la muerte como mujeres idénticas. La vida, a la izquierda,


está vestida de blanco y esboza una sonrisa; la muerte, a la derecha, está
vestida de negro, y su expresión es rígida e inflexible, pero tranquila.
Alrededor hay un baile, y las figuras humanas parecen fundirse entre
ellas. De alguna manera es una muerte más familiar, y nos recuerda las
obras renacentistas donde aparece Cristo muerto en compañía de muje-
res que lloran. En la obra de Munch, como en la de Bruegel, la muerte es
una presencia viva, que no aterroriza, sino que ocurre naturalmente, no
es una evocación o una compañía, sino una materialización de ella como
una mujer. Debemos resaltar que la muerte que Munch pinta es femeni-
na, natural y casi amable.
Llama la atención cómo la vivencia personal condiciona la elabora-
ción creativa que hace el artista, ya que "[...] la enfermedad y la muerte
ensombrecieron su infancia y su adolescencia. Tenía 5 años cuando falle-
ció su madre de tuberculosis, y 14 cuando murió su hermana Sophie [...]
Munch escribiría más tarde: 'la enfermedad, la locura y la muerte son los
ángeles negros que han velado mi cuna y me han acompañado toda mi
vida'. 74

Los primeros acercamientos que tuvo el pintor con la muerte fueron


los decesos de las dos mujeres más importantes en su vida. Para Munch la
muerte fue siempre una cruda experiencia que debió subjetivar y
reelaborar por medio de sus obras, es tal vez esta experiencia la que lo
hace darle a la muerte una figura femenina.
La imagen de lo femenino, entonces, es clave en el desarrollo de las
temáticas que Munch plasma en sus obras, y otorga esta figura no sólo a
la muerte, sino también a la vida y al amor mortífero. Ejemplo dé esta
relación del amor y la muerte o el amor mortífero son sus obras El beso
(1897), que hace parte de la serie titulada El friso de la vida, donde lo
masculino es succionado por lo femenino que es la figura más pequeña;

72 "Del impresionismo al simbolismo. Edvard Munch", en: El gran arte en h pintura, voi. 5, Barce-
lona, Salvat Editores S. A., 1987, p. 1191.
73 Ibíd., p. 1196.
74 Ibíd., p. 1191.
1 5 4 / Muertes violentas

y Vampiresa (1893-1894), donde logra "[...] mostrar a la mujer como ase-


sina eterna del hombre. La obsesión con la idea de lo femenino como
fatal aparece en la composición de este cuadro en una poderosa evoca-
ción al terror masculino ante la sexualidad de la mujer". 75

Permítasenos traer la definición de simbolismo de Andrés Ortiz-Osés:


"El simbolismo, en efecto, es como un vaciamiento cuasi femenino de la
realidad literal, compacta y masculina: ese vaciamiento de la realidad
respecto a su literalidad, la desdogmatiza y abre cóncavamente a una
audición cuasi musical [...]". 76

Así, en las obras de Munch la muerte se feminiza, haciendo de ella


un personaje que permanece en el contexto de lo familiar. Es el caso
específico del cuadro titulado La danza de la vida, donde la muerte se
presenta en un contexto festivo. Los danzantes que se funden entre
ellos parecen feminizarse también. La pareja del centro, por ejemplo,
muestra cómo lo femenino va absorbiendo lo masculino, haciéndolo
parte de sí mismo. Casi todas las mujeres están a la derecha, dirección
que en el cuadro es dominada por la muerte. Aquí la muerte no es
agresiva. Ella es parte importante del cuadro, al que le da equilibrio. La
escena se fundamenta, pues, en la feminidad y en la igualdad de la vida
y de la muerte, que no es un elemento que transmita terror sino la
sensación de ser ella dueña de la mitad de la escena. Munch muestra a la
muerte-mujer, según se percibe al observar sus obras, no como la
aniquiladora de lo masculino, sino como aquella que incorpora lo mascu-
lino en sí misma para "desdogmatizarlo", en términos de Ortiz-Osés.
Es de la muerte natural de la que hemos estado hablando hasta aho-
ra. La muerte que llega con la enfermedad y que, en cierto modo, avisa
de su proximidad; ella es un proceso contenido en la vida. Munch, por
ejemplo, muestra una percepción del tema de la muerte, según su parti-
cularidad individual.
Pero cuando se trata de la muerte afectando a un grupo social entero,
es decir, cuando es violenta, su representación cambia totalmente. Con el
cubismo y Pablo Picasso llega otra representación de la muerte que
77

incluye la experiencia personal, atravesada por el sufrimiento de una


colectividad:

75 Ibid., p. 1195.
76 Andrés Ortiz-Osés, "Presentación", en: K. Kerenyi y otros, Arquetipos y símbolos colectivos. El cinti-
lo Eranos, Barcelona, Anthropos, 1994, pp. 11-12.
77 "Movimiento artístico en pintura y escultura, surgido en Francia entre 1907 y 1914. Desempe-
ñaron una función decisiva en su formación, Picasso y Braque". Tomado de: Gran Diccionario
Enciclopédico Zamora, Barcelona, 2000.
Ritualización, simbolización -y tramitación de la muerte / 1 5 5

La impresión que nos produce contemplar una obra de arte, la sensación que nos
proporciona ver organizado espiritualmente el mundo a través de una pintura que
capta la angustia desesperada de los seres a causa de una bárbara destrucción, todo
eso junto es la materia prima con la cual se ha elaborado la naturaleza eminente-
mente estética de esa tela emblemática llamada Guernka. n

Esta obra fue pintada en 1937, en el contexto de la Segunda Guerra


Mundial, y la inspiración nace en el ataque que los aviones de Hitler
efectúan contra Guernica, una población vasca, y su efecto posterior. 75

La muerte aparece implícita en la atmósfera causada por el ataque. Una


descripción de esta obra, cuya gama de colores va del blanco al negro,
dice que:
Esta composición alegórica se ha convertido en una de las obras más representativas
de todo el arte del siglo xx. Picasso parece atenerse a la clásica recomendación
cuatrocentista, al no situar en su grajn pintura más de nueve figuras —humanas y
animales—, de las cuales cuatro corresponden a una mujer, [otra] a un niño, otra a
un guerrero y las restantes a un caballo, un toro y un ave. Han sido muchas las
interpretaciones que se han efectuado en torno al mural. Como síntesis cabe plan-
tear que el cuadro de Picasso responde a esa cuestión que afecta a toda la humani-
dad, y que no es otra que el sentido inherente a la muerte. 80

En esta obra la muerte es la gran igualadora que recae en lo femeni-


no, lo masculino y lo animal, desfragmentándolos. La expresión de los
rostros (tanto animales como humanos) hace pensar en la muerte como
un otro terrorífico que no avisa su llegada, que se sale del contexto de lo
familiar. Es algo que viene de afuera, por tanto es una muerte dada por
el enemigo y que no tiene lugar en la cotidianidad:
El Guernica nació del dolor y la ira convertidos en desgarradora acusación contra la
tentativa totalitaria de instaurar una sociedad donde se niega la esencia del hombre,
su diferencia, su alteridad. La lámpara, el caballo, el minotauro, los cuerpos adoloridos,
la madre desesperada por el dolor, la casa en llamas, todo lo que emblemáticamente
capta esta pintura, expresa nuestra tragedia más íntima, denunciando toda potencia
que se levante para destruir al individuo y a la sociedad. Pero Guernica es arte. En él
Picasso logra pintar la emoción: el dolor, la hostilidad, la rabia y la impotencia a las
que puede llegar 'la bestia' humana en sus más miserables creaciones. 81

78 Fabio Giraldo Isaza, "Guemica", Magazin Dominical, N.° 729, El Espectador, julio de 1998, pp. 8-9.
79 "Picasso", en: El gran arte en la pintura, voi. 6, Barcelona, Salvat Editores, 1987, p. 1270.
80 Ibid., p. 1273.
81 F. Giraldo Isaza, Op. ca., p. 9.
*

156/ Muertes viólenlas

En la cita anterior se deja explícita la universalidad de la obra en cuan-


to expresa el gran sufrimiento que trae la muerte cuando es causada por
el hombre, por "la bestia humana", y que no le permite presentarse a sí
misma en un momento que no represente traumatismos irreparables.
Por eso la muerte pierde esa posibilidad de ser personificada, pierde su
figura femenina y se masculiniza con ese efecto bélico que muestra la
destrucción de lo que alcanza. Porque la muerte ha atacado a una colec-
tividad sin previo aviso, es decir, mediante la violencia, es que ha causado
una conmoción tan grande, y el dolor que trae consigo parece no aban-
donar, ni con el tiempo, a la sociedad víctima de tal hecho, y hace que ese
dolor trascienda a otras sociedades que se identifican con él.
El Guernica presenta un cambio en las imágenes que se habían mane-
jado acerca de la muerte, ya no es algo que se pueda pensar con calma,
sino que limita la percepción acerca de ella a un evento que rompe la
cotidianidad. Lo más grave es la posibilidad de resarcir el daño causado,
la cual se ve oscurecida definitivamente, y lo que el arte hace, en ese caso,
es dar un testimonio del desasosiego que la violencia deja a su paso.
Cuando el arte toca temas como el de la violencia da lugar a grandes
controversias que manifiestan el desagrado de los espectadores y de quie-
nes se dan a sí mismos el derecho de calificarlo. Y esto sucede porque
muchos pretenden que el arte sólo represente pasajes más agradables de
la vida de los seres humanos y no aquello que se quiere esconder, como es
el caso de lo violento.
Hace falta un tipo de reflexión que le permita al espectador desligar
el arte de su noción particular de belleza para que pueda ver reelaboradas
las problemáticas que lo afectan directa o indirectamente, es decir, para
que tenga la oportunidad de verse reflejado en el arte. Aunque la discu-
sión sobre la autonomía del arte con respecto a lo bello ha tomado varios
siglos a los teóricos, aún hoy se sigue presentando la duda sobre si el arte
debe dejarse permear por los aspectos de la vida, como el de la violencia,
o esconderlos y ofrecer una visión mejorada de las sociedades.
Para Ernst Cassirer, uno de los problemas más importantes de la filo-
sofía ha sido demostrar que el arte no tiene que ser tan sólo una expre-
sión de la belleza o que simplemente deba imitar la realidad: "La belleza es
parte de la humana experiencia [...]. Sin embargo, en la historia del pen-
samiento filosófico el fenómeno de la belleza se ha manifestado como
una de las mayores paradojas [...]. Fue Kant en su Crítica del juicio, el
primero en proporcionar una prueba clara y convincente de la autono-
mía del arte". 82

82 Ernst Cassirer, Antropología filosófica, Bogotá. FCE, 1996, p. 206.


Ritualización, simbolización-ytramitación de la muerte / 1 5 7

Dice, además, que no sólo la belleza era una de las características que
debía poseer el arte (desde sus etapas clásica y neoclásica), sino que tam-
bién se lo podía definir como un emblema de la verdad moral, lo cual
significaba que no poseía ninguna autonomía y que, además, "era conce-
bido como una alegoría, como una expresión figurada que escondía, tras
su forma sensible, un sentido ético. Pero en ambos casos, tanto en la
interpretación moral como en la teórica, el arte no poseía valor indepen-
diente". 83

Cassirer no deja por fuera la relación existente entre el arte y el len-


guaje, y dice que ambos se mueven en dos dimensiones, la objetividad y
la subjetividad, de las cuales ninguno de los dos se puede desprender
aunque sean más subjetivos que objetivos, o viceversa. Argumenta que en
la objetividad ambos son imitación —de sonidos y de cosas exteriores,
respectivamente—, lo cual es muy importante en las etapas de aprendi-
zaje. La objetividad, agrega, supone mera reproducción, y por eso la
creatividad representaba un problema, ya que "en lugar de descubrir las
cosas en su verdadera naturaleza, [el artista debería] falsificafr] su aspec-
to", pero muchos filósofos van a refutar estas teorías.
84

Según Cassirer, en la primera mitad del siglo xix, Rousseau es uno


de los filósofos que rechazan la anterior idea, y se va en contra de las
tradiciones clásica y neoclásica que concebían el arte sólo como imita-
ción de la belleza de la naturaleza, ya que para Rousseau el arte debía
dejar de reproducir el mundo empírico, para llegar a llenarse de una
gran cantidad de emociones y pasiones. A esto se le llamó "arte caracte-
rístico", idea que fue apoyada en Alemania por Goethe, quien además
defendía el hecho de que aunque se estuviera tratando en el arte el
mundo interior del artista, esto no necesariamente dejaba por fuera la
objetividad. Cassirer agrega que el arte no debe tener un único rasgo
decisivo, ya que en sí mismo compila muchas emociones, es decir, lo
subjetivo. Y si bien la emoción representada es una parte muy impor-
tante de la obra artística no hay que descuidar "[...] el proceso construc-
tivo, que es un requisito previo, tanto de la producción como de la con-
templación de la obra de arte. No es cierto que cada gesto sea una obra
de arte, como tampoco cada interjección es un acto de lenguaje [...]. El
factor 'propósito' es tan necesario para la expresión verbal como para
la artística". 85

Por esta vía, el autor nos da una definición de arte teniendo en cuenta

83 Ibíd., pp. 206-207.


84 Ibíd., p. 208. Según lo explica Cassirer, fue Aristóteles quien introdujo esta idea al decir que el
artista debe mejorar el modelo que toma de la naturaleza, no imitarlo.
85 Ibíd., p. 213.
1 5 8 / Muertes violentas

esa autonomía de la que debería gozar, por fuera de los cánones morales
y de belleza y de su imitación: "Lo mismo que las demás formas simbóli-
cas, tampoco es el arte mera reproducción de una realidad acabada, dada.
Constituye una de las vías que nos conducen a una visión objetiva de las
cosas de la vida humana. No es una imitación, sino un descubrimiento de
la realidad". 86

Cassirer le da mucha importancia a la relación existente entre el len-


guaje y el arte. Pero los diferencia, e incluye la ciencia, al decir que tanto
el lenguaje como la ciencia son abreviaturas de la realidad, en tanto "el
arte [es] una intensificación de la realidad". 87

Explica cómo ciencia y lenguaje implican procesos de "abstracción", en


cambio el arte es un continuo proceso de "concreción", porque "[el arte] no
indaga las cualidades o causas de las cosas sino que nos ofrece la intuición
de sus formas. Tampoco es esto, en modo alguno, una mera repetición de
algo que ya teníamos antes". Al decir de Cassirer, lo que se nos ofrece con
el arte "[...] es la fisionomía individual y momentánea del paisaje; trata de
expresar la atmósfera de las cosas, el juego de luces y sombras". 88

Para Cassirer un artista refleja en sus obras su visión particular de las


cosas, al pertenecer a un contexto histórico y geográfico específico, que si
bien condiciona esta interpretación, no la limita a la mera imitación de lo
que socialmente se conciba como bello. Obras como Guernica reabren
esta discusión y dividen a los críticos en sus opiniones: están los que no
toleran que el arte se deje seducir por 'lo feo', y que registre el dolor de
una población entera; y están aquellos que defienden el derecho del ar-
tista para mostrar ese juego de luces y sombras que causa un evento
altamente traumático. Con el paso del tiempo, claro, se da un consenso
entre los críticos, y al adquirir Picasso tanta fuerza en la historia del arte
del siglo xx se cierran las discusiones en torno al carácter —artístico o
no— de sus obras.

"Aquí no cabe el arte": el arte colombiano en el contexto


69

de la muerte y la violencia

El caso colombiano ha estado lleno de estas discusiones. La polémica


resurgía cada vez que un artista pintaba la forma como la violencia desor-

86 Ibíd., p. 214.
87 Ibíd.
88 Ibíd., p. 216.
89 Título de la obra de Antonio Caro (1972). Dibujo sobre papel en el que aparece un gran "Aquí
no cabe el arte" sobre los nombres de las víctimas de varias masacres, en; Arte y violencia en
Colombia desde 1948, pp. 115-116.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 5 9

denaba la cotidianidad, hasta el extremo de vetar ciertas obras o denigrar a


los artistas. Tiene que pasar mucho tiempo y manifestarse muchas defen-
sas de aquellos que conciben el arte por hiera de "lo bello", para que las 90

obras, al igual que los artistas, obtengan su debido reconocimiento.


Durante la Violencia, los artistas se sensibilizan con el dolor que los
toca de cerca, y no evitan que en sus procesos creativos se registre esta
situación por lo que internamente les producía. Podemos adelantar que
la producción artística nacional goza, desde esa época hasta hoy, de una
amplísima muestra de obras que interpretan la gran conmoción causada
por la violencia.
Un ejemplo vivo de lo que acabamos de señalar es la obra de la pinto-
ra antioqueña Débora Arango, quien generó gran polémica desde el ini-
cio de su carrera, y enfrentó las duras críticas de sus colegas y el veto
impuesto por quienes se dan a sí mismos el derecho de calificar la sensi-
bilidad artística, siempre a la luz de la ética y la moral.
Ricardo Sánchez, en un artículo escrito en 1999 sobre la artista, se
pregunta cómo veían a Débora Arángo sus contemporáneos y cómo la ve
la gente de final de siglo. Destaca su importancia en la historia del arte
colombiano, aunque se la excluya, en muchos casos, de las obras qüe
recopilan y comentan esa historia. Sánchez argumenta que el hecho de
que la artista pinte desnudos, siendo mujer, dota a su obra de una signi-
ficación distinta y más especial, porque "[...] es lo femenino viendo lo
femenino desnudo". 91

El autor retoma el hecho de que a pesar de obtener el apoyo del


entonces ministro de cultura Jorge Eliécer Gaitán, quien le organizó una
exposición, ésta fue clausurada por el presidente Laureano Gómez, "como
dueño de la moral, la tradición, el orden, los valores [...]", pero paradó- 92

jicamente la censura le dio más fuerza a Débora Arango como artista. Lo


que el autor quiere resaltar es la tenacidad con la que la artista defendió
la utilización del desnudo, una de las temáticas prohibidas para la época,
al igual que las que tenían que ver con la política, o con temas como la
prostitución, que se pretendía sacarlos de la cotidianidad. Sostiene que
más que la figura, Débora Arango pinta la expresión.

90 Al poner entre comillas la expresión "lo bello", nos referimos a que cada sociedad define los
cánones que han de distinguir lo que es bello de lo que no lo es. En el arte podemos corroborar
que si bien en cierta época se dude de las calidades estéticas de una obra, es posible que, por su
propio peso, la obra y el artista se reivindiquen. En Colombia, por ejemplo, la moralidad que se
maneja en las respectivas épocas casi le otorga una significación distinta cada vez a las obras
(dándoles carácter de pecaminoso, morboso o indebido), que se quiebra fácilmente cuando es
cuestionada por otro tipo de racionalidad en la que no intervienen los preceptos de la moralidad.
91 El escrito se titula "Débora Arango", en: http://umiw.banrep.gov.cop/blaavirtnal/boletil/bol41/boll.
92 lbid.
160 / Muertes violentas

El tratamiento que Débora Arango les da a los temas políticos, según


Sánchez, difiere de la crítica social, y cita ejemplos para sustentar que su
obra es "testimonial alegórica" y "satírica". Hoy abundan los ensayos que
defienden a la artista y el sentido de su obra, cuando en su tiempo, como
lo exponen varios autores, lo que abundaban eran las críticas, los insultos
y las divisiones entre los periodistas, quienes sostenían acaloradas discu-
siones en su defensa o en su contra. Pero ¿quién es Débora Arango y por
qué causó tanta controversia en su medio?
Débora Arango nació en Medellín en 1907. Siguiendo a Santiago
Londoño Vélez, podemos saber que inició sus estudios de pintura en el
colegio María Auxiliadora con una hermana italiana. Posteriormente tomó
clases con el pintor Eladio Vélez, recién llegado de Europa. Luego ingre-
só al grupo de alumnas de Pedro Nel Gómez en el Instituto de Bellas
Artes, con quienes realizó una exposición en 1937 en la que presentó
veintiuna acuarelas. A propósito, el periodista José Mejía y Mejía (Pepe
Mexía) escribió dos artículos en El Colombiano, destacando que en estas
obras de la artista se pasaba de la imitación a la interpretación, y daba
una definición de esta última: "La interpretación [...] es volver a ver, o
volver a pensar a través de nuestro temperamento. Es poner la inteligen-
cia a manera de un filtro para que pase, cernida, la visión del mundo". 93

La obra de Débora Arango fue censurada, armando la más grande


polémica del arte antioqueño, aquella de la que nos hablaba Cassirer,
sobre si el arte debía imitar a la naturaleza o interpretarla. Su maestro
Eladio Vélez fue quien más promovió esta censura. Se dio así un enfren-
tamiento entre
[...] un arte 'reproductivo' de la realidad, con otro que se calificaba de 'interpretativo'.
Pero el asunto adquirió pronto color político. La prensa liberal de la ciudad se ali-
neó con los defensores [quienes se autodenominaron 'pedronelistas'] y los periódi-
cos conservadores con los atacantes [eladistas] [...].
En su defensa Débora Arango expresó, con respecto a la moralidad de sus
obras, en 1939, que: "el arte, como manifestación de cultura, nada tiene que ver con
los códigos de moral. El arte no es amoral ni inmoral. Sencillamente no intercepta
ningún postulado ético". 94

Fueron muchos los reproches que tuvo que soportar la artista contra
su obra y contra sí misma en los años siguientes, ya que, según Santiago
Londoño, en la época en que ella empezó a ser noticia, lo mejor visto en

93 Santiago Londoño Vélez, "Débora Arango, la pintura como vida", en: Débora Arango. El arte de la
irreverencia, Medellín, Secretaría de Educación y Cultura, 1996, pp. 9-14.
94 Ibid., pp. 10-11.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 161

materia de arte era precisamente la reproducción de la naturaleza. Pero


ella, a pesar de todos los problemas que ya se había ganado, siguió dán-
dole gran énfasis a lo social.
Ella abre la posibilidad de que los artistas colombianos se atrevieran a
pintar lo que tenían internamente, lo que, por supuesto, implicaba una
percepción particular de lo externo, de lo cual hacía parte la realidad
social. Con respecto a esto, Londoño resalta que Débora Arango casi
siempre pintó intuitivamente, ya que en la mayoría de los casos no tuvo
la oportunidad de visitar los lugares y las personas que hacía protagonis-
tas de sus obras. Estaba atenta a lo que alcanzaba a ver de lejos, para
elaborar las escenas de sus pinturas.
Como el caso que reseñábamos de Edvard Munch, a Débora Arango
también la van a afectar sus experiencias personales de acercamientos
tempranos con la muerte. Resumimos aquí las más relevantes, relatadas
por Santiago Londoño: la presencia de dos calaveras que sus hermanos,
95

estudiantes de medicina, habían puesto cerca del baño de inmersión, es


uno de sus recuerdos infantiles; en su niñez contrajo paludismo debido a
la insalubridad del manejo de las aguas para el consumo en Medellín. El
médico que la atendió dudó que la niña se criara, y ella escuchó cuando
él les decía esto a sus padres, quienes deciden enviarla a vivir a un clima
más apto para su recuperación; muerte de su abuela paterna, sentada en
su mecedora; muerte de una de sus tías, que murió calcinada después de
que una lámpara de petróleo con la que iluminaba la imagen de un san-
to, se volteara incendiándolo todo. 96

Desde muy niña los temas sociales que vislumbraban arbitrariedades la


impactaron mucho. El mismo autor recoge varios recuerdos de la artista:
Cuando las personas que madrugaban a misa tenían que cuidarse de un grupo de
jóvenes de la alta sociedad, que asustaban y agredían físicamente a quien pudieran
acorralar.
El maltrato que la policía practicaba contra [...] las mujeres de bares y cantinas.
Cuando alguna era detenida, la arrastraban a la fuerza por la calle en medio de
gritos y la subían a empellones a un carro de bestias. Nunca vio que ese trato, que en
la época no se le daba ni a un animal, lo tuviera la fuerza pública con los hombres, y
desde entonces adquirió una especial animadversión por la injusticia y la desigual-
dad, con que la sociedad trataba a las mujeres. 97

95 Esto hace parte de la biografìa de Santiago Londoño sobre la pintora, apoyándose en entrevis-
tas con ella. El libro es: Débora Arango, vida de pintora, Bogotá, Ministerio de Cultura, República
de Colombia, 1997.
96 Ibid., p. 26.
97 Ibid., pp. 22-26.
162 / Muertes violentas

En cuanto a las obras que tocan el tema de la muerte y la violencia,


que son las que más nos interesan, muchas de ellas fueron inspiradas por
los hechos que se dieron en El bogotazo.
Conmovida por los sucesos trágicos del 9 de abril de 1948 tras el asesinato de Gaitán,
pinta un conjunto de obras que dan agudo testimonio de la época de violencia que
vivió el país, con lo cual su arte inicia una nueva etapa marcada por la sátira política,
en la que se observan ciertas influencias del expresionismo. Obras como Masacre del
9 de abril, pintada durante la transmisión radial de los acontecimientos, La salida de
Laureano, El tren de la muerte, Las fuerzas que derrocaron a Rojas, El cementerio de la Chus-
ma o Mi cabeza, Melgar, La República, hacen referencia a episodios políticos concretos
y son la reacción de la artista a una realidad violenta y convulsionada. Surgen nuevos
elementos que cumplen una función simbólica en la imagen pictórica: animales
feroces, batracios, militares, armas, sangre, multitudes, gallinazos, calaveras. La pin-
tura se torna áspera, feísta. 98

Es muy sugerente la palabra con la que termina esta cita, y que


retomaremos: feísta. Aparece este término para definir las obras que re-
tratan la muerte y la violencia. Débora Arango plasma en sus obras aque-
llo feo que no se cuenta en la historia que nos enseñan en los colegios,
porque, precisamente, de eso no debió quedar ningún recuerdo. El retra-
to de la violencia, entonces, va a diferir de esa visión agradable que se
supone propia del arte, y nos va a cuestionar y a involucrar en la obra
impidiéndonos ser espectadores pasivos.
Si bien la obra de Débora Arango está llena de valiosas representacio-
nes de la muerte y la violencia, es preciso elegir una pequeña muestra
que nos permita continuar explorando estas temáticas. La primera obra
que resulta interesante tomar es la titulada Maternidad y Violencia (véase
la figura 5.6):
[...] la pintura donde alcanzó la máxima expresión el propósito de denuncia social
[...], un óleo de gran formato, donde el personaje único es una escuálida mujer
embarazada y semidesnuda por la pobreza, que acuna en sus brazos a un recién
nacido, mientras que en el suelo quedan un casco militar y un fusil, los otros restos
materiales de la guerra. La desolación y el desamparo reinan en esta dramática
imagen que no oculta la conmiseración del artista por lo que Goya llamó "los
desastres de la guerra", y que guarda ecos de ciertas obras de José Clemente
Orozco. 99

98 Ibid., p. 13.
99 Ibid., p. 130. El autor desconoce la fecha de elaboración de la obra.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 3

Figura 5.6 Débora Arango


Maternidad y violencia s. f. Óleo sobre lienzo. 22,5 x 96 cm. Colección
Museo de Arte Moderno de Medellín. Registro legal N.°7760J3¡en de Interés
Cultural de Carácter Nacional.
1 6 4 / Muertes violentas

No es el tema explícito de la muerte lo que encontramos en la obra


anterior. Pero nos deja la impresión del paso de una muerte externa y
brutal, reflejada en los sufrimientos posteriores de los que han sobrevivido
a svis estragos. Aunque hay una mujer en la obra, ésta no nos da la sensa-
ción de que la muerte tenga un halo de feminidad. Nos habla de una
muerte bruta, que aniquila lo femenino y le quita la posibilidad de sua-
100

vizar la escena o al menos de pensarla con menos repulsión. No hay pala-


bras. Sólo una impotencia tal que nos causa escalofríos.
La muerte empieza a masculinizarse. El elemento masculino aparece
y su presencia denota fuerza y agresividad con forma de casco militar y
fusiles. No hay que olvidar que la actividad militar ha sido tradicional-
mente masculina en todas las sociedades. Incluso cuando las mujeres
101

ingresan al ejército tienen de alguna manera que masculinizarse: usar


uniformes iguales a los de los hombres, cargar pesadas armas, y llevar a
cabo ejercicios para darle a su cuerpo la fuerza que por años, en nuestra
sociedad occidental, se ha supuesto como característica de los hombres.
Es el aniquilamiento del sentido femenino, natural y familiar de la muer-
te, que se explícita en el dolor de aquella madre con su hijo, quien se
resigna y no replica. Es decir, a la que se le niega la palabra. 102

Reseñamos otra obra, donde la muerte no aparece como un efecto de


la devastación, como en la anterior, sino que se presenta como un perso-
naje con vida propia haciendo alusión al icono de la muerte huesuda:
(véase la figura 5.7): "En la acuarela La Danza, varios esqueletos con an-
torchas y trajes de monje llevan en procesión a la muerte, cuyo cráneo
tiene un halo como en las imágenes religiosas; con esta tremenda pintu-
ra, la artista parece referirse a una suerte de idolatría de la muerte que
llegó a imperar en la época". 103

100 Brutal o irracional, si se quiere. Pero no podemos olvidar que el crimen, o dar muerte mediante
violencia a los semejantes, es una característica eminentemente humana y por ende altamente
racional.
Los animales, como es sabido, no asesinan a sus congéneres ni se ensañan con ellos. Si se
quiere profundizar en el tema véase: Margarita Valencia, "Los términos de la guerra", Revista El
Malpensante, N.° 20, feb.-mar., 2000, pp. 80-81. La autora ofrece, además, una bibliografía muy
completa sobre el tema.
101 Esta es la historia que nos han contado, pero esta 'verdad' ha empezado a quebrarse, pues, la
nueva historiografía rescata la presencia de las mujeres en las guerras, incluso en calidad de
combatientes. Elsa Blair y Yoana Nieto, "Las mujeres en la guerra: una historia por contar", el
artículo se incluirá en Revista Universidad de Antioqnia N.° 277, sep., 2004.
102 A este respecto vale la pena mencionar el análisis que hace C. Geertz en Bali, Indonesia, sobre
la riña de gallos, donde los gallos son el "arma" con la cual se enfrentan, una prolongación del
cuerpo masculino en tanto son "símbolos masculinos por excelencia". Su análisis involucra
símbolo (armas), cuerpo, concepción masculina (armas y guerra masculina). Véase Clifford
Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1997, p. 343.
103 Santiago Londoño Vélez, Débora Arango, vida de pintora, p. 206.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 5

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Figura 5.7 Débora Arango


La danza, s. f. Acuarela. 56 x 38 cm. Colección Museo de Arte Moderno de
Medellín. Registro legal N.° 7700 Bien de Interés Cultural de Carácter
Nacional.
1

166/ Muertes violentas

Como lo dice la cita, es notable el culto por la muerte, y la artista lo


advierte en el exceso de muertos producido por la violencia que empieza
a imperar desde los cincuenta. También aquí puede evidenciarse su
masculinización, pues aunque a este icono de la muerte huesuda, tan
familiar para nosotros por siglos, se le ha logrado dar un aspecto real-
mente femenino, en esta obra aparece masculinizado en sus trajes y
104

gestos. Así, esta muerte no permite la festividad, ya que representa un


rito macabro y ególatra en torno a sí misma. Ella forma el caos donde y
cuando quiere, sin ningún aviso previo, al contrario de aquella que pinta-
ra Bruegel en el Renacimiento y que observamos al comenzar este apar-
tado.
Una de las obras de Débora Arango donde se explícita cómo esta
presencia de la muerte extraña y violenta desconfigura la estructura so-
cial, es Masacre 9 de abril.
[...] [en la que se] condensa de manera magistral el violento episodio [el asesinato de
Jorge Eliécer Gaitán], que despertó la ira popular. Aparecen simbolizados, no sólo
el caos que siguió al crimen, sino los distintos actores que se vieron involucrados en
los acontecimientos posteriores. Se trata, literalmente, de un retrato hablado, pues
la pintura fue inspirada y elaborada durante las transmisiones radiales de los he-
chos [...]. Una chusma enardecida de ojos desorbitados se ha tomado una iglesia; a
la derecha, curas y monjas se ponen a salvo. Al lado opuesto, con un fondo de lla-
mas, un soldado atraviesa con la bayoneta a uno de los exaltados. Más abajo, el
cadáver del asesino de Gaitán es arrastrado por la calle. En el centro, el político
muerto es llevado en alto en una camilla rodeada por las improvisadas armas de los
manifestantes. Entretanto, en la torre de la iglesia, una mujer de vida alegre, soste-
nida por un monje, toca dos campanas. 105

Ya en esta obra, los hombres contienen la muerte en sí mismos; son


ellos los hacedores del caos que preside la muerte. No sólo son asesinos,
sino que parecen ser, cada uno, una pequeña parte de la muerte que se
ha dividido sin perder un ápice de su poder aniquilador y que arranca la
vida de los otros casi como si tuviera derecho y obligación de hacerlo.
Tomamos una última obra de la artista para demostrar que ese exceso ya

104 Un ejemplo de esta feminización de la muerte huesuda puede observarse en las obras del
pintor mexicano del siglo xix, José Guadalupe Posada. Una de ellas lleva por título La Calavera
Cabina, d o n d e se la muestra con vestido y sombrero de mujer, figura que es reproducida por
Diego Rivera en su obra Sumo de una tarde dominical en la Alameda Central. Véase por ejemplo,
"Maestros de la pintura americana, Diego Rivera", en: El gran arle en la pintura, vol. 6, p. 1446.
105 S. Londoño Vélez, Débora Arango, vida de pintora, p. 167.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 7

no deja ninguna posibilidad de vislumbrar algo familiar o amable en la


muerte:
En el óleo Tren de la muerte [...] hay una elaboración típicamente expresionista; en el
interior del vagón sobresalen los rostros deformes y exagerados, el techo está pinta-
do con colores de incendio y el piso sin carrilera con rojo sangre y sombras negras;
es de noche y la luna se suma a una estela blanquecina que deja el humo de la
chimenea en el firmamento, mientras en las paredes del tren las manos de los asesi-
nos han dejado también su roja huella. 106

La sensación que causa esta obra es la impresión máxima del horror.


Es la imposibilidad total de poner en palabras el dolor que allí se repre-
senta. La muerte es omnipresente y deja su roja huella en el contenedor
de cadáveres. Intuimos que la muerte, como se relata en varios testimo-
nios de los episodios de la Violencia, ha sido causada por hombres que se
ocupan permanentemente en quitar la vida de las maneras más crueles
posibles. El que no estén presentes los victimarios da una idea de esa
omnipresencia activa de la muerte.
Pero no fue sólo Débora Arango quien pintó la Violencia. Aquí se
referencia con más énfasis por ser ella una mujer que advierte con sus
obras la masculinización de la muerte, por ser, como lo dijo Ricardo
Sánchez, "lo femenino viendo lo femenino desnudo", y nosotros agrega-
ríamos que también ella representa lo femenino viendo lo femenino des-
aparecer, aniquilado y reemplazado por lo masculino. Otros artistas co-
lombianos también pintaron la conmoción horrorífica de la época de la
Violencia. En un escrito alusivo al tema que examinamos, la pregunta
inicial es sobre las razones que han llevado a varios artistas colombianos
a abordar temas violentos en sus obras. Esta cuestión remite al autor a
dos aspectos inseparables: "Uno es el elemento histórico que empuja al
artista a tratar un tema que a la postre puede resultar controvertido por
quienes no comparten su enfoque, el otro es el lenguaje y la técnica que
ese mismo artista juzga apropiado utilizar". 107

El primer aspecto es producto de la violencia política en tanto el otro


varía, ya que está sujeto a los conceptos artísticos que dependen, a su vez,
de las individualidades y las épocas. Los dos aspectos anteriores, que
según el autor deben tomarse como una unidad, fundamentan que arte y
política no sean excluyentes.

106 Ibid., p. 168.


107 Alvaro Medina, "Testimonio histórico en el MAM de Bogotá. Sensibilidad ante la violencia". El
Tiempo, 23 de mayo de 1999, p. 6.
168 / Muertes violentas

En el artículo se incluye la reseña de cuatro artistas colombianos que


son los primeros en usar los temas políticos y de la violencia en sus obras.
Son ellos Alejandro Obregón, Alipio Jaramillo, Marco Ospina y Débora
Arángo, quienes dejan que sus obras den testimonio de El bogotazo: "[...]
con los episodios de los días 9 y 10 de abril de 1948, el fenómeno de la
Violencia entró a ser una constante temática de la cultura colombiana". 108

De la descripción de algunas obras hecha por el autor, resaltamos las


siguientes, que corresponden a un cuadro de Alipio Jaramillo y a uno de
Alejandro Obregón, respectivamente:

[En el] cuadro [de Alipio Jaramillo] 9 de abril [se destaca] la original manera de dividir
en dos el espacio de la metrópolis tomada por la turbamulta armada, que gira sobre
sí misma sin orden ni concierto. Llaman la atención los hombres de saco y corbata
aferrados a sus fusiles, el reguero de cadáveres que pisotean en el afán de avanzar los
propios camaradas, el uso de machetes y picos a falta de amias de fuego y la presencia
de una mujer muerta en estado de gravidez, vago preludio al cuadro que Obregón
pintaría 14 años después con el título Violencia.' 09

"[...] Lo que vio y sintió Obregón en medio de la multitud enfurecida, quedó plasma-
do en Masacre del 10 de abril. El dramático asunto [...] está resuelto con la figura de un
bebé gateando sobre la madre muerta, cuyo cuerpo yace rodeado de cadáveres
mutilados". 110

Retomamos estas dos obras porque en ellas aparece de nuevo lo fe-


menino aniquilado, pero el mensaje es más cruento, más impactante.
Aquí no sólo se extermina ese elemento femenino del que la muerte go-
zaba, quitándole toda posibilidad de ver en ella una faceta de amabili-
dad. Lo que se presenta es el máximo sentimiento de impotencia que
llegamos a sentir quienes estamos atrapados en este mundo violento, ya
que la violencia no ofrece ninguna alternativa. La violencia arrasa cual-
quier esperanza de renacer con la muerte, aspecto que se representa con
las mujeres muertas en los cuadros. En el primero, una mujer embaraza-
da en la que se trunca la vida aún antes de que comience; y en el segun-
do, una madre que es obligada a abandonar a su hijo, quien seguramente
morirá sin amparo.
El renacimiento del muerto —dice Édgar Morin— se efectúa a través de una mater-
nidad de la madre-mujer, propiamente dicha, cuando el antepasado-embrión pe-

108 Ibid., p. 7.
109 Ibid.
110 Ibid.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 6 9

netra en su vientre. Pero también maternidad de la 'madre-tierra', de la madre-mar, de


la madre-naturaleza que recibe en su seno al muerto-niño. Las inmensas analogías
maternales que envuelven al muerto se irán extendiendo y amplificando a medida que
las sociedades se vayan fijando en el solar de una madre patria [. ..] y a medida también
que se vayan penetrando en la idea de que el muerto reposa en el seno de la vida
elemental; se extenderán en el seno de la idea de muerte renacimiento, se mezclarán
con otras concepciones de la muerte, y formarán incluso el núcleo de una nueva con-
cepción. La muerte-maternal se desarrollará con fuerza propia.'"

¿Pero quién ha parido toda esta violencia que se retrata en las obras?
¿Qué madre acoge en su seno al que la devora sin saciarse? La violencia
es masculina y por ende la muerte se masculiniza. Es como si hubiera dos
muertes; una femenina, maternal y plácida, y otra masculina, arrasadora
y horrorífica. La masculina ha desplazado a la femenina. Es la muerte
que mata a la muerte. Es decir, una concepción que se impone brusca-
mente sobre otra que ya estaba establecida y que era más efectiva porque
no rompía con la cotidianidad ni dividía en mil pedazos a los individuos,
tanto en su integridad física como mental.
En las creaciones de los artistas nacionales que realizan sus obras des-
de 1948 hasta hoy, esta masculinización de la muerte se impone (véase la
figura 5.8). En las más recientes manifestaciones del arte pictórico co-
lombiano, aparecen elementos como botas militares, fusiles y machetes,
hombres disparando, cadáveres y cuerpos mutilados desperdigados por
todos lados, que traen en sí mismos las imágenes de quienes son víctimas
de la violencia y también de quienes se han hecho victimarios.
La imagen de la muerte que está presentando el arte colombiano co-
rresponde a la manera como la concebimos hoy. La muerte viene de afue-
ra, violenta y fulminante, al punto que, en muchos casos, no deja siquiera
un cuerpo para que los deudos realicen los rituales de enterramiento, de
paso a otra vida. Lo que hace el arte es, precisamente, llevar a cabo proce-
sos creativos a partir de lo que queda, de lo vivo que aún guarda esperan-
zas. Es el caso de la obra de Patricia Bravo, Lo que quedó (1995), en la cual 112

recupera los fragmentos de objetos que cuentan vidas, después de las bom-
bas de otra violencia —la del narcotráfico—. En otra de sus obras, Mata
que Dios perdona, la artista registra sobre un fondo sanguinolento los nom-
bres de 4.675 personas muertas en un año en Medellín por causas violen-
tas (véase la figura 5.9).
Para terminar, se hace necesario resaltar que tenemos la obligación

111 Edgar Morin, El bombir y ta muerte, Barcelona. Editorial Kairos, 1994, pp. 126-127.
112 Mauricio Becerra, "Reseña sobre la exposición de arte y violencia en Colombia desde 1948", El
Tiempo, 23 de mayo de 1999, pp. 10B-1 IB.
172 / Muertes violentas

moral de seguir tratando de reelaborar las pérdidas que sufrimos a diario


con el propósito de "[...] buscarle una nueva dimensión al horror, sacarlo
de la tragedia cotidiana para darle un punto de apoyo hacia la reflexión,
hacia la pena. Convertirlo en arte [...] hacerlo nuestro, fatigarlo, hundir-
lo, desaparecerlo, conversarlo". 119

Salvo excepciones, como la referencia a la obra reciente de Patricia


Bravo, toda la reflexión precedente se remite fundamentalmente a la vio-
lencia de los años cincuenta. Creemos, sin embargo, que se trata de una
muestra bastante significativa de esa manera de simbolizar la muerte y la
violencia en el país a través de la pintura. Aunque el deseo hubiera sido
poder visualizar lo que pasaba en el arte más reciente, en relación con la
violencia y la muerte, este deseo se vio 'truncado' por el poco tiempo para
indagar más en ella, y en parte porque lo que nos encontramos no supimos
cómo interpretarlo. Nos referimos a lo que parece ser una 'realidad' en el
arte colombiano actual: pintar directamente con la sangre. Terminando
este informe, un testimonio nos confronta a formas nuevas de expresión
artística de la muerte. Se trata de trabajos realizados con materiales corpo-
rales como la pintura con sangre y con cenizas humanas." Si bien la pin- 4

tura con sangre humana nos horrorizó en el momento en que lo supimos,


nos emocionó leer el testimonio de la artista Catherine de Luca." Ella es 5

capaz de producir obras de arte con las cenizas de una persona muerta (y
conocida) en un acto de "sublimación" de la muerte. Si es una pintura, se
cuelga en el mismo lugar donde reposaban las cenizas, es la "traducción
estética del otro más allá de la presencia física", logrando darle un lugar
físico, y "es la presencia del otro más allá del lenguaje a través del signo. 116

Quizá sea esta una nueva veta de exploración que se abre en relación con
las formas de simbolización de la muerte.

Las narrativas de la muerte: lo que el cielo no perdona


y otras historias
La literatura ha sido otra forma artística de representación de la muerte

113 Pedro Manuel Alvarado, "Violencia, arte y política", Magazín Dominical, N.° 843, El Espectador,
11 de julio de 1999, p. 12.
114 Giovanni Ramírez, estudiante de la Facultad de Artes de la Universidad de Aiitioquia (en entre-
vista realizada para la investigación), decía: "la apuesta es ya no por la representación de la
violencia, sino por la violencia misma".
115 El testimonio titulado "Un témoignage insolit: le mort comme object d'art", ha sido publicado
en: Nouvelles idoles, nouvelles cnlles. Derives de la sacralité, bajo la dirección de Claude Rivière et
Albert Piette, París, L'Harmattan, 1998.
116 Ibid.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 3

que han ensayado escritores de todas las culturas. La muerte ha invadi-


do la literatura colombiana. ¿Se representó la muerte con el nombre de la
violencia? ¿Cómo se habló de la muerte en la literatura? Es lo que preten-
demos desarrollar en seguida. Este apartado debe ser leído teniendo pre-
sente el siguiente texto que, a modo de epígrafe, introduce la temática:
Un golpe seco en la coronilla cilidad para nombrar la realidad
resida la esencia de la literatura. Una
I superabundancia de palabras, como
Tal vez no exista un paisaje más me- ocurre con el testimonio de un testi-
morable y más significativo en la go falso, tiende más a despertar sos-
historia de la literatura que aquel pechas que a limpiar la imagen del
en que un estudiante pobre descar- acusado. La confesión escueta de
ga un hacha sobre la cabeza de una Dostoievsky no resulta inferior a la
vieja usurera. El crimen mismo, brutalidad del suceso mismo. Así
además de las circunstancias que como un homicidio puede cometer-
desencadena la acción, ha ejercido lo cualquiera, sin antecedentes pe-
un influjo inusitado sobre aquellas nales ni inclinaciones asesinas, cual-
disciplinas que abordan temas quiera podría también ser escritor,
como la conducta humana, el su- pero bajo una condición: la de no
perhombre, la justicia, la relación hacer literatura.
entre la culpa y la norma, entre El más elaborado artificio litera-
otros. Pero lo sorprendente en este rio consiste en que una sucesión de
pasaje —lejos de la ética y lejos del palabras no parezca literatura.
derecho— reside en la simplicidad Cuando Dostoievsky impasible acla-
del autor para narrar los sucesos. ra que "el hacha la tocó en la misma
Escribe Dostoievsky: "Acabó de sa- coronilla, lo que en parte se debió a
car el hacha, la levantó con ambas la escasa estatura de la vieja", ¿qué
manos sin apenas darse cuenta de existe en ello de literario? ¿Por qué
lo que hacía, y casi sin esfuerzo, considerar este pasaje como ficción?
como quien dice maquinalmente, la La frialdad de Dostoievsky puede
dejó caer de lomo sobre la cabeza". horrorizar, pero un desborde de con-
Resulta contradictorio que este miseración habría generado un re-
momento crucial se narre con tal chazo del lector. Diderot lo expresó
economía de lenguaje, con una sen- a la perfección al adoptar como di-
cillez sólo comparable, quizá a visa: "Si quieres verme llorar, prime-
aquella a la que acudió Cervantes ro te tiene que doler a ti". Como con-
para relatar la muerte de Don Qui- secuencia de un procedimiento
jote: "Entre compasiones y lágrimas estético encubierto, se lleva al lector
de los que allí se hallaron, dio su a padecer la emoción que el escri-
espíritu: quiero decir que se murió". tor, en apariencia, suprime del tex-
Es probable que en esa aparente fa- to. El verdadero narrador, pues, es-
174 / Muertes violentas

cribe "casi sin esforzarse, como quien literario, la muerte de Don Quijote
dice, maquinalmente". El golpe en podría dar origen a una inagotable
la coronilla, en realidad, lo recibe el saga. (Compárese, en apoyo de esta
lector, puesto que no existen pala- tesis, lo que significa la muerte de
bras que amortigüen el impacto. Virgilio para un alemán).
Vladimir Nabokov, por ejemplo, La ostentación literaria de mu-
pasó por encima de esta página sin chos escritores latinoamericanos, en
darse cuenta de que estaba escrita. opinión de Julio Ramón Ribeyro,
proviene del complejo de proceder
II de regiones periféricas y subdesa-
Un inmoderado despliegue de pa- rrolladas que crean en el escritor el
labras y de procedimientos forma- temor de ser tomado por inculto. Es-
les habría dilatado la acción narra- te complejo lo asemeja —según sus
tiva y, además, habría enrarecido el palabras— al "atuendo que el in-
ambiente de la novela, en detrimen- migrante africano o el arrabalero
to del instante decisivo. De ahí que parisién lucen los domingos para
una fórmula exacta para caracteri- pasearse por los grandes bouleva-
zar una buena narración podría ser res". Esta pedantería literaria se ca-
aquella que expresara la relación di- racteriza por exhibir todos los lu-
rectamente proporcional que se jos, adornos y abalorios al mismo
presenta entre la cantidad de suce- tiempo, en una suerte de "histeria
sos y el número de palabras reque- erudita" (la expresión pertenece a
rido para dar cuenta de ellos. Los Huysmans) que torna más ridícu-
llamados procesadores de palabras, los los resultados. El soporte de esta
instrumentos tan fractuosos y que literatura, por supuesto, es un lec-
han permitido aumentar el núme- tor seudoculto que mide los alcan-
ro de páginas de tantas obras ac- ces literarios por su aparente difi-
tuales, podrían prestar este servi- cultad (el número de las palabras,
cio. Y es que de cierta época para el tamaño de los párrafos, la exten-
acá —especialmente en Latinoamé- sión de los volúmenes), pero tam-
rica— se ha impuesto la creencia bién por la transparencia de los sím-
de que tener estilo se identifica con bolos y por la muchedumbre de las
el malabarismo verbal o con el cre- citas y de las alusiones librescas.
cimiento feraz de la fronda lin- En Dostoievsky, en cambio, nada
güística. Este tropicalismo —cele- de trucos para conmover, nada de
brado por profesores y estudiantes los esperados gritos y aullidos, por
de universidades europeas y ame- más que "una polifonía de voces in-
ricanas— termina aquí, en ciertas dependientes", según expresión de
novelas, por acostar a Rodión Ro- Mijail Bajtin, pareciera vincularlo a
manovich Raskolnikov con Aleña la desmesura tropical. Y la prueba
Ivanova y convierte el hacha en un de su austeridad se evidencia en
símbolo fálico. Para el tropicalismo que, aunque pudo utilizar el filo del
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 5

hacha, prefirió el lomo, y en vez de "Aleña Ivanova lanzó un grito, pero


la profusión de sangre, se decidió muy débil, y se desplomó". Eso es
por el golpe seco en la coronilla: todo." 7

Por largo que parezca, el texto da cuenta de un asunto que el autor


asocia exclusivamente a la literatura, que nombra como la "histeria eru-
dita", y que abunda en la literatura sobre la muerte violenta en Colom-
bia. Probablemente no todo lo encontrado en este terreno sea literatura
aunque lo parezca o sus autores lo crean, pero nos referimos a esas for-
mas narrativas que 'cuentan' la muerte en forma novelada o artística, y
algunas veces hasta macabra y grotesca.
Para nosotros, en efecto, un problema siempre presente, desde el prin-
cipio de la investigación, tenía que ver con el tratamiento que debíamos
hacer del tema. Por lo duro y lo crudo podría ser tratado de manera
morbosa, obscena y casi 'pornográfica'. La pregunta era cómo hablar de
la muerte violenta, el crimen, el acto criminal, el asesinato, el homicidio,
de lo cual teníamos que hablar, sin caer en un manejo torpe y grotesco.
¿Era posible lograr un lenguaje fino para describir esas realidades? ¿Sería-
mos capaces de producir un discurso apropiado para tal efecto? Creemos
que el texto anterior nos da la respuesta. También el texto académico
debe ser sensible a la fuerza de las palabras. Como lo señalamos en la
presentación, la apuesta fue entonces a la simplicidad, a la economía del
lenguaje, en fin, a ser capaces de seleccionar "en vez del filo del hacha, su
lomo y en vez de la profusión de sangre, el golpe seco en la coronilla".
Contar la muerte, narrarla a partir de un lenguaje fino, no tiene para
nada la pretensión de ocultar la muerte, o de negarla o disfrazarla. Es
mirarla de costado, "desde los márgenes", al poder nombrarla en un
lenguaje que nos permita situarnos frente a ella como seres humanos.
En los años cincuenta, la novela aparece como la forma por excelen-
cia de expresión (literaria) de la Violencia. Una obra es Cóndores no entie-
rran todos los días, de Gustavo Alvarez Gardeazábal, que basa su trama en
la violencia de esta época específica aunque haya sido escrita poste-
riormene; sin embargo, no todas tuvieron el mismo despliegue y publici-
dad. Lo que el cielo no perdona, escrita por un sacerdote antioqueño en
1954, cuando aún no se desvanecía la Violencia, es una prueba palpable
de la serie de novelas, más bien de testimonios, que intentaron contar la
Violencia de otra manera. Estas obras fueron prohibidas en los años cin-

117 Jaime Alberto Vélez, "Un golpe seco en la coronilla", El Malpensante, N.° 20, feb.-mar., 2000, pp.
48-49 .Jaime Alberto Vélez fue profesor de literatura de la Universidad de Antioquia, hasta su
muerte ocurrida en el 2003.
176 / Muertes violentas

cuenta y clasificadas en las listas negras de la literatura prohibida." Las 8

obras testimoniales se caracterizan por ser más una acusación," por lo 9

que se entiende que hayan sido vetadas. Quien escribe denuncia los atro-
pellos que sufre un grupo político de parte del grupo político opuesto.
Son escritos de personas que no conocen el oficio literario, pero que han
sido testigos de los hechos que describen; evidencian un exacerbado in-
terés por describir en detalle las torturas, las formas de causar la muerte
y de morir. Los escritores arman sus historias dando su testimonio de lo
que vivieron y sufrieron. En muchos casos se pretende justificar la violen-
cia desde la perspectiva de quien la sufre, y la causa se expone sólo en
caso de que tuviera que defenderse. El que presenta los hechos se halla
en la posición del bueno, del que es atropellado: contra él se cometen
toda clase de atrocidades, y por tal motivo se ve obligado a convertirse
también en victimario.
Las categorías bueno y malo son muy importantes en estos testimo-
nios y se manejan como verdades absolutas, ya que los personajes son
portadores de bondad o maldad infinitas. Es decir, los que sufren son
siempre los buenos, y los que hacen sufrir, los enemigos, son los malos.
No se hace una reelaboración de los hechos, antes bien, logran producir
más violencia.
Otro tipo de escritos que han tratado acerca de la problemática en
cuestión, no menos perseguidos, son las crónicas. Muy ligadas a los testi-
monios, y también a veces reeditadas como novelas, presentan un relato,
en general escrito por un periodista, de alguien que ha sido testigo de la
violencia o que la ha vivido. También son importantes las categorías de
bondad y maldad, pues el protagonista es igualmente bueno o malo,
según la filiación política de quien presente los hechos. La crónica se
caracteriza por mostrar la extrema crueldad del enemigo, viciada por la
interpretación de quien la sufre o se indigna por ella. 120

El género literario, propiamente definido, se diferencia de los testi-


monios y las crónicas porque trasciende la descripción y la acusación, que
son el eje de éstos. Los escritores son conocedores del oficio literario, las
categorías de bondad y maldad no son el centro de la historia de los
personajes, ya que hay una reelaboración de la situación violenta. La
atmósfera en la que se desarrollan los hechos es un elemento que toma
mucha relevancia en la narración, la cual presenta una historia cuyo hilo

118 Recientemente algunos de estos textos han sido reeditados por la editorial Planeta, bajo el
título Colección Lista Negra, haciendo alusión a la forma como se les catalogaba en la época.
119 Entrevista realizada por Cristina Agudelo a Augusto Escobar, profesor de literatura de la Uni-
versidad de Antioquia, el día 14 de agosto de 2000, en Medellín.
120 Ibid.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 7

conductor va tramando la vida de los personajes insertos en las dinámi-


cas de la violencia, más que presentar actos concretos. Un personaje pue-
de ser causante de actos violentos con un claro matiz partidista, pero no
se toma en la obra por ese único motivo. De cierto modo, su historia de
vida es un elemento para entender por qué el individuo se ha configura-
do de tal manera. 121

Para mostrarlo, Augusto Escobar cita el ejemplo del Capitán, un per-


sonaje de la obra de Arturo Echeverry, Marea de ratas. Este personaje
lucha por acabar con los liberales, a quienes considera detractores del
orden del Estado y de la moral. Pero él es un homosexual, y sabe que su
condición no es reconocida socialmente, y hace parte de una minoría que
la sociedad margina, pero que busca reconocimiento. Su situación le ge-
nera angustia, la que, a su vez, le produce el deseo de matar a quienes
considera inmorales y, por ende, marginados. Con estos hechos de vio-
lencia, que son muestras de poder, el personaje cree reivindicarse con la
sociedad. 122

Un rasgo muy característico de este género literario propiamente


dicho es la presencia de un narrador que va contando lo que sucede.
Como conclusión, siguiendo a Escobar, podemos establecer una dife-
rencia muy importante entre lo testimonial y lo artístico. El testimonio
reproduce la sevicia, la tortura, el hecho violento; en este género no se
tienen en cuenta los diversos matices de la violencia. En cambio, lo
artístico, presente en lo literario, se sale de lo escueto y lo descriptivo,
de la acusación y la denuncia, y deja a un lado los prejuicios morales de
la bondad y la maldad.
Lo dicho hasta aquí no es razón para demeritar las memorias o testi-
monios que se sucedieron por todo el territorio nacional durante esta
época. Hoy llamados historias de vida, los testimonios narran o cuentan
la Violencia desde experiencias particulares pero con una buena dosis de
realismo social. En este género cabe destacar la obra Zarpazo, la otra cara
de la violencia, escrita por el sargento Buitrago, un militar del ejército de
Colombia.
¿Quiénes fueron los autores de estas 'memorias' y por qué las escri-
bieron? ¿Qué se puede concluir de lo que logró hacerse en el ámbito de
la representación de un fenómeno como la muerte violenta sucedida en
estos años? Hasta donde conocemos, el mejor registro que se ha hecho
sobre la literatura relacionada con la Violencia es el elaborado por el
profesor de literatura de la Universidad de Antioquia, Augusto Escobar.

121 Ibíd.
122 lbid.
178 / Muertes violentas

A través de sus textos y en conversaciones directas pudimos ampliar nues-


tra reflexión al respecto. El inventario de las novelas escritas en ese perío-
do aciago es obra del profesor Escobar. 123

La virgen de los sicarios y Rosario Tijeras: nuevas narrativas


Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso,
confundió el dolor del amor con el de la muerte
184

Otra cuestión es la literatura en lo que hace a la violencia más reciente.


Pese al epígrafe de este apartado, que pertenece a una novela, en el
momento actual la forma más frecuente para narrar la violencia parece
ser la crónica. Existen, sin duda, otras formas narrativas donde se refle-
jan la muerte y la violencia: medios de comunicación masivos, testimo-
nios, etc. Las preguntas que nos hacíamos eran acerca de qué había
pasado en la narrativa colombiana con la popular 'novela' de la época
de la Violencia, y por qué al parecer no se encontraba una profusión tan
grande de obras literarias que contaran la violencia más reciente; o tal
vez existan pero no tengan la difusión (y la cobertura) de las obras ya
'clásicas' de la Violencia. Las razones que ameritarían darse podrían ser
de orden técnico, o razones de orden cultural. Tal vez resulte más fácil
escribir una crónica que una novela, y también sea más fácil publicar
una crónica que una novela, ¿pero cuál es el punto aquí que explica la
diferencia?
¿Cuál ha sido la razón de esa proliferación de publicaciones (crónicas
periodísticas)? Quizá los colombianos asistimos a otras formas de narra-
ción de la violencia. ¿Qué cambia, al cambiar en la sociedad estas formas
narrativas? ¿Corresponden a cierto desarrollo técnico o dé la imagen?
¿Cuál es el lugar que ocupa la muerte en ellas? ¿En qué medida se dilu-
yen en algo de carácter difuso como la violencia? Las razones posibles tal
vez no tengan nada que ver con la violencia, aun así nos interesaba inte-
rrogar las formas a través de las cuales se representa la muerte violenta
—narrada, contada, mostrada, simbolizada—, más allá de los asuntos
técnicos involucrados, e indagar por las narrativas existentes y sus efec-
tos en términos de la eficacia simbólica de estos mecanismos, que igual
podríamos llamar de "tramitación de la muerte".
Pablo Montoya presenta tres tendencias que caracterizan la literatura

123 Augusto Escobar, "La Violencia: ¿generadora de una tradición literaria?". Gaceta, N.° 37,
Colcultura, Bogotá, dic., 1996.
124 Jorge Franco Ramos, Rosario Tijeras, Bogotá, Norma, 1999.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 7 9

colombiana en la década de los noventa, cuyo objeto principal es mos-


trar la problemática de violencia como cada autor la percibe, así: 123

La marginalidad. En la literatura colombiana, desde el asesinato de


Jorge Eliécer Gaitán, han proliferado los textos que relatan las historias
de miles de desplazados por diversas causas. Para los años noventa, el
libro No nacimos pa semilla, de Alonso Salazar, describe la cotidianidad de
personas que han sido desplazadas y marginadas, y que habitan la perife-
ria del casco urbano de Medellín, pero más concretamente la de los jóve-
nes, "que el Estado colombiano se ha negado a mirar y considerar". Montoya
compara la ciudad que presenta Salazar con la distribución espacial de
las ciudades del medioevo, en las que se destinaban partes específicas
para los excluidos de entonces; la ciudad de Salazar tiene también mu-
cho de metrópolis "porque en ella [...] actúan fuerzas de una moderni-
dad que en América Latina es despiadada (la publicidad, el consumo y el
comercio de la droga, el nihilismo)".
Las hablas mochas. Estos textos no sólo cuentan una historia, sino que
usan "el lenguaje popular" con el que sus personajes se expresan. Esta
tendencia de plasmar la forma de hablar de las personas fue iniciada por
Tomás Carrasquilla (1848-1940), que usaba "un lenguaje castizo [...] de
los campesinos de la Antioquia de entonces". Más adelante también Ma-
nuel Mejía Vallejo y su obra Aire de Tango, quien "trataba así de darle
forma verbal a un sector marginal de la ciudad", el de Guayaquil. Para los
años noventa, se menciona a José Libardo Porras, con Historias de la cárcel
de Bellavista (1997), pero advierte que "estos cuentos no se estructuran,
en rigor, a partir de la presencia del habla popular". Al contrario sucede
con El camino del Caimán, de Javier Echeverry Restrepo (1996), sobre la
realidad de Urabá, que sí se estructura con base en las hablas populares.
El autor se pregunta si cualquier lector podría leer y entender una novela
que hace uso del "habla popular", y responde citando a Echeverry Restrepo
cuando dice que "esas hablas son una suerte de lenguas-energías y como
tal tienen un sedimento virtual preciso y la literatura puede hablar, aun-
que sea por un momento, en esas lenguas de frontera".
La diatriba. Según el Pequeño Larousse es una "crítica violenta". Toma
como ejemplo La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, quien cuestio-
na, insulta, degrada todas las instituciones sociales que son causa de la
problemática. Para Pablo Montoya, la visión que ofrece Vallejo da mejor
cuenta de la realidad, ya que muestra una sociedad corroída totalmente,

125 Pablo Montoya, "La representación de la violencia en la reciente literatura colombiana", texto
presentado en el VI Coloquio Internacional del CRICCAL de la Universidad de la Sorbonne
Nouvelle Paris III, Lis nouveaux rtalismes en Amérique Latine depuis 1980, París, 15 de mayo de 1998.
1 8 0 / Muertes violentas

en vez de una versión "complaciente, parcial y hasta maniquea [...] he-


cha por García Márquez en su Noticia de un secuestro".
Lo que se puede afirmar es la presencia en este tipo de literatura
sobre violencia de un género específico, la narrativa testimonial, basado
exclusivamente en historias o relatos de vida. Lucía Ortiz caracteriza este
género después de presentar su revisión de varios autores que desde lo
teórico han dado a conocer sus definiciones y sus discusiones del térmi-
no. Ella afirma que "en la mayoría de los casos estas historias personales
se han dado a conocer gracias a que un 'intermediario letrado', es decir,
un periodista, sociólogo o antropólogo, ha decidido transcribir—en unos
casos directamente, en otros indirectamente— el relato contado oralmente
por la persona afectada". 126

El principio básico de este género es darle expresión a los asuntos


que han afectado a aquellos que no han tenido una voz en el mundo
moderno. Son escritos en los cuales, a partir de relatos, se 'noveliza' el
sufrimiento, al "[...] combinar el testimonio y lo documental con elemen-
tos literarios como representación de la realidad vivida por el país". Dos
ejemplos donde se usa este estilo narrativo son la obra de Olga Behar,
Noches de humo (1989), sobre el enfrentamiento del M-19 y el ejército en
el Palacio de Justicia en 1985, y la de Mary Daza Orozco, Los muertos no se
cuentan así, sobre los enfrentamientos entre paramilitares y guerrilleros
que han afectado a los habitantes del Urabá antioqueño.
El propósito de estas obras es denunciar, por parte de quien narra la
historia, una realidad que hasta hace poco estaba silenciada, es decir, sin
ningún tipo de publicación, y podrían catalogarse, dice la autora, como
"ficciones documentales". Destaca otros trabajos que hacen parte de este
género, por ejemplo, de carácter periodístico, La bruja. Coca, política y
demonio, de Germán Castro Caicedo (1994): "Aquí mediante la transcrip-
ción del relato de Amanda, se destapa todo el proceso de simbiosis de
políticos con el narcotráfico del departamento de Antioquia"; El pelaíto
que no duró nada (1990), de Víctor Gaviria, y No nacimos pa' semilla (1990),
de Alonso Salazar, sobre relatos de sicarios. Otros relatos de carácter más
sociológico, son los de Alfredo Molano: Los años del tropel. Crónicas de la
violencia (1991), Siguiendo el corte: relatos de guerras y de tierras (1989) y
Trochas y fusiles (1994). Este último trata el tema de la violencia de los
años sesenta y denuncia el desplazamiento de indígenas, la explotación
de trabajadores, el crimen indiscriminado, la destrucción del medio am-

126 Lucía Ortiz, "Narrativa testimonial en Colombia: Alfredo Molano, Alonso Salazar, Sandra
Afanador", en: María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Ángela 1. Robledo, comps.. Literatura
y cultura narrativa colombiana del siglo xx, vol. 2, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, p. 341.
Ritiuilización, simbolización y tramitación de la muerte / 181

biente, etc., y donde intervienen la guerrilla de las FARC, el ejército y los


paramilitares.
La muerte en la poesía
La poesía colombiana del siglo xx en muchos casos no se ha interesado
en mostrar la visión de nuestra realidad, y los poetas han preferido bus-
car de ella su máxima expresión, pero teniendo en cuenta los cánones
estéticos, pues su interés ha estado en lo que podría llamarse la poesía
absoluta; sin embargo, podemos decir que se encuentran algunas excep-
ciones. Con relación a la poesía también se observa algún manejo del
tema de la muerte. Sobresalen algunos poetas, como los siguientes: Car-
los Castro Saavedra, Rogelio Echavarría, José Manuel Arango, Juan Ma-
nuel Roca y María Mercedes Carranza. De los anteriores sólo los dos
primeros escribieron su obra antes de 1974. Carlos Castro Saavedra, en
algunos de sus poemas expresó el dolor ante la muerte violenta, como en
Fusiles y Luceros, José Antonio Galán, Camino de la patria, Escrito en el infier-
no, donde el autor "[...] logra darnos la visión de una realidad convulsio-
nada a través del lenguaje metafórico". 127

En la obra de Rogelio Echavarría se destaca El transeúnte (1964). "El


lirismo en estos poemas [hace] parte de una voz colectiva, con la cual se
oyen reflexiones en torno a temas de esta mitad del siglo como guerra,
libertad, armisticio, entre otras. Así escribe para rechazar el acto de un
terrorista o también la violencia de un viaje en bus, con atraco inclui-
do". En El transeúnte aparece lo cotidiano, lo urbano, con la visión del
128

hombre atrapado "sorprendido en la trampa de ciudad".


En la poesía más reciente sobresale la de José Manuel Arango, quien
escribe concretamente sobre la ciudad de Medellín. El poeta escribe su
obra, Poemas reunidos (1997), sobre muchos rincones de la ciudad, asu-
miendo la vivencia y la cotidianidad como el encuentro con la vida diaria.
Logra plasmar en sus poemas las situaciones mediadas por la violencia
que ha vivido Medellín durante los últimos veinticinco años. Como muestra
de ello, su poema, Ay y es de nuevo mañana:
Ay y es de nuevo mañana
Tibia y azul
El que está señalando
(en la lista hay una cruz después de su nombre)

127 Alonso Aristizábal, "La literatura colombiana ante el conjuro (poesía y novela de la violencia en
Colombia)", en: Arte y violencia en Colombia desde 1948, p. 186.
128 Ibid.
182/ Muertes violentas

liviano todavía
va por las calles
Trae la calavera llena de sueños
Limpio recién peinado
va a sus negocios
Cuando el asunto se despache un nombre
se tachará
por ahora va por las calles. 129

En cuanto a la poesía de Juan Manuel Roca, sobresalen dos de sus


obras, Luna de ciegos (1991) y Farmacia del ángel.
Juan Manuel Roca afronta la ciudad como espacio de la violencia cotidiana en la
cual se encuentra inmerso el poeta. Este aparece como símbolo de los otros en me-
dio de las calles, y su sufrimiento es la muestra de lo que sufren muchos. Aquí se da
la violencia personal, a manera de neurosis, de quien debe afrontar la realidad ace-
chante. Por lo mismo esta se asocia con la noche." 0

La música y la muerte
Mejor sería que la mjisica y las palabras reemplazaran la artillería
Alonso Salazar

Entre el rap, la salsa, el punk y los "corridos prohibidos"


La idea inicial en este terreno de la representación o de las imágenes de la
muerte, era buscar expresiones de dramas desgarradores, como la pintu-
ra y la literatura y otras formas artísticas, que 'contaran' la muerte de otra
manera, es decir, vías diferentes de acercarse al dolor y 'expresarlo'. Se
trata de un llamado a identificar esas formas de apropiación de la reali-
dad, de representación de la muerte a la que asistíamos los colombianos,
que la re-crean y permiten no pocas veces un acercamiento menos desga-
rrador al drama de esta sociedad. Entonces, estas vías narrativas son una
manera de simbolizar —a través del arte— dramas que necesitaban ser
expresados, y han encontrado en él un medio posible de hacerlo. Sin
embargo, durante el desarrollo de la investigación nos topamos con ex-

129 José Manuel Arango, Poemas, Colección de Autores Antioqueños, N.° 62, Medellín, Seduca,
1991, citado por A. Aristizábal, Op. cit.
130 lbíd., p. 189.
Ritnalización, simbolización y tramitación de ¡a muerte / 1 8 3

presiones bastante más populares que, por ejemplo, la pintura, y menos


para iniciados o élites, como la música popular en este caso. Inicialmen-
te, la música no aparecía en el proyecto como una forma de expresión
'artística' de la muerte, pero frente a la evidencia de que sí lo era y que,
además, algunas músicas populares estaban impregnadas de muerte, nos
convencimos de incluirla en el análisis. La música ha hecho parte de los
ritos y prácticas funerarias en casi todas las culturas. Lo que encontramos
novedoso es la desacralización que se ha operado con la música escucha-
da en estos ritos. Intentaremos, a partir de ahí, una interpretación de los
contenidos y los significados de dichas manifestaciones.
La primera de estas manifestaciones dentro de la música fue el rap,
como expresión de los jóvenes de barrios populares. Presentamos una
canción que ilustra lo que afirmamos, que aunque no es de un grupo de
rap colombiano, sabemos que ésta se escucha en velorios y en entierros y
también en algunas actividades no funerarias como fiestas y 'bebetas' o
en los 'parches':
Recuerdos 131

por Vico C.
He aquí mi presencia, pues he prometi- Te falta la sonrisa que dibuja tu
do que venía a verte carisma te siento muy fría, tus labios
aunque estuviera afligido. resecos, inútil te ves y sin faltarte al
Cogistes [sic] el camino de la separa- respeto. Pero no importa, te amo como
ción y tú no sabes cómo eso afectó mi eres y nunca sentiré lo mismo con
corazón. otras mujeres. Dios me creó para
Dios mío, ayúdame y nunca permitas quererte a ti.
que mi alma se destroce con esta Yo maldigo el momento en que te
visita. perdí,
Mi mujer no me escucha estando ahí y esta pérdida es indudablemente
acostada, no me mira, no me abraza, eterna.
no me dice nada. Quisiera inventarme una luz moder-
Culpa tengo yo por no cumplir con na que alumbre el camino de la
mis promesas, haciéndote pasar felicidad
muchos días de tristezas.

131 Aunque la temática de esta canción trata particularmente de un suicidio, algunos fragmentos
que presentamos de ella se acomodan al sentimiento de quienes sufren la muerte de sus
"parceros" o de las mujeres que pierden a sus compañeros.
Citado por Iván Darío Cano Ospina, "El rock, una posibilidad cultural para construir iden-
tidad", Instituto de Estudios Regionales (Iner), Facultad de Artes, Universidad de Antioquia,
ponencia presentada al Encuentro para la Promoción y Difusión del Patrimonio Folclòrico de
los países Andinos, Cartagena, 8 al 14 de octubre de 2000.
184/ Muertes violentas

Por qué no me di cuenta que yo porque sinceramente no acepto la


actuaba muy mal, realidad.
ahora el remordimiento me quiere Un ser humano no es capaz de
matar. aguantar con este peso.
[...] Yo sufro me remuerdo y lloro en
Pero yo lucho para cuando pueda exceso.
sentir y sé que es imposible pero voy a Si crees que exagero, pues lo hago por
seguir mis sentimientos. ti, porque demuestro lo que tú signifi-
Hoy se inclinan a tu vida mañana cas para mí.
buscaré un camino a la salida, pues [...]
esto me encierra en un círculo vicioso Luego escuché a todo el mundo decir
que me aparta de lo que pudo ser tan que por mí la vida te ibas a destruir.
hermoso. Yo no creí te ignoré y te falté como un
Coro perro.
Me acuerdo cuando te entregaste a Y mírate ahora, mañana es tu entierro.
mí. Me acuerdo cómo me aferraba yo Metida en tu caja sin poderte mover,
a ti. Me acuerdo los dos soñando en todos te lloran y me culpan sin poder
una noche de pasión. No me escuchas, comprender pues fui un perro, pues
no me miras. Se remuerde mi corazón. no tenía los ojos muy abiertos.
Mi amor, perdóname aunque hayas
Te noto bien pálida no eres la misma, muerto.

El rock: otra forma de expresión musical teñida de muerte


Hasta finales de los años setenta, según un rockero de Medellín, los in-
tentos por hacer rock fueron muy pocos y aislados, pero los cambios tec-
nológicos, la era de la televisión a color y el video trajeron una gran
apertura. Los años ochenta fueron más pródigos, pero un nuevo fenó-
meno invadió la ciudad: la violencia, fruto del narcotráfico y de diferen-
tes procesos políticos y sociales. El gánster norteamericano pasó a ser el
sicario criollo, un modelo para imitar por la juventud. Las motos, las
armas y la muerte se convirtieron en símbolos de opulencia y poder, mu-
chos se enriquecieron de la noche a la mañana y en los cordones de po-
breza y miseria de los barrios populares surgieron numerosas bandas de
delincuencia, de personas que pretendían escalar rápidamente una posi-
ción y lograr una mejor forma de vida. La sociedad entera tambaleó ante
la nueva cultura de la muerte:
Fue la época de los sicarios, del terror, ahí vimos morir a casi todos nuestros amigos,
sobre todo los que estaban en la mitad del fuego entre las balas de los policías y los
sicarios (y otros grupos llamados "de limpieza social"), que en un arranque de devo-
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 8 5

ción se convirtieron en los dictadores de la moral y las "buenas costumbres" y que


segaron la vida de cantidad de jóvenes sólo por el hecho de ser roqueros.' 32

La presencia de esta modalidad musical no fue exclusiva de Medellín.


Un grupo de investigadores de la Universidad Central, haciendo un se-
guimiento a través del rock a los consumos culturales de los jóvenes en
Bogotá, encontraron como de absoluta relevancia el tema de la muerte,
16 cual los llevó posteriormente a desarrollar la investigación. 135

La siguiente canción tuvo enorme aceptación en los años ochenta, y


era escuchada en los entierros de jóvenes. Aunque hoy es más común
dedicarla a través de programas de emisoras donde la gente llama y dice
al aire sus mensajes, aún se usa para expresar los sentimientos de dolor
que causa la muerte violenta de los amigos, por lo general la persona
habla del difunto elogiando sus cualidades y lo mucho que se le extraña:
Al otro lado del silencio
por Angeles del Infierno
Cerré los ojos por un instante, y te veo a ti.
Palabras que nunca he olvidado y me hacen sentir,
Sueños que nunca llegarán a hacerse realidad.
Tu nombre escrito en una pared
Con el tiempo hablará.
Qué hay amigo, al otro lado del silencio.
Sueños que nunca llegarán a hacerse realidad.
Tu nombre escrito en una pared
Con el tiempo hablará.
Canciones que recuerdan lugares, suenan para ti.
Imágenes que no se han borrado de un pasado feliz [...]
Sueños que nunca llegarán a hacerse realidad.
La salsa le canta a la muerte
También en la salsa encontramos un modo de expresión de este escepti-
cismo de los jóvenes frente a la vida, la salsa refleja el tono festivo y a la
vez trágico que los jóvenes dan a sus vidas. Algunas letras con mayor

132 Ibid.
133 Véase José Fernando Serrano, "Concepciones de vida y muerte en jóvenes urbanos", proyecto
de investigación, Bogotá, Fundación Universidad Central, 1999.
186/ Muertes violentas

aceptación pregonan vivir bien el presente, pues el mañana no existe, y la


muerte llega en cualquier momento, es algo natural y nada traumático.
En síntesis, la vida y la muerte son completamente intrascendentes. ' ' 1 1 1

Tiempo pa matar de Willie Colón es expresión musical del mismo fenóme-


no que encontró gran acogida entre estos muchachos. Veamos:
Por las tardes no hay nada, salgo a Por el machismo, tiempo pa matar.
buscar mis panas, nos paramos en la Contra el comunismo, tiempo pa matar.
esquina y no hay nada por la avenida. Salen como nobles soldados vuelven
Vamos a dar una vuelta, un serrucho agrios y mutilados, tiempo pa' matar,
para la botella, nos sentamos en la con heroísmo tumbar el racismo,
escalera y cantamos canciones viejas. tiempo pa' matar, total pa nada si al
Ay mama abuela, tiempo pa matar regreso todo está igual. No me [...] que
Avemaria morena, tiempo pa matar te sacudo, ni me analices por un
Mataron al negro bembón y sólo por embudo, estoy llegando a la. línea y ni
un maní. juegues conmigo, y mira, la sangre se
A Dolores la pachanguera el charlatán me está subiendo oye lo que te estoy
le dio una pela diciendo. A matar ratas combatió a
No encuentro la llave de la casa de tiros, deja salir lo negativo. Esperando
Marcela. el momento preciso y ahora es
Fernando el [...] Juan está muerto, cuando es.
Manuel trabaja, Quimbo está preso. No pierdas tiempo pidiendo permiso,
No fumamos ya marihuana. dale y túmbame.
Toro y Carmen, ésta no se la pierde Esperando el momento preciso y ahora
nadie, otro invita que están pasando, es cuando ves.
para Vietnam solicitando.
Pero hubo además otras expresiones de la música íntimamente liga-
das a la muerte. Juan José Hoyos relata a partir de una conversación
con el escritor y cineasta Víctor Gaviria sobre otras historias locas de
133

bandas depunk y heavy metal con guitarras y baterías "hechizas", for- 130

madas por muchachos místicos, poetas y pobres que vivían en casas


colgadas de las laderas de la ciudad: había más de veinte bandas de
punk y heavy metal regadas por las calles de todos esos barrios pobres de
Medellín. Hasta Ramiro Meneses, uno de los actores que Gaviria en-
contró mediante avisos para la realización de la película Rodrigo D. No
Futuro, tenía una banda en su propio barrio, llamada Los mutantes. De
ellos se escucha una voz que grita con furia:

134 D. Bedoya y J.Jaramillo, Op. cil., p. 74.


135 Juan José Hoyos, Sentir que es un soplo la vida, Medellín, Universidad de Antioquia, 1994.
136 "Hechizas" se refiere a objetos de fabricación casera como armas o herramientas.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte / 1 8 7

Esas son las cosas que te da la vida-


Te cascan los tombos, pobre porquería...
Toma mi consejo y lograrás salida:
No te desanimes... imátale!
[...] ¡Deben morir, deben morir!
Gaviria, en medio de la conversación dice que son bandas [musicales]
formadas por pelados de los barrios que crecieron en el heavy metal y en
el punk oyendo emisoras como Veracruz Estéreo. El metal y el punk en
Medellín son tendencias musicales distintas, contrarias, pero no signifi-
can delincuencia. Ellas expresan nada más las pasiones, las rabias, las
experiencias y las frustraciones de todos estos muchachos. Sus nombres
se dejan oír como unajaculatoria: Amén, Profanación, No, Los mutantes,
NN, Los podridos, Mierda, Peye, Los castrados, Las pestes.
Los llamados corridos prohibidos
En esa búsqueda de la 'musicalidad' de la muerte y ya no tan ligado a los
jóvenes sino a los adultos, encontramos además los popularmente llama-
dos corridos prohibidos, escuchados también por sectores populares que
narran la violencia y la muerte a su manera. Los temas de estos corridos
son las noticias de prensa, radio o televisión, pero contadas por quienes
viven esas realidades; son "noticias con música". Sobre los corridos vale
la pena llamar la atención sobre sus letras, la música (robada general-
mente a las rancheras, que ya sabemos son de extracción muy popular),
las imágenes que acompañan los discos compactos que contienen estos
temas, etc. Muchas de las letras narran los dramas desgarradores de es-
tas maneras de matar y de ser muertos, que han desatado las múltiples
violencias en el país. Algunas de ellas cuentan historias de narcotraficantes,
mientras otras describen la guerra entre las Convivir y la guerrilla. 137

La música vallenata —dice el autor de La ley del monte— se convirtió


en verdadera 'artillería pesada' de las Convivir para combatir a las gue-
rrillas de las FARC y el ELN. Al son de acordeones, caja y guacharacas
una voz lastimera interpreta historias de masacres, secuestros y niños
mutilados por minas quiebrapatas, escritas por campesinos de la zona de
Urabá. Una recopilación de diez canciones en un cásete que, según el
138

137 Las Convivir eran organizaciones civiles de seguridad privada impulsadas en el país para com-
batir los grupos guerrilleros.
138 A. Bustos, "Guerra musical", en: La ley del monte, Bogotá, Intermedio Editores, 1999, pp. 171-
190. Canciones como Urabá martirizada, Mi fmquita, Vamos Colombia, Drama de niñez. Mal-
dita quiebrapatas y Narcobandoleros.
1 8 8 / Muertes violentas

autor, fue calificada por el presidente de las Convivir Carlos A. Díaz,


como "la historia de una región que logró vencer a una guerrilla que
sembró de cruces una tierra de hombres buenos", tiene en su carátula el
título, "Resucitando la paz, sepultando la violencia", con la réplica de un
cementerio. En las tumbas se leen epitafios como: ELN asesinos; Farc
descansen en paz; ELN hasta nunca; Farc matones del pueblo. También
las guerrillas tienen canciones similares. Refiriéndose a ellas, Alonso
Salazar dice que muchos de los temas de las Farc podrían servir a las
Convivir cambiando el nombre del enemigo y viceversa. El cuadro es el
mismo: rostros de desconcierto, caseríos de paja y tierras heridas. Y en el
fondo, más allá de las causas de cada bando, estas canciones revelan el
espíritu guerrero que se ha acentuado en el alma de muchos colombia-
nos hasta convertirse para nuestra desgracia en una forma de vida. "Me-
jor sería que la música no sirviera para multiplicar la confrontación vio-
lenta sino para reemplazarla: no estaría mal una guerra de acordeones
en un estadio abarrotado, para caer en cuenta que nos estamos matando
a nombre de los mismos ideales. Mejor sería que la música y las palabras
reemplazaran la artillería". 139

Los que siguen son algunos ejemplos.

Corrido porque aquí si no traes arma, cual-


quier zorrillo te mea.
Soy del cartel de las calles, y no me Tengo muchas amistades, que no me
asusto de nada, hacen quedar mal,
para hacer pacas de billetes, yo no tengo las puertas abiertas porque yo
ocupo toneladas, no soy ojal,
con un poco de perico ya traigo la del cielo le caen las hojas al que nace
bolsa hinchada. pa'tamal.
Yo me la paso en el carro recorriendo Cuando estaba prisionero ya de mí no
la ciudad, se acordaban,
con un beeper en la bolsa y también pero vieron que era gallo y que mi
mi celular, bolsa yo daba.
no más digan cuánta quieren y al Ahora me dicen valiente le tengo una
instante la tendrán. carne asada.
Traigo una súper fajada, más vale Soy del cartel de las calles y vénganse
que me la crean, a cotorrear,
no presume de muy bravo yo le atoro que perico es lo que sobra si no vamos
a lo que sea, a traer más,

139 Alonso Salazar, La cola del lagarto. Dmgasy narcotráfico en la sociedad colombiana. Medellín, Corpo-
ración Región, Proyecto Enlace. Ministerio de Comunicaciones, 1998.
Ritualización. simbolización y tramitación de la muerte / 189

que al cabo estas son las cosas que se tampoco tierra sagrada, que me
hicieroii pa'gozar. entierren en la sierra con leones
de mi manada.
Cruz de marihuana Que esa cruz de marihuana la
rieguen finos licores, 7 días a la
Cuando me muera levanten semana, 'v que me toquen mis sones,
una cruz de marihuana, con la música norteña, ay, toquen mis
con diez botellas de vino y cien canciones
barajas clavadas, Que mi memoria la escriban con
al fin que fue mi destino, llanto de amapola, y que con bala se
andar por las sendas malas. diga la fama de mi pistola, para
En mi caja de la esquina, mis gallos en mi tieira, la sierra fue
metrallas de tesoro, gocé todito en la nuestra gloria.
vida, joyas, mujeres y oro, yo soy Sobre mi tumba levanten una cruz de
narcotraficante de la rifa por el marihuana, no quiero llanto ni rezo
polvo. tampoco tierra sagrada, que me
Sobre mi tumba levanten una cruz de entiemn en la sierra con leones de mi
marihuana, no quiero llanto ni rezos manada.

Otra forma de expresión musical que liga la muerte con la música


está, como ya lo señalábamos, en las canciones que se entonan en los
entierros y en la manera como ellas hacen parte de los rituales funera-
rios. En particular, Darío Gómez, un cantante que se escucha mucho
en Medellín, con temas como Nadie es eterno en el mundo; o de El charrito
Negro, con La tierra encima:
Cuando yo me muera no quiero que lloren.
Hagan una fiesta con cohetes y flores.
Que se sirva vino y que traigan mariachis
para que me canten mis propias canciones.
Las formas de tramitación de la muerte
Citando las sociedades atraviesan por períodos prolongados de violencia y conflicto
intenso, durante los cuales las posibilidades de elaboración del duelo son mínimas,
estas angustias, rabias y venganzas colectivas se convierten en un sedimento
emocional y social que alimenta sus acciones y respuestas mientras perpetúa el
accionar violento y reafirma las ideologías que le sustentan
Pilar Riaño
190/ Muertes violentas

Dos aspectos cobran relevancia con relación a esta excesiva presencia de


la muerte violenta en el país: el duelo y la memoria. El duelo, como
proceso social necesario frente a la pérdida de seres queridos, tanto en lo
individual como en lo colectivo; y la memoria, como el mecanismo que
permite mediante el recuerdo (y el olvido) reactivar esa presencia que da
continuidad a la existencia de los seres y de las sociedades. Unos y otras
necesitan enterrar a sus muertos y reconstruir o resignificar su ausencia,
desde un lugar donde sea posible la continuidad de la existencia, es de-
cir, desde un lugar no fracturado por la violencia. Es lo que Piera Aulagnier
nombró como "el momento reparador de las ausencias". 140

Este proceso, que en el psicoanálisis se conoce como "elaboración o


trabajo de duelo", es posible hacerlo a condición de construir y elaborar
simbólicamente los mecanismos a partir de los cuales sea posible la acep-
tación de esa pérdida y su inscripción en un relato que le dé sentido. El
trabajo de duelo está hecho de un movimiento incesante de ida y vuelta
entre la negación de la muerte, en tanto que es la nada, y la aceptación
del deceso. 141

Las formas de escenificación de la muerte que ilustramos en la segun-


da parte, tienen todas ellas elementos o componentes que obstaculizan
los procesos de simbolización que serían necesarios para la elaboración
de las pérdidas. Algunas desde el acto mismo de ejecución de la muerte
y otras desde procesos posteriores al acto de matar, pero todas a causa de
la naturaleza violenta de esa muerte y, en consecuencia, de las caracterís-
ticas que ella asume.
La evidencia empírica de esta dificultad de elaboración junto con
las heridas abiertas en la memoria y el recuerdo, nos han permitido in-
tuir que esta violencia actual bien podría ser la reedición de aconteci-
mientos del pasado igualmente violentos que no han encontrado for-
mas de elaboración y de tramitación del dolor. La memoria colectiva de
la sociedad colombiana sería pues lo que Karina Perelli llamó una "me-
moria de sangre, esto es, una memoria que crece de una experiencia de
miedo, privación, dolor y pérdida al extremo, hasta el punto de que se
vuelve el factor preponderante del pasado". Es la violencia presente
142

en la memoria colectiva, que explicaría la dificultad de construcción de


otras memorias, capaces de darle continuidad a la vida de la sociedad des-
de un lugar distinto a la violencia. Si la hipótesis planteada es correcta,

140 Piera Aulagnier, "Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia", en: Luis Hornstein y otros,
Cuerpo, historia, interpretación, Buenos Aires, Paidós, 1994, pp. 117-170.
141 J.-H. Déchaux, Le souvenir des moiis. Essais sur le lien de filiation, p. 46.
142 Karina Perelli, "Memoria de sangre. Fear, hope and disenchantment in Argentina", en:
Johnatan Boyarín, ed., Remapping memory. The politics oftime spaces, Minneapolis, University of
Minnesota, 1994.
Ritnalimcwn, simbolización y tramitación de la muerte / 191

podríamos decir que sólo la posibilidad de elaborar esos duelos arrebata-


dos le permitirá a la sociedad colombiana saldar las cuentas con ese pa-
sado violento, resignificarlo y darle cabida a un nuevo pacto social donde
la violencia no sea el eje estructurante o desestructurante de la vida so-
cial, como lo ha sido en su pasado y en su presente. Mientras esto no se
logre, la violencia seguirá llegando cada cierto tiempo con "nuevos ropa-
jes" a mostrar esa herida abierta, que no cierra sin un proceso de elabo-
ración, sin una adecuada simbolización o tramitación de la muerte y de la
violencia.
Ese 'retorno' de la violencia "habla de lo que aún no halla una repre-
sentación que permita inscribir el acto criminal en un registro posible de
representación y tramitación de la muerte", ' que, en términos de Pécaut
14

—menos psicoanalíticos—, no es más que la posibilidad de inscribir el


dolor y la experiencia de violencia en "un relato colectivo que le dé sen-
tido". 144

El duelo
Para iniciar, partamos de una definición del duelo dada por dos psicoana-
listas argentinas con base en la concepción freudiana.
El duelo es una reacción afectiva que se produce ante la muerte de un ser querido,
su pérdida real, e incluye tanto el afecto penoso del dolor y sus expresiones, que
surge del examen de realidad y que le permite al sujeto acceder a la certeza de la
muerte, como los ritos sociales funerarios, que es el modo en que lo público está
presente en el duelo. M5

Para poder elaborar el duelo el sujeto necesita enterrar a sus muertos


con el fin de satisfacer eso que se llama "la memoria del muerto". Par-
tiendo de esta consideración, las autoras hacen un análisis muy intere-
sante sobre la imposibilidad de elaboración del duelo en el caso de los
desaparecidos. Aun cuando referido siempre al caso argentino, algunas
de sus consideraciones sobre este proceso y la condición misma del des-
aparecido en el caso colombiano, permiten extraer algunas de estas re-
flexiones.
Este trabajo ayuda a entender los procesos bastante complejos pero

143 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, "De la escena pública a la tramitación íntima del duelo".
144 Daniel Pécaut, "fosado, presente y futuro de la violencia", Análisis Milico N.°30, lepri,Universidad
Nacional, Bogotá, ene.-abr., 1997, pp. 3-36.
145 F. Rousseaux y L. Sama Cruz, Op. cit.
1 9 2 / Muertes violentas

necesarios que supone (y exige) esta elaboración en los sujetos, tanto en


el plano individual como en el colectivo, ante la pérdida real de los
seres queridos. Sin embargo, su mérito consiste en que más allá de la
elaboración psicoanalítica (por lo demás bastante compleja de estos
procesos y que por lo general se agota en la clínica, es decir, en casos
individuales), las autoras introducen en el análisis un elemento para
nosotros fundamental, cual es la necesidad del registro público de un
acontecimiento considerado siempre individual y privado, para mos-
trar cómo "esa inscripción pública es condición misma del proceso de
elaboración subjetiva del duelo". Y se halla en los ritos, pero también
146

en otro tipo de actos públicos y colectivos. Sin ese referente simbólico


de lo público el sujeto individualmente considerado no logra procesos
efectivos de elaboración. Las autoras lo ilustran, para el caso argentino,
con las Rondas de las Madres de la Plaza de Mayo y la prescripción
jurídica de aceptación de la categoría de "desaparecido", que no es más
que la sanción legal (léase: el reconocimiento social) de esa condición,
con los homenajes, las placas recordatorias y los reclamos de justicia,
todas las manifestaciones que logran, pues, una inscripción y un regis-
tro públicos. El trabajo de elaboración "del duelo requiere de una no-
minación que es un acto simbólico, un acto de nombramiento que
instaura un sentido". 147

La categoría de "desaparecido" como construcción social ha conse-


guido mantener viva la memoria y la demanda de justicia, y persiste por-
que sigue sin encontrar una significación que alcance a cubrir la herida
que se abrió en el corpus social. Y ese retorno habla "de lo que aún no
halla una representación que permita inscribir el acto criminal en un
registro posible de representación y tramitación de la muerte". 148

El culto a los muertos responde, entonces, a la necesidad de contener


el caos que surgiría si las relaciones entre los vivos y los muertos no fue-
ran organizadas y simbolizadas. Es también un mecanismo para enfren-
tar las experiencias traumáticas ligadas a la muerte: "La elaboración del
duelo permite al individuo darles sentido a sus experiencias traumáticas
y recrear sus recuerdos de forma que le permitan vivir y continuar su
accionar. Es el mismo papel que cumple la elaboración del duelo a nivel
de las sociedades o los grupos humanos". 140

146 lbid.
147 lbid.
148 lbid.
149 Pilar Riaño, "La piel de la memoria. Barrio Antioquia: pasado, presente y futuro". Nova &
Velera, N.° 36, Bogotá, Esap, pp. 79-85.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/

La tramitación del dolor en el caso colombiano


En el caso colombiano, y pese a la poca reflexión sobre la muerte que ya
hemos mencionado, algunos trabajos que se acercaron al problema de la
violencia desde el dolor y el drama humano que ella supone, se toparon
con el problema del duelo y su importancia en el terreno social. Sin em-
bargo, expresan que lo que hay frente a la violencia es una profunda
herida y que es esencial la elaboración de esos duelos. Pilar Riaño, por
ejemplo, se interroga por las identidades juveniles atravesadas por la
muerte y deja ver la necesidad de elaboración de esas pérdidas. Dice:
[...] las heridas y marcas que la violencia y la muerte han dejado en la comunidad no
han tenido espacios para su elaboración o procesamiento [...] Su propósito resonaba
a todo lo largo y ancho de una ciudad donde la memoria se reverencia, donde las
pérdidas también son parte de la historia colectiva, donde la necesidad de elaborar
los duelos se hace una tarea urgente.' 50

De la misma manera, si esas pérdidas no se elaboran, entonces


El dolor individual y colectivo acerca de experiencias pasadas que no es "elaborado"
termina manifestándose a través de pesadillas, desórdenes mentales, odios y actos
de venganza [...]. Así como la no elaboración del duelo a escala individual puede
tener repercusiones sociales, psicológicas y emocionales, a nivel grupal las conse-
cuencias pueden alimentar angustias, impotencia o rabias colectivas que al carecer
de medios de expresión terminan canalizándose o en la memoria repetitiva y no
procesada de la venganza, en la internalización del odio y/o en la construcción de
ideologías del exterminio o en la autodestrucción. 151

La pregunta que nos hacíamos era si la sociedad colombiana lograba


ante todas esas muertes violentas tramitar su dolor o si, por el contrario, el
carácter violento de esas muertes dificultaba su elaboración. Si la res-
puesta era la primera opción, las dudas que surgían eran, entonces, acer-
ca de cuáles eran los mecanismos mediante los cuales la sociedad y los
sujetos estaban elaborando este exceso de muerte, tal vez tramitando su
dolor, de qué manera, o a partir de qué procesos. Si la respuesta era la
segunda opción, cuáles serían, entonces, los efectos sociales de esa no
elaboración. A diferencia de la muerte natural, qué podía incidir en la

150 Ibid., pp. 84-85.


151 lbid.
1 9 4 / Muertes violentas

escasa capacidad 'tranquilizadora' o simbólica del duelo normal, o en la


franca imposibilidad de elaborar el duelo, y de qué manera y en qué
medida esas formas de simbolización de la muerte que encontramos re-
presentaban una elaboración acabada y con la suficiente 'eficacia simbó-
lica' para la tramitación del dolor.
La primera razón para estos interrogantes es que la muerte violenta
es repentina, llega casi sin avisar. En esa medida, todos los procesos que
podrían servir de 'antesala' y de preparación a la ausencia y a la pérdida
—como en el caso de una muerte por enfermedad, prevista, esperada— le
son arrebatados al doliente. Este aspecto no parece ser sólo una caracte-
rística circunstancial de la muerte violenta, también insinúa efectos signi-
ficativos en el plano de la elaboración individual y social: la culpa se
agrava, los victimarios se buscan, se genera venganza, son rasgos que la
muerte natural no tiene y que van más allá del dolor inicial, e inhiben la
elaboración y reproducen, sin duda, la violencia. Si estos son los efectos
de la muerte violenta, entonces la retaliación y la venganza serán la con-
secuencia obligada de este predominio en el país.
Los ritos y las prácticas funerarias, las conmemoraciones, el recuerdo,
todos ellos son, de alguna manera, "formas de reinstalar el sufrimiento de
otros en la esfera pública", que permiten elaborar un registro colectivo
152

de representación y tramitación del dolor. Sin embargo, una mayor cerca-


nía al fenómeno deja ver que no todas las formas de muerte violenta que
encontramos hacen posible esta tramitación de la muerte; algunas de ellas
permiten cierta simbolización que, sin embargo, no es suficiente para al-
canzar una eficacia simbólica capaz de sanar y cerrar las heridas.
Muertos "formalmente enterrados pero realmente insepultos" 153

Si tomamos como base la contextualización de las muertes desarrollada


en la segunda parte —sobre la escenificación de la muerte— y la pone-
mos en relación con los procesos y formas necesarios de elaboración sim-
bólica, podemos decir que algunas de estas formas de ejecución de la
muerte dificultan un proceso de elaboración simbólica desde el mismo
momento del acto, desde su ejecución.
La masacre, por ejemplo, en muchos de los casos con el descuarti-
zamiento de los cuerpos, no deja ni siquiera un cuerpo para sepultar.

152 M. V. Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 286. Esta afirmación, por lo demás funda-
mental en el país hoy frente a tanto dolor y tanta muerte, la hace la autora a partir de las
consideraciones de Doris Salcedo respecto del arte con relación a la violencia.
153 Luis Carlos Restrepo, "Prólogo", en: Orlando Mejía, La muelle y sus símbolos. Muerte, tecnocracia
y posmodernidad, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1999.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/

Otras veces es la existencia del cuerpo insepulto, la gente huye sin poder
hacer una sepultura. En el caso afortunado de poder enterrar a sus muer-
tos, las sepulturas quedan abandonadas y el lugar del duelo se reduce a
una especie de "no-lugar", donde no es posible la práctica del recuerdo
por la dificultad para regresar a hacer presencia ante esa tumba.
En el caso de la desaparición, lo que imposibilita la elaboración del
duelo desde el acto mismo es la inexistencia de un cuerpo para sepultar
(no hay cadáver) y, adicionalmente, sitúa al doliente en un lugar incier-
to (no hay cuerpo ni vivo ni muerto), que deja en suspenso el momento
del duelo.
Igual sucede con las muertes anónimas, esa gran cantidad de muertes
que se producen en el país y en las que ni siquiera se llega a saber de
quién se trata. ¿Dónde construir una tumba? ¿Con qué nombre? ¿Cómo
elaborar esas pérdidas?
Otra de las características de la muerte violenta que más parece hacer
inviable el duelo es la del desconocimiento absoluto de las causas o de las
circunstancias de esa muerte. Este vacío produce en los seres vivos esta
134

imposibilidad y ese vacío es resignificado desde una ausencia difícil de


llenar, creando un "agujero en la existencia". 155

Desde esta perspectiva, en la que no parece lograrse efectivos y eficaces


procesos de simbolización de la muerte, somos una sociedad enfrentada a
la presencia de innumerables muertos, algunos de ellos formalmente ente-
rrados pero realmente insepultos, como alguna vez lo señaló Luis Carlos
Restrepo.
Pero hay otras muertes donde al parecer existe la posibilidad de ela-
borar esos duelos, en este terreno de la ritualización. Se trata de los ase-
sinatos de personajes. La necesidad de elaborar esos duelos es pública, más
allá de los procesos psíquicos individuales al interior de sus familias, dado
el prestigio social o reconocimiento público de las víctimas y su repre-
sentatividad. Las conmemoraciones, el entierro, las 'marchas' de protes-
ta y de rechazo son un registro público que en medio del dolor le da
sentido a la muerte y permite su tramitación, aunque sea parcialmente.
Estos actos han sido una alternativa de ritualizar muchos de los asesi-
natos políticos actuales, pues, aunque el duelo en sus efectos psíquicos es
un proceso privado, requiere para elaborarse de una inscripción públi-
ca. Y es lo que parece lograrse —insuficiente aún— en el caso de estos
150

asesinatos, cuya posibilidad de simbolización está dada en la significa-


ción y el registro públicos de los muertos. Una muestra de ello es lo que

154 O. Useche, "Coordenadas para trazar un mapa de la violencia", Op. cit., p. 12.
155 F. Rousseaux y L. Santa Cruz, Op. cit.
156 Ibid.
1 9 6 / Muertes violentas

se ha presentado en el país con muchos de estos asesinatos, un ejemplo


reciente fue la "velación pública" del periodista Jaime Garzón, en plena
Plaza de Bolívar de Bogotá.
Recordemos que el duelo es también, " [...] un proceso que tiene lu-
gar en la esfera de lo individual pero además en lo social y cultural. A
través de rituales (religiosos, familiares), eventos colectivos (marchas, fu-
nerales), espacios lúdicos (fiestas, carnavales) o conmemoraciones (mo-
numentos) los grupos humanos enfrentan sus experiencias dolorosas y
resignifican sus vivencias de pérdida y trauma". 157

Otra manera de ritualización de la muerte que hemos encontrado es


la modalidad que llamamos la muerte joven. En ella todos los procesos de
ritualización que los jóvenes han desarrollado frente a sus amigos o her-
manos muertos les han permitido exorcizar o conjurar la muerte y el
dolor. Cabe, entonces, preguntarse si ellos han contribuido al cambio de
actitud frente a la muerte en los jóvenes de los años recientes, con rela-
ción a la actitud asumida por los jóvenes en años anteriores.
El acto de "ponerle palabras" a la muerte
Más allá de los ritos y las prácticas funerarias propiamente dichas, la
palabra, el símbolo por excelencia del homo sapiens, es otro de los meca-
nismos a través de los cuales las sociedades buscan la simbolización de
la muerte. Por esa razón nos interesaba interrogar las formas narrati-
vas, maneras de nombrarla y de narrarla, el lugar de la palabra en
relación con la muerte. En este terreno, los testimonios y los medios de
comunicación, los textos literarios y musicales fueron herramientas de enor-
me valor.
Los testimonios permitieron identificar maneras de nombrar la muer-
te, actitudes frente a ella expresadas en el lenguaje y, sin duda, muchos
efectos de su presencia en la cotidianidad. Con respecto a los medios de
comunicación y más allá de las críticas que se les puede hacer ellos son,
sin duda, formas de representación social, maneras de decir, contar realida-
des y narrar, en un lenguaje específico y con un discurso que da cuenta de
muchas de las representaciones sociales que circulan en la sociedad. Va-
mos a sugerir algunos elementos interpretativos en esta dirección, aun-
que teniendo presente que es necesario un análisis más profundo con
participación de comunicadores y analistas de medios en el país.
Con este objetivo hicimos un ejercicio interpretativo con la publica-

157 P. Riaño, "La piel de la memoria", p. 83.


Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte / 19 /

ción de la revista Semana, que es bastante significativo de diferentes as-


pectos abordados por esta investigación:
a) El espacio concedido en la publicación al tema de la muerte que de
alguna manera se correspondería con el exceso de muertes violentas en
el país.
b) La topografía de la muerte, que también se deja ver en la publica-
ción, al mostrar cómo los "lugares" de los asesinatos tienden a convertir-
se en referentes en la memoria y el recuerdo.
c) La omnipresencia de la muerte en las imágenes, y en las palabras.
Un ejemplo ilustrativo muy sintomático de lo que por momentos se
vuelve una imposibilidad de la palabra como mecanismo simbólico, es to-
mado de un informe de la misma revista:
Con el asesinato de Luis Carlos Galán muchos se preguntan cómo llegamos a esto.
Cuando mataron a Rodrigo Lara Bonilla la redacción de Semana escogió como títu-
lo de carátula "Muerte anunciada". Cuando asesinaron a Guillermo Cano el enca-
bezado fue "¡De pie!". Cuando le llegó el turno a Jaime Pardo el título fue "Al país se
lo llevó el diablo", y cuando José Antequera cayó y Ernesto Samper fue herido las
palabras escogidas fueron "Carajo, no más". El viernes 18 de agosto, a las 11:30 de
la noche, cuando tocaba tomar la decisión sobre el encabezado de la carátula del
asesinato de Luis Carlos Galán los mismos periodistas no pudieron encontrar palabras.
Había un sentimiento de frustración que no se podía expresar. Por lo tanto se deci-
dió publicar sobre la foto del líder desaparecido su nombre y las fechas de nacimien-
to y muerte. 158

La memoria
A través de los recuerdos el hombre no hace más que reconstruir el pasado
a partir del presente
Maurice Halbwachs

Asociado al duelo se halla presente otro mecanismo frente a la muerte: la


memoria. El individuo no estájamás solo cuando recuerda, dice Déchaux,
para significar que la memoria es un proceso social, pues, es en tanto
miembro de un grupo social que el individuo recuerda. ' Los grupos 15 1

158 Semana, N.° 381, 22-28 de agosto de 1989.


159 J .-H. Déchaux, Le souvenir des morís. Essais sur le lien de filiation, p. 12.
1 9 8 / Muertes violentas

dentro de los cuales cada uno es llevado a vivir sirven de soportes, o


mejor, de "marcos a la memoria". Por el contrario, la amnesia o el
160

olvido de un período de la vida significa perder el contacto con aquellos


que'lo rodeaban entonces.
Lo propio de toda memoria es ser simbólica, es decir, operar por
medio de símbolos, ella expresa un estado del espíritu, una situación,
una relación, una pertenencia o incluso una esencia inherente al gru-
po. La memoria es ella misma un universo simbólico.
161

La memoria a los muertos


Cada asesinato aleve, cada masacre,
deberían ser compensadas
con un monumento, una obra de arte, una palabra
o un poema que mantuvieran viva la memoria sobre esas fuerzas
que quisieron aplastar una vida
Luis Carlos Restrepo

Cada objeto, cada amigo, cada odio o cada amor son mezcla imbricada de presente y
memoria, de carnalidad y recuerdo, de vida y muerte que se perpetúan en la trama
de los símbolos
Luis Carlos Restrepo

¿Cómo acordarse para olvidar?


F. Traboulsi

¿Cómo y por qué se recuerda? Es una pregunta que deben responder la


psicología, la sociología y la filosofía desde los aspectos cognitivos y afectivos
del ser. Pero cómo y por qué se recuerda a los muertos, sobre todo a
quienes han sido víctimas de la violencia, tiene otras implicaciones que
pueden ser pensadas desde otras ciencias.
El recuerdo a los muertos es una parte fundamental de la memoria
colectiva de una sociedad, y al estudiar la manera como los sujetos re-
cuerdan a sus muertos es posible identificar el simbolismo de la filiación,

160 Maurice Halbwachs, Les cadres sociaux de la mémoire, París, Albin Michel, 1925.
161 J.-H. Déchaux, Op. cit., p. 18.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/

el parentesco y la consanguinidad, en una palabra, de la pertenencia de


los sujetos y de las sociedades. 162

Su expresión más universal es la conmemoración del día de los muer-


tos, fiesta que no es más que una celebración ritualizada de la memoria
de los difuntos. Si toda memoria es simbólica, entonces el simbolismo
que porta el recuerdo de los muertos da acceso, dice Déchaux, a un ima-
ginario de la memoria de los muertos. Es preciso saber cuáles son las
razones que empujan al individuo a no olvidarse de los muertos. Tal vez
recordamos para transmitir, o para sostener un deseo de continuidad.
No sabemos en qué medida recordar a los muertos exprese una forma de
pertenencia, ni su significación en términos sociales. ¿Por qué, pues, y
cómo recordamos a nuestros muertos?
Históricamente, la irrupción de la muerte es percibida como mani-
festación de un desorden. Los ritos son, entonces, una respuesta al des-
orden. A través de los ritos, y la comunicación social que les subyace, los
sujetos regeneran y reafirman simbólicamente el orden social, y es esta
condición la que atenúa la pena de los dolientes, pues los ritos hacen la
muerte aceptable. Con ellos los muertos no salen totalmente de la esfera
de los intercambios simbólicos de los vivos, y responden al deseo 'angus-
tioso' de localizarlos. Sin ritual, los muertos llegarían a ser amenazantes,
la no realización del rito o su fracaso engendran los muertos 'persecutores',
es decir, las malas muertes. ' 16

El culto a los muertos es la base de la perpetuación en la memoria de


esas historias compartidas, es la manera de re-crear esas ausencias, de
reubicar a quienes por un momento al menos cambian su naturaleza: los
muertos quedan vivos en la memoria y el recuerdo de los sobrevivientes.
Los muertos en la memoria colectiva
Uno de estos aspectos que nos interesaba mirar del culto o el rito a los
muertos era el que tenía que ver con la(s) memoria(s) individual(es) y
colectiva(s). La literatura sobre memoria colectiva asigna, en efecto, un
papel preponderante al recuerdo de los muertos. 164

162 Ibid., p.15.


163 Ibid., p. 35. Según el autor estas malas muertes vendrían a sumarse a aquellas muertes para
quienes todo manejo y dominio ritual es imposible en razón del horror imborrable de su deceso. Por ejem-
plo la muelle violenta.
164 El recuerdo a los muertos no es siempre una práctica consentida en la sociedad. Por momentos
es tortura, como lo plantea L.-V. Thomas: "para el hombre moderno los muertos no están jamás
en su sitio, siguen obsesionando el inconsciente de los vivos que tratan de olvidarlos y el
2 0 0 / Muertes violentas

Tres investigadores de reconocido prestigio en el país desde diferen-


tes perspectivas se han preguntado por el problema de la violencia y la
muerte en la memoria colectiva de la sociedad. Gonzalo Sánchez, por
ejemplo, desde la reflexión por la continuidad o no de la violencia que
remitiría, en última instancia, a su presencia en la memoria colectiva de
la sociedad, decía en un seminario acerca de la pregunta por la memo-
165

ria teñida de violencia:


Vean, pues, ustedes: por más que hubiéramos querido evitarlo, en este país el tema
de la memoria está indisociablemente ligado al de la guerra [...] Hay una memoria recono-
cida como celebración y exaltación del pasado, la de los monumentos, los mauso-
leos, los afiches, los templos y las conmemoraciones, pero hay también otra que sólo
reconocemos como trauma, como duelo, como desagravio, memoria de ausencias,
de vacíos. Es el duelo suspendido por el desaparecido o el secuestrado, el duelo no
consumado por los cadáveres insepultos, la memoria mutilada del desplazado al
que le arrebatan su pasado, el sentido de su experiencia personal y su pertenencia
colectiva para irse arrojado a un no-lugar en el cual no puede dejar adivinar su
identidad, y su historia. 166

Por su parte, Daniel Pécaut interroga este aspecto en la presencia


reiterada de la violencia de los años cincuenta en los testimonios de
algunas víctimas de la violencia actual. Aunque Pécaut se ha resistido a
aceptar la continuidad entre ambas violencias, reconoce la presencia de
dicha continuidad al menos en el imaginario de las víctimas. "No se
p u e d e desestimar —dice— la convicción de la mayoría de los colombia-
nos de que existen también continuidades". Insiste, además, en la au-
167

sencia de una narrativa común que pueda en el terreno simbólico


resignificar ese pasado, asumiendo de él su parte "vergonzosa". Dice
Pécaut:
Colombia paga actualmente un precio por la manera como sus élites pretendie-
ron arreglar el problema de la violencia de los años cincuenta. La transacción del

rechazo al diálogo hace a los difuntos más crueles y sobre todo más presentes". Véase L.-V.
Thomas, Antropología de la muerte, París, FCE, 1975, pp. 7-18.
165 Gonzalo Sánchez, Gitena y política en la sociedad colombiana, Bogotá, El Ancora, 1991.
166 íd., "Museo, memoria y nación", en: Memorias del simposio internacional y IV cátedra anual de histo-
ria Ernesto Restrepo Tirado, noviembre de 1999, Bogotá, Museo Nacional de Colombia, Ministe-
rio de Cultura, PNUD, Iepri, Icanh, 2000, pp. 22-29 (los resaltados son nuestros).
167 Daniel Pécaut, "Estrategias de paz en un contexto de diversidad de actores y factores de violen-
cia", en: Francisco Leal, ed., Los laberintos de la guerra, Bogotá, Tercer Mundo, Universidad d e
los Andes, 1999.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/

Frente Nacional fue a la par con la negación radical de la responsabilidad de estas


élites ante lo que acababa de pasar. Así lo demuestran las reacciones violentas ante
la publicación del libro de M. G. Guzmán, O. Fals Borda, y E. Umaña como el
rechazo a tomar en cuenta la humillación de las clases populares [...] es hora de
que la memoria y el imaginario de la violencia cedan el paso a la constitución de
una historia colectiva en la que puedan ellos tener lugar. A todos los países les
llega tarde o temprano el problema de afrontar la parte "vergonzosa" de su "pasa-
do que no pasa" (E. Conan, Y. Rousso, Vicky, un passé qui ne passe pas, París, Fayard,
1994) y se puede constatar que las manifestaciones simbólicas de arrepentimiento
están por todas partes a la orden del día. La Colombia oficial no lo ha hecho
todavía [...] Es un juego en el terreno de lo simbólico. Pero la democracia supone
tales actos simbólicos. 168

Debemos concluir, entonces, que es preciso escribir colectivamente


una versión de ese pasado y comenzar así una lectura del presente. Es lo
que, desde la literatura, decía Roberto Burgos Cantor, refiriéndose a las
ciudades colombianas que no dicen mucho a la memoria. No resuelven la
nostalgia, y su origen se parece a su propia deformidad y refleja la mez-
quina idea de lo público que hemos tenido. Como estamos insatisfechos
con nuestro pasado preferimos arrasar su sobrevivencia que asumir los
costos de captar, corregir y expiar vergüenzas. 169

Un tercer investigador que se ha interrogado en este sentido es Car-


los Mario Perea, quien analiza el hecho de que la sociedad colombiana no
haya podido reciclar la violencia y darle otro sentido, resimbolizar la vio-
lencia. A diferencia de muchos otros países donde la violencia se resignifica
en rituales-espectáculo en los que exponen a los muertos o levantan efigies
a los héroes, y hacen público el sufrimiento convirtiéndolo en danza ri-
tual-festiva, el dolor se recicla, se celebra y se entierra, mientras
en Colombia el lugar simbólico de la violencia es otro. Ella no se entierra, no se
recicla, sino que permanece hasta los días presentes cimentando el orden político:
ningún discurso ha podido prescindir de su mención. V a pesar de su permanente
presencia no se presta a la simbolización de algún acto del origen a partir del cual se
pueda simbolizar un momento de ruptura con el acontecer nacional. íCómo dar
cuenta de una omnímoda violencia que no logra ser re-simbolizada? " 17

Los interrogantes profundos y aún sin respuesta satisfactoria de estos

168 Ibid., p. 216.


169 Roberto Burgos Cantor, "La ciudad revisitada", Magazín Dominical, N.° 806, El Espectador, Bo-
gotá, 25 de octubre de 1998.
170 Carlos Mario Perea. Porque la sangre es espíritu, Bogotá. Aguilar, lepri, 1996.
2 0 2 / Muertes violentas

tres autores, y el libro de Jean-Hugues Déchaux, Le souvenir des morts,


nos han permitido ahondar un poco en una reflexión que, sin embargo,
sabemos requiere un análisis con mucha más profundidad del que pode-
mos desarrollar ahora.
Este trabajo del antropólogo francés responde a una inquietud nues-
tra forjada en las visitas a los cementerios, que en el culto y en la prác-
tica de visitar a los muertos parecía 'alimentarse' más el 'vivo' que el
muerto. En efecto, hacerlo garantiza la 'continuidad' de la existencia.
Es una prueba de inmortalidad en la que la sociedad necesita creer, más
allá del recuerdo y más allá del muerto mismo y su significación, en lo
que la memoria a los muertos significa en términos de continuidad de
la existencia. 171

El dolor en la memoria
Sólo lo que duele permanece en la memoria
J. B. Metz

Si bien nos parece muy bella la aproximación que desde el arte hace
Doris Salcedo, refiriéndose a lo que ella llama "una memoria del dolor",
que haría falta en el país "como otro fenómeno a operar en la memoria
con tanta muerte", y desde donde el arte podría intervenir, en tanto es
172

"en ese momento que la memoria se colectiviza y es precisamente allí que


el arte puede aportar elementos que se le escapan al discurso", para 173

nosotros, en Colombia sí existe una memoria del dolor. Lo que Karina


Perelli llama una memoria de sangre, pero frente a la cual, y por efecto
mismo de ese dolor, lo que se impone es el olvido. Olvido que parecería
inscribirse, según Veena Das, en el hecho de que "una sociedad debe
ocultarse a sí misma el sufrimiento que se impone a los individuos como

171 J.-H. Déchaux, Le souvenir des moiis. Essais sitr le lien de filiation. La estructura misma del libro
deja ver una forma de relación con la memoria y sus implicaciones. Está dividido en tres partes,
muy significativas en términos teóricos: "conmemorar", "acordarse", "afiliarse" (o pertenecer).
Deja ver la relación entre muerte y memorias colectivas y la significación que tendrían los
muertos para la construcción de esas memorias, pues el recuerdo de los muertos es el mecanismo
por excelencia de construcción de las memorias colectivas en cualquier sociedad.
172 Karina Perelli, Op. cit.
173 Entrevista del antropólogo Santiago Villaveces con la artista Doris Salcedo y publicada en: Ma-
ría Victoria Uribe, "Desde los márgenes de la cultura", p. 285.
Ritualización, simbolización y tramitación de la muerte /19/

precio de la pertenencia". Esta autora viene planteándose el problema


174

del sufrimiento desde la sociología y la antropología. En efecto, aunque


no había sido un fenómeno que abordaran las ciencias sociales, reciente-
mente empieza a abrirse paso en la reflexión teórica el problema del
sufrimiento. Esta reflexión deja ver que el dolor y el sufrimiento no sur-
gen, así no más, de las contingencias de la vida, también pueden ser
experiencias creadas y distribuidas de forma activa por el propio orden
social. El sufrimiento tiene una doble naturaleza: a) su capacidad para
moldear a los seres humanos como miembros morales de una sociedad, y
b) su malignidad, revelada en el dolor que se inflige a los individuos en
nombre de los grandes proyectos de la sociedad. 175

Pero si lo que hay en la memoria de la sociedad es dolor y sangre,


heridas abiertas de un pasado "vergonzoso" y no reconocido, no asumido
en términos sociales, es necesario rescatar del olvido nuestros muertos y
significar su ausencia desde un lugar distinto a la violencia.

Rescatar nombres e historizar ausencias


Es pues inhumana la propuesta de olvidar
J . B. M e t z

El llamado entonces a cerrar heridas y a cerrar filas en torno a nuestros


muertos (de la violencia) tiene espacios y tiempos, supone un trabajo de
elaboración colectiva que recupere la memoria. Sobre este particular
retomamos algunas reflexiones que resultan bien logradas. Se trata de un
artículo donde la autora Beatriz Restrepo, apoyada en el trabajo del filó-
sofo alemán Johannes Baptist Metz, hace un llamado a la sociedad con-
tra el debilitamiento de la memoria colectiva e intenta encontrarle un
sentido a estas muertes. Dice:
Este texto quiere, a n t e el debilitamiento d e la m e m o r i a colectiva y la f r a g i l i d a d d e
los r e c u e r d o s , d e c i r u n a palabra a favor d e n u e s t r o s m u e r t o s y d e s a p a r e c i d o s , los
miles d e h o m b r e s , m u j e r e s y niños víctimas d e m u e r t e s i n e s p e r a d a s e inexplicables,
individuales o colectivas, a n ó n i m a s e insensatas y r e c l a m a r p a r a ellos la justicia a la

174 Veena Das, "Souffrances, théodicées, pratiques disciplinaires, récupérations", Revue lyüemationale
des Sciences Sociales, N.o 154, Unesco, Paris, die., 1997. Aun cuando, como lo señala la autora, las
ciencias sociales corren el peligro de imitar el silencio que la sociedad mantiene frente a ese
sufrimiento.
175 Ibíd., p. 612.
204 / Muertes VÍOUTUOS

que tienen derecho; que les dé satisfacción y dote de sentido su muerte al reconocerla
no sólo como un hecho siniestro e inmerecido, sino también como un símbolo cuyo
significado nos toca desentrañar a nosotros los vivos." 6

Sumando la razón a la historia y la memoria, Metz, según la autora,


desarrolla su argumentación contra la racionalidad moderna "muda e
impotente frente al sufrimiento" y sin cabida para las "víctimas de la
historia". Propone entonces una razón que no olvide. La memoria sería
para Metz la mediación entre razón e historia, pues sin la memoria del
sufrimiento el futuro deviene cada vez más frágil, sin el recuerdo de la
injusticia ésta se repite en el presente. La memoria es el recuerdo moral
del sufrimiento ajeno.
La tarea es, entonces, construir una cultura del recuerdo hecha de soli-
daridad; construir una cultura de la memoria que mantenga vivo el re-
cuerdo de tantos muertos víctimas de la violencia, como acontecimiento
histórico, tal vez el más importante y significativo de nuestra historia
como Nación, "[...] sólo en el marco de una cultura de la memoria podre-
mos recuperar del olvido a tantas víctimas inocentes para hacer de su
muerte un acontecimiento histórico". 177

Pero, y en este punto es muy aguda la autora, nosotros [los colom-


bianos] no hemos comprendido la fuerza política de la memoria del
sufrimiento, hemos desperdiciado su potencial al reducir al ámbito de
lo privado —del duelo personal— lo que debiera ser piedra de escándalo
colectivo —de duelo público—. Hemos sido avaros en símbolos de vida
colectiva para conjurar y derrotar el olvido. Es la tarea que en otros tér-
minos señalaba Gonzalo Sánchez, al decir: "lo que viene tiene que ser,
pues, una perspectiva reparadora del pasado cuya materialización, por
supuesto [...] debe asumirse como tarea colectiva". 178

176 Beatriz Restrepo, "Justicia a los muertos (o un alegato a favor del recuerdo moral)", El Colombia-
no, 26 de noviembre de 2000.
177 Ibíd., p. 8.
178 G. Sánchez, Op. cit., p. 29.
Conclusión

En la página 626 de su obra Antropología de la muerte dice Thomas: "Nuestro


trabajo queda inconcluso. Tanto por los dominios que abarcó el análisis
como por la insuficiencia de éste, este libro no agotó todas las dimensio-
nes de su tema y ni siquiera nos dio una explicación suficiente. En tales
condiciones —se pregunta— ¿para qué puede servir una conclusión?".
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índice analítico

A musicales, 187
Acción(es) narcotráfico, del, 82
representación de la, 19
social, xvi, 12, 45
terroristas, 27 Cadáver(es), xv, xvii, xxii, xxviii, 6,
violentas, 4, 7, 9, 59 32-37, 46-49, 59, 72, 98, 102, 107,
Análisis 108, 117-119, 124-126, 129, 150, 151,
cultural, 6, 12, 16, 17 167-169, 195, 200
interpretativos, 18 identificación de los, 118
social, 15 v. t. Antropología forense;
Antropología, xv-xviii, xx, xxiv, xxvii, 6, Identidad
10, 16, 20, 30, 33, 34, 37, 41, 47, 48. mutilación de los, 55, 110
57, 66, 98. 100, 101, 123-126, 146, significaciones del, 47, 48
147, 156, 200, 203 v. t. Cuerpo(s)
forense, xx. 33-35, 37 Carnaval n. Fiesta
social, xxiv Cementerio(s), xv, xxiii, xxvi, 32, 67, 69.
Armas, producción de, 13 85, 91, 98-100, 102, 103, 110, 116,
Arte 125, 129-138, 140-146, 162, 188, 202
autonomía del, 156 Central, 133, 134, 144
característico, 157 San Pedro, 98, 99, 130-133, 135,
colombiano, 149, 158, 172 136, 140
historia del, 149, 158, 159 Universal, 109, 130
Asesinato(s), xxi, 3, 7, 18, 27, 40, 61-63, v. t. Memoria, lugar(es) de
65, 67-71, 84, 87, 99, 108, 114, 116, Ciencia(s)
162, 166, 175, 179, 195, 197, 198 experimentales, 19
limpio, 7 interpretativa, 19
político, 62 sociales, xvii, 33, 203
selectivo, xxi, 27, 62, 99, 116 Ciudad
v. t. Limpieza social; Magnicidios miedo, del, 97
serie, en, 41, 71 real, 97
Autodefensa v. Paramilitares significación de la, 95
soñada, 97
B v. t. Conflicto(s), urbano(s);
Bandas Violencia(s), urbana(s)
delincuencia común, de, 80, 81 Civilización
juveniles, 81, 103 barbarie, y, 13
fe en la, 13
246 / Muertes violentas

:omunidad(es), 6, 28, 29, 31, 34, 42, 56, entramados de la, 84, 85
96, 126, 193 muerte, de la, 10-12, 59, 87, 184
política, 29-31 política y, 19, 28, 30
' legitimidad de la, 31 recuerdo, del, 204
Donflicto(s), xix, xxi, xxii, 6, 7, 12-14, 18, teoría simbólica de la, 11
21, 27-29, 32-35, 37, 39, 40, 51, 52, violencia, de la, 10, 11
54, 58, 64, 74-77, 79, 82, 83, 86, 108, violencia, y v. Violencia(s), cultura y
115, 141, 189
armado, xx, xxii, 6, 21, 29, 32-35, 37, 64
degradación del, 36, 54 Delincuencia, 71, 73, 80-82, 184, 187
étnicos, 51 común, 80, 81
político, xxi, 14, 18, 27, 82, 85 juvenil, 81
protagonistas del, 76, 104 Derecho Internacional Humanitario v.
v. t. Ejército; Guerrilla(s): DIH
Narcotráfico; Paramilitares Derechos Humanos, 40, 41, 43, 49, 52,
urbano(s), xix, 74 62, 113, 114, 117
v. t. Guerra(s) defensores de, 108, 115
Crueldad, 9, 33, 39, 41, 48-52, 58, 176 Desaparecido(s), xxii, 21, 34, 36, 50, 102,
proximidad, de, 51, 52 111, 114, 117-120, 128, 191, 192, 195,
Cubismo, 154 197, 200, 203
Cuerpo(s), xvii, xxi, xxvii, 4, 7, 8, 29, 32, categoría de, 192
34-38, 41, 43, 44-51, 53, 55, 57-59, 61, Desaparición v. Desaparecido(s)
83, 88, 89, 94, 96, 97, 99, 103, 105, Descripción
106, 109, 110, 118, 124, 125, 141, densa, xxiv, 19
149-153, 155, 164, 168, 169, 190, superficial, xxiv
194, 195 Desmesura v. Exceso
fragmentados, 47 Diagnóstico, 19, 37
horror sobre los, 43 DIH, 33, 34, 37, 38
identidad, sin, 110 Divulgación, xxiv-xxvii, 5
muerto, 8, 44, 47, 125, 150, 152 Dolor, xvii, xxiii, 9, 32, 33, 38, 39, 46, 48,
significaciones del, 47 52, 63, 64, 66-68, 96, 100, 118, 119,
uso semiológico del, 44 123, 125, 127, 128, 132, 133, 147-150,
usos sociales del, 45 155, 156, 158, 159, 164, 167, 178, 181,
violencia sobre el, 46 182, 185, 190, 191, 193-196, 201-203
v. t. Cadáver(es) codificación del, 121, 126
Culto(s) geografía del, 96
funerario(s), 74 Duelo, xxiii, 33, 34, 36, 38, 56, 111, 118,
muerte, a la v. Muerte(s), culto a la 119, 123, 125-128, 190-197, 200, 204
muertos, a los v. Muerto(s), culto a los elaboración del, xxiii, 116, 119, 128,
sentido de los, 141 189, 191-193, 195
v. t. Cementerio(s); Memoria; Rito(s) trabajo de, 119, 190
funerario(s) v. t. Muerte(s), tramitación de la
Cultura, xv-xx, xxiv, xxvii, 6, 8-17, 19, E
28, 31, 34, 38, 43-46, 50, 54, 56,
58-61, 79, 82, 87, 89, 96, 112, 116, Eficacia simbólica, xix, xxvii, 141, 178, 194
118, 128, 147, 149, 159, 161, 168, 180, Entramados de sentido u Significación,
184, 194, 200, 202, 204 tramas de
1

índice analítico / 225

Escena, xix, xxi, xxiii-xxv, 14, 15, 17, 18, Colombia, en, 32
36, 45, 69, 93, 111, 119, 125, 128, 150, dinámicas de la, 27, 32
154, 164, 191 muertes violentas de la u Muerte(s)
Escenario(s), xx, xxii, xxiv, xxvi, xxvii, 9, violen ta(s)
11, 18, 27, 31, 43, 48, 50, 75, 85, 87, psicológica, 115
89, 92, 94, 119, 142, 144 víctimas de la, 33, 34
político, de lo, 27 v. t. Conflicto(s)
Espacio significado, 96 Guerrilla(s), 32, 42, 59, 65, 68, 75, 86,
Especificación, 19 108, 181, 187
Estado
ineficiencia del, 71 H
moderno, 31 Heavy, 186, 187
Estética v. t. Música; Punk
destrucción, de la, 148 Hiperbolismo, 3-5, 23
muerte, de la v. Muerte(s), estética de la violencia, de la v. Violencia(s),
v. t. Arte hiperbolismo de la
Etnografía, xxiv, 97
Exceso, xix, xxi-xxiii, xxvi, xxvii, 3-7,
20-23, 27, 31, 39, 52-55, 61, 63, 69, Iconografía, xxiii, 135, 136
75, 80, 83, 84, 88, 93, 95, 97, 100, 101, tumbas, de las, 135
106, 108, 112, 129, 148, 166, 174, 184, Identidad, 35, 36, 38, 44, 59, 60, 96, 97,
193, 197 102, 109, 110, 117, 183, 200
colectivo, 53 derecho a la, 35
complacencia en el, xxi, 74 Impresionismo, 152, 153
muerte(s), de v. Muerte(s), exceso de Impunidad, xi, 50, 72, 106-108, 118
realidad, de, 6 Inflación
reflexión sobre el, xix palabra, de la, 21, 22
sentido del, 15 símbolo del, 19, 20, 21, 23
significación del, xix, 1, 14 Interpretación cultural, 18
entramados de, 14, 15
significados, de, 6, 22 J
símbolos del, 41 Jóvenes, xxi, 7, 40, 42, 74-90, 92-101,
violencia, de v. Violencia(s), exceso de 104, 105, 109, 130, 133, 138-140, 144,
v. t. Hiperbolismo; Inflación 145, 161, 179, 183, 185, 187, 196
Exilio, xviii, xxii, 6, 34, 64, 112-114, 116 muertes de, xix, xxi, 18, 100
F v. t. Bandas, juveniles; Conflicto(s),
urbano(s)
Fiesta(s), 54, 56, 66, 74, 98-103, 183, 189,
196, 199 L
tiempo de la, 100, 101 Lenguaje
Fratricidio, xi corporal, 47
G muerte, de u Muerte(s), lenguaje de
v. t. Parlache
Genocidio(s), 52 Limpieza social
nazi, 52 muertes por v. Muerte(s), limpieza
Guerra(s) social, por, xxiii
actores de la, 32 Listas negras, 115, 176
248 / Muertes violentas

;ratura, xiii, xviii-xxiv, xxvi, 4, 8, 10, combate, en, 38


14, 41, 51, 52, 57, 61, 75, 94, 104, 119, culto a la, 11, 140
123, 124, 145, 172-182, 199, 201 cultura de la u Cultura, muerte, de la
:o'lombiana, xiii, 173, 179, 181 cultura material de la, 129
/iolencia, sobre, xxii, 180 desacralización de la, 75, 98
/. t. Arte; Estética; Narrativa(s) dimensión física de la, xvi
dimensión simbólica de la, 110
discurso de, 88
ignicidios, xxi, xxii, 27, 62-67, 69 ejecución de la, xxi, 7, 53, 61, 84, 108,
a t. Violencia(s) política(s) 190, 194
isacre(s), xi, xix, xx, 3, 9, 18, 27, 36, escenificación de la, xix, 25, 27, 190,
39-41, 43, 49, 52-57, 59-61, 116, 158, 194
162, 166, 168, 187, 194, 198 escuadrones de la, 70-72
años cincuenta, de los, 61 v. t. Muerte(s), Limpieza social, por
colombianas, 53, 55 estética de la, xxiii, 123, 146
uniformidad de la, 53 exceso de, xxiii, xxvi, 6, 75, 97, 108,
smoria, xxiii, 8, 31-33, 44, 49, 56, 59, 112, 129, 193, 197
61, 76, 83, 88, 93, 95, 123, 125, 128, feminización de la, 166
129, 144, 145, 189-193, 196-204 física, 7, 48
colectiva, 49, 59, 83, 146, 190, formas de la, xxi, 10, 18, 34
198-200, 203 jóvenes, de v. Jóvenes, muerte(s) de
comunidades de, 96 lenguaje de, 89
individual, 146 limpieza social, por, 27, 62
lugar(es) de, 129, 146 lista de v. Listas negras
v. t. Muerto(s), memoria a los masculinización de la, 167, 169
recuerdo, y el, 33, 93, 95, 144, 145, medicalización de la, 127
190, 197, 199 miedo a la, 31, 124, 151
sangre, de, 190, 202 música y v. Música, muerte, y La
social, 44 natural, 30, 154, 193, 194
[iedo, 31, 39, 42, 53, 55, 59, 84, 87, 93, política, la, y la, xx, 27-29
96, 97, 101-103, 108, 114, 115, 124, representación de la, 146, 147, 154,
146, 151, 190 172, 182
ciudad del v. Ciudad, miedo, del rituales de, xxi, 98, 142
individual, 101 ritualización de la, xxiii, 98, 100, 123,
muerte, a la v. Muerte(s), miedo a la 128, 196
íiliciano(s), 42, 76, 79, 80, 96, 140 significativas v. Magnicidios
proyecto, 80 simbolización de la, xxiii, 125, 146,
v. t. Conflicto(s) urbano(s); Milicias 172, 194-196
lilicias, 77, 79-82, 86, 88, 96, 100 social(es), 41, 107
lodernidad, 13, 30, 126, 127, 129, tramitación de la, xxiii, 33, 111, 121,
144, 179 123, 178, 189, 191, 192, 194, 195
4uerte(s) violenta(s)
acciones de, xvi, 94 entramados simbólicos de la, 7
anónimas, xix, xxii, 37, 106-110, 117, guerras, de las, xx
130, 187, 195 modalidad de, 41
circunstancias de la, 86, 110, 111 producción de la, xviii, xxii, 85
Colombia, en, xix puesta en escena de la, xxv
Indice analítico / 227

significación de la, xix, 5, 7, 17, 19,


20, 38, 47, 48, 128
tramas de significación de la, 5, 7, Rap, 92, 182, 183
17, 19, 20 v. t. Música
v. i. Asesinato(s); Violencia(s) política(s) Recuerdo, xxiii, 28, 63, 78, 96, 133, 137,
Muerto(s), 143, 146, 162, 190, 194, 195, 198, 199,
culto a los, 125, 129, 135, 142. 192, 199 202, 204
v. t. Rito(s), fúnerario(s) Religión, xvi, 103, 104, 152
memoria a los, 145, 198, 202 Rito(s), xix, xxi, xxiii, xxvii, 12, 38, 39,
v. t. Cementerio(s) 43, 47, 48, 53, 64-66, 74, 77, 87, 98,
recuerdo a los, xxiii, 143, 199 99, 101, 104, 120, 123-129, 141-145,
respeto a los, 34 166, 183, 191, 192, 194, 196, 199, 201
trato a los, 34 función de los, 143
Música, xxiii, 87, 89, 92, 93, 98, 99, 103, fúnerario(s), xix, xxiii, xxvi, 76, 87, 98,
138, 145, 182, 183, 186, 187, 189 99, 101, 123-126, 128-130, 144,
muerte, y la, 182 145, 183, 194, 196
v. t. Heavy; Punk; Rap; Rock desacralización del, 98
momentos del, 142
N sentido del, 141
Narcotráfico, 62, 77-81, 86, 93, 103, 104, v. t. Muerte, rituales de; Ritualización
108, 111, 169, 180, 184, 188 Ritual v. Rito(s)
bandas del v. Bandas, narcotráfico, del Ritualización, xxiii-xxvii, 5, 36, 38, 98,
mafias del, 63 100, 121, 123, 124, 128, 195, 196
v. t. Conflicto(s) urbano(s); Sicariato, muerte, de la u Muerte(s), ritualización
Narrativa(s), xv, xxiii, xxvi, 146, 172, de la
174, 175, 178, 180, 182, 196, 200 Rock, 136, 183-185
testimonial, 180 u t. Música
NN v. Muerte(s), anónimas
P Salsa, 92, 182, 185
Paramilitares, 32, 35, 40, 42, 43, 60, 64, v. t. Música
65, 75, 82, 86, 116, 118, 180, 181 Semiótica, 11, 19, 20
amenazas de los, 114 Sicariato, 77-79, 81, 82, 93, 103, 104
Paramilitarismo, 82 v. t. Conflicto(s) urbano(s);
Parlache, xiii, xxii, 75, 81, 88, 89, 95, 96 Narcotráfico; Sicarios
Pintura, 109, 123, 148-152, 153, 155, Sicarios, 62, 76, 81, 98, 103, 104,
160, 162, 166, 172, 182 178-180, 184
colombiana, 147 v. t. Conflicto(s) urbano(s); Delincuen-
europea, 149 cia; Narcotráfico; Sicariato
v. t. Arte Significación
Poesía, xi, 181, 182 estructuras de, 16, 17, 19
v. t. Literatura exceso, del v. Exceso, significación del
Prácticas funerarias v. Rito(s), fúnerario(s) muerte(s) violenta(s), de la v. Muerte(s),
Punk, 92, 182, 187 violenta(s), significación(es) de la
v. t. Heavy; Música tramas de, xvi, xvii, xix, xxiv, xxv, 14,
17, 19, 20, 33, 76, 80, 93
u t. Espacio significado
250 / Muertes violentas

ibolismo, xxvii, 15, 61, 152-154, Violencia(s)


198, 199 análisis de la, xviii, 7, 9, 10, 13
ibolización, xvii, xxiii, xxv, 22, 32, 36, tradicional, xviii
58, 119, 121, 123, 125, 129, 144, 146, años cincuenta, de los, xxiii, 49, 56, 59,
172, 190, 191, 194-196, 201 172, 200
nbolo(s), xviii, xix, xxiv-xxvii, 5, 7, II, Colombia, en, xv, xvii, xviii, xx, xxvii,
13-17, 19-23, 25, 29, 32, 41, 44, 45, 3, 5, 6, 8, 9, 11,22,41,43, 48, 56,
47, 49, 56, 59, 63, 67, 75, 84, 85, 88, 57, 70, 103, 110, 116, 147, 158,
90, 93, 98, 101, 115, 119, 120, 123, 169, 181
124, 126, 129, 133, 135-137, 141-143, colombiana u Violencia(s), Colombia, en
149, 151, 153, 154, 164, 174, 182, 184, cultura de la v. Cultura, violencia, de la
194, 196, 198, 204 cultura y, xix, xx, xxvii, 8, 10, 13, 14
exceso, del v. Exceso, símbolos, de des-sujetización de la, 22
fractura del, 22 exceso de, 5, 6, 21
inflación del v. Inflación, símbolo, del, geografía de las, 84
19-21, 23 hiperbolismo de la, 3
negación del, 23 juvenil, 75, 79, 88, 103
públicos, 11 léxico de la, 5
sistemas de, 15, 19 literatura sobre v. Literatura, violencia,
trama de, xviii sobre
violencia, de la u Violencia(s), símbolos monopolio de la, 31
de la narrativas de la, xxiii
negación de la, 23
política(s), xix, xx, 22, 40, 41, 43, 58,
anatología, 127 59, 117, 167
érritorio, codificación del, xxii, 85, 87, 88 sicarial, 79
"iempo, desmesura, de la, 101 símbolos de la, 11
timbas sociales, xix
iconografía de las, xxiii, 135 urbana(s), xxi, xxii, 73-76, 79, 82, 85,
significativas, 134, 135, 139 86, 110

/ida
ritual de, 126
sentido de la, 30, 127
Se terminó de imprimir
en la Imprenta Universidad de Antioquia
en el mes de febrero de 2005

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