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triunfo fue posible por la coincidencia de propósitos entre los estamentos civil y militar,
como ha señalado el historiador Agustín Beraza; y que representaba el triunfo final
contra un invasor al que se venía combatiendo, casi de forma ininterrumpida desde 1816
por un pueblo que en el trance había perdido a un tercio de sus integrantes, según
cálculos de Eduardo Acevedo.
“[…] írritos, nulos, disueltos, y de ningún valor para siempre, todas las actas de
incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los Pueblos de la
Provincia Oriental por la violencia unida a la perfidia de los intrusos poderes de Portugal
y Brasil, que la han tiranizado, hollado y usurpado sus inalienables derechos y sujetádola
al yugo de un absoluto despotismo desde el año 1817 hasta el presente de 1825.”
Para borrar la memoria de estos atropellos, se mandó a los magistrados civiles de los
pueblos, asistidos por los párrocos y escribanos, con la presencia de vecinos, que
testaran y borraran desde la primera línea hasta la última firma de las actas de
incorporación, de lo cual debían dar cuenta a la Sala de Representantes. Una vez
realizado este trámite, cada pueblo reasumía la soberanía, así como la Provincia Oriental
en su conjunto:
“[…] la plenitud de sus derechos, libertades y prerrogativas inherentes a los demás pueblos
de la tierra, se declara de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del
Emperador del Brasil y de cualquier otro del Universo y con amplio y pleno poder para
darse las formas que, en uso de su soberanía estime convenientes.”
Los pueblos de la Banda Oriental del Plata, incluyendo los de ascendencia misionera, se
libraban así de lo que había sido una constante desde el siglo XVII, cuando se hicieron
sentir las incursiones paulistas. Nos dice Martha Campo de Garabelli que en 1822,
circuló un folleto titulado Contestación al Señor Conciliador, suscrito por un elemento
popular bajo el nombre de “Unos mocitos de Tienda” donde se cuestionaba que
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existieran motivos legales y legítimos para que la Provincia Cisplatina siguiera
formando parte del Brasil tras su independencia de Portugal, declarando, que “no
convenía permanecer bajo la tutela de Río de Janeiro”. Al mismo tiempo manifestaba
que la independencia era necesaria “por la felicidad de la provincia”, y usando una
fórmula artiguista recomendaba “no admitir ninguna proposición que no atienda a su
independencia”, definiendo “independencia absoluta” como “independencia de todo
poder extranjero”.
Existieron sin embargo otras corrientes de opinión, favorables a la unión o anexión con
(cada uno por separado o todos a la vez) los reinos de Portugal, Brasil, y España, desde
el año 1808 en que la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, hizo llegar su
correspondencia a personas de posición destacada en las ciudades de Buenos Aires y
Montevideo, invitándolas a favorecer un plan de reconstrucción de la Monarquía ibérica
liderada por ella misma. Cuando el invasor portugués fue recibido bajo palma en
Montevideo, en 1817, esa corriente se hizo notar. Se trataba, en general, de gente que
rechazaba el movimiento juntista formado en torno a la personalidad de Fernando VII
por considerarlo populista y anárquico, dirigido por caudillos locales autoritarios, entre
los que señalaban a José G. Artigas.
“Hacer de esta Provincia un estado es una cosa que parece imposible en lo político: para
ser Nación no basta querer serlo; es preciso tener medios con los que sostener la
Independencia. En el país no hay población, recursos, ni elementos para gobernarse en
orden y sosiego; para evitar trastornos de la guerra civil: para defender el territorio de una
fuerza enemiga que lo invade y hacerse respetar de la Nación. Una soberanía en este
estado de debilidad, no puede infundir la menor confianza; se seguiría la emigración de los
Capitalistas; y volvería a ser lo que fue, el Teatro de la Anarquía y la presa de un
ambicioso atrevido sin otra ley, que la satisfacción de sus pasiones.”
Agregaba que por este motivo la Provincia Oriental debía formar parte de otro Estado,
que no pudiendo ser Buenos Aires, Entre Ríos, ni España.
“[…] porque su dominación tiene contra sí el voto de los Pueblos, y porque en su actual
estado ni puede socorrerla, ni evitar que esta Prov.a fuera el teatro sangriento de las
guerras de todos los demás que han proclamado su independencia […] no queda otro
recurso que la Incorporación a la Monarquía Portuguesa, bajo una Constitución liberal.”
En los años 1820 esta posibilidad se manejó en las Cortes europeas bajo la propuesta de
entregar la Cisplatina a España a cambio de la plaza de Olivenza, pero tuvo oposición
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en Brasil. Por su parte, la corriente que podríamos llamar “portuguesista” estuvo
presente al menos hasta el año 1826, como los demuestran los informes del cónsul
británico en Montevideo, Thomas Samuel Hood.
Se ha podido escribir que esto no era más que la expresión materialista de intereses
ganaderos y saladeriles porteños –la Cruzada se organizó en Buenos Aires y contó con
su apoyo-, o que Lavalleja “mordiéndose la lengua” apoyó esta ley como parte de una
maniobra para obtener la independencia uruguaya, como escribió Luis Alberto de
Herrera. No hay por qué negar estas circunstancias, pero también es cierto que había un
trasfondo de sentimiento identitario rioplatense, y que el documento trasunta una honda
emoción nacionalista contenida, elaborada a lo largo de siglos, que no podría haber sido
manipulada ni fingida. Como escribió Agustín Beraza:
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Una amplia corriente de opinión no consideraba a esta ley contradictoria con la anterior;
y el criterio predominó durante todo el siglo XIX, hasta llegar al año 1900 en que José
Enrique Rodó, con sentido hispanista, le dio un nuevo impulso. “Gustaron Gómez,
Bustamante, Costa y Pérez Gomar –recordaba Arturo Ardao- hablar de patria chica y
patria grande, entendiendo por esta la Argentina.”
Lo que sí había era cansancio, como explica Campos de Garabelli. Cansancio de los
pueblos por la incapacidad de las élites portuarias de Buenos Aires y Montevideo para
superar sus diferencias y concretar, al menos, la tan anhelada Confederación, no
digamos ya, un Estado federal platense. Incapacidad de las élites comerciales de estas
dos grandes ciudades del Plata, pero también de las élites del interior. Salvo,
desgraciadamente, para traicionar el proyecto democrático y nacional de Artigas. Para
eso fueron capaces de ponerse de acuerdo. Es así que –entre otros hechos que podrían
lamentarse- al firmar los caudillos López y Ramírez con Sarratea el Tratado del Pilar, el
23 de febrero de 1820, desaprovecharon la oportunidad de exigir al Directorio de
Buenos Aires que condenara la invasión de la Provincia Oriental y rompiera con
Portugal, como lo había exigido tres meses antes el caudillo José G. Artigas y lo había
dado a conocer el jefe militar argentino José Rondeau:
“S.E. el general Artigas, por el clamor de los pueblos, nos manda exigir del Directorio,
antes de entrar en avenimiento alguno, declaratoria de guerra contra los portugueses que
ocupan la Banda Oriental.”
“Aparece clara, en las negociaciones internacionales del siglo XIX, la política regional, y,
dentro de esta, la coordinación del comercio y la navegación en los países del sistema
hidrográfico del Río de la Plata [...].” “Dentro de ese orden especial, tiene particular
interés el reglamento del 14 de mayo de 1957 sobre tránsito terrestre de mercaderías
descargadas en el puerto de Montevideo con destino a los puertos y zonas francas de
Colonia y Nueva Palmira, y viceversa, así como el decreto del 19 de setiembre de 1957
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dictando normas para la instalación y funcionamiento de una estación de trasbordo en la
zona franca de Nueva Palmira […] Hay, podría decirse una clara comprensión de la
cooperación y la integración.”
“Los peligros inmediatos que pesan exclusivamente sobre nosotros como pueblo
independiente, se refieren a la nacionalidad; los lejanos que alcanzan igualmente a todos
los que hablan nuestro idioma, y de los que participamos nosotros como miembros de una
numerosa familia, se refieren al idioma, a la religión, a las costumbres, a todo, en fin, lo
que presta a los pueblos españoles e hispanoamericanos una fisonomía propia.”
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“[…] En la hora actual, el Brasil, después de continuados y pacientes esfuerzos, domina
con sus súbditos, que son propietarios del suelo, casi todo el Norte de la República: en toda
esa zona hasta el idioma nacional casi se ha perdido ya, puesto que es el portugués el que
se habla con más generalidad. De ahí que en nuestras luchas civiles hayamos visto a los
partidos orientales necesitando del concurso de jefes brasileños para poner en movimiento
a fuertes divisiones del Norte de la República, compuestas, en realidad, no de orientales
sino de brasileños, que, aun cuando hayan nacido en nuestro territorio, conservan el
idioma, las costumbres, y el amor a la patria de sus padres, que es la suya también, aunque
no hayan nacido en ella, ya que para conservarles hasta la nacionalidad, han ido a
bautizarlos en las parroquias brasileñas de la frontera […].”
“Por otra parte, las nacionalidades débiles y pequeñas tienen que reposar, para la
conservación de su independencia, en el respeto que inspiren por la regularidad de sus
procederes. En el estado actual de las sociedades humanas no hay más que dos medios
para las naciones de hacerse respetar: uno, la fuerza; el otro, la estimación que sepan
conquistarse en el mundo, por su industria, por su inteligencia, por su moralidad. A nuestro
juicio, la tendencia de la época, es reunir ambas condiciones en cada nación, de manera
que las pequeñas nacionalidades vayan fundiéndose en grandes confederaciones, capaces
de hacerse respetar por la fuerza, cuando la regularidad de sus procederes no baste a
asegurarles el respeto de los demás: pero, cualesquiera que sean las opiniones que se
tengan a este respecto, nadie negará que es contrario a la razón pretender que se puede ser
débil y turbulento y anárquico, y a la vez propiciarse las simpatías de los fuertes, lo
bastante para que ellos nos sirvan de protección.”
De estos dos principios señalados por el tan lúcido como joven pensador uruguayo,
fallecido joven también, a los 34 años, el Uruguay actual mantiene los dos: progresar en
materia de integración, afianzando vínculos de tipo confederativo, con sus vecinos
hispanoamericanos, en el entendido de que nuestro destino es el destino común de los
pueblos hermanos; y, al mismo tiempo, fortalecer la sociología interna, clave de la
independencia económica, financiera, tecnológica, intelectual, moral del país: los
progresos sociales, las conquistas democráticas, la educación, la cultura, la inteligencia,
el trabajo, la industria, la disciplina, la seriedad, la responsabilidad; solución que
creemos ser también la mejor para el conjunto de los países hispanoamericanos. Todo lo
que ha hecho digno de admiración al Uruguay en el exterior. Es decir, el camino que las
Leyes Fundamentales del 25 de agosto nos señalaron: Independencia y Unión.
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independencia, bajo el imperio de las libres instituciones republicanas, - O la unión con la
República Argentina, reconstruyéndonos bajo una enseña común, los Estados Unidos del
Plata; - O la unión al Brasil, entrando en la categoría de una de las tantas provincias del
Imperio […].”
En los mismos años en los que Ángel Floro Costa escribía estas líneas, el mundo
entraba en la segunda Revolución industrial. Y un nuevo problema se le iba a presentar
a Uruguay en materia de independencia nacional. Decía Guillermo Vázquez Franco que
“España colonizó a caballo, Inglaterra con los rieles.”
De nuevo, el Uruguay era demasiado débil como para avanzar aislado. En la misma
época, el mundo anglosajón avanzaba de manera concertada. ¿Cómo hubiera sido
nuestra industrialización si los conocimientos técnicos, científicos, y los capitales
nacionales hubieran circulado desde los países hispanoamericanos más desarrollados
hacia los que iban en vías de desarrollo? En esto, las posibilidades de Uruguay
estuvieron, otra vez, en relación con las características que el progreso tuvo en los
países vecinos. Y los países vecinos tendían a vincularse, por separado, con el mismo
mercado mundial creado y liderado por la comunidad anglófona. Tal como en su
momento auguraron las Leyes de la Florida, Independencia y Unión no son cosas que
vayan por separado.
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Uruguay no es “un pequeño país entre dos gigantes” sino la clave del destino regional.
Una responsabilidad histórica de primer orden. Por eso también agregó que:
“Inglaterra abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la Plata, para desarticular
la Cuenca y evitar su control por ningún centro de poder latinoamericano en el
Hemisferio Sur, capaz de resistir y autodesarrollarse. El Uruguay aseguraba el
desmembramiento de la zona óptima de América del Sur. Como reaseguro, las Malvinas
custodiaban discretamente. No olvidemos que es la operación complementaria que sigue
a poco la independencia del Uruguay.”
“[…] La posición del Uruguay es de tal importancia estratégica, que los uruguayos solo
podrán tener el destino en sus propias manos, aun relativamente, en tanto no se
precipiten en guerra civil, cualquiera sea su índole. Pues entonces sobre el Uruguay
podrá resolver cualquiera, menos los uruguayos mismos. Por eso llama a la concordia
nacional: piedra angular, prerrequisito indispensable para la ejecución internación de la
No Intervención. En la concordia, libres; en la guerra interna, esclavos del extranjero.”
“[…] Nuestras posibilidades históricas fueron tres: Banda Oriental, solución argentina;
Provincia Cisplatina, solución brasileña; Uruguay, solución inglesa. Paradójicamente,
fue en esta última que formamos nuestra propia autonomía comunitaria, pero hoy, por la
retirada de sus condiciones, estamos en el aire, como hoja al viento. Imantados por la
aspiradora norteamericana por razones geopolíticas pero no económicas, faltos de
funcionalidad estructural.”
“Hagamos que el nuevo Uruguay no sea la negación excluyente de las otras dos
posibilidades, realicemos a la vez la síntesis de la Banda Oriental y la Provincia
Cisplatina. Que seamos frontera que une y no que separa. Que el Uruguay sea no la
anulación de la Banda Oriental y la Provincia Cisplatina, sino su conjugación. Nexo y
no neutralización. Fue con esa idea central que allá por el '55 con Reyes Abadíe y Ares
Pons fundamos una efímera revista que por ello denominamos ‘Nexo’. Hasta no
quisimos traducir un artículo de Helio Jaguaribe y lo publicamos en portugués, porque
solo se traducen las lenguas extranjeras. Es, en nuestro concepto, el único camino
nacional latinoamericano. La Patria Grande empieza para nosotros por la Cuenca del
Plata ¡Y eso sí que es ‘nacionalizar’ el destino!”
“Si el destino uruguayo se nos aparece como el asumir simultáneo de la Banda Oriental
y la Provincia Cisplatina, ello nos exige en todos los planos, económico, universitario,
etc., un firme entendimiento con Paraguay, Bolivia, Chile, como contrapeso, para
aumentar las posibilidades de negociación en beneficio del país. Deberemos pues
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discriminar atentamente nuestros intereses permanentes y la contingencia de los
gobiernos, matizar firmemente los juicios […].”
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