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Salto, 13 de agosto de 2018

¿Qué conmemoramos cada 25 de agosto los uruguayos?


Prof. Mónica Nicoliello, docente de Historia Americana y Regional del Centro Regional de Profesores del
Litoral sede Salto.

Se trata de uno de los hechos más trascendentes de nuestra historia nacional;


analizaremos en qué consistió y qué trasfondo tuvo y tiene. La fecha del 25 de agosto de
1825 provocaba a nuestros mayores la reflexión sobre el origen y destino del Uruguay, que
hoy, como ayer, lucha por insertarse en el mundo y en la región. Hace 193 años la Sala de
Representantes de la Florida, integrada por delegados de todos los pueblos reconocidos del
país, sancionó tres Leyes Fundamentales: de Independencia, de Unión y de Pabellón. De
las tres, nuestra reflexión se centrará en las dos primeras.

1. La Provincia Oriental se independiza del Imperio del Brasil y forma su gobierno

Desde que en 1494 se firmara el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal, la


potencia lusitana, en clara expansión hacia el Oeste de América del Sur, hacia la región
minera de la América española por un lado; y hacia el Sur, donde se hallaban las
vaquerías y abundantes puertos naturales de la Banda Oriental, por el otro, señaló, de
forma inequívoca, su interés por influir en nuestros destinos. En 1680 fundaron los
portugueses un asentamiento propio en la desembocadura del río Uruguay, Colonia del
Sacramento; y en 1723 trataron de hacer lo mismo en la bahía de Montevideo, para
adquirir la llave del Plata. A partir de 1801 invadieron y ocuparon el territorio que
primero fue Banda y más tarde, Provincia Oriental, a la cual anexaron con el nombre de
Provincia Cisplatina.

Pero el 19 de abril de 1825 jefes argentino-orientales desembarcaron en la playa de la


Agraciada, en Soriano; y el 4 de mayo se instalaron en el Cerrito de la Victoria, en
Montevideo, desplazando a los ocupantes brasileños. Fue entonces que los
representantes de los pueblos de la Provincia instalaron en la villa de San Fernando de
la Florida el Gobierno Provisorio, más tarde Sala o Asamblea de representantes de la
Florida, lo cual ocurrió en el mes de junio. Estos organismos legislativos reasumieron la
soberanía popular, gobernando en conjunto con el Jefe de la Cruzada, Gobernador y
Capitán General de la Provincia Oriental, Juan Antonio Lavalleja. Revolución cuyo

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triunfo fue posible por la coincidencia de propósitos entre los estamentos civil y militar,
como ha señalado el historiador Agustín Beraza; y que representaba el triunfo final
contra un invasor al que se venía combatiendo, casi de forma ininterrumpida desde 1816
por un pueblo que en el trance había perdido a un tercio de sus integrantes, según
cálculos de Eduardo Acevedo.

1.1. La Ley de Independencia

El día 25 de agosto se sancionaron tres Leyes Fundamentales. La primera, de


Independencia, consagraba, en el plano del derecho, lo que ya era una realidad en el
terreno de los hechos, sobre todo después de las batallas de Rincón y Sarandí; declaró,
siguiendo una fórmula artiguista:

“[…] írritos, nulos, disueltos, y de ningún valor para siempre, todas las actas de
incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los Pueblos de la
Provincia Oriental por la violencia unida a la perfidia de los intrusos poderes de Portugal
y Brasil, que la han tiranizado, hollado y usurpado sus inalienables derechos y sujetádola
al yugo de un absoluto despotismo desde el año 1817 hasta el presente de 1825.”

Se refiere el documento al Congreso Cisplatino de 1821, que según testigos, había


tenido que deliberar, el 18 de julio, bajo la presión de las bayonetas portuguesas; y
también a las presiones que ejercieron los militares brasileños los días 16 y 17 de
octubre de 1822, al obligar al Cabildo y pueblo de la villa de San José, y al Regimiento
de Dragones de la Unión a reconocer a Don Pedro de Alcántara, Príncipe Regente de
Portugal radicado en Río de Janeiro, como Emperador de Brasil, cuya independencia
había declarado el 7 de setiembre a orillas del Ipiranga.

Para borrar la memoria de estos atropellos, se mandó a los magistrados civiles de los
pueblos, asistidos por los párrocos y escribanos, con la presencia de vecinos, que
testaran y borraran desde la primera línea hasta la última firma de las actas de
incorporación, de lo cual debían dar cuenta a la Sala de Representantes. Una vez
realizado este trámite, cada pueblo reasumía la soberanía, así como la Provincia Oriental
en su conjunto:

“[…] la plenitud de sus derechos, libertades y prerrogativas inherentes a los demás pueblos
de la tierra, se declara de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del
Emperador del Brasil y de cualquier otro del Universo y con amplio y pleno poder para
darse las formas que, en uso de su soberanía estime convenientes.”

Los pueblos de la Banda Oriental del Plata, incluyendo los de ascendencia misionera, se
libraban así de lo que había sido una constante desde el siglo XVII, cuando se hicieron
sentir las incursiones paulistas. Nos dice Martha Campo de Garabelli que en 1822,
circuló un folleto titulado Contestación al Señor Conciliador, suscrito por un elemento
popular bajo el nombre de “Unos mocitos de Tienda” donde se cuestionaba que

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existieran motivos legales y legítimos para que la Provincia Cisplatina siguiera
formando parte del Brasil tras su independencia de Portugal, declarando, que “no
convenía permanecer bajo la tutela de Río de Janeiro”. Al mismo tiempo manifestaba
que la independencia era necesaria “por la felicidad de la provincia”, y usando una
fórmula artiguista recomendaba “no admitir ninguna proposición que no atienda a su
independencia”, definiendo “independencia absoluta” como “independencia de todo
poder extranjero”.

Existieron sin embargo otras corrientes de opinión, favorables a la unión o anexión con
(cada uno por separado o todos a la vez) los reinos de Portugal, Brasil, y España, desde
el año 1808 en que la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, hizo llegar su
correspondencia a personas de posición destacada en las ciudades de Buenos Aires y
Montevideo, invitándolas a favorecer un plan de reconstrucción de la Monarquía ibérica
liderada por ella misma. Cuando el invasor portugués fue recibido bajo palma en
Montevideo, en 1817, esa corriente se hizo notar. Se trataba, en general, de gente que
rechazaba el movimiento juntista formado en torno a la personalidad de Fernando VII
por considerarlo populista y anárquico, dirigido por caudillos locales autoritarios, entre
los que señalaban a José G. Artigas.

En el Congreso Cisplatino, cuatro años antes de la Cruzada Libertadora, los


representantes de esta posición tuvieron la oportunidad de hilar fino sus argumentos.
Señala Campos de Garabelli que en un discurso escrito por Nicolás Herrera y leído por
Gerónimo P. Bianqui, administrador de la Aduana de Montevideo y Síndico Procurador
General de la Ciudad, se dijo:

“Hacer de esta Provincia un estado es una cosa que parece imposible en lo político: para
ser Nación no basta querer serlo; es preciso tener medios con los que sostener la
Independencia. En el país no hay población, recursos, ni elementos para gobernarse en
orden y sosiego; para evitar trastornos de la guerra civil: para defender el territorio de una
fuerza enemiga que lo invade y hacerse respetar de la Nación. Una soberanía en este
estado de debilidad, no puede infundir la menor confianza; se seguiría la emigración de los
Capitalistas; y volvería a ser lo que fue, el Teatro de la Anarquía y la presa de un
ambicioso atrevido sin otra ley, que la satisfacción de sus pasiones.”

Agregaba que por este motivo la Provincia Oriental debía formar parte de otro Estado,
que no pudiendo ser Buenos Aires, Entre Ríos, ni España.

“[…] porque su dominación tiene contra sí el voto de los Pueblos, y porque en su actual
estado ni puede socorrerla, ni evitar que esta Prov.a fuera el teatro sangriento de las
guerras de todos los demás que han proclamado su independencia […] no queda otro
recurso que la Incorporación a la Monarquía Portuguesa, bajo una Constitución liberal.”

En los años 1820 esta posibilidad se manejó en las Cortes europeas bajo la propuesta de
entregar la Cisplatina a España a cambio de la plaza de Olivenza, pero tuvo oposición
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en Brasil. Por su parte, la corriente que podríamos llamar “portuguesista” estuvo
presente al menos hasta el año 1826, como los demuestran los informes del cónsul
británico en Montevideo, Thomas Samuel Hood.

1.2. La Ley de Unión con las Provincias del Río de la Plata

Sin embargo, la segunda Ley Fundamental estableció la unión de la Provincia Oriental


con las Provincias Unidas del Río de la Plata. Es uno de los documentos que mejor
ilumina el sentido de la palabra “independencia” durante las primeras décadas del siglo
XIX: como gobierno autonómico una vez que retrovierte o se reasume la soberanía
popular, secuestrada por gobiernos españoles afrancesados –incluyendo a los Borbones-
o por gobiernos criollos locales corruptos, incapaces, despóticos, que contravenían las
tradiciones que habían regido hasta el momento, y que tenían amplia aceptación. Pero
“independencia” nunca era desgarrar la patria, ni chica, ni grande, y la patria, chica y
grande, era una comunidad en la que se nacía o a la que se adhería por motivos de
sangre, afecto, religión, costumbres, amistad, y tradición:

“La Honorable Sala de Representantes de la Provincia Oriental del Río de la Plata en


virtud de la soberanía ordinaria y extraordinaria que legalmente reviste para resolver y
sancionar todo cuanto tienda a la felicidad de ella, declara que su voluntad general,
constante, solemne y decidida es y debe ser por la unidad con las demás provincias
argentinas a que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce.
Por tanto, ha sancionado y decretado por ley fundamental la siguiente: Queda la Provincia
Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud
América por ser la libre y espontánea voluntad de los pueblos que la componen,
manifestada con testimonios irrefragables y esfuerzos heroicos desde el primer período de
la regeneración política de dichas Provincias.”

Se ha podido escribir que esto no era más que la expresión materialista de intereses
ganaderos y saladeriles porteños –la Cruzada se organizó en Buenos Aires y contó con
su apoyo-, o que Lavalleja “mordiéndose la lengua” apoyó esta ley como parte de una
maniobra para obtener la independencia uruguaya, como escribió Luis Alberto de
Herrera. No hay por qué negar estas circunstancias, pero también es cierto que había un
trasfondo de sentimiento identitario rioplatense, y que el documento trasunta una honda
emoción nacionalista contenida, elaborada a lo largo de siglos, que no podría haber sido
manipulada ni fingida. Como escribió Agustín Beraza:

“[…] la materialización de un arraigado sentimiento de comunidad, de hermandad humana


y política que anidaba en el espíritu de todos los hombres del Río de la Plata que, si antes
se habían enfrentado y habían luchado, jamás habían negado estos principios de identidad
de origen y destino.”

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Una amplia corriente de opinión no consideraba a esta ley contradictoria con la anterior;
y el criterio predominó durante todo el siglo XIX, hasta llegar al año 1900 en que José
Enrique Rodó, con sentido hispanista, le dio un nuevo impulso. “Gustaron Gómez,
Bustamante, Costa y Pérez Gomar –recordaba Arturo Ardao- hablar de patria chica y
patria grande, entendiendo por esta la Argentina.”

En documento anterior a 1825, como lo es el ya citado de 1822, Contestación al Señor


Conciliador, los autores proponen la independencia de Brasil, y a renglón seguido la
unión con las Provincias Unidas. Pero lo expresan de esta manera:

“[…] en la alternancia de incorporarse al Brasil o Buenos Aires, es preferible esta [la


segunda] por existir allí los vínculos más sagrados del parentesco, amistad, idioma y
costumbres, que son las que ligan al hombre estrechamente en sociedad.”

Lo que sí había era cansancio, como explica Campos de Garabelli. Cansancio de los
pueblos por la incapacidad de las élites portuarias de Buenos Aires y Montevideo para
superar sus diferencias y concretar, al menos, la tan anhelada Confederación, no
digamos ya, un Estado federal platense. Incapacidad de las élites comerciales de estas
dos grandes ciudades del Plata, pero también de las élites del interior. Salvo,
desgraciadamente, para traicionar el proyecto democrático y nacional de Artigas. Para
eso fueron capaces de ponerse de acuerdo. Es así que –entre otros hechos que podrían
lamentarse- al firmar los caudillos López y Ramírez con Sarratea el Tratado del Pilar, el
23 de febrero de 1820, desaprovecharon la oportunidad de exigir al Directorio de
Buenos Aires que condenara la invasión de la Provincia Oriental y rompiera con
Portugal, como lo había exigido tres meses antes el caudillo José G. Artigas y lo había
dado a conocer el jefe militar argentino José Rondeau:

“S.E. el general Artigas, por el clamor de los pueblos, nos manda exigir del Directorio,
antes de entrar en avenimiento alguno, declaratoria de guerra contra los portugueses que
ocupan la Banda Oriental.”

2. El destino de una nación

El historiador Ariosto D. González ha demostrado, que incluso mucho tiempo después


de establecerse y consolidarse la República Oriental del Uruguay, a partir de 1830,
nuestro país mantuvo siempre una política de acercamiento a nuestros vecinos:

“Aparece clara, en las negociaciones internacionales del siglo XIX, la política regional, y,
dentro de esta, la coordinación del comercio y la navegación en los países del sistema
hidrográfico del Río de la Plata [...].” “Dentro de ese orden especial, tiene particular
interés el reglamento del 14 de mayo de 1957 sobre tránsito terrestre de mercaderías
descargadas en el puerto de Montevideo con destino a los puertos y zonas francas de
Colonia y Nueva Palmira, y viceversa, así como el decreto del 19 de setiembre de 1957

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dictando normas para la instalación y funcionamiento de una estación de trasbordo en la
zona franca de Nueva Palmira […] Hay, podría decirse una clara comprensión de la
cooperación y la integración.”

“[…] El Uruguay ha procurado coordinar, a lo largo de toda su vida independiente, el


regionalismo y el multilateralismo. No hemos necesitado de las lecciones ni de las
reprimendas del Fondo Monetario Internacional, del Gatt, y de otros organismos
internacionales congéneres, para hacer entrar en juego la relación de las preferencias en el
área interlatinoamericana con la práctica del comercio en general y los pagos transferibles
en régimen multilateral.”

En 1959, Uruguay apoyó la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre


Comercio (ALALC), actual Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI),
sabidas las limitaciones de nuestro mercado interno y de nuestra economía, en general,
que derivan de los mismos factores que señalaron en su momento los hombres del siglo
XIX: debilidad demográfica, pobreza de recursos estratégicos –casi el único país de
América que no tiene petróleo-, unida a un débil desarrollo de la economía por las
propias limitaciones del contexto, que ya por aquella fecha ponían en evidencia tanto la
crisis del modelo agroexportador, como la del proceso de industrialización; y todo el
daño que pudieran llegar a generar, de ocurrir, la disolución del tejido social, la pérdida
de la cultura democrática, de los valores colectivos, o la inestabilidad política. En 1991,
Uruguay fue miembro fundador del Mercado Común del Sur, MERCOSUR,
preocupado, en ese entonces, por los efectos positivos y negativos que podía llegar a
provocar la globalización económica de mantenerse las limitaciones anteriores.

Casi un siglo y medio antes de nuestro presente, en el año 1875, el reformador de la


Escuela Pública, José Pedro Varela, una de las mentes más lúcidas que ha tenido
nuestro país, nos llamaba, en La legislación escolar, capítulo “Amenazas para el
porvenir”, epígrafe “La independencia amenazada”, a la reflexión sobre aspectos del
desarrollo social y cultural que también son estratégicos para la independencia de una
nación. Los siguientes fragmentos son especialmente destacados por Ardao:

“Los peligros inmediatos que pesan exclusivamente sobre nosotros como pueblo
independiente, se refieren a la nacionalidad; los lejanos que alcanzan igualmente a todos
los que hablan nuestro idioma, y de los que participamos nosotros como miembros de una
numerosa familia, se refieren al idioma, a la religión, a las costumbres, a todo, en fin, lo
que presta a los pueblos españoles e hispanoamericanos una fisonomía propia.”

“Como lo consigna la misma Constitución política que nos rige, la independencia de la


República Oriental fue resultado del acuerdo realizado entre el Brasil y la República
Argentina al terminar la guerra del año 28. Es porque ambos rivales se reconocieron
impotentes para vencerse el uno al otro que aceptaron, como término de conciliación, la
fundación de una nacionalidad independiente, pero débil y pequeña, que sirviese, más bien
que para resolver, para aplazar la solución del conflicto que entre españoles y portugueses
primero, y entre argentinos y brasileños después, viene prolongándose desde hace siglos.”

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“[…] En la hora actual, el Brasil, después de continuados y pacientes esfuerzos, domina
con sus súbditos, que son propietarios del suelo, casi todo el Norte de la República: en toda
esa zona hasta el idioma nacional casi se ha perdido ya, puesto que es el portugués el que
se habla con más generalidad. De ahí que en nuestras luchas civiles hayamos visto a los
partidos orientales necesitando del concurso de jefes brasileños para poner en movimiento
a fuertes divisiones del Norte de la República, compuestas, en realidad, no de orientales
sino de brasileños, que, aun cuando hayan nacido en nuestro territorio, conservan el
idioma, las costumbres, y el amor a la patria de sus padres, que es la suya también, aunque
no hayan nacido en ella, ya que para conservarles hasta la nacionalidad, han ido a
bautizarlos en las parroquias brasileñas de la frontera […].”

“Por otra parte, las nacionalidades débiles y pequeñas tienen que reposar, para la
conservación de su independencia, en el respeto que inspiren por la regularidad de sus
procederes. En el estado actual de las sociedades humanas no hay más que dos medios
para las naciones de hacerse respetar: uno, la fuerza; el otro, la estimación que sepan
conquistarse en el mundo, por su industria, por su inteligencia, por su moralidad. A nuestro
juicio, la tendencia de la época, es reunir ambas condiciones en cada nación, de manera
que las pequeñas nacionalidades vayan fundiéndose en grandes confederaciones, capaces
de hacerse respetar por la fuerza, cuando la regularidad de sus procederes no baste a
asegurarles el respeto de los demás: pero, cualesquiera que sean las opiniones que se
tengan a este respecto, nadie negará que es contrario a la razón pretender que se puede ser
débil y turbulento y anárquico, y a la vez propiciarse las simpatías de los fuertes, lo
bastante para que ellos nos sirvan de protección.”

De estos dos principios señalados por el tan lúcido como joven pensador uruguayo,
fallecido joven también, a los 34 años, el Uruguay actual mantiene los dos: progresar en
materia de integración, afianzando vínculos de tipo confederativo, con sus vecinos
hispanoamericanos, en el entendido de que nuestro destino es el destino común de los
pueblos hermanos; y, al mismo tiempo, fortalecer la sociología interna, clave de la
independencia económica, financiera, tecnológica, intelectual, moral del país: los
progresos sociales, las conquistas democráticas, la educación, la cultura, la inteligencia,
el trabajo, la industria, la disciplina, la seriedad, la responsabilidad; solución que
creemos ser también la mejor para el conjunto de los países hispanoamericanos. Todo lo
que ha hecho digno de admiración al Uruguay en el exterior. Es decir, el camino que las
Leyes Fundamentales del 25 de agosto nos señalaron: Independencia y Unión.

Pero la cuestión nacional se mantiene y no es posible distraerse. En 1880, Ángel Floro


Costa publicó un libro pesimista pero cuya función es recordarnos que no se puede bajar
la guardia. Nirvana es el acicate permanente si los uruguayos queremos sobrevivir como
nación, la conciencia de que es imprescindible para nosotros luchar, trágicamente,
contra nuestro destino, porque el destino probable de Uruguay, dice Floro Costa, es el
de un país que marcha hacia su disolución, y no solo por nuestra responsabilidad sino
por las características de la región:

“Tres soluciones igualmente posibles, pero no igualmente probables, se ofrecen a mi


espíritu para el porvenir: - O la consolidación y robustecimiento de nuestra nacionalidad e

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independencia, bajo el imperio de las libres instituciones republicanas, - O la unión con la
República Argentina, reconstruyéndonos bajo una enseña común, los Estados Unidos del
Plata; - O la unión al Brasil, entrando en la categoría de una de las tantas provincias del
Imperio […].”

“La Unión del Plata es improbable”. “¡Convencer a orientales! ¡convencer a argentinos, y


muy especialmente al elemento localista de Buenos Aires! ¿Quién es el necio que lo
pretende?”

“[…] El Imperio del Brasil, como lo ha dicho Alberdi, y lo confirman la geografía y la


historia, es el Tántalo de estos países, y ha sido y será invasor y ha sido y será
conquistador, porque en ello, más que a una ley de raza, cede a una ley de clima, a una
suprema necesidad económica, para satisfacer la cual, sus claros y tradicionales instintos,
como la aguja imantada, aunque tengan variaciones, se dirigen siempre a un punto, al Sur,
a Montevideo, que es y será siempre el polo magnético de su diplomacia.”

En los mismos años en los que Ángel Floro Costa escribía estas líneas, el mundo
entraba en la segunda Revolución industrial. Y un nuevo problema se le iba a presentar
a Uruguay en materia de independencia nacional. Decía Guillermo Vázquez Franco que
“España colonizó a caballo, Inglaterra con los rieles.”

“El ferrocarril, en fin, encadenó al Uruguay a un tipo de economía de exportación,


vulnerable a las oscilaciones de mercados que no podía controlar. Y esta característica
creó una mentalidad tan extrovertida como la misma estructura que la generaba.”

De nuevo, el Uruguay era demasiado débil como para avanzar aislado. En la misma
época, el mundo anglosajón avanzaba de manera concertada. ¿Cómo hubiera sido
nuestra industrialización si los conocimientos técnicos, científicos, y los capitales
nacionales hubieran circulado desde los países hispanoamericanos más desarrollados
hacia los que iban en vías de desarrollo? En esto, las posibilidades de Uruguay
estuvieron, otra vez, en relación con las características que el progreso tuvo en los
países vecinos. Y los países vecinos tendían a vincularse, por separado, con el mismo
mercado mundial creado y liderado por la comunidad anglófona. Tal como en su
momento auguraron las Leyes de la Florida, Independencia y Unión no son cosas que
vayan por separado.

Aunque la Convención definitiva de Paz de la guerra de 1826-1828 entre Argentina y


Brasil, con mediación británica, de la que surgió el Uruguay, no se firmó nunca, hubo
en el año 1859 un Tratado de neutralización entre las mismas potencias signatarias que
cumplió la misma función. Y el mismo proceso de inserción en el mercado británico
orientó el desarrollo del país en ese sentido. Casi cien años después, en 1967, Alberto
Methol Ferré escribió que “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico
Sur y la incertidumbre de su destino afecta y contamina de modo inexorable y radical al
sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia.” Con esto
le dio a la cuestión nacional un giro interesante, porque entonces quiere decir que

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Uruguay no es “un pequeño país entre dos gigantes” sino la clave del destino regional.
Una responsabilidad histórica de primer orden. Por eso también agregó que:

“Inglaterra abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la Plata, para desarticular
la Cuenca y evitar su control por ningún centro de poder latinoamericano en el
Hemisferio Sur, capaz de resistir y autodesarrollarse. El Uruguay aseguraba el
desmembramiento de la zona óptima de América del Sur. Como reaseguro, las Malvinas
custodiaban discretamente. No olvidemos que es la operación complementaria que sigue
a poco la independencia del Uruguay.”

“[…] La posición del Uruguay es de tal importancia estratégica, que los uruguayos solo
podrán tener el destino en sus propias manos, aun relativamente, en tanto no se
precipiten en guerra civil, cualquiera sea su índole. Pues entonces sobre el Uruguay
podrá resolver cualquiera, menos los uruguayos mismos. Por eso llama a la concordia
nacional: piedra angular, prerrequisito indispensable para la ejecución internación de la
No Intervención. En la concordia, libres; en la guerra interna, esclavos del extranjero.”

“[…] Pero la política de equilibrio que es esencialmente la No Intervención, no solo


requiere actividad ‘externa’, sino también ‘interna’. La política interna juega un rol
preparatorio, va predisponiendo la política externa. Es por tanto necesario que la
opinión del país no se enajene en una sola dirección respecto a asuntos internacionales o
internos ajenos, y esto mucho más premiosamente en relación a los vecinos pues el
poder de las propagandas corresponde a las grandes potencias […].”

“[…] Nuestras posibilidades históricas fueron tres: Banda Oriental, solución argentina;
Provincia Cisplatina, solución brasileña; Uruguay, solución inglesa. Paradójicamente,
fue en esta última que formamos nuestra propia autonomía comunitaria, pero hoy, por la
retirada de sus condiciones, estamos en el aire, como hoja al viento. Imantados por la
aspiradora norteamericana por razones geopolíticas pero no económicas, faltos de
funcionalidad estructural.”

“Hagamos que el nuevo Uruguay no sea la negación excluyente de las otras dos
posibilidades, realicemos a la vez la síntesis de la Banda Oriental y la Provincia
Cisplatina. Que seamos frontera que une y no que separa. Que el Uruguay sea no la
anulación de la Banda Oriental y la Provincia Cisplatina, sino su conjugación. Nexo y
no neutralización. Fue con esa idea central que allá por el '55 con Reyes Abadíe y Ares
Pons fundamos una efímera revista que por ello denominamos ‘Nexo’. Hasta no
quisimos traducir un artículo de Helio Jaguaribe y lo publicamos en portugués, porque
solo se traducen las lenguas extranjeras. Es, en nuestro concepto, el único camino
nacional latinoamericano. La Patria Grande empieza para nosotros por la Cuenca del
Plata ¡Y eso sí que es ‘nacionalizar’ el destino!”

“Si el destino uruguayo se nos aparece como el asumir simultáneo de la Banda Oriental
y la Provincia Cisplatina, ello nos exige en todos los planos, económico, universitario,
etc., un firme entendimiento con Paraguay, Bolivia, Chile, como contrapeso, para
aumentar las posibilidades de negociación en beneficio del país. Deberemos pues

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discriminar atentamente nuestros intereses permanentes y la contingencia de los
gobiernos, matizar firmemente los juicios […].”

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