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El abeto habita en la taiga y el bosque boreal, soportando los más crudos inviernos
nórdicos, donde otros árboles no tienen posibilidad de sobrevivir. Teniendo en cuenta su
cercanía con el polo norte, sede de la tradicional Hiperbórea, este árbol se convierte en un
símbolo polar.
Un conocido villancico alemán escrito por Ernst Anschütz en 1824 alaba las virtudes de
este árbol:
Según Jean Chevalier, todo eje “liga mutuamente por su centro los dominios o los estados
jerarquizados. Puede tratarse de unir la Tierra al Cielo, o para ser precisos el centro del
mundo terrenal al centro celestial, que se figura por la estrella polar. (…) Se trata también
a veces de unir los tres mundos: mundo subterráneo, tierra y cielo, o Tribhuvana: tierra,
atmósfera y cielo. Esta misma jerarquía corresponde simbólicamente a los estados de la
manifestación y a los estados del ser, como indican muy bien las etapas del viaje axial de
Dante. A lo largo del eje se eleva hacia los estados superiores quien llega al centro, es
decir, al estado edénico o primordial”.(2)
El símbolo de la espiral está íntimamente ligado con la escalera, pues “ambos se refieren a
las jerarquías de la existencia, los niveles del Conocimiento y los grados de lectura de la
realidad. Cada uno de sus peldaños representa un distinto ‘cielo’, un estado del ser; y el
escalarlos indica la ascensión gradual del alma que busca la fusión con el espíritu
único” (5).
De acuerdo a Federico González Frías: “La espiral es […] un símbolo de descenso-
ascenso y un medio de comunicación entre los planos subterráneos, el terrestre y los
celestes, recorrido que se efectúa en cualquier iniciación […] donde se debe morir a un
estado para nacer a otro, regenerando una vez más el proceso cósmico del que derivan los
diferentes procesos y de los que participan los astros, dioses de la tierra, y el
inframundo”(6).
Los chirimbolos o bolas brillantes, por su parte, representan los frutos de cada nivel, es
decir los logros espirituales de cada uno de los integrantes de la familia. Por ello es
importante que cada año se agregue un chirimbolo nuevo a nuestro árbol, representando de
este modo las lecciones de la Escuela de la Vida que se han aprendido en el ciclo anual.
Y tal como los mundos superiores son los planos “causales”, es decir de las causas cuyas
consecuencias se manifestan en el plano físico, del mismo modo al pie del árbol se suelen
colocar los regalos navideños que aparecen como bendiciones del cielo (7), en otras
palabras como la manifestación externa y visible cuyas causas son internas e invisibles.
El Cristo en el árbol
En el medioevo había una creencia interesante, según la cual la Cruz de Cristo era el Árbol
de la Vida, e incluso se llegó a aseverar que “el Paraíso y el Calvario, la Cruz de Cristo y
el Árbol de Adán se levantaban en el mismo lugar” (8). Varios comentaristas cristianos
reafirman esto, como Atanasio Sinaíta al decir: “La Cruz de Cristo es el árbol de la
vida” (Christi est lignum vitae)” o incluso Comodiano: “En el madero de la muerte
busquemos el árbol de la vida”.
Más recientemente, René Guénon retomó esta idea, concluyendo que “se sabe que la
misma cruz del Cristo se identifica simbólicamente con el «Árbol de la Vida» (lignum
vitae)”. (9)
Por esta razón no es raro encontrar representaciones artísticas donde el Cristo no aparece en
una cruz sino en un árbol, muchas veces ubicada en el centro de la Jerusalén Celeste.
Y si la cruz del Gólgota es el árbol de la vida… ¿cuál sería el fruto de este árbol? El Cristo,
por supuesto, y entonces comiendo de ese fruto precioso el ser humano podrá recuperar el
estado adámico. Esto se hace patente en la comunión católica donde los literalistas profanos
creen ver un ritual de antropofagia simbólica cuando en realidad el devoto está participando
de la magia de la transustanciación, a fin de entrar en comunión (en común unión) con el
Cristo.
Palabras finales
Por todo lo anterior, el árbol navideño representa al árbol de la vida plantado en el centro
del Edén (Génesis 2:9) y que reaparece al final de las escrituras “en medio del paraíso de
Dios” (Apocalipsis 2:7) en la Nueva Jerusalén con “doce frutos”(Apocalipsis 22:2). En
otras palabras, este árbol luminoso es un recordatorio de nuestro origen divino y de nuestro
propósito existencial de retornar a la “Casa del Padre” con el Cristo como guía.
Aunque nuestra sociedad desacralizada ha intentado eliminar todo contenido simbólico del
árbol navideño y de las fiestas solsticiales, tratando de transformarlas en una celebración
aséptica y carente de contenido, el símbolo arcaico del árbol de la vida sigue allí,
recordándonos que después de las tinieblas viene la Luz.
La noche oscura de la Edad del Hierro -tarde o temprano- tendrá que terminar y el vínculo
perdido será restaurado.
Imágenes
Resumen visual del artículo
Imagen navideña (1870)
El árbol de la vida con el Cristo
La cruz convertida en árbol
La Menorah como árbol de la vida
Concordancia
Himno espiritual: Jesucristo, el árbol de manzanas, tomado de “Divine Hymns or
Spiritual Songs”, compilados por Joshua Smith en 1784