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Portal, Frédéric. El simbolismo de los colores.

En la
Antigüedad, la Edad Media y los tiempos modernos. Barcelona:
Sophia Perennis, 2000.

DE LOS COLORES SIMBÓLICOS


La historia de los colores simbólicos, todavía ignorada y de la que ofrezco tan
solo unos retazos, servirá tal vez para descifrar los jeroglíficos del Antiguo
Egipto y para revelar parte de los misterios de la Antigüedad. No me jacto de
haber llegado al final en estas investigaciones; mi única ambición ha sido atraer
la atención de los sabios sobre uno de los puntos más curiosos de la
arqueología.

Los colores tuvieron el mismo significado en todos los pueblos de la alta


antigüedad; tal conformidad indica la existencia de un origen común que
entronca con la tuna de la humanidad y que encuentra su más alta energía en
la religión de Persia; el dualismo de la luz y las tinieblas, efectivamente, ofrece
los dos prototipos de los colores que se convirtieron en símbolos de los dos
principios, el benéfico y el maléfico. Los antiguos solo admiran dos colores
primigenios, el blanco y el negro, de los que derivaban todos los demás; e
igualmente las divinidades del paganismo eran emanaciones del principio
bueno y del principio malo.

El lenguaje de los colores, íntimamente unido a la religión, pasó a la India, la


China, Egipto, Grecia y Roma; reaparece en el medioevo y las vidrieras de las
catedrales góticas encuentran explicación en los libros zendos (*), los Vedas y
las pinturas de los templos egipcios.

La identidad de los símbolos supone asimismo la identidad de las creencias


primigenias; a medida que una religión se va alejando de su principio, se va
degradando y materializando, olvida el significado de los colores, y esa lengua
misteriosa reaparece llena de vida con la verdad religiosa.

Cuanto más nos elevamos hacia el origen de las religiones, más aparece la
verdad despojada de la mezcla impura de las supersticiones (**) humanas;
brilla en todo su esplendor en el Irán, patria de los primeros hombres. "Los
iranios -dice Mohsen Fany- creían firmemente que un Dios supremo había
creado el mundo mediante un acto de su potencia, y que su providencia lo
gobernaba continuamente. Hacían profesión de temerlo, amarlo y adorarlo
piadosamente, y de honrar a sus padres y a las personas de edad; sentían un
afecto fraternal por todo el género humano, e incluso sentían por los animales
una ternura llena de compasión"1.

El culto a las cortes celestiales, el sabeísmo, vino a oscurecer estos dogmas


sublimes aunque no los aniquilara; tales dogmas se conservaron en el Desatir y
el Zend Avesta; y aunque la verdad quedó ocultada para las miradas profanas,
la encontramos todavía bajo los símbolos de esos libros sagrados.
Cuanto más envejece una religión, más se materializa: de degradación en
degradación, llega hasta el fetichismo; el culto de los negros es la última
expresión de los dogmas de Etiopía y Egipto2. Ya en tiempos de Moisés
mostraba la religión egipcia todos los elementos de decrepitud y disolución; el
símbolo se había convertido en Dios; la verdad, olvidada por el pueblo,
permanecía exiliada en los santuarios, y pronto los propios sacerdotes iban a
perder la comprensión del significado de su lengua sagrada; apliquemos estos
principios a la India y a sus brahmanes bastardeados, a la China y a sus
bonzos vergonzantes a todos los cultos, al mosaísmo, a esos judíos que
sacrifican a los ídolos extranjeros.

Esta ley fatal de la humanidad explica por qué es necesario que haya
revelaciones sucesivas; el mosaísmo y el cristianismo son divinos por el mero
hecho de que la intervención de la divinidad era necesaria, y por ello
indispensable.

¿Cómo hacer que concuerden, en efecto, esa tendencia de todos los pueblos a
materializar sus cultos y la marcha progresiva de la humanidad en la
espiritualidad religiosa?

Hay un momento en que la antigua religión del Irán ha quedado olvidada; sus
símbolos sagrados, la luz, el sol, los planetas, han sido divinizados; en la época
en que esta revolución se lleva a cabo, sale Abraham de Caldea y devuelve la
vida a la verdad a punto de extinguirse.

En Egipto y en la India, el sacerdocio conserva todavía el deposito de los


conocimientos divinos; pero los pueblos se encuentran sumidos en la
ignorancia; el politeísmo envuelve la tierra con sus mantos fúnebres, y Dios se
revela entonces en la vocación del patriarca y comienza la popularidad de la
religión por medio del elemento de la sociedad, por medio, de la familia.

La irresistible tendencia humana arrastra a la idolatría a los judíos, cautivos en


Egipto. Aparece Moisés, la verdad se convierte en pueblo, y el pueblo elegido,
apenas arrancado a las vanas supersticiones, cae de nuevo en su letargo; en el
desierto realiza sacrificios al buey Apis; en la tierra de Israel pisotea la ley
sagrada, se divide e invoca a los dioses sangrientos de los bárbaros. Pero el
Eterno no abandonara la obra de la regeneración; el pueblo profeta había
cumplido su misión, comienza entonces la era de la humanidad, y el hijo de
Dios, el Salvador del mundo, llama a todos las naciones al banquete de la vida.

Así, la caída del primer hombre se refleja en la historia de cada pueblo: esta
consecuencia fatal fundamenta el dogma universal de la decadencia y la
rehabilitación por intervención divina.

Los primeros capítulos del Génesis consagran esta verdad y la voz de los
profetas la proclama en Israel; pero no es el pueblo hebreo el único que eleva
al Eterno sus súplicas y sus esperanzas; Persia, la India, la China, Egipto,
Grecia o Roma esperan también al Salvador del mundo. No me llaméis santo,
dice Confucio a sus discípulos, el santo está en Occidente; y de Oriente parten
no solo los Magos, sino también esos enviados del rey Ming Ti, que llevaron de
la India hasta la China el culto del dios Fo3. Pues bien, Dupuis y Volney
mencionan estas tradiciones orientales y las atribuyen al culto al sol, olvidando
sin duda que el astro sale por oriente, y que el santo debía aparecer en
occidente.

La encarnación de la divinidad india fue tomada del cristianismo, lo admito,


pero si fuese cierto, como lo establece la ciencia, que los libros sagrados de la
India son anteriores a nuestra era, el mito de Krishna no sería la más
asombrosa de las profecías.

Egipto reivindica los mismos dogmas y los graba en los tempos de Tebas;
Orfeo los vuelve a revelar, esta vez en Grecia, y los versos sibilinos los
anuncian a la reina del mundo. Si refiriera aquí los pasajes de estos cantos
proféticos, no faltarían quienes dijesen que los había forjado o falsificado algún
cristiano; pero, según los que tal dicen, también los versos de Virgilio fueron
inspirados a un monje gótico, y pretenden hacernos creer que el pagano
Servio, que los comenta, era un crítico de convento4. Si Virgilio era romano, si
floreció en tiempos de Augusto, ¿cómo anuncia que los últimos tiempos que
predice la sibila se han cumplido ya, y que la edad de oro se acerca, que el Sol,
símbolo eterno del Verbo divino, va a difundir su luz? ¿Qué virgen es esa, y
qué niño el que ha de cambiar la faz del mundo? Es Augusto, responden los
doctos comentadores; pero aunque la adulación del poeta aplique esa
predicción a un hombre, ¿no se dirigirá la predicción misma en realidad a un
DIOS?

La grosera turbamulta de la antigüedad adoraba los símbolos materiales de un


culto que era divino en su origen; la escuela del siglo dieciocho iba a ver en el
cristianismo la adoración del Sol; toda religión nace en la espiritualidad y se
extingue en el materialismo; el fetichismo incrédulo de Dupuis, como el
fetichismo supersticioso de la antigüedad, denuncia el fin de una Iglesia y pide
una nueva regeneración religiosa.

La verdad se antoja ajena a la humanidad: es un presente del cielo que los


hombres rechazan o pervierten. El principio del paganismo hay que buscarlo en
el corazón humano y no en la historia, que solo puede captar su manifestación
exterior. La política no originó en absoluto la idolatría; supo aprovecharla,
reavivarla, pero no crear aquella variedad infinita de divinidades; la unidad de
Dios debió de ser sin duda la religión creada por el despotismo oriental, la
unidad de gobierno la reclamaba; el politeísmo solo podía producir cismas y
división.

Los símbolos de la Divinidad materializados por pueblos materiales fueron el


origen de las creencias que embrutecieron a las naciones de la antigüedad, y
cuatro mil años detuvieron la marcha del espíritu humano.

San Clemente de Alejandría nos enseña que los egipcios se servían de tres
tipos de caracteres de escritura; Varrón, el más sabio de los romanos, constata
la existencia de tres teologías; y encontramos en la historia de las religiones
tres épocas marcadas por tres lenguas distintas.
Al principio, la lengua divina se dirige a todos los hombres y les revela la
existencia de Dios; el simbolismo es la lengua de todos los pueblos, y la
religión es propiedad de cada familia; el sacerdocio todavía no existe, cada
padre es rey y pontífice.

La lengua sagrada nace en los santuarios, regula el simbolismo de la


arquitectura, de la estatuaria y de la pintura, así como las ceremonial de culto y
las vestiduras sacerdotales: esta primera materialización aprisiona el lenguaje
divino bajo velos impenetrables.

Entonces, la lengua profana, expresión material de los símbolos, es el alimento


arrojado a las naciones entregadas a la idolatría.

Dios habla primero a los hombres el lenguaje celestial contenido en la Biblia y


los más antiguos códigos religiosos de Oriente; pronto, los hijos de Adán
olvidan esa herencia y Dios vuelve a decir la palabra con los símbolos de la
lengua sagrada; regula las vestiduras de Aarón y de los levitas, así como los
ritos del culto; la religión se hace exterior, el hombre quiere verla, pues ya no la
siente en si.

En el último grado de corrupción, la humanidad no comprende más que la


materia; entonces, el Verbo divino toma un cuerpo de carne para hacerse oír
en la lengua profana como un último eco de la verdad eternal.

La historia de los colores simbólicos manifiesta ese triple origen, cada matiz
tiene significados distintos en cada una de las tres lenguas, la divina, la
sagrada y la profana.

Sigamos rápidamente el desarrollo de esos símbolos.

Las más antiguas tradiciones religiosas nos enseñan que los iranios asignaban
a cada planeta una influencia benéfica o maléfica según su color y su grado de
luz.

En el Génesis, dice Dios a Noé: «El arco iris será el signo de la alianza entre
Yo y la tierra». En la mitología, Iris es la mensajera de los dioses y de las
buenas nuevas, y los colores de su cinturón, o sea, el arco iris, son los
símbolos de la regeneración que es la alianza de Dios y el hombre.

En Egipto, el velo de Isis lanza destellos de todos los colores, de todos los
matices que brillan en la naturaleza; Osiris, el dios omnipotente, le da la luz;
Isis la modifica y la da a los hombres reflejándola. Isis representaba la tierra, y
su velo simbólico era el jeroglífico del mundo material y del mundo espiritual.

Los Padres de la Iglesia, aquellos platónicos del cristianismo, veían en el


Antiguo Testamento los símbolos de la nueva alianza; Si la religión de Cristo es
de Dios, si los hijos de Abraham recibieron la palabra Santa, las dos tablas de
la ley mosaica y cristiana tuvieron que unirse en un pensamiento común. José
fue un símbolo del Mesías, y esa vestidura que le dio su padre, jaspeada de los
más bellos matices, dice San Cirilo que era el emblema de sus atributos
divinos.

Tales eran los símbolos de la lengua divina, cuando vino a nacer la lengua
sagrada.

Las artes nacieron de la religión. La escultura y la pintura hicieron sus primeras


tentativas para ornar los templos y los recintos sagrados: esto no solo se aplica
a la historia del género humano de manera genérica, sino que resulta ser cierto
también en los orígenes de cada pueblo. En los más antiguos monumentos de
la India y de Egipto, lo mismo que en los del medioevo, la arquitectura, la
estatuaria y la pintura son las expresiones materiales del pensamiento religoso.

Entre los hindúes y los egipcios, y todavía hoy Entre los chinos, la pintura tomó
sus reglas del culto nacional y de las leyes políticas; la menor alteración en el
dibujo o el color traería consigo un grave castigo.

Entre los egipcios, escribe Sinesio, los profetas no permiten que los que funden
metales ni los escultores representen a los dioses por miedo a que se aparten
de las reglas.

En los templos de Egipto -dice Platón- nunca se permitió ni se permite todavía


que los pintores u otros artistas que hacen figuras u otras obras semejantes
innoven nada, ni que en nada se aparten de lo que han dispuesto las leyes del
país; y, si nos fijamos bien, encontramos en Egipto obras de pintura y escultura
hechas hace diez mil años (y digo diez mil años, tal como suena) que no son ni
mas hermosas, ni menos, que las que se hacen hoy, que se han efectuado
conforme a las mismas reglas6.

En Roma incurría en pena de muerte quien se enfundaba o vendía una tela de


color purpura7. Todavía hoy, en la China, quien viste o compra ropas con los
dibujos prohibidos del fénix o el dragón se expone a recibir trescientos
bastonazos y tres años de destierro8.

El simbolismo explica esa severidad de las leyes y de las costumbres; a cada


color, a cada dibujo, correspondía una idea religiosa o política: cambiarla o
alterarla era un crimen de apostasía o de rebelión.

Los arqueólogos han señalado que las pinturas indias y egipcias, así como las
de origen griego que llamamos etruscas, están compuestas de tintas planas de
colorido brillante, pero sin medios tonos9, y tenía que ser así. El arte no iba
únicamente dirigido a las miradas de los profanos, sino que era además el
intérprete y el depositario de los misterios sacros. El dibujo y el colorido tenían
un significado necesario, tenían que ser contrastados: la perspectiva, el
claroscuro y los medios tonos hubieran creado confusión. Y por ello fueron
desconocidos o su manifestación severamente reprimida.

Podríamos afirmar sin invocar autoridad alguna que, si el dibujo los jeroglíficos
egipcios es simbólico, igualmente lo es el color. ¿No era en efecto, el medio
más directo de impresionar las miradas y de atraer atención? ¿No son, incluso
en nuestros días, más populares los grandes coloristas que los grandes
dibujantes?

Si nos remontamos a los orígenes de la escritura, vemos que el color fue el


primer medio de transmitir el pensamiento y de preservar la memoria. Los
quipos del Perú y las cuerdecillas de la China, teñidos con diversos colores,
formaban los archivos religiosos, políticos y administrativos de estos pueblos
en la infancia10. Los mexicanos dieron un paso adelante en el arte de
representar la palabra, y vemos a los colores desempeñando un papel
importante en las pinturas de ese pueblo; los jeroglíficos egipcios representaron
el apogeo y el último término de esa escritura simbólica.

La lengua profana de los colores fue una degradacion de la lengua divina y de


la lengua sagrada. Encontramos huellas de esta lengua entre griegos y
romanos. En las representaciones escénicas, los colores tenía su significado.
Un curioso pasaje de Pollux11 da el sentido de esos emblemas empleados en
las vestimentas teatrales: en ellos se encuentran todavía la tradición, pero
materializada, como en nuestros días.

El cristianismo volvió a dar energía a la lengua de los colores e hizo recordar


sus significaciones olvidadas; la doctrina enseñada por Cristo pues, no era
nueva, puesto que tomaba los símbolos de las antiguas, religiones. El hijo de
Dios, al devolver la verdad a los hombres, no venía a cambiar la ley, sino a
cumplirla; esta ley era el culto al verdadero Dios revelado originalmente a todos
los hombres y conservado en el arca santa del mosaísmo. Moisés y los
profetas citan libros sagrados que no figura en la Biblia; las “Guerras de Yavé”,
las profecías y el “Libro de los Justos”12," habían anunciado, pues, la palabra
divina a otras naciones encontramos prueba manifiesta de ello cuando
confrontamos los monumentos de la antigüedad con los del medioevo.

Las tres lenguas de los colores, la divina, la sagrada y la profana, se reparten


en Europa las tres clases de la sociedad, a saber, el clero, la nobleza y el
pueblo.

Las vidrieras de las iglesias cristianas, como las pinturas de Egipto, tienen un
doble significado; un significado aparente y otro oculto; uno es para el vulgo,
mientras que el otro se dirige a las creencias místicas. La era teocrática dura
exactamente hasta el Renacimiento; en esa época, el genio simbólico se
extingue, la lengua divina de los colores queda olvidada, la pintura es un arte,
ya no una ciencia13.

Comienza entonces la era aristocrática; el simbolismo, desterrado de la iglesia,


se refugia en la corte; desdeñado por la pintura, se lo encuentra en el blasón.

El origen de los escudos de armas se pierde en la noche de los tiempos y


parece tener conexión con los primeros elementos de la escritura; tanto los
jeroglíficos egipcios como las pinturas aztecas indicaban el significado de un
sujeto mediante emblemas o armas parlantes; basta recorrer las pinturas
mexicanas y la explicación que de ellos se nos ha conservado, y no nos
quedara ninguna duda al respecto14. Las representaciones de las divinidades
hindúes y egipcias, combinaciones monstruosas de formas humanas y
animales, tenían sin duda un sentido misterioso; en Grecia, los progresos del
arte liberaron de esas creaciones híbridas a la estatuaria y la pintura, pero las
divinidades parecen haberse confundido en un mismo tipo. Se les dió atributos;
Júpiter tuvo por escudo de armas el águila y el rayo, Minerva el olivo y la
lechuza, y Venus la paloma.

El medioevo renovó las curiosas creaciones de la alta antigüedad: en los más


antiguos monumentos del ante cristiano aparecen composiciones mixtas; el
cristianismo, como el paganismo, no podía esculpir o pintar sus dogmas sino
adoptando el lenguaje simbólico; por eso a la reina Pedauca se la representó
con un pie de oca en el portal de varias iglesias de Francia15.

Para los caballeros vestidos de armadura, los escudos de armas de la nobleza


eran el único medio de reconocerse en el fragor de la batalla. Al comienzo,
todas las armas eran parlantes; el reino de Granada tenía nueve granadas; el
de Galicia un cáliz; el de León un león, y el de Castilla un castillo 16. Más tarde,
el blasón perpetuo en las familias el recuerdo de los grandes actos y de las
grandes hazañas guerreras, pero las más de las veces quedó olvidada la
significación primitiva.

Los colores poseían sin duda su significado en aquellas representaciones en


las que todo era emblema; los autores del arte heráldico así lo afirman y nos
han conservado el sentido que en él tenían los metales y los esmaltes, cuya
tradición hacen remontar hasta los griegos17.

Voy a explicar el simbolismo de esos distintos colores del blasón: la tradición


de la antigüedad se conservó en ellos largo tiempo pura y, en algunos
monumentos, la lengua sagrada de los escudos de armas sirvió para saber
comprender la lengua divina empleada en el tema principal, lo mismo que, en
los anaglifos egipcios, la escritura fonética contenida en una tarjeta daba el
nombre del personaje representado18.

La galantería de los árabes de España y su misticismo amoroso vinieron a


concluir la era aristocrática y a originar la lengua popular de los colores que
hasta hoy se ha conservado.

El enclaustramiento de las mujeres dio en Oriente nueva importancia a los


emblemas de los colores; estos sustituyeron a la lengua hablada, igual que el
salam o ramo simbólico se convirtió en la lengua escrita del amor.

Entre los árabes, como en todos los pueblos, este lenguaje tuvo origen
religioso. En la antigua Persia, los espíritus o genios tenían flores que les
estaban especialmente consagradas19. Esta flora simbólica la encontramos
también en la India y en Egipto, en Grecia y en Roma20.

El salam de los árabes parece haber tomado de la lengua de los colores sus
emblemas; la razón mística de ello nos la da el Corán: los colores que la tierra
extiende ante nuestros ojos, dice Mahoma, son signos manifiestos para
aquellas que piensan21. Este pasaje notable explica el velo multicolor que
llevaba Isis, o la Naturaleza, concebido como un gran jeroglífico. Los colores
que brillan en la tierra corresponden a los matices que el vidente percibe en el
mundo de los espíritus (****), en el que todo es espiritual y, por consiguiente,
pleno de significado; ese es al menos el origen del simbolismo de los colores
tanto en los libros de los profetas como en el Apocalipsis. El Corán repite esta
misma teoría en las visiones y en las distintas vestimentas de Mahoma.

Los árabes de España, materializando estos símbolos, dieron forma a una


lengua que tuvo sus principios y su diccionario. Un autor contemporáneo ha
dado el catálogo de más de sesenta de esos colores emblemáticos y el sentido
de sus combinaciones22. Francia los adoptó y conserva huellas de ello en la
lengua popular. El azul es todavía emblema de la fidelidad, el amarillo el de los
celos, el rojo el de la crueldad, el blanco el de la inocencia, el negro el de la
tristeza y del duelo, y el verde el de la esperanza.

En eso ha venido a dar el simbolismo de los colores, y pese a ello su última


expresión materializada sigue dando fe de su noble origen. La pintura moderna
conserva su tradición en los cuadros de iglesia; San Juan va vestido de verde,
así como Cristo y la Virgen visten de rojo y azul, y Dios de blanco. El
simbolismo, esa antigua ciencia, se convierte en arte y ya no es en nuestros
días más que cuestión de oficio.

NOTAS

* [Se refiere al Avesta.]


** [Debe tenerse en cuenta que el autor emplea aquí el termino superstición en su verdadera
acepción etimológica: no la de una cosa carente de sentido, sino la de atribuir un sentido falso
o deformado a algo que en realidad tiene un sentido profundo que se ha dejado de
comprender.]
1 Dabistan et les Recherches asiatiques; traducción francesa, tomo II, pág. 98.
2 Los dioses de los egipcios, los fenicios, los cananeos, etc., como los de los negros actuales,
eran pequeños ídolos denominados Ptha, Fetic, o Fateic, de donde tomaron los griegos el
nombre de pataiques y que, conservándose sin alteración entre los negros, es exactamente su
palabra fetique o fetiche. (Court de Gebelin. Monde primitif, tomo VIII).
*** [Debe tenerse en cuenta aquí, como en otros lugares del libro, especialmente sus párrafos
finales, que Portal, que a fin de cuentas solo podía disponer de una información bastante
adulterada, no sospechaba siquiera que estas tradiciones estaban mejor conservadas que el
cristianismo occidental, e incluso habla de algunas de ellas como si las considerara
extinguidas.]
3 Memoires concernant les Chinois, tomo V, p. 59.
4 El jesuita Arduino pretendía que la Eneida de Virgilio había sido inventada por unos monjes
en los claustros del Cister: se trataba sin duda de una broma o un engaño.
5 Observemos aquí la vía de los hombres y la de Dios. En el Irán domina el idealismo puro; los
antiguos persas, según Herodoto, no tenían templos; en la India aparece el espiritualismo
dogmático; en Egipto el racionalismo humano, y en Grecia el sensualismo. Ese es el avance
retrogrado del espíritu humano, mientras que Dios, empezando de nuevo la obra
desnaturalizada, da la verdad a los hombres por medio de la vocación de Abraham, por la
misión del pueblo israelita; y por medio del cristianismo, revelándose primero a una sola familia,
pronto inicia toda una nación para llamar a si a la humanidad entera.
6 Platón, Leyes, libro II.
7 Justiniano. Cod. Lib. IV, tit. 40.
8 Code Penal de la Chine, tomo II, pág. 340.
9 Quatremere de Quincy, De l'Architecture egyptienne, pág. 167.
10 Como puede verse en los “Comentarios Reales” de Garcilaso de la Vega y en el Chou King.
11 Juhi Pollucis onomasticum, lib. IV, cap. 18.
12 Véanse Números, XXI. Jeremías, XLVIII. II Reyes, Cáp. 1. Josué, X. Cf. las palabras
preliminares del Bhaguat-Geeta (*), pág. 15. [* Con esta transcripción inglesa, Portal hace
referencia a la Bhagavad Gita. Mantengo la transcripción, pues ese era el titulo de la edición
inglesa cuyo número de página cita. Esto vale también para otras obras y términos técnicos
que se citan a lo largo del libro, casi siempre hindúes, y daré entre corchetes la transcripción
hoy corriente, excepto en casos en que seria ocioso.]
13 Cuanto mis se hace notar el arte en las pinturas medievales, menos descubrimos en ellas
las huellas del simbolismo. La Biblia del siglo X que se conserva en la Biblioteca Real de Paris
es uno de los mis curiosos monumentos por lo que se refiere al simbolismo, y tal vez el mis
deplorable en cuanto al dibujo.
14 Compilation de Thevenot.
15 Bullet, Mythologie franfaise, pig. 33.
16 Pasquier, pág. 142.
17 «Todos los escudos de armas -dice Anselme en el «Palais de l'Honneur»- se diferencian en
dos metales, cinco colores y dos forros. Estos dos metales son oro y plata; los cinco colores
son azur (azul), gules (rojo), sable (negro), sinople (verde), y morado o púrpura (violeta); los
dos forros son el armiño y el vero. Ya en su tiempo dio nombre Aristóteles a los metales y a los
colores según los siete planetas. El oro fue denominado Sol; la plata, Luna; el azur, Júpiter; los
gules, Marte; el sable, Saturno; el sinople, Venus; y el púrpura, Mercurio; y cada dios estaba
vestido y pintado de su metal y su color.- (Cf. Court de Gebelin. Monde primitif, tomo VIII, pág.
200).
18 Más adelante daré la explicación de una vidriera en la que las tres lenguas, la divina, la
sagrada y la profana, o la religiosa, la heráldica y la popular, siguen la misma idea.
19 Boun-Dehesch, pág. 407.
20 Un sabio alemán acaba de publicar la historia mitológica de las flores en Grecia y Roma
(Dierbach, Flora mythologica, oder Pfanzenkunde in bezug auf Mythologie and Symbolik der
Gnecben and Romer). Señalemos la existencia de estas tradiciones en el medioevo: su ultima
expresión popular se ha conservado hasta nuestros días, y el autor del lenguaje de las flores
ha recogido el significado emblemático de ciento noventa plantas (Delachenaye, Abecedaire de
More, ou Langage des fleurs. P. Didot l'aine, 1811).
21 Corán, Cáp. 16, Las Abejas.
22 Gassier. Histoire de la Chevalerie fracaise, pág. 351 y siguientes.
**** [El autor deja ver en estas líneas, y también en otros capítulos, el estigma de la afición que
sentía por Swedemborg, autor cuyas "visiones" sufrían a veces excesivas interferencias, lo que
las hacía más psíquicas que propiamente espirituales.]

PRINCIPIOS DEL SIMBOLISMO DE LOS


COLORES
Antes de tratar de levantar el catálogo de los colores simbólicos, es necesario
conocer las reglas gramaticales de esta lengua. Como a lo largo de estos
estudios procederemos mediante análisis, acaso resultaría difícil comprender la
generación de los símbolos si no les antepusiésemos la síntesis que rige al
sistema.

La física reconoce siete colores, que forman el rayo solar descompuesto por el
prisma; a saber, violeta, añil, azul, verde, amarillo, naranja y rojo.

La pintura no admite más que cinco colores primigenios; son blanco, amarillo,
rojo, azul y negro, de los cuales el primero y el último son rechazados por la
física. De las combinaciones de estos cinco colores salen todos los matices.

Según el simbolismo, dos principios dan nacimiento a todos los colores, la luz y
las tinieblas.

La luz está representada por el blanco, y las tinieblas por el negro. Pero la luz
no existe sino por el fuego, cuyo símbolo es el rojo. Partiendo de esa base, el
simbolismo admite dos colores primigenios, el rojo y el blanco; el negro fue
considerado la negación de los colores y atribuido al espíritu de las tinieblas. El
rojo es el símbolo del amor divino; el blanco es símbolo de la divina sabiduría.
De estos dos atributos de Dios, amor y sabiduría, emana la creación del
universo.

Los colores secundarios representan las diversas combinaciones de los dos


principios.

El amarillo emana del rojo y del blanco, es el símbolo de la revelación del amor
y de la sabiduría de Dios1.

Igualmente el azul emana del rojo y el blanco; designa la sabiduría manifestada


por la vida, por el espíritu o aliento de Dios; es el símbolo del espíritu de
verdad.

El verde está formado por la unión del amarillo y el azul; indica la manifestación
del amor y de la sabiduría en el acto; fue el símbolo de la candad y de la
regeneración del alma por medio de las obras.

En este esquema pueden reconocerse tres grados:


1. ° la existencia en si;
2. ° la manifestación de la vida;
3. ° el acto que de ello resulta.

En el primer grado domina el amor, el deseo o la voluntad marcados por el rojo


y el blanco; en el Segundo aparece la inteligencia, la palabra o verbo,
designados por el amarillo o el azul; y en el tercero, la realización o acto
encuentra su símbolo en el color verde. Estos tres grados, que recuerdan las
tres operaciones del entendimiento humano, voluntad, razonamiento y acto,
pueden encontrarse también en cada color. Se observan en ellos tres
significaciones conforme al mayor o menor grado de luz; así, el mismo tono
indicara tres órdenes de ideas según aparezca, en primer lugar, en el rayo
luminoso al que colorea; en Segundo lugar, en los cuerpos traslucidos y, por
último, en los cuerpos opacos.
La pintura no podía reproducir esas diferencias que observaremos en los
monumentos escritos de la antigüedad. Así, los mantos de Dios brillan como el
rayo, como la llama del fuego, como un rayo de sol; es la luz coloreada la que
revela al profeta el amor y la voluntad de la Divinidad. Las piedras preciosas,
transparentes, forman el Segundo grado indicado por la luz reflejada
interiormente; se refieren al interior del hombre o al mundo espiritual; por
ultimo, los cuerpos opacos como las piedras y las vestimentas de lino, que
proyectan la luz por su superficie, indican el grado tercero o natural, que se
manifiesta en el acto.

Poco tardaremos en ocuparnos de tales diferencias, pero es necesario que las


indiquemos para poder captar el valor absoluto de los símbolos. El blanco, por
ejemplo, significa la sabiduría en los tres grados; pero en el primero, la luz
blanca indicará la sabiduría divina, que es la verdad misma; en el Segundo
grado, el diamante y el cristal serán los símbolos de la sabiduría espiritual, que
posee la inteligencia interior de la Divinidad; en el tercer grado, finalmente, la
piedra blanca y opaca y las vestiduras de lino indicaran la sabiduría natural o la
fe exterior, que produce las obras.

REGLA DE LAS COMBINACIONES


Tras estos cinco colores vienen los colores compuestos, rosa, púrpura, azul
violado, violeta, gris, bronce, etc. Estos tintes reciben sus significados de los
colores que los componen; el dominante le da su significación general, que es
modificada por el dominado. Así tenemos que el púrpura, que es de un rojo
azulado, significa el amor a la verdad, mientras que el azul violado representa
la verdad del amor. Ambos significados parecen confundirse en su origen, pero
las aplicaciones mostrarán la diferencia que existe entre ellos.

REGLA DE LAS OPOSICIONES


La regla de las oposiciones es común a la lengua de los colores y a todos los
símbolos en general; les atribuye el significado opuesto al que poseen
directamente. En el Génesis, la serpiente representa el genio del mal, y los
Padres de la Iglesia llaman al Mesías la buena serpiente. En Egipto, el agua
era el símbolo de la regeneración, y el mar estaba dedicado a Tifón, prototipo
de la degradación moral. Asimismo el rojo significa al mismo tiempo el amor, el
egoísmo y el odio; el verde, la regeneración celeste y la degradación infernal, la
sabiduría y la locura. Esta regla, en vez de agregar oscuridad o arbitrariedad a
la significación de los símbolos, les da una energía que desconocen las
lenguas vulgares.

El simbolismo de los colores hubiera podido prescindir de este medio y, sin


embargo, lo ha conservado como una de sus más grandes bellezas. En efecto,
el negro, unido a los otros colores, les da el significado contrario. El negro,
símbolo del mal y de lo falso, no es un color, sino la negación de todos los
colores y de cuanto estos representan. Así, el rojo representa el amor divino;
unido al negro, será símbolo del amor infernal, del egoísmo, del odio y de todas
las pasiones del hombre degradado. En el primer capitulo, creo haber dejado
suficientemente establecido que los colores eran simbólicos en la antigüedad y
en el medioevo. En los capítulos que seguirán, buscaré ese significado en las
fuentes religiosas e históricas; espero demostrar que, si los colores tuvieron
significado, significaban las ideas que les asigno.

En la tercera parte, que constituirá una obra especial, los monumentos pintados
vendrán a confirmar la teoría y a mostrar sus aplicaciones, tan numerosas e
ingeniosas.

NOTAS

1. El simbolismo no pretende que el amarillo este compuesto de rojo y blanco, puesto que
estos dos colores, unidos, forman el rosa; pero el símbolo del amarillo emana del símbolo del
rojo y del blanco; así la revelación divina, representada por el amarillo, emana del amor divino y
de la sabiduría divina, designados por el rojo y el blanco.

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