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CONTRA LA RAZÓN INDOLENTE

Desafío a la teología de la liberación en tiempos actuales

José Luis López

En primer lugar agradezco la invitación y la oportunidad que me dan para compartir con
ustedes algunas ideas y juntos pensar los desafíos actuales que se presentan a nuestra
reflexión teológica y especialmente a la teología de la liberación. Justamente quiero
comenzar diciendo que la teología de la liberación entre muchos aportes que hizo a
nuestras vidas, está el hecho de enseñarnos a mirar la realidad estructuralmente,
sistémicamente, integralmente en todo aquello que amenaza la vida. Es decir, podemos
afirmar que Dios tiene un modo de intervenir, de conspirar en la integridad de la
historia, en la integridad de la vida, no aisladamente. Por ello pienso que una teología,
por más contextual que sea, siempre debe ayudarnos a mirar esa integridad de la vida, la
vida en su conjunto. Esta idea la quiero enfatizar porque creo que estamos en un tiempo
en el que incluso nuestras teologías corren el riesgo de fragmentarse, al punto de
desembocar en una incapacidad de ver el todo más allá de las partes.1

Ahora quiero concentrarme en la segunda parte del título de esta presentación, en la


razón indolente. Esta razón, o racionalidad es una nota muy característica de nuestro
tiempo actual. Se trata de un modo de pensar y de actuar indiferente a la vida integral.
La razón indolente es la razón indiferente a la vida en su totalidad. Pero, este modo de
ser y de actuar, que está internalizado en la mayor parte de la subjetividad de la
población mundial, se construye y se sostiene gracias a la existencia de un sistema, una
estructura, una plataforma cultural que podríamos denominar capitalismo o economía de
mercado.

El Papa Francisco, en la Encíclica Laudato Sí, advierte sobre la existencia de este


sistema mundial indolente:

Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema


mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera
que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el
medio ambiente. (LS. 56).

El capitalismo es un ensamblaje de apropiación perverso de la vida, del trabajo, ya sea


como esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil, free lance, consultoría,
etc., para la producción-distribución masiva y egoístamente acumulativa en el mercado
mundial. El capitalismo es una estructura de explotación y control del trabajo, de los
recursos y de productos nunca antes experimentado en la humanidad, y cuyas
consecuencias son devastadoras.2

1
A propósito, en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco indica: “El todo es
más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse
demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un
bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario
hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo
pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia” (235).
2
El Papa Francisco, en la Encíclica Laudato Sí, habla de las innumerables consecuencias de esta práctica
egoísta: “somos testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes
Este sistema, esta estructura de poder cuyo único objetivo es la acumulación de riqueza,
lo hace sobre la base de la explotación. Para justificarse y no levantar sospechas sobre
ese objetivo perverso, el sistema internaliza sus valores en el sentido común de la
población mundial. Esos valores se reproducen en forma de deseos, aspiraciones,
afectos u horizontes de vida de modo que llegan a ser prácticamente incuestionables. De
este modo se construye un sujeto y se reproduce una subjetividad. Esa subjetividad a la
cual denominamos individualista, egoísta, y cuya nota es la fragmentación. Una
estructura de este tipo es descrita en el documento de Aparecida:

Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se


desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y
con Dios […] Surge hoy, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad
individual. Independientemente de su forma, la libertad y la dignidad de la
persona son reconocidas. El individualismo debilita los vínculos comunitarios y
propone una radical transformación del tiempo y del espacio, dando un papel
primordial a la imaginación. (DA 44).

Sobre este sujeto, un sujeto fragmentado, conviene poner nuestra atención, porque
siendo parte de una estructura, pasa desapercibido, o más bien, pasa encubierto, como
no siendo producto de un sistema o estructura. Intentaremos describir a este sujeto a
partir de dos tipos de fragmentación: 1) fragmentación histórica, 2) fragmentación
social.3

La fragmentación histórica: “Porque toda casa tiene su constructor” (Hebreos,


3:4).

“Toda casa tiene su constructor”, es el reconocimiento de que las cosas no aparecen


espontáneamente, de que lo que existe se edifica, se construye. Sin embargo, a
diferencia de esto, el sistema capitalista produce la idea de que la historia, y por tanto la
memoria de ella, es irrelevante; y que lo que existe hoy no tiene correlato con lo que
existió ayer. Así, se genera en la sociedad global la denominada fragmentación
histórica. Esta fragmentación se la puede comprender a partir de dos características: la
primera tiene que ver con el desconocimiento de la historia y la segunda con el
debilitamiento de los denominados macro relatos.

¿En qué consiste el desconocimiento de la historia? Significa ignorar los procesos y las
dinámicas sociales, por tanto históricas, que nos han llevado a la configuración de este
sistema, o de cualquier otro. Es decir, vivimos en una sociedad que ha desarrollado el
hábito de una amnesia programada, puesto que nos gusta, nos llama la atención y nos
interesa solo lo nuevo o lo novedoso. Tenemos una mirada colectiva puesta
paradójicamente únicamente en el futuro. Descartamos lo anterior, lo antiguo como algo
no fundamental para tomar en cuenta, como algo que se tiene que desechar. Hasta en el
lenguaje común se suele escuchar que siempre hay que hacer “borrón y cuenta nueva”.
La historia pasa como una simple anécdota y no como un aprendizaje significativo.

beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la
degradación ambiental.” (LS. 36).
3
En esto sigo las reflexiones de Concepción Ortega.
La amnesia programada resulta de la idea y de la práctica que sobrevalora el presente,
el ahora, el aquí. Pero se trata de una sobrevaloración hedonista. Se escucha por todas
partes que se debe vivir con intensidad, vivir con plenitud, entendido en muchos casos
que ese vivir es un disfrutar o un gozar, un vivir desprendido del pasado como del
futuro. Ese vivir gozando se puede traducir como vivir comprando, vivir consumiendo.
Nada más perfecto para el sistema, tener sujetos que disfrutan, solo disfrutan del
presente consumiendo.

Por otro lado, ¿en qué consiste el debilitamiento de los macro relatos? Si entendemos
por macro relatos aquellos proyectos ideológicos, religiosos y/o políticos al margen de
los cuales no era posible pensar el destino de la humanidad, entonces los podemos
nombrar: cristianismo, marxismo, capitalismo, iluminismo,4 etc. Estos macro relatos
tiene en común el hecho de mostrar a la humanidad un horizonte de sentido macro, una
visión teleológica de la historia, un futuro deseado al cual hay que dirigirse. En la
actualidad el debilitamiento de estos macro relatos, por ejemplo la del cristianismo,
implica hasta cierto punto la pérdida de cierto horizonte de sentido, y la aparición de
sentidos para la vida espontáneos, esporádicos o temporales.

El debilitamiento de los macro relatos, al ser éstos una articulación de un horizonte de


sentido, quiere decir también que se rompe con la idea de que la sociedad es una gran
estructura dinámica y susceptible de conocimiento. Lo cual nos lleva a la idea de que es
una pérdida de tiempo conocer la sociedad en su integridad. Llegamos a un
convencimiento de que es imposible conocer la realidad, o por lo menos solamente
podremos conocer fragmentos de la realidad. El conocimiento que se atreve a postular
una comprensión de la totalidad de las sociedades es tenido como supersticioso.
Podríamos decir que estamos en sociedades a las que no les interesa comprender las
composiciones y articulaciones reales de sus miembros. Por tanto, y en relación a lo
anterior, tampoco interesa conocer su historia y los procesos sociales que la llevaron al
lugar donde se encuentra actualmente. Esto quiere decir que la realidad para la mayoría
de las personas es solo aquella que experimentan y viven de modo concreto y en su
contexto más cercano, y lo que está más allá de su horizonte de comprensión aparece
como un imaginario nada más: real, pero no tanto.

¿Cuáles podrían ser los efectos de la fragmentación histórica?

Uno de los primeros efectos es el que se denomina quiebra causal. Ésta quiere decir que
la población supone que el sistema en el cual vivimos surge por generación espontánea.
Es decir, estamos en sociedades que no logran establecer con claridad la relación que
existe entre causa y efecto, relacionado con la aparición de este sistema. Lo cual,
además nos lleva a la creencia que el sistema es inmutable. Podríamos decir que si
creemos que el sistema apareció mágicamente también creemos que el sistema va a
desaparecer mágicamente. A esto se refieren mucho cuando afirman que “no se puede
salir del sistema”, hay que entrar sí o sí. Escuché esta expresión “fuera de la
globalización no hay salvación”. Cuando uno se pregunta cómo es que llegamos a
sostener que este sistema es incuestionable, no podemos hacer otra cosa que reconocer
nuestra falta de conexión causal de los procesos históricos y políticos que
desembocaron en la situación actual.

4
Lyotard en su libro “La posmodernidad explicada a los niños” menciona estos macro relatos.
Otro efecto es el que se denomina amputación semiótica de la noción de alternativa. En
otras palabras esto quiere decir una pérdida de nuestra capacidad imaginativa más allá
del sistema, por fuera del sistema. En los referentes históricos de la población no se
encuentra opción al modelo de vida que promueve cotidianamente el sistema. O, si
surge algún modelo alternativo, el sistema ha creado en los afectos o los sentimientos un
impulso que anula esas alternativas, negándolas como posibles. Entonces, se usan frases
como: “es imposible”, “es difícil”, “es complicado”, “es inútil”, “no hay nada que
hacer”. Las alternativas que por un lado u otro aparecen son tenidas como
descabelladas, simplemente fantasiosas, carentes de posibilidad; definitivamente no
entran en los imaginarios siquiera. Por otro lado, estos mismos afectos son subsumidos
por el sistema para incorporarlos en su propia expansión interna, pero nunca en
condición de su transformación externa.

Otro efecto, es al que denomino el efecto Messi del sistema. Si uno se pone a pensar en
el sentido común de mucha gente, el jugador de futbol Leonel Messi es tenido como el
mejor jugador del mundo. Muchos aceptan esa idea como verdadera sin más. Esa idea
se ha internalizado a nivel global de tal modo que es incuestionable y, más aún, si hay
afirmación en contrario tendría que demostrarse. O es decir, es verdad solamente porque
todo el mundo lo cree. Al sistema le pasa algo parecido, puesto que se ha instalado la
creencia en la población que el modelo de vida no tiene que demostrar que es el mejor,
porque simplemente lo es, y es así porque se cree que el sistema es omnipresente, está
en todas partes sin excepción. Mucha gente para fundamentar su afiliación al sistema
enumera todos los países o sociedades que viven bajo el modelo del sistema, y de ahí
concluyen que “si está en todas partes, entonces es el mejor sistema”.

Fragmentación social. “¿Dónde está tu hermano?, ¿acaso es mi obligación cuidar


de él?” (Génesis 4,9).

En los ambientes sociales en los que nos movemos, se escucha continuamente el


reclamo por la unidad, por la articulación, por la solidaridad. Este dato revela que el
punto de partida es la división. De hecho, la división en las organizaciones sociales, en
los grupos, en las comunidades, etc., es una de las problemáticas más recurrentes.
Estamos conscientes que la fragmentación social tiene el objetivo de despojar a la
sociedad de su necesidad y capacidad de organizarse y articularse críticamente contra el
sistema.

Para lograr la fragmentación social, el sistema substituye la noción de solidaridad o


cohesión por la de rival o competidor. Muchas son nuestras experiencias en relación a
estos conceptos. Recuerdo muy claramente que un profesional experto en planificación,
quien nos ayudaba a proyectarnos institucionalmente, nos insistía que podamos
identificar a nuestra competencia. Le decíamos que trabajamos más en redes que con la
noción de competidores, y nos respondía que “no puede ser, lo que pasa es que no saben
identificar a sus competidores; en todo hay competencia, hasta en la familia”. Es
probable que mucha gente crea que la competencia es natural a los seres humanos y a
las relaciones sociales; o es decir, nuestras relaciones sociales se definen por la
competitividad.

Esta realidad nos lleva a otro concepto. A través de distintos mensajes o símbolos se
instala en la población la idea del emprendimiento, como una carrera de éxito, en cuyo
camino los otros, a quienes definimos como competencia, no son otra cosa que
obstáculos. Para instalar estas nociones de emprendimiento el sistema introduce con
insistencia la concepción individualista de la convivencia. Es decir, el individuo
subordina naturalmente las necesidades de la colectividad a sus propias necesidades, o a
las necesidades de su entorno más pequeño. Para ello, se desarrollan unos mecanismos
de incidencia que buscan lograr estos efectos.

Uno de los mecanismos se asienta en la sobrevaloración de la importancia de ser


diferente o sentirse diferente al otro. Basta mirar o escuchar todas aquellas charlas
motivacionales que repiten al cansancio: “haga la diferencia”, “piense fuera de la caja”,
“no siga como cordero a los demás”, “sea original”. “Hacer la diferencia” es un
imperativo ético y estético, de modo que para el sistema quien no hace la diferencia es
simplemente “ordinario” o “mediocre”.

Otro mecanismo consiste en una promoción de pertenencia controlada a grupos


atomizados. Frente a la necesidad de articularnos y relacionarnos, se promueve la
pertenencia y la posibilidad de crear grupos. Sin embargo, los grupos surgen con una
alta presión para diferenciarse, ocupar espacios, tener presencia, hacer incidencia desde
su propia identidad. Además, normalmente lo que articula a los grupos son intereses
muy estrechos, y los grupos generalmente no ven más allá de su interés colectivo. El
ámbito de acción de las personas en un grupo es unidimensional.

También encontramos un mecanismo muy típico de la época actual. Se trata de la


distinción a partir del consumo. Las personas afirman su carácter distintivo de los
demás recurriendo al consumo impuesto por la moda o por los estilos de vida.
Parafraseando al gran Eduardo Galeano diríamos, que la gente confunde calidad de vida
con cantidad de cosas. Esto quiere decir también, buscar la originalidad a partir del
precio de las cosas que se consumen. Las modas, no son solamente cuestiones de
gustos, sino una fuerte presión ideológica para distinguirse y diferenciarse. Sabemos
que toda moda tiene un ciclo, una caducidad programada. Entre paréntesis quisiera
decir que la caducidad programada viene en dos direcciones: por un lado, en las mismas
cualidades del producto, que casi en general los hacen para desecharlos prontamente
(miren nuestros celulares, nuestras computadoras, y hasta nuestras ideas); por otro lado,
la caducidad es una programación en el cerebro, que nos dice constantemente que hay
que renovar todo, buscar la novedad, lo novedoso, sin importar que ello consista solo en
el cambio de color del producto.

¿Cuáles son las consecuencias de la fragmentación social?

Una primera consecuencia que podríamos identificar es la nula o deficiente capacidad


de comprensión de la realidad. Esto se sigue con el efecto en la imposibilidad de
actuación efectiva sobre la realidad. Nos da la sensación de que siempre estamos
emprendiendo cambios y sin embargo sentimos que nada ha cambiado. Más o menos
relacionado a esto el teólogo Arturo Paoli decía que los agentes pastorales le harían más
bien a la iglesia si se dedicaran a jugar futbol en la playa en lugar de tener vidas
formalmente activas pero históricamente estériles. Es decir, la sensación de que jamás
podremos comprender la realidad nos lleva a una inercia frente a ella. Y cuando
pretendemos emprender cambios, los alargamos al infinito, con una contradictoria
sensación de no haber hecho ningún cambio.
En relación a lo anterior, parece que una gran parte de la población funda su
conocimiento de la realidad en el denominado sentido común. Más o menos en el
sentido del efecto Messi del que hablamos en el punto sobre la fragmentación histórica.
Se trata de creer y estar convencido de ciertas afirmaciones sólo por que los demás, el
conjunto de la gente, los medios de comunicación, lo señalan así. Esto nos puede llevar
al extremo de un cierto fundamentalismo del sentido común. Se cree que “si todos lo
afirman debe ser cierto”, “si todos creen en ello no se puede dudar”. De este modo se
puede afirmar con el filósofo Chomsky que las poblaciones con estas características “ni
siquiera saben que no saben”. Hay que añadir a esto que cuando decimos sentido común
no es otra cosa que los valores, nociones y afectos que el sistema internaliza en la
población. Es decir, el sentido más colonial que tenemos es el sentido común.

Otro efecto podemos describirlo así. Estamos en medio de una población que tiene
grandes dificultades para establecer la continuidad entre motivación y acción. Es decir,
el sistema presiona de tal modo que el éxito ya no se entiende como producto de mis
esfuerzos y acciones, sino, se lo espera como algo mágico, milagroso, o como un golpe
de suerte. O tal vez, como un golpe de suerte procurado. Me alarmó escuchar en los
últimos años que en la ciudad de Cochabamba ocurrieron varios homicidios de hijos a
sus padres o hermanos. El motivo, la herencia. Se trata de jóvenes tan desesperados de
triunfar en la vida y adquirir los bienes materiales que ello significa que no dudaron en
usar los medios más inhumanos para ello.

El narcicismo es otro efecto. Hay que entender el narcicismo en dos direcciones.


Primero, como la centralidad en la auto imagen. Se trata del sujeto cuya máxima de
relación con los demás es a partir de las poses que hace, de la forma cómo se presenta,
del modo cómo se relaciona, de los protocolos. Segundo, entender el narcicismo como
la población que pierde los referentes para implicarse con la sociedad. Como dirían
nuestros abuelos, alguien que solamente se mira el ombligo es incapaz de levantar la
mirada.

Finalmente, otro efecto que podemos advertir es que nos movemos frente a sujetos
sobrevalorados. Es decir, se trata de sujetos que buscan la valoración, por ejemplo, de
sus opiniones solamente por ser sus opiniones. No establecen una relación causal sobre
el compromiso que les supone el dar sus opiniones. La palabra, en este caso, pierde su
valor fundamental, el de develar al sujeto y hacerlo partícipe de una comunidad, y, más
bien, adquiere la fachada de ser una mera táctica de la coexistencia.

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