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LA FUNCIÓN DE RENÉ GUÉNON Y LA SUERTE DE

OCCIDENTE 

Michel Vâlsan

“Los insensatos entre los hombres dirán: ‘¿Quién los desviado de su


qiblah anterior?’ – Di: ‘¡Es Allâh el Oriente y el Occidente! Él guía
a quien Él quiere en una vía recta’”.
Es así como Nos os hemos establecido comunidad mediadora a fin de
que deis testimonio ante los hombres y que el Enviado dé testimonio
ante vosotros …
Corán, II, 142-143.

La desaparición del hombre permite considerar el conjunto de su


obra en perspectivas diferentes de aquellas que se podían tener en
vida. En tanto que ejercía su actividad y que no se podía pues asignar
un término a su función, ni una forma definitiva a su trabajo que, como
se sabe, no se limitaba a la redacción de sus libros, sino que se expre-
saba aún por su múltiple colaboración regular en los Etudes Tradition-
nelles (por no hablar de las revistas en las que había colaborado
anteriormente) así como por su abundante correspondencia de orden
tradicional, su obra se encontraba en cierta medida solidaria a su pre-
sencia inconmensurable, discreta e impersonal, e hierática e inafecta-
da, pero sensible y actuante. Ahora, todo este conjunto detenido puede
ser visto de algún modo en simultaneidad: el propio corte que marca
su fin sella su alcance con un nuevo significado general. De hecho, la
perspectiva así abierta ha ocasionado ya la manifestación de reaccio-
nes que no se habían producido hasta ahora. Una nueva notoriedad
vino incluso para marcar el final del hombre. Algunos han creído ver
en ciertos casos la ruptura de una especie de “conspiración de silencio”
que, en ciertos medios, parecía impedir la actualización de virtuali-
dades reales de participación en el espíritu de su enseñanza. Sea como
fuere, estamos obligados a constatar que, si se decide levantar acta de
la importancia de la obra de René Guénon, el modo en que se ha hecho
no ha revelado el progreso de comprensión que se podía esperar.
Parece incluso, en estos casos, que el interés que se le concedía pro-
cedía más bien de una preocupación de prevenir oportunamente un de-
sarrollo real de esta comprensión y delimitar las consecuencias que de

 Michel Vâlsan, La fonction de René Guénon et le sort de l’Occident, en


Études Traditionnelles, no 293-294-295, Numéro spécial consacré à René
Guénon, 1951.
La función de René Guénon y la suerte de Occidente

ella podrían extraerse. Es por ello que estas reacciones son ahora
importantes sobre todo desde un punto de vista cíclico. Y si no
queremos poner de manifiesto aquí errores nuevos o ya conocidos, así
como inexactitudes materiales patentes, ya sean debidas a la incapaci-
dad de sus autores o simplemente a su mala fe en el momento en que,
no obstante, la obra de René Guénon está presente en toda su amplitud
y fijada del modo más explícito, nos parece necesario precisar el signi-
ficado que adquieren en este momento. En efecto, se puede encontrar
ahí la indicación más exacta de que ciertos límites han sido alcanzados
y que una especie de “juicio” se encuentra en ello implicado.
Tal es precisamente la impresión que se desprende de la lectura de
los artículos y de los estudios aparecidos este año en las publicaciones
católicas y masónicas. Sabemos no obstante que, muy felizmente, en
estos dos medios no faltan los casos de mejor, e incluso de excelente
comprensión, pero una cierta reserva, diremos disciplinaria, impide
que estas excepciones cambien, por el lado católico sobre todo, el tono
general. No obstante, esta especie de censura no podría sino desanimar
aun las últimas esperanzas de una ampliación del horizonte espiritual
de estos mismos medios; y los límites que así salen a la luz no escapan
a aquellos que saben cuáles son las condiciones de una revivificación
de la intelectualidad occidental en general y de una salida de la pro-
funda crisis del mundo moderno.
Pero, felizmente, hay aún otros medios intelectuales en los que la
obra de René Guénon, de un modo imprevisto, penetra ahora, y esto
abre incluso nuevas perspectivas sobre la amplitud de la influencia que
puede ejercer en el futuro.
La ocasión recapitulativa en la que hacemos estas constataciones,
nos permite evocar aquí las perspectivas generales formuladas por
René Guénon desde el comienzo de la serie coherente y graduada de
expresiones doctrinales con las que venía a marcar la posición de
Occidente, sus posibilidades de futuro y las sucesivas manifestaciones
de factores y de circunstancias que abrían posibilidades positivas o las
anulaban. Aun suponiendo conocido por nuestros lectores el conjunto
de ideas que dominan la cuestión occidental, recordaremos aquí, en
algunas líneas, los puntos cardinales necesarios a la orientación de
nuestro examen.
La condición suprema del ser humano es el conocimiento metafísico
que es el de las verdades eternas y universales. El valor de una civi-
lización reside en el grado de integración en ella de este conocimiento
y en las consecuencias que de él extrae para su aplicación en los
diferentes dominios de su constitución; una tal integración e irradia-
ción interior no es posible sino en las civilizaciones llamadas tradi-

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Michel Vâlsan

cionales que son las que proceden de principios no-humanos y supra-


individuales, y reposan sobre formas de organización que son la
expresión que anticipa verdades de las que deben hacer participar. El
rol de toda forma tradicional es en efecto ofrecer a la humanidad que
ordena, la enseñanza y los medios que permitan realizar este conoci-
miento o participar en él de un modo u otro, en conformidad con las
diversas posibilidades de los individuos y de las naturalezas especí-
ficas. La medida en la que una forma tradicional, ya sea de modo
puramente intelectual o de modo religioso, posee estos elementos
doctrinales y los métodos correspondientes, es en consecuencia el
criterio suficiente y decisivo de su verdad actual, igual que la medida
en la que sus miembros hayan realizado sus posibilidades propias en
este orden será el único título que la generación espiritual de esta
forma tradicional podría presentar en un “juicio” que le afectara a ella
y al conjunto de su humanidad.
El Occidente moderno, con su civilización individualista y materia-
lista, es por él mismo la negación de toda verdad intelectual propia-
mente dicha, como de todo orden tradicional normal, y como tal pre-
senta el estado más patente de ignorancia espiritual que la humanidad
haya alcanzado nunca hasta ahora tanto en su conjunto como en cada
una de sus partes. Esta situación se explica por el abandono de los
principios no-humanos y universales sobre los cuales reposa el orden
humano y cósmico, y se caracteriza de un modo especial por la ruptura
de las relaciones normales con el Oriente tradicional y su imprescrip-
tible sabiduría.
El proceso según el cual se cumple la decadencia de Occidente en la
época moderna, debe acabar normalmente, en conformidad, tanto con
la naturaleza de las cosas como con los datos tradicionales unánimes,
por la consecución de un cierto límite, marcado verosímilmente por
una catástrofe de civilización. A partir de este momento un cambio de
dirección aparece como inevitable, y los datos tradicionales tanto de
Oriente como de Occidente, indican que se producirá entonces un
restablecimiento de todas las posibilidades tradicionales que comporta
todavía la actual humanidad, lo que coincidirá con una remanifesta-
ción de la espiritualidad primordial, y, al mismo tiempo, las posibili-
dades anti-tradicionales y los elementos humanos que las encarnan
serán rechazados fuera de este orden y definitivamente degradados.
Pero si la forma general de estos acontecimientos por venir aparece
como cierta, la suerte que será reservada al mundo occidental en este
“juicio” y la parte que podría tener en la restauración final, dependerá
del estado mental que la humanidad occidental tenga en el momento
en el que este cambio se producirá, y es comprensible que es sola-

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