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OCCIDENTE
Michel Vâlsan
ella podrían extraerse. Es por ello que estas reacciones son ahora
importantes sobre todo desde un punto de vista cíclico. Y si no
queremos poner de manifiesto aquí errores nuevos o ya conocidos, así
como inexactitudes materiales patentes, ya sean debidas a la incapaci-
dad de sus autores o simplemente a su mala fe en el momento en que,
no obstante, la obra de René Guénon está presente en toda su amplitud
y fijada del modo más explícito, nos parece necesario precisar el signi-
ficado que adquieren en este momento. En efecto, se puede encontrar
ahí la indicación más exacta de que ciertos límites han sido alcanzados
y que una especie de “juicio” se encuentra en ello implicado.
Tal es precisamente la impresión que se desprende de la lectura de
los artículos y de los estudios aparecidos este año en las publicaciones
católicas y masónicas. Sabemos no obstante que, muy felizmente, en
estos dos medios no faltan los casos de mejor, e incluso de excelente
comprensión, pero una cierta reserva, diremos disciplinaria, impide
que estas excepciones cambien, por el lado católico sobre todo, el tono
general. No obstante, esta especie de censura no podría sino desanimar
aun las últimas esperanzas de una ampliación del horizonte espiritual
de estos mismos medios; y los límites que así salen a la luz no escapan
a aquellos que saben cuáles son las condiciones de una revivificación
de la intelectualidad occidental en general y de una salida de la pro-
funda crisis del mundo moderno.
Pero, felizmente, hay aún otros medios intelectuales en los que la
obra de René Guénon, de un modo imprevisto, penetra ahora, y esto
abre incluso nuevas perspectivas sobre la amplitud de la influencia que
puede ejercer en el futuro.
La ocasión recapitulativa en la que hacemos estas constataciones,
nos permite evocar aquí las perspectivas generales formuladas por
René Guénon desde el comienzo de la serie coherente y graduada de
expresiones doctrinales con las que venía a marcar la posición de
Occidente, sus posibilidades de futuro y las sucesivas manifestaciones
de factores y de circunstancias que abrían posibilidades positivas o las
anulaban. Aun suponiendo conocido por nuestros lectores el conjunto
de ideas que dominan la cuestión occidental, recordaremos aquí, en
algunas líneas, los puntos cardinales necesarios a la orientación de
nuestro examen.
La condición suprema del ser humano es el conocimiento metafísico
que es el de las verdades eternas y universales. El valor de una civi-
lización reside en el grado de integración en ella de este conocimiento
y en las consecuencias que de él extrae para su aplicación en los
diferentes dominios de su constitución; una tal integración e irradia-
ción interior no es posible sino en las civilizaciones llamadas tradi-
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