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Entre la obsesión y la crítica el desarrollo.

M. Svampa.

Para Svampa los conceptos de progreso y civilización, surgidos entre el siglo XVIII
y el XIX, se convirtieron en poderosas ideas-fuerzas que configuraron una
cosmovisión acerca de la Modernidad. En Latinoamérica fueron impuestas y
tuvieron un gran arraigo, y se convirtieron en una obsesión asociada a la
erradicación de la barbarie, de lo atávico.

En el siglo XX, en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, las nociones de


progreso y civilización fueron desplazadas por el concepto de desarrollo. Este de
igual manera se convirtió en un horizonte de sentido, en un nuevo discurso
hegemónico. El desarrollo, en un primer momento, se asocio a la idea de progreso.
Se consolidó una concepción productivista del progreso sobre la base de los logros
materiales y el ascenso de la economía como ciencia para explicar dichos procesos.
Se impuso la idea de un sistema económico, con su carrusel de la producción, el
consumo y el crecimiento y ello se convirtió en desarrollo. Se consideró central el
crecimiento económico antes quela distribución. Así, se creo el mito del crecimiento
económico.

Para consolidar y extender este mito de desarrollo, a partir de 1944 se crearon una
serie de instituciones económicas y organismos internacionales: la Organización de
las Naciones Unidad (ONU), la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO), la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe (Cepal), el Banco Interamericano para la Reconstrucción y Desarrollo
(BIRD). Su objetivo fue crear un programa de desarrollo basado en conceptos de
trato justo y democrático que contribuyera a la mejoría y el crecimiento de las áreas
subdesarrolladas. Con ello, se coronó una institucionalidad internacional en torno a
la cuestión del desarrollo y se introdujo la noción de subdesarrollo para referirse a
los países atrasados. En síntesis, el subdesarrollo se convirtió en una condición
indigna de la cual había que escapar, en contra, el desarrollo se torno como un valor
universal, homogéneo, objeto del deseo y el nuevo mito de Occidente.

En América Latina al asimilar noción de subdesarrollo se presentó una teoría


especifica y heterodoxa del desarrollo. En 1948, a través de la Cepal y de Raúl
Prebisch, se entendió que la problemática del desarrollo se debía a un problema de
estructura económica vinculada a la división internacional del trabajo, eso
condiciona ser periferia. Mientras los países centro tiene una estructura
diversificada, genera progreso técnico y aumenta su productividad, al periferia tiene
una estructura simple y se beneficia solo cuando el centro lo permite. Para superar
la posición como país periférico se señalaron dos vías: por un lado, una serie de
reformas estructurales e institucionales en pos de la industrialización, se propuso
de crecimiento hacia dentro basado en la sustitución de importaciones. Por otro
lado, se planteo al Estado como idea-fuerza, el Estado era quien debía conducir el
proceso de desarrollo.

Bajo los postulados de Prebisch, la Cepal configuró una gran influencia entre la
década de los 50 y mediados de los 70. Durante esa fase se desarrolló una gran
autonomía teórica, se constituyo un pensamiento homogéneo y de propuestas de
políticas públicas. De la mano de economistas, sociólogos y técnicos, el cepalismo
abogó por un programa integral de políticas públicas, que contribuyera a afirmar el
rol planificador del Estado. Este movimiento, que apuntó a la industrialización en la
periferia capitalista fue nombrado desarrollismo. Se convirtió en una ideología y
práctica económica que acompaño la acción de diferentes países de América
Latina: Argentina, Brasil, Venezuela, Perú y Chile. Para finales de los años 60 se
originó una crítica al modelo desarrollista, ligada al agotamiento del modelo de
sustitución de importaciones, se da un giro del pensamiento cepalino hacia las
estructuras sociales. Surgen los limites de la industrialización sustitutiva y aparece
la interrogante sobre dónde están las fallas. Con ello se dio inicio a una nueva época
del pensamiento y las ciencias sociales latinoamericanas, cuyo eje reorganizador
ya no sería el desarrollo, sino la dependencia.

Ahora bien, referente a la relación de desarrollo y naturaleza, Maristella Svampa


nos dice que existe un carácter antropocéntrico de la visión dominante sobre la
naturaleza, que se apoya en la idea occidental de que ésta es una canasta de
recursos y a la vez un capital natural. En América Latina se ha potencializado tal
creencia, pues desde su “descubrimiento” se ha visto como el continente de los
grandes recursos, por ende se le vincula a la capacidad para exportar naturaleza.
Desde la Conquista la mirada sobre la naturaleza americana osciló en dos grandes
ideas. La primera remite el mito fundacional, y se apoya sobre la materialidad de la
leyenda del Dorado. Aquí, América se presenta como un continente extraordinario,
con paisajes exuberantes e imponentes, del que subyacen materias primas y
metales preciosos. Siguiendo esta línea, la contracara del Dorado es el saqueo y el
despojo de las riquezas naturales, nos encontramos frente a un proceso de
colonialismo. La segunda línea tiene su base en la supuesta inferioridad de América
en tanto continente joven e inmaduro. El que influyó en esta visión fue Hegel, definió
a América como inmaduro, inferior, inmóvil y como pura naturaleza. Añadió visión
de adjetivar a América como un pueblo sin historial, es decir, un pueblo, inmóvil,
inmutable en el cual coexiste la superstición, la incultura y la barbarie.

Hacia el paradigma del desarrollo sustentable.


Tras los numerosos desastres ambientales que se acumularon durante la primera
mitad del siglo XX, se puso en entredicho la asociación entre industria y conciencia
ambiental, se reflexionó sobre el deterioro del ambiente, sobre la finitud de recursos
naturales, sobre la expansión de la dinámica industrial y sobre la consolidación del
mito del crecimiento económico. A nivel internacional, el primer aporte de
importancia fue el Informe Meadows (1972), en él se denunció los limites de la
explotación de la naturaleza y su incompatibilidad con un sistema económico
fundado en el crecimiento indefinido. Asimismo, en 1972 tuvo lugar la Primera
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente en donde se visualizó
una relación más estrecha entre los impactos del desarrollo económico y el medio
ambiente. Como respuesta a estos problemas en 1987, la Comisión de las Naciones
Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo presentó el estudio Nuestro futuro
común, a partir del cual se popularizó la idea de “desarrollo sostenible”. Tal concepto
adquirió dos visiones polares. Por una lado, la que plantea un enfoque ecocéntrico
en la relación hombre-naturaleza, acentuando el deterioro del ambiente y la finitud
de los recursos naturales. Por el otro lado, el que, más allá de las reformulaciones
realizadas y las criticas al mito del conocimiento, continuó planteando una visión
antropocéntrica y prioriza el desarrollo sobre el ambiente.

Frente a la visión antropocéntrica, y desde una visión alternativa de América Latina,


en los años 70 y 80 se creó el concepto de ecodesarrollo. Bajo esta noción se
destaca el carácter estructural de los problemas ambientales y la crisis global, se
insiste en que las desigualdades socioeconómicas en el deterioro ambiental son
consecuencia de los modelos de desarrollo y las formas de vida divergentes, y se
indica la necesidad de estilos de desarrollo alternativos y de un nuevo orden
internacional. Se estableció que los países desarrollados, con alto consumo, eran
los que generaban subdesarrollo en los países periféricos y por ende ellos son los
que debían reducir su participación en la contaminación. El ecodesarrollo se
resumíe en ser concebido como endógeno, participativo, debía partir de lo loca,
responder a las necesidades, promover la simbiosis entre sociedad humana y
naturaleza y estar abierto al cambio institucional.

En los años 80, tras la caída de los socialismos reales, el inicio de las transiciones
democráticas, la crisis de las izquieras y la consolidación del neoliberalismo, se
replanteó la relación entre desarrollo y neoliberalismo. Se creo una visión orientada
al desarrollo a escala humana, al crecimiento cualitativo de las personas. Se exigió
la construcción de una economía humanista donde exista una sociedad ecológica,
sustentable, en el que se persiga la satisfacción de las necesidades, en términos de
calidad, tratando de enriquecer las formas de satisfacer las necesidades y
reivindicando lo subjetivo. Asimismo se presentó una crítica desde el
posestructuralismo, en este se buscó retomar las epistemes vernáculas, se retomó
el postulado de considerar otras cosmovisiones, de romper con el dualismo
occidental, se impulso la idea de que los pueblos puedan definir su forma de vida
social quebrando el carácter monocultural colonizador.

En estos mismos años, y como herencia de las dislocaciones de los años 60, surgen
los nuevos movimientos sociales. Estos representaron la acción de diferentes
movimientos que expresaban una nueva politización de la sociedad, a través de la
puesta en público de temáticas y conflictos que tradicionalmente se habían
considerado como propios del ámbito privado o que aparecían asociados al
desarrollo industrial. En este contexto surgieron los movimientos ecologistas que
apuntaron sus críticas al productivismo capitalista.

Debates sobre el desarrollo


En este apartado Svampa nos dice que a partir del año 2000 han surgido nuevos
debates en la gramática política, orientados hacia una crítica al neodesarrollismo, al
neoliberalismo y su relación con la naturaleza. Tales críticas se fundamentan en la
idea de que todavía existe un imaginario y prácticas hegemónicas de desarrollo, las
cuales tienen como base la convergencia entre un paradigma extractivista, asociado
a la reprimarización y comoditización dela economía, y una visión tradicional, cuyo
rasgo es el productivismo y la competitividad a ultranza. En relación a lo anterior, la
autora señala que el actual escenario refleja dos tendencias unidas y contrastantes.
Por un lado, aquella propia del discurso hegemónico, a través del retorno del
concepto de desarrollo como gran relato, sostenido por el discurso fáctico de las
ventajas comparativas. Sea en el lenguaje crudo de la desposesión (visión
neoliberal) como en aquel que apunta al control del excedente por parte del Estado
(visión progresista del desarrollo) en los diferentes países latinoamericanos, el
modelo de desarrollo se apoya sobre un paradigma extractivista, vinculado a la idea
de oportunidades económicas.

Por otro lada, la critica al extractivismo se enlaza con un giro ecoterritorial, visible
en la emergencia de marcos de acción colectiva, que funcionan como esquemas de
interpretación global y como productores de una subjetividad colectiva alternativa.
Al mismo tiempo, la crítica busca colocar en debate conceptos-horizonte, sea en un
lenguaje de defensa del territorio y de los bienes comunes, de los derechos
humanos, de los derechos colectivos de los pueblos originarios y de los derechos
de la naturaleza o del Buen Vivir.

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