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Tuvo
otros cuatro hermanos, todos mayores que él. Su padre se llamaba Ilya y era oficial de
la Guardia Imperial. Su madre, Emilia Nevakhovich. Era hija de un emprendedor judío y
ejerció sobre él una gran influencia. Desde muy joven sintió gran atracción por la
historia natural.
Metchnikoff fue un niño prodigio que recibió el apodo de "Mercurio" debido a su gran
curiosidad e hiperactividad. Según cuenta su esposa en su biografía, a los 9 años ya estaba
dando lecturas de ciencia a su familia, y a los 16 años tuvo su gran epifanía al recibir un
microscopio de parte de un profesor de su universidad.
La clave de la visión de Metchnikoff fue que al mirar al interior de los tejidos y ver la
plétora de microorganismos que residían ahí no los concibió como corpúsculos
patógenos, aislados y extraños, sino como parte del gran proceso de interconexión
holística de la naturaleza. Esto fue lo que le permitió entender que las bacterias tenían
también una función positiva en la vida humana.
Pensar que consumir bacterias podía ser benéfico para el ser humano en ese momento
parecía contraintuitivo y ciertamente el pensamiento probiótico ha tardado en galvanizar
nuestra cultura. "El lector puede sorprenderse de mis recomendaciones de absorber
grandes cantidades de microbios, ya que la creencia general es que los microbios son
dañinos. Esta creencia, sin embargo, es errónea", escribió hace 100 años este gran
pionero. Metchnikoff teorizó que los probióticos encontrados en el yogur de los búlgaros
podían tomarse en pastillas, pero murió en 1916, antes de ver esto hecho realidad.