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Horacio Quiroga
Rulfo, Arguedas
y Vallejo
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Antología dellos
La guerra de cuento
yacarés
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Rulfo, Arguedas y Vallejo
Horacio Quiroga
Juan Rulfo
-No se ve nada.
-Ya debemos estar cerca.
-Sí, pero no se oye nada.
-Mira bien.
-No se ve nada.
-Pobre de ti, Ignacio.
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-¿Cómo te sientes?
-Mal.
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-Bájame, padre.
-¿Te sientes mal?
-Sí
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-Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
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que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el
pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz
por oír.
-Dame agua.
-Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate.
Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me
ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
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esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el
pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran
descoyuntado.
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no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar
correspondía a nadie.
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desnudos los dos juntos, desnudos ante nuestro gran padre
San Francisco.
-¿Y tú?
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-"Ángel mayor: cubre a este caballero can la miel que
está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas
cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo, ordenó
nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la
miel con sus manos, enlució tu cuerpecito todo, desde la
cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el
resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si
estuviera hecho de oro, transparente.
-¿Ya ti?
-Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre
San Francisco volvió a ordenar.
-¿Y entonces?
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¿O todo concluye allí?...
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Paco Yunque
César Vallejo
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Paco estaba también atolondrado porque en el campo
no oyó nunca sonar tantas voces de personas a la vez. En
el campo hablaba primero uno, después otro, después otro
y después otro. A veces, oyó hablar hasta cuatro o cinco
personas juntas. Era su padre, su madre, don José, el cojo
Anselmo y la Tomasa. Eso no era ya voz de personas sino
otro ruido. Muy diferente. Y ahora sí que esto del colegio era
una bulla fuerte, de muchos. Paco estaba asordado.
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— Paco.
— Paco Yunque.
— Muy bien.
— ¡Siéntense!
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dijo:
— Por allá.
— ¿Está lejos?
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— Si... No...
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— Ven a mi carpeta conmigo.
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Humberto Grieve y a Paco Yunque.
— Déjelo, le he dicho.
— No, señor.
— ¿Cómo?
— No.
— ¡Grieve! ¡Grieve!
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Yunque respondió:
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— No vayas. No seas zonzo. El señor te va a
castigar.
El profesor dijo:
— Sí señor.
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pez medio vivo y lo llevamos a mi casa. Pero se murió en el
camino...
El profesor preguntó:
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— Ja! Ja! Ja! Ja! Ja! ¡Miente, señor! Ja! Ja! Ja! Ja!
¡Mentira! ¡Mentira!
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mucha plata.
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en su papá y en su plata. Siempre estaba diciendo tonterías.
— ¡Silencio!
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que va a hacer el profesor, que estaba colorado de cólera! ¡Y
todo por culpa de Humberto Grieve!
— ¿Verdad, Grieve?
Fariña dijo:
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un buen alumno. No miente nunca. No molesta a nadie. Por
eso no le castigo. Aquí todos los niños son iguales, los hijos
de ricos y los hijos de pobres. Yo los castigo aunque sean hijos
de ricos. Como usted vuelva a decir lo que está diciendo del
padre de Grieve, le pondré dos horas de reclusión. ¿Me ha
oído usted?
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Paco Fariña. Le preguntó a Paco Fariña:
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Y nada más le diría. Pero Paco tendría colorada la pierna
de la patada del niño Humberto. Y Paco se pondría a llorar.
Porque al niño Humberto nadie le hacía nada. Y porque el
patrón y la patrona le querían mucho al niño Humberto, y
Paco Yunque tenía pena porque el niño Humberto le pegaba
mucho. Todos, todos, todos le tenían miedo al niño Humberto
y a sus papás. Todos. Todos. Todos. El profesor también. La
cocinera, su hija. La mamá de Paco. El Venancio con su
mandil. La María que lava las bacinicas. Quebró ayer una
bacinica en tres pedazos grandes. ¿Le pegaría también el
patrón al papá de Paco Yunque? Qué cosa fea era esto del
patrón y del niño Humberto. Paco Yunque quería llorar. ¿A
qué hora acabaría de escribir el profesor en la pizarra?
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— ¿Ya terminaron?
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plantó ante Grieve, diciéndole:
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niños. Eso era un enredo.
— ¡Siéntense!
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ejercicio y no lo encontró.
— ¡Siéntense!
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encontró el ejercicio firmado por Humberto Grieve. Se lo dio
al Director, que se quedó viendo largo rato la cuartilla.
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alumnos estaban pensativos y miraban a Humberto Grieve
con admiración. ¡Qué rico Grieve! ¡Qué buen ejercicio ha
escrito! ¡Ése si que era bueno! ¡Era el mejor alumno de
todos! ¡Llegando tarde y todo! ¡Y pegándoles a todos! ¡Pero
ya lo estaban viendo! ¡Le había dado la mano al Director!
¡Humberto Grieve, el mejor de todos los del primer año!
— ¡Siéntense!
— Váyase a su asiento.
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agachada.
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