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J. R. R. Tolkien
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Las dos últimas acepciones, como es lógico, harían mi tema
desesperadamente extenso. Pero la primera se queda demasiado
corta. No demasiado corta para un ensayo, pues su amplitud
ocuparía varios libros, sino para cubrir el uso real de la palabra. Y lo
es en particular si aceptamos la definición de las hadas que da el
lexicógrafo: «Seres sobrenaturales de tamaño diminuto, que la
creencia popular supone poseedores de poderes mágicos y con
gran influencia para el bien o para el mal sobre asuntos humanos».
cosa, ni describirla por vía directa. No hay forma de hacerlo.
Fantasía no puede quedar atrapada en una red de palabras; porque
una de sus cualidades es la de ser indescriptible, aunque no
imperceptible. Consta de muchos elementos diferentes, pero el
análisis no lleva necesariamente a descubrir el secreto del conjunto.
Confío, sin embargo, que lo que después he de decir sobre los
otros interrogantes suministrará algunos atisbos de la visión
imperfecta que yo tengo de Fantasía. Por ahora, sólo diré que un
cuento de hadas es aquel que alude o hace uso de Fantasía,
cualquiera que sea su finalidad primera: la sátira, la aventura, la
enseñanza moral, la ilusión. La misma Fantasía puede tal vez
traducirse, con mucho tino, por Magia, pero es una magia de talante
y poder peculiares, en el polo opuesto a los vulgares recursos del
mago laborioso y técnico.
dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del
cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder
del encantador. A cierto nivel. Y nace el deseo de esgrimir ese
poder en el mundo exterior a nuestras mentes. De aquí no se
deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel
determinado; podemos poner un Verde horrendo en el rostro de un
hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una
extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se
pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de
vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del
helado saurio. Y con tal “fantasía” que así se la denomina, se crean
nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en
subcreador.
En el mundo secundario
el arte. Y vuelve a situarte en el Mundo Primario, contemplando
desde fuera el pequeño Mundo Secundario que no cuajó. Si por
benevolencia o por las circunstancias te ves obligado a seguir en él,
entonces habrás de dejar suspensa la incredulidad (o sofocarla);
porque si no, ni tus ojos ni tus oídos lo soportarán. Pero esta
interrupción de la incredulidad sólo es un sucedáneo de la actitud
auténtica, un subterfugio del que echamos mano cuando
condescendemos con juegos e imaginaciones, o cuando (con
mayor o menor buena gana) tratamos de hallar posibles valores en
la manifestación de un arte a nuestro juicio fallido.
La fantasía y la subcreación
usar de la Fantasía con ese propósito; es decir, con la intención de
combinar su uso más tradicional y elevado (equivalente a
Imaginación) con las nociones derivadas de “irrealidad” (o sea,
disimilitud con el Mundo Primario) y liberación de la esclavitud del
“hecho” observado; la noción, en pocas palabras, de lo fantástico.
Soy consciente, y con gozo, de los nexos etimológicos y semánticos
entre la fantasía y las imágenes de cosas que no sólo “no están
realmente presentes”, sino que con toda certeza no vamos a poder
encontrar en nuestro mundo primario, o que en términos generales
creemos imposibles de encontrar. Pero, aun admitiendo esto, no
puedo aceptar un tono peyorativo. Que sean imágenes de cosas
que no pertenecen al mundo primario (si tal es posible) resulta una
virtud, no un defecto. En este sentido, la fantasía no es, creo yo,
una manifestación menor sino más elevada, del Arte, casi su forma
más pura, y por ello -cuando se alcanza- la más poderosa.
Fantasía y renovación
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estará en realidad verdaderamente encadenado, sino libre e
indómito; sólo de ustedes en cuanto que era ustedes mismos.
Texto abreviado