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Eran tiempos difíciles para los animales de la zona. Los más pequeños
morían de frío en gran cantidad, al igual que los pájaros sucumbían
víctimas de la helada, cuyos flacos cadáveres servían como botín a los
azores y los lobos. Pero incluso éstos pasaban enormes penalidades a
causa del frío y el hambre. Sólo unas cuantas familias de lobos habitaban
el lugar, y la necesidad los obligó a estrechar los vínculos. Pasaron días
caminando solos. Aquí y allí uno u otro avanzaba por la nieve, delgado,
hambriento y vigilante, silencioso y medroso como un fantasma. Su enjuta
sombra se deslizaba a su lado por la nevada superficie. Husmeando,
alargaba al viento su puntiagudo hocico, y de vez en cuando se escuchaba
su aullido, árido y atribulado. Por la noche, sin embargo, todos se
juntaban y rodeaban las aldeas con broncos aullidos. Allí, el ganado y las
aves de corral estaban bien guarecidas, y tras los sólidos postigos había
fusiles apoyados. Rara vez obtenían una pequeña presa, como un perro, y
dos miembros de la manada habían sido ya abatidos.
Al otro lado de la montaña se topó pronto con una aldea. Caía la noche.
Esperó en un denso bosque de abetos. Después se deslizó cautelosamente
a lo largo de las verjas del jardín, siguiendo el olor de los cálidos establos.
No había un alma en la calle. Tímido y codicioso, jugueteaba entre las
casas. Hubo entonces un disparo. Levantó la cabeza y comenzó a correr
cuando sonó un segundo disparo. Le había alcanzado. Su abdomen
blanquecino estaba manchado de sangre en el costado, del que manaban
gruesas y persistentes gotas. Sin embargo, logró escapar con grandes
zancadas y alcanzar el bosque al otro lado de la montaña. Allí esperó unos
instantes, al acecho, y oyó voces y pasos que se acercaban por ambos
flancos. Presa del miedo, observó la montaña. Era abrupta, boscosa y de
difícil ascenso. No había otra opción. Con aliento jadeante trepó por la
escarpada superficie montañosa, mientras abajo un remolino de
maldiciones, órdenes y luces de linterna se extendía a lo largo de la loma.
Tembloroso, el lobo herido avanzó por el bosque de abetos, casi en la
oscuridad, mientras la parduzca sangre fluía desde su costado.
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