Sunteți pe pagina 1din 4

1

¿Cultura o culturalismo?
Juan Fernando Sellés

Lo cultural es todo aquello que produce el hombre con su trabajo. Cultura es el


plexo de realidades producidas por la acción transformadora del hombre. Surge de la
capacidad humana de comunicar a los objetos pensados una capacidad ejecutiva. Nótese
que por producidas por el hombre, las diversas manifestaciones culturales deben ser
respetadas, eso sí, siempre y cuando esas manifestaciones respeten la naturaleza y esencia
2
humanas y su crecimiento (ej. la clonación no respeta la naturaleza humana, por eso esa
técnica no debe ser respetada; las denigraciones en las obras nietzscheanas al judaísmo y
cristianismo no respetan la esencia humana, por eso no hay que acatarlas). Si la cultura la
produce el hombre, el hombre no puede ser producto de la cultura. Hacer girar al hombre en
función de los parámetros culturales es claramente una muestra de despersonalización.
La cultura es un producto humano. El producto no es un objeto pensado, una
idea. Sin embargo, la cultura es posible por el conocimiento según objeto, es decir, el
que conoce ideas, porque tanto la configuración del producto, el artefacto, como la de la
acción de fabricarlo se piensan previamente como un objeto, es decir, son pensados
anteriormente por el acto de pensar. Sin pensar sería imposible construir, fabricar,
elaborar productos. Producir no es ninguna operación inmanente humana (como lo es el
ver o el pensar), sino un proceso histórico que promueve efectos externos al hombre.
Por eso no se confunden las virtudes con los productos, con los resultados. Si así fuera,
el hombre sería más perfecto como hombre en la medida en que dispusiese de más
bienes culturales, lo cual es evidentemente falso. No se puede confundir la ética con la
cultura. Si eso sucede se cae en la ética de situación. A los efectos elaborados por la
actividad productiva humana (casas, libros, etc.) los griegos los llamaban ta prágmata,
y a las acciones que permiten elaborarlos póiesis. Estamos en el ámbito de la
pragmática, de aquellas acciones que tienen efecto en una realidad exterior al hombre.
Notas intrínsecas de la cultura son la multiplicidad inagotable de productos
factibles y el carácter no definitivo de ellos. En efecto, podemos fabricar, por ejemplo, un
bolígrafo o un ordenador, o cualquier otro artilugio para escribir, pero ninguno de ellos es
culminar. Todos son posibles y ninguno es una posibilidad última. Todo lo que nos han
legado nuestros antepasados que se ha recogido en la historia, es un cúmulo de
posibilidades abiertas al futuro, a ser nuevamente desarrolladas por el trabajo humano, o a
ser olvidadas unas para dar sólo cauce a otras. Ahora bien, sobre ninguno de esos inventos o
artilugios pesa la prohibición de un ulterior desarrollo o transformación. En conclusión, la
cultura es incapaz de culminación. Si el hombre esperara a culminar como hombre
cediendo toda su confianza a lo cultural se frustraría, puesto que ésta no cierra y, además,
por perfecta que sea, no llena los anhelos del corazón humano. La ética es superior a la
cultura. Con todo, tampoco el hombre puede culminar éticamente, porque la virtud carece
de término perfectivo, pues siempre se puede ser más virtuoso, es decir,

1
Extracto de SELLÉS, J. F. (2005), Antropología para inconformes, Rialp, Madrid.
2
Cfr. POLO, L., Derecho de propiedad y la cultura humana, Urio, 1964, pro manuscripto. CHOZA, J., La realización
del hombre en la cultura, Madrid, Rialp, 1990; LLANO, A., Ciencia y cultura al servicio del hombre, Madrid, Dossat,
1982; GÓMEZ PÉREZ, R., Raíces de la cultura, Madrid, Dossat, 1983; El desafío cultural, Madrid, B.A.C., 1983.
Documento de uso exclusivo de la Universidad de Piura. Derechos Reservados© El contenido de este documento no
puede ser reproducido todo o en parte por cualesquier medios –incluidos los electrónicos– sin permiso escrito por parte
del titular de los derechos.
crecer según virtud. Por eso la ética es para la persona, no la persona para la ética.
Quien es culminar es la persona humana, y no desde sí.
El culturalismo sostiene, más o menos abiertamente, el postulado de que el fin del
hombre es cultural. Empero, como se puede apreciar, este postulado es ciego en
antropología, pues desconoce que el corazón humano busca una felicidad insaciable con
productos culturales, por muy sofisticados, abundantes y fantásticos que sean. Otro motivo
para no confundir la antropología, y también la ética, con la cultura. Por eso la
antropología cultural no describe el ser del hombre, sino, a lo sumo, las manifestaciones
humanas a través de los productos culturales. Las culturas han sido muy diversas a lo largo
de la historia, pero el hombre es hombre a pesar de las distintas culturas, e incluso más
3
hombre si está al margen de algunas formas culturales . Es el hombre quien forma una
cultura u otra, no la cultura quien forma al hombre como hombre. Entonces, ¿la cultura no
humaniza al hombre? Es más bien al revés, es el hombre quien debe humanizar la cultura y
quién se deja humanizar o deshumanizar por ella; es él quien se humaniza usando de unas
formas culturales y rechazando otras. La cultura condiciona, no determina. Si la cultura nos
formara o deformara de modo automático y necesario no seríamos ni libres ni responsables.
La cultura influye cuando uno le abre las puertas de su corazón a esa influencia, y abrirlas,
obviamente, es libre y responsable, antropológico.
Hoy se propende a la formación de una cultura universal con unas notas
características de entre las cuales unas son positivas por humanizantes (una información
mundial, un derecho común internacional, una sociedad generalizada de mayor nivel de
vida, una erradicación de la violencia, del terrorismo y de las guerras, de la pobreza, de las
drogas, una tendencia a la unidad idiomática, económica, etc.), y otras negativas por
deshumanizantes (una uniformidad en los modos rastreros de hablar y vestir, una tendencia
al esteticismo, un relativismo ético, la permisividad en torno al aborto, a la eutanasia, a la
banalización del sexo, a la procacidad televisiva, etc.). Esta especie de “globalización”
cultural debe ser compatible, por lo demás, con salvar las costumbres propias de los
diversos regionalismos o particularismos. Sin embargo -es pertinente insistir- el hombre no
se reduce a la cultura. Si eso fuera así, el hombre, cada quién, sería un producto de sus
propias manos, asunto que no acaece. La cultura está en manos del hombre, no al revés; por
eso podemos modificarla, y también por eso, es un deber ético fomentar los logros
culturales que más humanizan y rechazar aquellos que deshumanizan. La ética rige la
cultura, no a la inversa, porque la ética es inmanente y la cultura transitiva.
El hombre no es un producto. Con ello no se trata de refutar las “opiniones
culturales” de nadie, sino de ampliar perspectivas sobre lo humano. Descubrir que el
hombre es el origen y el fin de la cultura no es una “opinión cultural”. La base humana de la
cultura es la razón, pero no cualquier uso de ella, sino su uso práctico. El hombre hace
porque sabe hacer. El saber es previo y condición de posibilidad de todo hacer. El saber
práctico no es un saber desvinculado de la acción, sino el saber, que si bien es previo al
hacer como un boceto de la acción, acompaña a la acción misma. Antes que el artilugio real
formamos el objeto pensado. Sin objeto pensado, sin idea, no cabe actividad fabril ninguna.
Los medievales denominaban hábito de arte a este tipo de saber, y lo consideraban como
una perfección cognoscitiva intrínseca de la inteligencia en su uso práctico, adquirida por
ésta facultad por medio de repetición de actos cognoscitivos regulativos de las actividades
productivas. Este saber permite introducir el objeto pensado, la idea, en la acción
productiva configurándola. De este modo el actuar humano es con sentido, porque es
regido por el pensamiento. No es que primero se piense y

3
Los de ciudad suelen decir de la gente del campo que no son tan cultos como ellos, que carecen de sentimientos
delicados, etc., Pero, precisamente por eso, “no se molestan ni ofenden por cosas que a nosotros nos molestan mucho,
pero tengo entendido que son muy virtuosos. Hay quien se conforma con eso, y en realidad debemos alegrarnos de
que no les afecten las pequeñeces que tanto nos alteran a nosotros”, D ICKENS, Ch., David Copperfield, Barcelona, Ed.
Juventud, 1962, 190.
Documento de uso exclusivo de la Universidad de Piura. Derechos Reservados© El contenido de este documento no
puede ser reproducido todo o en parte por cualesquier medios –incluidos los electrónicos– sin permiso escrito por parte
del titular de los derechos.
después se actúe, pues no por saber teóricamente cómo se debe actuar necesariamente
se actúa luego bien. Tampoco se trata de que primero se actúe y luego se piense, es
decir, proceder por ensayo y error, tesis pragmatista y de algunos científicos
experimentales. Se trata más bien de que el pensamiento atraviese de sentido la acción.
Cabe pensar sin actuar, es decir, cabe pensar por pensar, por saber. También
cabe el pensar derivado o extendido a la acción, ayudándola, posibilitándola. El pensar
es posibilitante del hacer. Cabe también -lamentablemente en demasía- hacer cosas sin
pensar demasiado, y también cabe hacer algo (tomar alcohol, dogras, ver TV, etc.) para
inhibir el pensar, y con él la decisión. Cuando eso último sucede, las acciones casi
siempre dan lugar a pésimos resultados. Otro motivo más para evitar la fusión
pragmática entre acción y pensamiento. También por ello el hombre no es un producto
cultural o del trabajo, como postulaba Marx, precisamente porque el pensar es previo al
hacer, aunque luego lo acompañe atravesándolo de sentido y, asimismo, lo siga.
El hombre no se reduce a la cultura. Tampoco la cultura se reduce o absorbe en
lo pensado, como podría postular algún idealista, porque no es lo mismo pensar que
hacer, como no es lo mismo el pensamiento que el lenguaje, o la filosofía que la
historiología. Además, para hacer cultura no se trata sólo de plasmar el objeto pensado,
la forma, en una materia apta. Ello, a pesar de tener verdad, es secundario. Se trata de
que el conocer dirija el hacer transformador, esto es, que dirija las acciones, los actos
de la voluntad, que las dote de sentido, de verdad. Por eso, la verdad práctica no sólo se
da antes de la acción como un boceto de la misma, sino también durante, como regla de
constitución de la misma, y después, como ya constituida y, sin embargo, abierta a
nuevas posibilidades, siempre finitas.
Lo cultural no sustituye a lo natural del universo sino que lo desarrolla. Por
eso, y por ser un fruto humano, como dice un novelista, a veces es superior a los bienes
de la naturaleza: “mira ese jacarandá del jardín: hoy vale porque da flor y sombra, pero
mañana, cuando se muera como mueren los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá
a acordarse de él. En cambio, si lo hubiera pintado un gran artista, viviría
4
eternamente” . Desarrollar lo natural del cosmos perfeccionándolo se consigue a través
del trabajo y de la técnica. Perfeccionar lo esencial del hombre, como se ha dicho, se
realiza por medio de los hábitos y de las virtudes. Ahora es menester unir las dos tesis
de este modo: sin hábitos y virtudes la cultura es imposible, y el fin de la cultura es
crecer en hábitos y virtudes. Con todo, cabe notar que la segunda parte de esa tesis no
resplandece en demasía en nuestro ámbito social.
Los hábitos y las virtudes son un modo de poseer superior a la cultura, porque
éstos poseen nuestros actos, mientras que con la cultura se poseen productos, y
obviamente un acto inmaterial es superior a una realidad física. Por eso los hábitos y las
virtudes no se reducen a cultura, y son, además, el puente entre la persona y lo cultural.
No sólo eso, pues si bien son origen o condición de posibilidad de lo cultural, también
son su fin. En efecto, el orden entre los diversos modos de posesión está en subordinar
los inferiores a los superiores: lo cultural a lo ético; la praxis productiva a la praxis
ética. Y toda praxis a la persona humana, que más que poseer es ser.
Prescindir de los bienes de la cultura por una concepción naturalista del hombre
conlleva el empobrecimiento humano (recuérdese el modo de vida de Diógenes Laercio),
porque los hallazgos culturales acordes con el mejoramiento de la vida natural, temporal,
humana son medios para que a través de ellos el hombre se acerque más y mejor a su fin.
Los medios tomados en su conjunto son imprescindibles para acceder al fin, pero no son
necesarios éstos o los otros. Es imprescindible que usemos medios, porque el hombre no

4
CASONA, A., Los árboles mueren de pie, Madrid, Espasa Calpe, 1991, 159.
Documento de uso exclusivo de la Universidad de Piura. Derechos Reservados© El contenido de este documento no
puede ser reproducido todo o en parte por cualesquier medios –incluidos los electrónicos– sin permiso escrito por parte
del titular de los derechos.
es un ángel, y a pesar de que los medios son medios, sin ellos no se alcanza el fin. Esos
medios pueden ser unos u otros, pero sin medios no se logra el fin. No obstante, no
todos los medios acercan por igual al fin: unos más, otros menos, y aun otros entorpecen
la consecución del fin, y ello más por culpa de quien usa mal de los medios o los toma
como fin, que por culpa de los medios. Los medios, además, constituyen entre sí un
entramado ordenado. Eso es claro, por ejemplo, en las profesiones. Todas son
suficientemente distintas si bien todas tienen que ver entre sí, de modo que si nos
faltaran, por ejemplo, las enfermeras, o los médicos, o los farmacéuticos, o los
carpinteros, etc., el colapso social sería inevitable.
Es manifiesta la diversidad cultural a través de la historia y de las regiones
geográficas. Ahora bien, ¿todas las culturas valen lo mismo?, ¿todas ayudan de la
misma manera a la perfección del hombre? Responder que no sería para un “pluralista”
o un “demócrata intelectual” que usa mal de esas palabras un radicalismo prepotente, un
dogmatismo, un fundamentalismo, etc. Pero ese “pluralismo” superficialmente
entendido, o tal democracia, ayuna de observación, no repara en que de entre las cosas
que el hombre fabrica unas son mejores que otras. Más aún, que hay pueblos y
sociedades más trabajadores, menos perezosos, más ordenados, menos caóticos, etc. En
consecuencia, que en ellos se puede mejorar más como hombre sin que las
manifestaciones culturales sean impedimentos al respecto. En cambio, la organización
de otras sociedades favorece la falta de honestidad y confianza mutua.
Por tanto, si bien es verdad que la cultura no cierra, que no hay una última
manifestación cultural, también hay que tener en cuenta que es conveniente adoptar
aquellas posibilidades culturales abiertas que sean más acordes con el mejoramiento
humano y, a la par, rechazar las que lo impiden. En cualquier caso, no conviene olvidar
que esos condicionamientos culturales ayudan o impiden crecer en humanidad, es decir,
ayudan (no determinan) a educir perfección de la naturaleza y esencia humanas, pero
no perfeccionan a la persona como persona, que está por encima de su naturaleza y
esencia; también de los productos culturales, pues puede con ellos. La cultura recibida
de las generaciones que nos han precedido, si es verdaderamente humana, es decir, si
favorece el crecimiento del hombre, no debe ser rechazada. Se recoge en una tradición
abierta a nuevas posibilidades. Ya no tenemos que partir de cero en todo. No hace falta
volver a descubrir el motor a reacción, por ejemplo. Esta tradición se condensa y recoge
en la historia. Todas esas manifestaciones retenidas abren nuevas posibilidades factivas
(no meramente lógicas u ontológicas, sino posibilidades de acción) que fraguan nuevos
productos que no culminan jamás.
El fin del hombre no reside en la cultura, pero tampoco en la historia, puesto
que entonces no tendría fin, culminación, ya que la historia no culmina desde sí. La
culminación del hombre en la historia, si se da, sólo puede ser posthistórica. Ahora bien,
si no se diera, la historia sería absurda. Pero si no es absurda, existe la providencia, y
5
ello indica que Dios interviene en la historia, y que lo puede hacer de modo pleno . El
fin del hombre no es cultural o histórico, porque la cultura y la historia dependen del
ser del hombre y no al revés. Es el hombre el que abre unas posibilidades y cierra otras,
el que encauza la historia por unos derroteros u otros, puesto que es libre. La cultura y
la historia dependen de la libertad que cada hombre es, no al revés. Si el hombre es un
ser de proyectos, ¿por qué se interesa por la historia? Porque es “fuente de la prudencia
6
humana la historia y la experiencia” . En efecto, la historia nos enseña a vivir mejor, a
aprender la lección, a no caer en los mismos errores; en una palabra, a ser más
prudentes. Y es claro que la prudencia mira al futuro.

5
Cfr. POLO, L., “Dios en la historia: la Providencia”, Pamplona, 1995, pro manuscripto.
6
Sentencias político-filosófico-teológicas (en el legado de A. Pérez, F. de Quevedo y otros, Barcelona, Anthropos,
1999, II Parte, n. 754, 167.
Documento de uso exclusivo de la Universidad de Piura. Derechos Reservados© El contenido de este documento no
puede ser reproducido todo o en parte por cualesquier medios –incluidos los electrónicos– sin permiso escrito por parte
del titular de los derechos.

S-ar putea să vă placă și