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El Miedo

¿Qué es el miedo?
Los miedos prueban nuestra consistencia personal, son examinadores en
nuestra vida: en la medida en que la persona tiene una formación adecuada, actitudes
sólidas y una conciencia desarrollada, cada prueba la fortalece, porque es un nuevo
aprendizaje.
Ahondemos, pues, nuestra reflexión sobre la cultura de Oriente y Occidente para
extraer las enseñanzas que nos aportan. La filosofía que está en el fondo de las artes
marciales orientales se basa en la aspiración de que cada persona sea “un guerrero
espiritual”, una persona iluminada, santa. Es decir que cada uno debe aprender a
gobernar sus propios miedos para alcanzar su plenitud. Por eso, en estas artes, el
combate no es contra otros, sino que se basa en una conquista personal, pues solo así,
alcanzando una estabilidad interior, es posible lograr la libertad para actuar en la
vida.
Si estamos limitados por nuestros miedos, no vamos a ser espontáneos, perderemos
naturalidad y nunca seremos buenos en las actividades que realicemos. Nuestro
desarrollo pleno depende del gobierno interno de los miedos. Hoy día, cualquier
persona que realiza actividades comerciales, deportivas, profesionales, etc., o incluso
en su vida familiar, necesita tener sus miedos identificados y gobernados para poder
ejercer bien su rol.
Los ciclos de siete años en la vida del ser humano
Pérez (2012) manifiesta. “Al profundizar el estudio del comportamiento de las
culturas antiguas, descubrí que, desde un punto de vista antropológico, las personas
inexorablemente atraviesan ciclos de siete años a lo largo de toda su vida” (p.23).
Cada septenio es una etapa de crecimiento. Podríamos decir que cada siete años la
persona entra en krisis (crisis). Esta palabra de origen griego proviene del verbo
krino, que significa “decidir”. Por lo tanto, crisis significa “momento de decisión”.
Cada siete años, la vida nos invita a tomar decisiones para ser mejores: cambiar lo
que podemos cambiar y aceptar lo que nos cuesta, revisar nuestras opciones
fundamentales, nuestro ideal y misión en la vida. Es una oportunidad de mejorar
nuestra calidad de vida. Es como si Dios o la vida nos llamaran a “cre-ser” como
personas, haciéndonos responsables de nuestro desarrollo.
El proceso evolutivo
Arquetípicamente, la descripción del proceso evolutivo de la persona abarcaba desde
el nacimiento hasta los 84 años. A lo largo de este ciclo había doce etapas de siete
años,2 divididas en dos grandes momentos: s Desde el nacimiento hasta los 42 años s
Desde los 42 hasta los 84 años.
Al estudiar he descubierto algo asombroso: la crisis central de la vida del ser
humano, la más difícil de afrontar, se produce a sus 42 años (popularmente llamada
la crisis de los 40). Allí se produce un punto de inflexión: justo en la mitad de los
ciclos. En este proceso evolutivo existen dos puertas importantes.
Desde el momento en que nacemos, vivimos un proceso de afirmación y, al llegar a
los 42 años (primera puerta), pasamos a vivir un proceso de transformación en la
vida de cada uno y del entorno hasta llegar a los 70 años (segunda puerta).
Primera etapa: La afirmación
Primer ciclo: desde el nacimiento hasta los 7 años
Los niños atraviesan este miedo desde el nacimiento hasta los 7 años. Es un miedo
natural y tiene su origen en el nacimiento del ser humano: en el momento del parto,
el bebé experimenta la sensación de muerte por el distanciamiento de su madre. Este
momento es tan importante que dejará impreso en su conciencia el sentimiento de
finitud, propio de la condición humana. El miedo a la muerte se graba en ese instante
en lo que se denomina niño interior. De allí que, durante siete años, experimenta el
alejamiento de la madre, o de quien lo tenga a su cuidado, como un posible peligro
para su vida. Por esta razón, los chicos se desesperan cuando los padres se ausentan,
ya que sienten que no van a volver o que se van de sus vidas. Algunos lo manifiestan
a través del llanto o con distintas expresiones; otros se quedan callados, pero, en el
fondo, también sienten el miedo al abandono.
Segundo ciclo: desde los 7 hasta los 14 años
El miedo a la cercanía no es ni más ni menos que el miedo a los otros (al rechazo, a
que no los quieran o les hagan daño). Al principio, comienza como una fantasía: por
ejemplo, cuando los chicos sienten que hay monstruos en los lugares oscuros de la
casa, debajo de la cama o detrás de la cortina del baño, y nos piden que dejemos una
luz prendida para poder dormirse. Este ejemplo es uno de los primeros síntomas que
experimentan. Revela a los padres que el segundo dragón está comenzando a
conquistarlos. Luego, este miedo se hace más consistente, porque empiezan a sentir
realmente el peligro al rechazo y a la burla, e incluso puede agravarse si los niños
viven situaciones de violencia hacia su persona o hacia sus padres (como podría ser
un asalto). También ocurre cuando son víctimas de abusos sexuales por parte de
algún adulto. Para poder ayudarlos, es preciso sentarse con ellos y tratar de que
manifiesten lo que sienten y lo que les pasa. En algunos casos es necesario buscar
ayuda profesional, porque lo que no se resuelva bien provocará la instalación del
miedo.
Tercer ciclo: desde los 14 hasta los 21 años
Aquí comienza una etapa difícil: la adolescencia. A partir de los 14 años, los padres
vamos dejando de ser los capitanes del barco y pasamos a ser faros. Los adultos
tenemos que tratar de asumir un nuevo rol: el de irradiar y contagiar lo mejor de
nosotros mismos y no mandar, marcar y juzgar tanto las nuevas actitudes que los
jóvenes manifiestan. El nuevo dragón es el miedo al cambio, y es tan fuerte que todo
se transforma: el cuerpo se modifica por los cambios hormonales propios de la edad;
la manera de mirar al otro sexo pasa de la indiferencia a la obsesión; el futuro es
visto como un misterio lleno de peligros; la autoestima decae o se exagera para
ocultar los miedos y las inseguridades; los padres dejan de ser modelos de bondad y
autoridad y se vuelven extraños, feos, desagradables y distantes. Frente a esta actitud,
los padres sentimos indiferencia e impotencia. Es importante recordar siempre que la
adolescencia pasa… Los jóvenes necesitan tomar distancia afectiva y efectiva para su
autoafirmación; a veces será más violenta la manera en que lo hacen, pero siempre es
necesario y normal. El verbo más difícil de conjugar en esta etapa es esperar.
Cuarto ciclo: desde los 21 hasta los 28 años
Este dragón es el miedo a todo lo que significa un ritmo permanente, la rutina. El
modelo social contemporáneo genera la creencia de que dedicarnos con
perseverancia y compromiso a cosas que implican ritmos constantes es sinónimo de
perder la libertad. Pareciera que poder hacer de todo sin responsabilidad ni
dedicación permanente fuera el ideal para una vida mejor, más placentera y menos
pesada… ¿Será así? De nuevo, nos encontramos con otra interpretación limitante. La
vida no es rutinaria; nosotros la hacemos así. Es pura y exclusivamente nuestra
responsabilidad que la vida se transforme en algo agobiante y desgastante.
Quinto ciclo: desde los 28 hasta los 35 años
A los 28 años aparece en la vida de las personas el dragón más difícil de vencer: el
miedo a perder. Este dragón es decisivo para la evolución en la segunda etapa de la
vida. Por lo tanto, “la lucha” tendrá una duración de catorce años (dos períodos
consecutivos de siete años). En los primeros siete años (hasta los 35), el miedo
comienza a manifestarse de manera sutil y, poco a poco, se vuelve más concreto.
Primero sentimos el miedo a perder la posibilidad de hacer lo que más nos gusta
debido a las responsabilidades que vamos asumiendo, ya sea en el ámbito laboral o
familiar. Habitualmente, aparece el miedo a perder la posibilidad de manejar el
tiempo libre. Poco a poco comienza a manifestarse el miedo a perder el cuerpo
juvenil. En general, se empiezan a dejar de lado las actividades deportivas, manuales
o creativas y el miedo se hace más fuerte. La mujer, a medida que los hijos crecen,
empieza a sentir miedo de perderlos por la independencia que adquieren; esto
muchas veces lleva a querer tener más hijos. También puede suceder que, si es
soltera, empiece a crecer el miedo a no poder ser madre por la cuenta regresiva del
reloj biológico.
Segunda etapa: La transformación
Sexto ciclo: desde los 42 hasta los 49 años
En esta etapa vuelve el miedo a la continuidad, es decir, a sentir que la vida es
rutinaria, que la libertad está destinada a cuidar los bienes materiales y a alcanzar la
estabilidad. Si la persona no hizo un proceso de crecimiento en el ser personal,
comenzará a cuidar lo que tiene. Vivirá la vida aferrada a las responsabilidades y
buscará tomarse “recreos” periódicamente a través de viajes, escapadas de fines de
semana, momentos placenteros que compensen el desgaste debido a sus
obligaciones. En cambio, si la persona vive desde el ser este período es el más
creativo de toda la vida.
Séptimo ciclo: desde los 49 hasta los 56 años
El dragón que se deberá enfrentar a esta edad es el miedo al cambio. Ahora los
cambios físicos se manifiestan en la andropausia y la menopausia. Naturalmente, el
cuerpo necesita más atención y cuidados. La recuperación después de un desgaste
físico o de una enfermedad es más prolongada. Es tiempo de amar el cuerpo y
respetar los cambios. La vida en familia y en el trabajo también experimenta cambios
muy fuertes. En la familia, los hijos empiezan a vivir su independencia y aparece el
síndrome del “nido vacío”. El matrimonio tiene que reencontrarse y renovar su
acuerdo de cómo vivir este nuevo ciclo. El valor de la intimidad es esencial. El
peligro es que el afuera nos atrape y nos distancie como pareja. Por otra parte, en la
vida laboral, es de vital importancia que pasemos de la habilidad a la profundidad;
esto significa dejar la actividad práctica en nuevas manos y tener un liderazgo que
mire más el horizonte que lo concreto y cotidiano. Es el paso hacia una sabiduría que
da la experiencia, que siempre supone renunciar al control y a lo cómodo y conocido,
desapegándonos del hacer para poder ser guías y orientadores de adultos más
jóvenes.
Octavo ciclo: desde los 56 hasta los 63 años
De nuevo aparece el dragón del miedo a la cercanía. Como ya mencioné
anteriormente, es el miedo al rechazo del otro, a que no nos quieran o nos hagan
daño. Con el paso del tiempo, la persona que optó por el tener se va encerrando en
seguridades externas y empieza a experimentar este tipo de miedos: temor a robos,
asaltos, violencia y muerte propia y de su familia. El contexto social colabora para
que este miedo se agigante y, poco a poco, la búsqueda de protección de cualquier
forma (puertas blindadas, seguro de vida, seguridad privada, etc.) se instala en su
vida. Esto puede llevar a alguien al extremo de no querer salir de su hogar, de no
querer viajar y, lentamente, comienza a aislarse. Estos miedos se proyectan al grupo
familiar. Se tiene miedo de que los hijos, nietos o personas cercanas sufran
accidentes o daños causados por extraños.
Noveno ciclo: desde los 63 hasta los 70 años
De los 63 a los 70 años vuelve el miedo a la distancia. Las personas ya no se sienten
útiles e imprescindibles. Retorna el miedo al abandono y se sienten dejadas de lado.
Cuando las personas no trabajaron su ser, este miedo los lleva a reclamos
permanentes porque sienten que los familiares más cercanos no les prestan atención.
Es común que se coloquen en el papel de víctimas y que llamen la atención con
enfermedades psíquicas y físicas. Los llamados telefónicos para quejarse
insistentemente e incluso el llanto o la depresión son manifestaciones de una vida
que no fue bien vivida. Cuanto mayor es el miedo que sienten, mayor es la búsqueda
de que otros llenen su vida. El egocentrismo empieza a ser cada vez más notorio.
Cuando las personas trabajaron su ser e irradian una vida plena, sucede todo lo
contrario. Frente a este miedo, tratan constantemente de hacer aportes para
acompañar a sus familiares, seres queridos y amigos. No esperan ni reclaman nada de
nadie, sino que vencen este miedo con actitudes de servicio y de atención no
invasivas: hacen regalos, preparan comidas y están presentes, ya sea cuidando a los
nietos o apoyando a quienes los necesiten.
Es importante destacar que el gran aporte durante esta etapa de las personas que
trabajaron su interior es la sabiduría que alcanzaron con la madurez, a partir de las
propias experiencias y de los conocimientos adquiridos. Son guías y maestros en su
comunidad.
Décimo ciclo: desde los 70 hasta los 84 años
Nuevamente, el dragón es el miedo a perder, que tanta importancia tuvo en la etapa
antes mencionada. Regresa para confirmar las decisiones fundamentales que la
persona tomó en su vida. Es tan importante trabajar con este miedo que requiere dos
períodos consecutivos de siete años para superarlo y crecer. Si la persona conquista
este miedo, será nutritiva; si no lo hace, será tóxica. En otras palabras, habrá logrado
madurar o durar. Esto no significa que el horizonte de vida se cierre a los 84 años;
pasada esta edad, de acuerdo con la sabiduría antigua, las personas integraban “el
consejo de ancianos”, que en cada tradición tenía nombres distintos y era el órgano
de consulta de la comunidad. El miedo a perder se manifiesta como el miedo a la
muerte, ya sea propia, del compañero o compañera de vida o de las personas
allegadas. Para las personas que no maduraron, el miedo a perder la vida los lleva a
aferrarse a lo material, se instalan en el tener, cuidan los bienes materiales propios,
piensan a quiénes van a dejar su herencia y siempre temen perder lo que adquirieron.
Este es el tema central de sus vidas. Cuando leen el periódico, la
página que habitualmente miran es la de los avisos fúnebres y llaman a los familiares
para compartir la noticia. El tema presente en sus conversaciones es el de la muerte,
el pánico a sufrir y a morir solos. Todo esto demuestra que, para ellos, la muerte es el
fin. No hay conciencia de trascendencia, aunque haya una idea frágil debido a la
creencia religiosa. Sin embargo, la vida se vive existencialmente como un cierre
definitivo. A la muerte se le teme, se la espera y se la sufre.

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