Sunteți pe pagina 1din 23

UNIVERSIDAD TECNOLOGICA DE HONDURAS

FACULTAD DE DERECHO
Campus La Ceiba

Informe: Integración Latinoamericana

Catedrático(a): Arturo Iván Fernández García

Alumno: José Abel Rosales Carranza

Cuenta: 201630020079

Fecha: 28 de Febrero 2018


Índice
Página

1. Objetivos……………………………………………………………….…..1
2. Introducción…………………………………………………………….….2
3. Desarrollo del Tema: La Integración Latinoamericana
Qué es?....................................................................................................3
Sus implicaciones para los países miembros?.........................................4-5
Cuáles son sus orígenes?........................................................................5-10
Cuál es su teoría jurídica?.......................................................................10-12
4. Conclusiones……………………………………………………………...13-15
5. Bibliografía…………………………………………………………….…..16
Objetivos

 Definir que es La Integración Latinoamericana.


 Describir las implicaciones que tiene para los países miembro pertenecer
a la integración latinoamericana.
 Conocer los orígenes de la integración latinoamericana.
 Describir cuál es la teoría jurídica acerca de la integración
latinoamericana.
Introducción

Aunque las razones invocadas para justificar la integración latinoamericana han


cambiado en el tiempo y de acuerdo a los modelos de desarrollo que se han
considerado más convenientes o más adecuados a las circunstancias nacionales
e internacionales, los objetivos de la integración han sido los mismos desde que
las naciones de América Latina obtuvieron su independencia.

Durante la segunda parte del siglo veinte se ha intentado el acercamiento entre


los países preferentemente por la vía económica, siguiendo el modelo de los
países europeos. La integración económica se ha considerado y se ha
justificado, sin embargo, no sólo como un fin por sí misma sino también como un
medio para avanzar hacia la formación de una comunidad latinoamericana.

La homogeneidad cultural e histórica (en cuanto a idioma, religión y tradición


jurídica) y la continuidad geográfica han hecho pensar que la formación de una
comunidad de naciones latinoamericanas no encontraría los obstáculos
presentes en otras latitudes y permitiría una realización más plena de la identidad
y las potencialidades de la región. Los niveles de desarrollo relativamente
similares de los países del área contribuirían en el mismo sentido.

La integración latinoamericana no puede, en consecuencia, limitarse al área


económica, sino que aspira a convertirse en un instrumento para potenciar las
posibilidades de mejoramiento educativo, de investigación científica, de
aprovechamiento tecnológico, de confrontación de ideas, de creación artística y
de expresión de las peculiaridades y la identidad de los pueblos y comunidades
de la región.
La Integración Latinoamericana

La integración latinoamericana es el conjunto de acciones de integración con


la finalidad de consolidar la integración de los países de América Latina y el
Caribe acorde a sus similitudes; éstas pueden ser políticas, sociales,
económicas, culturales, religiosas, lingüísticas, ideológicas, geográficas, entre
otros.

Los estados de América Latina comparten, en mayor o menor medida, períodos


históricos similares: conquista, colonización e independencia. Tras la
independencia la mayoría de los países tuvieron inestabilidad política que
terminó en gobiernos autoritarios de tendencia conservadora. Luego de luchas
no siempre pacíficas se impusieron gobiernos liberales durante gran parte del
siglo XIX. El siglo XX vio aparecer en todos los países las clases medias y las
luchas sociales de los marginados en contra de las oligarquías gobernantes. Tras
la Primera Guerra Mundial hubo dictaduras militares o gobiernos populistas.
Durante los años 1960 surgieron grupos guerrilleros y nuevas dictaduras
militares orientadas desde la Escuela de las Américas y en los años 1990 un
proceso inverso de surgimientos de democracias. Estos y otros procesos
comunes (como las migraciones) dejan a los latinoamericanos la noción de
pertenecer a la misma Patria Grande.

La integración es un proceso continuo de aproximación y aprendizaje, que es


vulnerable a crisis. La doctrina de Integración significa la extensión del ámbito
multinacional de la tesis, según la cual el desarrollo económico es imposible sin
industrialización. El crecimiento sostenido de una economía subdesarrollada
depende del grado en que pueda fomentarse su activo proceso de situación de
importaciones por producción interna a fin de que su capacidad para importar
permita, adquirir un volumen óptimo de bienes y de tecnología.
La idea de una integración económica y política latinoamericana es tan vieja
como el propio movimiento de la independencia y la institucionalización de los
estados nacionales en el subcontinente. Después de la fase de la independencia,
las elites locales asumieron el poder político como herederos de la autoridad
colonial y no como instrumentos de transformación de las estructuras internas.
Con la consolidación de su poder, las elites locales, en muchos casos,
prescindieron de una valorización demagógica de las manifestaciones
populares, como instrumento dela inclusión de los grupos sociales inferiores. Su
dominio oligárquico, en la segunda mitad del siglo XIX, era tan absoluto que ese
tipo de concesión no era necesario. Por lo contrario, ellas hacían de los valores
europeos un atributo de su clase, un símbolo de status y distinción

La integración latinoamericana y las Implicaciones para los países


miembro

Para los países latinoamericanos, la integración política y económica es un


prerrequisito para poder avanzar en y concretar el potencial de desarrollo de la
región. Como hemos visto, la integración regional es central a la disputa sobre
un proyecto de desarrollo económico y social capaz de enfrentar la pobreza y
desigualdad. Una mayor integración regional también puede ayudar a enfrentar
los problemas comunes de desarrollo en la región, como la autonomía
energética, o en compartir políticas comunes para el manejo de varios temas que
van de la gestión sostenible de cuencas hídricas a las políticas de salud y
educación.

Las grandes economías latinoamericanas se hicieron más autónomas,


especialmente las suramericanas, registrando de forma sostenida índices de
crecimiento históricos y permitiendo el salto de Brasil a la consideración de
potencia emergente. La progresiva consolidación de esta última tendencia
constató el distanciamiento entre los dos grandes ejes económicos y comerciales
existentes en la región, de claras connotaciones geográficas, el conformado por
los países suramericanos, el conformado por los países del Caribe y el
conformado por México y Centroamérica, debiendo incluso distinguir dentro de
este último grupo la dinámica centroamericana de la mexicana, estrechamente
vinculadas en lo social y cultural pero no tanto en lo económico y comercial. En
lo político, se produjo una alternancia en el signo ideológico de los liderazgos
que accedieron a un buen número de gobiernos.

El predominio de la izquierda ideológica elevó de nuevo la agenda del desarrollo


sostenible rescatando elementos de las antiguas posiciones estructuralistas y
dependientitas, pero amplió su espectro de intervención por el efecto de una
naturaleza más plural y equilibrada entre la izquierda reformadora y la izquierda
populista, quedándose en el camino la izquierda fundamentalista de otra época.
Esta izquierda ahora en el poder desdeña en gran medida los objetivos de
liberalización, pero es consciente de la necesidad de garantizar sus posiciones
en unos mercados internacionales en los que tanto la demanda como los nuevos
actores emergentes favorecen a los intereses suramericanos.

Es decir, se muestra ambivalente y con mayor capacidad de pragmatismo, como


resultado del abrazo de la democracia pluralista. Así, por un lado, rehúye la
globalización como un producto del mismo neoliberalismo que impuso una
política restrictiva cuyo único resultado positivo fue la consecución del equilibrio
macroeconómico, sufragado por las clases más débiles; pero, por otro, reconoce
la irreversibilidad de la misma incorporándose a sus prácticas y beneficiándose
de sus efectos.

En este balance, la apuesta por el regionalismo permite conjugar tres


aspiraciones tradicionales del programa centro-izquierdista latinoamericano: la
histórica identificaría de la tradición unitarista anti-imperialista, que busca
alcanzar la plena autonomía de la región en el sistema de relaciones
internacionales; la política y social, que permite a la región afrontar el diseño y la
construcción de sus propias políticas de desarrollo al margen de imposiciones
externas; y la meramente económica, puesto que la integración es un
instrumento de incidencia en los procesos de globalización con cierta capacidad
de transformación y cambio de rumbo en los flujos de las relaciones comerciales.
Como resultado del proceso anterior, el regionalismo abierto, paradigma de las
políticas de apertura e intercambio comercial, deja de ser la referencia en la
nueva 20 perspectivas del regionalismo suramericano. En su lugar emerge la
idea de un nuevo paradigma que representa mejor al nuevo período que hemos
descrito, denominado como “regionalismo postliberal” (Motta Veiga y Ríos, 2007;
Sanahuja, 2009, 2010, 2012), “posthegemónico” (Riggirozzi, 2012), e incluso
“postneoliberal” (CRIES, 2012). El catálogo de características es igualmente
amplio, fruto de las aspiraciones de la nueva estrategia y del fracaso de la
anterior.

Origen: La idea de Ia integración latinoamericana tiene profundas raíces en Ia


historia de este continente. Nacida ahí calor de Ia crisis definitiva deI colonialismo
español y portugués, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, Ia aspiración de
unir a los países de América Latina se desarrolló desde entonces bajo el signo
de los diferentes intereses económicos y comerciales y Ias presiones externas
de Ias grandes potencias. Surgida de un mismo pasado de explotación colonial
y favorecida por Ia íntima vinculación de los pueblos ahí sur de los Estados
Unidos -cimentada. Entre otros factores, en amplios nexos socio-culturales, así
como por Ia vecindad geográfica y en una larga y atribulada historia común, Ia
Identidad latinoamericana se fue forjando a 10 largo de varios siglos de lucha
contra Ia opresión extranjera. Desde entonces a Ia fecha diferentes intentos y
propuestas han sido diseñadas para Ia unión en un sólo sistema político y
económico de los estados de este subcontinente cuyo nombre definitivo también
ha sido objeto de controversias y modificaciones durante mucho tiempo.
En definitiva, América acabó por prevalecer como denominación de las Indias
Occidentales, también conocidas como Nuevo Mundo, Las Españas o Ultramar,
cuya existencia como continente independiente sólo pudo ser comprobada
fehacientemente en 1741 cuando Vitus Bering recorrió el estrecho que lleva su
apellido.
Durante el siglo XVIII, en la medida que fue emergiendo entre los criollos una
incipiente conciencia "nacional" americana, se fue popularizando el empleo de
otros términos, entre ellos América del Sur, América Meridional, Nuestra
América, Nuestra Nación, América Española e Hispanoamérica -o Iberoamérica
cuando se incluía a Brasil-, para distinguir a los naturales de las colonias de este
hemisferio de los europeos y también de los habitantes de las trece colonias
inglesas de Norteamérica que se habían apropiado del nombre genérico del
continente para dárselo a su recién constituida nación: Estados Unidos de
América. Inconforme con muchas de estas denominaciones que, como el
gentilicio de "españoles-americanos" -el jesuita peruano Juan Pablo Viscardo lo
utilizó en una famosa carta contestataria (1792) para designar a quienes ya
preferían ser denominados americanos o criollos-, tendían a perpetuar los
vínculos con la metrópoli o no servían para identificar de manera singular a la
joven nacionalidad que se forjaba en las entonces colonias de España, Francisco
de Miranda, enfrascado en los prolegómenos de la lucha independentista, ideó
el de Colombia para señalar, de manera inconfundible y original, a la totalidad de
las posesiones españolas en este Hemisferio. Así en 1792, en carta redactada
en inglés desde París a su amigo Alexander Hamilton, escribió: "han madurado
las cosas para la ejecución de los grandes y benéficos proyectos que
contemplábamos cuando, en nuestra conversación de Nueva York, el amor de
nuestra tierra exaltaba nuestros espíritus con aquellas ideas por el bien de la
infortunada Colombia". Por eso cuando el Precursor elaboró su primer manifiesto
independentista le puso como título Proclamación a los Pueblos del Continente
Colombiano, alias Hispano-América, de la misma manera que llamaría después
"Ejército colombiano" al contingente militar que en 1806 guiara a las costas de
Venezuela o El Colombiano al periódico que editara más tarde en Londres
(1810).

La impronta de Miranda es bien visible en el texto de la Constitución de la primera


República de Venezuela, aprobada en Caracas el 21 de diciembre de 1811, que
se vale del término mirándonos de "Continente Colombiano" como sinónimo de
América Hispana, acepción que desde entonces se haría de uso común en el
vocabulario de los principales patriotas. Sin duda, en los años de la lucha
independentista de las colonias españolas (1808-1826), la conciencia de una
identidad hispanoamericana común y de la necesaria unión de todos los que se
enfrentaban a España, estuvo ampliamente extendida entre los criollos
levantados en armas contra la metrópoli. Para los protagonistas de aquella gesta,
el "Continente Colombiano", como le había llamado Miranda, era un común
horizonte "nacional".

El propio Simón Bolívar, el 27 de noviembre de 1812, encontrándose en


Cartagena tras el fracaso de la I República de Venezuela, en carta al Soberano
Congreso de la Nueva Granada, denomina a Caracas "cuna de la independencia
colombiana", expresión que reitera en su conocido Manifiesto de Cartagena
preparado a mediados del siguiente mes y en otros textos de esta etapa. Sin
embargo, ya en su Carta de Jamaica (septiembre de 1815) se inclina por
circunscribir el término a un ámbito geográfico más limitado, al proponer, por
primera vez, el uso de Colombia para designar exclusivamente al nuevo Estado
que debería formarse de la unión de Venezuela y Nueva Granada, proyecto
materializado en 1819.

Muchos próceres de la misma generación, inspirados también por la prédica del


Precursor, utilizaron el apelativo de Colombia para identificar a Hispanoamérica.
Uno de ellos fue el líder chileno Bernardo O´Higgins, quien todavía en noviembre
de 1818 escribía a Bolívar: "La causa que defiende Chile es la misma en que se
hallan comprometidos Buenos Aires, la Nueva Granada, México y Venezuela, o
mejor diríamos, es la de todo el continente de Colombia".

La creación por Bolívar en Angostura (1819) de la "Gran" Colombia, mediante la


integración de Venezuela, Nueva Granada y Quito, invalidó hasta 1830 el uso
del término mirándonos para denominar a toda Hispanoamérica. Pero después
de la desintegración de la Colombia bolivariana en esa fecha, el apelativo se
volvió a usar para aludir a todo el vasto territorio que se extiende de México a la
Patagonia, aunque otorgándole un nuevo significado: se trataba de afirmar y
definir la identidad común ya no en contraposición a España, sino frente al brutal
expansionismo de los Estados Unidos, entonces en pleno apogeo. Así el
panameño Justo Arosemena, alarmado por las perdidas territoriales de México
(1848), las actividades piratescas de William Walker por Centroamérica (1855-
1856), los intentos de apoderarse de Cuba y la irritante presencia
norteamericana en su tierra natal -que había provocado el incidente de la "tajada
de sandía" el 15 de abril de 1856-, rehabilitó el nombre de Colombia para
designar a la América Hispana en un discurso en Bogotá, en presencia de varios
diplomáticos del continente, el 20 de julio de ese año, donde también llamó a
rescatar el legado bolivariano de integración: "Señores: hace más de 20 años -
señaló Arosemena- que el águila del Norte dirige su vuelo hacia las regiones
ecuatoriales. No contenta ya con haber pasado sobre una gran parte del territorio
mexicano, lanza su atrevida mirada mucho más acá. Cuba y Nicaragua son, al
parecer, sus presas del momento, para facilitar la usurpación de las comarcas
intermedias, y consumar sus vastos planes de conquista un día no muy remoto.
Nosotros, los hijos de España, sucesores de ella en el inmenso patrimonio que
arrancó a la barbarie, pudimos y debemos imitar la conducta de nuestros
adversarios, dueños del Norte y sucesores del frío Bretón. Lo que el cálculo hizo
para la Confederación del Norte, el tiempo, la experiencia y el peligro deben
hacer por la Confederación del sur. Tal es la suerte deparada a las dos grandes
nacionalidades que se dividirán el continente. Siga la del Norte desarrollando su
civilización, sin atentar a la nuestra. Continúe, si le place, monopolizando el
nombre de América hoy común al hemisferio. Nosotros, los hijos del Sur, no le
disputaremos una denominación usurpada, que impuso también un usurpador.
Preferimos devolver al ilustre genovés la parte de honra y de gloria que se le
había arrebatado: nos llamaremos colombianos; y de Panamá al Cabo de Hornos
seremos una sola familia, con un solo nombre, un Gobierno común y un designio.
Para ello, señores, lo repito, debemos apresurarnos a echar las bases y anudar
los vínculos de la Gran confederación colombiana".

Una preocupación semejante por la dramática coyuntura creada por las


depredaciones norteamericanas sobre México y América Central manifestó el
neogranadino José María Samper. En un extenso ensayo a favor de la unidad
continental, titulado significativamente La Confederación Colombiana (1859), se
opuso a la búsqueda de la identidad hispanoamericana en un simple parentesco
racial o sólo por la comunidad de lengua, cultura o religión. En este sentido
arguyó: "La raza no es una forma física sino moral; y por lo mismo, es en
analogías íntimas que afectan a los pueblos en su vida moral e intelectual, en su
literatura, su historia, su legislación, etc., donde deben buscarse esos rasgos de
fisonomía que hacen de varios pueblos una gran comunidad. ¿Y cuál es la raza
colombiana? Ella no es ni latina, ni germánica, ni griega, ni etiópica, ni azteca, ni
chibcha, ni quichua, ni cosa parecida... El hecho determinante de las razas es la
civilización. Y la civilización colombiana es una, la democrática, fundada en la
fusión de todas las viejas razas en la idea del derecho. Tal es la obra que
debemos conservar y adelantar, y es para ese fin de unificación que conviene
crear la Confederación Colombiana... Las repúblicas denominadas Bolivia,
Buenos Aires, Chile, Confederación Argentina, Confederación Granadina, Costa
Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, San
Salvador, Santo Domingo, Uruguay y Venezuela, (formarán, SGV-AMG) bajo el
nombre de Confederación Colombiana, una asociación de Estados
independientes, pero aliados y mancomunados...".

Dos años después Samper publicó en París su libro Ensayo sobre las
revoluciones políticas y la condición social de las Repúblicas Colombianas
(Hispano-americanas) (1861), en cuyo prefacio llevaba más lejos su anterior
planteamiento, al proponer ahora emplear el término de Colombia para designar
ya no sólo a las antiguas colonias de España, sino a todos los territorios al Sur
de los Estados Unidos: Esta última palabra exige una explicación de nuestra
parte. Hemos creído tener plena razón para iniciar en la prensa una innovación
en la terminología histórica geográfica del Nuevo Mundo. Hasta ahora la parte
continental de "América", al sur del istmo de Panamá ha sido llamada América
del sur o meridional, y el conjunto de las antiguas colonias continentales de
España, América española. Pero los ciudadanos de la Confederación del Norte
llamada "Estados Unidos", se han arrogado para sí solos, y con razón, el nombre
de Americanos, como expresión de su nacionalidad política, -así como designan
con el nombre general de América la Confederación fundada por Washington.
Esta denominación ha defraudado la gloria de Cristóbal Colomb (sic), y
atribuidole al descubridor secundario, Américo Vespucci, lo que no le pertenece.
La justicia exige que el mundo moderno restablezca la clasificación histórica;
tanto más cuanto así desaparecerá toda confusión en las denominaciones. Por
tanto, nos permitimos proponer (y damos el ejemplo en este escrito) que en lo
sucesivo se adopte lo siguiente: COLOMBIA, -la parte del Nuevo Mundo que se
extiende desde el Cabo de Hornos hasta la frontera septentrional de Méjico.
AMERICA, -lo demás del continente".
La idea de América Latina
También el puertorriqueño Eugenio María de Hostos se pronunció por utilizar
Colombia en lugar de Hispanoamérica, inclusive lo siguió usando más de una
vez aún cuando el nombre, en su acepción continental, era abandonado al
adoptarse después de 1861 como título oficial y exclusivo de una sola República
americana. Todavía en 1870, estando en Lima, auguraba en un artículo con
motivo de un aniversario de la batalla de Ayacucho: "Entonces el Continente se
llamará Colombia, en lugar de no saber como llamarse", y, más adelante, titulaba
"La Confederación Colombiana" a una serie de artículos periodísticos a favor de
la unidad hispanoamericana. Pero la realidad lo obligaría a reconocer en Nueva
York, cuatro años después, en un trabajo titulado "La América Latina": "No
obstante los esfuerzos hechos por Samper, por algunos otros escritores
latinoamericanos y por el autor de este artículo, reforzados por la autoridad de la
Sociedad Geográfica de Nueva York, no prevalece todavía el nombre colectivo
de Colombia con que han querido distinguir de los anglosajones de América a
los latinos del Nuevo Continente. En tanto que se logra establecer
definitivamente la diferencia, es bueno adoptar para el Continente del Sur y la
América Central, México y Antillas, el nombre colectivo que aquí le damos y el
de neolatinos usado por el señor A. Bachiller y Morales, o el de latinoamericanos
que yo uso para los habitantes del Nuevo Mundo que proceden de la raza latina
y de la ibérica".
Tal como constataba Hostos, el obligado abandono del término Colombia, en su
acepción mirandina, tenía lugar precisamente en un momento en que ya había
surgido la alternativa de América Latina para denominar los territorios del río
Bravo a La Patagonia, nombre nacido al calor de los ascendentes antagonismos
con el poderoso vecino del Norte. Es muy significativo que la expresión América
Latina surgiera con un indudable y definido acento antinorteamericano. La
aparición del novedoso concepto, a mediados del siglo XIX, estaba vinculado al
resultado de las luchas por la independencia del período de 1791 a 1826, cuando
tras la emancipación política pasaron a un segundo plano las contradicciones
con las antiguas metrópolis europeas y, en su lugar, se alzaron las agudas
pugnas con los Estados Unidos, que iniciaba entonces su voraz política
expansionista. En varios textos de la época la creciente contradicción con los
Estados Unidos se fue relacionando con las evidentes diferencias -culturales,
religiosas, lingüísticas, étnicas, etc.- que separaban la América del Norte, origen
anglosajón, de una América del Sur que contaba con un importante componente
latino en su ascendencia. La búsqueda de las causas de este diferendo en una
distinta matriz étnica fue prácticamente simultánea, como ha demostrado Arturo
Ardao, al surgimiento de la idea de la latinidad de la Europa meridional y por
extensión de las antiguas colonias ibéricas.
Uno de los primeros autores que se refirió al origen latino de los pueblos que
habitaban las colonias españolas fue Alexander von Humboldt, quien ya en 1825
escribió en su Viaje a las regiones equinocciales: "Hoy, la parte continental del
Nuevo Mundo se encuentra como repartida entre tres pueblos de origen europeo:
uno, y el más poderoso, es de raza germánica, los otros dos pertenecen por su
lengua, su literatura y sus costumbres, a la Europa latina". Otro escritor europeo
que tuvo un importante papel en este proceso fue el escritor francés Michel
Chevalier quien, en medio del debate que entonces se insinuaba sobre las razas
y que iría subiendo de tono hasta llegar muy pronto al racismo gobinista,
contrapuso la latinidad de las antiguas colonias de España, Portugal y Francia a
la América sajona, tal como aparece por primera vez en este texto suyo de 1836:
"Nuestra civilización europea procede de un doble origen, de los romanos y de
los pueblos germánicos. Haciendo, por un instante, abstracción de Rusia, que
es una recién llegada y que ya sin embargo iguala a los más poderosos de los
antiguos pueblos, se subdivide en dos familias, de las cuales cada una se
distingue por su semejanza especial con una de las dos naciones madres que
han concurrido a engendrarlas a la una y a la otra. Así, hay la Europa latina y la
Europa teutónica; la primera comprende los pueblos del Mediodía; la segunda,
los pueblos continentales del Norte e Inglaterra. Esta es protestante, la otra es
católica. Una se sirve de idiomas en los que domina el latín, la otra habla lenguas
germanas.
Las dos ramas, latina y germana, se han reproducido en el Nuevo Mundo.
América del Sur es, como la Europa meridional, católica y latina. La América del
Norte pertenece a una población protestante y anglosajona".
De esta manera se fue extendiendo, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo,
la idea de la latinidad de Iberoamérica. Pero todavía no se había producido el
alumbramiento de una nueva expresión que designara a los países ubicados de
México al estrecho de Magallanes, pues los autores que mencionaban la
latinidad de esta parte del planeta seguían usando el término América del Sur
para denominar al conjunto de las antiguas colonias de España, Portugal y
Francia. Tampoco los primeros escritores hispanoamericanos que aludieron a la
latinidad del subcontinente, como el dominicano Francisco Muñoz del Monte, el
cubano Antonio Bachiller y Morales o el chileno Santiago de Arcos, proponían
otro nombre para estos territorios, sino sólo lo hacían para destacar la
importancia de esa herencia en la conformación de sus pueblos. Así el propio
Arcos se refería en 1852 a "la luz que ya viene para la América Española, para
las razas latinas que están llamadas a predominar en nuestro continente".
En rigor el neologismo América Latina, que al parecer hizo su aparición a
mediados del siglo XIX, tuvo como verdaderos padres a José María Torres
Caicedo y al chileno Francisco Bilbao, ambos entonces residentes en París. Este
último empleó el vocablo, por primera vez, en una conferencia dictada en la
capital francesa el 24 de junio de 1856 con el título "Iniciativa de la América",
donde también se valió del gentilicio "latinoamericano". Paralelamente Bilbao
defendió, en varios textos, a la "raza latino-americana" frente al expansionismo
anglosajón, añadiendo además que la "América Latina" ha de integrarse, pues
en el Norte desaparece la civilización y emerge la barbarie. Tres meses después
de este discurso fundacional de Bilbao en relación con la denominación de
América Latina, Torres Caicedo también lo utilizó, el 26 de septiembre de 1856.
En la primera estrofa de la parte IX de su poema "Las dos Américas":

Teoría Jurídica sobre La Integración Latinoamericana

Un primer paso para la construcción de la Teoría Jurídica de la Integración en


Latinoamérica, de una forma científica en modo tal que se garantice su solidez y
uniformidad conceptual, debe estar dado por una necesaria y sana clarificación
de conceptos. Ello obliga el tener que definir si en nuestro medio existe un
derecho comunitario independiente o autónomo del derecho internacional y del
derecho económico, que cuente con un método propio, con unas formas de
creación propias, que se interrelaciona con el Estado y lo modifica
profundamente (llevando a su vez a la necesaria revisión de la teoría clásica del
Estado y del concepto de soberanía), que se enmarque dentro del subsistema
jurídico con una función y unos contenidos delimitados a punto tal de afirmar esa
autonomía. También es imperioso delimitar y diferenciar claramente el derecho
de la integración del derecho comunitario partiendo de una realidad económico -
política ya bien conocida cual es la de que no todos los procesos de integración
implican la creación de una Comunidad y en consecuencia de un derecho común
(comunitario) en todos los Estados miembros; por supuesto la máxima expresión
de la integración es la Comunidad, con lo que se tiene que, a nivel teórico
general, el derecho comunitario es el verdaderamente autónomo y el derecho de
la integración es tan sólo una expresión del derecho internacional económico15.
La tesis que planteo al respecto es la siguiente: no existe en Latinoamérica un
verdadero derecho comunitario autónomo, ampliamente desarrollado y con alto
grado de eficacia, ni siquiera a nivel subregional. Sólo en la medida en que se
crea una Comunidad con sus respectivos organismos supranacionales se da la
creación del derecho comunitario, lo cual no ocurre en las zonas de libre
comercio ni en las uniones aduaneras; al crearse la Comunidad se da un
desplazamiento de la cooperación internacional (propia del derecho
internacional) a la supranacionalidad (propia del derecho comunitario)16, lo cual
no implica que cooperación y supranacionalidad se excluyan pues los Estados
siguen siendo soberanos, sujetos del derecho internacional con amplias
competencias en todo lo no cedido a la Comunidad, a la que en el plano
internacional usualmente se le confieren competencias comerciales; este es
precisamente el modelo de la Unión Europea, la que se fundamenta en tres
pilares, uno supranacional (la Comunidad Europea) y dos de cooperación
internacional (la Política Exterior y de Seguridad Común PESC y la Cooperación
en Asuntos Internos y Judiciales CAIJ).17 Los Estados europeos conjugan así
entre ellos la cooperación y la integración, rigen simultáneamente sus relaciones
por derecho comunitario (en un plano supranacional) y por derecho internacional
(en un plano internacional), las dos regulaciones confluyen y no se excluyen.
Planteado todo lo anterior, debemos presentar una segunda tesis cual es la de
que la Comunidad Latinoamericana de Naciones CLAN, debe crearse siguiendo
el modelo supranacional de forma tal que sus órganos tengan la capacidad de
crear derecho comunitario18, dotando a dicha Comunidad de un Tribunal
supranacional cuya jurisdicción sea obligatoria y el que habrá de unificar la
interpretación del derecho comunitario en toda la Comunidad mediante la
interpretación prejudicial obligatoria y vinculante de éste19; si ello ocurre sí
podremos entonces afirmar la existencia de un derecho comunitario en
Latinoamérica. También es importante poner de presente que un Estado puede
pertenecer simultáneamente a varias zonas de libre comercio (aunque por
supuesto evitando que éstas se hagan incompatibles entre si) y ello se ve en
numerosos casos (México pertenece al NAFTA y al G·3 y está negociando otra
zona con Centroamérica, por ejemplo), pero no es viable que un país pertenezca
simultáneamente a más de una Comunidad, entre otras fundamentales razones
porque necesariamente el derecho “comunitario” de una terminaría siendo
contrario o diverso al de la otra Comunidad, lo que generaría un total caos
jurídico. Así las cosas encontramos que el modelo comunitario latinoamericano
requiere el que en los tratados subregionales se elimine la posibilidad jurídica de
crear derecho comunitario subregional, pues ello generaría profundos conflictos
jurídicos dados la incompatibilidad de simultaneidad de Comunidades. De hecho
lo indispensable es que las subregiones converjan todas en la Comunidad
Latinoamericana. La tercera base que planteo es la de que al conformarse la
CLAN deben mantenerse vigentes por un tiempo los Acuerdos comerciales y de
integración existentes (ALADI; COMUNIDAD ANDINA; MERCOSUR, SICA,G3,
tratados bilaterales) pero buscando su convergencia y sentando ciertas bases
fundamentales que permitan ir unificando el sistema económico - comercial de
integración en lo atinente a la circulación de mercancías (la libre circulación de
trabajadores, capitales, servicios, coordinación de políticas macroeconómicas
deben ser competencias comunitarias de la CLAN pues estas son bases
económicas de la Comunidad). Ello puede lograrse, entre otras medidas, dando
prelación a las normas de la CLAN sobre todos los otros Acuerdos, aplicando
realmente la convergencia pactada en la ALADI, creando una Corte
Latinoamericana de Justicia de jurisdicción obligatoria y exclusiva, estableciendo
un plazo prudencial para la creación de la única zona de libre comercio y unión
aduanera latinoamericana (con lo que todos estos Acuerdos desaparecen o son
subsumidos paulatinamente en la CLAN). Otra base fundamental que
presentamos en la construcción del modelo de integración latinoamericano es
que los Estados Latinoamericanos deben entregar o ceder a la Comunidad
Latinoamericana la competencia en asuntos comerciales a nivel internacional,
negociando en bloque con terceros Estados o bloques los acuerdos comerciales
que en el futuro se pacten. Ello implica que la CLAN tendría personería jurídica
internacional y que se robustecería nuestra capacidad negociadora internacional
en materia comercial. Además y ante nuestra condición de potencia ecológica,
lo más indicado es también ceder la competencia internacional en esta
fundamental materia a la CLAN. Una quinta tesis (hay tantas otras probables) es
que la creación del esquema supranacional de la CLAN no debe debilitar la
profunda cooperación internacional que debe incrementarse entre los Estados
latinoamericanos en tantas importantes áreas que no pasen a ser reguladas por
la Comunidad. Así, por ejemplo, debe fortalecerse el Grupo de Río para la
coordinación de la política exterior de los Estados Latinoamericanos; defensa
común; protección de los derechos humanos; lucha contra la delincuencia
organizada, la corrupción y el narcotráfico y tantos otros temas internacionales
que podemos señalar como de importancia para su desarrollo a nivel
latinoamericano en el derecho internacional. Otra tesis fundamental de la Teoría
de la Integración latinoamericana es la de que ésta depende fundamentalmente
de la voluntad política (muy en especial de la de los Presidentes
latinoamericanos) y del entorno económico que estimule el crecimiento y
ampliación del mercado latinoamericano, sin que el determinismo político
(Estado) ni el determinismo económico (Mercado) sean escuelas de aceptación
dogmática en la Comunidad Latinoamericana. Por lo demás, el proceso debe
contar con una importante participación de la sociedad civil y habrá de estar
iluminado por su democrática implementación. Ya se han dado importantes y
fundamentales pasos para la integración latinoamericana y la creación de la
Comunidad Latinoamericana de Naciones. Al celebrarse en 1992 los quinientos
años del descubrimiento de América, se había programado la suscripción del
tratado constitutivo y ello no fue viable. En 1995 al reunirse los presidentes del
Grupo de Río en Quito, el Parlamento Latinoamericano les presentó el Proyecto
de Acta de Intención para la constitución de la Comunidad Latinoamericana de
Naciones con el siguiente tenor literal
Conclusiones

Aunque las razones invocadas para justificar la integración latinoamericana han


cambiado en el tiempo y de acuerdo a los modelos de desarrollo que se han
considerado más convenientes o más adecuados a las circunstancias nacionales
e internacionales, los objetivos de la integración han sido los mismos desde que
las naciones de América Latina obtuvieron su independencia.

Durante la segunda parte del siglo veinte se ha intentado el acercamiento entre


los países preferentemente por la vía económica, siguiendo el modelo de los
países europeos. La integración económica se ha considerado y se ha
justificado, sin embargo, no sólo como un fin por sí misma sino también como un
medio para avanzar hacia la formación de una comunidad latinoamericana.
La homogeneidad cultural e histórica -en cuanto a idioma, religión y tradición
jurídica- y la continuidad geográfica han hecho pensar que la formación de una
comunidad de naciones latinoamericanas no encontraría los obstáculos
presentes en otras latitudes y permitiría una realización más plena de la identidad
y las potencialidades de la región. Los niveles de desarrollo relativamente
similares de los países del área contribuirían en el mismo sentido.
La independencia de la mayoría de los países del Caribe y el acercamiento entre
ellos y de los mismos con los otros de América Latina ha ampliado el concepto y
el alcance geográfico de una posible comunidad, la cual ahora se concibe en
términos de América Latina y el Caribe.

La participación activa en los asuntos internacionales y una mayor gravitación de


la región a nivel mundial con el objeto de defender los intereses propios y los
principios generales que inspiran la política internacional de los países
latinoamericanos -tales como la paz mundial, el desarrollo equitativo y la
promoción de los derechos humanos- constituye una razón adicional en favor de
su integración.
La diversidad de enfoques posibles ha determinado que las características de la
comunidad latinoamericana y del Caribe no se hayan definido. Sin embargo, se
entiende que la paz regional y el sistema democrático de gobierno serían
factores constitutivos de la misma.

El desarrollo de las potencialidades económicas de la región y el logro de niveles


de vida adecuados para su población han sido otros de los objetivos de la
integración latinoamericana.
En el pasado, la variedad y calidad de las riquezas naturales y la ubicación
geográfica de América Latina condujeron a pensar en que sus países tenían las
condiciones necesarias para alcanzar avanzados estados de desarrollo. La
explotación de tales recursos naturales, sin embargo, no dio lugar a la formación
de economías dinámicas capaces de sostener su propio crecimiento.

La complementación de sus capacidades productivas para formar una masa


crítica suficiente para generar un crecimiento auto sostenido en la región se
convirtió por ello en un objetivo compartido a lo largo y ancho del continente.

Lo anterior, requeriría incrementar los vínculos económicos. Entre ellos, el


intercambio comercial jugaba un papel de primera importancia. Sin embargo, los
flujos comerciales intrarregionales eran escasos y no se contaba con la
infraestructura física ni organizativa para incrementarlos de manera significativa.
Tampoco tenían la mayoría de las economías nacionales las condiciones
necesarias para desarrollar por sí mismas los sectores más dinámicos de la
economía moderna y los que incorporaban los mayores avances tecnológicos.

La división internacional del trabajo prevaleciente hasta la segunda guerra


mundial, según la cual les correspondía a los países de América Latina ser
exportadores de materias primas, contribuyó a orientar a las economías
nacionales latinoamericanas hacia los grandes centros industriales y depender
del comercio con ellos para proveerse de bienes manufacturados. No existía,
por tanto, un estímulo económico inmediato para vincular entre sí a las
economías de la región. A lo que se añadían los obstáculos políticos y
administrativos que dificultaban un mayor acercamiento.
El propio crecimiento de las economías nacionales, sin embargo, fue creando
condiciones para una complementación de las economías nacionales que
potenciara sus posibilidades de desarrollo. Los mercados nacionales se hacían
cada vez más insuficientes para las actividades domésticas y no permitían
incorporar los avances tecnológicos, las escalas de producción y los métodos de
organización requeridos para alcanzar mayores niveles de crecimiento.

De esta forma la complementación económica, además de ser una aspiración,


pasó a convertirse en una necesidad, que en la actualidad toma más fuerza, y a
la cual se le busca una solución en conjunto.

De todo lo anterior surge entonces una nueva generación de Acuerdos que tratan
de integrar a cada región por su vecindad y características similares, sin dejar de
lado que la unión económica más que la política es la que se ha logrado
consolidar en el territorio de América Latina.

En cuanto al aspecto del tamaño de las economías y sus niveles de desarrollo


encontramos que hasta hoy, no se ha llegado a ningún consenso para la
determinación del tamaño de economía porque, algunos países argumentan que
se debería medir con respecto a variados índices, entre los cuales encontramos
: tamaño del territorio, tamaño de la población, nivel de alfabetización, cantidad
de Producto Interno Bruto (per cápita y neto), balanzas de pagos, nivel de
inversión extranjera, importaciones, exportaciones, migración, algunas otras
modalidades macroeconómicas, e incluso cantidad de transferencias privadas y
llamadas telefónicas.

Si se toma en cuenta cada uno de los factores enlistados arriba, tenemos que el
grado de integración nos daría aún un margen de error que no es mesurable, ya
que la diversidad existente que se registraría con el resto del mundo, no sería
tomada en cuenta, y es por eso que no se llega a un punto medio donde todos
los países del continente estén conformes con el método para medir el tamaño
de economía que cada uno posee.

Caso similar sucede con el nivel de desarrollo, que en términos económicos


existen una gran cantidad de metodologías para tantearlo, pero que a cada
teoría o propuesta le corresponde una contra teoría o proyecto que se
contrapone a la misma, incluso, proyectos que las complementan ya que las
consideran como insuficientes.

Mientras toda esta teoría no tenga un común denominador, no habrá forma de


proponerle a los países que conforman el ALCA un instrumento de medición que
satisfaga no sólo los intereses económicos, sino también los políticos, porque el
trato preferencial del cual se ha hablado entonces no se le puede otorgar a un
grupo de estados en particular, porque sería inequitativo a los ojos de los que no
tuvieran tales beneficios.

Dentro del Grupo Consultivo de Economías más pequeñas están contemplados


a la fecha cada uno de los 34 países firmantes del ALCA, porque no se les puede
dejar de tomar en cuenta para no cometer injusticias, o caer en preferencias
desleales entre sí. Dicho grupo, esta asesorado por el comité tripartito como se
ilustró en el diagrama de la estructura del ALCA, y por lo tanto, la CEPAL es
quien tiene la tarea de dar las bases teóricas para las negociaciones tocantes al
tamaño de las economías, pero en realidad, la CEPAL, la OMC y la ONU, no
tienen una forma de regular el tamaño de economías existentes ni si los niveles
de desarrollo deben de ser de algunas características para ser considerados
como tales, por lo que sus niveles de desarrollo son relativos y depende de
cada estudio económico el enfoque y variantes que se dan para establecer un
nivel de desarrollo necesario.
Bibliografía

https://www.gestiopolis.com/diversos-aspectos-integracion-latinoamericana/

https://es.wikipedia.org/wiki/Integración_latinoamericana

http://www.parlatino.org/pdf/temas-especiales/clan/teoria-juridica-integracion-

latinoamerica.pdf

http://www.comunidadandina.org/bda/docs/VE-INT-0001.pdf

http://www20.iadb.org/intal/catalogo/PE/2011/07957.pdf

S-ar putea să vă placă și